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Créditos
Moderadora y Traductora
Nelly Vanessa

Corrección y Revisión Final:


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Fatima85

Diseño
Lectora
Índice
Sinopsis Diecisiete
Uno Dieciocho
Dos Diecinueve
Tres Veinte
Cuatro Veintiuno
Cinco Veintidós
4
Seis Veintitrés
Siete Veinticuatro
Ocho Veinticinco
Nueve Veintiséis
Diez Veintisiete
Once Veintiocho
Doce Veintinueve
Trece Epílogo
Catorce Próximo libro
Quince Sarah Castille
Dieciséis
Sinopsis
L
uca Rizzoli casi fue destruido por una brutal traición que le costó su
familia. Ahora, siendo un despiadado capo en la ciudad del pecado,
no permite que nada toque su helado corazón, hasta que un ardiente
encuentro con una hermosa desconocida enciende su pasión. Una noche no es
suficiente para un hombre que toma lo que quiere, pero su misteriosa
tentadora escapa de sus brazos.
Durante dos años, la detective de policía Gabrielle Fawkes ha vivido para
vengarse. Pero una noche de indulgencia con un sexy extraño lo cambia todo.
Luca: poderoso, encantador y deliciosamente peligroso, tiene sus propias
razones para ofrecerse a ayudarla a perseguir al narcotraficante que mató a su
esposo. Luca oculta muchas cosas, y, cuanto más descubre, menos quiere 5
saber.
Cuando Gabrielle se convierte en el objetivo del señor de la droga que juró
perseguir, debe hacer lo inimaginable: poner su vida en manos de un mafioso.
Para salvarla, Luca tendrá que romper sus lazos con la mafia, o
arriesgarse a perder a Gabrielle para siempre.
Uno
C
omenzó como todos los días en Las Vegas. Luca Rizzoli se había
levantado de la cama justo antes del mediodía, se había duchado,
afeitado y arreglado. No había nada más importante para un capo
de la mafia que la bella figura, verse bien a los ojos de la sociedad. Una vez que
sus cuchillos fueron atados a su cuerpo, se vistió con un traje nuevo de lana
italiana, camisa blanca, y corbata roja de seda. Enfundó dos Glocks a través de
su pecho, una S&W 500 y una Ruger GP100 alrededor de su cintura, y una
Walther P22 al lado del cuchillo en su tobillo, justo sobre sus zapatos Salvatore
Ferragamo. Después de revisar su apariencia meticulosamente, volvió a la
habitación, listo para comenzar su día.
Y ahí es cuando las cosas comenzaron a torcerse.
Primero, la mujer en su cama no quería irse. Cuando su encanto habitual
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y sonrisas suaves no la animaron a salir, tuvo que quitar las mantas de la
cama y arrojar su dinero al suelo del vestidor, rompiendo el hechizo en el que
era algo más que una acompañante de clase alta. Luca siempre se portaba
bien, así que ella fingió indignación mientras contaba el efectivo y salió de su
suite en el ático tambaleándose en sus tacones de ocho centímetros.
Después de eso, había sido una pierna rota tras otra, así llamaba a los
pequeños préstamos comerciales de escorias que no querían pagar. Como
senior caporegime1 en la familia del crimen Toscani, podría haber delegado el
trabajo en su equipo de soldados, pero le había dado la bienvenida a la
oportunidad de liberar un poco de estrés.
Desafortunadamente, su día había continuado cuesta abajo cuando visitó
una nueva tienda para ofrecerles su “protección” y descubrió que los albaneses
tenían hombres en su territorio.
Los malditos albaneses no eran la mejor forma de romper un traje nuevo,
pero la familia del crimen Toscani no perdía el tiempo cuando había lecciones
que aprender.
Luca había llamado a Frankie De Lucchi, un ejecutor de alto nivel.
Juntos, enviaron a los albaneses de vuelta a su país de origen a través del foso
del infierno.
Y usando zapatos de cemento.

1 Miembro de alto rango semejante a un capitán o teniente que está a cargo de un grupo de
soldados y sigue las órdenes del capo bastone (subjefe) o directamente del jefe o Don de una
familia criminal.
Los zapatos eran la especialidad de Frankie. Era un hijo de puta que una
vez se había incursionado en el negocio del hormigón. Nunca abandonaba la
oportunidad de practicar su oficio, y las profundidades del lago Mead se
jactaba de muchos ejemplos de su obra.
Su día había ido de mal en peor. Una vez se cambió de ropa, se lavó la
sangre y dejó su traje en la tintorería, se puso arrogante.
Y su soberbia lo llevó hasta aquí. A esta cama de hospital. Con una bala
en el pecho.
Fue su culpa. Debería haberlo imaginado. Había dejado que el exceso de
confianza lo cegara en el pasado y casi había destruido su vida. Su mano se
apretó en el riel de la cama mientras los recuerdos lo inundaban, agregando
una punzada emocional a su dolor físico.
Cuando Gina quedó embarazada después de su noche juntos, no había
dudado en hacer lo correcto. Después de todo, Gina tenía todas las papeletas
para ser una buena esposa de la mafia.
Era italiana pura, muy versada en cultura, fácil de mirar, y buena
cocinera. El amor no era parte de la ecuación en los matrimonios de la mafia,
por lo que no se sintió culpable al pasar los viernes por la noche entre las
sábanas con su sexy goomah, Marta, comprometido con las actividades 7
extracurriculares que se esperaban de un capo de la mafia de alto rango. Una
esposa era un símbolo de estatus. Una amante era un símbolo de poder. Gina
entendía cómo funcionaban las cosas, y mientras el dinero entrara, no tenía
quejas. La vida era buena.
Y luego, una tarde, llegó a casa demasiado temprano.
Demasiado pronto para que el amante de Gina escapara.
Demasiado pronto para que Gina escondiera las agujas y los paquetes de
polvo blanco que su amante le traía todas las semanas.
Demasiado temprano para limpiar a su hijo, Matteo, entonces Luca no lo
encontraría llorando y hambriento en una cuna cubierta de mierda.
Demasiado pronto para evitar que su corazón fuera arrancado de su
pecho por la devastadora revelación que Gina hizo antes de salir de la casa, y
su muerte por una sobredosis en una bañera del hotel Golden Dreams esa
misma noche.
Luca no había estado preparado para el trauma emocional provocado por
la muerte de Gina.
Claro que le importaba, disfrutaba pasando tiempo con ella, y juntos
tenían un hijo de dos años. Pero no la amaba, nunca había fingido hacerlo, y
sus acusaciones de un matrimonio vacío llevándola a las drogas y a otros
hombres casi lo habían destruido.
Casi.
Fue su disparo de despedida lo que había hecho el daño real. Su exceso de
confianza lo había cegado ante lo que estaba pasando justo debajo de su nariz.
Tambaleándose por el impacto e incapaz de compartir las profundidades
de la traición de Gina con su mejor amigo, Nico Toscani, ahora autoproclamado
jefe de la familia del crimen Toscani, se había descarrilado. Envió a Matteo a
vivir con su madre, y se dedicó a entumecer el dolor.
Vivió ferozmente. Vivió en grande. Vivió para el momento. Mujeres. Peleas.
Bebidas alcohólicas. Dados. Asumió los trabajos más peligrosos, y se
encargaba de los deudores más atrevidos.
Su actitud hacia el riesgo se volvió casi caballeresca mientras buscaba
incansablemente la restauración del honor de la familia, destruido por su
padre hacía muchos años, demostrando ser el más leal de los caporegimes de
Nico.
De ahí el error que lo había llevado a su situación actual.
Apretando los dientes, se movió en la incómoda cama de hospital. El dolor
atravesó su pecho y contuvo un gemido. Podría haberse ahorrado mucho dolor
si hubiera estado usado un chaleco antibalas cuando se interpuso en la
trayectoria de la bala que iba al corazón de Nico. Pero a veces, en el pozo de la
desesperación, eso era mucho más atractivo.
Un resplandor amarillo pálido parpadeó en la puerta y su pulso dio un 8
salto sacándolo del mar de lamentación.
La enfermera Rachel lo visitaba todas las noches para darle alivio a otro
tipo de dolor.
Incluso herido y roto, su orgullo se alzaba por los continuos cuidados y
atenciones a su persona, y con su vida yendo hacia abajo, no había tenido que
poner mucho esfuerzo en convencer a la joven enfermera de arrodillarse y
envolver sus regordetes labios alrededor de la única parte de su cuerpo que no
le dolía.
Luca tenía un don para seducir a las mujeres.
Dulces palabras fluían fácilmente de su lengua. Su sonrisa podía hundir
miles de naves. Era una delgada, mala, máquina de pelear, pero su pene era lo
que siempre las traía de vuelta por más.
Cuando la puerta se abrió, se movió bajo su camisa azul y se ajustó el
cinturón.
Con un flujo constante de familia y equipo entrando en su habitación,
había logrado que el personal médico lo dejara usar su propia ropa y así evitar
la humillante bata de hospital. Todas las mañanas, se lavaba, afeitaba y vestía
con la asistencia de su hermana, Angela, antes de saludar a los visitantes
desde su cama. Su madre traía comida todos los días para asegurarse que no
“sucumbiera de inanición”. Como con la mayoría de las madres italianas que
conocía, allí estaba su comida, o no había comida. Esa era su forma.
—Rachel, cariño. —Su sonrisa se desvaneció cuando un asistente siguió a
Rachel a la habitación empujando una camilla de hospital frente a él. La
mirada de Luca se redujo a la mujer dormida en ella. Su largo cabello rubio
caía sobre la almohada, reluciente, de color rojizo dorado como las primeras
hojas de otoño. Su piel estaba pálida bajo la luz de la habitación, y su bata de
hospital estaba abierta en el escote, revelando la hermosa curva de su cuello y
la suave pendiente de su hombro.
Rachel le dio una sonrisa de disculpa y Luca observó mientras
acomodaban a la mujer en el cubículo cerca de la ventana, preguntándose qué
diablos había pasado con el fajo de dinero que había entregado a la enfermera
para asegurarse de tener una habitación privada.
Cuando el ayudante se fue, Rachel se inclinó y puso un suave beso en la
mejilla de Luca.
—Lo siento, señor Rizzoli. Sé que le gusta su privacidad, pero hubo un
gran tiroteo en Naked City y estamos desbordados. No tenemos suficiente
personal ni habitaciones para acomodarlos a todos, nos han ordenado que
todas las habitaciones dobles estén llenas. Están juntos porque tienen el
mismo tipo de lesión.
A pesar de su irritación por perder su privacidad, la agració con una
sonrisa. Le gustaba Rachel. Era una chica dulce, dispuesta y obediente, y muy
cualificada con su boca. No tenía sentido desquitar su frustración en ella. La 9
familia del crimen Toscani tenía amigos en todos lados. Sin duda alguna eso
contaba más, y solo una palabra en el oído correcto restablecería su estatus
quo rápidamente. Mientras tanto, tendría la compañía de una hermosa mujer
que, al parecer, recibió un disparo en el pecho como él.
Cuando Rachel se fue, la mirada de Luca se desvió a su nueva compañera.
Se había dado la vuelta para enfrentarlo en su sueño y la delgada manta se
sumergió en su estrecha cintura y sobre la curva de su cadera. Sus facciones
eran delicadas, sus pómulos altos, y su nariz ligeramente levantada en la
punta. Era lo opuesto a todo lo que lo atraía de una mujer: rubia en lugar de
morena, con curvas en lugar de delgada, suave en lugar de endurecida por
años de áspera vida, facilitándole limitar sus encuentros a solo una noche.
Angelo. Durante los pasados cuatro años, se había perdido. Ahora, fue
encontrado.
—Estás mirando.
Su cálida y rica voz se deslizó a través de él como un suave whisky
canadiense que termina en su paladar con un susurro de calor.
—Solo me preguntaba, bella, —levantó la mirada hacia los ojos azules y
suaves enmarcados en pestañas doradas y gruesas—, ¿quién dispararía a un
ángel?

***
Gabrielle no podía recordar la última vez que un hombre la había mirado
con tanta admiración.
Bueno, a excepción de David. Pero David se había ido.
Movió la mano hacia su cuello, donde usualmente estaba el relicario que
contenía la última foto de David y ella juntos.
Pero la enfermera se lo había quitado cuando entró a cirugía, y ahora
estaba enterrado en algún lugar de la bolsa de plástico que contenía toda su
ropa.
Te extraño.
Su corazón se apretó en su pecho y concentró su mirada en el hombre
elegantemente vestido que estaba sentado en una cama de hospital al otro lado
de la habitación. Sus ojos eran del color de la luz solar que fluye a través del
estanque detrás de su hogar de la infancia, en Colorado.
Tenía el cabello rubio y grueso, bien cortado, y facciones marcadas que
sugerían descendencia nórdica.
Pero bella era una palabra italiana.
La había llamado ángel. 10
Era el tipo de línea que escuchaba en los bares donde su mejor amiga y
compañera de piso, Nicole, la arrastraba los fines de semana, esperando
llevarla de vuelta al mundo de las citas para que pudiera encontrar otro “felices
para siempre”. Pero volver a casa después de su patrulla nocturna y encontrar
a su marido brutalmente asesinado en su nuevo hogar, había terminado con la
creencia de Gabrielle en los cuentos de hadas. Y, dado que no estaban en un
bar o lugar donde dos personas podrían conectar, el hombre en la habitación
no podía estar tratando de seducirla. Aunque vestía ropa de calle, estaba
conectado a los monitores como ella, y la mesa al lado de su cama tenía el tipo
de artículos personales que uno esperaría ver en una habitación de hospital;
neceser, revistas, flores y, desconcertantemente, una pistolera.
—Te hice sentir incómoda. —Su voz cálida y sensual la envolvió como una
gruesa manta de terciopelo y sintió un destello de conciencia en el interior de
su pecho.
—No soy ningún ángel. —Sus colegas masculinos de la oficina de
narcóticos en el Departamento de Policía de Las Vegas (LVPD), tenían otros
nombres para los detectives más jóvenes en su escuadrón, ninguno de ellos
halagador. Era un pobre reemplazo de David, que había trabajado duro en su
camino de oficial a detective, y de sargento a teniente. Incluso después de dos
años demostrando su valía en la investigación sobre el aumento de poder del
cártel Fuentes en la ciudad, recibía poco respeto.
No es que le importase. Había tirado de cada hilo que pudo para entrar en
la oficina y que le asignaran el caso Fuentes, con el único objetivo de vengar a
David y llevar a su asesino ante la justicia.
El cártel Fuentes, con sede en México, había sido rastreado hasta el
suministro de heroína, metanfetaminas y cocaína que atravesaba el Death
Valley desde Arizona a California. Las drogas eran almacenadas y distribuidas
en Las Vegas, y hacían la transición a otras ciudades en todo el país a través
de una vasta red de contrabandistas que se extendía desde Canadá a México.
El escuadrón de Gabrielle había tenido la tarea de desmantelar la célula Vegas
del cártel y capturar al hombre a cargo, José Gómez García, uno de los
mayores señores de la droga en la costa oeste. Y el hombre que mató a David.
—Te ves angelical para mí. —Sus ojos cayeron, deslizándose lentamente
de su rostro a la embarazosa bata de hospital blanca y azul con patrón unisex.
Con el escote abierto, y su posición semirreclinada, estaba lo suficientemente
expuesta como para sonrojarse mientras él examinaba su cuerpo. Tiró de la
bata, pero en el instante en que su mirada volvió a la de ella, supo que había
obtenido una vista demasiado personal.
Y, por alguna razón, eso la hizo temblar. Los hombres como él no daban
miradas insinuantes a mujeres como ella. Por lo menos no ahora. Dos años
después de la muerte de David, no reconocía a la mujer que veía en el espejo
todos los días. La venganza podría haberla sacado de un año de depresión y
darle una razón para salir de la cama por la mañana, pero no había hecho 11
nada para poner la chispa de nuevo en sus ojos, o llenar el agujero negro en su
pecho que se hacía más grande cada día que García caminaba como un
hombre libre.
Lo estudió mientras él la miraba.
Sentado, sus piernas casi llegaban al final de la cama. Supuso que era
más alto que David, que, con sus casi dos metros, la hacía sentirse pequeña en
su metro cincuenta y cinco. Los hombros de su compañero de habitación eran
amplios debajo de su fina camisa, inconfundiblemente poderosos. Era el tipo
de hombre que entraría en un bar y llamaría instantáneamente la atención. No
podía imaginar a una mujer que no fuera hipnotizada por su rica y relajante
voz, suaves labios, o la perversa sensualidad que rezumaba de cada poro de su
tenso y tonificado cuerpo.
Incluso las cicatrices a lo largo de la curva de su cincelada mandíbula se
sumaban a su irresistible encanto. De los pantalones que llevaba, a la camisa
sin arrugas, y al cabello perfectamente cortado, era impresionantemente
hermoso, y completamente magnético.
—Luca Rizzoli —dijo en el silencio—. ¿Y tú eres…?
—Gabrielle Fawkes.
El más leve indicio de sonrisa se extendió a través de su rostro.
—Te queda. Gabriel era uno de los arcángeles. Y me recuerdas al Angelo
dell'annunciazione de Carlo Dolci que ahora cuelga en el Louvre. Intensidad
emocional transformada en belleza física... —Suspiró—. Qué tragedia. Las
pinturas italianas deben permanecer en Italia. ¿No estás de acuerdo?
Gabrielle no sabía nada sobre arte. Había pasado sus primeros nueve
años en una pequeña ciudad en Colorado, y cuando su madre murió, ella y su
hermano mayor, Patrick, habían sido arrastrados a Nevada a vivir con la nueva
esposa de su padre en un suburbio de clase baja de las Vegas. Tampoco sabía
cómo hablar con hombres guapos que sabían sobre arte, vestidos con trajes
caros en el hospital, y hablando en un idioma que era tan hermoso, musical y
vívido que le ponía débiles las rodillas. No le extrañaba que lo llamaran el
lenguaje del amor. Y con esa profunda voz líquida... Por un momento, casi
olvidó el dolor.
Pero el movimiento se lo recordó. Hizo una mueca mientras intentaba
levantarse en la almohada, tirando de los vendajes que cubrían su pecho.
Él frunció el ceño.
—Te duele.
—Estoy bien —mintió. El dolor físico de la herida de bala no era nada
comparado con la completa desesperación por saber que no solo no pudo
atrapar a García esa noche, sino que había comprometido una investigación de
dos años sobre el cártel. Si su estúpido error la echaba de narcóticos, o incluso
de la LVPD, nunca tendría la oportunidad de atrapar al hombre que mató a su 12
esposo.
No. No solo David. García era responsable de quitar dos luces de su vida.
No solo uno. Su estómago se apretó con el recuerdo, y apretó las sábanas con
el puño.
Pensó que nada podría ser peor que perder al hombre que amaba.
Había estado equivocada.
—Llamaré a la enfermera Rachel —dijo Luca, ceñudo.
—No necesitas llamarla. Solo duele cuando me muevo.
—No te muevas —le ordenó, señalando con su dedo el botón de llamada—.
Rachel podrá hacer algo con el dolor.
—Era una broma —dijo sin convicción—. Quiero decir que me duele, pero
no es insoportable.
—¿Una broma? —Sus hermosos ojos se estrecharon, sus ricas
profundidades avellana ocultas bajo un matorral de pestañas.
Ella se rio de su desconcertada expresión, sobresaltándose con el sonido.
¿Cuándo fue la última vez que había reído a carcajadas? Ni siquiera la perpetua
optimista Nicole había podido sacar una risa espontánea de ella en un largo
tiempo.
—Supongo que recibir un disparo no es algo para bromear. Rechacé los
analgésicos. No me gustan las drogas, especialmente si confunden mi cerebro.
Él dio un suave gruñido de aprobación.
—Tenemos eso en común —dijo—. También la herida de bala que
compartimos. El dolor es la forma que tiene el cuerpo de guiarnos a la
sanación.
Deseó que eso fuera cierto y que hubiera algún propósito o final para el
implacable dolor emocional de la pérdida, un nuevo universo al otro lado del
negro agujero en el centro de su pecho. La venganza era todo lo que la sostenía
ahora, y no sabía qué pasaría cuando todo acabase.
—¿Fuiste víctima de un disparo también? —Se detuvo cuando le frunció el
ceño, enviando un escalofrío por su espalda.
¿Cómo podía ser tan atractivo y aterrador al mismo tiempo? Había lidiado
con delincuentes todos los días en su trabajo, el tipo de hombres que
probablemente nunca te encontrabas en la vida. Ahora que era detective, se
ocupaba de criminales de otro tipo.
Despiadados y violentos señores de la droga que no seguían las leyes, no
respetaban los límites, y no dejaban que nadie se interpusiera en su camino de
difundir su veneno tan lejos y tan rápido como fuera posible.
No la asustaban, pero algo sobre este hombre la hacía estremecerse.
—Lo siento. Si es difícil hablar acerca de…
Él se tensó, hinchando su pecho. 13

—Me interpuse en el camino de la bala por elección.


—Vaya… —Quería saber más, pero la expresión de su rostro hizo
retroceder su curiosidad—. Bueno, diferimos en ese aspecto. Yo no me puse
delante de la bala. De hecho, ni siquiera la vi venir. Fui emboscada. Me
atravesó, pero no me dio en los órganos internos. El doctor dijo que era la
persona más afortunada que jamás había conocido.
—Fue un buen día para la suerte. —Golpeó su pecho y Gabrielle forzó una
sonrisa. No se sentía afortunada. Cuando la bala golpeó su pecho sintió un
profundo alivio, sabiendo que finalmente sería el fin del dolor, que encontraría
la paz y que estaría con David de nuevo. Despertarse en el hospital,
descubriendo que no había terminado, casi la había destruido.
Luca debió ver algo en su expresión, porque su frente se arrugó con un
ceño fruncido.
—¿Quién te disparó, bella? No pareces el tipo de mujer que está en el lado
equivocado de una pistola.
Hizo una pequeña mueca cuando se giró hacia ella y se preguntó cómo
habría logrado convencer al personal del hospital para dejarlo usar su ropa.
Excepto por los cables que sobresalían del cuello de su camisa, no se veía como
si le hubieran disparado en absoluto. Lo admiraba por su negativa a aceptar no
solo la etiqueta y la bata, sino también el dolor. Un rebelde tras su propio
corazón.
—Lugar equivocado en el momento equivocado. —No sabía si la fallida
redada de drogas había llegado a las noticias, o si los altos mandos habían
intentado mantenerlo en silencio. Había sido la investigación más grande en la
historia del departamento, involucrando a oficiales y detectives de múltiples
oficinas, incluyendo al equipo SWAT, homicidios, e incluso al crimen
organizado. Lo que pensaron era una pequeña operación de drogas, resultó ser
un enorme cruce de cárteles y líneas de países, y el día de cálculo se había
convertido en una pesadilla de proporciones épicas cuando el afán de venganza
de un maldito detective junior permitió que el señor de la droga escapase
inadvertidamente.
—¿Y tú? —preguntó, desviando cualquier otra pregunta—. ¿Eres de la
aplicación de la ley?
—Estoy en el negocio de los restaurantes. —Sacó una tarjeta de su
billetera y con cuidado se estiró para colocarla en la mesa al lado de su cama—
. Si alguna vez quieres una buena comida, ven a Il Tavolino. Pregunta por mí.
No encontrarás mejor comida italiana en la ciudad. Incluso mi madre ha
comido allí, y eso es decir algo.
Estaba demasiado dolorida para alcanzar la tarjeta, pero logró sonreír.
—No sabía que el negocio de los restaurantes era tan peligroso.
—La vida es peligrosa. ¿Dónde estaba tu hombre para protegerte? 14
Dios, otro no. El veinte por ciento de los oficiales en la LVPD eran mujeres
y, sin embargo, tenía que lidiar con este tipo de actitud cada día. Aunque los
oficiales más jóvenes la respetaban profesionalmente, la mayoría de sus
colegas más establecidos luchaban para aceptar el concepto de una mujer con
pistola.
—Los hombres con los que estaba no necesitaban protegerme. Puedo
hacerlo por mi cuenta. —Aunque en este caso no había hecho un muy buen
trabajo.
—Entonces no son hombres de verdad.
La puerta se abrió y la enfermera entró. Revisó los signos vitales de
Gabrielle, comprobó que estuviera cómoda, y luego echó la cortina que
separaba los dos cubículos.
Escuchó murmullos del otro lado, la risa coqueta, y el estruendo de la voz
profunda de Luca mientras le daba a la enfermera las buenas noches antes de
dejar la habitación.
Suspiró y miró por la ventana a las luces de la ciudad brillando en la
distancia.
Obviamente Luca era un hombre de verdad, uno al que le encantaban las
mujeres jóvenes, delgadas y bonitas.
Definitivamente no era su día de suerte. Pero realmente, la suerte nunca
estuvo de su lado.
Dos
—C
onsigue mozzarella buena. La húmeda —dijo la madre de
Luca a través del teléfono.
—Mamá, ya tengo la mozzarella. —Saludó a Roberto
detrás del mostrador en Bianchi's Deli, el único lugar donde su madre
compraría los ingredientes para su cena dominical.
—No es suficiente. Vamos a tener una gran cosa. Todos vendrán aquí.
Nonna Cristini y Peppe vendrán también. Josie vendrá. Rosa acudirá. Lele
asistirá...
—Mamá, tengo suficiente mozzarella para alimentar a toda Sicilia. Es
jueves, si no es suficiente, puedo volver.
Escuchó un golpe y gimió interiormente. Girándose, vio a su hijo de seis
años, Matteo, de pie junto a una maceta rota. 15
Su madre se detuvo a mitad de diatriba.
—¿Qué fue ese ruido?
—Matteo rompió una maceta. Pensé que le estabas enseñando buen
comportamiento. Donde sea que vayamos, se mete en problemas.
Hizo un gesto a Paolo para que fuese a solucionar el embrollo. Alto y
larguirucho, con cabello oscuro de lado que constantemente caía sobre su
rostro, Paolo, de diecisiete años, había estado ayudando con Matteo y haciendo
recados y entregas por los pasados años con la esperanza de ser aceptado
como asociado en el equipo de Luca algún día.
—Es un niño —dijo su madre—. Los chicos corren. Se ensucian. Rompen
cosas. Entran en peleas. Tú corrías por todos lados.
El hermano menor de Luca, Alex, solía correr también, hasta que comenzó
a inhalar polvo por su nariz, luego sus días de carrera terminaron. Sin
embargo, solo había sido otra víctima del azote que había matado a la esposa
de Luca y amenazado con destruir la ciudad que amaba.
—Dile que no corra en las tiendas. —Observó a Paolo limpiar la gran
cantidad de lágrimas cayendo por el rostro de su hijo y sintió una punzada de
culpa por no haber ido a consolarle él mismo.
—Díselo tú. Eres su padre. Nunca lo ves. Tal vez una vez por semana y el
domingo. Eso no es suficiente.
—Mamá, no tengo tiempo. Proteger y apoyar a la familia es mi trabajo. La
disciplina, los modales y no correr en tiendas, es el tuyo. Lo hiciste bien
conmigo. Estoy parado aquí. Sin correr ni romper nada.
Su madre resopló en el teléfono.
—Ya que estás parado allí, dile a Roberto que guarde el final del bracciole.
Haré pasta e fagioli. A Alex le encanta. Está trabajando duro y tiene un gran
apetito. Se lo cocino para el desayuno y pregunta qué hay para la cena.
Luca no tenía el corazón para decirle que Alex, aun viviendo en casa a la
edad de veinticuatro, pasaba los días trabajando en una cafetería ganando
dinero para crack y noches a escondidas con mujeres en la habitación que
habían compartido hasta que Luca se fue de casa a los dieciocho años.
Cubrió el teléfono y envió a Paolo a vigilar el vehículo. Frunció el ceño
hacia Matteo, señalando una silla junto a la puerta.
—Siéntate y no te muevas.
El niño era la viva imagen de Gina; cabello oscuro, piel profundamente
bronceada, y suave rostro redondo. El constante recordatorio visual de la
traición de Gina era otro motivo por el que Matteo vivía con la madre de Luca.
Frankie y Mike rieron disimuladamente en el mostrador del delicatessen
mientras su madre hablaba. Ninguno de ellos tenía que lidiar con su madre
viviendo cerca. No solo su madre, sino todos los primos, tías, tíos y abuelos que 16
abarcaban su familia, la familia que su padre había deshonrado cuando se
convirtió en informante del FBI. Luca había estado intentando demostrar que
no era hijo de su padre desde entonces.
Frankie no tenía familia de la que preocuparse. Huérfano cuando era
joven, había sido aceptado en el equipo De Lucchi, el brazo ejecutor de la
familia criminal Gamboli en Nueva York, y, entrenado como ejecutor de la
mafia, era el tipo de hombre que hacía temblar de miedo incluso al más cruel y
despiadado de los asesinos solo por escuchar el nombre de uno de los más
poderosos jefes de la mafia de Nueva York de todos los tiempos. La familia
criminal Gamboli era una de las familias más poderosas de la Cosa Nostra en
América, con facciones en muchas ciudades clave.
La familia Toscani dirigía la facción de las Vegas, aunque la reciente
muerte del jefe había dividido a la familia en dos, con Nico y su primo, Tony,
reclamando el título de “Don”. Nico había nombrado a Luca y a Frankie como
sus asesores más cercanos.
—Alex traerá a una chica después de la iglesia el domingo —dijo su
madre—. No sé por qué no puede ir a la iglesia con él. ¿Qué tipo de chica no va
a la iglesia?
—Tal vez no es italiana. —Aunque se esperaba que él y Alex se casaran
con mujeres italianas, no había restricciones cuando se trataba de novias y
amantes. Marta, su goomah cuando había estado con Gina, era medio española
y medio portuguesa. Sabía algunas palabras en italiano y un poco de inglés,
pero no había estado con ella por la conversación. A Marta le gustaba el sexo
duro y sucio, y Luca podía dejarse ir con ella de una manera que nunca había
podido con su esposa.
Aun así, la vida era más fácil con una mujer que había sido criada en una
familia de la mafia. Las mujeres de la mafia entendían la cultura y la jerarquía.
No lo insultarían al tratar de pagar una comida, abriendo una puerta, o
liderando la pista de baile. Aunque se les concedía el mayor respeto, sabían
que el trabajo del hombre era proporcionar y proteger, y el trabajo de la mujer
era cuidar a los niños y el hogar.
—Quiero más nietos —continuó su madre—. Tengo a Matteo y eso es todo.
Rosa tiene dos ya, y dos más en camino.
Luca se preparó. Sabía a dónde se dirigía esta conversación.
—La hija de Rosa estará en la iglesia el domingo. Puedes conocerla. Acaba
de regresar a Nueva York. Es contadora. Buena con el dinero. Tiene aparato en
los dientes, pero es del tipo que no ves de inmediato, y tu hermana arreglará su
cabello. Intentó teñirlo de rubio y se quemó la mitad. Angela dice que le volverá
a crecer, así que no te preocupes.
—Ma, me tengo que ir. Matteo desapareció. —No estaba interesado en un
futuro con nadie. Una noche y luego seguía adelante. Sin ataduras. Sin
arrepentimientos. Sin traición. Sin jodidamente descubrir que la persona con la 17
que te casaste no era la persona que pensaste que era.
A menos que Dios le haya enviado otro ángel. Entonces podría estar
tentado de romper sus propias reglas.
—No te olvides del bracciole — continuó su madre—. Y compra algo para
Matteo. Sacó buena calificación en su examen de matemáticas. Es un chico
inteligente, igual que su padre.
El estómago de Luca se tensó cuando buscó en la tienda de delicatessen a
Matteo. Su madre solía decirle eso antes que su padre terminara muerto tras
intentar intercambiar su honor por una vida cómoda en protección de testigos.
No había nada de la mafia que le gustara menos que los soplones, excepto, tal
vez, la policía.
—¡Matteo! —Sacó la mano de su hijo del acuario en la ventana delantera
justo cuando se estaba acercando a un pez.
—Nonna siempre cocina pescado para la cena del viernes —dijo Matteo, su
boca bajando en las esquinas—. Quería llevarle a Nemo.
—No quiere ese tipo de pescado. —Miró por la ventana y se congeló.
Si su madre hubiera estado allí en ese momento, habría dicho que Dios
había llevado a Matteo hasta el pez. Era una fuerte creyente de las señales, de
los portentos y los presagios. Dios regularmente visitaba su hogar, crujiendo
hojas para recordarle que la puerta estaba abierta o dejando caer una pinza de
ropa justo antes que el niño del vecino lanzara una pelota a su patio.
Como su madre no estaba allí, Luca pensó que era buena suerte que
Matteo decidiera ir tras el pez en la ventana mientras tres soldados de Tony
Toscani salían de su vehículo con armas automáticas en sus manos.
La misma suerte que lo había salvado cuando se puso frente a la bala que
tenía el nombre de Nico en ella. La misma suerte que había enviado a un ángel
para calentar su corazón en el hospital.
El tiempo no había estado de su lado cuando intentó perseguir a su ángel
tras ser dado de alta. El deber lo había llamado, y nada era más importante
para él que eso.
Solo cumpliendo su deber con su familia del crimen, y demostrando ser el
más digno de los capos, podría limpiar el apellido Rizzoli a los ojos de la Cosa
Nostra.
—¡Abajo! —Le dio la vuelta a la mesa más cercana y arrojó a Matteo al
suelo, cubriéndolo con su cuerpo mientras la primera bala destrozaba la
ventana.
Otro maldito día en la guerra de la ciudad del pecado.

***

18
—Hola y adiós, Fawkes.
Gabrielle ignoró los sarcásticos comentarios de sus compañeros detectives
mientras entraba a la reunión del departamento para su audiencia
disciplinaria.
Sentados alrededor de la mesa estaban el comandante de la oficina, su
representante sindical, su sargento supervisor, y un hombre desconocido con
traje oscuro y corbata azul a quien el comandante presentó como el agente
especial Palmer del FBI.
—Toma asiento, Gabrielle. Estoy contento de ver que estás por aquí. —
Calvo y de rostro enrojecido, el sargento era un hombre grande con una gran
actitud. Aunque lo encontraba difícil, siempre había sido un apoyo para
Gabrielle, y había presionado su solicitud a narcóticos el año después de la
muerte de David.
—Gracias. —Con el corazón palpitando, se sentó al final de la mesa,
retorciendo las manos en su regazo mientras un rayo del sol de la tarde
atravesaba las reforzadas persianas, enviando una luz de esperanza en su
dirección.
Tal vez solo recibiría un toque de atención o una suspensión por saltarse
las órdenes del equipo SWAT con su temprana inclusión en el almacén donde
supuestamente había estado escondiéndose García.
—La bala atravesó limpiamente, así que la herida sanó rápidamente.
—Es bueno escucharlo.
La primera parte de la audiencia fue como se esperaba. Su representante
sindical recorrió su registro de logros, el buen trabajo que había hecho como
policía y luego como investigadora en el caso García. Habló de su matrimonio
con David y de su devastación después de su muerte. Si realmente hubiera
querido jugar la tarjeta de condolencia, podría haberles contado lo que sucedió
unos días después de la muerte de David, cuando había descubierto que
perder a su marido no era lo peor del dolor que tendría que soportar. Pero eso
era un secreto que había compartido solo con sus amigas, Nicole y Cissy, y con
el mejor amigo de David, Jeff.
—¿Estás bien?
Se sobresaltó, comprendiendo demasiado tarde que, inadvertidamente,
había abierto la puerta a su mayor dolor, y se había reflejado en su rostro.
—Sí, estoy bien. —Cerrando mentalmente la puerta, separó los dedos y
trató de relajarlos en su regazo avergonzada de la demostración de emoción,
sin embargo, fue pequeña. Su representante sindical continuó con su
presentación, pasando por alto los hilos que se habían tocado en contra de la
política interna para lograr que estuviera en el caso García, enfatizando su
comprensible necesidad de ser parte del equipo que tenía la tarea de llevarlo
ante la justicia.
Llevarlo ante la justicia. Enfatizó esas palabras una y otra vez, haciendo 19
parecer que la intención de Gabrielle cuando entró al almacén prematuramente
fue simplemente para asegurar que García no escapara, cuando, de hecho,
había esperado una excusa para matarlo.
Solo tenía tres meses de embarazo cuando regresó a casa después de un
turno de noche para encontrar a David colgando boca abajo, desnudo y
torturado, su garganta cortada, su sangre un mar rojo en su nueva alfombra
color crema.
Aborto inducido por estrés. Los médicos tenían un nombre clínico para lo
que había sucedido unos días después. Pero no podía superar que había
perdido su último y único enlace con David. La única prueba que había vivido
y amado en la tierra. Había deseado al bebé, para darle todo el amor que ella
nunca tuvo, para ser la madre que tan desesperadamente extrañaba.
Sospechaba que todos en la habitación, excepto el misterioso agente
especial Palmer, sabían que no habría dudado en apretar el gatillo si hubiera
visto a García en el almacén. Todos eran policías experimentados, y David
había sido su amigo, así como su muy respetado y querido teniente. Todos
conocían la verdadera justicia, García pasando su vida tras las rejas era menos
probable que García contratando a un buen abogado, obteniendo una fianza, y
desapareciendo de nuevo para vender las drogas que estaban destruyendo
innumerables vidas, o en el mejor de los casos, pasar algunos años con un
cargo menor por falta de pruebas de sus crímenes más graves.
El representante sindical cerró su presentación enfatizando que nadie
podía establecer quién fue el tirador que disparó a Gabrielle, y que era muy
probable que García, de hecho, no hubiera estado en el almacén en el momento
de la redada. Después de todo, la instalación claramente había sido
desocupada, con solo el equipo de empaquetado de drogas y sin señales de los
treinta miembros del equipo que supuestamente estaban en el corazón de la
operación de distribución local de García.
Y si ese era el caso, la redada habría fallado igualmente, y no porque
Gabrielle hubiera entrado en el almacén antes, con la mala suerte de encontrar
un rezagado solitario que le disparó en un intento desesperado de escapar.
Sus argumentos fueron convincentes.
Sin embargo, sabía que nunca debieron permitirle trabajar en el caso.
Aunque todos hicieron la vista gorda con su promoción de policía a detective de
narcóticos, el disparo había sacado el problema a la luz, y la oficina debía
mostrar que tomaba cartas en el asunto. Su mano fue al relicario que había
sostenido después que la bala impactó, creyendo que estaba a punto de ver a
David de nuevo, y le dio un apretón para tener suerte.
—Tomaremos una decisión antes del final de tu licencia médica —dijo el
comandante a modo de conclusión—. Pero antes que te vayas, quiero decirte
que el FBI asumirá el control del caso García. El agente especial Palmer estará
aquí durante la investigación. Revisó el archivo, y sabe lo duro que has
trabajado en este caso durante los últimos dos años. —El comandante dudó—. 20
Hará algunos cambios, agitará las cosas un poco. —Apartó la vista, y Gabrielle
tuvo un mal presentimiento sobre lo que esos cambios serían.
—Señorita Fawkes. —El agente especial Palmer le dio una sonrisa fría y no
le gustó. Era alto y delgado, con cabello oscuro, pómulos angulosos y un
mentón puntiagudo que destacaba su largo rostro. Parecía demasiado delgado
para ser imponente, pero tenía la sensación de que bajo ese traje era todo
músculo fibroso y muy desagradable.
—Hizo un trabajo sólido, y estoy seguro que todos en el departamento
están agradecidos por su contribución...
Oh Dios. Tragó el bulto en su garganta. Aquí viene.
—Traje a mi propio equipo —continuó—. Tienen amplia experiencia en
tratar con señores de la droga como García. Y, por supuesto, experiencia en
tratar con anillos de narcotráfico multi-estado e internacionales como el cártel
Fuentes. Primero nos interesamos en García cuando estuvo en Los Ángeles.
Quería ser un pivote en el mundo de la droga, e hizo que eso sucediera con la
ayuda de sus conexiones de cártel en México.
—Sé todo sobre él desde que vino a Las Vegas. —Nadie en la oficina sabía
más sobre García que ella.
El agente Palmer le dio otra fría sonrisa.
—Entiendo cuánto invertiste en el caso. Y también entiendo que García
fue responsable por la muerte de tu esposo, el teniente David Roscoe, un
respetado miembro de la LVPD. Me sorprendió, sin embargo, dado el increíble
conflicto de intereses, que se te permitiera trabajar en el caso. No hay forma
que puedas ser imparcial cuando eres una víctima.
—No soy una víctima —dijo con firmeza—. David fue la víctima, y quería
ser parte del equipo que hiciera pagar a García por su crimen. —Ser parte del
equipo significaba algo. Como el detective junior en el caso, le habían dado la
tarea de administrar la documentación, ingresar información en las bases de
datos y sentarse en su escritorio a investigar. Nadie la tomó en serio. También
era joven, demasiado verde, y todos pensaron que había recibido el puesto
debido al gran respeto del comandante por David, a pesar de haber superado
los exámenes, poniéndola en igualdad de condiciones con los otros candidatos.
—Pagará —dijo el agente especial Palmer—. Tenemos experiencia
atrapando a criminales violentos como García, y el trabajo preliminar que tu
equipo hizo será un recurso invaluable. Continuar con tu participación, sin
embargo, depende del resultado de esta audiencia, y de mi evaluación personal
sobre si tu participación emocional comprometería la investigación o traería
mala fama a la administración de justicia.
Su boca se tensó y luchó con una ola de náuseas. Había entrado en la
audiencia esperando un toque de atención. Nunca había considerado que la
sacarían del equipo. Y no había ningún otro lugar a donde quisiera ir.
Hasta la muerte de su hermano mayor, Patrick, nunca había considerado 21
trabajar en la policía. Con su amor por los rompecabezas y resolver misterios,
sus intereses se habían inclinado hacia la ciencia y la investigación. Pero se
había unido a la academia de policía después de graduarse en la secundaria,
esperando que vivir el sueño de Patrick sacara a su padre de la depresión que
lo había consumido desde que murió. Había estado tan orgulloso cuando
Patrick habló sobre convertirse en oficial de policía, y tan completamente
devastado cuando tomó una sobredosis solo días después de su tercera
temporada en rehabilitación.
Gabrielle apenas podía recordar los días cuando la adicción de Patrick no
gobernó sus vidas. Había recurrido a las drogas cuando su madre murió y su
padre los había mudado a Nevada para vivir con su nueva esposa, Val, y sus
dos hijos.
Después de la mudanza, sus buenos recuerdos sobre Patrick se perdieron
debajo de todos los gritos y las peleas y las mentiras y los robos. Su padre
perdió su trabajo como albañil debido al tiempo que tuvo que pasar en visitas
al hospital y en audiencias en la corte, para sacar a Patrick de la cárcel, o
conduciendo por las calles buscándolo cuando estaba tan drogado que ni
siquiera sabía su propio nombre.
Cuando ella se unió por primera vez a la academia de policía, Gabrielle
creía que podía hacer una diferencia al convertirse en oficial de policía. Pensó
que podría limpiar las calles para que otras familias no sufrieran, y rezó para
que su padre encontrara algo de felicidad en su intento por mantener viva la
memoria de Patrick.
El duro despertar llegó primero, cuando su padre no se molestó en ir a su
ceremonia de graduación, y luego cuando comprendió que la guerra de las
drogas nunca podría ser ganada. Si no hubiera conocido a David, un instructor
de una de sus clases, que la animó a no darse por vencida, se habría alejado
después de su primer año.
¿Qué haría si la sacaban del caso? ¿Cómo cumpliría la silenciosa promesa
que le hizo a David cuando lo abrazó por última vez en la alfombra empapada de
sangre de la sala? ¿Cómo descansaría en paz si no tenía justicia? ¿Cómo lo
haría ella?
Después de agradecerle a su representante sindical, rápidamente fue por
el pasillo, desesperada por salir del edificio antes que alguien la viera y
preguntara sobre la audiencia. Apretó el botón del ascensor, y oró por un
escape rápido.
—¡Gaby!
Jeff Santos la alcanzó mientras la puerta del ascensor se abría y la siguió
dentro. Había conocido al mejor amigo de David, ahora teniente en narcóticos
con ella, tanto como había conocido a David. Después de su muerte, Jeff había
sido un increíble apoyo y soporte, ayudándola con todo, desde vender la casa
hasta conseguir que alguien la acompañase los fines de semana, cuando más
sentía la ausencia de David en su vida. 22

—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?


Se volvió hacia él, notando las líneas de preocupación arrugando su
amplia frente debajo de su cabello negro y alborotado.
Jeff era oscuro donde David había sido claro, profundamente bronceado
con los ojos más negros que Gabrielle había visto alguna vez. Medía uno
noventa de músculo sólido, con un cuidado bigote arreglado y una pequeña
barba. Tenía pecho ancho, y una leve barriga que había aparecido después de
la muerte de David.
Miró el medallón de bronce que siempre llevaba puesto en una cadena de
cuero alrededor de su cicatrizada garganta, pensando en el día que ella y David
se lo habían dado. La había besado con agradecimiento mientras David servía
bebidas en la cocina, sus labios se demoraron demasiado tiempo en su mejilla,
su susurro demasiado cerca de su boca. Lo había alejado como parte de su
imaginación, pero el año pasado le dijo que quería llevar su amistad a otro
nivel y que estaba preparado para esperar el tiempo que necesario para que
ella también se sintiera cómoda. No tenía el corazón para decirle que le tomaría
por siempre.
—El FBI tomará el control del caso García —dijo—. El agente al cargo no
está contento con mi participación porque piensa que tengo un conflicto de
intereses. Estoy bastante segura de que me quiere fuera del equipo. —La
puerta del ascensor se abrió, y salió al área de recepción, una cacofonía de
ruidos de una mezcla ecléctica de personas, la mayoría de las cuales no
querían estar allí.
Por supuesto, Jeff la siguió. Siempre estaba allí, incluso después de haber
tenido una incómoda conversación una noche hace seis meses, cuando trató
de besarla, y le había explicado que no estaba interesada en tener una relación
de nuevo.
No eres tú; soy yo. Trillado pero cierto.
Estaba destrozada por dentro. Dañada. No tenía nada que ofrecerle a
nadie más que su dolor.
Él aspiró profundamente.
—¿El FBI? Dios, Gaby. Sé cuánto significa esto para ti, cuánto querías
hacer que García pagara por lo que le hizo a David. Pero tal vez sea lo mejor.
Podrás seguir adelante.
—No quiero seguir adelante —estalló—. Quiero justicia. Eso es por lo que
he vivido durante los pasados dos años. Es García o nada para mí.
Las puertas se abrieron y salieron al calor abrasador de un otoño inusual
en Nevada.
—No seas precipitada —dijo Jeff, llevándola a la sombra de un árbol chino
de bayas con una mano firme sobre su espalda baja—. Hay otras opciones. 23
Puedo hablar con la gente, ayudarte a entrar en otra oficina. ¿Qué hay de
homicidios? García ha sido vinculado a docenas de asesinatos en la ciudad...
—Sé que estás inundado con tus propias investigaciones. Y después de
David, no podría lidiar con homicidios.
La rodeó con un brazo y le dio un abrazo.
—Solo tienes que ser creativa. ¿Qué pasa si te transfieres a robos? Seguro
que ha robado al menos una cosa en su vida.
Se rio a medias. Jeff era un tipo muy agradable. Un teniente de policía.
Respetado en su escritorio. Era divertido estar cerca de él, y había sido un
buen amigo tanto para David como para ella. Y aun así no sentía ninguna
atracción. Él era la oscuridad contra la luz de David. Donde David había sido
relajado, Jeff era intenso. Se reía demasiado fuerte, hablaba demasiado fuerte,
se movía demasiado rápido. Donde David tenía un encanto fácil, las sonrisas
de Jeff a veces parecían forzadas, como si tuviera que trabajar en su rostro
para presentársela al mundo. Pero más que eso, era casi como un hermano
para ella.
Y su beso hace seis meses simplemente se sintió incorrecto.
—No te dejaré sola esta noche —dijo—. Te llevaré a cenar. No puedo
aguantar la idea que estés sola en casa después de lo que ha pasado.
—Me haces sonar patética. —Él suspiró—. No voy a sentarme en la
oscuridad de mi casa mirando fotos antiguas y llorando sobre una botella de
vino. Voy a correr y luego iré al gimnasio, y trabajaré en obtener mi brazo y mi
hombro en forma de nuevo. También tengo que recoger a Max del cuidador de
perros...
Había encontrado a su precioso beagle después de revisar varios centros
de rescate siguiendo consejo de su terapeuta. Había sido amor a primera vista,
y después de vender su casa, alquiló un pequeño bungaló con un gran patio
trasero en Henderson, así Max tendría algo de espacio para correr. Cuando
descubrió que Nicole estaba luchando por ganarse la vida como repartidora en
el casino, la invitó a vivir con ellos.
A su vez, Nicole había ayudado a Gabrielle a atravesar su primer terrible
año sin David.
—Tienes que comer —insistió él—. ¿Qué tal si me detengo por una pizza y
una botella de vino y simplemente nos relajamos viendo televisión?
El pecho de Gabrielle se tensó con el pensamiento en estar a solas con
Jeff, algo que había tratado de evitar desde ese torpe beso. ¿Por qué no podía
dar el siguiente paso y estar con él como quería? Era el mejor amigo de David y
compartieron muchos intereses; sería fácil y divertido.
Y, sin embargo, no era justo para él. Ni siquiera podía contemplar estar en
una relación con alguien. Estaba rota, y él se merecía encontrar a alguien que
necesitara todo el cuidado que quería dar. 24
—Gracias, Jeff. Pero tengo cosas que hacer, y le prometí a Nicole que
pasaría un rato con ella esta noche. Sale temprano del casino. Tal vez en otro
momento.
—Siempre estaré aquí cuando me necesites. —Se inclinó y puso sus labios
sobre los de ella. Sucedió tan rápidamente, que no tuvo tiempo de reaccionar.
Y luego se fue.
Sus manos se cerraron en puños y las presionó contra su cabeza. ¿Por qué
no podía sentir algo cuando la besaba? Estaba cansada de estar entumecida.
Cansada de pasar por los movimientos de cada día. Cansada de pretender que
le encantaba su trabajo cuando solo estaba allí por venganza, así David podría
descansar en paz. Cansada de no sentir nada cuando un hombre bueno y
decente la tocaba. Quería gritar. Correr. Chillar. Quería escapar de la sofocante
vida que había construido de las cenizas que la mantenían en el limbo entre un
futuro que la asustaba y un pasado que la consumía. Dios, solo quería sentir
algo. Calor. Fuegos artificiales. Pasión.
Quería sentirse como se sintió cuando se había despertado después de la
cirugía para ver un hombre guapo e impecablemente vestido estudiándola
desde su cama de hospital. Había sentido algo entonces. Curiosidad.
Preguntas. Emoción. Deseo.
Todo sobre él: su aspecto, su comportamiento, y su completa rebeldía al
negarse a aceptar que le habían disparado y que estaba en un maldito hospital
la había dejado sin aliento. Y su voz, ese acento... Incluso ahora sus rodillas se
debilitaban solo de pensarlo.
¿Cómo sería besar a un hombre como él? Alguien tan completamente
seguro y en control. Un rebelde. Un hombre que podía seducir a una mujer
herida en una cama de hospital con solo el sonido de su voz y el calor de su
mirada.
Sacó su teléfono y volteó la imagen de la tarjeta que había guardado:

Luca Rizzoli, Gerente.


Il Tavolino
La mejor comida italiana en Las Vegas
Como la que nonna solía hacer...

¿Por qué la había guardado? No podía salir a una cita con un buen amigo,
un hombre que la quería a pesar de estar destrozada por dentro. ¿Cómo podía
siquiera contemplar andar por la ciudad hasta el restaurante de un hombre que
apenas conocía por la forma en que la hizo sentir?
Por otra parte, ¿qué tenía qué perder?

25
Tres
Il Tavolino

G
abrielle estudió el remolino dorado de las letras sobre el
restaurante en la calle. Había comido en muchos restaurantes
italianos en Las Vegas, pero no habían oído hablar de Il Tavolino.
Pero no solía venir a esta parte de la ciudad. Y, por lo general, tampoco solía
perseguir a misteriosos propietarios de restaurantes, pero aquí estaba, de pie
en la acera, esperando que Nicole y Cissy llegaran.
Por supuesto, cuando Gabrielle la llamó por teléfono al casino, Nicole
había estado emocionada con la idea de echar un vistazo a un nuevo
restaurante italiano. No solo eso, llamó a la amiga de la infancia de Gabrielle,
Cissy, y la convencieron para visitar la nueva discoteca que habían abierto
atravesando la calle después de la cena. Nicole había visto a Gabrielle en su
26
peor momento, cuando no podía respirar por el dolor y ni siquiera Max podía
sacarla de la oscuridad. Ahora, si Gabrielle abría la puerta un poco, Nicole se
zambullía dentro.
Bajó la vista del letrero a la fachada del restaurante. Con su toldo rojo
brillante, alegre pintura amarilla, y piedra de alta calidad, tenía un ambiente
cálido y acogedor. A través de las enormes ventanas brillantemente iluminadas,
podía ver camareros vestidos de esmoquin, banquetes de lujo y recuerdos y
fotos en las paredes. Eso era las Antiguas Vegas, El Viejo Hollywood, y
encajaba perfectamente con la decoración del renacimiento.
Risa. Una risita.
—Luca, detente.
Giró la cabeza y reconoció al hombre del hospital inmediatamente. Le
pareció guapo entonces, pero viéndolo ahora, fuerte y sin discapacidad, con un
traje ajustado abrazando su poderoso cuerpo, su rubio cabello ingeniosamente
revuelto, su corazón se aceleró y su boca se secó.
Incluso desde el otro lado de la calle, Gabrielle pudo ver que la mujer con
la que estaba era hermosa. Llevaba un apretado vestido verde, tacones de ocho
centímetros y kilos de maquillaje. Su largo y oscuro cabello ondulado le llegaba
casi a la parte baja de la espalda.
Tenía piel aceitunada y pómulos altos, labios rojo rubí y uñas a juego.
Encima de su hombro, llevaba el tipo de bolso de diseño que Gabrielle nunca
podría pagar, incluso con su salario de detective.
La mujer tropezó con una grieta y Luca se volvió, poniendo rápidamente
una mano alrededor de su cintura para estabilizarla, antes de atraerla hacia su
cuerpo con practicada facilidad. Ella se rio en alto, sin inhibición, y se inclinó
para besar a Luca en la mejilla.
Maldita sea. Todas sus tontas fantasías sobre verlo otra vez se destrozaron
con ese beso.
Por supuesto, un hombre así tendría una mujer glamurosa. Aun así, no
pudo alejar sus ojos. Había algo sobre la forma en que la abrazaba, confiada y
controlada, protector y exigente.
Imaginó su voz profunda y rica susurrando palabras inmundas en italiano
líquido, diciéndole lo que le haría cuando la llevara a su casa.
Sintió su soledad como un agudo dolor en el pecho cuando Luca escoltó a
la mujer en el restaurante. David la había sostenido así. La había hecho sentir
como si fuera la mujer más hermosa en el mundo. Nunca tendría eso de nuevo,
y lo extrañaba tan ferozmente que su estómago se retorció. Incluso si pudiera
arrastrarse a través de las citas de nuevo, nunca conocería a un hombre que la
amara como David.
Entonces, ¿para qué molestarse?
—¡Gaby! —Cissy la saludó desde el final de la calle mientras Nicole 27
rodeaba la esquina opuesta. Abogada, de una familia de abogados, Cissy fue
una de las primeras personas que Gabrielle conoció cuando su padre mudó a
la familia a Las Vegas.
Olvidada en medio del drama sin fin de vivir con un adolescente adicto,
Gabrielle pasaba la mayor parte de su tiempo en la casa de Cissy, donde podía
fingir por un corto tiempo que era parte de una familia normal.
Mientras caminaban hacia ella, Cissy en un vestido de abrigo plisado
verde, y Nicole en una superposición de encaje brillante en su vestido que
coincidía con el mechón rosado en su cabello castaño claro, inmediatamente
lamentó su decisión de vestirse de negro. Pero su ajustado vestido estilo halter
bordeado con lentejuelas era la única cosa elegante en su armario que ocultaba
las cicatrices en su pecho de la bala que casi la llevó a David de nuevo.
—Oh, Dios mío —chilló Cissy, su voz sorprendentemente alta para alguien
con una figura tan pequeña—. No te he visto en un vestido nunca. ¡Y tu
cabello! Me encanta. Estoy tan acostumbrada a verte con una coleta que a
veces olvido cuán largo es. Y esos zapatos... —Fingió jadear por los tacones de
tiras con incrustaciones de seis centímetros de Gabrielle—. Definitivamente
conseguirás algo esta noche.
—Acabo de ver al dueño del restaurante —dijo Gabrielle, tratando de
ocultar su decepción—. Estaba con alguien. Creo que tiene novia, o incluso
esposa. Tal vez deberíamos saltarnos la cena y conseguir algo más antes de ir
al club.
—Te invitó a comer, no a la cama. —Nicole agarró el hombro de Gabrielle
como si temiera que pudiera escaparse—. Y los chicos guapos tienen amigos
guapos. Después de tal terrible día en el trabajo, te mereces un poco de
diversión. Tal vez pueda presentarnos a sus amigos y todas podemos pasar un
buen rato. Dios sabe que yo también lo necesito.
—Tuvo una pelea con Clint cuando te fuiste a trabajar esta mañana —dijo
Cissy, en respuesta al desconcertado fruncido de ceño de Gabrielle.
Se detuvo a mitad de camino.
—¿Por qué no me dijiste eso cuándo llamé? No te habría pedido…
Nicole gimió, interrumpiéndola.
—No quería que lo supieras. Se supone que es tu noche. Y es lo mismo de
siempre. Miré su computadora y vi que tenía un par de ventanas abiertas:
“Grandes Pechos Mojados”, “Traseros Tan Buenos Como Puedes Obtener”, y mi
favorito, “Chicas Jugosas en la Oficina”. Es difícil creer que me respeta cuando
pasa sus días masturbándose con esa mierda, así que me fui.
—Él no te respeta, cariño.
Gabrielle le dio un apretón en el brazo.
—Tienes que dejar de volver con él. Debes establecer límites.
—Sí, bueno... a veces no estoy para él de la manera en que me necesita, 28
por lo que tiene que liberar un poco de vapor. Pero siempre lo lamenta
cuando... —Vaciló, tropezando con las palabras—. Después de atraparle,
hacemos las paces. Simplemente no estoy lista para comenzar todo de nuevo
con alguien más. —Se detuvo cuando Gabrielle abrió la puerta.
Gabrielle entendió la renuencia de Nicole a encontrar a alguien nuevo. Ella
tuvo algunas conexiones desde la muerte de David, pero la dejaron sintiéndose
triste y sola.
No era que los chicos fueran poco atractivos o poco amables, sino que
simplemente no sentía nada por ellos. No sentía nada en absoluto.
—¿Dónde está el chico? —susurró Cissy mientras entraban.
—Probablemente no me recuerde.
Gabrielle se pasó una mano por el cabello, peinando las ondas que nunca
podía poner derechas.
—Me acababan de disparar, y había salido de la cirugía. Realmente no
estaba en mi mejor momento.
—No eres fácil de olvidar. —La boca de Nicole se abrió cuando caminaron
en el restaurante, e incluso la reservada Cissy se quedó sin aliento cuando vio
la decoración.
Eso ni siquiera comenzaba a describir la sobrecarga sensorial de Il
Tavolino. Gabrielle sintió que había vuelto a entrar en la edad de oro de la
ciudad, desde los camareros con esmoquin haciendo las presentaciones en las
mesas, a los magníficos banquetes y a los objetos de recuerdo de Las Vegas en
cada superficie, el escenario elevado donde el imitador de Frank Sinatra estaba
cantando “My Way”. En las paredes, fotos enmarcadas de las estrellas de las
viejas películas estaban colocadas junto a famosos mafiosos: Bogart al lado de
Bugsy Siegel, y Frank Sinatra junto a Anthony Spilotro. Vitrinas que contenían
viejas 45mm y zapatos brillantes, un anticuado revólver, y un sombrero de
copa y un bastón le daban al restaurante una sensación elegante de la vieja
escuela.
Gabrielle se acercó al mostrador de recepción de madera pulida y
preguntó por una mesa.
—Lo siento, señoritas. —El maître les dio una sonrisa comprensiva—. Solo
atendemos reservas. Estamos completos esta noche.
—¿No hiciste una reserva?
Cissy le frunció el ceño. Era una maldita controladora y nunca iba a
ningún lado sin haber planeado cada detalle primero.
—Pensé que era un lugar informal.
Gabrielle había considerado llamar primero, pero no había estado segura
de qué decir. ¿Decirle a la persona en el otro extremo del teléfono que conocía a
Luca? ¿Cuán incómodo sería eso? ¿Y qué si Luca respondía el teléfono? Le 29
había dicho que pasara, no que llamara.
Inmediatamente aliviada y decepcionada, Gabrielle sonrió al maître.
—Gracias de todos modos. —Hizo un movimiento hacia la puerta,
desesperada por irse antes que Luca la viera, dudando solo cuando sus amigas
no la siguieron.
—Es amiga de Luca —dijo Nicole, activando el encanto que animaba a las
personas a seguir haciendo apuestas en sus mesas en el casino—. Le dio su
tarjeta. Su nombre es Gabrielle Fawkes. Muéstrale la tarjeta, Gaby.
—Está bien. Volveremos en otra ocasión. —Mortificada, Gabrielle alcanzó
la puerta.
—¿Una amiga del señor Rizzoli? —El maître les dio una mirada de
evaluación—. Si pudieran esperar solo un momento señoritas, le avisaré que
están aquí. —Desapareció en el restaurante lleno, y Gabrielle gruñó.
—Esto será muy embarazoso. Creo que deberíamos irnos.
—No te habría invitado si no lo hubiera dicho en serio —respondió Nicole.
—Tal vez solo estaba siendo educado. O haciendo lo que la gente de
negocios hace. Todos reparten tarjetas. No significa nada.
Nicole movió la cabeza hacia atrás y gruñó.
—¿Cuántas veces has hecho algo como esto por mí? Estoy pagándotelo,
¿de acuerdo? Por lo menos, tendremos una buena cena antes de salir y beber y
bailar nuestras penas.
Gabrielle tocó su relicario.
—No lo sé. Lo vi con esa mujer y me hizo pensar en David.
Nicole miró hacia arriba sobre el hombro de Gabrielle. Sus ojos se
agrandaron con algo detrás de ella, y suavemente soltó el medallón,
atrapándolo antes que cayera.
—Creo que es posible que desees considerar dejar a David atrás, solo por
esta noche.
Gabrielle se volvió y sostuvo el aliento cuando vio a Luca caminando hacia
ellas. Se había quitado la chaqueta, y en su elegante camisa azul y pantalones
de vestir azul marino, parecía que había salido de una revista de moda
masculina. Su camisa parcialmente abierta revelaba piel deliciosamente
bronceada espolvoreada con vello dorado y la insinuación de un tatuaje. Su
rubio cabello era más largo de lo que recordaba, y había un toque sexy de
rastrojo sombreando su mandíbula cuadrada.
Su pulso se aceleró, y tuvo que recordarse a sí misma que estaba tomado,
y por una hermosa mujer que obviamente adoraba.
—Oh, Dios mío —susurró Cissy.
—Mis ovarios acaban de explotar.
30

***

Dio mio.
Había venido a él.
Su impresionante e incandescente, ángel de cabellos dorados.
Luca bebió la caída larga y suelta de su cabello, las largas piernas que
fácilmente podía imaginar envueltas alrededor de su cintura, el ligero rubor en
su hermoso rostro. Llevaba un ajustado vestido negro que exponía sus
hombros y se aferraba a sus generosos pechos, burlándose de él con una pista
del tesoro que se encontraba debajo. Sus suaves curvas suplicaban el toque de
un hombre. Infiernos, su ángel estaba hecha para ser penetrada.
Ella lamió sus regordetes labios rosados, y su imaginación entró en
sobrecarga, asaltándolo con una visión de aquellos labios sensuales envueltos
alrededor de su pene.
Sus miradas se encontraron y se sostuvieron. Hambre brilló en las
profundidades de sus ojos de sirena, atrayéndolo hacia delante hasta que no
pudiera pensar en nada más que en cubrir su cuerpo con el suyo.
Cristo. Esto era jodidamente loco. No iba por las rubias o por las mujeres
que se sonrojaban bajo la mirada evaluadora de un hombre. Le gustaban las
mujeres oscuras, audaces, fuertes y descaradas. El tipo de mujer que exigía en
alto la atención de un hombre, no sin pretensiones, atraída con una confianza
tranquila y sensual sonrisa.
—Gabrielle. Te ves bien. —Se inclinó y la besó en ambas mejillas,
cambiando el convencional apretón de manos por la intimidad de un saludo
italiano simplemente porque quería estar más cerca, tocar su piel. Su aroma, a
flores silvestres audaces y dulces, lo intoxicó. Podría perderse en ese olor, en la
suavidad de su cabello, en las viejas profundidades de sus hermosos ojos.
Su cuerpo rozó el de ella, y la sintió temblar, enviando otra ola de ardiente
lujuria recorriendo su cuerpo.
—Y tú también —dijo ella en voz baja—. ¿Cómo está tu lesión?
—Un recuerdo lejano. —Agitó una mano desdeñosamente—. No me
preocupa.
—Estas son mis amigas, Nicole y Cissy. —Hizo un gesto hacia las dos
mujeres detrás de ella, ambas bonitas y, sin duda, ya el tema de conversación
en la mesa de mafiosos en la esquina. De todas las noches, tuvo que venir el
mismo día que Nico había elegido para una cena reunión en el restaurante con
sus capos superiores y soldados.
—Debería haber llamado antes —continuó—. Pero no sabía que necesitaba
una reserva, entiendo que estás ocupado esta noche. 31
Estaban llenos, pero de ninguna manera dejaría que su ángel saliera por
la puerta.
—Siempre tengo una mesa libre para mis amigos. —Con una mano en la
espalda baja de Gabrielle la escoltó hacia una de las mesas que reservaba
exclusivamente para los miembros de su familia del crimen que habían hecho
de su restaurante su hogar permanente.
—Luca, cariño, las chicas y yo llevamos una eternidad esperando nuestras
bebidas. —Marta, que había estado sentada con sus amigos en una mesa en el
centro del restaurante, los interceptó y pasó su mano alrededor de su brazo,
hundiendo sus largas uñas rojas en su bíceps. Había sido su amante cuando él
y Gina estaban casados, pero se habían dejado de ver cuando Gina murió, ya
que era incapaz de disociarla de ese terrible período de su vida. Habían seguido
siendo amigos, pero Marta nunca dejó de intentarlo.
—Estaré allí en un momento, después de acomodar a estas invitadas.
La mirada de Marta se centró en Gabrielle como si sintiera que no era una
clienta ordinaria.
—¿Quién es ella?
—Una amiga. —Su tono cortante causó que sus ojos se ensancharan, pero
lo conocía lo suficientemente bien como para dejar el asunto.
—No quise causar ningún problema —dijo Gabrielle en voz baja una vez
Marta regresó a su mesa.
—No lo hiciste. —Su mirada se detuvo en ella un momento demasiado
largo y se sonrojó.
Mierda. Quería hacerla sonrojar por otro motivo, y uno que no involucrara
nada de ropa.
Lennie, el asistente de gerente y maître, llegó con los menús en cuanto
Luca sentó a Gabrielle y a sus amigas.
—No necesitarán los menús —dijo, alejando las carpetas encuadernadas
en piel—. Trae algunos antipasti, un poco de prosciutto e melone, salame y
formaggi. Después de eso tendrán algunos linguines di mare, y pasta al forno.
Luego un poco de agnello y polpettone, insalata mista y pepperoni al forno. Para
el postre, pueden tener pasticcini y un pequeño babà. Seleccionaré el vino yo
mismo. —Miró a Gabrielle, que lo estaba viendo absorta—. ¿Cómo suena eso?
—Hermoso. —Enrojeció y miró hacia abajo—. Quiero decir... la comida. La
comida suena bien, pero no podemos...
—A cuenta de la casa, bella —dijo con firmeza cuando vio su mirada caer
a su bolso.
—Gracias. —Su voz era tan sexy como su maldito rostro, y se preguntó
cómo superaría el resto de la noche manteniéndose alejado de su mesa.
¿Qué diablos pasaba con él? 32

Había estado rodeado de mujeres hermosas antes. Diablos, había hecho


un punto de estar rodeado de hermosas mujeres. Entonces, ¿por qué estar
cerca de Gabrielle lo hacía sentir como un torpe adolescente por todas partes
de nuevo?
Escuchó jaleo en la puerta.
Nico y los capos habían llegado.
Aunque Luca los había estado esperando, estaba casi enfadado por tener
sus negocios entrometiéndose en lo que podría haber sido una noche
completamente placentera.
Después de asistir a la mesa de Nico, Luca seleccionó un poco de vino y
regresó a la mesa de Gabrielle.
—No necesitas pasar todo tu tiempo con nosotras —dijo ella, mirando
hacia la mesa, ahora ruidosa, de capos en la esquina—. Estoy segura de que
tienes cosas mejores que hacer.
Desconcertado, Luca frunció el ceño.
—Esto es lo que los hombres hacen. Cuidan a sus mujeres. Las
mantienen seguras y les brindan comida.
Sus labios se curvaron, divertidos.
—Tal vez en la edad de piedra. Las mujeres de hoy pueden cuidarse ellas
mismas.
Luca retorció el corcho de la botella de vino.
—Qué vergüenza. Las cosas eran más fáciles en esos días. Ves a una
mujer que te gusta, y si te da la sonrisa adecuada, la agarras por el cabello, la
arrastras a tu cueva, y haces lo que quieras con ella.
—Me aseguraré de no sonreír a tu alrededor. —Sus labios se
estremecieron en las esquinas.
Luca se rio.
—Demasiado tarde, bella. Tu sonrisa ilumina la habitación.
Se sonrojó de nuevo, sus mejillas se volvieron de un delicioso rosa, y fue
codicioso de más. Quería saber quién era, lo que hacía para ganarse la vida, de
lo que tenía miedo, cómo recibió un disparo, y cuál de los platos que le había
presentado le había gustado más. No tenía sentido. No solía tomarse el tiempo
para llegar a conocer a las mujeres con las que se quería acostar.
No había bromas ni conversación ligera, sin riesgo de enamorarse de una
mujer que pudiera traicionarlo. Hasta este momento había sido una
satisfactoria existencia, pero ahora sentía un anhelo por algo más.
Levantó su mano y la llevó a sus labios.
—Me pregunto, ¿te sonrojarías mucho si te llevara a mi cueva esta noche? 33
Por lo general, eso es todo lo que necesitaba. La seducción era tan fácil
para él como respirar. No podía recordar la última vez que le dijeron que no.
Entonces luchó por contener su sorpresa cuando ella negó.
—Nunca lo sabrás.
—Vamos a ir de discoteca a Glamour esta noche —agregó Nicole—. ¿Has
estado allí? Está al otro lado de la calle.
—No he tenido el placer. —No tenía interés en los clubs nocturnos donde
todo el mundo estaba borracho o drogado y la música era tan ruidosa que la
conversación era casi imposible. Prefería socializar en lugares con un ambiente
más íntimo, como en bares de sensaciones, cafés y restaurantes, en la casa
club Toscani o en las reuniones familiares.
Tal vez era su herencia italiana lo que le hacía valorar la calidez de la
intimidad sobre el frío anonimato, pero si su ángel estaba en Glamour, podría
conseguir apartar sus problemas por solo una noche.
—Muy mal. —Suspiró Nicole—. No hemos escuchado mucho al respecto,
espero no estar perdiendo el tiempo.
Garantizado, no estarían perdiendo su tiempo, porque en el momento en
que entraran por la puerta, tendrían a la mitad masculina sobre ellas y a la
otra mitad deseando tener pelotas.
A regañadientes las dejó para unirse a Nico y los capos, aunque ningún
negocio real se llevaría a cabo hasta que la comida terminara.
—¿Cuál es la mía? —preguntó Frankie cuando Luca tomó asiento. El
ejecutor de cabello oscuro rara vez conectaba con mujeres, al menos que Luca
supiese. Si tenía novia, lo mantenía muy callado, aunque Luca no podía
imaginar a ninguna mujer que quisiera pasar tiempo con alguien tan frío y
duro como Frankie. El ejecutor de Nico hacia temblar incluso a los icebergs.
—Ninguna.
—Tomaré a la rubia. Parece de las que gritan.
El maldito Frankie estaba empujando sus botones. Demasiado astuto,
había poco que Frankie no viera, y Luca no hizo ningún esfuerzo por ocultar su
interés en Gabrielle. Por lo general, simplemente los ignoraba, pero algo sobre
Gabrielle disparaba sus instintos posesivos y antes de darse cuenta, se había
movido y estaba sobre la mesa, tomando el cuello de la chaqueta de Frankie
con su puño.
—Que te jodan.
Los ojos de Frankie se volvieron negros como la brea, y sus labios se
abrieron en un gruñido. Luca no necesitó mirar hacia abajo para saber que la
pistola de Frankie estaba apuntándole bajo la mesa.
—¿Qué diablos estás haciendo? —dijo Nico desde el otro extremo de la
mesa—. Suéltalo. 34
Luca liberó a Frankie, empujándolo lejos.
—Eso es por lo que tenemos diez putos mandamientos. —La mirada aguda
de Nico se movió a Frankie—. Uno de los cuales es no mirar a las mujeres de
nuestros amigos.
—Es algo difícil de seguir. —Frankie se recostó en su silla, su chaqueta de
cuero crujió mientras doblaba los brazos a través de su pecho.
La sangre de Luca comenzó a bombear cuando miró hacia la mesa de
Gabrielle y se dio cuenta que estaban a punto de irse. Se excusó con Nico, e
interceptó a Gabrielle en su camino hacia la puerta. No podía recordar la
última vez que tuvo que perseguir a una mujer, y el pensamiento de hacerlo
con Gabrielle hacía que su corazón saltara.
—Gracias por una hermosa velada.
Ella se volvió hacia él en la entrada, y su mano instintivamente se dobló
alrededor de su cintura, como si pudiera detener su partida.
—La comida estuvo increíble. Fue muy amable de tu parte invitarnos a
cenar.
Su cuerpo temblaba bajo su toque, y apretó su agarre, atrayéndola
suavemente, su adrenalina seguía bombeando después de su altercado con
Frankie. Sus ojos se sostuvieron, el calor llenó el espacio entre ellos.
—Luca. —Suspiró su nombre, mordisqueando su labio inferior.
Quería besarla, abrazarla, sentir su cuerpo suave y sexy presionado
contra él. Con su mano libre, le tomó la mandíbula, acariciando su mejilla con
el pulgar.
—Non posso fare a meno di pensarti2.
No estaba mintiendo. No había podido pensar en nada más que ella desde
el segundo que entró por la puerta.
Su rostro se suavizó, y su cuerpo se inclinó hacia él.
—¿Qué significa eso? Todo lo que dices en italiano suena hermoso.
—Tú eres hermosa. —Se inclinó hacia abajo y besó sus mejillas, sus labios
se detuvieron en su suave piel—. Quiero besar tus hermosos labios —
murmuró.
Esperaba que se riera o se sonrojara, definitivamente alejándose. En
cambio, giró la cabeza lo suficiente como para que sus labios se rozaran, y el
sabor de ella avivó su fuego. El deseo se disparó a través de su ingle, ese
susurro de beso tan potente como si hubiera envuelto su mano alrededor de su
pene. Su brazo se deslizó alrededor de su cintura y tiró de ella a su cuerpo,
sellando su boca en la de ella de la manera que había querido hacer desde el
momento en que entró por la puerta.
El mundo desapareció. Nico y sus capos sentados en la mesa cerca del
escenario. Lennie corriendo con las comidas. Los camareros y los meseros. La 35
anfitriona. Los clientes. La banda. Todo se desvaneció cuando ella gimió su
nombre en su boca y se derritió contra él, sus generosos pechos presionados
suaves y cálidos contra su pecho. Si no hubieran estado en medio del
restaurante, no se hubiera detenido con un beso. Infiernos, tenía la intención
de no detenerse de todos modos.
—Luca. —Esta vez su nombre estaba teñido de advertencia, y cuando ella
levantó una mano entre ellos, se retiró con un gemido bajo.
—Esto es loco. Apenas te conozco —dijo en voz baja.
—Entonces quédate. Llega a conocerme.
—No puedo deshacerme de mis amigas. —Se movió hacia arriba, sus
labios rozaron su oreja—. Y no soy así de fácil.
Se le cortó la respiración. Era un desafío, el más excitante que había
tenido nunca, porque no lo había esperado. Había pensado que era dulcemente
sumisa, pero era algo completamente diferente.
Un misterio por resolver.

2 No puedo dejar de pensar en ti.


Cuatro
Glamour gritaba Las Vegas.

