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Agricultura, malezas, herbicidas, salud y medio ambiente

enero 6, 2018 Cultivos extensivos, Investigacion, Malezas 9,480 Vistas


Por: Eduardo S. Leguizamón
Ex investigador INTA; Ex Profesor Facultad de Ciencias Agrarias UNR; Ex investigador
CONICET
Tel. 0341-4266533. E-mail: esleguizamon1946@gmail.com

Introducción
Los efectos de las malezas en la producción de los cultivos son reconocidos ancestralmente,
desde tiempos bíblicos e influyen en muchas decisiones del sector agrícola, ya sea directa o
indirectamente[1]. Si no se controlan, pueden reducir la producción mundial de alimentos entre
20 y 40%.Durante siglos y hasta décadas recientes, las malezas sólo pudieron ser eliminadas
manualmente y una gran parte de la población se empleaba en el campo con ese propósito. A
mediados de siglo XVIII, en una agricultura aún poco tecnificada, el trabajo de cuatro
trabajadores agrícolas alimentaba a cinco personas. Ya en 1930, con el inicio de la primera
revolución verde, un trabajador agrícola podía alimentar a 10 personas. En la actualidad, los
elevados niveles de productvidad son fruto del trabajo de tan sólo el 2% de la población. Y
junto a los extraordinarios aportes de la genética, la biotecnología y la ecofisiología, los
herbicidas han contribuido en gran medida a reducir el requerimiento de mano de obra de la
agricultura. Más del 90% del área cultivada en los EE.UU., Europa, Japón y Australia (entre
otros países), se trata con herbicidas. Se calcula que sólo en EE.UU, el uso de herbicidas en
los cultivos de trigo, maíz y soja, reemplaza a 7,2 millones de trabajadores. La investigación y
el desarrollo tecnológico que supuso el descubrimiento y síntesis de plaguicidas a partir de la
década de 1940, comprende en la actualidad un mercado cercano a los 70.000 millones de U$
(2/3, herbicidas).
El Manejo Integrado
La masiva utilización de plaguicidas para el
control de las plagas de la agricultura, tuvo
éxitos iniciales contundentes. Sin embargo, en
pocos años surgieron efectos “colaterales”
(intoxicaciones, selección de resistencia e
impactos ambientales, entre otros) y que
impulsaron el nacimiento de un enfoque con
fuerte contenido teórico, tendiente a su
utilización más racional: el “manejo integrado de
plagas, MIP[2]. El enfoque de MIP
paulatinamente se amplió a las restantes
“adversidades”. A pesar de haber transcurrido
50 años desde la introducción del concepto de
MIP, aún hoy varios factores impiden su adopción masiva. En primer lugar porque la estrategia
de MIP requiere de un grado de desarrollo de conocimientos muy elevado y en segundo
término, porque tanto tecnólogos como agricultores son esencialmente “conservadores por
naturaleza e innovadores por necesidad” y frecuentemente no están preparados para enfrentar
el riesgo que significa la aplicación del MIP: en la mayoría de las situaciones, el paradigma del
MIP se lo percibe enfrentado al paradigma del beneficio económico, cuando deberían transitar
el mismo camino.
Las restricciones comentadas para el MIP, aplican en mayor medida para el caso del “Manejo
Integrado de Malezas” (MIM), en primera instancia, porque el aporte de la teoría ecológica al
manejo de las poblaciones de las diversas especies que componen la flora espontánea de un
cultivo, no ha provisto aún de suficiente conocimiento aplicado; en segundo término porque los
riesgos de pérdidas de rendimiento (por competencia, trastornos de cosecha, etc.) pueden
llegar a ser mas elevados que los que pueden ocasionar la mayoría de otras adversidades; en
tercer lugar, porque las plantas, a diferencia de las otras adversidades dejan descendencia
persistente conformando un “banco de semillas” en el suelo que garantiza las infestaciones
futuras; y en cuarto término, porque durante las tres últimas décadas el “manejo de malezas”
se limitó casi exclusivamente a la táctica química, es decir el uso de herbicidas,
relegándose[3] otras tácticas de manejo, algunas utilizadas desde los albores de la agricultura.

