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Javier Ocampo López

La independencia
de Colombia

Colección

Bicentenarios de América Latina

Bogotá, D. C., 2009


1a Edición, Octubre de 2009
Bogotá, Colombia.

Edición

© Fundación para la Investigación y la Cultura


Cali · Bucaramanga · Bogotá
Correo: fundafica@gmail.com
www.cronicon.net/fica/index.html

Centro Estratégico de Pensamiento Alternativo


www.revistacepa.org
Correo: revistacepa@yahoo.es

Colección Bicentenarios de América Latina

Director
Gerardo Rivas Moreno

Dirección Científica
Javier Ocampo López,
Otto Morales Benítez
Enrique Santos Molano
Edgar Bastidas
Olimpo Morales Benítez

Edición conmemorativa del grito de independencia


de la Nueva Granada julio 20 de 1810

Coordinación editorial
Juan Sebastian Rivas

Carátula
Firma del Acta de Independencia del 20 de julio de 1810

Diseño de carátula
Carlos Garzón, Cincco

ISBN: 958-8239-31-1

Hecho en Colombia
Octubre de 2009
Suscriptores

Edgar Bastidas
Gonzalo Escobar Téllez
José Miguel Sánchez
Héctor José López
Hernán Hermida Izquierdo
Mateo Duarte R.
Camilo Duarte R.
Sebastian Rojano R.
Nydia María Vivas Rebolledo
Claudia Elena Clavijo
Miguel Eduardo Cárdenas
Armando Holguín Sarria
Carlos Hugo Noval Cañon

Un agradecimiento a los primeros suscriptores


y deseamos que la lista se aumente en la colección
Contenido
Presentación 9

I. Significado de la Independencia 13

II. La independencia de Colombia y


la emancipación de las colonias españolas
en América 25
A. La revolución de independencia española 25
B. El vacío de poder y su repercusión
en las colonias americanas 28
C. Tradición y revolución en la crisis 31
de la independencia 31

III. Los factores sociales y económicos en la


Independencia 49
A. La participación popular en la independencia 53
B. La elite criolla en lucha por la emancipación 72
C. Las críticas a la economía colonial 81
D. Financiación de la guerra y situación
de la economía en la independencia 88

IV. Las ideas y las instituciones políticas


en la Independencia 93
A. Justificación de la independencia.
El rompimiento del pacto indiano y
la reasunción de la soberanía popular 93
B. El problema de las formas políticas para
el nuevo estado nacional 103
C. Las ideas y las instituciones realistas
en el nuevo reino 116
D. Los factores militares de la guerra
de independencia 125
E. El integracionismo y el nacionalismo
continental en la independencia 134

Bibliografía complementaria sobre


la Independencia 141
Javier Ocampo López

Anexos 145

Las Capitulaciones de los Comuneros 147

Declaración de los derechos del hombre


y del ciudadano26 de agosto de 1789 171

Memorial de agravios de Camilo Torres 175

Acta de la independencia Cabildo extraordinario


del 20 de julio de 1810 203

Los sucesos del 20 de julio 213

Historia de nuestra revolución 219

Índice Onomástico 239

Índice Toponímico 243

8
Presentación

El profesor Javier Ocampo López, historiador del Colegio


de México, formula en su estudio sobre la independencia
de Colombia un conjunto de planteamientos novedosos
sobre los hechos que cambiaron la historia del mundo en
los siglos XVIII y XIX.

La revolución industrial, que se inicia en Inglaterra


y se extiende rápidamente por toda Europa, implicó
grandes cambios socio-económicos. Así mismo, las ideas
de la ilustración1, la enciclopedia, la Revolución francesa,
los derechos del hombre y del ciudadano, así como la
independencia de las trece colonias de América del Norte,
fueron fenómenos que influyeron en el pensamiento de los
habitantes del sur del continente americano para impulsar
los acontecimientos que definieron los movimientos de
independencia de España.

Merece especial atención la independencia de Haití: El 1


de enero de 1804 es proclamada por el General en Jefe del
1 La Ilustración podría definirse como el conjunto de valores ideológicos desa-
rrollados en Europa y América desde 1680 hasta finales del siglo XVIII, época
en la que fueron progresivamente desplazados por las ideas de la Revolución
Francesa del año 1789

9
Fica

ejército indígena, Jean Jacques Dessalines, la Independencia


de la ex colonia francesa de Saint Dominique. Es necesario
también tener en cuenta la influencia del reino de Portugal
que, por causa de la invasión napoleónica a España en
1808, trasladaron a Brasil a los integrantes la familia
real, Carlos VI y su esposa Carlota. Con ello, Carlota,
hermana de Fernando VII, se creyó heredera de la corona
de España y comenzó a intrigar ante los gobernantes del
Río de la Plata y de Bolivia para reclamar la corona de
su hermano. Las pretensiones de Carlota sirvieron de
argumento a los dirigentes de Buenos Aires y el alto Perú
para proponer los movimientos emancipadores de nuestra
América. Chuquisaca, el 25 de mayo, La Paz, el 16 de Julio,
Quito el 10 de agosto de 1809 prendieron las llamas de la
independencia de España, en 1809. Caracas el 19 de abril,
Buenos Aires el 25 de mayo, Santafé el 20 de julio, y México
el 16 de septiembre de 1810.

Los movimientos revolucionarios de la Nueva Granada


se iniciaron en las provincias. Cartagena 14 de junio, Cali
el 3 de julio, Pamplona el 4 de julio, El Socorro 10 julio,
de 1810, declararon su independencia. Mompox, declaró su
independencia absoluta de España el 10 de agosto de 1810.

Santafé preparó para el 20 de Julio una recepción a


don Antonio Villavicencio, comisionado regio de la corona
española. Los criollos, quienes habían realizado reuniones
secretas en virtud de las noticias de una eliminación física
de 19 personajes de Santafé considerados conspiradores y
afrancesados, responsables de los pasquines que aparecían
en las paredes de la capital pidiendo cambios en el mal
gobierno, planificaron cuidadosamente el episodio del
florero.

El pueblo de Santafé estaba hastiado por las


represiones de los Oidores de la audiencia, los impuestos

10
Presentación

y contribuciones a la corona de España para mantener su


guerra contra Francia. Fue fácil incitar a la muchedumbre
en un día de mercado y conducirla a una protesta contra
el mal gobierno. Un pueblo maltratado que fue creciendo
como una ola y llenó la plaza Real, hoy de Bolívar, hasta
San Victorino para obligar a declarar el Cabildo Abierto. La
inteligencia de los conspiradores, José Acevedo y Gómez,
Francisco José de Caldas, Próspero Carbonel, entre otros,
fue la de nombrar al mismo Virrey, Amar y Borbón y al
alcalde de Santafé José Miguel Pey, como presidentes
del cabildo, y convencerlos de que una actuación de
fuerza contra el pueblo sería desastrosa para la vida de
todos ellos y causaría una tragedia entre los habitantes
de la Capital. La aceptación de la propuesta contribuyó
a que los revolucionarios se apoderaran de los cuarteles
de artillería y caballería al mando de Juan Sámano y del
Coronel Antonio Baraya.

Los aspectos ideológicos, sociales y económicos del


proceso de la independencia de Colombia son narrados
por Javier Ocampo López en su libro, lo que introducirá
al lector en un conocimiento general del proceso de las
independencias de América Latina.

Los documentos que el profesor Ocampo agrega a su


estudio, son fuentes primarias de nuestra independencia: las
Capitulaciones de Zipaquirá, la traducción de los Derechos
del hombre, El Memorial de Agravios de Camilo Torres
y Tenorio, El Acta de la Independencia y los Escritos de
José Acevedo y Gómez y Francisco José de Caldas, actores
y directores del grito de independencia del 20 de julio de
1810, expresan el pensamiento de nuestros libertadores y
de sus actuaciones políticas.

La Fundación agradece a los impulsores de nuestro


trabajo: Los directores de las publicaciones, Javier Ocampo

11
Fica

López, Otto Morales Benítez, Edgar Bastidas, Enrique


Santos Molano, Olimpo Morales; Al comité editorial de
la revista CEPA y al equipo de trabajo de la Biblioteca del
Bicentenario de Nuestras Independencias: Natalia Chávez
de América Mestiza, Héctor José Arenas A. de Guaiaie,
Claudia Isabel Serrano y Wilson Rojas.

Nuestras publicaciones: “Indoamérica Mas Que


Un Sueño” surgen como un proceso de investigación
y comunicación dirigido a recuperar las memorias
invisibilizadas de la historia que nos constituye  en lo que
somos en la actualidad. La Memoria de los pueblos  nativos,
de los pueblos negros, de las mujeres y los jóvenes, son
parte de esta memoria que procuramos poner de presente
en el marco de los procesos de recordación que tienen
lugar con motivo del Bicentenario de las Independencias
de nuestra América. 

Colocamos el acento de nuestra labor en el rescate


de la veta ética que ha estado presente en el prolongado
esfuerzo emancipador, en la actualización del valor de la
unidad del Sur que soñaron Bolívar y Martí -comenzando
por los pueblos de la región andina caribeña-  y en ampliar
la conciencia sobre el valor de reinterpretar nuestro
pasado, alejándonos de la historia oficial que se nos ha
impuesto como una manera de desactivar las potencias
emancipadoras enraizadas en la riqueza cultural que
precedió a la conquista, en la riqueza de un mestizaje no
colonizado mentalmente y en los inverosímiles procesos de
vida que acontecen en el Sur de América y que guardan en
su interior respuestas claras a la deriva suicida que afecta
al mundo, ocasionada por la imposición hegemónica de
una manera de comprender el progreso ligado al egoísmo
y la devastación de las bases naturales de la vida.

Fundación para la Investigación y la cultura, FICA

12
I.
Significado de la Independencia

Un estudio sobre la revolución de Independencia de


Colombia y en general de América, nos lleva al análisis de
una serie de fac­tores condicionantes y fuerzas históricas
que centralizan sus ten­dencias de cambio en el ciclo
histórico que se ha delimitado entre la segunda mitad
del siglo XVIII y las tres primeras décadas del siglo XIX.
Es un período de medio siglo de duración, en el’ cual se
presentaron una serie de hechos políticos, militares, socio-
econó­micos, culturales e ideológicos inter-relacionados,
los cuales mani­fiestan una crisis general y un cambio
político, del cual surgieron los nuevos Estados nacionales
en América y entre ellos Colombia.
En el ciclo histórico de la Independencia, hizo crisis
el sistema colonial europeo y surgió un movimiento
anticolonialista y de libe­ración nacional, el cual se
generalizó en las últimas décadas del siglo XVIII. Las
colonias americanas se opusieron a la dependencia colonial
de las metrópolis europeas y planearon, realizaron y lleva­
ron a su culminación la Independencia.
La Revolución de Independencia se presenta también
como la culminación de una crisis que tuvo gestación

13
Javier Ocampo López

y maduración en la sociedad colonial, en un proceso


histórico que surgió en el mismo siglo XVI y se manifestó
en un sentimiento de aversión a la sociedad dominante;
y el cual creció y adquirió conciencia en la segunda
mitad del siglo XVIII. Cuando hablamos de crisis, nos
referimos a la modificación de las ideas e instituciones en
una sociedad y a los cambios en sus estructuras políticas,
socio-económicas, culturales, ideológicas, etc. Cuando los
cambios son profundos y hacen impac­to en la estructura
total de la sociedad, ocurre la revolución total o radical;
y cuando son parciales en una de las estructuras, o son
graduales a través de un proceso, se presenta la revolución
parcial o cambio marginal1. Este último tipo de cambio
fue el que sucedió en la Revolución de Independencia de
Colombia, con mayor repercusión en la estructura política
y cambios parciales y graduales en los demás aspectos de
la vida de la sociedad.
Un análisis socio-histórico de la Revolución de
Independencia de Colombia, nos señala que este hecho
histórico no se presenta aislado, sino como un movimiento
revolucionario conectado muy estrechamente con ese
proceso más amplio y profundo de la Revo­lución de
Occidente. Esto significa que existe una relación del
movi­miento revolucionario de Colombia en un conjunto
histórico tanto con la revolución de independencia de
América, como dentro de aquel proceso universal que se
proyecta en las revoluciones de Nor­teamérica y Francia,
Bélgica, Suiza y Holanda en el siglo XVIII; con la revolución
latinoamericana del siglo XIX y con la asiática y afri­cana
del siglo xx, con ajustes revolucionarios dentro de lo social
y económico que aún se ciernen en diversas áreas del
mundo.
La serie de fuerzas históricas que durante varios años
se fueron intensificando con miras al cambio profundo,

1 Véase ORLANDO FALS BORDA, Las revoluciones inconclusas de América La-


tina, México, Siglo XXI, 1968, Págs. 17-33; GUSTAVO LANDAUER, La Revolu-
ción, Buenos Aires, 1961, Edit. Proyección.

14
La independencia de Colombia

confluyeron en la coyuntura revolucionaria de la segunda


mitad del siglo XVIII y pri­mera mitad del siglo XIX para
transformar radicalmente la faz de la sociedad occidental.
En un período que podría localizarse entre los años 1770
y 1850, la fuerza revolucionaria se manifiesta en diversos
lugares del mun­do occidental. El primero de ellos se
presentó en las colonias inglesas de Norteamérica, cuando
un movimiento revolucionario contra la Gran Bretaña,
dio surgimiento a los Estados Unidos de Norteamé­rica
con un gobierno republicano, constitucional y federal.
Otra manifestación del ambiente revolucionario, con gran
amplitud y dimensión mundial fue la Revolución Francesa,
desde donde la “filosofía de las Luces” se difundió en
el mundo occidental. Era Francia uno de los países más
populosos de Europa y con gran poder hegemónico en
la política mundial; allí llegaban en busca de apoyo Y
protección los revolucionarios más representativos del
mundo.
Entre 1805 y 1815 el espíritu revolucionario de Occidente
se di­fundió en Europa Central, España y Portugal. La
invasión napoleónica a España, trajo como consecuencia
el movimiento revoluciona­rio de las colonias españolas
en América, en el cual se encuentra el movimiento
emancipador de Colombia. Este ciclo revolucionario se
continuó en las conmociones revolucionarios de 1830
que afecta­ron a Europa y años más tarde en la revolución
liberal y romántica de 1848, de grandes proyecciones en la
sociedad occidental.
La Revolución de Occidente presenta la crisis en sus
diversas manifestaciones en la sociedad, la economía, la
política, las insti­tuciones y las ideas en general. Es una
crisis que lleva a la modi­ficación del sistema de vigencias
y creencias tradicionales de la sociedad occidental, el cual
al debilitarse llevó hacia la meta del cambio radical de las
estructuras tradicionales, para seguir un derrotero hacia la
sociedad moderna, antropocéntrica, democrática y liberal.

15
Javier Ocampo López

La crisis occidental está en relación con el impacto de


la revo­lución industrial y comercial, en una época de crisis
económicas, tensiones sociales, presión demográfica y
ascenso de la burguesía, como grupo social en busca de
poder y con metas definidas hacia el logro de las libertades
económicas, individuales, gobiernos demo­cráticos y el
fortalecimiento del capitalismo comercial. Es por ello por
lo que este ambiente de crisis ha sido enmarcado en las
llamadas Revoluciones burguesas de Occidente, en las
cuales se atacó el anti­guo régimen feudal y absolutista, el
sistema colonial mercantilista y se difundió al mundo la
revolución de las ideas de la Ilustración.
El régimen feudal y absolutista de la sociedad europea
tradicio­nal entró en crisis en el siglo XVIII. El poder
absolutista del monarca perdió su fuerza ante el poder
del pueblo; las nuevas ideas demo­cráticas, liberales y
republicanas se enfrentaron a las instituciones de la
monarquía absolutista, con manifestaciones centralizadoras
y reformistas en el llamado siglo del “Despotismo Ilustrado”.
La bur­guesía europea luchó contra el orden monárquico y
feudal y esti­muló las revoluciones liberales y democráticas,
que manifiestan los cambios profundos que brotaron en
Occidente a partir de la segunda mitad del siglo XVII; su
influencia se proyectó en los criollos ame­ricanos, quienes
se enfrentaron al orden colonial y se formaron en las ideas
de la Ilustración, utilizadas como ideología de acción contra
las metrópolis europeas.
El ciclo revolucionario de Occidente llevó a la crisis
del sistema colonial mercantilista y al surgimiento de
movimientos anticolo­nialistas y de liberación nacional,
que por su carácter radical y profundo, ocupan un
lugar destacado en las revoluciones anticolo­niales del
siglo XIX, entre las cuales se destacan las revoluciones
de independencia americana. Estos movimientos
revolucionarios que atacaron a las metrópolis europeas,
consideraron el futuro como la demolición del viejo sistema

16
La independencia de Colombia

colonial, la cual liberaría el camino para la independencia


política y la realización del ser nacional.
La revolución anticolonialista y de liberación nacional
atacó el expansionismo europeo, el cual durante los
siglos XVI, XVII y XVIII conformó el sistema colonial.
La europeización del mundo había establecido un tipo de
organización colonial de “dependencia inte­gral”, en la cual
los imperios metropolitanos europeos mantuvieron en
sujeción a la mayor parte de los pueblos del mundo. A partir
de la segunda mitad del siglo XVIII, con la independencia
de los Estados Unidos, los pueblos coloniales buscaron la
independencia de sus metrópolis y organizaron los Estados
Nacionales, delineados a tra­vés de las nuevas ideas e
instituciones políticas.
Otra de las fuerzas históricas de la Revolución de
Occidente que influyó en la independencia de Colombia, fue
el movimiento de las ideas de la Ilustración, cuya influencia
se percibe en lo cultural, político, social y económico.
La Ilustración se entiende como aquel movimiento
intelectual del siglo XVIII que pretendió dominar con
la razón un conjunto de problemas del hombre en el
mundo, y en especial, su lucha por la libertad, el progreso
y la igualdad; y en la misma forma el cambio hacia el
pensamiento racionalista, naturalista y experimental. La
Ilustración consolidó la doctrina política del liberalismo
individua­lista, con sus ideas de libertad y progreso; y el
utilitarismo, con sus planteamientos sobre la filosofía del
bienestar para las mayorías; y la democracia, con sus ideas
de soberanía popular y del gobierno del pueblo.
La Ilustración influyó en la independencia de las
colonias, no solamente por su innovación en el campo de las
ideas políticas y por su creencia en la razón como guía del
espíritu humano, sino tam­bién desde el punto de vista de
la independencia cultural. Una ten­dencia que encontramos
en la penetración de la Ilustración en Hispanoamérica, es
la utilidad que prestó como ideología de com­bate contra
el Estado metropolitano y colonial, a pesar de haber sido

17
Javier Ocampo López

estimulada por los monarcas ilustrados. La Ilustración


forta­leció el reformismo de los Borbones; pero asimismo
encontró sus puntos débiles, los cuales criticó y ayudó a
reafirmar una conciencia sobre la decadencia del Imperio
español.
Un análisis sistemático de la Revolución de Indepen-
dencia de Colombia y en general de las colonias españolas
en América, nos lleva a diferenciar tres etapas en el proce-
so: la etapa de gestación o fermentación revolucionaria, la
etapa de crisis o lucha revolucio­naria, y la etapa de conso-
lidación y cristalización revolucionaria.
La etapa de gestación o fermentación revolucionaria
se realizó en la segunda mitad del siglo XVIII, y está en
relación con las grandes crisis económicas, las tensiones
sociales y la penetración del pensa­miento ilustrado. En el
Nuevo Reino, esta etapa pre-revolucionaria se manifiesta
en las rebeliones negras en sus luchas contra la escla­
vitud, la insurrección antifiscal y socio-económica de
los Comuneros, las tensiones sociales de los criollos
contra los peninsulares, la gran presión demográfica, las
reformas fiscales con la creación de nuevos impuestos
y el debilitamiento de la producción minera, entre otras
expresiones de la decadencia colonial, en unos años de
crisis gene­ralizada en el mundo occidental.
En las últimas décadas del siglo XVII se inició la
revolución intelectual, cuyas proyecciones se reflejaron
en las nuevas formas de razonar, investigar la realidad del
país, creer en su futuro pro­greso y avivar el sentimiento
de la nacionalidad. Este movimiento intelectual formó una
generación granadina con una visión del mundo centrada
en la ciencia y el naturalismo y el ambiente de libertad del
Siglo de las Luces; una generación ávida de conoci­mientos
prácticos y de una educación orientada más por la razón,
que por el conocimiento metafísico abstracto.
Una institución representativa de la Ilustración en el
Nuevo Reino, muy ligada a la Revolución de Independencia,

18
La independencia de Colombia

fue la Expe­dición Botánica, creada en 1783 con la orientación


y dirección del naturalista José Celestino Mutis. Esta
institución se consagró a la investigación y descripción
científica de la naturaleza granadina, convirtiéndose en el
centro de la cultura nacional y en el núcleo de formación de
los hombres más representativos de la generación criolla
que forjó la Independencia, y entre ellos: Francisco José de
Caldas, José Félix de Restrepo, Pedro Fermín de Vargas,
Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano, Francisco Antonio
Zea y otros, quie­nes recibieron la idea que en las ciencias
naturales y experimentales se encuentra el instrumento
más adecuado para conocer los varia­dos recursos naturales,
transformar la realidad económica y lograr el progreso de
la sociedad, afirmando un verdadero sentimiento de la
nacionalidad. Uno de ellos, el “Sabio Caldas”, mediante sus
estu­dios naturales y geográficos, refutó a los naturalistas
europeos que insistieron en la “inferioridad de América”
respecto de Europa y entre ellos a De Paw, Buffon y Raynal.
El célebre payanés se preo­cupó por refutarlos y destacar los
importantes recursos y valores fundamentales del Nuevo
Reino y en general de América.
Otras de las ideas del siglo de la Ilustración que
penetraron en el Nuevo Reino, están alrededor de la
libertad y los derechos del hombre. Fue en Santa Fe de
Bogotá en donde el criollo santafereño Antonio Nariño
tradujo y publicó en 1794 la Declaración de los derechos
del hombre y del ciudadano, la cual presenta la resonancia
de una campaña de Libertad, que si en Francia sirvió como
bandera para hacer caducar el despotismo de Luis XVI y de
sus antecesores, en el Nuevo Mundo sirvió para obtener la
anhelada libertad e inde­pendencia de las colonias respecto
de la metrópoli española.
En la década de los noventa, cuando “El Precursor”
publicó los Derechos del hombre, el Nuevo Reino vivía
un ambiente de agi­tación y conspiración criolla, cuyas
manifestaciones fueron los pas­quines contra el gobierno

19
Javier Ocampo López

colonial, que aparecieron en Santa Fe y Cartagena en


agosto de 1794; y la subversión criolla, en la cual es­taban
implicados Pedro Fermín de Vargas, Francisco Antonio
Zea, Sinforoso Mutis y otros. El precursor Vargas en esos
años, realizaba contactos con Inglaterra para obtener la
independencia del Nuevo Reino y conspiraba en Europa,
en el mismo ambiente del venezo­lano Francisco Miranda
y demás precursores americanos, quienes planeaban la
lucha contra el régimen español.
Los procesos de 1794 en el Nuevo Reino, contra
Nariño, los autores de los pasquines y los conspiradores,
precipitaron la fase pre-revolucionaria de “la conspiración”
contra el régimen colonial y llevaron a la ruptura de la
sociedad neogranadina, avivando el choque entre los
criollos y los peninsulares.
Los Derechos del hombre se convirtieron en la bandera
de la libertad para la Independencia. Ellos fueron incluidos
en las cons­tituciones republicanas de la primera República
Granadina, en las cuales se presenta la tendencia a
reconocer, garantizar la dignidad, la libertad y la seguridad
del hombre, como justa reacción al estado de sometimiento
durante el régimen colonial; por ello se destacaron las
libertades, consideradas como derechos naturales de los
hombres.
Alrededor de la idea de libertad se consolidó una nueva
ideolo­gía política que centralizó sus ideas en torno a los
derechos huma­nos, el poder de la democracia frente a la
monarquía y la metrópoli; y las ideas de libertad, igualdad,
fraternidad y soberanía popular, las cuales incitaron el
cambio en las nuevas generaciones que vivie­ron e hicieron
su vigencia en la crisis revolucionaria.
Desde el punto de vista del acontecer histórico, dos
hechos acae­cidos en la segunda mitad del siglo XVII tuvieron
gran trascenden­cia en el Nuevo Reino y son importantes
porque señalan el ambiente de sedición y conspiración
pre-revolucionaria: el movimiento insu­rreccional de los

20
La independencia de Colombia

Comuneros, ocurrido en 1781, el cual canalizó las tensiones


socio-económicas de las masas populares granadinas
en sus reclamaciones antifiscales y en sus aspiraciones
políticas, expre­sadas por sus jefes en las últimas fases del
movimiento2. Otro hecho histórico de repercusión en el
Nuevo Reino, acaeció en 1794, llamado de la “incubación
de la independencia”, cuando Nariño publicó los Derechos
del hombre y se manifestó el ambiente de conspiración,
pasquines contra el régimen colonial y ruptura entre los
criollos granadinos y los peninsulares3.
La segunda etapa de la Independencia, es propiamente la
crisis o lucha revolucionaria, cuando estalló un movimiento
político con un cambio súbito, brusco y arrollador, de gran
alcance revolu­cionario, el cual llevó como meta la conquista
del poder. En esta segunda etapa se alcanzan a percibir dos
momentos en la Inde­pendencia: uno, que se desarrolla en
forma inicial entre 1810 y 1816, Y otro, que lleva al triunfo
de la revolución hispanoamericana, el cual culminó en el
Nuevo Reino en 1819 en el puente de Boyacá, y en general
en Hispanoamérica en 1824 en la batalla de Ayacucho.
El momento inicial de la lucha revolucionaria se presenta
con la Revolución Política de 1810, estimulada por la acción
de los crio­llos en los cabildos y la conformación de la primera
República Gra­nadina, llamada comúnmente Patria Boba.
En este primer momento los granadinos se preocuparon
por buscar las formas ideales de gobierno, las formas
político-administrativas para el nuevo Estado; y asimismo,
adoptar constituciones propias para las circunstancias.
Los granadinos patriotas organizaron el nuevo gobierno,
remplaza­ron a la burocracia española colonial y después
de una autonomía de la Regencia española, declararon la
independencia absoluta. La anarquía surgió cuando los
dirigentes políticos no pudieron armo­nizar la teoría con
2 INÉS PINTO ESCOBAR, La Rebelión del Común, Tunja, 1976, U.P.T.C. Asimis-
mo véase la obra de PABLO CARDENAS ACOSTA, El movimiento comunal de
1781, Bogotá. 1960, Edit. Kelly.
3 ABELARDO FORERO BENAVIDES, La incubación de la Independencia, en Bo-
letín Cul­tural y Bibliográfico, Bogotá, 1964, vol. VII, núm. 10. Págs. 1749-1777.

21
Javier Ocampo López

la realidad práctica, aparecieron las pugnas ideológicas


que conformaron los primeros partidos políticos repu­
blicanos (Federalistas y Centralistas), y cuando el gobierno
español presentó su reacción a través de la Reconquista o
Pacificación española (1816-1819).
El segundo momento en la lucha revolucionaria es el
que cono­cemos como la Guerra de Independencia, que
culmina en Colombia con la Campaña Libertadora en
1819 y en general en Hispanoamé­rica en 1824 en la batalla
de Ayacucho. Se presenta como una pugna civil entre
realistas y patriotas, quienes actuaban como miembros
de una misma comunidad: los realistas en su lucha por
la unidad del Imperio español; y los patriotas en su lucha
por la independen­cia de la metrópoli española. Esta lucha
se convirtió en Guerra de Independencia, tanto nacional
como patriótica, cuando se luchó por la conformación de
un nuevo Estado con una mística de “pa­tria” y cuando se
radicalizó una contienda internacional entre ame­ricanos
independentistas contra el régimen de la dominación espa­
ñola instaurado en los tres siglos del coloniaje.
La tercera etapa de la revolución de Independencia es
la de consolidación y cristalización revolucionaria, en
la cual surgió la nueva organización institucional con la
creación de la República de Colombia o “Gran Colombia”
en 1819, un Estado nacional inte­grado con la unión de
Venezuela, Cundinamarca y Quito. Es la eta­pa que inicia
la transformación política y los cambios ‘socio-econó­
micos en el régimen de Santander; presenta los años
históricos de la crisis política y la dictadura revolucionaria
de Bolívar; y por último, precipita la disolución de la
integración grancolombiana en 1830, la cual inicia una
nueva tendencia política, el nacionalismo regionalista,
generalizada en Hispanoamérica para la integración de los
Estados nacionales.
Lo anterior nos indica que en el ciclo histórico de la
segunda mitad del siglo XVIII y las tres primeras décadas

22
La independencia de Colombia

del siglo XIX (cro­nol6gicamente 1781-1830), ocurrió


en Colombia la culminación de una serie de factores
condicionantes y la dinámica de diversas fuer­zas políticas,
sociales, económicas y culturales inter-relacionadas, las
cuales precipitaron la crisis de la Independencia, en la cual
sur­gieron los Estados nacionales de América, y entre ellos
Colombia, Objeto de nuestro estudio.

23
II.
La independencia de Colombia y
la emancipación de las colonias
españolas en América

A. La revolución de independencia española

Cuando Colombia se emancipa, al mismo tiempo que


las demás colonias españolas en América, la metrópoli
realizaba también su revolución de independencia,
impulsada por el impacto de la inva­sión napoleónica y en
defensa de la monarquía borbónica.
La visión política de Napoleón Bonaparte se observa
clara­mente en sus intentos por organizar un bloqueo
continental contra la Gran Bretaña, para arruinarla y
someterla. Este hecho no se presentaba posible sin tener
bajo su dominio los territorios de la Península Ibérica,
considerados como las puertas de penetración del
comercio inglés al Continente europeo. Su política llevaba,
ade­más, la decisión de incorporar los vastos imperios
coloniales de España y Portugal a su gran Imperio, pues
ellos representaban un factor decisivo en sus aspiraciones
por la hegemonía mundial.
Para atraerse el interés de la Corona española hacia las
rela­ciones internacionales francesas, Bonaparte utilizó el
arma diplo­mática, con la cual obtuvo el permiso para pasar

25
Javier Ocampo López

el territorio espa­ñol con el fin de ocupar a Portugal; y en


la misma forma, interve­nir en la difícil situación política
y familiar que vivía la Corona española, para anexarse el
decadente Imperio.
En los primeros años del siglo XIX gobernaba en España
el rey Carlos IV de la dinastía borbónica, quien por su
avanzada edad y carencia de aptitudes, dejó los asuntos del
gobierno español a Ma­nuel Godoy, el favorito de la reina.
Las intrigas en la Corte espa­ñola, la deshonestidad y los
abusos, crearon un fuerte descontento popular, el cual se
agravó con la entrada de las fuerzas francesas con permiso
del rey, para invadir a Portugal.
La situación política de descontento popular en España,
pro­vocó un motín popular en Aranjuez, el cual obligó
al monarca a despojar a Godoy de sus cargos, y ante la
continuación de los tumul­tos y saqueos, a abdicar la corona
en su hijo Fernando VII, enemigo del favorito Godoy, y en
quien el pueblo español abrigaba grandes esperanzas de
renovación. Fernando VII era el símbolo de la moder­nidad
española y la única esperanza de cambio, ante la crisis de
las instituciones.
La crisis de la familia borbónica reflejaba la crisis de
España, agravada por los intereses del emperador francés,
quien se apro­vechó del estado de cosas para dominar al
país; por ello convocó a la familia real a una conferencia en
Bayona, en donde se presentó el proceso de las abdicaciones
monárquicas. Napoleón logra que Fernando VII devuelva
la Corona a su padre, y que ésta se entregue a él. Desde
ese momento la familia real quedó prisionera, y Napo­
león designó a su hermano José Bonaparte (Pepe Botellas)
como “Rey de España e Indias”.
Un fenómeno social se presentó en España, cuando el
levanta­miento general intensificado desde el 24 de mayo
de 1808, arremetió patrióticamente con manifestaciones
antifrancesas. La pequeña aristocracia y la burguesía
española asumieron el poder en las pro­vincias periféricas,

26
La independencia de Colombia

bajo el lema “Dios, Patria y Rey”. Sus ideas manifestaron


los deseos del pueblo español para aprovechar la ocasión
con el fin de imprimir en el Estado una nueva orientación,
que evitara la humillación que estaba sufriendo España
del extraño francés, y, al mismo tiempo, como repudio a
la omnipotencia esta­blecida por Godoy. Así, el poder se
disgregó en las Juntas regionales autónomas, conservadoras
de los derechos de Fernando VII y las juntas corrigentales,
conformadas por núcleos de resistencia al in­vasor francés y
con la idea de organizar al país mediante un nuevo espíritu
de renovación popular. La sacudida popular en España
fue intensa y el reformismo político y social se convirtió
necesariamente en uno de los objetivos de la lucha, al lado
del deseo primordial de conservar la independencia de
España.
Con excepción de Castilla la Nueva, dominada por los
ejércitos franceses en 1808, España se inundó de juntas
populares que lan­zaban proclamas y expresaban su odio
al invasor francés. Por su parte, Napoleón Bonaparte, para
dar legalidad al gobierno de su hermano, reunió las Cortes
de Bayona, e hizo dictar la Cons­titución.
Al analizar las ideas y grupos que surgieron en la
revolución española de 1808, encontramos algunas
tendencias que repercu­tieron en la independencia de las
colonias españolas en América: La tradicional, afianzada
en las antiguas doctrinas e instituciones nacionales
monárquicas, reformadas en algunos aspectos, pero sin
destruir en esencia y forma; y la liberal moderna, con
tendencias hacia el establecimiento en España de una
monarquía constitucio­nal, y partidaria de la división de
poderes, la soberanía nacional, la responsabilidad de los
gobernantes y las libertades generales y particulares.
La tendencia liberal española penetró a través de dos
canales: el patriota español y el napoleónico. La tendencia
liberal patriota levantó al pueblo español contra la invasión
napoleónica e integró un gobierno nacional que pasó de

27
Javier Ocampo López

las juntas autónomas y corrigen­tales a la Junta Central


Suprema establecida en Aranjuez el 25 de septiembre de
1808; posteriormente se conformó la Regencia y las Cortes
de Cádiz. Este grupo de liberales españoles llevó la revolu­
ción española hasta su culminación en la Constitución de
Cádiz en 1812.
El otro canal de penetración del liberalismo en España,
fue el napoleónico o afrancesado, el cual apoyó las
reformas napoleónicas, propuestas sugestivamente para
conquistar a las clases ilustradas; eran reformas que,
por una parte, dispensaban libertades, y por otra, un
espíritu conservador para atraer a los grupos más tradi­
cionales. Las ideas napoleónicas que se expresaron en la
Constitu­ción de Bayona, de estilo aristocrático-liberal,
reconoció las liber­tades individuales de los españoles y la
libertad de imprenta, aunque con algunas limitaciones.
Sus planteamientos reformistas llevaron posteriormente
a la supresión de los derechos feudales, la Inquisi­ción, la
reducción de los conventos a una tercera parte y la supre­
sión de aduanas interiores.

B. El vacío de poder y su repercusión


en las colonias americanas

La revolución de independencia española se expandió en


las colonias americanas, formándose un conjunto de crisis,
en el cual la metrópoli, en plena decadencia monárquica,
proyectó el “vacío de poder” a todo el Imperio español.
Las juntas españolas declaradas como guardianes de los
dere­chos de Fernando VII, hicieron dos invitaciones a las
Américas, para colaborar con el gobierno de la metrópoli
y exponer oficialmente el problema político de la caída de
la monarquía. La primera comuni­cación fue dirigida el
22 de enero de 1809 por la Junta Central del Reino a las
Américas, en las cuales se declaró expresamente que las
tierras de América “ya no son colonias, sino parte integral

28
La independencia de Colombia

de la Corona”. Otro documento fue enviado por la Regencia


de España e Indias el 14 de febrero de 1810, en uno de cuyos
apartes expresa:
“ ... Desde este momento, españoles americanos, os
veis ele­vados a la dignidad de hombres libres; no sois ya
los mismos de antes, encorvados bajo el yugo más duro
mientras más dis­tantes estabais del centro del poder,
mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos
por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar o al
escribir el nombre del que ha de venir a representaros en
el Congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni
de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores:
ESTA EN VUESTRAS MANOS”4 .
Por su lado, Napoleón Bonaparte, con el propósito
de atraerse a las colonias americanas, pensó en su
independencia con el fin de desmembrar el Imperio español,
e impedir que estas tierras caye­ran en poder de Inglaterra;
al mismo tiempo, establecer un comer­cio libre con naciones
independientes al otro lado del océano, para beneficio
económico y político de Francia. Según las instrucciones
dadas a los emisarios napoleónicos que fueron enviados a
Venezuela, Panamá, Quito, Lima, Chile y Río de la Plata, se
expresó la idea de dar la libertad a los americanos, sin más
recompensa que la amistad y el comercio de sus puertos.
En la Instrucción se señala la Idea de que la independencia
es conveniente para los americanos y la indicación de que
“Napoleón es enviado de Dios para castigar el orgullo y la
tiranía de los monarcas...”5. Estas instrucciones francesas
no causaron simpatía a los americanos; por el contrario,
fueron refutadas y sirvieron para avivar el sentimiento
de inde­pendencia respecto del imperialismo francés y la
conservación de las colonias para el rey Fernando VII.
El impacto de la invasión napoleónica en España y la
crisis general del Imperio español, planteó problemas

4 “Cedulario de la Real Audiencia”, Buenos Aires, 1938, en revista La Plata,


5 ENRIQUE DE GANDÍA, Napoleón 11 la independencia de América, Buenos
Aires, 1955, Ediciones Zamora.

29
Javier Ocampo López

fundamentales de solución inmediata, que desencadenaron


fuerzas internas de eman­cipación, represadas desde siglos
anteriores.
Las colonias se enfrentaron a problemas fundamentales,
como la ausencia del monarca legítimo y la presencia de
un usurpador, representante del dominio francés. Esa
confusa situación de España con “una monarquía sin rey”,
condujo a la más completa desorien­tación sobre las lejanas
autoridades coloniales. Por una parte, el partido patriota
español, estimulaba el respaldo absoluto a Fernando VII,
a quien se consideraba apoyado por el pueblo español,
las colonias’ americanas y el ejército inglés; pero, por
otra parte, el partido afrancesado que apoyaba a José
Bonaparte, hacía esfuerzos por atraerse a las colonias
con promesas de libertades y de respaldo proteccionista
del ejército francés. Ambos gobiernos rivales preten­dían
tener autoridad sobre las colonias españolas en América,
pero ninguno la ejercía en forma efectiva; por ello, el
principal resultado de este conflicto de autoridad en
España y su consecuente desorden en América, condujo a
la independencia de las colonias españolas, cuyas fuerzas
históricas condicionantes, fortalecidas desde siglos
anteriores, estimularon e impulsaron la independencia
absoluta de la metrópoli.
Los americanos hablaron entonces de “inexistencia
de un go­bierno legítimo”, pues eliminada la monarquía
española por Napo­león, el Imperio español había quedado
en orfandad. Esto significaba para los americanos,
que caída la monarquía, les correspondía orga­nizar un
gobierno representativo, “hasta tanto S. M. se restituya en
sus dominios”; reasumir el poder por parte del pueblo para
delegar­lo en las Juntas; y en esencia, aplicar el Derecho
español tradicional para definir la verdadera autoridad. La
generación de la Indepen­dencia conocía las doctrinas del
derecho natural de los pueblos, la esencia de la soberanía
popular y las tesis populistas de que todo poder que no

30
La independencia de Colombia

descansa en la justicia, no es un poder legítimo. Las mismas


actas de los cabildos expresan sus sentimientos en nombre
del pueblo soberano.

C. Tradición y revolución en la crisis


de la independencia

Las posiciones de resistencia a la dominación


napoleonica y la lealtad al rey español, por parte de
los realistas; y en la misma for­ma, la resistencia a la
dominación colonial de España en América, por parte de
los patriotas anticoloniales, se presentaron en los ca­bildos
abiertos celebrados en México, Caracas, Santa Fe, Buenos
Aires, Santiago de Chile, Quito y otras ciudades de las
colonias españolas en América.
Se presentó el movimiento de las juntas americanas a
imitación de las juntas de gobierno peninsulares. Unas de
ellas realistas, partidarias de la soberanía del rey de España
en las colonias ame­ricanas y acatadoras de las decisiones
de la Junta Central, la Regen­cia del Reino y las Cortes;
eran en general juntas estimuladas por la burocracia de la
Corona española, que permaneció fiel a los Borbones. Otras
juntas eran autonomistas, partidarias de una auto­nomía
de los gobiernos provisionales de España y guardadoras
de los derechos de Fernando VII. Y, por último, otras se
presentaron con carácter independentista, partidarias de
la revolución política radical y de la total desvinculación de
España, para formar un go­bierno autónomo, independiente
y libre, delineado en una democra­cia republicana; fue el
grupo que preparó y realizó el movimiento revolucionario
de incontenible crecimiento.
En estas posiciones juntistas se definen claramente
dos grupos que podríamos delimitar como partidos, no
adscritos a estamentos sociales, sino más bien a través de la
defensa del sistema: el grupo de los realistas o chapetones,
usufructuarios inmediatos del régimen monárquico

31
Javier Ocampo López

español, quienes insistieron en la conservación incon­


dicional del orden colonial; un grupo de “colonialistas”, que
basa­ban su influencia en el predominio político mediante
el control de los altos cargos administrativos. Entre ellos
se presentan los ultra­españoles, ciegos ante todo tipo de
solución transitoria, e intransi­gentes en el dominio español
sobre sus colonias.
El otro grupo socio-político que se destaca, es el
denominado Partido revolucionario anticolonialista,
formado fundamentalmente por los criollos, hijos de
españoles pero nacidos en América; es el partido de los
patriotas. Algunos de procedencia aristocrática, otros
dueños de latifundios, propietarios de minas, grandes
comerciantes, intelectuales, abogados y algunos criollos de
sectores medios (clero medio, funcionarios de organismos
económicos, milicias, pequeña aristocracia), y algunos con
cierto vinculo político en el régimen colonial.
Entre los realistas y los patriotas anticolonialistas había
ele­mentos de diversos estamentos sociales de la Colonia;
pues así como encontramos criollos revolucionarios,
hallamos furibundos criollos colonialistas o realistas;
y en la misma forma entre los peninsu­lares, hallamos la
dualidad del pensamiento: tradición y revolución. Los
grupos indígenas, en su mayoría, aparecen ligados a la
tenden­cia realista; y los grupos negros aparecen ligados
indistintamente al monarquismo o a la revolución, según
el atractivo que se presen­tara para su interés común de
libertad absoluta de la esclavitud.
El primer momento de las juntas americanas se
presentó en los años 1808 y 1809, cuando se formaron
juntas a imitación de las organizadas en la metrópoli. Sus
fines inmediatos implicaron la salvaguarda del territorio
americano para el rey Fernando VII, ante la posibilidad
que la Madre Patria llegara a ser ocupada totalmente
por Napoleón. Así se celebraron las juntas en México,
Montevideo, Buenos Aires, Chuquisaca, La Paz, Quito y la

32
La independencia de Colombia

Junta Extraordinaria de Santa Fe en septiembre de 1809.


De estas juntas, las únicas que presentaron una tendencia
autonomista entre las colonias fueron: Chuquisaca,
La Paz y Quito; esta última tuvo trascendencia en los
acontecimientos políticos del Nuevo Reino.
Las autoridades coloniales recibieron una circular
emanada del ministro de Negocios Extranjeros de
Napoleón, fechada el 7 de mayo de 1808, en la cual se
comunicó el cambio de dinastía en España y la subida al
trono del rey José I. Como respuesta, la burocracia colo­nial
organizó la “Jura de Fernando VII”.
El capitán de fragata Juan José Pando y Sanllorente
fue comi­sionado por la Junta de Sevilla para hacer jurar
en el Nuevo Reino de Granada, a Fernando VII como rey
legítimo, declarar la guerra a Napoleón y ofrecer donativos
para poder sostener las emergen­cias. El 11 de septiembre
de 1808 la ciudad de Santa Fe de Bogotá hizo la solemne
“Jura de fidelidad” a su monarca Fernando VII. Después
de las ceremonias frente a la imagen del rey, y de las fiestas
que se hicieron, las insignias reales permanecieron en la
Galería de la Casa Consistorial durante tres días y tres
noches, reci­biendo los gritos entusiastas del público. La
jura al monarca espa­ñol se extendió por los demás pueblos
del Nuevo Reino; en Popayán se hizo la jura el 29 de
octubre de 1808, con una impresionante cere­monia ante el
real pendón; asimismo se hizo en Purificación, Medellín y
otras ciudades.
La jura de fidelidad en 1808 representó un día muy
importante en el Nuevo Reino y en las demás colonias; era
la reafirmación de lealtad y sentimiento español de todos
los pueblos ligados a la me­trópoli española y el símbolo
de la revolución de independencia contra Francia. Los
granadinos realistas presentaron su reacción contra el
invasor Napoleón, representante del imperialismo francés
y de la izquierda revolucionaria auspiciadora de la doctrina
de “sobe­ranía popular” y de la conformación de repúblicas,

33
Javier Ocampo López

contrarias al sistema monárquico, considerado el ideal.


Algunas circunstancias influyeron en la manifestación de
este sentimiento realista, desta­cando entre ellas el espíritu
de españolidad, de compasión y afecti­vidad al monarca
cautivo por el imperialista francés, que invadió a España
y a sus territorios de Ultramar. La dominación francesa,
símbolo de la “noche negra” del imperialista enemigo, era
porta­dora de la fuerza contraria de liberación y revolución
de indepen­dencia contra Francia. El símbolo de defensa
fue el “pendón real” del soberano, contra el gorro frigio
francés y la espada demoledora de Napoleón Bonaparte.
En 1809 se iniciaron movimientos de insurrección
americana en Charcas (25 de mayo) y La Paz (16 de julio),
los cuales fueron derrotados y al parecer desvinculados
de la opinión general. Fue el 10 de agosto de 1809 cuando
la aristocracia de Quito realizó un típico golpe de Estado
dirigido por los marqueses de Selva Alegre, el de Miraflores,
el de Solanda y el de Villa Orellana. Quito recla­mó el
derecho de gobernarse a sí misma en lugar de diferirlo a la
Junta Suprema de Sevilla.
La Revolución de Quito tuvo su influencia política en el
Nuevo Reino de Granada, pues ante la solicitud de ayuda
por parte de los quiteños, se realizó la Junta Extraordinaria
de Santa Fe con parti­cipación de la Real Audiencia, el
Cabildo de Santa Fe, autoridades eclesiásticas y principales
vecinos de Santa Fe, el día 6 de septiem­bre de 1809. Los
criollos granadinos, encabezados por Camilo Torres,
fueron partidarios de organizar una Junta Provincial, que
reuniese las voluntades de todas las provincias y se atrajera
así a los quite­ños. Torres se manifestó partidario de la
ideología de los caudillos quiteños y encabezó el grupo
de los partidarios de un gobierno provincial acorde con
España y con las necesidades de la Nueva Granada. Esta
Junta se disolvió, pero dejó en claro la profunda división
entre los criollos y las autoridades coloniales.

34
La independencia de Colombia

En este ambiente de indecisión política, los criollos se


plantea­ron la necesidad de participar en el gobierno con
igualdad en la representación; asimismo se habló sobre la
importancia de formar en estos dominios cortes generales
para el gobierno de las colonias. El 20 de noviembre de
1809, Camilo Torres redactó la “Represen­tación del
Cabildo de Santafé”, conocida con el nombre de Memorial
de agravios, en el cual los criollos defienden el derecho
de los espa­ñoles americanos a participar en el gobierno,
a tener igualdad de derechos con todos los súbditos de la
Corona y participar en la decisión del propio destino sobre
la base de realidades sociales. Su pensamiento político lo
resumió Torres en los siguientes reclamos:
“Representación justa y competente de sus pueblos,
sin nin­guna diferencia entre súbditos que no la tienen
por sus leyes, por sus costumbres, por su origen, y por
sus derechos: Juntas preventivas en que se discutan, se
examine y se sostengan éstos contra los atentados y la
usurpación de la autoridad, y en que se den los debidos
poderes e instrucciones a los representantes en las Cortes
nacionales, bien sean las Generales de España, bien las
particulares de América que se llevan propuestas. Todo lo
demás es precario”6
El segundo momento de las Juntas Americanas se
presentó en 1810, ante el nuevo ímpetu de los franceses
para el sostenimiento total de la metrópoli. Es cuando
se establece el movimiento auto­nomista, conocido muy
comúnmente en América con el nombre de Revolución
política de 1810. Este movimiento autonomista se inició
en la revolución política de Caracas el 19 de abril de
1810, cuando los criollos mantuanos reunidos en cabildo
abierto, depusieron al capitán general Vicente Emparán, e
instituyeron una Junta Supre­ma dirigida por el canónigo
Madariaga. Se presentó asimismo en Buenos Aires con

6 El texto completo del Memorial de Agravios de Camilo Torres, lo encuentra el


lector en el Apéndice del presente volumen. N.E.

35
Javier Ocampo López

la revolución política del 25 de mayo de 1810, en la cual


se estableció la denominada Junta de Mayo, que presidió
Cornelio Saavedra.
En el Nuevo Reino de Granada la revolución política de
1810 se manifestó en los movimientos de Cartagena, Cali,
Pamplona, Socorro y culminó en Santa Fe con la Revolución
política de 1810, en la cual el pueblo granadino reasumió sus
derechos y los trans­firió a la Junta Suprema de Gobierno,
depositaria de la soberanía popular. Posteriormente, el
18 de septiembre de 1810 se instaló en Chile una Junta de
Gobierno presidida por Mateo de Toro Zam­brano, la cual
sustituyó en el gobierno al capitán general García Canas.
En las juntas autonomistas de 1810, se produjeron las
“Actas de la revolución” o de instalación, en las cuales
se proclamó la in­tención de conservar los dominios
americanos para el muy amado, deseado y aclamado rey
Fernando VII y la decisión política de orga­nizar gobiernos
autónomos de los presentados interinamente en España
para la conservación de los derechos de la monarquía
borbónica. La revolución se hacía a los gobiernos españoles
represen­tantes de la monarquía, de los cuales se obtenía la
autonomía.
En algunas regiones de Hispanoamérica no se produjo
movi­miento autonomista, como fueron los casos de Lima,
Montevideo, Cuzco, La Habana, Panamá, Guatemala y
otras, en las cuales se manifestó plena confianza “realista
o monarquista”, con los gober­nantes españoles y con su
segura fidelidad al rey exiliado. Algunas de ellas como La
Habana y Lima se convirtieron desde entonces en la meca
del realismo monarquista y colonial.
México presenta un movimiento revolucionario
popular de ca­rácter rural indígena, el cual se levantó
el 15 de septiembre de 1810 en la población de Dolores,
cuando el cura Miguel Hidalgo y los insurgentes mejicanos
proclamaron la libertad; sus huestes integradas por indios y
mestizos vencieron en un principio, pero fueron derrotadas

36
La independencia de Colombia

en el Monte de las Cruces y como consecuencia sus líderes,


entre ellos Hidalgo, fueron fusilados. A su muerte le­vantó
la bandera el cura José María Morelos, quien proclamó la
independencia en Chilpancingo en noviembre 6 de 1813.
La revolución política de 1810 en el Nuevo Reino de
Granada está alrededor de la acción de los cabildos y de
la decidida partici­pación de los criollos. Se presenta un
movimiento revolucionario que se inicia en la provincia
y culmina en la capital. En muchas provincias granadinas
se encontraban gobernantes españoles auto­ritarios y
altaneros, quienes trataban a los criollos como enemigos
declarados.
El movimiento de los cabildos se inició en Cartagena el
22 de mayo de 1810, cuando se estableció una Junta de
Gobierno en nom­bre del Rey Fernando VII; en la sesión
del Cabildo de Cartagena del 14 de junio, se consumó el
movimiento revolucionario cuando se depuso al gobernador
Francisco Montes, quien fue deportado a La Habana.
El movimiento político de 1810 continuó en Cali el 3
de julio de 1810; y en Pamplona, el 4 de julio, cuando la
pamplonesa María Agueda de Villamizar arrebató el bastón
de mando al corregidor Juan Bastús y Falla, quien fue
remplazado por una Junta de Go­bierno. posteriormente,
el 10 de julio de 1810, la provincia del Soco­rro, que desde
la segunda mitad del siglo XVIII se había caracteri­zado
por su espíritu revolucionario, remplazó a su corregidor
José Valdés Posada, quien había hecho represión contra
algunos criollos socorranos y gentes del pueblo.
La Revolución política de 1810 culminó en la capital
del Nuevo Reino de Granada, Santa Fe, el 20 de julio de
1810. Los criollos organizaron los hechos revolucionarios,
en la reunión preparatoria el 19 de julio en el Observatorio
Astronómico, a la cual asistieron entre otros: Camilo
Torres, Francisco José de Caldas, Joaquín Camacho,
José Acevedo y Gómez, José María Carbonell y otros. El
plan que se hizo, debía coincidir con la recepción que se

37
Javier Ocampo López

hacía al Comisionado Regio don Antonio Villavicencio,


precisamente en un día de mer­cado al medio día. Se escogió
un motivo baladí, como fue el préstamo de un florero para
adornar la casa de las señoritas Santamaría en donde se
pensaba realizar la recepción; y se seleccionó un chapetón,
don José González Llorente, de genio colérico y altanero,
dueño de un almacén en la esquina de la plaza.
La reyerta histórica entre los Morales y el chapetón
González Llorente, se inició casi a las 12 del día, desde
cuando se movió al pueblo santafereño en su expresión de
inconformidad contra los peninsulares y las autoridades
virreinales. Así expresó Francisco José de Caldas, en su
Historia de nuestra Revolución:
“DIA 20 DE JULIO. Don José Llorente, español y amigo
de los ministros opresores de nuestra libertad, soltó una
expresión poco decorosa a los americanos; esta noticia se
difundió con rapidez y exaltó los ánimos ya dispuestos a
la venganza. Gru­pas de criollos paseaban alrededor de la
tienda de Llorente con el enojo pintado en sus semblantes.
A este tiempo pasó un ame­ricano, que ignoraba lo
sucedido, hizo una cortesía de urba­nidad a este español;
en el momento fue reprendido por don Francisco Morales,
y saltó la chispa que formó el incendio y nuestra libertad.
Todos se agolpan a la tienda de Llorente; los gritos atraen
más gente, y en un momento se vio un pueblo numeroso, e
indignado contra este español y contra sus amigos. Trabajo
costó a don José Moledo aquietar por este instante los
ánimos e impedir las funestas consecuencias que se te­
mían. .. Olas de pueblo armado refluían de todas partes a
la plaza principal; todos se agolpaban al palacio y no se oye
otra voz que ‘Cabildo Abierto. Junta’... A las seis y media
de la noche hizo el pueblo tocar a fuego en la Catedral y
en todas las iglesias para llamar de todos los puntos de la
ciudad el que faltaba. “ Don José María Carbonell, joven
ardiente y de una energía poco común, sirvió a la Patria,
en la tarde y en la noche del 20, de un modo nada común:

38
La independencia de Colombia

corría de taller en taller, de casa en casa; sacaba gentes y


aumentaba la masa popular; él atacó a la casa de Infiesta,
él lo prendió y él fue su ángel tutelar para salvarle la vida.
Carbonell ponía fuego por su lado al edificio de la’ tiranía, y
nacido con una constitución sensible y enérgica, tocaba en
el entusiasmo y se embriagaba con la li­bertad que renacía
entre las manos ... “7
El virrey Amar y Borbón dio permiso para conformar el
Cabil­do Extraordinario, en el cual el “Tribuno del Pueblo”
José Acevedo y Gómez y el grupo criollo revolucionario, en
presencia, del pueblo santafereño, eligieron los vocales de
la Junta Suprema de Gobierno, de la cual fue nombrado
para presidirla el virrey Amar y Borbón y en calidad
de vicepresidente don José Miguel Pey. En el Acta de la
Revolución del 20 de Julio de 1810, el pueblo reasumió la
sobe­ranía popular, sin abdicarla en otra persona que en “la
de su augus­to y desgraciado monarca don Fernando VII”,
“siempre que venga a reinar entre nosotros y conforme a la
Constitución que le dé el pueblo”. Se depositó en la Junta el
supremo gobierno del Reino, “interinamente, mientras la
misma Junta forma la Constitución que afiance la felicidad
pública”.
En el Acta de la Revolución del 20 de Julio se estableció
que el nuevo gobierno quedaría sujeto a la Suprema Junta
de Regencia, “interin exista en la Península”. Esta situación
fue eliminada en el Acta del 26 de julio de 1810, cuando
la Junta Suprema del Reino se declaró independiente del
Consejo de Regencia y cesaron en su ejercicio todos los
funcionarios del antiguo gobierno. Se planteó así en el
Nuevo Reino de Granada el movimiento autonomista
del gobierno representante de la monarquía, con una
independencia total en sus decisiones; conservando, sin
embargo, estos dominios’ para el “Deseado” Fernando VII.
El proceso emancipador pasó del Movimiento
autonomista a la Declaración absoluta de la Independencia,
7 FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS, Diario político de Santafé de Bogotá, se pu-
blica completo en el apéndice de la edición N.E.

