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“La vida de David Hume”

William Smellie
de
Vidas literarias y características

1800

James Fieser, editor (1)

©Traducción: María Teresa Alonso Núñez y Marco A. Oma Jiménez

Introduccción del editor.

William Smellie (1740-1795) fue impresor escocés, además de naturalista y


anticuario. De 1765 hasta su muerte, Smellie poseyó un negocio editorial junto con
varios socios y fue un instrumento eficaz para la publicación de la primera edición de la
Enciclopedia Británica. Desde 1773 a 1776 Smellie y Gilbert Stuart editaron una
publicación mensual, "El Edinburgh Magazine y Review". Smellie, cerca del final de su
vida, pensó escribir un diccionario biográfico de autores famosos escoceses con los que
trató personalmente. Por desgracia, sólo fue capaz de completar los bocetos de John
Gregory, Henry Home, David Hume y Adam Smith. Estos fueron publicados
póstumamente por su hijo Alexander Smellie en 1800 bajo el título Literary and
characteristical lives of John Gregory, M.D., Henry Home, lord Kames, David Hume,
esq. and Adam Smith, L.L.D. To which are added A dissertation on public spirit; and
three essays (Edinburgo). El largo ensayo sobre Hume (pp. 149-209) se extrae sobre
todo de fuentes publicadas previamente, como la propia autobiografía de Hume y
algunas cartas personales, las cartas de Adam Smith y la acepción de Smellie en la
Enciclopedia Británica de “compendio” (que habla de Hume). En ella se intercalan las
anécdotas y los comentarios personales elogiosos. Los ensayos biográficos de Smellie
no tuvieron una buena acogida por parte de los diarios del momento. El Monthly Review
critica que la colección de biografías de Smellie "hubiera despertado mayor interés si el
autor hubiera dado detalles calculados para ofrecer una visión más exacta de su
conducta privada, opiniones y disposiciones, que el que se extrae a partir del examen de
sus escritos o los acontecimientos públicos de sus vidas, lo que sin duda se reconoce"
(1800, Vol. 33, pp. 422-423). El New London Review repite la valoración general de
Monthly y remarca que "La vida de Hume no contiene nuevos hechos o anécdotas
importantes más allá de las que ya poseemos gracias a él" (1800, Vol. 3, pp. 162-163).
El European Magazine escribe que "si se pretendió mostrar las presentes vidas como
ejemplares de la pretensión y de la ejecución del planeado diccionario biográfico de
Smellie entonces el público no lamentará mucho que el proyecto se quede para otros".
La revista continúa, sin embargo, haciendo notar que el documento sobre Hume "es el
más entretenido del volumen, aunque la mayor parte ya haya aparecido antes, que
además es ciertamente conocida” (1800, Vol. 37, pp. 448-449). A pesar de estos
comentarios negativos, el ensayo de Smellie es una significativa contribución a la
biografía Hume, particularmente por las anécdotas de las que él fue testigo privilegiado
presentadas al final del mismo. Lo que sigue es un extracto de la única edición impresa
de Vidas literarias y características del año 1800.