El caso paradigmático de una visión muy limitada de “manejo de malezas” es el del ubicuo
glifosato y su contrapartes, los cultivos genéticamente modificados para resistir a este herbicida
(RR). El glifosato es un excelente herbicida, no selectivo y sistémico y con un espectro de
control muy amplio. Desarrollado a principios de la década de 1970, su uso ha crecido
exponencialmente en estos últimos 35 años, tanto en Argentina como en muchos otros del
mundo, contribuyendo al perfeccionamiento y difusión masiva de la tecnología de “siembra
directa” en varios países, liderados por la Argentina[4]. Este resonante éxito instaló la pueril
convicción que el problema de manejo de malezas (que era precisamente una de las
principales restricciones a la adopción de la siembra directa) se limitaba a la buena aplicación
de este herbicida, a veces combinado con un puñado de otros principios activos.
Las consecuencias de la aplicación sistemática de una fórmula extremadamente simplificada
(siembra directa + glifosato + soja RR) sobre una flora espontánea muy resiliente, modelada
por una presión de selección de 11.000 años, no tardaron en surgir: en primera instancia,
ocurrió una selección de especies adaptadas a la ausencia de labranza y más tarde y
paulatinamente, la de especies “tolerantes”. En último grado, se seleccionaron biotipos
resistentes al herbicida. Estos cambios, fueron estudiados en Australia, EE.UU y Argentina,
entre otros países. Las consecuencias negativas de una sistemática aplicación de fórmulas de
manejo ultrasimplificadas son muy evidentes no sólo en el plano biológico, sino en el
económico-financiero: los costos de producción de soja en la Argentina han aumentado en los
últimos años entre 121 y 180 U$ /ha, dependiendo de las regiones. Derivan de la necesidad de
aumentar las dosis de glifosato para controlar el aumento de frecuencia de especies menos
sensibles o “tolerantes” y/o de la pulverización de otros herbicidas más costosos en las
especies que exhiben resistencia. Conviene señalar que en muchos casos la selección de
resistencia al glifosato muestra inquietantes mecanismos, no asociados al sitio de acción (Non
Target Site of Action= NTS) que son más difíciles de estudiar, predecir y manejar.
La ausencia de un manejo racional de malezas, exclusivamente basada en el uso continuo de
herbicidas, tiene expresiones evidentes en todo el mundo: ya se han registrado unas 500
especies que exhiben resistencia a uno o más modos de acción, siendo Lolium rigidum el caso
paradigmático en Australia, que resiste 9 Modos diferentes. Los efectos de la utilización masiva
del glifosato y de otros herbicidas en las últimas
décadas, no invalidan el hecho que los mismos
continúan siendo herramientas muy eficaces para
enfrentar los desafíos que imponen las malezas a la
agricultura[5]. Lo inadmisible y en vista de lo ocurrido,
es que no es posible que se continúe utilizando en
forma tan displiscente a la formidable herramienta
tecnológica que significan los herbicidas, que permiten
un control selectivo y eficaz de malezas en barbechos y
en cultivos que natural o por modificaciones genéticas
los resisten y que son fruto de un proceso de
investigación científica y tecnológica que requiere de
muchos años y de ingentes recursos financieros.
Porque debe preservarse su capacidad para continuar funcionando para el propósito para el
cual fueron creados y porque además su utilización no tiene solamente consecuencias
agronómicas, sino también económicas, ambientales y en la salud, tanto productores
agropecuarios como gestores y asesores deben asumir una posición mucho más responsable y
proactiva…o es que veremos próximamente fitotoxicidad producida por la deriva de herbicidas
hormonales pulverizados en cultivares transgénicos con tolerancia / resistencia a 2,4-D y
Dicamba?.
Los plaguicidas y la salud
Los debates relacionados con los riesgos que plantean el uso de plaguicidas son una clara
manifestación que la sociedad tiene cada vez más preocupación por sus efectos en la salud, en
la calidad de los alimentos y en el ambiente. Asistimos por una parte a una oferta de
información gigantesca, a veces errónea o sesgada y por el otro, a una ausencia y/o falta de
control y desapego a normas y regulaciones, muchas de ellas probablemente desactualizadas,
otras pobremente diseñadas. En los párrafos siguientes se intenta brindar precisiones, fuentes
de información y conocimientos recientes sobre esta temática.