39
Javier Ocampo López

cuando la Revolución se radicalizó. Las declaraciones de


independencia absoluta se presen­taron como una ruptura
total con el Imperio español. Las provincias unidas de
Venezuela fueron las primeras en declarar la independen­
cia absoluta de España, el 5 de julio de 1811. La provincia
de Carta­gena en el Nuevo Reino de Granada declaró la
independencia abso­luta de España el 11 de noviembre de
1811; en uno de sus párrafos expresó lo siguiente:
“ ... declaramos solemnemente a la faz de todo el mundo
que la provincia de Cartagena de Indias es desde hoy de
hecho y por derecho Estado libre, soberano e independiente;
que se halla absuelta de toda sumisión, vasallaje, obediencia
y de todo otro vínculo de cualquier clase y naturaleza que
fuese, que ante­riormente la ligase con la Corona y Gobierno
de España, y que como tal Estado libre y absolutamente
independiente pueda hacer todo lo que hacen ‘y pueden
hacer las naciones libres e independientes ...”8.
Después de Cartagena hicieron sus declaraciones de
indepen­dencia las provincias de Cundinamarca (16 de
julio de 1813), Antio­quia (11 de agosto de 1813), Tunja (10
de diciembre de 1813).
La Revolución política de 1810 y la declaración de la
Independencia .absoluta, representan el ascenso al poder
de los patriotas granadinos, liberados de los tres siglos del
coloniaje español. Es la Clase Política de la revolución,
cuando los americanos reasumieron sus derechos e
instauraron la soberanía política de los nuevos Estados
nacionales.
Numerosas y diversas ceremonias se hicieron para
festejar la revolución de Independencia; y en los escritos
que profusamente se divulgaron, se endilgaron los errores
de España en el coloniaje, los sistemas de opresión, la crisis
de la economía colonial, la igno­rancia de los pueblos y los
derechos para constituir los Estados de acuerdo con las

8 Véase la obra de MANUEL EZEQUIEL CORRALES Documentos para la histo-


ria de provincia de Cartagena de Indias, Bogotá, 18sa’, Imprenta de Medardo
Rivas.

40
La independencia de Colombia

nuevas ideas revolucionarias. Los símbolos de la revolución


fueron el gorro frigio y el árbol de la libertad; es por ello
por lo que en las fiestas de conmemoración patriótica de
la revo­lución, se acostumbró la siembra del árbol de la
libertad, principal­mente en los años 1813 y 1814. Si en
1808 la reacción de los grana­dinos realistas fue contra el
“pérfido Napoleón”, según la expresión de la época, en el
lustro 1810-1815 se presenta contra la “pérfida España”,
causante, según los patriotas, de todos los males del pue­
blo americano.
Algunas circunstancias influyeron en la reafirmación y el
triun­fo de la Revolución política de 1810 en Hispanoamérica
y el paso del autonomismo al independentismo: la
desorganización del gobierno en España, que no presentó
unidad política para reunir en un todo a la metrópoli
y sus territorios de ultramar, causada por la crisis de
la monarquía y los gobiernos de la Junta Central y la
Regencia, con medidas políticas inconexas y manifestantes
de indecisión y represión. Un caso característico fue
el de la Junta Central de Cádiz, en la cual, a pesar que
se considera a las colonias como partes inte­grantes de
España, se resiste a concederles ningún grado apreciable
de autonomía. El ambiente revolucionario que se difundió
en Europa y el mundo occidental, sostenido con fuerza y
rigor por Napoleón Bonaparte contra el antiguo régimen
absolutista, se difundió tam­bién en la revolución de las
colonias americanas. En la misma for­ma, el espíritu liberal
de las Cortes de Cádiz y su Constitución de 1812, en la cual
se establecieron las libertades individuales, la mo­narquía
constitucional, la separación de poderes y se abolieron las
jurisdicciones de señorío. Posteriormente el retorno de
Fernando VII y su espíritu absolutista e intransigente y
en especial, sus ideas de aplastamiento incondicional del
movimiento americano y su consecuente represión, obligó
a proseguir la lucha hasta las últimas consecuencias.
A la fase del movimiento de las Juntas Americanas y
la confor­mación de los primeros gobiernos republicanos,

41
Javier Ocampo López

llamados en el Nue­vo Reino de Granada la Primera


República Granadina o Patria Boba, sucedió la etapa de
la reacción realista o reconquista espa­ñola entre 1815 y
1819. En este período se manifiesta el interés del gobierno
español por atraerse a sus colonias, adoptando la defensa
de su derecho adquirido por conquista. La Reconquista del
Nuevo Reino de Granada y Venezuela fue encomendada
al general en jefe de la Expedición Pacificadora don Pablo
Morillo, cuya misión fue pacificar las colonias separatistas
y exigir la sumisión de los vasallos americanos.
Algunos acontecimientos políticos influyeron en esta
nueva etapa de la reacción realista, y entre ellos sobresalen
los siguientes: La restauración de Fernando VII en el poder
a partir de 1814 y sus ideas absolutistas de restaurar el orden
y las instituciones españolas a cualquier costo; represión,
régimen de terror y sojuzgamiento a los patriotas; en la
misma forma, la conformación de la Santa Alianza, con la
reunión de las monarquías españolas, contra el espíritu de
la Revolución de Occidente. Del Congreso de Viena surgió
la Santa Alianza, que consideró a los reyes como delegados
directos de la Divina Providencia y los depositarios de la
soberanía de los pueblos que gobiernan. Se consideraba que
la unión de las monar­quías contra el espíritu revolucionario,
era el medio más oportuno para consolidar la legitimidad
real y la sumisión total de los pueblos a los monarcas. Este
ambiente propicio a la monarquía se difundió con fuerza de
represión al mundo revolucionario, e influyó en el Nuevo
Reino de Granada en la caída de la Primera República y en
el establecimiento del nuevo Régimen de la Reconquista.
La llegada de don Pablo Morillo y el ejército expedicio-
nario de la Reconquista en los finales de 1815, es el símbolo
del triunfo del realismo, instauración del orden y la paz,
contra las tinieblas de la revolución. Fueron los años cuan-
do los realistas expresaron su lealtad y reconocimiento a
Fernando VII restaurado en el trono. Solemnes ceremo-
nias en honor al monarca, arcos triunfales para el ejército

42
La independencia de Colombia

pacificador, sermones de fidelidad en las iglesias del Nuevo


Reino, fiestas populares y numerosos escritos de alabanza
a España; Fernando VII y Pablo Morillo surgieron en el
ambiente granadino.
La reacción de los realistas es ahora contra los patrio-
tas revo­lucionarios, instauradores de la República y de
las pérfidas ideas de la Democracia. Se consideraba que la
monarquía es el único sistema de gobierno con autoridad
divina y con poder verdadero para de­fender la religión de
los ataques de los falsos profetas de la revolu­ción y “ateos”
para mejor señal: Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Dide-
rot, y demás enciclopedistas y filósofos de la Ilustración. La
lucha era contra aquellos patriotas que habían establecido
un ver­dadero “Régimen del Terror” en los años que siguie-
ron a la Revolu­ción política de 1810, considerados como la
“noche negra”, nece­saria de destruir en forma total para
restablecer el orden.
La Reconquista se presenta para los realistas como la
“libera­ción” de la opresión de los bandidos revolucionarios;
y don Pablo Morillo, el enviado de Dios, como el “Libertador”
instaurador del orden y la paz, el defensor de la monarquía
y el único capaz, con su poder militar, de dar el zarpazo
mortal contra la pestilente filo­sofía de la ilustración con
“sello francés” para mayor mal, y pre­cisamente la causante
de tantas desgracias.
Después de la bien planeada invasión pacificadora en la
Nueva Granada, el sitio de Cartagena en los finales de 1815
y la toma de Santa Fe de Bogotá, el Pacificador Morillo
estableció tres institu­ciones, con las cuales se restauró el
régimen colonial: el Tribunal de Purificación, la Junta de
Secuestros y el Consejo de Guerra permanente.
El método utilizado en la pacificación fue el del terror,
el extre­mismo y el militarismo, que estructuraron lo que
se ha denomi­nado tradicionalmente como Régimen del
Terror, sistema utilizado desde siglos anteriores, tendiente
a pacificar por la fuerza a los dominios coloniales. En el

43
Javier Ocampo López

Régimen del Terror pereció la mayor parte de la generación


inspiradora y realizadora de los destinos de la Primera
República Granadina, después de la Revolución de 1810,
lo cual estimuló en las masas populares el sentimiento
patriota y la reacción a la pacificación, que facilitaron el
triunfo del Ejército Libertador, con la unión de granadinos
y venezolanos. La táctica del terror utilizada por don Pablo
Morillo y el virrey Juan Sámano, la cual fue criticada en la
misma metrópoli española, llevó al fra­caso de la Pacificación
y los intentos de la Corona española por integrar de nuevo
el Imperio español.
A la etapa de la Reconquista española y de la vigencia
de la reacción realista, sucedió la culminación y el
triunfo de la Revolu­ción hispanoamericana. Es una fase
que se caracteriza por la Guerra de Independencia, la
incorporación de gran parte de los sectores populares a la
causa patriota de la Independencia y el nacimiento de los
nuevos Estados nacionales de Hispanoamérica. Es cuando
la “guerra civil” entre fidelistas e insurgentes se transforma
en Guerra nacional y patriótica y lleva como consecuencia
el triunfo de la revolución.
Entre 1816 Y 1824 las tierras suramericanas entraron
a la Gue­rra de Independencia. Desde el cono sur, el
Libertador José de San Martín y el ejército argentino-
chileno lucharon por la libertad de Argentina, Chile y
por fijar los pilares sólidos para la liberación del Perú.
Por otra parte, desde el área septentrional de Suramérica
el Libertador Simón Bolívar y el ejército venezolano-
granadino, o “grancolombiano”, lucharon por la liberación
definitiva de Nueva Granada, Venezuela, Ecuador, Perú y
Bolivia, en una serie de cam­pañas militares que duraron
entre 1816 y 1824.
En 100 días de 1819 se planeó, organizó y realizó la
Campaña Libertadora que dio libertad a la Nueva Granada,
consolidó la inde­pendencia de Suramérica y dio origen a la
unión de los Estados Grancolombianos en un solo cuerpo

44
La independencia de Colombia

de Estado Nacional: Venezuela, Nueva Granada y Quito.


La Campaña Libertadora de la Nueva Gra­nada se inicia
con la organización del ejército en Casanare a cargo general
Francisco de Paula Santander, y la unión de los intereses
venezolanos y granadinos en una sola causa común, bajo la
dirección militar y política del Libertador Simón Bolívar.
Esta campaña militar, tendiente a libertar la Nueva Grana-
da, para establecer un punto firme de apoyo para libertar a
Venezuela y posteriormente las áreas del Sur, siguió un iti-
nerario a través de los llanos colombo-venezolanos, el as-
censo a los Andes y la sorpresiva ocupación de la provincia
de Tunja, culminando en la Batalla de Boyacá, el 7 de agos-
to de 1819. Así culminó el esfuerzo independentista en la
liberación de la Nueva Granada, con excepción de Pasto y
la Costa, que posteriormente fueron independizados de los
últimos reductos españoles. Las aspiraciones se plasmaron
en la creación de la República de Colombia, mediante la ley
fundamental promulgada por el Congreso de Angostura el
17 de diciembre de 1819, la cual organizó la República de
Colombia, dividida en tres grandes depar­tamentos: Vene-
zuela, Cundinamarca y Quito.
“El día del triunfo” de la Revolución se expandió con
alborozo en la Nueva Granada: homenajes al Libertador
Simón Bolívar y a los generales Francisco de Paula
Santander y José Antonio Anzoá­tegui; al ejército libertador
que actuó en las batallas del Pantano de Vargas y del Puente
de Boyacá; solemnes ceremonias y rogati­vas de alegría
por el establecimiento del nuevo gobierno; la jura de la
Constitución y diversos actos y fiestas se pronunciaron
para ala­bar el triunfo de los libertadores. Periódicos,
folletos, discursos y sermones se pronunciaron para alabar
la culminación de la Inde­pendencia. Simón Bolívar se
presenta como el “Libertador”, instau­rador del gobierno
democrático y de la liberación definitiva del coloniaje
español, quien con su poder militar dio el golpe contra los
monarquistas realistas, “impregnados con el sello de la

45
Javier Ocampo López

opresión y la dependencia colonial”, según expresiones de


la época.
La reacción de los independentistas es ahora contra
el Régimen del Terror y de la opresión instaurada por el
Pacificador Morillo. La “noche negra” está representada en
los cuatro años de la Recon­quista, en donde el realismo
absolutista, por intermedio de los sátra­pas militares,
instauró como tono de vida el terror, el extremismo y
la violencia contra la modernidad revolucionaria. Los
insurgentes liberados de la negra noche del terror,
expresaron su exorbitante entusiasmo ante el triunfo de la
Revolución en el “día señalado” de la Libertad.
Algunos acontecimientos influyeron en la consolidación
defi­nitiva de la Independencia y en el surgimiento de
Colombia como nuevo Estado nacional en el panorama
político del mundo: la consolidación definitiva de las
naciones hispanoamericanas, gracias a las esfuerzos
militares y políticos del grupo militar formado al calor de la
Guerra de Independencia: Bolívar y Santander en la Gran
Colombia; San Martín, O’Higgins y Artigas en el Río de la
Plata y Chile; e Iturbide y Guadalupe Victoria en México,
quienes culminaron la Independencia. Tenemos en cuenta,
en la misma forma, los acontecimientos políticos de España,
con el espíritu liberal que imprimió la Revolución de Riego
en 1820 y los problemas internos en la monarquía española,
que sólo hasta 1823 cuando se restauró el absolutismo,
adquirió de nuevo estabilidad. La lucha había sido ganada
por la Revolución de Independencia, que delineó desde
entonces la República en el período nacional.
Tradición y Revolución fueron las fuerzas ideológicas
y de ac­ción que se enfrentaron en la crisis revolucionaria.
Sostenedores e impugnadores de la monarquía y el orden
colonial y de las nuevas ideas democráticas, se enfrentaron
en el ciclo de cambio que hizo crisis en las primeras
décadas del siglo XIX. Dos momentos impor­tantes en la
independencia presentan el triunfo de la reacción rea­

46
La independencia de Colombia

lista en el Nuevo Reino: 1808, con la jura de fidelidad al


monarca español contra el imperialismo francés; y 1816,
cuando el Pacifi­cador Pablo Morillo y la Expedición de
la Reconquista llegaron triunfalmente para restaurar
el orden y la fidelidad a España y eli­minar la Primera
República Granadina. En la misma forma, dos momentos
importantes en la crisis revolucionaria presentan el triunfo
de la Revolución de Independencia en la Nueva Granada:
la Revolución política de 1810, con el establecimiento
de un gobierno autónomo y la posterior declaratoria de
independencia absoluta de la opresión española; y el
triunfo de la Independencia en 1819 con­tra la Reconquista
española y con el establecimiento de la Gran Colombia
como república integrada, el más grande sueño de unidad
en la culminación de la gesta emancipadora.

47
III.
Los factores sociales y económicos
en la Independencia

Uno de los aspectos fundamentales en la interpretación


histórica de la Independencia, es delimitar los factores
condicionantes que se combinaron en la crisis
revolucionaria, cuyos efectos inmedia­tos condujeron a la
culminación de la Independencia. Estos fac­tores llevan
en su dinámica histórica las fuerzas internas sociales,
económicas, políticas o culturales de varios siglos de
duración, las cuales aparecieron en la dinámica del cambio,
y cuyo efecto es la nueva situación de la sociedad.
La Revolución de Independencia de Colombia, si
tenemos en cuenta el ciclo histórico (1781-1830), presenta
una dinámica inter­na en relación con la participación de
los diversos estamentos socia­les en el proceso de la crisis;
en especial, los estamentos inferiores (indígenas, negros y
mestizos) y el grupo criollo del estamento superior de la
sociedad neogranadina.
La primera fuerza histórica social en la crisis
revolucionaria se manifiesta en el ambiente de tensión social
en la segunda mitad del siglo XVIII en el Nuevo Reino. Los
sectores populares manifes­taron su descontento contra las
autoridades coloniales y los dueños de minas y haciendas.

49
Javier Ocampo López

En el oriente del Nuevo Reino se presentó en 1781 una


rebelión antifiscal contra las autoridades coloniales, en el
llamado Movimiento insurreccional de los Comuneros. Al
mismo tiempo se presentaron las rebeliones sociales de los
palenques y negros cimarrones contra los amos, en aquella
lucha de libertad contra la esclavitud.
La segunda fuerza del movimiento social en la
Independencia es­tá relacionada con la Revolución criolla
de 1810, en la cual encontra­mos el enfrentamiento entre
los criollos patriotas, contra los peninsu­lares realistas
o chapetones. En esta etapa de la Independencia, el
movimiento revolucionario es por esencia obra de los
criollos, la élite que impulsó la separación de España en
la crisis de la monar­quía española. Corresponde a una
acción de las minorías en sus esfuerzos por la separación
política de la metrópoli. Este movimiento criollo del Nuevo
Reino, es diferente, en su esencia, de la revolu­ción social
mexicana de 1810, cuando el cura Miguel Hidalgo le­vantó
a los indígenas y mestizos contra el régimen colonial.
Una tercera fuerza en la dinámica social la encontramos
en los años de la culminación de la Independencia, como
una reacción al Régimen del Terror, cuando los sectores
inferiores colaboraron en la lucha revolucionaria, apoyando
a los ejércitos patriotas o rea­listas según las circunstancias;
y se enfrentaron en la Guerra de Independencia, la cual
culminó con la Campaña Libertadora y la conformación
política de la Gran Colombia. .
La dinámica de las fuerzas sociales en la Independencia,
nos lleva a analizar el estado y los cambios en las estructuras
demográ­ficas y sociales en la Nueva Granada en las décadas
de la transición entre los siglos XVIII y XIX y su proyección
en la gesta emancipadora.
Desde el punto de vista demográfico se considera que
el creci­miento de la población neogranadina presenta una
tendencia al aumento acelerado en los finales del siglo
XVIII, con una disminu­ción en los años de la Reconquista

50
La independencia de Colombia

y la Guerra de Independencia. El aumento de la población


en los finales del coloniaje, está en rela­ción con el progreso
económico aparente, en una de las áreas del mundo,
conocidas por la gran producción de oro y tabaco; y asi­
mismo por el notable incremento urbano en comparación
con otras áreas coloniales de América. El Nuevo Reino
de Granada aparecía como una de las regiones sociales
de caracteres triétnicos, con pre­dominio de mestizos,
indígenas y negros, en relación con los blancos(22%); una
región colonial en cuya estructura social encontra­mos la
influencia de los sectores medios, comerciantes, artesanos
e intelectuales; con grupos de negros esclavos en las minas
de oro y plata y en las haciendas; una región caracterizada
económicamente por la minería, el comercio, la industria
artesanal y la agricultura.
Aun cuando las cifras demográficas no son absolutas,
por las dificultades para su obtención y porque ellas no
tienen datos sobre la población en las áreas selváticas y en
algunas regiones costaneras, los censos y los cálculos nos
presentan los siguientes datos estadísticos:

Año Población
1770 806.641 habts.
1825 1.228.259 habts.

En cumplimiento del decreto del 4 de octubre de 1825,


del vicepresidente Francisco de Paula Santander, se realizó
el primer censo oficial de Colombia, el cual alcanzó una
población total de 2.379.888 habitantes en los territorios
de Venezuela, Nueva Granada y Quito, aun cuando se
calculó una población de 2.800.000 habitantes, te­niendo
en cuenta que muchas gentes rehusaron el empadrona­
miento por miedo a las contribuciones. Para la Nueva
Granada se calculó una población de 1.400.000 habitantes.
Las provincias de mayor población fueron Tunja, Bogotá,
Socorro, Cartagena, Antio­quia y Popayán.

51
Javier Ocampo López

Un problema en el estudio de la población colombiana


en las décadas de la Independencia, es la proyección de
las Regiones sociales en la participación de los diversos
estamentos de la estruc­tura de la sociedad, como
consecuencia de la diversidad regional del medio geográfico
y las diversas formas de asentamiento y acultu­ración en el
Nuevo Reino de Granada.
Las regiones de mayor concentración de la población
indígena las encontramos en la zona central del altiplano
cundiboyacense en la Nueva Granada, en la Sierra Nevada
de Santa Marta y en la región del sur, alrededor del núcleo
de Pasto. Los indígenas sama­rios y pastusos y las regiones
a su alrededor, se convirtieron en los baluartes más
importantes del Realismo en la Independencia.
La zona de mayor concentración de población mestiza
se localizó en el eje regional Socorro-Pamplona del
nororiente del Nuevo Reino. En esta área se concentró una
intensa vida urbana y un relativo desarrollo económico en
el comercio, la industria artesanal y la agricultura. Fue el
área más afectada por las reformas fiscales españoles y en
donde se presentó la mayor fuerza de la Insurrec­ción de
los Comuneros de 1781, de carácter antifiscal y social; asi­
mismo, el espíritu revolucionario que llevó a la revolución
política de 1810 en Pamplona y Socorro, y a la decidida
participación de las guerrillas socorranas en la Guerra de
Independencia.
El occidente colombiano aparece como la región
de la minería, la gran hacienda y la esclavitud negra.
La estructura minera de la región, hizo necesaria la
introducción de negros esclavos para el laboreo de las minas
de Chocó, Antioquia y Cauca; en la misma forma para las
haciendas caucanas. Es la región del mayor mestizaje en el
país y en donde encontramos diversidad de problemas que
le manifestaron en la Independencia: los enfrentamientos
entre los hacendados criollos y los peninsulares en su lucha

52
La independencia de Colombia

por el poder en los cabildos; asimismo la tensión social de


los negros esclavos, la cual se manifestó en el palenquismo
y el cimarronismo de la segun­da mitad del siglo XVIII en
la formación de grupos rebeldes contra las autoridades
coloniales y en especial contra sus amos hacendados.
En la Costa Atlántica la mezcla de razas es la
característica más importante de la región; en ella
surgieron los negros, mulatos, zambos, mestizos, indígenas,
peninsulares y criollos, quienes actua­ron con decisión en
la Independencia. En esta región, que asimiló el interés
económico y sus costumbres con el mar, el comercio marí­
timo y el tráfico a través del río Magdalena, encontramos
la mayor radicalización en el Nuevo Reino, entre patriotas
y realistas. La provincia de Cartagena, la primera que
declaró la independencia absoluta, se convirtió en el centro
principal de la insurgencia con­tra España; y Santa Marta
se convirtió en la meca del realismo en la Nueva Granada.
Otras áreas que presentan rasgos regionales en el Nuevo
Reino son Neiva y Mariquita, una población triétnica
con predominio mestizo; el área del Chocó, en donde se
concentró la mayor parte de la población negra esclava,
alrededor de las minas de oro y plata; en región de los
Llanos Orientales, de rasgos mestizos y mulatos, en donde
se proyectó la guerra social de los sectores inferiores,
instigados por Tomás Boves contra los mantuanos
venezolanos, y la posterior vinculación de las masas
llaneras a la Guerra de Indepen dencia y en especial en la
Campaña Libertadora de 1819.

A. La participación popular en la independencia

Uno de los intereses actuales de los estudios históricos


sobre la revolución de Independencia, es el análisis de
la participación de los estamentos inferiores (indígenas,
negros y mestizos), o sea, la presencia del pueblo en la
revolución de Independencia.

53
Javier Ocampo López

Tenemos en cuenta la importancia de la participación


popular fin las tensiones sociales y agitación pre-
revolucionaria en la segun­da mitad del siglo XVIII,
expresadas en las rebeliones, motines y movimientos
sociales, algunos de ellos de especial dimensión, como el de
Túpac Amaru en el Perú y los Comuneros en el Nuevo Reino
de Granada. Estos movimientos populares presentan una
tendencia de origen económico y social, expresada en una
participación ma­siva en sus reclamaciones y, en general,
un aspecto locativo de di­mensiones fundamentalmente
regionales. Generalmente se presen­tan como movimientos
campesinos y de sectores populares, con ideales de
protesta para obtener una supresión de impuestos, o un
mejoramiento en el estamento social. Fueron movimientos
popula­res que tuvieron eco en las pequeñas ciudades,
aldeas y campos y muy escasa repercusión en las grandes
ciudades. Movimientos, re­beliones y motines en el mundo
rural de campesinos, llaneros, mon­toneras, indios, negros,
mestizos y castas en general, las cuales reflejan una época
de transformación social y económica.
Entre los movimientos populares del siglo XVIII
destacamos en las colonias americanas los siguientes: los
Comuneros del Paraguay (1721-1735), el levantamiento de
los indios y mestizos de Cochabamba (1730), las agitaciones
mineras del Brasil en 1720; los motines del maíz, del tabaco
(1765) y la rebelión de los machetes en México (1799); la
rebelión de Andresote en Venezuela (1730 - ­1732); el motín
de los araucanos en Chile (1751); los motines negros en
Cuba (1755); los motines incásicos del Alto Perú (1742 y
1761) Y la Revolución de Túpac Amaru, que desbordó las
manifestaciones de descontento de los indígenas peruanos
(1780). El Movimiento Comunal del Nuevo Reino en 1781,
el cual representa uno de los grandes movimientos de
masas mestizas en las colonias españolas en América.
En el oriente del Nuevo Reino de Granada, en las
provincias de socorro y Tunja, la tensión social de la

54
La independencia de Colombia

Colonia se presentó en 1781 en una rebelión antifiscal


contra las autoridades coloniales, en el movimiento social
que se ha llamado Insurrección de los Comu­neros. Esta
rebelión está en relación con los movimientos antirre­
formistas de Suramérica, los cuales se intensificaron en los
años comprendidos entre 1777 Y 1781.
En 1777 fueron enviados tres fiscales españoles a
Suramérica, con el fin de realizar la reforma fiscal a
imagen y semejanza de la que había hecho José de Gálvez
en Nueva España. Estos fiscales fueron José de Areche,
para el Perú; Joseph García de León Pizarro, para Quito,
y Francisco Gutiérrez de Piñeres, para el Nuevo Reino de
Granada. Estas reformas condujeron a la gran rebelión
de los pueblos andinos suramericanos, desde el Alto Perú
hasta Venezuela, con dos grandes epicentros: Tungasuca
y Socorro y diversos movi­mientos en Arequipa, La Paz,
Cochabamba, Cuzco, Ambato, Quiza­pincha, Santa Rosa,
Simacota, Tunja, Mérida y otros9.
Un problema económico-social que presentaba el Nuevo
Reino en los finales del siglo XVIII era la decadencia de
la producción mi­nera y la crisis fiscal, según la cual, los
pocos ingresos que se obte­nían eran absorbidos, casi
en su totalidad, para los gastos internos de la Colonia y
entre ellos el pago de la burocracia; esto significa que los
recursos fiscales del Nuevo Reino, muy poco beneficiaban
a la Corona española, lo cual hizo necesaria la reforma10.
El visitador Gutiérrez de Piñeres publicó la Instrucción
de los nuevos impuestos el 12 de octubre de 1780, en la
cual se reglamentó la alcabala y el impuesto de la armada
de Barlovento; y en la misma forma los impuestos de guías
y tornaguías, con repercusión en los comerciantes. A los
10 días surgió la rebelión en Simacota y posteriormente
en Mogotes y Charalá (17 de diciembre de 1780). Sin

9 MANUEL LUCENA SALMORAL, Los movimientos antirreformistas de Suraméri-


ca 1777-1781, de Túpac Amaro a los Comuneros, en Revista de la Universidad
Complutense núm. 107, España, enero-marzo 1977, vol. XXVI, págs. 79-116.
10 INES PINTO ESCOBAR, op. cit., págs. 230-238

55
Javier Ocampo López

embargo, la gran conmoción revolucionaria se inició en


Socorro el 16 de marzo de 1781, cuando el pueblo protestó
contra los impuestos. Una cigarrera llamada Manuela
Beltrán se encaminó al estanco, donde arrancó y rompió el
edicto de los impuestos ante la aprobación de la multitud.
Se exacerbaron los ánimos y se convoc6 al cabildo, que
decidió suspender los odiosos impuestos11.
El movimiento socorrano se difundió en la región de
Socorro, San Gil, Vélez y en la provincia de Tunja, de una
gran densidad demográfica y de caracteres económicos
comercial, minifundista y con parcelas distribuidas entre
los pobladores descendientes de españoles y mestizos en
su mayoría. Al pueblo comerciante, agricultor y pequeño
industrial afectaba sobremanera la política de los nuevos
impuestos, los cuales recaían en sus pequeñas compras y
ventas.
Los Comuneros proclamaron a Juan Francisco Berbeo
como general del movimiento y a Estévez, Monsalve y Plata
como capita­nes comuneros, y decidieron marchar contra
Santa Fe.
En este movimiento de masas se alcanzó a reunir
20.000 hom­bres, la mitad de ellos indígenas, armados
de machetes, macanas, picas y demás herramientas del
campo. Las autoridades santafereñas acordaron nombrar
una comisión negociadora con los Comune­ros, suspender
la reforma tributaria y fortificar la capital. A la comisión
negociadora se unió el arzobispo Antonio Caballero Y
Góngora.
En las Capitulaciones de Zipaquirá que los Comuneros
nego­ciaron con la comisión negociadora encontramos
la defensa de las tradiciones jurídicas de los pueblos, el
reclamo por la supresión Y rebaja de impuestos, la libertad
de cultivo, el libre comercio del tabaco, el mejoramiento de
caminos y puentes, el acceso de los americanos a los altos
puestos administrativos, la devolución de los resguardos

11 MANUEL LUCENA SALMORAL, op. Cit, pa.g. 98.

56
La independencia de Colombia

a los indígenas, la devolución de las salinas a los indios,


presión del cargo de visitador y el destierro de Gutiérrez
de Pi­ñeres y otras reformas fiscales, económicas, sociales
y eclesiásticas.
Las capitulaciones fueron anuladas al poco tiempo por
las auto­ridades españolas y los dirigentes del movimiento
fueron castigados. Uno de los caudillos populares que
canalizó las aspiraciones del pueblo comunero, fue
el mestizo José Antonio Galán, quien con su empuje
revolucionario influyó en los pueblos de Villeta, Guaduas;
Honda y Ambalema en el Valle del Magdalena, incitando a
los pueblos contra las autoridades, repartiendo al pueblo
los fondos de la administración de rentas, imponiendo
elevadas multas a los ve­cinos acomodados contrarios a la
rebelión, y ofreciendo la libertad a los negros esclavos, y
aprovechando los movimientos de palen­ques y cimarrones
en el Nuevo Reino.
Aun cuando el movimiento de los Comuneros fracasó en
el Nuevo Reino y fue apaciguado y reprimido en lo referente
a José Antonio Galán y sus compañeros, es importante
considerar que demostró las debilidades del gobierno
español y “abrió el camino a posteriores rebeliones, ya
conscientes de la problemática de la emancipación”12.
Estos movimientos populares del siglo XVIII son de
esencia reformista económica y social, y sin lugar a dudas,
se con­virtieron en los prolegómenos de los alzamientos
nacionalistas del XIX.
Un problema que presenta el estudio de la Independencia
de Colombia, es la participación de los sectores populares o
inferiores en la Revolución criolla de 1810, la cual culminó
con la independencia absoluta respecto de la metrópoli
española.
En la mayoría de los países hispanoamericanos, la
Revolución de Independencia aparece ante las masas
como un asunto privativo de los peninsulares y criollos

12 INES PINTO ESCOBAR, op. Cit, pag. 230.

57
Javier Ocampo López

“blancos de nacimiento”, o en algunos como problemas de


los amos.
En el Nuevo Reino de Granada, la actuación de las
masas populares ante la Revolución política de 1810
presenta varias tendencias: la patriota, la realista o fidelista
en defensa del rey de España, la actitud indiferente, e
inclusive la ignorancia de muchas gentes ante el hecho
histórico. En un país incomunicado en su mayor parte con
numerosas tribus indígenas que no tenían contacto con
los núcleos civilizados, no puede pensarse en una difusión
total de la idea de independencia y de los triunfos de los
patriotas o de los realistas. Tenemos en cuenta, asimismo,
la actuación de los indí­genas, los negros y los mestizos ante
la Independencia.
La actuación de las masas populares en las ciudades del
Nuevo Reino, ante la Revolución política de 1810, se puede
analizar a tra­vés de sus actitudes independentistas en las
ciudades de Santa Fe, Cartagena, Socorro, Pamplona, Cali
y Mompox, entre las princi­pales ciudades que expresaron
su respaldo a la Independencia.
El 20 de julio de 1810, las masas santafereñas se
agolparon en la plaza principal, ante la reyerta del chapetón
González Llorente y los criollos Morales, estimuladas por
los chisperos revolucionarios y en especial por su líder
popular José María Carbonell y estudiantes de los colegios
del Rosario y San Bartolomé. La multitud actuaba en
contra de la autoridad virreinal, los oidores y en general
de los españoles, solicitando la prisión para algunos y la
excarcelación de los presos condenados por las autoridades
coloniales, entre quienes se encontraba el canónigo Andrés
Rosillo.
Las turbas santafereñas, como lo expone el sabio
Caldas, en su Historia de la Revolución, no escucharon
las voces de la Junta Su­prema y se dieron al gran saqueo
de la capital. Fueron asaltadas las casas de los oidores
y de muchos españoles; liberaron al canó­nigo Rosillo,

58
La independencia de Colombia

llevándolo en triunfo a la plaza; y, en general, se creó


una verdadera situación revolucionaria. Carbonell y los
chisperos revolucionarios decidieron convocar, en el
barrio San Victorino, una reunión de los jefes de barrios,
artesanos y estudiantes de avanzada, la cual se realizó el
22 de julio, y en donde se estableció una Junta popular
revolucionaria, bajo la presidencia de Carbonell. Esta Junta
popular mantuvo al pueblo santafereño en manifestación
perma­nente y llevó su presión hasta cuando el 13 de agosto
obtuvo la prisión del virrey Amar y Borbón y su esposa.
Un día después los criollos santafereños dieron libertad al
virrey y su esposa, facili­tando su salida sigilosa de la capital.
La Junta Suprema ejerció presión contra los amotinados,
prohibiendo las manifestaciones y las reuniones de la
Junta revolucionaria de San Victorino; y así ­mismo,
llevando a la prisión al líder popular José María Carbonell
y a los revolucionarios Joaquín Eduardo Pontón y Manuel
García. Estas masas santafereñas se integraron a la acción
revolucionaria del Precursor Antonio Nariño, en sus luchas
por el centralismo alrededor de Cundinamarca13.
En la provincia de Cartagena, las masas populares
presionaron para 1a declaratoria de la independencia
absoluta en relación con la metrópoli española. La primera
ciudad en el Nuevo Reino de Granada que declaró la
independencia absoluta de España fue Mompox, de la
provincia de Cartagena, el 6 de agosto de 1810. El pueblo
momposino exigió la remoción de los cabildantes realistas
en la noche del 5 de agosto, y aclamó a los criollos patriotas
José María Sa1azar y José María Gutiérrez, rector del Real
Colegio Uní­versidad de San Pedro Apóstol de Mompox. El
6 de agosto el cabildo de Mompox se adhirió a la Junta
Suprema de Santa Fe, declaró la Independencia del
Consejo de Regencia y proclamó su independen­cia absoluta
de España y de cualquiera otra dominación extranje­

13 Véase la obra de INDALECIO LIÉVANO AGUIRRE, Los grandes conflictos so-


ciales y económicos de nuestra historia, Bogotá, 1966, Tercer Mundo.

59
Javier Ocampo López

ra14. Era cura párroco de la ciudad el presbítero Juan


Fernández de Sotomayor, autor del célebre Catecismo o
instrucción popular, publicado en 1814 y en el cual ofreció
la argumentación para justificar la Independencia. El 11
de octubre de 1810 se erigió la provin­cia Independiente
y se designó la Junta Patriótica presidida por el doctor
Gabriel Piñeres; en enero de 1811 Cartagena venció a
Mompox y la ocupó; asimismo se convirtió la ciudad en
un sitio estratégico para los realistas de Santa Marta y los
patriotas15.
En la ciudad de Cartagena, las masas populares de
mestizos, negros y mulatos presionaron a la élite criolla
para culminar la independencia absoluta de la provincia.
Un movimiento popular iniciado en el barrio de Getsemaní
y en las principales calles de Cartagena hasta el palacio
de gobierno, el cual fue acaudillado por los hermanos
Gutiérrez de Piñeres, invadió el recinto del cabildo y
presionó a la Junta de Notables, acaudillada por García de
Tole­do, para declarar la independencia de Cartagena en
relación con España y cualquiera otra nación del mundo,
el 11 de noviembre de 1811. Las masas cartageneras, como
las santafereñas, en sus actos de presión e inconformidad,
expresaron sus sentimientos y anhelos por la obtención de
una liberación anti-colonial respecto de la metrópoli.
Otras manifestaciones de descontento de las masas
populares patriotas las encontramos en el pueblo del
Socorro, revolucionario desde la Insurrección de los
Comuneros, el cual, en la Revolución de 1810, depuso a
las autoridades coloniales e integró su propia Junta de
Gobierno; y en la reacción patriota contra el Régimen del
Terror, organizó la guerrilla socorrana en favor de los
insurgentes.

14 ROBERTO MARIA TISNÉS, CMF, La independencia en la Costa Atlántica, Bo-


gotá, 1976, edit. Kelly, Págs. 147-154.
15 Ibídem. El padre Tisnés descubrió en 1970 en la ciudad de Mompox el Ca-
tecismo o Instrucción Popular, del Pbro. Juan Fernández de Sotomayor. Este
importante folleto ha permitido conocer la argumentación sobre la negación de
los títulos de Conquista

60
La independencia de Colombia

En algunos lugares del Nuevo Reino, las masas


populares ma­nifestaron descontento cuando los criollos
llegaron al poder. Di­versos núcleos de indígenas vieron
con desconfianza que la direc­ción gubernamental pasara
a los criollos, sus enemigos de varios siglos, los dueños de
las tierras y las riquezas, y de quienes mante­nían continuas
quejas a las autoridades coloniales y al lejano mo­narca que
aparecía como el “Protector”, a pesar de la distancia entre
las colonias y la metrópoli.
Tenemos en cuenta que, para las masas populares
realistas, el problema no se planteaba en términos de defensa
de la Colonia o la República con la independencia, sino en
términos de gobierno del Rey de España o de los criollos; y
según las tendencias generales en Hispanoamérica, ante la
revolución criolla de 1810, las masas indígenas prefirieron
en su mayoría el realismo Monárquico.
Al analizar las actitudes populares de diversos grupos
de indígenas, principalmente en: las regiones de mayor
concentración de esta población, encontramos una
acentuada tendencia realista. En México, las tribus
de Oaxaca y Chiapas, como también las de Guatemala
manifestaron fieles al rey de España, porque creían firme­
mente que él era una figura protectora y paternal, pues
los males no venían de esta venerada persona, sino de sus
representantes, las autoridades coloniales. José Manuel
Groot, en su obra Historia Eclesiástica y civil de la Nueva
Granada, afirma que en el norte del país se sorprendieron
los patriotas al encontrar grupos de indígenas y campesinos
llorando al conocer la noticia de que ya no había más
rey16. El rey se presentaba ante sus ojos como el protector
ante la voracidad de los burócratas coloniales y los criollos;
y como el símbolo del mantenimiento del orden. Con su
pérdida, la paz dejaba de existir.
Los indígenas realistas consideraban al rey como su
protector y defensor natural, contra las aspiraciones
16 JOSE MANUEL GROOT, Historia Eclesiastica y civil de la Nueva Granada, Bo-
gota, 1956, edit. Cromos

61
Javier Ocampo López

subyugadoras de los criollos, dueños de las haciendas y


buscadores de obra barata para el trabajo en las haciendas.
Ese amor al rey de España se unía a la fidelidad de la
Iglesia católica, los dos elementos fundamentales en la
afirmación del monarquismo en las masas populares y prin­
cipalmente las indígenas. Algunos elementos realistas del
clero, en los sermones y en los confesionarios; los obispos,
en las pastorales y cartas religiosas; y los funcionarios
españoles, en las órdenes político-militares, condenaron
a los bandidos “patriotas”, considerados como deicidas y
regicidas, los mayores pecados endilgados a un hombre en
países en donde la mayoría de la población era católica,
tradicionalista y analfabeta.
En el Nuevo Reino de Granada, las áreas indígenas
partidarias del realismo absolutista fueron Santa Marta y
los pueblos en los alrededores de la Sierra Nevada de Santa
Marta, los centros más importantes para los realistas en la
Costa Atlántica y la sede del gobierno español en los años
de la Primera República Granadina.
En la misma forma, Pasto en la zona del sur, la tierra
de los Quilla­cingas y Pastos, en una zona dependiente de
Popayán, se convirtió en uno de los frentes del “Realismo
absolutista” más importante del país. Los samarios, como
los pastusos en el Nuevo Reino, en la misma forma que
los cubanos, guatemaltecos, panameños, peruanos y
uruguayos, presentaron una actitud realista de sujeción
a las instituciones españolas y de defensa al Rey y a la
Religión.
La representación del cabildo de Pasto, del 13 de junio
de 1814, dirigida al rey de España, es indicativa de la
actitud fidelista de los indios del sur, y sobre todo de su
especial actuación contra el Pre­cursor Antonio Nariño. Así
lo expresa el documento:
“Los indios mismos, estos hombres degradados tan
cobardes e incapaces de empresas grandes con el fusil en la
mano, presen­tan con denuedo el pecho a las balas, y hacen

62
La independencia de Colombia

prodigios de valor. Que no haya en Pasto una pluma, como


la de Ercilla. ¡Ah!, el nombre de esos belicosos naturales se
transmitirá a la posteridad con la misma gloria que se ha
transmitido hasta nosotros los Araucanos...”17.
Los indios del sur integraron las guerrillas realistas
del Patía que aparecen desde 1811, con la influencia
del fraile Andrés Sar­miento, adicto a la causa del rey,
y quien más ayudó a formar una conciencia realista en
la región. El surgimiento de esta guerrilla comprende
también algunos desaciertos de miembros de las tropas
de Antonio Baraya, como fue el caso del teniente Eusebio
Borrero, quien quemó el pueblo del Patía en 1811, cuando
la expedición cundinamarquesa marchaba a Pasto, con el
argumento de un cas­tigo a las gentes por el ocultamiento
de provisiones. Así surgieron las emboscadas a las fuerzas
patriotas, propinadas por la guerrilla realista al mando
del mulato Juan José Caycedo. Esta reacción realista en
la región del Patía se observa también en la guerrilla del
indio Agualongo, quien tuvo mucho que dar a los ejércitos
patriotas colombianos en sus esfuerzos por irradiar la
emancipación en todas las regiones.
Al igual que los indígenas del sur del Nuevo Reino,
los indí­genas de Santa Marta actuaron decididamente
en defensa del rey y de las autoridades virreinales que
enfrentaron el fidelismo rea­lista a la revolución de la
Independencia. Durante la Guerra de Independencia, las
autoridades virreinales en el exilio, los enemi­gos de la
revolución y los desterrados, se dirigieron a Santa Marta,
Panamá y La Habana, desde donde se fijaron las tácticas
realistas del enfrentamiento a la insurgencia patriota.
Los indígenas de los alrededores de Santa Marta se
manifes­taron defensores de su Rey y de la Religión. Una
actitud que refleja su posición realista la encontramos
en 1813, cuando los indígenas de Mamatoco y Bonda,

17 Representación del Cabildo de Pasto a S.M .citado por SERGIO ELÍAS ORTIZ,
en Colección de documentos para la historia de Colombia. Primera serie, Bogo-
tá. 1964, Edit. El Voto Nacional, pág. 54.

63
Javier Ocampo López

encabezados por el cacique Antonio Núñez y acompañados


por los emigrados de Santa Marta, se enfrenta­ron a las
fuerzas patriotas de Pedro Labatut, a las cuales derrotaron
con bizarría y denuedo: Conocedor el Pacificador Morillo
del heroís­mo realista del cacique Antonio Núñez y de los
indios de Mamatoco en su rechazo a Labatut, dictó el
decreto del 25 de julio de 1815, mediante el cual asignó
la medalla de oro de la fidelidad al cacique. En el anverso
de la medalla, grabado el busto del rey, y en el rever­so, la
inscripción “A los fieles y leales al Rey”, la cual podría colo­
carse al lado izquierdo del pecho, pendiente de una cinta
roja. Pos­teriormente, el rey le reconoció el derecho de
heredar el cacicazgo y el grado de capitán.
Cuando el capitán general don Francisco Montalvo
intensificó la defensa de Santa Marta, los indígenas cercanos
a la ciudad reci­bieron armas para ayudar a la defensa de la
provincia. Algunos grupos aprovecharon este armamento
para saquear las propiedades de los latifundistas, con el
pretexto de que eran jacobinos o disi­dentes. En carta que
escribió Montalvo al secretario de Estado don José Limonta
el 21 de agosto de 1813, le expresó que a pesar de los excesos,
no se atrevía a castigar a los indígenas, porque era admi­
rable su decisión contra los insurgentes. Esa fidelidad
monarquista de los indios samarios fue recompensada
por el gobierno español, teniendo en cuenta las diversas
solicitudes para el mejoramiento de la provincia. Los
indígenas de la región pidieron que se les limi­taran las
contribuciones rebajando a dos los cuatro pesos que es­
taban pagando. El rey de España les concedió la rebaja
de un peso, gracias al alegato del fiscal, aprobado por el
Consejo, en el cual se sostenía que era más considerable
el servicio que esos indígenas habían prestado a S. M.,
que el perjuicio que las cajas reales pudieran sufrir con la
rebaja18.
La culminación de la revolución de Independencia im-
pulsó el interés de los patriotas hacia la rendición de Santa
18 Ernesto Restrepo Tirado, Historia de la Provincia de Santa Marta. Sevilla, 1929,
Imprenta Helas.

64
La independencia de Colombia

Marta, pues de allí se liberaría en definitiva la Costa Atlán-


tica y se proyectaría la libertad de Maracaibo. Los habitan-
tes de Santa Marta y los indí­genas de Mamatoco y pueblos
vecinos se prepararon para la defensa ante la ofensiva de
los patriotas. Una de las defensas fue organizada por los
indígenas de San Juan de la Ciénaga o Sabanas, quienes
con el resto de la población se enfrentaron a las tropas del
coronel José Padilla y la división de Carreño. Los indios
realistas, después de su ataque frontal, se desordenaron y
perecieron al filo de las lanzas. Más de 400 cadáveres de
indígenas quedaron tendidos en el pueblo de San Juan; se
atestigua así el indomable valor de sus belicosos habitan-
tes y el furor con que se hacia la guerra19.
Si bien es cierto que la mayoría de los núcleos indígenas
era realista, no podemos olvidar las masas indígenas en
favor de los patriotas, y entre ellas, los indios Paeces en 1811.
Gracias a la acti­vidad insurgente del cura Andrés Ordóñez,
quien preparó el am­biente de la provincia de Neiva contra
el gobernador Tacón en Popayán, se logró la atracción de
los indios Paeces a la causa de la Independencia, la cual
obtuvo magníficos resultados al lograr que el cacique
Gregorio Calambás y su tribu abrazaran la causa revolu­
cionaria y colaboraran con los patriotas en esta región.
En el análisis de las actitudes populares en la revolu-
ción de Independencia, no podemos dejar de considerar la
ignorancia de las mayorías indígenas aisladas en la Ama-
zonia, los Llanos, el Chocó y otras áreas del Nuevo Reino.
Ellos permanecieron ignorantes de los acontecimientos de
la emancipación; sumados a éstos, conside­ramos asimis-
mo los indiferentes de las aldeas y áreas rurales, para quie-
nes este acontecimiento importó muy poco en su vida de
pasi­vidad cotidiana.
Otro de los sectores populares que actuaron en la
Independen­cia fue el de los negros esclavos en su lucha
contra la esclavitud. En la segunda mitad del siglo XVIII los
19 José Manuel Restrepo. Historia de la revolución de la República de Colombia.
Bedut, Medellín, 1919.

65
Javier Ocampo López

negros esclavos presentaron el problema de las continuas


rebeliones de palenques y cimarrones, lo que se convirtió
en el Nuevo Reino de Granada en una verdadera guerra
social de los esclavos contra los amos.
Les negros fueron un buen pasto para las propagandas
revo­lucionarias de los criollos contra el régimen español,
contra el cual intervinieron siempre como fuerza activa.
Cuando el español avivó también en ellos el odio de razas,
el esclavo y el negro liberto toma­ron posiciones contra
la Independencia y en especial contra los criollos. Esto
significa que la actitud de los negros ante la Indepen­dencia,
estuvo de acuerdo con su interés de liberación de la esclavi­
tud; cuando ésta fue ofrecida por los criollos granadinos,
los negros participaron en los ejércitos patriotas; y cuando
fue ofrecida por los peninsulares españoles, ingresaron con
fervor en los ejércitos realistas.
Una de las medidas políticas de los realistas de Popayán
para atraerse a los sectores inferiores, con el fin de
preparar en 1811 la resistencia a las fuerzas patriotas de
Cundinamarca, la tomó Mi­guel Tacón cuando mediante
la resolución del ayuntamiento de Popayán, fechada el
24 de marzo de 1811, se acordó la libertad de los esclavos
que tomaran armas en favor del rey. Un grupo de negros
se sublevó contra sus amos en las provincias del Reposo y
Micay, lo cual hizo que las gentes de Iscuandé solicitaran
ayuda a la Junta Patriótica de Popayán. Cuando Tacón
fue derrotado en Iscuandé, Barbacoas proclamó la
independencia y los 400 negros esclavos de Micay que se
acercaban a Iscuandé por los esteros, regresaron a los reales
de minas, tan pronto supieron que el amo Tacón había sido
totalmente destruido. Un oficio de Miguel Tacón al virrey
de San­ta Fe, escrito en Lima el 26 de mayo de 1812, expresa
la actitud realista de los negros en la Costa y el distrito de
Popayán. Dice así:
“Los negros de la Costa y distrito de Popayán nunca han
sido en favor de sus amos, por considerarlos enemigos del

66
La independencia de Colombia

rey; al contrario, se han ofrecido siempre a defender al


gobierno”20.
El Pacificador Pablo Morillo y otros militares de la
Reconquista, para atraerse a los negros a la guerra contra
los patriotas, les ofrecieron la libertad de la esclavitud.
Desde Ocaña, Morillo dictó el decreto del 24 de abril de
1816, por medio del cual otorgaba la libertad a los esclavos
que denunciaran o presentaran algún cabecilla o jefe
revolucionario, inclusive a sus amos. Esta medida rea­
lista atrajo a muchos negros para integrar los ejércitos en
defensa del rey.
Entre los patriotas granadinos encontramos también
algunas medidas oficiales para atraerse a las masas negras
a la defensa de la Independencia. En la Constitución de
Cartagena de 1812 se pro­hibió el tráfico de negros y se
consideró necesaria la protección estatal a los esclavos,
proyectando la creación de un fondo de manu­misión. Fue
en el Estado de Antioquia donde, con la influencia de su
gobernante don Juan del Corral, se expidió la ley 20 de
abril de 1814, mediante la cual se dio libertad a los hijos de
los esclavos que nacieran a partir de la sanción de la ley.
El Libertador Simón Bolívar luchó también por la
libertad de los esclavos, como único medio de consolidar
la Independencia. Des­pués de sus contactos con Alejandro
Petión en Haití, el Libertador expidió en junio de 1816 su
primera proclama de liberación de los esclavos y la iniciación
de una lucha permanente que culminó en su primera etapa
en el Congreso de Cúcuta de 1821 en la Libertad de partos
y en las leyes de manumisión.
Algunos españoles canalizaron la tensión de las masas
negras y mestizas contra los criollos. En Venezuela, Tomás
Boves capitalizó un movimiento social contra los mantuanos
dueños de los grandes latifundios: “Contra los blancos y sus
haciendas” era el estribillo de Boves en esta guerra social;

20 MIGUEL TACÓN, Al virrey de Santa/é, Lima 26 de mayo de 1812, en JOSE MA-


NUEL RESTREPO, Documentos importantes para la Nueva Granada, Bogotá,
Universidad Nacional, t. I, pág. 75.

67
Javier Ocampo López

con estas masas de negros, mulatos y mestizos, Boves


derrotó a Bolívar y las fuerzas republicanas; sin embargo,
esas mismas masas populares fueron absorbidas y aleccio­
nadas por José Antonio Páez en los Llanos colombo-
venezolanos, precisamente las mismas masas llaneras que
contribuyeron a deci­dir el éxito de la Campaña Libertadora
en 1819 y las campañas militares venezolanas.
Uno de los momentos en el proceso social de las masas en
la Independencia, fueron los años del Régimen del Terror y
la Guerra de Independencia entre 1816 y 1819. Los sectores
populares se incor­poraron a la causa patriota, a medida
que fueron adquiriendo una conciencia popular sobre la
Independencia y la liberación anti-colo­nial. En otros casos,
se incorporaron a los ejércitos realistas y se enfrentaron a
los patriotas. Sin embargo, la mayor tendencia la presenta
la causa patriota; el propio Pablo Morilla admitía que en
la Nueva Granada las gentes eran adversas a las tropas del
rey. Y si la táctica fue la represión a los patriotas, el pueblo
granadino se defendió en las guerrillas populares, llamadas
por los realistas “grupos de bandidos” o ladrones.
Fueron las guerrillas granadinas las que ayudaron a
los patrio­tas en la Campaña Libertadora en el Pantano de
Vargas y en el puente de Boyacá; una de ellas impidió al
español Latorre salir de Cúcuta con el fin de reforzar el
ejército de Barreiro, cortando la comunicación realista
con el interior del Nuevo Reino. Otra guerri­lla popular
del Socorro se unió al ejército libertador que cruzó el
Páramo de Pisba; asimismo, otras se localizaron en Villa
de Leyva y Chiquinquirá, fortaleciendo el apoyo popular
independentista contra los realistas.
Entre las guerrillas populares que se destacaron en la
culminación de la independencia de la Nueva Granada, se-
ñalamos las siguientes: La guerrilla de La Niebla, acaudi-
llada por los hermanos Juan y Miguel Ruiz, e integrada por
gentes del Socorro y la provincia de Tunja; operó en la re-
gión comprendida desde Vélez hasta Zapatoca. La guerri­
lla de los Almeida, acaudillada por los hermanos Ambrosio

68
La independencia de Colombia

y Vicente Almeida y por el guerrillero Juan José Neira; esta


guerrilla, compuesta por más de 300 hombres, operó en
la región de Chocontá, Valle de Tenza y Norte de Cundi-
namarca. La guerrilla de Zapatoca, desarrolló actividades
entre Socorro y el río Magdalena; destacamos asimismo la
guerrilla de Guapotá, la guerrilla de La Aguada, la gue­
rrilla de Oiba, la guerrilla de Chima, la guerrilla de Arato­
ca, la guerrilla de Guadalupe, las guerrillas de Simacota,
la guerrilla de Onzaga, la guerrilla de Charalá, la guerri­
lla de Coromoro, la guerrilla del Hatillo o de los Santos,
costeada en su mayor parte por la señorita Antonia Santos
Plata. Numerosos guerrilleros de las regiones de oriente y
del centro del Nuevo Reino, se sumaron al ejército liber-
tador en la Campaña Libertadora, espe­cialmente en la
provincia de Tunja21. Con los guerrilleros destaca­mos tam-
bién la participación de los campesinos; encontramos, por
ejemplo, una verdadera romería en Socha llevando víveres,
frazadas y caballos para el ejército libertador; muchas ca-
misas femeninas que dieron las mujeres en el templo de
Socha, así como ropa mascu­lina, sirvieron a los hombres
que lucharon en el Pantano de Vargas y Puente de Boyacá.
Numerosos campesinos boyacenses de tierra fría se con-
virtieron en aguerridos soldados en la Campaña Liberta­
dora, supliendo las bajas en el paso de los Andes.
Un ejército popular se formó en la provincia de Tunja en
torno del Libertador Simón Bolívar y el ejército libertador;
las gentes salían de las aldeas y de los campos y se integraban
a las tropas republicanas, recibiendo instrucciones en
la marcha y en la acción, y hasta los mismos dirigentes
realistas mencionaban las condicio­nes campesinas y
miserables del ejército patriota.
El apoyo del clero criollo de los pueblos de la provincia
de Tunja fue decisivo en el triunfo patriota y en las actitudes
populares ante la, culminación de la Independencia. El
virrey Juan Sámano ex­presó en una de sus cartas que si se

21 OSWALDO DÍAZ DÍAZ, La reconquista española, vol. VI, tomos I y II, Historia
Extensa de Colombia, Bogotá, 1966, Edic. Lemer.

