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Salario, precio y ganancia en la Teoría General.

Axel Kicillof**

TRABAJO INÉDITO, ACEPTADO POR LA REVISTA DESARROLLO ECONÓMICO


PARA SU PUBLICACIÓN. POR FAVOR NO CITAR.

RESUMEN:

Pese a la innegable influencia del pensamiento de Keynes, la Teoría general de la ocupación, el


interés y el dinero es en la actualidad un libro desatendido, tanto en el plano de la enseñanza como
en el de la investigación económica. Dentro de este cuadro general, son especialmente las teorías
del precio, el salario y la ganancia las que se destacan por ser las menos exploradas, acaso porque
modernamente la "teoría del valor y la distribución" se considera una incumbencia exclusiva de la
microeconomía. En este artículo se examinan precisamente estos elementos, en base a los pasajes de
la Teoría general, con el objetivo de reconstruir la más conocida teoría del desempleo involuntario
de equilibrio, pero tomando aquí como punto de partida sus olvidadas teorías del precio, el salario y
la ganancia. En segundo lugar, se ofrecen algunas observaciones acerca de la relación que guardan
estas teorías con la tradición clásica y neoclásica.

ABSTRACT:

Despite the undeniable influence of Keynes’s thought, the General Theory of Employment, Interest
and Money is currently an unattended book, both in education and in economic research. Within
this overall picture, the theories of price, wage and profit seem to be the least explored, perhaps
because "theory of value and distribution" is considered an exclusive concern of microeconomics.
This article discusses precisely these elements, based on passages from the General Theory, with
the aim of reconstructing the well-known theory of equilibrium involuntary unemployment, but
taking as a starting point the neglected theories of price, wage and the gain. Secondly, some
observations are offered about the relationship between these theories and the classical and
neoclassical tradition.

*
Se agradecen los comentarios de E. Alvarez Agis, P. Ceriani, E. Crespo, A. Dvoskin, C. Girard, D.
Heymann, M. Gonzalez y J. Rodríguez; los errores son responsabilidad exclusiva del autor.
**
Doctor en Economía. Investigador CEPLAD/UBA/CONICET y CENDA.
ARTÍCULO

1. Presentación.

Desde de su publicación en 1936, la Teoría General de Keynes conquistó un papel protagónico en


el campo de la teoría económica, convirtiéndose en una referencia obligada para las más variadas
controversias. Aun en la actualidad, cuando las brazas de la llamada revolución keynesiana parecen
haberse extinguido, podría dividirse a la profesión de los economistas entre aquellos que simpatizan
con Keynes y aquellos que –a veces con insospechado fervor- rechazan sus principales teorías. No
obstante, y por más que Keynes todavía logra despertar las más tumultuosas pasiones, lo cierto es
que la Teoría General, su obra capital, hace décadas que dejó de leerse de manera corriente. Es por
eso que el aún poderoso influjo de las ideas de Keynes llega a la actualidad no de forma directa sino
a través de la pluma de sus intérpretes, divulgadores o críticos.

¿Qué es lo que realmente dijo Keynes? Esta pregunta que podría conducir a la Teoría General, que
tanta atención concitó en otros tiempos, acaso hoy sobreviva únicamente en los dominios de la
historia del pensamiento económico –una materia, por lo demás, poco valorada por el mainstream-.1
Para peor, el talento de Keynes como teórico y expositor fue duramente cuestionado, incluso, por
algunos de sus más ilustres seguidores, de manera que el lector actual –más habituado, por otra
parte, a los papers que a los libros- cuenta con una considerable batería de argumentos para dejar
que la Teoría General siga descansando, intacta, en el anaquel de su biblioteca.2

Sin embargo, cuando se dejan de lado todas estas presuntas buenas razones que aconsejan no
trasponer sus primeras páginas, la Teoría General prueba ser un verdadero cofre de sorpresas. Lo
primero que salta a la vista es que algunos aspectos sobresalientes de la imagen construida
convencionalmente sobre el libro poco coinciden con su contenido, tal como han señalado

1
El creciente desprecio de la ortodoxia por la historia del análisis económico es reconocido por M. Blaug:
“No es un secreto que el estudio de la historia del pensamiento económico es tenido en baja estima por la
corriente principal y es incluso abiertamente desprestigiada como un tipo de tarea de anticuario. No hay nada
nuevo en esto. Prácticamente todos los comentaristas del rol de la historia del pensamiento económico en la
economía moderna durante los últimos treinta años se ha lamentado por la constante declinación del interés en
esta área desde el final de la Segunda Guerra Mundial y su virtual desaparición de los currículos
universitarios, no sólo en el grado sino incluso en el postgrado” (2001: 145; trad. AK).
2
Esta generalizada opinión puede ilustrarse con las palabras de J. K. Galbraith, un reconocido keynesiano:
“Es una obra profundamente oscura, mal escrita y publicada prematuramente. Todos los economistas dicen
que la han leído. Solo lo han hecho un puñado de ellos. Una porción de su influencia se debió a que era en
gran parte incomprensible” (1983: 257).
periódicamente los economistas que desde diversos enfoques intentaron someter a debate las
genuinas posiciones teóricas de Keynes.3

Aunque resulte sorprendente, en vistas del tiempo que ha transcurrido desde su publicación, la
Teoría General contiene muchas ideas novedosas para los ojos del economista contemporáneo. No
obstante, el propósito de este trabajo no es ofrecer una interpretación distinta acerca del mensaje
principal de la obra de Keynes –su “visión”, empleando el término de Schumpeter-. Por el contrario,
las páginas que siguen pretenden rescatar del olvido algunos elementos teóricos que si bien son
explícitamente tratados en la Teoría General, permanecieron en cambio prácticamente
inexplorados, no sólo en los últimos tiempos sino desde el comienzo del debate: sus explicaciones
sobre la determinación del precio, el salario y la ganancia, es decir, lo que clásicamente se
denominaba “teoría del valor y la distribución”.4

Acaso sean dos los factores que mejor contribuyen a la comprensión del generalizado desinterés
convocado por estos componentes de la exposición de Keynes. El primero es, por así decir, de
índole temática. Cuando Keynes escribió su obra principal, la teoría económica no se encontraba
aun dividida en las que hoy se consideran sus dos ramas troncales: la microeconomía y la
macroeconomía. Más aun, esta escisión parece haber sido, justamente, un resultado de los debates
abiertos por la contribución de Keynes. Pero una vez establecida esta separación, el grueso de las
ideas de Keynes fue a dar al “departamento de macroeconomía”, mientras que las leyes que
gobiernan los precios, las ganancias y los salarios se convirtieron en temáticas propias de la
microeconomía. De modo que las teorías del propio Keynes sobre los precios, los salarios y las
ganancias quedaron flotando en una suerte de limbo teórico, sin espacio en ninguno de los dos
campos. De este modo, la macroeconomía discute sobre la inflación, pero no analiza frontalmente la
teoría básica del precio; estudia los determinantes de la inversión pero no cuenta con una teoría
fundamental acerca del origen y naturaleza de la ganancia; examina las causas del desempleo, pero
sin penetrar en la discusión sobre el origen del salario. Salario, precio y ganancia son hoy

3
Entre ellos no pueden dejar de mencionarse las iluminadoras contribuciones de H. Minsky (1987), A.
Leijonhufvud (1976) o V. Chick (1991), entre tantos otros. Ciertamente, los trabajos fundacionales de la
denominada síntesis neoclásica keynesiana deben también anotarse en esta lista (Hicks 1937, Pigou 1943,
Modigliani 1944, Patinkin 1959).
4
Pueden mencionarse algunas excepciones a esta habitual omisión, entre las que figuran ciertos estudios
dedicados a la historia del pensamiento económico (como Blaug 1985, Schumpeter 1982) y también un
reducido grupo de libros y artículos, entre ellos Dillard (1945, 1981), Kaldor (1955), Bleaney (1985),
Holloway (1996) y, particularmente, la compilación de Eatwell y Milgate (1983). En otras muchas obras –de
mayor difusión- pueden encontrarse interesantes indicios acerca de las particularidades del pensamiento de
Keynes en estos campos pero suelen estar enfocadas como funciones de comportamiento de los agentes o
como simples supuestos especiales.
incumbencias exclusivas de la microeconomía; no obstante, la microeconomía ortodoxa no es, claro
está, keynesiana. Ni siquiera resulta claro que exista tal cosa como una microeconomía keynesiana
en donde tengan cabida sus teorías sobre el salario, el precio y la ganancia. Al respecto, John Hicks
señalaba:

El estudiante va a su curso de “micro” el lunes y a su curso de “macro” el jueves y los


cursos simplemente no encajan. ¿Por qué no encajan? No porque el curso del lunes se ocupe
de la firma y el individuo, mientras el del jueves trate de la economía como un todo, como
la distinción micro – macro aparentemente implica. Si eso fuera todo, no habría problema.
El problema es que el enfoque es diferente, el curso de los lunes es en cierto sentido clásico
y el curso de los jueves keynesiano. […] Deberíamos tener cuatro cursos distintos, no dos:
macro-clásica los martes, micro-keynesiana los miércoles, además de los dos que ya se
dictan. […] ¿Es más sorprendente la micro-keynesiana? ¿Es una caja vacía? ¿Por qué
debería serlo? (Hicks 1979: 1451-2)

La incomodidad producida por la separación entre micro y macroeconomía no es, como se sabe,
ninguna novedad. Sin embargo, el lector contemporáneo de Teoría General no deja de sorprenderse
cada vez que encuentra que el libro –presuntamente perteneciente a la macroeconomía- ofrece
explicaciones peculiares para los fenómenos usualmente encasillados en la esfera de la
microeconomía, esfera en la que Keynes no debería tener nada para aportar. La peculiaridad de
estas explicaciones, por su parte, puede ser considerada como un segundo factor que provocó el
abandono de las teorías de Keynes sobre el precio, la ganancia y el salario. En efecto, las teorías de
Keynes no parecen coincidir con las de la ortodoxia –la síntesis neoclásica- y su correspondiente
microeconomía. Sin embargo, uno de los propósitos declarados por Keynes consitía precisamente
en dejar constancia de sus fuertes discrepancias con la teoría tradicional, tal como sostiene –entre
muchos otros pasajes- en el prólogo a la primera edición francesa de la Teoría general:

Alfred Marshall, cuyos Principios de economía fueron la base de la formación de todos los
economistas ingleses contemporáneos, debió esforzarse particularmente para enfatizar la
continuidad de su pensamiento con el de Ricardo. […] En mi propio pensamiento y
desarrollo, por tanto, este libro representa una reacción, una transición que me lleva afuera
de la tradición inglesa clásica (u ortodoxa). El énfasis que pongo en las siguientes páginas
sobre los puntos de divergencia con la doctrina recibida ha sido visto en algunos reductos
de Inglaterra como inconvenientemente controversiales. Pero ¿cómo puede alguien educado
como un católico en la economía inglesa, siendo incluso un sacerdote de esa Fe, evitar
algún énfasis controversial, cuando recién se ha convertido en un protestante? (Keynes
1973; traducción y énfasis AK)

Como se verá, la ruptura de Keynes con la ortodoxia marshalliana –y, por tanto, con buena parte de
la microeconomía moderna- comprende, precisamente, a las teorías de los precios, la ganancia y el
salario. El objetivo de este artículo es, por tanto, reconstruir las explicaciones originales de Keynes,
tomando como base a la Teoría General. Una vez identificadas estas teorías, se compararán con las
que ofrece la ortodoxia (marshalliana). Se pondrá así de manifiesto que las explicaciones de Keynes
acerca del precio, el salario y la ganancia –a diferencia de las ortodoxas- son compatibles con la
teoría keynesiana del dinero y del desempleo de equilibrio.
2. Las leyes y los supuestos de Keynes.