Los plaguicidas son peligrosos. La exposición a los plaguicidas puede ocurrir en


quienes trabajan en el campo, en invernaderos, en la industria, el almacenaje y en su
comercialización y también en quienes controlan plagas hogareñas. Son los operarios que
mezclan, cargan, transportan y aplican plaguicidas quienes se considera que tienen la mayor
probabilidad de exposición debido a la naturaleza de su trabajo y por lo tanto tienen el mayor
riesgo de sufrir intoxicaciones agudas. En algunas situaciones, la exposición a plaguicidas
puede ocurrir por derrames accidentales, fugas, o equipos de pulverización defectuosos. La
exposición aumenta cuando se ignora o se hace caso omiso de las instrucciones sobre cómo
usar y manipularlos, particularmente cuando no se implementan las pautas básicas de
seguridad en el uso de equipo de protección personal y se omiten prácticas tan sencillas pero
fundamentales, como lavarse las manos después de su uso y/o antes de comer. El uso
adecuado y mantenimiento de la ropa y equipamiento de protección, también son muy
importantes para evitar exposición a los plaguicidas. Y también influye la frecuencia y
duración de la manipulación y uso de los plaguicidas, tanto desde una perspectiva estacional
como anual.
Los productos químicos adyuvantes utilizados en las formulaciones de plaguicidas para
aumentar su eficacia biológica, pueden por sí mismos ser tóxicos. Y las condiciones climáticas
en el momento de la aplicación, pueden afectar la volatilidad o deriva del producto. La cantidad
de plaguicida que se pierde del área objetivo y la distancia que mueve al plaguicida fuera del
area pulverizada (deriva) aumenta a medida que la velocidad del viento aumenta, la humedad
relativa desciende y la temperatura se incrementa, interaccionando además con el tipo de
formulación y las características del pulverizado (fundamentalmente el tamaño de las gotas).
Los fundamentos técnicos relacionados con la deriva y la exposición no suelen constituir el
centro de los fuertes debates y decisiones que han definido “zonas de exclusión” a las
pulverizaciones en áreas periurbanas: urge en este caso la construcción de normas basadas
en el conocimiento ya aplicadas en muchos países: no hay nada que inventar.
El mal manejo y/o la falta de cumplimiento de las instrucciones contenidas en los marbetes, son
fuentes frecuentes de exposición e intoxicación.
Los estudios toxicológicos realizados con diversos animales de laboratorio siguiendo protocolos
estrictos pueden demostrar la existencia de vínculos claros entre un plaguicida y sus efectos
sobre la salud. Sin embargo, la evaluación de riesgos de los plaguicidas en la salud no es un
proceso fácil ni particularmente preciso, debido fundamentalmente a diferencias en los
períodos y niveles de exposición, al tipo y toxicidad del plaguicida, a las mezclas utilizadas en
el campo y a las características geográficas y
meteorológicas de las zonas agrícolas en donde se los
aplican. En los últimos años esta temática ha adquirido
singular relevancia y ha desatado grandes controversias,
especialmente en relación con el glifosato[6]. Para
aportar precisiones, se ha iniciado recientemente un
proyecto a tres años de gran envergadura en el prestigioso
Instituto Ramazzini (Bolonia), una entidad sin fines de lucro
independiente de organismos gubernamentales y de
empresas. Se estudiarán los posibles efectos del glifosato
en la reproducción y como agente neurotóxico y
carcinogenético.
El registro de plaguicidas y su toxicidad
El registro de plaguicidas es un proceso legal, administrativo y científico, en el que se evalúa
una amplia variedad de efectos asociados con su uso y el efecto potencial sobre la salud y el
medio ambiente. Es un paso importante en la gestión de plaguicidas y garantiza que el interés
de los usuarios finales y el medio ambiente están bien protegidos. Conviene puntualizar que
el proceso de registro se limita a la suposición de que los plaguicidas sólo se utilizan para la
función prevista y que dicho uso no promueve efectos no razonables ni en la salud humana ni
en el medio ambiente. En la UE y con formatos parecidos en el país, antes y durante el registro
de un plaguicida ocurren las siguientes etapas: 1) Investigación y desarrollo realizado por el
fabricante un proceso que toma varios años, tanto para el principio activo como para sus
formulaciones; 2) Presentación de un informe con datos; 3) Revisión de datos por la autoridad
de registro; 4) Decisión sobre la base de los informes presentados. La autoridad puede
autorizar o denegar el registro.