69
Javier Ocampo López

mandaran los curas sospechosos a Bogotá, “no quedaría


en Tunja ni media docena de curas”22. Y el apoyo popular,
según las investigaciones del historiador Juan Friede, fue
decisivo en el ejército libertador en Boyacá; Bolívar, en una
carta que le envió a Francisco Antonio Zea desde Tasco, le
dijo lo siguiente:
“Los españoles temen no solamente al ejército sino al
pueblo que se manifiesta extremadamente afecto a la causa
de la libertad”23.
En la misma forma se lo manifestó el jefe realista José
María Barreiro al virrey Sámano, sobre el carácter popular
del ejército patriota, así:
“Esta reunión nada importa a las tropas de mi mando,
pues se hallan convencidas que la multitud no hace la
guerra sino que constituye un desorden de los buenos
soldados”24.
La actitud popular en la Campaña Libertadora de la
Nueva Granada, no fue general en la culminación de la
independencia de la Gran Colombia, como lo manifiesta la
provincia de Tunja. Así, vemos que hubo gran resistencia
popular realista en las guerrillas del Patía y en especial
la del indio Agualongo, que enfrentó una fuerte reacción
al ejército patriota. El general O’Connor, del ejér­
cito libertador, que luchó en Ayacucho, escribió en sus
Memorias que de los 12.600 hombres que formaban el
ejército realista del virrey Laserna, solo 600 eran españoles
y los demás indígenas y mes­tizos americanos, lo cual indica
el grado de sumisión al monarca español por parte de los
estamentos inferiores en el Perú y Alto Perú.
La revolución de Independencia no trajo un cambio
radical en los estamentos inferiores y en especial en los
indígenas acostum­brados a las seguridades sociales que les

22 JUAN FRIEDE, La Batalla de Boyacá a través de los archivos españoles, Bogo-


tá, 1969. Banco de la República, pág. 100.
23 Ibidem. Véase también la obra de FRIEDE, La otra verdad, Bogotá, 1973, Edic.
tercer Mundo.
24 JUAN FRIEDE, El ejército popular, vencedor en Boyacá, en UN, Bogotá, Univer-
­ acional, núm. 4, sep,-dic. 1969, págs. 106-117.
sidad N

70
La independencia de Colombia

proporcionaba el Resguardo y la protección del monarca


español, frente a las ambiciones de los peninsulares y
criollos propietarios de las haciendas. La mentalidad
colectivista de los indígenas, estimulada en el trabajo
comunitario de los resguardos, se enfrentó a la mentalidad
individualista de los criollos, para quienes la libertad se
convertía en meta de la Inde­pendencia.
La libertad individual que defendieron los criollos en la
Inde­pendencia, consideró indispensable la declaratoria de
libertad indi­vidual para el indígena y la destrucción de los
resguardos que limitaban esa libertad. Mediante el decreto
del 5 de julio de 1820, el Libertador Bolívar dispuso lo
siguiente:
“Se devolverán a los naturales como propietarios
legítimos, todas las tierras que formaban los resguardos,
según sus títu­los, cualquiera que sea el que aleguen para
poseerla los actuales tenedores”25.
Esta idea de Bolívar se proyectó en la ley del 11 de
octubre de 1821, la cual refleja el pensamiento de los
criollos que actuaron en el Congreso de Cúcuta. Según esta
ley, se estableció en Colombia la igualdad del indígena
con todos los derechos y deberes de los demás ciudadanos
libres; asimismo, la repartición de las tierras de los
resguardos entre todas las familias de los indígenas, en
proporción a los miembros de cada una y a la extensión
del terreno. Esta ley grancolombiana destruyó las antiguas
comunidades indígenas de los resguardos y constituyó una
nueva estructura de la propiedad privada de la tierra, de
la cual surgieron los minifundios o pequeñas propiedades
campesinas.
Esta medida de igualdad ante la ley para los indígenas
se volvió contra ellos, puesto que se suprimió el estatuto
de protección con­tra los abusos de los criollos y colonos,
25 Véase la obra de JUAN F’RIEDE. El indio en lucha por la tierra. Bogotá, 1976,
Edic. Punta de Lanza. En la misma forma, véase la obra de GUILLERMO HER-
NÁNDEZ RODRÍ­GUEZ. De los chibchas a la Colonia y a la República, Bogotá,
1975, Instituto Colom­biano de Cultura. Biblioteca Básica Colombiana. núm. 9,
Talleres Gráficos.

71
Javier Ocampo López

quienes necesitaban mano de obra barata en un mercado


libre, y la compra de tierras a los pequeños propietarios
para aumentar los latifundios. Esto nos in­dica que el
igualitarismo jurídico no respondía a la realidad social en
los años de culminación de la Independencia, y que ésta no
supuso ninguna modificación fundamental en los sectores
populares.

B. La elite criolla en lucha por la emancipación

En la estructura social del Nuevo Reino en los finales


de la Colo­nia aparece, en el estamento superior, el criollo
o español americano. Es el hijo directo del español
peninsular y sin ninguna mezcla con otra raza; pero con el
atributo, para unos, o pecado, para otros, de haber nacido
en América: mancebo de la tierra, o manchado de la tierra.
Es una distinción fundamentalmente “geográfica”, basada
en las circunstancias de haber nacido en las Indias; hecho
negativo que los subordinaba respecto de sus padres, los
nacidos en la Penín­sula, o “chapetones”.
Esta escisión entre chapetones y criollos se manifiesta
desde el siglo XVI, cuando se habló de blancos procedentes
de la Madre Patria, puros y sin mancha; y de blancos nacidos
en las Indias, con el pecado original de haber nacido en esta
tierra inferior a la europea. Los criollos se consideraron
hijos de los descubridores y prime­ros pobladores de estas
tierras y defendieron sus derechos para ser preferidos
ante los peninsulares recién venidos e involucrados en la
burocracia colonial; o sea, contra los nuevos ricos que
obtenían sus riquezas en las Indias y anhelaban regresar a
la metrópoli para disfrutarlas.
En los tres siglos del coloniaje, el criollismo fomentó
un espí­ritu de rebeldía contra “el mal gobierno” de las
autoridades colo­niales. Es la proyección del descontento
de los conquistadores y sus hijos, contra las disposiciones
reales lesivas a sus intereses y contra las actitudes represivas

72
La independencia de Colombia

de los burócratas coloniales; este descon­tento se manifestó


en las “rebeliones” y “motines”, como los inicia­les de Lope
de Aguirre y Álvaro de Oyón. El primero daba al rey el
titulo de tirano y defendía su posición rebelde en nombre
de los Conquistadores, verdaderos dueños de estas tierras.
Álvaro de Oyón, en la provincia de Popayán, encabezó la
rebelión de 1553 contra las autoridades coloniales; él se
llamó asimismo general de la libertad en lucha.
Las tensiones de los americanos se manifestaron también
contra los impuestos, y en especial la alcabala, causa de los
problemas desde finales del siglo XVI. En 1590 el cabildo
de Tunja rechazó la real cédula sobre “las alcabalas”, por
considerarla nociva contra los intereses de la ciudad. En
el proceso que se siguió sobre este movi­miento rebelde,
se conocieron algunas expresiones de las gentes contra el
monarca español:
“Que el monarca no tenía nada en aquella tierra porque
sus padres (los encomenderos) la habían ganado a su costa
y de­rramado su sangre, y que si algún derecho tenía el
monarca lo había perdido con las imposiciones puestas a
su nombre ... Que la ciudad de Tunja no recibiría ni pagaría
la alcabala”26.
Otra rebelión americana la encontramos en la ciudad de
Vélez en octubre de 1740, contra los tributos y contribuciones
que pesa­ban sobre los colonos y contra el corregidor de
Tunja, don Juan Bautista Machín Barrera. Asimismo, una
manifestación de la incon­formidad social de los criollos se
evidencia en los hechos de Cali en 1743, cuando en el cabildo
se enfrentaron los criollos hacendados, encabezados por la
familia Caycedo, contra los chapetones, enca­bezados por la
familia Soto; los primeros fueron apoyados por las masas
caleñas que irrumpieron en el cabildo, las cuales fueron
apa­ciguadas por las autoridades coloniales.
Desde finales del siglo XVII se advierte en las
colonias america­nas una autosuficiencia colonial y una

26 INDALECIO LIEVANO AGUIRRE, op. cit., págs. 202-208.

73
Javier Ocampo López

primigenia emancipación económica, manifestada esta


en el fortalecimiento de la actividad económica interna
en las colonias y en la producción de autoabaste­cimiento
y autoconsumo. Los criollos aparecen como propietarios
de las “haciendas” y poseedores de las riquezas, esclavos,
indígenas asalariados y cultivadores de la Ilustración, pero
alejados del poder político, el cual se encontraba en los
peninsulares, representantes de la “burocracia colonial”.
Muy pocos criollos tenían acceso a los altos cargos públicos,
con excepción de los cabildos, o en algunos puestos de
menor trascendencia, en lo fiscal, jurídico, o en las inci­
pientes milicias coloniales.
La política borbónica del Reformismo y la centralización
en el siglo XVIII, chocó con la incipiente emancipación
económica que se estaba fortaleciendo en el anterior si-
glo de los “Austrias Menores”, Los monarcas ilustrados,
principalmente Carlos III, pretendieron detener la eman-
cipación de la autosuficiencia de las colonias y esti­mularon
la dependencia colonial, entendida como un nuevo
impe­rialismo que se proyectaba sobre las colonias: cen-
tralización político-administrativa, organización del fisco
mediante la imposición de nuevos impuestos, expansión
del comercio ultramarino, mejora en las comunicaciones,
nuevos programas de colonización interna y nuevas pautas
para acelerar el desarrollo económico de las colo­nias, pero
con la dirección centralizadora de la metrópoli española.
Los criollos granadinos, ante el empuje del nuevo
imperialismo colonial, fueron conscientes de su situación
y criticaron a la poten­cia metropolitana. El sabio Francisco
José de Caldas, en su Plan razonado de un cuerpo militar de
ingenieros mineralógicos en el Nuevo Reino de Granada,
expresó esta idea:
“En un país casi sin industria, con poca población y
mirado como colonia, tal como el Nuevo Reino de Granada,
para que su metrópoli haga con él un comercio ventajoso

74
La independencia de Colombia

y útil, se requiere que se le faciliten los medios de adquirir


numerario con qué pagar los efectos que se traen para su
consumo…”27.
Esta idea de “dependencia” es indicativa del pensamiento
de los criollos sobre el sistema establecido por la metrópoli
española en su imperio de ultramar; un sistema que ligaba
a las colonias con el Estado central o metrópoli, sostenido
por la burocracia colonial.
Las críticas a la centralización metropolitana de los
Borbones, al sistema de dependencia colonial y a la
burocracia española, se convirtieron en los argumentos
de crítica contra la opresión española, esgrimidos por los
criollos. Los criollos granadinos criticaron la opresión en el
coloniaje; el régimen despótico de los burócratas españoles;
el tráfico de influencias y el nepotismo; el papeleo buro­
crático y la dilación en las decisiones para el cumplimiento
de las leyes; y el problema de la enorme distancia entre las
colonias y la metrópoli.
La rivalidad entre españoles peninsulares y los criollos
se hizo cada vez más fuerte y sistemática en el siglo XVIII,
cuando en el Nuevo Reino se manifestaron actos de des-
contento y rebeldía de los criollos que ya se consideraban
dueños de esta tierra, o americanos, como asimismo se lla-
maron, contra los foráneos “chapetones”. Re­cordamos la
observación que hizo Humboldt en los últimos años del Si-
glo XVIII, cuando comentó que “los criollos prefieren que
se les llame americanos”.
El virrey Francisco Montalvo, en su Relación de mando
de 1818 en la Nueva Granada, destacó la rivalidad entre
criollos y peninsu­lares, como una de las causas de la Guerra
de Independencia, así:
“No puedo menos de indicar a V. E. una, que juzgo ser la
prin­cipal, y es la de esa odiosa distinción entre americanos
y euro­peos, que viene casi con la conquista de estos
27 FRANCISCO JOSE DE CALDAS, Plan razonado de un cuerpo militar de inge-
nieros. bra” completas. Bogotá, Universidad Nacional, págs. 375-383.

75
Javier Ocampo López

países, y se sos­tiene contra lo que piden los intereses del


soberano”28.
El demeritamiento de los criollos hecho por los
peninsulares, se convirtió en una fiebre o complejo de
inferioridad que conduciría a una fuerza de superación
del criollo respecto del peninsular. El choque en realidad
no era de raza, pues chapetones y criollos eran “todos una
raza” con el ligamento a la Madre Patria; los peninsu­lares
directamente y los criollos por la línea de sus padres o
ances­tros; el problema fundamentalmente era de carácter
geográfico, por el hecho de nacer en América: y he allí la
inferioridad de lo ameri­cano ante lo europeo.
La profunda división de la sociedad granadina entre
criollos y peninsulares llegó a su rompimiento formal en
la última década del siglo XVIII, a raíz de los procesos
de 1794: la publicación de los De­rechos del hombre por
el criollo santafereño Antonio Nariño; el proceso de los
pasquines contra los estudiantes; y el proceso contra los
conspiradores. La sociedad granadina presentaba una
división profunda entre los criollos americanos y las
autoridades españolas. Algunos hechos de persecución a los
conspiradores hicieron temblar al grupo criollo: búsqueda
de libros sospechosos y prohibidos y largos interrogatorios
y detenciones a los conspiradores criollos. Surge así la
iniciación formal de la etapa de la pre-revolución, en la
cual tuvieron gran importancia los cabildos, en donde se
encontraba la flor y nata del grupo criollo.
El criollo del Nuevo Reino de Granada se sintió denigrado
ante la superioridad del peninsular; resentido, explotó
en la segunda mitad del siglo XVIII y planeó, organizó y
realizó la independencia definitiva de la metrópoli. Estudió
el ambiente americano, escudriñó todas sus riquezas y
atributos, y realizó serios estudios, como los del sabio
Francisco José de Caldas, para demostrar a los denigra­
dores del medio los grandes atributos de América respecto
28 Relación de mando del virrey Francisco Montalvo. en Relaciones de mando.
recopiladas por EDUARDO POSADA, Bogotá. 1910. Imprenta Nacional.

76
La independencia de Colombia

de Euro­pa. Surgió así un sentimiento de “Patria” desde el


punto de vista del nacimiento geográfico para el americano:
una patria que nece­sitaba defensa y separación de la Madre
España.
El naturalismo de muchos, el idealismo político de otros
y la fe en el destino de estas tierras, condujo a fomentar
y supravalorar el “orgullo de lo americano”; el amor a la
tierra que nos vio nacer; y el apego de las costumbres y
tradiciones. Este orgullo era geográ­fico de nacimiento,
pero no de descendencia racial, pues no se con­sideraron
descendientes de los aborígenes, ni de los negros, sino
“descendientes directos de los españoles”, pero con
derechos de li­bertad e independencia de la Madre Patria.
En el célebre Memorial de agravios del Cabildo de Santa Fe
a la Junta Central de España, se consigna el pensamiento
del criollo granadino, como grupo del estamento superior;
así expresa el memorial escrito por el criollo Camilo Torres
en 1809:
“Las Américas, señor, no están compuestas de extranjeros
a la nación española. Somos hijos, somos descendientes
de los que han derramado su sangre por adquirir estos
dominios a la Co­rona de España... Tan españoles somos,
como los descendien­tes de don Pelayo, y tan acreedores por
esta razón, a las distin­ciones, privilegios y prerrogativas
del resto de la Nación”...29.
Esta idea de Torres es la más expresiva del criollismo
granadino que aun cuando supone una postura anti-
hispánica, en cuanto se refiere a la ocupación de cargos
administrativos y al ansia de poder político total, defiende
su ascendencia de los primeros pobla­dores. No habla en
nombre de los naturales indígenas, pues son escasos; ni
tampoco en nombre de los negros, ni de las castas. Torres
habla en nombre de los criollos que buscan la igualdad con
los pe­ninsulares; la igualdad de América y la metrópoli
española, en aque­llos años de crisis monárquica, cuando

29 CAMILO TORRES. Memorial de Agravios, op. cit.

77
Javier Ocampo López

las autoridades representa­tivas de la monarquía española


avivaron el sentimiento de la igual­dad entre las colonias y la
metrópoli, y los criollos alegaron sobre la falta de igualdad
en la representación ante la Junta Central. Así lo dice el
Memorial de agravios:
“¡IGUALDAD! ¡Santo derecho de la igualdad! Justicia
que es­tribas en esto, y en dar a cada uno lo que es suyo;
inspira a la España europea estos sentimientos a la España
americana; es­trecha los vínculos’ de esta unión; que ella
sea eternamente duradera, y que nuestros hijos, dándose
recíprocamente las manos de uno a otro continente,
bendigan la época feliz que les trajo tanto bien. ¡OH!
¡Quiera el cielo oír los votos sinceros del Cabildo, y que
sus sentimientos no se interpreten a mala parte! ¡Quiera el
cielo que otros principios y otras ideas menos liberales, no
produzcan los funestos efectos de una separación eterna”.
Un escrito del español Gaspar de Jovellanos en agosto
de 1811, consigna la idea que se tenía en España sobre la
participación del criollo en la emancipación:
“Tengo sobre mi corazón la insurrección de América
-expresa Jovellanos- ... No son los pobres indios los que
la promueven; son los ESPAÑOLES CRIOLLOS, que no
pelean por sacudir un yugo sino por arrebatar un mando
que envidian a la metrópoli. Se trata de una escisión, de
una absoluta independencia, y sobre esto es la lucha”30.
Los criollos granadinos representan el grupo ilustrado
en la segunda mitad del siglo XVIII; es la élite intelectual
formada en el Colegio del Rosario y en el Colegio de
San Bartolomé en Santa Fe de Bogotá; asimismo, en el
Seminario de Popayán y en los princi­pales colegios de
Tunja, Cartagena y demás instituciones educati­vas del

30 GASPAR MELCROR DE JOVELLANOS, Obras escogidas, Madrid, Edic. Es-


pasa Calpe. Sobre los criollos en Hispanoamérica, es Importante el estudio de
RICRARD KONETZKS. La condición de los criollos y las causas de la indepen-
dencia, en Estudios americanos, núm. 5, Sevilla, España, 1950. Para Colombia,
véase el estudio de ARTURO ABELLA, El Florero de Llorente. Bogotá, 1960,
Ed.. Antares.

78
La independencia de Colombia

Nuevo Reino, en donde se formaron los precursores,


ideólogos y libertadores de Colombia. Su vigencia social
se adscribe a su ideario Y aspiraciones de emancipación y
en la búsqueda de un sistema político aplicable a la nueva
situación. Planear, organizar y realizar la independencia
de estas colonias en relación con la metrópoli española;
hacer las primeras constituciones, organizar los ejércitos
y recibir el mando político de sus padres los españoles
peninsulares, se convirtió en el problema principal de sus
años de vigencia.
Entre los criollos patriotas de la Nueva Granada desta-
camos a los próceres, pertenecientes a las tres generaciones
criollas de la Independencia: la Generación precursora, la
Generación heroica y la Generación fundadora o de los
caudillos; en general, gentes que nacieron entre 1760 y
1805, Y cuya vigencia social la encontramos en la primera
mitad del siglo XIX. Distinguimos los siguientes: An­tonio
Nariño (El Precursor), Pedro Fermín de Vargas, Camilo
Torres, Francisco José de Caldas, José Félix de Restrepo,
Joaquín Camacho, Francisco Antonio Zea, Frutos Joaquín
Gutiérrez, Igna­cio de Herrera, Miguel de Pombo, José Fer-
nández Madrid, Juan del Corral, José Manuel Restrepo,
José María del Castillo y Rada, Fran­cisco de Paula San-
tander, Tomás Cipriano de Mosquera, José María Obando,
José María Córdoba, José Ignacio de Márquez, y otros.
En estas generaciones surgió la figura del Libertador Si-
món Bolívar, quien con el núcleo de militares venezolanos
y entre ellos José An­tonio Páez, Antonio José de Sucre,
José Antonio Anzoátegui, Carlos Soublette, y otros, im-
primieron la fuerza militar con que culminó la Guerra de
Independencia.
En el análisis de los criollos granadinos como grupo
social, se observan claramente las aspiraciones de una élite
que persigue as­censo y poder en el estamento superior de
la Colonia. Una élite formada en las ideas de la Ilustración
y consciente de la necesidad de adaptar el sistema

79
Javier Ocampo López

democrático para la estructura nueva de estos países. De


un grupo que aspiraba a una mayor participación polí­
tica, administrativa y económica, y que luchó contra los
“chapeto­nes”, representados fundamentalmente en la
decadente burocracia española, que aparece como nervio
central de su ataque.
La presión social de la élite criolla condujo sus fuerzas
a bus­car el poder, la liberación del gobierno español
y la anulación de la preponderancia de los europeos.
Algunos de ellos, “la élite intelec­tual” o grupo de criollos
letrados, se presentan como los ideólogos de la revolución,
entusiasmados en la elaboración de la estructura del nuevo
Estado a través de su Constitución y de sus leyes. Otros,
los criollos comerciantes y artesanos, que integraban la
incipiente “burguesía mercantilista”, buscaron la libre
empresa, la libre com­petencia, la libre contratación y el
establecimiento del liberalismo económico y político. Sus
aspiraciones concretas más inmediatas, fueron las de
llegar a adquirir los derechos para comerciar sin tra­bas
con otras naciones; la eliminación de toda reglamentación
y la esperanza de llegar a aumentar sus riquezas con la
apertura de los puertos americanos al tráfico con todas las
naciones. Este grupo comerciante y artesano hizo crisis al
iniciarse la vida independiente, pues el atraso técnico, la
avalancha de comerciantes extranjeros y la competencia de
los productos ingleses, hicieron fracasar sus aspi­raciones
iniciales. Surgió así la influencia de la burguesía inglesa,
fuerte y poderosa, que inició en seguida el transporte de
las materias primas requeridas por la industria europea y
la importación de sus mercancías elaboradas, que dieron
lugar al nuevo imperialismo eco­nómico, dirigido ahora por
Inglaterra, la nueva órbita que arrebató el poderío colonial
a la decadente España.
Otro grupo criollo aparece en la élite que vivió la
coyuntura independentista; es la “aristocracia rural”,
compuesta por los crio­llos terratenientes, hacendados,

80
La independencia de Colombia

propietarios de los grandes lati­fundios. Algunos de ellos


colaboraron con los patriotas y otros con los españoles
peninsulares, como reflejo de defensa y protección de sus
propiedades. Es el grupo partidario del orden, que más
ade­lante, en la década posterior a la disolución de la Gran
Colombia, colaboró en la contrarrevolución.
Un análisis de la élite criolla granadina después de la
Inde­pendencia, precisamente la “élite caudillista” del siglo
XIX, nos refleja la siguiente radiografía social: surgida
de la gesta emanci­padora aparece la “élite militar” de los
“Libertadores”, quienes se enfrentaron al gobierno español
en la Guerra de Independencia, se propusieron romper los
moldes monárquicos coloniales, transfor­mar las colonias
en repúblicas libres y abrir la rigidez de la sociedad
estamental colonial hacia una nueva sociedad en donde los
hombres tuvieran iguales derechos y oportunidades.
La Guerra de Independencia trajo consigo la eliminación
del grupo español peninsular. Muchos de ellos murieron en
la guerra; otros se refugiaron en Cuba, Puerto Rico y demás
islas de las Anti­llas; y otros adoptaron la nueva ciudadanía.
Todos los españoles de la alta burocracia colonial fueron
destituidos de sus privilegios y preeminencias; y la mayor
parte emigró a España.

C. Las críticas a la economía colonial

La segunda mitad del siglo XVIII y los primeros años


del XIX en la manifestación de la crisis del Imperio
español, motivaron una crítica a la economía colonial por
parte de los criollos del Nuevo Reino de Granada. Estos
reflexionaron sobre la decadencia de Espa­ña, patentizada
en el atraso de la metrópoli y sus colonias; el fra­caso del
afán mercantilista español, expresado en ese deseo de
riqueza y obtención de oro, que en vez de beneficiar a la
metrópoli y sus colonias, benefició a las demás naciones
europeas. Los criollos criticaron el monopolio comercial;

81
Javier Ocampo López

el establecimiento de un sistema asfixiante de impuestos;


la multiplicidad de trabas en el comercio, la industria, la
agricultura y demás actividades económicas; la pé­sima
administración de la hacienda pública; la escasez de mano
de obra para las minas y las haciendas; el aumento del
contrabando y, en general, toda la problemática económica
española, que reper­cutía en las colonias americanas.
Uno de los ataques de los criollos granadinos se
proyectó en el problema del comercio colonial. Se atacó el
sistema del monopolio comercial, por el cual el comercio
exterior de las colonias españolas se presentaba sometido
a un control estricto por parte de las auto­ridades, y
con toda clase de limitaciones. Este comercio se hizo
fundamentalmente con Sevilla y con algunos puertos
americanos y sólo se realizaba durante ciertas épocas
del año y con barcos prote­gidos militarmente. España
proporcionaba productos industriales y, por su parte,
las colonias suministraban el oro, la plata, y las materias
primas. Las colonias debían pagar grandes cantidades
de oro y plata por las mercaderías que importaban desde
España, la mayor parte traídas de Inglaterra, Francia,
Holanda, y otras na­ciones de Europa que recibieron en
realidad el oro que se exportaba de las colonias.
El siglo XVIII de las reformas borbónicas muestra
algunas ten­tativas españolas por diversificar la economía
de las colonias y abrir el comercio interprovincial. Pero
ante estos esfuerzos, surgieron los problemas económicos
en la metrópoli y en las colonias: en primer lugar, por las
barreras proteccionistas creadas por el mercantilismo en
los principales mercados europeos; y en segundo lugar,
por la incapacidad de España para abastecer a las colonias
con los pro­ductos manufacturados.
La actitud de las colonias ante el problema comercial se
mani­festó en el siglo XVIII por dos tendencias: primera,
fortaleciendo la producción interna de los artículos que
necesitaban y que España no podía abastecer; y segunda,

82
La independencia de Colombia

buscando la salida a los mercados internacionales, aun


cuando fuese por medio del contrabando. In­fluye en
esta segunda tendencia, la aspiración de la Gran Breta­ña
para la obtención de una política de puertos abiertos en
todo el Continente americano, precisamente, de la nueva
potencia que aspi­raba al predominio económico en el
mundo occidental; elevada a primer plano de la economía
mundial por la revolución industrial, el fortalecimiento del
poderío naval y el predominio comercial al primer lugar de
opción para remplazar con su órbita económica al poderío
imperial de la decadente España.
Un problema económico interno de las colonias que fue
criti­cado por los criollos, se refiere al estancamiento de la
producción americana. España, en el siglo XVIII, procuró
que en sus colonias no se desarrollaran industrias que le
hicieran competencia. Un for­talecimiento de la industria
americana ocasionaría el menoscabo de la venta de los
productos europeos y peninsulares controlados por las
comerciantes españoles. Se pensaba asimismo que era
un grave peligro para España la creación de la industria
americana, pues ella implicaría el debilitamiento de los
lazos de dependencia econó­mica y política, que unían a las
colonias con la metrópoli.
El desarrollo de las colonias se enfrentó al sistema
monopo­lístico español, a pesar de las reformas de los
monarcas Borbones: liberación del comercio (medidas
de 1778), reformas fiscales, cen­tralización del Estado,
organización administrativa, fomento del desarrollo
económico y una política general española de explota­ción
colonial organizada y lucrativa para el fortalecimiento de
la Corona.
Las nuevas políticas económicas de los Borbones se
propusieron estimular la producción de oro, precisamente
en una época mercan­tilista aun, cuando los metales
preciosos constituían la riqueza de los pueblos. El Nuevo
Reino era muy importante, pues en el siglo XVIII ocupaba

83
Javier Ocampo López

el segundo lugar en producción de oro, después del Brasil;


y antes en el siglo XVII, obtuvo el primer lugar, con un por­
centaje del 39% de la producción mundial.
El proteccionismo económico español fomentó
fundamental­mente la minería en el Nuevo Reino, que de
hecho contribuía a aumentar el numerario. Las colonias
aparecían como fuentes de riqueza para la metrópoli y
como mercados seguros para sus pro­ductos industriales
y agrícolas, así como de los artículos europeos que eran
objeto del comercio peninsular. Por ello España aparecía
para los criollos como la metrópoli que impedía a toda
costa la pro­ducción de las colonias. “España no ha
permitido fomentar la pro­ducción en sus colonias”, es el
argumento económico principal en el documento Motivos
de la revolución de 1810, escrito por los crio­llos Camilo
Torres y Frutos Joaquín Gutiérrez.
Otra .de las principales fuentes de ingresos económicos
en el Nuevo Reino fue el tabaco, cuya producción se
quiso racionalizar Para beneficio del fisco real. Tenemos
en cuenta que en el Nuevo Reino, en los finales del siglo
XVIII, el 20 % de los recaudos del go­bierno provenían
del tabaco. Se presentaba como un verdadero monopolio
que controlaba no solamente los terrenos, sino los agri­
cultores que lo debían cultivar; por ello se advierten
numerosas protestas en el Nuevo Reino, principalmente
en la provincia de Tun­ja, Socorro, San Gil y Pamplona,
ya que la producción se fue concentrando en el Valle del
Magdalena.
La multitud de impuestos y trabas a la economía
colonial, apa­rece profusamente en la argumentación de los
criollos insurgentes contra España. Las críticas se hicieron
principalmente en la segun­da mitad del siglo XVIII, debido
al recargo tributario que la metró­poli impuso para financiar
las guerras en que se vio envuelta y las grandes reformas
que llevó a cabo. Para atraer recursos, la Corona española
estableció un sistema fiscal excesivamente riguroso.
Todo estaba gravado: los indios pagaban su tributo como
señal de subordinación al rey; los burócratas pagaban su

84
La independencia de Colombia

“media anata”; el im­puesto de la “alcabala” se pagaba por


la venta de bienes muebles e inmuebles; el impuesto de
la “Armada de Barlovento” se pagaba por el consumo de
vinos, conservas, jabón, etc., y fue creado para combatir
corsarios y piratas de las Antillas; el quinto real se pagaba
sobre el oro, la plata y demás metales preciosos; los
diezmos, la sisa, los valimentos, el impuesto de gracias al
sacar, la mesada eclesiás­tica, la bula de cruzada, el espolio,
el impuesto de avería, el almoja­rifazgo, el impuesto del
aguardiente, tabaco, sal, papel sellado, pea­jes y pontazgos,
los impuestos municipales varios (que ahogaban al
pueblo), se constituyeron en los fermentos más propicios
para la protesta y la rebelión. Precisamente, el impuesto de
la alcabala y la nueva reglamentación sobre la Armada de
Barlovento, dieron lugar al Movimiento de los Comuneros
de 1781.
Otro de los problemas económicos que apareció en la
argumen­tación de los criollos granadinos se refiere a la
mala distribución de la tierra en el Nuevo Reino, reflejada
en el surgimiento de las grandes “haciendas” en manos
de unos pocos terratenientes. El pre­cursor Pedro Fermín
de Vargas, en su Memoria sobre la población del Reino,
opina que uno de los mayores yerros de España en el
Nuevo Reino de Granada es el del repartimiento de tierras.
La mala repartición de las tierras trajo como resultado
la desigualdad de fortunas Y con ella las consecuencias
de la desigualdad social y la miseria. Así lo expuso en su
Memoria:
“De estas reflexiones resulta que habiéndose repartido
las tie­rras desigualmente cuando se conquistó este Reino,
presto se hallaron muchos ciudadanos sin fondos y
otros con más de lo que podían cultivar, de que se siguió
la miseria de los unos e imposibilidad de casarse, y la
necesidad de los otros de dejar gran parte de sus tierras sin
aprovechamiento”31.

31 PEDRO FERMIN DE VARGAS. Memoria sobre la población del Nuevo Reino de


Granada, Bogotá. 1953. Banco de la República.

85
Javier Ocampo López

El Precursor Antonio Nariño, en su Ensayo de un


nuevo plan de administración del Virreinato, presentado
al monarca español por intermedio del virrey, el 16 de
noviembre de 1797, expresó la crítica general a la estructura
económica de la Colonia, en los siguientes términos:
“El comercio es lánguido; el erario no corresponde
ni a su po­blación, ni a sus riquezas territoriales; y sus
habitantes son los más pobres de América. Nada es más
común que el espectáculo de una familia andrajosa sin un
real en el bolsillo, habitando una choza miserable, rodeada
de algodones, de canelos, de ca­caos y de otras riquezas sin
exceptuar el oro y las piedras preciosas... Yo la comparo [la
Nación] a un hombre opulento que goza de grandes rentas
y que esta abundancia lo hace des­preciar la economía y la
constancia que sólo forman la riqueza de los hombres que
no gozan tan ricas posesiones...”32.
La argumentación expuesta por los criollos del ciclo
revolucio­nario, nos deja traslucir los rasgos de la economía
colonial en el Nuevo Reino de Granada. Una economía
regional aislada, en rela­ción estrecha con la metrópoli
a través del monopolio comercial; una economía de
autoabastecimiento, regida dependientemente por los
intereses de la metrópoli. ¿Y qué es lo que se persigue
como solución en la Independencia? La liberación de la
dependencia eco­nómica colonial, el libre comercio con
todos los países del mundo, la organización de la hacienda
pública con una legislación sencilla, útil y eficaz, y el
fortalecimiento de un mercado interno para bene­ficio de
los nuevos Estados nacionales independientes.
Algunos criollos precursores hicieron sus planteamientos
sobre la estructura y el futuro económico del Nuevo Reino
de Granada. Pedro Fermín de Vargas, en sus Pensamientos
políticos sobre la agricultura, comercio y minas del
Virreinato de Santafé de Bogotá, propuso un desarrollo

32 ANTONIO NARIÑO, Ensayo sobre un nuevo plan de administración en el Nuevo


Reino de Granada, citado por JOSE MARIA VERGARA y VELASCO. en Vida y
escritos del General Nariño, Bogotá. 1946, Imprenta Nacional.

86
La independencia de Colombia

equilibrado de todas las ramas de la activi­dad económica


y el fortalecimiento del desarrollo regional. Esbozó para el
Nuevo Reino un planteamiento de planificación de los re­
cursos humanos, tendiente a estimular la inmigración, el
proceso de mestizaje, las campañas de salud, las reformas
agrarias e indus­triales y el estímulo a la educación
fundamental.
Por su parte, el Precursor Antonio Nariño, en su Ensayo
sobre un nuevo plan de administración en el Nuevo
Reino de Granada, consideró fundamental incrementar
la: riqueza y el bienestar de los habitantes, precisamente
en un país rico en minas y otras produc­ciones. Consideró
necesaria la reforma del sistema tributario, en donde
algunas contribuciones se habían convertido en verdaderos
obstáculos para el desarrollo, como el caso de las alcabalas
interio­res y los estancos de aguardientes; propuso su
sustitución por un tributo que debía contribuir al fomento
de la industria y al incre­mento de la productividad del
trabajo. Ante la escasez de dinero metálico, Nariño propuso
la introducción del papel moneda.
Otro de los criollos economistas del Nuevo Reino fue
Jorge Tadeo Lozano, quien en el Correo Curioso, publicado
en Santa Fe en 1801, hizo algunos planteamientos sobre la
felicidad pública o desarrollo económico del Nuevo Reino.
Consideró el problema que surge en una sociedad ociosa
con gran desocupación en las gentes y con un desprecio
a las actividades económicas, principalmente las artes,
la agricultura y el comercio; en un país en donde las
gentes prefieren perecer de hambre y educar a sus hijos
que hacerles em­prender un oficio. Propuso el cambio de
mentalidad económica de las gentes, hacia la productividad
y la creación de la “Sociedad Eco­nómica de amigos del país”;
lo importante, según sus planteamien­tos, es fomentar el
cambio hacia la felicidad del Reino.
En el Informe del Real Consulado de Cartagena de
Indias pu­blicado en 1810, don José Ignacio de Pombo, hizo

87
Javier Ocampo López

una verdadera radiografía de la vida económica del Nuevo


Reino y propuso un plan de incremento de las actividades
económicas y una política firme de educación práctica y
ocupación para las gentes. Consideró importante para
el futuro del país, el fomento de la agricultura, las artes
industriales y el comercio.

D. Financiación de la guerra y situación de la


economía en la independencia

La Revolución política de 1810 y la organización de


la Primera República Granadina dejan entrever un
problema en la organi­zación financiera del país en una
época de revolución, después del aparente progreso
económico, en el siglo XVIII, del reformismo bor­bónico.
Los criollos que asumieron las responsabilidades
oficiales de la economía granadina eran inexpertos en
esta actividad, pues siempre habían estado alejados de la
administración pública en los altos cargos burocráticos.
Por este motivo, encontramos en ellos un espíritu
innovador que condujo a eliminar todo tipo de organi­
zación económica con proyección colonial española.
Algunas pro­vincias suprimieron las alcabalas, el tributo
de indígenas, los es­tancos de tabaco y aguardiente y otras
rentas coloniales. Como tendencia general, se presentó
la dificultad en las recaudaciones de impuestos, pues
muchas gentes dudaban sobre la estabilidad del nuevo
régimen, y en algunos casos, habían pagado por antici­
pado sus impuestos a las autoridades españolas.
La repercusión del manejo de la economía con la
innovación revolucionaria contra todo lo que llevara el
sello de la Colonia, se proyectó en el déficit de tesorería, en
el atraso a los pagos y en las dificultades para atender los
distintos frentes de la guerra y la administración. Algunos
gobernantes de la Nueva Granada tuvieron que acudir a la
emisión de papel moneda, como fue el caso de Cartagena,

88
La independencia de Colombia

o la acuñación de monedas de plata de baja ley, como


Cundinamarca y Santa Marta.
El problema principal apareció con mayor intensidad
ante la financiación de la guerra y la organización de la
Gran Colombia. Las provincias colaboraron en dicha
financiación, según nos refiere José Manuel Restrepo en su
Historia de la Revolución de Colombia. Socorro mantenía
dos batallones y enviaba esclavos, caballos, ves­tidos y una
suma de 200 mil pesos; Antioquia envió dos mil reclu­tas y
400 mil pesos; asimismo, contribuyeron cuantiosamente
las provincias de Tunja, Cartagena, Santa Fe, Neiva y
demás provin­cias de la Nueva Granada.
Ante la culminación de la Independencia en los años de
1819 y 1820, el gobierno inicial de la Gran Colombia tuvo que
declarar la emergencia económica para poder financiar la
Guerra de Inde­pendencia y consolidar el triunfo. Estableció
el impuesto personal, proporcional al patrimonio de las
personas; exigió empréstitos a comerciantes y hacendados;
también al clero de la capital y las provincias; elevó el
precio del papel sellado y otras medidas para fortalecer el
fisco nacional. En el Congreso de Cúcuta de 1821 se hizo la
Reforma Fiscal y la Reforma Arancelaria, tendientes a la
organización de la economía grancolombiana33.
Un problema socio-militar que influyó en la economía
de la Nueva Granada en la Guerra de Independencia fue
la interrupción de la actividad económica normal; muchas
gentes que laboraban en los campos y en las minas fueron
reclutadas en los ejércitos patrio­tas o realistas, paralizando
estas actividades y múltiples negocios, pues las gentes
vivieron un estado de zozobra e indecisión. En los años
de la Reconquista y la Guerra de Independencia, muchos

33 Sobre la historia económica en la independencia, véanse los estudios de WI-


LLIAM PAUL McGREEVEY, Historia económica de Colombia. Bogotá, 1975,
Tercer Mundo; ABEL CRUZ SANTOS. Economía y hacienda pública, en Historia
Extensa de Colombia, vol. XV, t. l, Bogotá, 1965, Edic. Lerner; LUIS EDUARDO
NIETO ARTETA. Economla y Cultura en la historia de Colombia. Bogotá, 1962,
Tercer Mundo; y LUIS OSPINA VASQUEZ. Industria y protección en Colombia
1810-1930. Bogotá, 1955. Edit. Santafé.

89
Javier Ocampo López

pro­pietarios huyeron con sus familias y capitales y dejaron


sus tierras en completo abandono. En algunas regiones de
mayor intensidad en la guerra, se presentó un alto grado
de destrucción de las pro­piedades, tanto del bando patriota
como del realista. El comercio interno también sufrió
enormemente en las regiones de mayor in­tensidad de la
lucha guerrera y en especial por las múltiples difi­cultades
en las comunicaciones.
Durante la Reconquista y la Guerra de Independencia
se ad­vierten algunas extorsiones financieras, que iban
desde la confiscación de bienes, las tierras y los ganados,
hasta los préstamos for­zosos y la aceptación de moneda
depreciada.
La minería en el Nuevo Reino de Granada decayó
considerable­mente desde las últimas décadas del siglo
XVIII y en la Guerra de Independencia; el problema
principal fue la escasez de mano de obra, la cual repercutió
en la paralización de las minas. La Casa de Moneda de
Santa Fe recibió mucho menos oro y plata después de la
victoria del Puente de Boyacá que antes de la revolución.
El quin­to real produjo desde 1800 a 1807 el doble de lo que
dejó al tesoro nacional desde 1820 a 1827.
La agricultura aparece como la actividad redentora para
el fu­turo del país, precisamente en una época “fisiocrática”
a nivel mundial, cuando se consideraba que la riqueza de los
pueblos se encuentra en la cantidad y calidad de sus recursos
naturales. El Libertador Simón Bolívar mostró gran
preocupación económica por la agricultura y el comercio;
mediante un decreto de la Villa del Rosario, el Libertador
creó las Juntas de Agricultura y Comercio, adoptando una
política proteccionista para estas actividades. La agricultura
no se paralizó con la Independencia; algunos estudios
realizados sobre la producción de tabaco en Ambalema,
nos han indicado que la producción prosiguió durante la
guerra, sin inte­rrupción. Los ejércitos, cuando llegaban a

90
La independencia de Colombia

un sitio determinado, aprovechaban los frutos naturales o


cultivados, pero no destruían los sembrados.
La industria artesanal del Nuevo Reino, principalmente
los tejidos, decayó en la Independencia, tanto por la
escasez de mano e Obra, como por la competencia de los
tejidos ingleses mucho más baratos que los granadinos y
cuando se idealizaban los nuevos valores alrededor de la
“anglomanía”, con el surgimiento de la Gran Bretaña como
nueva potencia que proyectaba su dominación neocolonial.
Los tejidos del oriente del Nuevo Reino y demás regiones
decayeron ante la avalancha de los buenos paños ingleses.
El comercio granadino sufrió también enormemente
en la Gue­rra de Independencia, tanto en lo interno
por las dificultades en las comunicaciones, como en
lo externo, en sus relaciones con el mercado mundial.
Desde el punto de vista interno, los estadistas de la Gran
Colombia reconocieron la importancia vital del transporte,
principalmente fluvial. Se elaboraron planes para el
Orinoco, el Magdalena y el Atrato y se hicieron varias
concesiones a extranje­ros, pero ninguna dio un resultado
importante hasta un período posterior. Al almirante
Pedro Luis Brión se le concedió el derecho exclusivo de
navegación a vapor en el Orinoco, pero no hizo uso de esta
concesión; asimismo, Juan Bernardo Elbers tuvo también
un privilegio semejante para el Magdalena.
La expansión del comercio, ligado a un mercado
mundial, está íntimamente relacionada con la economía
expansionista del siglo XIX, centrada en la Gran Bretaña.
El Nuevo Reino pasó de una eco­nomía monopolística y
de gran cantidad de tributos, a una mayor atención a los
impuestos aduaneros, considerándolos como la ma­yor
fuente de ingresos. El consumo de artículos importados
tendió a superar las posibilidades de exportación para
contrabalancear el comercio exterior; de allí que hubo
necesidad de los préstamos extranjeros, los cuales
fueron considerados también para financiar la Guerra

91
Javier Ocampo López

de Independencia. Estos préstamos fueron hechos prin­


cipalmente a los financistas ingleses en términos altamente
one­rosos para el país, lo cual dio surgimiento a los agudos
problemas con los pagos y los elevadísimos intereses por
los empréstitos. La deuda de Independencia y la expansión
excesiva de las importacio­nes se tienen en cuenta entre
las causas de las crisis financieras que contribuyeron
a la inestabilidad política general en los prime­ros años
republicanos de Colombia.
Un problema que se observa en los años de la Guerra
de Independencia se relaciona con el influjo de la Gran
Bretaña a través de los empréstitos ingleses a Colombia y
su proyección en los capi­tales para la producción minera
y agrícola. En 1817, Bolívar comi­sionó a don Luis López
Méndez para realizar gestiones ante Ingla­terra, con el fin
de obtener oficiales y soldados, armas, municiones y dinero
para los gastos de la guerra. López Méndez equipó un per­
sonal de oficiales y soldados ingleses, en número de unos
5.088 individuos, con quienes se formó la Legión Británica
que actuó en la Campaña Libertadora. Mencionamos
también las misiones en­viadas a la Gran Bretaña para la
consecución de empréstitos: los empréstitos de Francisco
Antonio Zea, Manuel Antonio Arrubla y Manuel José
Hurtado, que debido a las condiciones onerosas para
Colombia, se convirtieron en uno de los principales
problemas eco­nómicos en la primera mitad del siglo XIX.
La realidad económica que se advierte en la Nueva
Granada y en los demás países hispanoamericanos
que surgieron en las pri­meras décadas del siglo XIX,
determinó la continuidad de la econo­mía de subsistencia
y el aislamiento regional, iniciándose un limi­tado mercado
interno y una apertura a la economía librecambista, que
condujo estos países a su relación con el mundo occidental
y, en la misma forma, a entrar en las nuevas órbitas
económicas neocoloniales.

92
IV.
Las ideas y las instituciones
políticas en la Independencia

A. Justificación de la independencia. El rompimiento


del pacto indiano y la reasunción de la soberanía
popular

LA JUSTIFICACIÓN del derecho de los colombianos a


la autonomía, que se advierte en los escritos de la época, les
hizo delimitar la idea de independencia como una acción
necesaria para reasumir los propios derechos arrebatados
en conquista por la España im­perial.
La idea principal que se colige de ello es que, con su
indepen­dencia, las antiguas colonias españolas recobran
su libertad y reasumen aquellos derechos propios que
les conceden el rango de Estados nacionales libres y
soberanos. Libres, porque ellos los desligan de los lazos
que los ataron con España; y soberanos, porque pueden
ejercer la autoridad suprema sin intromisión directa de
ninguna metrópoli.
Para llegar a la justificación de la independencia, los
criollos patriotas desentrañaron los derechos aducidos
por España para retener sus territorios de ultramar:
la donación papal, el señorío universal del emperador

93
Javier Ocampo López

español, la propagación de la fe cristiana, el derecho de


descubrimiento, la inferioridad natural de los indios, la
tiranía de los bárbaros caciques y sus leyes inhumanas,
la libre elección, la libre donación hecha por los caciques
indígenas, etc., justifican la guerra justa ante la oposición
de los aborígenes para que la Corona española hiciera
efectivos sus justos títulos. En se­gundo lugar, negaron
estos títulos y derechos; y en tercer lugar, justificaron
la idea de independencia como la acción de los pueblos
hispanoamericanos para reasumir sus propios derechos.
Una descripción y refutación de los títulos aducidos por
España para retener jurídicamente a sus colonias, nos la
da el precursor ideólogo costeño del Nuevo Reino, Juan
Fernández de Sotomayor en su perseguido Catecismo o
instrucción popular, publicado en Cartagena en 1814, en
el cual, con los mismos argumentos del pa­dre Francisco
de Vitoria en su obra Relecciones de Indios y del derecho
de guerra y de los teólogos fray Bartolomé de las Casas y
fray Antonio de Montesinos, negó los títulos de conquista
y justificó el alzamiento contra las autoridades españolas.
En la lección pri­mera expuso las siguientes preguntas y
respuestas:
“Lección I. Refútense los fundamentos contrarios a la
Inde­pendencia:
“P.- ¿De quién dependía la América antes de la revolución
de España?
“R.- De sus Reyes.
“P.- ¿Esta sumisión o dependencia tenía algún
fundamento en la justicia?
“R.- Ninguno tuvo en principio.
“P.- ¿Qué títulos se han alegado para mantener esta
inde­pendencia?
“R.- Tres: a saber, la donación del Papa, la Conquista y
la propagación de la religión cristiana...34
Uno de los títulos presentados por España para legalizar
34 JUAN FERNÁNDEZ DE SOTOMAYOR, Catecismo o instrucción popular, Carta-
gena de 14, Imprenta del Gobierno.

94
La independencia de Colombia

la conquista de América, que más fueron atacados por los


hispano­americanos en la Independencia, fue la donación
papal. Se refiere al titulo o derecho que el Romano
Pontífice concedió a los reyes de España para la posesión
de las nuevas tierras descubiertas, el cual tiene sus
raíces en la Doctrina Ostiense y su expresión en el docu
mento del Requerimiento. El padre Juan Fernández de
Sotomayor expresó lo siguiente sobre la donación papal en
su Catecismo:
“P.- ¿La donación del Papa no ha sido un título
legítimo?
R.- No, porque el vicario de Jesucristo no puede dar ni
ceder lo que no ha sido jamás suyo, mucho menos en calidad
de Papa o sucesor de San Pedro que no tiene autoridad ni
dominio temporal...
“P.- Pues qué, ¿el Papa Alexandro VI, autor de esta
dona­ción no conocía que no tenía tal poder?
“R.- Bien pudo no haberlo conocido; y no es de extrañar
en aquel siglo de ignorancia en que atribuían los pontífices
romanos el derecho de destronar a los mismos reyes, nom­
brar otros y absolver a los vasallos del juramento de fi­
delidad como sucedió en Francia y otros reinos”.
Otro de los títulos presentados por España para legalizar
sus derechos en América, fue el derecho de conquista y el
derecho de hallazgo o descubrimiento, teniendo en cuenta
que las cosas que están desiertas o vacantes pertenecen
por derecho de gentes y, por el natural, al primero que
las ocupa; y como los españoles fueron los primeros que
encontraron y ocuparon estas tierras, resulta que ellos
tienen el derecho de poseerlas y conquistarlas. El padre
Fer­nández de Sotomayor en su Catecismo o instrucción
popular negó este título del derecho de conquista, cuando
expresó en una de sus respuestas :
“La conquista no es otra cosa que el derecho que da la
fuerza contra el débil, como el que tiene un ladrón que con
mano armada y sin otro antecedente que el de quitar lo

95
Javier Ocampo López

ajeno, aco­mete a su legítimo dueño, que o no se resiste o le


opone una resistencia débil. Los conquistados, así como el
que ha sido robado, pueden y deben recobrar sus derechos
luego que se vean libres de la fuerza, o puedan oponerle
otra superior”.
Estos mismos argumentos los encontramos en los
planteamientos que hizo el Precursor don Antonio Nariño
en la Bagatela N 5 que apareció en Santa Fe el 11 de agosto
de 1811, en los cuales dio una alerta sobre la reacción
española y a la forma como se prego­nará “la vergonzosa
Bula de Alejandro VI que regaló un mundo que no era
suyo, que no sabía en dónde estaba situado, ni quién era
su dueño...35.
La negación de los derechos que se tenían como legítimos
en la dominación de España sobre América, se consideró
necesaria en la definición de la idea de Independencia
como la reasunción de los derechos propios para ejercer la
soberanía popular.
El acto de reasunción de los derechos por el pueblo, que
afirma a la vez su soberanía, llevó a meditar sobre el pacto
de las colonias con la metrópoli. Sobre ello se argumentó
lo siguiente: si existió algún pacto, éste sólo se concibe
realizado entre las colonias y el monarca, y no entre las
colonias y el pueblo español. Se basa este planteamiento en
el hecho jurídico de la unión directa y exclusiva de los reinos
de las Indias a la Corona de Castilla, independiente­mente
de toda vinculación con el Estado o Nación española.
El pacto de la Corona española con el pueblo americano
fue es­grimido como el argumento legal de la emancipación: si
el rey se encuentra cautivo, o sea físicamente imposibilitado
para gobernar, las colonias se encuentran liberadas de su
dominación, pues no es el pueblo español la entidad que
tenga poderes para remplazar la Corona. Cautivo el rey,
las colonias americanas tienen el justo derecho de disolver
los vínculos que ligan los pueblos con la metró­poli. En la
35 ANTONIO NARIÑO, Suplemento a La Bagatela, núm. 5, domingo, 11 de agosto
de 1811.

96
La independencia de Colombia

carta que le envió el doctor Camilo Torres a su tío el oidor


Tenorio el 21 de mayo de 1809, le expresó lo siguiente sobre
la disolución del pacto:
“No hay pues remedio; perdida la España, disuelta la
monar­quía, rotos los vínculos políticos que la unían con
las Américas, y destruido el gobierno que había organizado
la Nación para que la rigiese en medio de la borrasca, y
mientras tenía espe­ranzas de salvarse; no hay remedio: Los
reinos y provincias que componen estos vastos dominios,
son libres e independientes y ellos no pueden, ni deben
reconocer otro gobierno ni otros gobernantes que los que
los mismos reinos y provincias se nom­bren y se den libre
y espontáneamente según sus necesidades, sus deseos, su
situación, sus miras políticas, sus grandes intere­ses y según
el genio, carácter y costumbres de sus habitantes”36.
Estos argumentos los encontramos también en las
actas de la Declaración de Independencia, en donde los
granadinos justifica­ron la Independencia respecto de la
Corona española. En la Decla­ración de Independencia de
Cartagena de Indias el 11 de noviembre de 1811 aparece lo
siguiente sobre el pacto:
“Desde que con la irrupción de los franceses en España,
la en­trada de Fernando VII en el territorio francés, y la
subsiguiente renuncia que aquel monarca y toda su familia
hicieron del tro­no de sus mayores en favor del Emperador
Napoleón, se rom­pieron los vinculos que unían al rey
con sus pueblos, quedaron éstos en el pleno goce de su
soberanía, y autorizados para darse la forma de gobierno
que más le acomodase”.
Las ideas que enarbolaron los americanos en las distintas
colonias, llevaban el argumento de una reasunción del
poder por crisis de la Corona española; y en la misma forma,
la negación del pacto entre las colonias y la Corona. En el
Catecismo o instrucción popu­lar, el padre Juan Fernández

36 CAMILO TORRES, Carta a su tio el oídor Tenorio, escrita desde Santa Fe el


29 de el 29 de mayo 18í09, Bogotá, 1960, Banco de la República, pág. 137, en
Documentos sobre 20 de julio de 1810.

