Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1
bioquímica, la familia, el colegio y los demás sistemas se influencian mutuamente de
manera continua.
Las variadas modalidades terapéuticas apuntan a los sistemas en variados
niveles, considerándolos como entidades hasta cierto grado autónomas. El terapeuta
infantil considera al niño como una entidad autónoma, el terapeuta familiar considera a
la familia como entidad propia y así también lo hace el psicofarmacólogo con el sistema
nervioso del niño. Ya que la dependencia del niño respecto de sus padres, familia y
comunidad lo convierte en un sistema bastante abierto, con considerable regulación
mutua ocurriendo entre el niño, la familia y la comunidad, hemos estado argumentando
en este libro por un abordaje que considere tantos niveles posibles como sistemas que
interactúan con el niño.
Los terapeutas infantiles que consideran los variados sistemas en los que se
encuentra un niño, pueden sentirse inclinados a actuar de un modo relativamente
intervencionista. También tienden a sentirse sobrepasados por el número de cosas a las
que necesitan atender. El terapeuta infantil que elige involucrarse en los sistemas que
moldean la vida del niño como la familia nuclear, familia extensa, colegio, comunidad y
otros cuidadores, pueden verse inmerso en una confusa red de alianzas, límites y
conflictos de interés. Generalmente el terapeuta infantil mira con envidia la relativa
simplicidad del rol y de las acotadas demandas del terapeuta de adultos. Las
intervenciones con la familia, el colegio y la comunidad, generalmente resultan
necesarias y beneficiosas para el niño. A pesar de que estas intervenciones pueden
apuntalar de buena manera el tratamiento, el terapeuta infantil debe regular la atención
que les otorga a éstas en relación a las prioridades que se establecen en función de la
modalidad primaria del tratamiento, que para nuestros intereses es la terapia infantil
individual. También debe tenerse en cuenta que ningún terapeuta puede hacer de todo;
la sabiduría y madurez terapéutica a menudo consiste en aceptar que ningún esfuerzo
terapéutico toca todas las bases y que los resultados terapéuticos son en el mejor de los
casos, resultados parciales.
Se llama a un terapeuta a intervenir en la vida de un niño cuando en algún nivel
hay un desequilibrio en el propio niño o en alguno de los sistemas de los que el niño
forma parte. Puede tratarse de un conflicto familiar, un fracaso escolar o una elevada
ansiedad en una o varias personas. El terapeuta es solicitado para reestablecer el
equilibrio, pero en un primer momento hay una desestabilización de varios sistemas,
porque una nueva persona ha ingresado. El terapeuta debe ser de alguna manera
acomodado. Un nuevo sistema ha aparecido, un nuevo elemento ha sido añadido. Desde
nuestra perspectiva el terapeuta debe poner atención a la forma en que los sistemas se
realinean para acomodarlo. También debe atender a las formas en que su propia
conducta influye en este proceso. Una intervención del terapeuta con el niño puede tener
efectos en su familia y más allá. Estas intervenciones pueden poner en movimiento
efectos que el terapeuta, puede o no, estar preparado para manejar. Las sesiones de
orientación a los padres pueden llevar a la superficie tensiones maritales, o puede ser
que las sugerencias a la profesora la pongan a ésta en conflicto con su supervisor o con
los padres. Los efectos finales de estas intervenciones tendrán relación con la forma en
que éstas afecten las variadas estructuras y en cómo éstas se vuelvan a reconstituir. El
terapeuta que no pone atención en estos desarrollos puede pasar por alto ciertos
elementos de riesgo que pueden afectar el logro de los objetivos terapéuticos.
