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DEL NORTE
Tanto por una campaña mediática de constante desprestigio, o por sus inocultables logros en
diversos ámbitos, Ecuador y su reciente revolución, fue y es parte constante de una polémica
superficial, que coloca a su conductor, el presidente Rafael Correa, que este 24 de mayo deja
el poder luego de 10 años de gobierno, lo que se conoce como la Década Ganada, en el
medio de una tormenta de versiones, que como la línea ecuatorial, dividen al planeta en
opiniones sobre este proceso, las que como un péndulo, se trasladan entre el bien y el mal.
Sin embargo, no se puede analizar el presente del Ecuador sin mirar detenidamente su
pasado inmediato y el contexto en el que se da esta época de transformaciones
fundamentales, que es lo que justamente no hacen, las corporaciones de medios de
comunicación tanto dentro como fuera de este país, y que con ello, evitan recordar el estado
de la nación a finales del 2006, cuando este país, padecía una profunda crisis institucional,
provocada por la llamada partidocracia empresarial, que al ritmo de los dictados de
organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI), habían provocado la peor
debacle financiera de su historia.
Todo empezó, más o menos, en la década de los 90 con la instauración de fuertes políticas
neoliberales, las que ocurrieron en medio de una escalada bélica conocida como la Guerra de
Cenepa (1995), entre Perú y Ecuador provocada a causa del conflicto limítrofe secular entre
ambas naciones. Es así que el gobierno de Sixto Durán Ballén (1992-1996), adopta una serie
de medidas económicas de ajuste, conceptualizadas en el Consenso de Washington; reformas
a las estructuras del Estado, privatización de empresas públicas, liberalización del comercio
y la banca, ampliación de las garantías jurídicas para la inversión extranjera y flexibilización
laboral.
Durán sería el último presidente antes de Correa, que terminaría el tiempo de mandato para
el cual fue elegido. Luego de su presidencia, vendrían los 10 años más críticos de la historia
ecuatoriana reciente, en los que este país tuvo nada menos que ocho presidentes, incluyendo
a Rosalía Arteaga que gobernó tan sólo tres días.
Este período de la historia que puso al Ecuador en una profunda crisis, que incluyó la
dolarización de su economía, la caída del Producto Interno Bruto (PIB) en más de tres
puntos, (de 7.9 a 3.5%, según la Cepal), el quiebre de 17 bancos, lo que era el 70 % de las
instituciones financieras, provocó que miles de ciudadanos perdieran los ahorros de toda la
vida, lo que significó que el Estado desembolse casi 6 mil millones de dólares, muchos de
los cuáles fueron a parar a cuentas privadas de miembros de la clase política dirigente lo que
fomentó, para finales del 2005, la ruptura definitiva entre la clase política de esa época y la
sociedad.
Esta crisis financiera, una de las mayores que se han visto en esta parte del hemisferio, causó
una inflación que llegó al 60 % y un desempleo de 14.7 % lo que abrió tantas heridas en la
sociedad, que cerca de 2 millones de ecuatorianos emigraron a otros países, separándose
familias enteras y signándose su destino para siempre, provocando un drama humano,
cuando cientos de miles de padres y madres dejaron a sus hijos, incluso pequeños, para no
verlos 10 ó 12 años después, perdiéndose así la infancia y adolescencia de sus hijos los que
terminaron criándose con abuelos, tíos o vecinos.
Es así que en el país, aparecieron fenómenos antes nunca vistos, como el suicidio infantil
(niños de 11 ó 13 años quitándose la vida) u otros, como fue el caso del cantón Chuchi, en la
provincia del Chimborazo, que tras una encuesta, revelaba que el 60 por ciento de sus niños,
se criaban sin sus padres, consolidándose así una destrucción es la estructura de la sociedad.
Todo este escenario de catástrofe especialmente para los más humildes, dio paso a análisis
surgidos desde el centro mismo de la nación, y que calificaban al Ecuador como un país
espiritualmente triste y socialmente castigado por una élite política empresarial, “indolente,
acomodaticia, prejuiciosa e incluso parasitaria”, que colocó a la nación en la categoría de los
“sueños imposibles o del escepticismo irremediable”.