D
esde los enormes candelabros, hasta los balcones privados, y
desde la multicolor pista de baile, a la chispa y el brillo, el club
nocturno era una joya escondida que claramente tenía
aspiraciones de grandeza, y Gabrielle tuvo que admitir que estaban haciéndolo
con estilo.
Con un DJ decente en residencia, la enorme pista de baile estaba
abarrotada, facilitando encontrar una mesa en el área de asientos cerca de la
barra.
—Dios mío —dijo Cissy—. Nunca había visto tantas personas hermosas.
¿Por qué no sabía nada sobre este lugar?
—Está un poco alejado. —Gabrielle sacó la joyería de su bolso. Pensó que 36
era demasiado para la cena, pero en este lugar, incluso con sus largos y
brillantes pendientes, con sus pulseras de diamantes de imitación, y collar a
juego, se sentía mal vestida.
—Presiento que vendrás a esta parte de la ciudad con más frecuencia. —
Nicole le dio un empujoncito—. Nos quedamos en el baño todo lo que pudimos
para que pasaras un tiempo a solas con tu príncipe de la mafia.
Gabrielle se rio. Todavía sentía el zumbido de los cócteles y el vino que
Luca había enviado a su mesa. Y Dios, esa burla de beso. Su mano voló a su
boca mientras recordaba la suavidad de sus labios, el sensual ruido de su
voz...
Quiero besar tus hermosos labios.
—No es un príncipe de la mafia. Solo porque es italiano, no quiere decir
que sea un mafioso.
—¿Viste a sus amigos? —Cissy hizo señas a una camarera que pasaba y
ordenó una ronda de tragos de tequila—. Se veían exactamente como siempre
imaginé que lo harían los mafiosos. Uno de ellos incluso llevaba un chándal y
tenía cadenas de oro alrededor del cuello. Y el alto, el tipo sexy al final de la
mesa, tenía guardaespaldas.
—No seas ridícula.
—Tienes que tener cuidado alrededor de los hombres italianos —continuó
Nicole—. Nacen para seducir, son criados para seducir, y mueren seduciendo a
las enfermeras en el hospital. No lo estoy inventando. Mi cuñado es de Roma, y
dice que es verdad.
—Incluso si no está en la mafia, creo que debes tener cuidado con él —dijo
Cissy—. Tiene temperamento. Cuando se sentó con sus amigos, el que parecía
motorista dijo algo y Luca lo agarró y lo arrastró hasta la mitad de la mesa. En
serio, pensé que iba a comenzar una pelea. Y esa mujer en el vestido verde
estuvo mirándonos con dagas toda la noche. Hubo dos golpes en su contra ahí.
Nicole volvió a aplicarse su lápiz labial. Había ido con los labios desnudos
para usar su nuevo tono ahumado.
—¿Dónde estaba cuando la pelea sucedió?
—Fue una casi pelea, y estabas coqueteando con el sommelier3.
—Me gustó el sommelier. —Nicole guardó su lápiz labial—. Un chico que
sabe todo sobre vinos y que no pasa sus días masturbándose con “Grandes
Penes en Atractivas Polluelas” o con “Mujerzuelas de los Anillos”, sería genial
presentárselo a mis padres. Pensarían que finalmente obtuve mi acto.
Cissy negó.
—Creo que es aterrador que recuerdes los nombres de todas las películas
porno de Clint.
—Creo que da miedo cuán rápido Luca se acercó a nuestra chica —dijo 37
Nicole, radiante—. Pensé que iban a hacerlo en la puerta.
—Le dije que no era tan fácil. —Sonrió cuando Nicole se quedó
boquiabierta—. No puedo creer que le dijera eso. No soy realmente del tipo
femme fatale. Pero hay algo en él que me hace querer retroceder. Me parece un
hombre al que le gustan los retos.
—Ahhh... eso podría ser porque tenía Macho Alfa escrito sobre él —dijo
Cissy—. Me sorprende que no hiciera lo de agarrar tu cabello y arrastrarte a su
cueva después del espectáculo de dominio que mostró en la mesa de sus
amigos.
—Pensé que eras abogada, no antropóloga —dijo Gabrielle, pero Cissy
tenía razón. Luca rezumaba poder y dominio. Era el tipo de hombre que iba por
lo que quería, y no permitía que nada se interpusiera en su camino.
—¿Le diste tu número?
Cissy sacó su billetera cuando vio a la camarera acercándose a la mesa.
—No. —Gabrielle se encogió de hombros para esconder su decepción—. No
me lo pidió, y después de decir que no era fácil, no podía preguntarle el suyo
tampoco.
Se bebieron sus tragos de tequila y se dirigieron a la pista de baile. Aun
inquieta por su encuentro con Luca, Gabrielle dejó de lado sus preocupaciones
sobre el trabajo, el dolor que se desvanecía de su lesión y su dolor persistente
3 Francés. Especialista en vinos que, en un restaurante, hotel u otro tipo de establecimiento,
recomienda a los comensales qué bebida elegir de acuerdo al plato en cuestión.
sobre David, y se perdió en el ritmo de la música. No podía recordar la última
vez que había ido a bailar. Diez años más mayor que ella, los días de fiesta de
David habían acabado mucho antes de conocerse, y había dejado de ir de
discoteca con sus amigas a favor de acompañar a David a funciones policiales y
cenas, o pasando las tardes con él relajándose frente al televisor. En ese
momento, no la había molestado. David le ofreció el amor y la seguridad que
había anhelado desde que su madre murió, y la comodidad de su presencia
valía cualquier precio.
A diferencia de la mayoría de clubs en Las Vegas excesivamente llenos,
Glamour tenía suficiente multitud para energizar la pista de baile, pero no
tanta que no tuvieran espacio para moverse. Durante la siguiente hora,
Gabrielle y sus amigas bailaron hip-spun, hip-hop y rock mientras se
defendían excesivamente de tipos amigables que buscaban una conexión, y les
echaban un vistazo a algunos de los locos de la multitud un poco más joven.
—Creo que es hora de ir a la barra nuevamente —gritó Nicole cuando el
DJ dejó caer una mezcla de la casa pesada y baja.
Todavía perdida en su zumbido, Gabrielle no estaba lista para irse. Abrió
la boca para protestar y la cerró de nuevo cuando sintió el familiar cosquilleo
por su piel.
Después de un barrido visual rápido a la pista de baile, miró hacia arriba, 38
a los balcones privados.
Luca.
La emoción atravesó su cuerpo cuando lo vio bebiendo casualmente, su
mirada perezosa acariciando ligeramente su cuerpo. La estaba mirando con el
mismo interés agudo que había mostrado desde el momento en que caminó en
su restaurante.
Gabrielle tembló bajo la intensidad de su mirada. Del poder emanaba de
él. Poder controlado. No porque fuera el único hombre en el club vistiendo
traje, sino debido a la forma en que lo usaba: chaqueta desabrochada, camisa
sin corbata, el cuello abierto para revelar su tensa garganta y las líneas
oscuras de un tatuaje. Luca destacaba. Había algo salvaje debajo de la
superficie que su traje no podía ocultar. Tenía la arrogancia de un hombre que
rompía las reglas con impunidad. Un hombre que no le temía nada. Un hombre
muy, muy peligroso.
Un escalofrío recorrió su cuerpo despertando sus más oscuros deseos,
necesidades que nunca había expresado, incluso a David. No tenía idea de qué
estaba pasando entre ellos, por qué se dejaba llevar, pero con su cuerpo
alimentado con coraje líquido y el profundo sonido del bajo golpeando como un
latido primitivo, lanzó precaución al viento y bailó para él, sensual y
desinhibida, dejando que la música la arrastrara.
Pensamientos locos giraron en su mente.
Imágenes de ropa desgarrada, labios y dientes y lenguas, firmes manos en
sus pechos, en sus caderas, en su trasero, sudor resbalando a través de su
piel. Imaginó que la besaba en el restaurante, que la devoraba, que tomaba
todo lo que tenía que dar, y que exigía más. Habría deslizado su mano debajo
de su falda, presionando la dura cresta de su deseo contra su estómago.
Y luego la arrastraría a un callejón, le habría arrancado la ropa, y la
penetraría duro y áspero contra la fría pared de ladrillo, mientras susurraba
hermosas palabras italianas en su oreja.
Un dolor se formó en su estómago y se extendió a los dedos de sus manos
y pies. Nunca había sentido un deseo como ese antes. Nunca había deseado a
un hombre como deseaba a Luca ahora.
David había sido gentil, cuidadoso, un amante conservador, que nunca se
ponía celoso y no estaba interesado en juguetes ni en juegos, o en hacer el
amor en ningún lugar menos que en la cama. Aunque lo aceptó por quién era,
una parte pequeña, traidora, de ella quería más. En lo profundo de sus lugares
secretos, quería ser propiedad de alguien y poseída. Quería ser deseada por su
amante tan completa y absolutamente que nada se interpusiera en su camino.
Luca era ese tipo de hombre. Lo había visto en la forma en que tocó a la
mujer fuera del restaurante, la forma en que llenaba la habitación solamente
con la fuerza de su presencia, la forma en que la miraba. Era todo poder
salvaje, crudo, sexo líquido, y quería que viera eso justo debajo de la superficie, 39
su sangre corriendo caliente y salvaje, también.
Cissy gritó y agitó su mano en el aire. Desapareció en la multitud y
regresó con un hombre a remolque.
—Este es Ron, un amigo mío de la escuela de derecho —gritó sobre la
música—. Está aquí con un par de amigos. Están en la barra.
Gabrielle levantó la vista, sus hombros cayeron un poco cuando vio el
balcón vacío. Luca se había ido.
—Por supuesto. Vamos.
Se dirigieron a la barra, y Ron les presentó a sus amigos, pero Gabrielle no
podría concentrarse en la conversación. Seguía mirando hacia el balcón,
preguntándose si Luca reaparecería. ¿Habría venido a verificar el lugar o estaría
entre la multitud buscándola? ¿Pero por qué vendría por ella?
Tenía a su mujer en el vestido verde y un restaurante para dirigir.
—No parece que estés teniendo un buen momento —dijo Ron mientras
sus amigos charlaban con Nicole y Cissy junto a la barra. Sus párpados
estaban a medio cerrados y claramente había tenido demasiado para beber.
—Creí haber visto a alguien que conocía. —Forzó una sonrisa—. Es difícil
ver claramente con todas las luces.
—Cissy dijo que estabas buscando tener algo de diversión esta noche. —
Deslizó un brazo alrededor de su cintura—. Soy experto en entrar en las
bragas.
Ella soltó una carcajada y tiró para apartar su brazo.
—No es el tipo de diversión que estoy buscando.
—Buonasera, Gabrielle.
Su corazón se saltó un excitado latido con la profunda voz de barítono de
Luca. Miró por encima del hombro, su sonrisa se desvaneció cuando lo vio
frunciendo el ceño detrás de ella. Este no era Luca como lo había visto en el
restaurante. Sus ojos eran fríos, oscuros, y concentrados no en ella, sino en el
hombre a su lado.
—¿Hay algún problema aquí? —preguntó Luca.
—Nada que no pueda manejar. —Sonrió a Ron—. Este es el amigo que
pensé que había visto.
La mirada de Ron pasó por encima de Luca y retrocedió, claramente no
dispuesto a desafiar a un hombre que se veía como si solo esperara una excusa
para envolver las manos alrededor de su garganta.
Luca se rio suavemente mirándolo irse.
—Sí, lo recuerdo. Me dijiste en el hospital que podías cuidarte sola, y, sin
embargo, de alguna manera te dispararon.
—Estoy bastante segura de que Ron no tenía una pistola. 40
Luca deslizó la mano alrededor de su cintura y la atrajo hacia su cuerpo,
un movimiento abiertamente posesivo que envió un delicioso escalofrío por su
columna.
—¿Y si lo hiciera?
Impulsada por la adrenalina que hubiera venido a buscarla, se inclinó
valientemente y le susurró al oído.
—Tengo una, también.
Lejos de sorprenderse, le dio un gruñido de aprobación.
—Las chicas con armas de fuego están en lo alto de mi lista de fantasías.
—Soy una mujer, no una chica.
Su mirada bajó a sus pechos y sintió endurecerse sus pezones.
—Sí, eres una mujer. Sei una donna molto bella.
—No sé lo que eso significa, pero suena sexy cuando lo dices.
—Crees que soy sexy. —Era una declaración, no una pregunta y ella se rio
cuando una sonrisa lenta y satisfecha se extendió a través de sus labios.
—Sí, lo hago, pero sospecho que ya sabías eso. Podrías seducir a una
mujer sin siquiera abrir la boca.
Su mano cayó más abajo, curvándose sobre su trasero.
—¿Te estoy seduciendo?
—¿Quieres seducirme?
—Quiero penetrarte —dijo sin rodeos.
Sorprendida por su audaz declaración, no respondió de inmediato.
Si hubiera sido cualquier otro hombre diciéndole que quería penetrarla
después de haberla visto solo dos veces, se habría reído de él. Pero había
aprendido a confiar en sus instintos sobre el trabajo, y estos le decían que
Luca no la lastimaría. Por alguna inexplicable razón, estaba profundamente
atraída por él.
Y después de dos años de sentirse entumecida, las emociones y
sensaciones cursando a través de su cuerpo eran increíbles y rápidas. ¿Por qué
no pasar una noche con él? Una noche en la que pudiera soltar la tristeza del
pasado y el estrés del presente. Una noche donde pudiera hacer algo que
nunca tuvo el coraje hacer antes. Una noche donde pudiera vivir, sentir,
respirar de nuevo. Una noche de pasión.
—¿Qué pasa con la mujer que te vi besar en la puerta de tu restaurante?
Él levantó una mano desdeñosa en el aire.
—Fue un beso amistoso. No estamos juntos ya.
—Entonces supongo que tu deseo se hará realidad. —Inclinó la cabeza 41
hacia un lado en invitación y él puso besos a lo largo de la curva de su cuello,
enviando una corriente de necesidad directamente a su núcleo. ¿Quién era esta
sexual, descarada, mujer y dónde había estado escondiéndose toda la vida de
Gabrielle?
Luca deslizó la mano sobre su cadera, pasando su pulgar sobre su
estómago.
—Mi auto está fuera.
Su arrogancia la divirtió, pero todavía era un extraño, y no estaba
dispuesta a arriesgarse tanto.
—Cuando salgo con mis amigas, salgo con mis amigas.
Él no perdió un latido.
—Balcón. Piso de arriba. Hay una habitación privada adjunta.
—Vamos. —Antes que pudiera perder esa confianza recién descubierta,
tomó su mano y, después de algunas palabras tranquilizadoras a Nicole y a
Cissy, lo llevó a través de la pista de baile. O, al menos, trató de liderar el
camino. Pero rápidamente se movió a su lado y la atrajo contra él en medio de
la multitud de cuerpos agitados.
—Ve al baño —murmuró en su oreja—. Quítate las bragas.
Ella levantó una ceja, sacudiendo su cabello mientras recogía sus
pensamientos. Nunca había estado con un hombre tan dominante. Parte de
ella advirtió que solo había cierta cantidad de órdenes que podía tomar, pero la
otra parte, la parte que había despertado cuando Luca apareció por primera
vez en el club, quería saber cuántas serían.
—¿Por qué no lo haces tú?
Sus ojos brillaron y tiró de ella contra él con tanta fuerza que perdió el
aliento.
—Porque una vez te lleve donde pueda penetrarte, no voy a contenerme. Si
te importan esas bragas, irás a quitártelas. De lo contrario, te las arrancaré y
las dejaré hechas jirones.
Dios, decía las cosas más emocionantes.
Era como si lo hubieran arrancado directamente de sus fantasías y lo
hubieran hecho realidad. Deslizó una mano alrededor de su cuello, se inclinó y
susurró en su oreja.
—Arráncalas.
—Tan jodidamente excitante —murmuró mientras agarraba su mano y
medio tiraba, medio caminaba con ella hacia un elevador de vidrio dorado. El
ascensor los llevó hasta un pasillo largo y estrecho con seis cortinas. Luca la
llevó a la cortina más alejada del ascensor, luego la movió a un lado para
dejarla pasar.
42
Decorada en púrpura y dorado, la sala tenía una pequeña barra en una
esquina y un sofá en el otro lado. Una gruesa alfombra morada cubría el suelo.
Una cortina de separación llevaba al balcón. La apartó y vio a Nicole y a Cissy
bailando con los amigos de Cissy cerca del escenario.
—¿Te sientes segura, bella?
Miró de un conjunto de cortinas al otro. Sin puertas. Nada para prevenir
que alguien entre caminando, excepto la cuerda dorada que había puesto a
través de las cortinas delanteras, indicando que el balcón estaba en uso. Pero
sintió que no era realmente la pregunta que estaba haciendo. Quería saber si
se sentía segura con él. Un virtual extraño. Incluso si su capacitación de policía
no le hubiera dado las habilidades para defenderse en situaciones peligrosas,
la respuesta hubiera sido la misma, simplemente porque pensó en hacerle la
pregunta.
—Sí.
—Cualquiera puede entrar aquí. ¿Estás bien con eso?
Se mordió el labio inferior.
Técnicamente lo que estaban haciendo era ilegal, ya que la sala sería
considerada un lugar público, e incluso en Nevada, el sexo público era una
ofensa criminal. Gabrielle nunca había roto la ley, aunque había estado
dispuesta a apretar el gatillo cuando entró al almacén buscando a García, si
hubiera ofrecido el mínimo indicio de resistencia para arrestarlo. Nunca había
tenido sucio y áspero sexo en un lugar público con un hombre al que apenas
conocía, pero estaba casi drogada con la sensación de excitación y nada podría
detenerla ahora.
—Sí.
—Levanta tu vestido.
Todo su cuerpo se sacudió con atención.
Nadie le había hablado de esa manera antes, pero quería más.
Con sus miradas fijas, lentamente bajó su vestido sobre sus caderas
mientras él cerraba la distancia entre ellos.
Manteniendo la mirada, rasgó y alejó sus bragas.
Jadeó cuando el aire fresco se apresuró sobre su vagina, pero solo avivó
las llamas de su deseo. Miedo y emoción se lanzaron en un aumento químico a
través de su cerebro, casi como una droga. No había vuelta atrás ahora, y su
boca se hizo agua con la anticipación. No podía recordar la última vez que
había estado con un hombre. Sus pocos intentos de sexo después de la muerte
de David habían sido un absoluto desastre, desde las imágenes desagradables
de David en la casa, a sus sentimientos de culpa por traicionarlo y su falta de
atracción por los hombres que llevó a casa.
Pero no sentía nada de eso ahora.
David no estaba aquí. Se había dado a sí misma permiso para disfrutar 43
una noche fuera. Y nunca había estado tan ferozmente excitada como estaba
ahora, su vagina resbaladiza y palpitando, su cuerpo ardiendo con un calor
que no tenía nada que ver con la luz sobre ellos.
Luca se quitó la chaqueta, dejándola tirada en el suelo. Una mano fue
alrededor de su cadera para tomar su trasero, mientras otra le agarró el
cabello, retorciéndolo con fuerza. Tiró de ella contra él y le movió la cabeza a
un lado, posicionándola para el descenso de sus labios.
Deseaba esto, lo deseaba a él.
Rodeó su cuello presionándose contra su caliente cuerpo musculoso.
La besó con fuerza, robándole el aliento, su lengua atravesó su boca como
si quisiera reclamarla. No había suavidad en su beso, sin toque de labios o
susurros contra su piel. Su beso fue crudo y salvaje con un hambre que hacía
su propio juego con ella.
Gabrielle había aprendido cómo ser dura y autosuficiente, el único
beneficio de tener que cuidar de sí misma cuando la adicción de su hermano
consumió cada momento de su padre y su madrastra. Pero, a veces, solo
quería dejarse ir, dejar que otra persona tomara el control.
Con su cuerpo zumbando de anticipación, se estiró por su cinturón. Su
mano cubrió la de ella, abrazándola rápido.
—¿Estás segura de querer esto, mio angelo? Porque me gusta sucio. Tan
sucio que nunca conseguirás volver al cielo.
Le gustaba cuando la llamaba su ángel.
Era como si viera a través de sus escudos a la chica que había sido antes
que su madre muriera.
—Nunca he estado en el cielo. —Liberó la correa, pasando sus dedos sobre
su erección dura debajo de la fina tela de lana—. Tal vez puedas llevarme allí.
—Tentador. —Sus labios se curvaron en una sonrisa—. Estoy más que
dispuesto a tomar el desafío. —Apretó el agarre en su cabello y suspiró
mientras bajaba la cremallera. Su pene, grueso y duro, se tensó contra sus
bóxer.
—Sácalo —rechinó, las venas de su cuello se destacaron en relieve.
Ella liberó su pene de su restricción y frotó sus dedos lentamente por su
longitud. Estaba caliente en su mano, firme, pero su piel era suave. Pasó el
pulgar alrededor de la corona, y lo bombeó cuando dejó escapar un gruñido
salvaje.
—Voy a trabajar mis dedos en tu vagina, hasta que mi mano gotee con tus
jugos. Y vas a deslizar esos pequeños y traviesos dedos dentro tu vestido y a
pellizcar tus pezones mientras lo hago. —Con una mano al lado de su cabeza,
la enjauló contra la pared—. Ábrete para mí. —La besó, sus labios suaves y
tiernos mientras golpeaba bruscamente sus piernas y las abría. 44
Cada pensamiento coherente salió de la mente de Gabrielle mientras
intentaba conciliar las sensaciones duales, pero cuando sus dedos se
deslizaron entre sus piernas, dejó de intentar pensar y se permitió sentir.
Dios, podía sentir. Todo. Su pulgar rodeó su pezón. El impulso de su dedo
grueso dentro de ella, el golpe de su lengua en su boca, el golpeteo de su
corazón, la avalancha de sangre en sus venas, vida latiendo debajo de su piel.
Él bombeó su dedo, trabajando más profundo.
—Estás muy mojada. Muy caliente. No necesito prepararte para mí, pero
puedes tomar más. Dime.
Fue un esfuerzo por encontrar las palabras, pero encontró una.
—Sí.
—Buena chica.
Buena chica. Por lo general, la frase la erizaba. Era un juego de poder,
puro y simple, implicando en su significado más básico que no era una adulta.
Él estaba acostumbrado a reducir, a degradar y a deslegitimar, y lo escuchaba
con demasiada frecuencia en el trabajo. Y, sin embargo, aquí, ahora, con este
hombre, no había hecho nada más que tener placer hasta ahora, enviando una
emoción erótica a través de su cuerpo.
Aceptar esas palabras significaba aceptar que estaba cediendo el control
de esta situación. No solo eso, estaba atraída por la idea de estar con un
hombre que podría dominarla por completo de una manera sexual.
Él añadió un segundo dedo, estirándola, llenándola mientras daba ligeros
besos en su garganta.
—Pellizca tu pezón para mí. Agradable y duro.
Hizo lo que le pidió, y él murmuró su aprobación. Sus dedos se apartaron
y agregó un tercero, con un lento balanceo que facilitó su llegada hasta su
punto más sensible. Su excitación se disparó y arqueó la espalda, apretando
contra sus dedos que buscaban algo más que una fugaz presión.
—Aprieta mis dedos —murmuró—. Muéstrame cómo puedes tomarme.
Quiero sentir esa vagina alrededor. Quiero que te vengas sobre mi mano.
Ella gimió suavemente, su sucia conversación desencadenó una respuesta
primitiva.
Cuando presionó la palma contra su clítoris, lo rodeó con un círculo sobre
el nudo hinchado mientras sus dedos la golpeaban, y culminó en una ráfaga de
calor al rojo vivo. Su cuerpo se sacudió y presionó la cabeza contra la pared
con un grito que estaba segura podía escucharse sobre la música.
Luca se inclinó hacia delante y la besó, tragándose el sonido, pero sus
dedos continuaron moviéndose dentro de ella, evitando que bajara del paseo.
—No. No puedo... no otra vez.
45
—Sí puedes. Puedo sentirlo. —Sus dedos se deslizaron sobre su dulce
punto, y la excitación fue en espiral baja y pesada a su vientre.
—Oh Dios. —Se apoyó contra la pared, jadeando, su pezón olvidado bajo
la feroz embestida de necesidad.
—Dámelo. Quiero sentirte viniéndote de nuevo. —Metió sus dedos dentro
de ella mientras acomodaba su palma contra su clítoris, y ella empapó su
mano con calor líquido cuando se rompió, con el placer consumiéndola como
llamas forestales.
—Così bella4 —susurró él, dejando caer besos sobre su cuello, en su
garganta, y a lo largo de su mandíbula.
Ella extendió la mano y la presionó contra su pecho, sintiendo su corazón
latiendo con fuerza tan salvaje como el suyo. A pesar de la liberación que
acababa de tener, su cuerpo estaba apretado, y se sentía vacía por dentro.
—Más —susurró.
—Ruégame.
Gabrielle se puso rígida por el más breve de los momentos. Tuvo que
luchar tanto por el respeto en su trabajo, que la demanda golpeó su corazón. Y,
sin embargo, había tomado la decisión de dejar atrás a la oficial Fawkes
cuando aceptó venir aquí. Por esta noche, en esta habitación, podría estar con
quien quisiera. Podía satisfacer sus fantasías más profundas. Podía dejar ir

4 Tan hermosa.
todo y simplemente ser Gabrielle.
—Por favor.
Él dio un gruñido aprobatorio.
—Por favor, ¿qué?
—Por favor, penétrame. —Nunca le había pedido a un hombre que la
penetrara antes, y las palabras sonaban pecaminosamente deliciosas en su
lengua.
—Me excita cuando ruegas dulcemente, bella. —Metió la mano en su
bolsillo trasero y sacó un condón.
Rompió la envoltura con sus dientes y el envoltorio cayó al piso. Se
envainó rápidamente, y luego sus manos estaban debajo de su trasero y la
estaba levantando contra la pared.
—Piernas a mi alrededor.
Ella envolvió las piernas alrededor de sus caderas, y él empujó dentro con
un impuso duro, metiéndose profundamente en su calor húmedo, llenando el
vacío en su interior.
Se congeló, jadeando en un suspiro.
—Toma todo. Siénteme. 46

Oh Dios. Lo sentía. No solo en su vagina, sino en todas partes.


Gabrielle clavó sus uñas en los hombros de Luca y levantó sus caderas
mientras él se adelantaba. Sus músculos se endurecieron bajo su fría camisa
de algodón, su poderoso cuerpo conduciéndose hacia delante, poseyéndola por
dentro y por fuera. Le encantaba su conversación sucia, su rudo toque, el calor
de su cuerpo, el aroma de su colonia, el completo abandono con que la
penetraba, la forma en que sus caderas golpeaban su clítoris, conduciéndola
implacablemente hacia un orgasmo que flotaba fuera de su alcance. Todo.
La sangre golpeaba en sus oídos, soltó un gemido ronco y levantó las
caderas, tratando de obtener esa última fricción que la llevara al borde.
—Si necesitas algo, pídemelo.
Se quedó quieto, la miró, sus ojos tan salvajes como la necesidad dentro
de ella.
—Mi clítoris. Dios, Luca. Haz que me corra. —Estaba tan cerca, rogaría de
nuevo si tenía que hacerlo.
Sus ojos brillaron, y estiró un brazo entre ellos para pasar su pulgar
suavemente sobre su clítoris mientras empujaba hacia delante, conduciéndose
más profundo.
—Córrete para mí —gruñó—. Quiero sentir tu vagina apretando mi pene.
Su clímax fue una dulce quemadura que se encendió alrededor de su dura
longitud. Ella sujetó sus piernas alrededor de él, sus tacones se hundieron en
su trasero, su cabeza se apoyó contra la pared cuando se arqueó, su vagina
apretándose alrededor de su grueso y duro pene.
Luca se sumergió en ella una y otra vez, duro y áspero, crudo y violento.
Sus dedos se clavaron en su trasero, sus caderas martillaron de ida y vuelta,
hasta que se puso rígido y se corrió, gimiendo mientras bombeaba su
liberación dentro de ella.
La realidad la golpeó cuando terminaron. Acababa de tener un encuentro
sórdido e ilícito con un hombre que apenas conocía porque vino hasta ella en
un club y le dijo que quería penetrarla. No. No había dicho que quería hacerlo.
Dijo que lo haría. Como si supiera que diría que sí. Como si fuera una
conclusión inevitable. Y tal vez lo fue.
Se estremeció y giró la cabeza, miró hacia el minibar con su cristalería, las
botellas prolijamente forradas en los estantes, el espejo en la pared que los
mostraba sudorosos y despeinados, con los labios hinchados de sus besos.
—¿Estás bien? —Luca dejó besos sobre su hombro, el cosquilleo de sus
labios envió un delicioso escalofrío por su espina.
—Creo que sí.
Una curiosa tensión engrosó el aire entre ellos. Él se retiró y la bajó a sus
pies. Ella se tambaleó y él la estabilizó con dos amplias manos alrededor de su 47
cintura, un gesto curiosamente tierno para un hombre que acababa de
penetrarla con tanta fuerza que sabía que lo sentiría por los próximos días.
—Estoy bien. Gracias. —Se alejó, tirando de su vestido, tratando de
conciliar cómo podía sentirse electrificada y avergonzada al mismo tiempo.
¿Y qué se supone que deben hacer ahora? ¿Sentarse en el sofá morado y
tener una bebida? Era un poco tarde para la charla de “llegar a conocerse”
debido a que se saltaron esa parte de los juegos previos cuando se zambulleron
en el evento principal. ¿Cuál era el protocolo para el final de lo que había sido
efectivamente un botín?
Gabrielle tragó el bulto en su garganta.
—Yo... umm, creo que será mejor que regrese con mis amigas.
Mientras él se enderezó la ropa, ella tomó sus bragas rotas del suelo y las
metió en el bolso de noche que ni siquiera recordaba haber dejado caer cuando
entró en la habitación.
—Fue agradable verte de nuevo —dijo en el incómodo silencio. Llegó a la
puerta, de repente desesperada por volver a la familiaridad de sus amigas y a
una noche ordinaria de beber, bailar y pasar un buen rato, sin sexo duro
clandestino en una sala privada con un hombre que irradiaba poder y
rezumaba sexo. Un hombre que la excitaba por la misma razón por la que la
asustaba. Un hombre que no podía controlar.
—Esta no será la última vez. —Él se inclinó contra la barra, sus ojos
desconcertantemente oscuros en su rostro bronceado.
—Será la única vez. —Salió de la sala y alcanzó el ascensor mientras la
puerta se estaba cerrando.

48
Cinco
L
a alarma del teléfono de Gabrielle sonó a las ocho de la mañana,
sorprendiéndola y despertándola.
Incluso después de una noche de bebidas, tenía que levantarse
para llevar a Max a su paseo matutino o entraría en su habitación, tirando de
la manta con los dientes.
Rodó a un lado, sintiendo un delicioso dolor entre sus muslos mientras se
estiraba para apagar la alarma. ¿En qué había estado pensando anoche? ¿O no
había estado pensando en absoluto? Había tenido sexo con un extraño en un
lugar público.
La oficial Gabrielle Fawkes había roto la ley. Si alguien los hubiera
atrapado, podría haber sido acusada de exposición abierta o lascivamente
grosera e indecente. Una burbuja histérica subió en su pecho. Ni siquiera había 49
pensado en los riesgos de su ilícita actividad, ser expulsada del caso García, o
peor aún, perder su trabajo.
Y, sin embargo, lo loco era que si pudiera retroceder en el tiempo, haría la
misma elección de nuevo.
Se sentó y apartó su edredón rosa y blanco. Nunca había tenido sexo así
en su vida, nunca había imaginado que podría ser tan crudo, salvaje y
desinhibido. Su conversación sucia la había excitado, pero no tanto como la
forma en que tomó el control.
Quítate las bragas. Levanta tu vestido. Ruégame.
Solo el pensamiento de las cosas que le dijo la excitaba de nuevo. Deslizó
una mano entre sus piernas, imaginando que era Luca tocándola. Sus dedos.
Su cuerpo. Sus palabras.
Quiero penetrarte.
¿Quién decía eso y esperaba que ocurriera? ¿Siquiera sabía lo que le hizo?
Deslizó su dedo sobre su clítoris, y la necesidad pulsó a través de ella. Le
había dado un año de fantasías en ese único encuentro. Y no era solo su
lengua sucia. Era todo sobre él: la forma en que se veía, la forma en que se
movía, su magnífico cuerpo, su profunda voz, su dominio total y absoluto... Por
primera vez en dos años se sintió viva, y quería más. Más traviesos susurros en
su oreja. Más ásperas manos en su cuerpo. Más caminar en el borde con un
hombre peligroso. Más que solo una fantasía.
Si necesitas algo, pídemelo.
Pero no pudo hacerlo. Incluso si hubiera querido su número, se había ido
antes de tener la oportunidad de preguntar, y no la había perseguido. Y volver
al restaurante estaba fuera de discusión.
Ella había iniciado ese encuentro, pero no lo haría de nuevo o pensaría
que estaba desesperada y que era patética. Podría haber tenido el poder
anoche, pero ella tenía poder propio.
Con la palma contra su clítoris, deslizó dos dedos dentro, recordando cada
detalle de la noche anterior.
El aroma embriagador de su perfume, la ondulación de sus hombros
debajo de su camisa, el calor de su cuerpo, sus dedos gruesos muy dentro de
ella...
Córrete para mí.
Lo hizo con un grito ahogado, su vagina se apretó alrededor de sus dedos,
el placer recorriendo todo su cuerpo Si solo el recuerdo la excitaba, ¿cómo sería
estar con él cada noche?
Rodó fuera de la cama y salió del dormitorio. La luz del sol fluía a través
de la esponjosa alfombra blanca desde los bordes de las persianas, alcanzando
perezosamente el marco de la cama de hierro forjado y los muebles pintados en
colores pastel verde y rosa. La casa de David había tenido todos los muebles 50
gruesos de madera oscura, pisos de madera y colores vivos.
Varonil. Sólido. Estable. Construido para durar, como se suponía que
debía ser. Puso una mano en su cuello, pero su relicario estaba en la cómoda
donde Nicole lo había dejado cuando llegaron a casa.
Siguió el rico aroma del café a la sala de estar, donde Nicole y Max
estaban acurrucados frente a la televisión en el mullido sofá rojo.
Gabrielle y Nicole habían amueblado el pequeño bungaló de los años
cincuenta con una variedad ecléctica de muebles de tiendas de caridad y
segunda mano. Gabrielle había vendido todos los muebles de David junto con
la casa porque los recuerdos que le provocaban eran demasiado dolorosos para
soportarlo.
—Buenos días. —Nicole le dio un saludo mientras se dirigía a la cocina.
—Ya saqué a Max. La señora Henderson ya estaba levantada y estaba
regando su jardín. Mencionó una vez más lo feliz que estaba de tener a una
oficial de policía viviendo en la siguiente puerta. Debería estar feliz de tener a
una repartidora de casinos al lado, también. Si alguna vez quiere tener una
noche en la ciudad, podría mostrarle algunos trucos.
Gabrielle se sirvió una taza de café y se unió a Nicole en el sofá. Tenían
una buena relación con su vecina anciana, que siempre estaba feliz de cuidar a
Max, y, a cambio, mantener un ojo en su casa y hacer recados para ella si no
podía salir.
—No pareces estar sufriendo demasiado por anoche. —Nicole levantó la
vista hacia su taza y sonrió.
Gabrielle le había contado a Nicole y a Cissy una versión muy condensada
de lo que había sucedido con Luca en la discoteca, y afortunadamente no la
presionaron por detalles.
Max se movió para recostar su cabeza en el regazo de Gabrielle. Le
encontraron durmiendo en un viejo colchón al lado de un contenedor de
basura después que su familia se mudó y lo abandonó. El leal Max no quería
alejarse del colchón porque olía a sus dueños, pero cuando un trabajador del
refugio le ofreció comida y agua, la inanición finalmente anuló su necesidad de
ser querido.
—Entonces, ¿cuándo verás al señor Sexo de nuevo?
—No lo haré. Fue una locura, una cosa de una vez. Solo necesitaba
sacarlo de mi sistema. —Bebió su café, dejando que el líquido amargo se
deslizara sobre su lengua mientras su mentira colgaba en el aire.
Nicole se estiró, poniendo sus pies en la mesa de centro de roble gastado.
—No sacas a chicos como ese de tu sistema. Te arruinan para todos los
demás hombres. Confía en mí.
—¿Estamos hablando de Luca o de Clint?
51
—De Clint. —Nicole ya estaba preocupada por el borde deshilachado de la
camisa de dormir de los Cubs cuando se fue a la cama—. Lo veré esta noche.
—Oh, cariño. No. —El corazón de Gabrielle se apretó—. No vayas.
Probablemente está viendo “Pornocchio” o “Grandes Sexpectativas” en este
momento. Y probablemente pasó la noche con alguien más. Siempre te odias
después de ir. Puedes hacerlo mucho mejor que él.
—No soy tan fuerte como tú. —Nicole se levantó y cruzó la sala hacia la
cocina. Una pequeña barra de desayuno separaba las dos habitaciones y vertió
su café desde el otro lado—. Y no es fácil para mí encontrar hombres. Todos los
que conozco resultan ser un fracaso. Al menos con Clint, sé lo que obtendré. Y
lo siente mucho por la última vez. Dice que quiere compensarme esta noche.
Gabrielle no se sentía fuerte. Cuando David murió, se puso en automático,
tratando de superar cada día hasta que logró entrar a narcóticos, y desde
entonces había estado viviendo solo para su venganza. Al menos, hasta
anoche, cuando Luca había despertado algo en ella que hizo que el mundo
pareciera brillante de nuevo.
Gabrielle separó a Max de su regazo.
—No intercambiamos números, entonces no ocurrirá. Además,
probablemente se alejaría si descubriera lo que hago para ganarme la vida. Es
un hombre en todos los sentidos. Es el primer chico que alguna vez me ha
hecho sentir femenina. No me sentía así desde que mi madre murió.
—Supongo que vivir en una casa con tres hermanos no te dio muchas
oportunidades para complacer tu lado femenino.
Nicole tomó su taza y un muffin de arándanos de la encimera.
—No como lo hacía mi madre. —Suspiró—. Mi madrastra no estaba en las
cosas femeninas tradicionales. Y David era muy práctico. Le gustaba mi cabello
en una cola de caballo para que no estuviera por todos lados, y pensaba que
los tacones eran absurdos. Si compraba lencería, me decía que era una pérdida
de dinero porque era solo para quitármela. Luca es casi su opuesto total. Le
encantó mi cabello suelto. Pensó que mi vestido y mis tacones eran sexys. No
pensé que me gustara que me llamara ángel o que me susurrara cosas
hermosas en italiano, pero lo hizo.
Nicole se rio.
—Quizás tengas razón. Seducir mujeres es como respirar para los
hombres italianos. La única forma de saber si son serios es si te llevan a casa
para conocer a su madre.
Max gimió en la puerta, y Gabrielle fue a la cocina para enjuagar su taza.
Siempre iban a caminar a esa hora los fines de semana, e incluso aunque
había salido con Nicole, no quería romper la tradición.
—También tengo que pensar en Jeff —dijo—. Ha sido tan bueno conmigo,
pero hasta que conocí a Luca, pensé que no podría corresponder a sus
sentimientos porque no había terminado con David. Ahora estoy bastante 52
segura de que es porque no es el tipo correcto. Necesito tener una charla con él
y decirle cómo me siento para que deje de esperar que pase algo.
Si ese era el caso, había cometido un error al no darle a Luca su número.
Tal vez simplemente dejaría que el chico correcto se alejara. ¿O no?
Esta no es la última vez.

***

—Entonces, ¿dónde te metiste el viernes por la noche?


Mike lanzó al aire su pelota de béisbol cuando Luca golpeó la puerta de
acero de Glamour. Paolo y Little Ricky, un soldado en el equipo de Luca,
retrocedieron en caso que las cosas se pusieran feas. Habían venido a la
discoteca a la luz del día para convencer al dueño, Jason Prince, que
necesitaba la “protección” de la mafia y, a veces, las conversaciones de
protección no salían según lo planeado.
—Vine aquí para ver el lugar.
Luca había visto la oportunidad de dinero fácil tan pronto como entró por
la puerta la otra noche. Y dinero fácil era de lo que se trataba la mafia.
Una camarera bastante joven respondió a la puerta. Luca hizo su entrada,
y ella los condujo a través del club a la oficina del gerente. Luca contó cuatro
barras en la planta principal y dos más en el segundo piso, fuera del balcón
privado de la sala donde había tenido el sexo más increíble de su vida con una
mujer que desapareció como una jodida Cenicienta. Excepto que no había
dejado detrás un maldito zapato para poder encontrarla.
Una vez la camarera estuvo fuera de vista, entró a la oficina de Jason. Sin
llamar. Sin advertencia. En el negocio de la protección, establecer el dominio e
inculcar terror en el cliente eran claves.
—¿Quién eres? —Jason saltó desde su escritorio, sorprendentemente ágil
para un hombre de mediana edad cuya considerable barriga estaba forzando
los botones de su brillante camisa roja—. ¿Quién te dejó entrar?
—¿Qué tal un poco de respeto? Estás hablando con el señor Rizzoli. —
Mike dio un golpecito con el bate contra su palma mientras Little Ricky cerraba
la puerta, sus cadenas de oro tintinearon contra la cremallera de su
chaquetilla de chándal. Suave y pastoso, Little Ricky siempre vestía como si
estuviera en camino al gimnasio, aunque era el último lugar al que alguna vez
iría.
—¿Quién diablos es el señor Rizzoli?
—Tu nuevo ángel de la guarda. —Luca se instaló en la silla de cuero suave
frente al escritorio de Jason.
Jason gimió. 53
—No soy estúpido. Sé qué tipo de ayuda tienes para ofrecer. Pero ya estoy
pagando a los albaneses por protección. A Arbin y a Jak. ¿Los conoces?
—Los conozco. —Luca sonrió—. Pero me temo que no podrán ayudarte
más. Se fueron en unas vacaciones permanentes a nadar. —Maldita sea. Los
albaneses se habían adentrado en su territorio más de lo que pensaba. Nunca
había estado tan contento de la inclinación de Frankie por los zapatos de
cemento—. Siéntete libre de llamarlos. Tengo todo el tiempo del mundo. Little
Ricky revisará para asegurarse que estás llamando a los chicos correctos.
Relajado ahora que sabía que involuntariamente se había encargado de la
competencia, Luca levantó los pies. Tenía un nuevo par de zapatos con correa
de monje de Salvatore Ferragamo que había hecho lustrar para la ocasión,
aunque no estaba seguro de si le gustaban o no.
—Mike. ¿Qué piensas de esta hebilla? —Inclinó el zapato para que Mike
pudiera echar un vistazo mientras Jason hacía una llamada a un teléfono en el
fondo del lago Mead.
—Me gusta, jefe.
Echó un vistazo a Jason, que estaba todavía en el teléfono, y se quitó un
zapato.
—¿De qué crees que está hecho el tacón, Mike? Dale un toque.
Mike sabía el ejercicio. Tomó el zapato y lo usó para golpear un cuenco de
cristal de lujo fuera de su soporte, una advertencia a Jason para que se
apresurara.
Jason se congeló cuando el cuenco se rompió en el suelo.
—¡Oh, Dios mío! —chilló—. Eso era un Chihuly. Pagué quince mil por él.
—Te estafaron. —Luca tomó su zapato de Mike y lo deslizó en su pie—. Mi
madre tiene cuencos más bonitos, y los consiguió en la tienda de segunda
mano por cincuenta centavos cada uno.
Levantó un dedo y Little Ricky se estiró por encima del hombro de Jason y
le arrebató el teléfono de la mano.
—¡Oye! ¡Dame mi teléfono!
Luca negó.
—Esta es una zona peligrosa. Tuviste razón al buscar protección, pero la
obtuviste de los chicos equivocados. Estoy aquí para asegurar que obtienes la
protección que necesitas a buen precio.
El rostro de Jason se tensó.
—No me puedo permitir tu tipo de protección. El club nocturno no está
bien. Fue una lucha pagar a los albaneses. Si tengo problemas que no pueda
manejar, llamaré a la policía. Vendrán de forma gratuita.
—Va a llamar a la policía. —Luca señaló con dos dedos, y el Little Ricky
rompió el teléfono de Jason aplastándolo con su zapato—. Eso será difícil sin 54
un teléfono.
Luca lentamente bajó sus pies y se inclinó hacia delante, una señal
preestablecida para que todos empezaran a destrozar la habitación.
En segundos, escuchó un choque detrás de él. Y luego otro. Little Ricky
rompió algunas estatuas antes de colocarse detrás de Jason, listo para la
siguiente diversión. Incluso Paolo, quien a menudo era reacio a involucrarse en
los aspectos más destructivos del negocio, agarró un póster enmarcado de la
pared y lo rompió.
—No. No, deténganse. Por favor. —Jason saltó de su asiento y su voz se
levantó a un gemido—. Esos son irremplazables.
—También lo son los dedos —dijo Luca.
Little Ricky agarró a Jason desde detrás y lo obligó a volver a su silla.
Luca se inclinó sobre el escritorio y agarró la mano de Jason, mostrando sus
dedos en la suave caoba superficie.
—Te estamos ofreciendo un buen trato: lo que sea que estuvieras
pagándoles a los albaneses más un diez por ciento. La forma en que esto
funciona es que, si dices que sí, conservas los dedos. Cualquier otra cosa que
salga de tu boca sube el precio al veinte por ciento y un dedo. Comenzaremos
con el meñique para que tengas una idea de cómo funciona.
Little Ricky sacó su cuchillo, y una sonrisa se extendió por su rostro. Era
un enfermo cuando se trataba de persuasión.
El sudor perlaba la frente de Jason y su cuerpo tembló.
—Sí. Sí. Bien. Lo haré.
—Creo que vamos a trabajar bien juntos. —Luca liberó la mano de
Jason—. Little Ricky vendrá cada semana a cobrar el pago. Tomaremos el
primero ahora ¿Tienes efectivo?
Jason palideció.
—Está en la caja fuerte. No puedo abrirla, sin embargo. Es de tiempo
limitado.
—No hay problema. Paolo se especializa en cajas fuertes. —Luca le dio
unas palmaditas a su joven aprendiz.
—¿Qué más tienes ahí?
—Cintas de seguridad, contratos, joyas y teléfonos que encontramos en la
pista de baile…
Algo molestó en la parte posterior de la mente de Luca. Un misterio por
resolver.
—¿Tienes imágenes de todos los que entran en el club en esas cintas?
¿Como registros de identificación?
—Las cintas son copias impresas de archivos digitales —dijo Jason—. 55
Tenemos registros de identificación, también. El sistema de la computadora
comprueba las identidades con la base de datos ANGEL que tienen todos los
clubs nocturnos en la ciudad, de modo que podamos identificar a los
alborotadores que han sido expulsados de otros lugares.
—Parece que tu ángel no te cuidó demasiado bien, porque me dejó entrar
anoche. —Luca sonrió. Había pasado unos pocos meses en la cárcel cuando
era adolescente, después de haber sido atrapado conduciendo un automóvil
robado y atravesando la ventana de una joyería, con un arma oculta en su
chaqueta para la que no tenía permiso de armas. Con los otros asociados de la
mafia acompañándolo, el tiempo había pasado rápidamente, y salió con un
registro criminal que era un rito de paso para un hombre hecho.
Ángel. Cristo, no era supersticioso, no había puesto mucha atención en la
creencia de su madre de las señales, pero ¿cómo podía ignorarlas? Se persignó,
de la forma en que su madre siempre hacía cuando sentía que había sido
bendecida, e hizo una nota mental de no faltar la iglesia este domingo.
—Quiero ver los registros de seguridad.
Se inclinó hacia adelante, tratando de no dejar mostrar su emoción.
—Estoy buscando a una chica…
Mike soltó una carcajada.
—Siempre estás buscando una chica, jefe.
Luca sonrió.
—Esta chica es especial.

56
Seis
P
aolo detuvo su auto en el estacionamiento de la Casa Hogar
Journey's End en el norte de Las Vegas. Durante seis años, había
estado haciendo diligencias y trabajo pesados para la familia
Toscani, pero, sobre todo, trabajaba para el señor Rizzoli y su equipo.
Entregando paquetes, abriendo cerraduras, llevando mensajes, vigilaba,
destrozaba oficinas, y recogía pasteles italianos de Roberto's Deli para los
hambrientos sabuesos que nunca podían tener una reunión sin comida. Pero
nunca se le había dado un trabajo real, un trabajo que solo los asociados de la
mafia o soldados hicieran.
Hasta hoy. El señor Rizzoli, le había pedido hacer trabajo de vigilancia
esta noche, y estaba tan emocionado que tenía que decirle a su madre.
Entró en el aburrido edificio gris, observando las manchas en la gastada
57
alfombra, el fondo de pintura descascarada en las esquinas, y la ventana de
vidrio sucio frente a la recepción. Saludó a la recepcionista, y ella lo dejó
entrar.
Paolo conocía a todos en la casa de descanso, y los conocían porque había
estado viniendo aquí una o dos veces por semana por los últimos diez años.
Cuando llegó a la sala común, vio a su madre de inmediato. Estaba
sentada en su silla de ruedas junto a la ventana mirando el estacionamiento de
hormigón. Su estómago se retorció como siempre cuando la veía. Algún día
tendría el dinero suficiente para mudarla a un hogar de cuidado agradable, con
los árboles y las flores que extrañaba de su hogar de infancia en Oregón.
—Hola, mamá. —Se paró frente a ella porque no respondía cuando las
personas le hablaban, pero sabía que lo veía porque sus ojos se abrieron
ligeramente.
—¿Cómo estás? —Frunció el ceño cuando vio piel de gallina en sus
brazos, su cuerpo temblaba bajo su camisón rosa pálido.
Estaba encorvada como una persona mayor a pesar de haber cumplido
treinta y seis recientemente, y su largo cabello rubio era tan aburrido que
parecía gris.
—¿Dónde está la bata que te compré? ¿La dejaste en tu habitación? —Le
dio unas palmaditas en el brazo—. Iré a buscarla. Ya vuelvo. —Atravesando el
mar de sillas de ruedas, se congeló cuando vio la bata sobre una mujer
jugando cartas.
—Esa señora tiene la bata de mi madre —le dijo a la enfermera que
supervisaba la sala común.
—Sucede mucho. —Le dio a Paolo una sonrisa comprensiva—. No sabe
que no es suya. No hay nada que podamos hacer. Quitársela iría contra las
reglas.
Paolo podía sentir que su temperamento aumentaba, por lo que
rápidamente se alejó. Su padre, un Falzone, agente de la familia del crimen,
también tenía temperamento, y Paolo no quería volverse como él. Había sido
arrojado a la cárcel cuando Paolo tenía siete años por golpear tanto a su madre
que sufrió un daño cerebral irreparable. Esa fue la última de muchas veces y
finalmente había ido a la cárcel. La madre de Paolo había sido puesta en un
hogar de ancianos, y Paolo se había ido a vivir con su tía Marie.
Durante los primeros años, pasaba de familiar en familiar cuando la tía
Marie estaba fuera trabajando como auxiliar de vuelo. Pero cuando cumplió
once, ella decidió que podía cuidar de sí mismo, y terminó en las calles después
de la escuela y los fines de semana, haciendo recados para la mafia hasta que
alguien vio sus habilidades con las cerraduras, lo que llamó la atención del
señor Rizzoli.
—No puedo encontrarla, mamá. —Se abrió la nueva sudadera con
capucha que había comprado esa tarde cuando el señor Rizzoli le dio el trabajo 58
de vigilancia, no queriendo avergonzar a su jefe vistiendo su gastada camiseta
y vaqueros en un negocio oficial de la mafia—. Puedes usar esto hasta que te
compre una nueva. —Colocó la sudadera con capucha alrededor de los frágiles
hombros de su madre, y ella tembló. El aire acondicionado estaba funcionando
a tope incluso aunque era otoño. ¿Estaban tratando de congelar a los
residentes hasta la muerte?
—Las cosas finalmente están mejorando. —Se sentó en una silla frente a
su madre—. El señor Rizzoli me dio un trabajo importante hoy. Incluso me dejó
usar un automóvil. —Vaciló, esperando a que dijera algo, pero nunca lo hacía,
por lo que se mantuvo hablando—. Es un buen tipo. Cuida de su equipo, y
protege a las personas de su territorio. Y trata a sus mujeres realmente bien.
Dice que debes respetar a las señoritas. No les gritas, y nunca las golpeas. Ni
siquiera con una flor.
Era la actitud del señor Rizzoli hacia las mujeres lo que habían alejado a
Paolo de la familia del crimen Falzone hacia los Toscani. Su lealtad se había
asegurado la semana después de decirle al señor Rizzoli sobre sus padres,
cuando su padre fue golpeado misteriosamente hasta la muerte en la cárcel.
El señor Rizzoli nunca dijo nada al respecto, y Paolo no preguntó, pero no
había nada que Paolo no hiciera por el señor Rizzoli después de eso.
Se inclinó para darle a su madre un abrazo. Luego se arrodilló y enterró el
rostro en su regazo, terminando su visita como siempre, con lágrimas.
—Te extraño, mamá, pero las cosas van a ser mejores ahora. Te lo
prometo.
Después de su visita, condujo hasta la dirección que el señor Rizzoli le
había dado y estacionó en la calle. No sabía mucho, excepto que el señor
Rizzoli estaba interesado en una mujer llamada Gabrielle, y quería que Paolo
echara un vistazo al lugar. El pequeño bungaló rodeado por un grueso seto al
final de una fila de ellos.
Debido a las ventanas oscuras y a la ausencia de un vehículo estacionado
en el camino de entrada, asumió que nadie estaba en casa.
Diez minutos más tarde, un elegante Audi TT plateado estacionó en el
camino de entrada. Paolo tomó su teléfono y grabó a la mujer y al hombre
saliendo del vehículo. Reconoció a Gabrielle de las cintas de seguridad que
habían visto en Glamour. No estaba seguro de lo que el señor Rizzoli había
querido decir cuando le pidió que echase un vistazo a la casa, pero pensó que
querría saber sobre el hombre con el que Gabrielle estaba. Se escabulló de su
automóvil y se precipitó al otro lado de la calle, tomando una posición en la
acera detrás del seto, tratando de parecer casual, como si estuviera jugando a
Pokémon Go.
Posicionó su teléfono en un espacio en el seto. Gabrielle era muy bonita,
pero no era su tipo. Paolo tenía el ojo puesto en Michele Benni, la hija de uno
de los soldados del señor Rizzoli. Ella tenía largo cabello oscuro y grueso, piel 59
oliva profunda, senos grandes, y cuerpo curvilíneo. Por supuesto, su padre no
la dejaba salir con un civil, pero una vez se convirtiera en asociado en el equipo
del señor Rizzoli, le pediría una cita.
Oyó pasos, tintineo de llaves, el traqueteo de una puerta de pantalla, y un
perro ladrando en el patio trasero. En silencio, se movió más cerca para poder
escuchar.
—Gracias por la cena, Jeff —dijo Gabrielle—. Fue bueno salir. No fue una
sorpresa total descubrir que estarían transfiriéndome, pero todavía fue
increíblemente decepcionante, y solo poner la decisión en un memo...
—Para eso estoy aquí, cariño.
Paolo empujó su teléfono más lejos a través del seto y miró la pantalla.
Jeff era un tipo grande y musculoso. Cabello oscuro. Piel bronceada. Cuello
grueso. Tenía una mano carnosa en la pantalla abierta de la puerta y se quedó
de pie frente a Gabrielle, como si quisiera entrar. Paolo conocía el sentimiento.
La primera vez que caminó con Michele a casa después de la escuela, había
tenido una erección que no se bajó. Habría dado cualquier cosa para entrar
con ella, pero su padre había venido a la puerta, poniéndole fin rápidamente al
problema en los pantalones de Paolo.
—Entraré y comprobaré que la casa es segura, y podremos hablar un poco
más. —Jeff dio un paso adelante, y Gabrielle extendió su mano.
—Gracias, pero Max ha estado solo todo el día, y sabes cómo es con los
hombres. Solo quiero llevarlo a caminar y luego sentarme con él frente al
televisor y relajarme.
—Pensé que habías dicho que Nicole estaría en la casa de Clint esta
noche. No deberías estar sola. —Jeff se inclinó y puso su boca en la de ella.
Paolo siseó en un suspiro. Esperaba que el interés del señor Rizzoli en
Gabrielle no fuera el tipo de interés que podría tener a Jeff asesinado por robar
un beso. Los hombres hechos eran muy posesivos con sus mujeres. Uno de los
diez mandamientos de la mafia era no mirar a las esposas de los amigos, que
era difícil de seguir si un mafioso tenía a una hermosa mujer, mucho más duro
que la prohibición de asociarse con policías.
—No estaré sola. Tengo a Max.
Como si escuchara su nombre, el perro ladró más fuerte, el sonido cerca
de donde Paolo estaba parado.
—Eso no es lo que quiero decir, Gaby.
La voz de Jeff adquirió un tono que ralló los nervios de Paolo.
—Cierra todo. Necesitas consuelo. Necesitas que alguien te abrace. Estoy
aquí para ti. He estado aquí para ti por dos malditos años. He sido honesto
acerca de mis sentimientos, y nunca te presioné. —Jeff dio otro paso adelante,
pero Gabrielle no se movió de la puerta.
60
—Ha sido suficiente —continuó—. Tienes que seguir. Odio decirlo, pero
me alegra que te hayan transferido. Es hora de mirar hacia delante, no hacia
atrás. Y quiero ser parte de ese futuro.
—No me rendiré —dijo ella—. No puedo. Si no tengo ese archivo, no tengo
nada por qué vivir.
—Me tienes a mí. —Trató de besarla de nuevo, y ella retrocedió.
Más ladridos del perro. Paolo desearía poder ladrar también y asustar a
Jeff. ¿Debería hacer algo?
Gabrielle claramente no estaba interesada, y Jeff no retrocedía.
Paolo siempre intentaba hacer lo correcto, pero era el chico desafortunado
del planeta, o solo tomaba malas decisiones. Era el chico que hacía una broma
en el baño de la escuela justo cuando el director pasaba caminando, o el chico
que era atrapado vendiendo droga alrededor de la única familia del crimen que
tenía una prohibición en eso. El señor Rizzoli era un hombre de una
advertencia. Dejó a Paolo en negro y azul y le dijo que mostrara su valentía
hasta que estuviera limpio. Mortificado por haber decepcionado al señor
Rizzoli, había entrado al primer programa de desintoxicación que pudo y se
había mantenido limpio desde entonces.
—Jeff… —La voz de Gabrielle tenía un borde de advertencia que hizo que
el vello del cuello de Paolo se erizara. Amplió la cámara, tratando de ajustar el
ligero desvanecimiento. Gabrielle tenía los brazos doblados sobre su pecho, y
Jeff se alzaba sobre ella en lo que Paolo pensó podría ser una forma
amenazante para una mujer de su tamaño.
—Nunca te alenté —dijo, su voz vacilante—. Has sido un buen amigo para
mí. No creo que hubiera podido salir de la oscuridad sin ti. Pero eso es todo lo
que siento. Amistad. Lo siento, Jeff. He estado pensando mucho al respecto, y
no quiero que tengas la idea equivocada acerca de a dónde va esto...
Jeff la interrumpió con un gruñido enojado.
—Has estado con otros hombres, Gabrielle. ¿Por qué no yo? Nadie se
preocupa por ti de la manera en que yo lo hago. —Su voz se alzó tan fuerte que
el corazón de Paolo latió con fuerza en su pecho. Esa no era forma de hablar
con una mujer. El señor Rizzoli estaría horrorizado.
El perro claramente sintió lo mismo.
Sus ladridos eran fuertes y frenéticos ahora.
Paolo escuchó el rascar de patas en la puerta cerca de donde estaba
parado.
—Nadie te cuidará como yo. —La voz de Jeff se hizo más fuerte aún—.
Nadie entiende lo que has pasado de la forma en que yo lo hago. Olvídate del
maldito archivo. Quiero estar ahí para ti, Gaby. Dame lo que les diste a los
extraños. Dame la oportunidad de mostrarte un futuro sin venganza. —Puso
una mano en la puerta y se inclinó.
—Dios, Jeff. No hagas esto. —La voz de Gabrielle se quebró, se rompió—. 61
No ahora. Hoy no. Eres como un hermano para mí. Me importas mucho, pero
no de esa manera.
—Joder. —Jeff golpeó la puerta de la pantalla contra la casa tan fuerte
que rompió sus bisagras y el vidrio se hizo añicos.
El perro se volvió loco. Paolo podía ver su cabeza y sus patas mientras
intentaba saltar sobre la puerta, y luego su nariz mientras intentaba apretarse
debajo. Y los ladridos... cualquiera con un perro sabría que algo andaba mal. A
Paolo le sorprendió que nadie hubiera salido a ver qué estaba pasando.
Su corazón latió con fuerza en su pecho. ¿Jeff iba a golpearla? Si el señor
Rizzoli estaba interesado en ella, estaba bajo su protección, y eso significaba
que Paolo tenía que actuar en su nombre. Pero ¿qué podía hacer? Aunque
estaba fortaleciéndose rápido, físicamente no era rival para Jeff, que lo
superaba por al menos cincuenta kilos.
—Quiero que te vayas. Ahora mismo.
La voz de Gabrielle, ahora fría y firme, cortó el aire. Sonaba más molesta
que asustada, pero Paolo sabía cuánto daño podía hacer un hombre enojado.
—Voy a entrar, Gaby, y hablaremos de esto.
—He dicho que no. —Bloqueó la puerta, con las manos arriba en un gesto
de protección, con el rostro apretado, con las piernas separadas. Parecía feroz y
determinada, y Paolo no pudo evitar admirarla. Jeff era un hombre muy grande
y claramente no tenía intención de alejarse. Gabrielle no tenía oportunidad
contra él, pero no retrocedió.
Tenía que actuar ahora. Frenético, empujó su teléfono en su bolsillo
trasero y agarró la roca más grande que pudo encontrar.
Apuntando, la tiró tan fuerte como pudo, golpeando el parabrisas del Audi
con un fuerte estruendo.
—Jesucristo. ¿Qué diablos fue eso? —Jeff giró y Paolo salió corriendo.
—Te veo, pequeño hijo de puta —gritó Jeff—. Es mejor que corras porque
cuando te atrape, te voy a golpear hasta dejarte negro y azul. Te daré tanto
dolor, que ni siquiera podrás pedir misericordia.
Paolo miró por encima del hombro y tropezó con el bordillo, cayendo sobre
sus rodillas. Saltó y se sorprendió al ver a Jeff tras él y acercándose rápido.
Pero si había aprendido una cosa siendo hijo de un padre abusivo, era cómo
correr. Estaba a una cuadra de distancia cuando descubrió que su teléfono
cayó del bolsillo cuando tropezó. Volver atrás no era una opción.
Solo podía esperar que Jeff no lo encontrara.
Y si lo hacía, oró porque no lo encontrara a él.

62
Siete
G
abrielle se despertó de un sobresalto. Se sentó y se sacudió el
sueño, intentando descubrir qué la había despertado. Entonces oyó
a Max ladrando.
Puso un suéter sobre su top de pijama y pantalones cortos y corrió por el
pasillo. Un golpe duro sacudió la puerta, y dudó. Max nunca le ladraría a
Nicole. Entonces, ¿quién estaba afuera? ¿Jeff?
Dios, no quería tener que lidiar con él de nuevo esta noche.
Con un golpeteo del corazón, miró detenidamente la mirilla, con la
respiración entrecortada reconoció al hombre del otro lado de la puerta.
—¿Luca?
—Gabrielle. Abre la puerta.
63
Santo cielo. Su hombre de fantasía la había encontrado.
Con una mano en el cuello de Max, abrió la puerta.
Sin saludar, Luca pasó junto a ella y acechó en su casa. Llevaba puesto
un oscuro y ajustado traje gris, perfectamente planchado, pantalones oscuros y
zapatos de cuero brillantes. Era demasiado áspero para ser hermoso, pero su
cruda masculinidad era tan absolutamente convincente que no podía mirar
hacia otro lado.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine a ver cómo estás.
Max ladró y se esforzó por alcanzar a Luca.
—Está bien. —Gabrielle luchó por mantener a Max atrás, acariciando su
cabeza con su mano libre—. Es un amigo.
—Déjalo. —Luca se inclinó con su mano extendida. Gabrielle soltó a Max y
olió los dedos de Luca. Un momento después, su traicionero perro guardián
dejó de ladrar y movió la cola.
Ella dio un bufido irritado.
—Debes tener perro.
—Tuve dos mientras crecía —dijo Luca—. Ahora vivo en un ático, y no
creo que sea justo para ellos. Necesitan un lugar para correr. —Se puso de pie,
su frente se arrugó en un ceño fruncido—. ¿Estás sola?
—Sí. Nicole está en casa de su novio. —Levantó una ceja—. ¿Cómo me
encontraste?
Sus ojos recorrieron la casa como si esperara ver a alguien saltar de las
sombras.
—Tengo un amigo en Glamour que me dio tu información de la base de
datos.
—Pero eso es ilegal.
Luca se encogió de hombros.
—Quería encontrarte.
Palabras tan simples, y aún cargadas de tanto significado. No importaba
que hubiera quebrantado la ley. Quería encontrarla, y lo hizo posible. Fin de la
historia.
Lo que no daría por tener tal actitud de caballero.
—¿Por qué? ¿Para otro encuentro de sexo sin compromiso?
—Pensé que estabas en peligro. —Pasó junto a ella y entró en la cocina.
Sin pedir permiso, revisó el armario de las escobas y se asomó a la puerta
trasera.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué peligro? —Lo siguió de vuelta a la sala de 64
estar y miró mientras sacudía la rota puerta de pantalla.
—¿Cómo pasó esto?
La piel en el cuello de Gabrielle hormigueó, se dirigió hacia él y lo golpeó
en el pecho.
—¿Estuviste afuera mirando cuando Jeff estaba aquí?
—Solo llegué hace unos minutos. —Algo en su expresión cambió, sus ojos
avellana, afilados, se oscurecieron, volviéndose salvajes—. ¿Quién es Jeff? ¿Es
quien rompió tu puerta?
—Trabajo con él, y sí, rompió la puerta. Estaba... agitado.
Luca entornó los ojos.
—Yo estuve agitado cuando te fuiste de Glamour, pero no rompí tu puta
casa.
—Rompió una puerta, no la casa —dijo ella contrarrestándolo.
—Fue una falta de respeto.
Suponía que lo era, pero realmente no lo había pensado mucho. Jeff
estaba molesto, y su comportamiento, mientras era inaceptable, no era
característico del hombre que conocía.
—Así que apareces en mi casa a las once de la noche —dijo ella,
frunciéndole el ceño a Max mientras empujaba la pelota hacia los pies de
Luca—. La gente normal llama durante el día y arregla ir a tomar un café o una
copa.
—No me diste opción. Huiste y no me diste tu número.
Sus mejillas se calentaron y bajó la mirada.
—Estaba un poco… abrumada.
—Como yo —dijo él en voz baja. Recogió la pelota de Max y la hizo rodar
por el suelo de la sala de estar. Max hizo un sonido de deleite y corrió a través
de la habitación.
Era difícil estar molesta con un hombre que era tan bueno con Max,
especialmente porque se hizo evidente, después de la revisión del veterinario,
que su precioso Beagle había tenido poca alegría en su corta vida.
—Le gustas —dijo sin convicción—. Por lo general desconfía de los
hombres. Cuando el refugio lo encontró, no comía si había un hombre en la
habitación. Raramente traigo a hombres a casa porque le molestan.
Luca dio un gruñido de satisfacción.
—Me alegra escuchar que no tengo ninguna competencia a excepción de
Jeff, el que rompe puertas.
—No parecías estar demasiado preocupado sobre la competencia el viernes
por la noche —bromeó ella.
—Gabrielle. —Suspiró su nombre, y sus rodillas se debilitaron—. Por la 65
forma en que te veías el viernes por la noche, tuviste suerte que lo hiciéramos
arriba.
Un suave oh escapó de sus labios, pero antes de poder responder, él
estaba a mitad de camino por el pasillo hacia su habitación.
¿Por qué estaba permitiendo esto? Ni siquiera había dejado que Jeff
entrara por la puerta, y no tenía problemas para afirmarse en cualquier
situación. Pero una parte de ella lo quería aquí. Estaba feliz de verlo, estaba
tocada por su preocupación, y un poco divertida por su insistencia en revisar
su casa por peligro imaginario. Por el amor de Dios, tenía un arma y sabía
cómo usarla.
—Espera.
Por supuesto, él no esperó. Empujó, abrió la puerta y entró directamente.
Las mejillas de Gabrielle se calentaron mientras le seguía. Aparte de Jeff,
quien la ayudó a montar la cama, nunca había llevado a un hombre a su
dormitorio, y era muy diferente a lo que mostraba al mundo.
—Es un poco femenino —dijo, sus mejillas se calentaron mientras miraba
a su alrededor los tonos pastel y el encaje.
—Es hermoso —dijo Luca—. Eres tú.
Un nudo se acumuló en su garganta y se inclinó para darle una palmada
a Max, escondiendo su rostro. Era ella. La ella de la que nadie, excepto Nicole,
Cissy y su madre, sabían.
Luca estudió las fotos enmarcadas en su tocador.
—¿Son tus padres? —Recogió la única foto de Gabrielle y de sus padres
juntos. Su madre había estado en silla de ruedas para entonces, pero lo
suficientemente fuerte como para querer ir a un viaje a las montañas.
—Sí. Mi madre murió cuando tenía nueve. Cáncer de mama. Se extendió
antes de ser detectado. Le encantaba el rosa y el morado, y las cosas bonitas y
brillantes. Vivíamos en Colorado. En ese momento no apreciaba nuestra
ciudad, pero era hermosa, con bosques y lagos a su alrededor. Mi padre se
volvió a casar dos años después con una mujer que tenía dos hijos, y nos
mudamos aquí con mi hermano.
Señaló la siguiente foto en la fila.
—Ese era mi esposo, David. Y la foto a su lado era mi hermano, Patrick.
Murió de una sobredosis de drogas.
Él levantó la foto de David y ella sentados en una fiesta en la piscina que
un amigo había dado un verano.
—Has sufrido muchas pérdidas.
—Es la vida, supongo. Solo apesta cuando todas las cosas malas parecen
pasarte.
66
La estudió por un largo momento, y levantó la última foto de la fila,
tomada solo unas pocas semanas antes que David muriera.
—¿Quién es este?
—Esos somos Jeff, David y yo. Era el mejor amigo de David.
—Jeff ¿el que rompió tu puerta? —Su mandíbula se apretó y dejó la
fotografía con un golpe firme.
Gabrielle se sentó en el borde de la cama y jugó con los bordes de encaje
en su edredón.
—Las cosas son complicadas entre Jeff y yo.
—¿Te estás acostando con él?
—Estás siendo muy crudo —respondió—. Y no es que sea asunto tuyo,
pero no. No me estoy acostando con él. Es mi amigo. Me ayudó a atravesar un
momento difícil cuando David murió…
—Porque quería tener sexo contigo.
Ella dio un gemido irritado.
—Luca. En serio. ¿Tienes que ser tan directo? No fue así. —Al menos no lo
había pensado así. Y la primera vez que la besó, se sintió curiosamente
traicionada. Lo que había pensado que eran actos desinteresados de amistad
resultaron ser un medio para un fin.
—¿Qué pasó esta noche? —Él se inclinó contra el tocador, cruzándose de
brazos.
Ella se encogió de hombros.
—Le dije que no estaba interesada en una relación con nadie. No puedo
pasar por perder a alguien que amo de nuevo. Tres veces fue suficiente. Y no
conoces toda mi historia, pero no me queda nada que dar. Estoy rota. Podría
conseguir algo mucho mejor que yo.
—Entonces rompió tu puerta —dijo impacientemente, como si no
estuviera entendiendo la importancia de lo que Jeff había hecho—. Un hombre
que no te respeta no es digno de ti. —Luca tomó su mandíbula y movió su
cabeza hacia atrás, susurrando en italiano.
Su tensión la dejó apurada, su cuerpo se calentó por todas partes.
—¿Qué significa eso?
Él se inclinó y la besó, sus labios cálidos y suaves.
—Traduciéndolo aproximadamente, significa que eres mi ángel. El cielo
está en tus ojos. Estoy deslumbrado por ti.
—Oh. —Se quedó sin aliento y le devolvió el beso.
Nacido para seducir. Criado para seducir. Viviendo para seducir. Las
palabras de Nicole bailaron en su cabeza, pero no le importaba si le daba la
misma línea a cada mujer que conocía. Sus palabras la hacían sentir hermosa, 67
feliz, y tan bien por dentro que quería explotar. Incluso si se alejaba ahora,
recordaría el sonido de su voz y cómo sus palabras la hacían sentir.

***

Mierda.
Era tan malditamente sexy, Luca apenas podía pensar. Profundizó el beso
y Gabrielle se derritió contra él, aplastando sus suaves pechos contra el suyo.
Sus caderas giraron contra su pene, haciéndolo erguirse dolorosamente debajo,
y gimió.
Tomando su beso como señal que sus intenciones eran bienvenidas, la
levantó fácilmente y la llevó a la cama.
—Espera.
Mierda. No. No quería esperar. No podía esperar. Algo sobre esta mujer lo
atraía de una manera que no podía entender. No tenía relaciones largas, ni
siquiera repetía conexiones. Quemado una vez, marcado para siempre.
Gravitaba a las mujeres que entendían el significado de estancia-de-una-noche.
Sexo sin sentido. Y ahí está la puerta.
Apretando los dientes contra un maremoto de necesidad, se detuvo cerca
de la cama.
—¿Qué pasa?
—Max. Está ladrando. Algo está mal afuera.
La bajó al suelo, escuchando los frenéticos ladridos de Max. Incluso
aunque nunca había tenido un beagle, entendía una advertencia cuando la
escuchaba.
—Quédate aquí. —Luca extendió su mano, moviéndola hacia atrás.
—Tú quédate aquí. Tengo un arma. —Sacó un arma de su mesita de
noche y la metió en una revista. Alarmado, Luca sacó su propia arma de la
pistolera.
—También estoy armado, bella. Quédate.
Frunció el ceño cuando siguió moviéndose. Estaba acostumbrado a la
obediencia. No a las mujeres fuertes y rebeldes empujándolo a un lado para
salir por la puerta.
Pero cuando el primer disparo rebotó por el pasillo, no pensó.
Arrojándose sobre Gabrielle, la llevó al suelo, mientras la casa se
estremecía por el ruido sordo y rítmico de un arma automática.
—¿Qué diablos fue eso?
—Una AK-47, por el sonido. —Ella jadeó en un suspiro—. Max está por
ahí. Tengo que atraparlo. Tendrá miedo. 68
—Estará escondido. Está más seguro donde está. Y tú estás más segura
dónde estás.
Luca cambió su peso a un brazo, tratando de mantener su cuerpo
cubierto mientras apuntaba su arma por el pasillo.
—Déjame levantarme. Podría estar herido.
Gabrielle luchó, pero él bajó su peso, fijándola en el suelo.
—Si es una AK-47, entonces ya casi está sin balas. La capacidad estándar
es de treinta rondas. —La adrenalina golpeó las venas de Luca tan duro, que
apenas podía escuchar. Raramente estaba en una situación donde tenía tan
poco control.
Ella se retorció debajo de él, y empujó su rodilla entre sus piernas.
Estrellas estallaron en su cabeza. No necesitaría condones más. Esa parte de
su anatomía ya no funcionaba.
—¡Max! — Ella se retiró mientras él todavía me preguntaba si este sería el
final del apellido Rizzoli.
—Gabrielle. —Gimiendo, con una mano en su ingle, con la otra en el
arma, la siguió por el pasillo. Ella claramente tenía experiencia en este tipo de
situación. Se mantuvo abajo, de espaldas a la pared, con el arma lista. Tenía
un vago recuerdo de una discusión con ella sobre armas en el hospital, y una
abrumadora sensación de disgusto porque los hombres con los que había
estado no la habían protegido.
Pero no le había dicho por qué llevaba un arma. O cómo le habían
disparado. O qué hacía para ganarse la vida que significaba que había estado
en condiciones de recibir un disparo en primer lugar. Lamentó haberse saltado
las preguntas importantes la última vez que se encontraron y haber ido
directamente a por el postre.
De todos modos, era un hombre. Esta era su situación a lidiar. Su mujer
no arriesgaría su vida cuando estaba aquí para defenderla.
—Gabrielle. Detente.
Pero, por supuesto, no se detuvo. Se abrió camino a través de la sala de
estar en cuclillas, tratando de convencer a Max de moverse de la esquina
donde estaba escondido.
Sin otra opción que cubrirla, corrió fuera, poniéndose entre las ventanas
rotas y la valiente mujer en el piso.
El sudor perlaba la frente de Luca. Miró por la ventana y vio dos figuras
ensombrecidas en la calle. ¿Eran Jeff y un amigo? ¿Qué tipo de loco le
dispararía una casa como esa?
No tenía sentido, pero si no se habían ido, entonces estaban recargando, y
eso significaba que Gabrielle no tenía mucho tiempo.
—Max. —Miró al perro, señaló a Gabrielle y usó su voz dominante, el tono 69
que mantenía a sus soldados y asociados en línea y le dejaba saber al mundo
que era un hombre con el que no se jugaba—. Ve con Gabrielle. Ahora.
Max se disparó a través de la habitación hacia los brazos de Gabrielle.
Luca sintió una pequeña cantidad de satisfacción ya que, aunque no pudo
hacer que su mujer obedeciera, al menos podría mandar a su perro.
—De vuelta al dormitorio, bella. —Se mantuvo en posición, vigilando
mientras ella se deslizaba por el suelo tirando de Max por el cuello con una
mano y sosteniendo su arma en la otra—. ¿Quién te dispararía? ¿Es Jeff?
—¿Jeff? —Ella soltó una carcajada—. No. Es un oficial de policía y un
amigo. Estaba molesto, pero no va a venir a mi casa con una AK-47 y tratar de
matarme. Creo que tiene que ver con el caso en el que me acabo de meter. El
que me llevó al hospital donde te conocí. Estábamos buscando a un tipo muy
malo.
Oficial de policía. Amigo. Caso. Chico malo. Luca leyó entre líneas y no le
gustó la historia. También sabía mucho de “chicos malos”. De muchachos muy
malos. Entendían cómo pensaban y cómo operaban. No podía pensar en
ningún “chico malo” viniendo a una zona residencial por la noche e intentando
dar un golpe con una AK-47 desde afuera de una casa.
El riesgo de ser atrapado era demasiado alto.
Y era estúpido. Había poca oportunidad de darle mientras estaba dentro.
Y si era un mensaje, ¿por qué arriesgarse a matarla?
***

Otra ronda de disparos rompió el silencio. Gabrielle se tiró al suelo,


cubriendo a Max con su cuerpo. Segundos más tarde, Luca estaba detrás de
ellos, instándola de vuelta al dormitorio mientras los cubría desde atrás.
Vidrio hecho añicos, madera astillada, y una rebelde bala navegó por el
pasillo y golpeó su puerta.
—Métete en la habitación —gritó Luca sobre el ruido.
—No jugaré a la víctima mientras alguien le dispara a mi casa. —Soltó a
Max y le dio un empujón hacia el dormitorio—. Llama al 911, yo saldré por la
puerta de atrás y rodearé la cuadra para poder llegar a ellos desde detrás.
—No. Tú llama al 911, y yo saldré por la puerta trasera.
Ella dio un gemido irritado.
—Tengo un arma, Luca. Esto es lo que hago para vivir.
—¿A qué te dedicas?
—Soy oficial de policía.
Se congeló, su cuerpo se puso rígido, y, en ese momento, ella deseó no 70
habérselo dicho. Él había visto a Gabrielle, la mujer. Ahora solo vería a la
Gabrielle que todos los demás conocían: al rostro público que solía encajar y
enmascarar el dolor adentro.
—¿Eres policía?
—Detective. ¿Cómo pensaste que terminé con un disparo?
—Pensé que habías sido víctima de un robo. —Golpeó su puño contra el
suelo—. Jesucristo. ¿Por qué no me lo dijiste?
Ella se enfureció por su enojo.
—No lo preguntaste. Estabas demasiado ocupado penetrándome. Ahora,
llama al 911. Mi teléfono está en la sala. No puedo llegar a él.
—No llamaré al 911 —dijo él enfáticamente—. Llamaré a algunos amigos
míos.
Lo miró horrorizada.
—¿Qué tipo de amigos van a asustar a chicos con armas automáticas? No
le dispararon seiscientas balas de munición a mi casa porque quieren robarme
algo de repuesto. Y tus amigos no llegarán más rápido que la policía.
—Mantén la calma. —Él puso su teléfono en su oreja—. Manejaré esto.
¿Qué diablos estaba mal con él?
Iba a matarlos con su mierda de macho.
—¿Mantener la calma? ¿Estás hablando en serio? —Su voz se elevó en
tono—. ¿Me ves gritando y corriendo alrededor? No. Tú eres el que necesita
mantener la calma.
—Confía en mí, bella.
—¿Confiar en ti? —Su voz se elevó de tono—. Obtuviste ilegalmente mi ID
de una base de datos y apareciste en mi casa en mitad de la noche. Y ahora
estás llamando a un amigo en lugar de marcar al 911. Esto no es Quién Quiere
ser Millonario. Si los chicos de ahí fuera no te pegan un tiro, yo lo haré.
Otra ronda de balas atravesó la casa. Ella se mantuvo en el suelo
sosteniendo a Max hasta que la ronda terminó.
—Luca. —Levantó la cabeza, mirando por el pasillo. Luca yacía en el suelo
rodeado de cristales rotos.
Silencio.
Tuvo un flashback de la noche en que encontró a David y su sangre se
enfrió.
—¿Luca? ¿Estás bien? Oh Dios. Di alguna cosa.
—Dijiste que querías pegarme un tiro —dijo secamente—. Pensé que solo
me quedaría quieto y haría que tu deseo se volviera realidad.
—Que te jodan. —Ella lanzó un agitado aliento—. Eso no fue divertido. 71
Las sirenas gemían en la noche, y se hundió contra la cama.
—Alguien finalmente llamó al 911.
—Muy mal. —Enfundó su arma—. Habría disfrutado lidiando con los
bastardos yo mismo.
Sin duda. Era el hombre más seguro de sí mismo que alguna vez conoció,
y trabajaba en un ambiente donde la confianza y el machismo existían en
abundancia.
La policía llegó unos minutos después. Cuando confirmaron que el área
estaba clara, dos oficiales escoltaron a Luca, a Max, y a Gabrielle fuera de la
casa.
—¡Gaby! —Jeff trotó hacia ella y se armó de valor para ocultar su
conmoción.
¿Qué diablos estaba haciendo aquí?
—Estaba de servicio y escuché tu dirección en el escáner policial. Qué
suerte que estaba cerca. ¿Estás bien? —Envolvió los brazos alrededor de ella y
la abrazó apretado—. Vine tan pronto como pude.
Algo que sonó sospechosamente como un gruñido vino desde lo profundo
del pecho de Luca. Alarmada, Gabrielle se apartó, poniendo algo de distancia
entre ella y Jeff.
—Estoy bien.
—Debería haber estado aquí. —Jeff llegó a ella de nuevo—. Podía sentir
que algo andaba mal. No debería haber dejado que me alejaras.
Dio un paso hacia atrás, hacia el sólido calor del cuerpo de Luca. Antes
que pudiera moverse, él la empujó hacia su costado y dejó caer su pesado
brazo sobre su espalda.
Fue un movimiento puramente posesivo, primitivo en su naturaleza. Las
campanas de advertencia tintinearon en su cabeza, pero se ahogaron por la
inexplicable emoción de ser tan abiertamente reclamada a pesar de ser una
oficial de policía y claramente capaz de cuidarse por sí sola. Nunca tuvo
ninguna duda que David la amaba, pero nunca ahuyentó a otros hombres.
El rostro de Jeff se tensó.
—¿Quién es él?
—Luca. —Y luego, porque Jeff se vio tan sorprendido, dijo lo primero que
pasó por su cabeza—. Estaba en el dormitorio conmigo cuando el tiroteo
empezó.
Lo incorrecto de decir.
El rostro de Jeff se ensombreció. La tensión engrosó el aire entre ellos.
Max se presionó contra sus piernas, y gruñó.
72
—¿Por eso no quisiste que entrara? —escupió Jeff—. ¿Fuiste a cenar
conmigo, pero pasaste la noche con él?
—No es así.
—Bueno, ¿cómo es? —gritó—. Espero que no sea algo-de-una-noche
porque dijiste que no querías una relación con nadie. Dijiste que nunca
superarías a David. ¿Fue una mentira? ¿Te referías a mí? ¿Después de todo lo
que hice por ti? Me lo debes, Gaby.
El cuerpo de Luca se puso rígido a su lado, y cuando levantó la vista, vio
su fruncido ceño convertirse en algo peligroso.
—¿Es este el Jeff que rompió tu puta puerta?
—Sí, pero…
El puño de Luca se disparó antes incluso de notar que se había movido.
La cabeza de Jeff se movió a un lado con la fuerza del golpe, pero fue rápido
para tomar represalias con un puñetazo duro.
Gabrielle se arrojó sobre la espalda de Luca, envolvió sus brazos alrededor
de su pecho y gritó en su oído.
—Detente, Luca. Es oficial de policía. No quiero que termines en la cárcel.
Él se estremeció, y pudo ver los latidos fuertes en su cuello.
—Rompió tu puerta, te amenazó, te faltó el respeto, te reclamó...
Dos de los oficiales asistentes la ayudaron a separar a Luca y a Jeff. El
cerebro de Gabrielle entró en sobre carga mientras trataba de pensar en una
forma de conseguir que Luca no saliera de su casa en la parte posterior de una
patrulla.
—¿Qué estabas pensando? —Limpió la sangre de la esquina de la boca de
Luca con un pañuelo.
—Te faltó el respeto.
—La violencia no es la solución. —Lo dijo porque tenía que hacerlo, pero
una pequeña parte de ella sabía que Jeff había estado fuera de línea, y ahora la
justicia se había hecho. Y a otra pequeña parte, la emocionaba que Luca la
hubiera defendido sabiendo quién era y lo que hacía para ganarse la vida.
—Quiere lo que es mío.
Todavía estaba alterado de la pelea, se dio cuenta. La vena palpitando en
su cuello, sus gruesos brazos doblados, su mirada aun siguiendo a Jeff que
estaba con uno de los médicos recientemente llegados, sosteniendo una bolsa
de hielo en su mandíbula.
Delicioso, brutal y genuinamente masculino.
—No soy tuya —dijo ella, manteniendo la voz baja para que solo él pudiera
escuchar—. Tuvimos sexo. Una vez. Eso es todo. No estoy interesada en
ninguna otra cosa. No pensé que tú lo estuvieras.
73
Sus ojos brillaron con un calor salvaje, y su mano salió disparada,
retorciéndose en su cabello. Tiró su cabeza hacia atrás y reclamó su boca en
un beso feroz, duro, sucio con un mensaje detrás que nadie podría ignorar.
—Pensaste mal.