Por ejemplo, pueden haber complicaciones en la transferencia del terapeuta con
el niño, a consecuencia de las intervenciones que se han realizado con la familia o el
colegio; así como complicaciones transferenciales que mantienen estas intervenciones
equilibradas. Por otro lado, las intervenciones con el niño pueden cambiar el equilibrio
2
en la familia, posiblemente haciendo que emerjan tensiones maritales. En tales casos el
terapeuta infantil debe prestar atención a tales consecuencias de su trabajo con el niño,
enviando a los padres a terapia de pareja o realizando una intervención acotada él
mismo. El terapeuta necesitará establecer un equilibrio entre abordajes más o menos
intervencionistas, manteniendo muchas consideraciones en mente, tal como será
ejemplificado en una viñeta clínica más adelante en esta sección.
14
Incluyendo a los padres en la Psicoterapia
Al trabajar con niños desde un abordaje relacional, se reconoce que los padres son tan
importantes como los niños, en los pensamientos y acciones del terapeuta. Los padres
están involucrados tanto en el mundo interno de las relaciones objetales del niño, en las
relaciones actuales del niño, en el apoyo concreto del tratamiento, en la ayuda o los
perjuicios que sufre el niño fuera de la terapia, así como en las redes de transferencia y
contratransferencia que giran en torno al tratamiento. Un padre puede ser un apoyo a la
terapia, puede estar en contra de ella, puede ser parte del sistema, fuente de guía así
como de resistencia a la que el terapeuta debe responder; también pude ser paciente del
terapeuta y el empleador de éste. El poder del terapeuta de influir en el niño y los padres
está en la técnica del terapeuta, en la medida en que éste la use para potenciar los
factores de crecimiento en cada uno.
¿Por qué los otros significativos no se encuentran tan involucrados en la terapia
de adultos? Tal como un padre con una terapia infantil, un amante, un esposo, un jefe,
hermano o padre, pueden socavar la terapia de un adulto. Su falta de empatía u
hostilidad puede ser perjudicial, cuentan con información útil sobre los sucesos diarios
de la vida del adulto. Incluso, en algunos casos similares a los de niños, es un adulto el
que empuja al paciente adulto a tomar terapia. Esto ocurre cuando los adultos asisten a
terapia llevados o a sugerencia de su esposa, o cuando son enviados a terapia desde la
cárcel, desde un centro de desintoxicación, un programa de empleos o un tribunal.
Como en el caso de la terapia infantil, estos adultos pueden resistirse a la terapia;
pueden no reconocer que tienen un problema, no importarles buscar una cura y pueden
no compartir los objetivos terapéuticos de quien los envía. En estos casos el terapeuta de
adultos de todas formas no concibe la necesidad de consejería marital o consejería a la
jefatura (con excepción de la terapia de parejas), y no se trabaja con la persona que
solicitó la terapia de ninguna forma estable o regular. ¿Cuál es la diferencia?
Los padres son la fuente de referencia de los niños y se comprometen con la
terapia para que éste cumpla con los objetivos que ellos mismos tienen para el
desarrollo de su hijo, tal como un tribunal o un empleador tiene objetivos también para
el adulto que deriva. Sin embargo, a diferencia de estas fuentes de referencia, los padres
están preocupados sobre el resultado y reconocimiento de su propia responsabilidad, a
tal punto que ellos mismos conducen al niño a la terapia y pagan por ella. Esta
preocupación y responsabilidad proviene de lo profundo de la identidad de los padres
como tales, así como también implica el reconocimiento de la inmadurez del niño. Los
padres reconocen que la inmadurez del niño no le permite comprometerse con la terapia
sin ayuda. Además se preocupan por el niño, se sienten incómodos con los síntomas y
quieren actuar conforme a su rol de padres.
De hecho los niños no saben que existe una profesión de ayuda. Ni tampoco
cuentan con nociones de acerca de la reciprocidad y las relaciones, suficientemente
desarrolladas como para saber con antelación que la terapia tiene un costo y el terapeuta
necesita controlar el tiempo de duración de cada sesión. Habitualmente, los niños no
3
cuentan con los medios para pagar el costo de una terapia (o para asegurar el pago a
través de algún tercero) ni para llegar y luego retirarse del lugar de la terapia misma.
Para que se lleve a cabo, una terapia requiere suficiente involucramiento parental o de
algún cuidador como para trabajar considerando todos estos aspectos.