97
Javier Ocampo López

de Sotomayor hizo el resumen de la justificación de la


Independencia:
“Resulta por tanto de quanto se ha dicho en esta lección
que la anterior dependencia no ha tenido fundamento
legítimo en justicia que ni por la cesión del Papa
Alexandro VI, ni por la Conquista, ni por la propagación y
establecimiento de la reli­gión católica, la América ha podido
pertenecer a la España o sus Reyes, por consiguiente es
justa y santa la declaración de nuestra independencia y
por ella la guerra que tenemos para conservarla: que desde
que fuimos declarados independientes entramos en el goce
de los Derechos del hombre y como tales hemos podido
formar una sociedad nueva y colocarnos en el rango y
número de las demás naciones”.
Una vez desligadas las colonias del pacto con España,
el pueblo, componente natural de la sociedad, reasume
la soberanía” que le corresponde por derecho desde sus
orígenes y que está implícita en su esencia. Es ésta la
prerrogativa inalienable del pueblo para gober­narse por sí
mismo, la cual encarna la voluntad general y la legi­timidad
de todo acto que emane de ella.
La idea de la soberanía popular para dar una juridicidad
a la Independencia aparece como una preocupación de
los ideólogos de la emancipación. Ante el vacío de poder
en la metrópoli por la caída de la monarquía, el pueblo
americano, subyugado en la Colonia, reasume su soberanía
y se emancipa de la Madre Patria. Es la tesis pactista
que proclamó el poder supremo del pueblo, en contra
del poder unipersonal de los monarcas, la cual aparece
en numerosos escritos oficiales y particulares de aquella
época. Para un estudio de esta tesis política, debemos
tener en cuenta varios canales de penetración y diversas
influencias que convergieron en la coyun­tura histórica de
la Independencia.
Uno de los primeros canales de penetración de la idea
de la so­beranía popular, lo encontramos en las ideas de la

98
La independencia de Colombia

tradición teológico-legal española, expresadas en la tesis


populista, la cual se hizo presente mediante las ideas de
Francisco Suárez, Francisco de Vitoria, el padre Juan de
Mariana y otros. Según estas ideas, se negó el principio
del derecho divino de los reyes, considerando que el poder
sólo procede de Dios, pero se ejerce a través del consenti­
miento popular. Estas tesis fueron expuestas por los
jesuitas en muchos de sus colegios en el Nuevo Reino, lo
cual manifiesta un canal muy importante en la formación
de los criollos granadinos, quienes, además de conocer
esta corriente tradicionalista escolás­tica, alcanzaron a
estudiar a los reformadores ilustrados de España y entre
ellos Feijoo y Jovellanos, quienes analizaron las doctrinas
tradicionales desde las Siete Partidas y las complementaron
con las doctrinas de la Ilustración.
La experiencia democrática de las municipalidades
de Castilla con la defensa de los fueros municipales, que
fueron sustentados celosamente por los pueblos españoles
y que después de tres siglos reaparecieron ante la invasión
napoleónica y en la revolución de América, y asimismo en
el liberalismo y constitucionalismo españo­les, se presenta
como otro canal de formación democrática de la generación
criolla sobre la idea de la soberanía popular. Se conside­
raba que los cabildos, representantes directos de pueblo,
tenían la autoridad y el derecho natural para reasumir la
soberanía.
La tradición de la autonomía municipal española se
proyectó pujante en las colonias americanas, a través de los
cabildos como núcleos socio-políticos aglutinantes de la vida
política y social de la Colonia. Los cabildos defendieron los
fueros municipales y los intereses del pueblo; ellos fueron
la escuela preparatoria de la de­mocracia y, en especial, la
escuela de los criollos, quienes tenían fácil acceso a esta
institución política.
Los cabildos del Nuevo Reino se convirtieron en algunos
casos en órganos de expresión crítica del desgobierno

99
Javier Ocampo López

español. El cabildo de Cali se empeñó en mantener


la autonomía amenazada por las intromisiones del
gobernador de Popayán. El cabildo de Tunja fue uno de
los más revolucionarios de la Colonia; en 1564 se opuso
al nombramiento del corregidor y en los últimos años del
siglo XVI se convirtió en el abanderado de las ciudades
contra las alcabalas.
El movimiento comunal de 1781 se hizo alrededor de
66 cabildos, los cuales promovieron y representaron los
reclamos de los pueblos sublevados. En la misma forma, la
Revolución política de 1810 se presenta como la revolución
de los cabildos, los cuales reasumen la soberanía popular.
Otro de los canales de penetración de las ideas de la
soberanía popular es la Ilustración, expresada en la tesis
pactista de los enci­clopedistas, de los pensadores franceses
y sajones, y en especial Rousseau, Montesquieu, Locke,
Jefferson, Payne y otros. Camilo. Torres, el ideólogo de la
Revolución granadina, consideró que los cabildos son las
únicas instituciones que deben convocar a los gra­nadinos
para conformar las juntas de gobierno, hasta cuando se
instalara el Congreso General. En la misma forma opinaron
José Félix de Restrepo, partidario de la idea del contrato
social roussoniano y el Libertador Simón Bolívar, para
quienes el contrato so­cial justifica el Estado y la soberanía
del pueblo, la cual se convierte en la fuente de todo poder.
En las actas de la Revolución de 1810 y en las
declaraciones de independencia absoluta en las distintas
provincias del Nuevo Reino, encontramos con profusión
la idea de la reasunción de la soberanía popular. Es la
preocupación constante en el ideario político de los
miembros de los cabildos para dar legalidad y espíritu
jurídico a la revolución política, ya fuese de autonomía de
la Regencia de Espa­ña o de independencia absoluta.
En el acta de la Revolución de la provincia del Socorro,
del 10 de julio de 1810, se presenta una idea que se hizo
común en todas las provincias que dieron publicidad a sus

100
La independencia de Colombia

actas, y en general en todos los países hispanoamericanos.


En uno de sus apartes expresa el acta del Socorro, diez días
antes que la de Santa Fe:
“Restituido el pueblo del Socorro a los derechos sagra-
dos e imprescriptibles del hombre, por la serie del suceso
referido, ha depositado provisionalmente el gobierno en el
M.I.C. a que se han asociado seis individuos...37.
Esta idea de la reasunción de la soberanía del pueblo,
la encon­tramos más explícitamente en el Acta de la
Revolución del cabildo extraordinario del 20 de Julio de
1810 en Santa Fe, conocida en Colombia como el Acta de
Independencia. Allí se lee el siguiente párrafo:
“En la ciudad de Santafé, a veinte de julio de mil
ochocientos diez, y hora de las seis de la tarde, se
presentaron los señores Muy Ilustre Cabildo, en calidad de
extraordinario, EN VIRTUD DE HABERSE JUNTADO EL
PUEBLO EN LA PLAZA PÚBLI­CA Y proclamado por su
diputado el señor regidor don José Acevedo y Gómez, para
que le propusiese los vocales en quie­nes el mismo pueblo
iba a depositar el supremo gobierno del Reino...38
Es este hecho político-jurídico por el cual el pueblo
granadino reasume su soberanía y expresa su voluntad
de constituir un nuevo gobierno, ante el vacío de poder
monárquico motivado por la caída de la Corona española.
Esta idea presenta la afirmación del pueblo como titular
del poder, de un pueblo depositario inicial de la sobe­
ranía popular, que ante la crisis política de la metrópoli ha
reasu­mido su soberanía para constituir un nuevo gobierno
representado en la Junta Suprema de Gobierno.
El acta de la Revolución del 20 de Julio de 1810 es la
decisión Política que expresa la voluntad general del pueblo
granadino y su soberanía popular, en sus aspiraciones por
establecer un Estado de derecho, delineado en forma de

37 “Proclamación de la independencia en el Socorro, 10 de julio de 1810”, en Pro­


ceso histórico del 20 de julio de 1810. Bogotá, 1960. Banco de la. República,
Pág. 137.
38 Ibídem Págs. 153-160.

101
Javier Ocampo López

un gobierno democrático y re­publicano. En dicha acta se


expresa la necesidad de establecer “una constitución que
afiance la felicidad pública”, la cual, en la inter­pretación de
las ideas políticas, es la definición más clara del con­cepto
de soberanía popular.
Aunque en el acta de la Revolución de 1810 se expresan
una serie de contradicciones, como aquellas de hablar de la
constitución en la Nueva Granada, de un Estado federal y de
una voluntad de sumisión al rey Fernando VII, siempre y
cuando viniera a gobernar en el Nuevo Reino, es explicable
si tenemos en cuenta la situación que se vivía en 1810: un
grupo de criollos partidarios de la independencia definitiva
y una gran masa adicta al rey Fernando VII, confundida
por su cautiverio y cuyo desconocimiento habría visto
como un delito de lesa majestad humana y divina. Esto
significa que unas eran las ideas que se presentaban en
determinada forma y con contradicciones, y otras las ideas
reales de quienes llevaban el hilo del destino del nuevo
Estado nacional independiente.
La reasunción de la soberanía popular en la Nueva
Granada es una noción jurídico-política que la encontramos
en las primeras constituciones de la Primera República
Granadina y en las decla­raciones de independencia
absoluta, cuando las provincias granadinas decidieron no
guardar el poder para el “Deseado” Fernando VII, sino
darse su propio gobierno independiente. En las declara­
ciones de independencia absoluta que hicieron los pueblos
de Car­tagena, Cundinamarca, Tunja y Antioquia, entre
otras, encontra­mos la definición del pueblo granadino
para conformar un Estado nacional libre, soberano e
independiente absoluto de todo vasallaje, sumisión y de
cualquier vínculo de dependencia colonial.

102
La independencia de Colombia

B. El problema de las formas políticas para el nuevo


estado nacional

La Independencia planteó un problema interno en


cada una de las divisiones administrativas que surgieron
de la Colonia a la vida independiente: la organización
de los Estados y las formas más adecuadas para su
constitución. Presenta unos años de extrema inestabilidad
institucional, en los cuales se manifiestan las grandes
divergencias políticas entre los monarquistas o realistas y
los demo­liberales o patriotas. Los primeros, partidarios de
la conservación de la tradición, la monarquía y el sistema
colonial; y los segundos, deci­didos seguidores del sistema
republicano como forma de gobierno y de la democracia
como sistema de organización política.
Estas divergencias se profundizaron en las dos
primeras déca­das del siglo XIX, cuando entró en crisis
la dinastía borbónica y se constituyeron en la metrópoli
y sus colonias las juntas conservadoras del orden legal, y
posteriormente cuando las ciudades y pro­vincias hicieron
las declaraciones de Independencia, que condujeron a la
élite criolla patriota al poder y a remplazar la burocracia
penin­sular, símbolo del gobierno colonial. Surgieron así los
nuevos Esta­dos independientes, con todos los problemas
que se presentan en el establecimiento de gobiernos
autónomos, consolidados políticamen­te en las nuevas
ideas e instituciones políticas. Gobiernos republi­canos y
democráticos, con la participación o representación del
pueblo en sus destinos y delineados jurídicamente como
Estados de derecho.
La Independencia era portadora de un trastorno en el
orden colonial y de un vacío político, necesario de llenar:
el vacío del Estado monárquico y del sistema colonial,
remplazados ahora con la democracia republicana, pero
con el problema de la definición de las formas de gobierno
de este sistema, que se presentaran más adaptables a la

103
Javier Ocampo López

realidad hispanoamericana: la integración de un “’tema


unitario o centralista, para unos; la formación de un siste­
ma federal, para otros; o la conformación de monarquías
con prín­cipes europeos, para unos; o con americanos, para
otros.
El problema que se planteó la élite criolla, fue la forma
como Hispanoamérica debía solucionar la estructura de sus
Estados, en países en donde no existían verdaderas unidades
nacionales; en donde no se había creado una conciencia de
unidad étnica y espa­cial; y en donde el Estado se convertía
en unificador de la naciona­lidad. Hispanoamérica llegaba a
la Independencia sin que tuviese una integración nacional,
por lo cual en ella el Estado precedía a la Nación en casi
todos los aspectos, y se convertía en el unificador y creador
de una conciencia de pasado y futuro comunes, para avi­var
el sentimiento de unidad nacional.
La élite criolla tenía que afrontar la organización de un
Estado con las condiciones de aplicabilidad a una nación
acostumbrada al gobierno monárquico, con un rey en la
metrópoli y con un virrey en la colonia. El establecimiento de
una democracia republicana al estilo de Europa occidental
y norteamericana, con los problemas de regionalismo,
anarquía, caudillismo y gamonalismo, constitu­cionalismo y
las aspiraciones de las capitales para mantener una unidad
en el gobierno. Asimismo, el establecimiento de las formas
modernas de un Estado Nacional, con una democracia
representativa, en una sociedad tradicional acostumbrada
durante tres siglos al sistema de dependencia colonial.
El problema para el grupo criollo una vez que llegó al
poder, aprovechando la ocasión propicia, fue buscar la
forma, más apro­piada para la estructura del Estado; y el tipo
de organización política, social, económica y cultural más
adaptable a la nueva realidad. Este problema se profundizó
más, cuando los forjadores de la Inde­pendencia pensaron
en los caracteres de su propia sociedad y en los puntos
de unidad y divergencia con otras sociedades; cuando

104
La independencia de Colombia

meditaron sobre su estado de pueblo recién independiente


y liberado de la dominación española, localizado en
diversidad de paisajes geo­gráficos y culturales; con una
parte del pueblo en estado primitivo de desarrollo cultural;
con otra, en el estado social de esclavitud y la mayor parte
sumergida en la superstición y en la ignorancia; y cuando
reflexionaron sobre el tipo de instituciones más adaptables
a la realidad hispanoamericana.
El problema apuntó en concreto a los siguientes
interrogantes: una vez independientes las antiguas
colonias españolas, ¿qué debe­ría cambiarse? ¿Cuáles
instituciones nuevas deberían remplazar a las monarquías
y colonias?; y ¿cómo debería llevarse a cabo el cambio?
En el fondo se trataba de encontrar el camino para el
nuevo Estado que surgía en un ambiente con nuevas ideas
republicanas y democráticas: O el cambio radical a través
del establecimiento de instituciones nuevas obtenidas
de “ejemplos” políticos ya experi­mentados en Europa
y Estados Unidos, considerados como “la avan­zada del
progreso para imitar”; o el cambio a través de institucio­
nes nuevas, surgidas de la realidad hispanoamericana y
adaptadas precisamente a esa realidad.
Para analizar la problemática política respecto a las
formas de gobierno en el Nuevo Reino, es importante
conocer algunos aspectos de la situación del virreinato
en 1810, los cuales reflejan la realidad del país cuando
estas ideas se presentaron. La colonia del Nuevo Reino de
Granada se dividía en 15 provincias al iniciar la Primera
República Granadina: Santa Fe, Tunja, Socorro, Pamplona,
Santa Marta, Cartagena, Riohacha, Panamá, Veraguas,
Chocó, An­tioquia, Popayán, Mariquita, Neiva y Casanare.
Un país con tendencias geográficas hacia la micro-región
y a la diversidad de paisajes naturales y culturales que lo
determinan a fortalecer un sentido regional y localista.
Sumabanse a esta desvertebración geo­gráfica la escasez
de vías de comunicación, que mantuvieron des­unidas las’
diversas regiones del Nuevo Reino.

105
Javier Ocampo López

Este fenómeno del regionalismo tiene sus raigambres,


además de las geográficas, en la política aislacionista
fomentada por la metrópoli española, tanto en sus colonias
en general, como en cada una de las provincias. Unidad
política en el Imperio español y una relativa autonomía en
los cabildos para la solución de los problemas regionales. A
pesar de esta discontinuidad y separación de las regiones,
el sistema español estableció un régimen central que ligaba
el gobierno de Santa Fe con las demás provincias, aun
cuando éstas tuviesen su propia autonomía.
Las provincias granadinas hicieron sus planteamientos
acerca de sus propios intereses regionales y políticos.
Unas, como Santa Marta y Popayán, presentaron posturas
realistas; mientras otras, como Cartagena, Antioquia,
Santa Fe y Tunja, manifestaron tendencias patriotas. El
localismo político y las rivalidades entre las ciudades y
aldeas del Nuevo Reino, manifiestan el sentido regional
y localista. Encontramos así las rivalidades entre Tunja y
Sogamoso, Cartagena y Mompox, Ambalema y Mariquita,
Pamplona y Girón y otras ciudades del Nuevo Reino,
que con la participación de sus cabildos quisieron hacer
ejecutorias políticas y alcanzar auto­nomías a través de sus
propias juntas de gobierno.
Con el fortalecimiento del regionalismo y su aparición
como tuerza geopolítica, una vez desintegrado el Imperio
español, surgió el caudillismo y el gamonalismo como
expresión de los valores socia­les de la provincia. El
estamento social criollo, una vez elevado al poder,
proyectó su influencia en las distintas regiones del Nuevo
Reino de Granada, fortaleciendo un caudillismo de índole
sociocultural y familístico. Los caudillos surgieron tanto en
la capital como en la provincia, con sentimientos propios,
aspiraciones y deseos de mando en sus respectivas regiones
y aldeas. En este aparataje socio-político apareció asimismo
el “caciquismo” o gamonalismo de las veredas y aldeas, que
asesoraron al caudillo y mantuvieron su dominio en el área

106
La independencia de Colombia

de influencia. Estas formas de dominio local y regional, que


se hicieron presentes en la Primera República Granadina,
se fortalecieron una vez culminada la Independencia, en
aquella carrera de los caudillos carismáticos por llenar el
vacío de poder político.
El caudillismo de las provincias y el sentimiento
regionalista se presentan como fuerzas geopolíticas que
influyeron en la forma­ción de los primeros basamentos de
los Estados; y es en estas fuerzas en donde se palpan muchos
de los planteamientos de cen­tralistas y federalistas en la
lucha por encontrar la forma de gobier­no más adecuada
para el nuevo Estado.
A raíz de los acontecimientos de la Revolución Política
de 1810, las autoridades españolas terminaron su vigencia
directa y surgie­ron las Juntas de Notables que se tomaron
el poder político, por delegación directa del pueblo. La
Junta Suprema de Santa Fe, con­siderándose de hecho
como depositaria de la autoridad legítima, convocó el 29
de julio de 1810 a las demás provincias, para realizar un
congreso de las provincias, que definiera el problema de
autori­dad política para el Nuevo Reino de Granada. En la
misma acta de la Revolución del 20 de julio de 1810, se hizo
constar que la Junta convocaría un congreso de diputados
de las provincias, para que expidiese una “Constitución”
sobre las bases de Libertad e Indepen­dencia de cada una
de ellas, ligadas únicamente por el “sistema federativo”.
El Congreso General del Reino se reunió el 22 de
diciembre de 1810, el cual no pudo expedir la Constitución,
por cuanto a él sola­mente concurrieron los diputados de
seis provincias: Santa Fe, So­corro, Pamplona, Neiva,
Mariquita y Nóvita. Las demás provincias no asistieron,
pues se manifestó en ellas esa tendencia regional y
caudillista que las hizo considerar soberanas dentro de
su terri­torio y recelosas de Santa Fe, por sus intereses de
arrogarse el mando y dirección de todo el Reino. Cada
provincia consideraba que la independencia era portadora

107
Javier Ocampo López

de la soberanía nacional para cada una de ellas, por


lo cual se consideraron con autonomía para hacer sus
propias declaraciones de independencia y sus pro­pias
constituciones.
El Congreso tampoco recibió el respaldo de las
provincias, por cuanto en las deliberaciones se aceptaron
los enviados por algunas ciudades que se separaron de las
provincias principales: tal fue el de Sogamoso que se separó
de Tunja; y Mompox de Cartagena. Uno de sus miembros,
el doctor Camilo Torres, se retiró enérgicamente sentando
protesta por la admisión de estas pequeñas provin­cias
que no tenían la autorización de las mayores. Algunos
meses después el Congreso se disolvió ante la resistencia
que despertaron sus deliberaciones y sus rivalidades con
la Junta Suprema de San­ta Fe, que fue alejada casi por
completo de la administración pública.
Ante las divergencias regionales con la capital,
expresadas por el Congreso General del Reino, la Junta
Suprema decidió consti­tuir el Colegio Constituyente de
Cundinamarca y dictar la Cons­titución mediante la cual
Cundinamarca se convertía en Estado Independiente,
regido por una monarquía constitucional. Pensaban los
cundinamarqueses convocar nuevamente un Congreso
Nacional compuesto por los representantes de todas
las provincias y dar los pasos para formar una gran
confederación a la cual debían ingresar Venezuela y Quito.
En 1811 llegó a Santa Fe la representación diplomática
de Venezuela, encabezada por el canónigo Cortés de
Madarriaga, quien con el presidente de Cundinamarca, don
Jorge Tadeo Lozano, firmó el tratado que fijó por primera
vez la teoría del uti posidetis juris, la primera base de la
política internacional de entendimiento entre los países de
Hispanoamérica.
El plan que pensaba Jorge Tadeo Lozano para el Nuevo
Reino de Granada, era la conformación de departamentos
con una extensión suficiente para auto-abastecerse

108
La independencia de Colombia

y eliminar las pequeñas pro­vincias que aparecían


organizadas por el sistema administrativo español. Los
cuatro departamentos que pensaba Lozano eran: Cun­
dinamarca, Cartagena, Popayán y Quito. Contra estas
ideas federalistas de Lozano, el Precursor Antonio Nariño
se opuso con rigor desde el periódico La Bagatela, y ante
la crisis del gobierno de Cundinamarca y la renuncia del
presidente Lozano, los cundina­marqueses nombraron por
unanimidad a Nariño, quien desde en­tonces fijó la política
que Cundinamarca debía seguir con respecto a la unidad
centralista del Nuevo Reino de Granada.
Desde la convocatoria para el primer Congreso, la
provincia de Cartagena había propuesto la adopción
del sistema federativo y la sede de la reunión de las
provincias en Medellín. La circular enviada por Cartagena
a las provincias estimulaba el sentimiento regional y
autonomista, que influyó para el fracaso del primer Con­
greso convocado por Santa Fe. Los nuevos esfuerzos hechos
por las provincias recelosas de su soberanía, hicieron que
se convocara para el segundo Congreso del Reino, el cual,
siguiendo los linea­mientos del doctor Camilo Torres y de
los amigos de la Federación, se reunió en los últimos meses
de 1811, acordando suscribir un pacto de unión, que fue
celebrado el 27 de noviembre de 1811 y plasma­do en el Acta
de la Confederación de las provincias unidas de la Nueva
Granada, firmada ésta por los representantes de Antioquia,
Cartagena, Neiva, Pamplona y Tunja; se negaron a firmarla
los representantes de Cundinamarca y Chocó.
Uno de los aspectos que el Acta de la Confederación
condujo a estimular, el sentimiento autonomista y
regionalista, fue el con­venio de que cada una de las
provincias debía considerarse libre e independiente, lo
cual determinó a la provincia de Tunja a consti­tuirse en
República y sancionar su correspondiente Constitución el 9
de diciembre de 1811; posteriormente, Antioquia sancionó
su Constitución el 21 de marzo de 1812; Cundinamarca el

109
Javier Ocampo López

17 de abril de 1812 y por último Cartagena de Indias el 14 de


junio del mismo año. Así, en 1812 el país se hallaba dividido
en dos bandos: el partidario del sistema federalista y el
partidario del sistema centralista.
El empeño de Nariño para aumentar la extensión del
Estado de Cundinamarca y atraerse poco a poco a las
provincias hacia el unitarismo del Estado, motivó que varias
provincias y ciudades se anexaran a Cundinamarca. Así lo
hicieron Chiquinquirá, Villa de Leyva, Muzo y Sogamoso,
que se separaron de la provincia de Tunja descontentas
por la falta de medios de subsistencia. En la misma forma
Girón y Vélez, que se separaron del Socorro y se anexaron
a Cundinamarca. Posteriormente se anexaron los cantones
de Tima­ni, Garzón, Guagua y Purificación; y en la misma
forma Mariquita.
El Congreso, trashumante ante el problema de las
anexiones de las pequeñas provincias a Cundinamarca,
tomó la política de trasladarse a algunas ciudades claves:
Ibagué, Villa de Leyva y Tunja, para tratar de establecer
el orden. Como Nariño había enviado tropas para ayudar
a las pequeñas provincias del oriente (Girón, San Gil y
Vélez), tuvo el grave problema del desconoci­miento de su
autoridad, tanto por las tropas de Antonio Baraya como por
las de Joaquín Ricaurte, y en especial, de los desacuerdos de
la provincia de Tunja, que condujeron a desatar la primera
guerra civil. El 30 de julio se firmó el tratado de Santa Rosa
de Viterbo, mediante el cual se convino la pronta reunión
del Congreso, la devo­lución de Sogamoso a Tunja y la libre
decisión de Villa de Leyva para continuar o no bajo la
dependencia de Cundinamarca39.
Posteriormente, el Congreso General de las Provincias
Unidas, reunido en Villa de Leyva el 4 de octubre de 1812,
bajo la presiden­cia de Camilo Torres y con la asistencia de
39 DAVID BUSHNELL, Los usos del modelo: la generación de independencia y la
imagen de Norteamérica; asimismo, JAVIER OCAMPO LÓPEZ, La agitación
revolucionaria en el Nuevo Reino de Granada y el templo de la independencia
de Estados Unidos. Ambos estudios fueron publicados en la Revista de Historia
de América, IPOH., México, núm. 82, julio-diciembre 1976, Págs. 7-28 y 29-52.

110
La independencia de Colombia

Cartagena, Antioquia, Tunja, Cundinamarca, Pamplona,


Casanare y Popayán, presentó hostilidad contra Nariño,
desconoció los tratados de Santa Rosa y declaró la guerra a
Santa Fe. Antonio Nariño, quien ya se había declarado en
dictadura, resolvió enfrentarse a las fuerzas del Con­greso,
que lo derrotaron en Ventaquemada el 2 de diciembre
de 1812. Más tarde, el 9 de enero de 1813, las fuerzas
centralistas vencieron a las federalistas en el combate de
San Victorino en la capital. Des­pués se hizo la paz entre
Cundinamarca y las Provincias Unidas, y Nariño salió
hacia las provincias del Sur a luchar contra los realistas
que ya estaban dominando esa región.
El Congreso reunido en Tunja, ante los fracasos
iniciales de la federación y las pugnas ideológicas,
comprendió la necesidad de consolidar una nación fuerte
y unida, centralizando los ramos de Hacienda y Guerra
y estableciendo la formación de un triunvirato que
desempeñara el poder ejecutivo. Se precisó asimismo la
nece­sidad de que Cundinamarca entrara a la Confederación,
con la ne­gativa del dictador Manuel Bernardo Álvarez para
ratificar el con­venio por parte de Cundinamarca. Como
la guerra parecía inevitable y las provincias tendían a
convertirse en Estados autónomos, el Con­greso consideró
necesaria la intervención de Simón Bolívar, quien había
llegado a Tunja después de su desastre en Venezuela. El
Con­greso se encargó someter a Santa Fe, y, en efecto, la
sitió y la dominó; llevándola a la firma de la capitulación el
12 de diciembre, por la cual el Gobierno de Cundinamarca
reconoció al Congreso, que des­de entonces se convirtió en
el cuerpo soberano del poder en la Nueva Granada.
Desde el punto de vista de las ideas, una de las teorías
políticas para definir la forma del Estado en la Nueva
Granada independien­te, en lo que corresponde al poder
soberano, el territorio y la población, fue el Federalismo.
Es una teoría política mediante la cual se pretende
solucionar el problema de la unidad estatal, con el respeto

111
Javier Ocampo López

y el reconocimiento de la autonomía territorial soberana.


Se pre­senta un Estado en donde la soberanía aparece
dividida, pues se reservan para el gobierno general aquellas
atribuciones soberanas de carácter general y se distribuyen
las otras, de carácter regional y local, entre los Estados
federados.
Antes del siglo XVIII la forma de Estado se había
solucionado de manera unitaria alrededor de las
monarquías nacionales unifica­doras; pero en el siglo de la
Ilustración, la independencia de los Estados Unidos trajo
como novedad política el sistema de la Federación. Surgió
un sistema político, mediante el cual un grupo de Estados
Soberanos se desprenden de sus soberanías externas y las
delegan en un organismo superior llamado Estado Federal,
conser­vando sus respectivas soberanías desde el punto de
vista interno.
Algunos federalistas alegaron que la autonomía regional
insti­tucionalizada en el federalismo estaba muy arraigada
en las colo­nias, pues en ellas se conservaban los derechos
locales, los mismos que los cabildos utilizaron para hacer la
revolución política de 1810 como forma de establecimiento
político. Los federalistas granadinos consideraban que
la administración colonial había sido des centra­lizada de
hecho y que la diferenciación geográfica, auspiciante del
regionalismo, la falta de comunicación de las provincias
entre sí, las lejanías para ejercer una administración
central fuerte, los anhelos políticos para satisfacer los
intereses regionales, la necesidad de un sistema político
que emulara el progreso de las provincias y el ejem­plo de
los Estados Unidos de Norteamérica que había llegado al
progreso por el camino de la federación, se convirtieron en
los argu­mentos propios de los federalistas granadinos y en
general de His­panoamérica.
Los dos ideólogos del federalismo más importantes
en la Nueva Granada, fueron Camilo Torres y Miguel de
Pombo. Torres expresó sus ideas federalistas en diversos

112
La independencia de Colombia

documentos, entre ellos la carta enviada a su tío don Ignacio


Tenorio en 1809, en donde recomienda imitar la potencia
del norte como fuente de prosperidad; asimismo influyó
su pensamiento federalista en la redacción del Acta de la
Revolución de 1810 y en la conformación de las Provincias
Unidas del Nuevo Reino. Pombo expresa su pensamiento
en el Discurso preliminar sobre los principios y ventajas
del sistema federativo y en la traducción de la Constitución
de los Estados Unidos de América, la cual se difundió por
todas las provincias de la Nueva Granada40.
La plasmación de las ideas federalistas en la Nueva
Granada está consignada en el Acta de Federación de las
Provincias Unidas de la Nueva Granada, un documento
jurídico compuesto de 78 artículos, los cuales tienen una
base en los artículos de Confedera­ción que suscribieron los
trece Estados de la Unión Americana. Después de hacer una
consideración sobre los derechos que tienen las provincias
para darse su propio gobierno, el Acta expresa la necesidad
de asociarse en forma federativa en el nuevo Estado que
se llamo Provincias Unidas de la Nueva Granada, integrado
por las Provincias que el 20 de julio eran reputadas
como pertenecientes al Nuevo Reino. Las provincias se
reputarían como iguales e indepen­dientes, conservando su
administración interior y la de ciertas rentas, y también el
nombramiento de todo el tren de empleados. Las provincias
cedían al Congreso las funciones militares para la defen­
sa común, la imposición de contribuciones generales para
la guerra y el manejo de los negocios internacionales; las
rentas de aduanas, correos, amonedación y otros ramos
que en los Estados Unidos estaban atribuidos al gobierno
federal. El Congreso de las Provincias Unidas habría
de ejercer además funciones ejecutivas y legislativas, y
mientras se anexaban a la Unión las demás provincias y
en cuanto cesara el peligro exterior, habría de convocarse
a una convención general de diputados de todas ellas, para

40 Ibidem

113
Javier Ocampo López

expedir la Constitución’ nacional con la forma de gobierno


que más conviniese.
Uno de los aspectos por el que el Acta de Confederación
estimuló el sentimiento autonomista y regionalista,
fue el convenio de que cada una de las provincias debía
considerarse libre e indepen­diente, lo cual condujo la
provincia de Tunja a constituirse en Repú­blica y sancionar
su correspondiente Constitución el 9 de diciembre de 1811;
posteriormente Antioquia sancionó su Constitución el 21
de marzo de 1812; y en ese mismo año, Cundinamarca y
Cartagena de Indias.
Otra de las ideas políticas para estructurar la forma de
Estado en el Nuevo Reino de Granada, fue el Centralismo,
definida como la teoría ‘política mediante la cual se parte del
supuesto de que la soberanía es una e indivisible, ejercida
en la plenitud de sus facul­tades por el poder único central.
Esta forma unitaria de gobierno era la única que daba a los
centralistas y en especial a la provincia de Santa Fe, con el
ideario del criollo Antonio Nariño, el modelo del sistema
para la naciente república; tenía la fortaleza necesaria para
lograr la unidad como único medio de obtener el triunfo en
la lucha por la Independencia.
Entre los argumentos que los centralistas expusieron
para jus­tificar esta forma de gobierno, encontramos
los siguientes: la nece­sidad de un Estado unitario, con
un ejecutivo fuerte que preparara a la nación recién
independiente para presentar un frente unido a la posible
reacción española. Consideraban necesario el aprovecha­
miento de la experiencia centralista y unitaria que había
establecido España en sus colonias. Consideraban asimismo
como un error, querer imitar a los Estados Unidos, por
cuanto su régimen federal nada tenía que ver con los hábitos,
costumbres y necesidades de la Nueva Granada. Las formas
federales de los gobiernos, según los centralistas, fomentan
las rivalidades regionalistas y los egoísmos personales;
favorecen el poder de los caudillos regionales; detienen

114
La independencia de Colombia

la rapidez y la fuerza que los gobiernos nacientes deben


tener, y detienen por todos los medios la unidad del país,
necesitado de fortaleza para afrontar la reacción española.
Con un ejecutivo fuerte, una representación nacional de
todos los sectores y, en ge­neral, un Estado unitario con la
concentración de todas las fuerzas, se podía presentar una
contraofensiva a la reacción que ya se pre­sentía, venía de
la metrópoli española.
La argumentación centralista tuvo su más fiel
representante en don Antonio Nariño, tanto en sus escritos
políticos en La Baga­tela, como en su política al frente del
Estado de Cundinamarca. El 14 de julio de 1811 apareció
en Santa Fe La Bagatela, de gran aco­gida en los diversos
sectores de la sociedad. Este periódico cuya publicación
alcanzó 38 números hasta el 12 de abril de 1812, se enfrentó
a los partidarios del federalismo, inadaptable a las condi­
ciones de la Nueva Granada y disolvente de la unidad tan
necesaria para preparar la reacción ante la reconquista
española.
He aquí que para encontrar la forma de gobierno
más adaptable a las realidades de la Nueva Granada, los
hombres de la élite criolla tropezaron con varios problemas
para remplazar el gobierno español e implantar las ideas e
instituciones democráticas y republica­nas. En efecto, esta
élite criolla, que conformaría el nuevo Estado, afrontó los
problemas que la realidad hispanoamericana le presen­tó:
la persistencia de una estructura social rígida todavía, con
un alto grado de concentración de la riqueza y el poder,
con una pro­piedad latifundista de la tierra, un dominio
monopolístico de los recursos naturales y constituida
en general por grupos de terrate­nientes como grupo
dominante, con aspiraciones caudillistas y re­gionalistas en
sus propias áreas de influencia. La persistencia de sociedad
tradicional agraria, casi impermeable a las nuevas ideas
de impulso al cambio, y representada por grandes masas
de analfabetos, para quienes las nuevas ideas llevaban el
estigma del mito de la igualdad.

115
Javier Ocampo López

Se manifiestan pues a los patriotas las dos tendencias que


también se presentaron en el desenvolvimiento político del
siglo XIX en su lucha por lograr la consolidación nacional:
por una parte, aquella fuerza centrífuga, que pretendía la
integración, la unidad y el centralismo del Estado; y por
otra, las fuerzas disgregadoras de la descentralización, con
el espíritu federativo, como panacea de la modernización
e innovación y por el camino del progreso seguido por la
hermana mayor del norte, es decir, los Estados Unidos.

C. Las ideas y las instituciones realistas


en el nuevo reino

Cuando se realizó la revolución política de 1810, los


realistas granadinos aceptaron la integración de la Junta
Suprema de Santa Fe, pero como conservadora de los
derechos de Fernando VII. Sin embargo, cuando los
criollos patriotas irrumpieron en verdadera “revolución” y
aprovecharon la oportunidad para declarar la inde­pendencia
absoluta de la metrópoli, los realistas defendieron sus
intereses y justificaron el dominio legal del monarca y la
decisiva influencia de la Iglesia Católica en los destinos de
la Nación. Fueron ellos los defensores del mantenimiento
de las tradiciones coloniales políticas, socio-económicas
y culturales, arraigadas en un sistema metropolitano-
colonial y en un orden señorial, con algunas innova­ciones
modernas, propiciadas por los monarcas españoles de la
Ilustración.
Los realistas granadinos siguieron los principios
fundamenta­les de la monarquía española y propiciaron el
regreso a la Colonia, horrorizados ante el “regicidio” y el
grave problema de la represen­tación popular en el gobierno,
auspiciada por los patriotas republi­canos. Numerosos
funcionarios civiles y eclesiásticos peninsulares, e
igualmente criollos tradicionalistas y una gran masa
popular lo­calizada en las áreas de Pasto, Popayán, Santa

116
La independencia de Colombia

Marta y otras regiones granadinas, reaccionaron contra


los patriotas y ofrecieron apoyo irrestricto a la Corona
española en sus esfuerzos de reconquista para restablecer
el orden en sus colonias rebeldes.
La doctrina del realismo que presentó la reacción en la
Independencia, defendió sus tesis sobre el origen divino
de la monarquía, el carácter ilimitado del poder real y la
tendencia hacia la política ‘’Realista’’, afirmadora de los
derechos temporales del monarca sobre la Iglesia. Asimismo
defendieron la alianza indisoluble entre trono y altar, que
no obstante ser contraria a los principios tradicio­nales de
la Iglesia y las aspiraciones de los monarcas Borbones, se
presentó como indispensable para defender la monarquía
en la crisis revolucionaria. .
Después de los acontecimientos políticos de 1810, que
culmina­ron con el establecimiento de la Junta Suprema de
Gobierno y la caída del virrey Amar y Borbón, el gobierno
español fue defendido en las gobernaciones de Popayán y
Santa Marta con mayor inten­sidad. Algunos oidores de la
Real Audiencia y españoles peninsula­res se refugiaron en
Cuba, la región colonial que se convirtió en el centro del
realismo absolutista en América.
La Regencia del Reino nombró nuevo virrey a don
Benito Pérez Brito en remplazo de Amar y Borbón. El
nuevo virrey estableció la sede del gobierno en Panamá, y
en solemne ceremonia, efectuada el 21 de marzo de 1812·,
tomó posesión ante el Ayuntamiento e insta­ló allí la Real
Audiencia de Santa Fe. Su llegada fue bien recibida en Santa
Marta y en los pueblos vecinos realistas, principalmente en
las zonas indígenas, entre ellas la región de Pasto en el sur
del Nuevo Reino.
Las cortes de Cádiz suprimieron en 1812 el virreinato del
Nuevo Reino y con la misma jurisdicción establecieron la
Capitanía Gene­ral del Nuevo Reino. En calidad de capitán
general de esta llegó a Santa Marta el mariscal de campo
don Francisco de Montalvo, quien remplazó a Pérez Brito.

117
Javier Ocampo López

La política realista se centralizó desde en­tonces, hasta la


llegada de Morillo, en la provincia de Santa Marta la meca
del realismo absolutista en el Nuevo Reino.
La corriente del liberalismo español proyectó sus
aspiraciones en las cortes de Cádiz, las cuales buscaron
nuevas políticas para atraer a los insurgentes americanos.
Se presenta en España una fase del Reformismo liberal,
que aprobó, entre otras, las siguientes reformas: la libertad
de imprenta, principalmente de los escritos políticos; se
suprimió el Tribunal de la Inquisición; se estableció la
igualdad entre los españoles y los americanos; se abolieron
los seño­ríos, las mitas y repartimientos de indios, y todo
servicio personal que con esos u otros nombres se prestase
a corporaciones o particu­lares; se abolieron las alcabalas,
ciertos diezmos de soldada y el estanco del tabaco; se dio
la libertad de comercio; asimismo, se re­planteó la división
de las provincias y los municipios. Lo más impor­tante de
las cortes de Cádiz fue la expedición de la Constitución
liberal de Cádiz, que estableció la monarquía moderada en
España. En general, las cortes de Cádiz hicieron una serie
de acuerdos de carácter político, inspirados en un criterio
de amplia generosidad para los nacionales de América.
Arrojados los franceses de la Península a principios de
1814 y restaurado el monarca Fernando VII, este rechazó el
régimen ins­taurado en Cádiz, y mediante el golpe de Estado
que fraguó con los absolutistas el 10 de mayo de 1814, hizo
que volviera España al anti­guo régimen, reintegrando toda
la organización política a la situa­ción de 1808. El monarca
expresó su odio a las cortes de Cádiz, derogó la Constitución
liberal de 1812 y las leyes liberales, restableció la Compañía
de Jesús, los señoríos, las tierras realengas, los tributos, y
recogió los libros y folletos de carácter político, e instauró
una persecución a los folletos liberales, entre ellos los
Catecismos polí­ticos que se habían generalizado en España
y en las Américas.

118
La independencia de Colombia

La reacción fernandina instituyó el absolutismo en


España en­tre 1814 y 1820, Y restableció para las colonias el
Real Consejo de Indias (28 de junio de 1814) y el tribunal
de la inquisición. Su idea fue reintegrar el Imperio español,
tanto en la metrópoli como en sus colonias de ultramar.
El movimiento revolucionario de América era para el
monarca una simple sublevación de criollos descontentos,
estimulados por una revolución liberal contra la legitimidad
repre­sentada en la Corona; esta revolución se presentaba
como una con­tinuación de la sublevación comunera de 1781
y demás rebeliones americanas del siglo XVIII consideradas
como rebeldías fáciles y necesarias de erradicar.
Fernando VII se asesoró de un grupo de militares
y partidarios del monarquismo absolutista, quienes lo
apoyaron en el trono y argumentaron que había necesidad
de exigir la sumisión absoluta e inmediata de los vasallos
americanos, los cuales debían abandonar totalmente el
camino emprendido en la revolución de 1810. Plan­tearon
reunificar el Imperio español alrededor de la monarquía
absoluta; continuar con la burocracia colonial en el poder
de cada una de las colonias y reafirmar la dependencia
económica de Amé­rica respecto de la metrópoli española.
La sumisión de los vasallos americanos implicaba
la negación a todo tipo de autonomía o independencia
absoluta. Los sublevados debían reconocer sus errores y
acatar las decisiones de la Corona española, a la cual no le
quedaba otro camino que la Reconquista y el castigo con
energía a los responsables de los levantamientos.
En la política española surgió el militarismo como forma
de reacción contra los revolucionarios y el único medio
para la restau­ración de las instituciones españolas. Con
el militarismo se proyectó el terrorismo, el extremismo y
la organización de expediciones mili­tares para buscar la
integridad del Imperio español. Irrumpió así el militarismo
para reprimir y sojuzgar a los rebeldes y, en definitiva,
restaurar el orden y las instituciones españolas. Un

119
Javier Ocampo López

militarismo que no estaba de acuerdo con los métodos de


moderación que habían estado aplicando las autoridades
civiles españolas, como fue el caso, para el Nuevo Reino
de Granada, del virrey Francisco de Montalvo y de algunos
funcionarios españoles, además de las continuas llama­
das de atención por parte del Consejo de Indias. Tenemos
en cuenta que en España, entre 1814 y 1820, se vivió
internamente una fuerte tensión y represión, ocasionada
por el absolutismo y el terrorismo contra los liberales
españoles.
Con el fin de realizar la reconquista de los pueblos
americanos, se organizó en España la Expedición
Pacificadora bajo el mando de don Pablo Morillo. El
objetivo fue la pacificación y el sometimiento de los pueblos
de Venezuela y Nueva Granada, y la ayuda a la defensa del
Perú. Acompañaban a Morillo los militares Pascual Enrile
y Francisco Morales, y un ejército formado por más de 10
mil soldados, que salió de Cádiz en febrero de 1815 e inició
la reconquista en Venezuela41.
En julio de 1815, la Expedición Pacificadora arribó a
Santa Marta, la ciudad heroica del realismo absolutista en
el Nuevo Reino. De esta ciudad del Caribe proyectó su plan
de reconquista de la Nueva Granada, iniciándolo con el
Sitio de Cartagena, la ciudad patriota que desde 1811 había
declarado la independencia absoluta. Entre el 17 de agosto
y el 5 de diciembre de 1815, la expedición realista realizó el
famoso sitio de la “Ciudad Heroica” que resistió 106 días
de sitio, con el sufrimiento interno del hambre, la peste y
los problemas característicos de los pueblos de resistencia.
Con la caída de Cartagena, el Pacificador Morillo tenía la
llave de todo el país, e iniciaba la más grande represión al
pueblo granadino en los que se han denominado los años
del Régimen del terror.

41 FRANCISCO XAVlER ARÁMBARRI, Hechos del General Pablo Morillo en Amé-


rica, Murcia, Ediciones de la Embajada Venezolana en España, 1971; asimis-
mo, la obra de JUAN FRIEDE, La otra verdad, op cit.

120
La independencia de Colombia

Las expediciones realistas invadieron el país; una por el


Chocó, al mando de Julián Bayer; la segunda por Antioquia
y Cauca, al mando de Francisco Warleta; la tercera por el río
Magdalena, al mando de Donato Santacruz, y la cuarta por
las regiones de Oca­ña, al mando de Miguel de la Torre42.
La reacción inicial de los pueblos en favor de los militares
paci­ficadores fue general en los pueblos del Nuevo Reino
por donde pesaban. La desilusión de gran parte del pueblo
granadino ante las luchas fratricidas de centralistas y
federalistas, la improvisación e indecisión en el gobierno,
el localismo político de las regiones y las aspiraciones
caudillistas por el poder, en la denominada Patria Boba,
preparó un ambiente propicio a la restauración monárquica
y el regreso al sistema colonial
Las ideas expresadas por los realistas en los discursos,
cartas, sermones, diálogos, etc., configuran la doctrina
del realismo abso­lutista en Hispanoamérica. Las ideas
sobre la dependencia natural de las clases sociales, contra
la igualdad preconizada por los republicanos; las ideas
de fidelidad al soberano; la apología de la conquista, con
la argumentación del derecho justo y la guerra justa;
la estrecha unidad entre la monarquía y la Iglesia, con
la mutua defensa de los derechos sobre América en lo
espiritual y terrenal; las ideas masoneistas contra los falsos
filósofos de la Ilustración responsables del desorden; y la
ingratitud de los hijos americanos, quienes aprovechándose
de la crisis de la Madre Patria le entierran con alevosía el
puñal de la traición, constituyen, entre otras, las ideas más
representativas que encontramos en el Nuevo Reino entre
los realistas absolutistas.
Tenemos en cuenta que las ideas del realismo
absolutista en la independencia, no se pueden explicar sin
la intervención de la Iglesia en defensa de la monarquía
española. La fidelidad al mo­narca y a la Iglesia Católica

42 JORGE MERCADO, Campaña de Invasión del Teniente General don Pablo Mo-
rillo (1815 -1816), Bogotá, Ejército de Colombia, 1919. En la misma forma, la
obra de OSWALDO DIAZ DIAZ, La Reconquista española, op. cit.

121
Javier Ocampo López

fue trasmitida a los indígenas, negros y mestizos, y


defendida por los criollos realistas y españoles del Nuevo
Reino; se consideraba indispensable responsabilizar a
los deicidas y regicidas de los problemas y fracasos de la
Nación. Era necesario avivar el sentimiento religioso del
pueblo americano para conseguir el objetivo político de
la Reconquista y, con ella, la fide­lidad y sumisión al rey.
Por ello no se puede captar la tendencia monarquista sin
comprender el valor de una excomunión, de un sermón en
el púlpito y de una penitencia en el confesionario para los
sectores campesinos e indígenas, los más sumisos y fieles
al rey.
El Pacificador don Pablo Morillo llegó a Santa Fe el
26 de mayo de 1816, sin aceptar el gran recibimiento que
la capital realista ha­bía preparado con arcos de triunfo
y banquetes de celebridad. De allí inició una política de
represión y terror por medio de sus tres tribunales: El
Consejo Permanente de Guerra, que dictaba las sen­
tencias de muerte contra los patriotas; el Consejo de
Purificación, que juzgaba a aquellos insurgentes que en
su concepto no fueran merecedores a la pena capital; y la
Junta de Secuestros, destinada a embargar los bienes de
los comprometidos en el delito de rebeldía.
El 28 de abril de 1816 se expidió en Madrid la real
orden por la cual la Capitanía General del Nuevo Reino
de Granada volvió a erigirse en virreinato, atendiendo
a las nuevas circunstancias de orden público. Francisco
de Montalvo asumió entonces la jerarquía de virrey; Y
asimismo se restableció en Cartagena la Real Audiencia, la
cual se instaló nuevamente en Santa Fe de Bogotá el 27 de
marzo de 1817.
El ambiente que se proyectó en el Nuevo Reino fue por
esencia militarista, como una forma de reacción contra
los patriotas; fue la política de represión que se enfrentó
a la civilista del virrey Mon­talvo, quien criticó las medidas
represivas de los militares de la Reconquista. Sus críticas

122
La independencia de Colombia

condujeron al cambio político y al surgi­miento pleno del


militarismo en el gobierno representado por el nuevo
virrey Juan Sámano, un viejo militar partidario del poder
fuerte, quien gobernó entre los años 1818 y 1819, hasta
cuando salió en fuga hacia Jamaica y Panamá, después de
la derrota realista en el Puente de Boyacá. El militarismo
de Morillo y Sámano unificó el poder civil con el militar,
proyectándose en ellos la política pacifi­cadora y de terror,
hasta cuando les llegó su completa derrota.
El Régimen del terror se hizo presente en el virreinato del
Nue­vo Reino de Granada. En unos pocos años desapareció
lo más im­portante de la generación precursora, y entre
ellos, los criollos Ca­milo Torres, Francisco José de Caldas,
Joaquín Camacho, Frutos Joaquín Gutiérrez, Jorge Tadeo
Lozano, Antonio Villavicencio, Ma­nuel Rodríguez Torices,
José María Cabal, Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos,
Liborio Mejía, Antonio Baraya, José Cayetano Vás­quez, y
otros criollos granadinos. Cada ciudad deploraba la muerte
de sus principales hombres, y por todas partes se levantaba
el patí­bulo y se llenaban los calabozos con espanto y terror.
Los destierros de eclesiásticos inculpados, las sentencias,
persecuciones y deten­ciones de todos los sospechosos, se
hicieron tono de vida en los años que han sido llamados
Época del terror.
La simpatía inicial de los granadinos a la Expedición
Pacifica­dora, como una respuesta a la desilusión de la
primera República Granadina, cambió radicalmente en
un “odio a los realistas”, cuan­do el Régimen del terror se
proyectó implacablemente en los grandin­os. La imagen
del terror y el exterminio fortaleció la idea de un anti-
españolismo y la liberación del terrorismo militar. Fue
cuando surgieron las guerrillas populares y se abrió paso
firme para la llegada del Ejército Libertador de Bolívar y
Santander y su culminación en la Campaña Libertadora de
1819.

123
Javier Ocampo López

La reacción al terror de la Reconquista fue el paso más


fácil de la causa monárquica a la causa independentista por
parte de los sectores populares indiferentes. Con la imagen
mesiánica de la liber­tad y la independencia, así como de
la conformación de un mundo nuevo con la participación
del pueblo, los criollos patriotas aprove­charon la situación:
atrajeron a los sectores populares a su causa; estimularon
las guerrillas campesinas y se enfrentaron con todo vigor
en la Campaña Libertadora.
Al analizar los planteamientos de los españoles en
relación con la independencia de las colonias, debemos
conocer la posición afir­madora de la revolución por parte
de algunos políticos españoles y miembros de la Real
Audiencia en el Nuevo Reino. En la segunda mitad del siglo
XVIII, algunos políticos españoles, como fueron los casos
del conde de Aranda y Manuel Godoy, manifestaron su
preo­cupación por la posible independencia de las colonias.
El conde de Aranda planteó la urgencia de establecer tres
grandes bloques polí­ticos en América, frente a cada uno de
los cuales se establecería un infante español, con relaciones
directas con el rey español, pero conservando determinada
autonomía. Años después, Manuel Godoy defendió la
necesidad de príncipes regentes que se hiciesen amar por
los naturales en América.
Los oidores de la Real Audiencia se enfrentaron
también al militarismo de Morillo y Sámano. Ellos veían
el problema de la insurrección como la insurgencia de un
grupo contrario a la unidad del imperio español; era una
rebelión interna que no tenía los rasgos de una guerra
internacional entre naciones enemigas y extrañas. Se
trataba de una “infidelidad” de los americanos insurgentes
con­tra España; ellos consideraban la revolución como un
movimiento civil, y expresaron que lo más importante en
el movimiento civil era obtener una sumisión sincera de los
pueblos y en ningún caso acabar radicalmente las fuerzas
patriotas.

124
La independencia de Colombia

D. Los factores militares de la guerra de


independencia

La crisis revolucionaria de Colombia, desde el


punto de vista militar, se proyectó en la Guerra de
Independencia, entendida como una acción guerrera de
las colonias españolas en América, con el fin de defender
la independencia e imponer una nueva estructura política
para los nuevos Estados nacionales.
La lucha revolucionaria se manifestó en la acción violenta
de los granadinos patriotas, partidarios de la independencia
absoluta y llevando en su meta el delineamiento de un
nuevo Estado nacio­nal, con una nueva organización en
las instituciones del Republi­canismo, contra los realistas
absolutistas, partidarios del monarca español y de las
instituciones coloniales. Realistas y patriotas repu­blicanos
se enfrentaron para hacer valer sus derechos: los primeros,
para restablecer el orden en el pueblo insurgente; los
segundos, para triunfar y obtener la independencia
absoluta.
Desde el punto de vista historiográfico, se presentan dos
ten­dencias en la interpretación de la Guerra de Indepen-
dencia: una, que sostiene cierto conceptualismo respecto
de la guerra civil, en­tendida como un enfrentamiento entre
los españoles peninsulares partidarios del rey y de las re-
laciones estrechas entre colonias y metrópoli, y los criollos
patriotas, partidarios de la independencia y de la constitu-
ción de un gobierno libre de cualquier otro país.
Otra tendencia historiográfica sostiene la teoría de
guerra in­ternacional, entendida como el enfrentamiento
entre los europeos y 108 americanos. Según esta tesis, la
guerra internacional se inicia cuando el Libertador Simón
Bolívar declaró la guerra a muerte en Junio de 1813, en
la cual, después de reflexionar sobre las violacio­nes de los
españoles al derecho de gentes en la guerra, consideró que
“Nuestro odio será implacable, y la guerra será a muerte”.

125
Javier Ocampo López

En este documento se definió la posición definitiva de los


americanos contra los españoles, según se desprende de la
siguiente conclusión:
“Españoles y canarios, contad con la muerte aun siendo
indi­ferentes si no obráis activamente en obsequio de la
libertad de Venezuela; americanos, contad con la vida, aun
cuando seáis culpables”. (Trujillo, 15 de junio de 1813).
Los enfrentamientos guerreros entre realistas y patriotas
en la Nueva Granada los encontramos sistemáticamente
desde 1811 en la Campaña del Sur, cuando los criollos
vallecaucanos, con la ayuda del ejército comandado por
Antonio Baraya y enviado por la Junta de Santa Fe, se
enfrentaron al gobernador de Popayán don Miguel Tacón,
derrotándolo en la Batalla del Bajo Palacé (28 de marzo
de 1811), la primera en la Guerra de Independencia de
Colombia.
La lucha revolucionaria se presentó asimismo en los
enfrentamientos entre los patriotas y realistas en el Valle
del Patía; y en la Costa Atlántica, en los enfrentamientos
entre Cartagena (patriota) y Santa Marta (realista).
Posteriormente, en los años 1813 y 1814, en la Campaña
de don Antonio Nariño en el Sur, la cual culminó con su
derrota en Pasto. Más tarde, en las campañas de la Guerra
de Independencia contra el ejército expedicionario de
Morillo, que organizó el Libertador Simón Bolívar desde
Jamaica y Haití, y las cuales culminaron en las campañas
del Orinoco, del centro y en la Campaña Libertadora de la
Nueva Granada, que, con la organi­zación de los ejércitos en
Casanare por el granadino Francisco de Paula Santander
y la dirección estratégica del Libertador Simón Bolívar,
culminó en la Batalla de Boyacá el 7 de agosto de 181943.
Las consecuencias de la Campaña Libertadora son
trascenden­tales para la independencia hispanoamericana:
constituye ella la piedra angular de donde surgió la

43 Sobre los factores militares, véanse: M. PARÍS, R., Campaña del ejército liberta­
dor colombiano en 18.19, Bogotá, Talleres del Estado, 1919. Asimismo, CAMI-
LO RIAÑO, La Campaña Libertadora de 1819, Bogotá, Edt. Andes, 1969.