***

¿Qué diablos estaba mal con él?


Luca se apoyó contra la camioneta de la policía con los brazos cruzados,
mirando a Jeff mientras el oficial de policía tomaba declaración a Gabrielle.
Había comenzado una pelea con un puto policía. Frente a otros malditos
policías. Sobre una puta policía.
Cada hombre hecho se comprometía a mantener los diez mandamientos
que eran pautas para buenos, respetuosos y mafiosos de conducta honorable.
Muchas de las directrices no se seguían y las sanciones eran ligeras. Los
mafiosos regularmente iban a pubs y a clubs, mentían, le faltaban al respeto a
sus esposas, y aparecían tarde a sus citas. Algunos incluso tenían asuntos con
las esposas de otros hombres de honor, aunque la justicia en esos casos era
ser castigado por la parte agraviada, y generalmente resultaban en la muerte.
Pero las reglas que impedían las asociaciones con policías eran más serias.
Existían para proteger a la familia del crimen y garantizar que información
potencialmente dañina no llegase a la policía.
La familia era todo.
Luca no sabía qué pasaría si alguien descubría que estaba con Gabrielle,
pero estaba bastante seguro de que no recibiría solo un toque. Solo había tres
castigos cuando un hombre hecho rompía las reglas. Primero podría ser que el
que las “rompía” fuera degradado de rango. En ese caso, Luca sería degradado
de capo a soldado, perdería a su equipo, el respeto de sus hombres, y sus
privilegios en la administración de la familia. En segundo lugar, podría ser
“perseguido”, una forma de destierro en el que se le prohibiría hacer negocios
con cualquier hombre hecho, y ese era un castigo que se consideraba
misericordioso, porque la tercera opción, era la muerte.
¿Y qué hay de su búsqueda para restaurar el honor familiar? De tal padre,
tal hijo, diría la familia, y el apellido Rizzoli sería eliminado de los libros de la
Cosa Nostra para siempre. Luca no tenía un verdadero hijo para continuar el
legado de la familia Rizzoli, transmitido a lo largo de las generaciones de primer
hijo a primer hijo. Aunque nadie sabía que Matteo no era realmente su hijo,
Luca moriría sabiendo que la línea de sangre Rizzoli terminaría con él y en
deshonra.
Entonces, ¿por qué no se alejaba?
Después de enviarles mensajes de texto a Mike y a Little Ricky para que se
retirasen, había dado su declaración como el buen ciudadano que pretendía 74
ser.
Gabrielle había logrado suavizar las cosas y convencer a Jeff de no
presentar cargos. Verla en acción fue lo único bueno de la experiencia.
Era segura, asertiva, y no le quitaba la mierda a nadie. Luca era un civil,
ella había dicho, dueño de un restaurante, no acostumbrado a la violencia y
traumatizado por el tiroteo. Él había reaccionado exageradamente.
Seguramente Jeff podía entenderlo, y si no lo hacía, tal vez entendería cuando
ella presentara cargos en su contra por romper su puerta.
Traumatizado. No acostumbrado a la violencia. Luca tuvo que contener
una carcajada. Si solo hubiera visto lo que él y Frankie les habían hecho a esos
dos albaneses hace unas semanas. Ese sí había sido un trauma, para los
albaneses, no para él.
Ahora estaba hablando con tres policías hombres. A Luca no le gustó
cómo estaban revisándola. Pero estaba más segura con ellos que con ese
cabrón, Jeff.
Como si supiera lo que estaba pensando, Max gruñó a su lado.
Perro inteligente. Luca se inclinó y acarició su cabeza. Había aprendido a
confiar en su intuición, y ésta le decía que algo sobre Jeff estaba mal, y que no
era solo lo mucho que deseaba a Gabrielle.
Y hombre, la deseaba mucho.
Casi tanto como Luca.
Pero nunca podría ser. Ella era policía. Él de la mafia. Era hora de
olvidarse de su hermoso ángel y regresar al infierno. Pero por más que quisiera,
no podía hacer que sus malditos pies se movieran.
Alguien había disparado a su mujer. A él. Un hombre hecho. Un jodido
caporegime. Un miembro de la familia Toscani.
La venganza era ahora una cuestión de honor. A pesar de la
desafortunada elección de profesión de Gabrielle, tenía el deber de protegerla.
Ningún mafioso honorable se alejaría de una mujer en peligro, incluso si tenía
su propia arma. La mantendría segura hasta que las calles se pusieran rojas
con la sangre de los bastardos que se habían atrevido a disparar a su casa. Y
luego se alejaría.
Si podía.
Le gustaba que no tomara mierda de nadie, y que no esperara que un
hombre pusiera el mundo a sus pies. Era ferozmente independiente,
ridículamente competente, altamente inteligente, y el pedazo de trasero más
atractivo que alguna vez había visto.
Y una puta policía. De todas las mujeres con todas las profesiones del
mundo, tuvo que enamorarse de la única mujer que no podría tener. Debería
irse. Justo ahora. Darse la vuelta y no mirar atrás. 75
Por el rabillo del ojo, atrapó a Jeff dejando a los paramédicos y yendo
hacia Gabrielle.
Decisión de mierda hecha. No era como que él y Gabrielle fueran a estar
juntos para siempre. Encontraría a los bastardos que le dispararon y la
mantendría lejos de todos los mafiosos de la ciudad.
Para entonces, estaría fuera de su sistema y podría volver a su vida
normal de varias mujeres, solteras.
Sosteniendo la correa de Max, Luca se apartó del vehículo y llegó a
Gabrielle con solo unos segundos de ventaja.
—Vamos, bella. Te llevaré a ti y a Max a mi casa. —Luca tendió su mano
hacia ella, aunque su mirada estaba fija en el hombre con odio en sus ojos.
—Gaby, mi sofá está libre. —Jeff le devolvió la mirada a Luca, su mano
también se estiró hacia la mujer entre ellos.
El corazón de Luca latió mientras los segundos pasaban. Gabrielle sabía
que tenía poco respeto por la ley. ¿Podría cruzar la línea e ir con él? ¿Lograría
tentarla al lado oscuro?
Después de un largo momento de vacilación, puso su mano sobre el brazo
de Luca.
—Gracias, Jeff. Lo aprecio. Pero creo que me quedaré con Luca esta
noche.
Luca dio un suave gruñido de satisfacción y puso un brazo alrededor de
sus hombros para que no hubiera duda de quién había sido el vencedor esta
noche.
—¿Necesitas ayuda con el seguro o las reparaciones? —insistió Jeff—. Te
incluí en mi aseguradora cuando compraste la casa. Podría hacerles una
llamada.
Luca siseó en un aliento mental. Exteriormente, Jeff parecía contrito y
aceptando la situación, pero las palabras que eligió, su referencia a su tiempo
juntos, le dijeron a Luca que no había renunciado a la pelea.
—Debería estar bien —dijo ella.
—¿Qué pasa con Nicole? —La voz de Jeff se levantó casi
imperceptiblemente y se atrevió dar un paso hacia ellos.
—La llamé —dijo Gabrielle—. Se quedará con Clint hasta que la casa esté
a salvo de nuevo. —Tiró del brazo de Luca—. Ven. Vámonos.
—¿Quién diablos es él? —gritó Jeff mientras Luca la alejaba con un
protector brazo alrededor de su cuerpo.
Incapaz de resistirse, Luca miró hacia atrás sobre su hombro y envió un
silencio mensaje con su sonrisa.
Soy con el que se va a casa esta noche. 76
Ocho
—D
espierta, bella.
Gabrielle se despertó de un delicioso sueño donde
estaba siendo acariciada y tocada, cálidas manos
estaban sobre sus pechos, su estómago, y abajo entre
su…
—Detente.
—¿Detener qué? —Luca estaba encima de la colcha a su lado, su cabeza
apoyada sobre un codo, su otra mano inocentemente en su hombro.
Avergonzada por el sueño erótico que la había dejado húmeda y dolorida,
agachó la cabeza para esconder sus ardientes mejillas.
—Nada. Me asustaste. ¿Qué estás haciendo en mi cama?
77
—Es mi cama. —Sus dedos recorrieron su brazo desnudo haciéndole
sentir un hormigueo.
—Pensé que esta era tu habitación de invitados.
Gabrielle se volvió hacia él, empujando el edredón. Anoche, había dejado
la canasta de Max en la ultramoderna cocina de Luca y desempacado su bolso
en un brillante y espacioso dormitorio decorado con paredes gris oscuro y
suave alfombra blanca. La cama estaba en una plataforma de poca altura
hecha de cuero gris acolchado, con dos mesas de noche flotantes a ambos
lados. Cubiertas azul marino y almohadas en la silla le daban a la habitación
una sensación fresca, tranquila y masculina.
—Es una habitación para huéspedes que quiero en mi cama. —Él empujó
su cabello hacia atrás, exponiendo sus mejillas rosadas. Solo entonces notó
que su pecho estaba desnudo, su mitad inferior cubierta por unos pantalones
de pijama que no hacían nada para ocultar su excitación.
—¿Qué hora es?
—Las diez. Dijiste que no tenías que estar en el trabajo hasta el jueves.
—¿Las diez? —Se levantó bruscamente—. ¿He estado dormida por nueve
horas? Necesito volver para arreglar la casa, llamar a la gente del seguro,
conseguir una cotización para tener todo arreglado…
—Necesitabas dormir. —Pasó los nudillos sobre su mejilla—. Ya me
encargué de todo. Hay un equipo de construcción en el sitio. Tengo un amigo
que me debía un favor, no necesitas llamar a tu aseguradora.
Desafortunadamente, tu ventana frontal es una orden especial e incluso con
mis conexiones, no podrán reemplazarla por unos días. La han cubierto, pero
será más seguro si te quedas aquí hasta que esté arreglada.
Por un momento, estuvo en sin palabras. Había aprendido a ser
autosuficiente temprano en la vida, e incluso David había esperado que
manejara la mayoría de las cosas, porque estaba muy ocupado con su trabajo.
Solamente después de su muerte se había apoyado en amigos, y solo hasta que
pudo salir del trauma.
—No necesitabas hacer eso. Era mi problema.
—Ahora, no hay problema. —Se movió en la cama, derritiéndola con la
calidez de su mirada.
—Gracias. Pero eso es un montón de problemas en los que meterse por
alguien a quien apenas conoces.
Una sonrisa casi peligrosa curvó su sensual boca.
—Creo que llegué a conocerte muy bien en Glamour.
Las mejillas le quemaron.
—Ese es tipo diferente de conocimiento —protestó—. No del tipo que te
sacaría de la cama temprano y te hace pedir favores a amigos para arreglar la 78
casa de una mujer con la que solo te has encontrado unas pocas veces.
—A menos que esas pocas veces dejaran una impresión inolvidable. —Su
mano se deslizó arriba y sobre su cadera y hacia abajo a la curva de su
cintura, dejándola sin dudas sobre sus intenciones. Olía a gel de baño, fresco y
limpio, y en la semioscuridad de las persianas cerradas podía ver algunas gotas
de agua brillando en su cabello. Lo imaginó en la ducha, su cuerpo delgado y
musculoso, con sus poderosos muslos, con los hombros anchos y la
ondulación de sus abdominales mientras el agua caía hasta su grueso y duro
pene...
Sus pezones se tensaron, y tragó, lamentando su decisión de usar solo un
camisón de fácil acceso y bragas en la cama.
—¿Qué hay de Max?
—Max ha sido paseado y alimentado. Ahí no hay motivo para que te
levantes. Estaría encantado si continuaras disfrutando de las comodidades de
mi cama. —Su mano se extendió sobre su parte inferior, justo por encima de
su trasero y tiró de ella hacia delante hasta que pudo sentir su erección
presionada contra su estómago.
—Luca… —Calor inundó su cuerpo, su toque encendió un fuego que no
sabía cómo manejar. Nunca había sentido algo como esto con David. Cuando
hacían el amor había sido dulce, agradable y tierno. Luca era todo poder
sensual, salvaje, imparable, fuerza irresistible.
—Dime que pare. —Sus dedos rozaron la piel desnuda debajo de su
camisón mientras tomaba su boca en un largo y lento beso—. Y lo haré. Pero
en toda la noche, no he pensado en nada más que tu hermoso cuerpo entre
mis sábanas, solo a algunas habitaciones de distancia.
Su pulso latía entre sus piernas.
¿Qué pasaba con este hombre que volvía sus piernas gelatina y confundía
su cerebro con lujuria?
—Tus trabajadores podrían estar en peligro. Creo que sé quién envió a
esos tipos a mi casa, y es peligroso. Muy peligroso.
—Yo también lo soy. —Luca deslizó una mano debajo de su cuello y acunó
su cabeza en la curva de su brazo, su otra mano la sostuvo quieta mientras
devastaba su boca, maltratándola como si fuera un juguete que existiera
únicamente para su placer.
—Dios, Luca. No puedo pensar cuando me tocas. —Era una lucha no
ceder desde adentro, no balancear sus caderas contra las suyas, no encontrar
cada empuje de su lengua con uno de la suya, no tirar de su mano entre sus
piernas para calmar el dolor.
—No pienses. Solo siente. —Su mano se deslizó entre sus muslos, sus
dedos acariciaron sus bragas, un ligero toque sobre su necesitado clítoris.
Con un gemido derrotado, separó las piernas, dándole un mejor acceso.
79
—Siento como si me estuvieras manipulando con sexo, excepto que no sé
lo que quieres.
—Te quiero a ti. —Le quitó las bragas y el camisón, y luego la empujó de
espaldas sobre la cama, inmovilizándole las muñecas contra la almohada con
una mano firme.
Ella jadeó cuando su cuerpo respondió a su manejo rudo, con el corazón
palpitante, con la sangre corriendo por sus venas.
—Seguimos haciendo esto al revés. —Ella arqueó la espalda en respuesta
a la presión sobre sus muñecas, ofreciendo sus pezones para el placer de su
boca caliente y húmeda—. Se supone que es hablar primero, y sexo después.
—No hay “sexo después” cuando estoy contigo. —Luca lamió y chupó un
pezón, luego el otro, hasta que ella estuvo retorciéndose en la cama.
—Abre las piernas —dijo bruscamente—. No las vuelvas a cerrar.
Gabrielle gimió.
—Cuando hablas así me pones...
Luca no esperó a que terminara. Empujó un dedo dentro de ella y
acomodó la mano contra su clítoris.
—Mojada. —Terminó la oración por ella—. Caliente. Codiciosa por mi
pene.
Su cuerpo se apretó y meció sus caderas contra él, cediendo a la
excitación que tan fácilmente había despertado.
—Sí.
Sus ojos brillaban con un calor salvaje.
—Dime lo que quieres.
—Quiero tu pene —dijo las palabras sin vacilación, saboreando la ilícita
emoción de ser tan audaz en la cama.
—Todavía no. —Le soltó las muñecas y retiró sus dedos, arrodillándose
nuevamente en la cama—. Arriba, bella. De rodillas delante de mí.
Curiosa, Gabrielle se arrodilló frente a él, tan cerca que sus rodillas
estaban casi tocándose. Su erección pegó en los pantalones de su pijama, pero
cuando se estiró para tocarlo, la detuvo con un gruñido.
—Si haces eso, esto habrá terminado antes de comenzar.
Ella le dio una sonrisa tímida.
—Pensé que ya había comenzado.
—Comenzará cuando te corras en mi mano. —Se inclinó y metió dos
dedos en ella, murmurando una maldición mientras empujaba—. Tan
jodidamente mojada.
—¿No prefieres…?
80
—Extiende las rodillas. —El pulso golpeó en su cuello y abrió las piernas
para acomodar el ancho de su mano.
—Buena chica. —Retiró sus dedos y bombeó lentamente dentro de ella,
robándole el aliento. Se inclinó para besarle los pechos, girando su lengua
alrededor de su pezón derecho mientras sus dedos empujaban a un ritmo lento
y constante que la volvía loca.
Se aferró a él, sus dedos se curvaron en sus bíceps cuando su pulgar llegó
a su clítoris, ahogándose en la sensación, en el placer y el dolor, y el calor al
rojo vivo de su deseo.
—Eso es todo. —Su voz salió ronca y baja—. Monta mis dedos. Toma tu
placer de mi mano.
Sus muslos se estremecieron mientras giraba desvergonzadamente contra
su mano, con sus caderas balanceándose, con su cuerpo caliente y dolorido,
con sus uñas hundiéndose en su piel. Se sintió sucia y deseada mientras se
conducía al clímax usando su mano para su placer.
Él gimió y endureció sus empujes, sus dedos moviéndose dentro de ella
mientras chupaba y lamía su pezón. Ella se encontró con cada uno de sus
movimientos con un giro de sus caderas, hasta que estuvo sin aliento y
mareada, jadeando por aire con cada movimiento de su pulgar sobre su
clítoris.
Cuando rozó el sensible punto dentro de ella, su mundo se hizo añicos en
una ráfaga de calor húmedo, su vagina apretó sus dedos mientras el placer
rodaba sobre ella en una ola fundida.
Luca suavizó la presión sobre su pezón, lamiendo la punta mientras sus
dedos se ralentizaban, sacando su clímax hasta que colapsó contra él.
—Oh, Dios —jadeó—. Mojé la cama.
Luca lentamente retiró sus dedos y se lamió los labios, sus ojos oscuros
con hambre.
—No es ese tipo de mojado. Es el tipo de mojado que me dice que estás
más que lista para mi pene. —Sin advertencia, la giró a cuatro patas, arrojó
sus pantalones de pijama, y se colocó un condón que había metido en su
bolsillo.
—Hombros hacia abajo. Trasero arriba. —Con una mano firme entre sus
omóplatos, y la otra apretada en su cadera, la posicionó con el firme empuje de
su grueso eje.
Ella gimió suavemente cuando su dura longitud se hundió lentamente
dentro.
—Te sientes tan bien.
Luca le retorció el cabello con una mano.
—Te sientes jodidamente increíble. ¿Quieres mi pene? 81
—Sí. —Tragó cuando sus empujes se volvieron más ásperos—. Por favor.
—Me gusta cuando ruegas.
Gabrielle nunca había pedido sexo antes de conocer a Luca, ni nunca
permitió que un hombre la dominara tan completamente en la cama. Pero
estaba completamente abordo ahora, mientras trataba de explorar la parte que
respondía tan ansiosamente a sus órdenes cargadas de erotismo.
Colocó las manos en su cadera, sus dedos firmes se clavaron en su carne.
Tan fuerte. Tan poderoso. Era como una droga, y ella quería más, y por
primera vez no tenía miedo de pedir.
—Luca. Por favor. Penétrame.
Él gruñó y golpeó en ella tanto que sus dientes chasquearon. Pero sentir
su pene moviéndose dentro, sus manos en sus caderas, y sus bolas golpeando
contra su trasero, la llevó al borde de otro clímax que la sacudió por completo.
Luca la siguió con un grito, su pene endureciéndose mientras bombeaba en lo
más profundo de ella.
Él jadeó mientras caía sobre su cuerpo, sosteniendo su peso sobre sus
brazos.
—Cristo. No sabes lo que me haces.
—Con suerte, el mismo tipo de cosas que tú me haces a mí. —Se dejó
caer, rodando sobre su espalda para poder mirarlo.
Tenía el rostro sonrojado y el sudor perlando su frente.
—Eres como un nuevo mundo de sexo.
Luca sonrió mientras la miraba.
—Estoy empezando.
Ella dejó caer su cabeza a la almohada, miró hacia el techo donde él había
colgado luces esféricas de vidrio que se veían como estrellas en el cielo oscuro.
—¿Qué tal una corta pausa comercial, así mi corazón no me romperá las
costillas?
Él se rio y la dejó para deshacerse del condón. Cuando regresó, ella ya
había levantado el edredón y se subió a la cama junto a ella.
—Tienes unos veinte minutos para hablar antes que esté listo para ti otra
vez.
Se giró para mirarla, una mano trazaba la curva de su cadera.
—Pensé que tenía veinte minutos —protestó mientras sus dedos se
deslizaban hacia la suave cima de sus muslos, y luego de nuevo a donde
estaban.
—Solo puedo hablar si te estoy tocando. —Sus dedos rozaron la parte
inferior de sus pechos, todavía sensibles por su áspera atención.
Gabrielle presionó sus labios juntos en simulacro de reproche. 82

—Tocarme es lo mismo que darme cariño.


—Me gusta acariciarte —dijo Luca, sonriendo—. Me gusta cómo responde
tu cuerpo, qué mojada estás siempre que estás conmigo. Ya perdiste un
minuto, tal vez dos.
—Bien. Cariños lejos. —Suspiró—. No sé mucho sobre ti. ¿Qué haces
además de dar alucinantes orgasmos y dirigir un restaurante? —No
pudiéndose resistir, pasó su mano por su grueso cabello dorado, cepillando las
últimas gotitas de agua.
—Un poco de esto y un poco de aquello. —Se encogió de hombros—. Tengo
intereses en varios negocios.
Ella rodó ligeramente para mirarlo, sus piernas se unieron mientras
pasaba su mano a lo largo de su mandíbula, áspera con una sombra de barba.
—¿Y qué haces por diversión?
—Esto.
—¿Tener sexo? —Sus ojos se agrandaron—. ¿Este es tu pasatiempo
recreativo?
Luca sonrió mientras su mano recorría su cuerpo.
—Lo es en este momento.
Gabrielle entrelazó sus dedos con los suyos, manteniéndolo quieto.
—Además de sexo, ¿qué te gusta hacer? ¿Ves películas?
—Comedia, pero no payasadas. Me gusta algo inteligente. Y Noir. Detective
Gumshoe. Ese tipo de cosas. Si tengo tiempo, que normalmente no ocurre.
Ella estudió su rostro por un largo momento, tratando de ver más allá de
su tono causal.
—¿Así que te gustan los detectives?
Él se rio entre dientes y alejó los dedos, solo para colocarlos alrededor de
su pecho.
—Detectives ficticios. Y está esta rubia con la más dulce y húmeda
vagina...
—No hables sucio —advirtió—. No recordaré todas las preguntas que
quería hacerte si mi cerebro está confundido por la lujuria. ¿Qué hay de tu
familia? ¿Están cerca?
—Sí, todos están aquí. Crecí en Las Vegas. Mi padre falleció cuando era
un adolescente. Tenía un... seguro político, así que mi madre se las arregló y yo
ayudé cuando las finanzas se agotaron. Tengo una hermana menor, Angela,
que es peluquera, y un hermano, Alex, que está arruinando su vida haciendo
nada excepto fumar droga y meterse en problemas. Ma todavía tiene a la
familia junta, hace que todos vayan a la iglesia el domingo, los reúne para una
cena familiar... 83
—¿Iglesia? —Sus labios se estremecieron con una sonrisa, aunque el
corazón le dolió al escuchar sobre su hermano. Sabía cuán difícil podría ser
tener a un adicto en la familia.
—No conoces a mi madre.
—Todavía extraño a la mía —confesó.
Su mano se detuvo y la rodeó, atrayéndola a él.
—¿Qué hay de tu madrastra? ¿Era mala? ¿Te hizo dormir frente a la
chimenea?
Gabrielle se rio.
—Era buena, pero simplemente no parecía tener tiempo para mí cuando
toda su vida se iba en llevar a mis hermanastros a prácticas y eventos
deportivos, y ayudar a mi padre a lidiar con mi hermano era una prioridad, si
eso tiene sentido. Aprendí a cuidarme por mi cuenta, pero estaba muy sola. No
sé qué habría hecho sin Cissy y su familia.
—¿Y David? — preguntó.
—Lo conocí cuando me uní a la academia de policía. Fue uno de mis
instructores. Era diez años mayor que yo. Muy estable. Sabía lo que quería y a
dónde iría en la vida. Fue difícil resistir a alguien que centraba toda su
atención en mí, alguien a quien le importaba. Quería cambiar el mundo,
también. —Pasó un dedo a lo largo de las crestas de sus pectorales, cuidando
no tocar la cicatriz de curación de la herida de bala que los había juntado. Él
no había dicho nada sobre su cicatriz, y no estaba segura de si eso era bueno o
malo.
—¿Duele? —Su cicatriz era más grande que la suya y la cirugía había
dejado un largo corte en el tatuaje en su pecho. Probablemente porque tuvieron
que extraer la bala. Pero era redondo y con forma de moneda, como la de ella, y
ambas estaban ligeramente levantadas y rosadas.
Luca se encogió de hombros. Como un chico. Demasiado duro para
admitir cualquier dolor.
—¿Qué pasa con este tatuaje? —Trazó los bordes de la increíble pieza en
su pecho, una calavera con alas y una corona, rodeada de rosas, llamas y
espadas.
Abarcaba mucho, y, sin embargo, la pancarta debajo de ella estaba en
blanco.
—Mi compromiso con la familia y el honor, la vida y la muerte, el amor y
la amistad. Al menos eso es lo que solía significar.
—¿Y el pergamino? ¿Qué vas a poner allí?
Su rostro se tensó.
—El nombre de mi primer hijo nacido. 84
Gabrielle abrió la boca para preguntar más, pero él se inclinó y presionó
un beso en la cicatriz justo encima de su pecho.
—¿Que pasa contigo? Escogiste una profesión peligrosa. ¿Por qué trabajar
para la policía?
—Quería tratar de limpiar las calles, deshacerme de los traficantes de
drogas para que las otras familias no tuvieran que sufrir como nosotros —
dijo—. Pero realmente no pude hacer alguna diferencia. Ni siquiera cuando me
convertí en detective. Creo que fui un poco ingenua.
Su cuerpo se tensó y se alejó lo más mínimo.
—¿Qué tipo de detective eres?
—De narcóticos. Igual que Jeff y David.
Ella frunció el ceño cuando la soltó y rodó a su espalda. ¿Habría tenido
una mala experiencia con la policía? ¿O todavía estaba enojado por lo que pasó
con Jeff?
—Lo solicité porque quería encontrar al asesino de David —continuó,
tratando de llenar el incómodo silencio—. Me gusta el lado de la investigación,
pero el lado administrativo puede ser abrumador. A veces las oportunidades
pasan mientras estás conectando los últimos detalles. —Oportunidades como
ir tras García cuando la pista llegaba, en lugar de esperar cuatro días para que
la documentación estuviera completa.
Luca cruzó las manos detrás de su cabeza, y miró hacia el techo. Incluso
aunque estaba justo a su lado, de repente parecía estar muy lejos. Ella se dolía
por sentir sus manos sobre ella otra vez, pero todavía no lo conocía tan bien,
no estaba segura de cómo se sentiría si violaba el espacio que muy
deliberadamente había puesto entre ellos.
—Ya terminé con narcóticos —dijo suavemente—. Me expulsaron porque
lo arruiné a lo grande. Habíamos organizado una gran redada con el equipo
SWAT para atrapar al chico que he estado buscando y tomar un gran centro de
distribución de drogas. No quería que se deslizara entre nuestros dedos, así
que fui temprano al almacén.
Suspiró.
—Sabían que iríamos. El almacén estaba casi vacío cuando llegué allí,
pero alguien estaba en el edificio. Creo que estaba limpiando lo poco que
quedaba. Me disparó y escapó por una puerta lateral. Tomé la caída por la
incursión fallida, aunque nadie sabía con seguridad si nuestro objetivo estaba
allí. Perdí mi lugar en el equipo y fui transferida a robos. Comienzo el
miércoles.
No tenía la intención de culparlo por tocarla nuevamente, pero cuando
terminó, él se giró para mirarla y acarició su mejilla con un dedo.
—Perdiste tu oportunidad de venganza. 85
—Sí. Pero ahora parece que decidió venir a buscarme, aunque no tengo
idea de por qué. No vi al tirador ni disparé mi arma en el almacén, y era una de
las más jóvenes en el caso. ¿Cuál era el punto de enviar a dos chicos a disparar
a mi casa? Solo espero que no vuelvan cuando Nicole esté en casa.
Sus ojos se oscurecieron casi hasta el negro.
—No tendrás que preocuparte por ellos más.
—Muy protector. —Ella rio suavemente—. Aprecio el sentimiento, pero no
es como si pudieras hacer algo al respecto. Ni siquiera sé quiénes eran o si
fueron contratados por el chico que estaba buscando. Y no sabes quién es ese
tipo, y no puedo decírtelo.
Él levantó una ceja, las nubes que habían oscurecido su rostro hace solo
unos momentos desapareciendo bajo su sensual sonrisa.
—Tal vez debería manipularte con sexo de nuevo y que me digas lo que
quiero saber. —Su mano se dobló alrededor de su trasero y le dio un apretón.
—¿Más sexo? ¿No tienes que trabajar? —Acarició su cuello. Olía a gel de
baño y sexo. Olía a ella.
—No abrimos hasta el mediodía —dijo acariciando su trasero—. Mi
personal maneja el turno de la tarde a menos que haya una entrega o tenga
que probar la comida. Cuando no estoy ocupado, paso tiempo con mi hijo
después de la escuela.
Se puso rígida, pero cuando intentó alejarse, la abrazó fuerte.
—¿Tienes un hijo?
—Matteo. Tiene seis años.
Su corazón latió contra sus costillas.
—¿Estás casado?
—Lo estuve. —Él rodó hasta que ella estuvo boca arriba, clavada en su
lugar por su cuerpo duro y musculoso—. Mi esposa murió cuando Matteo tenía
solo dos años.
Su mano voló a su boca.
—Oh, Luca. Lo siento. Has sufrido muchas pérdidas, también. Al menos lo
tienes a él. ¿Vive contigo? —No había visto juguetes de niños o cualquier cosa
que indicara que un niño vivía en el ático con él, pero al menos ahora entendía
el pergamino debajo del tatuaje.
Debía tener la intención de poner el nombre de su hijo.
—Vive con mi madre. —Dejó besos ligeros por su cuello hasta su hombro,
su rastrojo una deliciosa fricción sobre su piel—. Trabajo largas horas, y quiero
que tenga una vida estable y un buen modelo a seguir. Lo veo una o dos veces
a la semana.
—Eso debe ser difícil. —Se movió a un lado para darle un mejor acceso, 86
separó sus piernas para acomodar su creciente excitación, su interés en la
conversación menguando bajo las llamas del deseo.
—Es todo lo que conoce.
—Quiero decir para ti.
Levantó la cabeza, frunciendo el ceño.
—Quiero que tenga una buena vida. Dejar que mi madre lo críe es la
mejor manera de lograrlo.
—No subestimes la importancia de estar en su vida —dijo ella en voz
baja—. No sé cómo fue para ti, pero después que mi madre murió, me sentí
asustada y sola. Mi padre ya estaba involucrado en su nueva relación, aunque
nadie sabía que había tenido una aventura, y después de mudarnos a Nevada,
la adicción de Patrick consumió nuestras vidas. Mi madrastra finalmente nos
dejó, y cuando Patrick murió, mi padre cayó en una severa depresión. Me uní a
la policía con la esperanza que verme vivir el sueño de Patrick de ser oficial de
policía lo ayudaría a recuperarse, pero no apareció en mi graduación. Ni
siquiera me envió flores. —Mencionó las flores en tono de broma, pero Luca
frunció el ceño.
—Las mujeres hermosas deberían tener flores hermosas. —Jugó con su
cabello, sus ojos estaban desenfocados, como si estuvieran en profundo
pensamiento—. La próxima vez que tengas algo que celebrar…
Sus ojos eran más verdes ahora que marrones. Curioso. Cuando era
apasionado de algo, sus ojos se oscurecían, pero cuando estaba pensativo o
jugando, eran verdes.
—No te conté esa historia, así que corre y cómprame flores.
—Las habría comprado de todos modos. —La empujó hacia atrás y se
arrodilló entre sus piernas separadas, su erección sobresalía desde su nido de
rizos—. Y me agradecerás envolviendo esos dulces labios alrededor de mi pene.
Estoy listo para ti otra vez, mio angelo. Eres como una droga. No puedo tender
suficiente de ti.
Tampoco ella. Y era un camino peligroso, porque Luca había activado un
interruptor en ella que la hacía sentirse hermosa, valiente y audaz. Podía verse
a sí misma con un hombre como Luca, un hombre sin fronteras, un hombre
que tomaba riesgos, y no le importaba tener sexo con ella en un lugar público,
o rastrearla, o golpear a Jeff porque lo consideraba una amenaza. La dejaba sin
aliento, y la asustaba.
¿Y si se enamorara de él?
¿Y qué si se perdía en él?
No podía permitirse esa indulgencia, entregarse a la manera fácil en que
manipulaba su cuerpo, al placer de su toque, a su insaciable necesidad de
saber todo sobre él. Necesitaba establecer límites. Para ella y para él.
Luego. Cuando pudiera pensar coherentemente de nuevo. 87

Levantó una ceja.


—Acabas de matar toda la dulzura con tu habitual modo arrogante.
Él deslizó la mano por su muslo, un dedo grueso se deslizó entre sus
pliegues.
—Te gusta mi yo arrogante.
—Me gustan los dedos de tu yo arrogante.
Ella gimió, y sus ojos se oscurecieron.
—Haz más preguntas. —Sus labios se curvaron en una expresión divertida
mientras empujaba un dedo dentro de ella—. Me gusta ver cómo intentas
hablar cuando tengo mis dedos en tu vagina.
Ella cerró los ojos ante la deliciosa sensación.
—¿Cuándo me penetrarás otra vez?
Luca se rio.
—No lo suficientemente pronto.
Nueve
L
uca jugó su última mano, su cuerpo zumbaba con la necesidad de
terminar el maldito juego de cartas con Nico para poder pasar a los
negocios. Después de dejar a Gabrielle en su casa, y comprobar para
asegurarse que los contratistas estaban haciendo su trabajo, había recogido a
Little Ricky y a Mike y acababa de llegar al centro de la ciudad a tiempo para la
reunión en el salón privado de juegos de alto límite en el Casino Italia de Nico.
El póker no era el juego de Luca. Era un jugador decente, pero los dados
eran su adicción, un juego de azar que daba la ilusión de control. También
había estado evitando el casino de Nico desde que dejó el hospital, y
particularmente el salón privado donde le dispararon. Pero cuando el jefe
quería hablar, arrastrabas el trasero, te callabas la boca, y no intentabas mirar
la nueva alfombra de felpa que cubría el lugar donde casi habías muerto
desangrado. 88
Exquisitamente decorado en púrpura intenso, dorado y marrón, el ultra
exclusivo salón de juego privado era contemporáneo de una manera clásica,
con caras lámparas, paredes de libros con lomos en tonos neutros, muebles de
madera oscura y sofás de terciopelo. Al otro lado de las puertas de vidrio de
colores, la habitación de altos límites era menos exclusiva, con alarmas de
cristal, ricos, rojos muebles de cuero y tragamonedas de mínimo quinientos
dólares.
Frankie miró con furia mientras Luca tamborileaba el pulgar sobre la
mesa.
—¿Tienes algún problema?
Sí, tenía un problema. Tenía muchos malditos problemas: albaneses en su
territorio, un policía que no estaba feliz por haberle robado a su chica, dos
bastardos que se habían atrevido a disparar a su casa, y una hermosa, sexy
mujer que se había convertido en una puta adicción más grande que los dados
que casi habían aniquilado sus ahorros de un año cuando Gina murió.
—No, imbécil. ¿Tienes algún problema?
—Cristo, ¿qué diablos está mal con ustedes dos? —Nico arrojó sus cartas
en la mesa e hizo un gesto hacia su nuevo gerente de casino para que limpiara
la habitación—. Tienes un problema, trabaja como la mierda en él antes de
venir a una reunión.
Luca no sabía por qué Frankie estaba en su contra, pero era uno de esos
chicos que siempre estaba escondido en las sombras, y si llegaba a sospechar
que Luca estaba teniendo algo con un policía, no dudaría en actuar, y en la
mayoría de los casos, de manera brutal.
Se pasó una mano por el cabello, intentando controlar sus emociones
antes que Frankie entendiera que algo no estaba bien. Su mirada se posó en el
lugar donde Nico lo había sostenido en el piso, tratando de detener la sangre
derramándose del pecho de Luca. En ese momento, Luca casi se había
alegrado de que hubiera terminado. La traición de Gina lo había destrozado, y
estaba cansado de la ira y de la culpa y del dolor, cansado del resentimiento
porque Matteo era hijo de otro hombre.
No es tuyo, había dicho Gina con suficiencia, antes de salir por la puerta.
Pero maldita sea si podía dejar a Matteo con su sentida excusa de familia
después que murió. Había sostenido a Matteo cuando había nacido, le puso su
nombre por su abuelo, se lo mostró a su familia, se enorgulleció del hecho que
el apellido Rizzoli continuaría y tenía el pergamino entintado en su piel, listo
para el nombre de su hijo.
Matteo era su hijo en todo menos de sangre, y era la única persona viva
que sabía la verdad.
—Luca.
Alzó la vista, vio la simpatía en los ojos de Nico y supo que pensaba que 89
Luca estaba perdido en el momento en que la bala había cortado su pecho.
—Está en el pasado —dijo Nico.
—Sí. —Levantó el vaso de whisky que se había quedado intacto por la
pasada hora.
—Los traje a todos aquí para discutir sobre la situación con Tony. —Nico
miró a cada uno de los cinco capos sentados alrededor de la mesa. No hubo
amor perdido entre Nico y su primo, Tony, especialmente después que Tony
intentara forzarse con la novia de Nico, ahora esposa, en matrimonio para
ganar una alianza con su familia.
—Tony se alió con el cártel de los Fuentes liderado por José Gómez García
—dijo Nico—. Ha estado desesperado por involucrarse en el tráfico de drogas, y
esta es su entrada. García estuvo operando independientemente hasta que se
convirtió en sujeto de una intensa investigación policial. Tuvo que esconderse
muy bien, llevándose a muchos de sus altos tenientes con él. Ha estado
usando a los albaneses para el músculo y la distribución, pero, como sabemos,
los albaneses son desordenados, incontrolables e impredecibles. No respetan
los territorios. —Le dio un breve guiño a Frankie y a Luca—. Y pagarán el
precio.
Mike resopló.
—¿Le darás un nuevo par de zapatos, Frankie?
—Los más pesados que pueda encontrar.
Nico levantó una mano para que guardaran silencio.
—Tony ahora está proporcionando el músculo, y con el regreso de García
le dará los derechos de distribución sobre áreas clave de la ciudad. García está
inundando el mercado con un nuevo tipo de droga. Es altamente adictiva y las
personas están pagando el doble, o incluso el triple, de lo que pagarían por
cosas normales. Puede que también sea letal, hace dos noches dos de los
soldados de Sally G sufrieron una sobredosis con el nuevo producto de García
y murieron.
Sally G, un capo senior que había sido buen amigo del padre de Nico, y
que era ahora un firme partidario de la reclamación de Nico para dirigir a la
familia, se levantó y declaró venganza contra García. El cuarto explotó en una
cacofonía de maldiciones y de gritos, pidiendo venganza y prometiendo cortar
la garganta de García. Uno de los beneficios de convertirse en un hombre
hecho era que toda la Cosa Nostra podía ser convocada por venganza. Y
cuando eso sucedía, no había ningún lugar para correr. Ninguna parte para
esconderse.
—Ambos fueron amigos nuestros y serán vengados —dijo Nico—. Sus
muertes y el tiroteo en el Roberto’s Deli también nos da otra razón para ir tras
García. No solo es una cuestión de honor, sino que, si derrotamos a García,
cortaremos al principal proveedor de drogas de Tony y debilitaremos su base de
poder en la ciudad. En resumen, podremos sacar a Tony, reclamar nuestro
90
territorio y sacar esa mierda contaminada de nuestra ciudad.
Saludos y gritos siguieron a su declaración. Nico silenció la habitación
golpeando su puño sobre la mesa, una demostración inusual de emoción de un
hombre por lo demás autónomo.
—Quiero a García. Vivo. Y no debería tener que recordarles a todos en esta
habitación que las drogas no son toleradas por la Cosa Nostra. Las drogas
atraen la aplicación de la ley, y vimos lo que sucedió en Nueva York cuando las
familias rompieron esa regla, capos convertidos en soplones y vendiéndose,
imperios desmoronándose, negocios perdidos, hombres en la cárcel, y mujeres
y niños quedándose sin apoyo. Eso no es esta familia. Eso no es de lo que estoy
hablando.
El corazón de Luca se apretó en su pecho. La aniquilación de las familias
de la mafia estadounidense se había derramado en Las Vegas por su padre. Su
padre había roto la regla contra el tráfico de drogas, atraído por las enormes
ganancias y la promesa de dinero fácil. Los federales habían seguido las drogas
y atrapando a su padre en su red. En lugar de honrar el omertà5, manteniendo
la boca cerrada y purgando su pena, el padre de Luca había aceptado usar un
micrófono y delatar a su familia criminal en un acuerdo de culpabilidad que lo
había hecho abandonar a su esposa e hijos por una nueva vida en protección
de testigos.
Como si eso fuera a suceder.

5 Juramento de la mafia que implica guardar silencio sobre los asuntos de la familia.
Menos de una semana después de saltar del barco, el padre de Luca fue
encontrado en una casa segura del FBI con corbata siciliana, el castigo
tradicional de la mafia para los soplones.
Su garganta había sido cortada de oreja a oreja y su lengua metida a
través del agujero hecho en su cuello, colgando como si fuera una corbata.
Devastado y disgustado por la traición, Luca nunca había llorado su muerte, y
había estado peleando desde entonces por recuperar el honor familiar y limpiar
su apellido.
—¿Quién liderará la búsqueda de García? —preguntó Nico.
—Yo lo haré. —Luca no dudó en ser voluntario. Atrapar a García sería un
largo camino hacia la recuperación de la confianza de su familia del crimen y
reclamaría con su sangre el honor de la familia.
Nico asintió.
—Es un gran trabajo, pero tendrás toda la ayuda que necesites, y Frankie
puede hacer el levantamiento pesado.
Todos se rieron de su velo de referencia al amor de Frankie por el calzado
de cemento. Todos menos Frankie, que estaba estudiando a Luca como si no
pudiera creer que se le hubiera dado tal honor. Cristo, ¿no había nada que
pudiera hacer para mostrarle a Frankie que no era su padre? ¿Que nunca 91
traicionaría a la Cosa Nostra? Con los años, había tratado de ser el mejor
maldito socio, soldado, y ahora capo, que podría ser. Trabajaba más tiempo,
peleaba más duro, y seguía cada regla. Si todos alrededor de la mesa eran
mafiosos, Luca era mafioso extremo.
Al menos eso consolidó en su mente la locura de pedirle a Frankie que lo
ayudara a cazar y golpear a los dos bastardos que habían disparado a la casa
de Gabrielle. Tendría que manejar la situación por sí mismo, y con solo los
hombres más confiables y leales en su equipo.
Y después, cuando hubiera vengado a Gabrielle y guardado su seguridad,
su relación, como era, tendría que terminar. No había medias tintas con la
mafia. Estabas adentro o estabas muerto, como su padre. Y sabía exactamente
quién estaría jalando ese gatillo. No solo hacia él, sino posiblemente también
hacia Gabrielle.
—Escuché que Luca casi fue arrestado por golpear a un policía anoche —
dijo Frankie, silenciando la charla alrededor de la mesa.
El estómago de Luca se apretó y bajó una mano a su regazo, al alcance de
su arma. Cada familia de la mafia en la ciudad tenía informantes policiales,
policías corruptos, ex policías, conserjes, personal administrativo o incluso solo
policías regulares que habían cometido un error y terminaron por deberle un
favor a la mafia.
Claramente alguien lo había delatado con Frankie, y ahora estaba siendo
llamado a rendir cuentas. La pregunta era, ¿cuánto sabía Frankie?
—¿Sí? —Los ojos de Mike se iluminaron—. ¿Qué fue todo eso?
—Amenazó a mi chica.
Nico frunció el ceño.
—¿Desde cuándo tienes una chica?
—Siempre tiene a una chica —dijo Mike.
—Tiene una nueva cada día de la semana.
—Esta es diferente. —Forzó una sonrisa, jugando a ser el hombre que
había sido hasta que conoció a Gabrielle—. He estado con ella dos veces.
Todos se rieron, que era lo que quería que hicieran. Pero Frankie ni
siquiera mostró una leve sonrisa.

***

Acceso denegado. Clasificado.


—Maldición. —Gabrielle arrojó el ratón sobre su escritorio. Estaba
bloqueada y fuera del caso García. Incluso sus archivos personales, donde
tenía notas, pensamientos y piezas al azar de información, habían sido movidos 92
a la oficina del agente Palmer, donde eran accesibles solo con su permiso y
después que abriera el archivador con su clave personal. La configuración de
seguridad no tenía precedentes, y se preguntó si García sería algo más que solo
un señor de la droga con vínculos con el cártel Fuentes.
Bajó el primero de una pila de delgados archivos manila de la plataforma
en su cubículo. No había oficinas en el departamento de robos. Ventanas
tampoco. La mayoría de sus nuevos colegas pasaban sus días visitando
negocios y hogares para anotar detalles de los artículos que raramente se
recuperaban. El buró de robos no había pasado a la alta tecnología y todos sus
nuevos archivos de casos tenían registros en papel, todo, desde joyas robadas
hasta automóviles, y de las ganancias del casino a un premio por un caniche
con piel rosa. Su corazón se hundió. Esto no había sido una transferencia, era
un castigo. Y ahora García estaba allí afuera, pensando que podría intimidarla.
¿Cómo pudieron sacarla del caso?
Con un suspiro, abrió la primera carpeta y miró el grueso paquete del
informe de la policía con todos los casos documentados de teléfonos perdidos,
olvidados o robados. Su nuevo sargento supervisor pensaba que una pandilla
de crimen estaba operando en el área, apuntando teléfonos que serían
despojados de sus tarjetas SIM y enviados al exterior. Era un “archivo de perro”
había dicho, sin ningún indicio de disculpa en su voz. Los teléfonos perdidos
rara vez aparecían, y eran efectivo fácil para cualquier delincuente ya sea
vinculado al crimen organizado o no. Aun así, había hecho un esfuerzo
simbólico de rastrearlos.
Sacó el informe más reciente y lo arrojó sobre su escritorio.
No. No podía simplemente sentarse aquí y fingir que todo estaba bien. Por
dos años, había seguido las reglas mientras trabajaba en el caso García, y ¿qué
es lo que había conseguido? Nada. Ni justicia para David. Ni venganza. Ni
García tras las rejas. Ni calles limpias de drogas. Enterró el rostro en sus
manos, viendo los débiles moretones en sus muñecas de su noche con Luca.
Luca que hizo alarde de las reglas con su actitud de caballero. Luca que se
negó a usar una bata de hospital, que tuvo sexo con ella en un lugar público,
que accedió ilegalmente a la base de datos de Glamour para encontrar su
dirección, que la rastreó, y luego atacó a un oficial de policía en su jardín
delantero. Luca era un rebelde. ¿Por qué no podía serlo ella también? Había
dicho que hablaría con el agente Palmer. Entonces, ¿por qué no hacerlo ahora?
Se abrochó la chaqueta y fue a la oficina del agente Palmer.
Parte de ella, la parte que estaba sudando profusamente en su camisa,
esperaba que no estuviera. Pero la otra parte, la parte que había rechazado a
Jeff en favor de un hombre al que apenas conocía, un hombre con quien
voluntariamente había cometido “lascivia grosera y abierta” y “exposición
indecente”, estaba esperando ansiosamente el reto.
Buena cosa. Porque allí estaba. 93
—¿Tienes un minuto? —Entró en la oficina del agente Palmer,
imponiéndose en su espacio.
El agente Palmer levantó la vista. Si alguien tuviera que adivinar su
trabajo, lo harían inmediatamente. Cabello negro empapado, traje negro,
corbata gris oscuro, camisa blanca, y rostro insulso. Todo lo que faltaba eran
los lentes oscuros.
—Señorita Fawkes. ¿Qué puedo hacer por usted?
—García envió a dos de sus matones a mi casa.
Asintió.
—Escuché sobre los disparos. ¿Cómo sabe que fue él?
Abrió la boca para responder, pero vaciló. ¿Cómo sabía que había sido él?
Después de dos años de investigación, sentía que conocía a García. Era un
hombre que permanecía escondido, enviando a otros para hacer el trabajo
sucio y poder mantener sus manos limpias. Era rápido para reaccionar cuando
se sentía amenazado, eliminando cualquier oposición o competencia,
normalmente de manera brutal, lo que sugería que era gobernado más por la
emoción que por la lógica. David se acercó demasiado y pagó el precio. Y si
tenía razón sobre la identidad de los tiradores, significaba que había
descubierto algo en esos archivos que García no quería que viera.
—¿Quién más dispararía a mi casa? No he estado trabajando en ningún
otro caso.
—Dígamelo usted, señorita Fawkes. No estoy al tanto de su vida personal.
No le había gustado el agente Palmer cuando se conocieron, y ahora le
gustaba incluso menos. Ni siquiera parecía una persona real. No se reclinó, no
dobló los brazos, ni suspiró, ni bostezó o jugueteó con sus pulgares.
A diferencia de Luca, que era muy expresivo, no mostró emoción, ni
indicio que estuviera vivo. Se preguntó si estaría respirando.
—Por el bien de la discusión, vamos a asumir que no he molestado a nadie
más para que llevaran un par de AK a mi casa e hicieran una fiesta de tiro al
blanco —respondió—. No podemos dejar que García piense que nos intimidó.
Necesito estar en el caso de nuevo, haciendo algo visible para que entienda que
no le tenemos miedo.
—No.
—¿Eso es todo? ¿No?
—Eso es todo —dijo él de manera uniforme—. Acaba de demostrarme que
tomé la decisión correcta de sacarla del caso en primer lugar. Esto es su
emoción hablando. Está enojada. Su casa fue violada. Justo como cuando su
esposo fue asesinado, está devastada y quiere venganza. La emoción se
interpone en el camino de una investigación, señorita Fawkes. Nos priva de ser
objetivo, y si no somos objetivos, no podemos hacer nuestro trabajo, que creo
que para usted ahora implica la recuperación de propiedad robada. 94
Ella cruzó los brazos, presionando sus labios juntos.
—Esto no es nada como lo que le pasó a David. Y creo que está
cometiendo un error.
—Por supuesto, que lo hace. —Agitó una mano desdeñosa—. A menos que
García haya robado algo, no espero que necesitemos hablar de nuevo. Sin
embargo, le daré un consejo, señorita Fawkes. Por el bien de su argumento, si
García estuvo detrás del incidente en su casa, tendría sentido que aceptara la
oferta del departamento de protección policial hasta que los tiradores sean
atrapados. Entiendo que la rechazó.
—Acepté que me acompañaran a mi casa y a lugares fuera del trabajo:
gimnasio, bares, restaurantes, lugares como esos, para el efecto disuasorio.
Pero no necesito guardaespaldas de veinticuatro horas. Conozco a García. Si
quisiera matarme, estaría muerta. Esa fue una advertencia. Se siente
amenazado. Y si realmente quisiera atraparlo, trataría de averiguar qué lo hizo
sentir de esa manera.
—¿Gabrielle Fawkes?
Se giró para ver a un mensajero del departamento en el pasillo,
sosteniendo un enorme ramo de delicadas y blancas rosas.
—¿Sí?
—Entrega. Necesitará ambos brazos. Nunca he entregado un ramo de este
tamaño.
Sus mejillas se sonrojaron y miró al agente Palmer mientras tomaba el
ramo.
—La vida personal, señorita Fawkes. —Sus delgados labios temblaron en
lo que estaba segura era una versión del FBI de una sonrisa—. También
compromete nuestra objetividad.
Gabrielle luchó contra el impulso de contestarle. No tenía sentido meterse
en el lado malo del FBI, si no estaba allí ya.
—Gracias por su tiempo. —Salió al pasillo, cerrando la puerta del agente
Palmer detrás.
—¿Seguro que son para mí? —No podía imaginar quién le enviaría un
ramo de flores. No era su cumpleaños ni cualquier ocasión especial.
—La tarjeta está grapada en el papel —dijo—. Su nombre está en ella.
Gabrielle regresó a su cubículo y respiró el delicado aroma de las rosas.
Los suaves pétalos rozaron sus mejillas y durante un largo momento, los bebió.
Contó al menos cuarenta, pero tenía la sensación de que había más. Dejó
el ramo en su escritorio y quitó la tarjeta.

Feliz primer día de robo.


Alguien robó mi corazón. 95

Tal vez puedas encontrarlo


—L

Una poderosa emoción la recorrió. No solo porque las flores eran


exquisitas o porque el tamaño del ramo la dejó sin aliento, y no fue porque
había recordado la historia que le contó, o que había cumplido su promesa de
enviarle flores, era porque en este momento, cuando se había estado sintiendo
tan completamente derrotada, le había levantado el espíritu y la había hecho
reír, sin siquiera estar ahí.
—Gaby. Tienes que ver lo que encontré. Nunca tuve la oportunidad de
mostrártelo el otro día. —Jeff caminó hacia su cubículo y se congeló—. ¿De
quién son esas?
Ella pasó un dedo sobre un suave brote de rosa.
—De Luca.
Jeff apretó la mandíbula.
—Me imaginé que tenía que haber alguna razón por la que lo elegiste
sobre mí. Vi el Maserati afuera de tu casa. ¿Qué es? ¿Multimillonario?
¿Magnate de negocios?
—Es dueño de un restaurante italiano.
Jeff soltó una carcajada.
—Creo que la pasta está en gran demanda en estos días.
Ella levantó la vista y suspiró.
—Jeff. Por favor. No seas así. No necesitas ser sarcástico.
—¿Me mirarías como a él si te enviara cincuenta rosas?
—Jeff...
Él levantó las manos en un simulacro de disculpa.
—Lo siento. ¿Está bien? Siento lo que acabo de decir, y siento lo que
sucedió la otra noche. Estuve fuera de lugar, pero esto no es fácil para mí. Me
importas, y realmente creo que estaríamos bien juntos. Y estoy preocupado.
Este chico... Nunca lo mencionaste antes. Estuvo fuera de control. Tal vez tuvo
algo que ver con el tiroteo. Incluso podría haber sido el objetivo. ¿Cuánto sabes
de él?
—Suficiente. —Cruzó los brazos sobre su pecho.
—Tal vez no. —Levantó un teléfono—. Encontré esto fuera de tu casa.
Estoy bastante seguro de que pertenecía al tipo que arrojó la roca a mi
parabrisas. Podría haber sido él.
—¿Crees que Luca se escondió detrás de un arbusto para arrojar una
piedra a tu parabrisas, que escapó, y luego regresó unas horas más tarde en 96
un Maserati para llamar a mi puerta?
La presumida expresión de Jeff vaciló.
—¿Quién más? Te deseaba. Estaba en la zona. Debe haber estado
acechándote y se puso celoso cuando nos vio juntos.
—Tenía su teléfono con él en mi casa. Yo lo vi.
—Tal vez compró otro, o tal vez tenía dos teléfonos.
Miró el hermoso ramo de flores en el escritorio y luego al teléfono en la
mano de Jeff, pero no pudo relacionar a un hombre que podía ser tan atento
con un hombre que se escondería detrás de los arbustos y lanzaría una piedra
al auto de Jeff.
Luca no era del tipo de esconderse.
Quiero penetrarte.
Era directo.
Abre tus piernas para mí.
Cuando quería algo, no dejaba que nada se interpusiera en su camino.
Jeff lo enojó, y le dio un puñetazo.
—Eso suena loco —dijo ella.
—Oye, lo siento. —Jeff puso una mano en su hombro—. No iba tras él o
algo. Solo estaba tratando de atrapar al tipo que destrozó mi auto, y encontré el
teléfono.
—No fue él. —Se inclinó y respiró el fresco perfume de las rosas.
Jeff se encogió de hombros.
—Tal vez. Tal vez no. He estado tratando de descifrar la contraseña, pero
tiene seis dígitos, así que voy a ver si alguien en el laboratorio de crímenes
puede ayudar. Tan pronto como sepa a quién pertenece, te lo diré.
Después de irse, Gabrielle encontró un jarrón en la sala de descanso y
acomodó las flores en su escritorio antes de enviarle un mensaje de texto con la
foto a Luca.
Gabrielle: Creo que alguien allanó todas las floristerías de la ciudad.
Luca: ¿Te gustaron?
Gabrielle: Son hermosas. Gracias.
Luca: Un placer.
Gabrielle: Son mis colores favoritos.
Luca: Lo sé.
Ella rio. Podía ser presumido incluso por texto.
Gabrielle: Además de haber estado en mi habitación, ¿cómo lo supiste?
Luca: Tus bragas. 97
Sus mejillas se calentaron cuando recordó que había cómo preparaba su
bolsa antes de ir a su casa. No sabía que estaba poniendo tanta atención.
Gabrielle: ¿Perdiste tu teléfono la otra noche?
Luca: Si lo hubiera hecho, no te estaría enviando mensajes de texto. ¿Por
qué?
Gabrielle: Te lo diré la próxima vez que te vea.
Luca: Quiero verte ahora.
Se rio de nuevo. Tan impaciente, y, sin embargo, se sentía bien ser tan
deseada.
Gabrielle: Estoy en el trabajo.
Luca: Después del trabajo.
Gabrielle: Voy al gimnasio. Tengo que estar en forma para detener a los
criminales que se robaron mis bienes.
Luca: ¿Qué te pones en el gimnasio?
Hmm. Luca el sucio. Revisó sus fotos hasta que encontró una de la final
de diez kilómetros que había corrido para ganar dinero para el centro de
adicción local. No era su mejor foto, pero su cabello húmedo estaba escondido
debajo de una gorra de caridad, y su sujetador deportivo iba a juego con los
pantalones cortos que eran su atuendo de entrenamiento habitual. Le envió un
mensaje de texto con la foto, y su respuesta llegó en un instante.
Luca: Atractiva. No te lo pongas en público.
Gabrielle: ¿Por qué?
Luca: Tendré que ir al gimnasio y pelear contra los chicos. Sé lo que estarán
pensando.
Su mano se deslizó en su camisa y se desabrochó los dos botones
superiores mientras se acomodaba en su silla.
Gabrielle: ¿Qué van a estar pensando?
Luca: Querrán penetrar a mi ángel.
Gabrielle: ¿Tu ángel?
Luca: Sei il mio angelo.
Dios, incluso las cosas que enviaba por mensaje de texto eran atractivas.
Miró alrededor para asegurarse que estaba sola en su cubículo, y deslizó su
mano más en su camisa para acariciar la parte superior de su pecho. Debajo
de su escritorio, separó las piernas, imaginando que él estaba allí, separando
sus muslos. Si alguien venía, pensaría que solo parecía que tenía calor y que
estaba tratando de refrescarse.
Sí, claro.
Luca: ¿Gabrielle? ¿Sigues ahí? 98

Gabrielle: Sí.
Luca: ¿Qué estás haciendo?
Era como si pudiera ver en su cabeza.
Por un momento, pensó en pretender que sus palabras no la habían
afectado, pero no vio ningún daño en ser honesta con él. Era directo, y en lo
que ella concernía, había sido honesto con ella.
Gabrielle: Ser traviesa.
Luca: ¿Con tu uniforme de policía?
Gabrielle: Sin uniforme. ¿Esa es una fantasía tuya? ¿Las mujeres en
uniforme?
Luca: Gabrielle en uniforme en su bonito cuarto rosa.
Gabrielle: No es un uniforme de fácil acceso.
Luca: Lo será cuando llegue a él.
El sudor perló su frente, y consideró seriamente ir al baño para aliviar el
palpitante dolor entre sus muslos. Pero ¿por qué estar sola en un baño cuando
podría tener lo real?
Gabrielle: ¿Estás libre esta noche? Suelo terminar del gimnasio alrededor de
las siete.
Luca: ¿Me estás pidiendo salir?
¿Una cita? Se habían acostado, les habían disparado estando juntos, y
compartieron detalles sobre sus pasados. Eso los llevaba al territorio de las
citas, pero no al de las relaciones. Tal vez podrían ser amigos con beneficios, o
amigos para tener sexo.
Algo que no involucrara emociones.
Gabrielle: Te pregunto si quieres tener sexo. No estoy en todo lo de las citas.
Luca: Quiero sacarte a una cita. Te recogeré a las nueve.
Gabrielle escribió algunas palabras en el motor de búsqueda en su
teléfono y las pasó a través de un traductor en línea. No sabía si tenía la
gramática correcta, pero parecía que sesso significaba sexo y fai destinado a
hacerse.
Gabrielle: ¿No fai sesso?
Luca: Ti scoperò fino a farti esplodere di piacere6.
Gabrielle: ¿Qué significa eso?
Luca: Algo travieso.

99

6 Te follaré hasta que explotes de placer.


Diez
—G
racias. —Paolo sonrió cuando el hada punk dejó caer
algunas monedas en su caja.
No había esperado que su disfraz fuera tan rentable.
Si el señor Rizzoli se enteraba que perdió su teléfono y lo convertía en un
hombre “perseguido”, cortando sus lazos con la mafia, tendría que recurrir a
fuentes alternativas de ingresos y rogar por tener un gran atractivo.
Había estado fuera de Vice, un metro bar en el centro de Las Vegas,
durante las pasadas dos horas, vigilando para el señor Rizzoli, y ya había
ganado veinte dólares.
No es que quisiera ser perseguido. A Paolo le gustaba todo sobre la mafia.
Le gustaba el respeto que recibían los mafiosos de las personas que conocían.
Le gustaba que tuvieran conexiones para conseguir las mejores mesas en 100
restaurantes, y los mejores asientos para espectáculos. Le gustaba que
condujeran autos con clase, y usaban ropa bonita. Podían hacer cosas que la
gente normal no podía. Alguien que se metía con un hecho hombre, con su
mujer o con su familia, esa falta de respeto era pagada de una manera que
significaba que nunca nadie se metía contigo de nuevo. Una vez que eras
hecho, tú y tu familia se volvían intocables. Ninguno se atrevía a meterse con
un hombre hecho.
Más que el dinero o el poder o el respeto, Paolo quería esa protección.
Quería caminar por la calle y saber que nadie podía tocarlo. Que su familia, si
alguna vez tenía una, estaría segura. Nunca se había sentido seguro en casa
con su padre abusivo e intimidante. Incluso después de haber aprendido a
defenderse, esa sensación de seguridad lo había eludido.
El señor Rizzoli podría darle la seguridad que anhelaba. Protegía a su
familia, a su equipo, y a su chica. Mira lo que paso después del incidente en la
casa de Gabrielle. El señor Rizzoli se había vuelto loco. Había llamado a una
reunión de emergencia con sus mejores soldados a las seis en punto de la
mañana siguiente y les había ordenado a todos obtener sus asociados en las
calles buscando a los tiradores.
Con su vasta red de contactos, el señor Rizzoli los identificó rápidamente
como asesinos albaneses, y en tres días había rastreado el bar donde se
ofrecieron en alquiler. El trabajo de Paolo era llamar al jefe si aparecían en el
bar esta noche.
Excepto que no tenía teléfono ni dinero para comprar un reemplazo.
La puerta de Vice se abrió y se cerró de nuevo. Dos hombres con
horrorosos halcones verdes7 pasaron junto a él sin siquiera reconocer su
presencia. Los hombres nunca parecían notarlo con este disfraz, pero las
mujeres siempre lo hacían. Esperaba que fuera porque veían algo atractivo
debajo de la ropa sucia que había elegido de una tienda de segunda mano.
Bajó el sombrero sobre su frente. ¿Michele Benni pensaría que era guapo?
A pesar de las reglas de su padre, había acordado salir a una cita con él, y esta
vez no sería una caminata a casa con su padre esperando detrás de la puerta.
La llevaría a The Look Out en la cima del lago Mead Boulevard. Podrían
sentarse en su auto escuchando música, y, con suerte, lo dejaría meterse bajo
su ropa.
Paolo negó, tratando de concentrarse. Tenía que demostrar que era digno
de ser al que el señor Rizzoli invitara a unirse a su equipo. Sus habilidades de
bloqueo eran un gran bono, pero su tendencia a cometer errores estúpidos y
sus problemas con la violencia y la sangre era algo importante. Paolo no sabía
cómo endurecerse. Cada vez que veía a alguien siendo golpeado, tenía visiones
de su madre acostada en el suelo de la cocina. Cada gota de sangre se volvía su
sangre, y era capturado con el mismo terror abyecto que había sentido esa
terrible noche, cuando pensó que estaba muerta.
Escuchó una risa, y dejó caer su cabeza cuando pasaron dos hombres, 101
conversando en un idioma extranjero. Ambos rechonchos, con el cabello rubio
recortado y gruesos acentos eslavos, coincidiendo con la descripción que Mike
le había dado de los tiradores albaneses. Uno de ellos arrogó un puñado de
cambio en el sombrero de Paolo y él dio un murmullo de agradecimiento
mientras empujaban la puerta de Vice.
Tan pronto como la puerta se cerró, Paolo agarró el cambio y corrió a
buscar un teléfono público de monedas. Si jodía esto, no sería “perseguido”,
sino que estaría muerto.

***

—¿Son ellos?
Mike gritó a Paolo sobre “Blitzkrieg Bop” de los Ramones y señaló a los dos
albaneses que había visto en la calle hace menos de una hora. Estaban
sentados en la barra, hablando con una mujer que tenía la mitad de su cabeza
afeitada y la otra mitad hacia arriba en una puntiaguda cresta azul. No es que
a los tipos les importara su cabello. Uno tenía la mano debajo de su falda, y el
otro en su pecho. Hombre, Paolo no podía esperar a tener veintiuno de verdad.
El gorila no había comprado su identificación falsa, pero Mike le había dado
algunos billetes y murmuró unas palabras, y Paolo tuvo su primer sabor del
cielo.
7 El corte halcón es un tipo de peinado semejante a la cresta mohawk, pero más discreto.
—Sí, señor. —Deseó desesperadamente saber lo que Mike le había dicho al
gorila, o cuánto dinero había cambiado de manos para allanar el camino.
Necesitaba aprender esas cosas si iba a unirse al equipo, aunque dudaba que
alguna vez pudiera intimidar a alguien con una mirada como lo hacía Mike.
—Quiero que vayas a la puerta de atrás —dijo Mike—. La vas a mantener
abierta cuando Little Ricky y yo salgamos con los albaneses, y luego vas a
asegurarte que nadie entra en el callejón. Se supone que Sally G estaría aquí,
pero fue detenido. ¿Crees poder hacer el trabajo?
—Sí, señor.
—Bien, chico. —Mike le dio unas palmaditas en el hombro—. Ahora vete.
Paolo se abrió paso a través de la multitud absorbiendo el ambiente del
oscuro y cutre bar, donde todo parecía pasar con drogas, fumar, o con una
mujer montando las caderas de algún tipo en el pasillo trasero mientras la
penetraba contra la pared. Estaba duro cuando llegó a la puerta, sus
hormonas adolescentes enloqueciendo con las escenas clasificadas como X
donde sea que mirara. Era malditamente mucho para él.
—¡Cuidado! Este tipo va a vomitar —gritó Mike por el pasillo, empujando a
uno de los albaneses frente a él, con una mano en la boca del tipo.
Paolo vio una pistola presionada contra la espalda del albanés cuando 102
Mike lo empujó.
Pasó a Paolo y salió al callejón. Little Ricky lo siguió con el segundo
albanés, y Paolo cerró la puerta detrás de ellos una vez estuvieron afuera.
Estaba en el callejón, con una mano en el picaporte para evitar que alguien
pudiera salir, su corazón palpitaba por la escena desplegándose frente a él.
El señor Rizzoli se apoyó en una pared de ladrillo, con los brazos
cruzados, mientras los dos albaneses estaban arrodillados frente a él. Algunos
de sus soldados y asociados de confianza estaban parados cerca. Paolo vio a
dos hombres más en un extremo del callejón, y una camioneta blanca
estacionada en la calle bloqueando la entrada opuesta. La furgoneta le dijo
todo lo que necesitaba saber, y su estómago se tensó. Aunque había estado
rondando a la mafia durante años, nunca había visto a un hombre golpeado, y
rezó para que el señor Rizzoli planeara golpearlos en otro sitio.
—Nombres —exigió Mike.
El más alto de los dos tragó.
—Soy Fatos. Mi amigo es Besnik.
—¿Albano? —preguntó Mike.
Ambos hombres asintieron.
—Escuché que te contratas a sueldo —dijo el señor Rizzoli la Fatos—. ¿Es
correcto?
La esperanza parpadeó en los ojos del tipo.
¿Pensaba seriamente que la mafia alguna vez contrataría su trabajo? La
mafia hacía todo en casa, trabajando en silencio y discretamente a menos que
hubiera un mensaje que quisieran enviar, y entonces lo hacían con estilo.
—Tal vez. Depende del trabajo.
Fatos se encogió de hombros.
—¿Cómo sabemos que no eres policía?
Mike golpeó la culata de su arma en la cabeza de Besnik, pegándole en el
lado.
La sangre brotó en su sien, y se puso a cuatro patas con un gemido.
—¿Los policías harían eso?
Fatos palideció, su piel se volvió casi translúcida en el callejón mal
iluminado.
—¿Quién eres?
—Somos los tipos con preguntas que vas a responder —dijo el señor
Rizzoli—. El lunes por la noche, ¿disparaste a una casa en el norte de Las
Vegas con un par de AK?
—¿Qué mierda? ¿Estás buscándonos para contratarnos, o no?
103
—Responde la puta pregunta —dijo Mike—. O voy a patear a tu amigo
hasta que tosa una jodida costilla.
—Sí, lo hicimos.
El señor Rizzoli agarró al hombre por el cabello y tiró de su cabeza hacia
atrás.
—¿Quién te contrató?
—No sé su nombre. —La voz de Fatos era tensa—. Estábamos en el bar,
haciendo saber que estábamos buscando trabajo, él se acercó a nosotros,
necesitaba un trabajo rápido, se ofreció a pagar sin preguntar, por lo que lo
tomamos.
—¿Cómo se veía?
El tipo se encogió de hombros.
—Cabello oscuro, ojos oscuros, tipo grande, un poco robusto. Se veía
como mexicano si me lo preguntas. O tal vez era italiano.
—¿No puedes ver la puta diferencia entre un mexicano y un italiano?
El tono de Mike retumbó con advertencia, pero Fatos claramente había
tenido suficiente, o tal vez estaba cansado de vivir.
—¿Qué diablos es esto? Si no estás buscando contratarnos, entonces deja
de jugar como la mierda.
—¿Juegos? —El señor Rizzoli clavó su puño en la mandíbula del tipo—.
¿Quieres jugar? Aquí hay uno para ti. ¿Sabes quién estaba en la casa cuando
disparaste?
—No. —Besnik se arrodilló—. Fue un trabajo de advertencia. Esperar
hasta que las luces se apagaran en la parte de atrás, luego disparar en el
frente.
—¿No? —El señor Rizzoli soltó a Fatos mientras continuaba hablando—.
Una mujer estaba en esa casa. —Golpe—. Mi mujer. —Patada—. ¿Y sabes
quién soy? —Puñetazo. Puñetazo. Puñetazo—. Da una puta mirada alrededor.
Los dos albaneses miraron a su alrededor.
El señor Rizzoli llevaba un impecable traje a medida, como de costumbre.
Mike estaba vestido casualmente en vaqueros y una camisa de manga corta.
Uno de los soldados tenía una gruesa cadena de oro alrededor de su grueso
cuello, una camiseta blanca y unos pantalones desgastados. Little Ricky usaba
un chándal como si estuviera de camino al gimnasio. No había nada, y todo
sobre ellos gritaba mafia, Fatos pareció confundido.
—Yo no…
—La Cosa Nostra. —Besnik maldijo en lo que Paolo supuso era albanés.
—Están con la mafia. Aceptaste un puto contrato para un golpe a la
mafia.
104
—¿Sí? Pues a la mierda. —Fatos escupió, su saliva aterrizó en la punta de
uno de los elegantes zapatos del señor Rizzoli—. Jodidamente no nos asustas.
Somos los que hacemos el trabajo que la mafia teme hacer. Chantajes,
ejecuciones, advertencias... cobardes que piensan que son demasiado buenos
para ensuciarse las manos. Nos necesitan, entonces, basta con este puto juego
y déjanos ir.
—¿Mike? —El señor Rizzoli estudió la saliva en su zapato.
—¿Sí, jefe?
—¿Acaso escupió en mi zapato?
—Sí, jefe. Lo hizo.
—¿Simplemente nos llamó... cobardes?
Little Ricky pateó a Fatos duro en las costillas y el estómago de Paolo se
revolvió. Oh, hombre. Esto iba a ser malo.
—Sí, señor —dijo Mike—. Nos llamó cobardes.
El señor Rizzoli se quitó la chaqueta, la dobló prolijamente y se la entregó
a uno de sus soldados.
—Mejor revisa sus bolas, Little Ricky. Cualquiera que nos llame cobardes
debe tenerlas de acero.
Little Ricky pateó a Fatos entre las piernas y éste se dobló, aullando.
—Sus bolas parecen algo suaves para mí, jefe. ¿Quiere echarles un
vistazo?
—Lo haría, pero mi zapato debe ser limpiado. —El señor Rizzoli se
desabrochó la corbata y se la entregó al soldado, mientras Little Ricky forzaba
la cabeza de Fatos hacia el suelo.
—Lo escuchaste —dijo Little Ricky—. Limpia su zapato. Usa tu lengua o te
dispararé en la maldita cabeza aquí mismo.
El corazón de Paolo latió tan fuerte que pensó que podría romperle una
costilla. Mentalmente le suplicó a Fatos que dejara de actuar como un idiota y
lamiera el zapato del señor Rizzoli. Tal vez si era cooperativo, el señor Rizzoli
podría dejarlo con una paliza.
Fatos lamió el zapato.
El señor Rizzoli cuidadosamente enrolló sus mangas. Le hizo un gesto a
Little Ricky para tirar de Fatos y luego estudió al ceñudo albanés.
—Le faltaste al respeto a mi chica. Y cuando le faltas al respeto a ella, me
faltas al respeto a mí. Y cuando me faltas el respeto, le faltas al respeto a mi
familia. Nadie le falta al respeto a mi familia. —El señor Rizzoli estrelló su puño
en la nariz de Fatos, y luego patadas y puñetazos como si hubiera estado
conteniéndose todo este tiempo—. ¿No comprobaste quién estaba en la puta
casa? ¿No conoces al hombre que te contrató? ¿Qué clase de imbéciles eres?
¿Quién se mete con una mujer? ¿Y quién te crees que eres llamándonos 105
cobardes?
—¿Qué quieres saber? —gimió Besnik—. Te lo diremos. Lo que sea que
quieras.
—Queremos saber qué tan alto podemos hacerte gritar —dijo el señor
Rizzoli.
Y entonces la paliza realmente comenzó.
Paolo entendió la forma en que la mafia funcionaba. Sabía que la Cosa
Nostra protegía a los suyos y ordenaba justicia por cada crimen para
asegurarse de nunca ser desafiada. Pero esta noche, se dio cuenta que el señor
Rizzoli lo había protegido de lo que realmente significaba pertenecer a la mafia.
Cuando alguien cruzaba la línea, el mensaje que se enviaba tenía que ser
entendido por todos los que lo sabían.
Besnik gritó, pero el ruido fue ahogado por el martilleo de la música
dentro del bar, la risa de la gente feliz dentro, y el constante zumbido del
tráfico en la calle. Sangre salpicó los zapatos de Paolo. La bilis se levantó en su
garganta. Antes de poder detenerse, se dobló y vació el contenido de su
estómago en el suelo. Con una mano en la pared de ladrillo al lado de la
puerta, vomitó y se deshonró a sí mismo una y otra vez.
Little Ricky lo miró y su rostro se torció de disgusto.
—Jesucristo. ¿Qué diablos? ¿Qué tipo de hombre eres?
Un mierda. Un perdedor. Débil. Igual que su padre había dicho cada vez
que golpeó a su madre para hacerle pagar por sus errores.
Tal vez Paolo hubiera podido sufrir por los insultos de Little Ricky, o la
decepción en el rostro del señor Rizzoli, o el hecho que no era tan fuerte como
otros de sus socios. Pero nunca podría hacer las delicias de los eventos que
sucedieron después.
Vencido por su debilidad, fracasó para llevar a cabo su deber de proteger
la puerta. Demasiado tarde, escuchó el crujido de las bisagras.
—Mierda. —Little Ricky levantó su arma, moviéndose para interceptar.
—Esto es tu culpa. —Papá pateó el cuerpo sin vida de mamá en el charco de
sangre del suelo, su mirada fija en un Paolo encogido en la esquina—. Te estaba
cubriendo. Ella pagó por tu error. Vivirás con esto por el resto de tu vida.
Asaltado por visiones del cuerpo de su madre, Paolo se fue, sus pies
golpearon por el callejón, hilos de vómito colgaban de su barbilla. Una cosa era
tener que presenciar la brutal paliza de dos asesinos contratados a sueldo que
habían hecho un gran mal trabajo para la familia Toscani. Pero no podía ver
morir a alguien porque lo jodería de nuevo.