Todas las etapas del proceso son transparentes, utilizándose documentos y estudios científicos
publicados. Los criterios de evaluación son crecientemente estrictos y es por ello que los
plaguicidas más “viejos” están siendo revisados de manera que cumplan los estándares
científicos y regulatorios actuales. El proceso de re-registro, considera los efectos de pesticidas
sobre la salud humana y ecológica en la actualidad y genera recomendaciones tendientes a
reducir los riesgos. Si la evaluación del riesgo, indica una alta probabilidad de peligro por ej. a
la fauna silvestre o fitotoxicidad para plantas no objetivo, se solicitan pruebas experimentales
y/o datos adicionales, agregándose restricciones de uso y aplicación que eventualmente
pueden conducir a prohibición de uso. Desde 1993, en Europa se han prohibido 704
sustancias activas (26% insecticidas, 23% herbicidas y 17% fungicidas). En EE. UU, la Agencia
de Protección ambiental (EPA) ha tomado recientemente varias decisiones de re-registro de
varios plaguicidas, además de reevaluar las tolerancias, lo cual ha mejorado sensiblemente la
seguridad alimentaria. En el caso del glifosato, si bien la UE ha extendido recientemente el
permiso de utilización en 5 años en áreas agrícolas, su uso en áreas urbanas, amenities,
parques y plazas, escuelas y otros sitios utilizados por niños y público en general, está
prohibido en Francia, Inglaterra y otros países.
En Europa, la solicitud de autorización de comercialización debe contener la siguiente
información relacionada con la toxicidad: a) toxicidad aguda, b) toxicidad sub-crónica o
subaguda, c) toxicidad crónica, d) carcinogenicidad, e) genotoxicidad, f) teratogenicidad, g)
irritación. En el caso de la EPA la información requerida debe incluir: a) toxicidad aguda, b)
irritación ocular, c) irritación de la piel, d) sensibilización de la piel, e) neurotoxicidad, f)
toxicidad subcrónica, g) toxicidad crónica, h) desarrollo y reproductivas, i) mutagenicidad, j)
alteración hormonal. El dato más utilizado para caracterizar la toxicidad de un plaguicida es la
LD50, que refiere a la toxicidad aguda. Tanto en Europa como en la mayoría de los países, se
utiliza el sistema de Clasificación de Productos químicos de la OMS (= Organización Mundial
de la Salud, Naciones Unidas), que propone cinco categorías (Ia, Ib, II, III y IV, asociadas a un
rango de LD50 < 5 y > 5000 mg/kg de peso). También interesan los efectos de largo plazo
(toxicidad crónica) y su contraparte, el Nivel de Efecto Adverso No Observado (= NOAEL) que
se utiliza para calcular la ingesta diaria aceptable (IDA) para humanos. La IDA está definida
como la cantidad de producto químico que puede ser consumido todos los días durante toda la
vida sin que se produzca ningún daño, al que se le aplica un factor de seguridad, con el
propósito de superar diferencias de resultados entre experimentos, atribuibles al uso de
diferentes tipos de animales de experimentación y/o a la variabilidad interindividual. La Agencia
Alimentaria Europea (EFSA) ha establecido recientemente nuevos límites para glifosato, con un
factor de seguridad de 100 x.
Cabe señalar que la toxicidad es una propiedad de la substancia y el riesgo está relacionado
con el uso de esa sustancia. El riesgo refiere a la probabilidad y magnitud de efectos adversos
que el uso de una substancia puede ocasionar y depende no sólo de la toxicidad intrínseca de
la sustancia, sino también de los patrones y condiciones de utilización de la misma.
Por otra parte, es el enfoque epidemiológico, que está aplicándose en años recientes, el que
permite evaluar con mayor certeza y amplitud los efectos de pesticidas y sus riesgos, ya que
los estudios se realizan sistemáticamente a través del tiempo en “cohortes” o grupos etarios de
personas expuestas durante varios años a actividades relacionadas con el uso de plaguicidas
en la agricultura (por ej. operarios de pulverizadoras).