126
La independencia de Colombia

Nueva Granada independiente, con el aniquilamiento


de las tropas realistas al mando de José María Barreiro,
la fuga del virrey y el grupo burocrático español, y la ini­
ciación del nuevo gobierno republicano; la creación de la
Gran Co­lombia y los triunfos patriotas que culminaron
con la liberación de Venezuela, Quito, Perú y Bolivia y la
consolidación definitiva de la independencia de los países
hispanoamericanos.
Una generación de militares, habituada a batallar, había
surgido en Hispanoamérica, con una exaltada convicción
de su papel providencial en el delineamiento de los nuevos
Estados. Si los criollos letrados, abogados e ideólogos de
la Revolución Política de 1810 y de la Primera República
se habían ocupado en la redacción de las primeras
constituciones, en la organización política del nuevo Es­tado,
en las luchas fratricidas entre federalistas y centralistas,
y en el impulso de los ideales del siglo de las luces, con
el consecuente fracaso ante el poderío y la represión de
la Reconquista española, los militares, formados en su
mayor parte en la marcha de la guerra, condujeron el país
al orden nuevo democrático republicano hasta el triunfo
de la Guerra de Independencia.
Al analizar el origen del poder militar en Colombia,
debemos tener en cuenta la composición inicial de los
ejércitos en la Inde­pendencia y sus raíces coloniales. Los
monarcas Borbones se preo­cuparon por la organización
de las milicias coloniales para la de­fensa militar,
principalmente en los puertos marítimos. En los fina­les del
siglo XVIII existían plazas militares en Santa Fe, Cartagena,
Santa Marta, Riohacha, Panamá, Popayán, Antioquia y
Chocó. Cuan­do ocurrió la revolución autonomista del 20
de Julio de 1810, existían 6 unidades militares en Santa
Fe, las cuales fueron pasivas ante la conformación de las
nuevas instituciones políticas. El 23 de julio de 1810 surgió
el Batallón de los Voluntarios de la Guardia Nacional, y
fueron nombrados para comandarlo el teniente coronel

127
Javier Ocampo López

Antonio Baraya y su sargento mayor don Joaquín Ricaurte


y Torrijos.
Un problema inicial que advertimos en el estudio
de los milita­res en la Guerra de Independencia, es el
reclutamiento de los soldado­s Y su instrucción para
la guerra, si consideramos que en los primeros años
revolucionarios las luchas de los criollos eran impopu­
lares en las masas granadinas. El reclutamiento de los
soldados ocasionó diversidad de dificultades. Inicialmente
fue voluntario y se realizaba aprovechando el sentimiento
patriótico. Pero cuando la guerra puso al descubierto la
fase del enfrentamiento cruel y los rasgos característicos
de una guerra a muerte con la entrega total del soldado
a la causa guerrera, el reclutamiento fue forzoso. Por
esta circunstancia, en la Nueva Granada hallamos con
frecuencia los problemas de la fuga y el amotinamiento. El
28 de julio de 1819 Bolívar expidió un decreto en Duitama,
mediante el cual se ordenó que todos los hombres entre los
15 y los 40 años de edad que no se presentaran a integrar
el ejército patriota, serían fusilados. Igual procedimiento
tomaron los jefes realistas para sostener el cuerpo de los
ejércitos fieles al monarca.
La preparación de los ejércitos presenta diversas
característi­cas en la Guerra de Independencia. Los
ejércitos patriotas no tenían preparación técnica
sistemática y disciplinada; su organización se centraliza
en la improvisación y en la acción, de acuerdo con el mo­
mento y las circunstancias. Bolívar, Santander, Nariño y
demás líderes militares del ejército patriota, aprendieron
en la escuela práctica de la guerra y surgieron en la lucha,
afianzándose en la experiencia. Por ello, lo más importante
en la táctica patriota fue la sorpresa, el ataque inesperado y
la improvisación, de acuerdo con las circunstancias. Simón
Bolívar se hizo un estratega militar en la experiencia, e hizo
una guerra con un sello muy personal adaptado al medio
americano; la rapidez en los cambios de táctica se percibe

128
La independencia de Colombia

en su concepción estratégica; asimismo los movimientos


audaces, el ímpetu en los ataques y la constancia en sus
acciones guerreras.
Las necesidades constantes en la organización del ejército
pa­triota y la falta de una política militar de instrucción,
como la que desarrollaron los ejércitos patriotas de José
de San Martín en el Río de la Plata y Chile, determinaron
en Colombia la improvisación de todos los elementos
que pedía la guerra, lo cual nos muestra la formación de
un verdadero espíritu de cuerpo o sentimiento patriota
que imprimió cohesión al ejército, el surgimiento de un
liderazgo en la acción y la proyección de una concepción
estratégica y su co­rrespondiente táctica militar, surgidas
de la experiencia.
La falta de elementos bélicos y del equipo necesario en
el ejér­cito, hizo que los realistas tuvieran a los patriotas
como un ejército de masas o montoneras, compuesto por
gentes pobres, desnutridas y harapientas. Estas gentes
eran llamadas con desprecio “insurgen­tes”o “bandidos”,
contrarios a la autoridad del rey y al orden en la sociedad.
Las masas integrantes de los ejércitos patriotas,
generalmente compuestas por mestizos, indígenas, negros
y castas medias, pre­sentan diversas actitudes en la acción
guerrera. Con frecuencia sucedían numerosas deserciones
y cambios de soldados del ejército patriota al realista, o
viceversa; por ello, las tácticas militares eran secretas, con
el fin de disminuir la deserción. Lo cual nos indica también
que las masas populares pertenecieron a uno u otro bando
de la guerra; así, sabemos que los llaneros que Páez manejó
briosa­mente en el Apure, habían participado antes en los
ejércitos realis­tas del español José Tomás Boves, quien
dirigió la guerra social contra los mantuanos venezolanos.
En la formación del ejército patriota intervinieron
también soldados extranjeros, principalmente ingleses y
franceses. Algunos habían formado parte de las huestes
napoleónicas, y otros habían pertenecido al ejército de

129
Javier Ocampo López

Wellington. Entre 1817 y 1819 llegaron más de 5.000


soldados ingleses, con quienes se constituyó la Legión
Británica que intervino en la Campaña Libertadora de
1819. Su jefe, el coronel Jaime Rook, fue herido y murió
después de un vigoroso ataque en la Batalla del Pantano de
Vargas; asimismo, más de 50 soldados ingleses murieron
de hambre y frío en el Paso de los Andes en la Campaña
Libertadora.
En los finales de la Guerra de Independencia, en 1824,
el ejér­cito grancolombiano tuvo en filas entre 25.000 y
30.000 hombres, o sea el 1 % de la población colombiana.
Aun cuando su composición fue democrática, de hecho los
criollos detentaban la mayor parte de las posiciones.
Desde el punto de vista de los dirigentes, la Guerra de
Indepen­dencia contó también con el líder formado en
la acción. Este as­pecto le imprime gran movilidad social
en la Independencia, puesto que un individuo podía
tomar las armas, ayudar en la revolución y concentrar
un liderazgo mediante la acción de grandes dimensiones
militares. Hombres de origen humilde como José Antonio
Páez, José Prudencio Padilla, Leonardo Infante y otros,
escalaron importantes posiciones en el ejército; y en ello
no influyó la educación, pues muchos analfabetos llegaron
a importantes posiciones y a proyectar su influencia social
en la comunidad. Esto nos indica que la movi­lidad social
en la Independencia se dio a través del ejército.
Un análisis sobre los jefes militares que actuaron en
la Inde­pendencia nos presenta algunas características
dignas de conside­rar. Algunos criollos intelectuales, como
don Antonio Nariño en la primera República Granadina,
hicieron valer su liderazgo militar en el duro batallar y la
experiencia, tanto en la guerra civil frente a los centralistas,
como en la Campaña del Sur contra los realistas. Otros
militares se iniciaron aún muy jóvenes en la lucha
revolucio­naria; cuando ocurrió la Batalla de Boyacá, el
Libertador Bolívar tenía 36 años y Santander 25; Antonio

130
La independencia de Colombia

José de Sucre llegó a ser general a los 26 años. La imagen


sobre el ejército patriota era una dirección realizada por
jóvenes militares; esta tendencia se preci­saba más en la
Nueva Granada, en donde el Régimen del terror eliminó
a la generación precursora que planeó inicialmente la
revo­lución, con la salvedad, entre otros del Precursor
Nariño, quien se encontraba en prisión. Por ello, en la
Campaña Libertadora de 1819 y en los años posteriores de
la culminación de la Independencia, no­tamos el influjo de
los militares venezolanos encabezados por Bolí­var, Sucre,
Páez, Anzoátegui, Soublette y otros.
La Campaña Libertadora de 1819 muestra rasgos
muy especí­ficos que nos indican el poder militar en la
gesta emancipadora. En la fase inicial se observa una
circunstancia curiosa o paradojal de la guerra; por ejemplo,
los ejércitos realistas de Venezuela, bajo el mando del
español Pablo Morillo, se localizaban en las montañas y en
su estructura interna predominaba la infantería. Por otro
lado, en -los Llanos actuaban los patriotas bajo el mando
de José Antonio Páez, y con predominio de la caballería. El
estacionamiento lo evi­dencia el hecho de que los realistas
no bajaban a los Llanos y los patriotas no cruzaban la
montaña.
La concepción estratégica del Libertador Simón Bolívar
fue planteada en los años 1816 y 1817, cuando proyectó la
ocupación de Venezuela y la liberación de Nueva Granada,
Quito, Perú y Poto­sí. Desde el Río de la Plata, el general
San Martín elaboraba tam­bién una estrategia de ocupación
militar y triunfo patriota en Ar­gentina, Chile y Perú. Ambos
militares prepararon las campañas libertadoras para la
culminación de la Independencia en sus respectivas áreas.
José de San Martín lo hizo en 1817, con el Paso de los
Andes, por los pasos de Patos y Uspallata, trasmontando
el gran macizo chileno y venciendo a los realistas en
Chacabuco y Maipú, las dos batallas decisivas para la
independencia de Chile. Dos años después, en 1819, el

131
Javier Ocampo López

Libertador Simón Bolívar proyectó el Paso de los Andes en


la Nueva Granada, por el páramo de Pisba, para en­frentar
las fuerzas patriotas al ejército realista en Boyacá y culmi­
nar así la Independencia.
En la Aldea de los Setenta, el 23 de mayo de 1819, el
Libertador Simón Bolívar expuso su plan militar ante
los oficiales venezolanos: su idea estratégica fue invadir
primero a Nueva Granada, liberar luego a Venezuela y
extender el triunfo de la guerra a Quito, Perú y Alto Perú.
En sus bases iniciales, Bolívar hizo énfasis en la nece­sidad
de ocupar a Casanare, unir las tropas venezolanas con las
granadinas de Francisco de Paula Santander, cruzar los
Llanos, trasmontar los Andes por la zona más difícil, ocupar
a Chita y la provincia de Tunja, en donde se enfrentarían
al ejército realista. Mientras tanto, Páez, con una columna
de caballería, tomaría los valles de Cúcuta y llamaría la
atención del enemigo hacia allí, lo cual facilitaría en gran
parte la operación militar, puesto que con ese movimiento
se harían dividir las fuerzas realistas.
Conviene advertir que Bolívar tenía grandes desventajas
en Venezuela para atacar directamente a Morillo, como
también gran­des ventajas en la ocupación de la Nueva
Granada, en donde había mayor apoyo popular, como una
reacción contra el Régimen del terror propiciado por la
Pacificación española. El pueblo granadino se defendió en
las guerrillas insurgentes, llamadas por los realistas grupos
de bandidos” o “ladrones”; algunas se unieron al ejército
libertador en el Paso de los Andes; otras impidieron a los
españoles realizar la unión de las tropas, para presentar un
frente común a patriotas; y otras colaboraron en el servicio
secreto en la Guerra de Independencia.
La concepción estratégica de Pablo Morillo era propen-
der a la unión del ejercito realista para efectuar una defensa
y ataque a la vez contra el ejército patriota. Su pensamiento
fue enviar al mariscal de campo Miguel de la Torre, mar-
char hacia Cúcuta y llegar al interior del virreinato de la

132
La independencia de Colombia

Nueva Granada y presentar la unidad realista contra Bo-


lívar, a quien se debía derrotar y hacerlo traspa­sar por la
Cordillera de los Andes, con el fin de atacarlo por la espal-
da desde Venezuela y eliminarlo definitivamente. Morillo
no contó con el cambio rápido en las líneas de operaciones
que planteó la estrategia de Bolívar, con la rapidez en las
maniobras, la sor­presa y el secreto del ejército patriota. El
jefe realista tampoco Pen­só en el decisivo apoyo popular
que recibió Bolívar y el ejército patriota, ni el paso por los
Llanos en época de inundaciones y en la marcha extra-
rápida hasta Socha, en un tiempo de 40 días, cuan­do los
españoles calculaban seis meses para ello.
El éxito de la Campaña Libertadora de 1819, a pesar de
las múltiples penalidades en los Llanos de Casanare y en
el Paso de los Andes, pero con la fuerza vital que imprimió
en las tropas el éxito militar para lograr la independencia
definitiva, y, en especial, con la ayuda de las masas
campesinas de la provincia de Tunja, llevaron al triunfo
patriota en las batallas del Pantano de Vargas (25 de julio
de 1819) y del Puente de Boyacá (7 de agosto de 1819).
La repercusión de la Batalla de Boyacá fue valorada
por espa­ñoles y americanos, quienes recibieron el triunfo
patriota como una nueva fuerza que proyectaba el dominio
de los independentistas en el Continente suramericano,
desde Santa Fe hasta el Perú, y su combinación con los
triunfos sanmartinianos en el Río de la Plata y Chile.
La derrota realista en la Nueva Granada en 1819 hizo
cerrar filas en el sur para impedir que los revolucionarios
triunfaran en el área peruana; asimismo, desbordó en
España la oposición de los liberales al régimen absolutista
de Fernando VII, que precipitó la revolución de Riego y
el estancamiento de la política española de Reconquista,
la cual facilitó la independencia definitiva de las colo­nias
americanas en relación con la metrópoli.

133
Javier Ocampo López

E. El integracionismo y el nacionalismo continental


en la independencia

La revolución de Independencia hizo meditar a


algunos precursores, ideólogos y políticos que delinearon
la estructura de los nuevos Estados, sobre la debilidad
política que en el futuro presentarían Estados pequeños
independientes; y en la misma forma, sobre el poderío
político de grandes bloques de países y de pactos de
solidaridad continental.
La idea que se aprecia ya en los escritos de los días
cercanos a la culminación de la Independencia, es la de
integración, entendida como aquella fuerza de inter-
relación constante que persigue la línea integradora de una
nueva autoridad central o un pacto de solidaridad, basada
en una institucionalización de la comunidad de intereses
y destino común. La integración de los países se fortalece
cuando hay un sentimiento de comunidad y cuando se llega
a la reducción de la autonomía local para dar importancia
a la institución supranacional.
Entre los libertadores e ideologos de los nuevos Estados
nacio­nales que surgieron de la América antes española, fue
el Libertador Simón Bolívar quien más luchó con todos sus
esfuerzos por la unidad de Hispanoamérica y el sentimiento
de la americanidad. Sus ideas sobre la americanidad a
través del pacto americano las expo­ne desde Londres en
1810, en una misión diplomática, en donde habló sobre la
formación de una “confederación de las colonias españolas
para asegurar la independencia”.
Las ideas bolivarianas sobre la unidad de Hispanoamé-
rica tienen su máxima expresión en la Carta de Jamaica,
escrita en Kings­ton el 6 de septiembre de 1815, en donde
medita sobre la importan­cia de una confederación de los
Estados Americanos ligados por un pacto de solidaridad,
el cual podría iniciarse en Panamá. Estas ideas de solidari-
dad continental comenzaron a realizarse en 1822, cuando

134
La independencia de Colombia

Bolívar envió misiones diplomáticas a varios paí­ses, con


el fin de sentar las bases de la confederación proyectada y
para asegurar la pronta reunión del Congreso americano
en Panamá.
El pensamiento de Bolívar sobre la integración americana
pretendía formar una liga de países de habla hispana, o sea,
Hispanoamérica. En esta liga se presenta la coexistencia
de una sobe­ranía supranacional representada en el pacto
de los países hispa­noamericanos, con las soberanías
nacionales de cada uno de los Estados miembros. La
Asamblea de plenipotenciarios llenaría el vacío de poder
dejado por la Corona española; por ello, la liga ten­dría un
carácter de perpetuidad, como signo de fortaleza.
Dentro de su amplia visión futurista, Bolívar comprendió
y argumentó que el fortalecimiento y el progreso no
llegarían a las jóvenes repúblicas si no se establecía una
estructura política que les permitiera enfrentarse en un
plano de igualdad con las poten­cias existentes en Europa y
con la que pronto emergería en el norte de América. De allí
su convencimiento sobre la unidad de Hispano­américa y
su gran sueño de Colombia como una sola nación por virtud
de la unidad entre Venezuela, Cundinamarca y Quito. Esta
idea se centraliza en la formación de ligas de solidaridad
continen­tal y Estados grandes y fuertes, capaces de influir
en la política in­ternacional, esto es de ser verdaderos
sujetos en el derecho interna­cional y no simples objetos en
el juego político desarrollado por las grandes potencias.
La liga de la solidaridad americana fue proyectada por
Bolívar para ser organizada desde Panamá, pues el Istmo
tiene estrecha coincidencia con el Istmo de Corinto, el
símbolo de la unidad grie­ga. El 22 de junio de 1826 se
inauguró el Congreso Anfictiónico de Panamá con el objeto
de establecer una liga de confraternidad entre los países,
antes colonias españolas. En dicha Asamblea los países
asistentes: Colombia, Perú, México y Centroamérica, se
comprome­tieron a transar amigablemente entre sí las

135
Javier Ocampo López

diferencias pendientes que sobrevinieran y llevarlas


preferentemente al juicio de la Asam­blea. Ninguna
nación del Pacto declararía la guerra, ni ordenaría actos
de represalia contra otra, sin llevar antes su causa a
la conciliación de la Asamblea. Se comprometieron a
sostener y defender la integridad de sus territorios; para
ello convinieron en fijar un contingente, con el cual cada
uno de los confederados debía contribuir a la defensa
común. Se comprometieron a abolir el tráfico de los
esclavos, declarando este comercio como un delito de
piratería, y se hicieron otros planteamientos de solidaridad
continental44.
La ratificación del tratado de unión, liga y confederación,
lo hizo únicamente Colombia, de las cuatro repúblicas que
asistieron al Congreso; los demás países no lo ratificaron.
Debemos tener en cuenta que su obra tampoco pudo
continuarse en Tacubaya (México), a pesar de los esfuerzos
del gobierno mexicano.
Otra de las tendencias políticas en el proceso de
integración de los países que conformaron las colonias
españolas, es el estable­cimiento de grandes bloques
políticos y económicos en áreas regio­nales definidas en
América: México y Centroamérica; la Gran Co­lombia,
integrada por Venezuela, Nueva Granada y Quito; Perú y
Bolivia; los países del Río de la Plata, y Chile.
El planteamiento que se hizo sobre el proceso de
integración por bloques de países, parte de la idea de
la integración regional, antes que la supranacional. La
integración regional por bloques de países se basa en la
estructura fundamental, el espacio y la produc­ción regional,
fundamentos sólidos para una estructura supranacional de
dimensión continental.

44 Sobre la integración en el Congreso de Panamá, véanse: ARISTIDES SILVA


OTERO, El Congreso de Panamá, 1826, Caracas (Investigaciones Económi-
cas), 1969; INDALECIO LIEVANO AGUIRRE, Bolívar, Caracas, Colección Bi-
blioteca Ayacucho, 1974; J. SALCEDO BASTARDO, Bolívar, un continente y un
destino, Caracas, Universidad Central e Venezuela, 1972.

136
La independencia de Colombia

La idea de los bloques políticos de Hispanoamérica


emana de los precursores y libertadores en la revolución
de Independencia, y, en especial, de las ideas y acciones de
Francisco Miranda y Simón Bolívar.
Francisco Miranda propuso en 1808 el establecimiento
de cua­tro gobiernos separados en América: México y
Centroamérica; San­ta Fe, Caracas y Quito; Perú y Chile;
Buenos Aires y Tucumán. A esta idea de la realidad
de Hispanoamérica llegó Miranda, después de haber
propuesto la unidad política de las antiguas colonias es­
pañolas.
El Libertador Simón Bolívar pensó vehementemente en
el futuro de los grandes bloques políticos hispanoamerica-
nos, y en espe­cia1 en la integración de Venezuela, Nueva
Granada y Quito, con el nombre de Colombia. Sus ideas
integracionistas en un bloque político culminaron en el
Congreso de Angostura en 1819, cuando, des­pués de los
triunfos de Boyacá, se aprobó la integración de la Repú­
blica de Colombia el 17 de diciembre de 1819.
En la ley fundamental de 1819 se acordó la fusión
de Venezuela Nueva Granada en una sola nación con
el título de República de Colombia; la división del
nuevo Estado nacional en tres grandes departamentos:
Venezuela, Cundinamarca y Quito; el poder eje­
cutivo ejercido por un presidente y un vicepresidente;
las deudas de la Independencia serían reconocidas in
solidum, y se redactaron otros artículos que facilitaron la
institucionalización de la nueva República integrada. El 12
de febrero de 1820, Santander y los gra­nadinos aprobaron
los actos del Congreso de Angostura y se declaró en
definitiva la vigencia de la integración de Colombia.
Las ideas de Bolívar sobre los grandes bloques políticos
y los planteamientos de venezolanos y granadinos en
los congresos de Angostura de 1819 y Cúcuta en 1821,
originaron el bloque político de la Gran Colombia, con la

137
Javier Ocampo López

unión de Venezuela, Nueva Granada, Quito y la posterior


anexión de Panamá. Este bloque político tuvo una vigencia
de once años, entre 1819 y 183045.
La Guerra de Independencia canalizó la cooperación de
granadinos y venezolanos, e imprimió la idea bolivariana de
la fuerza y el progreso a través de la integración política de
los países del norte de Suramérica, pueblos esencialmente
tri-híbridos y con una geografía e historia común. La Gran
Colombia aparece con el poder político y económico más
importante en Suramérica en los años inmediatos a la
revolución de Independencia, con abundancia de recursos
naturales y tierras fértiles en todos los climas. Venezuela
aparecía como la región de los grandes latifundios y
riqueza agrícola y ganadera; Nueva Granada, como la
región minera, agrícola e industrial, y Quito, como la zona
agrícola con sus cultivos de cacao y su labor artesanal.
La departamentalización de Colombia, legalizada en el
Congre­so de Angostura en 1819 y afirmada en el Congreso
de Cúcuta en 1821, permitió fijar normas de gobierno para
cada una de las anti­guas divisiones administrativas. El
centralismo político establecido en Cúcuta aunó en un solo
bloque el gobierno de la Gran Colombia con perjuicio de la
misma integración de los Estados.
La nueva República entró económicamente en crisis
y se vio obligada a recurrir a los empréstitos ingleses. Y
mientras los problemas administrativos y económicos
se presentaban internamente en la Gran Colombia, los
Estados del Sur esperaban el apoyo de los Estados libres.
Por ello el gobierno colombiano proyectó su interés en la
organización y ayuda a la independencia de Quito, Perú y
Alto Perú, cuyos esfuerzos culminaron en las campañas del
Sur y en las batallas de Junín y Ayacucho en 1824; así se
consolidó la Independencia de Hispanoamérica y surgieron
los nuevos Estados nacionales.
El sistema político que se implantó en la Gran Colombia
45 Véase la Importante obra de DAVID BUSHNELL, El régimen de Santander en la
Gran Colombia Bogotá, Ed. Tercer Mundo, 1966.

138
La independencia de Colombia

afrontó el problema de la pugna entre el militarismo


y el civilismo. Las lu­chas personalistas de caudillos
(bolivarianos y santanderistas); la intervención de los
militares en los destinos de la vida política (re­beliones de
Páez, Córdoba, Padilla, Urdaneta); la fiebre constitucio­
nalista (Constitución de Cúcuta, Constitución boliviana
y los intentos de cambio constitucional en la Convención
de Ocaña en 1828); el establecimiento de la dictadura de
Bolívar y la celebración de varios congresos y convenciones
para definir situaciones políti­cas. A la crisis económica
en la estructura fundamental se le unió la crisis política,
y principalmente las divergencias entre venezola­nos y
granadinos, que desde la rebelión de Páez en 1824 predecía
la desintegración de la Gran Colombia.
La Constitución boliviana, de carácter vitalicio,
elaborada por el Libertador Bolívar, aparece como uno de
los puntos principales en las divergencias grancolombianas;
en la misma forma, las actitudes tradicionalistas con la
defensa del mantenimiento del statu quo y las actitudes
modernas anhelantes de cambios fundamentales. Después
de la Convención de Ocaña en 1828, las tensiones
políticas se intensificaron y las fuerzas separatistas de
los venezolanos se hicieron realidad, estimuladas por el
general José Antonio Páez y los militares venezolanos. En
1830 se desintegró la Gran Colombia, lo cual dio lugar a
que surgieran de ella los Estados nacionales de Venezuela,
Nueva Granada y Ecuador.
La experiencia de la integración en Hispanoamérica,
además de la Gran Colombia, se proyectó también
en el Imperio mexicano, en las provincias unidas de
Centroamérica y en la Confederación Peruana-Boliviana;
sin embargo, esta experiencia tuvo corta vida. El entusiasmo
y optimismo inicial ante la integración, con la espe­ranza del
poderío y el progreso, fracasaron por factores diversos que
le presentaron como fuerzas desintegradoras, a saber: las
crisis eco­nómicas de los países que entraban en la unidad;

139
Javier Ocampo López

los intereses regionalistas y caudillistas; las luchas internas


partidistas entre federalistas y centralistas; las luchas
partidistas personalistas (bolivarianos y santanderistas);
los intereses neocolonialistas de las potencias extranjeras
(en especial Inglaterra y Estados Unidos) y otros factores y
circunstancias, según las respectivas regiones.

140
Bibliografía complementaria
sobre la Independencia

ABELLA ARTURO: Don dinero en la Independencia, Bogotá,


Ediciones Lerner. 1966; El Florero de Llorente, Bogotá, Editorial
Antares, 1960.
ACADEMIA COLOMBIANA DE HISTORIA: Histora Extensa
de Colombia, Bogotá, Ed. Lerner, 1965-1967-1971-1975 (35
volúmenes).
ACADEMIA COLOMBIANA DE HISTORIA: El Congreso
Grancolombiano de Historia, Bogotá, Editorial Kelly, 1972.
BUSHNELL, DAVID: El Régimen de Santander en la Gran
Colombia, Bogotá, Tercer Mundo, 1966.
CÁRDENAS ACOSTA, PABLO E: El Movimiento Comunal de
1781 (Biblioteca de Historia Nacional, núms. 96 y 97), Bogotá,
Editorial Kelly, 1960.
CAYCEDO, BERNARDO J: Grandezas y miserias de dos victorias,
Bogotá, Libre­ría Voluntad, 1951.
COLMENARES, GERMÁN: Cali: terratenientes, mineros y
comerciantes, siglo XVIII, Cali, Ediciones de la Universidad del
Valle, 1975.
CHAUNU, PIERRE, HOBSBAUM, ERIC J. y VILAR, PIERRE: La
independencia de América Latina, Buenos Aires, Ediciones
Nueva Visión, 1972.

141
Javier Ocampo López

DELGADO, JAIME: La independencia hispanoamericana,


(Colección Nuevo Mundo) . Madrid, Instituto de Cultura
Hispánica, 1960.
DÍAZ DIAZ, OSWALDO: “La Reconquista Española”, en Historia
Extensa de Colombia, vol. VI, tomos 1 y 2, Bogotá, Ed. Lerner,
1966.
FALS BORDA, QRLANDO: Revoluciones inconclusas en América
Latina, México, Editorial Siglo XXI, 1968.
FORERO, MANUEL José: “La Primera República”, en Historia
Extensa de Co­lombia, vol V, Bogotá, Ediciones Lerner, 1966.
FRIEDE JUAN: La Batalla de Boyacá a través de los archivos
españoles, Bogo­tá, Ediciones del Banco de la República, 1969.
GÓMEZ Hoyos, RAFAEL: La Revolución Granadina de 1810,
Bogotá, Editorial Temis, 1962 (2 tomos).
INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA,
El movimiento emancipa­dor de Hispanoamérica, Caracas,
Academia Nacional de Historia, 1961 (5 volúmenes).
JARAMILLO URIBE, JAIME: Ensayos sobre historia social
colombiana, Bogotá, Ediciones de la Universidad Nacional,
1968.
JARAMILLO URIBE, JAIME: El pensamiento colombiano en el
siglo XIX, Bogotá, Editorial Temis, 1963.
JOHNSON, JOHN: Militares y Sociedad en América Latina,
Buenos Aires, Edi­torial Hachette, 1966.
KAPLAN, MARCOS: Formación del Estado Nacional en América
Latina, Santia­go, Editorial Universitaria, 1969.
KAUFMAN, WILLIAM: La política británica y la Independencia
de América La­tina, Caracas, Imprenta Universitaria, 1963.
KOSSOK, MANFRED: Historia de la Santa Alianza y la
emancipación de Amé­rica Latina, Buenos Aires, Editorial
Silaba, 1968.
LEWIN, BOLESIAO: Los movimientos de emancipación en
Hispanoamérica y la independencia de Estados Unidos, Buenos
Aires, Editorial Raigal, 1952.
LIEVANO AGUIRRE, INDALECIO: Los grandes conflictos sociales
y económicos de nuestra historia, Bogotá, Ediciones Tercer

142
La independencia de Colombia

Mundo, 1966.
LOZANO CLEVES, ALBERTO: Así se formó la Independencia,
Bogotá, Editorial Iris, 1961 (2 volúmenes). .
LYNCH, JORN: Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826,
Buenos Aires, Editorial Ariel, 1976.
MCGREEVEY, WILLIAM PAUL: Historia económica de Colombia,
Bogotá, Edicio­nes Tercer Mundo, 1975.
MIRAMON, ALBERTO: Nariño, una conciencia criolla contra la
tiranía, Acade­mia Colombiana de Historia, Bogotá, Editorial
Kelly, 1960.
MORALES BENITEZ, OTTO: Revolución y caudillos, Medellín,
Editorial Hori­zonte, 1957.
NIETO ARTETA, LUIS EDUARDO: Economía y cultura en la
historia de Colombia, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1962.
OCAMPO LÓPEZ, JAVIER: Historiografía y bibliografía de la
emancipación del Nuevo Reino de Granada, Tunja, Ediciones
La Rana y el Águila, 1969.
OCAMPO LÓPEZ, JAVIER: El proceso ideológico de la
emancipación, Tunja Edi­ciones La Rana y el Águila, 1974.
ORTIZ, SERGIO ELÍAS: Génesis de la Revolución del 20 de julio de
1810, Bogotá, Editorial Kelly, 1960.
OTS CAPDEQUI, JOSÉ MARÍA: Las instituciones del Nuevo Reino
de Granada al tiempo de la Independencia, Madrid, Instituto
Gonzalo Fenández de Oviedo, 1958.
PACHECO, JUAN MANUEL, S.J.: La Ilustración en el Nuevo Reino,
Caracas, Uni­versidad Católica “Andrés Bello”, 1975.
Porro ESCOBAR, INÉS: La Rebelión del Común, Tunja, U.P.T.C.,
1976.
POSADA, EDUARDO: El Veinte de Julio, Bogotá. Imprenta de
Arboleda y Va­lencia, 1914.
RESTREPO, JOSÉ MANUEL: Historia de la Revolución de la
República de Colom­bia, Medellín, Editorial Bedout, 1969 (6
volúmenes).
RIAÑO CAMILO: La Campaña Libertadora de 1819, Bogotá,
Editorial Andes, 1969.
RODRIGUEZ PLATA, HORACIO: La antigua provincia del Socorro

143
Javier Ocampo López

y la Independencia, Bogotá, Publicaciones Editoriales, 1963.


SALCEDO BASTARDO, J. L.: Bolívar: un continente y un destino,
Caracas, Uni­versidad Central de Venezuela, 1972.
SANCHEZ, LUIS ALBERTO: La Revolución en América, Buenos
Aires, Editorial Americana, 1942.
TANZI, HECTOR JOSE: El poder político y la independencia
argentina, Buenos Aires, Ediciones Cervantes, 1975.
TlSNES, ROBERTO M.: El clero y la Independencia en Santafé
(1810-1815), en Historia Extensa de Colombia. vol. XIII. Tomo
4, Bogotá, Ediciones Lerner. 1971.
TlSNES, ROBERTO M.: La Independencia en la Costa Atlántica.
Bogotá, Editorial Kelly, 1976.
TRUSSO, FRANCISCO EDUARDO: El derecho de la revolución
en la emancipación americana. Buenos Aires, Emecé Editores.
1961.
UPRIMNY, LEOPOLDO: El pensamiento filosófico y político en el
Congreso de Cúcuta, Bogotá, Imprenta Patriótica, 1971.
VILLALOBOS. BERGIO: El comercio y la crisis colonial, Santiago,
Ediciones de la, Universidad de Chile. 1968.
WEBSTER. CHARLES KINGSLEY: Gran Bretaña y la
Independencia de América Latina, Buenos Aires, Editorial
Gu1llermo Kraft. 1944.
WHITAKER. ARTHUR PRESTON: Estados Unidos y la
Independencia de América Latina. Buenos Aires, Eudeba,
1964.

144
Anexos

Las Capitulaciones
Los Derechos del Hombre
Memorial de agravios
Acta de Independencia
Los sucesos del 20 de Julio de 1810
Las Capitulaciones de los
Comuneros1

[Redacción original de las Capitulaciones tal como fue­


ron presentadas por los Comuneros en Zipaquirá. Las
correccio­nes introducidas, que aparecen en los márgenes
del original, aquí las presentamos en pie de página].

Muy poderoso Señor:

El Comandante General de las ciudades villas, parro­


quias y pueblos que por comunidades componen la mayor
par­te de este Reino y en nombre de las demás restantes,
por las cuales presto voz y caución, mediante la inteligencia
en que me hallo de su concurrencia, para que unánimes y
todos juntos como a voz de uno se solicitase la quitación2
o revelación de unos pechos y minoración del exceso de
otros, que insoporta­blemente padecía este miserio3 Reino,
que no pudiendo ya to­lerarlos por su monto ni tampoco
los rigurosos modos intro­ducidos para su exacción, se vio
precisada la villa del Socorro a sacudirse de ellos del modo
que ya es notorio, a la cual si­guieron las demás parroquias,
pueblos, ciudades y lugares, por ser en todos ellos uniforme
el dolor.

1 AGI. Audiencia de Santafé, legajo 577 B. Folio 750.


2 Añadido al margen: “de derechos reales”.
3 Añadido al margen: “Nuevo”.

147
Juan Freide

Y como haya mediado por su intermedio y se acelere por


la convención a que todos los principales unívocamente
propen­demos, parezco ante Vuestra Alteza4 con mi mayor
rendimiento, por mí y en nombre de todos los que para
dicha comandancia me eligieron y de los demás que para
este fin he5 agregado, presen­tes y ausentes, en virtud de
lo que se me ha prevenido por los señores comisionados
[que] exponga, propongo las capitula­ciones siguientes:
1. La primera6 que ha de fenecer en el todo el ramo de
Real hacienda, titulado Barlovento, tan perpetuamente
que ja­más vuelva a oírse su nombre.
2. Segunda: Que las guías que tanto han molestado en el
principio de su establecimiento a todo el Reino, cese para
siempre jamás su molestia.
3. Tercera: Que el ramo de barajas se haya también de
extinguir7.
4. Cuarta: Que el papel sellado, atenta la miseria en que
está constituido este Reino, sólo quede corriente el pliego
de medio real para los eclesiásticos, religiosas, indios y
pobres; y el pliego de a dos reales, para los títulos y litigios
de personas de alguna comodidad y no otro de ningún
sello.
5. Quinta: Que por cuanto los más jueces que se nom­bran
de alcaldes ordinarios de la hermandad y pedáneos, es su
nombramiento contra su voluntad por el abandono con que
dejan sus casas y cortos haberes de su manutención, y que a
más de esa incomodidad se les exigen cantidades para ellos
muy crecidas de medias anatas8, es expresa capitulación
como las antecedentes, cese su contribución en el tiempo
venidero, por no reportar en semejantes empleos ningún
cómodo9, ni para su manutención ni sufragarle el oficio
para las pérdidas de la casa que abandonan.

4 Se dirige a la Real Audiencia.


5 Reemplazado al margen por: “se han”.
6 Al margen dice: “Primeramente”.
7 Añadido al margen: “y sólo queden para el comercio”.
8 Impuesto anual.
9 Provecho.

148
Las Capitulaciones de Los Comuneros

6. La sexta: Que en el todo y por todo se haya de ex­


tinguir la renta frescamente impuesta del estanco de
tabaco, la que aún en tiempo del Excelentísimo Señor, don
Sebastián de Eslava, que entraban chorros de oro y ríos de
plata en la garganta de la plaza de Cartagena, con su sabia
inspección y notoria prudencia, conociendo la deficiencia
del Reino, no tuvo por conveniente su imposición ni los dos
Excelentísimos Se­ñores don Joseph Alfonso Pizarro y don
Joseph Solís, por el práctico conocimiento que tuvieron de
su miseria, hasta que el Excelentísimo Señor don Pedro
Mesía de la Cerda, con el título de proyecto experimental,
aparentando beneficio al pú­blico, fue la base en que se
cimentaron tamaños perjuicios como se han experimentado
por los que lo beneficiaban. Y con los canjes de otros frutos
de este Reino lo trajinaban los po­bres que alcanzaban a
tener cinco cabalgaduras. Y que si se miran las cuantiosas
asignaciones a los rentados para esta ad­ministración, los
utensilios correspondientes para ella y la al­cabala que en
tantas ventas, reventas y cambios rendía y la muchedumbre
de cargas que de él se han quemado, se hallará que a su
Majestad (que Dios guarde) poco o nada ingresaba en su
erario y los míseros vasallos tuvieron con este estable­
cimiento tan imponderables amarguras, que no cupieran
en los volúmenes del Tostado si se hubiesen de referir.
7. La séptima: Que hallándose en el estado más de­plorable
la miseria de todos los indios, que si como la escribo por-
que la veo y conozco la palpase Vuestra Alteza, creeré que,
mirándolos con la debida caridad, con conocimiento que
pocos anacoretas tendrían más estrechez en su vestuario
y comida, porque sus limitadas luces y tenues facultades
de ningún modo alcanzan con sus cortas siembras a satis-
facer el crecido tributo que se les exige con tanto apremio
por sus corregidores y concurso de sus respectivos curas,
por el interés de sus asig­nados estipendios, que atenta la
expresada miseria10, sólo que­de en la contribución total y

10 Para completar el sentido, falta una frase al tenor de: “es expresa capitulación
que”.

149
Juan Freide

anual de cuatro pesos, y los mula­tos retintados a dos pesos,


y que los curas no les hayan de llevar derecho alguno por
sus obvenciones de óleos, entierros y casamientos, ni pre-
cisarlos con el nombramiento de alférez para sus fiestas,
pues éstas, en caso de que no haya devoto que las pida, las
costee la cofradía; cuyo punto pide de necesario y previo
remedio, como así mismo que los indios que se hallen au-
sentes del pueblo que obtenían, cuyo resguardo aún no se
había vendido ni permutado, sean devueltos a sus tierras
de inmemorial posesión, y que todos los resguardos que de
presente posean, les queden no s6lo en el uso sino en cabal
propiedad para poder usar de ellos como tales dueños.
8. La octava: Que habiéndose establecido la renta
de aguardientes con la pensión a los ingenieros [sic] de
trapiches de ocho reales por botija, cuyo método sirvió
hasta el acre­centamiento en que hoy se hallaba este ramo,
sólo haya de tener el precio de seis pesos botija de ocho
frascos bocones de cabida de aguardiente superior y no
más, perpetuamente. Sobre cuyo pie se saque al pregón, y
rematado si lo quisiesen por el tanto las ciudades, villas y
lugares, puedan encabezarse en él, según las disposiciones
Reales de las Leyes de Castilla 6a., 7a. y 8a. de las
condiciones generales de los arrendamien­tos y la [ley]
municipal sobre el tanto de los diezmos, estancos y rentas,
capitulando con la debida expresión su cumplimien­to. Y si
esta renta quedase por arrendamiento, haya de ser penada
la persona que la defraudase en el cuatro tanto de can­tidad
de batición o licor que en dicho fraude se le encontrase. y si
fuese persona miserable que no tenga con qué satisfacer la
expresada multa, se le den tantos días de prisión cuantos
pesos había de pagar y que no se le pueda imponer otra
pena alguna.
9. La novena: Que la alcabala11, desde ahora para siem­pre
jamás, haya de seguir su recaudación de todos los frutos,

11 Hay una nota marginal, que dice: “de comestibles y sí sólo se deberá pagar de
los géneros de Castilla, lienzos, mantas, cacaos, azúca­res, conservas, tabaco,
cabalgaduras, ventas de tierras y de casas; ga­nados y demás de comercio, y

150
Las Capitulaciones de Los Comuneros

géneros, ganados y especies, el dos por ciento de todo 10


que se vendiese, trayese o cambiase, y que se saque ésta al
pregón. Y si su remate fuese en persona de desagrado de
la ciudad, villa, parroquia pueblo o lugar, se les conceda
el encabeza­miento y milite 10 mismo que en la renta de
aguardientes. Y que las fianzas que de su importe se diesen,
hayan de ser siempre y por siempre a satisfacción de!
Cabildo, con el bien entendido que ésta12 no se causase de
la plata emprestada por dos o cuatro años, aunque ésta se
escriture e hipoteque finca raíz, pues dicho empréstamo es
con el reéto ánimo de enajenar el todo o .parte de su finca,
y sólo sí, cuando perpetuamente sobre ella le toma, aunque
no sea a censo perpetuo o real re­dimible; como también,
si alguno este patrimonio real defrauda­re, sea penado en
cualquier caso que se le aprehendiere, en la pena de cuatro
tantos más de 10 que importare la cantidad defraudada,
y sólo queden libres en el ramo los granos que en los
mercados se expenden para la provisión de su vecindario
y demás, que a él se congreguen, renunciando como todos
uná­nimes conmigo 10 hacen, las mercedes y franquezas
de las cosas boticarias, caballos ensillados y enfrenados,
armas acabadas, libros en blanco o escritos, rollos de
esparto, [y] algodón que se nos preparaba su fábrica para
nuestros vestuarios. Pues de todos y de cada uno de ellos
cuando los vendamos, fiemos o cambiemos, no obstante
su privilegio, hemos de satisfacer el dos por ciento de su
respectiva alcabala.
10. La décima: Que hallándose la entrada a la Capital13 de
Santafé con demasiada incomodidad en su tráfico, se solicitó
por el Cabildo de aquella ciudad, ante el Excelentísimo

que se exceptúan de esta contribución los algodones, por ser fruto que pro-
piamente s6lo los pobres lo siembran y cogen. Y pedimos así se establezca
por punto general”. Todo lo que sigue hasta el final de la cláusula novena que
copiamos está tachado y por esto no aparece en Ayala (pág. 76) Y tampoco en
Cárdenas (tomo 2, pág. 21). En este caso, como en otros, aunque publicados re-
producimos el texto final y las enmiendas posteriores al pie de las páginas, para
reproducir el texto como lo presentó Berbeo a los comisionados de Santafé.
12 La alcabala.
13 En el margen dice: “ciudad”.

151
Juan Freide

Señor don Joseph Alfonso Pizarra, se estableciese un nuevo


impuesto de tres cuartillos por14 bestias y un real la carga de
negocia­ción, desde el año pasado de setecientos cincuenta.
E importan­do la cuenta dada por el administrador de
alcabalas más de cuatro mil pesos en cada un año, es
preciso que ascienda su contribución desde aquel tiempo
al presente más de ciento treinta mil pesos. Y siendo el
mayor avalúo que en aquel tiem­po se le dio el de setenta
y tantos mil pesos, debieran sobrar cerca de sesenta15. Y
haber cesado esta exacción16 desde que se concluyó el
camelón para que se destinó17, y que con el so­brante se
hubiesen construido otras obras públicas en el resto de las
ciudades y pueblos contribuyentes; [pues] no es bien visto
que, llevando el mayor gravamen los vecindarios de Vé­lez,
Socorro y Tunja, se hayan quedado sin parte alguna en la
composición de sus caminos. Por lo que es muy conforme
el que cese la circular contribución, y que si la de Santafé la
necesita, s610 se haga con su demarcación.
11. La undécima: Que habiéndose establecido el correo
en el año pasado de cincuenta por el Excelentísimo Señor
don Joseph Alfonso Pizarra, en aquel principio no caus6
las incomodidades que en su reforma impuso el director
general, Pan­do18. El cual, instruido por personas inexpertas
de las distan­cias que han de los lugares de su carrera ni
de las de sus co­laterales, les asignó crecidos e indebidos
portes. Por lo que han resultado continuadas extracciones
en los pliegos. Y para que19 en este ramo haya aumento al
real erario y los vasallos no sean incomodados, tanto en sus
intereses como en la dis­minución de sus comunicaciones,
debe arreglarse del modo si­guiente: Las cartas de Tunja,

14 En el margen dice: “por el paso de las”.


15 En el margen dice: “mil”.
16 Añadido en el margen: “para que de este modo y con el sobrante se hubiesen
[construido]”. En la versión definitiva falta la mención del camellón.
17 Lo del camellón está omitido en la versión de Ayala pág. 76, por lo cual tampoco
aparece en Cárdenas, II, pág. 21.
18 Don Joseph Panda.
19 Desde aquí hasta los “vasallos” está puesto entre paréntesis como para omitir-
lo.

152
Las Capitulaciones de Los Comuneros

Villa de Leyva, Chiquinquirá y Puente Real de Vélez y los


lugares de igual distancia, las [car­tas] sencillas, a medio
real; las dobles a real; la onza, [a] real y medio, y las que
excedieren para adelante, a real cada una. Las de Pamplona,
San Gil, Girón, Socorro y lugares de iguales distancias,
a real la sencilla, dos reales la doble y tres, la onza. y del
mismo modo con equiparación la de más circunferen­cia20,
y que las penas de los transgresores lo sea la quinta parte
más de los valores asignados. Y si se establecieren desde sus
cabeceras de ocho en ocho días, será duplicado su ingreso
y verificado el alivio del vasallo, evitado el fraude causado
de las urgencias y libre las cartas que cada uno mande por
pro­pio o sin él.
12. Duodécima: Que por cuanto la solicitud de la
concesión de la Santa Bula21 es dirigida en utilidad
espiritual y corporal de los vasallos de Nuestro Soberano,
y por su precio asignado en un Reino de tan limitadas
comodidades, por cuya escasez no será aun la décima parte
de sus habitadores los que la tornan, y será duplicado si se le
minora su precio a la mitad del que al presente tiene, como
se experimentará en la siguiente publicación: O se nos ha
de dar el que ofre­cemos o nos privaremos del beneficio que
entonces la repor­tábamos.
13. La décima tercia: Que habiéndose publicado la
Real orden para que los principales22 de las comunidades
se internen en cajas reales y allí se les contribuya con un
cuatro por ciento, esta disposición es de notorio gravamen
a las comunidades y vecindarios. A las comunidades les
es, porque pa­ra recaudar sus réditos anuales a más de un
peso menos del cinco por ciento y gustosamente por todos
recibido, tiene la incomodidad de tener su apoderado
20 Desde aquí hasta el final del párrafo está tachado y reemplazado por el texto
al margen que dice: “declarándose que no sea precisado el sujeto que escribe
cartas sencillas ni papeles a que las selle, ni se le precisase mandar algún chas-
qui, fuese para el destino que fuese, se le pensione en pagar la quinta parte del
coste del chasqui, pensión gravosa. Pedimos se observe, cumpla y ejecute esta
capitulación, pues se da en beneficio público y de la Real hacienda”.
21 Al margen dice: “de Cruzada”
22 En el margen dice: “muy”.

153
Juan Freide

en esa Capital, gastar sin necesidad papel para el escrito


para la solución de su rédito, las dilatorias del informe de
oficiales Reales y decreto del supe­rior gobierno, sin los
costos que en ellos se impenden, riesgo de su conducción,
gratificaciones al apoderado y conductor, y que no es lo
más lo referido sino que, cuando llega un tiempo como
el presente de guerras, durante él cesa su satisfacción,
careciendo de estos precisos alimentos23, se ven precisadas
las comunidades a consumir algunos principales24 contra
sus esta­tutos o pedirlos a rédito. Y así no reportarían
ningún cómodo sino palpable perjuicio y los vecindarios
serían en ello notable­mente perjudicados. Pues casi todos
los hacendados y toda clase de negociación que se versa
en este Reino, es dimanada de los censos que de dichas
comunidades tienen, que si se verificase, sería su cabal
destrucción y Su Majestad quedaría compren­dido en ello,
por la minoración de los contribuyentes de la alcabala.
En cuya inteligencia debe cesar perpetuamente dicho
pensamiento.
14. La décima cuarta es que, siendo el principal y tan
necesario e inexcusable renglón el de la sal, éste ni en la fá­
brica de Zipaquirá ni en la de Chita haya de exceder de dos
y medio reales la arroba, en cuya compra y precio queda25
notablemente perjudicado todo el Reino, pues antes de
que se estancase este preciso ramo, se concedía la mayor
parte del año a dos reales y aun a menos la arroba, y esto
no sólo a dinero, que en cada día se halla más escaso, sino
a cambio de todos y cualquiera clase de efectos que cada
necesitado de ella tenía. Y al presente halla de ser en dinero
que tan difí­cilmente se adquiera,26 cuya fábrica y beneficio
debe quedar en sus antiguos dueños, los indios. Y si éstos
en su transla­ciones gozan de iguales comodidades de las

23 Falta: “ingresos, entradas”.


24 Es decir, “caudales”.
25 Está tachado desde aquí hasta donde dice: “a dos reales” y reemplaza do por:
“beneficiado todo este Reino y se hace presente que, ha­biéndose estancado, se
acabó su consecución y comprándola el vasallo a dos reales la arroba y aún”.
26 Al margen dice: “al precio de tres y medio reales la arroba”.

154
Las Capitulaciones de Los Comuneros

que antes tenían, la beneficien [también] los vecindarios de


las salinas, dán­dole a Su Majestad un peso por cada carga,
cuyo importe se saque al pregón y le pidan si 10 quieren
por el tanto de su remate y lo afianzan en sus respectivos
cabildos, para evitar las [d]espotiqueces27 de oficiales reales,
que son insoporta­bles, y que nunca se trabaje ni deshaga el
mineral de la visual28. Pues de continuarse, los presentes
disfrutaremos abundancia y los venideros padecerán de
escasez, y que todas las salinas que en el Reino se hallen las
trabajasen los dueños de las tierras en que se hallen, con la
pensión de un peso por carga a Su Majestad.
15. La décima quinta: Que novísimamente se ha pre­
gonado una Real orden por la cual pide Su Majestad que
cada persona29 le contribuya con dos pesos, y los indios,
negros y mulatos con un peso, expresando en ella ser éste
el primer pecho o contribución que se haya impuesto. Y
siendo tantos con los que nos han oprimido, no parece de
ningún modo compatible esta expresión, por lo que en el
todo nos denega­mos a ella y, por el contrario, ofrecemos
como leales vasallos que siempre y cuando se nos haga ver
legítima urgencia de Su Majestad para conservación de la fe
o parte, aunque sea la más pequeña parte de sus dominios,
pidiéndosenos donativo, lo contribuiremos con grande
gusto no sólo de ese tamaño, sino hasta donde nuestras
débiles fuerzas alcanzaren, ya sea en dinero ya en gentes a
nuestra costa, en armas, caballos o víveres como el tiempo
lo acreditará.
16. La décima sexta: Que habiendo sido causa motiva de
los circulares disgustos de este Nuevo Reino y el de Lima30 la
imprudencial conducta de los visitadores31, pues quisieron
sacar jugo de la sequedad y aterrar hasta el extremo con su
27 En el margen hay una señal ininteligible.
28 En Pérez Ayala, pág. 77 se lee: “Visua: Palabra que no aparece en los dicciona-
rios”. Cárdenas la transcribe igualmente: “Visua: Vista (control)”.
29 Al margen dice: “blanca”.
30 Referencia a Túpac Amaru.
31 En este caso como en otros, al nombrar a Gutiérrez de Piñeres en las capitu-
laciones definitivas del 5 de junio, se antepone el título: Regente visitador y no
sólo visitador.

155
Juan Freide

despótica autoridad. Pues en este Nuevo Reino, siendo la


gente tan dócil y sumisa, no pudo con el complemento32 de
su necesidad y aumento de extorsiones tolerar ya más tan
despó­tico dominio, que casi se han semejado sus circulares
hechos a deslealtad, y para que en lo venidero no aspire
si encuentra resquicio a alguna venganza, [pedimos] que
sea don Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, visitador
de esta Real Audien­cia, extrañado de todo este Reino
para los dominios de España, en el cual nuestro Católico
Monarca, con reflexión a los resultos de sus inmoderadas
operaciones, dispondrá lo que corresponda a su persona,
y que nunca para siempre jamás se nos mande tal empleo
ni personas que nos manden y traten con semejante rigor
e imprudencia, pues siempre que otro tal así nos trate,
juntaremos todo el Reino ligado y confederado, para atajar
cualquiera opresión que de nuevo por ningún título o causa
se nos pretenda hacer.
17. Está borrada toda33.
18. La décima octava: Que todos los empleados y nom­
brados en la presente expedición del Comandante General34,
ca­pitanes generales, capitanes territoriales, sus tenientes,
alfére­ces, sargentos y cabos, hayan de permanecer en sus
respectivos nombramientos, y éstos, cada uno en 10 que
le toque hayan de ser obligados en el domingo en la tarde
cada semana, -a juntar su compañía y ejercitarla en las
armas, así de fuego como blancas, defensivas y ofensivas,
tanto por si se preten­dieren quebrantar los concordados,
que de presente nos ha­llamos aprontados a hacer de buena

32 Entre paréntesis dice: “así está”.


33 El capítulo rezaba (Pérez Ayala pág. 78, Y también Cárdenas, tomo II, pág. 24):
“17. Décima séptima: Que el Común del Socorro pide que en aque­llas villas
haya un corregidor [y] justicia mayor, al que se le ponga el sueldo de un mil
pesos en cada un año y que en éstos no haya de haber jurisdicción en la capital
de Tunja, con tal que quienes ejerzan este empleo deben ser criollos nacidos
en este Reino, sin que pretenda primacía alguna de estas villas, sino que asista
en una de las dos, que son San Gil y Socorro”. Aparece en las capitulaciones
definitivas.
34 Se refiere a Berbeo.