***

106
Paolo redujo la velocidad a paseo cuando llegó a la esquina de East
Searles y Northeastern, y se dejó caer sentado en los escalones de cemento.
Había estado aturdido la mayor parte del camino a la mierda que llamaba
hogar. Se terminó. Su sueño estaba muerto. Nunca estaría en la mafia.
Con los codos sobre las rodillas, dejó caer su cabeza y se levantó en un
suspiro, asfixiándose con el olor fétido de la basura podrida. A estas altas
horas de la noche no había mucha gente en la calle y podía sentarse en la
oscuridad y ver las pocas e intactas luces de la calle parpadeando por encima.
Había decepcionado al señor Rizzoli a lo grande. Se había humillado a sí mismo
y se olvidó de vigilar la maldita puerta. Si el inesperado visitante era un civil,
Little Ricky no habría tenido más remedio que dispararle. La madre de Paolo
estaba en un hogar de cuidados porque lo había jodido. Pero esta vez, un
hombre inocente podría haber muerto.
No tuvo el coraje de llamar a alguien y descubrir qué sucedió. E incluso si
lo tuviera, estaba sin teléfono porque era un idiota, como decía su viejo.
—Oye, hermano. ¿Estás buscando algo especial?
Paolo reconoció a Crazy T, un miembro de la Boyz 22nd Street, y un
comerciante local de drogas. Antes de comenzar a trabajar para el equipo del
señor Rizzoli, había tomado un montón de droga y Crazy T había sido su
principal proveedor. Le gustaba cómo lo hacía sentir la droga: seguro de sí
mismo, guapo, como si estuviera en la cima de su juego.
Después de la advertencia del señor Rizzoli, la vez que lo atrapó, Paolo
borró el nombre de Crazy T de su teléfono y se mantuvo alejado de las fiestas y
de los amigos que fueron parte de esa escena, temeroso de poner en peligro su
futuro en la mafia. Los Toscani lo había mantenido lo suficientemente ocupado
en los años pasados para no extrañar estar drogado, pero nunca había caído
tan bajo como estaba ahora. Había terminado. Fue humillado. Estaba
desconcertado. Y, tan pronto como la mafia lo alcanzara, estaría muerto. ¿Por
qué no salir sintiéndose bien por última vez? ¿Por qué no adormecer el dolor?
—Sí. ¿Qué tienes?
Crazy T revisó la calle y vino hasta los escalones.
—Tengo dos bolsas. Solo dame cuarenta. ¿Está bien?
—Solo tengo veinte, así que tomaré una. —Le entregó el dinero y Crazy T
le pasó una bolsa de plástico clara. Era del tamaño de una tarjeta de béisbol.
Dentro había dos bolsas de papel de cera dobladas con un estampado en
rosa fuerte: “Etiqueta rosa”.
Incluso la cocaína tenía un nombre comercial.
—Te di un bono porque ha pasado un tiempo y es una buena mierda —
dijo Crazy T en respuesta a la pregunta no dicha de Paolo—. Es algo nuevo de
México.
—Gracias. —Metió la bolsa en su bolsillo. 107
—Todavía estaré por aquí, sí. Solo encuéntrame si necesitas más.
—Será solo una vez —dijo Paolo—. Tuve un mal día.
—Seguro, hermano. Lo que digas. Pero todos los que han probado esta
mierda han vuelto por más.
Paolo suspiró.
—Me quedé sin trabajo.
—¿Sí? —Crazy T ladeó la cabeza hacia un lado—. ¿Estás buscando ganar
algunos dólares?
—Podría ser. ¿De qué estamos hablando?
Crazy T empujó sus manos en sus pantalones demasiado grandes, tirando
de ellos hacia abajo hasta que Paolo pudo ver la pretina de sus Calvin Klein.
—Este nuevo material es tan jodidamente bueno que no puedo seguir el
ritmo. Podría presentarte a mi proveedor y podemos dividirnos el territorio.
Tomaría un porcentaje de lo que ganaras como tasa de buscador y obtendrás
toda la droga que quieras gratis.
—¿Gratis? —Sus ojos se agrandaron—. ¿Me estás jodiendo?
—No, hombre. —Crazy T se encogió de hombros—. Hay ríos de cosas que
entran a la ciudad, y el tipo principal es genial con nosotros respecto a tomar lo
que necesitemos siempre y cuando saquemos el producto. Ha estado enfadado
conmigo porque no puedo mantenerme al día con la demanda, por lo que sería
bueno tenerte a bordo.
Paolo nunca había tratado con drogas antes, pero ¿qué tan difícil podría
ser? No era un buen vendedor, demonios, no era bueno en nada, pero cuando
estaba drogado, tenía toda la confianza del mundo. Y conocía a muchos tipos
fuera de la mafia. Podría extender esa mierda y ganar mucho más dinero del
que hacía con los Toscani. Podría permitirse poner a su ma en el tipo de hogar
de cuidado donde iba la gente rica, y podría comprarse un buen auto para
poder sacar a las chicas con estilo. No tendría el respeto que tenían los
mafiosos, o el sentido de familia, y no tendría a cien tipos machacando un poco
para vengarlo si alguien le daba mierda. Pero ese sueño se había ido, y si el
señor Rizzoli perdonaba su vida, tendría que encontrar una manera de
sobrevivir. Tal vez llegara a ser bueno en eso. Tal vez incluso mejor que Crazy
T.
—Si estoy por aquí mañana, entonces estoy interesado.
—Llámame. —Crazy T ondeó su teléfono—. Llevará alrededor de una
semana organizar una reunión.
—Perdí mi teléfono. ¿Conoces a alguien que pueda conectarme?
—Seguro, hermano. Conozco a un chico. Compra teléfonos robados y los
envía al extranjero. Le dices qué quieres y te lo libera. Me dirijo en esa
dirección.
108
Paolo miró hacia la calle.
Tal vez sentarse en los escalones esperando ser golpeado no era la mejor
manera de pasar las que podrían ser sus últimas horas en la tierra. Un hombre
inteligente siempre estaba preparado, decía el señor Rizzoli. Paolo no era
inteligente. Y no era un hombre, todavía no.
Pero podría estar preparado para el golpe aplastante por venir. En el mejor
de los casos, podría ponerse en contacto con Crazy T y establecerse él mismo
como distribuidor. En el peor, llamaría a su madre y le diría adiós.
Once
—C
állate y bebe. —Cissy leyó el letrero sobre el pequeño
escenario mientras caminaban en Red 27, un conocido bar
de mala muerte en el centro de Las Vegas.
—Bueno, esto será una experiencia.
—No puedo creer que estés aquí, —gritó Nicole a Gabrielle sobre la fuerte
música—. Te va a encantar. —Sonrió ante el alto y musculoso amigo junto a
ella, que había cubierto su cabeza afeitada con un gorro de punto a juego con
su camiseta gris estampada con un lobo aullador—. ¿Qué te parece, Clint?
Gabrielle le disparó a Cissy una exasperada mirada mientras Clint, el Rey
de la Pornografía, le daba un aburrido encogimiento de hombros. Los viernes
por la noche se supone que eran de solo chicas, pero por alguna razón, Nicole
les había rogado que dejaran venir a Clint. 109
Gabrielle siguió a Nicole al bar con una nerviosa Cissy casi pegada a su
espalda, bordeando mesas gastadas llenas de góticos, ravers y un puñado de
hadas punk. Halcones y aletas de tiburón eran los peinados dominantes, entre
más brillante el color, mejor. Era el polo opuesto a lo que los turistas de Las
Vegas veían, desde las paredes decoradas con grafiti hasta los móviles en los
techos, y desde la ecléctica clientela a las escenas de clasificación X en las
mesas.
Se había resistido al anterior intento de Nicole de arrastrarla al bar de
mala muerte, incómoda con ser oficial de policía en un lugar conocido por
tener actividades ilícitas y alojar a una clientela de moteros, punks, mestizos
tatuados, y un extraño surtido de criminales.
Sin embargo, con su vida en picada, necesitaba una distracción. Luca no
se había presentado para su cita el miércoles por la noche y no había tenido
noticias suyas desde entonces. No solo eso, el departamento de robos estaba
demostrando ser un mayor aburrimiento y había agotado sus opciones para
tratar de ser reasignada al caso García. Cissy había sugerido ir de vuelta a
Glamour, pero después de lo ocurrido con Luca allí, decidió caminar sobre el
lado salvaje y echarle un vistazo al lugar favorito de Nicole para ir de fiesta.
Un inconformista hípster con un sombrero de punto verde saludó a Nicole
con un beso cuando llegó a la barra.
—Bienvenida de vuelta, amiga mía.
—¡King! Esta es mi amiga, de la que te hablé. La que he estado intentando
traer aquí por años. Y este es mi novio, Clint. ¿Puedes prepararles algo
especial?
King le dio un guiño.
—Cualquier cosa para ti, princesa.
Gabrielle miró a Clint de reojo.
No parecía molesto con el beso o el guiño de King. Imaginó a King
besándola frente a Luca y tuvo que aguantarse una risa. Luca era el hombre
más posesivo y protector que alguna vez había conocido. Sin duda, los labios
de King nunca llegarían a estar cerca de su mejilla.
—Tienes una clientela bastante ecléctica —dijo a King, agarrando un
taburete libre en la barra mientras Nicole, Clint y Cissy iban a buscar una
mesa.
—Mantiene las cosas interesantes. —Vertió tres tipos diferentes de alcohol
que parecieron ser mezclados al azar en gigantes jarras de cerveza y los
revolvió con una cuchara.
Gabrielle hizo una mueca cuando puso las espumosas bebidas marrones
en una bandeja para ella.
—¿Qué son esos? 110
—Especial del bar de mala muerte. —King sonrió—. Libera a la gente.
Encontró a sus amigos en una tambaleante mesa precariamente cerca de
la pista de baile donde todos parecían estar bailando con cualquier cosa menos
ritmo.
—¿Qué es esto? —Cissy probó la bebida y se estremeció—. Sabe como a
cien por ciento alcohol. ¿Es legal?
—No tiene nombre, pero te dará un zumbido en menos de cinco minutos.
Nicole tomó un gran sorbo y le dio un codazo al vaso de Gabrielle.
—Bebe y quema tus penas. Lo superarás.
—Tal vez debería haber pedido dos.
El desprecio de Luca no debería haberla molestado, pero lo hacía. Aunque
lo que tenían se suponía que era sobre sexo, había estado esperando verlo el
miércoles por la noche después de un día terrible en el trabajo, especialmente
debido a que Nicole estaba pasando la noche con Clint. Se había detenido en
una tienda de lencería y compró algo de sus fantasías más secretas, algo tan
rosa y femenino, todo arcos y cintas y encaje, que David se hubiera reído. Se
duchó, se afeitó, y se puso un pequeño vestido negro sobre sus ligas, medias, y
sujetador, junto con un par de tacones que Nicole había comprado la primera
vez que se había aventurado a salir después de la muerte de su esposo.
La anticipación había sido deliciosa. La humillación había sido una
píldora difícil de tragar.
Incluso ahora, no podía dejar de reñir con ella misma por dejarse llevar,
por ser la viuda patética y desesperada por encontrar el amor otra vez, que se
sentó en su casa toda la noche disfrazada esperando a un hombre que no tuvo
ninguna intención de ir.
Nacen para seducir, son criados para seducir, y mueren seduciendo a las
enfermeras del hospital.
Bueno, por las risitas y murmullos bajos que había escuchado del otro
lado de la cortina cuando estuvo en el hospital, eso no estaba lejos de la
verdad. Probablemente tenía a la floristería en su marcación rápida.
—Si te hace sentir mejor —dijo Cissy—, pensé que era demasiado intenso,
especialmente después de decirme cómo intentó golpear a Jeff. Es decir, ¿quién
hace eso?
—Ah. Clint lo hizo.
Nicole miró a Clint, que estaba viendo a dos hadas punk bailando juntas.
Su débil sonrisa hizo que el estómago de Gabrielle se apretara. Se encontraba
con Clint dos o tres veces en el año desde que Nicole estaba con él, y cada vez
le gustaba menos que la anterior. Particularmente no le gustaba lo sumisa que
Nicole actuaba a su alrededor. La Nicole que conocía no daba sonrisas débiles
o gestos tontos. 111
Era audaz y confiada, en cierto modo, Gabrielle siempre la había
admirado, pero esa sonrisa le decía algo más.
—Nunca nos dijiste sobre eso —dijo Cissy.
Nicole se encogió de hombros.
—Dos semanas después de empezar a vernos, fuimos a bailar con un
amigo suyo que se estaba quedando con él en una visita de Australia. Su amigo
me invitó y Clint le dio un puñetazo y lo echó de casa. ¿No es así, cariño?
La mirada de Clint se clavó en ella y se alejó.
—Sí. El maldito bastardo me robó mi amplificador.
—No fue solo por el amplificador —susurró ella—. Fue por mí. No quería
que su amigo tocara a su chica.
Gabrielle tenía la sensación de que no era sobre Nicole en absoluto; era
solo sobre el amplificador, como dijo Clint, pero no contradijo a Nicole. Su
amiga tuvo un comienzo difícil en la vida y había pasado la mayor parte de sus
años de adolescencia en cuidado de crianza. Si se sentía bien sobre la historia
de la manera en que lo creía, entonces Gabrielle no le diría lo contrario.
Durante la hora siguiente, conversaron sobre bebidas, exprimieron la
pequeña pista de baile cuando las melodías eran buenas, y trató de ahogar sus
penas cuando la banda punk de la casa subió al escenario.

***
—Los punk rockers no deberían intentar hacer shred8 —dijo Gabrielle
mientras sorbía lo último de su bebida. El alcohol finalmente se había llevado
su tensión, y podía respirar un poco más fácil con Clint lejos, en la barra—.
Incluso si están intentando ser irónicos. Y el hombre en el frente no sonaba
como Hendrix, y todo como si estuviera tratando de imitar a Jimmy Kimmel.
—Te estaba viendo bailar —Cissy le dio un empujoncito—. No podía
apartar sus ojos de ti.
Nicole se atragantó con su bebida.
—Date una oportunidad de superar a Luca. Solamente han pasado dos
días.
—Realmente estaba un poco enamorada de él. —Gabrielle tomó otro sorbo
y se dio cuenta que la mitad de su bebida había desaparecido—. Fue muy
diferente de David. Muy protector y posesivo. Peligroso y emocionante. —Puso
la mano en su cuello y se dio cuenta que no se había puesto el relicario desde
que Nicole se lo quitó en el restaurante de Luca. Todavía estaba en su tocador
al lado de la fotografía de David.
Cissy levantó una depilada ceja.
Siempre se veía perfecta, sin importar donde fueran. Esta noche, se había 112
vestido en elegante punk: un ajustado y bien formado vestido negro con
paneles de encaje estratégicamente colocados, botines y cadenas.
—¿Lo estás excusando por emocionarte y no responder a tus textos?
—No. Solo digo que nunca me había encontrado con alguien con tanta
personalidad y presencia. Está todo por ahí. Hace lo que quiere y jode las
reglas. Es muy refrescante después de pasar todo mi tiempo con tipos
respetuosos de la ley. Hace que quiera ser un poco mala.
—¡Deberías ser mala! —Los ojos de Nicole se iluminaron—. Deberíamos
ser malas juntas.
—Entonces tendrás que abandonar el peso muerto. —Cissy inclinó su
barbilla hacia Clint, ahora hablando con King en la barra.
—¿Qué está haciendo realmente aquí? Esta es la noche de chicas.
—Quería venir y echarle un vistazo al bar. —Nicole miró hacia la mesa—.
No estaba realmente... interesado... en escuchar un no como respuesta.
Antes que Gabrielle pudiera descubrir qué estaba pasando, sintió una
perturbación cerca de la puerta. Levantó la vista justo cuando la multitud se
separó para acomodar a un metro ochenta y seis de impresionante varón con el
ceño fruncido y a dos de sus igualmente formidables amigos.
—¡Oh, Dios mío! Es Luca.

8 Estilo de ejecución de instrumentos con un alto nivel de complejidad, técnica y velocidad.


—¿Cómo supo dónde estabas? —Cissy frunció el ceño—. Es un acosador o
te está vigilando, ambos de los cuales son ilegales, debo agregar.
—No creo que a un chico así le importe demasiado lo que es ilegal y lo que
no. —Nicole empujó hacia atrás su silla, y le dio a Cissy un gesto de cabeza no
muy sutil.
—Voy a ayudar a Clint en la barra. ¿Quieres venir, Cis?
Cissy vaciló.
—Sus amigos son... eh... —Se lamió los labios—. Podrías quedarte y
saludarlos. Ser educada. La cortesía es buena.
La mirada de Nicole se dirigió a los dos hombres que estaban a la espalda
de Luca, casi como sus guardaespaldas, y sus labios se curvaron en una
sonrisa.
—Si Clint no estuviera aquí, también sería educada.
Luca descendió como un huracán. Un magnífico huracán como para caer
muerta. A Gabrielle le gustaba en traje, pero le encantaba en los vaqueros
gastados que usaba esta noche, junto con una apretada camiseta Affliction y
chaqueta de cuero. Parecía duro de una manera más deliciosa.
—Luca. —Solo decir su nombre le hacía cosas extrañas a su estómago—. 113
¿Qué estás haciendo aquí?
—Tú estás aquí. —Parecía curioso e irritado a pesar de que era el único
irrumpiendo en la fiesta.
—No recuerdo haberte invitado. —Se inclinó hacia atrás, jugando sus
cartas, como si no hubiera tenido el equivalente a seis bebidas en dos horas, y
la música no estuviera golpeando a través de su cuerpo, como si las personas
no estuvieran queriendo tener sexo a su alrededor, y no estuviera pensando en
hacerlo en el rincón más oscuro del bar, y revivir su experiencia de Glamour
otra vez—. Siempre pareces arruinar nuestra noche de diversión del viernes.
Estoy aquí con Nicole, su novio y Cissy. —Hizo un gesto hacia su babeante
amiga—. Recuerdas a Cissy.
Luca apartó su mirada de ella para darle a Cissy un asentimiento, y luego
presentó a sus amigos.
—Mike y… eh... Rick.
—¿Chicos, tienen sed? —preguntó Cissy—. Me dirigía al bar.
Ambos miraron a Luca y él les dio otro asentimiento.
—Adelante. Les avisaré cuando nos vayamos.
—Gracias, jefe.
Gabrielle los miró irse. El más alto de los dos tenía el cuerpo de un
boxeador, todo músculo grueso y fibroso, su cabello corto militar. Su amigo
igualmente robusto compartía las oscuras facciones de Luca, pero no su
sentido de estilo. Los recordaba del restaurante, pero en ese momento había
pensado que eran amigos.
—¿Jefe? ¿Trabajan para ti?
Luca cruzó los brazos sobre su pecho.
—En cierto sentido.
Sintió que el tema estaba cerrado para discusión, y pasó a la pregunta
más importante de su presencia en el bar.
—¿Cómo me encontraste?
—Tu vecina. —Le tendió la mano, pero ella no hizo ningún movimiento
para tomarla—. Me detuve en tu casa para verificar el trabajo que los
contratistas habían hecho y vi a Max en el patio de al lado. Fui a verlo. Hablé
con la señora Henderson. Mencionó que vendrías aquí.
—Es así de entrometida. —El alivio la inundó ahora que sabía que no
estaba acechándola y que su presencia aquí tenía una explicación racional—.
Le gusta saber dónde estamos, a pesar de que puede contactarnos por teléfono.
Nicole piensa que está reviviendo su juventud a través de nosotras.
—Se preocupa por ti —dijo él—. Creo que estaba preocupada que vinieras
aquí. 114
—Parece que no he sufrido daños hasta el momento. —Se encogió de
hombros, bebió un sorbo de los restos de lo que había bebido demasiado
rápido—. Y creo que ambos sabemos que puedo cuidarme sola.
—Ven. —Hizo un movimiento brusco con sus dedos como esperando que
saltara y aceptara su oferta—. Quiero hablar contigo fuera, donde pueda
escuchar mi voz.
—Y yo quería una cita la otra noche. Supongo que ambos estamos
decepcionados.

***

Jesucristo.
Tenía que sacarla de aquí. Si alguien que lo conociera los veía juntos,
ambos estarían en peligro. La solución fácil sería marcharse. Después de todo,
se había prometido a sí mismo que terminaría con ella después de atrapar a los
dos albaneses que dispararon en su casa, y ahora estaban en alguna cuneta
del desierto, con un mensaje para la jodida mafia albanesa indicando que se
habían metido con la chica equivocada.
Se sintió como un bastardo por haberla dejado, y peor por no responder a
sus textos, pero era lo mejor. Lo más seguro para ambos.
Y, sin embargo, esta noche, se había encontrado en su auto, conduciendo
por su calle, diciéndose que estaba allí para verificar el trabajo que los
constructores habían hecho en su casa. Cuando vio a Max en el patio de la
vecina, se sintió obligado a investigar. Y cuando se enteró que había venido a
Red 27, envió un mensaje a Mike y a Little Ricky para encontrarse con ellos
aquí.
Red 27 no era un buen lugar para policías.
—Surgió algo —dijo rápidamente, en respuesta a su advertencia.
—¿Fue algo que paralizó tus dedos para no poder llamar o enviar un
mensaje de texto? —Apretó los labios y suspiró—. No importa. Se suponía que
no era nada serio. Querías terminarlo, y se acabó. Estoy bien con eso.
No era buena con eso. Podía verlo en la forma en que bajó la cabeza para
enmascarar la decepción en sus ojos.
Y, si era honesto consigo mismo, tampoco él era bueno con eso. Se detuvo
en una silla a su lado cuando quedó claro que no iba a irse con él.
—Era trabajo.
—¿El restaurante?
—Mis otras operaciones comerciales. Y, para ser honesto, fui un idiota.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándolo. 115
—¿Esa es una disculpa?
—Nunca he admitido ser un idiota antes.
Sus labios se levantaron en las esquinas.
—Te perdiste de algo especial en mi casa.
—Cada momento contigo es especial.
Tomando su oportunidad, entrelazó los dedos a través de los suyos y le
apretó la mano.
—Deja que te saque de aquí y te lo compense.
Ella negó, pero su rostro se ablandó y no tiró de su mano.
—Estoy aquí con mis amigas.
Luca la levantó de la silla y la puso sobre su regazo.
—¿Tendré el placer de cuidarte hasta que estés lista para irte?
—Tengo la sensación de que no es el único placer que quieres esta noche.
El calor chisporroteó entre ellos, y la apretó contra sus caderas.
—Podría complacerte aquí y nadie se daría cuenta.
—Hmmm… —Ella miró hacia una pareja apenas oculta de sus ilícitas
actividades en un rincón sombreado del bar—. Parece nuestro tipo de lugar.
Dio Mio.
Su pene estuvo duro en un instante. Tenía que sacarla de aquí. No solo
por el riesgo de ser reconocido, sino porque estaba a un segundo de aceptar su
oferta.
¿Quería ir por ese camino de nuevo? ¿Qué haría si averiguaba que había
cumplido su promesa que los tiradores nunca la molestarían de nuevo? ¿O si lo
conectaba con los dos albaneses muertos en el desierto? ¿Dónde estaría su
lealtad? ¿Podría elegir a Luca, o elegiría la ley? Tal vez había sido demasiado
rápido para confiar en ella. No había revelado que era policía hasta que tuvo
que hacerlo. Por lo que sabía, su historia podría ser solo eso, una historia, y
había estado encubierta desde el principio.
En su negocio, no se podía ser demasiado cuidadoso. Por eso tenían una
regla sobre asociarse con policías y era el por qué los asociados no podían
convertirse en hombres hechos hasta que habían estado con la familia por diez
años. Pocos policías renunciaban a diez años de su vida para unirse a la mafia,
aunque el ex socio de confianza, Big Joe, había sido uno de esos pocos. Era
mucho más fácil enviar a una mujer encubierta, especialmente al mafioso que
lo más probable es que cayera en sus encantos.
—¿Luca?
Su suave voz lo sacó de sus oscuros pensamientos, y su cuerpo respondió
al dulce ángel en sus brazos, la mujer que lo retorcía en nudos, que lo 116
desafiaba, que lo excitaba, y lo arrastraba de vuelta por más. El deseo chispeó
en sus entrañas.
Nunca pensó que se sentiría atraído por una mujer asertiva, pero entre
más sabía de ella, más la deseaba. Gabrielle nunca sería aplastada por sus
demandas y necesidades. Nunca cedería cuando estuviera equivocada. Era
fuerte de la manera que necesitaba que una mujer lo fuera. Pelearía hasta la
muerte por la gente que quería, y no tenía miedo de usar su arma.
Durante los años posteriores a la muerte de su padre, Luca luchó para
demostrarse a sí mismo que era digno. Digno de la confianza de su jefe. Digno
de la Cosa Nostra. Digno de la familia que quería proteger. Pero cuando estaba
con Gabrielle, no tenía que demostrar nada.
Ella era una seguidora de las reglas, abierta y honesta, valiente y fuerte.
No había pretensión con Gabrielle. Y sentía su autoestima en su perdón,
comprensión y aceptación. Veía la esencia de quién era, sin mancha por el
legado de su padre o por la cruel traición de Gina, y le daba coraje ser ese
hombre, un hombre que podría hacer lo que fuera necesario para proteger a su
mujer. Ella lo hacía preguntarse si, todos estos años, había estado
intentándolo demasiado duro. Tal vez solo tenía que verse a sí mismo como
digno para que otros lo aceptaran. Quizás necesitaba confiar, creer que no era
hijo de su padre, y otros lo harían, también.
—¿En qué estás pensando? —Ella apretó las caderas contra su pene, duro
como una roca debajo de sus pantalones.
—En ti. —La besó ligeramente en los labios.
—Muy honesto —bromeó ella—. No necesitas pensar en mí. Estoy aquí.
¿Estaría allí cuando descubriera la verdad? No había sido honesto con ella,
no sobre quién era o cómo vivía su vida. ¿Podría serlo ahora? ¿El castigo por
romper la omertà sería peor que el castigo por asociarse con una policía? ¿Podría
confiar en ella? Había confiado en Gina, y casi lo había destruido.
He estado esnifando esta mierda por años, justo debajo de tu nariz.
Lo follé a cambio de droga.
Nunca me amaste.
Matteo no es tuyo.
Perdido en una vorágine de emociones, Luca envolvió sus brazos alrededor
de la mujer que lo mantenía anclado al suelo.
—Creo que aquí está bien. —Ella se movió contra él, sus pechos
presionados contra su pecho, mientras giraba sus caderas contra su eje.
La lujuria alejó el último de sus pensamientos en asuntos que no
implicaran quitar su ropa y enterrar su pene profundo dentro de ella.
—Ese es un comportamiento altamente inapropiado para un lugar
público, detective Fawkes —murmuró. 117

Ella levantó la vista y le dio una sonrisa astuta.


—Entonces será mejor que encontremos un lugar privado. Creo que vi lo
que necesitamos en el pasillo trasero. Incluso tiene puerta.
Doce
—H
mmm… —Luca miró alrededor del polvoriento armario de
almacenamiento en el pasillo trasero de Red 27—. Creo
que deberíamos tener sexo en el bar como todos los
demás.
—Nunca he tenido sexo en un armario antes. —Gabrielle se presionó en
su contra—. Y de esta manera seremos legales. —Era la solución a medio
camino entre su necesidad de seguir las reglas y su necesidad de romperlas.
Curvó la mano en su cintura y la atrajo más cerca.
—Las cosas que quiero hacerte no son legales en ningún sentido de la
palabra.
Gabrielle sonrió, estudiando su bello rostro en la tenue luz.
118
—Soy virgen de armario. Sé gentil. —Acarició su cuello, le mordió el lóbulo
de la oreja y deslizó una mano en su nuca hasta su espeso cabello jugando con
él entre sus dedos. Incluso el olor a moho del armario no pudo enmascarar su
aroma, whisky y colonia con un toque de peligro.
—No lo haré. —Bajó la cabeza y tomó sus labios en un beso exigente, su
lengua enredándose con la de ella, empujando hacia adentro, tomando el
control mientras sus dedos se clavaban en su trasero. Dios, podía besar. Sus
bragas estaban mojadas y cada vez más húmedas cuanto más áspero se volvía.
—Joder, eres un pedazo caliente de trasero. —Sus groseras palabras la
inflamaron. Debajo de la capa civilizada, era crudo y salvaje, y quería más.
Palabras más sucias. Un manejo más rudo. Más hematomas por besos. Quería
ser maltratada. Quería su cuerpo duro entre sus muslos. Quería estar dolorida
mañana para que cada vez que se moviera lo recordara dentro de ella.
Quería herir, sentir, vivir.
Y este hombre podría darle todo eso.
Con una mano, agarró la hebilla de su cinturón, con la intención de
quitarlo, pero antes de poder moverse, Luca capturó sus muñecas sujetando
sus brazos detrás de ella de nuevo, haciéndola arquearse y ofrecerle sus
pechos para su placer.
—Me gusta verte así. —Sosteniéndola firme, la empujó contra la pared y
frotó su pecho contra sus pechos haciendo que sus pezones se pusieran como
picos debajo de su ropa y su clítoris palpitaba.
—¿Cómo? —La palabra salió en un aliento jadeante.
—Mojada. Deseosa. Haciendo lo que te digo que hagas. —Saqueó su boca,
su lengua barrió adentro, degustando, probando, reclamando. Con sus manos
bloqueadas y su boca devastada por su beso, ella se deshizo por dentro y dejó
escapar un gemido.
—Puedes hacerlo mejor que eso. —Liberó sus manos para quitarle el
vestido, dejándolo caer al suelo—. Quítate el sujetador y las bragas. Quiero
penetrarte solo con esas botas.
La mirada de Gabrielle se dirigió hacia la puerta. Él había bloqueado el
anticuado pomo cuando llegaron, pero si alguien tenía llave, no habría modo de
ocultar lo que estaban haciendo, no había opción a colocarse la ropa
rápidamente. Incluso en la penumbra, solo pasaba un leve parpadeo a través
de las grietas en la puerta, ella brillaría como un faro si estaba desnuda. Y eso
la llevaría a la humillación profesional.
—Ahora, Gabrielle.
Ante su suave orden, se sobresaltó.
Este era el lado de Luca que la asustaba. No porque pensara que la
lastimaría, sino porque su lado dominante la excitaba tan ferozmente que no
sabía dónde dibujar la línea. El sentimiento de ser controlada la hizo dudar, 119
indecisa sobre si debería saltar. Emprendedor más allá de su vacilación, la
liberó del sujetador de encaje negro y continuó deslizando sus bragas por sus
caderas, saliendo de ellas cuando llegaron al suelo.
—Sei bellissima —susurró antes que tuviera tiempo de preocuparse por
estar tan completamente expuesta.
Presionó sus labios contra los de ella, y luego hizo un camino de besos por
su cuerpo, lamiendo el hueco de su clavícula, la hinchazón de sus pechos.
Jugó con sus pezones con la lengua y dientes mientras tomaba y apretaba sus
pechos con sus manos cálidas.
Fuera tocaban Las Muñecas de Nueva York, y en zumbido hizo vibrar las
escobas contra la pared, y latas y botellas bailaron ligeramente en los estantes.
Luca se quitó la camiseta, y la mirada de Gabrielle se deslizó por su
cuerpo, admirando las cicatrices de su herida de bala, su magnífico tatuaje,
sus pectorales y abdominales cincelados, y las formas que estaban sujetas a su
cuerpo.
—Llevas muchas armas. —Tenía dos pistolas enfundadas a su espalda, y
un cuchillo en cada lado—. ¿Hay algo que deba saber sobre el negocio de los
restaurantes?
—Es un mundo peligroso. —Sus ojos se estrecharon mientras se
desabrochaba el cinturón—. La gente es intransigente cuando se trata de
buena comida italiana.
Ella se lamió los labios cuando se bajó la cremallera y liberó su pene de su
restricción.
—Este también es un mundo peligroso.
Luca dio un gruñido bajo de satisfacción.
—¿Te gusta lo que ves, bella?
Su eje era enorme y grueso desde la base a la cabeza en forma de ciruela.
Perfecto.
Quería eso, lo deseaba, deseaba terminar esta lenta burla y sentirlo
profundo dentro de ella.
—Sí.
Algo primitivo y posesivo se encendió en sus ojos.
—Tócame.
Envolvió la mano alrededor de su pene, piel lisa sobre acero rígido. Era un
amante muy seguro, crudo, y totalmente en control. Ella estaba hambrienta de
tenerlo a su merced una sola vez y volverlo tan salvaje como la volvía él.
—Más fuerte.
Calor se acumuló en su vientre mientras bombeaba arriba y abajo de su
endurecida longitud, imaginándolo dentro de ella. 120
—Me vas a tomar, ángel. —Enredó la mano en su cabello y tiró de ella—.
Todo dentro del calor de esa pequeña vagina. Voy a hacerte sentir dolor dentro,
así, cada vez que te muevas mañana, recordarás que estuve dentro de ti.
El deseo corrió a través de ella, poniendo su sangre en llamas.
—Dios, me encanta cuando hablas sucio.
—Eso es porque eres un ángel travieso, y debajo de toda esa dulzura, eres
tan sucia como yo. —Apartó la mano de su pene y se arrodilló delante de ella,
jugando con la suave redondez de su vientre con la lengua antes de moverse
más abajo para soplar un aliento caliente sobre su montículo. Gabrielle se
puso tensa de anticipación por su boca dirigiéndose donde quería que fuera,
pero se saltó su palpitante clítoris y pasó su lengua a lo largo de su muslo
interno.
—No. —Ella pasó la mano por su cabello, separando las piernas sin pena
ni vergüenza—. Lámeme.
—Shhh, ángel. —Mantuvo los labios abiertos y pasó su dedo alrededor de
su entrada, deslizándolo lentamente hacia su clítoris—. No estás a cargo aquí.
Ella gimió de frustración, sus manos se apretaron en su cabello. Luca
mantuvo la mirada sobre ella mientras deslizaba un dedo hacia arriba por un
lado de su clítoris. Sus músculos internos se tensaron mientras deslizaba su
dedo por el otro lado.
Nadie le había prestado tanta atención a su vagina, y nunca había estado
en el borde por tanto tiempo.
—Giorno e notte sogno solo di te9.
Oh, Dios. La electricidad chisporroteó bajo su piel, haciendo las
sensaciones que estaba creando tan intensas que apenas podía respirar.
—Te dije que no me hablaras en italiano. Ya estoy muy excitada.
—No te estoy hablando a ti. —Levantó su pierna derecha, colocándola
sobre su hombro, abriéndola para él. Besó el suave pliegue detrás de su rodilla
y luego trazó un camino cálido y húmedo por el interior de su muslo con
lamidas ligeras de su lengua. Murmuró de nuevo en italiano, y luego empujó
un dedo grueso dentro de ella.
—Ahhhh… —Muy bien. Necesitaba calmar el ardor en su vientre y se
recostó contra la pared—. Luca Rizzoli. No estabas hablándole a mi vagina.
—Planeo hacerle muchas cosas a tu vagina. —Retiró su dedo y lo
reemplazó con dos—. Incluso las vaginas necesitan atención.
Con un brazo envuelto alrededor de su cadera, la sostuvo quieta, hundió
sus dedos profundamente mientras jugaba con su clítoris, lamiendo el tierno
manojo de nervios, pero nunca donde lo necesitaba.
—¿Qué dijiste? —susurró, mientras la necesidad de correrse aumentó en 121
un crescendo, subiendo y bajando al ritmo de los perezosos chasquidos de su
lengua sobre su clítoris.
—Es un secreto entre tu vagina y yo. —Murmuró de nuevo en italiano, la
vibración de sus labios y su lengua envió ondas de deseo a través de su núcleo.
Se agarró a su cabeza, moviéndose contra él, tratando de obtener solo una
lamida de su húmeda y caliente lengua directamente en su clítoris.
—No me gustan los secretos.
—Algunos secretos te mantienen a salvo. —Clavó los dedos en su trasero,
sosteniéndola en su lugar mientras jugaba con ella de la forma más íntima.
Luca tenía secretos. Incluso después del tiempo que habían pasado
juntos, sabía muy poco sobre él. ¿En qué otras empresas estaría involucrado?
¿Quiénes serían sus amigos en el restaurante y por qué no hablaba de ellos? ¿Y
quiénes eran los chicos con los que estaba ahora? ¿Por qué lo llamaban “jefe”?
¿Cómo el propietario de un restaurante pagaba un Maserati y un ático en una de
las zonas más elegantes de la ciudad, y cómo consiguió que el dueño de
Glamour le diera su dirección?
Apartó esos pensamientos a un lado, decidida a disfrutar este tiempo con
él.
La ley tenía un término para una situación en que la sospecha se
despertaba al punto donde una persona veía la necesidad de averiguar más,

9 Día y noche solo sueño contigo.


pero deliberadamente elegía no hacer preguntas a fin de mantenerse
inconsciente: ceguera deliberada.
Y en la penumbra del armario de escobas del Red 27, con la lengua de su
amante entre las piernas, la oscuridad en su corazón fue reemplazada con
calidez y luz, por un dulce olvido al alcance, Gabrielle elegía ser
intencionalmente ciega.
—Oh, Dios, Luca. Haz que me corra —susurró mientras su cuerpo
temblaba.
—Io sono tua, bella. Per te farei di tutto.
—Traduce —exigió.
Su boca, caliente y húmeda, se cerró en su clítoris, catapultándola al
orgasmo. Ella agarró su cabello, y su gemido gutural sonó en sus oídos
mientras un placer exquisito la bañaba en ola tras ola de intensa sensación.
—Soy tuyo, mio angelo. —Presionó un suave beso en su montículo—.
Haría cualquier cosa por ti.

***
122
No sabía dónde mirar, quería memorizar cada detalle. Sus regordetes
labios brillantes. Sus hermosos ojos azules. Sus senos hinchados coronados
por pezones rosas. Su vagina caliente, rosada y húmeda.
Incapaz de esperar un segundo más, sacó un condón de su billetera y se
cubrió mientras se levantaba.
—¿Lista para mí, bella? —Agarró su trasero y la levantó hasta sus
caderas. Ella cerró las piernas alrededor de él, apoyándose contra la pared con
los antebrazos sobre sus hombros. No se dio cuenta de lo que ocurría hasta
que fue demasiado tarde. Tan pronto como sintió su suave y resbaladiza
entrada sobre la cabeza de su pene, terminó. Con un suave gemido, inclinó sus
caderas y se sumergió en el interior de ella.
Dio mio. Ella estaba tan caliente. Muy apretada. Tan mojada. Su cabeza se
giró, su largo cabello fluyendo sobre sus hombros, cubriendo la cicatriz en su
pecho. Sudor perló su frente, y respiró hondo el sofocante aire. Había luchado
contra su deseo tanto tiempo que no pudo retenerse, y la quería con él.
De nuevo. Era codicioso por sus gemidos de placer. Quería sentir su
vagina apretándose a su alrededor, quería escuchar sus gritos.
—Oh, Dios. Fóllame, Luca.
Cediendo a su primitiva necesidad, entró en ella, golpeándola contra la
pared, alternando empujes con golpes firmes de sus dedos sobre su clítoris.
Escuchó pasos en el pasillo, sintió la vibración baja de Green Day en “Wellcome
to Paradise” machacando los altavoces, respiraron el aroma del sexo y la
fragancia de flores silvestres que ahora inextricablemente estaba atado a ella.
El paraíso, en efecto.
La penetró en un frenesí, como un animal en celo, acariciando su cuello,
mordiéndola en el hombro, desesperado ahora por el clímax que flotaba fuera
de su alcance. Estaba fuera de control, su visión borrosa, todo su cuerpo
concentrado en la exquisita y sensual mujer en sus brazos.
—No te detengas. No te detengas.
No, no se detendría. No podía parar. Incluso si Frankie abriera la puerta y
le pusiera una pistola en la cabeza, no dejaría ir a esta mujer. Bombeó dentro y
fuera, más duro, más profundo, más rápido. Pero fue la ondulación de su
vagina contra su pene lo que envió un escalofrió por su cuerpo. Su pene se
sacudió violentamente dentro de ella. Sus bolas se encogieron, se apretaron, y
echó hacia atrás la cabeza, gimiendo cuando el placer estalló en su espina,
temblor tras temblor hasta que la presión cedió.
Apoyó su frente contra la de ella, jadeando. Había follado a muchas
mujeres, de muchas maneras. Pero nunca así, furioso, desesperado, atrapado
en una vorágine de emoción. La quería en su cama y en su vida, amaba y
odiaba que fuera policía, deseó que hubiera una manera en que pudieran estar
juntos que no terminara con él en el fondo del lago Mead vistiendo un par de
los zapatos especiales de cemento de Frankie. 123

Empujando sus oscuros pensamientos a un lado, rozó sus labios sobre los
de ella, necesitando algo más, alguna conexión. Ella gimió suavemente, y
deslizó su lengua en el calor acogedor de su boca.
—Me gustó eso —dijo en voz baja, alejándose—. Me gusta duro.
Gustar parecía una palabra demasiado suave para el sexo salvaje y áspero
que hacía temblar el suelo.
Intoxicante, tal vez. Adictivo.
Ella era adictiva. Y todo en lo que pudo pensar tras su liberación fue:
¿Cuándo podría tener su próxima descarga?

***

—Necesito un poco de aire. —Con la ropa enderezada y el cabello peinado,


Gabrielle abrió la puerta del armario. Aunque el pasillo no era mucho mejor
que su travieso escondite, necesitaba unos minutos para recuperarse después
de otra alucinación mental por su ilícito encuentro.
—Por aquí. —Luca tomó su mano y la condujo por el estrecho pasillo.
Empujó la puerta de salida, sosteniéndola con una mano mientras sacaba
su teléfono y enviaba mensajes de texto con la otra—. Solo les decía a los
chicos dónde estamos —dijo cuando ella levantó una curiosa ceja.
Instantáneamente se sintió culpable por no hacer lo mismo, pero antes de
poder sacar el teléfono de su bolso, escuchó la voz de Nicole en el callejón.
—Solo estaba hablando con él, Clint. Eso no fue nada.
—Lo deseabas. Querías acostarte con él. Lo vi. —La voz enojada de Clint
envió un escalofrío por la espina de Gabrielle—. Eres una puta.
Gabrielle se congeló en la puerta, reteniendo a Luca con una mano, sin
querer entrometerse, pero cautelosa sobre dejar sola a Nicole con Clint en una
rabieta.
—Solo te deseo a ti, nene. —La voz de Nicole se elevó a un gemido
suplicante—. Vamos a volver y a tomar un trago.
—Me humillaste ahí —gruñó Clint—. Tienes que aprender a no hacerlo de
nuevo. Debes saber a quién perteneces. Ahora voy a tener que castigarte.
Sabes que no me gusta hacerlo, Nic. ¿Por qué siempre me obligas a hacerlo?
—No lo sé. Lo siento. Por favor, simplemente no me golpees donde mis
amigas lo vean.
La bilis se elevó en la garganta de Gabrielle. No solo con la idea que Clint
estuviera a punto de golpear a su mejor amiga, sino con el sonido de la voz de
Nicole, totalmente en un inusual gemido derrotado que le hizo preguntarse si
era la Nicole que conocía. 124

—Por favor…
—Cállate. Sabes que mereces esto.
Gabrielle se estaba moviendo incluso antes de escuchar el crujido de
carne contra carne.
Golpeando la puerta y abriéndola, corrió hacia el callejón solo para ver a
Nicole retroceder contra la pared por la fuerza del golpe de Clint. ¿Cuánto
tiempo había pasado esto? ¿Por qué Nicole no se lo había dicho? ¿Qué tipo de
amiga era que no lo había sabido?
—No, bella. —Luca gritó detrás de ella, pero nada podría detenerla ahora,
ni siquiera los malditos tacones que estaban golpeando en el pavimento
manchado con cerveza derramada, vómito, colillas y goma de mascar.
—Maldito bastardo —gritó—. No te atrevas a tocarla otra vez.
Gabrielle aplastó su puño contra la mandíbula de Clint. Clint la superaba
por al menos cuarenta kilos, pero había derribado a chicos más grandes
cuando trabajaba en la calle, y Clint no era un criminal acostumbrado a la vida
en las calles. Sus golpes fueron duros y concentrados, diseñados para
incapacitarlo rápidamente y con el mínimo esfuerzo, pero cuando cayó sobre
sus rodillas, no pudo parar. Ira, frustración, y su odio a sí misma por haber
estado tan envuelta en su dolor que no notó que Nicole estaba sufriendo, le
exigió más.
—Detente. —Luca apareció tras ella, envolviendo sus brazos alrededor de
su cuerpo, fijándolos a sus costados—. Está acabado. Tienes que retroceder.
—Suéltame. —Se retorció en su agarre, pero él la sostuvo rápido.
—Eres oficial de policía. No puedes hacer esto. Esta no es tu forma. —La
urgencia en su voz perforó el velo de ira que cubría su visión. Parpadeó, vio a
Clint gimiendo en el suelo, sangre goteaba de su nariz.
El horror reemplazó a la ira cuando se dio cuenta que había perdido el
control. Horror, y astillas de traicionera satisfacción.
Se estremeció en los brazos de Luca.
—La golpeó. Golpeó a Nicole. Y no es la primera vez. Irá a la cárcel por
esto. Voy a asegurarme que reciba de lleno la fuerza de la ley.
—Cuida a tu amiga. —La liberó—. Me ocuparé de él.
Gabrielle corrió hacia Nicole y la ayudó a sentarse. La sangre goteaba de la
comisura de su boca, y Gabrielle buscó en el bolso de Nicole un pañuelo de
papel para limpiarla.
—Dios, cariño. ¿Estás bien?
Nicole soltó una risa amarga.
—Supongo que ya sabes que estoy acostumbrada.
125
—Lo siento mucho. —Se arrodilló al lado de Nicole y la abrazó—. He
estado tan envuelta en la muerte de David y buscando a su asesino, que no
estuve allí para ti. Pero lo estoy ahora. Lo arrestaré y haré que venga un auto
patrulla para llevarlo a la estación. Enfrentará un cargo de violencia doméstica
no solo por esta noche, sino…
—No quiero eso. —Nicole negó—. No quiero que vaya a la cárcel. Estaba
molesto. Se calmará y todo estará bien. Siempre lo siente después que ocurre.
Las cosas estarán bien si no lo arruino de nuevo.
Gabrielle se congeló, su pulso palpitó a través de sus oídos. Como policía,
había tratado con muchos casos de abuso doméstico. Entendía el ciclo de
violencia. Después de un incidente abusivo como este, habría un período de
recuperación en el que el abusador se disculpaba y prometía parar. Siguiendo
eso, había un período de calma hasta que la tensión crecía de nuevo. Nicole
solo había estado con él por un año. Podía salir del ciclo. Solo necesitaba
ayuda.
—Es un delito menor. Pasará unos días en la cárcel y recibirá una multa,
servicio comunitario, y tendrá que ir a asesoramiento...
—Estará muy enfadado —susurró Nicole—. Me lastimará peor que antes.
—Podemos obtener una orden de protección.
—No entiendes… —Lágrimas gotearon por sus mejillas—. No le importará.
Me ama. Querrá estar conmigo.
—Gabrielle. —Luca levantó a Clint del suelo, manteniéndolo inmóvil con
un brazo torcido detrás de su espalda—. Ella está en lo correcto. Multas,
asesoramiento y servicio comunitario: las soluciones que ofrece la ley no lo
detendrán. Conozco a hombres así, y solo hay una forma de lidiar con ellos.
Tus amigos son mis amigos. Me aseguraré de que entienda que nadie se mete
con mis amigos.
Gabrielle se puso de pie.
—Así no es como funciona esto. Hay un proceso, un sistema. Será
arrestado y obtendrá cargos. Tendrá que enfrentar a un juez en la corte.
Tendrá un registro criminal. La consejería y el servicio a la comunidad lo
ayudarán a entender que lo que hizo está mal y, con suerte, será disuadido de
hacerlo de nuevo.
Saboreó la mentira mientras las palabras caían de su boca. En los casos
de violencia doméstica, rara vez la teoría se aplicaba a la práctica. Había sido
llamada una y otra vez a las mismas casas donde había arrestado a hombres
por abuso doméstico. Luca tenía razón. La mayoría de los abusadores no se
detenían. Una vez que tenían ese sabor de poder, ni siquiera la amenaza de la
cárcel los disuadía.
—¿No quieres protegerla? —preguntó él.
—Por supuesto que sí. Proteger a las personas es mi trabajo. Pero tengo 126
que trabajar dentro de la ley para ver que se haga justicia.
Su mirada se posó en Nicole y sus ojos se suavizaron.
—Vemos la justicia de forma muy diferente. Si fuera por mí, este bastardo
sufriría diez veces más de lo que la hizo sufrir, y aprendería que no hay
segundas oportunidades.
—No depende de ti. —Gabrielle cruzó los brazos sobre su pecho—. Y ser
un justiciero no es la forma de manejar esto. Estaría agradecida si pudieras
sostenerlo hasta que llegara la policía, pero eso es todo lo que quiero que
hagas.
Él apretó la mandíbula, pero sostuvo a Clint mientras ella llamaba a la
policía. Parte de ella entendía su enojo. Hacía solo unos minutos, quiso más
que nada poder vencer a Clint tal como él había hecho con Nicole. Quería verlo
roto y gimiendo en el suelo. Quería el tipo de justicia que Luca le había
ofrecido, la justicia que realmente había estado buscando cuando ingresó al
almacén buscando el asesino de David. Justicia que no tenía nada que ver con
la ley.
Trece
C
on una taza de café del tamaño de un lunes en su mano, Gabrielle
abrió el primero de las docenas de nuevos archivos de casos en su
escritorio. Los fines de semana eran la hora pico para pérdidas y
propiedad robada, y los otros investigadores en el crimen de celulares habían
conseguido algunas pistas. Miró la página, sin ver, su mente volvió a la noche
del viernes. Luca y sus amigos se habían ido justo cuando la policía llegó, y
Cissy la apoyó cuando Nicole les dio su declaración. De vuelta en casa,
después de insistir con mucha gentileza, Nicole finalmente se abrió sobre Clint
y su abuso, haciendo a Gabrielle aún más decidida a obtenerle la ayuda que
necesitaba y asegurarse que Clint fuera procesado en la mayor medida posible
por la Ley.
Incapaz de concentrarse, caminó por el pasillo para hablar con los
detectives que manejaban la investigación del tiroteo en su casa. El detective 127
principal fue un buen amigo de David, y habían socializado a menudo con él y
con su esposa. Después que David muriera, se apartó de todos los que le
recordaban momentos felices juntos, y ahora se daba cuenta de lo aislada que
se había vuelto. Tal vez esta aventura con Luca era simplemente sobre ella
encontrando su lugar en el mundo de nuevo, explorando los extremos.
Luca era un extremo. Era casi el total opuesto a David y a los otros
agentes de policía que conocía. Y, sin embargo, se sentía bien cuando estaba
con él. Contenta. Viva. Excitada. Le había dado una razón para levantarse de la
cama por la mañana que no tenía nada que ver con la venganza y todo que ver
con admirar el mundo a través de diferentes ojos.
¿Importaba que tuviera “amigos” en quiénes confiaba más que en el 911?
¿O que sus amigos eran todos italianos, que lo llamaban “jefe” y que parecía que
podían aplastar rocas con sus manos desnudas? ¿Importaba que siempre
supiera cómo encontrarla, o que llevara un arsenal de armas, o que se hubiera
ofrecido a enseñarle a Clint una lección que sabía en su corazón que nunca
aprendería de la mano de la Ley? ¿Quería cavar demasiado profundo?
La investigadora en guerra con la mujer no quería que la fantasía
terminara. Llegó a la puerta de la oficina justo cuando Jeff la alcanzó
corriendo, casi golpeándola.
—¡Gaby! —La agarró por los hombros para evitar que cayera—. Solo venía
a verte. ¡Encontraron a los tipos que dispararon a tu casa!
Ella frunció el ceño ante su extraña elección de palabras.
—¿Los encontraron? ¿Cómo supo alguien dónde estaban? Planeaban
arrestarlos. ¿Lo hicieron?
—No. Averiguaron que están muertos y un camionero encontró sus
cuerpos al lado del camino en el desierto.
Un escalofrío recorrió su espalda y suavemente se liberó de su agarre.
—¿Cómo saben que fueron ellos?
—El equipo de investigación consiguió un número de matrícula de uno de
tus vecinos que coincidía con una huella de neumático encontrada fuera de tu
casa. Las cámaras de vigilancia captaron a los tiradores hacia el este desde tu
vecindario, y su auto apareció de nuevo en el video de vigilancia de una
estación de servicio a unas veinte cuadras. El laboratorio de criminalística
armó el ID. El residuo de la pistola en sus manos coincidía con las balas que
fueron encontradas en tu casa, y el laboratorio identificó un poco de la tierra
en sus zapatos como la de tu césped. Esos tipos realmente patearon su trasero.
Su estómago se retorció en un nudo.
—¿García estuvo detrás?
Negó, cruzó los brazos, tirando de su camisa azul apretada sobre su
amplio pecho.
128
—No. Bien, quizás. El equipo de investigación envió las imágenes
internamente y los chicos de crimen organizado reconocieron a los tiradores.
Eran asesinos albanos que trabajaban por encargo.
—Entonces, ¿crees que García los contrató para un golpe?
—Gaby… —Extendió la mano y metió un mechón de cabello suelto detrás
de su oreja. Su exceso de familiaridad la hizo sentir incómoda, especialmente
después de dejar claro dónde estaban con respecto a su amistad, y se alejó.
—Hay una complicación —dijo, acercándose a ella de nuevo—. Crimen
organizado se hizo cargo del caso.
—Pensé que CO solo lidiaba con cosas de la mafia.
—Los albaneses no solo murieron —dijo Jeff, su rostro tenso y duro—.
Fueron golpeados, y... —Vaciló, llenando el silencio con un dramático
movimiento de cabeza—. Lo que se les hicieron, es algo que solo ves en la
mafia.
—No lo endulces —estalló—. ¿Qué les pasó?
—CO tiene fotos. No creo que las palabras puedan hacerles justicia.
Tuvo una sensación de malestar en el estómago, y echó un vistazo por el
pasillo hacia la seguridad de su cubículo. El trabajo policial había sido el sueño
de Patrick, no el suyo. Solo pudo soportar el ritmo de trabajo porque pensaba
que podía cambiar al mundo, y le daba algo para compartir con David.
Narcóticos había sido un medio para un fin. Pero había descubierto que los
intrincados problemas involucrados en el trabajo de investigación eran muy
parecidos a los rompecabezas que disfrutaba. Y esto era un rompecabezas que
estaba suplicando ser resuelto.
—Bueno, veamos. —Siguió a Jeff a la sala de CO y saludó al detective a
cargo.
Pizarras llenas de tablas y diagramas cubrían las paredes, pilas de
archivos y algunas computadoras antiguas estaban en las mesas en el centro
de la habitación.
—Hay tantas organizaciones criminales en la ciudad que tuvimos que
solicitar una habitación para hacer un seguimiento de todas ellas —dijo el
detective, llevándola a una pizarra blanca en la pared del fondo—. Este tablero
es para la mafia italiana. Un montón de gente piensa que la muerte de Anthony
Spilatro marcó el final de la larga carrera de la mafia italiana en Las Vegas,
pero no es el caso. Hace unos veinte años, las grandes familias de Nueva York
enviaron a sus muchachos a iniciar nuevas facciones para obtener un punto de
apoyo en la ciudad de nuevo, y ahora están en la segunda generación.
Jeff puso lo que asumió era una reconfortante mano en su hombro. Apretó
los dientes, no queriendo molestarlo y perder la oportunidad de obtener la
información que no estaba segura de querer realmente. El detective a cargo era
amigo de Jeff, y estaba pasando su tiempo explicándole la situación como un
favor a él y no a ella. 129

—Hay tres grandes familias criminales italianas en las Vegas, los Falzone,
los Cordano, y los Toscani —explicó el detective—. Cada familia en las Vegas es
una facción de una familia de Nueva York mucho más grande. Los Toscani, por
ejemplo, son parte de la familia criminal Gamboli. Las tres familias de las
Vegas han estado en pelea por el control de la ciudad durante años, pero
realmente se acaloró este año, cuando alguien disparó a los tres jefes y dejó a
las familias en un vacío de poder. Los Toscani se dividieron en dos facciones
con dos primos, Tony y Nico Toscani, luchando para hacerse con el poder, por
lo que, efectivamente, hay cuatro familias de delincuentes ahora.
Gabrielle dio un suspiro de alivio.
No había Rizzoli. Tal vez su imaginación solo estaba trabajando tiempo
extra.
—Oye, ¿estás bien? Supongo que esto no es lo que viniste a ver. —Jeff se
movió para alejarse y ella lo agarró del brazo.
—No. Es muy interesante. Me gustaría escuchar más.
—Tenemos la estructura establecida aquí —dijo el detective apuntando a
una tabla en la pizarra—. El jefe de Nueva York y su administración finalmente
están a cargo de la facción, pero cada facción tiene la misma estructura. El Don
está a cargo, seguido por su subteniente y su consiguiere, que generalmente es
un alto consejero, y debajo de ellos están los capos, que generalmente se
conocen como “Jefes”. Cada capo tiene una cantidad de soldados que trabajan
para él, y los soldados tienen asociados, que son los únicos en la organización
que no son hombres hechos. Es como una pirámide con asociados haciendo la
mayor parte del trabajo, todos llevándose un porcentaje de las ganancias, y los
patrones cosechan las recompensas.
Gabrielle estudió la tabla.
—Tienes un montón de signos de interrogación en los niveles de la parte
superior.
—Eso es porque todo se sacudió por el triple homicidio. —Señaló una lista
de nombres al lado de la pizarra—. No estamos seguros de quién está en qué
papel ahora. Tuvimos a un agente encubierto en la familia del crimen Toscani
por diez años, dándonos información, pero desapareció hace aproximadamente
dos meses.
Los signos de interrogación eran buenos. Le gustaban los signos de
interrogación. Y no vio el nombre de Luca en ninguna parte del tablero. Solo
porque era italiano, y tenía amigos que lo llamaban jefe, y creía en la justicia
por propia mano, no significaba que estuviera en la mafia. De este día en
adelante, no haría generalizaciones sobre las personas en función de su
herencia de etnia.
—¿Quieres ver esas fotos ahora? —preguntó Jeff.
Gabrielle tragó. 130
—Um. No. No creo que pueda soportarlas.
El detective se rio.
—Bueno, si cambias de opinión sobre las fotos, asegúrate de verlas en un
momento donde tengas vacío el estómago. Las víctimas estuvieron en el
desierto un par de días antes que un camionero los encontrara el viernes por la
noche.
—Entonces… —Se le secó la boca—. ¿Fueron asesinados el miércoles? —
La noche en que Luca la había dejado plantada por razones de “negocios”.
—Pon o quita un día.
—No te ves muy bien, Gaby. —Jeff rozó los nudillos sobre su mejilla—.
Están muertos. No tienes que preocuparte más por ellos.
No tienes que preocuparte.
Haría cualquier cosa por ti.
Vemos la justicia de maneras muy diferentes.
Necesitaba ver a Luca. La ceguera deliberada solo funcionaba hasta que te
quitabas la venda.

***
—Me estoy muriendo aquí. En el suelo. Muerta.
—Mamá. Lo siento. —Luca gimió en el teléfono y le hizo un gesto a Mike
para que golpeara en la puerta de Glamour nuevamente. Little Ricky no había
sido visto después de su última visita a Jason, y Luca quería comprobarlo para
asegurarse que Jason no estuviera jugando con ellos.
—Te perdiste la iglesia el domingo y la cena familiar. —Su madre soltó un
suspiro—. Mis amigos, mi familia, incluso el sacerdote, se acercaron a mí y me
preguntaron si estabas muerto. Pero ahora que te escucho, sé que no lo estás.
Simplemente tengo un hijo que no tiene respeto. No rezas, no vienes a la
iglesia. ¿Cuándo fue la última vez que te confesaste?
—Si entrara al confesionario, estaría ahí por un año. —Luca le hizo señas
a Mike para que disparara a la cerradura. Nadie estaba alrededor tan temprano
en un miércoles por la mañana, y estaba demasiado nervioso para perder el
tiempo rompiendo la puerta. Su breve altercado con Gabrielle fuera de Red 27
le había abierto los ojos al hecho que se acercaban a lo que veían como una
amenaza en dos muy diferentes e irreconciliables formas. Ella era policía. Él
estaba en la mafia. Incluso si no estuvieran participando en lo que era
esencialmente una relación prohibida, estaban en lados opuestos de la ley.
Y, sin embargo, cuando estaba con ella, no importaba. Ella trabajaba
como policía, pero su trabajo no la definía. Había mucho más de Gabrielle que 131
la insignia que llevaba, tenía fuerza, valor, y determinación. Había estado
profundamente conmovido por la ferocidad con que la defendió a su amiga.
Había rescatado a Max, se preocupaba por su vecina mayor, y se apartó de sus
propios sueños para darle algo a su padre para vivir y poder salvar a otras
familias del sufrimiento. Era una protectora, igual que él, y eso no venía de su
insignia, sino de su corazón.
Luca nunca había considerado tener una relación con ninguna mujer
después de Gina, ni se había imaginado querer algo más que probarse a sí
mismo digno de la confianza de la familia Toscani y restaurar el honor de su
apellido. Pero nunca había imaginado a una mujer como Gabrielle.
Como hombre de acción, no tenía palabras para describir lo que le había
hecho, cuán profundamente se había incrustado en su corazón. Todo lo que
sabía era que el riesgo de estar separado de la mafia, de sus amigos, de su
sustento, de la cultura que definía su vida, palidecía en comparación con el
riesgo de perderla.
—¿Dónde está Paolo? —preguntó Mike sacando su arma.
—Le di un poco de tiempo para calmarse. —No sabía por qué la llegada
tardía de Sally G había enviado a Paolo a huir, pero esperaba no haber
asustado al chico para siempre—. Ve a la oficina de Jason. Iré cuando haya
terminado con mi madre.
—¿Luca?
—Sí, mamá. Lo siento. Estaba hablando con Mike. —Cubrió el receptor
para ocultar el sonido del disparo mientras su madre seguía hablando, algo
sobre su alma y el infierno y el perdón por sus pecados. Pero no había perdón
para un hombre con sangre en sus manos, incluso si las vidas que había
tomado eran lo peor de lo peor, criminales que merecían su destino. Tal vez era
por eso por lo que Gabrielle no lo había contactado en toda la semana. Tal vez
finalmente se había dado cuenta de quién era, y que los policías y la mafia no
se mezclaban.
—Dije que Matteo te extrañó el domingo —dijo su madre por teléfono
mientras empujaban la puerta a un lado. Mike se adelantó a la oficina de
Jason mientras Luca aseguraba la puerta para que no se notara que estaba
abierta.
—Estuvo muy triste por no ver a su papá —continuó ella—. Necesitas
pasar más tiempo con él.
Jesucristo. Su madre sabía cómo presionar sus botones y subir la medida-
de-su-culpa. Pero era católica, y la culpa corría en su sangre.
—Ma, pasé todo el sábado por la tarde con él.
La culpabilidad surgió dentro de él cuando recordó lo emocionado que
había estado Matteo al verlo, a pesar de que había aparecido horas tarde, y lo
triste que estuvo cuando lo llevó a casa temprano. Con el tiempo, se había 132
dicho a sí mismo que unas pocas horas no harían la diferencia. Matteo
necesitaba aprender a crecer fuerte e independiente. Necesitaba establecerse
con su nonna y dejar de desear un padre común que lo llevara a juegos de
pelota o montar en bicicleta en el parque o lanzara un balón con él. Luca
nunca había tenido ninguna de esas cosas, y había salido bien.
Ahora, sin embargo, simplemente se sentía como una mierda por el padre
que era. Y añadido a eso estaba toda la culpa y la jodida ansiedad sobre el
secreto que estaba escondiendo a Nico y al resto de la familia. Simplemente
debería alejarse de Gabrielle. Incluso si pudiera reconciliar la cosa de policía-
mafia y de alguna manera lograr que Nico doblara las reglas, sería malo para
ella, así como era malo para Matteo, y como había sido para Gina. No podía
amar. Gina había recurrido a las drogas porque no la amaba. No quería lo
mismo para Gabrielle.
¡Porca miseria10!
Pasó una mano a través de su cabello. Estaba de vuelta en la maldita
montaña rusa de nuevo. ¿Debería quedarse o debería irse?
—Viernes por la noche —dijo ella—. Necesitas recoger a Matteo a las
cuatro.
—Estoy trabajando, mamá. Los viernes y los sábados son nuestras noches
más ocupadas en el restaurante.
—¿Así que vas a cuidar de otra gente y no de tu hijo? —Su voz se elevó en

10
Expresión italiana, sería equivalente a ¡Maldita sea! en español.
tono, y tuvo que sostener el teléfono lejos de su oreja—. ¿Así es como te crie?
¿Para que abandonaras a tu familia? ¿Te abandoné cuando tu padre se fue y
nos dejó? Me haré las uñas con Josie el viernes y luego voy a salir con las
chicas. Tu chico te necesita. Quiere ser querido. Quiere ver a su padre.
—Está bien, mamá. —Luca suspiró. Era un capo de la mafia. Tenía un
equipo de más de cincuenta hombres trabajando para él. El mes pasado mató
a un par de albanos traficantes de drogas y los arrojó a un lago.
Cada semana golpeaba a chicos que no pagaban sus préstamos o estaban
tratando de meterse en su territorio. Pero le tenía miedo a su madre.
—No llegues tarde —le advirtió—. Es la noche de Josie. Su esposo estará
fuera jugando al póquer con sus amigos.
Aunque Luca respetaba a su madre, a menudo se desconectaba cuando
comenzaba a hablar de sus amigas, pero algo sobre Josie atormentaba la parte
posterior de su cerebro.
—¿Es la que se casó con un policía?
—Ella era policía —dijo su madre—. En un tiempo cuando no había
muchas mujeres en la policía. Su esposo, Milo, era un capo en Nueva York.
Gran escándalo. Fue un amor prohibido. Él casi muere por ella. Deberías
preguntarle sobre eso. La forma en que cuenta la historia. Muy romántico. 133
Un hombre casi muriendo por participar en un romance prohibido no
sonaba romántico para Luca.
—¿Por qué Milo no sucumbió?
—Fue perseguido —dijo, refiriéndose al castigo bastante misericordioso en
que un mafioso era desterrado y se le prohibía hacer negocios con cualquier
hombre hecho, en lugar de ser asesinado—. No sé cómo convenció al jefe que le
perdonara, pero lo hizo.
Luca dejó escapar un largo suspiro. Entonces era posible, pero a costa de
sus vínculos con la mafia, del honor de la familia, y de las empresas en el
negocio, todas propiedad de la mafia, mantenía su madre, su hijo y su
hermano drogadicto.
Terminó la llamada, prometiendo recoger a Matteo el viernes, y empujó la
puerta de la oficina, donde encontró a Mike con un grueso brazo alrededor del
cuello de Jason.
—Jason dice que Little Ricky estuvo aquí ayer para recoger la cuota
semanal.
Mike apretó su brazo y el rostro de Jason se volvió rojo.
—Traté de llamar a Little Ricky de nuevo, pero sin respuesta. ¿Quieres
cortar uno de sus dedos para ver si está diciendo la verdad?
—Déjalo hablar.
—No estoy mintiendo. —Jason tomó aliento—. Estuvo aquí. Le di el dinero
y se fue.
Luca estudió a Jason. El tipo era una comadreja, no había duda de eso.
Luca lo había revisado y descubierto que había sido condenado por cargos de
fraude cinco veces, se declaró en quiebra dos de ellas, y tenía mala reputación
con los usureros locales. Era una maravilla que todavía tuviera piernas. Pero
Luca estaba malditamente seguro de que no estaba mintiendo sobre darle el
dinero a Little Ricky.
—¿Viste dónde fue después de recibir el dinero? ¿O te dijo algo?
Jason se encogió de hombros.
—Dijo que cruzaría la calle y tendría una comida. Me preguntó si quería ir
con él, pero tenía llegando un camión de suministros.
Un escalofrío de advertencia se deslizó hacia la columna de Luca, y se
levantó, fingiendo una calma que no se sentía en lo más mínimo.
—Mike te dará su número. Contactarás con él si Little Ricky aparece de
nuevo o escuchas cualquier cosa sobre él. Si no lo encontramos, nos deberás el
dinero.
—Pero pagué —protestó Jason.
—Te diré lo que voy a hacer. —Luca le dio unas palmaditas a Jason en la 134
espalda—. Renunciaré al pago de protección y tomaré una pequeña parte de
las acciones de tu lugar. ¿Qué hay sobre eso?
Jason lo miró dudoso.
—¿Qué tan pequeña?
—Para ti, stronzo11… —Luca sonrió—. Minúsculo.