Determinación del impacto ambiental y de riesgos sobre la salud: dos índices
Nos referimos seguidamente a dos métodos que permiten calcular los riesgos de los
plaguicidas, el Cociente de Impacto Ambiental “, EIQ y el “Cociente de riesgo”. El “EIQ (=
Environmental Index Quotient) incluye cálculos de riesgos para el agricultor, para el consumidor
y para el ecosistema[7], que están tabulados. Es un índice adimensional, pero cuanto mayor es
su valor, más “perjudicial” es el principio activo, alcanzando valores de 8 a 47.96. Por ejemplo,
para glifosato es 15.33, para imazetapyr 19.57, para trifluralina 18.83 y para atrazina 22.85.
Para analizar la “Carga ambiental”, el valor del EIQ del principio activo se multiplica por la
cantidad o dosis utilizada por hectárea, lo cual permite comparar la “Carga” de distintas
estrategias, ya sea durante el ciclo de diferentes cultivos o a lo largo de varias
secuencias.[8]Datos de la evolución de uso de herbicidas en soja en EE.UU revelan que como
consecuencia de la introducción de cultivares RR, durante el periodo 1996-2005, la carga
ambiental fue sólo el 29% del promedio de los años anteriores a 1996, porque los herbicidas
utilizados en cultivares de soja no RR (trifluralina, imazetapyr, metribuzin, difeniléteres, etc.)
poseen en general un EIQ más elevado, generando una Carga ambiental más alta. Similar
panorama se observa en Argentina, ya que a partir de 2006 (como consecuencia de la
creciente selección de malezas tolerantes y luego resistentes) tanto EIQ como Carga ambiental
vuelven a aumentar, debido al mayor uso de glifosato y/o al reeemplazo de éste por otros
herbicidas eficaces. En nuestro país, la cantidad de ingrediente activo utilizados en cultivos de
soja RR en 2011 respecto de 2010 aumentó de 2.68 a 3.02 kg / ha y el EIQ se elevó de 41.38 a
47.
El Cociente de Riesgo (= Risk Quotient) es una novedosa aproximación (Kniss, 2017),
que permite comparar la toxicidad relativa de plaguicidas a lo largo del tiempo: utiliza la
toxicidad aguda y la crónica como indicador de su peligrosidad y la cantidad aplicada
como estimador de la exposición. Se cuestiona la cuatificacion del impacto de los plaguicidas
en base a la cantidad utilizada, porque cada uno de ellos tiene diferentes dosis de uso y
perfiles de toxicidad / bioactividad disímiles; “el sólo dato de “peso” de plaguicida aplicado
conduce a conclusiones dudosas y/o engañosas, para nada indicativas del riesgo de
aplicadores y/o el medio ambiente”[9],[10] En segundo término se calcula la toxicidad relativa
de cada uno de ellos (Riesgo de Toxicidad aguda =(HQa) y riesgo de toxicidad crónica
(=HQc).[11]. En el periodo de 25 años hay una tendencia constante y lineal de aumento
significativo del número de tratamientos área x herbicida en todos los cultivos, excepto en soja,
donde hubo una disminución sostenida entre 1994 y 2005 y luego un marcado aumento entre
2005 y 2015, tal y cual lo expuesto en párrafos precedentes para EE.UU y Argentina (Fig. 1).
Otro hecho significativo es que la toxicidad aguda y la crónica variaron ampliamente entre los
118 principios activos, pero no hubo correlación estadísticamente significativa entre ellos.
Respecto del riesgo, los resultados indican que el cociente de riesgo crónico aumentó 7% en el
maíz, atrazina explicó gran proporción del mismo durante la década de 1990 y sólo dos
herbicidas (atrazina y mesotrione) fueron responsables del 88% del cociente de riesgo crónico
en 2014.

La toxicidad disminuyó 88% en maíz, en gran medida por la eliminación gradual de alaclor y
cianazina. En soja, la toxicidad crónica y aguda de los herbicidas utilizados entre 1990 y 2015
disminuyó 78% y 68%, respectivamente; en gran medida debido a la reducción en el uso de
linurón y de alaclor, respectivamente (Figuras 2 y 3). En 2015, el paraquat fue responsable del
25% del cociente de riesgo agudo en soja. En 2005, pico de uso de glifosato en soja (76% de
todos los tratamientos/área) este herbicida supuso sólo 10 % de la toxicidad aguda, pero el
75% de la toxicidad crónica. En 2015 glifosato supuso 26% y 43% del area x tratamiento de
maíz y soja, respectivamente.
