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Introducción
El contexto
Por otro lado, a partir de los años cincuenta, algunos analistas empezaron a
advertir que, en su práctica terapéutica, se enfrentaban a ciertos tipos de
personas que establecían procesos transferenciales distintos de aquellos
que pueden observarse en el tratamiento de las neurosis y, en apariencia,
ligados a las etapas preedípicas del desarrollo infantil (Balint, 1968;
Kernberg, 1977; Kohut, 1977). Gracias a estos y otros descubrimientos en el
campo de los trastornos narcisista y limítrofe de la personalidad, fue
posible la enunciación de una psicopatología evolutiva integral que
relacionara determinados trastornos psíquicos con eventos traumáticos en
distintos momentos del crecimiento vital de la persona. Es así que la
etiología de los trastornos graves de la personalidad ha sido
conceptualizada como una especie de "falta básica" en la estructura de la
personalidad (Balint, 1968), una deficiencia estructural del self o sí-mismo
(Kohut, 1977), producto de un vínculo conflictivo y contradictorio con la
figura primaria de apego en el transcurso de los primeros tres años de vida.
Como veremos en lo que sigue, algunas de las ideas psicoanalíticas que hemos
revisado se han convertido en ingredientes substanciales de la teoría y la
terapia primales.
La teoría primal
(1) La realidad básica que enfrenta cada ser humano, desde el primer
instante de su concepción hasta el último día de su vida, es el hecho de que
presenta una serie de necesidades que demandan ser satisfechas. Podemos
llamar a las más elementales y profundas de ellas, necesidades primales
(Janov, 1970), y distinguir dentro de éstas entre aquellas que resultan de
las funciones corporales que el feto y el niño aún no pueden controlar por sí
mismos y un conjunto de necesidades psicoemocionales que están al servicio
del desarrollo del yo (Winnicott, 1960a; Kohut, 1977; Miller, cit. en
Bradshaw, 1990a; Bradshaw, 1990a). Ambos tipos de necesidades, cuyas
manifestaciones iniciales comienzan in utero, son disposiciones innatas que
deben ser tomadas en cuenta a la hora de permitir que el crecimiento
adopte un curso favorable.
El niño, que cuenta con una asombrosa capacidad para captar y responder de
manera intuitiva a las necesidades de sus progenitores, reconoce pronto que
la relación que ha establecido con sus figuras paternas es condicional y que
debe emplear todos los recursos que tiene a su disposición para suplir las
insuficiencias infantiles de éstos con el fin de asegurar su propia
supervivencia, sobre todo en el plano psicológico (Miller, 1979/1994;
Bradshaw, 1990a). Cuando es capaz de gratificarlos, ve satisfechas, aunque
a menudo de forma incompleta, sus necesidades primales.
Otro tanto han hecho Renè Spitz y el psiquiatra Thomas Verny al describir
algunas de las actitudes y sentimientos de la madre hacia su embarazo y su
bebé que perturban su capacidad para establecer una relación saludable con
éste. Insisten en que los afectos crónicos, conscientes o inconscientes, de
ambivalencia, rechazo, ansiedad o rabia acerca de su maternidad, como
también oscilaciones rápidas de la madre entre mimos y hostilidad agresiva,
cambios cíclicos en su ánimo o conductas frecuentes de sobreprotección,
son fuentes constantes de frustración de las necesidades primales de sus
hijos (Spitz, 1965; Verny & Kelly, 1981).
Toda esta compleja maniobra cumple con dos funciones paralelas: por un
lado, es un mecanismo defensivo psicobiológico contra una realidad
subjetiva catastrófica formada por el dolor emocional y el miedo y, por otro
lado, hace posible que preservemos un vínculo positivo con nuestras figuras
de apego. Esta segunda función es de gran importancia, ya que el niño debe
negar la idea de que sus figuras paternas nunca podrán satisfacer algunas
de sus necesidades, con independencia de lo que él mismo pueda llegar a
hacer. Se ve obligado a reprimir esta comprensión, debido a que representa
aún más dolor y sufrimiento. De este modo, hace más tolerable su ambiente
circundante idealizando a sus cuidadores y cargando con la culpa de la
frustración de sus necesidades (Miller, 1979/1994; Bradshaw, 1990a;
Firman & Gila, 1997). Es aquí donde comienza lo que Janov ha denominado la
lucha neurótica, que consiste en la tentativa inconsciente y continuada de
agradar a los padres y otras figuras de autoridad con el objetivo de
finalmente ver satisfechas nuestras necesidades. La lucha neurótica, por
medio de la idealización de nuestros padres y la defensa o justificación de
su comportamiento, nos permite alejarnos de nuestro dolor, aferrarnos a la
idea de que somos amados sin la imposición de condiciones y seguir
conectados a la ilusión de que actuando como actuamos, en algún momento
conseguiremos aquello que nos hace falta (Janov, 1970; Miller, 1979/1994;
Hoffman, 1991; Krishnananda, 1998, 1999). Al mismo tiempo, empezamos a
representar y cumplir con los roles que de nosotros se esperan, aún cuando
estén en desacuerdo con nuestra realidad más íntima.