Al observar la tabla de contenidos, puede advertirse que para construir su Teoría General, Keynes
adoptó una inusual estrategia expositiva. En las obras clásicas de Ricardo, J. S. Mill o Marshall la
secuencia comienza con la exposición de la teoría de los precio y prosigue con la discusión sobre las
variables distributivas (en especial, los salarios y las ganancias). Sólo al llegar a los capítulos finales
los tratados clásicos se abocaban a los problemas asociados al crecimiento, el papel del estado, la
tributación, etc. El orden de exposición de la Teoría General es del todo distinto y hasta podría
decirse que es el inverso del usual. Ciertas temáticas que generalmente son ubicadas al final de los
tratados de teoría económica convencionales, son presentadas en cambio al comienzo mismo del
libro. En efecto, los primeros capítulos de la obra investigan los determinantes de la inversión, el
consumo y el volumen de ocupación y sólo después, en los últimos capítulos, se exponen las teorías
acerca del precio, de la ganancia y del salario, del capital y del dinero. Lo que en otros tratados es la
culminación del desarrollo conceptual se convierte aquí en su punto de partida. Pero esto no implica
que Keynes deje de proporcionar esas explicaciones acerca de los fundamentos teóricos en los que
se apoyan las discusiones más concretas.5 Estos puntos son, precisamente, los que convocan aquí
nuestra atención.

A continuación se ofrecerá una reconstrucción de las teorías de los precios, las ganancias y los
salarios de Keynes, citando a tal efecto los pasajes relevantes tomados directamente de la Teoría
General. El propósito de este apartado es trazar las líneas principales de un sistema de explicaciones
interconectadas. Se ensayará además una formalización matemática de los principios expuestos por
Keynes con el objeto de identificar con precisión las relaciones que establece y su consistencia.6

Un análisis pormenorizado de la contribución de Keynes permite identificar ocho supuestos y


“leyes” (L1 a L8) que explican la determinación de los precios, los salarios y las ganancias. En
primer lugar se expondrán estas leyes básicas y luego, sobre esta base, se reconstruirá la teoría
completa de Keynes. Se empleará un método de aproximaciones sucesivas, comenzando por un

5
En el Prefacio de la Teoría General, Keynes manifiesta sus dudas acerca de la predisposición de los
economistas para poner en tela de juicio los “primeros principios” de la teoría tradicional. Seguramente,
guiado por esa impresión, Keynes optó por ofrecer de un golpe, al comienzo mismo de la obra, sus nuevas
ideas sobre de los problemas económicos más acuciante de la época, particularmente, sobre las causas y
posibles remedios para la desocupación. Dejó las discusiones teóricas más profundas para los capítulos
finales.
6
Por motivos que luego resultarán más transparentes, se utilizará la representación gráfica propuesta por N.
Kaldor (1955) y ampliada más adelante por L. Pasinetti (1960).
sistema simple, al que se le agregarán luego, por turno, nuevos elementos de complejidad. En total,
se analizarán cinco sistemas (o “modelos”): llamados A, B, C, D y E. Todos ellos se fundan en los
ocho supuestos y leyes básicas que son, pues, comunes a todos los sistemas.

A su vez, es posible clasificar a los ocho supuestos y leyes de la siguiente forma: supuestos
generales que encuadran el análisis (L1 y L2); supuestos referidos a las condiciones técnicas que
caracterizan a la producción y los determinantes del salario real (L3 y L4); leyes que rigen los
precios y los salarios nominales (L5 y L6); y, por último, leyes que determinan la ganancia (L7 y
L8).

Supuestos de carácter general

L1. Todo el desarrollo se inscribe dentro del “corto plazo” marshalliano.


L2. El análisis de corto plazo implica que el stock de capital, tanto en cantidad como en
calidad se considera fijo: “damos por conocidos la habilidad existente y la cantidad de
mano de obra disponible, la calidad y cantidad del equipo de que puede echarse en
mano, el estado de la técnica, el grado de competencia, los gusto y hábitos de los
consumidores, la desutilidad de las diferentes intensidades de trabajo y de las
actividades de supervisión y organización […]” (Keynes 2005: 207).

Supuestos y leyes referentes a las condiciones técnicas de la producción y a la


determinación del salario real:

L3. En el corto plazo los rendimientos del trabajo empleado en la producción son
decrecientes: “normalmente la industria trabaja en condiciones de rendimientos
decrecientes en períodos cortos, durante los cuales se supone que permanece constante
el equipo, etc.” (Keynes 2005: 34).7
L4. El salario real es igual al producto marginal del trabajo (decreciente) y, por tanto, el
salario real debe reducirse cuando aumenta la ocupación: “[C]ualquier medio de
aumentar la ocupación tiene que ocasionar al mismo tiempo una reducción del producto

7
Esto se debe, según Keynes, a que si se supone que el equipo “no es homogéneo y alguna parte de él supone
un costo primo mayor por unidad de producción, tendremos costos primos marginales en ascenso para
cualquier aumento debido a los costos crecientes del trabajo.” (Keynes 2005: 252). Es decir, el costo en
términos de tiempo de trabajo por unidad de producto crece cuando aumenta la producción.
marginal y, en consecuencia, otra de la magnitud de los salarios, medidos en dicho
producto.” (Keynes 2005: 34).

Leyes referidas a la determinación de los precios y los salarios en dinero:

L5. El salario en dinero está determinado por fuerzas “extraeconómicas”, es decir, es


“exógeno”. Para simplificar el análisis, se lo supone fijo: el nivel del salario nominal se
plasma en “los convenios celebrados entre patronos y obreros” (Keynes 2005: 208).
“[S]upondremos que el salario nominal y el costo de los otros factores son constantes
por unidad de trabajo empleado” (Keynes 2005: 41).8
L6. El nivel general de precios depende del costo marginal (creciente), es decir, de la
productividad del trabajo (decreciente) y del nivel de los salarios nominales (exógeno):
“los precios están determinados por el costo primo marginal, medido en dinero y […]
los salarios nominales influyen sustancialmente en dicho costo.” (Keynes 2005: 30). El
costo marginal crece cuando se incrementa el volumen de ocupación por lo que “[e]l
nivel general de precios depende, en parte, de la tasa de remuneración de los factores
productivos que entran en el costo marginal y, en parte, de la escala de producción
como un todo, es decir (considerando conocidos el equipo y la técnica), del volumen de
ocupación […]. [E]en términos generales, a aumentar la cantidad de ocupación y al
elevar el nivel de precios […] tendremos, de hecho, una situación en que los precios
ascienden gradualmente a medida que la ocupación crece.” (Keynes 2005: 248-250).

Antes de continuar, es preciso despejar una posible confusión referida a la naturaleza y alcances del
análisis de corto plazo (L1), ya que se trata de uno de los principales puntos de apoyo para la
exposición de la Teoría General. Marshall acuñó este término dándole un significado muy preciso.
Keynes, por su parte, consideraba a este aporte como una de “sus más notables contribuciones al
conocimiento” (Keynes 1949: LVI). ¿Qué significa y qué no significa el corto plazo marshalliano?

8
Keynes sostiene el supuesto que fija a los salarios nominales no es fundamental para obtener sus resultados
más importantes: “esta simplificación de la que prescindiremos después, se usa únicamente para facilitar la
exposición. El carácter esencial del argumento es exactamente igual, sin importar que los salarios nominales,
etc. sean o no susceptibles de modificarse.” (Keynes 2005: 42). Más adelante, la síntesis neoclásica tomó a
este supuesto como el elemento distintivo de las teorías keynesianas. Esta tradición fue iniciada por
Modigliani: “Generalmente se condisera que uno de los más importantes logros de la teoría keynesiana es que
explica la consistencia entre el equilibrio económico y la presencia de desempleo involuntario. Sin embargo,
no se ha reconocido suficientemente que, exceptuando en un caso extreme que se estudiará más adelante, este
resultado se debe enteramente al supuesto de «salarios erigidos» y no a la preferencia por la liquidez
keynesiana” (1944: 65; trad. AK).
En realidad, Marshall tomó esta clasificación de la tradición clásica que establecía una serie de
distinciones analíticas para desentrañar las determinaciones del precio. Smith, Ricardo y J. S. Mill,
analizaron separado el “precio de mercado” y el “precio natural”. En palabras de Smith, “[e]l
precio natural viene a ser, por eso, el precio central, alrededor del cual gravitan continuamente los
precios de todas las mercancías. Contingencias diversas pueden a veces mantenerlos suspendidos,
durante cierto tiempo, por encima o por debajo de aquél; pero, cualquiera que sean los obstáculos
que les impiden alcanzar su centro de reposo y permanencia, continuamente gravitan hacia él.”
(Smith 1997: 56-57). Como se ve, se trata de un dispositivo ideado para separar las variaciones
circunstanciales de los precios de aquellas que son sistemáticas y que establecen su valor tendencial
o “natural”.

