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Melomanía: adicción a la música

A lo largo de los años la música se ha convertido en un tema muy controversial dentro de la liturgia
eclesiástica. Desde los primeros cristianos a nuestro tiempo ha existido un debate constante respecto a la
música que debe utilizarse para alabar y glorificar al Rey del Universo.
La línea es muy delgada, como lo expresa San Agustín (354-430 d.C.) en su autobiografía Confesiones:
Cuando recuerdo las lágrimas que vertí por los cantos de la iglesia en los primeros días de mi fe recobrada
e incluso ahora, cuando me conmueven no tanto los cantos sino las palabras cantadas, reconozco el
beneficio de esta práctica. Así, me siento flaquear entre el peligro del placer y el beneficio de mi
experiencia; pero me siento inclinado, aunque no mantengo una posición irrevocable, a aprobar la
costumbre de cantar en la iglesia, de modo que los más débiles de espíritu puedan ascender al trance de
la devoción mediante la satisfacción de sus oídos. Y, sin embargo, cuando sucede que me siento más
conmovido por el canto que por lo que éste expresa, confieso pecar gravemente y preferiría no escuchar
al cantor en tales ocasiones. ¡Ved en qué condición me encuentro! (Posteriormente se prohibió el uso de
instrumentos en las iglesias).
¡Qué fuertes palabras! El pueblo de Dios, independientemente de su edad, debe prestar suma atención a los
sonidos que permite que ingresen a su alma. Inclusive las melodías más bellas pueden convertirse en una
oportunidad de acción para el enemigo. Como soldados de Cristo debemos pedirle al Padre que nos haga
conscientes de nuestras debilidades y, si la música se ha convertido en nuestro ídolo secreto, confiemos en
el poder del Espíritu Santo y actuemos para que los rezagos de oscuridad implantados en nosotros a través
de ésta sean expuestos ante la luz de su gracia redentora.

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