(5) El proceso neurótico, que está constituido por los sucesos que hemos
especificado en lo que precede, paso a paso se cronifica y, de esta forma, lo
que alguna vez fueron reacciones circunscritas a situaciones reales se
automatizan, transformándose en estructuras intrapsíquicas que
determinan gran parte del comportamiento subsiguiente del niño. Según
Janov, existe una llamada escena primal, un cierto evento delimitado que
puede parecer de poca significación y no traumático en sí pero que, sin
embargo, desplaza el equilibrio interno de la persona desde su naturalidad
hacia el funcionamiento neurótico de modo permanente (Janov, 1970). Por lo
común, esta escena primal es un punto de cristalización que simboliza y
representa una larga cadena de situaciones traumáticas anteriores o bien el
contacto constante con las personalidades heridas de nuestros cuidadores
(Janov, 1970; Rowan, 1996; Firman & Gila, 1997). Suele producirse entre los
cinco y los siete años de edad, cuando aprendemos a generalizar a partir de
sucesos concretos y a dar sentido a lo que nos ocurre 5y, debido a esta
razón, conlleva la penosa pero difusa sentencia "No soy querido por lo que
soy y no hay esperanzas de que alguna vez lo seré". Esta dolorosa conclusión
hace inevitable la represión de la escena primal, manteniéndose el evento
desconectado de la experiencia del niño y sin experimentarse totalmente.
En este instante, el desarrollo vital se estanca o se ve distorsionado, lo que
se traduce en que la autenticidad del individuo en crecimiento es
desplazada, permaneciendo latente y sin realizarse (Winnicott, 1960a;
Janov, 1970; Miller, 1979/1994).
(6) Con el tiempo, nos identificamos de manera tan estrecha con el falso
self, que perdemos casi por completo la noción de que, en esencia, este falso
yo no es más que una estrategia de supervivencia que desarrollamos para
defender nuestra integridad psíquica y física frente a circunstancias que no
podíamos cambiar (Miller, 1979/1994; Bradshaw, 1990a; Krishnananda,
1998, 1999; Svarup & Premartha, 1999). El proceso neurótico se transforma
de modo permanente en una estructura neurótica de carácter que, en su
núcleo, alberga un conflicto irresuelto entre el self verdadero y el falso
self6 . Este último reprime al primero y transmuta las necesidades reales
del organismo en necesidades neuróticas, por lo que la gratificación puede
realizarse sólo simbólicamente. Evitamos así el dolor y el profundo miedo
que emanan de la herida primal, pero también imposibilitamos la satisfacción
real de lo que, en secreto, anhelamos. Todo el espectro de las conductas
neuróticas y disfuncionales comparten esta misma causa fundamental y
pueden ser consideradas como comportamientos simbólicos de defensa
contra sufrimiento psicobiológico excesivo.
Nos resta hacer dos últimos comentarios para completar este breve
esquema sintético de la teoría primal. En primer lugar, podemos asumir que,
al menos en los contextos socioculturales predominantes y hasta cierto
grado, la herida primal y el establecimiento de un falso self son hechos
prácticamente universales, con relativa independencia del grado de
preocupación que los padres puedan demostrar con sus hijos a lo largo del
proceso de crecimiento (Guntrip, 1971; Frantz, 1985; Rowan, 1988;
Bradshaw, 1990b; Solter, 1996; Krishnananda, 1998). Pero existen amplias
divergencias en cuanto a las características personales que debiera exhibir
un individuo que se ha desarrollado siguiendo un curso "sano" ideal.
Planteando la cuestión en términos de opuestos, de un lado están aquellos
que piensan que el ideal de salud es la completa ausencia de un falso yo y sus
estrategias defensivas (Janov, 1970) y, del otro lado, se encuentran
aquellos que consideran que en una persona saludable el verdadero self está
vivo pero protegido por el falso self, que consistiría en la actitud social
(Winnicott, 1960a; Guntrip, 1971). Entre ambos extremos, se ubican quienes
enfatizan la importancia y deseabilidad de un ser humano capaz de crecer,
autorrealizarse, sentir sin mayores interferencias y asumir la
responsabilidad sobre sí mismo y su vida en el presente, sin pronunciarse en
detalle sobre el destino del yo irreal (Broder, 1976; Khamsi, 1981; Rowan,
1988).