Plaguicidas y ambiente
Los plaguicidas pueden ocasionar efectos adversos en el medio ambiente. Su uso inapropiado
está relacionado con: 1) efectos adversos en organismos no objetivo (reducción de
poblaciones de especies benéficas), 2) contaminación del agua por plaguicidas móviles o por
deriva, 3) daños en plantas no objetivo por deriva, 4) daños en cultivos siguientes en la rotación
por persistencia / residualidad, 5) daños a cultivos debido a dosis inapropiadas, momento de
aplicación incorrecto o condiciones ambientales desfavorables durante y/o después de la
aplicación. Los efectos adversos de los plaguicidas en el medio ambiente dependen de
interacciones entre sus propiedades fisicoquímicas (presión de vapor, estabilidad, solubilidad,
pKa), su adsorción a los coloides (Kd) y las características y propiedades del suelo (pH,
componentes orgánicos), la humedad disponible, la microflora y la fauna, las especies
vegetales presentes y las variables del clima, especialmente precipitación y temperatura. Todos
estos factores afectan el “destino” del plaguicida en el medio ambiente y por consiguiente, la
actividad, la selectividad y los efectos adversos que puede causar. Dada la gran magnitud de
variación entre sitios y años, los resultados de cualquier estudio de campo son sólo válidos
para una localización y una estación en particular. El “destino” de un plaguicida se puede
estudiar en base a su “Concentración ambiental prevista” (PEC, en Europa) o su
“Concentración ambiental estimada” (EEC en EE.UU.) para distintos “compartimentos” (suelo,
agua, sedimentos y aire). En la UE también se aplica un modelo normalizado, desarrollado en
Holanda (EUSES- Knecht, J.de, 2017) para todas las substancias que tienen como destino el
ambiente. En la Argentina, a nivel local o regional, se han aplicado diferentes modelos (GUS,
IPEST, Indice Relativo de Pesticidas, etc.), que permiten alertar sobre las consecuencias
ambientales del uso de los plaguicidas en la agricultura.
Epílogo
En la mayoría de los ecosistemas, el incremento exponencial de la producción agrícola ha
ocurrido en detrimento del medio ambiente, esencialmente caracterizado por disminución de la
biodiversidad, del almacenamiento de carbono y de la fertilidad del suelo, entre otros. De
hecho, la agricultura mundial ya ha convertido el 70% de los pastizales, el 50% de las sabanas,
el 45% del bosque caducifolio y el 27% del bioma del bosque tropical. El desafío mundial que
implica el logro de seguridad alimentaria en un marco de sostenibilidad ambiental, requiere de
los sistemas agrícolas una profunda transformación: hacia el 2050, el suministro de alimentos
debe duplicarse[12], sin ulteriores aumentos en el area cultivada, ya en el máximo. Esta meta
debe alcanzarse en el marco de una reducción de emisiones de gases de efecto invernadero,
de mantenimiento de la biodiversidad y de una reducción tanto del consumo de agua dulce
como de la contaminación de suelos y aguas. Es sin duda alguna, un desafío formidable que
requiere de enfoques revolucionarios. Como primera aproximación, el diseño de soluciones no
debiera basarse en paradigmas fundamentalistas y excluyentes o antinómicos[13] (agricultura
convencional / biotecnología / agricultura orgánica), sino integrando a todos ellos. Los sistemas
agrícolas del futuro, sucesivamente mejorados gracias al aporte de ciencias básicas y
aplicadas en todo el rango de niveles de organización (del genoma al ecosistema) también
deben entregar más valor humano con el menor daño ambiental posible. Un modelo inicial a
seguir, es el de la UE (“Estrategia Temática sobre el Uso Sostenible de Plaguicidas”) y que
impulsa líneas de investigación en sistemas de manejo de cultivos que permitan minimizar los
efectos de una agricultura basada exclusivamente en el uso de plaguicidas, en el marco de una
“Gestión Integrada de Cultivos” = ICM. En Argentina y otros países las denominadas “Buenas
Prácticas Agrícolas”, BPA constituyen un umbral mínimo y hace falta mucho más, aunque son
sin duda un buen comienzo.