James Fieser.
La vida de David Hume

Es una ardua tarea dar cuenta imparcial de un autor que ha sido objeto de tanta
alabanza y de tanto oprobio como Hume. Pero debe intentarse.
Hume nació en Edinburgo el 26 de abril de 1711 (según la cronología antigua).
Tanto por parte del padre como del lado materno descendía de familias respetables. La
familia de su padre pertenecía a una de las ramas del conde de Hume y su madre fue
hija de sir David Falconer, presidente del Colegio de Jueces. Su familia, sin embargo,
no era opulenta y, puesto que era uno de los hermanos menores, tenía un patrimonio
muy escaso. Su padre murió cuando Hume era niño y él, junto con una hermana y un
hermano mayor, se quedaron al cuidado de su madre, quien dedicó toda la atención a la
crianza y educación de sus hijos. Hume atravesó los caminos ordinarios de la educación
con gran éxito y muy pronto descubrió una pasión poco común por la literatura. Esta
última circunstancia sugirió a sus amigos la idea de que la jurisprudencia sería un
empleo apropiado para él. Pero el joven Hume tenía una aversión insuperable por todo
excepto por las disquisiciones de la filosofía y el aprendizaje en general. Nos cuenta
que, cuando se suponía que debía estudiar a Voet y Vinio, Cicerón y Virgilio eran los
autores que devoraba en secreto.
Sin embargo, su estrecha fortuna fue incapaz de soportar este plan y trató de
emprender un papel más activo en la vida. Con este objetivo fue a Bristol en el año
1734 y obtuvo recomendaciones para alguno de los más eminentes comerciantes de esa
ciudad. En pocos meses descubrió que tal clase de negocios le resultaban fastidiosos y
desagradables. De modo que para llevar a cabo sus estudios con el mayor éxito, así
también como para permitirse vivir de su pequeño capital, se retiró del país situando su
residencia principal en La Fleche, en Anjou. Allí compuso su Tratado de la naturaleza
humana, que no publicó hasta regresar a Londres en el año 1739. Comenta Hume al
respecto:
"Nunca hubo intento literario más desafortunado que mi Tratado de la
naturaleza humana. Cayó totalmente muerto de la prensa, sin alcanzar la distinción
siquiera de suscitar los rumores entre los fanáticos”. (2)
Esta queja es curiosa y confirma el dicho popular de que un escritor es el peor
juez del mérito o demérito de su propia obra. El Tratado de la Naturaleza humana de
Hume, tal como él mismo nos comunica, no suscitó la atención del público, ya fuera de
alabanza o censura. ¡Y con razón! Cuando era mucho más joven, leí ese libro con gran
fogosidad y con gran aplicación. Percibí que algunas partes eran tan ingeniosas como
brillantes, y otras tan envueltas en la oscuridad que me era imposible comprender su
significado. Naturalmente, en aquel período de mi vida atribuí esa aparente oscuridad a
mi propia incapacidad y por dicha razón, a menudo me sentía avergonzado al admitir
que lo había leído, ya que no podía hablar del libro con claridad. Años después lo
estudié de nuevo atentamente y, entonces, percibí un ingenioso truco literario, si puedo
usar tal expresión. Cuando Hume empieza un ensayo o dobla la esquina de una
discusión, la mayoría de las veces permanece astutamente bajo una posición
aparentemente sencilla, a la cual el lector casi siempre da su aprobación. Sin embargo,
desde ese momento el lector está completamente desconcertado, pues cuandoquiera que
se admita estas posiciones plausibles o se aprueben descuidadamente, es tal a fuerza de
los razonamientos de Hume y tal la belleza y la energía de su elocuencia que ningún
lector puede resistir el torrente. El decano Swift dice que la mejor forma a conquistar a
una mujer es cogerla por la trenza. Pero la única manera exitosa de conquistar a Hume
es cogerle por la nariz.
En el año 1742, Hume publicó en Edinburgo la primera parte de los Ensayos.
Este trabajo tuvo una recepción más favorable por parte del público y, de alguna
manera, le consoló de su desilusión anterior. En 1745, fue invitado por el marqués de
Annandale, quien estaba entonces indispuesto tanto de mente como de cuerpo, para ir a
vivir con él aInglaterra, donde Hume permació durante doce meses. Y gracias a su
nueva posición social añadió una considerable suma a su pequeño capital. Fue entonces
cuando recibió una invitación del general St. Clair para que le asistiera como secretario
en una expedición en contra de Canadá, pero que acabó en sólo una incursión en la
costa de Francia. En 1747, el general St. Clair invitó de nuevo a Hume para asistirle con
el mismo puesto cuando fue como embajador a las cortes de Viena y Turín. Vistió
entonces el uniforme de oficial y, en calidad de ayuda de campo del general, fue
presentado en dichas cortes. Tal como nos cuenta, estos dos años fueron la única
interrupción de sus estudios con que se encontró en el transcurso de su vida. Pero él los
pasó agradablemente; sus servicios, unidos a su frugalidad, pronto le permitieron
acaudalar alrededor de unas mil libras.
Hume supuso que su Tratado de la naturaleza humana no había tenido éxito
más por la manera en que estaba escrito que por el contenido. Por lo que, usando su
propia expresión, lanzó nuevamente la primera parte de aquel trabajo en su Ensayo
sobre el entendimiento humano, que publicó mientras vivía en Turín. Pero, al principio,
esta obra no tuvo mucho más éxito que la anterior. Hume, sin embargo, aunque debió
haber sentido aquellas desilusiones, no se desalentó del todo. En 1749 volvió desde
Londres a Escocia y vivió en la casa de campo de su hermano, donde compuso la
segunda parte de su Ensayo, que denominó Discursos Políticos, así como su Ensayo
sobre los principios de la moral, que según afirma en otra parte del Tratado, se presenta
por primera vez. Muy poco después, A. Millar, su vendedor de libros en Londres, le
comunicó que sus anteriores publicaciones, exceptuando la del desafortunado Tratado,
empezaban a ser objeto de conversación, que la venta de ellas aumentaba gradualmente
y que se hacían necesarias nuevas ediciones para responder a las demandas del público.
Sobre el asunto, comenta Hume picaronamente:
"En un año salieron dos o tres respuestas de reverendos y reverendísimos;
entonces me di cuenta, por el pasamano del Dr. Warburton, de que se empezaba a
estimar los libros en buena compañía ". (3)
En el año 1751 Hume abandonó el campo y volvió a Edinburgo, al que
enfáticamente lama verdadero escenario de un hombre de letras. (4) En 1752 publicó
sus Discursos Políticos, el primer trabajo suyo que tuvo éxito desde el principio. En el
mismo año apareció su Investigación sobre los principios de la moral, "el cual," nos
dice, "de todos mis escritos históricos, filosóficos o literarios, es incomparablemente el
mejor". (5) Pero el público era de una opinión contraria, dado que el libro fue tratado
con total descuido o desprecio.
En el mismo año, se le nombró bibliotecario por el Colegio de Abogados, de
cuya oficina sólo recibió un trivial emolumento. Pero, a su vez, le dio la dirección sobre
una colección genial de libros y manuscritos. Cuando hablamos de esta biblioteca sería
imperdonable no contar una verdad sobre la que tiene experiencia diaria cualquier
hombre de letras de Edinburgo. La colección, especialmente la de libros impresos,
excede grandemente la de cualquier biblioteca de Gran Bretaña. Además, en ella se
permite alegre y atentamente el acceso gratuito para su estudio. Pero debo decir más
sobre este asunto. El uso ocasional de libros o manuscritos de una biblioteca pública es
el privilegio más valioso. El Colegio de Abogados, sin embargo, no sólo concede este
privilegio, sino que, además, permite que cualquier miembro del Colegio, por medio de
su firma, pueda complacer a sus amigos con los libros que extrajeran por un tiempo
razonable. Y tales demandas son, en las ocasiones adecuadas, mayoritaria y
liberalmente concedidas. El Colegio hace más. Los hombres de letras, aceptando ceder
una cierta cantidad, a menudo adquieren el privilegio de sacar libros. Desde hace cien
años Escocia está en deuda con esta noble colección y la generosidad de sus
propietarios, pues son muchas las obras de genio y de enseñanza que ha posibilitado que
sus hijos, en este tiempo, se hayan convertido en figuras tan distinguidas dentro de casi
todos los departamentos de la ciencia. Yo, sin embargo, no debo omitir a sus poderosas
ayudantes. Las bibliotecas de la Universidad de Edinburgo y de la Escuela de Físicos
son grandísimas y están particularmente enriquecidas con libros de Medicina, Anatomía
e Historia Natural. El acceso a estas bibliotecas es igualmente fácil en lo que se refiere a
ello por parte del Colegio de Abogados. Así que, volviendo, fue en unas condiciones tan
favorables donde Hume, al tener la oportunidad de consultar casi todas las fuentes
originales, forjó el plan de escritura de su Historia de Inglaterra. Comenzó con la
ascensión de la Casa de Estuardo y después se centró en cierta clase de movimiento
retrógrado. Admite que sus expectativas sobre el éxito de su trabajo eran optimistas:
"Pero qué triste desilusión tuve. Fui atacado por un grito de reproche, de
desaprobación y de toda clase de aborrecimiento. Ingleses, escoceses e irlandeses,
conservadores y liberales, eclesiásticos y sectarios, liberales y religiosos, patriotas y
cortesanos, unidos en su furia contra el hombre que se había atrevido a llorar por el
destino de Carlos I y el conde de Strafford. Y, después de que el hervor de su ira
hubiera llegado al punto más alto, lo que aún era más mortificador; parecía que el libro
se hundía en el olvido".(6)
Algún tiempo después publicó en Londres su Historia natural de la
religion, a lo que comenta:
"Su entrada pública fue bastante oscura. Sólo el Dr. Hurd escribió un
panfleto en contra, con toda la petulante falta de liberalidad, la arrogancia y la
grosería que distinguen la escuela de Warburton. Este panfleto me consoló algo
por la recepción indiferente que tuvo mi obra".(7)
Dos años después del fracaso del primer volumen de su Historia de Inglaterra, a
saber, el de 1756, publicó el segundo, que incluía el periodo entre la muerte de Carlos I
y la Revolución. Esta obra produjo menos resentimiento entre los liberales y tuvo una
recepción más favorable por parte del público.
"No sólo se levantó por sí mismo, sino que ayudó a reflotar a su desafortunado
hermano ".(8)
En el año 1759, Hume publicó su Historia de la Casa de Tudor. El clamor
suscitado por este trabajo fue casi el mismo que se produjo contra su historia de los dos
primeros Estuardo. El reinado de Elisabeth era particularmente ofensivo. Así nos dice:
"Pero ahora me había endurecido contra las manifestaciones de estupidez
pública y seguí en mi retiro de Edinburgo, alegre y pacíficamente, para terminar
en dos volúmenes el periodo más antiguo de la historia inglesa, que ofrecí al
público en 1761, con éxito regular, pero tolerable".(9)
Sin embargo, a pesar del clamor general y de los muchos y rudos ataques, los
escritos de Hume adquirían gradualmente más y más reputación. Y recibió de los
vendedores más dinero por ejemplar de lo que se le había dado a ningún otro autor en
Gran Bretaña antes de ese período. Ahora se encontraba no sólo independiente, sino
opulento, por lo que se retiró a su país natal de Escocia con el deseo de no abandonarla
nunca de nuevo. En aquel entonces pasaba de los cincuenta años cuando, en el año
1763, recibió una invitación del conde de Hertford para prestar sus servicios en su
embajada de París, con la cercana perspectiva de convertirse en su secretario. Sin
embargo, al principio, Hume rechazó esta oferta, a causa de su edad y de la reticencia
que sentía para entremezclarse otra vez con la alegre compañía de la metrópoli francesa.
Pero cuando su señoría repitió la invitación, Hume al fin aceptó. Después se le nombró
secretario de la embajada. En el verano de 1765, se llamó a casa a lord Hertford para
ser nombrado lord Teniente de Irlanda y Hume estuvo a cargo hasta la llegada del
duque de Richmond, hacia el final de aquel año. Al principio del año 1766 Hume dejó
París y al verano siguiente fue a Edinburgo, con la idea de disfrutar de un agradable
retiro entre amigos filosóficos, de los que particularmente abundan en esa ciudad no
muy grande. Un caballero inglés Aymat, de gran sensatez y educación, vivió en
Edinburgo durante un año o dos. Un día me sorprendió con un curioso comentario. “No
hay una ciudad en Europa -me dijo-, que disfrute de un privilegio tan singular y tan
noble”. Yo pregunté que cuál era ese privilegio. A lo que contestó: “Aquí estoy, en lo
que se llama la cruz de Edinburgo, y puedo en unos pocos minutos estrechar la mano a
cincuenta hombres de genio y de enseñanza”. El hecho es bien conocido. Pero para un
nativo de esa ciudad, que ha pasado todos sus días familiarizado con ello y que no ha