En segundo lugar, todo el proceso que hemos esbozado puede ser visualizado
como uno de los mecanismos más difundidos que transmite la neurosis de
generación en generación (Miller, 1979/1994; Covitz, 1990; Krishnananda,
1998). Desde un punto de vista sociopsicológico, podemos entender a los
padres como los agentes sociales más idóneos para traspasar los valores
culturales de la sociedad, particularmente los valores represivos, a las
generaciones jóvenes por medio de la socialización. Esta perspectiva merece
especial atención por parte de los profesionales de la salud que de una u
otra forma afectan las ideas que nuestras sociedades albergan acerca de la
educación y la crianza de los niños, ya que arroja interrogantes
significativas en torno a la función, el carácter y las consecuencias de las
prácticas educacionales vigentes dentro y fuera de las instituciones sociales
dedicadas a ellas.
Dando término a este recorrido por la teoría primal, pasaremos ahora a
describir y conocer más de cerca algunos de los diferentes acercamientos
psicoterapéuticos que han, a la vez, fundamentado sus aplicaciones a la
psicoterapia en esta teoría y contribuido a su desarrollo.
La terapia primal
Toda terapia, de alguna u otra forma, trata con las experiencias del niño que
alguna vez fuimos. Aún la terapia Gestalt, que está focalizada sobre la
vivencia del presente, se ocupa de los llamados "asuntos inconclusos", que a
menudo son ellos mismos de naturaleza primal, o bien revelan fuentes
primales. La diferencia entre los distintos enfoques terapéuticos estriba
más bien en la importancia que le conceden a las experiencias primales o en
la forma de abarcarlas, como sucede con el caso del psicoanálisis. Podemos
también distinguir entre la terapia primal misma y otros acercamientos a la
psicoterapia que, si bien no centran su trabajo en las experiencias que
atravesamos en nuestra infancia, las engloban de todos modos como parte
del material que tiende a emerger durante las sesiones. Entre éstos
podemos mencionar, por ejemplo, la terapia holotrópica creada por Stan
Grof (Grof, 1985, 2000) y las terapias corporales como la bioenergética
(Lowen, 1975).
Harley Ristad ha diferenciado, dentro de las terapias de orientación primal,
entre los enfoques directivos y los enfoques no-directivos (Ristad, 1977).
Mientras que desde la aproximación directiva los clientes son dirigidos hacia
los sentimientos primales que el terapeuta estima más relevantes y se
intenta traspasar las defensas de manera directa, el acercamiento no-
directivo acepta que cada persona tiene su propia forma de acceder al dolor
primal y, en ese sentido, hace uso de los elementos que surgen naturalmente
en el proceso terapéutico. El trabajo de Arthur Janov, que revisaremos a
continuación con algo de detalle por ser el fundamento de todas las
innovaciones posteriores, es un enfoque más bien directivo.
Aún cuando haya quienes piensan que lo único que Arthur Janov hizo, fue
volver a desenterrar el método catártico que Joseph Breuer y Sigmund
Freud describieron en sus Estudios sobre la histeria a fines del siglo XIX,
puede ser considerado el padre y pionero de la terapia primal que hoy en día
es practicada alrededor del mundo. Había ejercido durante muchos años la
psicoterapia psicoanalítica, cuando, casi por accidente, descubrió durante
una sesión la utilidad y el valor terapéutico de la catarsis emocional en
relación a los eventos traumáticos de la niñez. Ese hallazgo lo hizo dar la
espalda al psicoanálisis y dedicar su vida al desarrollo de la terapia y la
teoría primales.
Las críticas de las cuales ha sido objeto la terapia primal janoviana han sido
muy variadas. A mi parecer, dos de ellas han sido las más fundamentales.