El terceto fundador del marginalismo, integrado por Jevons, Menger y Walras, en cambio, rechazó
el análisis clásico descartando la distinción entre precio natural y precio de mercado para dedicarse
exclusivamente al estudio de la relación de intercambio entre los bienes en el mercado; en palabras
de Jevons: “la circunstancia de su intercambio en una cierta relación por otra sustancia” (Jevons
1998: 120). La relación de intercambio de los marginalistas es equivalente al precio de mercado de
los clásicos. No obstante, Marshall, continuando con la línea de Ricardo y en abierta contraposición
a los primeros marginalistas, se apoyó también en la descomposición del precio en distintos
“momentos analíticos”; descomposición que es en su caso incluso más elaborada que la tradicional,
pues considera dos distintos niveles de análisis para el precio natural.

En primer lugar, Marshall distingue entre el precio de mercado y el precio al que denomina normal
(una palabra ciertamente más moderna que el término “natural”). El precio normal, a su vez, es
analizado en referencia a dos situaciones hipotéticas a las que denomina corto plazo y al largo
plazo, lo que constituye una de las innovaciones más duraderas de Marshall. Es fundamental
recordar que estos tres precios (precio de mercado, precio normal de corto plazo y precio normal de
largo plazo), todos ellos, representan para Marshall valores de equilibrio entre la oferta y la
demanda. Es equivocado entonces pensar que el corto plazo admite un tipo de desequilibrio que no
cabe en el largo plazo; ambos representan puntos de equilibrio.9 La cualidad que los distingue es
otra: entre el corto y largo plazo lo que varían son los supuestos bajo los cuales se examina el
equilibrio, en particular, en lo que respecta a los determinantes de la oferta y del costo.

9
Aquí suele aparecer una primera confusión que consiste en suponer que en el corto plazo no hay equilibrio
sino desequilibrio, ya que el equilibrio se alcanzaría sólo en el largo plazo. Para Marshall y para Keynes el
precio y la cantidad normales de corto plazo son valores de equilibrio y no de desequilibrio.
El precio de mercado –al que Marshall le dedica muy poca atención- es el resultado de un equilibrio
transitorio, a diferencia del precio normal –de corto y largo plazo- que es considerado una situación
de equilibrio estable. El precio de mercado sirve para analizar una hipotética situación en la que el
stock disponible de cada una de las mercancías en venta se encuentra fijo.10 Corresponde a la
metáfora de “un día de mercado” (Marshall 1948: 282) y su particularidad se cifra, precisamente, en
el “irreal” supuesto según el cual la cantidad disponible no puede ser ampliada mediante la
producción. Como se ve, incluso la categoría “precio de mercado”, que por su nombre pareciera
reflejar el precio real, se refiere en rigor a una ficción analítica, concebida para simplificar y
descomponer el estudio de los precios reales. El precio normal, en cambio, –ya sea de corto o de
largo plazo- se asocia a una situación en la que se supone que las empresas pueden incrementar o
disminuir la cantidad de las mercancías en oferta. El equilibrio se alcanza cuando “la cantidad
producida no tiende a aumentar ni a disminuir” (ídem: 287), de ahí que sea un equilibrio “estable”.
¿En qué circunstancias los productores carecerán de incentivos para reducir o ampliar la cantidad
producida? Según Marshall, esta situación se alcanza cuando el precio de venta alcanza
exactamente para cubrir los costos de producción; es por eso que el precio normal (de corto y largo
plazo) es un precio de equilibrio que coincide con los costos de producción –definición que, por lo
demás, es idéntica a la definición del precio natural de los economistas clásicos.11 Ahora bien,
¿cómo deben computarse los costos necesarios para fabricar una determinada mercancía? La
respuesta depende de los elementos que sean considerados como parte de los costos, y es aquí
donde Marshall separa analíticamente las condiciones de corto y largo plazo. Con todo, son dos
casos distintos del precio normal que cubre los costos de producción.

Con respecto a los precios normales, cuando el término normal se emplea en relación con
períodos cortos, de unos meses o de un año, la oferta significa generalmente lo que puede
producirse, al precio en cuestión, con los elementos de producción, personales, e impersonales,
disponibles en un momento determinado. Con respecto a los precios normales, cuando el
10
Es un ejercicio similar al que realiza Walras para obtener el equilibrio general del mercado, donde se
supone que las cantidades totales disponibles de cada mercancía, qi, están dadas de antemano (Walras 1987:
279 y ss.)
11
Se presenta en este punto una segunda confusión. Algunos autores sostienen que para algunos marginalistas
como Walras, el ajuste se logra mediante cambios en los precios, mientras que en el análisis de Marshall, en
cambio, son las cantidades las que se modifican. Esta imagen no es correcta. En el análisis de Marshall tanto
los precios como las cantidades varían para alcanzar tanto el equilibrio de mercado y el equilibrio normal (de
corto y largo plazo). En lo que respecta a las variaciones en la cantidad, la diferencia es que en el primer caso
(el equilibrio de mercado) se modifica exclusivamente la cantidad vendida dadas las existencias y en el
segundo caso varía la cantidad vendida pero también la cantidad producida. El precio también está sometido a
variaciones en ambas situaciones. Cuando aumenta el volumen de producción, para alcanzar el equilibrio
normal (ya sea de corto o largo plazo), los precios se modifican según las variaciones en los costos que
dependen a su vez de los rendimientos (crecientes, constantes, decrecientes).
término normal se refiere a períodos largos, de varios años, la oferta significa lo que puede
producirse con la instalación existente, con la ayuda de elementos que ellos mismos pueden ser
producidos de un modo remunerado y aplicados durante esa época dada […] (ídem: 315).

De aquí se desprende que el precio normal de equilibrio de corto plazo y la cantidad de equilibrio
correspondiente hacen referencia a lo que cuesta producir cada mercancía cuando se supone que es
posible modificar el volumen de la producción pero cuando también se supone que no pueden
modificarse los equipos de capital disponibles. Esta es precisamente la situación hipotética reflejada
por L1 y L2, más arriba.

Keynes pone el foco de atención en el precio y la cantidad de equilibrio normal de corto plazo. Es
por eso que no es correcto sostener que la expresión “corto plazo” refiere a una situación de
desequilibrio que se corregirá más adelante, en el largo plazo. No obstante, esta última se ha
convertido en una forma habitual de interpretar el análisis de Keynes. Como dice Marshall:
“Cuando la demanda y la oferta están en equilibrio estable, si cualquier accidente viniera a mover la
escala de producción de su posición de equilibrio, instantáneamente entrarían en juego fuerzas
tendentes a hacerla volver a dicha posición, del mismo modo que, si una piedra colgada de una
cuerda es desplazada de su posición de equilibrio, la fuerza de gravedad tenderá inmediatamente a
volverla a ella. Los movimientos de la escala de la producción alrededor de su posición de
equilibrio serán de una clase algo semejante” (ídem: 288). El corto plazo no implica desequilibrio
sino, algo completamente distinto: que el análisis transcurre bajo el supuesto de que las decisiones
de producción son tomadas sin tener en cuenta la posibilidad de modificar la cantidad y calidad del
equipo productor existente.

Luego de esta digresión deben examinarse las leyes que determinan las ganancias de los
empresarios. La clave para descubrir la concepción de Keynes sobre la determinación de las
ganancias se encuentra precisamente en el supuesto del corto plazo. En efecto, en el corto plazo el
stock de capital con el que se obtiene la producción corriente se transforma en un “factor fijo” que
está en poder de los empresarios. De manera que la decisión que toman los empresarios es la
siguiente: dado el equipo del que disponen y que fue producido en el pasado, deben establecer la
cantidad de trabajadores que desean contratar (los trabajadores que desean “asociar a ese equipo
productor”, dice Keynes) y, por tanto, la cantidad de producto que desean fabricar.12 Veremos que

12
Nuevamente, Marshall coincide con esta imagen: “Para períodos cortos, las personas consideran el stock de
elementos para la producción como prácticamente fijos, y, para saber con qué actividad deben trabajar con ese
este modo de abordar el análisis conduce también a una particular concepción de la ganancia, cuyo
origen también se remonta a Marshall.

En sus Principios de Economía, Marshall había señalado que, en el análisis de corto plazo, toda
diferencia entre el precio normal y los costos primos debe ser considerada como una “cuasi renta”:
“Así se ha dicho que una cuasi renta es un beneficio innecesario y que no constituye una parte del
coste. Es exacto decir que la cuasi renta es un beneficio innecesario con respecto a períodos cortos,
porque no hay costes especiales o primarios para la producción de una máquina que, por hipótesis,
ya está construida y esperando que se la haga trabajar” (Marshall 1948: 352n). Dicho de otro modo:
en el análisis de corto plazo, la cantidad y la calidad de los equipos de capital disponibles se
consideran dadas y fijas. Es por eso que en el cómputo del costo de producción de las mercancías no
se incluye ningún elemento asociado al desgaste, a la obsolescencia ni a la reposición de la
maquinaria en relación con sus costos originales. Cuando el precio de venta de los productos supera
sus costos directos o primos, la diferencia es llamada por Marshall “cuasi renta” (el término se
adopta por analogía con el alquiler de la tierra, que en la teoría de Marshall, al ser un “factor fijo”,
deja en las manos de su propietario una renta por su uso).13

En tanto el análisis está limitado al corto plazo, las ganancias en la Teoría General de Keynes son
equivalentes a las cuasi rentas de Marshall, “por hipótesis”. Pero esta concepción de la ganancia,
aplicada para la economía en su conjunto, establece por fuerza determinadas relaciones particulares
entre la parte del producto destinada a pagar los salarios y la parte que les corresponde a los
empresarios.

