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Análisis de Perros Hambrientos
Análisis de Perros Hambrientos
Simón Robles, el viejo jefe de familia, hábil narrador de cuentos e historias, también
gusta tocar la flauta y la caja, además de poner apelativos a las cosas. Entre sus más
curiosos apodos está el dado a un caballo muy flaco: “Cortaviento”, y a una gallina
estéril: “Poniaire”.
Juana, la esposa de Simón, ya entrada en años y con la experiencia y sabiduría
natural de las mujeres de su edad.
Vicenta, la hija mayor, aún soltera, ágil y espigada, quien se dedica a tejer bayetas y
frazadas. El relato menciona también que en una ocasión, durante una fiesta
celebrada en Saucopampa, la sacó a bailar el cholo Julián Celedón (luego célebre
bandolero), pero su padre se opuso a que la cortejara pues aquel ya tenía ya muy
mala fama.
Timoteo, joven, muy robusto y empeñoso. Se enamora de Jacinta, hija de unos
emigrados indios y la lleva a su casa, luego que la muchacha queda huérfana de
padre.
Antuca, muchacha de aprox.12 años, pequeña y lozana, que se dedica a pastorear el
ganado. Sale temprano de casa junto con los perros conduciendo las ovejas al
campo, para regresar al atardecer. A veces se encuentra con otro pastorcillo, el
Pancho, de su misma edad, con quien se entretiene contándose mutuamente
historias y cuentos. Con las penurias causadas por la sequía se vuelve muy delgada y
pálida, y lamenta que su desarrollo corporal se trunque de esa manera, a pocos
años de convertirse en una mujer casadera.
Mateo Tampu, es un indio joven y fornido, agricultor muy laborioso, que tiene su
propia choza y su chacra. Aparece en el relato adoptando a un perrillo para que le
ayudara en el pastoreo de ovejas. Lleva la vida sencilla y laboriosa del campesino,
junto con una esposa amorosa, la Martina, que le da dos niños, pero todo se
malogra cuando es llevado por la fuerza a enrolarse al ejército. Su ida trastoca el
hogar al dejar a su esposa sola y con la inmensa responsabilidad de cuidar a su
familia y sus tierras.
Martina Robles, hija de Simón Robles, esposa de Mateo Tampu, madre de Damián y
de otro niño de meses de nacido cuyo nombre no se menciona en la obra. Cuando
su marido es llevado por los gendarmes entra en una gran desesperación pero no
pierde la esperanza de que retorne. Al final, da la impresión de ser una madre
irresponsable al dejar al pequeño Damián, de 7 años, solo en la casa, mientras ella
se lleva al hijo mas chico para ir a buscar alimentos donde los padres de Mateo, que
vivían en un pueblo lejano llamado Sarún. La razón que da para abandonar a
Damián, es que alguien debía esperar en casa la vuelta de Mateo. No se sabe más
de ella luego de su partida.
Damián, hijo de Mateo Tampu y de Martina Robles. Es un niño que sufre al igual
que todos la desgracia de la sequía. En su caso es abandonado por una madre que
decide partir en busca de alimentos. Junto con el perro Mañu y una oveja queda
solo en casa. Al final muere de hambre y sus restos, que son defendidos de los
cóndores por el fiel Mañu, son recogidos por Rómulo Méndez, quien lo lleva donde
Simón Robles, el abuelo que le da cristiana sepultura.
Los hermanos Celedonios, Julián y Blas Celedón, bandoleros serranos, dedicados al
abigeato o robo de ganado. Julián es el que más destaca y tiene dotes de líder.
Debido a un conflicto que tuvo con su patrón, quien lo acusó sin pruebas de ladrón,
Julián tuvo que matarlo y así empezaron sus días de criminalidad. Ambos hermanos
viven siempre al filo del peligro, evadiendo las emboscadas que le tiende el
Culebrón, el jefe de gendarmes, su peor enemigo. Tienen su guarida o refugio en
Cañar, cerca al río Marañón. Al final sucumben tras ser acorralados por los
gendarmes.
Venancio Campos, amigo de los Celedonios y bandolero como ellos.
Elisa, bella chinita (muchacha indígena) del pueblo de Sarún, amante de Julián
Celedón, de quien espera un hijo.