11 Idiota.
Catorce
—V
oy a estar en la mafia, como tú. —Matteo sonrió mientras
Luca abría el frente de la puerta de Il Tavolino. No había
parado de hablar desde que Luca le dijo que iba dejarlo
quedarse a dormir esta noche para compensar el sábado pasado. Culpaba a
Gabrielle. Ella había roto las paredes que había puesto alrededor de su corazón
y le había hecho creer que era capaz de sentir.
Ahora todo tipo de emociones se derramaban fuera. Emociones
incómodas, que incluían culpa. Matteo podría no ser su hijo biológico, pero en
todos los sentidos que importaban, y a los ojos de todos los que los conocían,
Luca era su padre. Necesitaba comenzar a mostrarle al niño algo de amor,
porque no quería que terminara amargado y enojado como Gina.
—Voy a usar trajes y a llevar pistolas y andar en autos caros, y personas
135
sofisticadas me van a dar su respeto y a llamarme Don Rizzoli.
—Soy dueño de un restaurante —dijo Luca uniformemente, luchando por
caminar en la fina línea entre la verdad y la mentira—. No digas a nadie lo
contrario. Sé que es más emocionante pensar que porque somos italianos,
somos parte de la mafia, pero no todos los italianos son mafiosos.
—Pero tú lo eres —dijo Matteo con entusiasmo—. Y Paolo quiere ser un
hombre de la mafia, también. Me dijo que quiere que estés orgulloso de él.
Luca lanzó una mirada interrogante sobre su hombro a Paolo. Lo
recogieron después del almuerzo para ayudar con la búsqueda de Little Ricky y
había estado casi hiperactivo, Luca pensaba que lo encontraría más contrito.
No estaba seguro de si el chico quería compensarlo porque estaba preocupado
de haberlo jodido, o simplemente feliz de verlos después de la semana que Luca
le había dado para refrescarse.
No es que le importara ahora mismo. Habían pasado tres días desde que
alguien había visto a Little Ricky. Su equipo había verificado hospitales,
cárceles, bares y restaurantes, también amigos y familia. Su auto todavía
estaba estacionado detrás del restaurante, su apartamento estaba intacto, y
nadie había llamado para pedir rescate. Little Ricky nunca había dejado de
traer un pago, y Luca había descartado la posibilidad que se hubiera ido a la
fuga.
Era un buen soldado y uno de los miembros más leales de su equipo.
Eso dejaba dos opciones: era un soplón y había ido a protección de
testigos, o había sido golpeado.
Luca envió a Paolo a su oficina y condujo a Matteo a la cocina. El
restaurante abría a media tarde los viernes, dándole solo el tiempo suficiente
para tener una charla con Paolo y hacer una inspección final antes que los
clientes llegaran.
—No hablamos sobre asuntos familiares fuera de la familia —advirtió a su
hijo.
—Omertà —dijo Matteo con perfecto acento italiano—. Sé al respecto.
Nonna dice que significa silencio. Tenemos que mantener todo secreto. Soy
bueno para mantener secretos, papá. No le dije a nadie que nonna me deja ver
El padrino con ella. Es su película favorita. Le gusta la parte cuando el hombre
acaricia al gato.
Luca hizo una nota mental para tener una charla con su madre acerca de
películas apropiadas para niños de seis años y acomodó a Matteo en un asiento
al lado de Mike.
—Dile hola al primo Louis. Vas a almorzar con él mientras estoy ocupado
hablando con Paolo. Asegúrate que no se coma todo en la cocina.
—¿Por qué llamas al primo Luis, Mike, y yo tengo que llamarlo Louis?
—Porque así es como es. —No quería que conociera a los mafiosos por sus
apodos. Matteo no tenía sangre Rizzoli, y aunque Luca fuera un padre para él, 136
no lo quería involucrado en su mundo. Era un civil, y tenía que tener una vida
civil.
—¿Es porque Mike es su apodo en la mafia? —preguntó Matteo,
demostrando que era mucho más consciente de lo que sucedía a su alrededor
de lo que Luca pensaba—. ¿Como Virgil El Turco Sollozzo en El Padrino?
Cristo.
Su madre tenía mucho que responder.
—Mikey Muscles es su apodo —dijo Luca, luchando por una explicación
que no revelara demasiado—. Lo obtuvo porque nunca falta al gimnasio.
Muchos muchachos quieren apodos, especialmente si no les gusta su
verdadero nombre. El nombre real del primo Frankie es Rocco, pero cuando se
mudó a las Vegas, quería un nuevo nombre, y consiguió quedarse con Frankie
Ojos Azules, porque los chicos descubrieron que le gusta cantar canciones de
Frank Sinatra.
—¿Qué pasa si quiero un nuevo nombre?
Luca frunció el ceño. Era tradicional para un hombre hecho nombrar a su
primer hijo por su abuelo. Como resultado, había seguido la tradición y
nombró a su hijo Matteo.
Gina odiaba el nombre, y al final, tuvo su venganza. Ningún verdadero
primogénito de sangre Rizzoli llevaría el nombre del abuelo.
—¿Qué hay de malo en Matteo?
—Me gusta, supongo —dijo Matteo—, pero no es tan genial como Mikey
Muscles.
Mike sonrió y golpeó puños con Matteo antes de dirigirse al refrigerador
para llegar al negocio de comer. Luca revisó su teléfono mientras se dirigía a su
oficina. Todavía sin mensajes de Gabrielle. Le había enviado un mensaje de
texto algunas veces desde el incidente de Red 27 pero no le había contestado, y
no la perseguiría por una respuesta. Los altercados en el callejón habían
destacado una diferencia fundamental entre ellos, una en la que necesitaba
pensar si iban a estar juntos.
Suponiendo que ella quisiera que estuvieran juntos.
Tal vez sintiera que sus diferencias eran irreconciliables y esta era su
forma de alejarlo.
—¿Qué pasa, jefe?
¿Qué pasa, jefe? ¿Qué diablos estaba mal con Paolo?
—Baja tus putos pies de mi escritorio y siéntate derecho. Cuando me
hables, lo harás con respeto o le diré a Mike que te enseñe un par de lecciones.
Luca se sentó al otro lado del escritorio y miró a su aspirante a socio
ahora contrito.
137
—Tenemos que hablar sobre qué sucedió la semana pasada. Pegar a
chicos no es algo que la mayoría de nosotros disfrute. Por eso tenemos a
hombres como Frankie. La Cosa Nostra toma a tipos como él y les saca la
jodida empatía a golpes hasta que no queda nada más que una fría y dura
cáscara. Pero, a veces, tenemos que ensuciarnos las manos. Cuando alguien se
mete con lo que es tuyo, tienes que hacerlo bien, especialmente si es tu familia
o tu chica.
—No volverá a suceder, señor Rizzoli.
—Tal vez lo haga, tal vez no —dijo, no comprando del todo la disculpa.
El lenguaje corporal de Paolo le molestaba, recostado en la silla, con los
brazos doblados detrás de la cabeza como si estuvieran discutiendo del tiempo.
—¿Quién sabe? Algunas veces el cuerpo tiene una puta mente propia,
pero en esta familia, sin importar cuán malas sean las cosas, no huyes. De
nada. Enfrentamos a nuestros enemigos mientras enfrentamos nuestros
miedos. Con la cabeza alta. Recuerda eso la próxima vez, y piensa antes de
actuar.
—Lo haré, jefe.
Algo no estaba bien. Generalmente Paolo se ponía rojo cada vez que era
castigado, y se encogía sobre sí mismo.
Siempre estaba desesperado por complacer y se quedaba casi inarticulado
cuando hacía algo mal. El chico frente a él decía todas las cosas correctas, pero
era tan indiferente que las palabras no sonaban ciertas. Se inclinó, a punto de
presionar el problema, cuando Lennie llamó a la puerta.
—Me voy, señor Rizzoli, pero tiene una visitante. Una dama. Estuvo aquí
hace unas pocas semanas con sus amigas. Dice que su nombre es Gabrielle.
Gabrielle.
Debe haber venido a disculparse por ignorar sus mensajes. Hizo un
esfuerzo para fingir que era solo otra de las muchas mujeres con las que había
tenido sexo que venían a suplicar por más, a la que fácilmente podría rechazar
con dulces palabras y disculpas murmuradas, y que nada podría interponerse
entre él y su familia criminal. Pero su pene no estaba escuchando. Y tampoco
su puto corazón. Ella lo poseía, y si alguien iba a rogar por más, sería él.
Envió a Paolo a la cocina y le dijo adiós a Lennie, tomándose su tiempo
para ralentizar los latidos de su corazón. Pero el esfuerzo se desperdició en el
momento en que caminó en el restaurante. Su sangre rugió cuando la vio de
pie cerca de la entrada. Llevaba pantalones ceñidos metidos en largas botas
negras de tacón alto, una camiseta roja ajustada y una chaqueta de cuero que
rozaba su cintura. Su largo cabello rubio estaba suelto y caía sobre sus
hombros en una cascada dorada que envió su mente a la noche en el armario
en Red 27 cuando había tomado ese cabello y…
—Necesito hablar contigo. —Ella movió su cabello, y él tuvo una imagen 138
vívida de esa belleza dorada repartida por su espalda mientras la penetraba
sobre su escritorio.
—Por supuesto, bella. Podemos hablar en mi oficina. —Ahí. Podría
hacerlo. Frío, calmado, desinteresado. El primer paso para separarse si el
precio del amor prohibido demostraba ser demasiado alto y había venido a
decirle adiós.
Ella cerró la distancia entre ellos hasta que pudo sentir el calor de su
cuerpo, oler la fragancia de su perfume. El sudor perló su frente, y apretó un
puño a su lado para no poner su brazo alrededor de ella y acercarla para un
beso.
—Solo vine a decirte que los dos chicos que dispararon a mi casa fueron
encontrados —dijo sin rodeos—. Están muertos.
No tuvo problemas para mantener su rostro suave y uniforme. Había
mentido a la policía antes, y podría hacerlo de nuevo.
—Me alegra saber que no te molestarán de nuevo.
Sus labios se presionaron juntos.
—Eran sicarios albaneses.
—Interesante.
—Jeff cree que fueron contratados por alguien más…
Luca entornó los ojos ante la palabra “Jeff” y no procesó nada de lo que
dijo después que el nombre del bastardo cayó de sus labios.
—¿Estuviste con Jeff?
—Trabajamos juntos. Bueno, no en el mismo equipo, ya. Todavía está en
narcóticos y yo ahora estoy en robos. Pero en la misma planta.
Mía.
Una ola de ira le inundó ante el pensamiento de Jeff en algún lugar cerca
de Gabrielle. No solo eso, la veía todo el día todos los días. Probablemente
pensaba en todas las cosas que quería hacerle en la cama mientras
almorzaban juntos. Cuando ella caminase por el pasillo, estaría viendo su
hermoso trasero, la forma en que su cabello bajaba por su espalda, sus
exuberantes curvas y sus largas piernas. Y si se volvía, Jeff miraría donde solo
la mirada de Luca debería caer...
Y ese fue el final de la fría calma y el jodido desinterés.
Le había dado su espacio durante una semana y ahora Jeff estaba
moviéndose en su territorio. Al infierno con las reglas y los riesgos. Al diablo
con los diez mandamientos de la mafia. La deseaba, y encontraría la manera de
hacerlo malditamente funcionar donde tuvieran un felices para siempre y nadie
terminara muerto.
—¿Sabes algo sobre cómo los albaneses terminaron en una cuneta? —
preguntó ella—. Tenían la corbata siciliana… 139
Un grito delgado y agudo la cortó. El corazón de Luca latió y no solo
debido a la pregunta que no estaba preparado para responder.
—¡Matteo! —Corrió hacia la cocina y empujó la puerta oscilante,
deteniéndose de golpe cuando vio a Matteo de pie frente al congelador de carne,
con el rostro blanco y los ojos muy abiertos. Mike y Paolo estaban parados
detrás de él en un estado similar.
—¡Papá! —Matteo corrió hacia él, arrojándose a los brazos de Luca.
Levantó a su hijo, sosteniendo al tembloroso niño contra él mientras caminaba
hacia Mike.
—¿Qué hay en el congelador? —murmuró.
—Little Ricky. —La voz de Mike vaciló—. Lo colgaron boca abajo, desnudo,
con la garganta cortada y la letra G tallada en su puto pecho. Ya llamé a
Frankie.
La bilis se elevó en la garganta de Luca cuando echó un vistazo al
congelador de carne, e incluso él se tambaleó hacia atrás.
Había considerado la posibilidad que Little Ricky hubiera sido un blanco
por el dinero que había recogido en Glamour, pero este no era el trabajo de un
ladrón ordinario, y no se trataba de dinero. Esto era personal.
—¿Qué está pasando? —preguntó Gabrielle desde la puerta.
—No es nada. —La despidió con la mano—. Ve a mi oficina. Paolo te
llevará allí. Tengo algo con lo que necesito tratar. —Le echó un vistazo a Paolo
todavía congelado en su lugar—. Paolo, lleva a Gabrielle a mi oficina. Lleva a
Matteo contigo y obtén un refresco y algo de biscotti, del tipo de chocolate que
le gusta. —Trató de bajar a Matteo, pero su hijo se aferró a él y no lo soltó.
—Está muerto. —El delgado cuerpo de Matteo se estremeció en sus
brazos.
¿Cuándo fue la última vez que sostuvo a su hijo? ¿Qué lo calmó? ¿Qué
limpió sus lágrimas?
Cristo. Era un padre de mierda.
—Papá, hay un hombre muerto en el congelador.
A Luca no le gustaba mentir a Matteo, pero no había forma que un niño
de seis años pudiera manejar ese tipo de trauma.
—¿Qué mes es Matteo?
—Octubre.
—¿Y qué época especial hay en octubre? ¿Que estás esperando? ¿Donde te
puedes disfrazar?
—La víspera de Todos los Santos.
Luca asintió.
140
—Y lo que viste es solo un truco de Halloween, el primo Louis lo estaba
probando para una fiesta. ¿Te acuerdas de la fiesta de la tía Angela el año
pasado? ¿En la que había esqueletos y fantasmas y falsos brazos y piernas
cortados? Esto es simplemente como eso. Está hecho de plástico.
Matteo dio un estremecimiento de alivio.
—Eso fue aterrador, papá. Parecía real. Incluso Paolo estaba asustado.
—El primo Louis es bueno con las bromas, pero no debería haber usado el
congelador de carne de papá, ¿o sí? Ahora no podré llevarte al parque porque
tengo que limpiar. A los inspectores de salud no les gusta cuando hay algo más
que carne en el congelador.
—¿El primo Louis será castigado?
—No. —Luca abrazó a Matteo con fuerza—. Haré que me ayude, y creo que
le diré que no lleve ese juguete a la fiesta de la tía Angela. Quédate con Paolo y
toma tu refresco, llamaré a la tía Angela para que venga y te lleve a casa.
Finalmente Matteo aflojó su agarre.
—Pensé que me quedaría contigo.
—Tendremos que hacer la fiesta de pijamas en otro momento. Resolver
esto me va a llevar un tiempo.
—Por favor, papá. —Grandes lágrimas gordas rodaron por las mejillas de
Matteo—. ¿Qué pasa si lo recuerdo cuando intente dormir? ¿Qué pasa si tengo
miedo? Por favor. Por favor, deja que me quede contigo. Empaqué mi bolsa y
todo. Traje a todos mis superhéroes y Transformers y libros para leer y nonna
me compró un nuevo pijama de Spiderman. Por favor, papá.
Casi podía sentir las ahora abatidas paredes agrietarse alrededor de su
corazón. Matteo había hecho esto antes, pero Luca nunca se había sentido tan
culpable como ahora.
Maldición. Antes de Gabrielle, realmente nunca había sentido nada, y
ahora sus emociones estaban fuera de control.
—Bien. Bien. Ve con Paolo y Gabrielle, y cuando termine te llevaré a mi
casa.
Debería haber imaginado que Gabrielle no se iría con ellos. No era una
mujer que era despedida fácilmente. Y como policía, tenía una nariz para el
crimen.
—¿Qué hay allí? —Señaló el congelador de carne.
—Nada que necesites ver. —Frente al congelador, bloqueó la puerta.
—¿Ese era tu hijo?
Luca asintió.
—Matteo. Tiene seis años.
—Dijo que alguien había muerto. 141

Mierda. No pararía, pero no podía dejar que una policía viera un cadáver
en su congelador. Llamaría y tendría a la policía pululando por todo su
restaurante. Habría preguntas, y eventualmente alguien sumaría dos más dos
y obtendría “mafia” como respuesta.
—Niños. —Intentó encogerse de hombros, receloso de darle información
que la pusiera en una situación de conflicto.
—Eres un terrible mentiroso. —Le apartó y entró por la puerta—. Si
alguien está muerto, necesito… —Se ahogó en sus palabras y jadeó—. Oh, Dios
mío.
—Vamos, bella. No necesitas ver eso. —Puso una mano en su hombro, y
ella se la quitó.
—No me digas qué puedo o no hacer, necesito verlo —espetó, su voz tan
cruda y gruesa de emoción que casi no la reconoció. Sacó su arma de debajo de
su chaqueta de cuero y se giró para enfrentarlo—. Tenemos que revisar el
restaurante.
—Gabrielle, ven a sentarte afuera. Estás en estado de shock...
—No estoy en estado de shock. —Su voz se apretó—. Sé quién hizo esto.
Todavía podría estar en el edificio.
Luca y Mike compartieron una curiosa mirada.
—¿Quién crees que hizo esto? —preguntó Luca.
—Un narcotraficante llamado García. Y lo sé porque mató a David
exactamente de la misma manera. Lo encontré así, excepto que estaba
colgando de la barandilla de nuestro segundo piso sobre la sala de estar, y
había sangre... —Su voz se atoró, dándole la primera indicación que el tono frío
y abrupto no era cólera, sino dolor—. Mucha sangre.
Su furia pasó de un rugido sordo a un crescendo en toda regla, golpeando
a través de sus venas.
—¿Ese era tu caso? ¿Del que te sacaron? ¿Estabas tras García?
—Sí.
Jesús cogiendo a Cristo.
Qué tipo de puta fuerza de policía enviaría a una mujer tras uno de los
más viciosos, violentos y despiadados señores de la droga en la costa oeste.
Estúpida puta policía. Lo único bueno que habían hecho era sacarla del caso.
—Recibí tu mensaje. —Frankie caminó a la cocina—. Paolo me dejó entrar.
Estaba a solo unas pocas cuadras de distancia. ¿Qué pasa?
Mierda. Había olvidado que Mike había llamado a Frankie, que era lo
correcto bajo circunstancias normales. Pero Frankie era la última persona que
quería ver ahora mismo. Había sido criado en las formas de la vieja escuela, y
una vez que se enterara sobre Gabrielle, no habría forma que la dejara salir de 142
aquí si no estaba cien por ciento seguro que no los traicionaría.
—En el congelador. —Mike lo dirigió—. Y... eh... la chica de Luca está
aquí.
—¿Por qué tiene una chica?
Mike se encogió de hombros. Incluso si ahora sabía que Gabrielle era
policía, nunca traicionaría a Luca. Nadie en su equipo lo haría. Y,
especialmente, no con Frankie.
Frankie se dirigió al congelador, y la mano de Gabrielle salió disparada,
bloqueando su camino.
—No puedes entrar ahí. Es una escena del crimen.
—Ves demasiados espectáculos delictivos, cariño. —Frankie dio otro paso,
y Gabrielle se interpuso en su camino.
—He dicho que no entres.
—Luca, pon a tu mujer bajo control. —La voz de Frankie era tensa con
advertencia.
—Vamos, bella. —Luca tendió una mano y le hizo un gesto hacia
adelante—. Dejaremos a Frankie y a Mike lidiar con esto.
—¿Estás bromeando? —Su voz se elevó de tono—. Excepto por la pista
sobre el almacén, no hemos tenido un descanso en este caso por los pasados
dos años. Podría haber una evidencia en ese congelador que nos lleve
directamente a García.
Frankie dejó escapar un largo suspiro.
—Mierda. ¿Es una puta policía?
—Estoy llamando al 911. —Gabrielle enfundó su arma y sacó su teléfono.
Luca levantó una mano de advertencia.
—Si la policía viene, comenzarán a hacer preguntas. Los rumores saldrán.
La gente hablará. Los inspectores de salud vendrán. El restaurante tendrá una
mala reputación y eso es malo para los negocios.
—Ella no irá a ningún lado —dijo Frankie, buscando su arma. No tendría
problema en deshacerse de una testigo.
Una vez que la policía viniera a investigar, no se detendría hasta que
hubieran establecido una conexión entre García y el hombre muerto en el
congelador, y esa conexión arrastraría a la familia del crimen a la que Frankie
había jurado proteger.
—Cristo, Frankie —escupió Luca—. No necesitas a la maldita chica. Nadie
llamará a la policía. Llevaré a Gabrielle a casa, y vamos a lidiar con esta
situación a nuestra manera.
Y luego el terror llovería sobre García como nunca nadie lo había visto. La 143
mafia no toleraba la ejecución de un hombre hecho. García tendría una larga y
dolorosa muerte muy pública, y cada miembro de la Cosa Nostra estaría
buscándolo.
—No puedes. —La voz de Gabrielle vaciló, y Luca pudo ver el tremendo
esfuerzo que estaba poniendo en mantener su compostura a la luz del brutal
recordatorio de la muerte de su marido—. Interferir con la escena de un crimen
es una ofensa criminal. La evidencia que necesitamos para atrapar a García
podría estar en ese congelador. Todo lo que he querido desde hace dos años es
hacer que pague por lo que le hizo a David, y ahora tu amigo murió porque yo
fallé y García está jugando conmigo.
Los instintos protectores de Luca lo tomaron por la garganta y colocó una
mano en la muñeca de Gabrielle, obligándola a bajar el arma. Cuando la sintió
ceder, se paró frente a ella, protegiéndola en caso de que Frankie sacara su
arma y manteniéndola fuera de la vista del cuerpo en el congelador. Puso su
mano alrededor de su nuca y bajó su frente a la suya.
—Esto no tiene nada que ver contigo.
—Sí. —Su cuerpo tembló—. De lo contrario ¿por qué, estaría aquí? García
está detrás de mí. Fue a mi casa. Sabe que estamos juntos. Mató a tu amigo de
la misma manera que mató a David. Esto es un mensaje para mí.
—Yo me involucré —dijo Luca, de mala gana—. Este es el precio, y está
dirigido a mí.
Gabrielle se puso rígida en sus brazos.
—¿Qué hiciste?
—¿Va a ser un problema? —Frankie ya estaba detrás de ella, su mano
debajo de su chaqueta donde su arma estaba enfundada.
Luca tomó su propia arma. Si Frankie disparaba a Gabrielle, no sabía lo
que haría. Frankie era un hombre hecho. El agente clave de Nico. Su amigo. No
podía dispararle a un hombre hecho sin el permiso de Nico, y si golpeaba a
Frankie, Nico lo golpearía a él, y Matteo no tendría padre. Pero no podía dejar
que lastimara a Gabrielle. Era suya para protegerla.
Mía.
La palabra sonó en su mente.
Independientemente de los riesgos, y de su feroz deseo de restaurar el
honor de la familia, su futuro no lo involucraba alejarse.
Dejó que esa certeza se asentara en su alma mientras cruzaba un umbral
mental con solo la más leve astilla de esperanza que su madre le dio como
guía. Un policía y un mafioso se habían unido antes. Podría volver a pasar.
—No, ella no será un problema —gruñó—. Apártate.
—Las mujeres no son más que putos problemas —murmuró Frankie,
dejando caer su mano—. Con una puta P mayúscula. Y los policías… 144
—Puedo darte lo que quieras —Luca le dijo a Gabrielle, pensando
rápidamente—. Quieres a García. Puedo hacerlo realidad.
Era una mujer inteligente, una policía detective. Había empezado a hacer
preguntas sobre él ya. Pero ahora, Little Ricky estaba colgado masacrado en su
congelador, y nadie planeaba llamar a la policía. No tenía dudas que ella
encontraría su camino a la verdad sobre quién era y lo que hacía.
—¿De la forma en que ibas a asegurarte que Clint no lastimara a Nicole
otra vez?
—Sí. —Giró sus labios hacia un lado, considerándolo—. Clint solo pasó
doce horas en la cárcel —dijo finalmente—. Fue multado con doscientos
dólares y tiene que hacer un poco de servicio comunitario. Sin asesoramiento.
Sin manejo de ira. Es libre y Nicole todavía tiene moretones, sin mencionar el
daño que nadie puede ver. Lo vi todo el tiempo que trabajé. Éramos llamados a
las mismas casas una y otra vez. Nunca me molestó antes, pero ahora lo hace.
—Tu sistema no siempre funciona.
Mantuvo su mirada en Frankie mientras hablaba.
El ejecutor tenía sus propios métodos cuando se trataba de proteger a la
familia, y Luca no tenía dudas que dispararía primero y lidiaría con las
repercusiones más adelante si Gabrielle decía algo que le causara
preocupación.
—Pensé que sí. Creí que podría hacer la diferencia. Pero parece que
cuanto más peleo, más rápido caigo. —La resignación en su voz y su tono
derrotado lo atravesó, aumentando un miedo donde ya no importaba si vivía o
moría. Pero a él le importaba. Tanto que no sabía si podría recuperarse si la
perdía. Gina le había importado, pero este anhelo de algo imposible, un amor
prohibido, era un maremoto comparado con las lágrimas que había dejado
atrás.
—No si trabajamos juntos.
Ella lo estudió por un largo tiempo, mordiéndose el labio inferior.
—¿Sabes lo que me estás pidiendo que haga? Si te doy información
clasificada o si se enteran de que estamos juntos, podría ir a la cárcel. Si cruzo
esa línea, no podré regresar.
Y él podría encontrarse en lago Mead con un par de los zapatos de
cemento de Frankie por compartir secretos de la mafia con ella. Era un camino
de ida para él también. Pero no iba a decirle eso. Ahora que Frankie sabía
sobre ellos, su único camino hacia adelante era estar juntos, y podría comprar
algo de tiempo si podía convencer a Frankie y a Nico que necesitaba que
encontrara a García.
—Yo tampoco puedo. —Esa noche que la había conocido en el hospital,
nunca habría imaginado que seis semanas más tarde estarían juntos y él
estaría ofreciéndose a hacer la única cosa que podría destruir sus posibilidades 145
de restaurar el honor de su familia.
Sus ojos se abrieron ligeramente y luego cuadró los hombros.
—Quiero a García de cualquier forma que pueda conseguirlo. Por tu
amigo, y por mi David, y por todas las familias que han perdido a alguien en
las drogas que está trayendo a nuestra ciudad.
Él sintió una pequeña puñalada de decepción que su relación, tal como
era, no fuera un factor en su decisión. Pero su feroz determinación de ganar a
toda costa solo lo hizo desearla aún más.
—Está de nuestro lado —le dijo a Frankie, que se había alejado para
comprobar a Little Ricky—. Pasó dos años aprendiendo todo lo que hay que
saber sobre García. Tiene acceso a información y recursos que no podemos
obtener, y está dispuesta a ayudar.
—¿De verdad crees que quiere ayudar? —escupió Frankie—. ¿Crees que
va a tirar toda su carrera por un puto señor de la droga? Es más probable que
después que le demos a García en una bandeja de oro, nos entregue a la
policía. Hemos sido traicionados antes. Hay solo una puta solución aquí, y
ambos sabemos cuál es.
Gabrielle se volvió hacia Frankie, sus manos estaban en sus caderas.
—Hace seis semanas, no conocía a ninguno de ustedes, y nunca imaginé
que estaría tirando mi carrera y trabajando en el lado equivocado de la ley para
tumbar a García. Mi vida era blanco y negro. Las personas eran buenos
ciudadanos si obedecían la ley o criminales si no lo hacían. Y luego conocí a
alguien que me importa, alguien en quien confío, que me hizo ver las cosas
bajo una luz diferente...
A ella le importaba él.
Luca sintió un curioso apretón en su pecho. Le importaba, y no estaba
avergonzada de decírselo a Frankie. Incluso más que antes, quería ser digno de
su confianza, digno de su afecto. Quería protegerla y verla volar al mismo
tiempo.
—Me importa una mierda lo que creas —continuó—. Tengo más por
perder al decirle a la policía acerca de tu amigo en el congelador de carne que
manteniendo la boca cerrada. Estoy cansada de seguir las reglas. Estoy
cansada de mantenerme callada. Me uní a la policía para poder hacer una
diferencia. Ahora estoy atrapada detrás de un escritorio y García anda suelto.
Confío en Luca, y estoy dispuesta a ayudarlo a pesar de los riesgos. Si no me
crees, entonces dispárame. De cualquier manera, terminará con mi dolor.
—No eres solo tú, voy a...
—No —Luca cortó a Frankie, interponiéndose entre Gabrielle y él—. No es
tu decisión —dijo—. Depende de Nico. Gabrielle puede esperar en mi oficina
mientras lidiamos con Ricky, y se quedará conmigo hasta que Nico tome una
decisión. 146
—¿Qué decisión? —Gabrielle miró de Luca a Frankie y de vuelta a Luca.
—Si él vive —dijo Frankie, apartándose—. O si malditamente muere.
Quince
P
aolo cuidadosamente derramó una pequeña protuberancia de
cocaína en una tarjeta de crédito robada en el baño de Il Tavolino.
Incluso con la puerta del baño cerrada con llave, podía oír al señor
Rizzoli y a Gabrielle discutiendo sobre dónde iba a pasar la noche.
Esperaba que siguieran discutiendo por unos pocos minutos más. Solo el
tiempo suficiente para obtener su dosis.
Había olvidado lo bien que se sentía. Después de ese primer chute de Pink
Label el jueves por la noche, todo su miedo y la humillación se desvanecieron.
Recogió un nuevo teléfono de su amigo de Crazy T a un precio de oferta de
sótano, y luego todos habían salido de fiesta. Cabeza en alto, era divertido y
extrovertido, encantando a todas las chicas e impresionando a los chicos. La
noche duró por siempre, y cuando el amanecer finalmente resquebrajó la
147
oscuridad, se sentó en sus escalones de entrada y bebió la belleza de la
mañana.
Al día siguiente, había despertado sintiéndose como si hubiera sido
atropellado por un camión. Entonces esnifó otra raya, y otra, y luego llamó a
Crazy T por más. Era cosa buena. Mejor que nada que hubiera tomado antes.
Esto era lo que necesitaba en el mundo de la mafia. La cocaína era el secreto
para vencer la vergüenza de uno mismo.
Viajaría a lo más alto de la confianza en sí mismo hasta el día en que se
convirtiera en un hombre hecho.
Balanceó cuidadosamente la tarjeta de crédito en el borde del lavabo y
sacó su pajita. En el fondo, sabía que no habría perdón si Luca lo atrapaba
esta vez. La familia del crimen Toscani tenía una política de no drogas, y tomar
drogas en el baño de un capo era lo último en falta de respeto. Pero no tenía
elección. Era débil y estúpido, como dijo su padre. Solo necesitaba un poco de
impulso, algo para darle la confianza que necesitaba para ganar respeto.
Mira cómo manejó esa reunión con el señor Rizzoli. Había sido genial y
calmado. Maduro. El señor Rizzoli había estado impresionado. Podía decirlo.
Inhaló profundamente, sintió la quemadura en su nariz y bajando por su
garganta. En segundos, estaba en el cielo. Limpió el baño en caso de que
alguien entrara y revisó su nariz cuando salía. Maldita sea, era guapo. Si el
señor Rizzoli no lo necesitaba esta noche, le enviaría un mensaje a Michele
Benni y le preguntaría si quería ver Netflix y relajarse. Le envió una foto de sí
mismo por Snapchat mirándose en el espejo para calentarla y regresó al
restaurante donde el señor Rizzoli y Gabrielle estaban enfrentándose frente a
un ansioso Matteo.
—No me quedaré contigo, Luca. Tengo una vida. Tengo un trabajo. Tengo
una mejor amiga sola en esa casa y también que cuidar a Max.
—Oye, niño. —Paolo se inclinó al lado de Matteo, cuyo rostro arrugado
reflejaba su angustia—. ¿Quieres otro biscotti? Creo que Lennie tiene un frasco
extra para la exhibición de pasteles. Ve a echar un vistazo.
—Papá está enojado con la chica —dijo Matteo—. Pensé que teníamos que
ser amables con las chicas.
—Está siendo amable —dijo Paolo tranquilamente—. Quiere mantenerla a
salvo. Ella simplemente no lo entiende. Vamos. No te lo diré de nuevo.
El señor Rizzoli miró y le dio a Paolo el más breve asentimiento para
reconocerlo y darle las gracias por enviar a Matteo fuera del alcance del oído.
Paolo asintió como había visto que los otros hombres hacían. Por supuesto,
sabía lo suficiente como para alejar a Matteo. Era un tipo inteligente, muy
observador. Y estaba feliz que el señor Rizzoli lo hubiera notado.
—Frankie no confía en ti —dijo Luca en un murmullo—. Y eso significa
que el equipo no confía en ti. Necesitan garantías que no hablarás con la
policía, y eso significa que tenemos que seguir juntos. —Se detuvo y le besó la 148
frente—. No dudo de tu competencia, pero haría la vida mucho más fácil si solo
tuviera que protegerte de una persona y no de dos.
Era lo más parecido a un agradecimiento que Paolo había tenido del señor
Rizzoli. Debe estar realmente tenso por Gabrielle. No es que Paolo lo culpara.
Ella era atractiva, y vestida como estaba hoy, echaba humo. Si se separaban,
trabajaría con ella. Había escuchado que las mujeres más grandes eran buenas
en la cama, y ¿cómo podían resistirse a un tipo tan guapo como él?
—Necesito enviarle un mensaje a Cissy. No quiero que Nicole esté sola. Y
Max...
—Puedes llevar a Max a mi casa —dijo él—. Le prometí a Matteo que
podría quedarse conmigo esta noche, y creo que se llevarán bien.
Gabrielle lo miró horrorizada.
—¿Matteo estará allí? No puedo hacer eso, Luca. No soy buena alrededor
de los niños.
—Es un buen chico —dijo Luca—. No será ningún problema.
Paolo siguió la mirada de Gabrielle hacia Matteo por encima por el tarro de
biscottis. Casi le tenía miedo, pero ¿quién podría tenerle miedo a un niño de seis
años cuyo rostro estaba manchado de chocolate? Paolo tenía pocos buenos
recuerdos de su infancia, pero su madre dándole chocolate era uno de ellos. Su
padre no quería que desperdiciara dinero en golosinas para Paolo, pero a veces
ahorraba lo suficiente para comprarle una barra de caramelo, y la deslizaba
entre su almuerzo de camino a la escuela.
—No. No puedo. —La voz de Gabrielle era tensa, su rostro apretado.
¿Odiaba a los niños? Algunas mujeres lo hacían.
La madre de Matteo, Gina, no parecía cuidar bien a su hijo. Paolo sabía
eso porque a veces le llamaba para cuidarlo cuando salía en la tarde, y lo
encontraba en su cuna con un trajecito sucio y su pañal lleno, llorando porque
tenía hambre y sed. Por otro lado, a la madre de Paolo le había importado
demasiado. Tanto que había perdido todo tratando de protegerlo.
Buah. Eso no era algo que quisiera recordar ahora mismo. Empujó lejos el
recuerdo y se relajó en su nube.
Su teléfono sonó y revisó la pantalla. Michele quería encontrarlo.
Aleluya. Debe haberle gustado la foto que envió. También estaba
esperando escuchar de Crazy T, que estaba consiguiendo un tiempo para que
Paolo conociera a su jefe. Una vez que eso sucediera, Paolo estaría en su
camino a convertirse en el chico más joven de la historia en unirse
formalmente al equipo Toscani.
—Oiga, señor Rizzoli. ¿Me necesita o puedo irme? Tengo una cita caliente
esta noche.
Pensaba que era un buen momento para preguntar debido a que el señor
Rizzoli tenía a Gabrielle en sus brazos y parecían estar haciendo funcionar las 149
cosas.
Los ojos del señor Rizzoli se entrecerraron, y el miedo cortó las tripas de
Paolo llevándolo a estrellarse contra el suelo.
—O no —dijo rápidamente—. Estaré aquí si me necesita. —Se limpió la
nariz con el dorso de la mano, dándose cuenta demasiado tarde que el simple
gesto podría delatar su juego—. Tengo un resfriado —murmuró—. La medicina
está borrando mi cerebro.
—Ve a ayudar con Little Ricky. —La voz del señor Rizzoli no tenía nada de
la amabilidad que Paolo estaba acostumbrado a escuchar.
Tal vez estaba molesto porque lo había interrumpido cuando estaba a
punto de besar a su chica. ¿Por qué otra razón le daría el único trabajo que le
haría perder su almuerzo de nuevo? Y frente a Frankie. Ese frío bastardo no se
perdía nada. Necesitaría otra dosis solo para que no mearse encima cada vez
que Frankie frunciera el ceño.
—Voy a lavarme primero, así no esparciré ningún germen. —Lamentó las
estúpidas palabras tan pronto como dejaron sus labios, pero bueno, tal vez el
señor Rizzoli lo encontrara gracioso.
Su teléfono volvió a sonar cuando entró al pequeño baño. El alivio
aumentó a través de su cuerpo cuando vio Crazy T en la pantalla.
—Sí. Es Paolo. ¿Dónde estás? Necesito otro par de...
—Crazy T se fue. —La voz en el otro extremo del teléfono era profunda,
ligeramente acentuada, y totalmente desconocida.
—¿Quién habla? ¿Cómo conseguiste su teléfono? —Cerró la puerta del
baño y sacó su tarjeta de crédito. El dolor ya estaba empezando a entrarle.
Maldición, no había tardado mucho para que su cuerpo se acostumbrara a las
tomas más pequeñas que había estado usando y demandara algo más.
—Crazy T trabajaba para mí. Te recomendó. Dijo que estabas buscando
ganar dinero y que lo ibas a ayudar. Ahora se fue, y estoy buscando un
reemplazo. ¿Todavía estás interesado? Me compras a mí, te quedas con lo que
ganas, y obtienes todo el producto que desees de forma gratuita.
La cabeza de Paolo estaba zumbando por una solución, pero no dudó en
responder. Nadie se volvía un hombre hecho sin establecer su propio negocio.
Podría ganar un montón de dinero como distribuidor y siempre que le pagara al
señor Rizzoli, nadie haría demasiadas preguntas. Además, obtendría un
suministro ilimitado de lo bueno.
—Estoy dentro. —Metiendo su teléfono debajo de su mentón, vació lo
último de su cocaína en la tarjeta de crédito y sacó su pajita—. ¿Tienes
nombre?
—Ray. Espero hacer negocios contigo, Paolo.
Paolo esnifó y cerró los ojos con la quemadura. Su vida finalmente estaba 150
en aumento.
—Sí, yo también.
Maldito cielo.
Dieciséis
G
abrielle se inclinó sobre el inodoro, vaciando el contenido de su
estómago en la brillante taza de porcelana. La intensidad de su
tardía reacción emocional la tomó por sorpresa. Se había sentido
curiosamente tranquila cuando dejó el restaurante con Luca y su hijo. Incluso
cuando fueron a recoger a Max y vio la foto de David en la cómoda y su
relicario colgando del marco, no sintió nada más que un dolor en el pecho.
Pero todo estaba saliendo ahora. Y en el lujoso baño de mármol de Luca,
todo brillante con mostradores blancos y azulejos, paredes grises y bonitos
detalles, y el olor a vómito de estómago.
Su cuerpo se tambaleó de nuevo y se levantó, y más salpicaduras de
líquido cayeron en el baño. Oyó la puerta abrirse, suaves palabras, y luego
cálidas manos retiraron su cabello suavemente, asegurándolo con un elástico
151
para que no cayera en su rostro.
—Te tengo —dijo Luca.
—Por favor, vete. —Se apoyó contra la porcelana fría, débilmente
moviendo el aire entre ellos—. No quiero que me veas así.
—Me preocuparía si no te viera así. —Sostuvo una toallita debajo de agua
fría y se inclinó para limpiar las lágrimas y mocos de su rostro—.
Especialmente después de saber que habías visto a un hombre asesinado de
esa manera antes.
—David. —Se cubrió la boca con la mano, se inclinó sobre el baño y
vomitó de nuevo mientras la cálida mano de Luca acariciaba arriba y abajo de
su espalda.
—Shhh, mio angelo. Está bien. Estás a salvo aquí conmigo.
—Lo amaba. —Sollozó en un aliento—. Había estado tan sola por tanto
tiempo, y luego lo tuve a él, y García me lo quitó.
—Fue un hombre afortunado de haber tenido tu amor. —Se arrodilló en el
suelo junto a ella, su mano nunca apartó su toque, calmando los músculos
tensos de su espalda.
Ella tomó un aliento tembloroso.
—Al menos sabes lo que es perder a alguien a quien amas.
Su mano se detuvo.
—Sé lo que es perder a alguien que me importa. Pero no a alguien a quien
amo. Me casé con Gina porque era lo correcto. Ella estaba embarazada.
Nuestras familias son muy tradicionales. Era italiana y estaba familiarizada
con nuestra cultura y costumbres. Ninguno de nosotros estaba bajo ninguna
ilusión. No teníamos expectativas uno del otro, excepto para criar a un buen
hijo. Ella llevaba su vida, y yo la mía.
—Suena solitario.
—No me di cuenta de cuánto hasta que murió. —Le secó el rostro otra
vez—. Encontré que había estado drogándose cuando estaba fuera, con cocaína
en su mayoría. Era adicta, y para esconderlo de mí, usó su cuerpo como pago.
Gabrielle vació su estómago otra vez y descansó su frente en la taza de
porcelana, tratando de empujar sus tristes recuerdos.
—No me puedo imaginar lo difícil que debe haber sido para ti. Fue terrible
lidiar con la adicción de mi hermano, pero tu esposa…
Él soltó una risa amarga.
—Esa es mi culpa para soportar. Dijo que la llevé a eso porque no la
amaba, y tengo que verlo todos los días en el rostro de Matteo. Él se parece a
ella.
Ella volvió la cabeza y frunció el ceño.
152
—Se parece a ti.
—Se parece a Gina. —Se inclinó contra la bañera gigante con patas,
atrayéndola contra él. Gabrielle suspiró dejando que su cuerpo se derritiera en
el suyo.
—Tal vez se parezca a ella, pero cuando lo miro te veo, pero con cabello
oscuro. Hace un gesto como tú, camina como tú. Básicamente, es tu mini-tú.
—No se parece a mí —dijo cortante—. Y cuando se ríe, lo hace como ella.
Gabrielle tomó su tono áspero como una advertencia de no continuar la
discusión. Apoyó la cabeza contra su pecho desnudo. Él llevaba solo un par de
pantalones de pijama, aunque no había notado nada más que su molesto
estómago hasta ahora.
—Daría cualquier cosa para escuchar a David reír otra vez.
Él presionó sus labios en la parte superior de su cabello.
—¿Aún lo amas?
Se tomó un momento para considerar su pregunta antes de responder.
—Pensé que lo hacía. Pensé que nunca podría dejar que alguien entrara
en mi vida otra vez porque mi corazón estaba lleno de David. Pero creo que lo
que amo es su recuerdo, porque lo que sucedió esa noche me cambió, y no soy
la persona que era cuando estuvimos juntos.
Luca había encendido una llama en la oscuridad dentro de ella, pero
incluso eso no era suficiente para alejar las sombras. Perder a David había sido
horrible, pero el aborto involuntario había sido igual de malo.
—Creo que estoy bien ahora. —Salió de su agarre y la ayudó a
levantarse—. Siento eso. Sé que perdiste a un amigo hoy. No quise inmiscuirme
en tu dolor. —Fue al lavabo y agarró su cepillo de dientes y pasta de la bolsa de
aseo que había empacado cuando se detuvieron en su casa para recoger a Max.
—He perdido muchos amigos, bella. Sostenerte me da más comodidad de
la que nunca he tenido.
Todo en ella ansiaba abrir los brazos, dejarlo entrar completamente,
compartir el dolor más secreto, y la verdad sobre por qué estaba incómoda con
los niños. Pero había más entre ellos que dolor compartido. El cuerpo en el
congelador había despojado lo último de su ceguera voluntaria. Estaban
parados en lados opuestos de la ley. Y aunque se habían unido para encontrar
a García, no sabía cómo podrían construir un futuro cuando sus mundos eran
diametralmente opuestos.
—Necesito una ducha. —El vómito se aferraba a los mechones de cabello
que caían sobre sus mejillas antes que le atara el cabello, y su camisa de
dormir estaba húmeda de sudor frío. Abrió el agua en la prístina cabina de
ducha, y se desvistió, esperando que Luca regresara a su habitación. En
cambio, él se quitó los pantalones de pijama y se unió a ella bajo el agua
caliente. 153

—No tienes que hacer esto.


—No te dejaré sola. Matteo está durmiendo, y lo escucharé si tiene una
pesadilla. —Envolvió sus brazos a su alrededor y la atrajo contra su cuerpo
duro y poderoso. Piel a piel, se quedaron bajo el agua tibia, con sus corazones
latiendo juntos, con sus abultados pechos juntos, unidos por la tristeza en el
silencio.
—Mio angelo —susurró él, presionando un beso en su hombro. Y con sus
tiernas palabras, el último de sus muros cayó.
—Sucedió en la ducha —habló tan silenciosamente que al principio no
creyó que pudiera oírla, pero cuando sus brazos se apretaron alrededor de ella,
se empapó de fuerza y continuó—: Estaba en casa de Cissy. Nos estábamos
preparando para el funeral y me envió a tomar una ducha. Miré hacia abajo y
vi sangre.
Luca la abrazó tan fuerte que casi no podía respirar, pero se sentía
segura, protegida en el cálido círculo de sus brazos.
—Todavía estaba desorientada así que primero pensé que la sangre de
David todavía estaba en mí a pesar de que pasaron unos días desde que lo
encontré. Había sido tanta. Todo el suelo de la sala de estar estaba cubierto en
sangre. Acabábamos de poner en una alfombra blanca y estaba roja. Cuando
entré por primera vez, no pude ir a él porque una parte de mí se apagó dando
paso a mi yo policía, estuve evaluándolo como a la escena de un crimen. Pero
cuando los primeros en responder llegaron y lo bajaron, dejé de pensar y me
senté en el suelo sosteniéndolo en mis brazos. —Su voz se atoró, y por un
momento pensó que no podría continuar.
—Cristo santo. —Luca dio un dolorido gruñido y tomó su rostro entre sus
manos.
Murmurando en italiano la besó y alejó todas sus lágrimas, dándole el
valor para terminar su historia.
—Estaba embarazada. —Dejó de intentar ser fuerte y no sollozar. Ya la
había visto vomitar, no podía volverse peor que eso—. Los doctores en el
hospital dijeron que a veces un choque extremo puede inducir a un aborto
involuntario. Y duele. Todo me dolía. Era como si estuviera siendo arrancado
de mi cuerpo. Era todo lo que me quedaba de él, de nuestra vida juntos, el niño
que quería tener desesperadamente. Quería darle todo el amor del mundo, todo
el amor que mi madre me dio. David murió en un charco de sangre, y esa
noche yo también lo hice.
—No, bella. —La miró fijamente, su hermoso rostro tan feroz que casi
sacudió sus lágrimas—. No moriste ese día. Sufriste una terrible y trágica
pérdida en las circunstancias más horribles. Pero sobreviviste. Te volviste un
soldado. Te volviste detective. Forjaste un nuevo camino. Tu fuerza me humilla.
He visto a hombres romperse y desmoronarse cuando pierden a alguien. Los he
visto recurrir a beber y a drogas para adormecer el dolor. Se rindieron. Tú no lo 154
hiciste. Te convertiste en la bella y valiente mujer que adoro. Trajiste luz a mi
vida, y a la vida de todas las personas que has ayudado como oficial de la ley.
Me hiciste sentir cuando pensé que nunca más volvería a hacerlo. Haré todo en
mi poder para ayudarte a tener tu venganza, pero debes esperar al día en que
García se vaya para ver la nueva vida que has creado para ti, en la nueva
persona en la que te has convertido. Aún estás abrumada por el pasado.
Necesitas dejarlo ir.
—Alejar el dolor. —Ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello—. Hazme
sentir bien, Luca. Quiero sentirte. Solamente a ti.
—Sei l'unica per me, tesoro mio —murmuró en italiano—. Sei tutto per me.
Y luego cambió a español.
—Porque sé que preguntarás, significa que eres la única para mí, eres
todo para mí. Soy todo tuyo. Cualquier cosa que necesites, lo que quieras, te lo
daré. —La besó suavemente, y luego sonrió—. Pero primero te limpiaremos.
Girando hacia la pared, tomó un puñado de gel de ducha y pasó sus
manos por su espalda, masajeando el resbaladizo jabón en su piel, sobre sus
caderas, sus muslos, y la parte superior de estos. El aroma fresco y picante
llenó la ducha, el olor de él.
Él deslizó un dedo en la hendidura de sus nalgas y luego entre sus
piernas, haciéndola jadear. Pero, así como su excitación chispeó, su mano se
alejó, y la giró para que lo mirara, dándole una vista perfecta de su cuerpo
tenso y musculoso, y de su grueso y duro pene sobresaliendo de su nido de
rizos. Era sólido, completamente presente, un bote salvavidas en una
tormenta.
Ella se estiró hacia él, ganándose un golpe firme, antes que alejara su
mano.
—Esto es sobre ti. Quiero aliviar tu dolor.
Sus cálidas y resbaladizas manos pasaron por sus brazos, sus pulgares
frotaron sus músculos, golpeando puntos de presión que ni siquiera sabía que
tenía. Ella se inclinó contra la pared mientras la lavaba, sus manos nunca se
detuvieron, nunca perdieron ni un centímetro de su cálida y húmeda piel. Le
prestó atención superficial a sus pechos, moldeándolos y tomándolos solo
brevemente, antes de volver su atención a su cintura y caderas, a su estómago
y a sus muslos.
El agua roció sobre él, bailando en su piel como diamantes, tallando ríos a
través del suave vello en su pecho.
Ella abrió sus piernas, llevando su mano hasta la cima de sus muslos.
—Olvidaste un lugar.
Luca se rio entre dientes.
—No lo olvidé para nada. Pero si te toco allí ahora, y te encuentro mojada 155
para mí…
—Los dos desnudos en una ducha juntos... ¿Qué esperabas que pasara?
—Ella presionó su palma contra su clítoris, sus dedos sobre sus pliegues.
—No esperaba nada. Estás dolorida, y quiero alejar tu dolor.
Ella empujó uno de sus dedos profundamente dentro de ella.
—Esto alejará mi dolor.
Él agarró su pene con su mano libre, acariciando su longitud tan fuerte y
rápido que pensó que tenía que dolerle. Pero su eje se volvió más grueso, más
largo, la cabeza reluciente con una gota de humedad. Gabrielle lo miró con
fascinación. Nunca había visto a un hombre darse placer antes y no podía
alejar sus ojos.
—¿Te gusta mirarme?
Sus mejillas ardieron al ser atrapada mirando.
—Sí. Es increíblemente sexy.
—La próxima vez podemos vernos uno al otro. No puedo pensar en nada
que me gustaría más que ver cómo te corres por tu toque, excepto hacerlo yo
mismo. —Le dio a su pene un bombeo final y se arrodilló frente a ella.
Estabilizándola con una mano en su cadera, levantó su pierna izquierda y la
colocó en su hombro—. Hola linda vagina.
Gabrielle hundió las manos en su cabello, tirando de él hacia delante,
desesperada por satisfacer el dolor dentro de ella, por llenar el vacío de la
pérdida con una conexión íntima.
—Luca...
—Shhh, bella. Déjame jugar. —Sus pulgares se deslizaron sobre su vulva,
separando sus pliegues, exponiéndola tan íntimamente que no pudo evitar
sonrojarse. Sus pezones ya estaban duros y doloridos, después sensibles
cuando la suave corriente de agua la hizo estremecerse. Pero él solo bajó su
cabeza y lamió sus pliegues, pasando sus dientes sobre su clítoris hasta que
gritó, desesperada por su liberación.
—Oh, Dios. Necesito correrme.
—Todavía no. —Arrastró un dedo a través de sus labios. Cuando los pasó
suavemente sobre su montículo palpitante, le agarró el cabello con tanta fuerza
que tuvo que dolerle.
—No más juegos.
Él levantó la vista, sus ojos color avellana tan oscuros que eran casi
negros.
—Pídemelo. Utiliza las palabras más sucias que conoces. Quiero escuchar
palabras que una policía no diría. Quiero oírte, Gabrielle. A la verdadera tú.
Su cuerpo se calentó a pesar del frío del agua goteando sobre su piel. 156
Nunca había sido de las que hablaban sucio, pero estaba más allá de
importarle, más allá de preocuparse por lo que un oficial de policía debería y no
hacer. Si fuera tras García con Luca, estaría caminando sobre una línea muy
fina entre lo correcto y lo incorrecto. Así que ¿por qué no tantear esa línea con
un hombre que no quería nada más que darle placer y calmar su dolor?
—Lame mi vagina. Chupa mi clítoris. Fóllame con tus dedos. Haz que me
corra. —Se estremeció cuando las últimas palabras se deslizaron de su lengua.
Se sentían bien expresar sus deseos. Poseer su placer. Romper las normas.
—Ai tuoi ordini, cara12. —Tomó su trasero y la elevó hasta su caliente y
húmeda boca. El primer golpe de su lengua la hizo estremecerse, y cuando
empujó dos dedos dentro de ella, dejó escapar un gemido gutural. Lamió y
chupó, su lengua jugó con su clítoris mientras bombeaba con sus dedos, todo
mientras murmuraba en italiano, bellas palabras que no podía entender.
Gabrielle movió sus caderas, aterrizando contra sus labios suaves,
totalmente desinhibida en su deseo de liberación. Cuando pensó que no podría
soportar más, cuando su cabeza cayó hacia atrás y se agarró a él, añadió un
tercer dedo, estirándola, llenándola mientras pasaba su lengua cada vez más
cerca de su hinchado clítoris.
—Córrete para mí, chica sucia —dijo cambiando a español—. Quiero que
te corras en mi boca, quiero oírte gritar.
Hundió los dedos en ella mientras chupaba su clítoris. Su clímax golpeó

12 A tus órdenes, cariño.


su cuerpo, haciéndola agitarse y girar bajo la implacable corriente de agua
mientras lavaba su dolor hasta que pudo ver un futuro, reluciente y brillante.
Un futuro con este hombre. Un hombre que le hacía ver su propia fuerza, que
le mostraba que no estaba definida por su dolor, y que no había ningún
obstáculo que no pudieran superar. Quería ese futuro. Lo quería a él. Extendió
su mano, lo alcanzó, encontrando que su corazón latía fuerte debajo de su
pecho.
—Luca. Oh, Dios. Sí.

***

No había nada como ver a Gabrielle gritar su nombre en la agonía de un


orgasmo que le había dado.
Nada.
Retiró sus dedos y se levantó, con las manos apoyadas contra la pared de
la ducha mientras tomaba su boca en un beso demandante.
La deseaba tanto que apenas podía pensar sobre el dolor en su pene, pero
más que eso, quería que esto se tratara de ella. 157
Sus pensamientos se dispersaron cuando cayó de rodillas frente a él y lo
lamió con esos mismos labios que acababan de gritar su nombre.
—Tu turno.
—No necesitas... —Pero sus protestas murieron en su garganta cuando
ella se inclinó y besó la cabeza de su pene.
—Cristo mio. —Su mano se posó en su cabeza—. No hago esto fácil, cara.
Soy áspero y soy duro y tomo lo que necesito.
—Suena perfecto para una chica sucia como yo. —Pasó la lengua por la
parte inferior de su eje y luego sobre la corona.
Luca era un hombre visual, un hombre sexual. Y la vista de su hermoso
ángel sobre sus rodillas, con el agua fluyendo sobre su exuberante cuerpo, su
boca hinchada por sus besos era demasiado para soportar. Con un gruñido
bajo, arrastró la cabeza de su excitación sobre sus labios mojados.
—Ábrete para mí.
Separó sus labios, y él se empujó dentro con un gemido.
—Yo dirijo este espectáculo. ¿Entiendes?
Se pasó la mano por el cabello, sacudiendo su cabeza hacia atrás. Ella
asintió, y sus manos se deslizaron por sus caderas, doblándose alrededor de su
trasero. Joder, eso se sentía bien. Rodó sus caderas hacia delante, empujando
su pene a la parte posterior de su garganta. Ella se atragantó y retrocedió,
dándole un momento antes de empujar hacia delante otra vez.
—Chica sucia dándome su sucia boca. —Tiró de su cabello, forzándola a
mirarlo, sus pestañas brillaron con gotas de agua. Tan hermosa. Muy hermosa.
No podía tomarla así, incluso si ella lo quería, aunque estaba desesperado por
penetrar su dulce boca y nunca había visto nada más erótico. No quería
ensuciar a su ángel.
No esta noche.
Sin previo aviso, la soltó.
Conmoción, luego sorpresa parpadeó a través de su rostro, pero antes que
pudiera hablar, la levantó, la giró y la presionó contra el vidrio.
—Quiero que te guste esto. —Le abrió las piernas, cubriéndola con su
cuerpo, su dureza contra su suavidad, su piel fría contra su calor—. Quiero
que me sientas.
Agarró su pene, metiéndolo dentro de su vagina deliciosamente mojada.
—Siente mi fuerza, mi poder. Quiero que sepas que estás a salvo conmigo.
Incluso cuando eres más vulnerable, estás a salvo conmigo. —Empujó dentro
de ella duro y rápido, una mano cayó sobre su suave y resbaladizo pecho, otra
se apoyó contra la pared.
Gabrielle gimió.
158
—Dios, eso se siente bien.
—Mierda. Tienes la más dulce, apretada y mojada vagina. —No
pudiéndose aguantar por más tiempo, golpeó en ella, su espalda se inclinó con
el esfuerzo, sus caderas se balancearon, sus músculos se tensaron. Dejó caer
una mano y frotó el pulgar sobre su clítoris, rápido y áspero, hasta que su
cuerpo se tensó y ella llegó al clímax con un gemido, su vagina se apretó y
tensó alrededor de él.
—Luca…
—Dilo de nuevo —gruñó—. Ese es el único nombre que vas a decir cuando
te corras. Porque eres mía. Mía para abrazarte. Mía para complacerte. Mía para
protegerte.
—Luca… —susurró ella.
Con un gruñido bajo, se inclinó y presionó sus dientes contra su suave
carne caliente, su control reemplazado por un impulso primitivo de marcarla.
Lamió la herida después, balanceando su cuerpo hasta que sus bolas se
encogieron, se apretaron.
—Mierda. Lo que me haces… —Sus músculos se bloquearon y el placer
fue a su columna, haciendo erupción desde su pene en ola tras ola de éxtasis.
Con su corazón aun palpitando, presionó un suave beso en su nuca.
Gabrielle miró por encima del hombro, sus labios se levantaron en las
esquinas con una sonrisa satisfecha.
—Creo que ya estoy limpia. Vamos a acostarnos.

***

—¿Qué diablos, Gina? —Luca lanzó los paquetes de polvo blanco a través
de la habitación—. ¿Qué demonios está pasando? ¿Cuánto tiempo ha estado
Matteo en su cuna? Está empapado y cubierto de excremento y está goteando
por sus malditas piernas. Estaba muerto de hambre, y tan desesperado por algo
de beber, que cuando entré a su habitación todo lo que podía hacer era señalar
su botella vacía y llorar.
Gina se inclinó, lánguida, contra las almohadas en la enorme cama que
había insistido que necesitaban cuando adquirieron la casa.
—No lo sé.
—¿No lo sabes? —Su voz se elevó a un grito—. Vuelvo a casa a pasar un
poco de tiempo con mi hijo, y descubro que fue abandonado por mi esposa para
poder tener sexo con su amante en nuestra cama. No solo eso, estás usando
putas drogas en mi casa. Y todo lo que obtengo es un “no sé”. Puedes hacerlo
mejor. —Pateó el cuerpo a sus pies, su visión aún confusa por la ira. No tenía
idea de quién era su amante o cómo había terminado maltratado e inconsciente 159
en el suelo, el mundo se volvió rojo en el minuto en que abrió la puerta de la
habitación.
—Estás exagerando. —Ella suspiró y envolvió su albornoz de seda
alrededor de su delgada figura. ¿Por qué no lo había notado? ¿Lo delgada que se
había vuelto? ¿O los círculos oscuros bajo sus ojos? ¿O el constante olfateo y
enrojecido de sus fosas nasales? ¿Cómo no había sabido que había estado con
otro hombre?
—¿Exagerando? —Agarró un jarrón de la cómoda y lo rompió contra la
pared—. Te di toda la mierda. Todo lo que pediste. Y todo lo que quería a cambio
era que criaras a nuestro hijo e hicieras lo que se supone que la esposa de un
mafioso hace.
—No me diste amor. —Su labio inferior tembló—. No me amaste.
—Jesucristo. —Agarró el falso reloj barroco, un regalo de parte de su madre
que nunca le había gustado, y lo arrojó al otro lado de la habitación, no sintiendo
nada cuando se estrelló contra la pared—. Pensé que teníamos un acuerdo.
Nunca te mentí, Gina. Cuando me dijiste que estabas embarazada, lo puse todo
en la línea. Te di una elección. Si no querías este tipo de matrimonio, te apoyaría
a ti y a Matteo. El amor no era parte de la ecuación. Ambos tenemos lo que
quisimos de esto. Así es como nuestro mundo funciona. Sabías que tendría una
goomah. Sabías por qué. Y sabías que tomar un amante sería inaceptable para
ti.
Ella se reclinó sobre las almohadas, curiosamente impasible por su ira o el
hecho que su amante ahora estaba inconsciente en el suelo.
—¿Tan inaceptable como criar al hijo de otro hombre?
El mundo se ralentizó, se estrechó, sus pulmones se constriñeron hasta que
apenas pudo tomar un respiro.
—¿Qué dijiste?
Gina le dio una sonrisa cruel.
—Matteo no es tuyo. Me estaba acostando con otros hombres antes que
tuviéramos nuestra noche juntos. Con muchos hombres. Cuando quedé
embarazada, pensé que podrías darnos la mejor vida, así que te dije que el bebé
era tuyo. Pensé que llegaríamos a amarnos uno al otro. Pero no me amaste.
Pasaste todos los viernes con Marta y el resto de la semana no volvías a casa, y
cuando lo hacías, era solo por Matteo. —Levantó un paquete de polvo blanco—.
Necesitaba algo para hacerlo soportable, pero no podía dejarte encontrarlo. Eres
muy estricto con el dinero. Así que encontré otra manera de pagar a los
distribuidores.
Sin nada más para arrojar y una regla inquebrantable sobre no golpear a
las mujeres grabada en él desde su nacimiento, estrelló su puño en la foto
familiar que se habían tomado poco después que Matteo nació. El vidrio se hizo
añicos y la foto cayó al piso. 160
—Vete.
—Solo necesitas un poco de tiempo para refrescarte. Me llevaré a Matteo...
—Estás jodidamente drogada, Gina. Lo abandonaste todo el día. Me
enferma pensar en cuántos otros días pasó llorando, sucio, hambriento y solo en
su cuna. Podría no tener mi sangre, pero mi apellido está en su certificado de
nacimiento y he sido parte de su vida desde el momento en que nació. Hasta que
te limpies, y sepa que estará a salvo contigo, no podrás tenerlo. Empaca tus
cosas y lárgate.
Ella soltó una risa amarga.
—¿Tú vas a cuidar de él? ¿Solo? —Lo miró con picardía, tambaleándose
sobre sus pies mientras se levantaba—. No es tu hijo, Luca. Has estado criando
el hijo de otro hombre.
Respiró hondo y luego otra vez. En toda su vida, nunca había sentido una
rabia como esta, nunca se sintió tan total y completamente traicionado.
—Cinco minutos. Si no estás fuera de aquí, te echaré yo mismo. Y
considérate divorciada.
—No puedes divorciarte de mí. —Sonrió—. La Cosa Nostra no lo permitirá.
Estaremos juntos de por vida, Luca, cariño.
—Gina, por el amor de Dios. ¿De verdad crees que me retendrán en un
matrimonio después de lo que hiciste? No hay nada más importante en nuestra
familia que un hijo. El negocio familiar es transmitido de padre a hijo. Junto con
nuestro apellido. Es nuestra línea de sangre. Es lo que un padre puede darle a
su hijo. Llamaré a Charlie Nails tan pronto como salgas por la puerta. —Charlie
Nails era el abogado del crimen de la familia Toscani, un abogado legítimo que
no tenía problemas para trabajar con la mafia.
Se le cayó la cara, y por primera vez desde que irrumpió en la habitación,
vio un indicio de emoción. Había jugado su mejor mano y perdido porque no
entendió las reglas del juego.
—No te precipites, Luca. —Dejó caer su voz a un tono suave y relajante—.
Tenemos una buena cosa aquí. Mira nuestra hermosa casa, nuestros bonitos
autos, las muestras a las que asistimos, las fiestas que tenemos. Nadie sabrá
que no eres el padre de Matteo. Y si tienes un problema con las drogas, puedo
parar en cualquier momento. No diré nada sobre Marta. —Su mirada se dirigió al
hombre en el piso—. Y supongo que él ya no es un problema. Por favor no te
lleves todo. Cometí un error. Perdóname, caro.
Jesucristo, se había casado con una perra de corazón frío. Ni siquiera
parecía triste porque su amante pudiera estar muerto. No lamentaba haber
descuidado a su hijo. Solo la idea de perder su estilo de vida la había hecho
reconsiderarlo.
—Fuera. —Rugió tan fuerte que la ventana se sacudió—. Mike vendrá y te
recogerá. No quiero verte nunca más. 161

Incapaz de estar en la habitación con ella un segundo más, se dirigió hacia


la cocina y llamó a Mike, instruyéndolo para asegurarse que tuviera un lugar
seguro para ir. Luego llamó a Frankie para lidiar con la basura en el piso de la
habitación. La única razón por la que no había matado al bastardo allí mismo
era porque no quería que Gina fuera testigo del crimen. Ya no era confiable, y
dado su naturaleza vengativa, no dejaría que fuera a la policía. Frankie lo
manejaría.
Los traficantes de drogas eran su regalo especial.
Luca abrió una botella de whisky y la vació trago tras trago, apenas probó
el amargo líquido, ya que ardía en su camino hacia su intestino. Escuchó las
ruedas de la maleta de Gina chirriando sobre el suelo de baldosas.
Ella se detuvo junto a la cocina, pero él no miró hacia arriba hasta que
escuchó la puerta de entrada cerrarse.
Incluso si hubiera sabido lo que haría más tarde esa noche, no le habría
dicho adiós.

***

Luca se sobresaltó, su corazón latía con fuerza.


Instintivamente, se estiró a su mesita de noche. Desde que la guerra civil
Toscani había comenzado, nunca dormía sin su pistola. Pero la habitación
estaba quieta y silenciosa.
Gabrielle dormía pacíficamente junto a él, sus doradas pestañas
acariciando sus cremosas mejillas. Su mano descansaba sobre su pecho, justo
debajo de las alas de su tatuaje de un cráneo coronado y de las rosas. Se lo
había puesto cuando se convirtió en un hombre hecho y el mundo estaba lleno
de esperanza y promesas.
Su tensión disminuyó y bajó su brazo. Era la pesadilla lo que lo había
despertado, la noche con Gina que perseguía sus sueños. El sabor de la culpa
se quedó en su lengua, lavando la dulzura de los besos de Gabrielle. No podría
pasar por eso de nuevo, no sobreviviría a ese tipo de traición. Quizá el sueño
fuera una advertencia que la había dejado acercarse demasiado.
Cuidadosamente, se apartó. Matteo estaba durmiendo en la habitación de
invitados. Podía irse y acostarse con él, poner un poco de distancia mientras
descubría una manera de ponerle freno al fugitivo tren que se había robado su
corazón.
—¿Luca? —Medio dormida, Gabrielle se estiró por él—. ¿Estás bien?
¿Estás bien?
Se congeló, a medio camino de abandonar la cama.
Las mujeres no preguntaban si estaba bien. Gina nunca había preguntado 162
sobre sus silencios en los días que perdió a un amigo, nunca curó sus cortes y
moretones, nunca entendió que sentía arrepentimiento cada vez que tenía que
apretar el gatillo. Y las mujeres que vinieron después de ella solo querían su
dinero o su pene, o la ilícita emoción de acostarse con un hombre que no
compartía nada sobre su vida.
—¿Nene? —Sus ojos se abrieron, y su corazón se apretó en su pecho.
Nene. Aunque era todo menos eso, el término cariñoso lo tocó
profundamente, un bálsamo para el alma que siempre creyó sucia por sus
elecciones en la vida.
—Shhh. —Se relajó en la cama, y frotó los nudillos sobre su mejilla—.
Date la vuelta, bella. Vuelve a dormir.
Ella se volvió y suspiró suavemente cuando la rodeó con su cuerpo,
entrelazando sus dedos con los de ella, y la abrazó fuerte.
El calor le inundó, y fue barrido por una feroz ola de emoción como nada
que hubiera sentido desde el día en que sostuvo a Matteo en sus brazos.
Amor.
Esto era amor.
Cerró los ojos y cedió, dejándolo fluir por su cuerpo, llenando el vacío
dentro de él, convirtiendo la oscuridad en luz, haciendo que fuera fuerte de
nuevo, lo suficientemente fuerte como para imaginar un futuro donde un
demonio y un ángel podían tener una vida juntos.
El amor lo había encontrado digno.
Pero ¿sería digno del amor?

163
Diecisiete
—¿
¿Te levantarás?
Gabrielle se despertó para encontrar a Max lamiendo su
mejilla y el curioso rostro del mini-yo de Luca a solo unos
centímetros de distancia.
—Sí. —Su estómago se tensó y sintió la familiar punzada de anhelo
mientras estudiaba al niño que sería aproximadamente cinco años mayor que
su hijo si hubiera vivido.
—¿Cuándo?
—Um… —Echó un vistazo al reloj. Las 9 a.m. ¿Cuándo había dormido tan
tarde en fin de semana? David había sido madrugador, y se había
164
acostumbrado a los comienzos y a los finales tempranos—. Ahora.
—Papá dice que no podemos comer hasta que te levantes. Dice que
necesitas dormir, pero no me gustan los panqueques fríos.
—A mí tampoco. —Le dio una palmada a Max—. ¿Qué tal si sacas a Max,
y me visto para que tus panqueques no se enfríen?
Él agarró el cuello de Max y se giró, su rostro intenso. ¿Los niños de su
edad siempre eran tan serios?
—Date prisa.
Gabrielle se volteó en la cama, descansando su mano en su codo mientras
la suave luz de la mañana parpadeaba a través de las persianas. Su noche con
Luca no había terminado en la ducha, y se sentía deliciosamente dolorida.
También estaba desnuda, y tuvo que esperar hasta que Matteo se fuera antes
de poder salir de la cama.
Se sentía más ligera esta mañana, sin carga. La oscuridad se había
retirado, y en su lugar había un curioso tono de gris. Después de ducharse y
vestirse, se peinó el cabello con las manos y fue a la cocina donde Luca y
Matteo estaban hablando sobre una brillante barra de desayuno de granito
blanco.
—Perdón por hacerlos esperar. —Se movió hacia la cocina, y el brazo de
Luca salió disparado.
—Invitados de ese lado. Cocina en este lado.
—Puedo ayudar —protestó.
—Estoy seguro que puedes. —Una sonrisa tiró de sus labios—. Pero tengo
algo de experiencia en la cocina.
—Pensé que solo dirigías el restaurante. No sabía que también cocinabas.
—Tomó asiento en el taburete de la barra mientras él repartía platos de
panqueques y tocino con una ensalada de fruta fresca y humeantes tazas de
café.
Luca resopló.
—No puedes dirigir un restaurante si no sabes cocinar. Y aprendí de los
mejores. Nuestra familia prácticamente vive en la cocina, y mi madre enseña
mientras cocina.
—También necesito alimentar a Max.
Le echó un vistazo a Max, sentado al lado del taburete de Matteo como si
ese fuera su sitio.
—Max ha sido alimentado y paseado. Él y Matteo lo pasaron muy bien
juntos.
—Le dije a papá que quería un perro igual a él —dijo Matteo—. Le gusta
correr, y me gusta correr. Podríamos correr juntos en el parque.
—Tienes que hablar sobre el perro con tu nonna —dijo Luca suavemente— 165
. Es la que tendría que cuidarlo.
—¿Por qué no puedo vivir contigo, papá? Así podríamos tener un perro y
cuidarlo nosotros mismos. —Los labios de Matteo subieron en las esquinas, y
el rostro de Luca se tensó.
—Hemos discutido eso antes. Nunca estoy en casa, así que no puedo
cuidarte como lo hace tu nonna.
—¿Pero por qué?
La tensión engrosó el aire entre ellos, y Gabrielle tomó su tenedor,
pensando frenéticamente en una forma de evitar lo que parecía una inminente
tormenta.
—Esto se ve muy bien, no sé por dónde comenzar. ¿Qué piensas, Matteo?
¿Qué es mejor?
—Comienza con los panqueques —dijo Matteo—. Papá los hace especiales
para los invitados.
Gabrielle sintió un inesperado aumento de celos. Por supuesto, Luca
había tenido otras mujeres que se quedaban a pasar la noche. Había conocido
a una de sus ex en el restaurante, y estaba segura de que hubo otras. ¿Cómo
podría no haberlas? Rezumaba atractivo sexual.
—Estoy segura de que son muy buenos. —Se centró en su panqueque, no
queriendo mirar hacia arriba y ver la verdad en los ojos de Luca mientras
trataba de controlar sus emociones. Pero demonios, él era de ella—. Los
mejores panqueques de todos los tiempos. —Saboreó la dulzura del jarabe de
arce puro empapando los suaves y esponjosos panqueques.
Matteo sonrió.
—A ella le gustan, papá.
—Ahora sabemos qué hacer mañana.
—¿Mañana? Solo vine por un…
Se interrumpió cuando Matteo tiró de su cabello.
—Tienes lindo cabello. Es suave y dorado.
—Gracias.
Tocó su mejilla.
—Eres bonita, también. Y tus ojos son tan azules como el cielo.
Sus labios se estremecieron con una sonrisa.
—Ya veo que tu padre te está enseñando todo tipo de cosas agradables
para decir a las chicas.
Riendo, Luca abrió sus manos.
—Es parte de la cultura.
—Y muy efectivo en prepararlo para ser un maestro de la seducción 166
cuando crezca.
El teléfono de Luca zumbó en el mostrador y se excusó para atender la
llamada.
A solas con Matteo, el corazón de Gabrielle golpeó y su boca se secó. Tomó
un sorbo de café, luchando con un torbellino de emoción. Se había mantenido
alejada de los niños desde hacía dos años para no recordar lo que había
perdido. Y ahora que estaba sola con el hijo de Luca, el dolor comenzó a
resurgir. Siempre asumió que su bebé sería una niña. Pero ¿y si hubiera sido
un niño? ¿Se habría parecido a David, de la forma en que Matteo se parecía a
Luca, o se parecía a ella?
—No estás comiendo —apuntó Matteo.
—Estaba pensando en algo, y se me olvidó la comida. —Pinchó otro trozo
de panqueque.
—Papá no sabía si te gustaban los panqueques. Una señorita que se
quedó solo tomaba café para el desayuno. —Se metió un panqueque en la boca,
untando jarabe en su mejilla.
No quería saber, pero lo hacía.
—¿Tiene a muchas amigas quedándose?
—No lo sé. Nunca me ha dejado quedarme aquí antes, pero me habló del
café de la chica. ¿Te puedes quedar aquí de nuevo esta noche? ¿Crees que
papá dejará que me quede, también?
Gabrielle bajó su cuchillo y tenedor y alcanzó su servilleta.
—Solo vine aquí por una noche. Tengo algunas cosas que hacer este fin de
semana, y el lunes iré a trabajar.
—¿Dónde trabajas?
—Soy oficial de policía. —Le limpió la mejilla, retirando el jarabe.
Los ojos de Matteo se iluminaron.
—Eso es genial. Ninguna de las otras amigas de papá eran oficiales de
policía. ¿Tienes un arma?
—Sí.
Él dejó caer su cuchillo y tenedor y saltó de su silla.
—¿Puedo verla?
—Bueno, no sé si a tu padre le gustaría eso. —Se metió el tocino crujiente
y lo terminó en dos bocados. Había ventajas en acostarse con un hombre que
sabía cómo cocinar—. ¿Qué tal si le preguntamos cuándo termine su llamada?
Matteo bajó la cabeza y sus hombros cayeron.
—Dirá que no. A papá no le gustan las armas.
Ella soltó una carcajada y agarró una servilleta para ocultar su sonrisa. 167
—Bueno, eso es genial. Las armas son peligrosas. Nosotros solo las
usamos si tenemos que hacerlo.
—¿Qué tal un auto de policía? —Volvió a subirse a su asiento—. ¿Tienes
un auto de policía? ¿Puedo ir a dar un paseo y encender la sirena?
—Ya no uso uno. Solo los oficiales de calle usan patrullas. Yo soy detective
ahora.
Él dio un suspiro exagerado.
—¿Qué sobre una placa o un uniforme? ¿Tienes esos?
—Tengo una insignia conmigo. Puedo mostrártela después del desayuno.
—Sonrió, dándose cuenta de que había estado hablando con Matteo durante al
menos diez minutos y no había tenido flashbacks, y la tristeza se había
retirado bajo el constante aluvión de preguntas.
Matteo sonrió.
—Ninguno de mis amigos conoce a un oficial de policía en la vida real. Voy
a contarles sobre ti. —Vaciló, con un pedazo de tocino medio fuera de su
boca—. ¿Eres la novia de papá?
Ella abrió la boca y la cerró de nuevo. ¿Qué eran? Definitivamente eran
más que una conexión casual. ¿Amigos con beneficios? Nunca habían hablado
de lo que había entre ellos, pero después de anoche, cuando se abrieron al
otro, se sentía más cerca de él que de nadie que alguna vez hubiera conocido,
excepto su madre... más cerca incluso que con David.
—Creo que somos amigos.
—Gabrielle es la chica de papá.
Levantó la vista y vio a Luca parado en la puerta, apoyado contra el marco
como si hubiera estado allí por un largo tiempo. Sus brazos estaban doblados
sobre su pecho, destacando el bulto de sus bíceps debajo de las mangas de su
camiseta blanca.
—Su única chica. —Agregó, levantando una ceja para hacerle saber que,
de hecho, escuchó la mayor parte de la conversación.
—Mujer —corrigió ella—. Y no soy tu…
Luca se rio entre dientes, interrumpiéndola.
—Ven aquí, mujer, y dale a tu hombre un beso.
Ella le echó un vistazo a Matteo y le dio una sacudida de advertencia con
su cabeza, pero Luca solo cruzó la cocina y tiró de ella a sus brazos.
—Fue criado en un hogar italiano, bella. Somos gente afectuosa. Todos se
besan, y ha visto este tipo de afecto entre mi hermana, Angela, y su novio, y mi
hermano, Alex, y las muchas novias que han aparecido en la mesa del
desayuno, solo para ser reemplazadas la siguiente semana. Si vas a estar
conmigo, necesitas acostumbrarte a eso. 168
¿Estaba “con” él? Ciertamente, estaban trabajando juntos para atrapar a
García.
Pero ¿podrían ser más? Él parecía haber tomado una decisión unilateral
sobre el estado de su relación, y si hubiera sido un chico normal en un trabajo
normal, habría estado feliz de saber que quería que estuvieran juntos. Le
importaba profundamente, y cuanto más tiempo pasaba con él, más le
gustaba. Había sido respetuoso y cariñoso cuando le dijo sobre su pasado, y
nunca mostró celos o resentimiento sobre su relación con David. Era
ferozmente protector, divertido y encantador, claramente quería a su madre y
hermanos y era adorado por su hijo. Muy diferente del estereotipo de un
mafioso típico.
Y, sin embargo, eso es exactamente lo que era.
Aunque nunca había dicho las palabras, sabía que estaba en la mafia.
¿Cómo pensaba que su relación funcionaría? Sus amigos y familiares no
confiarían en ella.
¿Y qué si le decía que hacía algo ilegal? Estaría en una posición de
conflicto, su conocimiento haciéndola cómplice del crimen. Por supuesto, los
conflictos serían lo último de sus preocupaciones si el agente Palmer descubría
que había compartido información policial y unido fuerzas con la mafia para
cazar a García.
Aunque había afirmado audazmente que estaba dispuesta a correr el
riesgo de ir a la cárcel para atrapar a García, no lo había pensado bien. Sí,
estaba dispuesta a arriesgar su carrera para atraparlo, pero no estaba
preparada para arriesgar su libertad. La noche en que conoció a Luca fue la
primera vez que pensó que tal vez había algo más para vivir, y ahora, mientras
envolvía sus brazos alrededor de ella en su iluminada cocina por el sol, en el
tipo de escena idílica que nunca se permitió imaginar desde la muerte de
David, hubo otra.
Por supuesto, él no solo le picoteó los labios. No. Matteo estuvo expuesto a
un completo beso con-toda-la-boca, con-la-lengua-en-lugares-extraños (si
estuvieras siendo ávidamente vista por un niño de seis años), con-las-manos-
en-mi-trasero (gracias a Dios, no podía ver detrás de ella).
—Sabes dulce —dijo lamiendo sus labios.
—Sabes rico —murmuró él en su oreja—. Si Matteo no estuviera aquí, te
ataría a la mesa, vertería el jarabe sobre ti y lo lamería hasta que me suplicaras
correrte.
Sus ojos se abrieron y su boca se quedó seca.
—¿Por qué todo tiene que ser sobre sexo contigo?
—Soy un hombre sexual.
—Sí, lo eres. —El calor se juntó entre sus piernas—. De repente estoy muy
contenta de que no estemos solos y tengamos a tu mini-yo para bajarnos el
calor. Ustedes dos son tan parecidos que da miedo. 169

Luca se puso rígido y se apartó.


—Ya te lo dije. No somos nada iguales.
—Sí, lo son. —Perpleja, pasó un calmante dedo a lo largo de su
mandíbula—. Tienen la misma forma de rostro, la misma curva de cejas, los
mismos ojos y nariz. Su cabello tiene la misma onda que el tuyo, aunque es
oscuro. Ambos tienen ojos avellana…
—Gabrielle —espetó Luca, su voz cortando la habitación—. Tienes buenas
intenciones, pero estás viendo cosas que no están. Él se ve como Gina. No se
parece a mí. No es posible que se parezca a mí. ¿Por qué jodidamente, sigues
diciéndolo?
Ella le echó un vistazo a Matteo que se había congelado en su lugar, con
un trozo de panqueque colgando de su tenedor a pocos centímetros de la boca.
Su corazón estaba con él, tal como hizo con Max cuando lo vio ese primer día
en el refugio, encogido en la esquina. Entendía mejor que nadie lo que era
perder a alguien, pero tomarla con Matteo por sus problemas no era correcto.
—Disculpa, por favor, cariño. —Sonrió a Matteo para que no pensara que
algo estaba mal—. Voy a robarte a tu padre por un segundo. Creo que Max
estaría feliz de probar ese panqueque de tu tenedor. —Empujó a Luca con
fuerza hacia el dormitorio—. Necesito hablar contigo. A solas.
Si no hubiera estado tan enojada, la sorprendida expresión de Luca habría
sido casi cómica, como fue su inusual obediencia.
—No maldigas. —Lo golpeó en el pecho después de cerrar la puerta de la
habitación detrás de ellos—. Y supéralo. No sé cuál es tu problema, pero no es
ese hermoso, dulce niño de ahí que absolutamente te adora y quiere
desesperadamente sentir una conexión con el padre que quiere. Tal vez tenga
algunas de las características de Gina. Y qué. Que no fuera la madre perfecta,
no lo hace menos hijo tuyo.
Luca pasó su mano sobre el tocador, rompiendo un jarrón contra la pared.
Fragmentos de cerámica cayeron sobre el suelo como lluvia púrpura.
—Mi relación con Matteo es mi asunto. No sabes nada sobre mí. No sabes
nada sobre él. No necesita que lo defiendas. Es perfectamente feliz. Entiende
por qué las cosas son de la forma en que son.
Gabrielle lo miró, tratando de entender qué lo hizo estallar. Había tocado
ese nervio anoche y él retrocedió de inmediato, pero después de hablar con
Matteo esta mañana, de escuchar el anhelo en su voz y de ver su conmoción y
dolor cuando su padre se negó a reconocer su parecido, tenía que decir alguna
cosa. No era la misma mujer que se había sentado durante dos años en una
oficina empujando papeles mientras un monstruo deambulaba por la ciudad
tomando vidas inocentes. Tenía voz, y Matteo necesitaba a alguien para hablar
por él, alguien que no tuviera miedo de empujar a los noventa kilos de macho
alfa enojado mirándola desde el otro lado de la habitación. 170
—¿Qué pasa con el lunar en su oreja?
—Gabrielle. —Su voz tronó a través de la habitación—. Deja el maldito
tema. No es de tu incumbencia.
Incluso cuando estás más vulnerable, estás a salvo conmigo.
Cerró la distancia entre ellos y se inclinó para presionar un suave beso
detrás de su oreja izquierda.
—Tienes un lunar aquí —dijo suavemente—. Matteo tiene el mismo, en el
mismo lugar. Son hereditarios. El que tengo en el lóbulo de mi oreja es el
mismo que mi madre y su madre también tuvieron.
Su rostro se convirtió en una máscara inexpresiva y dio un paso lejos.
—Hemos hablado suficiente sobre esto. No lo sacarás a colación de nuevo.
—Bueno, entonces supongo que Max y yo nos iremos —dijo—. Porque hay
un niño pequeño que está desesperado por pasar el día con su padre. Y pienso
que su padre necesita pasar un poco menos de tiempo siendo un idiota y un
poco más con él.
—Gabrielle. —La llamó mientras se alejaba, pero, por una vez, no la
siguió.
Dieciocho
—E
ntra en el auto.
Luca movió su SUV hacia un lado de la carretera
con un fuerte chillido. Maldita mujer saliendo de su
apartamento.
¿No notó que Frankie y su equipo estaban en la calle esperando una
oportunidad para probar que no se podía confiar en ella? Ya le había explicado
que necesitaban la aprobación de Nico para seguir adelante con el plan y
atrapar a García. Lo que no le había explicado era que también correspondía a
Nico decidir si vivía o moría. Había roto la regla sobre involucrarse con un
policía, y para este momento Nico ya sabría sobre su relación con ella y habría
tomado una decisión sobre qué hacer.
Gabrielle lo ignoró y continuó caminando por la calle residencial con Max 171
olfateando arbustos a su lado.
El sudor perlaba su frente mientras el sol del mediodía estallaba en el
auto.
—Gabrielle. No puedes andar todo el camino a casa. Está muy lejos. Y le
dije a Frankie que te quedarías conmigo hasta la reunión con Nico. —Apretó los
dientes por el toque suplicante en su voz. Los capos no suplicaban. Él no
suplicaba. Pero maldita sea, no le había dejado otra opción.
Aunque era tentador, levantarla y arrojarla en el auto no era una opción,
especialmente si alguna vez quería tener otro hijo. No era del tipo de mujer que
iría por su yugular si trataba de maltratarla, le daría directamente donde más
dolía.
Max miró y ladró, pero cuando intentó llevar a Gabrielle hacia Matteo,
ahora saludando desde la parte de atrás de la ventana, Gabrielle tiró de él
hacia atrás.
—No me digas lo que puedo o no hacer.
¿Cómo había jodido esto tanto?
Un minuto se estaban besando en la cocina, y al siguiente Gabrielle
estaba saliendo por la puerta.
—Creo que está enojada contigo —dijo Matteo desde el asiento trasero—.
Suena como nonna y la tía Angela cuando están enfadadas. Tal vez sea porque
le gritaste.
—No le grité. —Apretó su agarre en el volante, maldiciéndose por perder
los estribos. Gina parecía tener ese poder sobre él, incluso desde la tumba.
—Fuiste muy ruidoso, papá. Y estabas enojado. Siento… no verme como
tú.
Mierda.
También lastimó a Matteo. Había olvidado cómo los niños captaban todo.
Por lo general era muy cuidadoso sobre decir o hacer algo que hiciera que
cualquiera pensara que Matteo no era su hijo. Pero Gabrielle sabía cómo
derribar sus paredes y exponer sus vulnerabilidades.
Que no fuera la madre perfecta, no lo hace menos hijo tuyo.
Su hijo. A diferencia de muchos de los mafiosos que conocía, había estado
allí cuando Matteo nació, lo abrazó, lo cambió y lo alimentó. Escuchó su
primera palabra, vio su primer diente, y lo atrapó cuando dio su primer paso.
Se sentaba con Matteo por la noche cuando no podía dormir, y le leyó
innumerables historias. Pensando ello, en realidad había pasado más tiempo
con Matteo que con Gina, que siempre estaba enferma o cansada o fuera con
sus amigos. Fue después que Gina murió cuando se detuvo de ser el padre
apropiado.
¿Realmente importaba si tenían un lazo de sangre? Nadie sabía la verdad. 172
Matteo era un gran niño, y ni siquiera podía contemplar enviarlo a vivir con los
padres de Gina. Tres vidas serían devastadas si destrozaba a la familia; Mateo,
su madre y él. Podría haber construido una pared alrededor de su corazón
cuando Gina murió, cerrando su capacidad de dar amor, pero Matteo ya estaba
dentro.
Y un ángel había entrado allí con él.
—Creo que tienes razón, Matteo —dijo, mirando por encima del hombro—.
Papá dijo cosas que no debería haber dicho. Y creo que tenemos cosas en
común. Ambos somos italianos, ¿verdad?
—¡Si, papá! —El rostro de Matteo se iluminó, y Luca lo sintió en su
maldito y completamente expuesto corazón.
—Y a ambos nos gusta que nuestros autos vayan rápido, ¿no es así?
—¡Si, papá! Ve rápido. Ella está alejándose. —Matteo señaló el camino y
rebotó en su asiento.
Luca puso su pie en el acelerador y alcanzó a Gabrielle, chirriando las
ruedas para detenerse una vez más.
—Tesoro mio… —Se inclinó hacia fuera de la ventana, preparado para
hacer cualquier cosa o decir cualquier cosa para verla sonreír. Era la mujer con
la que siempre había soñado.
Había cambiado su vida. Y la quería siempre a su lado. Pensó en decirlo
en español, pero sabía que el italiano era su debilidad, y no había mejor
manera de transmitir lo que estaba en su corazón que en el lenguaje del amor.
—Sei la donna dei miei canzoni. Mi hai cambiato la vita. Ti voglio semper al
mio fianco13.
Gabrielle se detuvo en la acera y suspiró.
—Todo lo que dices en italiano suena hermoso y pareces sincero, pero si
quieres disculparte, hazlo en español.
—Papá dice que sueña con mujeres, que deberías ser diferente, y que
quiere que te quedes en la acera —gritó Matteo desde el asiento trasero.
Luca gimió e hizo una nota mental de decirle a su madre que buscase a
un nuevo tutor de italiano.
—Sono innamorato di te14 —dijo que la amaba, sabiendo que no
entendería, pero quería decir las palabras que realmente estaban en su corazón
de la mejor manera que sabía.
—¿Eso es una disculpa?
—De algún tipo.
Ella caminó hacia la ventana del lado del pasajero y sonrió a Matteo.
—¿Sabes lo que dijo tu papá?
—Sí. —Matteo sonrió—. Fue agradable.
173
—¿Qué piensas? ¿Fue una buena disculpa?
La mirada de Matteo se dirigió hacia Luca y luego de vuelta a Gabrielle.
—¡Molto bene!15 —dijo, haciendo que su padre se sintiera orgulloso.
—Aun así, no te hablaré —dijo Gabrielle, una vez ella y Max estaban en el
vehículo—. Busqué la palabra italiana para perdón en mi teléfono y no la
dijiste. Pero he estado jugando con una aplicación para aprender italiano y sé
el significado de innamorato, así que creo que dijiste algo especialmente bonito,
y como hace mucho calor, tomaré el paseo.
Veinte minutos después, Luca estacionó frente a la casa estilo español de
su madre en Mira Villas. Habría preferido no llevar a Gabrielle a conocer a su
familia por el momento, pero Matteo tenía práctica de béisbol y ya estaba
llevándolo tarde. Presentar una mujer a su madre era similar a una propuesta
de matrimonio, y apenas se había dado cuenta de la profundidad de sus
sentimientos por ella, no estaba listo para dar el siguiente paso.
—Solo tengo que dejar a Matteo con mi madre. —Vaciló. Podría ser
descortés pedirle que permaneciera en el auto, pero llevarla adentro sería un
completo asunto formal que involucraría una comida y un interrogatorio para
el que no estaba preparado.
—Me quedaré en el auto con Max —dijo ella—. Puede ser molesto cuando

13 Eres la mujer de mis canciones. Me has cambiado la vida. Te quiero siempre a mi lado.
14 Estoy enamorado de ti.
15 ¡Muy buena!
lo llevo a algún lugar nuevo.
Él dejó escapar un suspiro de alivio.
—Si quieres…
—Está bien. —Ella alargó la mano y apretó la suya—. Entiendo.
Dio mio.
¿Podría ser más perfecta? La besó en la mejilla.
—Estaré de vuelta en cinco minutos.
Después que Matteo dijera adiós a Gabrielle y Max, Luca lo llevó dentro y
fue a buscar a su madre. Había comprado la casa de dos pisos y cuatro
dormitorios para ella, y sus hermanos, cuando aceptó criar a Matteo. Pasaba la
mayor parte de su tiempo en la cocina de alta gama con encimeras de granito
negro, elegantes gabinetes blancos y accesorios de acero inoxidable.
—¿Mamá?
—Estamos en la sala de estar —gritó ella—. Tenemos compañía.
El pulso de Luca se aceleró y metió la mano bajo su chaqueta buscando
su arma mientras caminaba por la casa. Su madre nunca entretenía a las
visitas en un lugar que no fuera la cocina, y la vacilación en su voz le dijo que
algo estaba mal. 174

—Frankie. —Su estómago se retorció cuando saludó al ejecutor Toscani,


que estaba sentado al lado de su madre en el sofá. Debió imaginar que vendría
a por él, ya sea para llevarlo ante Nico para el juicio, o para un paseo del que
nunca volvería. Cuando sostuvo a Gabrielle anoche, se había preguntado
cuánto tiempo tendría y si le darían la oportunidad de decir adiós.
Huir no era una opción. No solo porque mostraría una falta de honor, sino
que tampoco no había ningún lugar donde esconderse de la mafia.
—Frankie vino de visita. —Los labios de su madre estaban presionados en
una línea delgada. Sabía quién era Frankie, y también sabía que no hacía
visitas sociales—. Quería prepararle algo, pero dijo que solo estaba aquí
buscándote. Y cuando Alex le dijo que traerías a Matteo a casa para la práctica,
decidió esperarte.
El maldito Alex debería saber mejor que no debe darle información a
Frankie, pero nunca pensaba correctamente cuando estaba drogado.
—Matteo está arriba, mamá. ¿Por qué no vas a prepararlo para el béisbol?
Frankie y yo tenemos negocios que atender.
Su madre le lanzó una mirada preocupada cuando salió de la habitación.
Solo había un tipo de negocio que llevaría a Frankie a la casa, y no era bueno.
—Tuve que sacar a tu madre de la cocina —dijo Frankie—. Estaba
ofreciéndome hacer un poco de algo que implicaba cortar cosas con grandes
cuchillos. Creo que me hubiera apuñalado si le daba la espalda.
—Es una mujer fuerte. Muy protectora. No hay nadie a quien respete más.
—Me gustaría saber cómo se siente eso. —Hizo un gesto hacia la puerta y
se levantó—. Vámonos.
No era necesario hablar. Luca sabía que era el momento de rendir cuentas
por romper las reglas e involucrarse con una policía. Hoy enfrentaría un juicio,
y, si no podía convencer a Nico del beneficio de su alianza con Gabrielle, esta
sería la última vez que vería a su madre y a Matteo.
—Gabrielle está en el auto.
—Ella vendrá también.
Luca se congeló.
—Ella no es parte de esto. No involucramos a las mujeres en nuestros
asuntos.
Frankie hizo un gesto de impaciencia hacia la puerta.
—Lo hacemos si son policías que pueden haber obtenido cierta
información que no deberían.
—No le dije nada que no supiera ya.
—¿Papá? —Matteo bajó las escaleras con su madre—. ¿Puedes venir y
verme jugar a la pelota? 175

—Tengo que trabajar con el primo Frankie. Dame un abrazo de despedida.


