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La pena de muerte es uno de los temas más polémicos en un país tan violento como el

nuestro, donde sin notarlo la rebelión y el uso desmedido de la fuerza y sus nefastas
consecuencias han trazado toda la línea del tiempo desde nuestro descubrimiento;
fuimos conquistados y evangelizados a la fuerza y con mucha sangre de por medio, para
liberarnos del yugo de la corona española se derramó mucha más sangre y ya como
pueblo libre e independiente llevamos más de 60 años en una guerra interna por causa
de nuestro modelo social, político y económico la cual pensamos iba a culminar con el
proceso de paz, pero simplemente mutó para convertirse en una guerra irregular más
desvergonzada, pero sincera mostrando sus verdaderos intereses netamente
económicos y de control sobre todas las actividades delictivas que se desarrollan en
nuestro país y conocida en este momento como la guerra contra las BACRIM (Bandas
Criminales) y el dato de cierre es que la ciudadanía del común tiene como su delito más
frecuente la violencia intrafamiliar… Así que los colombianos tenemos autoridad y
tradición suficientes para opinar sobre la pena de muerte.
El sector más tradicionalista de nuestra sociedad se espanta con solo mencionar la idea;
pero en nuestro congreso se debaten temas como el aborto o la eutanasia que también
son penas de muerte, una en la cual el sentenciado tiene la oportunidad de elegir el cómo
y el cuándo y ya tiene claro los por qué, pero en el otro caso el sentenciado no tiene
derecho a opinar o a justificar su derecho a la existencia, tal cual y como se exige a grito
entero para quienes ya han tenido la oportunidad de ver la luz, por esa razón una
discusión seria sobre una nueva modalidad de pena de muerte en nuestro país no debería
exaltar tanto los ánimos, pero sí debe invitarnos a la reflexión y al aporte productivo y
crítico que permita que nuestra clase política legislativa (que por cierto no nos llena de
orgullo, ni es la joya de mostrar) tome dentro de los parámetros de lo posible, la mejor
decisión.
Los más acérrimos contradictores parten del punto de que “no somos dueños de la vida
de nadie” y bajo esa premisa no podemos quitarle la vida a nadie; pero hay 2 conceptos
sobre los cuales debemos también reflexionar; el primero es la atrocidad de algunos
delitos como son las violaciones con tortura y muerte sobre menores y específicamente
niños, científicamente muchos psicólogos y psiquiatras coinciden en que este trastorno
de la mente NO tiene cura y esas personas siempre van a representar un verdadero
peligro para todos los niños de la comunidad donde se encuentren. La sevicia y el
terrorismo de desmembrar con un machete o una motosierra a personas vivas también
es una patología mental que la comunidad científica considera irrecuperable; entonces
se considera para estos 2 ejemplos la reclusión permanente o perpetua, pero entonces
he ahí el segundo concepto.
No tenemos idea u otras veces ni siquiera lo hemos pensado, pero un recluso le cuesta
al estado colombiano 13 millones de pesos por año (más de un salario mínimo mensual)
según cifras entregadas en un reporte especial que hizo el espectador en Agosto de 2018
y teniendo en cuenta que fuera de las prisiones existen personas en indigencia o
mendicidad y que no le han hecho mal a nadie, simplemente nacieron en la pobreza y
por falta de oportunidades descendieron a lo más bajo de nuestra escala socio económica
y son víctimas del conflicto interno, desplazados, viudas y huérfanos en quienes vale la
pena invertir sobre todo en el sector salud y educación para lograr ganarle la
confrontación a la guerra sin necesidad de hacer un disparo o pagar por una unidad más
de munición.
Entonces nace una pregunta un poco más fundamentada, mucho más reflexiva y menos
impulsiva que nos dice que la respuesta que le demos puede y definitivamente va a
impactar de forma trascendental a nuestra sociedad, ¿Vale la pena implantar la pena de
muerte en nuestro país? Evidentemente no soy la persona con la autoridad suficiente
para decirle a usted cual es la respuesta correcta, pero creo que todos los que tuvimos
la bendición de nacer en este país y tenemos la dura tarea de vivir en él y hacer nuestro
mejor esfuerzo para que mejore y nuestras generaciones futuras tengan mejores
condiciones, tenemos el derecho de manifestar nuestra opinión responsable y consciente
sobre si debe el estado invertir una gran cantidad de dinero en una población que se ha
equivocado muchas veces en más de una ocasión y cometiendo crímenes atroces y que
la comunidad científica considera irrecuperable o se debe mejor invertir en hospitales,
colegios y universidades que le den mejores oportunidades a una población menos
favorecida, que no ha cometido ningún delito y que representan el futuro de nuestra
sociedad.

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