viajado a otros países, dicha circunstancia, aunque muy notable, le pasa inadvertida. A
los extraños, sin embargo, les causa una profunda impresión. Aunque en Londres, París
y otras grandes ciudades de Europa tengan a muchos hombres de letras, es difícil el
acceso a ellos. Y, tras haberlo obtenido, la conversación es, durante un momento, tímida
y tensa. En Edinburgo, el acceso a los hombres de talento no solamente es fácil, sino
que de inmediato y con la mayor libertad conversan y comparten sus conocimientos
entre los desconocidos despiertos. Los filósofos de Escocia no tienen secretos. Dicen lo
que saben y manifiestan sus sentimientos sin disfraz o reserva. Este generoso rasgo era
notable en el carácter de Hume. No ofendía a nadie, pero cuando la conversación giraba
alrededor de objetos particulares, ya fueran morales o religiosos, expresaba sus propios
puntos de vista con libertad, con fuerza y con una dignidad que rendía honor a la
naturaleza humana.
En el año 1767, Hume fue invitado por el señor Conway para trabajar para un
ministro y él, tanto por el carácter de la persona, como por sus relaciones con lord
Hertford, se abstuvo de rechazarlo. Regresó a Edinburgo en 1769 con una gran fortuna,
ya que poseía una renta de mil libras al año. Y, aunque ya estaba en una edad avanzada,
disfrutaba de plena forma y tenía el propósito de gozar de la vida con comodidad y de
ver como aumentaba su reputación.
Al final del año 1775 comenzó a sufrir un desorden intestinal. Al
principio no le alarmó, pero pronto comprendió que le sobrevendía mortificación
y, por supuesto, un rápido final. Sin embargo, a pesar del gran declive de su
cuerpo, su alegría y su disposición usual no le abandonaron. Consideraba que un
hombre de sesenta y cinco años al morir sólo acorta algunos años de
enfermedades y, quizás también, de angustia y ansiedad. Hume concluye su vida
con un pequeño boceto de lo que él comprendía que era su carácter y su
disposición:
"Soy o, más bien, fui, un hombre de disposición humilde, de
temperamento ordenado y de talante alegre, abierto, social y claro, con
capacidad de afecto, pero poco dado a la enemistad y de gran moderación en
todas mis pasiones. Incluso mi amor por la gloria en el campo de las letras,
pasión dominante en mí, nunca agrió mi temperamento, a pesar de mis
frecuentes desilusiones. Mi compañía no era inaceptable por los jóvenes
despreocupados, así como tampoco por los estudiosos y los hombres de letras; y
como me complacía especialmente la compañía de mujeres discretas, no tenía
razón para estar disconforme con su acogida" (10).
Aunque Hume creyó que la enfermedad que le afligía iba a ser fatal, tal como
nos comunica una carta del brillante y excelente Dr. Adam Smith para William Strahan
(del cuál tenía una opinión tan favorable que le dejó a cargo, con plenos poderes, de
todos sus manuscritos, algunos de los cuales, y particularmente el de su vida, se
publicaron posteriormente); sin embargo las súplicas de sus amigos le convencieron
para que probara los efectos de un largo viaje. Consecuentemente, al final de abril de
1776, partió hacia Londres; y cuando iba a la altura de Morpeth, se encontró con el Dr.
Adam Smith y John Home (11), un caballero bien conocido por su genio poético y, en
particular, por sus escritos teatrales. Estos dos caballeros viajaban desde Londres
esperando encontrar a Hume en Edinburgo. Home regresó con él y "se ocupó de él",
según nos dice Smith, "durante toda su estancia en Inglaterra, con todo el cuidado y la
atención que podría esperarse de un temperamento tan perfectamente amigable y
cariñoso" (12).
La enfermedad de Hume pareció ceder ligeramente ante el ejercicio y el cambio
de aires, ya que cuando llegó a Londres parecía gozar de mucha mejor salud que cuando
llegó a Edinburgo. Se le aconsejó que fuera a Bath a beber sus aguas, lo que, durante
algún tiempo, surtió tan buen efecto sobre él que empezó a tener esperanzas de recobrar
la salud. Sus anteriores síntomas, sin embargo, regresaron con la violencia habitual.
Desde ese momento, renunció a toda esperanza de vida y de bienestar. Pero se sometió a
su destino con alegría extrema y complacencia. Cuando regresó a Edinburgo, aunque se
encontraba mucho más débil, nunca le abandonó el buen ánimo. Su ánimo era tan bueno
y su conversación y su entretenimiento siguieron hasta tal punto de la forma
acostumbrada que, a pesar de todos los malos síntomas, pocos de sus amigos podían
creer que su final se aproximaba tan rápidamente. El doctor Dundas, al despedirse de
Hume un día le dijo: “Le diré a tu amigo, el coronel Edmonstone, que cuando te he
dejado estabas mucho mejor y recobrándote.”
“Doctor, -contestó Hume-, como creo que usted no querría decir nada que no sea
cierto. Debería usted decirle que me muero tan rápido como mis enemigos desearían, si
tengo alguno, y tan serena y alegremente como querrían mis mejores amigos.” (13)
Poco tiempo después, el coronel Edmonstone fue a ver a Hume para despedirse
por última vez de él. Pero de camino a casa no pudo evitar escribir una carta enviándole
de nuevo un eterno adiós. Tales eran la magnanimidad y la fortaleza de ánimo de Hume
que sus amigos más íntimos y afectivos sabían que no se arriesgaban a ofenderle
tratándole o escribiéndole como a un moribundo. Por casualidad, Adam Smith visitó a
Hume cuando éste estaba leyendo la carta del coronel Edmonstone y se la enseñó
inmediatamente. Después de estudiar atentamente la carta, Smith señaló que su aspecto
no parecía bueno; sin embargo, pese a ello, dijo:
“Es tan grande tu alegría y tu ánimo que no puedo sino mantener alguna débil
esperanza sobre tu recuperación”. Hume contestó:
“Tus esperanzas no tienen fundamento. Una diarrea continua de más de un año
de duración sería una enfermedad muy mala a cualquier edad. A mi edad es mortal.
Cuando me acuesto por las noches me siento más débil que cuando me levanto. Y,
cuando me levanto por la mañana, más débil que cuando me acosté la noche anterior.
Me doy cuenta, además, de que algunas de mis partes vitales, están afectadas, por lo que
me moriré pronto.”(14) Smith contestó: “Si así ha de ser, al menos tienes la satisfacción
de dejar a todos tus amigos y, en particular, a la familia de tu hermano, en una buena
situación”. (15) Hume dijo que sentía tanto esa satisfacción que unos días antes, leyendo
los Diálogos de los muertos de Luciano, que entre todas las excusas que las almas poco
dispuestas a embarcarse en el bote de Carón para atravesar el río Styx, no había ninguna
que le fuera bien a él. No tenía casa que amueblar, ni niños que abastecer, ni enemigos
por los que deseara que se le vengara. “No puedo imaginarme que excusa podría darle a
Carón para obtener un breve aplazamiento. He hecho todas las cosas importantes que
me había propuesto y nunca esperé dejar a mis parientes y amigos en una situación
mejor que en la que ahora probablemente les deje: por tanto no puedo más que morir
satisfecho.”
Entonces se entretuvo inventado algunas excusas cómicas que podría darle a
Carón e imaginándose las probables respuestas que podrían ajustarse al personaje de
Carón. “Después de reflexionar sobre ello algo más”, dijo, “pensé qué podría decirle:
“Buen Carón, he estado corrigiendo mis trabajos para una nueva edición, dame
un poco más de tiempo para que pueda ver cómo recibe el público los cambios.”
“Pero Carón contestaría, “cuando hayas visto la respuesta de éstos querrás hacer
nuevos cambios. Nunca acabarán tales excusas, de modo que, honesto amigo, haz el
favor de embarcar.” Pero Hume dijo:
“Yo podría aún apremiarle diciéndole; “ten un poco de paciencia, buen Carón,
he estado intentando abrir los ojos del público. Si vivo unos pocos años más puede que
tenga la satisfacción de ver la caída de algunos de los sistemas dominantes de
superstición. “ Pero Carón perdería la paciencia y la decencia y diría: “Tú, pícaro
esquivo, eso no va a ocurrir en los próximos cien años. ¿Crees que te voy a conceder un
permiso para tanto tiempo? Móntate en el bote ahora mismo, pícaro gandul, que no
paras de dar largas.”” (16)
Aunque Hume hablaba frecuentemente de su próximo final con gran facilidad,
nunca alardeó de magnanimidad. Nunca mencionaba el tema excepto cuando la
conversación lo sugería naturalmente. Hume se encontraba ahora tan débil que inlcuso
la compañía de sus colegas más íntimos le cansaba; su alegría era tan grande, su
complacencia y su sociabilidad estaban todavía tan enteras que no podía abstenerse de
seguir hablando con cualquier amigo que estuviera con él, con un esfuerzo mayor que lo
que la debilidad de su cuerpo le permitía. Entonces, Smith, de acuerdo con el deseo de
Hume, abandonó Edinburgo y se fue a vivir a Kirkcaldy con su madre, que vivía en ese
pueblo. El brillante y famoso Dr. Black, profesor de química en la universidad de
Edinburgo, se encargó de escribir ocasionalmente a Smith sobre el estado de salud de su
amigo. Consecuentemente, el 22 de agosto, el Dr. Black escribió a Smith la carta que
sigue:
“Desde mi última carta, Hume ha pasado este tiempo con bastante facilidad,
pero está mucho más débil. Se sienta, baja las escaleras una vez al día y se entretiene
leyendo, pero es raro que vea a alguien. Encuentra que incluso la conversación de sus
amigos más íntimos le oprime y le fatiga; afortunadamente, no la necesita, ya que no
siente ni ansiedad, impaciencia o desánimo, y se lo pasa muy bien con la ayuda de
libros divertidos.”
Al día siguiente, Smith recibió una carta del mismo Hume, de la cuál lo que
sigue es un extracto.
"Mi más querido amigo (Edinburgo, 23 de agosto de 1776),
Me veo obligado a usar la mano de mi sobrino para escribirte, ya que no
puedo levantarme hoy. Me consumo muy rápidamente y anoche tuve algo de
fiebre, que esperaba pudiese ponerle punto final a esta tediosa enfermedad más
rápidamente. Pero desafortunadamente, casi ha desaparecido.”
Tres días después, Smith recibió la siguiente carta de Dr. Black.
"Estimado señor (Edinburgo, 26 de agosto de 1776),
Ayer, alrededor de las cuatro de la tarde, el señor Hume expiró. La
cercanía de su muerte se hizo evidente durante la noche del jueves al viernes,
cuando su enfermedad se hizo excesiva y pronto le debilitó tanto que ya no
podía levantarse de la cama. Hasta el final se mantuvo plenamente consciente y
sin demasiado dolor ni desasosiego. No mostró impaciencia en ningún
momento; pero siempre que tenía ocasión de hablarle a alguno de los que le
rodeaban lo hizo con cariño y ternura. No consideré oportuno escribirle para que
viniera, ya que me enteré de que había dictado una carta para usted pidiéndole
que no viniera. Cuando se debilitó mucho, le costaba gran esfuerzo hablar y
murió en una disposición mental tan feliz que nada podía superarla."
"Así que murió,” dijo el señor Smith al señor Strahan en su carta,
"nuestro queridísimo e inolvidable amigo, cuyas opiniones filosóficas serán
juzgadas diversamente por los hombres, aprobándolas, probándolas o
condenándolas, según coincidan o no con las suyas propias, pero sobre cuyo
carácter y conducta difícilmente puede haber diferencias de opinión. Su
temperamento, sin duda, parecía ser más felizmente equilibrado, si se me
permite usar tal expresión, que el de quizás ningún otro hombre que haya
conocido jamás. Incluso cuando menos le sonreía la fortuna su grande y
necesaria frugalidad nunca le impidió ejecutar actos de caridad y generosidad
cuando la ocasión se presentaba propicia para ello. La frugalidad no se basaba en
la avaricia sino en el amor a la independencia. Su naturaleza extremamente
amable nunca debilitó ni la firmeza de opinión ni la constancia en sus
resoluciones. Su constante bromear era la efusión genuina de su buena
naturaleza y su buen humor, templados por la delicadeza y la modestia; y sin la
más mínima sombra de malignidad, que es con frecuencia la desagradable fuente
de lo que se llama ingenio en otros hombres. El significado de su burla nunca
fue el de mortificar, por lo que, lejos de ofender, pocas veces sucedía que no
agradara o deleitara aun a aquellos de los ella que era objeto. Para sus amigos,
quienes eran frecuentemente los objetos de dicha burla, no había, quizás,
ninguna otra de sus grandes y afables cualidades que contribuyeran más a la
buena acogida de su conversación. Y esa alegría de temperamento, tan agradable
en sociedad, pero que tan frecuentemente lleva tintes de frivolidad y
superficialidad, venía en él acompañada de la aplicación más seria, el
conocimiento más extenso, la máxima profundidad de pensamiento y una
capacidad de comprehensión sobre todas las cosas. Mirándolo todo, siempre le
he considerado, en su vida como y desde su muerte, como probablemente lo más
cercano a la idea de un hombre perfectamente sabio y virtuoso, tanto quizá como
la debilidad de la naturaleza humana permitiría.