—Sostuvo a Matteo en sus brazos, besó a su pequeño en las mejillas, en la
frente, en la nariz, pasó su mano a través de su cabello oscuro, que su madre
había dejado crecer demasiado—. Sé un buen chico. Escucha a tu nonna. —
Besó la oreja de Matteo y luchó contra el impulso de comprobar si tenía el
mismo lunar. Eso no importaba. Matteo era su hijo. Si hoy era su último día,
quería morir creyendo que era verdad. Quería morir con esperanza.
Su madre extendió la mano y agarró sus mejillas, besándolo como había
besado a Matteo.
—Polpetto —dijo, usando un apodo que no había escuchado durante años.
No tenía idea de por qué había comenzado a llamarlo albóndiga cuando era
más joven, pero sabía por qué lo estaba diciendo ahora. Le dio un abrazo y ella
se estremeció en sus brazos.
—Adiós, mamá. —Le dio un último abrazo y se alejó, sin atreverse a mirar
hacia atrás.
Frankie rio mientras dejaban la casa.
—¿Polpetto? Nunca vas a vivir con eso.
Luca pensó que era extraño decir eso si su vida iba a terminar en la
próxima hora o dos, pero Frankie no era una persona normal.
—Conduce. —Frankie hizo un gesto hacia el SUV de Luca—. Sally G ya
está en el auto con tu chica.
Luca se deslizó en el asiento del conductor y se giró para mirar a Gabrielle
al lado del calvo y corpulento Sally G. El capo más viejo de Nico llevaba su
camisa favorita de bolos con pantalones de vestir y un montón de joyería. De
todos los mafiosos que Luca conocía, el felizmente casado Sally G era
probablemente el menos propenso a sufrir de manos largas cuando estaba
sentado al lado de una hermosa mujer, pero era un hombre, y Luca le dio una
mirada de advertencia antes de tranquilizar a Gabrielle.
—Está bien, bella.
—Como la mierda lo está —dijo ella, mientras Max gruñía suavemente en
su regazo.
—¿A quién tenemos aquí? —Frankie miró desde el asiento del pasajero.
—A Max. —Miró a Frankie—. Es un perro rescatado y tiene miedo a los
hombres, así que este viaje será difícil para él.
—¿Sí? —El rostro de Frankie se suavizó y tendió la mano a Max. Los
minutos pasaron mientras hombre y perro se miraban uno al otro. Nadie se
movió. Era lo más extraño que Luca había visto.
Finalmente, Max olfateó la mano de Frankie. Luego lamió sus dedos y
frotó la cabeza en la palma de su mano.
—¿Ahora eres susurrador de perros? —preguntó Sally G. 176

Frankie acarició la cabeza de Max y se giró sin decir nada. Tal vez tenía un
gramo de corazón después de todo.
Condujeron en silencio hacia la casa club familiar Toscani, ubicada en la
parte posterior de un garaje abandonado justo al lado de la 95, en las afueras
del norte de Las Vegas. Un Chrysler 300C negro los siguió, sin duda
conteniendo a miembros del equipo de Nico. Al menos no los llevarían al
desierto. Normalmente, cuando la mafia se veía en la obligación de liquidar a
alguien, hacían que la víctima condujera a un área aislada y le disparaban
desde el asiento trasero del auto.
Luca revisó el espejo retrovisor cuando llegaron a la 95. No le gustaba la
idea de Sally G en el asiento trasero con su chica. Gabrielle se había cambiado
a un par pantalones cortos deshilachados antes de salir de su ático y llamaban
la atención sobre su perfecto trasero en forma de corazón, la curva de sus
caderas, y sus largas y delgadas piernas. Su ajustado top negro era escotado,
demasiado bajo para el gusto de Luca, y publicitando su marca favorita de
whisky. A pesar de su ira, había sido duro cuando discutieron en la habitación,
pero cuando se puso un par de botas de vaquero y se dirigió hacia la puerta,
había considerado seriamente arrojarse al suelo y pedir perdón.
—Saca tus jodidos ojos de mi chica. —Atacó a Sally G con una mirada
fulminante por el espejo retrovisor.
Sally G se rio.
—Ella seguro que no parece policía. Si todas hubieran sido así en mis
tiempos, yo también habría deshuesado a una.
Luca giró le volante con la intención de sacar el vehículo del camino y
golpear como la jodida mierda a Sally G.
—Cállate, Sal —gruñó Frankie en su asiento—. ¿Vas a unirte a él
rompiendo las reglas? Discúlpate y mira jodidamente lejos de ella.
—Lo siento. No quería ofender. —Sally G levantó las manos en disculpa y
volteó la cabeza a la ventana.
Veinte minutos después, llegaron a la casa club y se estacionaron en la
parte de atrás. La mayoría de los edificios en el área estaban vacíos o
abandonados, y la propiedad estaba completamente cercada por arbustos y
vallas de alambre.
—Luca. Sally G. Vendrán conmigo. —Frankie miró por encima del hombro
y sacó su arma—. Gabrielle, quédate en el auto con Max.
—Bella… —Luca trató de encontrar palabras para decir mientras salía del
vehículo, una expresión de amor, un adiós perdurable.
Tenía la sensación de que esto no iba a salir tan mal como había
imaginado, simplemente porque nadie daría un golpe a plena luz del día en la
casa club donde podrían atraer la atención. Pero le gustaba estar preparado, y
una vez escuchó que la adversidad unía a las personas. 177

Preocupándose por las lágrimas de Gabrielle, se sorprendió cuando se


encontró con furia a cambio.
—No puedo creer esto —escupió ella.
—Mio angelo…
Lo intentó de nuevo, pero ella lo cortó con una mano levantada.
—Guárdalo para cuando me interese escucharlo y no esté ocupada
intentando pensar en una forma de sacarnos de esto.
—No hay salida. Depende de Nico.
Como si fuera una señal, la puerta de la casa club se abrió de golpe y Nico
salió al sol. Cinco miembros de su equipo se pararon tras él, hombres que Luca
había conocido por años, y a todos los llamaba amigos.
Luca tragó mientras caminaba a través del estacionamiento, preparándose
para un enfrentamiento que tenía pocas esperanzas de ganar.
—Aparentemente, tenemos un problema. —Nico lo encontró a mitad de
camino, impecablemente vestido con su traje hecho a medida, corbata de seda,
y zapatos de cuero italiano. Se sintió mal vestido con sus vaqueros y camiseta,
pero había dejado su ático con prisa para atrapar a Gabrielle, y no había
prestado a su atuendo la atención habitual.
—El único problema es que mi chica está aquí. Déjala ir.
—Tú eres el puto problema —escupió Frankie—. Millones de chicas ahí
fuera, y tenías que meter tu polla en una policía.
Luca estaba justo en el rostro de Frankie, pecho con pecho, con los puños
levantados, incluso antes de procesar que se había movido.
—Respeto, paisano16. —Estaban equitativamente emparejados en altura y
peso, pero Frankie había sido criado como asesino a sueldo, un asesino
entrenado. Luca no tenía dudas de cuán rápido Frankie podría matarlo o qué
poco remordimiento sentiría cuando estuviera hecho.
—Rompes las reglas, pierdes nuestro respeto —dijo Frankie—. Tú y tu
viejo son exactamente iguales. Siempre en la puta cama con la policía. Los
Rizzoli no tienen honor.
El estómago de Luca se tensó de ira.
Nico y Frankie eran como hermanos para él. Lo conocían. Sabían que
nunca haría nada para ponerlos en peligro, o la familia Toscani. Había comido
en la mesa de Nico. Demonios, había recibido una bala por Nico, y su total y
completa falta de confianza era como una espada a través de su corazón.
Aparentemente, Nico también recordó esa noche en el casino, porque
levantó una mano, cortando a Frankie.
—No seas tan rápido juzgando. Luca casi da su vida por mí. No tiene
sentido que nos traicione ahora. 178

—Los hombres no piensan correctamente cuando hay mujeres


involucradas —dijo Frankie fríamente—. Incluso tú lo sabes.
La expresión de Nico se oscureció con la velada referencia a los riesgos
que había asumido cuando conoció a Mia. En aquel momento, era la hija de su
mayor enemigo, y su relación fue casi tan peligrosa como la relación de Luca
con Gabrielle.
—Estás fuera de lugar.
—Por mi honor, no te he traicionado —dijo Luca rápidamente, dirigiendo
la atención de nuevo a él. Era más probable que Nico fuera suave en su castigo
si no estaba irritado—. Gabrielle está detrás de García. Él mató a su esposo.
Está dispuesta a ayudarnos a atraparlo, y preparada para arriesgar su carrera
dándonos acceso a toda la información clasificada que tiene la policía.
Frankie resopló.
—No podemos confiar en la puta policía. Y no podemos confiar en un lio
de una noche de Rizzoli.
Luca reprimió un gruñido. Un día haría que Frankie pagara por esa falta
de respeto. Pasó años demostrando su lealtad, luchando por restaurar el honor
de su familia.
—García es la clave de todo —le recordó a Nico—. Sin él, Tony no tiene

16 En español.
acceso al flujo de efectivo que necesita para controlar la ciudad. No solo eso, lo
que le hizo a Little Ricky es un ataque a todos nosotros.
Nico entró en la sombra de la construcción, dejando a Luca asarse en el
sol. Engendrado en el fuego del infierno, Frankie se paró cerca de Luca sin
siquiera a sudar.
—Mis fuentes confirmaron que García estuvo detrás del golpe a Little
Ricky —dijo Nico—. Pero ¿para quién era el mensaje? ¿Little Ricky les debía
dinero? ¿Era un mensaje para ti? ¿O para nosotros? ¿O era en revancha
porque golpeaste a dos albaneses que posiblemente trabajaban para García?
Por supuesto, Nico sabía sobre los albaneses. Sabía todo porque Frankie
sabía todo. Y cuando Frankie sabía algo, conocía todos los detalles. No tenía
sentido andarse con rodeos.
—Dispararon a la casa de Gabrielle cuando estábamos dentro. No me
importaba quién los contrató, pero cuando preguntamos, no lo sabían. Les
dijeron que la asustaran como advertencia, pero que no la mataran. Ella no
tiene otros enemigos, está bastante segura de que García estuvo detrás de eso.
—Es suficiente. —Nico asintió—. Obtuvieron lo que merecían. Pero intento
averiguar si están conectados con la muerte de Little Ricky, o si son dos
incidentes separados. ¿Por qué fueron tras tu chica? 179
La tensión de Luca se alivió un poco.
Nico parecía más interesado en la búsqueda de hechos que en poner una
bala en su cabeza. Tal vez saliera de aquí vivo después de todo.
—Tiene información sensible sobre García porque lo ha estado siguiendo
durante dos años, aunque no sabemos por qué envió a los matones a su casa
después de ser sacada del caso. Ella ya recibió una bala, piensa que fue García
emboscándola en una redada a uno de sus almacenes.
—Eres tú —escupió Frankie—. Eres la maldita conexión. García quiere
callar a la policía porque sabe mucho. Trata de matarla y falla, por lo tanto,
contrata a los albaneses para advertirle que mantenga la boca cerrada. Luca
mata a los albaneses y García se enoja, por lo que se desquita con Little Ricky
sabiendo que trabaja para Luca. Bum. Misterio resuelto.
Luca negó, resistiendo el impulso de sacar un pañuelo de papel y limpiar
el sudor de su frente. Cualquier movimiento de su mano hacia su chaqueta se
vería como una amenaza y Frankie dispararía primero y se disculparía
después, cuando Luca estuviera recostado en su tumba.
—No tiene sentido —dijo—. ¿Por qué tratar de matarla y luego advertirle?
¿Y por qué intentar advertirle después que fuera retirada del caso? No tiene
nueva información desde que recibió el disparo.
Nico cruzó los brazos sobre su pecho.
—Tal vez no está siendo honesta contigo y hay cosas que no sabes. Esto
podría estar preparado o ser una trampa.
—Una trampa de miel —agregó Frankie—. Y estás atrapado, joder, con el
pene primero. Es por eso que tenemos reglas en contra de asociarse con
policías.
—También tenemos reglas contra ir al bar, y estuviste allí la otra noche —
respondió Nico, saltando en defensa de Luca—. Y creo que se puso una regla
en cuanto a mirar a la mujer de otro mafioso, así que vamos a poner a un lado
nuestra preocupación por las reglas de momento y a concentrarnos en el
problema que tenemos entre manos.
—Las reglas son malditas reglas. —El rostro de Frankie se endureció y
miró hacia otro lado.
No sabía mucho sobre la vida de Frankie antes de unirse a la familia
Toscani, excepto que la mayoría de los mafiosos que fueron enviados desde
Nueva York estaban en las Vegas como castigo por algo malo. Tenía el corazón
frío. ¿Se habría acostado con la esposa o la hija del jefe? No podía imaginar a
una mujer enamorándose de un chico que no tenía alma. Pero si Frankie había
roto las reglas, ¿por qué no estaba intentando restaurar el honor de su familia
adoptiva de la forma en que Luca estaba tratando de restaurar la suya?
—Las reglas son una guía —dijo Nico—. No es la ley. Y aquí, en Las Vegas,
tenemos una cierta libertad para interpretarlas como queramos.
180
La esperanza se encendió en el pecho de Luca. Nico había dividido a la
familia porque era el tipo de líder que no tenía miedo de romper las reglas.
Pocos capos se habrían atrevido a rechazar el reclamo de Tony de encabezar la
familia, y menos aún habrían configurado su propia facción familiar para
desafiarlo.
—De la forma en que lo veo —continuó Nico—. Las reglas están ahí para
proteger a la familia. Dada la lealtad de Luca, su compromiso de honor, y la
deuda que le debo, confío en él para guardar nuestros secretos hasta que
atrapemos a García. La muerte de Little Ricky nos da otra razón para ir tras él.
Los beneficios superan los riesgos. Una vez García haya sido eliminado, sin
embargo... —Se mordió los labios y le dio a Luca una mirada simpática—. La
relación no podrá continuar. Te hace quedar mal, se ve mal para la familia, al
final tendremos que responderle ante los Gamboli en Nueva York, y su solución
será inaceptable para mí. No quiero perder a un amigo.
En otras palabras, Luca podría tenerla hasta que atraparan a García, y
luego tendría que dejarla ir. Por un momento, no pudo creer lo que acababa de
escuchar.
Él y Nico habían sido amigos desde que tenía quince años. Habían
resucitado a través de las filas de la mafia, roto piernas juntos, construido
cuadrillas y negocios, y festejado en la suite de Nico en el casino hasta que
conoció a Mia y se convirtió en un hombre diferente. No podía creer que Nico,
de todas las personas, no entendiera que el amor no era una elección, y una
vez lo encontrabas, no podías dejarlo ir.
Sabía que debía estar agradecido. Debería estarlo, en este momento
tendría que dar las gracias a Nico por su misericordia, pero al igual que la
solución de la familia de Nueva York sería inaceptable para Nico, la solución de
Nico era inaceptable para Luca. No estaba preparado para perder a Gabrielle.
Tenía que haber otra manera. Pero este no era el momento de discutir.
—Grazie, Don Toscani. —Usó el lenguaje formal para mostrar su
agradecimiento por la decisión de Nico de no meter una bala en su cerebro.
Nico asintió, y luego sus ojos se volvieron duros.
—Ahora, hay un castigo por ocultar el asunto en lugar de venir a mí
primero. Sobre tus rodillas. Manos detrás de la cabeza. Frankie, es todo tuyo.

***

—¿Puedes creer esto? —Gabrielle golpeó su puño contra la ventana


mientras observaba a Luca caer de rodillas y poner las manos detrás de su
cabeza. Max se revolvió de su regazo, desacostumbrado a su ira, y ella le dio
una palmadita tranquilizadora—. No sucederá otra vez, Max. No voy a perder a
otro hombre que me importa.
181
Sacó su arma de debajo de su chaqueta. Aunque luchó por ser aceptada
como una igual en el departamento de policía, los hombres a menudo la
subestimaban, y no era reacia a tomar ventaja de ello. Si hubiera estado al
mando de toda esta ridícula situación, se habría asegurado de que la
prisionera en el vehículo estuviera al menos desarmada, y mejor custodiada y
asegurada. Pero claramente asumieron que no era una amenaza, y estaba
bastante malditamente segura de que era por ser mujer.
Gran. Maldito. Error.
Con una mano en la puerta, revisó el estacionamiento. El chico alto de
cabello oscuro en traje tenía que ser el jefe, Nico. Recordó el nombre de la
reunión informativa que tuvo durante su visita a crimen organizado, y su
semejanza con la fotografía pegada en la pizarra. Tenía un aire de autoridad a
su alrededor, una sensación de mando. Había cinco hombres de pie detrás y
alrededor de él. Frankie estaba a su derecha. Otro hombre estaba parado a su
izquierda, golpeando un bate de béisbol sobre su palma. Sally G estaba a unos
pasos delante del auto. Era un tipo grande, pero bajo, probablemente no tenía
más que unos centímetros de diferencia con ella. Perfecto para lo que tenía en
mente.
La atención de todos se centraba en Luca arrodillado en la grava. La
imagen la molestaba. Un hombre como Luca nunca debería estar de rodillas.
Incluso ante el jefe.
Tomando una respiración profunda, abrió la puerta lo suficiente como
para deslizarse junto al vehículo. Irrumpir en la refriega con su pistola
apuntando solo haría que la mataran. Había observado los ojos de Frankie, y
aunque tenía alguna conexión con Max, sabía que no dudaría en apretar el
gatillo. Necesitaba un rehén, y Sally G acababa de presentarse voluntario para
el trabajo.
Se puso en cuclillas, contó hasta tres, y corrió a toda velocidad hacia
delante.
La cabeza de Frankie se movió en su dirección. Pero estaba detrás de Sally
G y se movió rápido. Chocó con él, haciéndolo caer de rodillas.
Recuperándose rápidamente, envolvió un brazo alrededor de su grueso
cuello y presionó el arma en su sien. Tomando un profundo aliento, gritó lo
suficientemente fuerte para que todos la escucharan.
—Dejen ir a Luca o dispararé.
Hubo un momento casi cómico de silencio atónito mientras los mafiosos
solo miraban.
—Luca. Levántate. Vamos. Muévete.
Rezó para que nadie la pusiera a prueba.
Nunca había disparado a nadie, y no creía ser capaz de apretar el gatillo
en Sally G. Podía sentir su corazón palpitando contra sus costillas, escuchar el 182
raspado de su aliento. En el auto, había hablado sobre su bella esposa, su
laboratorio de oro y sus dos hijos y lo orgulloso que estaba porque iban a la
universidad.
Luca bajó sus manos. Hizo un gesto extrañamente de disculpa a Nico y se
encogió de hombros. No podía entender por qué se movía tan despacio. El
siguiente movimiento en este juego era que alguien apuntara a Luca y entonces
terminarían en un enfrentamiento que acabaría con ella y Luca muertos. Pero
Frankie no se movió. Y Nico solo observó como Luca se acercaba a ella y a Sally
G como si estuviera en un paseo por la mañana.
—Levántate. —Tiró del brazo de Sally G, indicándole que debía alzarse—.
Camina hacia atrás. —Todavía sosteniendo el arma en su cabeza, lo llevó de
vuelta a la puerta del conductor donde Luca estaba esperando.
—¡Luca! —Inclinó la cabeza hacia el lado del pasajero—. Entra allí. No voy
a arrastrarlo por ahí.
—Te permito rescatarme —dijo cortante—. Pero si no soy yo quien
conduce fuera de aquí, bien podrías dispararme ahora mismo.
—Bien —espetó—. Entraré en la parte de atrás. Nos iremos a la cuenta de
tres. Uno. Dos. Tres. —Empujó a Sally G, corrió hacia el vehículo y se lanzó en
el asiento trasero al lado de Max. Luca cerró de golpe su puerta y salieron del
estacionamiento, dejando a los mafiosos, todavía inmóviles, detrás de ellos.
—¡Lo logramos! —Se sentó y le dio a Max un abrazo—. Nunca había hecho
algo así antes. Es liberador sacar mi arma y no pensar que pasaré los próximos
dos días haciendo papeleo, o adivinando si necesitaba apretar el gatillo o no. Y
en realidad siento que logré algo. Te salvé. No pensé que funcionaría. Frankie
es bastante agudo. No se pierde nada.
—Suficiente.
Se sobresaltó ante el tono abrupto de Luca.
—Se supone que debes decir “gracias”. O podrías ser más efusivo y
agregar, “por arriesgar tu vida para salvarme”. O simplemente “buen trabajo,
Gabrielle”.
—Deberías haberte quedado en el auto. No necesitaba ser salvado. —Dio
vuelta hacia la 95 y se dirigió al sur, fuera de la ciudad.
—¿Dónde vamos?
—No hables. Has hecho suficiente daño por un día.
Su estómago se retorció, y no pudo ocultar el sarcasmo en su tono.
—Oh, lo siento. Debo haber malentendido la situación donde te hicieron
ponerte de rodillas con las manos detrás de tu cabeza como si fueran a
ejecutarte.
—Jesucristo. Cuando saliste del auto agitando tu arma... —Su voz se
atoró—. Gritándoles que me dejaran ir. Amenazando con dispararles... —
Golpeó su mano en el volante—. ¿Y tomando a Sally G como rehén? —Giró y 183
tomó un camino lateral. Gabrielle miró al polvoriento horizonte, viendo lo
último de la dispersión urbana desaparecer.
—¿Por qué nos vamos de la ciudad? —Sus hombros temblaron e hizo un
ruido que sonó sospechosamente como una risita—. ¿Te estás riendo?
Luca negó y Gabrielle lo fulminó con la mirada a través del espejo
retrovisor.
—¿Me perdí de algo? ¿Hay algo divertido en que fueran a golpearte con un
bate y luego a dispararte a sangre fría?
Sin responder, Luca se acercó a una planta química abandonada. Tinas
de hierro gigantes cubiertas de pintura blanca cayendo salpicaban un campo
cubierto de grava, y una pequeña cabaña de hierro frente a ellos. En el
desierto, sin sombra para protegerlos, el sol era ferozmente caliente, y Gabrielle
comenzó a sudar tan pronto como siguió a Luca fuera del auto.
—¿Luca?
Él se alejó, pasó la choza y un contenedor gigante que se balanceaba
suavemente sobre cuatro patas temblorosas mientras el viento soplaba caliente
alrededor. Cautelosa del calor, lo dejó aliviar su enojo y se resguardó debajo del
toldo de la choza, que parecía que había sido tapiada hace mucho tiempo.
—Nunca voy a vivir con eso —dijo Luca, acercándose a ella unos pocos
minutos más tarde.
—¿Con qué?
Colocó la mano alrededor de su nuca y la acercó, hasta que sus narices se
tocaron.
—Fui rescatado de una paliza que merecía por una mujer policía.
Su aliento la dejó con prisa.
—¿No iban a matarte?
—No. Hoy no. —Su mano se apretó alrededor de su cuello—. Y después de
ese espectáculo, si cambian de opinión, probablemente enviarán a algunos
hombres más para hacer el trabajo. Estuviste jodidamente magnífica.
Su boca se abrió y se cerró de nuevo.
Se había preparado para otra pelea por ponerse en peligro derivada de su
naturaleza sobreprotectora, pero ¿finalmente estaba aceptando lo que hizo? No
solo eso, ¿la acababa de felicitar?
—Solo estaba haciendo mi trabajo.
—Tu oficina está perdiendo su mejor activo dejándote detrás de un
escritorio. —Presionó un beso en su frente.
Todavía aturdida por su aparentemente abrupto cambio de actitud,
tartamudeó.
—¿No estás enojado? Por lo general, despotricas sobre cómo el trabajo del 184
hombre es proteger a la mujer y que no debería ponerme en peligro, bla, bla,
bla.
Sus labios se crisparon en las esquinas.
—Eres mía, y tu seguridad es una cuestión de honor. Preferiría morir con
honor antes que verte lastimada por tratar de salvarme. Pero me hiciste
replantearme mi punto de vista, y cuando puedas respaldarme sin ponerte en
riesgo, entonces aceptaré tu ayuda.
Gabrielle contuvo una carcajada. Su sobreprotección todavía estaba allí,
pero, entre líneas, leyó respeto y buena cantidad de orgullo.
—Aunque no fue necesario —continuó—. Y tendré que volver por cuestión
de honor, estoy en deuda contigo.
Gabrielle frunció el ceño.
—No te dejaré ir. Prefiero tener a un ileso deshonrado, Luca, que a un
golpeado honorable.
—El honor no es algo que deba tomarse tan a la ligera —dijo, su sonrisa
se desvaneció—. Sin honor, sientes que alguien tomó un pedazo de tu carne.
Mi padre deshonró a nuestra familia. Se involucró con el tráfico de drogas y se
volvió un soplón en lugar de ir a prisión cuando fue atrapado. Pero la familia se
enteró. —Su voz se tensó—. He pasado mi vida intentando restaurar el honor
de la familia, tratando de demostrar que no soy el hijo de mi padre, para
hacerme completo...
Su corazón se apretó en su pecho.
—Siento lo de tu padre, pero no podía sentarme en el auto y dejar que te
lastimaran, incluso si hubiera entendido tu concepto del honor. Eso no es lo
que soy. —Suspiró cuando lo último de su adrenalina se desvaneció—.
Probablemente soy la mujer más equivocada en el planeta para ti. ¿Cómo
puedes restaurar el honor de tu familia cuando estás con un oficial de policía?
Su mirada nunca abandonó su rostro.
—No puedes ayudar a quien amas. Eres la mujer perfecta para mí.
Tomó un largo momento antes de sus palabras se hundieran.
La amaba.
Aunque estaba amargada y rota, y se encontraban en lados opuestos de la
ley, y aunque su amor estaba prohibido y los riesgos de estar juntos eran
astronómicamente altos, la amaba.
—No sé qué decir. —No podría decirlo también porque no sabía si podría
amar a alguien otra vez. Le gustaba, disfrutaba pasando tiempo con él, y le
importaba profundamente. Pero nunca se había permitido a sí misma
considerar un futuro con Luca, nunca pensó que hubiera una manera en que
pudieran estar juntos, excepto para cazar a García, nunca se atrevió a abrirse
al amor. 185

—No necesitas decir nada —dijo él—. Es lo que es.


Ella no lo vio venir. Un momento estaba a diez metros de distancia, y
luego estaba en sus brazos, su cuerpo caliente y duro contra ella.
—Eres mía, Gabrielle. Fuiste mía desde el momento en que nos
conocimos. Nico quiere que termine nuestra relación después de encontrar a
García, pero encontraremos la manera de hacerlo funcionar, incluso si tengo
que dejar a la familia. —La reclamó con un beso, feroz y exigente, tan
apasionado que se le doblaron las rodillas y tuvo que agarrar sus hombros
para mantenerse erguida.
Quería creerle, pero parecía una tarea imposible. Por lo que sabía, solo
había dos formas de salir de la mafia: la muerte, o protección de testigos. Y
después de lo que acababa de decirle sobre su padre, no había forma de dejarlo
elegir lo que significaría perder la única cosa por la que había estado luchando
toda su vida. No quería a Luca sin ese pedazo de carne. Lo quería completo.
—¿Qué iban a hacer contigo?
—A lastimarme. Tal vez romperme algunos huesos.
—Por mi culpa —dijo amargamente.
—Porque rompí las reglas. —Su áspera mano tomó su mejilla, su pulgar
acarició ligeramente su mandíbula—. Mio angelo. Soportaría cualquier
dificultad por ti. Le daré la bienvenida al dolor porque nos da tiempo para estar
juntos. Cada día extra que paso contigo vale una docena de hematomas.
—Luca… —Su nombre era una oración en sus labios. Había perdido a
David. No iba a perder a Luca, también. Tenía que haber una forma de estar
juntos que no involucrara matar o golpear con un bate de béisbol, o perder el
honor que era una parte tan importante de su vida—. Creo que acabo de
mostrarte que haría el mismo sacrificio por ti.
—Y serás castigada por ello. —Envolvió los brazos alrededor de ella tan
apretado que apenas podía respirar.
—¿Castigada?
Él enterró el rostro en su cuello, acariciándola detrás de la oreja, su leve
barba una sensual quemadura sobre su piel.
—Te daré más placer del que puedes soportar.
Gabrielle tragó y toda su conciencia repentinamente se centró en el pulso
de excitación entre sus muslos.
—Quiero que seas rudo.
—Lo seré.
—Quiero que me desarmes hasta que entiendas que lo que sientes por mí
es lo que siento por ti. Cómo es tu dolor contra mi dolor. Cómo no podía
sentarme allí y verte sufrir. 186
Él tomó un aliento entrecortado.
—Voy a romperte y luego te uniré de nuevo. Te marcaré para que cada vez
que te mires en el espejo pienses en mí, y cada hombre que se atreva a mirarte
sabrá que eres mía.
—Quiero ser tuya, Luca —susurró ella—. Y quiero que seas mío.
—Sei mia per sempre, anima e cuore. Senza di te no vivo piu. Eres mía para
siempre —tradujo para ella—. En cuerpo y alma. Sin ti, no podría vivir.
Se rindió a él, incapaz de hacer nada salvo sentir cómo dejaba besos por
su cuello y la sensible coyuntura de su garganta y hombro.
Y luego se inclinó y la mordió tan deliciosamente fuerte que gritó.
Diecinueve
P
aolo no podía ver nada a través de la venda cubriendo sus ojos. Ni
una astilla de luz, ni siquiera una sombra. El miedo se envolvía a su
alrededor, aislándolo del gélido aire.
—¿Dónde estamos? —Agarró el brazo de Ray mientras salía del vehículo,
sus pies golpearon una superficie sólida y plana. Ray lo había recogido en un
sedán negro en su edificio de apartamentos justo después que el sol se puso,
vendándolo antes de comenzar su paseo por la ciudad hace no más de media
hora.
—Te lo dije antes. Sin preguntas. Muévete rápido. —Con una mano firme
en su hombro, Ray lo empujó hacia delante.
—¿Crazy T también tuvo que pasar por esto para conocer al jefe?
Ray lo esposó. 187
—No conocerás al jefe. Solo se encuentra con sus mayores clientes. Ahora,
cierra la boca y camina.
—¿Puedo hacer una pregunta más? ¿Qué le pasó a Crazy T?
—Sobredosis. —Ray le detuvo—. Espera aquí.
Paolo tomó un profundo y calmante aliento y olió hierba recién cortada,
una rareza en el interior de la ciudad donde vivía. Tenían que estar en los
suburbios, en algún lugar agradable donde tuvieran el tiempo y dinero para
regar y cortar el jardín. Escuchó el sonido de un panel de seguridad, y el
distante zumbido de una cortadora de césped. Definitivamente era un área
residencial, y era una zona con casas o ranchos, ya que no había escalones.
Oyó el crujido de una puerta y sintió una ráfaga de aire frío cuando Ray lo
empujó hacia adelante. Pensó en Crazy T viniendo aquí para comprar su droga,
y cómo se había ido. Tenía que ser cuidadoso para no cometer el mismo error.
Era fácil volverse adicto y difícil dejarlo. Pero Paolo era inteligente. Se limitaría
a sí mismo a solo una toma por día, tal vez dos, si tenía un trabajo importante
que hacer. Solo lo necesario para mantenerlo en marcha, pero no lo suficiente
para que el señor Rizzoli lo notara, o lo empujara a la adicción.
Ray dio un resoplido satisfecho mientras quitaba la venda de Paolo.
—Cállate.
Paolo parpadeó cuando sus ojos se ajustaron a la luz. Estaba de pie en la
sala de lo que parecía ser una casa familiar de clase media. Sofás de cuero
tostado estaban colocados en frente de una TV montada en la pared, separados
por extravagantes mesas sosteniendo ornamentadas lámparas que echaban
sobre la habitación un suave resplandor. Detrás de las gruesas cortinas,
vislumbró las tablillas cerradas de las persianas. Fotos de paisajes decoraban
la pared, y fotografías enmarcadas llenaban la repisa encima de la chimenea.
Desanimado por la incongruencia de un distribuidor de drogas
escondiéndose en una casa familiar promedio, vaciló en el pasillo.
—Tal vez deberíamos quitarnos los zapatos.
Su madre siempre lo había hecho quitarse los zapatos antes de entrar en
la casa. Solo lo olvidó una vez, y sufrió su lapso cuando su padre llegó a casa
encontrándola de rodillas tratando de quitar las manchas de la alfombra.
—¿Qué? ¿Me estás jodiendo? Nadie se quita los zapatos. —Ray llevó a
Paolo a una mesa cubierta de paquetes de polvo blanco.
—¿Es esta la casa del jefe? —Paolo abrió la bolsa que le habían indicado
traer para llevar la droga.
—¿Crees que te voy a decir algo sobre el jefe? —Ray resopló su risa—. He
visto lo que le hace a los muchachos que lo enfadan, y no tengo interés en ser
tratado como un pedazo de carne.
El corazón de Paolo latió con fuerza en su pecho. 188

Esto era casi tan malo como la mafia. Un día tendría un trabajo donde los
errores no fueran castigados con tortura y muerte.
—Tenemos cinco ubicaciones en el valle —dijo Ray, levantando una de las
bolsas—. Tres en el noreste, uno en el suroeste, y uno en Henderson. Una vez
sepamos que se puede confiar en ti, se te darán las otras direcciones para
recoger tu suministro. Después de hoy, serás responsable de tu propio
transporte. Si necesitas algo más que coca, tenemos heroína y metanfetaminas.
Paolo miró la bolsa.
—¿Me la darás así?
—¡Pendejo! Pensé que Crazy T te había dado sus etiquetas.
Paolo no sabía mucho español, pero se imaginó que Ray lo había llamado
algo equivalente a un idiota.
—No lo he visto en una semana. Tal vez estaba planeando hacerlo antes
de morir.
Ray dejó escapar otra corriente de invectiva.
—Me lo compras, tú lo empacas y lo vendes. Crazy T tenía muchos
clientes que conocían la etiqueta con su marca rosa. Sabían que era de
confianza, y que vendía cosas de buena calidad. Si fuera tú, tomaría su marca.
Tenía un buen negocio hasta que lo arruinó. Estaba cobrando veinte dólares
por una bola ocho17. Haz las cuentas.
—No es realmente mi fuerte. —Paolo buscó en su bolsillo y sacó todo el
dinero que había ganado en los últimos meses trabajando para el señor Rizzoli.
—Obtenía ciento sesenta dólares por gramo, y nos pagaba sesenta. Estaba
más que doblando su dinero.
Los ojos de Paolo se abrieron y señaló los paquetes.
—En ese caso, tomaré uno.
Ray se dobló de risa.
—Realmente eres malo con las matemáticas, a menos que tengas cuarenta
mil dólares en esa bolsa.
—Tengo mil dólares. —Y no había forma que pagara su alquiler o que
comprara comida si el señor Rizzoli no le pagaba antes que consiguiera poner
esto en marcha.
—Tendrás que juntar otros cuatrocientos noventa y nueve mil, y podrás
conocer al jefe, incluso sentarte con él a tomar una copa —dijo Ray—. Por mil,
tendrás que entretenerte un rato mientras lo peso.
—Claro. —Los hombros de Paolo se desplomaron.
Entonces ahora tendría que intentar encontrar una forma de duplicar la 189
etiqueta de Crazy T. No podía recordar lo que había hecho con los paquetes
vacíos, aunque sabía dónde vivía Crazy T porque habían ido a su casa después
de la fiesta y conoció a su novia.
Vagó por la habitación mientras Ray pesaba cuidadosamente el polvo en
una báscula digital. ¿Sería esta una de las casas del distribuidor? ¿O era solo
un frente en caso de una redada policial? Las fotos del manto parecían
suficientemente reales. Estudió las fotos de una familia; un hombre, una mujer
y su hijo, todos con el mismo cabello oscuro y complexión como Ray, en frente
del “Castillo” de Chichén Itzá, en México. Había fotos de la familia en la playa,
frente a una enorme iglesia, y otra de ellos comiendo helado en un parque.
Paolo sintió una punzada de añoranza por los días antes que su madre se
desvaneciera y las raras ocasiones en que su padre no estaba en modo golpear.
La mafia era lo más cercano a una familia real que había tenido desde que su
madre terminó herida. Si alguna vez descubrían lo que estaba haciendo...
—¿Son reales estas fotos? —Paolo sabía que no era un tipo inteligente,
pero incluso él no habría puesto fotos de sí mismo en una casa de drogas para
que cualquiera las viera.
Ray se encogió de hombros.
—No sé. Siempre han estado allí. Voy a donde me dicen que vaya. Nos

17El término "bola 8" hace referencia al uso o consumo de drogas con diferentes significados,
es, por ejemplo, una peligrosa combinación de cocaína y heroína, o, como en este caso, puede
hacer referencia a una cantidad: 1/8 de gramo.
movemos mucho para despistar a los policías. —Extendió una bolsa—. Aquí
tienes. Esta es tu gran compra. Sé inteligente y podrás duplicar, incluso
triplicar tu dinero. Sé estúpido y terminarás como Crazy T.
Paolo tomó la bolsa, y vaciló.
—Dijiste que obtendría toda la coca que quisiera gratis. Eso fue parte del
trato.
—Acabo de darte una bolsa de coca con valor de casi dos de los grandes
en la calle y solo me pagaste mil. —Ray sonrió—. Si quieres esnifártela toda tú
mismo, prácticamente estarás obteniéndola gratis.
La mano de Paolo se apretó alrededor del bolso. Un trato era un trato. Si
alguien rompía un trato con la mafia, te dejaban moretones y huesos rotos, si
eras afortunado, o morías si no lo eras. Pero no tenía a la mafia detrás de él
para hacer cumplir el trato. Físicamente no era partido para Ray, que parecía
estar en los finales de sus treinta y tenía alrededor de cuarenta kilos de
músculo en él. Diablos, ni siquiera tenía un arma.
—Teníamos un trato —murmuró, metiendo la bolsita en su mochila.
—No tienes nada —dijo Ray, no muy amable—. Eres el más bajo de los
bajos. Alimentas el fondo. El jefe ni siquiera sabe que existes. Cuando tengas
una gran cantidad de dinero, entonces estarás en condiciones de comenzar a 190
pedir favores. Entonces te escucharemos. —Extendió la venda—. ¿Listo para
rodar? Tienes mi número. Ponte en contacto cuando necesites recargar. Tengo
muchachos en la calle que me dirán cómo vas. Si recibo un buen informe,
entonces te enviaré una dirección. Pero tienes que moverte rápido para
asegurar el territorio. Todos quieren una parte de la acción: las pandillas
callejeras, las tríadas, los rusos, los albaneses, incluso la puta mafia. Todos
quieren un pedazo del pastel.
—La mafia no está involucrada en el comercio de drogas. —Se estremeció
cuando la venda pasó por sus ojos. A veces, cuando su padre estaba de muy
mal humor, su madre solía esconderlo en la ropa del armario y cerrar la
puerta. Incluso ahora, la oscuridad se asociaba con el aroma del detergente
para ropa, con la sensación de sofoco, y con el miedo abyecto.
—Claro que lo están. —Ray ató la venda apretada alrededor de sus ojos—.
Son nuestros mayores clientes.
Veinte
—D
espierta. Es hora de ir a la iglesia. —Luca golpeó el
trasero de Gabrielle debajo de la ropa de cama, sacándola
de un delicioso sueño donde había sido untada en salsa
de chocolate y él había estado lamiéndola.
—¿Iglesia? —Gabrielle levantó la vista de la comodidad de la enorme cama
de Luca—. Yo no voy a la iglesia.
—Lo harás hoy. —Quitó la ropa de cama, y el aire helado envió una ola de
piel de gallina a través de su cuerpo.
—Oye. Dame las cubiertas de vuelta. El domingo es mi día para dormir. Y
estoy cansada. Cada vez que traté de dormir, era maltratada en alguna
retorcida posición sexual, empujada, y pinchado…
—¿Empujada? —Luca dio un indignado sonido—. No empujo. Complazco. 191
—Bien. —Ella tiró de la almohada sobre su cabeza—. Fui complacida. De
nuevo y una y otra vez. Ahora necesito el placer de dormir.
—Una vez que te dejé tumbada —le recordó.
—Oh, sí. —Ella se estiró, sintiendo la sábana—. Ese fue el momento en
que me desperté con tu pene presionado contra mis labios. Tienes suerte que
no estuviera soñando con morder algo.
—Te gustó cuando follé tu boca. —Su voz bajó a un ronroneo sensual—.
Estabas muy, muy mojada.
Gabrielle se alegró porque la almohada ocultaba la repentina quemadura
en sus mejillas. Todavía no estaba acostumbrada a su conversación sucia, pero
hombre, la excitaba.
La cama se hundió, y su mano viajó por su espalda y sobre su trasero.
—Tienes que parar esto, o no saldremos de aquí.
—No estoy haciendo nada excepto intentar dormir.
Él trazaba raros patrones en su piel, enviando una onda de deseo por su
espina.
—He estado despierto durante horas leyendo las notas que hiciste anoche
sobre la investigación de García. Tienes una memoria increíble para el detalle.
—Ese caso fue toda mi vida por dos años. —Suspiró ella—. Es extraño,
pero sentía que lo conocía, aunque rara vez salía en público, así que nunca
tuvimos una descripción física. Como era la detective más joven en el caso, leí y
archivé cada pedazo de papel y cada archivo digital. Lo sabía todo, pero nadie
estaba interesado en lo que tenía que decir. Cada vez que les decía que sabía
dónde podría estar, decían que no era buen momento. Empecé a pensar que
alguien estaba frustrando la investigación, o que había una agenda política
más alta en el trabajo.
—No todos los policías son buenos policías. —Labios cálidos rozaron su
columna, lamiendo la marca que le había hecho ayer por la tarde cuando la
penetró en el desierto como aperitivo para lo que tenía planeado cuando la
llevara a su casa.
—¿Alguna idea sobre cómo encontrarlo? —preguntó ella, su mente entró
en modo trabajo—. No sé lo que pasó después del ataque. Pensé que podría irse
de la ciudad hasta que las cosas se calmaran.
—Frankie tiene fuentes que confirmaron que está aquí, pero bien
escondido.
—Supongo que eso tiene sentido. Pensamos que tenía alguna conexión en
la ciudad —dijo ella—. O podría ser que Las Vegas funcione mejor como un eje
central para su cadena de distribución.
—O podría haber forjado una nueva y muy poderosa alianza y necesita 192
estar aquí para hacer que se honre. —Se movió en la cama, rodando más
cerca. Su mano se coló entre sus piernas, y deslizó un dedo a través de sus
labios.
Gabrielle se movió inquieta contra su dedo, buscando.
—¿Sabes con quién está aliado?
—Sí.
—¿Pero no puedes decírmelo? —Intentó girarse, y él la presionó hacia
abajo en la cama—. Esa podría ser nuestra manera de entrar, Luca.
—Esa ruta está cerrada para nosotros.
Gabrielle suspiró.
—Si pudiéramos conseguir poner nuestras manos en algo de dinero...
Su dedo detuvo su suave tormento.
—¿Por qué necesitas dinero?
—Solo se reúne en persona con gente poderosa, los que son los principales
distribuidores de su producto. La cifra que escuchamos fue de quinientos mil.
Si tuviéramos ese dinero y algunas conexiones en el inframundo, podríamos
organizar una reunión.
—¿Podríamos?
Ella miró hacia atrás por encima del hombro.
—Estamos haciendo esto juntos. ¿Recuerdas cuando me dijiste que había
estado magnífica rescatándote? Seré aún más magnífica cuando capture a
García y envíe a la cárcel.
—Tal vez no debería haber sido tan libre con mi alabanza —murmuró—.
Parece que se te ha subido a la cabeza.
—Te gustan las chicas con pistola. —Le recordó ella—. Dijiste eso cuando
salvé tu trasero de los albaneses que dispararon a mi casa.
Se cortó de repente, recordando por qué había ido al restaurante ayer. En
toda la confusión, no llegó a hacerle la pregunta que inicialmente la había
llevado allí. Pero cuando presionó un beso en la cicatriz de su espalda, la
herida de salida de la bala que los había unido, decidió que no quería escuchar
la verdad.
—Te estaba cubriendo mientras salvabas a Max. —Bajó su peso de sus
codos, inmovilizándola en la cama.
Ella rio, esforzándose contra él.
—¿Vas a aplastarme hasta que esté de acuerdo?
—Te penetraré hasta que estés de acuerdo. —Acarició su cuello, su aliento
cálido en su piel—. Y García no irá a la cárcel. Se irá conmigo a pagar por lo
que le hizo a Little Ricky.
193
—No.
Se levantó, solo para ser aplastada en la cama por el peso del cuerpo de
Luca mientras se movía para acostarse sobre ella. Se estremeció con el toque
de su camisa fría en la espalda, la presión de la hebilla de su cinturón, el eje
duro presionado contra la hendidura de su trasero.
—Tiene que responder por sus crímenes en un tribunal de justicia —
continuó, tratando de mantener su excitación en control—. Lo intentarán, y sin
duda será encontrado culpable y pasará el resto de su vida pudriéndose en la
cárcel.
—Eso no es justicia. ¿En la cárcel, teniendo tres comidas al día,
continuando ejecutando su imperio de drogas desde detrás de las rejas
mientras que Little Ricky y David no están más en esta tierra? Esa es una
parodia. Justicia significa que sufrirá de la forma en que hizo sufrir a tu
marido, de la forma en que hizo sufrir a Little Ricky y a innumerables otros.
Justicia significa que se sienta desnudo en una habitación fría y oscura sin
saber dónde caerá el siguiente golpe o cuánto tiempo gritará. Justicia significa
una larga, lenta, y dolorosa muerte.
—No puedo. —Ella enterró la cabeza en la colcha—. No puedo estar de
acuerdo con eso.
—Pero lo quieres. —Su aliento era caliente tentación en su oído—. En el
fondo de tu corazón, quieres que el tipo solo pueda sentir tu venganza.
—No.
—Sí, bella. No eres la recta policía que pretendes ser. Debajo de tu
uniforme late un corazón rebelde. Así es como encontramos juntos nuestro
camino. No rompiste con la policía cuando decidiste trabajar conmigo para
encontrar a García. Rompiste con ellos el día que te volviste una paria y
recibiste un disparo, el día que nos conocimos uno al otro.
Ella se retorció para alejarse, pero pesaba demasiado, era demasiado
cálido, su rozadura de barba erótica, su aliento susurrando promesas, su pene
demasiado tentadoramente duro para cualquier esfuerzo serio. Sí, lo deseaba.
En la parte más secreta de su corazón, quería más que una sentencia de
prisión. Quería que García probara el tipo de dolor que había pasado cuando
perdió a David y a su hijo por nacer. Quería justicia.
Estilo mafia.
—Es demasiado peligroso perseguirlo sin respaldo —dijo ella mientras los
últimos hilos de su resolución se desvanecían debajo del martilleo de su recién
despertado corazón rebelde.
Soltó un aliento indignado.
—Soy peligroso. Mis amigos son peligrosos.
—Eres peligrosamente sexy. —Movió su trasero contra él para decirle que,
por ahora, la discusión había terminado. No tenían el dinero o la información 194
para acercarse a García. Así que por qué no dirigir su atención a algo más que
quería...
El cuerpo de Luca se tensó y gruñó.
—Tú eres sexy, mostrándome tu sexy cuerpo, recordándome anoche,
diciendo cosas sexy... —Enganchó sus rodillas entre ella y empujó sus piernas
separándolas—. Abre para mí —exigió.
—No otra vez. —Su excitación provocó una muesca en el borde afilado de
su voz—. ¿Cómo puedes estar duro otra vez? Solamente ha pasado una hora.
—Porque eres tú. —La empujó para que se quedara tumbada en el
colchón, deslizando sus labios calientes por su cuerpo
Nunca había experimentado a Luca así: contundente, agresivo y más
dominante que nunca.
Su urgencia era inquietante y una emoción de miedo atravesó su cuerpo.
Arrodillándose detrás de ella, levantó su trasero, colocándola de rodillas
con la cabeza y hombros clavados en la cama.
Colocó la mano entre sus piernas, y bruscamente separó sus rodillas.
—Voy a penetrarte duro —gruñó suavemente en su oreja—. Y vas a
quedarte allí y a tomar mi pene tan profundo como puedas. No te moverás.
Cuanto más luches, más rudo seré, y cuando te corras, vas a gritar mi nombre.
Escuchó el ruido de la hebilla de su cinturón, el susurro de la tela, y luego
la gruesa cabeza de su pene le acarició la húmeda entrada.
—Prepárate, bella, porque voy a penetrarte hasta que entiendas que no
dejaré que nada ni nadie te lastime. —Entró en ella con un duro golpe—. Y
luego quiero que vengas a la iglesia y conozcas a mi madre.

***

Gabrielle apretó la mano de Luca mientras iban por el pasillo de la Iglesia


del Sagrado Corazón, tratando de ignorar las miradas curiosas y susurros
alrededor. Su madre la había llevado a la iglesia los domingos cuando era una
niña, pero las visitas habían terminado cuando murió. Después que su familia
se mudó a Nevada, los domingos transcurrían viendo a sus hermanos jugar
deportes o en el hospital mientras Patrick luchaba una vez más con su
adicción.
Alisó su vestido malva de manga corta y cuello redondo, con una tira
gamuza en la cintura, y falda plisada. No tenía muchos vestidos, pero Nicole le
había prestado el relativamente modesto traje cuando había vuelto a casa a
cambiarse. Nicole no había estado en contacto con Clint desde el viernes por la
noche en Red 27, pero estaba de buen humor, tomando turnos extra en el 195
casino y actualizando su perfil de citas en línea en varios sitios con Cissy.
—Nos sentaremos aquí. —Luca le hizo un gesto hacia un banco a pocas
filas de la parte posterior—. No es correcto unirse a la familia hasta que hayas
sido presentada formalmente.
—Tampoco es correcto marcar tanto a tu novia que debajo de su vestido
parece que fue atacada por un animal salvaje —susurró, probando la palabra
“novia” para ver cómo reaccionaba.
Luca dio un sonido satisfecho.
—Me gustan mis marcas en ti.
—Estás haciendo que esto suene muy serio.
—Si no fuera serio —dijo, apretando su mano—. No estaríamos aquí.
Algunas personas se detuvieron para hablar con Luca cuando pasaron, y
ella fue saludada con abrazos y besos. Aunque no estaba acostumbrada a
tanto cariño, se tragó la incomodidad y forzó una sonrisa hacia los primos,
amigos, tías y tíos, que claramente estaban intrigados por su relación con
Luca. Cuando finalmente tuvo la oportunidad de sentarse, vio a Matteo al
frente junto a una mujer con oscuro cabello corto y ondulado.
—Esa es mamá —dijo él siguiendo su mirada—. No quiere verse vieja,
como mi hermana, Angela, por lo que se tiñe el cabello. Cada semana es un
tono diferente, a veces rojo, a veces marrón, una vez fue negro azabache.
Angela está a su izquierda. Es peluquera. Es rubia como mi madre, pero se
tiñó el cabello marrón. Alex, mi hermano menor, está a su lado. —Sonrió
irónicamente—. Con el color de cabello normal.
—Es una iglesia hermosa. —Estudió las vidrieras gigantes detrás del altar
y los vestíbulos a lo largo de los lados de la iglesia. Iluminada y aireada, con
pisos muy pulidos, y modernas luces en el techo, tenía un ambiente relajado,
dando una sensación de bienvenida.
—Ma piensa que es demasiado moderna. Algunos generosos benefactores
financiaron la renovación hace unos años. Creo que es una gran mejora.
—¿Es muy tradicional?
Luca se rio.
—Solo cuando se trata de la familia, de la comida y de la religión.
Después del servicio, todos se reunieron fuera, acurrucados a la sombra
de árboles plantados a lo largo de la pasarela. Luca tiró de ella a través de la
multitud hacia su familia, pero fueron interceptados por Matteo antes que
pudiera presentarla.
—¡Papá! —Corrió y arrojó sus brazos alrededor de su padre—. Estás aquí.
Estás aquí.
Riendo, Luca lo arrastró hacia arriba y hacia sus brazos.
—Es domingo. Por supuesto que estoy aquí. 196
—Nunca vienes a la iglesia. —Matteo miró a Gabrielle y sonrió—. Hola,
señorita Gabrielle.
—Hola, Matteo. —Ella alborotó su cabello—. Veo que estás usando traje
como tu papá. Te ves muy guapo.
Él sonrió y palmeó la chaqueta de su pequeño traje.
—Nonna me compró una corbata como la de papá.
Gabrielle levantó la vista y atrapó a la madre de Luca mirándolos. Sonrió,
pero la madre de Luca no devolvió el gesto.
Oh Dios. Había tenido una buena relación con los padres de David,
aunque vivían en Florida y no lo visitaban a menudo. Ambos habían sido
cálidos y acogedores y tan de apoyo como pudieron ser después de la muerte
de David.
—¡Ma! —Luca besó a su madre en ambas mejillas mientras sostenía a
Matteo y hablaba brevemente en italiano.
Gabrielle agarró su bolso y trató de calmar el frenético golpeteo de su
corazón. Había enfrentado a endurecidos criminales casi todos los días en su
trabajo, sobrevivido a dos tiroteos, y acechado a un vicioso traficante de drogas
en un oscuro almacén. Entonces, ¿por qué le tenía miedo a la madre de Luca?
—Mamá. Quiero que conozcas a Gabrielle Fawkes.
—Es un placer conocerla, Señora Rizzoli. —Gabrielle sonrió de nuevo y
obedientemente se inclinó para que la madre de Luca pudiera besar sus
mejillas.
—¿Eres italiana? —preguntó la madre de Luca—. No pareces italiana.
—No. Soy medio irlandesa y mezcla de inglesa, escocesa y un poco sueca.
El rostro de su madre cayó y miró a Luca, que se elevaba sobre su metro
noventa y cinto.
—No es italiana.
—No, mamá. —Puso la mano libre en el hombro de Gabrielle y le dio un
tranquilizador apretón—. Pero no es el fin del mundo.
—Y está demasiado delgada —dijo la madre de Luca, como si Gabrielle no
estuviera de pie allí mismo—. Mírala. Posees un restaurante. ¿No la alimentas?
—Mamá. Es perfecta.
—Tráela para la cena. Voy a alimentarla. Todos vendrán. Gino también lo
hará. Daniel vendrá. Josie también llegará. Donna vendrá y traerá a todos los
niños...
—Irá.
Eso la calmó, Gabrielle fue interrogada sobre dónde vivía y con quién
vivía, qué auto manejaba, quién era su familia y dónde habían vivido en todos
estos años. Respondió preguntas sobre su madre y su padre, su madrastra, y 197
sus hermanastros. Incluso mencionó a Patrick, aunque no cómo murió.
—¿Qué haces para vivir? —preguntó su madre.
Gabrielle miró a Luca en busca de ayuda y él se encogió de hombros.
—Soy detective de la policía —dijo tranquilamente.
La madre de Luca la miró fijamente por un largo tiempo y luego su mirada
se dirigió a Luca.
—¿Nico?
Había más en la pregunta de lo que Gabrielle entendió porque la sonrisa
de Luca se desvaneció y negó. El rostro de la madre se suavizó, y luego resopló
con un aliento determinado.
—Debería conocer a Josie. —Tomó el brazo de Gabrielle en un apretón
firme—. Ven a cenar. Conoce a Josie. Tienen mucho en común.
—Tenemos que irnos, mamá. Recogeré a Paolo y lo traeré, así tendrá una
buena comida, y el restaurante está de camino. ¿Necesitas que recojamos algo?
—Luca bajó a Matteo y tomó la mano de Gabrielle.
—Necesito más mozzarella —dijo ella—. De la húmeda. Alex se lo come
como si fuera agua. Y no olvides tu ropa.
Gabrielle lo miró divertida.
—¿Tu madre te lava la ropa? —preguntó en voz baja.
Totalmente sin vergüenza, Luca se encogió de hombros.
—La hace feliz.
Más besos. Más abrazos. Mientras Matteo jugaba en el césped, ella se
encontró con la hermana de Luca, Angela, quien la saludó calurosamente, y
con su hermano Alex, quien parecía desapegado e incómodo, y actuó muy
parecido a Patrick, seguramente porque estaba drogado. Después de ser
presentada a una vertiginosa variedad de parientes, fueron a buscar a Matteo
para llevarlo a casa.
—Todos tienen el mismo ceño fruncido —dijo ella cuando Matteo armó un
alboroto sobre ser arrastrado lejos de sus amigos.
—Tú, tu hermana, tu madre y Matteo. No pude ver a Alex fruncir el ceño,
pero todos tienen un pliegue divertido en el centro de su frente y todos
estrechan los ojos de la misma manera. Me hace reír.
—Todo el mundo arruga la frente cuando frunce el ceño —dijo él con
fuerza.
—Pero no todos tienen esa V.
Trazó suavemente la frente de Matteo, y se olvidó de su rabieta y sonrió.
—Tú también la tienes. —Alargó la mano y Luca se la tomó y la alejó.
Gabrielle se encogió por dentro, dándose cuenta de que había roto la regla no
escrita sobre compararlo con su hijo y se preparó para la tormenta. 198

—Creo que salió bien —dijo Luca, como si su tácito altercado no hubiera
sucedido.
—Ella me odia.
Él le pasó un brazo por sus hombros.
—No te conoce.
—No quiero causarle problemas a tu familia. Tal vez no debería ir a cenar.
—Tienes que ir. —Matteo rebotó a lo largo de la acera al lado de ellos—.
Eres la chica de papá. Tienes que estar ahí.
—Eso es correcto. —Luca se detuvo y la tomó en sus brazos—. Adónde
vayas, yo iré.
Sintiendo una oportunidad, ella se inclinó y le susurró al oído.
—Voy a agarrarme a eso.
—Excepto si voy tras García —dijo él rápidamente—. Entonces, a dónde
vaya, tú no irás.
Ella lo miró con aire petulante.
—Demasiado tarde. No puedes cambiar el trato.
Luca frunció el ceño.
—Puedo hacer cualquier cosa.
—¿Puedes hacer que quinientos mil dólares aparezcan de la nada? Porque
si no puedes, entonces esta discusión es irrelevante.
Luca se congeló, su rostro se volvió pensativo.
—De hecho, puedo hacerlo.

199
Veintiuno
P
aolo se sonrojó y resopló. El baño de la madre del señor Rizzoli era,
por mucho, el mejor baño que había usado para complacer su nuevo
hábito. El señor Rizzoli había pagado por renovaciones en la casa
cuando trajo a Matteo a vivir con su madre, y ahora la cocina y los baños
tenían mostradores de granito, brillantes suelos de baldosas, y ricos gabinetes
de madera. Se desplomó en el suelo y se quedó mirando las parpadeantes luces
como estrellas en el techo, esperando el primer subidón.
Un día tendría un baño así, y no un agujero oscuro en la pared con
accesorios oxidados y agua marrón saliendo de las tuberías. Pero necesitaba
poner su trasero en marcha. Había pasado por la casa de Crazy T después de
recoger su suministro, y la novia del distribuidor había estado feliz de darle las
últimas de etiquetas de Crazy T y sus suministros de impresión. Incluso le
había arrojado los paquetes de plástico y algunas bolsitas y murmurado algo 200
acerca de mantener vivo el nombre de Crazy T.
Paolo no sabía el nombre de Crazy T, pero seguro como el diablo quería
mantener la marca Pink Label. Había pasado la mañana empaquetando su
droga y luego caminó por las calles de su barrio tratando de averiguar cómo
preguntar si alguien estaba buscando “algo especial”. ¿Ese tipo realmente
estaba esperando el autobús o estaba buscando mercancía? ¿Esas dos chicas
riendo fuera de la tienda de conveniencia necesitarían un poco de algo para una
fiesta a la que irían esta noche? No lo sabía.
La gente era un rompecabezas que no podía entender de la forma en que
podía abrir una cerradura, y había deseado por un momento poder ganarse la
vida resolviendo los rompecabezas de acero duro y frío.
Finalmente sintió la vibración que había estado esperando, y despegó del
piso. Después de revisar el espejo por señales reveladoras de su ilícita
actividad, alisó su cabello, y abrió la puerta.
—Alex. —Se sobresaltó cuando vio al hermano de Luca apoyado contra la
pared en el pasillo. Aunque era solo unos años mayor que él, realmente nunca
se habían llevado bien. Alex era un serio adicto a las drogas, y el señor Rizzoli
había hecho todo lo que pudo para limpiarle. Le pagó un par de temporadas en
rehabilitación, e incluso envió a algunos de su equipo a asustar a sus
distribuidores regulares. Pero por cada distribuidor que desaparecía, otro
tomaba su lugar. Igual que Paolo había tomado el de Crazy T.
Tocó el paquete en el bolsillo de sus vaqueros. No necesitaba adivinar si
Alex querría comprarlo. Tomaría cualquier cosa. Y podía contar con la
discreción de Alex. Nadie quería soportar la ira del señor Rizzoli. Pero vender en
la casa de su madre a su hermano drogadicto era una muy mala idea.
—Um... El baño está libre. —Dio un paso, y Alex se movió para bloquear
su camino.
—Olvidaste algo.
Bum. El cuerpo de Paolo se convirtió en una bola de fuego, y el sudor
chisporroteó en su piel.
Se llevó la mano a la nariz y se dio cuenta de su error solo cuando Alex
sonrió.
—El truco más viejo del libro. Además, si hubieras estado allí tanto como
yo, podrías oler a otro usuario tan pronto como entrara por la puerta. —
Caminó hacia adelante, dirigiendo a Paolo por el pasillo hacia su dormitorio.
Echando un vistazo rápido detrás él, cerró la puerta.
—¿Tienes un poco para compartir?
Paolo tragó. ¿Esto sería un truco? ¿Alex estaría tendiéndole una trampa? Si
Paolo admitía haber traído drogas a la casa, ¿llamaría Alex al señor Rizzoli?
Alex suspiró. 201
—Cristo. Tienes que trabajar en tu expresión. Todo lo que piensas está
pensando por ahí. No, no voy a decírselo a Luca. O a alguien de su equipo. Ni a
mi madre. Y no voy a chantajearte tampoco. Mi distribuidor está fuera de la
ciudad y me estoy quedando sin nada, y luego entraste por la puerta y mi radar
sonó. Este tipo es como yo. Tiene que tener algo, porque estas cenas del
domingo son un maldito aburrimiento.
—Yo... eh... estoy vendiendo ahora. —Sacó el paquete de su bolsillo. Había
traído uno “por las dudas” aunque en el momento no había pensado en quién
podría ser “por las dudas”.
Alex miró el paquete y frunció el ceño.
—¿Eres Pink Label? ¿Qué le pasó a Crazy T?
—¿Lo conoces?
—Los conozco a todos.
—Tuvo una sobredosis. —Sintiéndose más confiado, Paolo enderezó la
columna—. Me apoderé de su territorio.
—¿Tú? —Alex se rio—. Crazy T ha estado trabajando en esa parte de la
ciudad por años. La gente lo conoce. Tiene reputación, respeto. ¿Crees que solo
vas a ponerte sus zapatos? ¿Crees que cualquiera va a confiar en un chico
flaco como tú?
—Ray no tuvo ningún problema con eso.
La cabeza de Alex se sacudió y su sonrisa se decoloró.
—¿Conociste a Ray?
—Sí. —Percibiendo un poco de respeto en el tono de Alex, se enderezó
incluso más—. Ray me llevó a una casa de drogas. Aspiramos la mierda
mientras compraba mi suministro. Me dio un buen trato. Podré doblar mi
dinero.
Alex pareció pensativo.
—Crazy T debe haberte recomendado. Ray tiene en línea algo de la mejor
mierda de calidad en la ciudad. No muchas personas lo conocen.
Jactancioso ahora.
—Tengo su número. Cuando me quede sin producto, solo tengo que
llamarlo y me dirá a dónde ir para obtener un poco más. Voy a ser rico. Dice
que tan pronto como haga buen dinero, podré conocer al jefe y tomar una copa
con él.
Paolo había fantaseado con la reunión con el gran jefe toda la noche, con
el Lamborghini que conduciría, con los trajes que usaría, con los clubs
nocturnos a los que entraría como VIP con Michele Benni de su brazo,
tomando tragos de mierda con el jefe mientras su equipo ponía sus kilos en
bolsas. También había fantaseado con el hermoso hogar de descanso en el que
su madre viviría y con la ropa caliente que le compraría y que nadie robaría. 202
Sería alguien. Tendría respeto.
Solo la sensación de malestar que sintió cuando pensó en cómo estaba
traicionando al señor Rizzoli corrompió su sueño.
—García nunca se encontrará contigo. —Alex soltó una carcajada—. Solo
se encuentra con los chicos grandes. Como realmente grandes. Estamos
hablando del Cabeza de Dragón de la Triada18, el Pakhan19 de la mafia rusa,
líderes de pandillas callejeras y jefes de la Cosa Nostra que estén dispuestos a
doblegar las reglas para involucrarse con las drogas, como Tony, el primo de
Nico. Quiere conocer chicos que difundan su producto tanto como puedan. A
gente con poder.
—¿García? —¿No era García el tipo que había matado a Little Ricky y
vendido la droga letal para los soldados de Sally G? ¿El mismo tipo que ahora
estaba aliado con Tony, primo de los Toscani? Paolo había oído hablar de García
en la casa club. Era el tipo tras el que el señor Toscani y el señor Rizzoli
estaban. El hombre que nadie podía encontrar.
Alex negó y suspiró.
—Mierda. ¿Ni siquiera sabes para quién estás trabajando? Sí, García
dirige el cártel Fuentes. Ellos traen cocaína, metanfetaminas y heroína desde
México y distribuyen su producto a través del país. Con todos los visitantes que

18 La triada es una banda de crimen organizado procedente de China, y Cabeza de Dragón es el


nombre que recibe el jefe.
19 Jefe de la mafia rusa.
vienen a Las Vegas, es un gran negocio, y García ha estado tratando de tener
un punto de apoyo en la ciudad durante años, pero había demasiada
competencia. Cuando se convirtió en el foco de una investigación policial, tuvo
que esconderse. Su alianza con Tony Toscani llena los huecos. Obtiene
territorio y obediencia. Juntos van a limpiar la competencia y dominar el
mercado. Ray es uno de sus mejores tenientes.
—Joder. —Paolo se sentó en la cama de Alex, pasándose las manos por el
cabello. Tenía una relación con el tipo que mató a Little Ricky, pero ¿cómo
podría decírselo al señor Rizzoli? Si lo hacía, tendría que decirle que había roto
las reglas, y el señor Rizzoli ya le había advertido que no había segundas
oportunidades cuando se trataba de romper la regla sobre las drogas.
—¿Estás bien, chico?
—Sí. —Necesitaba pensar, y justo ahora su mente aún zumbaba por su
último golpe—. ¿Tú... y el señor Rizzoli hablan? Me refiero a cosas de negocios.
¿Como lo que está haciendo y lo que tú estás haciendo y a quién conoces que
él pudiera conocer? ¿Ese tipo de cosas?
Alex se encogió de hombros.
—Todo de lo que quiere hablar es de si me limpiaré. Aparte de eso, no
tenemos nada en común. No soy el hijo perfecto como él. Nunca fui bueno en 203
los deportes ni en la escuela. No estuve interesado en unirme al negocio
familiar. No tengo su talento con las mujeres, y no tengo interés en casarme
con una princesa de la mafia y tener al habitual heredero y a un repuesto. Mi
adicción a las drogas le repugna, y nunca se contuvo en compartir sus
pensamientos sobre eso.
—Su esposa murió a causa de su hábito con las drogas. —Paolo le recordó
a Alex—. Tal vez no quiere que te suceda lo mismo.
Alex agitó su mano vagamente en el aire.
—Es demasiado tarde para mí. ¿Y qué otra maldita cosa puedo hacer con
mi vida que me lleve a esa altura? Supuestamente debía unirme a la empresa
familiar, pero ¿sabes qué? No puedo soportar ver sangre. La primera vez que
mi padre me llevó a un golpe de trabajo, vomité todo el camino. Me humillé. Mi
padre no me habló todo el camino a casa, excepto para decirme que Luca no
vomitó su primera vez. Luca entró allí, golpeando al tipo. Luca lo hizo sentir
orgulloso. —Suspiró y agitó el paquete de Pink Label—. ¿Cuánto cuesta?
Necesito sacar esos malos recuerdos de mi cabeza.
—Veinte dólares.
Alex sacó su billetera y lanzó uno de veinte a la cama.
—¿Estás seguro de que este es el camino que quieres tomar? ¿Quieres
terminar como Crazy T? ¿O cómo yo? Luca dijo buenas cosas de ti. Piensa que
tienes un futuro con su equipo una vez pongas tu cabeza en línea recta. Dice
que nadie conoce las cerraduras como tú.
Nooooo. No quería escuchar que el señor Rizzoli había dicho cosas buenas
sobre él. Hacía parecer lo que estaba haciendo una traición incluso mayor.
Había una razón por la cual el señor Rizzoli se había unido a la única facción
de la Cosa Nostra en Las Vegas que no trataba con drogas, y no era solo debido
a su estrecha amistad con el señor Toscani.
Las drogas habían matado a la esposa del señor Rizzoli y a Little Ricky, y
las drogas estaban matando a su hermano.
—Sí. —Paolo agarró el dinero y se dirigió a la puerta.
—Piénsalo bien—gritó Alex—. Todos los que se involucran en ese negocio
terminan muertos.

204
Veintidós
—¿ Qué estamos haciendo aquí?
—Shh, bella. —Luca condujo a Gabrielle a la cocina de Il
Tavolino. Aunque todos se habían ido después de un tranquilo
lunes por la noche, el aire todavía estaba tibio y olía
deliciosamente a salsa de tomate. A Luca le encantaba su cocina por la noche,
los contadores de metal relucientes, las ollas de cobre colgando de ganchos
sobre la estufa de gas, latas y tarros prolijamente apilados en los estantes. Le
recordaba su casa y colarse en la cocina por un refrigerio tarde en la noche,
solo para hacer que su madre entrara y le preparara una comida sin importar
la hora que fuera.
Habían tenido algunas de sus mejores conversaciones en la tranquilidad
de la noche.
205
—Cuando un hombre tiene hambre, bella, necesita comida. —También
quería animarla. Aunque trataba de esconderlo, había estado muy deprimida
cuando la recogió después del trabajo, y la extrañaba sonriendo.
—¿Sabes qué es gracioso? Que es lo mismo para las mujeres. ¿No es loco?
Las mujeres hambrientas también necesitan comida.
Levantó una ceja en señal de censura.
—Podríamos haber ido a mi casa, donde podría haberme relajado y
descansado después de un largo e increíblemente aburrido día sentada en la
oficina de robos, llamando a la gente sobre sus teléfonos perdidos. Aunque no
soy una cocinera profesional como tú, sí tengo comida y microondas para
cocinar. También tengo un cómodo sofá, ropa confortable, un televisor que
mostrará mi programa de juegos favorito, y un perro al que le gusta la comida,
los sofás y los espectáculos de juegos, también.
—También tienes una compañera de piso para cuidar de Max. —Él abrió
la nevera y revisó los contenidos.
—Bueno... sí. —Se sentó en el taburete favorito de Mike y cuando se
inclinó para descansar su barbilla en sus manos, tuvo una vista perfecta de las
medialunas de sus pechos. Lo que había planeado esta noche era algo que
definitivamente no podían hacer con Max y Nicole alrededor.
—¿Qué vas a hacer?
—No voy a hacer nada. Vamos a jugar. —Sacó un pepino y ella dio un
grito horrorizado.
—Luca Rizzoli. No jugaremos con comida.
Bueno, eso fue inesperado. Su cocina era un mundo culinario de
posibilidades del tipo más sensual.
Tal vez no entendía el tipo de placer que quería darle.
—Te veo mirando la nevera. —Lo fulminó con la mirada—. Sé cómo
trabaja tu mente. Y en caso de que tengas algunas ideas, nada que esté
destinado a ser consumido entrará en mi vagina.
Sus manos encontraron sus caderas y Luca intentó no fruncir el ceño.
¿Cómo iban a divertirse con todas esas reglas? ¿Cómo le demostraría su
destreza sexual? ¿Mostrarle que era un amante aventurero? Tenía todo lo que
necesitaba aquí mismo. Su último envío incluyó berenjenas, algunos pepinos
de piel suave, calabaza de verano, calabacín, y para más sensación, maíz en su
mazorca.
—Bella… —Abrió las manos, usando su tono de voz más cautivador.
Gabrielle negó y cruzó las manos delante de su entrepierna.
—Lo siento. Esta es una zona sin vegetales.
—¿Carne? —preguntó esperanzado. Tenía abundancia de pepperoni,
salchichas y perritos calientes, aunque sospechaba que el calor de los perros 206
no harían el truco después que tuviera el placer de su sustancial
circunferencia.
—Soy un poco especial cuando se trata de mi salami —dijo ella
secamente—. Sentiría que te estaría engañando.
Él miró alrededor de la cocina, evaluando las limitadas opciones ahora
disponibles para él. Una cocina vacía era una oportunidad que no debía
perderse, y con los productos de limpieza llegando por la mañana para
asegurarse que todo estuviera a la altura de los estándares de higiene, podría
complacer una de las fantasías que tuvo cuando Gabrielle entró a su
restaurante por primera vez. Una idea creció en su mente y la imagen lo puso
duro.
Rodeando el mostrador, la atrajo suavemente desde su taburete.
—¿Qué pasa si te beso aquí? —Puso besos ligeros desde su cuello al hueco
en la base de su garganta, inhalando la persistente fragancia de su cuerpo
impregnada en su piel. Después de la cena de su madre anoche, la había
llevado a su casa y casi la hizo llegar tarde al trabajo esta mañana porque no
podía obtener suficiente de su suave y exuberante cuerpo.
Su rostro se suavizó.
—Sí, supongo que eso estaría bien.
—¿Y aquí? —Se movió más abajo, besando su camino por la V de su
camiseta a las medias lunas de sus pechos.
—Sí.
—Tu ropa está en el camino. —Deslizando sus manos debajo de su
camisa, pasó su camiseta sobre su cabeza, luego le quitó el sujetador y arrojó
su ropa en el mostrador.
—Mejor. —Sin previo aviso, descendió sobre su pezón izquierdo, lamiendo
y chupando el brote en un pico apretado. Su aliento se atoró y pudo ver el
pulso apresurarse en su cuello.
—Luca.
Le encantaba escuchar su nombre en sus labios. Después de prestarle
igual atención a su seno derecho, se arrodilló ante ella, presionando besos
sobre su estómago mientras tiraba de sus pantalones y bragas sobre sus
caderas.
—¿Y aquí, bella? —Besó suavemente hacia abajo a la cima de sus
muslos—. ¿Puedo jugar aquí?
Sus manos cayeron a su cabeza y se movió hacia atrás contra el
mostrador mientras la ayudaba a quitarse la ropa.
—Sí.
Luca sonrió mientras se ponía de pie. 207
—Cierra los ojos —susurró.
—¿Qué vas a hacer?
—Confía en mí.
Sus pestañas se cerraron y él tomó su trasero en sus manos, levantándola
fácilmente para sentarla en el mostrador de acero inoxidable.
—Abre tus piernas para mí. —Ella tragó y separó las piernas, dándole una
tentadora visión de su vagina.
—Ahora, recuéstese en los codos, arquea tu espalda, y ofréceme tus
hermosos pechos. —Se quitó la ropa cuando ella se puso en posición. Dios, era
hermosa. Muy jodidamente demasiado. Envolvió la mano alrededor de su pene
y lo bombeó para aliviar algo de la presión.
—¿Qué estás haciendo? —Sus ojos se abrieron y casi se acercó a su mano
cuando su mirada bajó mientras se acariciaba a sí mismo.
—Eso no es justo —gimió ella—. Prometiste que me dejarías ver.
—No esta vez. Y ahora tendré que vendarte los ojos por ser una chica tan
mala. —Agarró un pedazo de tela del cajón y la ató con cuidado alrededor de su
cabeza—. ¿Puedes ver?
—No. —Sus labios se fruncieron—. No estoy segura de que me guste no
poder verte.
—Shhh. Sin hablar. —Él vagó alrededor de la cocina reuniendo
suministros para lo que prometía ser una fiesta sensual.
—¿Luca?
—Sigues desobedeciéndome, bella, y tendré que encontrar algo para esa
boca.
Ella rio suavemente.
—¿Crees que eso me va a desilusionar?
Mierda. Su mano se apretó alrededor de la canasta de fresas que acababa
de tomar del refrigerador mientras imágenes mentales de su dulce pequeña
policía de rodillas lo asaltaban. Con pasos decididos, cruzó la cocina y se paró
entre sus piernas abiertas.
—Abre, niña traviesa. Inclina tu cabeza.
Ella hizo lo que le pidió, y él colgó la fresa sobre su boca.
—Lame.
Su lengua salió, y lamió la fresa mientras la movía más abajo.
—Muerde.
—Fresa. —Ella mordió la carne suave desde el tallo, y él miró, fascinado,
cuando el jugo cayó sobre sus labios, todo rojo. Incapaz de resistirse, se inclinó
y besó el jugo, saboreando la explosión de dulzura en su lengua. Su pene se
presionó contra su vagina, deslizándose sobre su húmedo calor. 208

—Otra vez. —Le dio otra fresa, miró el deslizamiento de su lengua, el


movimiento sensual de sus labios.
Esta vez cuando se inclinó para besarla, la levantó y empujó su lengua en
su boca, saboreando mientras la probaba.
La dejó para preparar el resto de la comida que había recogido y volvió con
sus dedos pegajosos y mojados.
—Lame. —Empujó un dedo en su boca y ella lo chupó y lamió hasta que él
gimió. De ninguna manera duraría el tiempo suficiente para atravesar la
cornucopia de delicias que tenía en el plato a su lado.
Levantó un trozo de melón y sostuvo la fruta de olor dulce en su nariz.
—¿Puedes adivinar qué es? —Ella olfateó, sacudió la cabeza y él frotó la
carne suave sobre sus labios—. ¿Ahora?
Su pequeña lengua rosa salió para tocar, para saborear.
—¿Melón?
Él empujó la fruta entre sus labios y la vio morder, luego le dio de comer
fruta tras fruta, haciendo una pausa para lamer el jugo de sus labios y de su
barbilla. Había elegido melón, mango y papaya por su dulce olor y suave
textura; higos y aguacates por su irresistible cremosidad y propiedades
afrodisíacas. No es que alguno de ellos necesitara un afrodisiaco. Su pene
estaba duro, dolorido; sus pezones estaban tensos, y la humedad brillaba entre
sus muslos.
Gabrielle se tragó un higo y observó su garganta apretarse. Había estado
con muchas mujeres, hecho muchas cosas, pero nunca había experimentado
algo tan erótico como la completa sobrecarga sensorial, sexual, de alimentar a
Gabrielle desnuda en su cocina.
Le dio una última fresa, pero cuando una gota de jugo cayó sobre su
pecho, ya había tenido suficiente.
—Detrás sobre tus codos. Talones en el mostrador. Piernas a lo ancho. —
Ella cayó hacia atrás con un gemido y él deslizó un dedo a lo largo de su
apertura, haciéndola estremecer.
—Estás empapada. —Su voz era gruesa de necesidad—. Parece que te
gustan los juegos de comida.
—No más juegos. Te necesito.
—Uno más. —Buscó alrededor del mostrador, agarró el último artículo
que había recogido.
—¿Qué va bien con las fresas?