Como se dijo, los salarios reales se equiparan al producto marginal del trabajo (L4) y el precio del
producto (L6) viene dado por los costos primos marginales (costos que, cuando se considera a la
industria en su conjunto –verticalmente integrada-, están compuestos fundamentalmente por los
salarios que retribuyen al trabajo). Por consiguiente, la masa de ganancia en términos reales que
queda en manos de los capitalistas se obtiene como una diferencia: es igual a la masa total de
producto obtenido menos la masa de salarios reales. Por eso Keynes llega a la siguiente conclusión,
a primera vista curiosa:

stock se guían por las expectativas que tengan sobre una demanda mayor o menor de los bienes producidos.
Para períodos largos, tratan de ajustar el flujo de esos elementos a sus expectativas de demanda de los bienes
que con ellos son producidos.” (Marshall 1948: 310).
13
Ver Marshall (1893)
En un estado conocido de organización, equipo y técnica, el salario real que gana una
unidad de trabajo tiene una correlación única (inversa) con el volumen de ocupación. Por
eso, si esta última aumenta, entonces, en períodos cortos, la remuneración por unidad de
trabajo, medida en mercancías para asalariados, debe, por lo general, descender y las
ganancias elevarse. (Keynes 2005: 34; enfasis AK)

Conviene detenerse por un momento en la descripción que ofrece Keynes de la relación entre las
ganancias, los salarios reales y el volumen de producción. En términos puramente físicos, cuando se
supones que la productividad del trabajo es decreciente y que el capital disponible se encuentra en
poder de los empresarios sin costo alguno, la aparición de esta relación (inversa) es inevitable, ya
que la ganancia se convierte, simplemente, en la diferencia entre el volumen de producción y los
costos salariales (en términos de Marshall, una cuasi renta emanada de la propiedad del capital
existente).14

De hecho, esta solución hace recordar al resultado que obtiene Ricardo cuando estudia la
determinación de la renta de la tierra pero también al que expone Wicksell en sus Lecciones, cuando
supone que el trabajo aplicado sobre las sucesivas parcelas arroja rendimientos decrecientes. La
renta se convierte así en un residuo o un “excedente”, por encima del producto marginal del trabajo
que obtienen los asalariados como retribución. Cuando se aplican a la tierra cantidades adicionales
de trabajo con una efectividad menguante, los incrementos en la ocupación reducen la
productividad e incrementan la renta total. Como se mostrará más adelante, en la Teoría General de
Keynes, la ganancia se calcula de una forma similar, vale decir, como un residuo.

Detengámonos brevemente en el ejercicio planteado por Wicksell, al que llama “producción no


capitalista” y que emplea para estudiar el funcionamiento de una hipotética economía sin
instrumentos de producción –sin “capital”- pero con tierras cultivables sobre las que se aplica
trabajo asalariado. Los trabajadores son remunerados según su producto marginal y los propietarios
de la tierra conservan la parte de la producción física que no es no destinada a pagar los salarios.15
Ricardo había utilizado un procedimiento similar con el propósito de obtener el volumen de la renta,
aun en presencia de instrumentos de producción, ya que suponía que el producto marginal

14
Se supone aquí que los empresarios emplean capital, de momento, gratuitamente o bien que deben utilizar
una parte de sus ganancias para disponer de él. El hecho de que deban pagar por el uso del capital a sus
propietarios no altera para nada las conclusiones acerca de la determinación de la masa de ganancias reales.
15
Wicksell presenta esta teoría de la renta mediante la expresión R=f(a)-αf’(a). Donde a es el número de
trabajadores y el producto bruto una función f(a) (Crf. Wicksell 1947: 105).
determinaba la retribución conjunta del trabajo y el capital.16 En el caso de Ricardo, el salario real
es fijo y está establecido por el nivel de subsistencia, de manera que la diferencia entre el producto
marginal físico y el salario real de subsistencia es apropiada por el capitalista. Es por eso que, según
Ricardo, cuando la producción agraria se incrementa y la productividad del trabajo disminuye, la
renta tiende a crecer y las ganancias a reducirse, ambas medidas en términos reales.

A diferencia de estos dos enfoques, Keynes supone que en el corto plazo no es la tierra sino el
capital el “factor fijo” en el que se “aplica” el trabajo con rendimientos decrecientes. En el capítulo
segundo de la Teoría general se ofrece un ejemplo –que reproducimos- de llamativa inspiración
ricardiana, con el propósito de probar la existencia de una relación necesariamente inversa entre el
salario medido en producto y las ganancias medidas también en producto:

El argumento se desarrolla de este modo: de n hombres empleados, el enésimo añade un


quintal diario a la cosecha y los salarios tienen un poder adquisitivo de un quintal diario. El
enésimo-más-un hombre, sin embargo, añadiría solamente 0,9 de quintal por día y el
empleo no puede, por tanto, aumentar a n + 1 hombres, a menos que el precio del grano
suba con relación a los salarios hasta que los que se pagan diariamente tengan un poder
adquisitivo de 0,9 de quintal. El total de los salarios montaría entonces a 9/10 (n + 1)
quintales, en comparación con n quintales a que llegaba previamente. De este modo, el
empleo de un hombre más, en caso de efectuarse, supondrá necesariamente una
transferencia de ingresos de los que antes estaban empleados a los empresarios. (Keynes
2005: 34n)

Como puede apreciarse, en una economía con un solo producto y, lo que es más importante, cuando
se toma al trabajo como el único factor variable, si el salario real se hace igual al producto marginal,
entonces, cada vez que crece el producto el salario se reduce y las ganancias aumentan. Esto se debe
a que la ganancia es simplemente la diferencia entre el producto total y el salario real

16
Ricardo –ingeniosamente- sostiene que cada unidad de trabajo viene siempre acompañada por una “unidad”
de capital. Según Kaldor “Se hace abstracción de las variaciones en el producto por trabajador debido al uso
de una relación más o menos fija entre capital y trabajo –de otro modo las curvas no podrían ser dibujadas de
una única manera, en relación a un estado dado de conocimiento técnico. El modelo supone coeficientes fijos
entre el capital fijo y el trabajo; entre el trabajo y la tierra supone coeficientes variables” (Kaldor 1955: 84;
trad. AK)
(decreciente).17 En el corto plazo las ganancias (equivalentes cuasi rentas marshallianas) incluyen
tanto la retribución al capitalista como productor como la obtiene en tanto propietario del capital.

Nótese que el ejemplo de Keynes, aun siendo tan sencillo, no pretende representar una economía no
monetaria (a diferencia del ejercicio propuesto por Wicksell y del célebre artículo de 1819 de
Ricardo). Al contrario, son los precios en dinero del grano los que han de crecer para hacer que se
iguale el salario con el valor del producto marginal (L6). Esta propiedad se sigue de la presencia de
un salario nominal exógeno (fijo), medido en dinero, que no varía junto con el salario real.

Por último, deben tenerse en cuenta una interesante propiedad del “dinero”, entendido como patrón
de precios, correspondiente a esta primera versión del sistema Keynesiano. El salario nominal es
tomado como un dato exógeno. Se denomina “unidad-salario” a la retribución de una unidad
(normal) de trabajo. Se supone, pues, que la unidad-salario está gobernada por fuerzas externas a las
leyes estrictamente económicas; pero el poder adquisitivo del salario, en cambio, depende del nivel
de precios y, por tanto, del volumen de ocupación, a través de la productividad marginal. Como
afirma Keynes, “la unidad de salarios, puede así considerarse así como el patrón esencial de valor”
(Keynes 2005: 254).18 De este modo, desde un principio, las variables reales y monetarias se
encuentran divorciadas: “cuando los salarios nominales se elevan, los salarios reales bajan; y que
cuando aquéllos descienden, éstos suben” (ídem: 29). Es por eso que, además, Keynes prefiere
expresar las diversas variables en términos de la unidad-salario y no términos reales (es decir, en
relación al precio de una o varias mercancías). Volveremos a esto más adelante. Regresemos ahora
a las leyes y supuestos establecidos por Keynes.

17
Estrictamente, la afirmación de Keynes según la cual las ganancias crecen cuando aumenta la ocupación es
cierta en lo que respecta a las ganancias en términos reales y nominales. Es más, para las formas matemáticas
más frecuentemente utilizadas de la función de producción también se cumple que la participación de las
ganancias en el producto crece a expensas de la participación de los salarios, aunque pueden encontrarse
contraejemplos (agradezco a J. Rodriguez esta observación).
18
La teoría monetaria de Ricardo y Marshall –por tomar dos figuras esenciales- solía partir de la premisa de
que el dinero era una mercancía (el oro, en general). A diferencia del resto de las mercancías, el valor del oro
se consideraba fijo. Ricardo dice en el capítulo I que “para facilitar, pues, el objeto de la presente
investigación, aunque reconozco plenamente que el dinero hecho con oro está sujeto a la mayor parte de las
variaciones que sufren las demás cosas, lo supondré invariable” (Ricardo 1993: 34). Marshall hace lo propio
al sostener en sus Principios de economía que “Los países civilizados adoptan, generalmente, el oro o la plata,
o ambos, como dinero. [...]. El precio de cada cosa aumenta y disminuye de un lugar a otro y de una a otra
fecha, y con cada uno de tales cambios el poder adquisitivo del dinero, por lo que se refiere a aquellas cosas,
cambia asimismo. [...]. [Podemos en esta obra, AK] dejar de tener en cuenta los cambios en el poder
adquisitivo general del dinero” (Marshall 1948: 62) y “[e]n toda esta obra estamos suponiendo, salvo
indicación especial en contrario, que todos los valores se expresan en términos de dinero de un poder
adquisitivo fijo” (Marshall 1948: 491-2). Keynes, en cambio, en lugar de poner al oro como patrón de los
precios, ubica en ese sitio al salario nominal.
Al ser estas las condiciones generales que caracterizan al sistema económico, no es difícil deducir
cuál será la conducta de los empresarios al establecer el volumen de la producción y la ocupación.
El empresario individual –y los empresarios considerados en conjunto- deciden cuánto producir y,
por tanto, determinan el nivel de empleo con el único objetivo de obtener las máximas ganancias
(tomadas, tal como se dijo, como un “excedente” sobre los costos primos): “se esforzarán por fijar
el volumen de ocupación al nivel del cual esperan recibir la diferencia máxima entre el importe de
la producción y el costo de factores” (Keynes 2005: 39). Los empresarios buscan obtener la máxima
diferencia entre el producto y los salarios reales decrecientes, lo que se refleja en una tendencia
hacia la expansión pues las ganancias (en términos reales y nominales) crecen siempre que se
aumente el volumen de la producción, de forma que, hasta aquí, los empresarios cuentan siempre
con incentivos para incrementar el volumen de empleo. Keynes agrega, por tanto, una condición
que establece un límite inferior para la declinación de los salarios reales y, por lo mismo, para el
incremento de la ocupación, fundado en la conducta de los trabajadores.