156
Las Capitulaciones de Los Comuneros

fe, cuanto por la necesi­dad35 en que contemplamos se


halla Su Majestad necesitada de socorro para debatir a sus
enemigos.
No hay capitulación 1936.
La 20 está borrada37.
21. La vigésima primera38: Que de ningún modo, por
ningún título ni causa se continúe el quebranto de las
leyes y repetidas cédulas sobre la internación, mansión
y naturaleza de los extranjeros, en ninguna parte de este
Reino por el perjuicio que trae de presente y en lo futuro
pueda tener su internación tanto en lo secular como en lo
eclesiástico. Y que los que haya de presente, salgan dentro
de dos meses, y que al que no lo hiciere se le dé el trato y
pena de espía en guerra viva.
22. La vigésima segunda: Que en los empleos todos de
primera, segunda y tercera planta, hayan de ser antepuestos
y privilegiados los nacionales de esta América a los
europeos, por cuanto diariamente manifiestan la antipatía
que contra la gente de acá conservan, sin que baste a

35 Desde aquí hasta el final del capítulo fue sustituido por una nota marginal que
reza: “que ocurra en el servicio de Nuestro Católico Monarca”.
36 Como sucede en el caso anterior, este capítulo sí fue integrado a las capitula-
ciones definitivas. Lo transcribimos del texto en Ayala, pág. 78, Y Cárdenas,
tomo 1I, Pág. 25 Y siguientes. Esta cláusula reza: “Que los escribanos hayan
de llevar sólo por derechos la mitad de los aranceles, y que en sus márgenes
hayan de poner indispensablemente su importe en plata, y el porqué; y si se
les justifique tercera vez haberse excedido de su arancelamiento, por el mismo
hecho serán, sin otra causa, depuestos de sus oficios, como también los nota-
rios eclesiásticos, que sin ningún costo en la adquisición de sus oficios ni igual
fe, quebran­tando lo preceptuado por Su Majestad en sus Reales órdenes y 10
nue­vamente ordenado por la Real Audiencia para su cumplimiento, para que no
lleven más derechos por las informaciones para los casamientos que 10 escrito
en ellas, que es un real por hoja, teniendo ésta treinta y tres renglones por plana
y cada renglón diez partes, como lo previene la Ley Castellana, y no cumpliendo
con esta Real Orden ni la de la Real Audiencia, por lo que sólo importarían dos
reales cuando más las citadas ‘informaciones, generalmente llevan doce reales,
lo que debe atajarse y de ningún modo permitirse; y al que de hoy en adelante lo
hiciere, debe severamente castigarse, pues esta clase de oficios es la carcoma,
polilla o esponja de todos los lugares, y que como tienen menos que perder que
los escribanos Reales, que son los que ha mandado Su Majestad que ejerzan
estas notarías con más facilidad quebrantan cuanto en contrario de 10 que ha-
cen no les traiga cómodo”.
37 El texto corresponde al párrafo 21 de las Capitulaciones publi­cadas (Cárdenas,
tomo n, Pág. 26).
38 Su texto corresponde a la cláusula nº 20 de la redacción final, publicada.

157
Juan Freide

conciliarles co­rrespondida voluntad, pues están creyendo


ignorantemente que ellos son los amos, y los americanos
todos sin distinción, sus inferiores criados. Y para que no
se perpetúe este ciego dis­curso, sólo en caso de necesidad,
según su habilidad, buena inclinación y adherencia a los
americanos, puedan ser igual­mente ocupados, como que
a todos los que estamos sujetos a un mismo Rey y Señor
debemos vivir hermanablemente. Y al que intentare
señorearse y adelantarse a más de lo que corresponde a
la igualdad, por el mismo hecho sea separado de nuestra
sociabilidad.
23. La vigésima tercia: Siendo la más pesada carga so­
bre todas la que se padece en casi todas las ciudades parro­
quiales, villas, pueblos y lugares la exacción de derechos
eclesiásticos, de la cual ni el más mísero se libra por la inob­
servancia del Concilio de los Sínodos diocesanos, concilios
pro­vinciales, leyes y cédulas, lo que en la presente (estación)39
es digno de la mayor atención40, debe precisárselas a todos
los curas, observen lo que por esta Real Audiencia con el
correspondiente oficio se le intimó al señor provisor, doctor
don Nicolás Xavier de Barasorda, a pedimento del señor
oidor que entonces hacía oficio de fiscal, para que respecto
de que de este Arzobispado no se había hecho ni aprobado
sínodo diocesano, ni concilio provincial, se arreglasen
todos los curas y guardasen el Sínodo de Caracas, respecto
a que el Sínodo del señor Loboguerrero carecía de las
debidas aprobaciones de Su Santidad y Supremo Consejo,
lo cual de ningún modo consta su observancia. Por lo que
se ha de servir Vuestra Alteza man­dar que en el tiempo
venidero se observe inviolablemente, du­rante el tiempo
que en este Reino marzo pasado41, no se ponga en planta

39 En el texto está puesta en paréntesis la palabra “estación”.


40 Desde aquí hasta el final del párrafo 24 todo está tachado. En el margen está
puesto como final: “pedimos que se libren los más preci­sos oficios al Ilustrísimo
Señor Arzobispo, para que en cumplimiento de su pastoral oficio, ponga un total
remedio”. Así aparece este párrafo en las capitulaciones finales del 5 de junio.
41 Texto confuso, probablemente mal transcrito. Se trataba de una petición de re-
unir un sínodo para moderar los excesivos derechos que cobraba la Iglesia.

158
Las Capitulaciones de Los Comuneros

lo últimamente dispuesto por Su Majestad de que se haga


sínodo diocesano o concilio provincial, y que el que así se
hiciere tenga las debidas aprobaciones.
24. La vigésima cuarta: Que los visitadores42 se arreglen
en sus comisiones a las preventivas leyes, no siendo con­
gojosos43 a los curas visitados, tanto en su mansión como
en los derechos que exigen de visitas de libro de cofradías,
pilas, sagrario y visitas de testamentos, sobre que, en
confor­midad de la Real cédula, se tiene mandado por este
superior gobierno, sólo se les contribuya con las vituallas
del país durante la visita, y que todos los demás gastos
sean a cargo de los señores arzobispos y obispos que los
comisionan, cuando por sí no las hacen como es de su
cargo44.
Con cuyas capitulaciones estamos prontos todos al
asun­to congregados a que, admitiéndose de buena fe sin
que quede para lo sucesivo el menor reata ni que jamás se
exponga la menor coacción para su admisión, sino que en
todas y cada una de ellas, clara y literalmente se exponga
su justificación para las presentes acciones y que de todo
sean perdonados los que activa o pasivamente hayan a ello
concurrido; pues hasta que no [sic] nos conste el perdón
de Su Majestad y que ya nos trate con la confianza debida a
nuestra lealtad, nunca de­jaremos de vigilar uniformemente
en nuestra común defensa, como así recíprocamente lo
tenemos pactado de auxiliamos y defendemos todos,
desde el mayor hasta el menor, sin que a ninguno quede
la más leve responsabilidad de lo que haya acaecido
y acaeciere en el resto de las ciudades del Reino y sus
adyacentes poblaciones, en tanto que no se les comunique
copia auténtica legalizada. En cuya incorporación y para
evitar semejantes perjuicios a la Real Hacienda y vasallos,
se deben tener y contar por mancomunadas en nuestra

42 Entre líneas: “eclesiásticos”.


43 Por: “gravosos”, “aflictivos”.
44 Desde aquí hasta el final del párrafo fue suprimido en el texto de las capitulacio-
nes finales (Ayala, 79).

159
Juan Freide

pretensión las cabezas de provincia y las membrales [sic]


de Cartagena, San­ta Marta, Maracaibo, Guayaquil, Quito,
Popayán, Antioquia y Chocó, que con que Vuestra Alteza
les envíe por nuestra dirección copia legalizada de nuestro
tratado, ofrezco a su nombre como que estoy instruido a lo
que anhelaban y sobre el asunto pensaban, toda su quietud
y deber.
25. Que los jueces de diezmos y sus notarios hacen in­
debidos percibos por las escrituras de las cuales no hay
ejem­plar, [ni que] se compulse testimonio y por45 ellas
y el recudi­miento46, les exigen cinco pesos cuatro reales,
no siendo necesario el recudimiento, pues por fuerza de
costumbre sabe todo fiel cristiano lo que debe pagar. Y se
experimenta que un solo diezmo que se remataba en un solo
postor y contenía su extensión, las dos villas de San Gil y
Socorro, hoy se halla dividido en sesenta y seis47 partidos y
veinte casas excusadas, por cada48 y casa excusada (añadido:
se), exige el juez de diezmos y su notario los cinco pesos,
cuatro reales. Y siendo una (corregido: esta)49 exacción tan
crecida sin cohonestación ninguna, pues por su trabajo le
tiene puesto sueldo fijo la mesa capitular y goza del interés
del dos por ciento. En esta atención pedimos que tan
excesivos derechos se minoren y que se declare que por la
escritura [se paguen] diez reales50. Y que si se considerase
preciso el recudimiento, sólo se libre uno para cada lugar
y no para cada partido, y que por éste no se le den ocho
reales que nos llevaban.

45 Se agrega entre líneas: “cada una de”.


46 Añadido en, el margen: “y anotación de hipoteca”.
47 Corrección, sustituyendo “seis” por “más”.
48 Al margen se añade: “escritura y recudimiento se exigen cinco pesos, 4 rea-
les”.
49 Hay una nota marginal que dice: “un peso tan insoportable, que 110 es posible
sobrellevarlo y que aun queriendo cohonestar con su trabajo la exacción, pues
los jueces particulares tienen”.
50 Hay una nota ilegible, que Cárdenas (tomo 11, Pág. 27) trans­cribe: “y ocho rea-
les por cada un recudimiento y este sólo se dé uno para cada iglesia y no para
cada partido, como lo tenía establecido la codicia de los jueces particulares de
diezmos”.

160
Las Capitulaciones de Los Comuneros

26. Que a los dueños de tierras por las cuales me­


dian y pasan [entre líneas dice: “sigan”] los caminos
reales51, los cuales tienen cercados por un lado y otro del
camino, re­sultado fatal a los traficantes, por no haber
rancherías. Pedimos que por punto general se mande que
los dueños de tierras en los caminos reales den libre y
franca las rancherías con el terreno correspondiente para
la manutención de sus muladas y que, debe ejecutarlo
así, sean árbitros los traficantes a demoler las cercas que
impidiesen las rancherías.
27. Que a beneficio público se distribuya el salitre que se
halla en los territorios de Paipa52, con el gravamen de dos
reales por carga juntándolo en las plazas y que de algún
tiempo a esta parte se le ha puesto el precio de cuatro
reales a beneficio particular. Y para que el interesado no
quede defraudado, en todo pedimos que la carga de salitre
se pague en la ramada a dos y medio reales, compensando
el trabajo de recogerlo.
28. Que habiendo construido, de orden de Nuestro Mo­
narca y Señor, la fábrica de la pólvora y puéstole el precio
de ocho reales por libra, con la venida del señor regente se
le subió al precio de diez reales. Y siendo el mencionado
estanco de pól­vora a beneficio de la Real Hacienda
[pedimos] que por ahora ni en ningún tiempo valga más
que a ocho reales por libra, como se puso en su primer
asiento53.

51 Desde aquí hasta el final del párrafo que transcribimos, está todo tachado y
reemplazado en el margen por: “para el tráfico y comercio de este Reino, se
les obligue dar francas las rancherías y pastos para las muladas, mediante a
experimentarse que cada particular tiene cercada sus tierras, dejando los ca-
minos reales sin libre territorio para las rancherías. Para evitar este perjuicio se
mande, por punto general, que puntualmente se franqueen los territorios y que
de no ejecutar el dueño de tierras pueda el viandante demoler las cercas”.
52 Al margen se adiciona: “en la hacienda de don Agustín de Medina, al precio de
dos reales por carga, entregado y pesado por sus administradores”. El resto,
aunque no está tachado, no aparece en la versión definitiva del 5 de junio.
53 Este párrafo corresponde al No 21 de las capitulaciones del 5 de junio, y al pie
de la página está añadido lo siguiente: “Que habiendo mu­chos pasos y fuentes
pensionando a los viandantes con alguna ex­hibición a beneficio de particulares,
pedimos que del todo queden libres de esa pensión los pasajeros y sólo deban
pagar a beneficio de los propios de -las villas y ciudades”.

161
Juan Freide

29. Que padeciendo los comerciantes mucho perjuicio


en los crecidos derechos que se les cobran en algunos
puentes y pasos que corren por [terrenos] de particulares,
absolutamente se demuelan éstos y sólo queden aquéllos que
se hallan a be­neficio del Común y propios de las ciudades:
el cuartillo, que solo esto se debe pagar en el puente de
Chiquinquirá [y] se debe él aplicar a la construcción de un
puente de cal y canto y réfacción del que haya durante su
conc1usión54.
XXX. Atentos a los malos resultos [y] ningunas equi­
dades que acaecen en la venida de los jueces de residencia,
pedimos que no los haya para nunca, y que el vecindario
que se halle quejoso ocurra a los tribunales superiores55.
XXXI56. Con reflexión a la miseria de los vecinos que con
muy poco interés ponen una tiendecilla para su sustento,
pedimos que ninguna tenga la menor pensión, a excepción
de la alcabala y propios, como la acreditada conducta de
los castellanos de las cárceles57.
30. Que habiéndose mandado reducir las tiendas de
pul­perías en que se venden los comestibles a un numerito
54 Hay una nota marginal, casi ilegible, que sustituye este párrafo mediante nue-
va redacción, que reza: “XXIX. Que el puente de Chi­quinquirá quede con la
pensión de un cuartillo y que del pavimento se construya un puente al [ilegible]
mencionado río, y que esta contribu­ción y construcción del puente, corra por
orden del Cabildo de Tunja, y que la que hoy existe se deba restablecer por los
vecinos comarcanos”.
55 Según Ayala, Pág. 804, Y Cárdenas, t. 11 pág. 28, la cláusula reza: “Que para el
reparo de los malos resultos que se han experimentado en las exacciones que
indebidamente exigen los jueces de residencia, pedi­mos que no los haya para
nunca jamás, y que el vecino que se hallare quejoso, ocurra a los superiores
tribunales”,
56 Desde aquí cambia la numeración de los capítulos. Aparecen en los márgenes
izquierdos números romanos que siguen hasta el XXXV, y que corresponden a
las capitulaciones definitivas. Además los capítulos tienen al borde numeración
arábiga, que llega hasta el número 31 y que no tomaremos en cuenta para evi-
tar confusión.
57 Esta cláusula, está corregida en el encabezamiento de la siguiente manera:
“Que reflexionando la miseria de muchos hombres y mujeres que con muy poco
interés ponen una tiendecilla de pulpería para su sustento ... “, y luego, en el
margen, una redacción marginal que reza: “XXXII. Que experimentándose que
a muchos hombres y mujeres los reducen a prisión, no tanto por delito sino por
la utilidad que tienen los castellanos o porteros de la cárcel, pedimos que solo
se les exija dos reales por la puerta de su salida y que si fuese larga la prisión,
no paguen nada, como que no se permita volver bodega la cárcel para des­truir
los presos y haya varios alborotos”. Esta redacción corresponde a la capitula-
ción del 5 de junio.

162
Las Capitulaciones de Los Comuneros

muy corto, de lo que ha resultado que las que se señalaron


en cada lugar las disfrutan los más acomodados o de mejor
empeño, pedimos que conviene a beneficio público, quede
a libertad de todos los habitantes de este Reino el que no
se ponga cota ni número en las tiendas, sino que sea la
imposición de tiendas, según y como antes se practicaba58.
En la cuarta: Que los partidarios o pedáneos pagasen
a Su Majestad .dos pesos y media anata y solo dos pesos
por gas­tos y derechos de escribano y corregidor, y donde
no fueren precisos dos o tres alcaldes, se reforme uno o
dos, según pare­ciere por la escasez de los vecinos; y que las
nóminas se hayan de hacer con voto de cuatro jueces, digo
diputados, que se nombre, han de hacerla y con los jueces,
teniendo presente que los diputados sean los vecinos
principales.
En la séptima: Que los cuatro pesos que hayan de dar,
sean en los mismos efectos que se ha acostumbrado, corre
en lo demás.
En la 18: Pide el Común del Socorro y San Gil que en
aquellas villas y jurisdicciones haya un corregidor justicia
ma­yor59, y que en éste no haya de haber jurisdicción en la
capital de Tunja, con tal que quienes ejerzan este empleo
deban ser crio­llos nacidos en este Reino sin que pretenda
primacía alguna de estas villas, sino que asista en una de
las dos60.
XXXII. Que el Ilustrísimo Señor, con la solemnidad
nece­saria y en el acto público de la misa, haya de prestar
el juramento con palabras claras y distintas, ofreciéndose
y obligándose a ha­cer cumplir en todo tiempo cuanto
tenemos capitulado y por Su Señoría Ilustrísima nos ha
ofrecido. Y que esto todo se haya de ejecutar a vista de
todo el público y con palabras y aseveraciones tales que
satisfagan y aseguren a todos.
58 Ni esta cláusula, señalada con el número 30 (?), ni las siguientes cláusulas
aparecen en las capitulaciones finales del 5 de junio.
59 En el margen se agrega: “Al cual se le ponga el Cabildo de un mil pesos [de
sueldo] en cada un año”.
60 Añadido entre líneas: “Que son San Gil y Socorro”.

163
Juan Freide

Que con la misma solemnidad y forma presten el jura­


mento a nombre de Su Majestad el Señor Oidor y demás
que obtienen las facultades para ello, y que éste haya de
ser con tales exageraciones y protestas, que no nos dejen el
menor recelo, pues de lo contrario se puede ofrecer alguna
novedad. Que así mismo todos los Cabildos y los por ellos
diputados y todos los capitanes y gentes nombrados de
todos los lugares, hagan jura­mento con palabras altas
claras y distintas de confederación, expresando quedar
prontos todos a la defensa en caso que se nos intente
faltar aun en lo más leve y que no se cumpla todo con la
prontitud que se nos ha ofrecido, pues de todo se han de
dar las providencias según se nos ha ofrecido. Y que a
estos juramen­tos se les añade toda la solemnidad que en
semejantes casos se ha practicado, según lo dispuesto, pues
por la menor que falte pediremos repetición, y será muy
gravosa la detención, y que remitido todo a Santafé para
su aprobación allí por aquellos se­ñores, se ratifiquen por
su parte estos juramentos y se aprueben y las aprobaciones
vengan sin ambigüedad sino en palabras tan claras que
hasta el más rústico quede satisfecho y consolado.
26. La vigésima sexta: Que por cuanto en este Reino
hace muchísimos años que no se laborean ningunas minas
y que la muy poca moneda menuda que existe fue la que
quedó en el año 40 con el motivo de la guerra grande de
Inglaterra con nuestra España, en la cual como hubiese
arribado nuestra armada al puerto de Cartagena, bajó el
comercio de Lima a hacer en él su feria. De cuya bajada
resultaron de los fletes que pagaron y pesos que en sus
gastos y aviamientos impendieron61 los pocos medios y
reales provinciales que hoy en él existen, que si se hubiesen
de cumplir con lo repetidamente mandado de que se
deshiciese ésta y se acuñase en moneda circular, además
de la excesiva pérdida que los poseedores de ella tendrían
por su men­guado peso, luego que ésta fuese corriente

61 Invirtieron.

164
Las Capitulaciones de Los Comuneros

para todos los demás Reinos como lo es toda la circular


entre uno o dos años a lo más largo, no nos quedaría ni la
muestra de él, como había sido la moneda de plata. Y así
es expresa capitulación que en tanto que Su Majestad no
propenda con su propio caudal, por ha­llarse en este Reino
sin ninguno sus vasallos, a que se trabaja­sen las minas, no
se deshaga la provincial.
Añadidura a la capitulación de los debidos en derechos
de los curas, como también el que éstos no soliciten, cobren
ni perciban en las villas, parroquias y pueblos el estipendio
de ocho ni nueve reales que en sus erecciones se obligaron
a pagar sus feligreses, por cuanto con el acrecentamiento
de vecinos tienen congrua excesiva y sobrante con la mayor
copia de obvenciones y varias festividades a que los han
encaminado, como ni tampoco precisen a los padrinos de
los bautizados, pues la ofrenda y vela es voluntaria.
[Al margen dice:] 31 [y también] XXXV: De todas
las capitulaciones haga sacar los tantos que se puedan,
y remítalos si puede ser por triplicado a las ciudades de
Quito, Popayán, Cartagena, Santa Marta, Pasto, Mompox,
Tocaima, Maracaibo y demás villas y ciudades.
Cuatro pesos [y] cinco reales, por Regla62 en cada un
año sea tal, que generalmente extorsionan a los miserables
encarcelados, pedimos que en el derecho que pagan de
puerta en esto se considera riguroso, se regule en nuestras
jurisdicciones de Socorro, San Gil, Vélez, Sogamoso, Tunja
y sus agregados a sólo dos reales y los de divorcio a sólo
un real, en la inteligencia que a estos ministros los hayan
de tener en sus casas de cárcel cosa alguna de licor ni otra
cosa de vendimia para vender a los apresados.
Este borrador de estas capitulaciones lo formaron el
doc­tor don Juan Bautista de Vargas y don Agustín Justo
de Medina y concurrieron a ellas don Fernando Pavas y
don Joaquín del Cas­tillo y don Juan Salvador de Lago. Lo
cual son sabedores don Pedro Nieto y don Pedro García
62 En el borde de la página dice: “así está”.

165
Juan Freide

y don Joseph Ignacio de Ardila. Y por lo que el tiempo


ofrece, pongo esta razón en Zipaquirá, en cuatro de junio
de mil setecientos ochenta y uno. Juan Fran­cisco Berbeo
[Firma].
Hallándose rayados y tachados algunos artículos y
partes de otras en el borrador de [las] capitulaciones
que presentó don Juan Francisco Berbeo, cuya copia da
principios a hojas treinta y ocho vuelta de este testimonio,
por lo que pueda convenir y para la mejor inteligencia de
Su Majestad, se trasladan a la letra, y es como se sigue:
En la 3a. está borrado: “y para que se evite su mal uso
las que se trajesen al Nuevo Reino de España, a la llegada
de los puertos de la América se hayan de echar a fondo o
las re­trocedan otra vez para España, y al que las condujese
para acá por otra vía, le sean confiscadas éstas y toda la
carga que los acompañaba, con cuyo fin cesará su mal uso.
Y al que se en­contrare jugando con baraja, se le pene en
cien patacones, aunque sea por vía de diversión. Y si no
los tuviere, en cien días pre­cisos de cárcel, sin excepción ni
distinción de persona de nuestro fuero”.
La 16: “Queda Su Majestad con las rentas de alcabala.
Aguardiente, tributos, sal, correo, papel sellado y demás,
que por no incomodamos no hemos traído a colación, y
proponemos que para que Su Majestad evite tanto rentado
en las administracio­nes, el que daremos un dos por ciento
por año del caudal que cada uno de nos tengamos en
bienes fructíferos comerciables, sea en tiendas, esclavos,
recuas, mercaderías y toda clase de negocia­ción, excepto
las casas, sus menajes y trastos de servicio y toda la gente
pobre blanca, indios, negros y mulatos libres, un peso
por cabeza en cada un año. Cuya regulación le rendiría
más a Su Majestad y los vecindarios todos se libertarán
de administra­dores, arrendadores y sus guardas en los
antedichos ramos de esta capitulación, que admitida,
quedarán abolidos el alcabala aguardiente, tributos,
sal, y que permanezca el correo según lo expuesto en la

166
Las Capitulaciones de Los Comuneros

capitulación de él incluyéndose en la propuesta también


el papel sellado, el cual se tomará con el marchamo del
año a cuartillo el pliego. Y que la utilidad que produjere, le
sirva en parte de propios respectivamente al Cabildo que lo
marcha­mare, quedando a cargo del alcalde de primer voto
la recau­dación de todo lo que importasen las relaciones
juradas de los hacendados, mercaderes y negociantes, y los
pesos de cada uno de los blancos, indios, negros y mulatos
libres y sanos, capaces de poderlo satisfacer de su diaria
agencia y trabajo. Y que si alguno ocultase parte alguna de
su caudal de lo que así se le justificase, satisfaga el duplo de
la propuesta. Y dicho alcalde ha de dar cuenta con pago sin
descuento alguno y todos los subal­ternos de la cobranza
que lo sean de sola su elección. Cuya cobranza la debe
ejecutar la semana de pascua florida y la ha de satisfacer la
primera semana de noviembre. Cuyo tiempo in­termedio le
es sobrante para no rezagar paga alguna, puesto el importe
de su cobro en manos de los oficiales reales, con quienes
guardará buena annonía, dándoles igual tratamiento del
que ellos le dieren, no obstante la diferencia que hay de un
juez ordinario a la jurisdicción que en ellos reside sólo para
las cobranzas”.
La 17. “Que habiendo sido el vecindario de la villa del
Socorro el primero que sacudió la opresión y que tuvo arte
y habilidad para unir a su dictamen las demás ciudades y
po­blados del Reino, motivados todos de hallarse con igual
parecer por ello, debe ser la capital de este corregimiento
o gobierno, y para ello debe tener allí su residencia el
corregidor que venga a ejercerlo. Con lo cual se cumplirá
con la visita que ha debido hacer y escarmentado de estos
pasajes, esperamos se desprende­rán de su mala conducta y
procederán con el arreglo correspon­diente a su empleo”.
La 18. Continuaba borrado.

167
Juan Freide

Al indio don Josef Gabriel Amaru Tupay63 quien preten­


de con toda su alianza despojar a Su Majestad del Reino del
Perú, no obstante de habérseles alzado por el señor Virrey
y Audiencia todos los pechos que motivaron su alzamiento.
Y al presente, habiendo cesado la causa en aquel opulento
Reino, de­bieran haber cesado en su revolución64 pues ningún
monarca pue­de sostenerse sin algunas contribuciones de
sus vasallos y que, aunque al presente se les aparte una
general inhibición, ésta nunca debe ser estable, pues la
grandeza de un monarca, la con­tribución de sus vasallos la
ha de sostener, con cuyas razones debe quedar desvanecida
toda sospecha de nuestras precauciones y sus motivos”.
La 20. “Que los escribanos hayan de llevar sólo dere­
chos la mitad de los arancelados y que en sus márgenes
hayan de poner indispensablemente su importe en plata y
el porqué, y si se les justificase tercera vez haberse excedido
de su aran­celamiento, por el mismo hecho sean sin otra
causa depuestos de sus oficios, como también los notarios
eclesiásticos que sin ningún costo en la adquisición de
sus oficios ni igual fe, que­brantan lo preceptuado por Su
Majestad en sus Reales órdenes y lo nuevamente ordenado
por esta Real Audiencia para su cum­plimiento, el que
no lleven más derechos por las informaciones para los
casamientos que lo escrito en ellas, que es un Real por
hoja teniendo ésta treinta y tres renglones por plana, y
cada renglón dos partes como lo previene la ley castellana,
y no cum­pliendo con dicha orden Real ni la de la Real
Audiencia por la que sólo importarían dos reales, cuando
más las citadas infor­maciones llevan igualmente doce
reales, lo que debe atajarse y de ningún modo permitirse y
al que de hoy en adelante lo hi­ciere severamente castigarse
por esta clase de oficios la carco­ma, polilla o esponja de
todos los lugares, y que como que tienen menos que perder
que los escribanos reales, que son los que ha mandado
Su Majestad que ejerzan esas notarías, con más facili­dad
63 Así está en vez de Túpac Amaru.
64 El texto dice por error: “resoluciones”.

168
Las Capitulaciones de Los Comuneros

quebrantan, cuanto en contrario de lo que hacen no les


traiga cómodo”.
A la 23. Sigue con la nota de: [esto no corre]. “Y si acaso
se tuviere por más conveniente el que todos los feligresa­
dos [sic] se obliguen a dar una cuota suficiente para la más
de­cente manutención, como lo es el que al cura que tenga
de feli­gresado dos cientas cabezas de familia, se le den por
el todo de su ingreso cuatro cientos pesos; al que tenga
cuatrocientas ca­bezas, se le den quinientos [pesos] y se le
pague un compañero de dos cientos pesos; al que tenga
seis cientos [feligreses], se les den los mismos quinientos
y se les paguen dos compañeros; ál que tenga ocho
cientos [feligreses] los mismos quinientos [pe­sos] y tres
compañeros. Y mientras más se acreditasen, a doscien­tas
familias otro compañero más. Y cada doscientas familias
se le contribuyan a Su Señoría Ilustrísima cincuenta pesos
de cuartas, y la que tenga mil vecinos, doscientas cincuenta
y así en lo adelante. Y la misma cantidad que se le da a Su
Ilustrísima, se les dé en las ciudades y villas a los sacristanes
colados, si asisten por sí mismos y acompañan a sus
respectivos curas en las administraciones de Sacramentos
a que son obligados. Con lo cual asegurarán su conciencia
y evitarán diarios sin­sabores que por omitir difusión de
tanto indebido, se omita.

[Hay una nota que dice:]


Concuerda con la declaración original, recibida por mí a
Juan Francisco Berbeo y con los documentos presentados
que existen en la Secretaría de Cámara de este Virreinato
que está a mi cargo, a que me refiero.

Juan de Casamayor [Firma].

Fuentes: Archivo Nacional de Colombia, documentos


recopilados por Juan Friede, y publicados por el Instituto
Colombiano de COLCULTURA.

169
Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano
26 de agosto de 1789

Traducción de Antonio Nariño

Los representantes del pueblo francés, constituidos en


Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el
olvido o el desprecio de los Derechos del Hombre son las
únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción
de los gobernantes, han resuelto exponer, en una
declaración solemne, los derechos naturales, inalienables
y sagrados del hombre, para que esta declaración esté
presente constantemente en todos los miembros del
cuerpo social y les recuerde sus derechos y sus deberes;
para que los actos del poder legislativo y ejecutivo, al poder
ser comparados en cualquier momento con la finalidad de
toda institución política, sean más respetados; para que las
reclamaciones de los ciudadanos, fundadas en adelante en
principios simples e indiscutibles, contribuya siempre al
mantenimiento de la Constitución y el bienestar de todos.
En consecuencia, la Asamblea Nacional reconoce y
declara en presencia y bajo los auspicios del Ser Supremo
los siguientes Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Artículo 1º - Los hombres nacen y permanecen libres
e iguales en derechos. Las diferencias sociales no pueden
tener otro fundamento que la utilidad común.

171
Antonio Nariño

Artículo 2º - El fin de toda asociación política es el


mantenimiento de los derechos naturales e imprescriptibles
del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la
seguridad y la resistencia a la opresión.
Artículo 3º - El principio de toda soberanía reside
esencialmente en la Nación. Ningún organismo ni individuo
puede ejercer una autoridad que no emane expresamente
de ella.
Artículo 4º - La libertad consiste en poder hacer todo
aquello que no perjudique a los demás. Así pues, el ejercicio
de los derechos naturales de cada hombre no tiene otra
limitación que aquella que garantice el ejercicio de iguales
derechos al resto de los miembros de la sociedad. Sólo la
ley puede establecer estas limitaciones.
Artículo 5º - La ley sólo puede prohibir las acciones
perjudiciales para la sociedad. Todo lo que no esté prohibido
por la ley no puede ser impedido y nadie está obligado a
hacer lo que la ley no ordena.
Artículo 6º - La ley es la expresión de la voluntad
general. Todos los ciudadanos tienen derecho a participar
en su elaboración, personalmente o por medio de sus
representantes. La ley debe ser igual para todos, tanto
para proteger como para castigar. Puesto que todos los
ciudadanos son iguales ante la ley, cada cual puede aspirar
a todas las dignidades, puestos y cargos públicos, según
su capacidad y sin más distinción que la de sus virtudes y
talentos.
Artículo 7º - Nadie puede ser acusado, detenido ni
encarcelado fuera de los casos determinados por la ley y de
acuerdo a las formas por ella prescritas. Serán castigados
quienes soliciten, ejecuten o hagan ejecutar órdenes
arbitrarias. Todo ciudadano convocado o requerido en
virtud de la ley debe obedecer al instante; de no hacerlo,
sería culpable de resistir a la ley.
Artículo 8º - La ley no debe establecer más penas que
las estricta y evidentemente necesarias, y nadie puede
ser castigado si no es en virtud de una ley establecida

172
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano

y promulgada con anterioridad al delito, y aplicada


legalmente.
Artículo 9º - Todo hombre será considerado inocente
hasta que haya sido declarado culpable. Si se juzga
indispensable detenerlo, la ley reprimirá severamente todo
rigor que no resultare necesario para asegurar su arresto.
Artículo 10º - Nadie debe ser perseguido por sus
opiniones, incluso religiosas, en la medida en que sus
manifestaciones no alteren el orden público establecido
por la ley.
Artículo 11º - La libre comunicación de pensamientos y
opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre.
Por consiguiente, todo ciudadano puede hablar, escribir e
imprimir libremente, haciéndose responsable de los abusos
de esa libertad en los casos previstos por la ley.
Artículo 12º - Para garantizar los derechos del
hombre y del ciudadano es necesaria la fuerza pública. Por
consiguiente, se ha instituido esta fuerza en beneficio de
todos y no para la utilidad particular de aquellos a quienes
se la confía.
Artículo 13º - Para mantener esta fuerza pública
y para los gastos de administración, es indispensable
establecer una contribución común que debe distribuirse
equitativamente entre los ciudadanos, de acuerdo a sus
posibilidades.
Artículo 14º - Los ciudadanos tienen derecho a
verificar por sí mismos o a través de sus representantes
la necesidad de la contribución pública, de consentirla
libremente, de controlar su empleo y determinar las cuotas,
la base tributaria, la recaudación y la duración de dicha
contribución.
Artículo 15º - La sociedad tiene derecho a exigir a todo
agente público que le rinda cuentas de su administración.
Artículo 16º - La sociedad en donde no estén
garantizados los derechos ni esté establecida la separación
de los poderes, carece de Constitución.

173
Antonio Nariño

Artículo 17º - La propiedad es un derecho inviolable


y sagrado del que nadie puede ser privado, excepto si
la necesidad pública, legalmente establecida, lo exige
claramente y con la condición de una justa y previa
indemnización
[Fuente: Ministerio de Justicia de la República
Francesa.]

174
Memorial de agravios
de Camilo Torres
REPRESENTACIÓN DEL MUY ILUSTRE CABILDO
DE SANTA FE A LA SUPREMA JUNTA CENTRAL DE
ESPAÑA

Noviembre 20 de 1809.

Señor: Desde el feliz momento en que se recibió en esta


capital la noticia de la augusta instalación de esa Suprema
Junta Central, en representación de nuestro muy amado
Soberano, el señor don Fernando VII, y que se co­municó
a su Ayuntamiento, para que reconociese este centro
de la común unión, sin detenerse un solo instante en
investigaciones que pudiesen interpretarse en un sentido
menos recto, cumplió con este sagrado deber, pres­tando el
solemne juramento que ella le había indicado; aunque ya
sintió profundamente en su alma que, cuando se asociaban
en la representación nacional los Diputados de todas las
Provincias de España, no se hiciese la menor mención, ni
se tuviesen presentes para nada los vastos dominios que
componen el Imperio de Fernando en Amé­rica, y que tan
constantes, tan seguras pruebas de su lealtad y patriotismo
acaban de dar en esta crisis.
Ni faltó quien desde entonces propusiese ya, si sería
conveniente, hacer esta respetuosa insinuación a la
soberanía, pidiendo no se defraudase a este Reino de
concu­rrir por medio de sus representantes, como lo habían

175
Camilo Torres

hecho las Provincias de España, a la consolidación del


Gobierno, y a que resultase un verdadero cuerpo nacional,
supuesto que las Américas, dignas, por otra parte, de este
honor, no son menos interesadas en el bien que se trata
de hacer y en los males que se procura evitar; ni menos
considerables en la balanza de la monarquía, cuyo perfec­to
equilibrio solo puede producir las ventajas de la Nación.
Pero se acalló este sentimiento, esperando a mejor tiempo,
y el Cabildo se persuadió de que la exclusión de Diputados
de América solo debería atribuirse a la urgencia imperiosa
de las circunstancias, y que ellos serían llamados bien
presto a cooperar con sus luces y sus tra­bajos, y, si era
menester, con el sacrificio de sus vidas y de sus personas,
al restablecimiento de la monarquía, a la restitución del
Soberano, a la reforma de los abusos que habían oprimido
a la Nación, y a estrechar por medio de leyes equitativas
y benéficas los vinculos de fraterni­dad y amor que ya
reinaban entre el pueblo español y el americano.
No nos engañamos en nuestras esperanzas, ni en las
promesas que ya se nos habían hecho por la Junta Su­
prema de Sevilla, en varios de sus papeles, y principal­mente
en la declaración de los hechos que habían motiva­do su
creación, y que se comunicó por medio de sus Diputados,
a este Reino y los demás de América. “Burlaremos, decía,
las iras del usurpador, reunidas la España y las Américas
Españolas... somos todos españoles: seámoslo pues
verdaderamente reunidos en la defensa de la Religión, del
Rey y de la Patria” Vuesa Majestad misma añadió poco
después en el manifiesto de 26 de octu­bre de 1808: “nuestras
relaciones con nuestras colonias serán estrechadas más
fraternalmente, y por consiguien­te, más útiles”.
En efecto, no bien se hubo desahogado de sus prime­
ros cuidados la Suprema Junta Central, cuando trató del
negocio importante de la unión de las Américas por medio
de sus representantes, previniendo al Consejo de Indias
le consultase lo conveniente, a fin de que resultase una

176
Memorial de agravios

verdadera representación de estos dominios y se evita­se


todo inconveniente que pudiera destruirla o perjudicarla.
En consecuencia de lo que expuso aquel Supremo Tri­
bunal, se expidió la real orden de 22 de enero del corriente
año, en que, considerando Vuestra Majestad que los vas­
tos y preciosos dominios de América no son colonias
o factorías, como las de otras naciones, sino una parte
esencial e integrante de la monarquía española, y deseando
estrechar de un modo indisoluble los sagrados vínculos que
unen unos y otros dominios, como asimismo corres­ponder
a la heroica lealtad y patriotismo de que acababan de dar
tan decisiva prueba en la coyuntura más crítica en que se
ha visto hasta ahora nación alguna, declaró que los reinos,
provincias e islas, que forman los referidos dominios,
debían tener representación nacional inme­diatamente
a su real persona, y constituir parte de la Junta Central
Gubernativa del Reino, por medio de sus correspondientes
Diputados.
No es explicable el gozo que causó esta soberana
resolución en los corazones de todos los individuos de este
Ayuntamiento, y de cuantos desean la verdadera unión y
fraternidad entre los españoles europeos y americanos,
que no podrá subsistir nunca sino sobre las bases de la
justicia y la igualdad. América y España son dos partes
integrantes y constituyentes de la monarquía española, y
bajo este principio, y el de sus mutuos y comunes intereses,
jamás podrá haber un amor sincero y fraterno sino sobre
la reciprocidad e igualdad de derechos. Cualquiera que
piense de otro modo, no ama a su patria, ni desea íntima y
sinceramente su bien. Por lo mismo, excluir a las Américas
de esta representación, sería, a más de hacer­les la más
alta injusticia, engendrar sus desconfianzas y sus celos, y
enajenar para siempre sus ánimos de esta unión.
El Cabildo recibió, pues, en esta real determinación
de Vuestra Majestad, una prenda del verdadero espíritu
que hoy anima a las Españas, y deseo sincero de caminar

177
Camilo Torres

de acuerdo al bien común. Si el Gobierno de Inglaterra


hubiese dado este paso importante, tal vez no lloraría hoy
la separación de sus colonias; pero un tono de orgullo y un
espíritu de engreimiento y de superioridad le hizo perder
aquellas ricas posesiones, que no entendían cómo era que,
siendo vasallos de un mismo soberano, partes integrantes
de una misma monarquía, y enviando todas las demás
Provincias de Inglaterra sus representantes al cuerpo
legislativo de la Nación, quisiese éste dictarles leyes e im­
ponerles contribuciones que no habían sancionado con su
aprobación.
Más justa, más equitativa, la Suprema Junta Central
ha llamado a las Américas y ha conocido esta verdad: que
entre iguales el tono de superioridad y de dominio solo
puede servir para irritar los ánimos, para disgustar­los y
para inducir una funesta separación.
Pero en medio del justo placer que ha causado esta
real orden, el Ayuntamiento de la capital del Nuevo Reino
de Granada no ha podido ver sin un profundo dolor que,
cuando de las Provincias de España, aun las de menos
consideración, se han enviado dos vocales a la Suprema
Junta Central, para los vastos, ricos y populosos dominios
de América solo se pida un Diputado de cada uno de sus
Reinos y Capitanías generales, de modo que resulte una
tan notable diferencia como la que va de nueve a treinta y
seis.
Acaso antes de proceder a otra cosa, se habría recla­
mado a Vuestra Majestad sobre este particular; pero las
Américas, y principalmente este Reino, no han querido
dar la menor desconfianza a la Nación en tiempos tan
calamitosos y desgraciados, y antes sí llevar hasta el úl­
timo punto su deferencia; y reservando todavía a mejor
ocasión cuanto le ocurría en esta materia, pensó solo en
poner en ejecución lo que le correspondía, en cuanto al
nombramiento de Diputado. Lo hizo; pero al mismo tiem­
po, y después de haber dado este sincero testimonio de

178
Memorial de agravios

adhesión, de benevolencia y amor a la Península, extendió


el acta que acompaña a Vuestra Majestad.
En ella se acordó que, pareciendo ya oportuna la re­
clamación meditada desde el principio, se hiciese presen­
te a Vuestra Majestad por el Cabildo, como el primer
Ayuntamiento del Reino, lo que se acaba de expresar en
orden al número y nombramiento de Diputados, dirigién­
dola por el conducto de vuestro Virrey, o inmediatamente
por si mismo, si lo creyese del caso, y a reserva de
especificarlo también en el poder e instrucciones que se
den al Diputado.
Todavía, sin embargo, el Cabildo ha diferido este pa­
so, hasta que se verificase, como se ha verificado, la últi­ma
elección y sorteo de aquel Representante, y cuando ha visto
que se trata ya tan seriamente de la reforma del Gobierno y
del establecimiento de las Cortes, que se deben componer
de toda la Nación, según su primitivo instituto, su objeto y
su fin.
Vuestra Majestad misma ha convidado a todos los
hombres instruidos de ella para que le comuniquen sus
luces, en los puntos de reforma que puedan conducir a su
bien, y en los medios importantes de lograr el estableci­
miento de un Gobierno justo y equitativo, fundado sobre
basas sólidas y permanentes, y que no pueda turbar un
poder arbitrario. Pero en esta grande obra ¿no deberán
tener una parte muy principal las Américas? ¿No se tra­
ta de su bien igualmente que del de España? Y los males
que han padecido ¿no son tal vez mayores en la distan­cia
del Soberano, y entregados a los caprichos de un poder sin
límites?
Si el Cabildo, pues, hace ver a Vuestra Majestad la
necesidad de que en materia de representación, así en la
Junta Central como en las Cortes Generales, no debe ha­ber
la menor diferencia entre América y España, ha cum­plido
con un deber sagrado que le impone la calidad de órgano
del público, y al mismo tiempo con la soberana voluntad de
Vuestra Majestad.

179
Camilo Torres

No, no es ya un punto cuestionable si las Américas


deban tener parte en la representación nacional; y esta
duda sería tan injuriosa para ellas, como lo reputarían las
Provincias de España, aun las de menor consideración, si
se versase acerca de ellas. ¿Qué imperio tiene la indus­triosa
Cataluña sobre la Galicia, ni cuál pueden ostentar ésta y
otras populosas provincias sobre la Navarra? El centro
mismo de la monarquía y la residencia de sus pri­meras
autoridades, ¿qué derecho tiene, por sola esta razón, para
dar leyes con exclusión de las demás? Desaparezca, pues,
toda desigualdad y superioridad de unas res­pecto de otras.
Todas son parte constituyente de un cuer­po político que
recibe de ellas el vigor y la vida.
Pero, ¿cuál ha sido el principio que ha dirigido a la
España, y que debe gobernar a las Américas en su repre­
sentación? No la mayor o menor extensión de sus Provincias,
porque entonces la pequeña Murcia, Jaén, Navarra,
Asturias y Vizcaya no habrían enviado dos Diputados a la
Suprema Junta Central. No su población, porque entonces
estos mismos reinos y otros de igual número de habitan­
tes no habrían aspirado a aquel honor en la misma pro­
porción que Galicia, Aragón y Cataluña. No sus riquezas
o su ilustración, porque entonces las Castillas, centro de
la grandeza, de las autoridades, de los primeros tribuna­les
y establecimientos literarios del Reino habrían tenido en
esta parte una decidida preferencia. No, en fin, la reu­nión
de un solo continente, porque Mallorca, Ibiza y Menorca
están separadas de él, y su extensión, riquezas y población
apenas pueden compararse con la de los meno­res Reinos de
España. Luego la razón única y decisiva de esta igualdad es
la calidad de Provincias, tan inde­pendientes unas de otras,
y tan considerables cuando se trata de representación
nacional, como cualquiera de las más dilatadas, ricas y
florecientes.
Establecer, pues, una diferencia en esta parte, entre
América y España, sería destruir el concepto de Provincias

180
Memorial de agravios

independientes y de partes esenciales y constituyen­tes de la


monarquía, y sería suponer un principio de degradación.
Las Américas, Señor, no están compuestas de extran­
jeros a la Nación española. Somos hijos, somos descen­
dientes de los que han derramado su sangre por adquirir
estos nuevos dominios a la Corona de España; de los que
han extendido sus límites y le han dado en la balanza
política de la Europa una representación que por sí sola
no podía tener. Los naturales conquistados y sujetos hoy al
poder español, son muy pocos, o son nada, en comparación
de los hijos de europeos que hoy pueblan estas ricas po­
sesiones. La continua emigración de España en tres si­glos
que han pasado desde el descubrimiento de la Amé­rica; la
provisión de casi todos sus oficios y empleos en españoles-
europeos, que han venido a establecerse suce­sivamente,
y que han dejado en ellas sus hijos y su pos­teridad; las
ventajas del comercio y de los ricos dones que aquí ofrece
la naturaleza han sido otras tantas fuen­tes perpetuas y el
origen de nuestra población. Así, no hay que engañarnos
en esta parte: tan españoles somos como los descendientes
de don Pelayo, y tan acreedores, por esta razón, a las
distinciones, privilegios y prerroga­tivas del resto de la
Nación, como los que, salidos de las montañas, expelieron
a los moros y poblaron sucesiva­mente la Península; con
esta diferencia, si hay alguna, que nuestros padres, como
se ha dicho, por medio de in­decibles trabajos y fatigas,
descubrieron, conquistaron y poblaron para España este
Nuevo Mundo.
Seguramente que no dejarían ellos por herencia a sus
hijos una distinción odiosa entre españoles y americanos,
sino que, antes bien, creerían que con su sangre habían
adquirido un derecho eterno al reconocimiento, o por lo
menos, a la perpetua igualdad con sus compatriotas. De
aquí es que las leyes del Código Municipal han honrado
con tan distinguidos privilegios a los descendientes de los
primeros descubridores y pobladores, declarándoles, entre

181
Camilo Torres

otras cosas, todas las honras y preeminencias que tienen y


gozan los hijosdalgos y caballeros de los Reinos de Castilla,
según fueros, leyes y costumbres de España.
En este concepto hemos estado y estaremos siempre
los americanos; y los mismos españoles no creerán que
con haber trasplantado sus hijos a estos países, los han
hecho de peor condición que sus padres. ¡Desgraciados de
ellos si solo la mudanza accidental de domicilio les hubie­
re de producir un patrimonio de ignominia! Cuando los
conquistadores estuvieron mezclados con los vencidos, no
cree el Ayuntamiento que se hubiesen degradado, porque
nadie ha dicho que el fenicio, el cartaginés, el romano, el
godo, vándalo, suevo, alano y el habitador de la Mauritania,
que sucesivamente han poblado las Españas y que se
han mezclado con los indígenas o naturales del país, han
quitado a sus descendientes el derecho de representar con
igualdad en la Nación.
Pero volvamos los ojos a otras consideraciones que acaso
harán parecer los Reinos de América, y principalmente
éste, más de lo que se ha creído hasta aquí. La dife­rencia
de las Provincias, en orden al número de diputados en el
cuerpo legislativo, o en la asamblea nacional de un pueblo,
no puede tomarse de otra parte, como decíamos antes,
que de su población, extensión de su territorio, ri­queza del
país, importancia política que su situación le dé en el resto
de la Nación, o en fin, de la ilustración de sus moradores.
¿Pero quién podrá negar todas o casi todas es­tas brillantes
cualidades de preferencia a las Américas, respecto de
las Provincias de España? Sin embargo, nos­otros nos
contraeremos a este Reino.
Población: la más numerosa de aquellas es la de Ga­licia,
y con todo, solo asciende a un millón trescientas cuarenta
y cinco mil ochocientas tres almas, aunque tablas hay que
solo le dan en 1804 un millón ciento cuarenta y dos mil
seiscientas treinta; pero sea millón y medio de almas.
Cataluña tenía en aquel año ochocientas cincuenta y ocho

182
Memorial de agravios

mil. Valencia, ochocientas veinticinco mil. Estos son los


Reinos más poblados de la Península. Pues el de la Nueva
Granada pasa, según los cómputos más modera­dos, de dos
millones de almas.
Su extensión es de sesenta y siete mil doscientas le­guas
cuadradas, de seis mil seiscientas diez varas caste­llanas.
Toda España no tiene sino quince mil setecientas, como
se puede ver en El Mercurio, de enero de 1803, o cuando
más, diez y nueve mil cuatrocientas setenta y una, según
los cálculos más altos. Resulta, pues, que el Nuevo Reino
de Granada tiene por su extensión tres o cuatro tantos de
toda España.
En esta prodigiosa extensión comprende veintidós
gobiernos o corregimientos de provisión real, que todos
ellos son otras tantas provincias, sin contar, tal vez,
algunos otros pequeños, tiene más de setenta, entre villas
y ciu­dades, omitiendo las arruinadas; de novecientos o mil
lu­gares; siete u ocho obispados, si está erigido, como se di­
ce, el de la provincia de Antioquia, aunque no todos ellos
pertenecen a esta iglesia metropolitana, por el desorden y
ninguna conformidad de las demarcaciones políticas con
las eclesiásticas; y podría haber tres o cuatro más, como lo
han representado muchas veces los Virreyes al Minis­terio,
si la rapacidad de un gobierno destructor hubiese pensado
en otra cosa que en aprovecharse de los diezmos, con los
títulos de novenos reales, primeros y segundos, vacantes
mayores Y menores, medias anatas, anualidades, subsidio
eclesiástico, y otras voces inventadas de la codicia, para
destruir el santuario y los pueblos.
En cuanto a la riqueza de este país, y en general de
los de América, el Cabildo se contenta con apelar a los
últimos testimonios que nos ha dado la misma metrópoli.
Ya hemos citado la declaración de la Suprema Junta
de Sevilla, su fecha en 17 de junio de 1808. En ella pide
a las Américas, “la sostengan con cuanto abunda su fér­
til suelo, tan privilegiado por la naturaleza”. En otro pa­

183
Camilo Torres

pel igual que parece publicado en Valencia, bajo el título


de Manifestación política, se llama a las Américas “el
patrimonio de la España y de la Europa toda”. “La Es­paña
y la América, dice Vuestra Majestad, en la circular de Enero
del corriente, a todos los Virreyes y Capitanes Generales,
contribuyen mutuamente a su felicidad”. En fin, ¿quién
hay que no conozca la importancia de las Américas por
sus riquezas? ¿De dónde han manado esos ríos de oro y
de plata que, por la pésima administración del Gobierno,
han pasado por las manos de sus poseedores sin dejarles
otra cosa que el triste recuerdo de lo que han podido ser
con los medios poderosos que puso la Providencia a su
disposición, pero de que no se han sabido aprovechar?
La Inglaterra, la Holanda, la Francia, la Europa toda ha
sido dueña de nuestras riquezas, mientras la España,
contribuyendo al engrandecimiento de los ajenos Estados,
se consumía en su propia abundancia. Semejante al
Tántalo de la fábula, la han rodeado por todas par­tes los
bienes y las comodidades; pero ella, siempre sedienta, ha
visto huir de sus labios torrentes inagotables que iban a
fecundizar pueblos más industriosos, mejor gobernados,
más instruidos, menos opresores y más liberales. Potosí,
Chocó y tú, suelo argentífero de México, vuestros preciosos
metales, sin hacer rico al español, ni dejar nada en las
manos del americano que os labró, han ido a ensoberbecer
al orgulloso europeo, y a sepultarse en la China, en el Japón
y en el Indostán! OH! Si llegase el día tan deseado de esta
regeneración feliz, que ya nos anuncia Vuestra Majestad!
OH! Si este gobierno comenzase por establecerse sobre las
bases de la justicia y de la igualdad! OH! Si se entendiese,
como lleva dicho y repite el Ayuntamiento, que ellas no
existirán jamás mientras quiera constituirse una odiosa
diferencia entre América y España!
Pero no son las riquezas precarias de los metales las que
hacen estimables las Américas y las que las constituyen
en un grado eminente sobre toda la Europa. Su suelo

184
Memorial de agravios

fecundo en producciones naturales que no podrá agotar la


extracción y que aumentará sucesivamente, a proporción
de los brazos que lo cultiven; su templado y vario clima,
donde la naturaleza ha querido domiciliar cuantos bienes
repartió, tal vez con escasa mano en los demás; he aquí
ventajas indisputables que constituirán a la América el
granero, el reservatorio y el verdadero patrimonio de la
Europa entera. Las producciones del Nuevo Mundo se han
hecho de primera necesidad en el Antiguo, que no sabrá
subsistir ya sin ellas; y este Reino generalmente, después
de su oro, su plata y todos los metales, con la exclusiva
posesión de alguno, después de sus perlas y piedras
preciosas, de sus bálsamos, de sus resinas, de la preciosa
quina de que también es propietario absoluto, abunda de
todas las comodidades de la vida, y tiene el cacao, el añil,
el algodón, el café, el tabaco, el azúcar, la zarzaparrilla, los
palos, las maderas, los tintes, con todos los frutos comunes
y conocidos de otros países.
Mas ¿para qué esta larga nomenclatura, ni una
enumeración prolija de los bienes que posee este Reino
y de que no ha sabido aprovecharse la mezquina y avara
política de su Gobierno? ¿Acaso podrán compararse con él
los otros de América, ni los mismos Estados Unidos, cuya
asombrosa prosperidad sorprende, aunque una potencia
todavía nueva? No; España no creerá jamás que por
razón de las riquezas de sus provincias pueda llamar dos
representantes de cada una de ellas a la Suprema Junta
Central, y que el nuevo y soberbio Reino de Granada no sea
acreedor sino a la mitad de este honor.
Su situación local, dominando dos mares, el océano
Atlántico y el Pacifico; dueño del Istmo, que algún día,
tal vez, les dará comunicación, y en donde vendrán a
encontrarse las naves del Oriente y del Ocaso; con puertos
en que puede recibir las producciones del Norte y Mediodía;
ríos navegables y que lo pueden ser; gente industriosa,
hábil y dotada por la naturaleza de los más ricos dones

185
Camilo Torres

del ingenio y la imaginación: sí esta situación feliz, que


parece inventada por una fantasía que exaltó el amor de
la patria, con todas las proporciones que ya se han dicho,
una numerosa población, territorio inmenso, riquezas
naturales y que pueden dar fomento a un vasto comercio:
todo constituye al Nuevo Reino de Granada digno de ocu­
par uno de los primeros y más brillantes lugares en la
escala de las provincias de España, y de que se gloríe ella
de llamar integrante al que sin su dependencia sería un
Estado poderoso en el mundo.
En cuanto a la ilustración, la América no tiene la
vanidad de creerse superior ni aun igual a las provincias
de España. Gracias a un Gobierno despótico, enemigo de
las luces, ella no podía esperar hacer rápidos progresos en
los conocimientos humanos, cuando no se trataba de otra
cosa que de poner trabas al entendimiento. La imprenta,
el vehículo de las luces y el conductor más seguro que las
puede difundir, ha estado más severamente prohibido en
América que en ninguna otra parte. Nuestros estudios de
filosofía se han reducido a una jerga metafísica, por los
autores más oscuros y más despreciables que se cono­
cen. De aquí nuestra vergonzosa ignorancia en las ri­
cas preciosidades que nos rodean y en su aplicación a los
usos más comunes de la vida. No ha muchos años que
ha visto este Reino, con asombro de la razón, suprimir­
se las cátedras de Derecho Natural y de Gentes, porque
su estudio se creyó perjudicial. ¡Perjudicial el estudio de
las primeras reglas de la moral que grabó Dios en el co­
razón del hombre! ¡Perjudicial el estudio que le enseña
sus obligaciones para con aquella primera causa como
autor de su ser, para consigo mismo, para con su patria y
para con sus semejantes! ¡Bárbara crueldad del despotis­
mo, enemigo de Dios y de los hombres, y que solo aspira
a tener a éstos como manadas de siervos viles, destinados
a satisfacer su orgullo, sus caprichos, su ambición y sus
pasiones!

