Está en la página 1de 6

ESPIRITUALIDAD

¿Te has enfadado con Dios?


Luisa Restrepo | Dic 02, 2019

5 formas de enojarte con Dios y sincerarte con Él en la oración

M uchas veces nos enojamos con Dios y luego nos viene un terrible
sentimiento de culpa porque pensamos que no está bien, porque
pensamos que nuestra fe y nuestro amor son débiles.

Cuando nos pasa esto es importante pedir la ayuda del Espíritu Santo para que
nos enseñe a comprender que la oración es un clamor íntimo, un río que
brota de lo más profundo de nuestra interioridad y que no puede contenerse. 

Esto no significa que nuestro diálogo con Dios sea una cascada descontrolada


de emociones y sentimientos; pero sí quiere decir, que debe ser un cauce
natural por donde nuestro espíritu se encuentre con Él. Debe ser el encuentro
de dos hambres, de dos personas que se aman; y porque se aman difieren,
dialogan, discuten…

Por eso no tienes que sentirte mal si te molestas con Dios. Más bien toma
en cuenta estas 5 ideas para que sepas manejarlo y no se convierta en un
enojo que te aleje de tu Padre.

Antes de comenzar les advierto que las respuestas corresponden a la lógica de


un Padre que nos ama profundamente y que quiere que disfrutemos de su
amor, aunque muchas veces nosotros pensemos que no nos está amando.

1. Cuando parece que Dios no nos escucha y no nos


responde
© Fred de Noyelle / Godong

Ante esta afirmación, una clave: Dios siempre tiene los oídos atentos a
nuestras súplicas, los que muchas veces no tenemos idea si nos escuchó o no,
somos nosotros, y dudamos. Sí, dudamos, nos enojamos y nos quejamos de
que no nos escucha porque no nos responde nada…

Más de una vez me han preguntado: ¿cuando rezas cómo sabes que Dios te
escucha?, ¿cómo puedes escucharlo tú a Él?

Sinceramente me es muy difícil explicarlo y siempre digo lo mismo: si tu


oración es de criatura a creador es muy difícil escuchar algo; en cambio, si tu
oración es de hijo a Padre, seguro que escucharás.

Si eres su hijo, Dios para ti no es un agente externo, un gran y todopoderoso


personaje superior. Si eres hijo, Él es el sujeto agente de tu vida, el que mueve
tu existencia desde dentro, el que te recrea y te llama todos los días a la vida.

Cuando comprendemos que Cristo vive en nosotros y que a través nuestro se


dirige al Padre (como hijo), nuestra oración cambia.
Por eso, si te enojas porque Dios no te dice nada, enójate contigo mismo
porque te estás olvidando de quién es tu Padre y cómo dirigirte a Él.

2. Cuando no queremos hacer lo que Él nos pide

© shutterstock - Tianika

No es que no escuchemos a Dios, es que no queremos escuchar a


Dios. Lastimosamente tenemos sordera selectiva. Cuando Él nos pide cosas
maravillosas y bonitas, somos todo oídos; pero, cuando la cosa se pone difícil,
de pronto no escuchamos bien y nos enojamos porque no nos gusta lo que
tiene para decirnos.

Admito que la mayoría de veces es difícil seguir al Señor cuando las cosas que
nos pide tienen que ver con la Cruz. Nosotros, como los apóstoles, nos
llenamos de miedo ante el sufrimiento y la muerte, pero todo se entiende
si miramos la Cruz desde el amor.

Si Jesús es el sujeto agente de mi vida, también lo será de mi oración. Se trata


de, poco a poco, permitir que el Espíritu Santo nos una a Cristo y así, en la
oración, experimentando lo que experimenta Cristo, poderlo amar más y
llegar a pensar y sentir como Él.

De esta forma no habrá un espacio tan abismal entre nuestra propia


humanidad débil y nuestro deseo de querer estar con Él en la Cruz.
Por eso, desde la lógica del amor, si me voy haciendo uno con Él, las cruces
serán cada vez menos pesadas.

3. Cuando nuestra vida es un desierto

Marjan Apostolovic - Shutterstock

Frente a la prueba es muy fácil pensar que Dios nos ha abandonado. Y es


que puede suceder que nos permita pasar un desierto de dolor, de dudas y de
sequedad para purificar nuestro amor y nuestra fe.