[1] Antes de la disponibilidad de herbicidas eficaces para el control de sorgo de alepo y
gramón, el valor de los campos en el area pampeana era significativamente menor si estaban
invadidos por estas especies. La necesidad de realizar controles mecánicos durante el verano
(única táctica disponible) significaba serias restricciones para la planificación de la secuencia
de cultivos, además de causar serios deterioros de los suelos.
[2] MIP, según Kogan, es un sistema de apoyo a la toma de decisiones para la selección de
tácticas –individuales o múltiples- para el control de plagas, que se coordinan armoniosamente
en una estrategia de manejo que en último grado tiene en cuenta el análisis de costo/beneficio
y que además considera los intereses y los impactos entre productores, sociedad y ambiente.
[3] Al menos en la región pampeana ampliada de la Argentina, en cultivos extensivos.
[4] La aparición del glifosato para su uso en una primera etapa durante los barbechos y la
presiembra de soja hacia finales de la década de 1970 fue el precedente de la expansión
exponencial de este cultivo. A partir de la aprobación de cultivares RR en 1996, en sólo 8 años
la soja genéticamente modificada (RR) representaba prácticamente el 100% de la superficie
cultivada, que además se había ampliado considerablemente; una tasa de adopción de una
magnitud que no tiene precedentes.
[5] “Ya sea que uno los quiera o los deplore, no pueden ser ignorados” (Zimdahl)
[6] La reciente resolución de la UE extendiendo el permiso de uso a glifosato por 5 años luego
de un periodo caracterizado por presiones, referencias a cientos de estudios y opiniones muy
intensas, no debe dejar de significar un alerta para los productores de la Argentina, porque este
nuevo periodo estará caracterizado por el aumento de las regulaciones y restricciones de uso y
controles precisos e intensos de los niveles de residuos en los granos que ingresan al
continente.
[7] Kniss y Coburn (2015) cuestionan la fiabilidad del EIQ para el caso de los herbicidas,
argumentando que en algunos parámetros los valores asignados no se basan en ningun dato
cuantitativo, produciendo estimaciones erróneas.
[8] También pueden sumarse insecticidas y fungicidas, calculándose así la carga ambiental
total
(https://geneva.cals.cornell.edu/ipm/EIQCalc/index.php?cat=)
[9] La Academia Nacional de Ciencias de EE.UU desalienta estudios que comparen el volumen
o peso de herbicidas utilizados.
[10] Este criterio puede ser ilustrado con la resolución de los gobiernos de los países de Suecia
y Dinamarca en la década del 1990, consistente en una reducción obligatoria del 50 % del
volumen de plaguicidas.
[11] Utilizando la base datos de principios activos (USDA-NASS), se calcularon los tratamientos
de área/herbicida (definidos como el número de veces que se aplicó un herbicida a un
determinado lote) para cada cultivo y dos índices: a) Indice de Toxicidad Relativa Aguda (HQa)
que resulta de dividir la sumatoria de i.a aplicado para cada principio activo (mg) por su
toxicidad aguda (DL50 – mg/kg) y b) Indice de Toxicidad Relativa Crónica (HQc) que utiliza el
mismo numerador, pero lo divide por la NOAEL (mg/kg/dia).
[12] Y además cada persona ha aumentado el 10% su consumo debido a modificaciones en la
dieta.
[13] En la mayoría de los sistemas de producción aún no utiliza la excepcional base de
conocimientos que provee la ecología de poblaciones vegetales, una disciplina limitadamente
abordada en los programas de estudios agronómicos y brillantemente compendiada por
J.Harper hace más de 40 años. “Agroecologistas” y “Productivistas” tienen en muchos más
puntos en común que divergentes. Si los primeros aceptasen los extraordinarios aportes del
positivismo al progreso de las ciencias agrícolas y los segundos aplicaran en mayor medida los
principios de la ecología de poblaciones en los complejos sistemas de producción, aportarían
significativamente al diseño de nuevos sistemas, que claramente requieren de un insumo
alejado de modelos simples y reduccionistas: el conocimiento.
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