Como era de esperar, la adhesión a un modelo médico que, por lo demás,
reconoce tan sólo una única afección, la neurosis, ha sido uno de los puntos
más débiles del modelo terapéutico de Janov. Los aspectos conflictivos del
empleo de nociones como "paciente" para calificar a quien acude a terapia o
el concepto de una "cura", imagen ingenua, simplista e idealista en el
contexto de una cultura neurótica y que además implica la engañosa promesa
de que es posible liberarse en definitiva del dolor primal, han sido señalados
en repetidas ocasiones (Weiner, 1975; Broder, 1976; Khamsi, 1981, 1988;
Rowan, 1988; Farrar, 1997). En segundo lugar, Janov ignora la relevancia de
los procesos transferenciales y contratransferenciales del trabajo
psicoterapéutico, llegando incluso a afirmar que los terapeutas entrenados
por él no están expuestos a reacciones de contratransferencia porque han
dejado de ser neuróticos. El uso de técnicas que involucran la relación del
cliente con el terapeuta sólo es admitido cuando contribuye a explorar el
dolor primal de la persona, y se considera que la relación terapéutica no es
un ingrediente esencial en el éxito de la "cura". La negligencia de la
importancia que el vínculo entre el terapeuta y su cliente tiene para el
progreso del proceso primal ha sido criticada de manera casi unánime
(Weiner, 1975; Broder, 1976; Khamsi, 1981, 1988; Rowan, 1988).
Integración primal
Desde el punto de vista técnico, el proceso Hoffman hace uso de las formas
más conocidas para facilitar la descarga emocional (golpear cojines, gritar,
etc.), del escribir autobiografías emocionales, del diálogo interno con
nuestros padres y de fantasías y visualizaciones guiadas. Estas últimas
herramientas incluyen alusiones explícitas a ciertos elementos
característicos de las experiencias transpersonales y, con ello,
oportunidades para experimentarlas en persona. El contacto con la Luz,
metáfora de nuestro origen espiritual, es considerado esencial para
permitir el abandono de nuestra programación conductual negativa y una
transformación duradera de la personalidad.
Descondicionamiento primal
Según Krishnananda, existe, aún más sumergido que nuestro verdadero self,
un núcleo interno de meditación que representa un estado transpersonal de
unidad con la Existencia y de desidentificación de la personalidad. El
trabajo que ha creado lleva a las personas desde la incursión en la capa de
extrema vulnerabilidad del yo real y los sentimientos primales, a través del
reconocimiento de las formas en que nuestra capa de protección o falso self
impide que nos mantengamos abiertos, hacia la sede del yo observador o
testigo. Sostiene que el descondicionamiento primal requiere de una
atmósfera muy particular de comprensión y aceptación, de compromiso, de
atención al cuerpo y las señales que nos manda y de confianza en nuestra
intuición. El juicio y la presión deberían estar ausentes. Sin esta atmósfera,
nos cerramos y evitamos la única manera que tenemos de sanarnos: sentir lo
que nos está ocurriendo y estar con ello, aún cuando o sobre todo cuando
sea doloroso y el miedo amenace con sobrepasarnos.
Por el contrario, la propuesta Twice born [Nacer por segunda vez] de los
terapeutas Svarup y Premartha es un proceso primal muy estructurado, con
un enfoque evolutivo similar al utilizado por John Bradshaw pero más
inclusivo (contempla el nacimiento, el período prenatal y la concepción). Está
compuesto por diez sesiones y los participantes reciben tareas para realizar
en el tiempo entre las sesiones por su propia cuenta. Lo anuncian como viaje
"de lo condicionado al ser", en el cual tomamos consciencia de nuestros
condicionamientos infantiles y recuperamos la conexión con el niño interno,
cuyas heridas debemos sanar y cuya individualidad debemos reclamar
(Svarup & Premartha, 1999).
Podría quedar la sensación de que, de todo lo dicho, no hay nada que sea
realmente novedoso. De alguna u otra manera, la teoría primal ha estado
siempre implícita en las concepciones generales y compartidas por las
diferentes vertientes de la psicología y la psicoterapia. A decir verdad, la
teoría y la terapia primales sólo han vuelto a recordarnos lo que incluso el
conocimiento popular ha sabido desde hace mucho. Lo que nos rodea nos
afecta, y más que nunca en nuestra niñez. Sin embargo, el lugar que le
otorgan a la infancia en cuanto determinante de la conducta adulta y las
prácticas que sus representantes han desarrollado para generar procesos
terapéuticos, son únicos.
Carl Jung creía que la aparición de la imagen del niño o, lo que es lo mismo, el
contacto con nuestras vivencias primales, presagia la transformación y la
renovación de nuestra personalidad. Aflora cuando hemos perdido la
conexión con nuestras raíces y anticipa, a la vez, la síntesis de los elementos
conscientes e inconscientes de nuestra psique. En Oriente y en el
Zaratustra de Friedrich Nietzsche, la misma imagen representa el
renacimiento del adulto a un estado superior de consciencia, lleno de vida y
éxtasis. Tomando esto en consideración, la terapia primal, un trabajo que
evoca al niño que aún nos habita, nos puede encaminar hacia la individuación
y la expansión de nuestro ser, hacia el proceso de convertirnos en el
individuo que estamos destinados a ser.