***
209
Gabrielle inclinó la cabeza hacia atrás y gimió, todavía temblaba por la
vorágine de sensaciones. Él había murmurado en italiano mientras la
alimentaba, su voz profunda acariciando ese espacio vacío dentro que cada vez
era más pequeño. Su piel estaba caliente, pegajosa de jugo. Todavía podía oler
las fresas, los persistentes rastros de las otras frutas que le había dado.
Y la dulzura de todo eso persistía en su lengua. Era insoportablemente
erótico que comiera de su mano, que lo lamiera, que saqueara su boca después
de cada bocado, como si quisiera devorarla.
La oscuridad había hecho la experiencia más intensa, obligándola a
concentrarse en sus otros sentidos, el duro mostrador debajo de ella, el dolor
entre sus muslos, la calidez de sus labios cuando chupó sus pezones, y el golpe
de su dedo a través de sus labios.
—Te hice una pregunta, Gabrielle. A menos que quieras un pimiento
picante al lado, quiero una respuesta.
—¿Crema?
Le dio un estruendo satisfecho.
—Eso es correcto. Ahora no te muevas.
Un escalofrío recorrió su espina mientras el primer chasquido golpeaba su
garganta, y luego un suave chorrito corrió entre sus pechos, y sobre su
estómago. Los dedos de Luca se deslizaron sobre su intimidad, abriendo sus
labios para exponer su clítoris mientras la corriente iba a su montículo.
Contuvo la respiración cuando el líquido fluyó sobre su clítoris, un suave
cosquilleo insistente, suficiente para hacer que le doliera, pero no tanto como
para llevarla al orgasmo.
—Oh, Dios. Luca. —Sus músculos interiores se tensaron, y giró sus
caderas contra el erótico, suave e implacable goteo que no era más que una
molestia.
—Tan jodidamente sexy. —Su hambrienta boca lamió a lo largo del
cremoso sendero, enviando eróticos escalofríos arriba y abajo de su espina.
Oyó el suave golpe de un cartón.
Otra corriente de líquido se deslizó sobre su piel, tan fría que le quitó el
aliento.
—¿Qué es eso?
—Agua fría.
Cuando la primera gota de agua golpeó su clítoris, jadeó, la nueva
sensación enviándola sobre el borde de su clímax.
—Basta, Luca. Te necesito. Ahora.
Finalmente el agua se detuvo. Sangre corrió hacia abajo para calentar su
fría piel, haciendo que su clítoris palpitara y palpitara. 210
—Eres hermosa —susurró él—. Mio angelo.
Nunca había estado tan expuesta, lascivamente mostrada, total y
completamente fuera de su zona de confort, y aun así la hacía sentir adorada,
idolatrada, amada.
Sus ásperas manos tomaron sus pechos, y rodeó sus pulgares sobre sus
pezones mientras sus manos se apretaban e hinchaban su carne. Gabrielle se
arqueó de nuevo y él jugó con sus pezones con ligeras lamidas de su lengua,
seguidas por profundos tirones que sintió insondablemente en su núcleo.
—¿Disfrutaste tu comida?
—Sí.
Él dobló sus manos alrededor de su rostro y la besó hasta dejarla sin
aliento.
—¿Quieres correrte, bella?
—Sí. Oh, Dios. Sí.
—Ruégame por lo que necesitas.
Su cuerpo temblaba, su sexo estaba tan húmedo y dolorido, que no dudó.
—Haz que me corra, Luca. Por favor.
—Prométeme que me dirás en el momento que te sientas mal o sola, o
enferma, o hayas tenido un mal día en el trabajo, y trataré de hacerte sonreír
de nuevo. Si tienes hambre, te alimentaré. Si estás triste, te consolaré. No
siempre quieres que proteja tu cuerpo, bella, pero siempre protegeré tu
corazón.
—Lo prometo. —Tenía una forma con las palabras que la hacían sentir
como si estuviera hablando con su misma alma.
Escuchó su estruendo sexy de placer, y luego su mano se hundió entre
sus muslos, su palma se presionó suavemente en su clítoris.
Gabrielle se sacudió, movió sus caderas descaradamente contra él.
Dientes se cerraron en su pezón y mordió mientras empujaba dos dedos dentro
de ella y bombeaba duro.
La firme presión de su mano, la mordida de sus dientes, el sonido de su
aliento y el contundente movimiento de sus dedos dentro de ella, se unieron en
un resplandor de candente calor.
Bombardeada por la erótica sensación, echó la cabeza hacia atrás y gritó
cuando su orgasmo la golpeó, encendiendo fuego a través de cada parte de su
cuerpo.
—Mierda. Estás muy caliente. —Luca cerró sus manos en sus caderas y
tiró de ella hacia adelante. La gruesa cabeza de su pene rompió su entrada y
sumergió su eje profundamente dentro de ella.
Sin oportunidad de bajar, ella sintió necesidad de subir una vez más 211
mientras sus feroces empujes sacudían su cuerpo. Él era tan grueso, tan duro,
llenándola tan completamente que se dobló rápidamente, y cuando sus dedos
se hundieron profundamente en sus caderas, llegó al clímax de nuevo, su
vagina apretándose alrededor de su rígido pene mientras su calor la llenaba
con un sonido erótico de su gemido.
Le quitó la venda y dejó caer su cuerpo sobre el de ella, su corazón
golpeando contra sus costillas.
—Vale la pena —murmuró él, medio para sí mismo.
Gabrielle se recostó en el frío mueble, envolvió sus brazos alrededor de él y
lo acercó a ella. No fue fácil usar la venda, dándole el control después de tantos
años de lucha para sostener las paredes que la mantenían desesperadamente
acorralada. No había confiado en sí misma para abrirse y dejarse ir por miedo a
perderse en la oscuridad otra vez. Pero nunca había conocido a un hombre en
quien confiara para atraparla cuando se cayó. Se sentía curiosamente libre,
empoderada. Se había abierto, y él había recompensado su confianza con la
experiencia más erótica de su vida.
—¿Qué vale la pena? ¿El sexo travieso en la cocina? ¿Salvarte de mis
nulos dotes culinarios?
—Tú. —Se levantó y tiró de ella cargándola en sus brazos—. Vales
cualquier riesgo. Me haces querer ser un mejor hombre, un mejor padre.
Quiero ser digno de ti. Quiero darte lo que no pude darle a Gina. Una vida
mejor que la que vivo. Un futuro. Quiero darte todo, bella. Y mañana, te daré a
García.

212
Veintitrés
C
aminando junto a Luca a través del Casino Italia en un vestido
escotado de Donna Karan que cubría sus pechos y abrazaba sus
caderas tan apretadamente que había tenido problemas para
esconder su arma, Gabrielle estaba bastante segura de que estaban siendo
vigilados. No por las cámaras o por el personal del casino, sino por alguien que
le hacía cosquillas en la piel y erizaba el vello de su nuca.
—Tal vez deberíamos ir a un casino diferente. —Tiró de la manga de Luca,
tratando de hacerlo parar. La cara tela de su esmoquin abrazaba su cuerpo a
la perfección, destacando su amplio pecho, anchos hombros y poderosos
muslos.
Y, sin embargo, el ligero rizo en su cabello, las olas gruesas y rebeldes que
no se movieron justo a la derecha, insinuaban que no era del todo lo que 213
parecía.
—Necesitamos que el dinero provenga de una fuente legítima —dijo—.
Nunca sabes quién está mirando. Y no tendremos mejores probabilidades en
ningún lugar que aquí.
Gabrielle negó, preguntándose una vez más por qué había estado de
acuerdo con Luca con este loco plan. Estaba pensando como oficial de policía,
había dicho él cuando le dio más información para revisar. ¿Por qué perder el
tiempo leyendo notas y repasando archivos con la esperanza de encontrar algo
que pudiera llevarlos a García, cuando podrían comprar una audiencia con el
gran hombre solo por medio millón de dólares?
¿Qué tan difícil podría ser llegar con el dinero cuando vivían en la ciudad
donde los sueños se hacían realidad? Solo necesitaba cien mil dólares por
adelantado y estarían bien para seguir.
Estrechó su mano y le dio un apretón mientras se dirigían a la entrada de
la sala de juegos de altas apuestas.
—No te preocupes. Cuando Gina murió, pasé un año jugando a los dados,
tratando de perderme y de olvidar cómo le había fallado. Se convirtió en una
adicción. Todavía estaría jugando si mis amigos no me hubieran sacado, me
metieran un poco de sentido y consiguieran que yo... —Vaciló—. Trabajase otra
vez.
Ella ahora sabía que su “trabajo” involucraba mucho más que dirigir el
restaurante, pero estaba contenta de no saber los detalles. Era más seguro
para él, y, sin duda, para ella también.
Caminaron a través del salón, buscando a Nicole y a Cissy. Luca había
sugerido invitarlas y la acompañaran mientras jugaba para que todos pudieran
divertirse un poco. Había aceptado llamarlas a regañadientes, sabiendo que
Cissy, en particular, la arrastraría sobre las brasas por darle a Luca todo el
dinero que recibió de la venta de la casa de David, a pesar de que había
igualado sus cincuenta mil con los suyos.
—Ahí están. —Saludó con la mano a sus amigas, que estaban bebiendo en
el sofisticado salón, todas arregladas y listas para festejar.
—Vaya... Te ves increíble. —Nicole le dio un abrazo a Gabrielle—. Es tan
emocionante. Nunca he estado en un salón de altas apuestas, ni siquiera en el
trabajo. —Giró, mostrando su vestido ajustado de flores azul marino—. ¿Voy
vestida para la ocasión?
—Bellissima. —Luca besó las mejillas de Nicole y ella se sonrojó.
—Debo decir que me gusta todo lo italiano —le susurró Cissy a Gabrielle.
Su vestido de cóctel de encaje negro sin mangas con apliques era más
conservador, pero se ajustaba a su estilo.
Luca ordenó una ronda de bebidas y las dejó para ver la acción en las
mesas. Aunque la atmósfera en el salón era más apagada que en el piso 214
principal del casino, la corriente subterránea de energía y emoción levantó el
ánimo de Gabrielle y se llevó parte de sus reservas sobre el plan de Luca.
—Está muy enamorado de ti —dijo Cissy—. No te ha quitado los ojos de
encima. Ni siquiera cuando esa parecida a Sophia Loren entró por la puerta.
¿Cómo estuvo tu fin de semana?
—Um… —Decidió omitir que podría haber matado a los dos hombres que
le dispararon a su casa, descubrir el cuerpo en el congelador de carne, vomitar
en el baño de Luca, su visita a una casa club de la mafia y el sucio sexo por la
mañana intercalado con la divulgación de información confidencial sobre el
caso García—. Conocí a su hijo, fuimos a la iglesia, y me presentó a su madre y
a su familia.
—Es serio cuando llevan a una chica a conocer a la madre —dijo Nicole—.
Muy…
—Espera. —Cissy agitó una mano, cortando a Nicole—. ¿A quién le
importa su madre? ¿Tiene un hijo? ¿Cómo es que olvidaste mencionarnos eso?
Danos los detalles.
Gabrielle se encogió de hombros.
—Su hijo tiene seis años y vive con su madre. Ella es muy tradicional, una
cocinera increíble, y aún hace la colada de Luca. Creo que me odió, pero me
presentó a su amiga Josie que estuvo en una... situación similar a la mía. —
Josie había sido comprensiblemente reacia a hablar con ella, pero le había
dado lo que Gabrielle esperaba fuera una manera que una buena chica y un
chico malo estuvieran juntos sin que nadie muriera o terminara en la cárcel.
Nicole gimió y se recostó en su silla.
—Por supuesto que te odió. Es un niño de mamá, y estás tratando de
alejar a su hijo.
—No es un niño de mamá. —Gabrielle apretó los dientes molesta—. Es
muy cariñoso y respetuoso con ella, pero dejó en claro que hace lo que quiere.
A ella no le gustó el hecho que no sea italiana, y de la mejor y más respetuosa
manera, él le dijo que no le importaba.
Pero Nicole tenía razón. Estaba intentando alejar a Luca. Cuanto más
tiempo pasaba con él, más quería hacerlo. Trabajaban bien juntos, se
complementaban entre sí. Aunque abordaban las cosas de diferentes maneras,
siempre parecían encontrar un término medio. Eran más fuertes juntos que
separados. No solo eso, podía ser ella misma con él, ya sea llevando tacones y
bragas de encaje o sujetando una pistola.
—No pensé que pudiera importarme nadie después de David, y casi siento
que estoy traicionándolo teniendo sentimientos por alguien más. Pero Luca es
diferente, emocionante…
—Tal vez David era lo que necesitabas cuando lo conociste — dijo Cissy—.
Alguien estable y atento que pudiera darte el amor y la atención que nunca 215
obtuviste después que tu madre murió y que todos se centraron en la adicción
de Patrick. Pero Luca es quien necesitas ahora. Alguien salvaje y emocionante
que te haga querer vivir la vida más completamente porque sabes cuán corta
puede ser. —Cissy sorbió su bebida y frunció el ceño cuando atrapó a Nicole y
a Gabrielle mirándola—. ¿Qué?
—¿De dónde vino eso? —preguntó Nicole—. ¿Has estado escondiendo un
grado en psicología en tu bolsillo?
Cissy se sonrojó e hizo un gesto desdeñoso.
—Debo haberlo leído en alguna parte. Entonces, ¿qué pasará esta noche?
Usualmente no salgo de fiesta un martes por la noche, pero he tenido un poco
de tiempo de inactividad entre los ensayos, y cuando dijiste “emocionante
noche de casino”, no me pude resistir.
—Yo podría resistirme. —Suspiró Nicole—. Cada noche es una
“emocionante noche de casino” para mí. Mi nueva idea de diversión está en un
cuarto oscuro en absoluto silencio.
—Pero viniste. —Gabrielle le dio una cálida sonrisa—. Siempre estás ahí
para mí.
Nicole sonrió.
—Es porque soy una amiga maravillosa.
Gabrielle miró alrededor para asegurarse que no podían ser escuchadas y
les hizo señas que se acercaran.
—Luca está tratando de ayudarme a recaudar medio millón de dólares
para obtener una audiencia con el señor de la droga que mató a David. Dice
que puede hacer eso jugando dados en una noche con una compra de cien mil
dólares. Así que tenemos que verlo invertir cien mil dólares y ganar medio
millón.
—Eso es mucho dinero para apostar. —Nicole frunció el ceño—. Su
restaurante debe estar muy bien.
Por un momento, Gabrielle consideró mentirles a sus amigas, pero no
podía hacer eso. No a las dos mujeres que la habían sacado de la oscuridad
que casi había reclamado su vida.
—Cobré los bonos que compré después de vender la casa de David y le di
cincuenta, él puso el resto.
Cissy se atragantó con su bebida.
—¿Le diste cincuenta mil dólares para apostarlos? ¿Estás loca?
La sonrisa de Gabrielle se desvaneció.
—No, no estoy loca. Esto es lo que he querido desde que David murió. Y
desde que fui sacada del caso, es mi única opción. Luca tiene las conexiones
para obtener la atención del señor de la droga. Solo necesitamos el dinero para
demostrarle que hablamos en serio. 216

—Hay tantas cosas mal con lo que acabas de decir, que no sé por dónde
empezar. —Cissy dejó su bebida sobre la mesa—. Primero, ¿qué conexiones
tiene que pudieran darte una audiencia con un capo de la droga? En segundo
lugar, ¿qué diablos estás pensando tratando de reunirte con un capo de la
droga de todos modos? ¿No fue ese el mismo tipo que mató a David
brutalmente, te disparó y arregló que dos tipos le disparan tu casa? Y tercero,
¿qué tan bien conoces realmente a Luca? ¿Qué pasa si se escapa con tu dinero
o si pierde? Sucede todo el tiempo. La viuda rica es seducida por el
carismático, encantador, guapo joven. Él la convence de darle su dinero y puf
desaparece.
—También es su dinero —dijo a la defensiva, ahora lamentando su
decisión de haberles contado a Cissy y a Nicole su plan. Sin saber sobre las
conexiones con la mafia de Luca, no había forma que pudieran entender que el
riesgo no era tan alto como parecía—. Y vamos a encontrarlo juntos. Luca sabe
manejar un arma. Como con las conexiones, conoce a personas que conocen a
gente. No está en las drogas.
Nicole negó.
—Veo esto cada día. Personas desesperadas arriesgando los ahorros de
toda la vida, o lo último de su dinero, pensando que van a ganar a lo grande y
todos sus problemas estarán resueltos. ¿Y adivina que pasa? Pierden. Este es
un casino como cualquier otro. No importa lo mucho que lo quieras o lo
necesites o si las estrellas están alineadas o si tu horóscopo dice que es tu día
de suerte. No importa si tienes suerte con una pata de conejo en el bolsillo o si
tu vida se va por el baño y te mereces un descanso. Es un hecho matemático
que a menos que hagas trampa, las probabilidades están en contra tuya. ¿Qué
pasa si pierde todo, Gabrielle? ¿Qué harás?
—¿Qué pasa si gana? —respondió Gabrielle, perdiendo la paciencia. Luca
le había asegurado una y otra vez que ganaría, aunque no pudo decirle por
qué. Pero al escuchar a Nicole, se preguntó si solo estuvo diciendo las palabras
que cada jugador decía antes de entrar en un casino.
—No lo hará. Estoy dispuesta a correr el riesgo —dijo finalmente—. Y si
pierde, ¿entonces qué? Estoy feliz donde estoy. Tengo la pensión de David, su
seguro de vida, mis ahorros, y mi trabajo. No necesito ropa de diseñador ni
bolsos. Prefiero perder ese dinero y sentir que hice todo lo que pude para
vengar a David que pasar el resto de mi vida lamentando no haber aprovechado
esta oportunidad.
—¿Por qué no dejas ir a David? —dijo Cissy en un murmullo—. Has
cambiado desde que conociste a Luca. Es como si hubieras salido de tu
cascarón. Brillas. Sonríes. Te ríes. Tomas riesgos. Te diviertes. Te conozco
desde siempre y nunca te vi tan feliz. Conociste a un gran tipo que te adora y te
hace reír. ¿No es suficiente? ¿Por qué no te rindes en tu búsqueda de venganza
y tomas tu feliz para siempre? Con todo el trabajo que hiciste en ese caso,
sabes que el señor de la droga será atrapado en algún momento. Mientras 217
tanto, puedes continuar con el negocio de vivir tu vida, lo cual realmente no
has hecho desde que David murió. Toma ese dinero e invierte en tu futuro. Si
buscas a ese señor de la droga, es posible que no tengas futuro en absoluto.
—Durante los pasados dos años, la venganza es todo para lo que he
vivido. —Gabrielle dobló la mano en su vaso para que sus amigas no vieran sus
temblorosos dedos—. Esa fue la razón por la que salía de la cama en la
mañana. Me sacó de una depresión que casi me cuesta la vida. Siento que
tengo que devolvérselo. Tengo que terminar lo que empecé. Le prometí a David
que lo vengaría.
—Sabes que no querría eso —dijo Cissy en voz baja—. Era un buen
hombre. Querría que fueras feliz. Y podemos ver que Luca te hace feliz. Solo
necesitas verlo también.
Gabrielle miró hacia otro lado, tratando de esconderse de cuánto la
habían sacudido las palabras de Cissy. Ni una sola vez había sido cuestionada
sobre su objetivo. Pero ¿la venganza realmente valía perder el amor que nunca
había imaginado poder tener otra vez, el amor que acababa de encontrar?
—Es hora —dijo Luca, acercándose a ellas—. La mesa está despejada.
Vamos a tener un poco de diversión. Necesito a mi ángel a mi lado para que
sople los dados y me traiga suerte.
—No soy una persona afortunada, Luca —dijo ella, siguiéndolo a las
mesas de dados.
—Eres la mujer más afortunada en la tierra. —Miró por encima del
hombro y le dio una sonrisa arrogante—. Me atrapaste.
Luca se unió a una ruidosa mesa y compró una pila de fichas. Tan pronto
como golpeó su número de partida, todos comenzaron a apostar. El juego se
movía tan rápido que Gabrielle no podía seguir el ritmo, incluso con su
incipiente conocimiento de las reglas. Luca pasó por los dobles seises, los
duros cuatros, por los ojos de víbora, y por cada posible combinación ganadora
con el dado. Algunas personas gritaban sus pedidos, y él se las arreglaba para
cumplirlas.
Los jugadores de las máquinas tragamonedas de alto límite y de las mesas
de blackjack se acercaron a ver, y luego vinieron los ejecutivos del casino,
hombres y mujeres con rostros serios y trajes oscuros.
—¿Por qué hay tantos? —susurró Gabrielle.
Luca apenas les dio una mirada.
—Están buscando un punto de control. Piensan que tengo configurados
los dados. —Lanzó otro doble seis y la multitud aplaudió.
—¿Los tienes?
Él le lanzó una mirada de reojo.
—Agreguemos eso a las preguntas en la categoría no-debería-ser- 218
preguntada-porque-no-será-respondida.
Ella sintió una perturbación en el aire, una ondulación de su respiración.
La multitud detrás de Cissy y Nicole se separó y el hombre que ahora conocía
como Nico apareció detrás de ellos. Cada centímetro gritaba mafioso, llevaba
traje oscuro, camisa blanca y corbata roja. Habló brevemente con algunos de
los ejecutivos del casino y Gabrielle frunció el ceño.
—Actúa como si fuera el dueño.
—Lo es. Este es su casino.
De repente, todo tuvo sentido. La insistencia de Luca que tenía que jugar
en el Casino Italia, su confianza en que ganaría esta noche... Lo que Luca
estaba haciendo, Nico estaba involucrado, y ella solo estaba en el viaje.
Gabrielle miró a Nico y luchó por evitar el impulso de abofetear esa
presumida expresión de su rostro. A pesar de su participación en el plan, había
lastimado a Luca, y nunca lo perdonaría por eso.
—Deja de fruncir el ceño, bella, o lo harás reír.
—Le daré algo de lo que reírse. —Dobló su mano en un puño—. Si todavía
planea seguir con eso de golpearte, tendrá que atravesarme.
Luca pasó su mano a través de su cabello y movió su cabeza hacia atrás
para un beso abrasador y lleno de calor.
—Me dio un pase hasta que lidiemos con García. Y sí, sucederá. Rompí las
reglas y tengo que pagar. Ahora, deja de amenazarlo en voz baja porque me
está distrayendo y no puedo concentrarme. —Pellizcó el lóbulo de su oreja en
advertencia y le dio un suave gruñido.
—¡Luca! —Avergonzada por su propia muestra abierta de afecto, se alejó.
—Shhh. Es hora de que entiendas lo que significa ser mía.
—¿Significa que seré manoseada en público? —murmuró, mientras Cissy
y Nicole le disparaban sus miradas divertidas desde el otro lado de la mesa.
—Te manosearé todo el tiempo. —Él sostuvo los dados debajo de sus
labios—. Sopla, chica sexy en vestido sexy que voy a arrancar tan pronto como
salgamos de aquí.
Calmada por sus dulces palabras, Gabrielle sopló los dados para la suerte
que Luca no necesitaba. Tal vez Cissy tenía razón. Había estado en este camino
tanto tiempo que no podía ver la señal de salida brillando en su rostro. No
había tenido nada por qué vivir cuando prometió vengar a David. Pero ahora
había encontrado a Luca y al abrirse a él, se había encontrado a sí misma. ¿La
venganza valía perderlo todo?
Le echó un vistazo a la pila de fichas enfrente de él.
—¿Estás cerca de llegar al objetivo? Tal vez deberíamos simplemente
dejarlo por la paz.
219
Luca se rio y la atrajo hacia sus brazos.
—Tenemos todo lo que necesitamos. Los últimos quince lanzamientos han
sido por diversión. Vamos a retirar el dinero.
Estaba en lo correcto. Ella tenía todo lo que necesitaba, justo aquí en sus
brazos. En su más oscura desesperación, nunca había imaginado que su
salvación vendría en la forma de un mafioso de alto vuelo con sensual sonrisa.
Tan pronto como estuvieran solos, le diría que no quería seguir con el plan.
Quería una vida sin carga por la venganza. Un futuro con el hombre que
amaba.
El administrador del casino y un ejecutivo los acompañó al cajero donde
Luca sacó sus fichas, y tomó sus ganancias en efectivo guardándolas en una
bolsa de cuero negro de cortesía. Regresaron a la sala donde disfrutaron de
champán con Cissy y Nicole mientras Nico hablaba de cerca con el
administrador de su casino.
Gabrielle miró a Nico con ojos entrecerrados ante la obvia diversión de
Luca. Cuando murmuró algo en voz baja sobre traicionar a los amigos, Luca se
inclinó y la tranquilizó con un beso abrasador.
—Iremos a mi restaurante después cuando terminemos —dijo en voz
baja—. Pondré el dinero en la caja fuerte, y luego tengo algo que mostrarte en
la cocina. Un nuevo plato.
—¿Qué plato?
—Gabrielle à la mode.
Ella se rio, pero su sonrisa se desvaneció cuando tres policías oficiales
uniformados de cabello oscuro aparecieron en la entrada. Uno de ellos habló
con el guardia de seguridad y él señaló en su dirección.
—Estamos buscando a Luca Rizzoli —dijo el oficial de policía más alto,
caminando hacia ellos.
Nico se movió para pararse frente a Luca mientras el administrador del
casino marcaba el comienzo de la retirada de la curiosa multitud.
—Soy el dueño del Casino Italia. No pedimos a la policía.
—Alguien lo hizo. —Un oficial con corto cabello negro azabache y rostro
redondo sacó un par de esposas de su cinturón y señaló a Luca—. ¿Es Luca
Rizzoli?
—Sí. —Luca salió de detrás de Nico, su rostro una máscara inexpresiva.
—Manos a la espalda. Vendrá con nosotros.
El entrenamiento de policía de Gabrielle finalmente superó su conmoción
y su cerebro pateó poniéndose en marcha.
—Soy la detective Fawkes de robos de la LVPD. —Sacó su placa de su
bolso y la sostuvo cuando el oficial comenzó a leer los derechos a Luca—. ¿De
qué están acusándolo? 220
El oficial alto se rio como si hubiera hecho una broma.
—Usted debe saberlo, detective Fawkes. Usted nos llamó.
—Jesucristo. —El rostro de Nico se torció de enfado—. ¿Le tendiste una
trampa?
Ella lo miró horrorizada.
—No. Por supuesto que no. No tuve nada que ver con esto.
—¿Querías sacarlo del camino para poder hacer el arresto tú misma? —
gruñó Nico—. ¿Fue sobre tu gloria? ¿O era el dinero tras lo que estabas? ¿O
querías verlo detrás de las barras todo el tiempo? ¿Era tu objetivo desde el
principio?
—No. —Ella lo miró con horror—. Yo no llamé a nadie. Lo prometo.
—Sácala de aquí. —Nico le hizo un gesto a uno de sus guardias de
seguridad—. A sus amigas, también.
—No. —Intentó apartarse cuando uno de los guardias la agarró del brazo.
—Esperen. Déjenme hablar con los oficiales de policía de nuevo. Necesito
entender qué está pasando. Quiero ayudar a resolver esto.
—Ya hiciste suficiente —escupió Nico—. Ahora vete.
—Luca. —Gabrielle gritó mientras los oficiales de policía lo llevaban lejos—
. Iré hasta la estación. Voy a llegar al fondo de esto.
Él no había dicho nada desde que llegó la policía y ni siquiera se volvió
cuando ella gritó. Se sintió enferma al pensar que pudiera creer que lo había
traicionado, y lo que es peor, la duda en su mente que realmente Luca podría
haber hecho algo malo. Nunca le preguntó sobre los cuerpos de los dos
albaneses que la habían disparado a su casa o sobre el trabajo que hizo afuera
del restaurante.
Él estaba en la mafia.
Ella era una oficial de policía.
Estaban, y siempre estarían, en lados opuestos de la ley.

221
Veinticuatro
—H
ola, Gaby. ¿Estás bien? —Jeff se inclinó sobre el
escritorio de Gabrielle momentos después de haber tenido
su primer sorbo de su café de la mañana—. Te ves
cansada.
—Sí. Solo... no dormí bien anoche. —Ahora, eso era un eufemismo. Había
pasado toda la noche tratando de encontrar qué agencia policial tenía a Luca, y
a qué estación o cárcel había sido llevado. Nunca se había dado cuenta de
cuántas agencias había en la LVPD o qué difícil era rastrear un arresto.
—No suenas muy bien.
—Debo tener un resfriado.
O tal vez era por haber hablado en voz baja en el teléfono haciendo las
mismas preguntas una y otra vez. 222
—¿Quieres ir a almorzar? El deli de esta calle hace un gran pollo con sopa
de fideos.
—No, gracias. No tengo hambre. ¿Necesitas algo?
—Tengo buenas noticias. —. Su rostro se iluminó, y levantó un teléfono—.
Tengo una pista sobre el tipo que destrozó mi auto. Cargué su teléfono para ver
si podía descifrar la contraseña y alguien llamó y preguntó por Paolo.
—¿Paolo? —Su sangre se heló y miró el teléfono. El joven asociado de Luca
se llamaba Paolo. Cuidaba a Matteo cuando encontraron el cuerpo muerto, y
había ido con ellos en el auto a la casa de la señora Rizzoli para cenar el
domingo—. ¿Algún apellido?
—No, colgó cuando le pregunté quién era, y el maldito teléfono no me dejó
acceder a sus contactos o a alguna información sin la contraseña. Pero tengo
su número. Voy a rastrearlo para ver si puedo obtener una dirección o algún
tipo de registro. Tal vez tenga suerte y alguien lo llame de un teléfono fijo. Pero
si eso no funciona, le pondré un marcador. La próxima vez que alguien llame,
rastrearé el número y usaré al amigo para encontrarlo.
Gabrielle apretó la mano en un puño en su regazo. No podría ser una
coincidencia que un chico con el mismo nombre del asociado de Luca hubiera
estado en su casa la misma noche en que apareció Luca. Paolo era joven, y
parecía un buen chico, aunque por qué arrojó una piedra a la ventana del auto
de Jeff, no lo sabía. Necesitaba advertirle, o mejor aún, necesitaba poner sus
manos en el teléfono.
—Eso es mucho esfuerzo para encontrar un simple vándalo.
—Me debe dos mil dólares por las reparaciones porque la roca golpeó el
capó y dañó la pintura. Pienso que el tiempo invertido valdrá la pena cuando lo
atrape.
Ella echó un vistazo a los archivos sobre su escritorio, casi se rio al ver la
solución literalmente mirándola a la cara.
—Viniste al lugar correcto —dijo, sonriente—. Los teléfonos perdidos son
mi especialidad. Estoy buscando una célula criminal que los compra y los
envía al extranjero, así que tengo copias de todos los informes telefónicos
faltantes archivados en la ciudad. ¿Por qué no lo dejas aquí? Revisaré la
documentación y veré si alguien lo informó.
—Gracias, pero creo que haré el seguimiento de este tipo yo mismo.
Maldita sea. Se apresuró para pensar en otra forma de poner sus manos
en el teléfono.
—Bueno, al menos déjame apuntar el número de serie para pasarlo por la
base de datos. En esos viejos modelos, el número está grabado en la tarjeta
SIM.
—Buena idea. —Jeff le dio el teléfono y ella usó un clip para quitar la
tarjeta SIM desde el lateral del dispositivo. Después de copiar el número, y de 223
reemplazar el chip, le devolvió el teléfono. Solo podía esperar que Paolo pudiera
usar el número para apagarlo.
Jeff metió el dispositivo en su bolsillo.
—Necesito tenerlo conmigo en caso de que uno de sus amigos vuelva a
llamar —explicó cuando ella levantó una ceja inquisitiva—. No hay forma que
me pierda una llamada. Algunos trabajos solo tienes que hacerlos tú mismo.
Gabrielle miró los archivos sobre su escritorio y suspiró.
—Es lo que pensaba, y luego me dispararon y ahora todos están buscando
a García, menos yo.
Jeff le dio unas palmaditas en la espalda.
—¿Estás sintiendo lástima de ti misma?
—Supongo que un poco. Regresé a donde comencé. Sentada en un
escritorio, empujando papeles mientras él está allí matando gente y vendiendo
drogas que destruyen vidas. Solo quería evitar que lastimara a la gente.
—Pensé que querías venganza —dijo Jeff, apoyándose en su partición—.
¿Cediste a eso?
—Sí. —La palabra se deslizó antes que pudiera atraparla, pero se sintió
bien. La venganza era un lugar frío, vacío y solitario, sin alegría ni amor ni
felicidad. Luca le había mostrado que había algo por lo que valía la pena vivir.
La había hecho mirar hacia adelante, no hacia atrás, a un mundo nuevo y
emocionante y lleno de esperanza y de posibilidad, un mundo por el que valía
pelear.
Todavía quería atrapar a García, pero no por David. Lo quería fuera de las
calles donde niños pequeños no entraran en el restaurante de papá y vieran a
un hombre colgando en un congelador de carne, y entonces la gente no
destruyera sus vidas con drogas y dejara a sus familias para sufrir.
—Todavía quiero justicia —continuó—. Mantengo los dedos cruzados para
que ese agente, Palmer, y su equipo lo encuentren pronto, así podrá pasar el
resto de su vida en la cárcel. Solo desearía estar involucrada.
—Oye, tú. —Jeff se burló con una sonrisa—. Sabes que es lo mejor.
Estabas perdiendo el tiempo persiguiendo a un tipo que nunca será atrapado.
Ahora, en lugar de golpear tu cabeza contra la pared, puedes concentrarte en
algo positivo. Hay un montón de ladrones por ahí esperando que los atrapes.
Sé que estás decepcionada por estar fuera del caso, pero no siempre tomas las
mejores decisiones, así que es bueno que el agente Palmer se haga cargo.
—¿Qué quieres decir con que no tomo las mejores decisiones?
Jeff se encogió de hombros.
—Mira la aventura que tuviste con ese mafioso.
Su sangre se enfrió.
224
—¿Qué mafioso?
—El hombre que conocí en tu casa. Luca Rizzoli. Es italiano. Violento.
Dirige un restaurante en el centro. Tenía escrito mafia sobre él. Quiero decir,
vamos, Gaby. Eres oficial de policía. ¿No sospechaste nada cuando apareció en
tu casa y solo unas horas después dos chicos llegan con AKs y comenzaron a
disparar? ¿No hiciste la conexión?
No, no había hecho la conexión.
Siempre había asumido que García envió a los tiradores y que estaban
detrás de ella. Tal vez estaba equivocada. Y si estaba equivocada sobre eso,
podría haberse equivocado sobre otras cosas, como cuán involucrado estaba
Luca realmente en el mundo de la mafia.
—¿Y luego me ataca? —continuó Jeff, su voz subiendo con indignación—.
¿A un oficial de policía? ¿Estabas arriesgando tu carrera, por qué? ¿Realmente
fue tan bueno en la cama?
—Jeff, estás fuera de lugar. —Se levantó, cruzando sus brazos sobre su
pecho, una versión más audaz, más fuerte y más asertiva de ella misma—. Es
dueño de un restaurante. Y nunca me ha dicho que esté en la mafia.
—No puede. Está obligado por la omertà, un juramento de sangre de
silencio. Morirá antes de decirle a alguien cualquier cosa. Aunque con el
incentivo correcto, puedes hacer que cualquiera hable.
—No sé nada de Luca siendo parte de la mafia, y estoy incómoda teniendo
esta discusión contigo. —A pesar de la pequeña semilla de duda que había
plantado en su mente, estaba más que enojada con Jeff. Realmente había ido
demasiado lejos—. Una cosa es tener celos. Acusarlo de ser un criminal es algo
completamente diferente. —Su estómago se apretó con la ironía. Luca acababa
de ser detenido por cargos criminales y aquí estaba ella, defendiéndolo.
—Lo siento. —Levantó las manos en simulacro de derrota—. Solo me
importas. No quiero que te lastimen de nuevo. Los chicos así hacen muchos
enemigos y terminan muertos. Necesitas a alguien estable en tu vida. Alguien
que siempre esté ahí para ti. Alguien que conozcas y en quien tengas confianza.
—¿Gabrielle Fawkes?
Miró hacia arriba mientras el interno colocaba una enorme envoltura de
papel con un ramo en su escritorio.
—¿Son para mí?
—Incluso más grande que el último. A alguien realmente le importas.
Su corazón saltó un latido cuando se alejó. Luca debía estar en libertad
bajo fianza y tratando de disculparse. Abrió el sobre y su nariz se arrugó por
los llamativos y chillones colores del arreglo. Las flores eran lo contrario de
todo lo que alguna vez habría elegido por sí misma. Incluso el aroma era
abrumador, espeso y enfermizo, como perfume rancio. Había pensado que Luca
la conocía, pero tal vez se había equivocado sobre él en más de un sentido. 225
—No pareces feliz —dijo Jeff, ceñudo.
—No son realmente… —Siguió y se calló, sin querer decir nada malo sobre
Luca frente a Jeff.
Luchando por ocultar su desagrado, abrió la tarjeta.

Te echo de menos.
Empecemos de nuevo.
Jeff.

—¿Jeff? —Lo miró petrificada—. ¿Enviaste estas? Son... —Dios.


Ostentosas. Inapropiadas. Inquietantes.
—Hermosas. Lo sé. Y diferentes de lo que estás acostumbrada, pero lo
diferente está bien. —Se inclinó y la besó en la mejilla—. Las mujeres hermosas
deberían tener flores hermosas, especialmente al comienzo de lo que será una
gran semana. Mañana haré la cena para ti. Prepararé un plato mexicano
especial y lo llevaré a tu casa con una botella de vino. Y el miércoles, tengo otra
sorpresa... una brillante.
—Jeff. Yo no…
—Hago una gran cochinita pibil20 —dijo él y gritó mientras se alejaba—.
Casi tan buena como mi madre solía hacerla. Nos vemos mañana a las siete. Y
esta vez no aceptaré un no como respuesta.

***

Luca sacudió las manos, probando el acero de las esposas alrededor de


sus muñecas. La cadena adjunta a la mesa de metal en la habitación se
estremeció. Estaba magullado y dolorido tras ser golpeado hasta quedar
inconsciente cuando le metieron en la parte posterior de la camioneta de
policía. Hablando de maldita brutalidad policíaca.
¿Y qué clase de demoníaca sala de interrogatorio de policía era esta? Sin
espejo de dos vías. Sin cámaras, por lo que podía ver. Las tejas del techo
estaban manchadas y agrietadas, revelando pedazos caídos, tubería oxidada y
alambres expuestos de electricidad. Una sola bombilla arrojaba un resplandor
absoluto sobre las paredes de hormigón. Parecía el sótano de alguien. ¿Dónde
demonios se gastaban todo el dinero de sus impuestos? El departamento de
policía necesitaba actualizarse urgentemente.
Bueno, no estaría aquí por mucho tiempo. Sin duda Charlie Nails o uno 226
de los otros abogados de la familia criminal Toscani estarían de camino para
rescatarlo, y luego irían a la corte y lidiarían con cualquier cargo que se
hubiera presentado contra él. Todavía no sabía por qué estaba aquí, aunque si
tuviera que adivinar, probablemente lo habían vinculado a los albaneses que
dispararon a la casa de Gabrielle, o tal vez Jason Prince había hablado, o
alguien descubrió la estafa que él y Nico habían montado para obtener
quinientos grandes en el casino.
Alguien como Gabrielle.
Cristo, lo había traicionado igual que Gina. ¿Cómo había calculado mal lo
mucho que quería venganza? ¿Estaría ahí afuera ahora preparándose para
comprar una reunión con García y colocarse en peligro otra vez?
Joder. Ya no le importaba nada. Era hielo. Frío. Duro. Oscuro en un modo
que no había sido después de la traición de Gina, porque solo el amor podía
desgarrar tu corazón y dejarlo sangrando en el puto suelo. No había amado a
Gina. Pero amaba a Gabrielle. La amaba tanto que había estado ciego.
Pero no tenía sentido.
La puerta se abrió, y el amigo policía de Gabrielle, Jeff, entró, flanqueado
por dos de los policías que lo habían aprehendido en el casino. Una mirada al
rostro de Jeff y su intestino se apretó en advertencia. Esto estaba a punto de
ser personal de una manera muy dolorosa.

20 Receta típica de la gastronomía yucateca (México).


—Encantado de verte de nuevo, Rizzoli. —Jeff se recostó en la silla al otro
lado de la mesa—. Parece que siempre estás en problemas.
—No hablaré sin mi abogado.
—Entonces, hablaré yo. —Jeff sonrió—. Bien, primero tenemos a dos
albaneses que estaban ofreciendo su protección en nombre de un señor de la
droga apellidado García a una tienda de alimentación y un club nocturno
ambos en la misma calle de tu restaurante. Y luego, un día, desaparecen. ¿A
dónde crees que fueron?
—Quizás volvieron a la maldita Albania.
—No lo creo. Y tampoco lo cree el señor Prince, el dueño del club nocturno
que te paga dinero todas las semanas para protegerlo. Dice que le dijiste que se
habían ido a unas vacaciones permanentes a nadar.
El maldito Prince estaba a punto de perder el interés restante que tenía en
su negocio, así como un par de extremidades. Pero Luca no estaba preocupado.
Prince no tenía ninguna evidencia concreta que lo vinculara con el crimen.
—La extorsión es ilegal, señor Rizzoli.
—Me alegra oír que pasaste ese examen en la academia de policía. ¿Y por
qué diablos estás involucrado? Pensé que estabas en narcóticos.
227
Jeff se llevó el tobillo a la rodilla y se acomodó en su silla.
—Tengo una diversa gama de intereses, incluyendo arrestar a personas
que intentan asaltar casinos por dinero en efectivo. En cuanto a los albaneses,
creo que estaban operando en el territorio que creías tuyo.
—Mi territorio es un restaurante más veinte metros para mesas al aire
libre y diez de estacionamiento. Hice pipí en todas las esquinas para que todos
supieran que es mío.
La nariz de Jeff se arrugó levemente con asco. Bien. Quería una reacción
porque estaba empezando a sospechar que Jeff no tenía nada contra él,
aunque ¿cómo había logrado hablar con Prince?
—Y luego estaban los dos chicos que dispararon a la casa de Gabrielle
cuando estaban allí. También eran albaneses. De nuevo, atados a García. Debe
estar muy molesto que alguien haya estado sacando a su mano de obra. Los
encontramos en el desierto, por cierto. Habían sido tan golpeados que sus
rostros eran una pulpa. Pero no murieron por los golpes. Murieron ahorcados
de una manera muy especial. ¿Sabes cuál es?
—Estoy en el negocio de los restaurantes, no en el negocio de los cerdos.
No puedo decir que sí. —Sudor goteaba por su espalda. Odiaba que jugaran
con él. Si Jeff tenía algo, quería saberlo.
—Es muy ingenioso y doloroso para morir —continuó Jeff—. Cuando
lucharon por escapar, se estrangularon ellos mismos. —Jeff cambió su peso—.
¿Sabías que solo la mafia usa ese tipo de muerte?
Luca se encogió de hombros.
—Entonces supongo que estarás buscando mafiosos.
—O podría estar buscando a un mafioso en particular, uno que podría
querer a esos albaneses muertos. Digamos, por ejemplo, alguien que estaba
enojado porque dispararon a la casa de su novia mientras estaba follándosela
dentro.
La mano de Luca se apretó en un puño a su lado. Esas últimas cuatro
palabras le dijeron todo lo que necesitaba saber. Jeff estaba enojado porque
Gabrielle le había elegido sobre él, y usaría la ley para vengarse.
No reacciones. No reacciones. Pero era tan terriblemente difícil.
—Creo que cualquier hombre se enojaría si fuera interrumpido mientras
se folla a su chica —dijo de manera uniforme—. Pero supongo que no sabes
sobre eso.
Mierda. Necesitaba controlar su boca, pero todo sobre Jeff lo enojaba,
desde su cara de tonto a su actitud arrogante, y al hecho que era policía y su
maldito flagrante deseo por Gabrielle.
Mía.
Aparentemente no afectado por la pequeña burla de Luca, Jeff cruzó sus 228
brazos sobre su pecho.
—Creo que castigaste a los albaneses por disparar a la casa de Gabrielle, y
lo manejaste como todos los mafiosos lidian con estas cosas, con una total falta
de respeto por la ley y por las personas que podrían ser lastimadas por tu
comportamiento. Tienes suerte que García no te haya encontrado primero. No
me puedo imaginar que dejara cuatro muertes impunes. De paso, el asesinato
también es contrario a la ley.
—Lo entiendo. —Luca fingió una carcajada—. Soy italiano, así que debo
estar en la mafia. Bien, lamento decepcionarte. Tengo un restaurante y pago
mis impuestos. Si quieres ver mis libros o hacer un recorrido por mi cocina,
estaré feliz de llevarte. —Jodidamente había acabado con eso—. ¿Tienes otra
interesante historia que quieras compartir conmigo? ¿Más cosas que
aprendiste en la escuela de policía? Quiero la llamada a la que tengo derecho.
El rostro de Jeff se tensó y sacó un teléfono de su bolsillo.
—Hay una última cosa. Alguien destrozó mi auto afuera de la casa de
Gabrielle. Otra vez tú estabas allí. Recogí su teléfono. Logré obtener un
nombre. Paolo. ¿Conoces algún Paolo?
—Conozco a muchos Paolos —dijo cuidadosamente—. Es un nombre
italiano común.
—Por supuesto que lo es. —Jeff alejó el teléfono—. Solo estoy esperando
que alguien lo llame. Tengo un rastreador en el teléfono. Voy a encontrar a su
amigo y luego voy a encontrarlo a él. Nada me molesta más que alguien
dañando mi auto. —Vaciló—. En realidad, hay una cosa que me molesta más, y
es alguien teniendo sexo con mi chica.
—Ahí está. —Luca se rio de verdad esta vez—. ¿Por qué no te comportas
como un hombre y admites que ese es el motivo de tenerme aquí? Obviamente
no tienes nada sobre mí o no estarías tirando mierda sobre los albaneses y los
mafiosos esperando que algo salga.
—En realidad, tengo a la chica. —Jeff sonrió—. Cenará conmigo mañana
por la noche. Le encanta la comida mexicana y le haré algo muy especial.
Lástima que no puedas unirte a nosotros y expandir el repertorio de tu cocina.
Pero, gracias a Gabrielle, pasarás un tiempo en una celda muy especial donde
pagan por sus crímenes los hombres como tú, y creo que la comida será la
menor de tus preocupaciones durante tu estancia.
¿Entonces Gabrielle lo había traicionado? Eso no tenía sentido. Primero,
excepto por la desafortunada situación con Little Ricky, y su involuntaria visita
a la casa club, había tenido cuidado de mantener calladas sus actividades
relacionadas con la mafia, así nunca estaría en una situación de conflicto.
Ella no tenía conocimiento sobre los crímenes por los que Jeff le acusaba.
En segundo lugar, no era del tipo traicionero. Aunque había decidido trabajar
con él para encontrar a García, sus motivos eran altruistas. En el fondo, era
una buena persona, una protectora que siempre ponía a los demás delante.
¿Por qué arriesgar su vida para salvarlo en la casa club si planeaba hacer que 229
lo detuvieran? Y tercero, lo amaba.
Aunque nunca había dicho las palabras, lo veía en sus ojos, lo escuchaba
en su voz, lo sentía cuando estaban juntos. El amor la había destrozado, y
tenía miedo de abrazarlo de nuevo, pero los sentimientos estaban allí,
exactamente iguales.
¿Cómo diablos terminó aquí?
—¿Qué crímenes? —preguntó a Jeff—. ¿Qué evidencia que tienes? ¿De
qué diablos me estás acusando?
Una lenta sonrisa se extendió a través del rostro de Jeff.
—Crímenes del corazón.

***

Gabrielle condujo por su calle, entrecerrando los ojos al sol de la tarde.


Incapaz de concentrarse después de la visita de Jeff, se había tomado el
resto del día libre para visitar cada estación de policía, centro de detención y
cárcel, tratando de encontrar a Luca. No había registro de su detención en
ninguna base de datos, lo que significaba que no había sido procesado ni
acusado, y como no pudo encontrarlo en ninguna sala de espera, centro de
detención o sala de interrogatorios, tuvo que concluir que había sido liberado
poco después que la policía lo aprehendió, y también que estaba demasiado
enojado para llamarla.
¿Por qué los oficiales pensaban que les había dado una pista sobre Luca?
Había intentado encontrarlos, pero nadie recordaba a tres oficiales asignados a
ninguna instalación de detención anoche con un hombre con la de descripción
Luca, y los policías de a pie que cubrían Freemont Street Experience, donde se
encontraba el casino de Nico, no habían sido informados sobre el arresto. Bien,
no iba a rendirse. Le había enviado un mensaje de texto a Luca y le dejó
mensajes de voz, y seguiría enviándole mensajes de texto hasta que
respondiera.
Se detuvo frente a la casa y gimió cuando vio la camioneta de Clint
estacionada en el camino de entrada.
Maldita sea. No debería estar aquí. Nicole había obtenido una orden de
protección contra él y se le prohibió acercarse a la casa o ir a su casino.
Alcanzó el teléfono para informar el incumplimiento de su orden, y luego
lo regresó. Clint sabía sobre la orden de protección. Su presencia aquí era
deliberada, y tenía la fuerte sensación que no había venido a disculparse y a
profesar su amor.
Claramente, no le importaba su reciente detención, la multa que tuvo que
pagar o las repercusiones de aparecer en la casa. Llamar a la policía la última 230
vez no había hecho diferencia. ¿Por qué lo haría ahora?
Luca hubiera hecho una diferencia.
Estaba bastante segura de que Clint no estaría aquí si hubiera pasado
diez minutos en un oscuro callejón con Luca.
O con ella.
Estuviste magnífica.
Tenía razón. Y, a pesar de que todavía creía en la ley, Luca le había hecho
ver que el mundo no era negro y blanco; había sombras de gris donde mafiosos
y policías podían estar juntos y las malas acciones podían ser castigadas con
justicia de otro tipo.
A la mierda Jeff y sus flores chillonas y sus lugares comunes. No era su
amigo. Los amigos no rompían tu puerta ni insistían en que les debías porque
habían estado allí cuando los necesitaste. Los amigos daban y no esperaban
nada a cambio. Los amigos veían tu corazón y te decían las verdades que
necesitabas escuchar.
Al diablo el agente Palmer y el montón de casos en su escritorio. No era
una arribista de papeles. No quería venganza, quería justicia. Había trabajado
malditamente duro para conseguirla y nadie se la quitaría.
A la mierda Luca que se negaba a responder sus llamadas. No había
hecho nada malo.
Y si no venía a ella, ella iría a él. Lo amaba y malditamente iría a decírselo.
Su rebelde corazón golpeó su pecho mientras metía su placa debajo del
asiento y se quitaba la pistolera y la pistola. Si Clint estaba dentro de rodillas
rogando por perdón, lo dejaría en paz.
Pero si había lastimado a Nicole de alguna manera, aprendería la lección
que debió aprender en el callejón. La lección que ella había aprendido del
mafioso que había robado su corazón.
Nadie jodía con sus amigos.
Con el corazón palpitando, cruzó el camino y abrió la puerta de entrada.
Pudo escuchar a Max ladrar en el patio trasero, algo que nunca haría si todo
estuviera bien. Tomando una respiración profunda, caminó a la sala de estar,
aun oliendo a pintura fresca y a serrín. Clint estaba de espaldas hacia ella
mientras golpeaba con el puño el rostro de Nicole.
—Estúpida, fea, puta perra —gruñó—. Esto es lo que obtienes por llamar
a los malditos policías. Te lo mereces, Nic. Tú lo pediste. Tú y esa cobarde que
se puso en el camino. Me importa un comino que sea policía. No le tengo
miedo.
—Deberías —dijo Gabrielle desde la entrada—. Deberías estar muy
asustado.
Tardó tres minutos en enseñarle una lección que nunca olvidaría, y dos 231
minutos en arrastrar su cuerpo inerte por la puerta. Aunque le hubiera
gustado volverse de la mafia completamente y dejarlo en el desierto, no era lo
suficientemente fuerte como para arrastrar a un hombre inconsciente de casi
cien kilos a una camioneta, incluso con Nicole ayudándola. Pero lo hizo rodar
por los escalones y llamó a la policía para reportar un asalto, y a los
paramédicos para informar una caída accidental.
Sin duda sería acusado de asaltar y violar el orden, pero sabía que eso no
era lo que lo mantendría lejos. Era la furia de sus puños y el calor de su ira.
Sería su negativa a reconocer los límites, y su disposición a tomar riesgos y a
romper las reglas. Y tal vez, solo tal vez, fuera el miedo que puso en su corazón
cuando le dijo lo que pasaría si alguna vez se acercaba a Nicole de nuevo. Algo
sobre... corbatas.
Luca habría estado orgulloso.
Veinticinco
P
aolo se metió el puño en la boca para sofocar un gemido cuando
Frankie recorrió la Casa club Toscani buscando insectos21 con un
pequeño detector de mano.
Esto era malo. Muy malo.
El señor Rizzoli estaba desaparecido. Esa maldita poli tenía su teléfono.
Su cuerpo destrozado por el dolor de la abstinencia. Su rostro aun resintiendo
el golpe de Michele Benni por estar drogado durante su cita y dejar que sus
manos vagaran libres.
Necesitaba una dosis. Una raya y el dolor desaparecería. Sentiría ese
maravilloso entumecimiento que hacía la vida como perdedor mucho más fácil
de soportar. Pero ¿cómo iba a ayudar al señor Rizzoli si su mente estaba
jodida? Quería una dosis, pero más quería ayudar al señor Rizzoli, y eso no iba 232
a suceder si cedía a su anhelo.
—Todo limpio —gritó Frankie—. Don Toscani puede entrar.
Frankie era un bastardo de corazón frío que nunca tuvo una palabra
amable para Paolo, pero si pudiera elegir un trabajo en el equipo del señor
Rizzoli, sería para hacer uno de los trabajos que hacía Frankie. No era su
trabajo como ejecutor: Paolo no tenía estómago para la violencia, sino su
trabajo como guardaespaldas. Paolo había disfrutado cuidando a Matteo antes
que la esposa del señor Rizzoli muriera. Y se sintió bien cuando lanzó la piedra
para proteger a Gabrielle. No había podido proteger a su madre, pero podría
compensarla protegiendo a otra gente. El problema era que no tenía cuerpo de
guardaespaldas y adelgazaba más cada día porque cuando estaba drogado
olvidaba comer.
Paolo no había tenido muchas oportunidades de ver a Don Toscani en
acción y nunca se había presentado formalmente ante el gran jefe. Las
presentaciones nunca eran hechas hasta que te convertías en soldado, o en un
asociado de confianza. Un día, tal vez, llegaría a estrechar la mano de Don
Toscani, pero por ahora su trabajo era mantenerse al margen de la habitación
durante esta importante reunión hasta que uno de los soldados de Luca lo
necesitara.
—Ponme al día. —La voz de Don Toscani se hizo eco en toda la casa club.
Alto, ancho de hombros y muy musculoso, dominaba la habitación solamente a

21
Micrófonos.
través de la fuerza de su presencia.
—Luca todavía está desaparecido —dijo Frankie—. Hemos revisado
hospitales, centros médicos, su apartamento, la casa de su madre, el
restaurante, y los bares y clubs donde le gusta ir. Su auto todavía está en el
casino. Charlie Nails revisó la ciudad desde la cárcel de Las Vegas, al condado
de Clark y el Centro de detención. También estuvo en los centros de detención
en Henderson, Las Vegas y en el Norte de Las Vegas. Intentó las bases de datos
de búsqueda de presos en línea, y fue a cada uno de nuestros contactos en las
estaciones de policía locales. No hay registro del arresto de Luca, y nadie lo
recuerda ingresando.
Silencio.
—¿Qué pasa con Gabrielle? —preguntó Don Toscani.
—Paolo sabía dónde vivía, así que me llevó a su casa —dijo Mike—. Estaba
en el trabajo, pero hablé con su compañera de piso, Nicole. Alguien la había
golpeado mucho y voy a encontrar al hijo de puta y le haré pagar. De todos
modos, dijo que Gabrielle ha estado buscando a Luca, también, sin suerte.
Parece extraño si estuvo involucrada en su arresto. ¿Pero quién sabe cómo
piensan los policías?
—¿Crees que nos delató y se fue a protección de testigos? —preguntó Sally 233
G.
—Creo que es una posibilidad. —Frankie sacó un paquete de cigarrillos—.
Rompió las reglas para estar con Gabrielle, y sabía que una vez tuviéramos a
García se terminaría entre ellos. Era ella o nosotros. Tal vez tomó la decisión
equivocada, y huyó con ella. O tal vez la dejó detrás, también, como hizo su
viejo. No puedo confiar en esos Rizzoli.
El rostro de Don Toscani se tensó.
—Creo que no entiendes lo profundo que la traición de su padre lo cortó.
Toda su vida desde entonces ha sido restaurar el honor familiar. Dio su vida
por la familia, casi dio su vida por mí. Moriría antes de hacer lo que su padre
hizo. Esto con Gabrielle... no es lo mismo. Viene desde el corazón.
Bang. Bang. Bang. La puerta delantera se sacudió. Frankie y los
guardaespaldas de Don Toscani se apresuraron a rodear al don.
—Paolo —gruñó Frankie—. Ve y revisa las cámaras de vigilancia.
Consciente de todos los ojos puestos en él, Paolo corrió al control de los
monitores de vigilancia en la habitación junto a la puerta.
—¡Mierda! Es Gabrielle.
—Dispara a la perra —gritó alguien.
Paolo miró por encima del hombro y Frankie negó.
—No es bienvenida. Dile que se joda en el infierno.
—Estoy buscando a Paolo. —La voz de Gabrielle era fuerte y clara a través
de la puerta de acero—. Y si Luca está ahí, tengo algo para él.
—No sabe dónde está —dijo Paolo, medio para sí mismo—. ¿Cómo puede
no saber dónde está si arregló que lo arrestaran? ¿O si lo puso en protección de
testigos? ¿O si se fue con él?
—¡Luca! —gritó a través de la puerta—. Si estás ahí, será mejor que salgas
o llamaré al 911 e informaré de un incendio en tu maldita casa club. No irás
tras García solo.
Paolo se volvió.
—Ella dijo…
—Escuchamos lo que dijo. —Los labios de Don Toscani temblaron,
divertidos—. Frankie, ve a abrir la puerta.
Frankie dio una violenta sacudida de cabeza.
—Nico...
Don Toscani levantó su mano, cortando la protesta de Frankie.
—Quiero llegar al fondo de esto. Estaba genuinamente sorprendida
cuando la policía se presentó para arrestar a Luca, y horrorizada que pensara
que estuvo involucrada. No creo que lo traicionara. Los vi juntos. El amor es
ciego, pero también es difícil de falsificar. 234
Con la mandíbula apretada, los ojos duros, y su desaprobación grabada
en cada línea de su cuerpo, Frankie abrió la puerta. Gabrielle pisó dentro y
sostuvo sus brazos a los costados.
Usaba vaqueros ajustados, una camiseta verde ceñida sin mangas y una
chaqueta de cuero negra que emparejaba con sus botas hasta la rodilla. Su
largo cabello rubio caía sobre sus hombros y la boca de Paolo se hizo agua. Era
tan atractiva que pensó que podría derretirse solo de mirarla. Y entonces
recordó la regla sobre mirar a la mujer de un hombre hecho y se refrescó
mirando a Frankie en su lugar. El maldito ejecutor tenía que estar hecho de
piedra para no mostrar señales de estar afectado por la hermosa y audaz mujer
de pie en la entrada.
—Querrás desarmarme —dijo ella—. Tengo una pistola en mi bota
izquierda, y un cuchillo en la derecha. El resto tendrás que encontrarlas.
Maldiciendo en italiano, Frankie le dio unas palmaditas y le quitó las
armas.
Paolo definitivamente quería el deber de guardaespaldas si eso significaba
cachear a las pollitas atractivas.
Aunque tal vez no tan peligrosas como Gabrielle. Después que Frankie
terminó de desarmarla, Paolo contó tres pistolas, un taser y dos cuchillos.
Gabrielle le entregó otro cuchillo a Paolo.
—Hay un policía en mi oficina que tiene tu teléfono y te está buscando.
Advierte a tus amigos que no llamen a tu viejo número porque está planeando
rastrearlos para llegar a ti.
Mierda. Otro error que regresaba para perseguirlo.
—Tengo dos armas más. —Desafió a Frankie con una mirada—. Pero no
creo que Luca esté feliz si las buscas. No están en lugares fácilmente
accesibles.
—Cristo mio —escupió Frankie—. Se compró un montón de problemas
contigo.
Gabrielle se encogió de hombros.
—Es un hombre al que le gusta un desafío. Ahora, ¿dónde está?
—No lo sabemos. —Don Toscani estaba apoyado contra la mesa de billar,
con los brazos doblados sobre su pecho—. Pensamos que tú podrías saberlo.
—Llamé a todas partes y fui a cada estación y centro de detención. Nadie
tiene registro de un arresto, no tienen informes policiales sobre que fue
aprehendido, y no está en el sistema de las cárceles. No ha respondido a mis
llamadas o mensajes de texto, así que pensé que, o cree que tuve algo que ver
con lo que sucedió en el casino, o tomó el dinero y se fue a ver a García solo. —
Su frente se arrugó con preocupación—. Tal vez esté allí. Quizás García lo
convenció. 235

—Yo tengo el dinero —dijo Nico—. Así que es poco probable que fuera tras
García. La otra posibilidad realista es que García lo tenga. Puede estar tratando
de nivelar el puntaje. Está abajo tres hombres contra uno nuestro.
El estómago de Paolo se retorció en un nudo. Ni siquiera había
considerado la posibilidad que García pudiera haber secuestrado al señor
Rizzoli. ¿Qué pasaba si Paolo iba al restaurante y encontraba al señor Rizzoli
colgando en el congelador de carne como Little Ricky? El señor Rizzoli era como
un padre para él, y ¿qué le había dado Paolo a cambio? La última vez que
había estado en el restaurante, estuvo drogado y fue irrespetuoso.
La mano de Paolo se apretó a su lado, y estuvo casi abrumado con el
deseo de arrojar su restante suministro de drogas al baño. ¿Qué demonios
estaba haciendo con su vida? No había nadie a quien respetase más que al
señor Rizzoli, y si estaba muerto, los últimos recuerdos de Paolo estarían
contaminados con la culpa por traficar drogas con su hermano adicto en la
casa de su madre, y poniendo sus malditos pies en el escritorio del señor
Rizzoli.
Gabrielle metió la mano en su bolso. Al menos ocho pistolas salieron de
sus pistoleras y apuntaron en su dirección. Alarmado, Paolo se movió a su
lado. Ella todavía estaba bajo la protección del señor Rizzoli y como nadie del
equipo estaba avanzando, la carga de protegerla recaía sobre él.
Gabrielle suspiró exasperada.
Realmente no parecía tener miedo de los mafiosos o de las armas. Tenía
bolas de acero. Paolo quería tener bolas como las suyas.
—Aunque es halagador pensar que están tan aterrados de mí que necesito
múltiples armas apuntadas en mi dirección —dijo—. Solo estaba intentando
sacar mi teléfono para poder compartir la información que tengo sobre García y
que pudiéramos trabajar juntos para encontrarlo.
—No trabajamos con putos policías. —Frankie miró a Gabrielle.
Paolo se estremeció. Nadie quería estar en el lado equivocado del ceño de
Frankie.
Excepto, al parecer, Gabrielle. Frunció el ceño hacia Frankie, y sus manos
encontraron sus caderas.
—Estarás trabajando con uno hoy porque si Luca está con García, no vas
a encontrarlo sin mi ayuda.
—No necesitamos tu ayuda.
—¿Sí? —Se enfrentó con el formidable Frankie—. Entonces, ¿cuál es tu
plan? ¿Vas a llamar a García a su línea personal y a decirle: “Oye, colega,
¿secuestraste a uno de mis amigos?, ¿puedes hacerme un favor y dejarlo con
sus brazos y piernas intactos”?
Un escalofrío recorrió la piel de Paolo mientras percibía hacia dónde se 236
dirigía esto. Dio una última mirada alrededor de la casa club, recordando la
primera vez que había caminado dentro, sus sueños de convertirse en mafioso
y qué tan emocionado había estado de decirle a su madre que ganaría dinero
real por fin.
—Tenemos el dinero —replicó Frankie—. Seguiremos con el plan de Luca.
—García sabe quiénes somos —dijo Don Toscani—. Tony le habrá dado
todos nuestros detalles. Esa es probablemente la forma en que encontró a Little
Ricky. Y si tiene a Luca esperará que aparezcamos, si no lo ha liquidado ya.
Necesitamos encontrar otra forma.
Paolo hizo una mueca ante las palabras de Don Toscani. El señor Rizzoli
no podría estar muerto. Era un buen hombre. Un hombre honorable. Cuidaba
a su madre y a su hijo.
Había intentado una y otra vez ayudar a Alex. Había recibido una bala por
Don Toscani.
Había protegido a Gabrielle. Paolo quería ser digno de su mentor. Había
cometido un gran error con las drogas. Solo necesitaba una segunda
oportunidad...
O podría tomarla.
Su corazón saltó en su pecho. El señor Rizzoli le había dado un sueño. Le
había dado esperanza, y le había dado perdón. Ahora, Paolo se lo pagaría. Por
una vez en su vida haría lo correcto. Sería digno. Incluso si eso significaba que
su sueño estuviera perdido por siempre.
—Puedo hacerlo —dijo—. Tengo un camino hacia García.