Leyes de comportamiento de los empresarios y los trabajadores:

L7. Los empresarios fijan el volumen de producción y ocupación que arroja la ganancia
máxima.
L8. Existe un nivel del salario real por debajo del cual los obreros no están dispuestos a
trabajar: a medida que el empleo crece, la productividad declina y con ella el salario
real. La disposición a trabajar viene a ponerle un piso al descenso de los salarios. Dados
el stock de capital y las condiciones técnicas de la producción, el volumen de ocupación
“no puede exceder de aquel valor que reduce el salario real hasta igualarlo con la
desutilidad marginal de la mano de obra” (Keynes 2005: 43). Este límite mínimo para
el salario real establece, a la vez, un límite máximo para la ocupación.

Estos ocho supuestos y leyes que ofrece Keynes gobiernan los precios, los salarios (reales y
nominales) y las ganancias (reales y nominales). Su cualidad distintiva es que son capaces de operar
tanto cuando el sistema se encuentra en el estado de plena ocupación como cuando el empleo se
halla por debajo de este punto máximo. Sin embargo, las fuerzas que conducen hacia el equilibrio
en términos de la producción y el empleo aun no han sido examinadas. En los apartados que siguen
se reconstruirá formalmente, paso por paso, el sistema completo de Keynes. En todas las versiones,
como se señaló más arriba, se cumplen las ocho leyes que determinan precios, salarios y ganancias,
L1 a L8. La presentación se aparta de la que se desarrolla en la Teoría General pero, claro está, los
resultados que se obtienen son los mismos: el sistema completo puede producir una situación de
desempleo de equilibrio.

En primer lugar, se representará matemáticamente el funcionamiento de una economía que produce


un solo bien –perecedero y destinado al consumo-, al que llamaremos Sistema A. Se evaluarán sus
propiedades y su comportamiento. Luego, como segundo paso, se introducirá una función de
demanda de consumo, conformando de este modo el Sistema B. Se agregará, a continuación, un
nuevo bien que no se destina al consumo sino a la inversión (Sistema C). En base a los resultados
alcanzados, se construirá un cuarto sistema en el que se especifica una función de demanda para los
bienes de capital, quedando así construido el Sistema D. Por último, se analizará el Sistema E que
cuenta con dos bienes pero también con “dinero”, que rinde una tasa de interés, es decir, que se
emplea con fines especulativos.

3. Sistema A: producción de bienes de consumo perecedero.

Con estos elementos (L1 a L8), puede formalizarse un sistema simple de determinación del nivel de
producción, los precios, los salarios y las ganancias, es decir, una sencilla teoría keynesina
equilibrio de corto plazo. Supondremos, por el momento, que sólo se producen bienes de consumo
perecederos utilizando una cantidad variable de mano de obra que se aplica a los equipos de capital
existentes. Para simplificar, se supondrá además que la producción está compuesta por distintos
bienes según una “distribución única de la misma entre las distintas industrias” (Keynes 2005: 238),
representando la producción social mediante un solo bien “compuesto”, cuyas condiciones de
producción obedecen a las leyes expuestas.19

(1) XC = f (NC) donde: XC es la cantidad física de bien de consumo


producida en un año. NC es el número de
trabajadores empleados en la producción del bien
de consumo.

con las siguientes propiedades:

19
Los artículos de consumo tendrán sólo costos de trabajo, el único factor variable (Keynes 2005: 188). Los
equipos de capital, propiedad de los empresarios, son retribuidos con la ganancia obtenida como una
diferencia entre el producto total y la masa salarial. Los empresarios buscan obtener la ganancia máxima.
(1.a) f ' (0) > 0 (L1, L2 y L3).
(1.b) f '' (NC) < 0

w w
(2) = f ' (NC ) donde: PC es precio del bien de consumo y el salario
PC PC
real (L4).

(3) w=1 w es el salario nominal en dinero, es decir, la


unidad-salario (L5).

Para cada nivel de ocupación, la productividad del trabajo está dada por las condiciones técnicas de
la producción, con el salario nominal fijo. El nivel de precios puede obtenerse operando a partir de
(3), para llegar a la siguiente ecuación de precio:

1
(4) PC = w (L6).
f ' (NC )

Esta última ecuación (4) muestra que la igualdad entre los salarios reales y la productividad, con el
nivel de los salarios nominales fijo (la “unidad de costos”), se cumple gracias al incremento de los
precios ocasionado por el aumento de los costos marginales (la inversa de la productividad
marginal). Es esta la teoría de los precios empleada en la Teoría general. En palabras de Keynes:
“el nivel de precios, dado el estado de la técnica y el equipo, dependerá en parte de la unidad de
costos y en parte de la escala de producción, aumentando, cuando sube la producción, más que
proporcionalmente a cualquier alza en la unidad de costos, de acuerdo con el principio de los
rendimientos decrecientes en períodos cortos” (Keynes 2005: 254). Dicho de otro modo, el precio
de un bien se iguala a los requisitos unitarios de trabajo (crecientes) multiplicados por la unidad -
salario.

Las variables distributivas se obtienen de las ecuaciones anteriores:20

20
La ecuación (7) surge de la suma de las “ganancias netas” que logra el empresario, debido al empleo de los
trabajadores inframarginales al salario real determinado por la productividad del último trabajador. Puede
también escribirse, siguiendo a Pasinetti (1960: 83n):
(5) ZC = PC.XC donde: Zc es el precio de la oferta (o de costo) de bienes de
consumo en dinero.
(6) WC = w.NC Wc es la masa de salarios en dinero.

(7) GC = PC.f(NC) – PC.NC.f'(NC) Gc es la masa de ganancias en dinero, que es igual


al precio de la oferta menos la masa de salarios.

El valor total de la producción en términos nominales se agota completamente en la distribución


entre asalariados y capitalistas:

(8) YC = ZC = WC + GC YC es el ingreso proveniente de la venta de bienes


de consumo.

El desempeño del sistema en términos de ocupación y empleo se deriva de las ecuaciones que
describen el comportamiento de los empresarios y de los obreros (L7 y L8). Los empresarios
maximizan sus ganancias mientras los obreros están dispuestos a emplearse siempre que el salario
real no caiga por debajo de cierto límite. Suponiendo que la ganancia individual es una proporción
de las ganancias totales, “la competencia entre los empresarios conduciría siempre a un aumento de
la ocupación hasta el punto en que la oferta en su conjunto cesara de ser elástica” (Keynes 2005). El
límite a la producción está impuesto únicamente por la conducta de los obreros.

(9) max GC = PC .F ( N C ) − wN C (L7)


NC

w ⎛ w⎞ ⎛ w ⎞
(10) ≥⎜ ⎟ donde: ⎜⎜ ⎟⎟ es el salario real mínimo aceptado por los
PC ⎜⎝ PC ⎟⎠ min ⎝ PC ⎠ min
trabajadores (L8).

Las leyes que rigen al Sistema A hacen que la ocupación tienda a crecer siempre hasta su límite
máximo. Los capitalistas buscan obtener la mayor ganancia en términos reales, de modo que la

[ f '( y) − f '( NC )] dy
NC
(7.a) GC = PC f (0) + PC ∫
0
Resolviendo la integral se obtiene (7):
GC = Pc.f(0) + PC.f(NC) - Pc.f(0) - PC.NC.f'(NC)
ocupación crece y el salario real cae hasta alcanzar el punto en el que los trabajadores no aceptan
más reducciones en sus salarios (ecuación 10). Así planteado, el sistema tiene un solo equilibrio
“estable” de corto plazo que es el del pleno empleo, representado en el Gráfico Nº 1.21

Gráfico Nº 1. Producción de equilibrio y distribución del producto en el Sistema A.

XC

w min
PC
f '(NC)

0 NC
NC*

Examinemos ahora algunas de las propiedades del Sistema A. En primer lugar, en lo que respecta a
la teoría de los precios, no es difícil deducir que, en tanto el trabajo es el único factor variable, los
precios del bien de consumo serán siempre “proporcionales” a la cantidad de trabajo empleado en la
producción de la última unidad (marginal): crecerán y se reducirán en relación inversa con la
productividad del trabajo, pues los costos primos marginales son única y exclusivamente costos de
trabajo. Dicho de otra forma, se requerirá siempre más trabajo (marginal) para producir una unidad
adicional de producto. El precio es proporcional a los requisitos de trabajo por unidad. De ahí que el
precio del bien (compuesto) de consumo se incremente acorde aumenta la producción y la

21
Para una exposición gráfica de la teoría ricardiana, véase el artículo seminal de Kaldor (1955: 84) y para su
formalización Pasinetti (1960). Como se dijo, la teoría de Ricardo supone que la retribución del factor
variable (unidades compuestas de tierra y capital) es igual a su producto marginal físico decreciente, mientras
la tierra es considerada un factor fijo. El Gráfico Nº1 puede interpretarse en términos de la teoría de Ricardo:
la superficie que aquí representa a las ganancias de Keynes, en el caso de Ricardo, representa a la renta en
términos reales. La superficie que corresponde aquí a los salarios, para Ricardo debe repartirse entre los
capitalistas y los trabajadores ya que éstos últimos obtienen un salario de subsistencia que es fijo en términos
reales, e independiente de la productividad del trabajo. En el sistema de Ricardo la ganancia es también un
“excedente”, igual a la porción del producto marginal que supera el monto del salario de subsistencia; la renta
es igual al exceso de producto sobre la parte que paga la productividad conjunta del trabajo y el capital. La
diferencia principal se ubica, claro está, en otro punto: Ricardo emplea su modelo para evaluar las
condiciones de equilibrio a largo plazo, pues lo que impulsa el aumento de la demanda es el crecimiento de la
población y el factor fijo con productividad decreciente del trabajo es la tierra. En Keynes, en cambio, este
modelo ilustra el equilibrio de corto plazo, suponiendo fija la dotación de capital.
ocupación. Este es uno de los servicios que le presta a Keynes el dispositivo analítico del corto
plazo: el trabajo es el único factor variable que entra en el costo marginal, con productividad
decreciente.