Adam Smith."

Hasta ahora me he dedicado a dar cuenta de la biografía de este genial y valioso


hombre de letras. La información ofrecida hasta aquí ha sido extraida principalmente de
fuentes escritas. Terminaré añadiendo unas pocas anécdotas que conozco personalmente
junto con otros hechos bien conocidos que el propio Hume no registró en la obra su vida
[Own Life].

Su Vida, así como también la carta de Adam Smith a Strahan, están escritas con
gran candor y sinceridad. Hume, quizá como cualquier hombre de genio, tuviese
repuntes de temperamento, que felizmente contrapesaba con un modo de razonamiento
firme y decisivo. Sus trabajos tuvieron tantos y a menudo tan groseros ataques por parte
de tantos autores, que aunque no se dignase a contestarles por escrito, sin embargo,
frecuentemente ponía de manifiesto en la conversación los resentimientos que sentía a
causa de los insultos de estudiosos inferiores poco delicados y, a menudo, ignorantes.
En todos los casos de este tipo, su modo impulsivo de expresión, los movimientos
rápidos e inteligentes de sus ojos y los gestos de su cuerpo, descubrían la agudeza de
este sentimiento y las mayores muestras de desprecio, así como de aversión.
Un autor, sin embargo, el doctor Campbell, profesor de Etica en la Universidad
de Aberdeen, un hombre instruido, valioso y de ingenio, escribió un libro bastante
extenso en contra de la obra de Hume Ensayo sobre los milagros, en un estilo y una
manera tal y tan a la manera de un caballero, que Hume nunca habló de él sino con el
mayor respeto; y a menudo dijo que, de todos sus adversarios, el doctor Campbell no
sólo era el más agudo, sino que también era el que escribía con el mejor temperamento
y en los términos más elegantes y suaves, si bien impulsivos. En la primera edición de
la Enciclopedia Británica, que se publicó en Edinburgo en el año 1771, bajo la acepción
compendio, como un ejemplo de lo que entonces yo pensaba que era el modo mejor y el
más útil de compendiar libros, hice un pequeño resumen del Ensayo sobre los milagros
de Hume y de la respuesta de Campbell a éste. Aún pienso que ya que el artículo es
corto, una transcripción de éste puede ser de algún valor, especialmente para los lectores
jóvenes.