El alférez de gendarmes Chumpi, apodado el Culebrón. Representa a las fuerzas del
orden. Es un cholo con bigotes, trigueño, alto y fornido. Tenaz perseguidor de los
Celedonios, solo logrará su cometido utilizando un ardid infame: envenena unas
papayas que los hambrientos bandoleros, acorralados en una cueva, devoran con
fruición.
Don Fernán Frías y Cortés, subprefecto de la provincia, blanco y costeño. Es uno de
esos funcionarios que merced a sus influencias son enviados desde Lima a las
provincias y cuyo interés es solo hacer dinero de manera venal, para retornar luego
a la capital con el botín ganado. Ordena al alférez Chumpi a apresurar la captura de
los Celedonios, vivos o muertos, ya que necesitaba de un logro con que presumir
antes de volver a Lima.
Don Cipriano Ramírez, es el patrón u hacendado, dueño de la hacienda de Páucar.
Tiene una esposa joven y un hijo, todavía niño, llamado Obdulio. En sus tierras
trabajan los indios o aldeanos de los contornos, contratados como peones. Don
Cipriano es un hombre generoso cuando le conviene, pero a la vez un patrón
despiadado, que sabe aplicar el látigo. Durante el periodo de sequía ayuda a sus
peones dándoles alimentos, haciéndoles creer a cada uno que únicamente con él se
mostraba generoso. También recibe a otros indios que vienen de lejos, dándoles
parcelas de tierra y alimentos, a fin de retenerlos para futuras siembras y cosechas.
Pero la sequía se prolonga demasiado y don Cipriano termina por suspender la
entrega de subsistencias. Los aldeanos se rebelan (entre ellos Simón), y don
Cipriano no duda en ordenar dispararles para hacerlos retroceder. Como
consecuencia de ello mueren tres personas, hecho ante el cual el hacendado se
muestra indiferente.
Don Rómulo Méndez, empleado de la hacienda de Páucar y brazo derecho de don
Cipriano.
"Don Roberto Poma" , es quien regala a zambo y wanka a la familia Robles
El indio Mashe (contracción de Marcelo) y su familia: su esposa Clotilde y dos hijas,
de las que solo se menciona el nombre de la mayor, Jacinta. Junto con otros
comuneros indígenas había sido expulsado de Huaira (comunidad lejana) por el
terrateniente don Juvencio Rosas. Mashe llega hasta la hacienda de Páucar,
propiedad de don Cipriano Ramírez, a quien ruega para que lo reciba como peón o
trabajador de la tierra, aunque tiene la mala fortuna de llegar en plena sequía. El
hacendado le da una parcela y un poco de trigo para que subsista mientras dure la
sequía, pero esta se prolonga mucho y al suspenderse la ayuda alimenticia, Mashe
muere enfermo y agotado.
Jacinta, la hija de Mashe, es una muchacha en edad de tener marido, pero por culpa
de la sequía debe postergar su deseo. Timoteo se fija en ella y tras la muerte de
Mashe lo lleva a casa de sus padres. Estos la aceptan y queda sobreentendido que
terminarán casándose y formando un nuevo hogar.
Wanka, la perra, madre de muchas camadas, animales que son muy apreciados por
la comunidad pues desde temprana edad son acostumbrados a vivir en el redil junto
con las ovejas y adiestrados para ser hábiles cuidadores de rebaños. Otros son
criados para ser guardianes de casa. “....¿Raza? No hablemos de ella. Tan mezclada
como la del hombre peruano...”, nos aclara el narrador. Entre los hijos de Wanka se
cuentan Güeso, Pellejo, Mañu, Chutín, etc. Wanka, como todo perro, es fiel al amo
mientras éste le da comida y abrigo pero cuando este vínculo se rompe a
consecuencia de la sequía, pesa más el instinto primario canino. Wanka mata a una
oveja del rebaño y se lo devora; los otros perros la imitan. Por tal falta es exiliada del
hogar de los Robles, junto con los demás perros. Finalmente cuando las lluvias
regresan y finaliza la sequía, Wanka retorna y Simón lo perdona.
Zambo, hermano y pareja de Wanka. Le pusieron ese nombre por el color oscuro de
su pelaje. No tiene un rol muy llamativo en el relato. Sin embargo tiene un trágico
final al igual que el resto de los perros, pues muere envenenado y es devorado por
el Pellejo (su hijo), quien por ende comparte su triste final.