En lo concerniente a las relaciones entre los salarios reales y su valor nominal, según la explicación
de Keynes –en este ejercicio que prescinde de la demanda-, un incremento de la unidad de salario w
tendrá como único efecto el incremento proporcional en el precio del bien de consumo sin afectar el
salario real: “si los salarios nominales cambian, debería esperarse […] que los precios cambiaran
casi en la misma proporción, dejando el nivel de los salarios reales y de la desocupación
prácticamente lo mismo que antes” (Keynes 2005: 31). Por tanto, sin lesionar en nada el argumento,
podría quitarse el supuesto que hace fijo al salario nominal y reemplazarlo por un comportamiento
más “realista”: por ejemplo, que el salario nominal aumenta siempre que crece la ocupación, debido
al mayor poder de negociación de los obreros, en un contexto de elevado nivel de empleo. Aunque
el salario nominal se modifique, las variables distributivas no cambiarán en términos reales. Se
verificará, pues, una aparente “paradoja” que Keynes menciona:

[C]uando hay alteraciones en el nivel general de los salarios se encontrará, según creo, que
la modificación de los reales que va unida a la de los nominales, lejos de presentarse en el
mismo sentido, ocurrirá casi siempre en el contrario. Es decir, que cuando los salarios
nominales se elevan, los salarios reales bajan; y cuando aquellos descienden, éstos suben.
Tal cosa se debe a que, en período corto, los salarios nominales descendentes y los reales
ascendentes son, cada uno de los por razones privativas, fenómenos ligados a la baja de la
ocupación, porque aunque los obreros están más dispuestos a aceptar reducciones en su
remuneración al bajar el empleo, los salarios reales suben inevitablemente, en las mismas
circunstancias, debido al mayor rendimiento marginal de un determinado equipo de capital,
cuando la producción disminuye. (Keynes 2005: 29)

Aunque el Sistema A es incapaz de reflejar todos los aportes y conclusiones a las que arriba Keynes
en su Teoría general, contiene ya una versión fiel de sus concepciones sobre los precios, los salario
y las ganancias. Puede, pues, ensayarse una primera comparación con otras teorías alternativas. En
el terreno de los precios, el marginalismo de Jevons, Menger y Walras hacía énfasis en el principio
de la utilidad marginal como su principal determinante. Según Keynes, en cambio, los precios se
igualan al costo primo marginal, siguiendo la teoría del precio normal de Marshall, aunque con una
particularidad adicional: el único factor variable es el trabajo. Su concepción se aproxima a una
particular versión de la denominada “teoría del valor trabajo”.22 El hecho de que la productividad
sea considerada decreciente no introduce cambios sustanciales en el argumento porque si la
cantidad de trabajo tiende a crecer cuando se incrementa el volumen de producción, el precio debe
ser proporcional al tiempo de trabajo necesario para producir la unidad marginal.23 Podría afirmarse
incluso, que esta visión coincide con la de Ricardo quien, ante existencia de trabajos con distinta
productividad sostenía que “[e]l valor de cambio de todos los bienes, ya sean manufacturados,
extraídos de las minas u obtenidos de la tierra, está siempre regulado no por la menor cantidad de
mano de obra que bastaría para producirlos, en circunstancias ampliamente favorables y de las
cuales disfrutan quienes poseen facilidades peculiares de producción, sino por la mayor cantidad de
trabajo que necesariamente gasta en su producción, por quienes no disponen de dichas facilidades”
(Ricardo 1993: 55). Es decir que, si la productividad del trabajo se supone decreciente, a medida
que se incrementa el volumen de la producción, el valor estará regulado por el trabajo aplicado a la
unidad marginal; el precio, pues, crecerá cuando aumenta la producción porque cada unidad
requiere un mayor tiempo de trabajo y éste se remunera a una tasa fija w, lo que a su vez reduce el
salario real mediante aumentos de precio.24 Podría bautizarse, tal vez, como “teoría del valor trabajo
marginal”, suponiendo decreciente la productividad.25

22
Esto explica su de otro modo enigmática y hasta extravagante sentencia del capítulo 16: “Por eso simpatizo
con la doctrina preclásica de que todo es producido por el trabajo” (idem: 183). Hay que aclarar que Keynes
llamaba clásicos a Marshall y Pigou. De ahí la referencia a la escuela preclásica.
23
En realidad, la inclinación de Keynes por la teoría de los costos de producción antes que por la que reposa
sobre la utilidad marginal puede atribuirse a la influencia que ejercieron sobre él las ideas de Marshall. Según
Marshall: “La teoría de Ricardo del coste de producción en relación con el valor ocupa un lugar tan
importante en la historia de la economía que cualquier mala interpretación acerca de su verdadero carácter
debe, necesariamente, ser muy perjudicial, y, por desgracia, dicha teoría está expresada de tal modo que casi
invita a una mala interpretación. Por este motivo, constituye una creencia general el que ha sido necesaria su
reconstrucción por la presente generación de economistas. En el Apéndice I se explica por qué esta opinión no
es aceptable y por qué es preciso sostener, por el contrario, que los fundamentos de la teoría tal como los dejó
Ricardo permanecen intactos; que se les ha agregado mucho y que se ha construido bastante sobre los
mismos, pero que se les ha quitado muy poco.” (Marshall 1948: 416). Mientras Jevons, Menger y Walras
pretendieron abandonar el rumbo establecido por Ricardo y J. S Mill, Marshall por su parte, decide inscribirse
dentro de la tradición ricardiana de la teoría de los precios normales, entendida como una teoría del valor
fundada en los costos de producción, distinguiendo luego, cuando se estudian los costos, entre los supuestos
de corto y largo plazo.
24
D. Dillard, agudo intérprete de la Teoría General, sostiene que “El análisis marginal puede ser utilizado
para complementar una teoría del valor trabajo de tipo marxista, y la teoría del valor trabajo puede
desempeñar un papel auxiliar en un sistema que emplee la técnica marginal, como el de Keynes” (Dillard
1945: 347; trad. AK).
25
Keynes supone que la productividad marginal del trabajo es decreciente en el corto plazo y aun con
existencia de desempleo tanto de trabajo como de equipo productor. Esto se debe a que considera que hay una
cierta heterogeneidad tanto de la mano de obra como en los equipos de capital, y que se utilizan primeramente
las unidades más productivas. Así, a medida que se incrementa el volumen de producción y empleo se
contratarán trabajadores menos hábiles y equipos menos adecuados, de modo que el producto por trabajador
adicional se verá reducido (Keynes 2005: 52). A esto se agrega la posibilidad de que se presenten “cuellos de
La teoría de la distribución cuenta también con sus peculiaridades. Al sostener que el salario real se
iguala inexorablemente al producto marginal del trabajo, Keynes se aleja de la tradición clásica
pero, en términos estrictos, se aparta también de la visión marginalista. La teoría marginalista
supone que el salario se iguala simultáneamente a la productividad del trabajo y a su desutilidad
marginal. Keynes desecha esta segunda determinación, que sólo rige como un nivel mínimo por
debajo del cual el salario no puede ya reducirse, pues no se encontrarán más hombres dispuestos a
emplearse. Cuando el salario real difiere de la desutilidad marginal, según Keynes, ninguna fuerza
económica tendiente a reducirlo actuar como resultado del “desequilibrio” en el mercado de trabajo.
En el Sistema A, el empleo se incrementa sin que los trabajadores tengan que reducir sus salarios
nominales. En términos teóricos esta concepción tiene hondas implicancias, ya que el mercado de
trabajo no funciona como dispositivo relevante en la determinación del salario y el empleo; es éste
uno de los mensajes más potentes de la crítica de Keynes.26

Si bien el equilibrio estable de este Sistema A implica el agotamiento de la oferta de trabajo, como
se verá más adelante, la explicación de Keynes admite otros puntos de equilibrio distintos al de
pleno empleo. Así, lo que impulsa a la economía no es la disposición de los trabajadores a reducir
su retribución ante la presencia de desempleo sino la conducta maximizadora de los capitalistas, que
persiguen siempre un aumento de la ganancia, asociado al incremento del volumen de producción.
Aunque esta teoría del salario se distancia de la marginalista, no tiene tampoco una raíz
definidamente clásica, ya que para esta tradición el salario está gobernado por el costo de los
medios de vida del obrero. En síntesis, la elección de Keynes se aparta notoriamente de la tradición
clásica y también (aunque sólo a medias) de la marginalista: la productividad del trabajo es la única
determinación –técnica- del salario real, mientras la desutilidad marginal es sólo su límite inferior.

botella” parciales que encarezcan la producción por unidad en términos de tiempo de trabajo (ídem, p. 252).
Con un único factor variable, el trabajo, todo esto se atribuye al descenso de su propia productividad.
26
Analicé con detalle las consecuencias de la anulación del mercado de trabajo como “lugar” analítico de la
determinación del salario y el empleo en (Kicillof 2007: 291 y ss.).
Keynes, como se señaló, prescinde de un mercado de trabajo de estirpe marginalista (que en la
Teoría General es explícitamente criticado y descartado en el capítulo segundo). En el sistema A,
en sentido estricto, el único equilibrio estable se alcanza cuando ya nadie desea trabajar al salario
real corriente. Pero no es éste, sin embargo, un “estado estacionario” –de largo plazo-, pues reposa
sobre el supuesto de un stock dado de capital y de un número fijo de trabajadores. Es cierto que en
el punto de equilibrio el salario real corresponde a la desutilidad marginal del trabajo pero, a
diferencia de las explicaciones de Pigou (1933) o Marshall, los precios en dinero no son constantes,
de manera que “el supuesto de que el nivel general de los salarios reales depende de los convenios
entre empresarios y trabajadores sobre la base de salarios nominales, no es cierto de manera
evidente” (Keynes 2005: 30-1). Los trabajadores no pueden influir sobre su salario real. Como
resultado es esto, “[e]l volumen de ocupación no está, pues, fijado por la desutilidad marginal del
trabajo, medida en salario reales, excepto en el caso de que la oferta disponible de mano de obra
para una magnitud dada de salarios reales señale un nivel máximo a la ocupación” (Keynes 2005:
44).

¿Qué ocurriría si los capitalistas intentaran forzar esta situación elevando el volumen de ocupación?
Los salarios nominales tenderían a incrementarse, pero los salarios reales tenderían a descender por
las condiciones técnicas de la producción, de manera que no se encontraría trabajo adicional: la
producción entra así en un tramo inelástico. Ni la producción, ni el empleo, ni las variables
distributivas medidas en términos de producto, sufrirían cambios en sus niveles relativos. Pero
como la presión para contratar más trabajo empujaría al alza a los salarios nominales, otro tanto
ocurriría con los precios, generándose así un estado al que Keynes denomina “inflación verdadera”
(Keynes: 255), debido a la inelasticidad de la oferta, por agotamiento del trabajo disponible.