"Compendio, en literatura, término que significa la reducción de la


extensión de un libro. El arte de comunicar muchos sentimientos con pocas
palabras es el talento más feliz que un autor puede poseer. Este talento es
particularmente necesario en la presente condición de la literatura, pues muchos
escritores han adquirido la destreza de propagar unos pocos pensamientos
críticos durante varios cientos de páginas. Cuando un autor da con un
pensamiento que le complace, se pone a pensar en él obsesivamente y a mirarlo
bajo distintos aspectos, para usarlo abusivamente o en las relaciones menos
importantes. Sin embargo, aunque esto puede ser agradable para el escritor,
cansa y fastidia al lector. Existe otra gran fuente de difusión en la composición
de escritos. Es objeto capital para el autor, cualquiera que fuere su tema, dar
rienda suelta a todos sus mejores pensamientos. Y se siente particularmente feliz
cuando encuentra un lugar adecuado para ellos. Sin embargo, en vez de
sacrificar el pensamiento al que tiene afecto, lo mete a la fuerza por medio de
disgresiones o de ejemplarización superflua. Si ninguno de estos recursos
responden a su propósito, entonces puede acudir al margen, un apartado muy
apropiado para todo tipo de pedantería e impertinencia. Pero no hay autor que lo
haga bien, sino que todos son más o menos defectuosos en este respecto. Un
compendiador, sin embargo, no está sujeto a estas tentaciones. Los pensamientos
no son suyos; él los mira de una manera más fría y menos afectiva; descubre
impropiedad en algunos, vanidad en otros y falta de utilidad en muchos. Su
negocio, por consiguiente, consiste en reducir superficialidades, disgresiones,
citas, pedanterías, etc. y presentar ante el público sólo lo que es realmente útil.
Éste no es de ninguna manera una tarea fácil: resumir algunos libros requiere
tanto talento, si no más, que el del propio autor. Se deben conservar los hechos,
el espíritu, la manera y el razonamiento. No se puede omitir nada de lo esencial,
ya sea argumento o ejemplo. La dificultad de la tarea es la razón principal por la
que tenemos tan pocos buenos compendios. El resumen de Wynne del Ensayo
sobre el entendimiento humano de Locke es, quizás, el único irreprochable en
nuestra lengua. Estos comentarios sólo guardan relación con tales resúmenes
designados para el público. Pero,
"Cuando una persona quiere sentar por escrito la esencia de cualquier
libro, debe seguir un método más corto y menos laborioso. No es este el lugar
para ofrecer ejemplos de compendios para el público, pero podría ser útil,
especialmente para la gente joven , saber cómo resumir libros para su propio
uso. Después de dar algunas instrucciones, enseñaremos un ejemplo o dos, para
mostrar con qué facilidad se puede hacer.
"Lea el libro cuidadosamente, intente aprender el punto de vista principal del
autor y atienda a las argumentaciones empleadas. Cuando haya hecho todo esto,
normalmente encontrará que los argumentos que utiliza el autor como nuevos o
adicionales, realmente son sólo razonamientos colaterales o ampliaciones del argumento
principal. Tome un trozo de papel o un libro cualquiera, anote lo que el autor quiere
probar, añada el argumento o argumentos y obtendrá la esencia del libro en una pocas
líneas. Por ejemplo, en Ensayo sobre los milagros, el propósito de Hume es probar que
los milagros, que no han sido objetos inmediatos de nuestros sentidos, no pueden ser
creidos por el testimonio de otros. Ahora bien, su argumento (ya que no hay más que
uno) es,
“que la experiencia, que en algunas cosas es variable y en otras uniforme, es
nuestra única guía para razonar sobre cuestiones de hecho. Una experiencia variable da
lugar sólo a probabilidad; una experiencia uniforme se convierte en una prueba. Nuestra
creencia en cualquier hecho percibido por medio del sentido de la vista no se deriva de
ningún otro principio que no sea el de la experiencia en la veracidad del testimonio
humano. Si se presenta un hecho como milagroso, aquí aparece una lucha entre dos
experiencias opuestas, o de prueba contra prueba. Ahora bien, un milagro es una
violación de las leyes de la naturaleza; y, ya que una experiencia firme e inalterable ha
establecido estas leyes, la prueba contra un milagro, por la naturaleza misma del hecho,
es tan completa como cualquier argumento de la experiencia posiblemente imaginable;
y, si esto es así, es una consecuencia innegable que no puede ser vencida por prueba
alguna derivada del testimonio humano.”
“En la Disertación sobre los milagros del doctor Campbell, la meta principal del
autor es mostrar la falacia del argumento de Hume; lo que ha llevado a cabo con gran
éxito con únicamente otro argumento, a saber:
“La evidencia que surge del testimonio humano no deriva sólo de la experiencia;
por el contrario, el testimonio tiene una influencia natural en la creencia que antecede a
la experiencia. El primer e ilimitado asentimiento que los niños dan al testimonio se
reduce gradualmente según éstos avanzan en la vida: está, por tanto, más de acuerdo con
la verdad decir que nuestra falta de confianza en el testimonio resulta de la experiencia
antes que decir que nuestra fe en él tiene este fundamento. Además, la uniformidad de la
experiencia a favor de un hecho no prueba que lo contrario no sea posible en un caso
particular. La evidencia que surge únicamente a partir del testimonio de un hombre de
consabida veracidad contribuirá mucho a establecer la creencia de que puede ser en
realidad rebatida: si su testimonio se ve confirmado por otros del mismo carácter no
podemos negarnos a aceptarlo como verdadero. Ahora bien, aunque las operaciones de
la naturaleza están gobernadas por leyes uniformes y aunque no tengamos testimonio de
nuestros sentidos a favor de violación alguna de éstas, si, en casos particulares, tenemos
el testimonio de miles de personas, siendo éstas de estricta integridad, no movidas por
motivos de ambición o interés alguno y gobernadas por los principios del sentido
común, el hecho de que ellos hayan sido testigos oculares de estas violaciones nos
obliga, por la constitución misma de nuestra naturaleza, a creerles.”
“Estos dos ejemplos contienen la esencia de alrededor de cuatrocientas páginas.
Hacer resúmenes privados de este tipo tiene muchas ventajas; nos obliga a leer con rigor
y atención, fija el tema en nuestras mentes y, si por causalidad nos olvidásemos, en vez
de leer el libro otra vez, echándole un vistazo a unas pocas líneas, no sólo volvemos a
disponer de los argumentos principales, sino que también recordamos, en gran medida,
el estilo y método del autor.””
Habiendo mandado el doctor Campbell el manuscrito de su libro contra Ensayo
sobre los milagros de Hume al doctor Hugh Blair de Edinburgo, para que diera su
opinión sobre el trabajo, el doctor Blair propuso enviar el manuscrito al propio Hume y
así se hizo; Hume se lo devolvió al doctor acompañado de la siguiente carta.
“Señor,
He examinado con toda la atención posible el ingenioso escrito que ha sido
usted tan atento de hacer llegar a mis manos, aunque, quizás, no con toda la seriedad y
gravedad que tan frecuentemente me ha recomendado. Pero el fallo no está en la obra,
que es ciertamente muy aguda, sino en el tema. Sé que usted dirá que no está en
ninguno de los dos, sino en mí. Si eso es así, siento decir que creo que es incurable.
“Podría desear que tu amigo no hubiese elegido mostrarse como un escritor
controvertido sino más bien, que se hubiese esforzado por establecer sus principios en
general sin ninguna referencia a ningún libro o persona en particular; aunque admito
que me honra enormente al pensar que algo escrito por mi merece su atención, ya que
además de las muchas inconveniencias que acompañan este tipo de escritos, veo que es
casi imposible conservar la decencia y los buenos modales en ellos. Este autor, por
ejemplo, dice a veces cosas de mí mucho más generosas de las que yo me considero
merecedor y, de ello, concluyo que, en general, no quería insultarme. Sin embargo, me
encuentro con algunos otros pasajes más meritorios de Warburton y sus secuaces que de
un autor tan ingenioso.
“Pero como no soy propenso a perder el temple y aún menos inclinado a hacerlo
con un amigo suyo, le haré serenamente algunas puntualizaciones sobre el argumento,
ya que asi parece desearlo. Usaré muy pocas palabras; ya que una insinuación bastarán a
un caballero de la penetración de este autor.
“Sección 1. Desearía que el autor reflexionase sobre si el medio a través del cual
razonamos en relación con el testimonio humano es diferente de aquel que nos conduce
a realizar deducciones en relación con otras acciones humanas, a saber, nuestro
conocimiento de la naturaleza humana por la experiencia, o sobre por qué es diferente.
Supongo que concluimos que un hombre honesto no nos mentiría, del mismo modo que
concluimos que no nos tomaría el pelo. En cuanto a la tendencia juvenil a creer, la cual
es corregida por la experiencia, parece obvio que los niños adoptan ciegamente todas las
opiniones, principios, sentimientos y pasiones de sus mayores, así como creen el
testimonio de éstos: tampoco es esto más extraño que el que un martillo deje huella
sobre la arcilla.
“Sección 2. Ningún hombre puede tener otra experiencia que la suya. La
experiencia de los otros se vuelve propia sólo por la creencia que se le da a su
testimonio, la cual proviene de su propia experiencia de la naturaleza humana.
“Sección 3. No hay contradicción alguna en decir que cualquier testimonio de un
milagro, que se haya dado realmente o que se dé jamás, es objeto de burla y, sin
embargo, hacer una invención o hipótesis de un testimonio para un milagro particular,
que no sólo podría merecer atención, sino convertirse en amplia prueba de éste. Por
ejemplo, de la ausencia del Sol durante cuarenta y ocho horas, los hombres razonables
concluirían únicamente que la máquina del globo estuvo rota durante ese tiempo.
“Página 28. No encuentro ninguna dificultad en explicar lo que quiero decir y,
sin embargo, probablemente no lo haré en ninguna edición futura. La prueba contra un
milagro, ya que se basa en experiencia invariable, es de esa especie o clase de prueba
que es total y segura si se toma sola, porque no conlleva ninguna duda, como es el caso
con todas las probabilidades. Pero hay grados dentro de esta especie y cuando una
prueba más débil se enfrenta a una más fuerte, ésta es vencida.
“Página 29. Es poco más delicado decir a un hombre que dice tonterías por
implicación que decirlo tan directamente.
“Sección 4. ¿Persigue un hombre con sentido común todos los tontos cuentos de
brujas, duendes o hadas y discute las pruebas en particular? Nunca conocí a ninguno
que examinara y deliberara acerca de tonterías que no acabara creyéndolas antes del
final de sus investigaciones.
“Sección 5. Me maravillo de que el autor no perciba la razón por la que John
Knox y Alexander Henderson no hicieran tantos milagros como sus hermanos de otras
iglesias. Hacer milagros era asunto del Papa y se descartaba en otras partes de dicha
religión. Los hombres deben tener formas nuevas y opuestas de establecer locuras
nuevas y opuestas. La misma razón se extiende a Mahoma. Los sacerdotes griegos que
estaban en las vecindades de Arabia, y muchos de ellos en ella, hacían tantos milagros
como los católicos romanos; y se habrían reido de Mahoma si hubiese usado una
herramienta tan simple y anticuada. Expulsar a los demonios y curar a los ciegos, donde
casi todo el mundo puede hacer otro tanto, no es la forma de imponerse
extraordinariamente sobre los hombres. En toda mi vida nunca he leido sobre un
milagro que no pretendiese algún punto religioso nuevo. No se llevó a cabo en España
ningún milagro para probar el evangelio, sin embargo, San Francisco Javier realizó en
las Indias mil de ellos bien documentados con ese propósito. Los milagros en España,
que están entera y completamente probados, se hacen para probar la eficacia de un
crucifijo o de una reliquia en particular, que es siempre un punto nuevo, o al menos, que
no está extendido universalmente.
“Sección 6. Si un milagro sirve de prueba de una doctrina que ha sido revelada
por Dios y que, como consecuencia, es cierta, nunca se puede hacer un milagro para una
doctrina contraria. Los hechos son, por tanto, tan incompatibles como las doctrinas.