186
Memorial de agravios

Estos son los fomentos que han recibido las Américas


para su ilustración, y tales son los frutos que se deben
esperar de las cadenas y del despotismo. “Pugnan siem­
pre los tiranos, dice una ley de partida, que los de sus
señoríos sean necios e medrosos, porque cuando tales fue­
sen, non osarían levantarse contra ellos, ni contrastar sus
voluntades”.
Pero qué mucho, si España misma se queja hoy de
estos males. “Proyectos, dice Vuestra Majestad convidan­
do a los instruidos de la Nación para que le comuniquen
sus luces, en el manifiesto antes citado, proyectos para
mejorar la educación pública, tan atrasada entre nos­
otros”. “Reformas necesarias, vuelve a decir en su real
orden del 22 de Mayo del corriente, en el sistema de ins­
trucción y educación pública”. En efecto: no hay hombre
medianamente instruido y capaz de comparar los adelanta­
mientos de las otras naciones con España, que no conoz­ca
estos atrasos, por más que la vil adulación haya que­rido
alguna vez ponderar conocimientos que no tenemos.
Mas no está lejos de reformar sus errores el que los
conoce, y se puede decir que tiene andada la mitad el que
lo desea. Estos no son defectos de la Nación, cuyo genio
y cuya disposición para las ciencias es tan conocida. Son
males de un gobierno despótico y arbitrario que funda su
existencia y su poder en la opresión y en la ignorancia.
¡Con cuánta gloria y con qué esplendor renacerá hoy Es­
paña en el mundo científico y literario, no menos que en el
político!
Pero el Ayuntamiento se distrae y, conducido de estas
ideas lisonjeras, pierde el hilo de su discurso. No es este
el punto del día. Lo que hoy quiere, lo que hoy pide este
Cuerpo es que no por la escasez de luces que puedan lle­
var los diputados de América, se les excluya de una igual
representación. Es verdad que ellos no podrán competir
con sus colegas los europeos en los profundos misterios
de la política; pero a lo menos llevarán conocimientos

187
Camilo Torres

prácticos del país, que éstos no pueden tener. Cada día se


ven en las Américas los errores más monstruosos y per­
judiciales por falta de estos conocimientos. Sin ellos, un
gobierno a dos y tres mil leguas de distancia, separado
por un ancho mar, es preciso que vacile y que, guiado por
principios inadaptables en la enorme diferencia de las
circunstancias, produzca verdaderos y más funestos ma­
les que los que intenta remediar. Semejante al médico
que cura sin conocimiento y sin presencia del enfermo, en
lugar del antídoto propinará el veneno, y en vez de la salud
le acarreará la muerte.
En vano se diría que las noticias adquiridas por el Go-
bierno podrían suplir este defecto: ellas serán siempre vagas
e inexactas, cuando no sean inciertas y falsas. Trescientos
años ha que se gobiernan las Américas por relaciones, y su
suerte no se mejora. ¿Ni quién puede sugerir estas ideas
benéficas a un país, cuando sus inte­reses no le ligan a él?
Los gobernantes de la América, principalmente los que
ocupan sus altos puestos, han ve­nido todos, o los más de la
metrópoli; pero con ideas de volverse a ella a establecer su
fortuna y a seguir la carrera de sus empleos. Los males de
las Américas no son para ellos que no lo entienden; disfru-
tan solo sus ventajas y sus comodidades. Un mal camino
se les allana provisionalmente para su tránsito. No lo han
de pasar segunda vez, y así nada les importa que el infe-
liz labrador que arrastra sus frutos sobre sus hombros, lo
riegue con su sudor o con su sangre. El no sufre las trabas
del comercio que le imposibiliten hacer su fortuna. El no
ve criarse a sus hijos sin educación y sin letras y cerrados
para ellos los caminos de la gloria y de la felicidad. Su mesa
se cubre de los mejores manjares que brinda el suelo; pero
no sabe las extorsiones que sufre el indio, condena­do a una
eterna esclavitud y a un ignominioso tributo que le impuso
la injusticia y la sinrazón. Tampoco sabe las lágrimas que
le cuesta al labrador ver que un enjambre de satélites del
monopolio arranque de su campo y le prohíba cultivar las

188
Memorial de agravios

plantas que espontáneamente produce la naturaleza, y que


harían su felicidad y la de su numerosa familia, juntamente
con la del Estado, si un bárbaro estanco no las tuviese pro-
hibidas al comercio. El, en fin, ignora los bienes y los males
del pueblo que rige, y en donde solo se apresura a atesorar
riquezas para tras­plantarlas al suelo que le vio nacer.
En fin, si no son necesarios estos conocimientos, con
el amor y el afecto al país, que solo pueden hacer anhelar
por su prosperidad; y si todo esto se puede suplir por
relaciones bien pueden excluirse también de la Suprema
Junta Central los diputados de las diversas Provincias
de España, y reconcentrar se el Gobierno en dos o tres
que pueden tener muy fáciles conocimientos de ella o
adquirirlos sin dificultad. Pero, con todo, lo que vemos es
que ninguna ha querido ceder en esta parte: que todas se
han reputado iguales, y que la Suprema Junta de Granada,
tratando de la reunión de vocales de que se debía componer
la Central, en oficio de 24 de julio del pasado, le dice a la de
Sevilla que nombre dos de sus individuos, como lo hacen
todas las demás, para guardar por este orden la igualdad
en el número de representantes, evitar recelos que de
otra manera resultarán, y porque nunca es justo que una
provincia tenga mayor número de votos que otra; pero que
si la Junta de Sevilla no estaba conforme con este medio
adoptado por todas las demás, separándose de la propuesta
de que aquella ciudad fuese el punto cen­tral, señalaba a
la de Murcia, y provocaba a todas las del Reino para que
nombrasen la que juzgasen más oportuna.
Conque las Juntas provinciales de España no se con­
vienen en la formación de la Central, sino bajo la expresa
condición de la igualdad de diputados ¿y respecto de las
Américas habrá esta odiosa restricción? Treinta y seis
o más vocales son necesarios para la España, y para las
vastas provincias de América solo son suficientes nueve, y
esto con el riesgo de que muertos, enfermos o ausen­tes sus
representantes, venga a ser nula su representación!

189
Camilo Torres

Si llegare este caso, como tan natural y fácilmente


puede suceder, ¿quién reemplaza estos diputados? ¿Se
les nombrará en España otros que hagan sus veces, o se
volverá al rodeo de cabildos, elecciones y sorteos? En el
pri­mer caso, ¿quién dará la sanción o la aprobación a lo
que hagan estos diputados que no ha nombrado la Amé­
rica? En el segundo, ¿se suspenderán las operaciones de la
Junta, o no se contará con el voto de las Américas?
¿Diez o doce millones de almas que hoy existen en éstas
recibirán la ley de otros diez o doce que hay en España,
sin contar para nada con su voluntad? ¿Les im­pondrán
un yugo que tal vez no querrán reconocer? ¿Les exigirán
contribuciones que no querrán pagar?
No, la Junta Central ha prometido que todo se esta­blecerá
sobre las basas de la justicia, y la justicia no puede subsistir
sin la igualdad. Es preciso repetir e inculcar muchas veces
esta verdad. La América y la España son los dos platillos
de una balanza: cuanto se cargue en el uno, otro tanto se
turba o se perjudica el equilibrio del otro. ¡Gobernantes, en
la exactitud del fiel está la igualdad!
¿Teméis el influjo de la América en el Gobierno? Y ¿por
qué lo teméis? Si es un Gobierno justo, equitativo y liberal,
nuestras manos contribuirán a sostenerlo. El hombre no
es enemigo de su felicidad. Si queréis incli­nar la balanza
al otro lado, entended que diez o doce millones de almas
con iguales derechos, pesan otro tanto que el plato que
vosotros formáis. Más pesaban, sin du­da, siete millones
que constituían la Gran Bretaña euro­pea, que tres que
apenas formaban la Inglaterra ameri­cana; y con todo, la
justicia cargada de su parte inclinó la balanza.
No temáis que las Américas se os separen. Aman y
desean vuestra unión; pero este es el único medio de
conservarla. Si no pensasen así, a lo menos este Reino no
os hablaría este lenguaje, que es el del candor, la franqueza
y la ingenuidad. Las Américas conocen vuestra situación y
vuestros recursos, conocen la suya y los suyos. Un hermano

190
Memorial de agravios

habla a otro hermano para mantener con él la paz y la


unión. Ninguno de los dos tiene derecho para dar leyes al
otro sino en las que se convengan en una mutua y recíproca
alianza.
Por lo demás, Vuestra Majestad misma ha confesado
las decisivas pruebas de lealtad y patriotismo que han
dado las Américas a la España, en la coyuntura más crí­tica
y cuando nada tenían que esperar ni temer de ella. ¿Qué
tardamos, pues, en estrechar los vínculos de esta unión?
Pero una unión fraternal, no admitiendo a las Américas
a una representación nacional, no retribuyén­doles esta
gracia por premio sino convidándolas a poner en ejercicio
sus respectivos derechos.
Así se consolidará la paz; así trabajaremos de común
acuerdo en nuestra mutua felicidad; así seremos españoles
americanos y vosotros españoles europeos.
Bajo de otros principios vais a contradecir vuestras
mismas opiniones. La leyes la expresión de la voluntad
general, y es preciso que el pueblo la manifieste. Este es el
objeto de las Cortes; ellas son el órgano de esta voz general.
Si no oís, pues, a las Américas, si ellas no ma­nifiestan su
voluntad por medio de una representación competente
y dignamente autorizada, la ley no es hecha para ellas,
porque no tiene su sanción. Doce millones de almas con
distintas necesidades, en distintas circunstancias, bajo
de diversos climas, y con diversos intereses, ne­cesitan
de distintas leyes. Vosotros no las podéis hacer: nosotros
nos las debemos dar. ¿Las recibiríais de América si la
meditada emigración de nuestros soberanos se hu­biese
verificado y si tratásemos aquí de las reformas que vais
a hacer allá? Con todo, el caso es todavía posible. Si el
Soberano se trasladase aquí, quedando vosotras en calidad
de provincias dependientes, ¿recibiríais el número que
os quisiésemos imponer de diputados, tres tantos me­nor
que el que asignásemos para las Américas? Sí por una
desgracia, que nos horrorizamos pensar, la muerte natu­ral

191
Camilo Torres

o violenta de todos los vástagos de la familia real que hay


en Europa, obligase a llamar a reinar sobre nosotros, uno
que existiese en América, y éste fijase su domicilio en ella,
¿en la convocación de cortes generales o en la formación
de un cuerpo representativo nacional, os con­formaríais
con una minoría tan decidida como de nueve a treinta y
seis, sin embargo de las grandes ventajas que os hacen las
Américas en extensión, en riquezas y tal vez en población?
No, nosotros no seríamos justos si no os llamásemos a una
participación igual de nuestros derechos. Pues aplicad este
principio y no queráis para vues­tros hermanos lo que en
aquel caso no querríais para vosotros.
Morla ha dicho, hablando del Consejo real de Castilla:
“¿Qué derecho tiene aquel tribunal para querer aspirar a
mandar en soberano? ¿Son los que le da su supremacía
en lo judicial? ¿Quiere reunir el Poder Legislativo y
Ejecutivo con el que realmente tiene para ser el mayor
de los déspotas? ¿Piensa que jamás la nación llegue a
tal ceguera que se someta en todo a una aristocracia de
individuos de una sola profesión y de un mismo interés
personal?” Más estrechos son los vínculos del nacimiento
y de las preocupaciones que aquél inspira a favor del país
natal ¿y se querrá que la América se sujete en todo a las
deliberaciones y a la voluntad de unos pueblos que no
tienen el mismo interés que ella, o, por mejor decir, que en
mucha parte los tienen opuestos y contrarios? España ha
creído que su comercio no puede florecer sin las trabas, el
monopolio y las restricciones del de América: la América
piensa por el contrario que la conducta de la península
con estas posesiones ha debido y debe ser más liberal, que
de ello depende su felicidad y que no hay razón para otra
cosa. Es preciso que nos entendamos y que nos acordemos
reciproca y amistosamente en este punto.
España ha creído que deben estar cerradas las puertas
de todos los honores y empleos para los americanos. Estos
piensan que no ha debido ni debe ser así: que debemos

192
Memorial de agravios

ser llamados igualmente a su participación, y así será


nuestro amor y nuestra confianza más recíproca y sin­
cera. Debemos arreglarnos, pues, también en esta parte a
lo que sea más justo: que el español no entienda que tiene
un derecho exclusivo para mandar a las Américas, y que
los hijos de éstas comprendan que puedan aspirar a los
mismos premios y honores que aquéllos.
En fin, Señor, ¿de qué se trata?
Vuestra Majestad misma ha dicho, en la circular que
se lleva citada, que de nada más que de reformar abusos,
mejorar las instituciones, quitar trabas, proporcionar
fomentos y establecer las relaciones de la metrópoli y las
colonias sobre las verdaderas basas de la justicia. Pues
para esta grande obra debemos manifestar nuestras ne­
cesidades, exponer los abusos que las causan, pedir su re­
forma y hacerla juntamente con el resto de la nación, pa­ra
conciliarla con sus intereses, supuesto que ella no po­drá
contar con nuestros recursos, sin captar nuestra voluntad.
Está decidido por una ley fundamental del Reino “que
no se echen ni repartan pechos, ni servicios, pedidos,
monedas ni otros tributos nuevos, especial ni general­
mente en todos los reinos de la Monarquía, sin que pri­
meramente sean llamados a Cortes los procuradores
de todas sus villas y ciudades, y sean otorgados por los
dichos procuradores que vinieren a las Cortes”. ¿Cómo se
exigirán, pues, de las Américas contribuciones que no ha­
yan concedido por medio de diputados que puedan consti­
tuir una verdadera representación, y cuyos votos no ha­yan
sido ahogados por la pluralidad de otros que no sentirán
estas cargas? Si en semejantes circunstancias, los pueblos
de América se denegasen a llevarlas tendrían en su apoyo
esta Ley fundamental del Reino.
“Porque en los hechos arduos y dudosos de nuestros Rei-
nos, dice otra, es necesario consejo de nuestros súbdi­tos y
naturales, especialmente de los procuradores de las nues-
tras ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos, por

193
Camilo Torres

ende ordenamos y mandamos, que sobre los tales hechos


grandes y arduos, se hayan de ayuntar cortes, y se haga con
consejos de los tres Estados de los nuestros Reinos, según
que lo hicieren los Reyes nuestros pro­genitores”.
¿Qué negocio más arduo que el de la defensa del Reino y
del Soberano, la reforma del Gobierno y la resti­tución de la
Monarquía a sus basas primitivas y constitucionales, cuyo
trastorno ha causado los males que hoy experimentamos?
Todo es obra nuestra: debemos proceder en ella de común
acuerdo.
Por otra parte, han variado notablemente las cir­
cunstancias. La América no existía en tiempo de Flavio
Ejica, ni de Alfonso el Sabio: ella ha mudado necesaria­
mente todas las relaciones y el sistema de la antigua Mo­
narquía, así como ha mudado la política de todos los ga­
binetes de Europa. Es preciso, pues, que se hagan leyes
acomodadas a estas circunstancias, con relación princi­
palmente a la América; y estas leyes deben ser la ex­
presión de su voluntad, conciliada con el bien general de
la Monarquía.
Para ello debe ir un competente número de vocales,
igual por lo menos al de las provincias de España, para
evitar desconfianzas y recelos, y para que el mismo pueblo
de América entienda que está suficiente y dignamente
representado. Los cuatro Virreinatos de América pueden
enviar cada uno de ellos seis representantes, y dos cada
una de las Capitanías generales; a excepción de Filipinas
que debe nombrar cuatro o seis, así por su numerosa
población, que en el año 1781 ascendía a dos millones y
medio, como por su distancia y la dificultad de su reposición
en caso de muerte. De este modo resultarán treinta y seis
vocales, como parece son los que actualmente componen
la Suprema Junta Central de España; pues aunque en la
Gaceta de Gobierno de Sevilla, 11 de Enero del corrien­te,
número 1º, solo se cuentan treinta y cuatro, no se incluye

194
Memorial de agravios

la provincia de Vizcaya, que habrá enviado después los que


le corresponden.
Es preciso tener presente que cada Virreinato de América
se compone de muchas provincias, que algunas de ellas valen
más por sí solas que los Reinos de España. La industriosa
Quito cuenta por lo menos con medio millón de almas, y su
capital sola con setenta o sesenta mil; es una Presidencia
y Comandancia general: reside en ella el Tribunal de la
Real Audiencia, el de Cuentas y otras autoridades; hay Silla
Episcopal, Universidad y Colegios; en fin, en nada cede a la
capital, sino en esta razón, y en ser el centro del Gobierno.
¿Por qué motivo, pues, no podrá o deberá tener a lo menos
dos representantes de los que toquen al Virreinato? Acaso
con esta prudente medida se habrían conciliado sus ánimos
y se habrían evitado las tristes consecuencias que hoy se
experimentan en la turbación de aquel Reino. Llamados
sus representantes, habría concebido fundadas esperanzas
de mejor suerte, cuya desconfianza tal vez lo enajenará para
siempre de la Monarquía
Popayán es una provincia que ha debido tener por sí
sola otro diputado: es Silla Episcopal, tiene un Colegio,
Real Casa de Moneda, Tesorería y Administraciones
reales; en fin, manda o dependen de su gobierno ocho
cabildos, algunos de ellos de más representación que los
de las capitales de otras provincias del Virreinato que han
formado terna para el diputado. Estos cabildos es preciso
que vean con dolor semejante exclusión.
A imitación de lo que se ha dicho de este Nuevo Reino
de Granada, de que el Cabildo puede hablar con más
conocimiento, se podrá decir de los demás Virreina­tos, y
principalmente de los opulentos de México y el Pe­rú. Acaso
cada ciudad cabeza de Provincia y Silla Epis­copal debería
tener un diputado, y tal vez ésta sería la mejor regla que
formaría a poca diferencia un igual nú­mero de los que se
han dicho y de los que hoy constitu­yen la Suprema Junta
Central.

195
Camilo Torres

Estos diputados los deben nombrar los pueblos para que


merezcan su confianza y tengan su verdadera represen­
tación, de que los Cabildos solo son una imagen muy
des­figurada, porque no los ha formado el voto público,
sino la herencia, la renuncia, o la compra de unos oficios
degradados y venales. Pero cuando sean ellos los que los
nombren, no debe tener parte alguna en su elección otro
cuerpo extraño, conforme a la prevención de la ley.
El temor de que este número consumiese muchos cau­
dales al Estado, sería vergonzoso a tan gran Nación. Do­
tados a diez o doce mil pesos, como lo deben ser, apenas
alcanzará este gasto a cuatrocientos mil. ¿Pero qué com­
paración tiene esto con la enorme suma de los de la Casa
Real, que hoy deben ser reducidos a beneficio del Estado?
¿Qué comparación con lo que ha devorado el vil Godoy
en veinte años de su funesta privanza, y del despotismo
más cruel? ¿Que comparación, en fin, con lo que ha consu­
mido al Erario ese ejército de capitanes y tenientes gene­
rales, de mariscales de campo y jefes de escuadra, que
tan inútilmente han sangrado la Patria? Tantas Embaja­
das de lujo, como las de Constantinopla, Rusia, Suecia,
Dinamarca, etc., con quienes ni tenemos ni necesitamos
tener relaciones permanentes y estables; tantos otros aho­
rros que hoy dará una prudente administración serán un
fondo cuantioso y seguro con qué poder hacer frente a este
gasto.
Solo los cuatro Virreinatos de América, sin embargo
de que sus trabajos y sus funciones no son comparables
con las de los representantes del pueblo y los augustos
gobernadores de la Nación, consumen doscientos mil
pesos, es decir, la mitad de lo que gastarían todos los
diputados de América medianamente dotados. Ella misma
recompensará abundantemente estos gastos, mediante la
sabia reforma que se hará en su administración; y algún
día será bien que se inviertan sus tesoros en su beneficio.
Ha dicho el Cabildo, medianamente dotados, porque

196
Memorial de agravios

diez o doce mil pesos que tiene cualquier Gobernador


de América es todavía muy escasa asignación para
unos hombres que abandonan su país, que dejan en él
obligaciones que no pueden desatender, que van a perder
tal vez sus intereses, su establecimiento, y a consagrarse
todos al servicio de la Patria, que, en fin, son hombres y no
deben quedar expuestos a la debilidad y a los peligros de
la indigencia.
No, jamás habrá gastos más justos ni que los pueblos
miren con más satisfacción que los que hagan en mantener
y remunerar a sus representantes, y la Nación misma jamás
podrá pagar dignamente los servicios que ellos le harán,
dándole una existencia que no tiene, asegurándole una
libertad que le falta, y conquistándole una independencia
que le han usurpado.
Pero si las pequeñas miras del ahorro y la economía
obligasen a tomar medidas poco decorosas a la Nación;
si, en fin no puede ir un número competente de América
a España, que se convoquen y formen en estos dominios
Cortes generales, en donde los pueblos expresen su
voluntad que hace la ley, y en donde se sometan al régimen
de un nuevo Gobierno o a las reformas que se mediten en
él en las Cortes de España, precedida su delibe­ración; y
también a las contribuciones que sean justas y que no se
pueden exigir sin su consentimiento. Así se podrán ahorrar
muchos gastos, concentrándose en un pun­to proporcionado
de América su representación nacional o parcial.
Por los mismos principios de igualdad han debido y de­
ben formarse en estos dominios Juntas provinciales como
puestas de los representantes de sus cabildos, así como las
que se han establecido y subsisten en España. Este es un
punto de la mayor gravedad, y el Cabildo no lo quiere ni
puede omitir. Si se hubiese dado este paso importante en
la que se celebró en esta capital el 5 de septiembre de 1808,
cuando vino el Diputado de Sevilla para que se reconociese
la Junta, que se dijo Suprema, hoy no se expe­rimentarían

197
Camilo Torres

las tristes consecuencias de la turbación de Quito. Ellas son


efecto de la desconfianza de aquel Reino en las autoridades
que lo gobiernan. Temen ser entregados a los franceses, y
se quejan para esto de la misteriosa re­serva del Gobierno
en comunicar noticias, de su inacción en prepararse para
la defensa, y de varias producciones injustas de los que
mandan, con los españoles americanos. Todo esto estaría
precavido con que el pueblo viese que había un cuerpo
intermediario de sus representantes que velase en su
seguridad.
Podría traer otras muchas ventajas este establecimiento.
Las instrucciones y los diversos poderes de vein­te Cabildos,
que son los que han elegido al Diputado en este Virreinato,
van a formar un monstruo de otras tantas cabezas. Lo que
es bueno para una Provincia, puede no serlo para otra y
para el Reino en general. Al contrario, limitándose cada una
de ellas a su bien particular, desatenderá el otro, cuando
no lo impugne abiertamente. Nadie puede remediar este
mal, sino un cuerpo como el que se ha dicho, formado de
elementos de las mismas Provincias o de Diputados de los
Cabildos que han tenido par­te en la elección. Así precederá
una discusión sabia de todas las materias, se conciliarán
los intereses y se instruirá lo mejor. Hoy no sucederá así.
El Diputado no sa­brá a qué atenerse, y lleva el peligro de
no hacer nada, o de que los Cabildos le reprendan después,
haber fal­tado a sus instrucciones.
Estas Juntas están mandadas establecer por Real Or­den
de 16 de Enero de este año, en que se anuncian a los Virreyes
de América los reglamentos o el pie en que quedan las de
España, después de la erección de la Supre­ma Central. A lo
menos si no es para esto, el Cabildo ignora para qué se ha
comunicado tal Real Orden, ni tal Reglamento.
Cuando así no fuese, ya estamos en las imperiosas
circunstancias que han dictado en España su formación.
Tenemos la guerra intestina y la división de las Provin­cias:

198
Memorial de agravios

y si no es por este medio, el Cabildo no halla vínculo que


las vuelva a ligar.
Este mal, es más temible de lo que tal vez se cree, y sus
consecuencias pueden ser funestas a todo el Reino. No le
serán imputables a este Ayuntamiento que lo ha repre­
sentado enérgicamente al Gobierno, en la Junta que se
ce­lebró el 6 y 11 de Septiembre de este año, con motivo
de las ocurrencias de Quito, y cuyas actas espera y pide
ardientemente a Vuestra Majestad se sirva prevenir a vues­
tro Virrey se remitan íntegramente, y sin omitir ninguno
de los respetables votos que se dieron por escrito, y prin­
cipalmente los del Magistral de esta Santa Iglesia Catedral,
don Andrés Rasillo, los del Rector y Catedráticos de Dere­
cho Civil y Canónico de este Colegio Mayor de Nuestra Se­
ñora del Rosario, don Antonio Gallardo, don José María
del Castillo y don Tomás Tenorio; los de los de iguales
facultades del Colegio Real y Seminario de San Bartolomé,
don Pablo Plata, Cura Rector de esta santa Iglesia Catedral,
y don Frutos Joaquín Gutiérrez, Agente Fiscal del crimen de
esta Real Audiencia; los del otro Cura Rec­tor del Sagrario,
don Nicolás Mauricio de Omaña, y pa­rroquiales de Las
Nieves y San Victorino; los del Oficial Mayor, que hace
veces de Contador General de la real renta de aguardientes,
don Luis de Ayala y Tamayo, y Contador de la real Casa de
Moneda, don Manuel de Pam­ba, el del Tribunal de Cuentas,
y en fin, los de los indi­viduos del Cabildo y principalmente
el de su Regidor don José Acevedo y Gómez, de su Síndico
Procurador General, don José Gregorio Gutiérrez, y de su
Asesor don José Camilo Torres: anotándose en éstos y en
cada uno de los demás el origen de los Vocales, esto es, si
son españoles europeos o americanos, para que se vea quién
ha hecho oposición a una cosa tan justa, tan conforme a las
inten­ciones de V. M. y a las leyes.
Si, a las leyes, porque como se dijo en muchos de los
votos de la última sesión, está prevenido por la de Castilla
que en los hechos arduos se convoquen los Dipu­tados de

199
Camilo Torres

todos los Cabildos, como se ha expresado arriba; y por la


de Indias que el Gobierno de estos reinos se uniforme en
todo lo posible, con los de España.
Por otra parte, Señor, ¿qué oposición es ésta a que la
América tenga unos cuerpos que representen sus dere­
chos? ¿De dónde han venido los males de España, sino
de la absoluta arbitrariedad de los que mandan? ¿Hasta
cuándo se nos querrá tener como manadas de ovejas, al
arbitrio de mercenarios que en la lejanía del pastor pue­den
volverse lobos? ¿No se oirán jamás las quejas del pueblo?
¿No se le dará gusto en nada? ¿No tendrá el menor influjo
en el Gobierno, para que así lo devoren impunemente
sus sátrapas, como, tal vez ha sucedido has­ta aquí? Si
la presente catástrofe no nos hace prudentes y cautos,
¿cuándo lo seremos? ¿Cuando el mal no tenga remedio?
¿Cuando los pueblos, cansados de opresión, no quieran
sufrir el yugo?
Pues estas consecuencias, vuelve a decir el Cabildo, no
le serán imputables. Este testimonio augusto que con­sagra
en las actas del tiempo, depondrá perpetuamente a su fa-
vor, y la posteridad imparcial, leyéndolo algún día, con
interés, verá en él el lenguaje del amor y de la sinceridad.
A lo menos, el Ayuntamiento no halla otros medios de con-
solidar la unión entre América y España; representación
justa y competente de sus pueblos, sin nin­guna diferen-
cia entre súbditos que no la tienen por sus leyes, por sus
costumbres, por su origen y por sus dere­chos. Juntas pre-
ventivas, en que se discutan, se examinen y se sostengan
éstos contra los atentados y la usurpación de la autoridad,
y en que se den los debidos poderes e instrucciones, a los
representantes en las Cortes nacionales, bien sean las ge-
nerales de España, bien las particula­res de América que se
llevan propuestas. Todo lo demás es precario. Todo puede
tener fatales consecuencias. Quito ha dado ya un funesto
ejemplo, y son incalculables, los males que se pueden se-
guir, si no hay un pronto y eficaz remedio.

200
Memorial de agravios

Este no es otro que hacer esperar a la América fun­


dadamente su bien, y la América no tendrá esta esperanza
y este sólido fundamento mientras no se camine sobre la
igualdad.
¡Igualdad! Santo derecho de la igualdad: justicia que
estribas en esto y en dar a cada uno lo que es suyo; ins­
pira a la España Europea estos sentimientos de la Espa­
ña Americana; estrecha los vínculos de esta unión; que
ella sea eternamente duradera, y que nuestros hijos, dán­
dose recíprocamente las manos, de uno a otro continente,
bendigan la época feliz que les trajo tanto bien! OH!
quiera el cielo oír los votos sinceros del Cabildo y que sus
sentimientos no se interpreten a mala parte! ¡Quiera el
cielo que otros principios y otras ideas menos libera­les, no
produzcan los funestos efectos de una separación eterna.
[Hay diez rúbricas, correspondientes a los regidores:
Luis Caicedo, José Antonio Ugarte, José María Do­
mfnguez de Castillo, Justo Castro, José Ortega, Fer­nando
Benjumea, Juan Nepomuceno Rodríguez de La­go, Francisco
Fernández Heredia Suescún, Jerónimo de Mendoza, José
Acevedo y Gómez, Ramón de la Infies­ta Valdés].
Este es el ejemplar, que se refiere en el acta de este
día, de la representación acordada en acta de 22 de junio
último, que se ha mandado archivar. Va rubricado de to­
dos los Señores que concurrieron hoy; contiene diez y sie­te
fajas, rubricadas por mí. - Santafé veinte de No­viembre de
1809.
Eugenio Martín Melendro.

201
Acta de la independencia
Cabildo extraordinario
del 20 de julio de 1810

En la ciudad de Santafé, a veinte de Julio de mil ocho­


cientos diez, y hora de las seis de la tarde, se presenta­ron los
Señores Muy Ilustre Cabildo, en calidad de extraordinario,
en virtud de haberse juntado el pueblo en la plaza pública
y proclamado por su Diputado el señor Regidor don José
Acevedo y Gómez, para que le propusiese los Vo­cales
en quienes el mismo pueblo iba a depositar el Supre­mo
Gobierno del Reino; y habiendo hecho presente di­cho
señor Regidor que era necesario contar con la auto­ridad del
actual Jefe, el Excelentísimo señor don Anto­nio Amar, se
mandó una diputación compuesta del señor Contador de la
Real Casa de Moneda, don Manuel de Pom­bo, el doctor don
Miguel de Pombo y don Luis Rubio, ve­cinos, a dicho señor
Excelentísimo, haciéndole presente las solicitudes justas y
arregladas de este pueblo, y pidiéndole para su seguridad
y ocurrencias del día de hoy, pusiese a disposición de este
Cuerpo las armas, mandando por lo pronto una Compañía
para resguardo de las casas capitulares, comandada por el
Capitán don Antonio Baraya. Impuesto Su Excelencia de
las solicitudes del pueblo, se prestó con la mayor franqueza
a ellas. En seguida se manifestó al mismo pueblo la lista de

203
Cabildo extraordinario

los suje­tos que había proclamado anteriormente, para que


uni­dos a los miembros legítimos de este Cuerpo (con exclu­
sión de los intrusos don Bernardo Gutiérrez, don Ramón
Infiesta, don Vicente Rojo, don José Joaquín Álvarez, don
Lorenzo Marroquín, don José Carpintero y don Joaquín
Urdaneta) (salva la memoria del ilustre Patricio doctor don
Carlos de Burgos), se deposite en toda la Junta el Gobierno
Su remo de este Reino interinamente, mientras la misma
Junta forma a Constitución que afiance la felicidad pública
contando con las nobles Provincias, a las que en el instante
se les pedirán sus diputados formando este Cuerpo el
reglamento para las elecciones en dichas provincias y tanto
éste como la Constitución de Gobierno debieran formarse
sobre las bases de libertad, independencia respectiva de
ellas, ligadas únicamente por un sistema federativo, cuya
representación deberá residir en esta capital, para que vele
por la seguridad de la Nueva Granada, que protesta no
abdicar los derechos imprescindibles de la soberanía del
pueblo a otra persona que, a la de su augusto y desgraciado
Monarca don Fernando VII, siempre que venga a reinar
entre nosotros, que dando por ahora sujeto este nuevo
Gobierno a la Suprema Junta de Regencia, ínterin exista
en la Península, y sobre la Constitución que le dé el pueblo,
y en los términos dichos, y después de haberle exhortado el
señor Regidor su diputado a que guardase la inviolabilidad
de las personas de los europeos en el momento de esta fatal
crisis, porque de la reciproca unión de los americanos y los
europeos, debe resultar la felicidad pública, protestando que
el nuevo Gobierno castigará a los delincuentes conforme
a las leyes, concluyó recomendando muy particularmente
al pueblo la persona del Excelentísimo señor don Antonio
Amar; respondió el pueblo con las señales de la mayor
complacencia, aprobando cuanto expuso su diputado.
Y en seguida se leyó la lista de las personas elegidas
y proclamadas, en quienes, con el ilustre Cabildo, ha
depositado el Gobierno Supremo del Reino, y fueron los

204
Acta de la independencia

se­ñores: doctor don Juan Bautista Pey, Arcediano de esta


Santa Iglesia Catedral; don José Sanz de Santamaría,
Tesorero de esta Real Casa de Moneda; don Manuel de
Pombo, Contador de la misma; doctor don Camilo Torres;
don Luis Caycedo y Flórez; doctor don Miguel Pombo;
don Francisco Morales; doctor don Pedro Groot; doctor
don Fruto Gutiérrez; doctor don José Miguel Pey, Alcalde
ordinario de primer voto; don Juan Gómez, de segundo;
doctor don Luis Azuola; doctor don Manuel Alvarez; doctor
don Ignacio Herrera; don Joaquin Camacho; doctor don
Emigdio Benítez; el Capitán don Antonio Baraya; Teniente
Coronel José María Moledo; el Reverendo Padre Fray
Diego Padilla; don Sinforoso Mutis; doctor don Francisco
Serrano Gómez; don José Martín París, Administrador
principal de tabacos; doctor don Antonio Morales; doctor
don Nicolás Mauricio de Omaña.
En este estado proclamó el pueblo con vivas y
aclamaciones a favor de todos los nombrados; y notando
la moderación de su Diputado el expresado señor Regidor
don José Acevedo, dijo que debía ser el primero de los
Vocales, y en seguida nombró también de tal Vocal al
señor Magistral doctor don Andrés Rosillo, aclamando su
libertad, como lo ha hecho en toda la tarde, y protestando
ir en este momento a sacarle de la prisión en que se halla.
El señor Regidor hizo presente a la multitud los riesgos a
que se exponía la seguridad personal de los individuos del
pueblo, si le precipitaba a una violencia, ofreciéndole que
la primera disposición que tomará la Junta, será la libertad
de dicho señor Magistral y su incorporación en ella. En
este estado, habiendo concurrido los Vocales electos
con todos los vecinos notables de la ciudad, prelados
eclesiásticos, seculares y regulares, con asistencia del
señor don Juan Jurado, Oidor de esta Real Audiencia, a
nombre y representando la persona del Excelentísimo se
ñor don Antonio Amar, y habiéndole pedido el Congreso
pusiese el parque de artillería a su disposición por las
desconfianzas que tiene el pueblo, y excusándose por falta

205
Cabildo extraordinario

de facultades, se mandó una diputación a Su Excelencia,


como puesta de los señores doctor don José Miguel Pey,
don José Moledo y doctor don Camilo Torres, pidiéndole
mandase poner dicho parque a las órdenes de don José
Ayala. Impuesto Su Excelencia del mensaje, contestó que
lejos de dar providencia ninguna contraria a la seguridad
del pueblo, había prevenido que la tropa no hiciese el
menor movimiento, y que bajo esta confianza viese el
ilustre Congreso qué nuevas medidas quería tomar en
esta parte: se le respondió que los individuos del mismo
Congreso descansaban con la mayor confianza en la verdad
de Su Excelencia; pero que el pueblo no se aquietaba, sin
embargo de habérsele repetido varias veces desde los
balcones, por su Diputado, que no tenía qué temer en esta
parte, y que era preciso para lograr su tranquilidad, que
fuese a en­cargarse y cuidar de la Artilleria una persona de
su sa­tisfacción: que tal lo era el referido don José de Ayala.
En cuya virtud previno el Excelentísimo señor Virrey,
que fuese el Mayor de plaza, don Rafael de Córdova, con
el citado Ayala, a dar esta orden al Comandante de la Ar­
tillería; y así se ejecutó. En este estado, impuesto el Con­
greso del vacío de facultades que expuso el señor oidor
don Juan Jurado, mandó otra diputación suplicando a Su
Excelencia se sirviese concurrir personalmente; a que se
excusó por hallarse enfermo; y habiéndolas delegado todas
verbalmente a dicho señor Oidor, según expusieron los
Diputados, se repitió el mensaje para que las mande por
escrito con su Secretario don José de Leiva, a fin de que se
puedan dar las disposiciones convenientes sobre la fuerza
militar, y de que autoricen este acto. Entretanto se recibió
juramento a los señores Vocales presentes, que hicieron en
esta forma, a presencia del Muy Ilustre Ca­bildo y en manos
del señor Regidor, primer Diputado del pueblo don José
Acevedo y Gómez: puesta la una mano sobre los Santos
Evangelios y la otra formada la señal de la cruz, a presencia
de Jesucristo Crucificado, dijeron:
“Juramos por el dios que existe en los cielos, y cuya

206
Acta de la independencia

imagen esta presente y cuyas sagradas y adorables máximas


contiene este libro, cumplir religiosamen­te la constitución
y voluntad del pueblo expre­sada en esta acta, acerca de la
forma del gobier­no provisional que ha instalado: derramar
hasta la ultima gota de nuestra sangre por defender nuestra
sagrada religión católica, apostólica, ro­mana, nuestro
amado monarca Fernando VII y la libertad de la patria.
Conservar la libertad e in­dependencia de este reino en
los terminos acor­dados; trabajar con infatigable celo para
formar la constitución bajo los puntos acordados, y en una
palabra, cuanto conduzca a la felicidad de la patria”.
En este estado me previno dicho señor Regidor Di­
putado, a mí el Secretario, certificase el motivo que ha
tenido para extender esta Acta hasta donde se halla. En
su cumplimiento digo: que habiendo venido dicho señor
Diputado a la oración, llamado a Cabildo extraordinario,
el pueblo lo aclamó luego que lo vio en las galerías del
Cabildo, y después de haberle exhortado dicho señor a la
tranquilidad, el pueblo le gritó que se encargase de exten­
der el Acta, por donde constase que reasumía sus dere­chos,
confiando en su ilustración y patriotismo, lo hicie­se del
modo más conforme a la tranquilidad y felicidad pública,
cuya comisión aceptó dicho señor. Lo que as! cer­tifico bajo
de juramento, y que esto mismo proclamó to­do el pueblo.

Eugenio Martín Melendro.

En este estado, habiendo recibido por escrito la comi­


sión que pedía el señor Jurado a Su Excelencia, y esto
estando presentes la mayor parte de los señores Vocales
elegidos por el pueblo con asistencia de su particular
Diputado y Vocal señor Regidor don José Acevedo, se
procedió a oír el dictamen del Síndico Personero doctor
don Ignacio de Herrera, quien impuesto de lo que hasta
aquí tiene sancionado el pueblo y consta del Acta ante­rior,
dirigida por especial comisión y encargo del mismo pueblo,

207
Cabildo extraordinario

conferido a su Diputado el señor Regidor don José Acevedo,


dijo: que el Congreso presente, compuesto del Muy Ilustre
Cabildo, cuerpos, autoridades y vecinos, y también de los
Vocales del Nuevo Gobierno, nada tenía que deliberar,
pues el pueblo soberano tenía manifestada su voluntad
por el acto más solemne y augusto con que los pueblos
libres usan de sus derechos para depositar­los en aquellas
personas que merezcan su confianza; que en esta virtud los
Vocales procediesen a prestar el jura­mento, y en seguida
la Junta dicte las más activas providencias de seguridad
pública. En seguida se oyó el voto de todos los individuos
del Congreso, que convinieron unánimemente y sobre que
hicieron largas y eruditas arengas, demostrando en ellas los
incontestables derechos de los pueblos, y particularmente
los de este Nuevo Reino, que no es posible puntualizar en
medio del inmenso pueblo que nos rodea.
El público se ha opuesto en los términos más claros,
terminantes y decisivos, a que ninguna persona salga del
Congreso, antes de que quede instalada la Junta, prestando
sus Vocales el juramento en manos del señor Arcedia­no
Gobernador del Arzobispado, en las de los dos señores
Curas de la Catedral, bajo la fórmula que queda estable­cida
y con la asistencia del señor Diputado don José Acevedo;
que en seguida presten el juramento de reconocimiento de
estilo a este nuevo Gobierno los Cuerpos ci­viles, militares
y políticos que existen en esta capital, con los prelados
seculares y regulares, Gobernadores del Arzobispado, Curas
de la Catedral y parroquias de la capi­tal, con los Rectores
de los Colegios. Impuesto de todo lo ocurrido hasta aquí
el señor don Juan Jurado, comisio­nado por Su Excelencia
para presidir este acto, expuso no creía poder autorizarle
en virtud de la orden escrita que se agrega, sin dar parte
antes a Su Excelencia de lo acordado por el pueblo y el
Congreso, como considera dicho señor que lo previene Su
Excelencia. Con este motivo se levantaron sucesivamente
de sus asientos varios de los Vocales nombrados por e

208
Acta de la independencia

pueblo, y con sólidos y elocuen­tes discursos, demostraron


ser un delito de lesa majestad y alta traición, sujetar o
pretender sujetar la soberana voluntad del pueblo, tan
expresamente declarada en este día, a la aprobación o
improbación de un Jefe, cuya autoridad ha cesado desde
el momento en que este pueblo ha reasumido en este día
sus derechos y los ha depositado en personas conocidas
y determinadas. Pero rei­terando dicho señor su solicitud
con el mayor encareci­miento, aunque fuera resignando
su toga, para que el señor Virrey quedase persuadido del
deseo que tenía dicho señor de cumplir su encargo en los
términos que cree ha­bérsele conferido. A esta proposición
tomó la voz el pueblo, ofreciendo a dicho señor garantías y
seguridades por su persona y por su empleo; pero que de
ningún modo permitía saliese persona alguna de la sala, sin
que que­dase instalada la Junta; pues a la que lo intentase
se trataría como a reo de alta traición, según lo había
protestado el señor Diputado con su oposición, y que le
diese a dicho señor certificación de este acto para los usos
que le convengan. Y en este estado dijo dicho señor que su
voluntad de ningún modo se entendiera ser contraria a los
derechos del pueblo, que reconoce y se ha hecho siempre
honor, por su educación y principios, de reconocer: que se
conforma y jurará el nuevo Gobierno, con la protesta de que
reconozca al Supremo Consejo de Regencia. Y pro­cediendo
al acto del juramento, recordaron los Vocales doctor don
Camilo Torres y el señor Regidor don José Acevedo que con
su voto habían propuesto se nombrase Presidente de esta
Junta Suprema del Reino al Excelentísimo señor Teniente
General don Antonio Amar y Borbón; y habiéndose vuelto
a discutir el negocio, se hicieron ver al pueblo con la mayor
energía por el doctor Fruto Joaquín Gutiérrez, las virtudes
y nobles cualidades que adornan a este distinguido y
condecorado militar, y más particularmente manifestadas
en este día y noche, en que por su consumada prudencia se
ha terminado una revolución que amenazaba las mayores

209
Cabildo extraordinario

catástrofes, atendida la inmensa multitud del pueblo que


ha concurrido a ella, que pasa de nueve mil personas que
se hallan armadas, y co­menzaron por pedir la prisión y
cabeza de varios ciudadanos, cuyos ánimos se hallaban en
la mayor división y recíprocas desconfianzas, desde que
supo el pueblo el ase­sinato que se cometió a sangre fría
en la Villa del Socorro por su Corregidor don José Valdés,
usando de la fuerza militar, y particularmente desde ayer
tarde, en que se aseguró públicamente que en estos días
iban a poner en ejecución varios facciosos la fatal lista de
diez y nueve ciuda­danos condenados al cuchillo, porque en
sus respectivos empleos han sostenido los derechos de la
Patria; en cuya consideración, tanto los Vocales, cuerpos
y vecinos que se hallan presentes, como el pueblo que nos
rodea, proclamaron a, dicho señor Excelentísimo don
Antonio Amar por Presidente de este nuevo Gobierno.
Con lo cual y nom­brando de Vicepresidente de la Junta
Suprema de Gobierno del Reino al señor Alcalde Ordinario
de primer voto, doctor don José Miguel Pey de Andrade,
se procedió al acto del juramento de los señores Vocales
en los términos acordados. Y en seguida prestaron el de
obediencia y reconocimiento de este nuevo Gobierno el
señor Oidor que ha presidido la Asamblea, el señor don
Rafael de Córdo­va, Mayor de la plaza, el señor Teniente
Coronel don José de Leiva, Secretario de Su Excelencia,
el señor Arcediana, como Gobernador del Arzobispado y
como Presidente del Cabildo Eclesiástico, el Reverendo
Padre Provincial de San Agustín, el Prelado del Colegio
de San Nicolás, los Curas de la Catedral y parroquiales,
Rectores de la Universidad y Colegios; el señor don José
María Moledo, como Jefe militar, el Muy Ilustre Cabildo
secular, que son las autoridades que se hallan actualmente
presen­tes, omitiéndose llamar por ahora a las que faltan,
por ser las tres y media de la mañana. En este estado se
acordó mandar una diputación al Excelentísimo señor
don Antonio Amar, para que participe a Su Excelencia el

210
Acta de la independencia

empleo que le ha conferido el pueblo de Presidente de esta


Junta, para que se sirva pasar el día de hoy a las nueve a
tomar posesión de él, para cuya hora el presen­te Secretario
citará los demás cuerpos y autoridades que deben jurar la
obediencia y reconocimiento de este nuevo Gobierno.

Juan Jurado, Dr. Josef Miguel Pey, Juan Gómez, Juan


Bautista Pey, José María Domínguez de Castillo, Josef
Ortega, Fernando de Benjumea, Joseph Azebedo y Gómez,
Francisco Fernández Heredia Suescún, Dr. Ignacio de He­
rrera, Nepomuceno Rodríguez de Lago, Joaquín Camacho,
Josef de Leyva, Rafael Córdova, José María Moledo,
Antonio Baraya, Manuel Bernardo Alvarez, Pedro Groot,
Manuel de Pombo, José Sanz de Santamaría, Fr. Juan
Anto­nio González, Guardián de San Francisco, Nicolás
Mauri­cio de Omaña, Pablo Plata, Emigdio Benítez,
Frutos Joa­quín Gutiérrez de Caviedes, Camilo Torres, Dr.
Santiago Torres y Peña, Francisco Javier Serrano Gómez
de la Pa­rra Celi de Albear, Fr. Mariano Garnica, Fr. José
Chaves, Nicolás Cuervo, Antonio Ignacio Gallardo, Rector
del Ro­sario, Dr. José Ignacio Pescador, Antonio Morales,
José Ignacio Alvarez, Sinforoso Mutis, Manuel Pardo.
Eugenio Martín Melendro.

Además firmaron el Acta, en el Cuaderno de la Su­


prema Junta, los siguientes: Luis Sarmiento, José María
Carbonell, Dr. Vicente de la Rocha, José Antonio Amaya,
Miguel Rosillo y Meruelo, José Martín París, Gregorio
José Martínez Portillo, Juan María Pardo, José María
León, doctor Miguel de Pombo, Luis Eduardo de Azuola,
Dr. Juan Nepomuceno Azuero Plata, Dr. Julián Joaquín
de la Rocha, Juan Manuel Ramírez, Juan José Mutienx.
Ante mí, Eugenio Martín Melendro.

211
Los sucesos del 20 de julio
POR DON JOSÉ DE ACEVEDO Y GÓMEZ

Carta a su primo hermano el prócer don Miguel Tadeo


Gómez, de los firmantes del acta de la In­dependencia del
Socorro

Santafé, 21 de Julio de 1810

Señor don Miguel Tadeo Gómez.

A las siete de la mañana, querido primo, grandes acon­


tecimientos políticos. ¡Somos libres! ¡Felices de nosotros!
Se completó la obra que comenzó esa ilustre Provincia.
Antes de ayer averiguó este pueblo que unos cuantos
fac­ciosos europeos nos iban á dar un asalto en la noche
de ayer y quitar la cabeza á diez y nueve americanos
ilustres, en cuya fatal lista tengo el honor de haber si­do
el tercero, Benitez el primero y Torres el segundo. Esta
noticia, semiplenamente probada por el infatigable ce­lo de
nuestros Alcaldes Gómez, europeo ilustre, y Pey, patricio
benemérito, con la del horrendo asesinato que hizo en esa
villa el tirano Valdés, puso furioso al pueblo de Santafé, que

213
José de Acevedo y Gómez

antes tenían por estúpido. La noche del 19 vino el pueblo


a guardarme, y si no lo he contenido se precipita sobre los
cuarteles.
Ayer 20 fueron á prestar un ramillete á don José González
Llorente para el refresco de Villavicencio, á eso de las once
y media día, en su tienda en la primera Calle Real, y dijo
que no lo daba; y que se c... en Vi­llavicencio y en todos los
americanos; al momento que pronunció estas palabras le
cayeron los Morales, padre e hijo; se juntó tanto pueblo,
que si no se refugia en casa de Marroquín, lo matan. En
seguida, como á eso de las dos de la tarde, descubrieron
al Alcalde toda la conspiración. El pueblo no le permitió
actuar: descerrajaron casa de Infiesta, Jefe de ella, y si no
le rodean algunos patriotas, brillaban los puñales sobre su
pecho, lo mis­mo que sobre Llorente, aquien también sacó
de su casa con Trillo y Marroquín, que escapó vestido de
mujer, pero le cogió el Alcalde Gómez en una sala de armas.
El Vi­rrey mandó escolta para auxiliar á la Junta. Yo estaba
en mi casa con otros amigos, cuando a la oración vino el
pueblo y me llevó á Cabildo, pidiendo las cabezas de Alba,
Frías y otros, con la libertad de Rosillo. La plaza estaba
completamente llena de gente y las calles no daban paso.
Subí y al instante me nombró el pueblo para su Tribuno ó
Diputado, y me pidió le hablase en público, haciéndome
mil elogios. Calló, y le hice una arenga, manifestándole sus
derechos y la historia de su esclavitud, y principal­mente en
estos dos años, con la de los peligros que ha­bíamos corrido
sus defensores. Le demostré la peligrosa cruz en que se
hallaba si prevalecía la tiranía y la fuerza.
En seguida me gritó que reasumía sus derechos y estaba
pronto á sostenerlos con su sangre; que extendiese el acta
de libertad en los términos que me dictaran mi patriotismo
y conocimientos; que le propusiera Diputados para que
unidos al Cabildo le gobernasen ínter las Pro­vincias
mandan sus Diputados, excluyendo de este Cuerpo á los
intrusos.

214
Los sucesos del 20 de julio

Entré la sala, extendí el acta constitucional, formé


la lista de diez y seis Diputados. Salí á la tribuna, hice
otra pequeña arenga, leí la lista, la aplaudió, y no­tando
que faltaba mi nombre, dijo que debía ser el pri­mero y
añadió otros Vocales, insistiendo en que iba á forzar la
prisión de Rosillo. Le aplaqué, ofreciéndole que el primer
acto del nuevo Gobierno sería la libertad de este ilustre
Vocal; que usara el pueblo con dignidad de sus derechos
y no comprometiera con violencias la seguri­dad de ningún
ciudadano. Oyó mi voz. ¡Qué placer es me­recer la confianza
de un pueblo noble! Llegaron a Cabildo los Diputados,
Prelados, Jefes, autoridades, etc., y el Oidor don Juan de
Jurado, comisionado por Su Excelencia pa­ra. .. (No se
entiende la palabra en el original). Era tal la confusión que
nadie se entendía. El pueblo gritaba que si no era cierto que
tenía que pelear con tiranos, se le entregase la artillería.
El Virrey la puso á disposición de don José Ayala, quien
con cien paisanos se unió á su Comandante. Pidió también
una compañía para guardia de las Casas Consistoriales,
comandada por Baraya, y la mandó: pero no cesaban las
desconfianzas. A las doce de la noche se trató de acordar,
comenzaron á dar votos disparatados y á pedir la lectura del
acta del pueblo, certificada por el Excelentísimo, y dije que
el Congreso no tenía ya autoridad para variar la institución
del pueblo. El Síndico dijo lo mismo; el Oidor se oponía, y
revistién­dome de la cualidad de Tribuno, salí al medio de
la sala. Hice una arenga y declaré reo de lesa majestad al
que se opusiera á la instalación de la Junta. El pueblo me
abrazaba, etc. El Asesor del Cabildo siguió el mismo dic­
tamen, y el Síndico, cuyo voto fue el primero que puse, dijo
lo mismo. Se retractaron los cuatro que habían pro­puesto
adjuntos para el Virrey.
Hablaron los nuevos Vocales divinamente. El Demós­
tenes Gutiérrez se hizo inmortal. Torres, Pombito, etc. El
pueblo gritaba lleno de entusiasmo. Jamás Atenas ni Ro­
ma tuvieron momento tan feliz, ni fueron superiores sus

215
José de Acevedo y Gómez

oradores á los que hablaron la noche del 20 de julio en


Santafé. Resultó por unanimidad que no había facultad
para variar el acta extendida por el Diputado del pueblo;
que jurasen los Vocales y se instalase la Junta.
El Oidor quiso dar parte al Virrey antes, y el pue­blo gritó
que era un traidor, pues sujetaba la sobera­nía del pueblo
á la decisión de un particular. Me asombré cuando oí esta
proposición en boca de gentes al parecer ignorantes. No
hubo arbitrio: se instaló la Junta unida al Cabildo: hice
presente al pueblo la consideración que debía a don Antonio
Amar por su prudencia en esta circunstancia, y las políticas
que debían tenerse presentes para que lo hiciera Presidente.
Gritó que viva Amar. No, no es tirano pues que lo abona
nuestro Diputado: sea Presidente. Fue una Diputación
a Su Excelencia, a las tres de la mañana, compuesta del
Arcediano, Cura Omaña, Torres y Herrera, con el Oidor; le
dio parte de todo; recibió con sumo gusto la noticia y aceptó
el cargo con que le honró el pueblo, ofreciendo reconocer
la Junta a las nueve de hoy y recibirse, suplicando si que le
dispensen venir a Cabildo, pues está malo. En seguida, la
han reconocido todos los Cuerpos que estaban presentes,
el Cabildo, Prelados, Gobierno Eclesiástico y los Jefes mili­
tares, con expresa orden del Virrey. Sólo falta la audien­cia
de algunos Prelados, etc.
Tenemos que ir a las nueve á la primera sesión, en que
quedarán concluidas todas estas formalidades. El pue­blo
no creyó los juramentos de Sámano. “Quito -grita­ban- y
el Socorro acusan a estos pérfidos”. Sámano con­signó el
bastón muy sentido. Yo aplaqué al pueblo. Hay en este
momento, que son las ocho de la mañana, sobre 4.000
hombres á caballo, que han entrado de la Sabana, y mi
casa no se entiende. Toda la noche ha estado el pue­blo
frente a mí balcón gritando vivas; mi mujer y mis hijos no
se han acostado. Esta fuera una Troya si el Virrey no se
porta como se portó. Las campanas no han cesado de tocar
a fuego; todo iluminado. El pueblo regis­tró todas las casas

216
Los sucesos del 20 de julio

sospechosas, pero no hizo daño alguno; sólo recogió las


armas y municiones. En este estado nos hallamos. Adiós,
mi querido primo.