Una vez revisada la teoría del salario y del precio, resta analizar la peculiaridad más notoria del
sistema de Keynes, que se asocia a la teoría de la ganancia. La ganancia es para Keynes un residuo
que no guarda relación alguna con la denominada “productividad del capital”, distanciándose
tajantemente de la tradición marginalista. Aunque esta cuestión se tratará con detalle más adelante,
algo debe decirse aquí sobre la relación entre esta concepción y el análisis de corto plazo. Como
puede observarse en el Gráfico Nº 1, a medida que aumenta la producción el área correspondiente a
las ganancias en términos de producto se hace mayor. Esta teoría de la ganancia entendida como
diferencia entre el precio obtenido y el costo primo salarial se asemeja, como se vio, a las cuasi-
rentas marshallianas; es su generalización para el corto plazo.
Debe recordarse que en el Sistema A opera una tendencia automática hacia la plena ocupación. Es
decir que se cumple la ley de Say, en el sentido de Keynes: esto es, que el empleo tiende a
incrementarse hasta alcanzar la plena ocupación. El Sistema A es, en este aspecto, anti-keynesiano.
Este comportamiento se origina en la ausencia de toda restricción a la venta del único bien
disponible. En el Sistema B se evalúan las consecuencias que se derivan de la presencia de una
función de demanda de bienes de consumo típicamente keynesiana.

4. Sistema B: presentación de la demanda.

El Sistema A que acaba de exponerse asegura la marcha inexorable de la actividad económica hacia
el pleno empleo. El único equilibrio estable es aquel en el que los trabajadores ya no están
dispuestos a trabajar; en este caso, aquellos que no tienen empleo se encuentran técnica y realmente
en un estado de desocupación voluntaria, ya que no están dispuestos a trabajar por el salario
vigente. Pareciera que en el sistema en el que se produce un solo bien de consumo siempre debe
verificarse la “ley de Say”. Sin embargo, esta cualidad, no se debe exclusivamente a la presencia de
un único bien producido. Tampoco a los rudimentarios supuestos sobre la naturaleza del dinero
implícitos en una economía de un solo bien. La ley de Say se cumple porque el Sistema A contiene
un supuesto tácito que garantiza que, independientemente de cuál sea el nivel de ocupación, el
monto total de los ingresos se destinará siempre, íntegramente, a la compra de los bienes
producidos. Por definición, en equilibrio, el ingreso agregado es igual al valor de costo de de la
producción (ZC) y, por tanto, a la suma de los salarios y la ganancia (ecuación 8). En palabras de
Keynes, “el precio de la demanda global (o producto de las ventas) siempre se ajusta por sí mismo
al precio de la oferta global […]. El principio de Say según el cual el precio de la demanda global
de la producción en conjunto es igual al precio de la oferta global para cualquier volumen de
producción, equivale a decir que no existe obstáculo para la plena ocupación” (Keynes 2005: 41).

Esto es lo mismo que decir que en el sistema A no existe una función explícita de demanda global
distinta de la de la oferta global, por lo que siempre debe suponerse que el monto de las ventas es
igual a los costos de producción, cualquiera sea la magnitud de éstos. Pero, como también sostiene
Keynes, “si ésta no es la verdadera ley respecto de las funciones globales de la demanda y la oferta,
hay un capítulo de importancia capital en la teoría económica que todavía no se ha escrito y sin el
cual son fútiles todos los estudios relativos al volumen de la ocupación global” (loc. cit.).
Vale la pena reflexionar sobre la cuestión: no es la ausencia de dinero, obvia en una economía con
un solo bien, la que asegura el pleno empleo. Como se verá, la ley de Say puede quebrantarse aun
en un mundo de un solo bien y carente de dinero. El sistema A carece de una función de demanda
global y esto equivale a sostener que la demanda global es siempre idéntica a la oferta global. Por
ello, todos los puntos de la función de oferta global son de equilibrio (en el mercado de bienes). En
palabras de Keynes: “para todos los valores de N, el volumen de ocupación está en equilibrio
neutral en todos los casos que N sea inferior al máximo, de manera que puede esperarse que la
fuerza de la competencia entre los empresarios lo eleve hasta dicho valor máximo, sólo en este
punto, según la teoría clásica [y neoclásica, AK], puede existir equilibrio estable” (Keynes 2005:
43). Cualquier nivel de ocupación NC es de equilibrio ya que la demanda agregada, por definición –
o, más bien, por falta de especificación- es igual a la oferta agregada, aunque sólo NC* es un
equilibrio estable, pues sólo allí se agotan las posibilidades para que los empresarios incrementen la
producción y el empleo, elevando así sus ganancias.

Pero, tal como señala Keynes, para escapar del dominio de la ley de Say, alcanza con introducir en
el sistema una determinada función de demanda global que la haga distinta de la curva de oferta
global. El único bien producido por el Sistema A es un bien de consumo, de modo que habría que
considerar el comportamiento de la demanda de consumo. Hasta ahora se ha supuesto que
cualquiera sea el volumen de producción y ocupación, el ingreso íntegro compuesto por salarios y
ganancias se destina al consumo. Pero esto es lo mismo que sostener que existe una “propensión” a
consumir el monto total del ingreso percibido. Si se considera, en cambio, que los trabajadores y los
empresarios se comportan de otra forma, es decir, que sólo destinan una determinada proporción de
su ingreso a los gastos de consumo, la ley de Say pierde su sustento. Nótese que esta modificación
no afecta en nada a la teoría de los precios, del salario y de la ganancia hasta aquí analizadas.

Mientras la teoría clásica y la marginalista sostienen que todo el ingreso se convierte


necesariamente en gasto, Keynes plantea una profunda ruptura teórica: independientemente de
todos los demás factores, existen ciertos motivos que llevan a los individuos a “retener una parte del
ingreso, retirándolo del consumo” (Keynes 2005: 104). Esta simple proposición anula la ley de
Say.27 Los motivos de índole “psicológica” (¿microeconómicos?) que conducen a no gastar el

27
La adhesión al ley de Say atraviesa a la escuela clásica y neoclásica. En palabras de Say “es la producción
la que crea la demanda para los productos” (Say 2002: I.XV.2; trad. AK). Ricardo dice: “Ningún hombre
produce si no es para consumir o vender, y nunca vende si no es con la intención de comprar alguna otra
mercancía que le pueda ser de utilidad inmediata, o que pueda contribuir a una producción futura. Al
producir, entonces, el hombre se transforma necesariamente en consumidor de sus propios productos, o en
ingreso completo en la compra de bienes de consumo pueden, según Keynes, agruparse en ocho
“inclinaciones” del hombre: precaución, previsión, cálculo, mejoramiento, independencia, empresa,
orgullo y avaricia.28 De esta forma, “cuando el ingreso sube, el consumo también lo hará, pero
menos. La clave de nuestro problema práctico –agrega- se encuentra en esta ley psicológica”
(Keynes 2005: 43).

Esta nueva ley (de la demanda) que gobierna el comportamiento del consumo modifica
sustancialmente el resultado anterior. Y la clave está en que Keynes sostiene que la demanda de
consumo se involucra directamente en las decisiones de producción. Supone que los empresarios,
cuando deciden el volumen de empleo y de producto que ofrecerán, buscan obtener el máximo
beneficio teniendo en consideración las restricciones de demanda: el monto del empleo “tanto para
cada firma individual como para la industria en su conjunto, depende del producto que los
empresarios esperan recibir de la producción correspondiente” (Keynes 2005: 40; énfasis AK). De
este modo, la demanda esperada actúa como un límite para el incremento de la producción y el
empleo, cuyo crecimiento puede verse restringido antes de alcanzar el límite máximo señalado por
la ecuación (10). Los empresarios, por tanto, nunca contratarán menos trabajadores pero tampoco
más que los necesarios para obtener el volumen de ocupación correspondiente a sus perspectivas
sobre la demanda porque “si para cierto valor de N el importe que se espera recibir es mayor que el
precio de la oferta global, es decir, si D es mayor que Z habrá un estímulo para los empresarios en
el sentido de aumentar la ocupación por encima de N y, si es preciso, elevar los costos compitiendo
entre sí por los factores de la producción, hasta el valor de N en que Z es igual a D” (loc. cit.).29

comprador y consumidor de los productos de alguna otra persona. (Ricardo 1993: 216-7). En Marshall se
encuentra la misma posición: “El ingreso total de una persona se gasta en la compra de bienes y servicios”
(Pure Theory of Domestic Values, p. 34. Citado en Keynes 2005: 36).
28
Recordemos que la teoría marginalista sostiene –a contrapelo de esta explicación- que la decisión individual
acerca de cómo dividir el ingreso entre consumo y ahorro depende de la relación entre la tasa de interés y la
valoración subjetiva del consumo presente y futuro. Además, la decisión de ahorrar implica también adquirir
–directa o indirectamente- un bien, sólo que, en este caso, sus frutos se disfrutarán en el futuro. Marshall
sostiene que “[s]e dice que se gasta cuando procura obtener satisfacción presente de los bienes y servicios que
compra y que ahorra cuando el trabajo y los bienes que compra los dedica a la producción de riqueza de la
cual espera derivar medios de satisfacción en el futuro” (op. cit.).
29
Es cierto que los motivos señalados para no consumir la totalidad del ingreso suponen que la diferencia se
destina al ahorro. La teoría clásica y la marginalista suponen que ese ahorro se transforma siempre en un gasto
de inversión destinado a proveer el consumo futuro, a lo que Keynes contesta que “[u]na decisión de ahorrar,
de hecho no significa hacer una pedido concreto para consumo posterior, sino simplemente la cancelación de
uno presente” (Keynes 2005: 181). Es cierto que en los sistemas A y B no hay dinero ni bienes en los que
depositar el excedente del ingreso sobre el consumo, con lo que el argumento se vuelve algo abstracto. Sin
embargo, al introducir primero la demanda de consumo keynesiana y evaluar sus consecuencias
separadamente es posible poner en claro la jerarquía de los distintos elementos de la teoría de Keynes, cuya
totalidad sólo podrá apreciarse cuando se concluya la construcción del sistema completo.
Esta nueva determinación puede introducirse en el Sistema A mediante la ecuación (11) que
describe el comportamiento del consumo. Pero también debe modificarse la ecuación (9) que
expresa la conducta de los empresarios, para incluir en ella el límite al valor de la producción dado
por el monto de la demanda esperada. Llamamos D la demanda total e Y el ingreso total que se
deriva del volumen de ocupación.30

Con estos cambios se conforma un nuevo sistema: el Sistema B.