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Notas
1Resulta obvio que cabe considerar la teoría primal en relación a un momento histórico
determinado y a contextos socioculturales que presentan ciertas características
específicas. Modificaciones que se podrían introducir en las prácticas dominantes de
convivencia, crianza y educación, eventualmente, a través de varias generaciones, podrían
implicar cambios en las pautas prevalentes del desarrollo de las personas y, por
consiguiente, en la estructura de la teoría primal.
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2La codependencia es "un trastorno primario, progresivo, crónico, fatal y tratable causado
por el hecho de ser criado en un ambiente emocionalmente deshonesto y espiritualmente
hostil. [...] La codependencia se caracteriza por la dependencia de fuentes externas para la
autoestima y la definición de uno mismo. Esta dependencia externa, en combinación con
heridas emocionales de la infancia que no han sanado y que son reactivadas cada vez que un
´botón emocional´ es apretado, tiene como resultado que el codependiente vive
reaccionando y dando poder sobre su autoestima a fuentes externas a él mismo. [...] La
codependencia es un sistema defensivo que trabaja para continuar repitiendo nuestros
patrones de conducta con el fin de reforzar nuestra creencia de que no es seguro confiar,
ni en nosotros mismos ni en el proceso de la vida" (Burney, 1995).
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3Janov y sus colaboradores han buscado durante años una explicación biológica y fisiológica
para este tipo de memoria (Beaulieu, 1986/1988; Buchheimer, 1987; Janov, 2000). Esto se
ha traducido en el concepto de impronta, proceso mediante el cual los sucesos traumáticos
son estampados permanentemente en el sistema nervioso, generando cambios estructurales
y funcionales arraigados con la ayuda de las hormonas liberadas para manejar el trauma.
Ciertas conexiones sinápticas cambian, algunas neuronas se hacen más gruesas y aumentan
la cantidad de sus dendritos, formando patrones definidos de conducción bioeléctrica.
Ante situaciones similares al acontecimiento traumático original, estos patrones
establecidos de conducción se disparan y determinan nuestro comportamiento. Dice Janov:
"La memoria fetal existe, pero en términos de alteraciones neuroquímicas, no en términos
de escenas, imágenes o palabras" (Janov, 2000).
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4 Las investigaciones médicas indican que las microlesiones cerebrales y la hipoxia (falta de
oxígeno) durante el parto son mucho más frecuentes de lo que se suponía (Greenacre, 1953;
Janus, 1991). El psicoanalista Ludwig Janus y el psicólogo David Chamberlain piensan que el
nacimiento no sólo tiende a ser traumático debido a factores biológicos naturales, sino
también, en parte, debido a las limitaciones históricas contextuales de la medicina
(Chamberlain, 1989; Janus, 1991). Janus menciona la técnica del "nacimiento sin violencia"
del obstetra francés Frederick Leboyer como ejemplo de lo que la medicina misma puede
hacer para reducir el grado de la traumatización inevitable del niño que nace.
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5Aún así, Janov menciona la posibilidad de que la escena primal, en casos de traumas
severos, se ocasione en los primeros meses de vida, iniciándose el proceso neurótico, o bien
un proceso de carácter psicótico, alrededor de tales fechas (Janov, 1970).
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6Desde el punto de vista más propiamente psicopatológico, que no es aquel que aquí más nos
interesa, podemos afirmar que la gravedad del trastorno que una persona manifiesta está
en relación directa con la precocidad de la traumatización primal. Mientras más temprano
resulte ser el trauma primordial, más grave será el desorden posterior que produce (Balint,
1968; Kohut, 1977; Kernberg, 1977; Rowan, 1988). En este sentido, la teoría primal
considera que la psicosis consiste en un ahondamiento de la escisión neurótica y es una
mera extensión cuantitativa de la neurosis (Janov, 1970; Khamsi, 1981), mientras los
trastornos narcisista y limítrofe de la personalidad representan condiciones intermedias
entre la psicosis y la neurosis.
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7 El Primal Center en Venice, California, USA, es el único instituto con el cual Arthur Janov
se encuentra asociado y opera todavía con un modelo médico de la psicoterapia que define
la neurosis como enfermedad y al neurótico en tratamiento como paciente. El éxito
terapéutico es designado como cura.
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8El Dr. Michael Holden, que por muchos años fue el director del equipo médico a cargo de
investigar y evaluar los correlatos fisiológicos de la reacción y la terapia primales, comenta
en una de sus contribuciones que, después de tres años y medio de terapia primal, tiene "los
registros electroencefalográficos de un niño" (Holden, 1983).