Cuando pueden, los terapeutas toman ventaja de la necesidad y naturaleza del
compromiso de los padres para intentar hacer lo que no es posible en la terapia con
adultos, que es ayudar a personas que resultan centrales en la vida del niño (en el caso
de los niños se trata de los padres) para aumentar su comprensión y conducirse de
manera más empática, facilitando el crecimiento del niño. La analogía más cercana en la
terapia con adultos es el proceso de enriquecimiento permanente en un medio
terapéutico en contextos de hospitalización, un punto que Ornstein (1976) hizo
explícito.
Loa terapeutas infantiles de orientación psicoanalítica que trabajan con los
padres, se sienten generalmente interferidos u obstaculizados por las definiciones
tradicionales de neutralidad. Cuando se entiende la neutralidad como no directiva, los
terapeutas que trabajan con padres pueden sentirse incómodos con aspectos de su
trabajo con ellos, como puede ser reafirmar, dar esperanza o consejo. Desde este punto
de vista la pureza de la transferencia del niño se vería afectada. El terapeuta no solo se
estaría dejando percibir como una proyección o externalización de las imágenes
familiares, sino como otra figura parental real. Sin embargo, un enfoque relacional de la
psicoterapia con niños sostiene que no hay tratamiento que esté desprovisto de la
participación del terapeuta. En este enfoque, la naturaleza interpersonal del trabajo es un
tema central, más que secundario o problemático. Se considera que tomar una posición
respecto de los padres como parte del trabajo terapéutico, no interfiere la terapia
infantil. Más bien, se trata de una parte inevitable y útil del trabajo, que debe ser
manejada lo más reflexivamente posible.
Los terapeutas pueden elegir variadas maneras de relacionarse con los padres.
Desde el desarrollo de una alianza positiva con los padres de manera de aliviar sus
ansiedades sobre el tratamiento y reducir la posibilidad de que lo interfieran, a un
trabajo relativamente intenso con algunos de los conflictos personales de los padres.
Este rango de posibilidades incluye la guía y educación a los padres, el servir como un
modelo de parentalidad, ayudar a los padres a superar dificultades que interfieran con su
labor parental hasta ayudar con interacciones específicamente problemáticas padre-hijo.
La terapia de un niño se potencia cuando los padres pueden recibir ayuda para crear un
ambiente facilitador o un medio terapéutico para el niño en la familia (Ornstein 1976,
Winnicott 1963); cuando los padres pueden aprender mejores habilidades parentales;
cuando los padres pueden recibir consejos útiles (Arnold 1978); y cuando los padres
pueden reportar aspectos de la vida cotidiana del niño al terapeuta.
El trabajo con padres también es útil cuando se evita que éstos corten el
tratamiento. Los padres pueden sentirse ambivalentes en cuanto a consultar un
profesional para ayudarlo con su hijo (Glenn et al. 1978) ya sea por envidia al terapeuta,
la sensación de amenaza o de ser expuesto, sentimientos de inferioridad o resentimiento
por la duración y/o el costo de la terapia. Una alianza con los padres evita que esta
ambivalencia haga que los padres se lleven al niño de la terapia.
La crianza de un niño es nueva para la mayoría de los padres, y necesitan
aprender cómo hacerlo. Muchos padres necesitan información o consejo para manejar
problemas de disciplina, miedos o relaciones entre hermanos. Este tipo de trabajo
llamado educación parental, incluye el dar una comprensión general del desarrollo de un
niño o una comprensión más específica respecto de sus síntomas.
4
Carlos (7 años y medio) estaba cruzando la calle, rumbo a la iglesia con su
mamá cuando ambos fueron derribados por un conductor que se dio a la fuga. El niño
fue impactado dos veces y atropellado la segunda vez. Sufrió una contusión con efectos
neurológicos de mediana gravedad (dolor de cabeza, alteración en el equilibrio), los
que disminuyeron a medida que las semanas pasaron. La madre se quebró la pierna. El
padre y el tío del niño, ambos policías, estaban furiosos pero no lograron encontrar al
sujeto.