J osé de Acevedo y Gómez.

[P. S.) La constitución debe formarse sobre bases de li­


bertad. Para que cada Provincia se centralice, unién­dose en
ésta por un Congreso Federativo. Está ju­rada sí por todos
(aquí una palabra ilegible) por mi Patria a su valor y a sus
desgracias debemos esta resolución. ¡Que viva la Esparta
de la América, el terror de los tiranos! Dí a mis queridos
paisanos que los adoro, que somos libres por su valor y
constan­cia, que se estén tranquilos pero avisados. Allá
irá Plata, con el acta impresa. Benítez es Vocal y Gómez el
clérigo, mis dignos paisanos.

(Hay una rúbrica),

217
Historia de nuestra revolución
Por Francisco José de Caldas

Sed incredibile est adepta libertate Quam brevi creverit…


Livius

La rivalidad que ha existido de tiempo inmemorial en


la América entre los españoles europeos y los indígenas
de este vasto continente; la rivalidad, casi increíble entre
el español y sus descendientes, se exaltó en 1794. En esta
época desgraciada vio la capital y el Reino más precioso de
su juventud en los calabozos; vio gemir sobre la cama del
tormento a uno de nuestros hermanos1. La esposa vio al
esposo, el padre al hijo marchar con cadenas a la Península:
este suelo se empapó con lágrimas de todos los americanos.
En vano la Corte de Madrid declaró la inocencia de las
víctimas, en vano restituyó a sus países a unos y elevó

1 Don José María Durán fue la víctima ilustre que sacrificó el des­potismo y la
barbarie en ese tiempo de opresión. Todavía resuenan en nuestros oídos los
lamentos de este joven inocente y virtuoso; todavía se estremecen nuestros co-
razones al considerado tendido sobre la cama que inventó la crueldad. Todavía
existe en la cárcel este instrumento de nuestra opresión. ¡Cómo ha escapado
a nuestra vigilancia despeda­zarla o reducida a cenizas. Esperamos que la hu-
manidad de nuestro Supremo Gobierno la haga quemar a los ojos del pueblo y
que sancione para siempre la abolición del tormento y que se arranque de los
Códigos esa ley bárbara y cruel, que degrada la humanidad.

219
Francisco José de Caldas

a otros en Europa: la llaga era profunda y no bastó este


remedio. El americano odió más al Gobierno español en su
corazón, y solo callaba porque lo hacía callar la bayoneta.
Este odio silencioso pero concentrado, empezó a explicarse
un poco con los sucesos de Quito del 10 de agosto de 1809,
las prisiones de Nariño, de Miñano, de Gómez, de Azuero,
de Rosillo y de otros inflamaron los ánimos, pero sin salir el
des­contento general del recinto doméstico; se murmuraba
con calor pero al oído. La escena trágica y sangrienta de
corazones, hasta el punto que una sola palabra bastó pa­
ra romper nuestro silencio y los diques de nuestro sufri­
miento el 20 de julio de 1810.

DÍA 20 DE JULIO

Don José Llorente, español y amigo de los Ministros


opresores de nuestra libertad, soltó una expresión poco
decorosa a los americanos; esta noticia se difundió con
rapidez y exaltó los ánimos ya dispuestos a la vengan­za.
Grupos de criollos paseaban alrededor de la tienda de
Llorente con el enojo pintado en sus semblantes. A este
tiempo pasó un americano, que ignoraba lo sucedido, hizo
una cortesía de urbanidad a este español; en el momento
fue reprendido por don Francisco Morales, y saltó la chispa
que formó el incendio y nuestra libertad. Todos se agolpan
a la tienda de Llorente; los gritos atraen más gente, y en un
momento se vio un pueblo numeroso, re­unido e indignado
contra este español y contra sus amigos. Trabajo costó a
don José Moledo aquietar por este ins­tante los ánimos
e impedir las funestas consecuencias que se temían.
Llorente se refugió en la casa inmediata de don Lorenzo
Marroquín.
A la una y media del día se le condujo a su casa en
una silla de manos para escaparse a la vista de un pue­
blo enfurecido; pero fue inútil esta precaución. Uno de
la plebe gritó: aquí llevan a Llorente. Apenas entró en su

220
Historia de nuestra revolución

casa cuando un pueblo inmenso se hallaba al frente de ella


resuelto a ponerlo preso y tal vez a asesinarlo. El Al­calde
Ordinario, don José Miguel Pey, ocurrió a sosegar este
tumulto y a salvar la vida de este hombre desgra­ciado. A
fuerza de promesas y empeñando el crédito de su autoridad
consiguió aquietar al pueblo conduciendo a su vista a la
cárcel a este español inconsiderado.
Apenas lo deja el pueblo asegurado en la prisión vuel­
ve todo su furor contra sus amigos y confidentes. Se
arroja sobre las casas de Infiesta y de Trillo, rompe a
pedradas las vidrieras, fuerza las puertas y todo lo registra.
Encuentra al primero en un escondrijo y el segundo escapa
despavorido.
La noche se acercaba y los ánimos parecía que to­
maban nuevo valor con las tinieblas. Olas de pueblo ar­
mado refluían de todas partes a la plaza principal; todos
se agolpaban al palacio y no se oye otra voz que Ca­bildo
abierto: ¡Junta! El pueblo estaba en la más viva in­quietud:
obligó al Teniente Coronel don José Moledo a que a su
nombre fuese personalmente a pedir el Cabildo abier­to al
Virrey; éste denegó la petición; el Procurador He­rrera se
halló con la misma comisión y obtuvo la misma respuesta.
A cada mensaje y a cada negativa tomaba más vigor ese
pueblo activo y generoso. En fin, comisionó al doctor don
Benedicto Salgar, don José María Carbonell, don Antonio
Malo, don Salvador Cancino y otros para que concediese el
Cabildo abierto que solicitaba. Por fortuna el Virrey había
llamado al Oidor don Juan Jurado para que le aconsejase
en este lance crítico y apurado. Este juicioso y prudente
español le dio el consejo que le debía dar: conceda V. E., le
dice, cuanto pida el pueblo, si quiere salvar su vida y sus
intereses. Consejo digno de un hom­bre experimentado y
que impidió el derramamiento de nuestra sangre. En los
últimos apuros se concedió un Ca­bildo extraordinario, pero
no abierto. El pueblo gritó vivas al Virrey por un Decreto
con que expiró su autori­dad y sus funciones.

221
Francisco José de Caldas

El pueblo se trasladó en masa a las casas consisto­riales;


reunió a los Alcaldes y Regidores; entraron los ve­cinos
y se comenzó, a pesar del Virrey, un Cabildo abierto. El
Oidor Jurado llevó los poderes del Jefe y los presidió en su
nombre.
¿Cómo podré pintar los debates, las arengas, el calor;
cómo las agitaciones de un pueblo inmenso, enérgico y
activo? ¿Cómo individualizar las operaciones de los Pe­
yes, Barayas, Moledos, Pardos, Gómez, Herreras, Azueros,
Gutiérrez, Carboneles y de tantos otros celosos de nuestra
libertad? Ciudadanos, perdonad a la brevedad de este
Diario, perdonad a la impotencia de nuestras plumas el que
no entremos en todos los pormenores de esa noche para
siempre memorable. Esta gloria la reservamos a nuestros
historiadores.
A las seis y media de la noche hizo el pueblo tocar a
fuego en la Catedral y en todas las iglesias para llamar de
todos los puntos de la ciudad el que faltaba. Estos cla­mores
en todo tiempo horrorosos, llevaron la consternación y el
espanto al corazón de todos los funcionarios del Gobierno.
Tembló el Virrey en su palacio, y conoció tarde que las
armas, esas armas en que tanto había con­fiado, eran ya unos
instrumentos impotentes y débiles, y que no obrarían sino
su ruina. Conoció con todos los magistrados que no es el
terror, no los calabozos, las ca­denas ni el cadalso el freno de
los pueblos. A pesar de esto, nosotros admiraremos siempre
la mano invisible que paralizó todos sus movimientos.
¿Cómo unos hombres que habían adoptado sujetar a los
pueblos por el terror, que habían aumentado sus fuerzas
y hecho preparativos de guerra no dispararon ni una sola
pistola? Las armas ca­yeron de sus manos y pasaron a las
del pueblo sin ruido y sin estrago. Este punto es capital y
merece detallarse.
Dos eran los objetos de temor y de desconfianza que
agitaban al pueblo: el Batallón Auxiliar y el parque de

222
Historia de nuestra revolución

artillería. El pueblo de Santafé les será eternamente reco­


nocido a los patriotas don José María Moledo y don An­tonio
Baraya. El primero ofreció desde los primeros momentos
que el Auxiliar no obraría contra nuestra libertad, y él
mismo se entregaba como rehenes en manos de un pueblo
entusiasmado por su independencia: él no desampa­ró la
plaza, ni las casas consistoriales, y el pueblo justo pagó sus
servicios nombrándo vocal en la Junta que establecía. El
segundo (Baraya) siempre manifestó sin temores su amor
al pueblo y a la Patria, siempre habló contra nuestros
opresores, y nosotros siempre lo mirába­mos como un
antemural y como el que neutralizaba las opiniones del
batallón. ¡Cuánto le debe la Patria! El aquietó el pueblo
en los momentos de su furor, él respondió con su cabeza
por la quietud del batallón, y que si obraba, obraría por la
libertad; él dio órdenes, él dio consejos, él trajo su compañía
a la plaza y él ayudó con todas sus fuerzas a derribar a
los opresores. La Patria ha recom­pensado sus servicios
nombrándolo vocal de la Suprema Junta, elevándole al
grado de Teniente Coronel del Bata­llón de Voluntarios de
Guardia Nacional.
El Coronel don Juan de Sámano pasó toda la noche
encerrado en el cuartel con el batallón sobre las armas.
A las cinco de la mañana del 21 prestó su juramento de
fidelidad a la Suprema Junta y quedaron las armas en las
manos del nuevo Gobierno. Estas fueron las operacio­nes
del Batallón Auxiliar.
El parque de artillería era lo que más inquietaba al
pueblo y sobre lo que mostró más energía. El Cabildo
mandó una diputación al Virrey, a fin de que la artillería
estuviese a las órdenes del pueblo: se denegó. Una se­gunda
diputación volvió a pedir lo mismo, se denegó; otra tercera
pidió que el patriota don José Ayala (una de las víctimas
de 1794) fuese con paisanaje a neutralizar las fuerzas en el
parque, se concedió, y todas las armas que­daron en manos
del pueblo.

223
Francisco José de Caldas

Mientras iban y venían las diputaciones, el pueblo ha­cia


movimientos de arrojo y de valor contra el parque, decían:
cuando no lo tomemos a lo menos impediremos sacar los
cañones contra los que organizan en la plaza. Una mujer
cuyo nombre ignoramos, y que sentimos no inmortalizar
en este Diario, reunió a muchas de su sexo, y a su presencia
tomó de la mano a su hijo, le dio la bendición y dijo: ve a
morir con los hombres: nosotras los mujeres (volviéndose
a las que la rodeaban) marche­mos delante: presentemos
nuestros pechos al cañón: que la metralla descargue sobre
nosotras, y los hombres que nos siguen y a quienes hemos
salvado de la primer descarga, pasen sobre nuestros
cadáveres, que se apode­ren de la artillería y libren a la
Patria. Pregunto: ¿Hay heroínas Entre nosotros? ¿Qué nos
puede presentar más grande la historia griega y romana?
El sexo delicado ol­vidó su debilidad y su blandura cuando
se trataba de la salud de la Patria2.
El pueblo en el seno de la seguridad aclamó los Vo­
cales que debían constituir la Junta Suprema del Reino.
En el calor de los debates se distinguieron mucho don
Frutos Gutiérrez, don Miguel Pombo, don José Acevedo,
don Ignacio Herrera, don Joaquín Camacho, don Camilo
Torres y otros. El primero reveló los misterios del anti­
guo Gobierno y puso en claro los derechos del pueblo.
Herrera con su carácter vigoroso y ardiente, sostuvo
nuestra libertad. Camacho desplegó la profundidad de su
genio. Torres, éste que tuvo valor de decir verdades terri­
bles a los antiguos funcionarios, que echó en cara a Es­paña
sus procedimientos para con las Américas, que for­mó esa
grande, enérgica y profunda Instrucción para el Diputado
del Reino, esa pieza maestra de elocuencia y de política3;
2 Cuando el Gobierno sepa quién es esa amazona formidable, debe decretar una
banda de honor para premiar el mérito y el valor. Tam­bién se distinguieron doña
Josefa Baraya, doña Petronila Lozano, doña Gabriela Barriga, doña Melchora
Nieto y otras muchas que sería largo referir.
3 Nota del editor: Incurre Caldas en equivocación al atribuir a Torres la Instrucción
para Diputado del Reino. Obra afortunada del regidor Herrera y Vergara; la pro-
ducción inmortal de Torres fue el célebre docu­mento conocido como Memorial
de agravios.

224
Historia de nuestra revolución

esa pieza que mereció el epíteto de sedi­ciosa a los sátrapas


a quienes atacaba, esa pieza que oca­sionó la opresión del
ilustrísimo don Miguel Gómez en el Socorro. Este Torres
modesto, prudente, silencioso; pero profundo, firme y
digno de haber sido compañero de Ca­tón y de Bruto,
sostuvo con decoro y con prudencia nues­tra libertad en esta
noche memorable. Muchos se opu­sieron obstinadamente a
que se consultase al Virrey sobre la instalación de la Junta.
Pombo dijo a Jurado: ¿qué hay que temer? Los tiranos,
señor, perecen; los pueblos son eternos. Aseguramos la
persona y el empleo. Acevedo proclamó traidor al que
saliese de la Sala sin dejar insta­lada la Junta. ¡Quién sabe
si a esta vigorosa resistencia se debe nuestra libertad! No
debe olvidar la Patria que Acevedo fue el que primero
arengó al pueblo, cuando nuestros opresores estaban en
el solio y empuñaban la es­pada: él explicó varios derechos
sagrados del pueblo, y dijo: Si perdéis este momento de
efervescencia y de calor, si dejáis escapar esta ocasión
única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como
insurgentes: ved (señalando las cárceles) los calabozos)
los grillos y las cadenas que os esperan.
Don José María Carbonell, joven ardiente y de una
energía poco común, sirvió a la Patria, en la tarde y en la
noche del 20, de un modo nada común: corría de taller en
taller, de casa en casa; sacaba gentes, y aumentaba la masa
popular; él atacó a la casa de Infiesta, él lo prendió y él
fue su ángel tutelar para salvarle la vida. Carbonell ponía
fuego por su lado al edificio de la tiranía, y nacido con una
constitución sensible y enérgica tocaba en el en­tusiasmo
y se embriagaba con la libertad que renacía en­tre las
manos. Dichoso si no hubiera padecido vértigos políticos
y cometido imprudencias! Patria, no olvides sus servicios,
esos servicios que ayudaron a salvarte.
Don Francisco Morales, que tanto se acababa de dis­
tinguir, con sus dos hijos (el Vocal don Antonio y el doc­
tor don Francisco) en la tarde de este día, llevó una Di­

225
Francisco José de Caldas

putación del Cabildo al ex-Virrey para que aumentase las


facultades de Jurado. Entró en el salón de Palacio; uno de
esos aduladores que rodeaban a Amar se sonrió con aire
de burla y de desprecio del Embajador y de la Emba­jada.
Tan ciegos estaban y tan confiados en su poder. En­tonces
Morales, con la intrepidez de un romano le dijo: ¡Te burlas
de mi traje! ¡Te burlas de la comisión de un Cabildo, de un
pueblo que sabe hacerse respetar’! Vol­viendo su palabra al
ex-Virrey le dice con firmeza: Tres partidos se presentan
a V. E. salir en persona a sosegar a un pueblo enfurecido,
pasar personalmente a las casas consistoriales o aumentar
las facultades de Jurado, ¡cuál se elige sin demora’! Amar
tomó el tercero. ¿Y cómo po­día tomar el primero, ni el
segundo? Aumentó y dio por escrito todo el lleno de sus
facultades, de estas faculta­des que ya no más expiraban, al
Oidor Jurado.
Don José Miguel Montalvo y Acevedo siguieron pro­
poniendo al pueblo los sujetos más beneméritos para vo­
cales, los que fueron aclamados con los vivas de diez mil
almas reunidas al frente de la casa consistorial. Cuando se
trató de nombrar Presidente, Gutiérrez se declaró por el ex-
Virrey Amar. Arengó al pueblo y le hizo ver que este Jefe,
lleno de sencillez y de moderación, se había hecho digno
de nuestro reconocimiento por haber accedido a to­das sus
peticiones, y obtuvo de este pueblo generoso la Presidencia
para Amar.
En fin, después de las agitaciones más acaloradas,
después de las inquietudes más vivas, después de una no­
che de sustos, de temores y de horror quedó instalada la
Junta Suprema del Nuevo Reino de Granada al rayar la
aurora del día 21 de julio de 1810. Ella fue reconocida por
el pueblo que la acababa de formar, por el clero, cuerpos
religiosos, militares y tribunales. El orgullo de los oido­
res, de esos sátrapas odiosos, se vio humillado por la pri­
mera vez, se vio esa toga imperiosa por 300 años ponerse
de rodillas a prestar fe y obediencia en manos de una

226
Historia de nuestra revolución

Junta compuesta de americanos, a quienes poco antes mi­


raban con desprecio. ¡Gran Dios! ¿Cómo reconoceremos
dignamente estos beneficios debidos a tu bondad? Tú nos
salvaste de las manos de nuestros enemigos, sálvanos
ahora de nuestras pasiones, inspira dulzura, humanidad,
moderación, desinterés, y todas las virtudes en nuestros
corazones; tranquiliza nuestros espíritus; reúne las pro­
vincias, forma un imperio de la Nueva Granada. Nosotros te
adoraremos en él, nosotros cantaremos vuestras ala­banzas
y os ofreceremos el sacrificio de nuestros cora­zones, el más
grato a tus ojos.

DÍA 21 DE JULIO

- Ayer se puso el sol dejándonos en la escla­vitud, y hoy


ha arrojado sus rayos sobre un pueblo libre, victorioso y
que descansa sobre sus laureles. Orgulloso con su libertad
paseaba lleno de contento por plazas y por calles. El
esposo contaba a la esposa sus esfuerzos y sus hazañas,
el amigo felicitaba al amigo; grandes y chicos, hombres y
mujeres todos los corazones rebozaban en ale­gría. Un peso
inmenso se ha quitado de nuestros hombros (decía éste);
ya no tememos la fecundidad de nuestras esposas; los
hijos, este dulce lazo conyugal, no será ya una carga pesada
para el padre; será sí una prenda más dada a la Patria, esta
Patria los alimentará y satisfecha con es­te tributo, llenará
de honores y de bienes a los que le han dado ciudadanos.
¡Dichosos nuestros esfuerzos! ¡Dichoso nuestro valor!
He aquí los sentimientos, he aquí las ex­presiones de este
pueblo en los primeros momentos de su libertad.
A las ocho y media se reunieron los Vocales en la Ca­
sa Consistorial, y formados en dos alas pasaron al pala­cio
del ex-Virrey a recibirle como a Presidente el jura­mento
de fidelidad y de obediencia, el que prestó en ma­nos del
Vicepresidente. ¡Qué contraste hace en mi imagi­nación
esta ceremonia, con la respuesta que pocas horas antes

227
Francisco José de Caldas

había dado al Cabildo de la capital este exvirrey! El hecho


fue: cansado el ilustre Ayuntamiento de pasar­le oficios
respetuosos en que hacia ver la desconfianza de los pueblos
para con los funcionarios del Gobierno, de recordarle las
medidas que habían tomado las provin­cias de Cartagena,
Pamplona y últimamente el Socorro en sus gobernadores
y corregidores, y de pedir una Junta compuesta de los
diputados de los cabildos del Reino, le mandó el día 20 de
julio, entre diez y once de la ma­ñana, una Diputación para
conferenciar verbalmente so­bre las medidas que debían
tomarse en unas circunstan­cias tan urgentes y tan críticas.
El Asesor del Cabildo, don José Joaquín Camacho, fue el
encargado de sostener esta conferencia. Así que se impuso
Amar del objeto de esta misión, se denegó abiertamente;
instado segunda vez con razones victoriosas, se indigna y
con un aire feroz res­pondió: Ya he dicho. Así se terminó
una medida huma­na, justa y que habría salvado a este
Virrey endurecido en su sistema imperioso y humillador.
¡Desgraciado: no sabía que era el último ultraje que hacía
al Cabildo y al pueblo!
Los antiguos funcionarios estaban al borde del preci­
picio y no lo conocían. ¡Ciegos! Estaban rodeados de ame­
nazas y se creían en seguridad. La víspera de su ruina
di­jo el Regente: yo no veo esos riesgos, yo no veo esos
peligros. Alba añadió: la conmoción popular que se teme
está muy lejos, y solo faltaban tres horas para comenzar. El
conocimiento de nuestro carácter dulce de que se lisonjeaba;
la experiencia de nuestro silencio en las vejaciones de 94;
la conducta popular que afectó a la llegada de Mendinueta,
el regocijo instantáneo y los afectos efímeros de nuestros
corazones sencillos, todo deslumbró a este desgraciado;
digamos mejor: una mano invisible lo detiene en Santafé
para que sirva de espectáculo a un pueblo a quien hizo
derramar tantas lágrimas. Obcecados ellos mismos tendían
las redes en que iban a caer. “Cuando Dios quiere trastornar
los imperios, dice Bossuet, to­do es débil, todo es irregular,

228
Historia de nuestra revolución

ciega a los que mandan, los precipita, los confunde, los


envuelve en tinieblas y en sus mismas sutilezas y todas
sus precauciones no son sino lazos, el espíritu de vértigo
y aturdimiento reina en sus consejos; no saben qué hacer
y son perdidos”. Es increíble el grado de ceguedad a que
habían llegado estos Ministros. Pretendieron vejar la
capital del Reino y lle­narla de terror, elevando en picas
las cabezas de don José María Rosillo y de don Vicente
Cadena. ¡Insensatos! No sabían que solo la noticia de
esta sangrienta eje­cución conmovió todos los corazones.
Chico, grande, hombre, mujer, todos traían grabada la
indignación sobre su rostro. Si Cortázar, más advertido no
se hubiese opuesto a este proyecto digno de Nerón, ese día
habría sido de nuestras venganzas: ese día habría hecho
la erupción más impetuosa y terrible este pueblo grande
y compasivo. Yo no dudo que la capital no habría sufrido
este ultraje y esta insolencia. Tal vez las cabezas de Alba, de
Frías y de sus compañeros habrían montado las picas que
se destinaban para mostrar las de nuestros conciudadanos.
¡Sombras ilustres de Cadena y Rosillo, recibid las lágri­
mas y los suspiros de este pueblo entonces oprimido y hoy
soberano! Que vuestra memoria sea eterna entre nosotros:
que vuestros nombres sean ilustres; que no se puedan
pronunciar sin emoción; que no podamos gustar de nues­
tra libertad sin acordarnos de vuestro valor y de vuestra
generosidad; que vuestras cabezas bañadas en sangre se
presenten en todo momento a los ojos de vuestros opre­
sores; que vuestras imágenes los aterren; que los turben en
el sueño y que los persigan a todas partes. Entre tanto tú,
¡OH Patria!, honra su memoria.
El pueblo no desamparó un solo momento la plaza
mayor en que se hallaba congregado. Pedía con obstinación
y con firmeza las prisiones del Oidor Alba y del Fiscal Frías
y de otros funcionarios del antiguo Gobierno; pedía con el
último ardimiento la soltura del señor Magistral Rosillo.
Este patriota generoso se mereció el odio del Gobierno que

229
Francisco José de Caldas

expiró, por sus votos libres en esas juntas memorables del


7 y 11 de septiembre de 1809, digamos mejor, de esas farsas
con que pensaron alucinar a los incautos. Rosillo añadió a
este mérito el de haber proyectado tomar a Santafé el 29 de
octubre de ese año. Frustradas sus esperanzas, parte para
el Socorro; camina de noche por sendas desconocidas,
y siempre huyendo de los ojos de los tiranos; atraviesa
montañas intransitables, muda de traje y hace todos
los esfuerzos por llegar al Socorro, por difundir luces,
por hacerse prosélitos y libertar la patria. Nada valió; el
28 de diciembre fue apresado por don Pedro Agustín de
Vargas y conducido a Charalá; el 30 se le entregó al oficial
Fominaya, quien lo condujo al Socorro y lo puso en manos
del corregidor Valdés, de este Valdés sanguinario, que
tuvo valor de abalear a sangre fría a un pueblo inocente
y generoso como el del Socorro. Fue encerrado sin
comunicación en una celda de capuchinos, por el espacio
de quince días; fue conducido en medio de bayonetas a
esta capital; fue entregado al oficial Ferro, quien traía una
pistola preparada para quitar la vida a su presa, siempre
que alguno lo quisiese sacar de entre sus garras. ¡Bárbaros!
¡Opresores! ¿No debía temer Rosillo más a sus amigos que
a sus tiranos?
En medio del sobresalto y del horror entró en esta
capital, el 21 de enero del año de nuestra libertad. En
manos de Alba, en manos del odioso Alba cayó esta víctima
desgraciada; fue igualmente sepultado en capuchinos; se
le quitó toda comunicación y consuelo. El no veía sino de
cuando en cuando el rostro denegrido y severo del fun­
cionario Alba; casi sepultado vivo pasó desde el 21 de enero
hasta el 21 de julio sin saber de su familia, de sus amigos,
ni de la suerte de su patria amada. ¡Ah! en uno de aquellos
momentos de tristeza y de amargura se le oyeron por sus
guardias estas notables palabras, palabras que debemos
grabar en nuestros corazones para saberlas reconocer:
¡OH patria: cuánto me debes! Sí, la patria lo conoce, y la

230
Historia de nuestra revolución

patria ha comenzado a recompensar tus servicios, mártir


voluntario de nuestra libertad.
El pueblo de Santafé, justo y reconocido, hizo una de
aquellas demostraciones extraordinarias, que solo son
debidas al mérito distinguido. Entre diez y once del día
marchó en masa al convento de capuchinos; retiró la
guardia, estrechó entre sus brazos y lavó con sus lágrimas
a este amigo querido; lo saca en triunfo, lo lleva en sus
brazos y lo presenta en la galería de las casas consis­
toriales. Atónito, fuera de sí, y rebosando en júbilo, toma
la palabra y dice: Lo mucho que os amo, ¿y qué otro amor
me ha costado tantos trabajos’ Unos crueles tiranos
querían acabar con mi existencia depositándome vivo en
un sepulcro; seis meses ha que he estado en un encierro,
el más riguroso, con centinela de vista, sin poder salir
de un estrecho recinto; aun cuando los males que me
atacaban exigían alguna consideración y piedad, se me
negaba hasta el pequeño consuelo de saber el estado de mi
familia; pero tú, pueblo ilustre, pueblo fidelísimo, en este
momento has quebrado las cadenas que me oprimían,
y mis penas y prisiones las has convertido en la mayor
gloria que puede apetecer hombre alguno sobre la tierra.
Tu generosidad ha hecho impresiones muy profundas en
mi corazón. Ellas quedarán grabadas para siempre en él.
Todos mis anhelos serán cumplir con los deberes que me
impones, y mi reconocimiento hará que yo más bien que
ninguno me sacrifique por esta patria que tanto amas; por
el Rey, a quien únicamente se consagran vuestros votos, y
por la religión que quieres conservar como la heredasteis
de vuestros padres. Aquí lle­gaba en su discurso cuando,
faltándole el aliento por la debilidad causada por la prisión
de seis meses, gritó al pueblo: basta, basta. Pero repuesto
algún tanto pidió permiso al pueblo para seguir. Vosotros,
dijo, no debéis olvidar en vuestros triunfos dar gracias
y levantar vuestros corazones al Todopoderoso; El os ha
dado este valor que os conduce a vuestra libertad. Ahora

231
Francisco José de Caldas

es cuando vuestras costumbres deben corregirse en todo a


la ley divina; arreglad a ella vuestras acciones; guardad
sus santos preceptos; moderaos en medio de vuestras
glorias si queréis ser enteramente felices.
Se nos olvidaba decir, que todas las calles que condu­
cen del convento de los Padres capuchinos a la plaza se
colgaron. Las damas, los niños que llenaban los balcones
arrojaron flores sobre Rosillo; un golpe de música mili­
tar precedía el triunfo; cuando llegó a la plaza y vio el
pueblo el Palacio del ex-Virrey sin adornos, mandó que se
colgasen inmediatamente, y obligó a la guardia a pre­sentar
las armas y batir marcha. Decreto justo, pues pasaba un
pueblo soberano.
El 21 se vieron ya sobre todos los sombreros cintas en
que se había escrito “Viva la Junta Suprema de Santafé
de Bogotá”. La divisa de los vocales es un lazo encarnado
y amarillo en el brazo izquierdo. El Vicepresi­dente trae
una banda de los mismos colores. Ya era tiem­po de que
se decretase la Escarapela Nacional, y que todo ciudadano
y toda Provincia reunida llevase la divisa de la libertad.
Un lazo bicolor en que la mitad fuese amarillo y la otra
mitad encarnada, puesto en los sombreros sería lo más
conveniente y más sencillo.
Don Bruno Espinosa fue comisionado por algunos
miembros de la Junta para que con gentes de satisfacción
guardase el parque y ayudase a don José Ayala, lo que
ejecutó con prontitud y patriotismo. También merece una
mención honrosa don Salvador Cancino y su hijo don José
María. Todos estos han manifestado actividad y vi­gor en el
servicio y custodia de la artillería.
Mientras una parte del pueblo se ocupaba en el triunfo
de Rosillo, otra partió en busca del ex-Fiscal Frías Un
pueblo numeroso se aboca a las puertas de su casa: entra,
le sorprende y, en medio de la algazara y de im­properios,
le conduce a la Casa Consistorial. La Junta Suprema, que
estaba congregada, no permitió que se le presentara; se le
detuvo en una sala, de donde fue con­ducido a la cárcel. El

232
Historia de nuestra revolución

pueblo en furor le habría mil veces asesinado; él pedía su


cabeza, él pedía su suplicio.
Si el pueblo odiaba a Frías, detestaba al Oidor Alba
con todo su corazón. Odio implacable, odio sin medida,
venganza y sed de sangre eran los sentimientos que ani­
maban a este pueblo. Ataca, entra, registra la casa de
este Ministro desgraciado: no lo halla, redobla sus es­
fuerzos, hasta que Cortázar lo sosiega y promete presen­
tarlo a la Suprema Junta antes que acabe el día. Veinte
años de un mando imperioso, veinte años de procesos y
de pesquisas, veinte años de velar sobre nuestra conducta,
veinte años gastados en amontonar enemigos resentidos,
ira y venganza, ¿qué consuelo podían prometer a su co­
razón? Sumergido en las más vivas agitaciones, viendo el
puñal vengador por todas partes no le queda otro consue­
lo que echarse en manos de su colega Cortázar, refugiar­se
en su casa y temblar. Fue preciso ponerse en manos de un
pueblo ofendido, en manos de un pueblo de quien no podía
esperar sino decretos de muerte.
Cortázar cumplió con su promesa. Esperó un mo­mento
favorable, un momento en que el pueblo no fuese tan
numeroso, y en una silla de manos lo conducía a las casas
consistoriales en donde estaba reunida la Junta Su­prema.
Apenas lo percibió el pueblo, se arrojó sobre su presa.
Don Vicente Benavides frustró un golpe mortal que le tiró
uno de la turba. Esfuerzos costó subirlo ileso a la galería.
Cuando Alba se vio a la vista de un pueblo inmenso, de
un pueblo implacable, entre cuyos individuos no contaba
un amigo, de un pueblo que solo pedía su supli­cio Y su
sangre, se llenó de consternación y de espanto. Apenas se
pudo quitar el sombrero y pronunciar lángui­damente estas
palabras: señores, ya estoy preso. El pue­blo gritó: bueno,
bueno, bueno; falta la cabeza ¡Infeliz! en este momento vio
que cargaba sobre sí toda la indigna­ción pública, y en este
momento conoció que el terror es el camino más seguro
para el cadalso.

233
Francisco José de Caldas

El señor Vicepresidente, los Vocales don Frutos Gu­


tiérrez y don Francisco Morales, y otros amigos del pue­
blo consiguieron a fuerza de exponerse, llevarlo con vida
a la cárcel. Picas, espadas, puñales, amenazas, todos los
signos del furor y de la venganza rodearon a este Minis­
tro y a sus defensores. Alba contaba mucho con nuestra
mansedumbre. No se le podía haber preguntado en esos
momentos terribles: ¿Estas son las ovejas, estos los cor­
deros que se dejan degollar sin quejarse? ¿No has dicho
muchas veces que los moradores de Santafé son perros a
quienes se han arrancado todos los dientes? Veinte años
de observación no le habían bastado para conocer nuestro
carácter. Pues que sepa, y que sepa el universo que somos
humanos, compasivos, hospitalarios, que sabemos sufrir
en silencio las opresiones que sentimos, y que nuestros
sentimientos son profundos e indelebles; que amamos a
la patria y que nos sacrificaremos enteros por su salud;
que somos fieles a nuestras promesas; que somos since­ros;
que nuestros corazones no están corrompidos con el lujo
y el doblez; que tenemos energía, intrepidez y valor para
derribar a nuestros tiranos; en fin, que somos dig­nos de
ser libres.
Estos son los sucesos principales del día veintiuno de
julio. Muchos se habrán escapado a nuestra penetra­ción,
pero los insertaremos en un apéndice, así que lleguen
a nuestra noticia. Nuestros conciudadanos deben vivir
persuadidos que aspiramos a honrar su memoria, y que la
verdad y la justicia son las que guían nuestras plumas. El
que tiene mérito debe ocupar un lugar en nuestro Diario.
Nada tenemos de parciales; si callamos es porque ig­
noramos. Tampoco aumentamos el mérito de algunos,
como ya se ha dicho. Si elogiamos es porque creemos se
han merecido los elogios. Conocemos que es imposible es­
cribir a gusto de las pasiones de todos.

234
Historia de nuestra revolución

DÍA 22 DE JULIO

- El pueblo sostenía su puesto y su firmeza. A cada


momento gustaba más de su libertad, conocía más y más
sus derechos, su dignidad y su soberanía. To­maba aquel
tono imperioso, libre y de SEÑOR. Ya no era ese rebaño de
ovejas, no ese montón de bestias de carga que solo existían
para obedecer y para sufrir. Pedía o casi mandaba a la
Suprema Junta la ejecución de mu­chos artículos.
No todas las peticiones del pueblo eran justas. Mu­chas
respiraban sangre y dureza. La Junta Suprema con­cedía
unas, olvidaba otras, otras en fin negaba con per­suasiones.
Don Antonio Baraya y el Canónigo don Mar­tín Gil
trabajaron mucho para disuadir y para tranquili­zar a este
pueblo enérgico, que deseaba con inquietud ver realizados
sus deseos.
Ya muchos ciudadanos ilustrados preveían las conse­
cuencias a que darían origen las reuniones frecuentes de
un pueblo numeroso y embriagado con la libertad. Se te­
mía que aquellos esfuerzos que al principio habían salvado
la patria, le fuesen funestos en los días consecutivos, y
deseaban que la suprema autoridad impidiese las reunio­
nes. Otros, opinaban todo lo contrario.
Por la tarde comenzó el pueblo a pedir que Frías y Alba
se trasladasen del cuarto que ocupaban en la cárcel de
Corte a los calabozos y que les remachasen con un par de
grillos a cada uno, y esto sin demora. La Junta Supre­ma,
después de una madura consideración, resolvió condes­
cender con el pueblo. Poco contento con esto, quiso que
estos ministros desgraciados sirviesen de espectáculo a
su enojo. Pidió que se les presentasen en el balcón de la
cár­cel para verlos cargados de estas prisiones. Los Vocales
eclesiásticos don Martín Gil, don Nicolás Omaña y don
Francisco Javier Gómez lucharon en vano para obtener del
pueblo la gracia de evitarles este escarnio; Gil dijo: pueblo
generoso, pueblo cristiano: Jesucristo nos perdona

235
Francisco José de Caldas

cuantas veces nos humillamos: todos los días le ofende­


mos: perdona a estos ministros esta vejación que preten­
des. Ya están puestos los grillos que has pedido. Si no
estáis satisfechos, que entren doce de vuestra confianza
en la cárcel a ser testigos. Aquí interrumpió el pueblo y
gritó: No, no, que se presenten al balcón, queremos ver­
los con nuestros propios ojos. Gil volvió a tomar la pala­
bra, y dijo: Os juro por mi carácter, os juro por Jesucris­to,
que ya Frías y Alba tienen puestos los grillos. El pue­blo
respondió, bueno, pero queremos que se presenten. Tomó
entonces la palabra Gómez, y dijo: ¿Tienes, pueblo cristia­
no, confianza de mí’ Sí, contestó el pueblo. Pues yo soy
uno, continuó, de los heridos por el antiguo Gobierno, yo
os pido desistáis de esta pretensión, yo os lo suplico, si
me amáis No, no, respondió la multitud, que salgan. Es­
tos tres eclesiásticos (Gil, Gómez y Omaña), agotaron to­
dos sus recursos y no pudieron arrancar del pueblo otras
palabras que: No, no, que salgan, que se presenten. Tan­to
era el encono, y tan profundas las heridas de su corazón.
Viendo que era preciso presentarlos, los eclesiásticos
vocales referidos recomendaron la moderación; pidieron
que no se les dijesen palabras injuriosas, ni fuesen a arro­
jar piedras. El pueblo ofreció moderarse, y lo cumplió
exactamente.
La noche se acercaba, y en efecto se oscureció en es­
tos debates. El pueblo pidió que se encendiesen bujías y
que se realizasen cuanto antes sus deseos. En efecto, se
expusieron a estos dos ministros desgraciados a los ojos
de un pueblo ofendido y sufrieron en este momento de
amargura el oprobio y el peso de la indignación pública.
Concluida esta escena dolorosa, fueron conducidos a sus
respectivos calabozos.
El pueblo, satisfecho, paseaba la plaza y comenzaba
a retirarse, cuando a las nueve de la noche se difunde la
voz de que se acercaban a la capital 300 negros a caba­llo
y bien armados, con el objeto de atacar al pueblo y poner

236
Historia de nuestra revolución

en libertad a Frías, Alba, Llorente, Infíesta y a todos los


demás que se hallaban en las cárceles. En este momento
todo se pone en movimiento y en las más vivas agitaciones:
las campanas de los templos llaman a fuego; no se oía
otra cosa que traición, traición, nos han vendi­do, a las
armas. Las plazas, las calles, se inundan de gen­tes; corren
en pelotones en todos sentidos; ocurren a los cuarteles, al
parque de artillería; se arman y en masa ocupan enfurecidos
las entradas de la ciudad. ¡Qué valor! qué intrepidez para
arrostrar los peligros manifestó este pueblo generoso. ¡Las
mujeres daban ejemplo a los sol­dados! Un valiente patriota
que avanzaba con espada en mano, pidió a una mujer se
apartase para ocupar ese lu­gar. Esta se injuria y dice: ¡La
piedra que yo lance no hará tanto efecto como tus golpes!
Despreció el consejo, y mantuvo su puesto.
Las avanzadas de patriotas que volaron por los caminos
al encuentro de los negros, vieron que eran gentes de los
pueblos vecinos que entraban en auxilio de la pa­tria. Con
esta noticia todo se tranquilizó con la misma prontitud con
que se había alarmado. A las doce de la noche reinaba el
sosiego y el silencio en toda la ciudad. Solo paseaban alerta
las patrullas patrióticas de a caba­llo. Esta noche, célebre
por nuestras agitaciones, ha que­dado conocida con el
nombre de la Noche de los Negros.

237
Índice Onomástico

A Bolívar Simón 44, 45, 67, 69, 79,


90, 100, 111, 125, 126, 128,
Acevedo y Gómez, José 37, 39, 131, 132, 134, 137
101, 199, 201, 203, 206 Bonaparte José 26, 30
Aguirre Lope de 73 Bonaparte Napoleón 25, 27, 29,
Alba Oidor 229, 233 34, 41
Almeida 68, 69 Borrero Eusebio 63
Álvarez José Joaquín 204 Boves Tomás 53, 67, 129
Amar y Borbón 39, 59, 117, 209 Brión Pedro Luis 91
Anzoátegui José Antonio 45, 79 Buffon 19
Areche José de 55 Burgos Carlos de 204
Arrubla Manuel Antonio 92
Artigas 46 C
Ayala José 206, 215, 223, 232
Cadena Vicente 229
B Caicedo Luis 201
Caldas Francisco José de 19, 37,
Barasorda Nicolás Xavier de 158 38, 74, 76, 79, 123, 219
Baraya Antonio 63, 110, 123, 126, Camacho Joaquín 19, 37, 79, 123,
128, 203, 205, 211, 223, 211, 224, 228
235 Cancino Salvador 221, 232
Baraya Josefa 224 Carbonell José María 37, 38, 58,
Barreiro José María 70, 127 59, 211, 221, 225
Barriga Gabriela 224 Carlos IV 26
Bastús y Falla Juan 37 Carpintero José 204
Benavides Vicente 233 Casamayor Juan de 169
Benjumea Fernando 201 Casas Bartolomé de Las 94

239
Índices

Castillo José María del 79, 199 Gutiérrez de Piñeres Francisco 55,
Castillo y Rada José María del 79 156
Castro Justo 201 Gutiérrez Frutos Joaquín 79, 84,
Caycedo Juan José 63 123, 199, 211
Córdoba José María 79 Gutiérrez José Gregorio 199
Corral Juan del 67, 79 Gutiérrez José María 59
Cortázar 229, 233
H
D
Herrera Ignacio de 79, 207, 211
Diderot 43 Herrera Ignacio 205, 224
Domínguez de Castillo José María Hidalgo Miguel 36, 50
211 Humboldt 75
Hurtado Manuel José 92
E
I
Elbers Juan Bernardo 91
Emparán Vicente 35 Infante Leonardo 130
Infiesta 39, 201, 204, 214, 221,
F 225
Fernández Heredia Suescún J
Francisco 201, 211
Fernández Madrid José 79 Jefferson 100
Fernández de Sotomayor Juan 60, Jovellanos Gaspar de 78
94, 95, 97 Jurado Juan 205, 206, 208, 211,
Fernando VII 26, 27, 28, 29, 30, 221
31, 32, 33, 36, 37, 39, 41,
42, 43, 97, 102, 116, 118, L
119, 133, 175, 204 Labatut Pedro 64
Friede Juan 70, 120 Laserna 70
G Latorre 68
Limonta José 64
Galán José Antonio 57 Llorente José 38, 220
Gallardo Antonio 199 Locke 100
Gálvez José de 55 Lozano Jorge Tadeo 19, 87, 108,
García Manuel 59 123
García Canas 36 Lozano Petronila 224
García de Toledo 60
Gil Martín 235 M
Godoy 26, 27, 124, 196 Machín Barrera Juan Bautista 73
Gómez Francisco Javier 235 Madariaga 35
Gómez Miguel 225 Malo Antonio 221
Gómez Miguel Tadeo 213 Mariana Juan de 99
González Llorente José 38, 214 Márquez José Ignacio de 79
Groot José Manuel 61 Marroquín Lorenzo 204, 220
Gutiérrez Bernardo 204 Méndez Luis López 92

240
Índices

Mendoza Jerónimo de 201 Pérez Brito Benito 117


Miranda Francisco 20, 137 Petión Alejandro 67
Moledo José 38, 206, 220, 221 Pey José Miguel 39, 205, 206,
Montalvo Francisco de 117, 120, 210, 221
122 Pey Juan Bautista 205, 211
Montalvo Francisco 64, 75, 76 Piñeres Gabriel 60
Montalvo José Miguel 226 Plata Pablo 199, 211
Montes Francisco 37 Pombo Miguel de 79, 112, 211
Montesinos Antonio de 94 Pontón Joaquín Eduardo 59
Montesquieu 43, 100
Morales Francisco 38, 120, 205, R
220, 225, 234 Rasillo Andrés 199
Morelos José María 37 Raynal 19
Morillo Pablo 42, 43, 44, 47, 67, Restrepo José Félix de 19, 79, 100
120, 121, 131, 132 Restrepo José Manuel 79, 89
Mosquera Tomás Cipriano de 79 Rodríguez de Lago 201, 211
Mutis José Celestino 19 Rojo Vicente 204
Mutis Sinforoso 20, 205, 211 Rook Jaime 130
N Rosillo Andrés 58, 205
Rosillo José María 229
Nariño Antonio 19, 59, 62, 76, 79, Rousseau 43, 100
86, 87, 96, 109, 111, 114, Rubio Luis 203
115, 126, 130 Ruiz 68
Neira Juan José 69
Núñez Antonio 64 S

O Saavedra Cornelio 36
Salgar Benedicto 221
Obando José María 79 Sámano Juan 44, 69, 123
O’Connor 70 San Martín 44, 46, 129, 131
O’Higgins 46 Santamaría señoritas 38
Omaña Nicolás Mauricio de 199, Santander Francisco de Paula 45,
205, 211 51, 79, 126, 132
Omaña Nicolás 235 Santos Antonia 69, 123
Ortega José 201 Santos Plata Antonia 69
Oyón Álvaro de 73 Santamaría José Sanz de 205, 211
Sarmiento Andrés 63
P Selva Alegre 34
Padilla José Prudencio 130 Soto 73
Páez José Antonio 68, 79, 130, Soublette Carlos 79
131, 139 Suárez Francisco 99
Pamba Manuel de 199 Sucre Antonio José de 79, 130
Pando Juan José 33 T
Paw 19
Payne 100 Tacón Miguel 66, 126

241
Índices

Tenorio Tomás 199 V


Toro Zambrano Mateo de 36
Torres Camilo 34, 35, 37, 77, 79, Vargas Pedro Agustín de 230
84, 97, 108, 109, 110, 112, Vargas Pedro Fermín de 19, 20,
123, 199, 205, 206, 209, 79, 85, 86
211, 224 Villavicencio Antonio 38, 123
Torres José Camilo 199 Villamizar María Agueda de 37
Trillo 214, 221 Vitoria Francisco de 94, 99
Voltaire 43
U
Z
Ugarte José Antonio 201
Urdaneta Joaquín 204 Zea Francisco Antonio 19, 20, 70,
79, 92

242
Índice Toponímico

A B
alcabala 55, 73, 85, 149, 150, 151, Bagatela, la 96
154, 162, 166 Barbacoas 66
Alto Perú 54, 55, 70, 132, 138 Bayona 26, 27, 28
Ambalema 57, 90, 106 Buenos Aires 10, 14, 29, 31, 32,
Ambato 55 35, 137, 141, 142, 143, 144
América 3, 4, 9, 10, 11, 12, 13,
14, 15, 18, 19, 23, 25, 27, C
28, 29, 30, 31, 32, 35, 51, Cali 4, 10, 36, 37, 58, 73, 100,
54, 72, 76, 77, 78, 86, 94, 141
95, 96, 98, 99, 110, 113, Caracas 10, 31, 35, 136, 137, 142,
117, 118, 119, 120, 121, 143, 144, 158
124, 125, 134, 135, 136, Cartagena 10, 20, 36, 37, 40, 43,
137, 141, 142, 144, 157, 51, 53, 58, 59, 60, 67, 78,
166, 175, 176, 177, 178, 87, 88, 89, 94, 97, 102, 105,
179, 180, 181, 182, 183, 106, 108, 109, 110, 111,
184, 185, 186, 187, 188, 114, 120, 122, 126, 127,
189, 190, 191, 192, 193, 149, 160, 164, 165, 228
194, 195, 196, 197, 198, Centralistas 22
200, 201, 217, 219 Chapetones 31, 50, 72, 73, 75,
Antioquia 40, 51, 52, 67, 89, 102, 76, 80
105, 106, 109, 111, 114, Charalá 55, 69, 230
121, 127, 160, 183 Charcas 34
Aranjuez 26, 28 Chile 29, 31, 36, 44, 46, 54, 129,
Arequipa 55 131, 133, 136, 137, 144
Asturias 180 Chilpancingo 37
Atrato 91 Chita 132, 154
Ayacucho 21, 22, 70, 136, 138 Chocontá 69
Chuquisaca 10, 32, 33

243
Índices

Cochabamba 54, 55 Francia 11, 14, 15, 19, 29, 33, 34,
Colombia 3, 4, 9, 11, 13, 14, 15, 82, 95, 184
17, 18, 22, 23, 25, 45, 46,
47, 49, 50, 51, 57, 63, 65, G
69, 70, 71, 78, 79, 81, 89, Getsemaní 60
91, 92, 101, 121, 125, 126, Gran Bretaña 15, 25, 83, 91, 92,
127, 129, 135, 136, 137, 144, 190
138, 139, 141, 142, 143, Gran Colombia 22, 46, 47, 50, 70,
144, 169 81, 89, 91, 127, 136, 137,
Cortes de Cádiz 28, 41 138, 139, 141
Cúcuta 67, 68, 71, 89, 132, 137, Guaduas 57
138, 139, 144 Guatemala 36, 61
Cundinamarca 22, 40, 45, 59, 66, Guerra de Independencia 22, 44,
69, 89, 102, 108, 109, 110, 46, 50, 51, 52, 63, 68, 75,
111, 114, 115, 135, 137 79, 81, 89, 90, 91, 92, 125,
Cuzco 36, 55 126, 127, 128, 130, 132,
D 138
guerrilla de Aratoca 69
Dolores 36 guerrilla de Charalá 69
guerrilla de Chima 69
E guerrilla de Coromoro 69
España 9, 10, 11, 15, 25, 26, 27, guerrilla de Guadalupe 69
28, 29, 30, 31, 33, 34, 35, guerrilla de Guapotá 69
36, 40, 41, 43, 46, 47, 50, guerrilla de La Aguada 69
53, 55, 58, 59, 60, 61, 62, guerrilla del Hatillo 69
64, 77, 78, 80, 81, 82, 83, guerrilla de Oiba 69
84, 85, 93, 94, 95, 96, 97, guerrilla de Onzaga 69
98, 99, 100, 114, 118, 119, guerrilla de Zapatoca 69
120, 124, 133, 156, 164, guerrillas del Patía 70
166, 175, 176, 177, 178, guerrillas de Simacota 69
179, 180, 181, 182, 183, H
184, 185, 186, 187, 189,
190, 191, 192, 194, 195, Haití 9, 67, 126
197, 198, 200, 201, 224 Hispanoamérica 17, 21, 22, 36,
Estados Unidos 15, 17, 105, 110, 41, 44, 61, 78, 104, 108,
112, 113, 114, 116, 140, 112, 121, 127, 134, 135,
142, 144, 185 137, 138, 139, 142
Europa 9, 15, 19, 20, 41, 77, 82, Honda 57
104, 105, 135, 181, 184,
185, 192, 194, 220 I
Expedición Botánica 19 Ibiza 180
F Ilustración 9, 16, 17, 18, 19, 43,
74, 79, 99, 100, 112, 116,
Federalistas 22 121, 143

244
Índices

Inglaterra 9, 20, 29, 80, 82, 92, Orinoco 91, 126


140, 164, 178, 184, 190
Iscuandé 66 P

J Pamplona 10, 36, 37, 52, 58, 84,


105, 106, 107, 109, 111,
Jaén 180 153, 228
Panamá 29, 36, 63, 105, 117, 123,
L 127, 134, 135, 136, 138
La guerrilla de La Niebla 68 Batalla del Pantano de Vargas 130
La guerrilla de los Almeida 68 Pantano de Vargas 45, 68, 69,
La Habana 36, 37, 63 130, 133
La Paz 10, 32, 33, 34, 55 Pasto 45, 52, 62, 63, 116, 117,
Legión Británica 92, 130 126, 165
Lima 29, 36, 66, 67, 155, 164 Pastos, Nudo montañoso 62
Patía 63, 70, 126
M Popayán 33, 51, 62, 65, 66, 73,
78, 100, 105, 106, 109, 111,
Magdalena, río 53, 69, 121 116, 117, 126, 127, 160,
Mallorca 180 165, 195
Mamatoco 63, 64, 65 Portugal 10, 15, 25, 26
Medellín 33, 65, 109, 143 Potosí 131, 184
Menorca 180 Puente de Boyacá 45, 69, 90, 123,
Mérida 55 133
México 9, 10, 14, 31, 32, 36, 46, Purificación 33, 43, 110, 122
54, 61, 110, 135, 136, 137,
142, 184, 195 Q
Micay 66
Mompox 10, 58, 59, 60, 106, 108, Quillacingas 62
165 Quito 10, 22, 29, 31, 32, 33, 34,
Montevideo 32, 36 45, 51, 55, 108, 109, 127,
Murcia 120, 180, 189 131, 132, 135, 136, 137,
138, 160, 165, 195, 198,
N 199, 200, 216, 220
Quizapincha 55
Navarra 180
Nueva Granada 4, 10, 34, 43, 44, R
45, 47, 50, 51, 52, 53, 61,
67, 68, 70, 75, 79, 88, 89, “Régimen del Terror” 43
92, 102, 109, 111, 112, 113, Reposo 66
114, 115, 120, 126, 127, Revolución Francesa 9, 15
128, 131, 132, 133, 136, Río de la Plata 10, 29, 46, 129,
137, 138, 139, 183, 204, 131, 133, 136
227 S
O Santa Alianza 42, 142
Ocaña 67, 121, 139 Santafé 10, 11, 35, 39, 86, 89,

245
Índices

101, 144, 147, 151, 152, Tungasuca 55


164, 201, 203, 213, 216, Tunja 21, 40, 45, 51, 54, 55, 56,
223, 228, 230, 231, 232, 68, 69, 70, 73, 78, 84, 89,
234, 244 100, 102, 105, 106, 108,
Santa Fe de Bogotá 19, 33, 43, 109, 110, 111, 114, 132,
78, 122 133, 143, 152, 156, 162,
Santa Marta 52, 53, 60, 62, 63, 163, 165
64, 65, 89, 105, 106, 116,
117, 118, 120, 126, 127, V
160, 165 Valle del Magdalena 57, 84
Santa Rosa 55, 110, 111 Valle de Tenza 69
Santiago de Chile 31 Venezuela 22, 29, 40, 42, 44, 45,
Sierra Nevada de Santa Marta 52, 51, 54, 55, 67, 108, 111,
62 120, 126, 127, 131, 132,
Simacota 55, 69 133, 135, 136, 137, 138,
Socha 69, 133 139, 144
Socorro 10, 36, 37, 51, 52, 55, 56, Ventaquemada 111
58, 60, 68, 69, 84, 89, 100, Viena 42
101, 105, 107, 110, 143, Villeta 57
147, 152, 153, 156, 160, Vizcaya 180, 195
163, 165, 167, 210, 213,
216, 225, 228, 230 Z
T Zapatoca 68, 69
Tasco 70

246
El presente libro se terminó de imprimir el 25 de
octubre de 2009 a los doscientos años del grito de
independencia de Santafé.
Se utilizó en el cuerpo de texto la fuente Geogia.

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