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Mickey no daba crédito a lo que estaba pasando. Tras casi un año de espera ahora
resultaba que su padre se negaba a ver Sueños Vampíricos. Mickey sabía
perfectamente el día del estreno, pues en casa de Donnie habían visto el tráiler de la
cuarta temporada infinidad de veces, pero solo encontraba un no por respuesta, primero
con vagas evasivas y más tarde con rotundas negativas ante la insistencia de su hijo.
Mickey hizo lo que haría cualquier chico de su edad: Saltarse las reglas y ver la serie a
escondidas. Ora en móviles de compañeros de clase, ora en horas de subterfugio en
clases extraescolares. Y sobre todo en casa de Donnie, donde varios aprovechaban la
ausencia de sus padres para juntarse y ver los capítulos juntos. Allí sufrió, gozó y se
emocionó en su último capítulo, cuando adivinó un segundo antes que entre elegir
sacrificar a Charisma o a Jeremy, la única elección posible del Barón Sangre era su
propio sacrificio.
No podía pensar en otra cosa volviendo a su casa. Aunque le quedaba el vacío de perder
a su personaje favorito estaba satisfecho por cómo habían cerrado su arco. Al final el
amor era la chispa que necesitaba el Barón Sangre para darse cuenta de quién era en
verdad. Y recordaba como su padre, incluso en las primeras temporadas cuando
torturaba sin piedad a sus enemigos, ya lo advertía. “Éste tiene buen fondo. Ya verás
cómo éste acaba siendo un buen tipo”. Le gustaría llegar y decirle que el Barón Sangre
había colmado sus expectativas y era como él lo intuyó desde el principio.
Pero no podría decírselo.
Porque no podría entenderlo.