Güeso, hijo de Wanka y Zambo, y hermano de Pellejo. En torno a su figura están sin
duda las páginas más emocionantes del relato. Tras vivir como un simple perro
ovejero, de pronto es apartado de su mundo por obra de unos bandoleros, el Julián
y el Blas Celedón, quienes le quieren convertir en perro conductor de reses robadas.
Güeso se niega rotundamente al principio, incluso es azotado y marcado con hierro
como castigo. Tiene también un intento frustrado de escape. Odia a aquellas
personas que le arrebataron su vida tranquila. Pero surge un cambio radical cuando
ve que aquel “humano”, el Julián, realmente se preocupa por él y lo atiende como a
un miembro de su familia, curándole sus heridas y dándole comida. Termina
encariñándose con su nuevo amo, quien feliz, le desata y lo junta con otro perro, el
Güenamigo. Ambos perros se convierten en un gran auxilio para los Celedonios
pues aparte de ayudarles en el arreo de reses, sus ladridos advierten las
emboscadas de los gendarmes. Al final Güeso compartirá el triste final de los
bandoleros: morirá abaleado junto con el Julián y el Blas.
Pellejo, hijo de Wanka y Zambo, y hermano de Güeso. Durante la sequía encabeza
junto con Wanka y Zambo la jauría de perros hambrientos que deambulan en busca
desesperada de alimento. Muere tras devorar el cuerpo del envenenado Zambo.
Mañu, es hijo de Wanka y Zambo. Muy cachorro aún, es llevado por Mateo, esposo
de Martina y padre de Damián. Este último, todavía infante, en su media lengua
llama “mañu” al perrillo (en vez de decirle “hermano”), y así se queda con ese
nombre. Cuando Mateo es enrolado en el ejército, Mañu asume el gran
compromiso de cuidar a la familia. Demuestra su valor y fidelidad al defender el
cadáver de Damián de las aves de rapiña. Regresa al hogar de los Robles,
enrolándose en las tareas de pastoreo, pero al ver que no hay comida disponible
huye y se une a la manada de perros hambrientos. Morirá víctima del hambre, en
una escena muy conmovedora, en donde la Antuca le acompaña en sus últimos
instantes.
Shapra, el guardián del hogar de los Robles. Reemplaza en esa función al perro
Tinto, muerto de una dentellada por Raffles. Muere abaleado durante una incursión
que hace con otros perros en una chacra de maíz.
Raffles, perro de raza fina, de pelaje amarillento, enorme y feroz, que junto con
otros similares guarda la casa-hacienda de don Cipriano. Durante la sequía, Raffles y
su jauría se dedican a despedazar a los perros chuscos y hambrientos que
deambulan por los contornos de la hacienda, pero ante el crecido número de estos,
el hacendado prefiere encerrar a sus canes en un cuarto, desde donde ladran cada
vez que sienten cerca la presencia de los perros vagos.
Chutín, hijo de Wanka y Zambo, fue un obsequio que el hacendado don Cipriano le
hizo a su menor hijo, Obdulio, ante la insistencia del chicuelo de tener un perrillo a
su lado, en vista de no poder juguetear con el Raffles y los otros perros feroces de la
hacienda. Le pusieron ese nombre por ser chusco (chuto) pero se ganó la simpatía
de toda la familia y desplazó en las preferencias a Raffles.
Güenamigo, perro de pelo lacio y amarillento, de propiedad de los Celedonios,
entrenado para la conducción del ganado mayor (vacas y toros) robado. Se hace
amigo de Güeso, de quien aprende el arte de arrear las reses. Ambos compartirán el
mismo destino al morir abaleados al lado de sus amos.
Resumen por capítulos
X. La nueva siembra
Luego de un año malo para las cosechas, las nuevas lluvias parecen anunciar
una naciente época de fecundidad del suelo. Don Cipriano, junto con sus
empleados y peones, ara y siembra los campos, ayudado por las yuntas de
bueyes. Los granos de trigo y cebada son depositados en los surcos. Junto con
su mayordomo don Rómulo Méndez, don Cipriano es el último en abandonar
las labores. Regresan ambos a la casa-hacienda donde les espera la comida
lista. Esa noche llueve, por lo que se presiente que la siembra promete una
buena cosecha.