En terapia el niño jugaba repetidas veces a que una familia se encontraba
tranquila y de pronto era interrumpida por intrusos a quienes él se sentía impulsado a
desafiar. Carlos ponía mucha energía en este juego. Los temas más destacados incluían
ser “macho”, imaginando cierta culpa por no haber podido ser lo suficientemente
hombre como para hacer a un lado a su madre, y la injusticia y vulnerabilidad de su
vida (el ya había tenido una operación antes a un ojo, y su hermanita menor había sido
recientemente hospitalizada). Cuando el terapeuta permitió que el padre supiera que
Carlos estaba en conflicto por mostrar sus sentimientos de vulnerabilidad, el padre le
recordó a su hijo que él mismo como padre había llorado por el accidente. La terapia
de juego y el apoyo empático del padre de Carlos frente a sus sentimientos, permitió
que Carlos se relajara visiblemente las sesiones siguientes.
Los problemas que presentaba Carlos, el miedo a cruzar la calle y la
imposibilidad de hablar acerca del accidente con su madre, desaparecieron
rápidamente después de dos meses de terapia. Pero se mantuvo más irritable, “high
strung” e hipersensible que previo al accidente. El terapeuta conversó con los padres
acerca de reacciones de estrés agudo, normalizando esta reactividad ante las presentes
circunstancias. Los padres se sintieron aliviados de que esta fuera una reacción normal
que probablemente disminuiría (y así fue), en especial desde que los actuales
problemas fueron resueltos.
Mary, 11 años, llega a terapia sintiéndose deprimida y con una baja motivación,
deseando hacer amigas con niñas que la rechazaban. Su self más alocado desaparecía
luego de que algunas niñas la molestaran. Cada vez que ella se enojaba con su padre,
5
éste se volvía abiertamente taciturno y autocrítico, como solía hacerlo cuando sus
propios padres se enojaban con él, al punto de sugerir que la familia estaría mejor sin
él. Entonces Mary se sentía culpable, pero también enojada y desconsolada ya que sus
sentimientos no eran aceptados. Su padre era inmigrante y desaprobaba los valores
americanos de la individualidad y auto expresión. Él era el entrenador del equipo de
fútbol de Mary y deseaba que ella le demostrara mayor respeto. La madre trataba de
mediar pero no era efectiva.
La terapia duró 18 meses hasta que la familia se mudó a otra ciudad. Al término, Mary
se sentía más confiada y lograba socializar alegremente, aunque ahora se encontraba
ansiosa por la mudanza y triste de perder a sus nuevas amigas. La terapia individual le
permitió explorar sus sentimientos sin sentirse culpable. Ella nunca antes había
hablado acerca de sentirse responsable por los sentimientos de su padre, en especial su
reacción de sentirse abandonado cuando ella expresaba sus sentimientos de mayor
independencia.
Las reuniones con los padres y con la familia, clarificaron los patrones de interacción
familiar y permitieron al padre reconocer su propia parte en la conflictiva de Mary
(aunque esto hiciera que el padre se sintiera todavía más culpable). Las reuniones con
la madre fueron particularmente provechosas en tanto ella pudo decirle a Mary que su
padre no cambiaría y que de todas formas era comprensible que ella se sintiera
enojada con él. Mary se sintió menos culpable por sus sentimientos hacia su padre y
pudo también ser más asertiva con sus amigas.
Las reuniones con los padres fueron un elemento esencial de este progreso,
especialmente cuando el padre admitió cómo inducía la culpa en Mary, luego de
reconocer cómo sus propios padres inducían la culpa en él mismo. Este caso se trató de
lo que Chethik llamaría un trabajo acotado de psicoterapia sectorizada/focalizada (sector
psychotherapy).
6
también de la sobre-identificación con ellos, de los esfuerzos por compensar su
inadecuación, o de las cualidades positivas o negativas, reales, de los propios padres
(Glenn et al. 1978).