“Desearía que su amigo no me denominase un escritor descreido a causa de diez


o doce páginas que le parece que tengan esa tendencia, teniendo en cuenta que yo he
escrito tantos volúmenes de historia, literatura, política, comercio o ética que, en ese
particular por lo menos, son enteramente inofensivos. ¿Ha de tacharse a un hombre de
borracho porque se haya embriagado una vez en la vida?
“Tras haberle dicho todo esto a su amigo, que es ciertamente un hombre
ingeniosos, aunque un poco celoso de más para ser filósofo, permítame también la
libertad de decirle a usted unas palabras. Siempre que he tenido el placer de estar en su
compañía y el discurso ha tratado de cualquier tema común de literatura o
razonamiento, me separé de uested entretenido y habiendo aprendido algo. Pero cuando
usted desviaba la conversación de estos derroteros hacia su profesión, aunque no dudo
de que sus intenciones hacia mí eran amistosas, admito que nunca recibí la misma
satisfacción: yo era propenso a acabar cansado y usted enfadado. Por tanto, desearía que
en el futuro, sea dónde sea que mi buena fortuna me haga tropezarme en su camino, que
nos abstuviésemos de estos temas. Desde hace tiempo he hecho investigaciones sobre
tales temas y me he vuelto incapaz de instrucción, aunque reconozco que nadie es más
capaz de dármela que usted.
“Después de darle libertad para transmitirle a su amigo la parte de esta carta que
crea más conveniente, continúo, señor,
Su más humilde y obediente servidor.
David Hume.”(17)
En el año1762, Hume escribió la siguiente carta al doctor Campbell, la cual
honra enormemente al escritor.