Es justamente todo este marco histórico, lo que permite comprender la velocidad y la
intensidad del ascenso al poder de un prácticamente desconocido Rafael Correa, economista,
catedrático y líder de Alianza País, cuando el 26 de noviembre de 2006 ganó la presidencia,
en segunda ronda, con el 56.6 % de los votos, al derechista Álvaro Noboa inaugurando con
ello, lo que hoy se conoce como el “correismo”.
En su campaña electoral, el político socialista ofreció un rol más decisivo del Estado,
rechazó el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, ofreció la generación de
empleo a través de obras públicas, propuso el incremento del monto de subsidios a los más
necesitados, la emisión de créditos para la producción y vivienda con tasas preferenciales y a
largo plazo, todo ello acompañado de la ejecución de una Asamblea Constituyente, la misma
que el 28 de febrero del 2008, tras un referendo, aprobó la nueva Carta Magna, lo que dio
paso a la política del “Buen Vivir”, traduciéndose ello, en la salida de la pobreza de más de
un millón de ecuatorianos, reduciendo además la brecha entre campo y ciudad, al achicar la
pobreza en el área rural, en 30 puntos porcentuales.
En temas educativos, la Década Ganada, aumentó para Ecuador en casi un millón, el número
de estudiantes matriculados en el sistema público, mientras que entre 2007 y 2015, la
matrícula de la población más pobre se incrementó seis puntos porcentuales, pasando del
89.0 a 95.4 %. La educación superior, mereció atención especial ya que es el país que más
invierte en la región, con el 2% de su PIB. Es así, que en el período de 2007 - 2015, se
otorgaron becas a 14.276 estudiantes, a diferencia de los 237 estudiantes que lograron una
beca desde el año 1995 al 2006.
Durante la Revolución Ciudadana, el PIB ecuatoriano, creció en promedio de 3,9 por ciento
entre 2007 y 2015, comparado con el 2,9 por ciento de Latinoamérica de acuerdo a la Cepal.
Eso ha permitido que el Gobierno haya destinado el 9.0 % de su PIB para inversión pública.
Otro logro, son las cifras de desempleo. El gobierno del Correa ostenta la tasa más baja de
Sudamérica con 4.3 % al 2015, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos,
mientras que el salario básico, que antes de la Revolución Ciudadana era de 160 dólares,
ahora es de 366, lo que desde Quito, aseguran que cubre al cien por ciento las necesidades de
canasta básica.
En salud, el Estado invirtió en los últimos años más 13 mil 500 millones, según indican las
cifras del ministerio del área. El país cuenta con 21 hospitales nuevos y 20 mil nuevos
profesionales médicos se han sumado al sistema público. Así mismo, la Organización
Mundial de la Salud (OMS) ha destacado la reducción de la desnutrición, que bajó del 1,1
por ciento en el 2007, al 0,4 por ciento en el 2014.
Pero más allá de la frialdad de las cifras, que no dejan de reflejar una realidad existente, el
crecimiento del Ecuador también se lo puede comprobar “in situ”, por ejemplo con el
crecimiento del turismo que tiene más de un millón y medio de visitantes extranjeros al año,
lo que es sinónimo de estabilidad política y económica, lo que también se apoya en el éxito
del programa de la reforma policial, considerada un modelo en Latinoamérica como también
lo es, la nueva estructura caminera y la inversión récord ejecutada entre 2007 y 2014, de
8.137 millones de dólares, en proyectos de transporte de diferentes modalidades, cifra 5,4
veces mayor a la ejecutada entre el 2000 a 2006.
Sin duda, al igual que otras economías de Sudamérica como podría ser también la boliviana,
el caso ecuatoriano ha alcanzado niveles históricos para sectores determinantes del progreso,
lo que coloca a esta nación, en un país que ya tiene las condiciones para salir del
subdesarrollo. Talvez por eso es que hoy el presidente Rafael Correa deja el cargo, con más
del 60 % de apoyo ciudadano, según el último sondeo de Opinión Pública Ecuador (OPE), lo
que no significa que la Revolución Ciudadana haya estado exenta de cometer errores, aunque
ellos difícilmente podrán siquiera ser comparables a la construcción de alternativas al
neoliberalismo que ha dado a toda la región, en la Década Ganada.