Santa Teresita, al final de su vida tuvo una prueba interior de fe y de


esperanza; días muy duros en los que no le era fácil creer, pero ella dijo que
jamás había hecho tantos actos de fe durante su vida.

Cuando vivimos tiempos difíciles, estamos obligados a hacer actos de fe, a


permitirnos creer sin ver:

“Señor tú no me das las respuestas que yo quisiera, pero yo quiero creer en


ti“. 

Es en los momentos de sequedad donde nuestra fe se hace más profunda,


donde la fe se convierte en una decisión que implica toda mi libertad y
toda mi confianza.

En definitiva, yo siempre elijo lo que quiero creer, yo soy el que decido creer.
4. Cuando no queremos rezar porque eso nos enfrenta
con nuestras propias oscuridades

Andrei Kobylko | Shutterstock

A veces rezar es doloroso, nos enfrenta con nuestros temores, nuestras


angustias, nuestras miserias, nuestras faltas… y esto a nadie le gusta… pero,
aunque parezca paradójico, nos llena de paz depositar nuestra pequeñez
ante Jesús. Es ahí donde podemos ser sanados, es ahí donde podemos ser
salvados. 

Los seres humanos estamos acostumbrados a vivir de apariencias, tenemos la


sensación de que todo lo podemos y que mostrarnos necesitados es signo de
debilidad; pero Dios nos va convenciendo, poco a poco, con los
acontecimientos de nuestra vida, de que no somos nada.

Él permite en nuestra vida callejones sin salida para que, enfrentándonos a


ellos, nos demos cuenta de que tenemos que ser constantemente creados
desde la nada.

La humildad nos pone en la paz de decir que no soy ni lo que los demás
piensan de mí, ni lo que yo pienso; sino lo que Dios piensa.

La oración es una hermosa invitación a reconciliarnos con nuestra


humanidad para dejarnos amar y santificar. Como dice santa Teresita: “lo que
agrada a Dios de mi pequeña alma, es que ame, mi pequeñez y mi pobreza“.

En tu oración permítete decirle constantemente al Señor: “el que amas


está enfermo”, y Él te dirá: “camina en la fe y la esperanza de que serás
curado“.

5. Cuando estamos molestos con Él pues no entendemos


por qué pasan las cosas

© SHUTTERSTOCK / LENETSTAN

A veces la rebeldía ante Dios obstaculiza nuestra relación con Él. Hay
momentos en los que decimos con el profeta Jeremías: “Me han decepcionado y
han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jer
2,13). O le decimos: “Señor, me he comprometido por ti y me has dejado sin
nada”.

Son momentos duros en que hemos perdido el entusiasmo y no tenemos


consolación. En estas ocasiones es bueno hacer dos cosas: abrirle nuestro
corazón, así como está, expresarle todas nuestras dudas, y pedirle al Espíritu
Santo que nos dé la gracia de respondernos: ¿Cuál es el desafío que me está
siendo dirigido? ¿Cuál es el acto de fe que estoy llamado a realizar? ¿Cuál
conversión en el amor? 

Cuando Dios nos da la gracia de entender eso, la prueba toma sentido. Así, a
pesar del contexto negativo que vivo, tengo la libertad que nadie me puede
quitar, la libertad de elegir sacar un bien del mal que se me presenta.

A veces se tiene la impresión que todo está perdido, de que el mal no va a


desaparecer nunca, pero siempre hay un bien posible. ¿Cuál es el bien que
Dios quiere que yo haga?

No nos busquemos tanto a nosotros mismos en la oración, dejémonos


purificar por Dios, Él quiere que aprendamos a rezar de forma realista, a
tener paciencia y a esperar en Él.

Tratemos de liberar nuestro corazón de falsas expectativas de las personas, de


la realidad, de nosotros mismos, de nuestras comunidades… somos libres
cuando aceptamos nuestra propia miseria, cuando aceptamos a los demás con
sus límites así me hayan decepcionado.

Solo así Dios nos dará la luz en nuestra oración, quizá no una luz inmensa y
permanente, sino la luz que necesitamos para cada día.

Tags: DIOS IRA ORACION PREGUNTAS SUFRIMIENTO

También podría gustarte