“Querido señor (en Edinburgo, a 7 de enero de 1762),

“Ha ocurrido tan pocas veces que controversias en filosofía y mucho más en
teología, se hayan llevado a cabo sin producir enfrentamientos personales entre las
partes, que debo considerar mi situación en el presente como algo extraordinario. Tengo
razones para agradecerle la civilizada y considerada manera con la que ha conducido la
disputa contra mí en un tema tan interesante como es el de los milagros. Cualquier
pequeño síntoma de vehemencia del que antes me permitía quejarme cuando me hizo el
honor de mostrarme el manuscrito ha sido eliminado, descartado o expiado por las
amabilidades que van mucho más allá de las que yo tenga derecho a pretender. Es
natural que imagine que daré algún giro para evadir la fuerza de sus argumentos y para
retener mi antigua opinión en el mismo punto de la controversia entre nosotros. Pero me
es imposible no ver la brillantez de su exposición y los muchos conocimientos que usted
mostrado al oponérseme.
“Me considero muy honrado de que una persona de tanto mérito me haya
considerado digno de una respuesta y, ya que considero que el público le hace justicia
en cuanto a la brillantez y buena composición de su pieza, espero que no tendrá ninguna
razón para involucrarse con un antagonista, al cual quizás, con rigor, usted se habría
atrevido a ignorar. Le debo el que nunca haya sentido una inclinación tan violenta a
defenderme como ahora al ser justamente retado por usted y pienso que podría
encontrar algo con consistencia al menos que presentar en mi defensa. Pero como fijé la
resolución al principio de mi vida de que siempre dejaría al público juzgar entre mis
adversarios y yo, sin dar ninguna respuesta, me debo adherir de forma inviolable a esta
resolución. De lo contrario mi silencio en cualquier ocasión futura, sería interpretado
como que soy incapaz de contestar y sería un triunfo contra mí.
“Quizás pueda divertirle saber de dónde surgió la primera idea del argumento
que usted ha atacado tan vigorosamente. Paseaba por el claustro del colegio jesuita de
La Fleche, una ciudad en la que pasé dos años de mi juventud, y conversaba con un
jesuita de cierto talento e instrucción, que me estaba contando cierto milagro sin sentido
llevado a cabo recientemente en su convento, cuando cedí a la tentación de discutirle.
Dado que tenía la cabeza llena de los temas de mi Tratado sobre la naturaleza humana,
que estaba componiendo en aquel momento, se me ocurrió este argumento
inmediatamente y pensé que comprometió mucho a mi compañero. Pero al final me hizo
la observación de que era imposible que ese argumento tuviera ninguna solidez, ya que
operaba igualmente tanto contra los evangelios como contra los milagros católicos.
Consideré apropiado admitir esta observación como una respuesta adecuada y
suficiente. Creo que por lo menos admitirá que la libertad de este razonamiento lo hace
de alguna forma extraordinario al haber sido el producto de un convento de jesuitas,
aunque tal vez piense que se favorece su sofistería simplemente por el lugar de su
nacimiento.”
En el año 1762 el propio Hume se puso del lado del celebrado Rousseau cuando
por sentencia del Parlamento de París éste último iba a ingresar en prisión por publicar
su famosa novela Emilio. Hume estaba en Edinburgo entonces. Tal como nos cuenta,
una persona de mérito, pero cuyo nombre no menciona, le escribió desde París que
Rousseau tenía la intención de venir a Gran Bretaña para procurarse un asilo de la
persecución en una tierra donde reina la libertad y donde se estimula el genio y toda
clase de literatura. Al mismo tiempo, Rousseau le pidió a Hume su protección y
recomendación para cuando llegara a Londres. En consecuencia, Hume escribió a varios
de sus amigos en Londres en pro de este famoso exiliado. Del mismo modo le escribió a
éste, asegurándole su entusiasmo y su fuerte deseo de hacer todo lo que estuviera en su
poder para servirle. Hume, al mismo tiempo, pidió a Rousseau que viniera a Edinburgo
y le ofreció un retiro seguro en su propia casa por cuanto tiempo deseara. Los
principales motivos de Hume para hacer este ofrecimiento eran la celebridad de
Rousseau, su genio y talento, en particular, la persecución que sufría por parte de los
fanáticos de su propio país, junto con él estado débil y enfermo de su cuerpo ocasionado
por el paso de sangre a través de la uretra. Esta disfunción, como la mayoría de las
destemplanzas crónicas, le hacían estar de mal humor y, por supuesto, hacían su
temperamento y sus acciones frecuentemente raros y desagradables, especialmente para
los extraños. Parece que Hume, en algunos puntos de la controversia, no fue lo
suficientemente indulgente con la condición débil y dolorosa del cuerpo de su
antagonista. El dolor, cuanto continúa largo tiempo, no sólo induce la debilidad general,
sino que también nubla y corroe la mente, haciéndola suspicaz e impaciente. Es
probable que esta circunstancia fuera la causa principal de la ruptura que ocurrió entre
estos dos hombres instruidos y de gran ingenio. Sin embargo, Hume, durante toda la
controversia, trata a Rousseau con humanidad y respeto. Sin duda, se defiende
vigorosamente contra las calumnias e insinuaciones de su ilustre oponente y tenía pleno
derecho a hacerlo.
A instigación de Hume, Rousseau llegó a Inglaterra en la primevera de 1766 y
Hume le procuró una residencia agradable en una casa de campo que pertenecía al señor
Davenport, un caballero distinguido por su cuna, su fortuna y su mérito. La casa está
situada en la región de Derby y se llama Wooton. En cuanto Rousseau llegó a Wooton,
quedó encantado con la situación del lugar, así como con la campiña de alrededor, y
escribió a Hume, en los términos más educados y agradecidos, sobre cuánto estimaba su
amistad y protección.
Cuando de camino a Gran Bretaña, una tarde en Calais, Hume le preguntó a
Rousseau si aceptaría una pensión del rey de Inglaterra, suponiendo que se lograra,
Rousseau contestó que tenía cierta dificultad en responder la pregunta, pero que lo
comentaría con lord Marschall, que era gran amigo suyo. Animado por esta respuesta,
Hume, tan pronto como llegó a Londres solicitó al general Conway, entonces secretario
de Estado, así como al general Graeme, secretario y chambelán de la reina, una pensión
para Rousseau, que fue prontamente concedida, con la única condición de que el asunto
debería permanecer en secreto. Esta condición fue enormemente del gusto de Rousseau,
a quien le encantaba esconder los favores que ocasionalmente recibía y, especialmente,
en lo relacionado a asuntos económicos, pues pensaba que degradaban el espíritu de
independencia que él siempre, por lo menos, pretendió poseer. Pero Hume durante
alguna temporada se había ocupado meticulosamente del bienestar y el interés de
Rousseau, que continuamente se quejaba tanto de dolor físico como de pobreza,
descubrió con sorpresa que la última de estas quejas era falsa. Usaba este último
artificio (ya que, como señala Hume, el primero no lo era) para resultar, como hombre
de genio, más interesante y para despertar la compasión del público.
El tiempo que Hume pasó con Rousseau le dio la posibilidad de descubrir
gradualmente su carácter. “Finalmente me di cuenta”, dice, “que este hombre de genio
ha nacido para el tumulto y las tormentas”. Pero como Hume había hecho todo lo
posible para acomodar a Rousseau y hacer confortable su situación, a él nunca se le
ocurrió que el mismo iba a ser víctima de su furia y mal humor. El origen de la ruptura
entre estos dos grandes hombres se originó a partir de una circunstancia ridícula. Horace
Walpole, quien no resultaría ser un gran amigo de Rousseau, escribió una carta bajo el
nombre ficticio del rey de Prusia Federico invitándole a ir a residir a su corte en Berlín.
Hume no tenía conocimiento de este asunto. Pero Rousseau, es difícil conjeturar por qué
circunstancias difíciles, imaginó que Hume había escrito y hecho circular esa carta con
el objetivo de confundirle y burlarse de él. Hume, en este asunto más que tonto, excusa
a Walpole llamándolo una broma inocente. Pero cuando se tienen en cuenta el genio, el
temperamente y el estado convaleciente del cuerpo de Rousseau, en vez de una broma,
fue una auténtica crueldad y tuvo, por error natural, el triste efecto de convertir a dos
amigos cordiales y celebrados en enemigos mortales.
Rousseau, aunque Hume le procurase el disfrute de una pensión de su Majestad,
actuó en virtud de alguna caprichosa idea de independecia y la noción de que su mejor
amigo podía traicionarle, por lo que se negó a aceptarla. Hume, a través de cartas
amistosas, presionó a Rousseau para que aceptase la pensión. Pero este último persistió
en su negativa obstinadamente e incluso reprochó a Hume, en términos extremadamente
indecentes, el que se hubiese encargado con tanto éxito de servirle y de hacer la vida
más fácil.
Tras haber circulado copias de la supuesta carta escrita en nombre del rey de
Prusia por toda Europa fue finalmente publicada en la Crónica de St. James. Fue en este
periódico donde Rousseau vio por primera vez este escrito descarado e imprudente.
Rousseau escribió inmediatamente a los editores de la Crónica de St. James quejándose
amargamente de la impostura e insinuando indirectamente que la fingida carta había
sido escrita por Hume. Cuando Hume leyó que Rousseau sospechaba que él era el autor
de la carta, esto le hizo sentir una gran incomodidad. Hume puntualiza que después de
la gran atención y los benéficos servicios que había concedido a Rousseau gracias a su
insistente perseverancia, de pronto se convirtió en objeto de su resentimiento y de su
oprobio, por ningún otro fundamento que una tonta y absurda sospecha. Hume, a pesar
de este triste asunto, siguió cuidando y protegiendo a Rousseau tanto por medio de
cartas amistosas como por su buen hacer. Pero después de todo, Rousseau se deshizo de
cualquier escrúpulo y acusó abiertamente a Hume de enemigo traidor, no dando otras
razones que las que eran evidentemente caprichosas, frívolas y despreciables. Sólo
mencionaré un ejemplo. La primera noche después de que estos dos notorios hombres
abandoran París, rumbo a Gran Bretaña, durmieron juntos en el mismo camarote.
Rousseau, en la última carta que escribió a Hume, que es de una longitud enorme, dice
que Hume, durante la noche, había pronunciado varias veces con vehemencia inusual
“Je tiens J.J.Rousseau”. Sin embargo, reconoce que no sabía si Hume estaba dormido o
despierto. La expresión suena fuerte en francés, pero, como muchos verbos, tenir
frecuentemente se usa de muchas maneras diferentes y a veces incluso opuestas.
Rousseau interpretó la expresión así: “tengo a Rousseau en mi posesión o lo tengo bien
sujeto”. Cada vez que se repetían estas palabras Rousseau nos cuenta que temblaba
horrorizado. Estas y algunas otras circunstancias insignificantes del mismo tipo
originaron una ruptura total entre los dos grandes hombres.
Durante la publicación periódica de “The Edinburgh Magazine and Review” en
el año 1773, el entonces reverendo doctor Henry, en aquel tiempo uno de los ministros
de esta ciudad, un clérigo muy trabajador, así como un compañero divertido y de buen
humor, sacó el segundo volumen de su History of Great Britain. Se dice que el doctor
Henry, le pidió a Hume seriamente que hiciera una reseña de ese volumen en la revista,
a lo cual accedió. Cuando apareció el manuscrito, después de leerlo, los elogios que
aparecieron eran tan exagerados que los editores, en mi presencia, estuvieron de acuerdo
en que el informe de Hume no pretendía más que ser una burla del autor. Por tanto, para
que fuera considerado nuevamente, se encargó a uno de entre éstos, quien mantuvo de
nuevo la misma opinión y, en consecuencia, llevó tan lejos los encomios que ninguna
persona podría errar el significado implícito del escritor. Se terminó de componer la
edición del manuscrito y se enviaron a Hume las pruebas de imprenta para que las
examinara y corrigiera. Para sorpresa de los editores, Hume les escribió una airada carta
quejándose, en los términos más elevados, de las libertades que se habían tomado con
su manuscrito y manifestando que la reseña que había hecho de la Historia del doctor
Henry era absolutamente sincera. Dadas las circunstancias, se canceló el artículo de
Hume y se escribió otro por un miembro de la Sociedad, condenando el libro con
términos quizás excesivamente severos. Así pues, no sólo se malogró la intención de
Hume de servir al doctor, sino que produjo el efecto contrario.
No se puede omitir otra circunstancia de la vida de Hume. Cuando era joven
presentó la solicitud para ser profesor de Filosofía Moral en la Universidad de
Edinburgo. Los clérigos escoceses dieron la voz de alarma. Ellos entendían que Hume,
desde su punto de vista, era un ateo o, como mínimo, un deísta. Consecuentemente,
entendían que estaba muy poco indicado para enseñar ética a la juventud de un país
cristiano. Sus reconvenciones surtieron efecto y se rechazó su solicitó Hume. Desde ese
momento, como era natural, concibió una arraigada antipatía hacia la mayoría de los
clérigos escoceses. Esta antipatía no era, sin embargo, indiscriminada, pues mantenía
estrechas relaciones sociales y de amistad con varios de los ministros de la Iglesia de
Escocia, tales como el célebre doctor Robertson, el doctor Blair, el doctor Wallace, el
señor Jardine, el doctor Wishart, el doctor Drysdale, el señor Home (autor de una
billante y popular tragedia de Douglas) y otros muchos. Estos caballeros “reverendos e
instruidos” discrepaban de las opiniones religiosas o filosóficas de Hume, pero eran
muy sensibles a su genio como autor y a su valor como hombre.
Mencionaré otra anécdota. Una tarde de verano fui a cenar con lord Kames.
Poco después, el valioso, respetable y provechoso reverendo de esta ciudad, el doctor
John Warden, llegó a casa de lord Kames con la misma intención. Lord Kames en aquel
momento estaba dictándole a su secretario. Cuando su señoría hubo terminado, nos
condujo a una sala que estaba más al norte porque la noche era singularmente calurosa.
Aquí llevábamos conversando durante algún tiempo cuando Hume se nos unió. La
conversación continuó de la manera más agradable. Recientemente se había publicado
un sermon escrito por un tal Edwards con el extraño título de “Usefulness of Sin” [La
utilidad del pecado]. El doctor Warden nos contaba que el había leído el sermon. Hume
repitió las palabras: “La utilidad del pecado. Supongo que el señor Edwards acepta el
sistema de Leibniz, según el cual todo es para bien, pero”, añadió entonces con su
habitual agudeza y firme manera de expresarse, “¿qué diablos hace este tipo con el
infierno y la condenación?”. Cuando Hume hubo pronunciado estas palabras, por una
razón que yo nunca adivinaré, el doctor Warden tomó su sombreró y abandonó la sala.
Lord Kames le siguió y le presionó para que volviera, pero él lo rehusó obstinadamente.
Tras una pesada enfermedad, Hume murió a los sesenta y cinco años de edad en
Edinburgo, el veinticinco de agosto de 1776. En su momento, ya di a mis lectores
algunos detalles de su muerte extraidos de las cartas del doctor Black y el doctor Smith.
Algún tiempo después de la muerte de Hume, se publicaron en Londres dos
ensayos atribuidos a él; uno Sobre el suicidio y otro Sobre la Inmortalidad del alma.
Estos ensayos, tanto por el estilo como por la forma de argumentar, parecían
manifiestamente producciones genuinas de Hume. Hubo un momento en el que
pretendí, en esta vida de Hume, dar una visión resumida de los argumentos contenidos
en estos ingeniosos y plausibles ensayos. Pero, después de una reflexión más sopesada,
considerando la sofistería de tales razonamientos y los injuriosos efectos que podría
tener sobre la sociedad, ya que un resumen de ellos sólo sería otro modo de administrar
el veneno que contienen, debo ahora renunciar a tal propósito y concluir con unas pocas
notas generales.
Después de todo, Hume fue uno de esos extraordinarios personajes que algunas
veces, aunque pocas, aparecen, como meteoros luminosos, en casi todos los países
civilizados de Europa. En la elegancia de sus composiciones, en la destreza y la fuerza
de su razonamiento, en el buen humor y lo bromista de su conversación, así como en la
uniformidad de su conducta y su carácter, no se le podía superar. Antes de su muerte,
Hume había escrito su testamento, en el cuál, además de otras asignaciones, destino
cierta suma para la construción de su tumba, la cuál el ordenó que se erigiera en el
cementerio de Calton, situado sobre una elevada y hermosa colina casi dentro de la
Ciudad de Edinburgo. Como él mismo, su tumba se construyó con piedras macizas y sin
adornos, con esta simple inscripción: “David Hume, Esq.” Después de que se terminara
la tumba, un día de verano estaba dando un paseo tranquilo sobre la colina de Calton, en
compañía del bien conocido doctor Gilbert Stuart y el doctor John Brown, autor de lo
que se llama “sistema físico browniano”. El doctor Brown, que era un hombre de
maneras rudas y soeces, se dirigió a un tallista que estaba trabajando con una piedra y le
dijo: “Amigo, esta es una construcción fuerte y maciza. ¿Cómo crees que el caballero
honrado puede salir el día de la resurrección?” El tallista contestó astutamente: “Señor,
ese asunto lo tengo asegurado; he dejado la llave debajo de la puerta.”

