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Desarrollo

1) La película Cama Adentro desarrolla la relación entre Beba, una Señora del barrio
de Belgrano en Buenos Aires, y su empleada “cama adentro”, Dora durante la crisis
del 2001. Crisis que quizás haya sido el peor derrumbe social de la historia argentina.
Y que no constituyo solo una mera crisis económica, sino que significó la disolución
de los vínculos políticos, económicos y sociales, llegando a un punto tal, que no
podían garantizarse las condiciones para la supervivencia de amplias franjas de la
población. Donde el colapso del aparato productivo, bancario y de las finanzas
públicas fue sólo la expresión económica del derrumbe de toda la sociedad.

Una nueva etapa de ajuste que significó la consecuente pauperización gradual de las
clases medias y el aumento de la indigencia de los sectores populares.

2) Cama Adentro desarrolla la relación entre Beba (Norma Aleandro), una Señora del
barrio de Belgrano en Buenos Aires, y su empleada “cama adentro”, Dora durante la
crisis del 2001. Beba de más o menos 50 años, que ha hecho malos negocios con la
herencia de su madre, se ha divorciado y su hija se ha marchado a España en busca
de un mejor porvenir. De dirigir un laboratorio de fragancias y una empresa de cremas
autobronceantes, Beba ha tenido que transformarse en vendedora de cosméticos.
Está sola y ahoga su tristeza en whisky. Dora y un par de aros parecen ser los últimos
bastiones de status que “la señora” no está dispuesta a resignar bajo ninguna
circunstancia, poniendo en juego una serie de “estrategias” para mantener su imagen
ante su estrato social: rellena la botella de whisky importando por whisky nacional,
continúa dejando propinas, canjea productos cosméticos por una sesión de
peluquería. No se trata solo de que no “tenga dinero”, sino que además es incapaz
de abandonar sus prejuicios sociales, siendo para ella la dignidad equivalente al
orgullo de ser, o pretender ser, más que otra gente. Conjunto mismo de prejuicios
que tampoco le dejan aceptar que su hija no es lo que ella quiere que sea, sino que
es quien ella misma eligió ser, más allá del que dirán; que la lleva a soñar aún con
casarla con un hombre, siendo que su hija es lesbiana.

Dora, la empleada que trabaja en su casa desde hace treinta años y a quien le debe
siete meses de sueldo, amenaza con irse permanentemente ante los abusos
reiterados de “la Señora” pero no lo hace. Para Dora lo importante es hacer los pisos
para que le paguen al día, sin regirse por “el qué dirán”, para poder ayudar a su
familia. Para Dora la dignidad no pasa por el aparentar, sino por poder acceder a las
necesidades mínimas de una persona, como la vivienda digna, y por eso su trabajo
incansable no dejará de estar acompañado de frustraciones al ver esos sueños cada
vez más entorpecidos.
Ambos personajes representan, así dos realidades muy distintas de un mismo país,
pero al Beba tampoco poder prescindir de Dora; y Dora a pesar de sus intentos de
dejar este trabajo impagado, no se anima hacerlo pues la situación social es tan
crítica que las posibilidades de empleo son complejas, sumadas a su edad, que
dificultan aún más esas escasas posibilidades. Planteándose así una situación de
dependencia entre ambas mujeres.

3) La historia que cuenta la película intenta ser un reflejo de la situación social que
atraviesa la Argentina de la época. Intenta mostrar las relaciones de clase existentes
en la sociedad, los prejuicios en los cuales se enmarcan dichas relaciones. A su vez
nos muestra el impacto en el imaginario de las clases que habían sido “beneficiadas”
fuertemente con los gobiernos Neoliberales anteriores, y que habían sumergido a la
clase “acomodada” en la ficción de la abundancia sin límites.
Nos muestra como la clase alta, encarnada en el personaje de Beba, se considera
portadora indiscutible de una especie de lealtad ciega porque tuvo la “generosidad”
de solucionar los problemas de trabajo, en un determinado momento, de la clase
proletaria, representada en el personaje de Dora. Una lealtad que pareciera incluir “el
deber” de trabajo sin goce de sueldo.
Incluso hasta el final nos dejara ver las resistencias de una clase social a sucumbir a
la realidad indiscutida y renunciar a las propias construcciones de ser o no ser. Es
gráfica una de las escenas finales, donde cuando ya todo parece inevitable, Beba al
haber finalmente dejado su domicilio de Belgrano, va a visitar a su ex empleada con
el camión de mudanza en la puerta, sin siquiera poder reconocerse a sí misma la
necesidad de pedir ayuda, acaba por intervención de Dora, quien, quizás leyendo en
lo no dicho, le invita a quedarse en su casa.

4) La desigualdad es, desde la película, ese enorme trecho que separa a estas dos
realidades que, aunque gran parte de la trama conviven es un mismo ambiente físico,
no poseen las mismas necesidades. La desigualdad se retrata en una mujer que
desea poder tener su propia vivienda y otra cuya necesidad es pertenecer o seguir
perteneciendo a un determinado círculo social, y no ha tenido “jamás” que la
necesidad de preocuparse por satisfacer un derecho tan básico como la vivienda
digna; lo que le imposibilita comprender las preocupaciones de su empleada.
Una desigualdad que ha sido fortalecida por la creencia en una movilidad social
ascendente, cimentada en un modelo que sólo ha beneficiado a quienes disponían
de los medios y las oportunidades para “aprovechar” las condiciones económicas de
los ’90, como Beba. Pero que ha excluido a aquellos que, como Dora, apenas si
podían soñar con una movilidad social que les permitiese superar la condición de
indigencia/pobreza en la que habían vivido. La inclusión parece escaparse al relato
porque eso implicaría superar las desigualdades excluyentes que caracterizan las
relaciones sociales establecidas, incluso aquellas que se desenvuelven en la
intimidad del cotidiano. Incluido es aquel que goza de las mismas oportunidades y a
quien se le reconocen los mismos derechos.