El terapeuta abiertamente hace un contrato informal con los padres para que se
cumplan algunas de las metas concientes y explicitadas por ellos respecto a la terapia.
Sin embargo, el terapeuta también puede tener una estrategia implícita para el trabajo
con padres, que suplemente las metas declaradas por los padres para sus encuentros con
el terapeuta de su hijo. Los terapeutas quieren asegurar el apoyo de los padres a la
terapia de su hijo, y ayudarlos a ejercer su parentalidad de manera más efectiva. Los
terapeutas tratan de lograr este objetivo aumentando la empatía y la síntonía de los
padres (Paul 1970), facilitando las identificaciones negativas con el niño y enderezando
las positivas (Schwartz 1984), y posibilitando un ambiente más terapéutico en el hogar.
(Ornstein 1976).
Cualquiera sea la estrategia general del terapeuta, los padres evalúan la terapia
por el progreso respecto de sus propias metas y por los costos en tiempo, plata y
compromiso emocional. El éxito de la terapia depende fundamentalmente de la
aprobación y apoyo de los padres. Esta dependencia es directa ya que los padres pueden
detener la terapia cuando lo decidan. Pero también es indirecta en la medida en que el
niño siente la fe/confianza-faith o resistencia del padre en el proceso y esto le afecta.
De manera que la terapia se encuentra definida ciertamente por el compromiso
tanto del niño como del terapeuta. Sin embargo, también se define por su significado
para los padres. Esto resulta verdadero independiente de la frecuencia de las sesiones
con el niño o con el padre. El trabajo con padres no es extra-analítico (Sandler et al.
1980) o “secundario” (Glenn et al.1978), como los clásicos analistas de niños han
escrito. Más bien, resulta central dentro del tratamiento.
Si no hay compromiso, los padres pueden interferir con la terapia o impedir el logro de
sus metas. O el terapeuta puede perder de vista las metas de los padres para la terapia. Si
el terapeuta concibe la terapia con niños como algo que se hace con el niño solo, con
escasa participación de los padres-o si los padres no participan- el terapeuta tiene que
ayudar al niño a reaccionar ante aspectos poco aportadores (unhelpful) de parte de los
padres (o ante aspectos poco aportadores de los padres respecto de la terapia) ya que no
podrá generar un cambio en los padres que ayude al niño y al proceso. Algunas veces
esto puede resultar; algunas veces, si los padres no están involucrados, es necesario.
Pero es más difícil.
7
El terapeuta se enfrenta al dilema de decidir cuánta presión ejercer y cuanta resistencia
aceptar. La postura del terapeuta al respecto también se convertirá en un elemento vital
en su relación con el niño. Tanto el terapeuta como el niño desarrollan actitudes
relacionadas con la resistencia de los padres. La actitud del terapeuta hacia los padres
puede ser influida por la actitud del niño hacia los padres, así como también puede
contribuir a la actitud del niño. Los terapeutas encuentran una balanza entre transmitirle
al niño la realidad de las limitaciones de los padres, y mantenerse empáticamente dentro
de la experiencia subjetiva del niño respecto de estas limitaciones. Existe el peligro de
que si el niño le transmite a unos padres que se encuentran mínimamente involucrados
en la terapia que el terapeuta “admite que uds son malos conmigo”, los padres terminen
el tratamiento.
Los padres también desarrollan su juicio, moderación y habilidad para actuar a favor del
niño. Se vuelven más claros respecto de sus valores, lo que les parece importante y lo
que no tolerarán como padres. El super-yo parental, un término del modelo unipersonal,
o los patrones internos o interpersonales de parentalidad y consejería de los padres,
como lo concebiría un modelo relacional, tienen la posibilidad de crecer durante un
proceso de terapia infantil.
Los padres tienen la responsabilidad última sobre sus hijos, y un terapeuta de niños no
puede ignorar la forma en que puede guiar o no a sus hijos.