237
Veintiséis
A
unque Luca esperaba el golpe, el primer impacto fue un choque de
carne en carne, un eco áspero en la habitación. Tiró de las esposas
que le ataban las manos sobre la cabeza y casi pierde pie en el frío
suelo de cemento. Su nueva celda era como la otra, excepto que esta tenía
cadenas en el techo y manchas de sangre en el suelo.
Jeff se rio.
—No eres tan duro sin tus amigos de la mafia por aquí.
—Soy dueño de un restaurante. —Y pronto de una discoteca, en cuanto
pusiera sus manos en Prince. Preparándose para lo que vendría, respiró hondo
e inhaló el fétido aire curiosamente atado con el dulce aroma de detergente
para ropa. Había descubierto bastante rápido que no estaba en una cárcel
ordinaria. No, esta parecía ser la cámara de tortura personal de Jeff, lo que 238
significaba que nadie sabía dónde estaba y nadie vendría por él.
—Comida italiana. —Jeff golpeó el puño contra la mandíbula de Luca,
enviando su cabeza a un lado—. Demasiado pesada. Le haré a Gabrielle
cochinita pibil esta noche. Muy ligera. Muy sabrosa. La emparejaré con una
botella de Cabernet Sauvignon Tarapaca Gran Reserva 2009. A Gabrielle le
encanta el vino tinto. Después de dos copas, se vuelve muy cariñosa. Por lo
general, me acurruco con ella en el sofá, como en un agujero, pero esta noche
creo que estamos listos para el siguiente paso. Ella obviamente superó la
muerte de David si se ha estado acostando contigo.
Le dio dos golpes más, cada uno más doloroso que el anterior, pero el
dolor físico palidecía en comparación con la ira que sentía con el pensamiento
en este enfermo bastardo en cualquier lugar cerca de Gabrielle.
—Solo piensa —continuó Jeff—. Tú estarás aquí, colgando del techo. Y yo
estaré allí, haciéndola mía. —Moviéndose a un lado dio un poderoso golpe al
riñón de Luca, enviando una ola de náuseas desde su estómago—. En realidad,
siempre ha sido mía. Solo le tomó un tiempo darse cuenta.
—Que te jodan.
—En realidad, la joderé a ella. —Jeff se movió de nuevo, golpeando a Luca
con abandono.
Luca gruñó, pero no se rindió al dolor. En cuanto a golpes, y había pasado
por algunos, esto no era tan malo.
—Eso es lo que haré. A no ser que me digas que estás en la mafia...
Entonces tendré que volver a pensar cómo terminará esto. No quiero una
vendetta con la Cosa Nostra en mi cabeza. Tendré que ser más cuidadoso con
tu eliminación. Escuché que el lago Mead es muy profundo.
—Soy dueño de un restaurante. —Nada lo haría romper la omertà alguna
vez. Moriría antes de admitir que estaba en la mafia.
—Ahora mismo tienes un restaurante. Pero cuando termine contigo, tengo
la sensación de que me dirás algo más. —Jeff inclinó su cuello de un lado a
otro, rebotando hacia arriba y hacia abajo como si estuviera en un ring de
boxeo o en un sparring de gimnasio. Estaba claramente vestido para un
entrenamiento en su camiseta de la LVPD y pantalones deportivos, dándole el
rango libre de movimiento para una patada circular que envió a Luca a
mecerse en sus cadenas.
—De cualquier manera, yo gano —continuó, jadeando—. Si admites que
estás en la mafia, me llevo a la chica, recojo a todos tus amigos y asociados en
un arresto de desarrollo profesional, y finalmente conseguiré la promoción que
David me robó.
A Luca no le importaban los celos de Jeff hacia David, pero hablar de eso
parecía distraerlo de los golpes, así que mantuvo su boca cerrada e imaginó
todas las diferentes formas en que Jeff sufriría cuando saliera de aquí. No
podía entender si esto era solo por Gabrielle o si había algo más, pero estaba 239
claro que Jeff estaba desquiciado.
—Se suponía que sería mía para siempre. —Jeff cambió de lado, dándole
una patada brutal en el riñón que lo perforó. Luca apretó los dientes y se
centró en respirar a través del dolor.
—Ambos le dimos clases —dijo Jeff—. Yo la conocí primero, pero no pude
pedirle que saliera conmigo debido a las malditas reglas sobre salir con las
reclutas de la academia. David sabía que la deseaba. Solíamos ir a tomar algo
juntos al final del día y me escuchó hablar de ella. —Miró airadamente a Luca
como si fuera el que le había robado a su chica. Pero luego, de alguna manera,
lo hizo.
—El día que se graduó fui a comprarle flores —continuó—. Le encantan
las flores. Pero la fila era muy larga y cuando llegué allí, era demasiado tarde.
David llegó a ella primero. Fue tras ella, le pidió salir, y ella dijo que sí. —
Golpeó con un puño el estómago de Luca haciendo que se le nublara la vista.
—¿Qué tipo de amigo hace eso? —gritó—. Sabía que iba a comprarle
flores. Sabía por qué. Sabía que la deseaba. Me traicionó. Hice todo lo posible
por recuperarla. Sacrifiqué todo para poder tener más dinero, una casa más
grande, un mejor auto…
Luca ya sabía cómo terminaba la historia. Gabrielle no era ese tipo de
mujer. Ella ponía su corazón en todo lo que hacía, y cuando daba su corazón,
lo daba todo. No tenía dudas que había amado a David profundamente, y lejos
de sentirse celoso, solo lo hacía amarla aún más. Estaba agradecido por todos
los días que David había pasado con ella. No solo porque eso significaba que
realmente había sido amada, sino también porque la había salvado de este
monstruo.
—No tuve oportunidad —escupió Jeff—. Ni siquiera con todo el dinero. Él
era tan malditamente perfecto.
Con un rugido, se lanzó hacia Luca, golpeándolo con los puños y rodillas.
El cuerpo de Luca se inclinó bajo la fuerza de sus golpes, su cerebro se nubló
de dolor, hasta que todo lo que pudo pensar fue en agradecerle a Dios que
David llegó a ella primero.
—A ella no le importas. —Jeff dejó caer su brazo y jadeó, su camiseta
estaba oscura de sudor—. Te delató. Así es como mis oficiales supieron dónde
estabas anoche, y cómo supe sobre los albaneses. Todo fue una trampa. Me
contó todo sobre ti.
Lejos de destruirlo, las palabras de Jeff le dieron fuerza y esperanza a
Luca. Gabrielle no le había contado nada a Jeff. Luca lo sabía en su corazón,
tanto como reconocía una mentira, porque nunca le había contado a Gabrielle
sobre los albaneses. Ella ni siquiera se lo había preguntado. Gina lo había
engañado porque realmente no la conocía. Pero Gabrielle era parte de su alma.
El estómago de Luca se revolvió cuando Jeff recogió un látigo de múltiples 240
colas de una colección de instrumentos de tortura en una mesa junto a la
pared y caminó detrás de él, donde no podría verlo y prepararse para los
golpes.
Cristo santo. Si lograba salir de aquí vivo iría a confesión, sin importar
cuánto tiempo le tomara.
El dolor cubrió su espalda como mil abejas urticantes. Jesucristo. No tenía
idea de dónde estaba, pero no estaba en una estación de policía donde podría
esperar que alguien interviniera. Podía no confiar en el sistema legal, pero
habían ido al menos a los límites a los que un oficial de policía podría llegar
bajo la ley. A no ser que, por supuesto, fuera un policía sucio.
—¿De verdad pensaste que te dejaría tenerla? —preguntó Jeff—. ¿Después
de todo el trabajo y tiempo que puse en ella? Cedí a todo por ella. Hice cosas
que nunca imaginé que haría. Esperé dos años para que superara la muerte de
David, y entonces va a bailar y tratas de robármela.
Otro golpe del látigo. Otra línea de dolor abrasador. A pesar de su
resolución, Luca gruñó ante la agonía y se obligó a sí mismo a concentrarse en
sobrevivir para salvar a Gabrielle del monstruo que acechaba debajo del
hombre en el que pensaba como un amigo.
—Y luego descubro que estás jugando con mi puto negocio también. —Los
golpes llegaron más rápido, abrasadores a través de su espalda, y se hizo más
difícil centrarse en las palabras de Jeff mientras luchaba por contener el dolor.
—Todo... Sexo... Flores... Casino... Irónico... Iglesia... Tu madre...
patética... Tu hijo.
Una pausa. La sangre golpeó sus oídos, ahogando todo menos el frenético
golpe de su corazón.
—¿Me estás escuchando?
La locura matizó la voz de Jeff y Luca se hundió en sus cadenas,
estremeciéndose. Había soportado torturas y palizas, balas y huesos rotos.
Pero nunca había soportado algo como esto.
—Jeff.
Luca levantó la cabeza en dirección de la desconocida voz. No estaban
solos. En algún momento durante la paliza alguien había entrado, ni siquiera
lo había aviso. Se estaba perdiendo, y necesitaba juntar su mierda o Gabrielle
nunca estaría a salvo.
—Cálmate un poco —dijo el visitante—. Lo matarás, y si está en la mafia,
eso es firmar una jodida sentencia de muerte para todos nosotros.
—Cállate —gruñó Jeff—. No le tengo miedo a la jodida mafia. Solo tenemos
que ser más cuidadosos cuando nos deshagamos de su cuerpo.
El corazón de Luca dio un vuelco. Escuchó pasos. El clic de una puerta.
Jeff tomó un látigo.
Entonces se escuchó gritar a sí mismo. 241

***

—Cristo santo. Mírate. Luca me va a llenar de plomo por dejarte


encontrarte con García vestida así.
Gabrielle tiró de su camiseta sin mangas bajo la evaluativa mirada de
Frankie. Pasar como la novia de dieciocho años de Paolo tenía sus desventajas,
por ejemplo, la ropa ultra atractiva que hacía difícil esconde su arma. Paolo le
había mostrado una foto de la chica con la que estaba saliendo y Gabrielle
había hecho su mejor esfuerzo para vestirse igual, apretándose en un par de
vaqueros desgastados y ultraligeros, en una camiseta sin mangas blanca
decorada con grandes joyas de color rosa, botas rosas, y una chaqueta blanca
y negro estilo letterman luciendo una gigante G rosa. Después de agregar una
peluca negra, una gorra rosa, lentes de sol rosas y joyas gruesas de color rosa,
Paolo había pronunciado su “linda”.
—Solo dile que no te di elección —le dijo a Frankie.
Frankie se rio.
—Si fueras otra mujer, no me saldría con la mía con esa excusa. Pero
contigo... solo podría obtener unas pocas extremidades rotas. Si lo tienen y te
ve, no tendremos que sacarlo. Romperá las paredes como un demonio.
—Lo tomaré como un cumplido. —Se apoyó contra su Chrysler 300C
mientras el resto del equipo se estacionaba a su alrededor en el mirador
turístico sobre la ciudad.
—Al menos mantendrás a los muchachos distraídos dentro —dijo
Frankie—. Hice un par de viajes por ahí después que Paolo obtuvo la dirección
para la reunión. No hay mucho en el lugar. Parece ser de alrededor de mil
doscientos metros cuadrados de rancho con un sótano en un vecindario
suburbano de clase media. Tiene cámaras alrededor del perímetro, y un
guardia en cada puerta. No deberíamos tener ningún problema entrar y buscar
a Luca si proporcionas la distracción. Es un plan extraño. Si fuera él, y
estuviera buscado por la policía, y secuestrara a un tipo como Luca, no estaría
escondiéndome a la vista.
—Es una estrategia muy efectiva.
Gabrielle hizo girar una de sus trenzas falsas.
—Es muy bueno mezclándose, por eso tuvimos tantos problemas para
encontrarlo. Y nadie ha visto su rostro. Incluso cuando atrapamos a
distribuidores de alto nivel que habían logrado obtener una audiencia, no
pudieron darnos una descripción. Es como un fantasma.
—Y yo soy un jodido caza fantasmas.
Frankie esbozó una rara sonrisa. 242
—¿Qué me hace eso?
—No sé. —Sacó un paquete de cigarrillos—. Aún no te he descubierto. No
confío en ti. No entiendo por qué estás arriesgando tu carrera por querer ser
parte de esto. Podrías haber vuelto a la estación de policía, reunirte con tus
amigos policías y allanar el lugar una vez que Paolo te diera la dirección. Si
algo sale mal esta noche, podrías terminar muerta, o incluso en la cárcel si
creen que estás trabajando para el lado equivocado.
—Me hubieran hecho quedarme atrás —dijo ella—. Creen que puedo
salirme de la línea otra vez. Pero ya no quiero venganza. Después de conocer a
Luca, me di cuenta de que me había dejado vacía por dentro. Hay más en la
vida. Ahí está el futuro. Y lo quiero con él. Esta vez estoy aquí por Luca, y si
logramos atrapar a García mientras estamos en eso, entonces estaré feliz con
cualquier tipo de justicia que quieran repartir.
—Tengo algunas ideas… —Sacó un cigarrillo—. ¿Cómo vas a protegerte
mientras buscamos en la casa? Paolo es tu billete de entrada, pero estarás al
lado de un inútil en una pelea. ¿Empacaste?
—No fue fácil, pero logré obtener una 22mm en mi espalda. —Arrancó el
cigarrillo de su mano y lo tiró a un cubo de basura cercano.
La sonrisa de Frankie se desvaneció.
—¿Qué mierda?
—Es una adicción y te matará. Mi tío murió de cáncer de pulmón, y mi
hermano era un drogadicto y murió, también. La vida es corta, Frankie.
Aprendí eso por el camino difícil. No la desperdicies haciendo algo que la haga
más corta todavía.
—Tal vez quiero que sea corta. —Sacó otro cigarrillo y lo encendió—. Tal
vez encontré mi razón de vivir, y la perdí, así que no hay nada para mirar
adelante excepto el extraño puto cigarrillo y la esperanza que traiga el fin
mucho más rápido. —El dolor parpadeó en su rostro tan rápido que se
preguntó si lo había visto.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con García cuando lo atrapemos? —
preguntó ella tomando la insinuación que debería dejar el tema de su salud.
—No quieres saberlo, pero te prometo que tendrá su justicia.
Gabrielle suspiró.
—Hay cierto atractivo en la forma en que hacen las cosas. Conseguiste la
pista de dónde podría estar García. Don Toscani ordena una redada. Bum. Diez
chicos aparecen en menos de una hora todos listos para ir y estamos en
camino. Sin semanas de planificación. Sin reuniones y sin discusiones sin fin.
Sin política. Sin papeleo. Sin garantías. Sin debido proceso…
—Sin ley.
—Sin ley. —Gabrielle lo miró con su cigarrillo, su duro y musculoso
cuerpo cómodamente apoyado en el auto—. ¿Qué hay de Luca? ¿Qué pasará 243
con él?
Frankie se encogió de hombros.
—Eso es cosa de Nico, pero tienes que entender que no pueden estar
juntos. Es una regla irrompible.
Gabrielle pisó distraídamente el cemento con su bota rosa brillante.
—¿Conoces a la amiga de la madre de Luca, Josie?
—Todos conocen a Josie.
—Solía ser oficial de policía.
Frankie levantó una ceja.
—Solía ser son las palabras clave. Y no era una policía normal. Fue
renegada en sus días. —Hizo un gesto para que entrara en el auto con Paolo—.
Un poco como tú.
—¿Crees que soy una renegada?
La diversión parpadeó en su rostro y por un momento creyó ver una
insinuación del hombre debajo de la bestia.
—Estás aquí. Casi lo dice todo.
Veinte minutos después, Paolo estacionó su vehículo frente a una
ordenada casa de campo en el suburbio de clase media de Henderson.
Gabrielle lo siguió, bordeando los aspersores empapando el exuberante césped
verde. Estaba tomando un gran riesgo confiando en que García no la
reconociera. Por lo que sabía, pagaba a otros para hacer el trabajo sucio, y la
única razón por la que pensó diferente en el almacén fue que su fuente le
aseguró que García estaba allí.
—Creo que este es el lugar donde Ray me trajo la primera vez que nos
encontramos —dijo Paolo, presionando el timbre bajo el panel de seguridad—.
Tenía los ojos vendados, pero se siente igual. Sin pasos. Olor a hierba.
Tranquilo. Después de esa primera reunión, recogí mis cosas en el centro
comercial.
—Fue muy valiente dejar que todos supieran de tu conexión con García.
—Le apretó la mano—. Sé lo que eso significa para ti. Solo espero que puedas
mantenerte limpio. Sé lo difícil que es y si necesitas alguien con quien hablar,
ya atravesé todo eso con mi hermano.
—Voy a intentarlo. Dejé el pavo frío22 por última vez y he estado usándolo
durante casi seis meses. Esta vez solo han sido unas pocas semanas.
—Paolo. —Un tipo bajo y moreno usando ropa militar y camiseta verde del
ejército abrió la puerta. Dos chicos altos con pechos de barril y cuellos gruesos
estaban tras él.
—¿Esta es de la novia que me dijiste?
—Sí. Esta es Michele. —Paolo puso su brazo alrededor de los hombros de 244
Gabrielle. Era unos centímetros más alto que ella, lo que ayudó con la farsa—.
Estos son Ray y sus amigos.
—Ray. —Gabrielle asintió, marcando la actitud joven con un movimiento
de cadera. Ray parecía haber tenido algunas rondas en el ring de boxeo y su
nariz rota varias veces a causa de eso. Tenía pecho amplio y enormes bíceps
que le hizo pensar que estaba en los esteroides. Parecía un tipo aplicado en el
trabajo, si tuviera que adivinar, lo que significaba que era hora de ponerse
seria.
—Michele ganó dinero en el casino e insistió en venir. —Paolo cambió su
peso y Gabrielle gimió para sus adentros. Estaba tan nervioso que podría
delatarlos.
Ray frunció el ceño.
—¿Cuántos años tienes, novia? Ni siquiera pareces legal para estar en un
casino.
—Mi papá es dueño del Casino Italia —dijo ella, pensando rápido—. Me
enseñó cómo jugar y hace la vista gorda cuando quiero divertirme un rato. Me
dejó entrar en la habitación de altas apuestas por mi cumpleaños la semana
pasada, me dio un montón de fichas y le dije que me volvería loca. Creo que
pudo haber tenido algo que ver con mi gran victoria, pero no me quejaré, y
tampoco mis amigos, que están emocionados porque Paolo nos mantenga

22
Expresión británica para referirse a la forma de dejar de consumir una droga cuando se
realiza abruptamente y sin ayuda especializada.
abastecidos con buen material.
—El jefe te dará una patada. —Ray miró la calle una vez más y envió a los
dos guardias para vigilar mientras Gabrielle y Paolo entraban a la casa.
—Tengo que revisarles —dijo Ray cuando cerró la puerta. Su mirada viajó
arriba y abajo por el cuerpo de Gabrielle, haciéndola encogerse—. Tú primero.
Ella levantó los brazos y giró con una risita, rezando para que no la
tocara, porque fácilmente encontraría su arma, y no había forma de
encontrarse con García desarmada.
—Creo que no podría ocultar nada en ese atuendo. Apenas pude
ponérmelo. Y Paolo se pone loco de celos cuando otros chicos me tocan. ¿No es
así, cariño?
Los ojos de Paolo se abrieron y tragó duro.
—Sí. No la toques. Es mi novia.
Los labios de Ray se levantaron en las esquinas, y le guiñó un ojo a
Gabrielle.
—Bueno, novia. Entra y revisaré a Paolo.
Después de comprobar a Paolo, los condujo a un sofá de cuero marrón
colocado frente a una televisión en la pared. Gabrielle no estaba sorprendida. 245
García estaba distribuyendo desde una casa residencial. La oficina de
narcóticos había atrapado a docenas de distribuidores operando de la misma
manera. Algunos tenían vidas normales de clase media, vendiendo su producto
mientras sus hijos estaban en la escuela.
Arrojó la bolsa de dinero a la mesa de café y deambuló por la habitación
mientras Ray contaba las pilas de billetes bajo la atenta mirada de Paolo. No
podía ver mucho más allá de la sala, aunque podía oler algo delicioso que salía
de la cocina.
—¿García vendrá aquí con nosotros? —Miró las fotos de la familia en la
repisa de la chimenea, todas de una pareja y su pequeño hijo. ¿García era tan
descarado? Por lo que veía, la pareja estaba bien vestida, y por el peinado de la
mujer, pensaba que las fotos habían sido tomadas hace veinticinco años, y,
aunque los de narcóticos tenían poca información sobre García, habían estado
seguros de que tenía menos de cuarenta.
—Se encuentra con las personas en una habitación especial que
configuramos para clientes preferentes como ustedes. Nadie ve su rostro.
—¿Por qué? — espetó Paolo.
—Tiene cicatrices por una explosión en un laboratorio de metanfetaminas
—dijo Ray casualmente—. Tuvo quemaduras de tercer grado. Su rostro casi se
derritió. Ahora, no deja que nadie lo vea.
El rostro de Paolo se retorció de horror.
—No creía que los rostros se pudiesen derretir.
—Sí, pueden, y si lo vieran, pensarían dos veces antes de hacer su propia
fabricación.
—Es por eso que vinimos a ti —dijo Gabrielle—. Estamos felices de pagar
un poco más, así no tendremos que involucrarnos con ese lado del negocio.
—¿Quieren algo para comer o beber mientras esperan? —Ray hizo una
pausa en su cuenta—. A García le gusta que tratemos a nuestros clientes
especiales correctamente. Tenemos todo tipo de alcohol, patatas fritas...
—¿Qué huele tan bien? —preguntó Gabrielle—. No me importaría tener
algo de eso.
—Es cochinita pibil. Pero el jefe lo hizo para una cena privada.
¿Cochinita pibil? ¿No era ese el plato que Jeff le haría esta noche? Qué
coincidencia. O tal vez no lo fuera. ¿Podría Jeff estar trabajando para García?
No. Eso sería loco. Lo conocía desde siempre, desde que conoció a David. Era
un buen tipo, un buen detective, un buen amigo, aunque había estado un poco
fuera de control las últimas semanas.
Paolo se aclaró la garganta y echó un vistazo otra vez a Gabrielle, luego
afuera.
—Yo tendré... eh... una cerveza.
246
—Claro. —Ray escribió su cuenta en un trozo de papel—. ¿Qué hay de ti,
Michele?
—Solo agua, gracias.
Tan pronto como Ray desapareció por el pasillo, Gabrielle cruzó la
habitación para mirar hacia el pasillo opuesto al que Ray había tomado. Si
Luca estaba siendo retenido aquí, lo más probable es que estuviera en el
sótano. Solo tenía que encontrar las escaleras.
—¡Gabrielle! —La llamó Paolo en un susurro horrorizado—. Se supone que
debemos quedarnos aquí mientras Frankie y los demás revisan la casa.
—Estoy segura que pueden manejar la distracción por su cuenta. —Giró
la manija de la puerta más cercana, pero estaba cerrada.
—Puedo abrirla —dijo Paolo—. Las cerraduras son lo mío. —Sacó lo que
parecía ser un cable de metal de su bolsillo, y en unos segundos el clic indicó
que se había abierto.
—Una habilidad muy práctica —dijo Gabrielle, mirando el muy ordinario
armario de ropa—. Voy a buscar en el resto de la casa. Quédate aquí y dile a
Ray que fui al baño. Si me encuentran en algún lugar donde no debería estar,
fingiré que me perdí.
Los ojos de Paolo se abrieron alarmados.
—No me dejes.
—No estaré sentada jugando a la novia tonta mientras Luca está en
peligro. Si está aquí, lo encontraré. Dependemos de ti, Paolo. Es hora de que
demuestres de lo que estás hecho. —Tomó aliento, inhalando el delicioso olor
de la cocina de nuevo. Ray había dicho que García había hecho un plato para
una cena privada. Jeff llevaría la comida a su casa esta noche…
No. Estaba sacando conclusiones precipitadas. Había estado en la casa de
Jeff y no era así. Vivía en un condominio de dos habitaciones a solo unas pocas
cuadras de la estación, y ella y David lo habían visitado muchas veces. ¿Por
qué iba a cocinar una comida aquí en lugar de en casa, donde tenía todas sus
elegantes ollas e ingredientes especiales? Jeff era un excelente cocinero y los
había invitado a muchas comidas deliciosas. Y Ray había revelado que García
escondía su rostro porque había sido desfigurado en una explosión. Jeff era un
chico guapo sin una cicatriz en su rostro.
Aun así, no podía ignorar la advertencia danzando en su mente. En la
remota posibilidad que su intuición hubiera captado algo que su mente no
podía aceptar, sacó su teléfono y envió un mensaje de texto rápido a Jeff para
decirle que estaba esperando la cena. Pero antes de llegar a guardar su
teléfono, escuchó el inconfundible sonido del motor de una Harley-Davidson...
El tono de llamada de Jeff.
Su corazón latía tan fuerte que pensó que podría romperle una costilla. Le
envió un segundo texto y un tercero, gesticulando para que Paolo viniera 247
mientras seguía el sonido a una puerta cerrada por el pasillo.
—Ábrela.
Paolo fue rápidamente la cerradura y abrió la puerta. Sacando su arma,
entró. El teléfono de Jeff estaba en el vestidor, todavía iluminado por sus
mensajes.
Su traje estaba en la cama, junto con su funda de LVPD y su bolsa vacía
del gimnasio.
—Jeff está aquí —susurró.
—¡Oye! ¿Qué están haciendo aquí? Esta habitación está fuera de los
límites.
Gabrielle se sobresaltó ante el grito de Ray.
Tomando una respiración profunda, se giró y se hizo la inocente tanto
como pudo.
—Estaba buscando el baño.
—¿Juntos? —Miró a Paolo, que se había palidecido totalmente.
—Simplemente vino a decirme que iba por el camino equivocado cuando
escuché el sonido de una motocicleta y abrí la puerta. Me encantan las
motocicletas. Pensé que tal vez era la puerta al garaje y quería echarle un
vistazo. —Cruzó la habitación hacia Ray y puso una suave mano en su brazo—
. Lo siento. No debería haber sido tan curiosa, pero la puerta estaba abierta.
Él gruñó, pero no se apartó.
—No hay motocicletas aquí. Es un tono de llamada.
—Es el tono de llamada más genial de la historia. Sonaba y sonaba sin
parar. —Le dio a su brazo un apretón, adivinando que tenía un punto débil por
las chicas de dieciocho años en apretada ropa rosa—. ¿Es tuyo?
—No. —Él tomó el teléfono del aparador y cerró la puerta detrás de ellos a
su salida, guiándolos de vuelta a la sala—. Quédense ahí. —Señaló los sofás de
cuero marrón—. Voy a llevar esto abajo y estaré de vuelta.
—Al suelo. —Gabrielle hizo un gesto a Paolo cuando Ray se fue—.
Escucha dónde va. Voy a enviar un mensaje de texto de nuevo. Dime cuando
escuches un rugido de motor.

248
Veintisiete
T
hump. Thump. Thump.
Luca apenas registró el sonido de un puño golpeando la
puerta. No sabía cuánto había estado colgado aquí, pero el tiempo
se había detenido cuando Jeff agarró el látigo y se había perdido en
una eternidad de dolor.
—¡Qué chingados23! Saben que no debo ser molestado durante mi
entrenamiento. —Jeff acechó por la habitación y tiró para abrir la puerta—.
Ray. ¿Qué demonios quieres?
Luca escuchó una disculpa murmurada y algo sobre un mensaje de
teléfono. Trató de levantar la cabeza para ver quién era Ray, pero su cuello no
obedeció.
—Nuestros invitados especiales llegaron —dijo Ray—. Tienen el dinero. La 249
novia es jodidamente linda. No puede tener más de dieciocho o diecinueve años
y su padre es dueño de uno de los casinos del centro, debe estar forrada.
Quiere que nuestro chico nuevo abastezca a todos sus amigos.
Jeff dejó escapar un largo suspiro.
—Buen trabajo arreglándolo. Quería terminar aquí, pero será mejor que
vaya a conocerlos. La hija del propietario de un casino puede darnos línea para
un nuevo nivel en la ciudad. Ten la habitación lista. Te veré arriba.
Luca se hundió en las cadenas, agradeciendo a su ángel de la guarda por
salvarle de la agonía de ser azotado de nuevo con veinte centímetros de grueso
cuero trenzado.
Jeff recogió sus instrumentos y los puso pulcramente en la mesa, antes de
agarrar una toalla para limpiarse.
—No volveré esta noche —dijo—. Planeo tener sexo con Gaby hasta que
salga el sol. Pero dejaré las instrucciones para que mis hombres te bajen y te
hagan compañía.
Luca escuchó el inconfundible rugido de un motor Harley-Davidson. Por
un momento, pensó que había pasado el punto de no retorno, pero cuando
forzó su cabeza, vio a Jeff sonriendo a su teléfono al abrir la puerta.
—Es Gaby —dijo con deleite—. Me envió mensajes de texto cuatro veces
en la pasada hora sobre nuestra cena esta noche. Está realmente esperándola.

23 En español.
—Deslizó su pulgar sobre su teléfono—. ¿Ves lo rápido que vino a mí cuando
desapareciste? No eras nada para ella. Una aventura. Y una vez que te fuiste,
regresó a mí.
El teléfono sonó en su mano, el sonido inconfundible de “This Life” de
Curtis Stigers and The Forest Rangers.
—¡Gaby! —Miró sobre su hombro con una sonrisa satisfecha mientras
respondía la llamada—. Acabo de recibir tus textos.
Cristo. ¿Gabrielle pasaría la noche con este monstruo? Luca tiró de las
cadenas, pero las gruesas esposas de metal estaban apretadas alrededor de
sus muñecas. Tal vez después de unas horas de recuperación, podría ser capaz
de balancear su cuerpo hacia la mesa.
—¡Esas son buenas noticias! Voy en camino.
Jeff terminó su llamada y se volvió hacia Luca, con un brillo casi fanático
en su rostro.
—¡Lo tengo! Gaby encontró al hijo de puta que destrozó mi auto. Pensé
que habías sido tú, pero lo rastreó a través del número de serie en su teléfono,
y lo tiene localizado en este momento en un restaurante mexicano en
Harlingen. Este día es cada vez mejor y mejor. —Recogió su bolsa de gimnasio
y una toalla—. Puede que esté de muy buen humor cuando vuelva. Venganza y 250
sexo en una noche. Puede que mueras fácil y rápido.
Luca sacudió sus cadenas.
—Si la tocas, las cosas que has visto que la mafia hace a las personas que
los enojan no será nada comparado con lo que te haré.
Jeff se rio.
—Apenas estás en posición para hacer amenazas, y si piensas que serás
rescatado, piensa de nuevo. Nadie sabe dónde estás. En lo que a todos
concierne, fuiste llevado a la cárcel por un par de agentes de policía de la
LVPD. Excepto que no hay registro de tu arresto, y no hay forma de rastrearte
aquí. Desapareciste, y nunca serás visto de nuevo.
—Que te jodan.
—La joderé a ella. Y lo haré de nuevo y una y otra vez hasta que ni
siquiera recuerde tu nombre. —Se giró mientras cerraba la puerta—. Ahora, si
me disculpas, tengo una reunión de negocios a la cual asistir, un vándalo que
arrestar, una cena con una policía pequeña y atractiva, y luego un poco de
vagina de postre.

***

—Ya viene. —Paolo se levantó de un salto—. Escuché una puerta cerca, y


ahora se oyen pasos. Creo que las escaleras del sótano conducen a la cocina.
—Maldita sea. No puede verme.
Gabrielle miró frenéticamente alrededor mientras Ray venía por el pasillo.
—¿Sucede algo?
—Baño. —Se levantó como si estuviera desesperada—. Realmente tengo
que ir.
—Al final del pasillo —dijo Ray señalando la dirección opuesta a la puerta
donde encontraron la ropa de Jeff—. Y García estará listo para la reunión en
aproximadamente cinco minutos.
—Gracias. —Le lanzó un beso y se apresuró por el pasillo, notando la
cocina a su izquierda. Mantener a Ray feliz era una póliza de seguro que no
podía permitirse dejar pasar.
Una vez en el baño, envió un mensaje de texto a Frankie con una
actualización, alertándolo que acababa de descubrir que uno de sus colegas,
Jeff, era un policía sucio trabajando para García, pero que se iría en breve para
perseguir a un falso vándalo.
Frankie: Sal. Valla eléctrica de alta tecnología alrededor del perímetro. No
puedo enviarte refuerzos.
Gabrielle: envíame un mensaje de texto cuando Jeff se vaya. Encontraremos 251
a Luca.
Frankie: Dos nuevos guardias en el sitio. Total, cuatro afuera. Retírate.
Gabrielle: Hombre. Voy a entrar.
Frankie: ¿WTF? Dije que te fueras. Te vas.
Gabrielle: Lo siento. Mal servicio. No hay textos que pasen. Iré a buscar a
Luca.
Frankie: PITA24.
Gabrielle: Mal servicio otra vez. Texto confuso. ¿Eso fue un gracias? De
nada.
Frankie: Alguien acaba de salir. Alto. Rechoncho. Cabello oscuro. ¿Jeff?
Gabrielle: Eso espero.
Cuando salió del baño, Paolo y Ray estaban charlando con uno de los
guardias en la sala. Con el corazón palpitando, se deslizó en la cocina,
disfrutando del cálido terracota de los azulejos, de las toallas de mano de
colores, de las cortinas con volantes, y lo que asumió era cochinita pibil
enfriándose en la estufa. La incongruencia de la escena doméstica con lo que
estaba pasando en la casa era inquietante, pero no tanto como la sangre seca
en el suelo de la puerta del sótano.

24PITA es un acrónimo de Pain In The Ass (dolor en el trasero), expresión que se usa para
indicar que alguien es molesto o está molestando a los demás.
Cautelosamente, bajó la escalera alfombrada a un vasto sótano con
paredes nítidas blancas, alfombra suave y blanca, y muebles de cuero gris.
Revisó las puertas a lo largo de las paredes, deteniéndose en una que tenía un
juego de llaves colgado de un gancho cerca de las bisagras.
Agarró las llaves y abrió la puerta. Entonces rezó.

***

Crack. Silbido.
La cabeza de Luca se sacudió mientras una avalancha de aire fresco
rozaba su cuerpo. No hacía ni cinco minutos que Jeff se había ido y ya se
estaba desvaneciendo.
La puerta se abrió solo un poco, y luego más. Luca se tensó. ¿Jeff había
decidido regresar para la segunda ronda?
—¡Luca!
Luca miró. Tal vez estaba alucinando. No había ángeles en el lugar al que
iría cuando muriera. Así que, ¿por qué había venido un ángel? Un ángel sexy.
Vestido de rosa. Con cabello largo y oscuro. Le recordó a Gabrielle. Tal vez si 252
imaginaba a Gabrielle, el dolor se fuera.
—Oh, Dios mío, nene. ¿Qué te hicieron?
Hmmm. Sonaba como Gabrielle. Y lo llamó nene. Le gustó ese término de
cariño, aunque no quería escucharlo de nadie excepto de la mujer que amaba.
—Calma. Calma. Él está bien. Respira.
Murmurando para sí misma, sacó el teléfono y apretó las teclas. ¿Estaba
enviando un mensaje de texto? ¿Los ángeles mandaban mensajes de texto?
¿Era la versión moderna del día del juicio final? ¿Le enviaría Dios el texto con
“Cielo” o “Infierno”?
—Bien. Voy a sacarte de aquí —dijo, metiendo el teléfono en su elegante
bolso rosa—. Frankie va a organizar una distracción y Paolo bajará y abrirá las
cerraduras de esas esposas. No vi ninguna otra llave afuera.
Frankie. Paolo. Conocía esos nombres. Su mente se aclaró, pero no lo
suficiente para entender por qué este ángel se veía y sonaba como Gabrielle.
—¿Podrás caminar cuando te baje? —Tocó su rostro, pasando un dedo
muy suave sobre su mejilla—. Si no, te cargaré. No pasarás un minuto más en
aquí.
Dio mio. No era una alucinación porque en el momento en que lo tocó,
pudo sentirla en su alma.
—¿Gabrielle?
—Sí, soy yo. Paolo y yo venimos a rescatarte.
Y eso lo despertó como el demonio.
—¿Paolo? ¿Trajiste a Paolo? ¿En qué estabas…?
Un fuerte estruendo lo cortó.
Momentos después, Paolo se precipitó en la habitación.
—Frankie consiguió que uno de sus hombres chocara su camioneta
contra uno de los autos estacionados afuera. No los mantendrá ocupados por
mucho tiempo. —Extendió la mano y usó un pequeño e ingenioso alambre para
abrir las esposas de Luca.
—Deberías darle un aumento a Paolo —dijo Gabrielle, deslizándose debajo
del hombro de Luca para soportar su peso—. Nunca vi a alguien que pudiera
abrir una cerradura como él.
Paolo se relajó bajo el otro hombro de Luca, y aunque se resistió a tener
que depender de su ayuda, sabía que le tomaría al menos unos pocos minutos
antes de poder caminar por sí mismo. Su espalda se sentía como si estuviera
en llamas, cada respiración le dolía, por lo que sospechaba que tenía costillas
rotas, sus brazos estaban inútiles por la falta de circulación, y sus piernas
temblaban a cada paso.
Gabrielle miró su espalda y su aliento se atoró.
253
—¿Quién te hizo esto? ¿Fue García? —Sacó un arma de debajo de su
chaqueta, sosteniéndola frente a ellos con su mano libre.
—Jeff.
—¿Jeff? —Ella se congeló, pero antes de poder hacer más preguntas,
pasos sonaron en la planta de arriba.
—¡Jesucristo! —Resonó la voz de Jeff por el hueco de la escalera—. Mi
maldito auto. Destruyeron mi maldito auto. ¿Cómo jodidamente se supone que
debo cruzar la ciudad ahora? No te me quedes ahí mirando. Que alguien me
consiga otro vehículo. Y descubre quién era el dueño de esa mierda de
camioneta. ¿Dónde están el chico y la maldita chica que querías que
conociera?
Luca apretó los dientes y forzó sus inestables piernas a soportar su peso.
—Dame la puta pistola.

***

¿Eso era todo? ¿Una distracción de cinco minutos?


Gabrielle reprimió un aullido de frustración. ¿Qué demonios hizo Frankie?
¿Creía que rescatarían a Luca, saldrían de la casa, despejarían el patio y
pasarían la cerca eléctrica en cinco minutos? Luca apenas podía caminar, y si
eran descubiertos en su salida, no podría correr.
La emoción brotó en su pecho mientras tomaba la medida de las lesiones
de Luca. Su espalda era un desastre de enojadas rayas rojas, sangre y
hematomas, su cuerpo estaba resbaladizo por el sudor y por la forma en que
estuvo colgado, estaba segura de que tenía algunos huesos rotos. Siempre
había considerado a Jeff un amigo, pero ahora se preguntaba si lo conocía en
absoluto.
Esperaron su llegada, pero cuando las voces se desvanecieron, Gabrielle
tiró de Luca hacia las escaleras.
—Tiene que haber cambiado de opinión. Vámonos.
—Dame el arma —dijo Luca de nuevo.
Ella exhaló un suspiro exasperado.
—Podrás tener el arma si pudieras caminar.
Él dio un paso, se inclinó tan fuertemente sobre ella que se tambaleó
hacia un lado. De ninguna manera lo sacarían así.
—Voy a crear otra distracción. —Apoyó a Luca contra la pared y se deslizó
bajo su brazo—. Con suerte, eso le dará a Frankie suficiente tiempo para
derribar a los cuatro guardias de fuera y pasar por las cercas eléctricas para
que nos pueda echar una mano. Paolo, quédate con él. ¿Tienes una pistola?
254
—Frankie me dio una. —Paolo tiró de una Sig Sauer P320—. Solo he
estado en el campo de tiro una vez, pero soy bastante bueno.
—Cuida bien a Luca. Sé suave con el gatillo. —No podía creer que
estuviera confiándole la seguridad de Luca a un chico que solo había disparado
a un blanco de papel, pero no tenía otra opción.
—Joder. —Luca apretó los dientes—. No te dejaré ir sola allí. Jeff está
fuera de control.
—Puedo manejar a Jeff. —Sintió una oleada de confianza que nunca había
imaginado sentir hace dos meses cuando le dispararon y la sacaron de su caso,
cuando su búsqueda de venganza había llegado a un aparente final.
Pero luego conoció a Luca y descubrió un núcleo de fuerza que no sabía
que tenía, y un lado que estaba dispuesto a romper las reglas. Su búsqueda de
justicia de manera legal había cedido a una razón para vivir, pero también
había mantenido su espalda. Luca le había mostrado otra forma, un camino a
seguir. Le había abierto el corazón y la liberó del pasado. Jeff pagaría por lo
que había hecho. Y si la ley no tomaba medidas para castigarlo, entonces lo
haría ella.
Oyó el ruido sordo de pasos, el crujido de una puerta.
—Encuéntralos —gritó Jeff—. Tienen que estar cerca. ¿Quién deja medio
millones de dólares atrás?
Con el corazón palpitando, subió las escaleras escuchando mientras Jeff
gritaba órdenes.
¿Cuánto tiempo habría trabajado para García?
David habría estado devastado si lo supiera. Estaba casi contenta de que
no estuviera vivo para descubrir que el hombre que veía como un hermano
había traicionado todo en lo que creía.
Empujó la puerta y caminó audazmente en la cocina como si tuviera todo
el derecho de estar allí justo cuando Jeff giró la esquina.
—¿Gabrielle? —Si su situación no hubiera sido tan terrible, se hubiera
reído del completo y total aturdimiento en el rostro de Jeff.
Pero eso le dio unos momentos preciosos que pudo aprovechar en su
ventaja.
—Jeff. —Gruñó su nombre, manteniendo su arma a su lado y fuera de su
vista—. ¿Qué diablos está pasando aquí? Necesitamos hablar. —Antes que
pudiera hablar, o incluso reaccionar, pasó a su lado y caminó por el pasillo
hacia el dormitorio donde había encontrado su ropa, tan lejos de Luca y las
escaleras del sótano como era posible.
—Gabrielle.
Llegó a la habitación a la vez que la pesada palma de Jeff aterrizaba en su
hombro y la giraba para enfrentar al hombre que había sido el mejor amigo de
David. 255

—¿Qué estás haciendo aquí? —Sus ojos se estrecharon, y ella apretó los
dientes contra la oleada de miedo recorriendo su cuerpo.
—Recibí el aviso que García estaba aquí. Me conoces. No pude resistirme.
¿Te gusta mi disfraz? —Levantó una de las negras trenzas mientras revisaba el
dormitorio amueblado únicamente con una cama tamaño King en madera
oscura y tocador a juego. Si las cosas se ponían difíciles podría encerrarse en el
baño, o tal vez escapar por la ventana escondida detrás de las pesadas cortinas
azul marino.
—¿Cómo entraste?
—Ray.
Su rostro se oscureció y tiró de la puerta cerrándola detrás, haciendo que
su pulso se disparase.
—¿Qué diablos está pasando?
—¿Por qué no me lo dices tú? —Estaba jugando su mejor tarjeta de
“ofensa es defensa”, pero estaba empezando a desgastarse—. ¿Estás trabajando
para García?
—No. No trabajo para García. —Dio un paso hacia ella, y algo peligroso
parpadeó en sus ojos—. García está muerto.
La esperanza encendió su corazón.
—¿Lo mataste?
—Sí. —Su voz se suavizó—. Lo hice. Para ti. —Se sacó la camiseta húmeda
sobre la cabeza y la arrojó al suelo, como si fueran dos amigos teniendo una
conversación casual y no acabara de golpear a Luca hasta dejarlo medio
muerto en el sótano de la casa del señor de la droga que había estado
persiguiendo durante los pasados dos años.
Aturdida, solo lo miró.
—¿Dónde está? ¿Por qué no llamaste a alguien?
—Baja el arma, Gaby —dijo suavemente, extendiendo sus brazos—. Ven y
dame un abrazo de agradecimiento. Sabes que nunca te lastimaría.
Gabrielle miró sus brazos abiertos como si tratara de darle sentido a lo
irreal de la situación, de lo que sabía y de lo que había visto, de los hechos que
todavía no estaban sumando.
—Si está muerto, ¿por qué Ray iba a llevarme a verlo?
Él levantó una ceja.
—¿Tú eras la nueva clienta?
—Necesitaba una forma de entrar.
—El agente Palmer no te dio medio millón de dólares para comprar una
reunión. —Ella se mordió los labios mientras la miraba, considerándolo—. ¿De 256
dónde sacaste el dinero?
Se encogió de hombros.
—Del casino.
Él soltó una carcajada.
—¡No eres una chica con suerte!
Gabrielle no se sentía particularmente suertuda en ese momento,
atrapada en una habitación con un amigo que se había convertido en un
extraño, y que tenía un lado oscuro que ni siquiera podía comenzar a
comprender.
—No entiendo lo que está pasando.
Él caminó hacia el tocador y abrió un cajón.
—Creo que es mejor de esa forma. No quiero que nada se interponga entre
nosotros, y García lo hará.
—¿Qué estás haciendo aquí, Jeff?
Él puso una camiseta negra sobre la cabeza y suspiró.
—Baja el arma, Gaby. Teníamos una buena noche planeada, y pasé la
mayor parte de la tarde preparando la cena. La empacaré, e iremos a tu casa,
comeremos, tendremos un poco de vino, entonces podremos abrazarnos y
hablar en el sofá un poco antes de ir a la cama. A menos que de verdad hayas
encontrado al tipo que le arrojó la roca a mi auto, entonces podríamos hacer
una parada primero.
Escuchó la menor vacilación en su voz, se dio cuenta que no estaba tan
tranquilo y compuesto como parecía, y si no jugaba bien, simplemente podría
explotar.
—No estaba mintiendo. Sé que es importante para ti. Estaba mirándolo
directamente cuando te llamé.
—Joder. —Golpeó su puño en el vestidor—. Quiero a ese tipo. Fue
jodidamente grosero. Eso es lo que realmente llegó a mí. No había razón para
romper mi parabrisas. Ni siquiera fue como si fuera tras mi llanta de repuesto.
—Pensó que estabas amenazándome cuando rompiste mi puerta. —Había
hablado con Paolo brevemente en el auto acerca de la noche que perdió su
teléfono y le había explicado que estaba tratando de protegerla.
—¿Hablaste con él?
—Sí. —Ella se estremeció, preguntándose qué haría cuando preguntara
cómo había hablado con él por teléfono mientras miraba los daños en el coche
cuando estaba aquí, y no al otro lado de la ciudad.
Una miríada emociones cruzaron su rostro, y sus ojos se suavizaron. Si
reconstruyó sus mentiras, lo ocultó bien.
257
—Nunca te lastimaría, Gaby. Lo sabes. Estaba frustrado esa noche. Había
estado esperándote por mucho tiempo. —Con dos zancadas, cerró la distancia
entre ellos y se inclinó para besar su mejilla—. Vámonos y tengamos esa
agradable velada que planeamos juntos.
¿Estaba loco? Acababa de torturar a un hombre en su sótano, y mató a
García. Claramente estaba aquí sin la autorización del agente Palmer, y la casa
estaba sumida en el caos. Tenía que saber que no habría venido sola, y en
lugar de sugerir que trajera su respaldo o que llamara a la policía, ¿quería irse
a cenar?
—Jeff...
Él alcanzó su mano.
—He dicho que nos vamos.
Pero ella no podía moverse. Cada instinto gritaba peligro, y su mente
intentaba desesperadamente poner todas las piezas juntas para llegar a una
conclusión que tuviera sentido. Esta era su habitación. Su ropa estaba en la
cama y en los cajones. Había preparado una comida en la cocina. Torturaba a
la gente abajo.
Pero también era donde Paolo dijo que conocerían a García. Ray parecía
pensar que García estaba vivo y que había hablado con él después que ella y
Paolo llegaron. Y solo hace cuatro días, un García no muerto había matado a
Little Ricky y lo dejó colgando en el congelador de carne como advertencia.
—¿Cuándo mataste a García?
Jeff suspiró y regresó al vestidor.
—Vas a arruinar nuestra tarde con todas estas preguntas. A veces, Gaby,
es mejor no saber.
—Quiero saber —exigió.
—¿Qué tal si hablamos después de cenar? Podemos poner esos horribles
programas de tele realizad que te gustan y acurrucarnos en el sofá... —Se
detuvo cuando ella negó.
—¿Estás loco? No tendremos ninguna cena. No veremos televisión. Si
estás trabajando con García, Jeff, tienes que saber que se termina aquí.
Él apoyó un brazo casual sobre la parte superior del cajón abierto y se rio.
—¿Qué estás diciendo? ¿Vas a llamar al agente Palmer? Le diré que vine
aquí buscando respuestas, igual que tú. ¿Qué evidencia tienes conectándome
con García? Ninguna. Encontré las drogas en la mesa cuando llegué aquí. Los
hombres que tengo conmigo son oficiales de la LVPD y me respaldarán. Estás
tan desesperada por encontrar a García, que te aferras a las pajas.
Quizás hace unas semanas se lo habría preguntado dos veces, pero no
más. La ira encendió una llama dentro de ella, dándole la fuerza para
desafiarlo.
258
—¿Así que viniste aquí buscando a García, lo mataste, pusiste tu ropa en
los cajones, hiciste la cena, y luego te cambiaste a tu ropa de gimnasia para
poder ir y golpear al hombre que secuestraste abajo?
Cuando habló, incluso el tono de su voz fue duro.
—Lo viste.
—Sí, lo vi. Vi lo que le hiciste a Luca. —Su mano temblaba mientras
levantaba su arma—. Quiero entenderlo, Jeff. Puede que no haya tenido los
mismos sentimientos por ti que tú por mí, pero siempre fuiste un buen amigo y
nunca hubiera imaginado que podrías hacer esto. Casi no le creí cuando me
dijo que fuiste tú. Hemos compartido tanto, no solo juntos, sino con David, y
ahora siento que realmente nunca te he conocido.
—David. —Su rostro se tensó mientras escupía el nombre—. Siempre el
maldito David. ¿Crees que no me conocías a mí? No sabías nada de él.
—Era mi esposo —dijo ella con indignación—. Lo conocía muy bien.
—¿Sabías que me robó? Me robó todo. Estoy aquí por su culpa. —Apretó
su mano en el borde del vestidor.
—Dímelo —dijo en voz baja, al ver una abertura para que hablara—. Dime
qué te hizo, y luego iremos por la cena y la charla.
—Ambos entramos juntos a narcóticos. —Jeff sacudió la mano—. Fue
entonces cuando conocí a García. Lo detuve por una infracción de tráfico y
encontré drogas en su auto. Era solo un tipo pequeño en ese entonces. Me dio
algo para callarme y nos hicimos amigos. Me dijo que podía ganar más en una
semana con él de lo que ganaría en un año con la policía.
Gabrielle se sintió enferma por dentro. Era una historia familiar. Buenos
policías, luchando por llegar a fin de mes con bajos salarios, eran seducidos
por el estilo de vida lujoso de los criminales que se suponía debían aprehender.
—Dije que no. —Jeff dejó caer su mano sobre el cajón de nuevo, un
aparente gesto informal que no fue casual en absoluto.
Ella miró el cajón, preguntándose si tendría un arma escondida dentro.
—¿Puedes creerlo? —continuó—. Mi amistad con David fue más
importante y sabía que nunca me lo perdonaría. Habíamos planeado movernos
juntos rangos arriba. Sargentos, después tenientes, capitanes y comandantes.
Cambiaríamos las cosas para mejor. David siempre tuvo altos ideales. Era tan
jodidamente perfecto. El policía perfecto. El amigo perfecto... al menos hasta
que te robó. Sabía que te deseaba, y el día que te graduaste iba a pedirte que
salieras conmigo. Le dije que haría eso. Confié en él. Fui a comprarte flores y
cuando volví, era tarde.
Recordó ese día. La emoción de haber cumplido el sueño de Patrick. La
decepción por la ausencia de su padre. David invitándola a salir. Jeff
inusitadamente silencioso...
—No recuerdo que me hayas dado flores. 259
—No lo hice. David me dijo que ya te había pedido que salieran cuando
volví, así que las tiré. Nunca hubiera arriesgado nuestra amistad
persiguiéndote después de eso. —Su pulso latía en su cuello, y ella bajó la
cabeza, haciendo otra búsqueda rápida en la habitación, planeando su ruta de
escape. Jeff no era el hombre que pensó que era, y no sabía quién estaba
detrás de la máscara.
—Eras un buen amigo para él. —Intentó calmarlo con pacífica y tranquila
voz, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho—. A pesar de que te hizo
daño.
—Me dije que era lo mejor —dijo—. Nunca me miraste como lo mirabas a
él, y pensé que probablemente nunca hubiera tenido una oportunidad porque
no vengo de una familia rica como él. Decidí que nunca perdería por dinero
otra vez. Había tenido suficiente de eso creciendo con una familia de acogida en
asistencia social. Entonces, llamé a García. Le dije que me involucraría. Él
había expandido su operación, y necesitaba protección cuando llegaban sus
envíos. Tengo algunos tipos con ideas afines en el departamento y nos dimos
cuenta de que la luz brillante en la parte superior del auto patrulla era el
camino hacia el dinero fácil. Atacamos a los rivales de García, poniendo lo que
queríamos en la calle y tomamos el efectivo. Estábamos rodando con eso, y
luego García decidió que quería una parte de lo nuestro.
Un escalofrío recorrió su cuerpo.
—¿Qué hiciste?
—Lo eliminé —dijo rotundamente—. Se había vuelto el eslabón débil, y no
lo necesitábamos. Pero tenía un infierno de reputación. Podía hacer negocios
basándome solo en su apellido. Había sido desfigurado en una explosión de
metanfetaminas y nunca mostraba su rostro, así que pensé ¿por qué no
mantener vivo su apellido? Me deshice de todos los chicos que trabajaban para
él y puse a mis propios muchachos a bordo. Todos policías. Todos
desilusionados con un sistema donde los criminales andan en autos de lujo y
los chicos buenos solo pueden soñar con eso.
Se quedó totalmente paralizada, con la boca abierta mientras lo miraba
espantada.
—¿Eres García? —Todos estos años persiguiendo al asesino de David y
estaba justo debajo de su nariz, sentado en su sala viendo televisión,
caminando con ella en el parque, y abrazándola durante sus días más oscuros.
—No podría haberlo hecho si no compartiéramos nacionalidad —dijo con
orgullo—. Todo nuestro producto proviene de México, y tengo que hacer un
montón de negocios por teléfono con los jefes de los cárteles, ninguno de los
cuales habla inglés. No saben que García ha estado muerto durante años o que
han estado tratando conmigo. Teníamos algo grande. Enseñábamos la cereza,
confiscábamos las drogas y las vendíamos bajo el apellido García. Era perfecto.
Algo perturbó su mente. Un insoportable, imposible, enfermizo 260
pensamiento.
—¿Cuánto tiempo lleva muerto García?
—Tres años.
—Estás mintiendo —dijo, haciendo un cálculo mental rápido—. Ha estado
activo en los pasados dos años. Tengo informes, declaraciones de testigos. Y
estoy bastante segura de que fue quien me disparó en el almacén.
El más ligero destello de remordimiento cruzó su rostro.
—Yo te disparé.
Su corazón se detuvo por completo.
—¿Tú?
—Estabas poniéndote en peligro, Gaby. —Suspiró y pasó su mano a través
de su espeso y oscuro cabello—. Estabas obsesionada y perdida. Todo de lo que
hablabas era de García y de tener venganza. Necesitaba sacarte de la oficina
para que pudieras seguir adelante con tu vida. Una vida conmigo.
—No. Jeff. Por favor, dime que no lo hiciste.
—Lo hice —dijo con firmeza—. Configuré todo. Llamé para dar el soplo, te
empujé repetidamente expresándote mi preocupación que García pudiera
alejarse. Sabía que cruzarías la línea para atraparle. Simplemente lo sabía.
Querías tanto a García, no podías pensar con claridad. Pero fui muy cuidadoso
en dónde hacía el disparo. No quería golpear ningún órgano interno y quería
que te recuperaras con rapidez. Sabía que te sacarían del caso por eso. Pensé
que sería suficiente como para asustarte y alejarte de García para siempre.
Incluso arreglé tu transferencia a robos para que pudiéramos estar en la
misma planta.
Se cubrió la boca con la mano.
—Jeff. ¿Cómo pudiste?
—Para salvarte. Para salvarnos. Fuimos hechos para estar juntos. Yo te vi
primero, Gaby. Nunca nos diste una oportunidad.
—Amaba a David.
Él bufó.
—David no te amaba. Si lo hubiera hecho, no me habría amenazado
cuando descubrió lo que estaba pasando. Habría sabido lo que tendría que
hacer. Eligió dejarte sola, Gaby. Pero yo no lo hice. Podría haber cedido e ido a
la cárcel cuando David me confrontó. Pero te elegí a ti.

261
Veintiocho
—D
ame el arma. —Luca extendió la mano por el arma que
colgaba libremente en el agarre de Paolo.
Paolo negó.
—Con todo debido respeto, señor Rizzoli, apenas puede mantenerse en
pie, y ni siquiera puede mover los dedos. ¿Cómo quiere apretar el gatillo?
Luca sacudió los brazos, tratando de restaurar su circulación. Podía
escuchar pasos encima de ellos, gritos desde fuera. Tenía que salir de este
maldito sótano, si solo pudiera hacer que sus pies se movieran.
—Me sostendré sobre mis jodidos dientes si es necesario. Ese bastardo
está arriba con Gabrielle y está obsesionado con ella. No puedo imaginar qué
hará ahora que sabe que está conectado con García.
262
Se calló cuando escuchó balazos. Un grito. Otro grito.
—Mierda. Eso atraerá a la policía. Tenemos que sacar a Gabrielle de aquí.
Vámonos.
Luca apretó los dientes y se tambaleó a través de la alfombra hasta el
hueco de la escalera.
Forzando sus dedos a doblarse alrededor de la barandilla, levantó su
cuerpo al primer escalón. Fuego estalló a través de sus costillas y el sudor
goteó en sus heridas abiertas, la picadura era tan feroz que apenas podía
respirar.
Cristo. ¿Cómo demonios llegaría a la cima?
Sintió el hombro de Paolo debajo del suyo. Sin hablar, Paolo medio lo
arrastró, medio llevó a Luca por las escaleras, su delgado cuerpo doblado bajo
la mirada de Luca.
Buen chico. Paolo realmente se había probado. Si Luca salía de esto vivo,
haría de Paolo un asociado. Lo pondría a cargo de las cerraduras. El chico era
fuerte, también. Podría incluso ser el guardaespaldas de Gabrielle.
Como si eso fuera a suceder.
Con la ayuda de Paolo, Luca subió las últimas escaleras, luchando contra
una ola de mareos cuando llegaron a la cima.
Los jodidos traficantes de drogas habían destruido su maldita vida otra
vez. Cuando saliera de aquí haría su misión limpiar la maldita ciudad.
Paolo abrió la puerta de la cocina y una bala zumbó sobre su hombro
golpeando la pared de la escalera.
—¡Atrás, señor Rizzoli!
Bloqueando el cuerpo de Luca con el suyo, Paolo levantó su arma y
disparó al azar a través de la puerta.
Silencio.
Luca empujó la puerta para abrirla y vio a un policía uniformado boca
abajo en el piso.
—Buen disparo, chico.
Paolo miró al hombre con horror.
—Le disparé a un policía. —Entonces su rostro se arrugó en un ceño—.
¿Cómo le disparé en la parte de atrás de la cabeza?
—No lo hiciste —dijo Frankie desde la puerta de la cocina—. Pero diste a
todo lo demás en la cocina.
—¿Dónde está Gabrielle? —Luca no tenía tiempo para conversar.
Necesitaba encontrar a Gabrielle como necesitaba respirar.
—No la he visto —dijo Frankie.
263
—Tenemos que salir de aquí. Sally G informó que los policías están a solo
unos minutos de distancia.
Luca negó.
—No me iré sin ella.

***

—Mataste a David. —Gabrielle miró horrorizada fijamente a Jeff, la


enfermiza imagen de David colgado envió una ola de náuseas a través de su
intestino.
—Ya te había alejado de mí —dijo Jeff—. No podía dejar que alejara mi
negocio, también.
Como si se hubiera abierto una presa, la ira se derramó de ella en
violentas olas que la sacudieron hasta el núcleo. Había asesinado a David, los
traicionó a ambos. Y luego se atrevió a consolarla cuando era la razón de su
dolor. La había tocado con las manos manchadas para siempre con la sangre
de David y la sangre de su hijo no nacido.
—Estás enfermo, retorcido, maldito bastardo —gritó cuando su visión se
volvió roja de rabia—. Gracias a Dios David me invitó a salir ese día. Te quería
como a un hermano, confiaba en ti. Y le robaste la vida.
—Un hermano no roba la mujer a un amigo —gruñó Jeff—. No lo escucha
hablar de ella durante meses y luego la invita a salir el mismo día que conoce
la intención de su hermano de hacerlo. No intenta arrestar a su hermano por
ganar un poco de dinero extra. Eso no es hermandad ni amistad, en cualquier
sentido de la palabra. Y pagó el precio.
—¿El precio? —Ella dio un pequeño paso hacia la puerta, desconfiando
del hombre que era tan arrogante sobre el asesinato de su mejor amigo. ¿Cómo
nunca había visto al monstruo escondido debajo de su suave encanto?—. Ir a
la cárcel es un precio. Unos pocos moretones después de una pelea a
puñetazos es un precio. No solo lo asesinaste, lo mataste en la casa que
compramos juntos, una casa donde siempre fuiste bienvenido como amigo.
Dio un paso más, su mirada cambió a su mano colgando casualmente
sobre el tocador. Sus dedos caían un poco demasiado lejos. No había dudas al
respecto, tenía una pistola en la cómoda, y si no ponía sus emociones bajo
control y se mordía la lengua, la mataría tan fácilmente como había matado a
David.
—Siempre el maldito amigo —murmuró—. Pensé que cuando David se
fuera, finalmente estaríamos juntos. Pero no. Tuviste que ir y abrirle las
piernas a ese jodido mafioso. —Su rostro se volvió feo, las hermosas facciones
se doblaron en un ceño fruncido—. Siempre interfiriendo en mi negocio.
Siempre en el lugar equivocado en el momento equivocado. Contraté a los 264
albaneses para darte un susto, y cuando fui a cuidar de ti, ahí estaba el
maldito. Pero obtuvo su recompensa. Maté a su amigo como advertencia, y esta
noche acabaré con él.
El corazón de Gabrielle se apretó en su pecho. Había imaginado este
momento una y otra vez después que David murió. La satisfacción de tener
respuestas finalmente. La liberación que obtendría al desahogar su ira y dolor.
El alivio que sentiría cuando apretara el gatillo. Pero no sentía nada de eso, y
no sentía deseo de convertirse en el monstruo que él era y pasar la vida que
había comenzado a vivir de nuevo en la cárcel. En cambio, la tristeza la agarró
por el cuello. Se sentía dolida que David hubiera muerto sabiendo que su mejor
amigo lo había traicionado, y que Jeff había dejado que los celos, la codicia, y
la ira, lo destruyeran de esta terrible forma retorcida.
—Solo quería estar contigo —dijo Jeff amargamente.
Sus manos se cerraron en puños y ella se obligó a hablar.
—Estaba embarazada. De tres meses. Habíamos planeado decírtelo ese fin
de semana. Estábamos tan emocionados. David había comprado tu champán
favorito y yo hice un pastel y escribí “Tío Jeff” en él. Entonces estaba muerto, y
el trauma fue demasiado. Tuve un aborto espontáneo. Me los quitaste a los
dos. Te llevaste todo.
Su rostro se alisó a una máscara inexpresiva.
—Lo siento —dijo, su voz tan suave como su rostro—. Realmente lo hago.
Pero eso es lo que sucede cuando haces la elección incorrecta. E hiciste otra
elección incorrecta cuando elegiste a ese mafioso por encima de mí.
—No. Lo siento. —Estaba solo a unos pocos pasos de la puerta ahora,
pero cruzar el umbral la pondría directamente en su línea de fuego—. Incluso
después que te llevaste todo, encontré algo que nunca vas a tener. Amor.
—¿Amor? —Él soltó una risa amarga—. Mira lo que el amor me dio. Un
amigo que me traicionó. Una mujer que me rechazó. Todo lo que tengo ahora es
esta vida que creé de las cenizas. No puedo dejar que te lleves eso, Gaby. Es
todo lo que tengo.
Sacó un arma del tocador y el mundo se detuvo.

***

—¡Ahora! —gritó Frankie, pateando la puerta. Con lo último de su fuerza,


Luca se precipitó dentro. Tomó en la escena en un latido.
Jeff. Pistola. Gabrielle.
Se arrojó entre ellos justo cuando el disparo rompió el aire.
El dolor atravesó su pecho y se estrelló contra el suelo.
265
Mierda.
Otra vez, no.
Veintinueve
C
ielo.

Tenía que estar en el cielo.


Había ángeles en el cielo. Ángeles con hermosas sonrisas.
Luca no podía recordar la última vez que una mujer le había sonreído de
la manera en que el ángel en la cama contigua estaba haciéndolo ahora mismo.
Bueno, a excepción de Gabrielle. Pero ella estaba molesta en la
ambulancia de camino al hospital, y aún más cuando el personal de
emergencias lo llevó a la sala de operaciones.
¿Sonreiría ahora que estaba en cielo? 266

Su mano se movió hacia su pecho, donde los doctores y enfermeras


habían adjuntado varios tubos y cables debajo de su horrible bata en un
intento por salvarlo.
Había tratado de explicarles que no podía mantener la bella figura cuando
sus bóxer estaban en exhibición, y necesitaba algo más apropiado para su
dignidad que una bata de hospital. Incluso Gabrielle había estado de acuerdo.
Su rostro había estado mojado con lágrimas cuando sus pantalones fueron
cortados y la bata envuelta alrededor de su persona. Ojalá pudiera haber visto
su sonrisa una vez más. También deseó poder haber muerto vistiendo su ropa.
Te extraño.
Parpadeó para aclarar su visión, y concentró su mirada en el ángel que
estaba sentado en una cama de hospital al otro lado de la habitación. Sus ojos
eran del azul del infinito cielo, y su cabello dorado como la luz del sol, mientras
se filtraba a través de las vidrieras de la iglesia de su madre.
Alguien debe haber puesto una buena palabra en Pearly Gates porque
definitivamente recordaría si hubiera pasado un año en confesión.
—Devo essere morto ed ora mi trovo, en paradiso perchè è proprio un angelo
quello che vedo di fronte a me.
Escuchó el murmullo de voces, y luego la sonrisa del ángel se ensanchó.
—Tu madre está en el teléfono. Me dijo que tenía que llamarla al minuto
que despertaras. Te escuchó y dice que aproximadamente se traduce como, “He
muerto y he ido al cielo. Veo a un ángel”. Viene de camino con un poco de algo
para que comas. Creo que también está enojada porque te dispararon de
nuevo, pero no capté muchas palabras por las maldiciones en italiano así que
tal vez esté gritando de alegría.
Y eso lo despertó.
Cuando su madre estaba lo suficientemente enojada como para maldecir,
la gente sufría.
Pero todavía veía un ángel.
En una cama de hospital.
—¿Gabrielle? ¿Estás herida? —Intentó levantarse, pero el dolor atravesó
su pecho y se hundió en la almohada.
—Estoy bien. Solo quería quedarme contigo para que no te despertaras
solo. —Se bajó de la cama y caminó hacia él, luego pasó un dedo suavemente
su mandíbula—. Estuviste en cirugía por horas y luego dormiste por un día
entero. Estaba muy molesta porque te arrojaste en el camino de la bala de Jeff,
pero Don Toscani vino y dijo que es un hábito tuyo.
—¿Don Toscani me vio vestido con la bata de hospital?
—Todos te vieron. Tu madre te vio, Angela te vio, Alex te vio, Matteo te vio, 267
tu equipo te vio, y Frankie, Mike, Paolo y Sally G...
—Suficiente. —Levantó la mano—. ¿Dónde está mi ropa? Debo vestirme.
—No llevabas camisa cuando decidiste probar si podías detener una bala
con tu pecho, y los médicos cortaron tus pantalones porque les preocupaba
que tuvieras daño renal por la paliza. Así que la bata es todo lo que tienes.
Chúpate esa.
Él levantó una ceja en respuesta a su falta de respeto, pero ella solo se rio.
Y fue un sonido hermoso.
—¿No estabas herida? —Le cubrió la mano, presionándola contra su
mejilla.
—No, gracias a ti. Pero Jeff está muerto. Frankie le disparó después que te
disparó. Estoy bien con eso. No necesitaba venganza ya. Y no creo que pudiera
haber manejado tomar una vida, especialmente la suya. Creo que la justicia
fue servida, y David está en paz.
—Pobre bella. —Le apretó la mano—. Tanta pérdida.
—Algo bueno salió de eso —dijo ella—. El FBI acorraló a todos los
miembros de su operación, y cortamos un importante suministro de drogas
para la ciudad.
—Tu departamento debe estar orgulloso de ti.
Ella hizo una mueca.
—Bueno... en realidad me suspendieron por ser deshonesta. Rompí
muchas reglas haciendo lo que hice. Aparentemente, usar información a la que
se accedió sin autorización de la base de datos policial para cazar a un capo de
las drogas, y entrar a su casa para salvar a tu novio de ser torturado, está mal
visto, incluso si el señor de las drogas es un policía sucio. Qué bueno que no
mencionaron las conexiones de crimen de mi novio o el medio millón de dólares
de dinero sucio que Paolo pensó recoger antes que llegara la policía.
—El novio está contento de que te volvieras paria para salvarlo —dijo—.
No muy contento que te pusieras a ti y a tu trabajo en riesgo.
—Creo que siempre tuve un poco de rebeldía en mí. Tú solo me ayudaste a
verlo. También puede que saliera cuando encontré a Clint golpeando a Nicole
en nuestra casa. No es que alguna vez informe de mi uso excesivo de fuerza. Se
alejó después de nuestro altercado. No creo que moleste a Nicole otra vez.
Luca no pudo evitar sonreír.
—Deseo haber visto eso.
—Probablemente me hubieras dicho que era peligroso y hubieras
intentado detenerme.
Él giró su cabeza para besar su palma.
—Te amo, Gabrielle. Quiero protegerte siempre, ya sea respaldándote o
estando a tu lado. —Pero ¿Qué iba a hacer ahora que García estaba fuera de 268
escena? Dejarla, como Nico había dicho, no era una opción, pero la Cosa
Nostra nunca lo dejaría irse, y la pena por romper la regla contra asociarse con
policías...
¿Se atrevería a creer en los milagros?
—¿Qué pasará con tu trabajo? —preguntó.
Sus ojos brillaron, y sintió un estremecimiento de emoción en su mano.
—Acabo de hablar de eso con mi comandante, pero debido a que todo salió
bien, parece que tendré la opción de irme en buenos términos o de quedarme
para enfrentar cargos disciplinarios.
Luca reforzó su rostro a una expresión neutral. No quería presionarla de
una u otra forma. Independientemente de su decisión, encontraría una manera
para que estuvieran juntos. Pero si ella se iba...
Los labios de Gabrielle se estremecieron con una sonrisa.
—Deja de mirarme de esa forma.
—¿Cómo?
—Como si no supieras lo que escogería.
La esperanza se encendió en su pecho.
—¿Qué elegirás, mio angelo?
Ella se inclinó y presionó un suave beso en sus labios.
—Te elijo a ti.

269
Epílogo
Seis meses después.

—¡
Papá! —Matteo irrumpió en la casa y corrió a toda velocidad
hacia Luca con Max en sus talones.
—Reduce la velocidad, cucciolo25. ¿Qué sucede?
—¡Es una fiesta! En la casa de nonna. Dice que todos estarán allí. Don
Toscani vendrá, su esposa, Mia, vendrá, vendrá el primo Frankie, el primo
Louis vendrá, el primo Sal vendrá, vendrán los amigos de Gabrielle…
—Lo entiendo —dijo Luca—. Cada día te pareces más a tu nonna
hablando.
—¿Es malo?
—No, claro que no. Pero lo que es malo son los niños pequeños que van a 270
la casa de su nonna sin un adulto.
—Pero vive justo al otro lado de la calle —gimió Matteo—. Puedo ver su
casa desde la ventana de mi habitación. No está lejos, papá. Y siempre miro en
ambos sentidos. Gabrielle dijo que estaba bien.
Luca miró a Gabrielle, que estaba fingiendo no escuchar la conversación
mientras clasificaba los papeles en la mesa del comedor de su nuevo hogar,
comprado, en parte, con las ganancias del casino. Nico generosamente le había
permitido a Luca guardar algo del dinero si prometía no volver a jugar al
escudo humano.
Gabrielle acababa de obtener su licencia de investigadora privada y se
había unido a una oficina de IP en asociación con otros dos expolicías. Luca
estaba feliz que estuviera entusiasmada con su nueva carrera.
No muy feliz que trabajara con dos hombres, y aún menos feliz porque se
pusiera potencialmente en peligro sola en ciertas situaciones. No es que se
haya atrevido a plantear el problema de su seguridad. Pero sí planeaba tener
una discreta discusión con sus socios sobre lo que podría sucederles si
Gabrielle alguna vez se lesionaba en el trabajo, tal vez mencionar que sabía que
ambos usaban zapatos talla 11.
—Pensé que habíamos acordado que las decisiones importantes sobre
Matteo deberíamos tomarlas juntos —dijo. Quería que Gabrielle fuera parte de
la vida de Matteo incluso si aún no habían formalizado su compromiso.

25 Cachorro.
Entendía su vacilación de casarse. Demonios, había atravesado una mala
experiencia, también. Pero el matrimonio significaba algo para él. No solo como
una declaración al mundo que se pertenecían uno al otro, sino como una
garantía que siempre estaría ahí para ella, para amarla y protegerla, que lo
poseía en cuerpo y alma.
Echó un vistazo al papel en su mano. Sí. Esas eran las palabras que había
escrito. Solo esperaba recordarlas esta tarde, cuando se pusiera de rodillas.
—Cruzar la calle hacia la casa de su nonna no es una decisión
importante, especialmente si está parada al otro lado de la calzada gritando a
todos para que se quiten del camino. —Gabrielle levantó la vista de sus
papeles—. ¿Para quién es la fiesta?
La fiesta era por su compromiso, pero quería que fuera una sorpresa.
—A mi madre le encantan las fiestas —dijo disimulando—. Las da por la
más pequeña de las ocasiones. Tal vez está celebrando la apertura de mi nueva
discoteca, o tu nuevo trabajo, o tal vez que Alex ha estado limpio durante seis
meses, o que Paolo ahora es asociado en mi equipo, o que tu amiga Nicole está
saliendo con uno de mis soldados, o podría ser solo porque Angela finalmente
encontró un color de cabello que se ve real. ¿Quién sabe?
—Hmmm. —Lo miró como si pudiera ver a través de sus mentiras hasta 271
muy dentro de su alma.
—¿Qué significa “hmmm”?
Ella levantó una sugerente ceja.
—¿Eso significa que puedes enviar a Matteo de vuelta a casa de tu madre,
así podré mostrarte algo arriba?
¿Mostrarle algo arriba? Oh, sí. Había terminado todo eso. No es que su
actividad “arriba” le faltara, pero cuando su mujer quería ir arriba en medio del
día, ¿quién era él para rechazarlo?
—¡Matteo! Lleva a Max a casa de tu nonna —gritó, enviándole a su madre
un texto rápido para que estuviera allí cuando cruzara la calle—. Mira a los dos
lados y no corras. Vamos, bella. —Le tendió una mano—. Muéstrame algo...
arriba.
Ella soltó una carcajada.
—¿Por qué siempre crees que todo se trata de sexo?
—Porque eres tú.
La siguió a su habitación y cerró la puerta. Pero cuando se movió para
quitarse la camisa, ella tendió una mano en advertencia.
—Ropa puesta. Siéntate en la cama.
No le gustó la idea de “vestirse” pero tal vez quería burlarse. Luca se sentó
en el borde de la cama, desconcertado cuando se sentó junto a él con un sobre
en la mano.
—Hice algo malo —dijo ella.
Considerando cómo vivía su vida, “malo” era un término relativo.
—¿Qué hiciste, bella?
—Por lo que dijiste, y por la forma en que reaccionaste cuando mencioné
cualquier similitud entre tú y Matteo, descubrí que Gina te dijo que Matteo no
era tuyo. Así que le envié vuestras muestras de ADN a un amigo en un
laboratorio. Se parecen demasiado para que sea una coincidencia, hasta el
lunar que ambos tienen detrás de la oreja. Incluso camina como tú.
Luca miró el sobre en su mano.
—Te dije que no importaba. Es mi hijo, tenga mi sangre o no.
Ella abrió el sobre y colocó la carta en su regazo.
—Sí, es tu hijo. El ADN coincide. Ella te mintió.
Luca miró la carta. Sus ojos se volvieron borrosos, y no pudo distinguir los
patrones en la página. Todo lo que podía ver era la palabra “coincide”.
—Mi sangre.
—Tu sangre, Luca. Tu hijo.
Su garganta se engrosó, y no tuvo palabras. Ella le había devuelto a su 272
hijo, roto las paredes alrededor de su corazón, y le mostró cómo vivir de nuevo.
—Tengo algo más para ti. —Colocó otro sobre en su regazo.
Luca lo miró con cautela.
—¿Alguna cosa mala?
—Algo bueno.
Él abrió el sobre, mirando la prueba de embarazo dentro.
—Estoy embarazada. —Su mano tembló mientras lo giraba para mostrarle
la marca rosa—. No pensé que podría quedar embarazada después de lo que
pasó, pero supongo que cuando pasas cada momento del día, cuando no estás
en el trabajo o con la familia, teniendo sexo sin protección, las posibilidades
son bastante buenas.
—Nuestra sangre —murmuró.
—Espero que esto no lleve tu sobreprotección a un nivel completamente
nuevo —dijo ella, sonriendo.
Luca tomó su hermoso rostro entre sus manos.
—Mio angelo. No tienes idea.

Fin
Próximo Libro

273

Ejecutor de la mafia, Rocco De Lucchi es el mejor en el negocio.

F
río, duro, y absolutamente despiadado, Rocco es el hombre más
peligroso. Los sentimientos son un lujo que no puede permitirse,
hasta que un encuentro casual lo pone frente a frente con la única
mujer que encontró el camino hacia su corazón y tocó su alma.

Grace Mantini ha pasado toda su vida huyendo de la mafia. Hija de la


mano derecha del jefe, ella es tanto un premio como un blanco. Cuando Rocco
regresa a su vida, no quiere tener nada que ver con el hombre que la traicionó
y le rompió el corazón. Pero solo Rocco puede protegerla de las fuerzas
peligrosas que buscan destruir a su familia.
¿Pueden escapar de las manos del destino cerniéndose a su alrededor? ¿O
el amor será el beso de la muerte para ambos?
Adelanto de Rocco
E
staba siendo vigilada.
Grace miró por encima de su hombro de nuevo, pero no pudo
determinar quién o qué estaba causando que el vello de su nuca
se erizara, solo que era la misma sensación que había tenido en el
cementerio esta tarde, cuando pensó que vio a alguien en la oscuridad.
Consideró brevemente pedirle a uno de los guardaespaldas de su padre
que lo comprobara.
La visita de su padre a Las Vegas no era sino peligrosa, dado que los dos
primos en los que se había dividido la familia del crimen Toscani haría
cualquier cosa para aprovechar el control. Aunque un subjefe era considerado
intocable, y su muerte solo podría ser aprobada por el Don, no era extraño que
un capo poderoso intentase llegar al poder eliminando a todos los que estaban 274
en su camino, y al infierno con las consecuencias.
—¿Pasa algo malo? —Mia siguió la mirada de Grace hacia el pasillo de
atrás.
—No. Yo solo... no es nada. —Sonrió ante la poco convencional esposa de
Nico Toscani, vestida con ropa punk y cabello oscuro con una raya rosa. A
pesar de que ambas habían sido criadas en familias de la mafia, no podrían ser
más diferentes. Mia era confiada y sobresalía, su indiferencia por el papel
tradicional de una esposa mafiosa era aparente en todo, desde su apariencia
hasta su actitud. Empresaria astuta, dirigía su propia firma de ciber seguridad,
y parecía no tener ningún problema con tomar clientes de la mafia.
En contraste, Grace se había vestido con su estilo chic habitual: un mini
vestido de ganchillo de encaje burdeos, joyas antiguas, botas negras hasta la
rodilla, y una fedora negra que había metido en su gran bolso de tela cuando
se sentaron para cenar. Lejos de dirigir su propio negocio, había estado a la
deriva desde que había terminado su licenciatura en psicología, trabajando a
tiempo parcial para una organización sin fines de lucro, y cantando con una
banda de jazz por las tardes.
Y en cuanto a trabajar con la mafia... olvídenlo. Desde que tenía dieciséis
y había descubierto quién era su padre y lo que hacía para ganarse la vida, no
quería tener nada que ver con la mafia, y después que destruyeron al primer
hombre que había amado alguna vez, había dejado Nueva York y se había
mudado a Las Vegas.
Por supuesto, los deseos no siempre se cumplen como uno quiere. Cuando
tu padre, segundo al mando de la familia de la mafia más poderosa en Estados
Unidos, venía a Las Vegas para una visita y te pedía conocer a un “buen chico”
y asistir a un funeral, te unías a él para cenar con los jefes de la facción de Las
Vegas, conocías al chico, ibas al funeral, y pegabas una sonrisa en tu rostro
durante toda la noche. La sonrisa era porque amaba a su padre. Simplemente
no le gustaba lo que hacía para ganarse la vida.
Grace.
Escuchó, no, sintió, su nombre susurrado sobre su piel, y un escalofrío
corrió por su espina. Sin volverse, y decidida a buscar la causa de la curiosa
sensación que la había perseguido desde el funeral de esta tarde, se excusó
para tomar un poco de aire y caminar por el restaurante hacia la puerta
principal.
—¿Te puedo ayudar, Grazia?
Luca Rizzoli, el dueño de Il Tavolino, y uno de los capos senior de Nico
Toscani, la interceptó cuando se abrió paso a través de la multitud de mesas y
más allá del escenario donde una pequeña de banda de jazz se estaba
preparando para el espectáculo de la noche.
—Es solo Grace. Mi padre es la única persona que me llama Grazia. Es fiel
al estilo de la vieja escuela. 275
Luca se rio.
—No quería ofenderte y posiblemente perder algunos dedos. Mi mujer no
sería muy feliz. Nuestro bebé nacerá en unas pocas semanas y me está
manteniendo ocupado preparando la casa.
—¿Es el primero?
—El segundo. Tenemos un hijo, Matteo. Tiene seis años.
—Debe estar emocionado. —Sintió un tirón en el corazón, recordando lo
emocionada que había estado a la misma edad cuando su hermano, Tom,
nació. Siempre se imaginó con al menos dos hijos, pero Rocco y su padre
habían destruido ese sueño.
Rocco. Su primero. Su último. Su único amor. Habían pasado diez años.
¿Por qué estaba pensando en él ahora?
—No tan emocionado como yo. —Una sonrisa se extendió por su hermoso
rostro y ella sintió inexplicablemente celos de la mujer que tenía a un hombre
como Luca para compartir su vida.
—Solo iba a salir —dijo, explicando su rápido caminar—. Fue todo un
banquete el que cocinaste para nosotros.
—Es más tranquilo en la parte de atrás. —Señaló un estrecho pasillo
junto a la cocina—. Frankie está vigilando la puerta, por lo que no tienes nada
de qué preocuparte.
—Se escucha perfecto.
Él miró a su alrededor, y su voz cayó casi a un susurro.
—Te oí decirle a Mia que estás en una banda de jazz.
La sangre de Grace se enfrió. Si su padre descubría que su pasantía había
terminado hace un año y todavía no tenía trabajo permanente, la arrastraría de
nuevo a Nueva York.
—Yo no…
—Está bien —dijo Luca, levantando una mano—. No se lo diré a nadie.
Solo lo menciono porque tengo un amigo que acaba de abrir un nuevo club de
jazz a solo unas cuadras de distancia, y está buscando artista. ¿Estarías
interesada?
—Siempre me interesan nuevas actuaciones.
Luca sacó una tarjeta del bolsillo de su pecho y se la entregó.
—La dirección está en la tarjeta. Pregunta por Sam. Dile que yo te envié.
—Gracias. —Metió la tarjeta en su bolso y siguió sus instrucciones para ir
al pasillo de atrás con un curioso sentido de anticipación. La madre de Grace y
su nonna, y todas sus parientes femeninas en el lado de su madre, eran firmes
creyentes en un sexto sentido que se heredaba a través de las mujeres en la
familia. Ninguna se reía si alguien “sentía” algo. La coincidencia era explicada 276
por el karma. Se tomaban los portentos y los augurios seriamente. Las
llamadas cortadas y la cercanía con la muerte era obra de los ángeles.
Aunque nadie podía explicar por qué ese sexto sentido. Y ni siquiera todos
los ángeles del cielo pudieron salvar a su madre cuando Jimmy “The Nose”
Valentino asaltó con una lluvia de balas el restaurante de Ricardo, en la
esquina de Mott y Grand, tras enterarse que éste estaba teniendo una aventura
con su esposa.
Su corazón palpitó, aunque no había nada inusual en el pasillo. Dos
puertas de cocina con ventanas de vidrio. Armario de escobas, puerta
entreabierta. Trastero, también abierto. Baño de hombres a la izquierda. Baño
de mujeres a la derecha.
Alcanzó la puerta de salida y sintió una picazón en la piel con advertencia.
Volviéndose, vio a un hombre en las sombras detrás de ella. Alto. Oscuro.
Vestido con una chaqueta de cuero, pantalones desgastados y un par de botas.
Parpadeó, intentando distinguir su rostro mientras buscaba su bolso por el
arma que su padre le había comprado antes de mudarse a Las Vegas.
—Grace.
Esta voz. Profunda y oscura, como una caricia de terciopelo sobre su piel.
Tan familiar.
Un nombre se abrió camino a través de las barreras en su mente. Un
nombre que había borrado de sus pensamientos, así como de su corazón.
Rocco.
No. No era él. No podría ser. Lo último que había oído que él era que
estaba en Nueva York con su padre psicopático, haciendo lo que había sido
entrenado para hacer. El hermoso chico de cabello oscuro del que se había
enamorado se había convertido en el ejecutor más temido de la familia del
crimen Gamboli, causándole el tipo de trauma que había dedicado su vida a
sanar.
Él dio un paso adelante y vio su rostro.
—¿Rocco? —No necesitaba hacer la pregunta, pero la sorpresa de verlo de
nuevo después de tantos años le robó los pensamiento racionales. Los años no
habían sido amables con Rocco De Lucchi. Sus angulosas mejillas y firme
mandíbula cuadrada estaban alineadas y llenas de cicatrices, su corte de
cabello una vez grueso estilo militar se había ido junto con la suavidad de su
rostro, la redondez de sus mejillas, y el hoyuelo en la esquina de su boca. Pero
sus labios esculpidos todavía eran llenos y sensuales, y motas doradas
brillaban en los ojos color whisky que había visto una vez en su alma.
El suave ritmo de Otis Redding, “These Arms of Mine” salía del restaurante
mientras la banda comenzaba a tocar, y el sonido traía demasiados recuerdos,
los que había enterrado hacía mucho tiempo.
Se habían conectado a través de la música. Habían compartido a través de
la música. Amado, a través de la música. 277

Aspiró entrecortadamente, inhalando el olor de él, el whisky y el cuero, y


algo tan familiar que una ola de calor inundó sus venas, sorprendiéndola con
su intensidad. ¿Cómo podía afectarla tan profundamente después de todo este
tiempo, y después de todo lo que había pasado entre ellos?
Grace tragó, forzando a su garganta a funcionar.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Él no respondió y ella no tenía otra cosa que decir. Habían pasado diez
años desde la última vez que se vieron. Diez años desde que había descubierto
qué tipo de hombre era Rocco realmente. Diez años desde que se destruyó una
amistad y un amor que había crecido lentamente con el tiempo.
Su mirada la recorrió, deteniéndose en la extensión desnuda del muslo
entre el dobladillo de su vestido y la parte superior de su rodilla con sus botas
altas, antes de volver a su rostro.
Ella tembló bajo su escrutinio. Este hombre que había sido su amigo, su
alma gemela, su amante. El primero.
—Mierda.
De todas las cosas que había imaginado que podría decir si alguna vez se
encontraban de nuevo, “mierda” no era una de ellas, pero la dura palabra la
sacó de su sorpresa al verlo de nuevo.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir, Rocco?
—Frankie. Me llaman Frankie aquí.
—¿Frankie? —Empujó hacia atrás todos los recuerdos asociados a ese
nombre.
—¿Trabajas para Nico ahora? ¿En Las Vegas?
—Sí.
—He estado viviendo aquí por tres años. Es difícil creer que nunca nos
hayamos encontrado.
Él la alcanzó, sus dedos gentilmente quitaron el cabello que siempre se
dejaba suelto para ocultar la cicatriz en su mejilla. Su toque desató una
cascada de imágenes en su mente. Diez años de belleza y diez minutos de
horror.
Su toque la dejó sin aliento, pero cuando se echó hacia atrás, él agarró su
mandíbula con una áspera mano y volvió la cabeza hacia un lado para
inspeccionar la larga cicatriz plateada.
—Yo te hice eso.
Un dolor que había encerrado arañó sus entrañas, rasgando las cicatrices
emocionales que nunca se habían curado.
Él se estremeció y se escapó un sonido de sus labios, una cruz entre
gruñido y gemido. 278
—Nunca quise que salieras lastimada.
—Entonces nunca debiste haberme dado ese paseo. —Cubrió su mano,
con la intención de alejarlo, pero en su lugar, presionó su mano en su mejilla.
A pesar de la surrealista situación, del pasado que nunca podría ser
cambiado, y del futuro que nunca sería, por un momento solo quería sentir el
calor de la conexión que había estallado a la vida el primer día que se
conocieron.
—Estabas en el cementerio, ¿verdad? —preguntó mientras apartaba su
mano suavemente.
Él asintió, miró fijamente sus manos separadas como si pudiera volver a
ponerlas juntas.
—Sabía que estabas allí. Te sentí. —No estaba avergonzada de decírselo.
Él sabía todo sobre ella. Al menos lo hacía hasta que cumplió dieciocho años.
—Nunca he dejado de sentirte, Gracie.
Gracie. Nadie la había llamado así a excepción de él. Cerró los ojos
mientras los recuerdos inundaban sus sentidos. Hermosos y agridulces.
La primera vez que lo vio.
El día que le dio ese paseo.
—Rocco… —susurró su nombre.
Pero cuando abrió los ojos, él se había ido.
Sarah Castille
S arah
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Castille
que
es
escribe
una autora
romance
contemporáneo y suspense romántico con
héroes alfa tremendamente sexys y mujeres
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Sus libros tienen apareció en las listas de
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279
Times.
280

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