5)
a. La anciana Faila, víctima inicial de un intento de asalto se convierte en el
victimario de la historia al someter a su atacante al encierro. Para la anciana
el mundo se separa entre “ellos” y “nosotros”. Al decir, por ejemplo: “Me
parece que tienen razón los que dicen que no hay manera de que ustedes
puedan rehacer sus vidas y aprender a vivir con los demás” (pp 249-250).
En esta frase dicha por Lita queda en evidencia que ella, criada en la alta
sociedad y de familia acomodada, cree que la clase baja pertenece a otro
grupo totalmente distinto en la escala humana. Y eso es algo en lo que ella
hace hincapié constantemente en su monólogo, y en cómo cree que debería
ser la sociedad correcta, libre de mates y gente morocha: como al decir “Los
gauchos […] no solo han desaparecido, sino que han infectado a casi
todos los que vivimos en esta zona del universo. Y la culpa de esa
infección, para mí la tiene el mate”. (p. 126)

La anciana representa en cierto sentido a la maestra normal de Sarmiento,


cuando le resalta cómo iba a aprovechar el tiempo que lo tendría encerrado
para “re-educarlo”, y cómo el debería estar tan agradecido. Es un ejemplo, la
frase: “Es un desagradecido. Lo tengo como a un rey, cuando no es más
que un delincuente y, cada vez que puede, se queja de su encierro” (p.
246).
Claro es que no es una dulce maestra, sino que, mediante su vocabulario y
conductas, proponiéndole castigos y reprimendas, tiene un alto grado de
violencia dentro de sí.

Santi es, por su parte, el adolescente que intentó robarle a la mujer y que
terminó encerrado en el baño. Se trata de un muchacho de pocos años de
edad, adolescente. Que no solo es víctima por el revés de la historia sino por
su misma realidad social que lo mantiene excluido, que no le ha posibilitado
conocer otras realidades, o reconocer otras herramientas para “paliar” su
exclusión social. La violencia que representa al principio refleja su impotencia
por romper los muros sociales que lo separan de aquellos que lo tienen todo.
Y el silencio de su voz, la invisibilización en la que viven sometidas las clases
desfavorecidas. La voz del chico no la conocemos, solo a través de los relatos
de la anciana, en que deja ver las reacciones del muchacho, como por ejemplo
cuando dice: “Por favor. Sea bueno. Cállese de una vez, cálmese, deje de
golpear la puerta como un tonto y escuche quietito que no le va a venir
nada mal escucharme” (p. 8)

A su vez algunos pasajes es posible acercarnos a la realidad que vive ese


joven en su cotidiano y antes de que la anciana lo secuestrara. Una realidad
de necesidad donde la posibilidad de que falte el plato en la mesa no es
imposible. Por ejemplo, cuando la anciana para ce sorprendida y dice “¿Puede
tener hambre, todavía, con todos los bizcochos y con todas las
palmeritas que ya se comió?” (p. 206)

b. Al principio el libro constituye en el imaginario del lector cierta resistencia


aceptar la crudeza de las representaciones y los prejuicios que se reflejan en
el discurrir del relato. Pero, la reflexión entonces no puede quedar exenta.
¿Por qué ésta incomodidad? ¿Qué manifiesta el discurso sin decirlo?

La realidad es que el libro, solo estar narrado en una sola voz, ya representa
el hecho de que el poder del discurso sigue estando en manos de las clases
beneficiadas por el modelo político y socioeconómico vigente. Mientras que la
voz de aquellos que han sido excluidos se encuentra silenciada, sin que se les
otorgue posibilidad de deconstruir los discursos y estereotipos tan marcados
socialmente.

El libro retrata la situación social actual y el hecho de que no podamos


deshacernos de este modelo político, social-económico que cada cierto
período renace, legitimado en el discurso de las clases opulentas, e incluso de
la clase media.

La recurrida referencia de la anciana a la diferenciación del “ellos”, “nosotros”,


“ustedes”, es de lo que Boltón define como el recurso simbólico utilizado para
evadir la angustia que significa reconocer que estamos en la misma situación
de precariedad. Porque “la famosa grieta” es eso el muro que construimos para
separarnos del otro y construir la ilusión del “yo estoy bien”, “y el otro, si está
mal, por algo será”. Imágenes que nos interpelan continuamente, y nos hacen
negar que la justicia social es algo que todavía constituye una deuda, y que
solo es posible de alcanzar si reconocemos que el discurso de la igualdad no
es el “aceptar” lo diverso y diferente, como quien hace caridad.

El texto de más liviano que el aire nos incomoda porque nos pone en evidencia
como sociedad, cuando hablamos de populismo despectivamente, cuando
cruzamos la vereda al ver un chico que lleva cierta clase de vestimenta,
cuando usamos términos como “planeros”, “vagos” para caracterizar a un
grupo social que sostiene una definida bandera política y el sueño de un país
sin clases, más igualitario que sea capaz de ver la diferencia no como lo raro
sino como lo propio.

Quiroga, Marta Cecilia

DNI: 31842631

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