Notas

1.COPYRIGHT: 1995, James Fieser (jfieser@utm.edu), todos los derechos


reservador. Early Biographies de David Hume, ed. James Fieser (Internet
Release, 1995).

2. Vid. Hume, D., Mi Vida, p. 8.

3. Ibid., p. 10.

4. Ibid. p. 11.

5. Ibid. p. 11.

6. Ibid. pp. 11-12.

7. Ibid. pp. 11-12.

8. Ibid.

9. Ibid., p. 13.

10. Ibid., p. 15.

11. El autor a menudo mencionaba como circunstancia curiosa que él tuvo el


honor de conocer a todos los hombres de letras de su tiempo en Escocia,
excepto al brillante John Home.

12. Carta del dr. Smith al sr. Strahan.


13. Carta del dr. Smith al sr. Strahan.

14. Ibid.

15. Ibid.

16. Ibid.

17. Hume envió la siguiente carta al autor de Delineation of the Nature and
Obligation of Morality [Delineación de la naturaleza y obligación de la
moralidad]:

“Señor,

No sé a quién me estoy dirigiendo cuando le escribo. Sólo sé que


es alguien que me ha hecho un gran honor y a cuya cortesía me debo. Si
fuésemos extranjeros, suplicaría que nos conociésemos tan pronto como
usted crea apropiado descubrirse. Si ya nos conociéramos, suplicaría que
fuéramos amigos. Si fuésemos amigos, suplicaría que lo fuésemos más.
La conexión que se da entre nosotros, como hombres de letras, es mayor
que las diferencias que resultan de nuestra adhesión a diferentes sectas o
sistemas. Revivamos los tiempos felices, el de los epicúreos Atico y
Casio, el del académico Cicerón y el estoico Bruto, cuando todos ellos
podían vivir conjuntamente en medio de una amistad sin reservas,
insensibles a todas esas distinciones excepto para que les proveyesen
agradable materia de conversación y discusión. Quizá usted sea joven y,
estando lleno de esas sublimes ideas que usted ha expresado, también
piense que no puede haber virtud en un sistema más reducido. No soy un
viejo, pero teniendo un temperamento calmado, siempre he hallado que
las teorías más simples era suficientes para hacerme actuar de una
manera razonable. Yo viví en este reducto de la fe y en él espero morir.
" Sus cortesías hacia mí sobrepasan tanto sus asperezas, que sería
un desagradecido si me fijara en algunas expresiones, que en el calor de
composición, se han escapado de su pluma. Sólo puedo quejarme de
usted por atribuirme las opiniones que puse en boca del escéptico en el
Diálogo. Estoy completamente decicido a refutar al escéptico con toda la
fuerza de la que sea capaz. Debe permitirse que mi refutación sea
sincera, ya que está extraída de los principios fundamentales de mi
sistema. Pero usted me imputa a mí tanto las opiniones del escéptico
como las opiniones de su antagonista, lo cual yo nunca podría admitir.
En todos los Diálogos se supone que sólo una persona representa la
opinión del autor.

“Su dureza en cuanto al tema de la castidad es tan grande y soy


tan poco consciente de haberla provocado que me ha dado indicios para
hacer conjeturas, quizás con poco fundamento, en cuanto a su persona.

" Espero robar un poco de ocio a mi otras ocupaciones, para


defender mi filosofía contra sus ataques. Si tengo ocasión de dar una
edición nueva del trabajo que usted ha honrado al responder, sacaré
partido de sus comentarios y obviaré algunas de sus críticas.

"Su estilo es elegante y lleno de una agradables metáforas. En


algunos sitios no alcanza completamente mi idea de la pureza y la
exactitud. Supongo que el mío también es insuficiente para las suyas. A
este respecto, quizá podamos naturalmente sernos de utilidad mutua.
Acerca de nuestros sistemas filosóficos, supongo que ambos somos tan
obstinados que no existe esperanza de conversión entre nosotros. Y, por
mi parte, no dudo de que ambos haremos todo lo posible por quedarnos
tal cual.
"Señor, quedo, con gran aprecio, como su más humilde y
agradecido servidor,

"David Hume. Edinburgo, 15 de marzo de 1753."

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