(9’) max GC = PC .F ( N C ) − wN C
NC

s.a. ZC ≤ D

(11) DC = c.Y donde: DC es la demanda de consumo y c la propensión


marginal y media a consumir.
(11.a) 0 < c < 1

En el Sistema B los empresarios determinan el volumen de producción en base a sus expectativas de


ventas. Se supone, además, que los empresarios estiman el monto de la demanda teniendo en cuenta
el comportamiento real de la función consumo.31 Ahora bien, la forma funcional propuesta para el
consumo no sólo impide que la ocupación, como hasta aquí, se eleve al nivel NC* de pleno empleo,
sino que, en rigor, conduce inevitablemente a un estado de ocupación nula, ya que no hay monto
alguno de la producción que pueda ser completamente vendido.

Mientras el sistema A producía siempre pleno empleo el sistema B lleva al extremo al argumento de
Keynes ya que conduce a la producción nula, porque los individuos se niegan a consumir su ingreso
íntegro y, sin embargo, no hay un “material” en el que se pueda canalizar el ahorro “real” –
“material” que, como veremos, en el sistema completo de Keynes no es el dinero-. Los empresarios

30
Para simplificar, a diferencia del planteo de Keynes, se supondrá aquí que la proporción que guarda la
demanda de consumo con el ingreso es constante para cualquier nivel de ingreso, con lo que la propensión
media a consumir es igual a la propensión marginal. Tampoco hace falta considerar distintas propensiones a
consumir de trabajadores y empresarios.
31
En la Teoría general se procede de este modo. Es decir, se supone que las expectativas de los empresarios
se realizan en la práctica. Este es el modo adecuado de proceder en lo que respecta a un sistema de
determinación del nivel de ocupación, por dos motivos. En primer lugar, son esas expectativas, sean exactas o
no, las que motivan la conducta efectiva de los empresarios. En segundo lugar, puede demostrarse que
cualquier equivocación se corregiría en los períodos subsecuentes. Para Keynes, en este terreno, los
empresarios tienen algo así como “expectativas racionales” (!), pues conocen el funcionamiento de las leyes
económicas reflejadas en la función consumo.
incorporan este comportamiento de la demanda en sus decisiones de producción y perciben que
siempre les quedará una parte del producto sin vender, por lo que el único equilibrio se logra con
producción nula. La función consumo (ecuaciones 11 y 11a) evita que se cumpla la ley de Say. Si,
en cambio, se establece un nivel “autónomo” de consumo, independiente del ingreso, la ocupación
se ubicará en el punto en que el valor de la producción se iguale precisamente a ese monto. La
ausencia de un impulso obligado hacia el pleno empleo no se derivó aquí de la ausencia de dinero,
sino de una cualidad atribuida a naturaleza del hombre en lo que respecta a su inclinación hacia el
consumo y el ahorro.32

En términos conceptuales, Keynes plantea precisamente este mismo problema en su capítulo 3: si la


producción estuviera compuesta sólo por bienes de consumo y si se admitiera además que una parte
de los ingresos de los empresarios y obreros no está destinada, por definición, a comprar esos
bienes, nunca podría venderse el producto completo. ¿Cómo puede sortearse este inconveniente?
Para que los empresarios ofrezcan un nivel positivo de producto hay que agregar al sistema una
fuente de demanda adicional para los bienes de consumo, que provenga de afuera de las industrias
que producen directamente esos bienes. O, mejor dicho, que se origine en los ingresos producidos
en otro sector. En el Sistema C introduce a tal efecto una nueva rama de producción.

5. Sistema C: el sector que produce bienes de capital.

Al contar con una función de demanda de bienes de consumo como la descripta por la ecuación 11,
para sostener cualquier volumen de ocupación debe agregarse al sistema la producción y venta de
alguna otra clase de bienes cuya demanda no se comporte del mismo modo. Tanto los empresarios
como los obreros que producen estos nuevos artículos, sin embargo, dedicarán una porción de su
ingreso a consumir los bienes producidos en las industrias de consumo, generándose así una
corriente de demanda adicional para éstos últimos (el “multiplicador”). Keynes, además de analizar

32
La crítica de Keynes a la ley de Say como ya se ha dicho nuevamente, no se apoya ni principal ni
exclusivamente en la concepción del dinero como “almacén de valor”. Más adelante se introducirá al dinero
en el sistema. En un sistema sin dinero, como el Sistema B que se está analizando, simplemente se producirá
un nivel mayor o menor de producto en consonancia con el monto de la demanda. El dinero es, en este
sentido, neutral.
la producción y la demanda de bienes de consumo, estudia las leyes que gobiernan la producción de
nuevos bienes de capital (inversión).33

[L]os empresarios resentirían una pérdida si el aumento total de la ocupación se destinara a


satisfacer la mayor demanda de artículos de consumo inmediato. En consecuencia, para
justificar cualquier cantidad dada de ocupación, debe existir cierto volumen de inversión
que baste para absorber el excedente que arroja la producción total sobre lo que la
comunidad decide consumir cuando la ocupación se encuentra a dicho nivel; porque a
menos de que exista este volumen de inversión, los ingresos de los empresarios serán
menores que los requeridos para inducirlos a ofrecer la cantidad de ocupación de que se
trate. (Keynes 2005: 42; subrayado AK)

La necesaria aparición de un bien no apto para el consumo presente (bienes de inversión) permite
sostener niveles de empleo distintos de cero. De esta manera, los bienes de inversión se producen en
el período corriente generando un ingreso en el presente, parte del cual se destina al consumo. El
resto del ingreso se utiliza para comprar los bienes de inversión recién producidos, es decir, por
definición, se ahorra. Los “servicios” que proporcionan los bienes de capital serán empleados en
períodos futuros.

Se plantea entonces un interrogante: ¿cuál es el volumen de inversión suficiente para “justificar” un


determinado nivel de ocupación? Si se emplea una cantidad NC de hombres para producir bienes de
consumo, de los ingresos generados en esta rama YC, sólo una parte se destinará a la compra de esos
bienes de consumo.34 En la otra rama, la que fabrica bienes de inversión, debe producirse por un
monto tal que la porción destinada al consumo del precio de oferta ZI sea igual al remanente de

33
Para que todos los bienes de capital cuenten como nueva inversión, debe suponerse –como hace Hicks en
“Mr. Keynes…”- que “puede despreciarse la amortización, de forma que el output de bienes de capital
corresponde por entero a nueva inversión” (Hicks 1985: 144).
34
La producción de bienes de consumo guarda una relación proporcional determinada con la producción de
bienes de capital. Esta es precisamente la misma idea que desarrolla Marx a lo largo de la sección tercera del
segundo tomo de El Capital, mediante sus famosos esquemas de la reproducción. Sin embargo, aunque en
ambos casos se enfatiza la necesaria relación de proporcionalidad entre la producción de medios de
producción y la producción de medios de consumo, las diferencias que separan ambos enfoques son
concluyentes. Señalamos una de las principales: en el sistema de Keynes la relación viene dada por la ley
psicológica que rige las decisiones de consumo, mientras que en el desarrollo de Marx se analiza la
composición técnica de la producción con el propósito de responder la siguiente pregunta: “¿cómo se repone
a base del producto anual el valor del capital absorbido por la producción y cómo se entrelaza el movimiento
de esta reposición con el consumo de la plusvalía por los capitalistas y el del salarios por los obreros?” (Marx
1987: 351).
(valor de) los bienes de consumo que quedan sin vender.35 Esta es la condición para que exista
equilibrio entre la oferta agregada y la demanda agregada y es lo mismo que decir que el producto
íntegro de la rama que produce bienes de consumo tiene que ser igual a la suma del monto de la
demanda de consumo originado en el ingreso que proviene de ambas industrias. Es decir,

(1 − c)
(12) ZI = ZC donde: ZI es el precio de la oferta de los bienes de inversión.
c

La obligada relación de proporcionalidad entre las dos ramas debe cumplirse siempre; y se la
conoce con el nombre de multiplicador. Como la propensión marginal a consumir es menor que la
unidad, el valor total los bienes de consumo producidos será siempre mayor que el valor total de los
bienes de inversión. Es por eso que un incremento en la producción de bienes de inversión da lugar
a un incremento de la oferta aún mayor en la industria de bienes de consumo. Puede decirse, pues,
que en el Sistema C, con dos sectores productivos, es el nivel de ZI el que gobierna el nivel que
alcanzará el empleo en ambas industrias, ya que por sí sola la producción de ZC tiende a reducirse a
cero debido a la forma de la propensión a consumir. Para obtener el nivel de producción y empleo
de equilibrio deben examinarse entonces los determinantes del nivel de producción en la industria
de bienes de inversión.

En el Sistema C supondremos que tanto la determinación del empleo y el producto como los precios
de los productos de inversión se rigen por las mismas leyes señaladas para los bienes de consumo
(ecuaciones 1 a 7). Para simplificar, se considerará que ambas industrias tienen el mismo salario
nominal (ecuación 2). La maximización de las ganancias de los empresarios de las industrias de
inversión, está representada por

(13) max GI = PI .F ( N I ) − wN I
NI

35
Malthus había planteado una solución similar para la limitación a la producción ocasionada por la falta de
demanda. Sostenía –esquemáticamente- que el total de la producción no podía ser consumida por los
capitalistas y obreros involucrados en su fabricación. Los capitalistas –sostenía- tienen una tendencia a la
frugalidad que los lleva a consumir menos de lo que ganan, mientras los trabajadores reciben un salario
cercano a los límites de la subsistencia física, por lo que su consumo no basta para comprar la producción
incrementada. De este modo, la ocupación sólo puede crecer a condición de que exista una clase de hombres
que consume sin límite sin producir absolutamente nada: la nobleza, la curia, etc. (Malthus 1890). En
términos de este sistema, si un grupo de individuos recibiera siempre una porción del ingreso equivalente a (1
– c) y lo destinara al consumo, no habría límites para incrementar la ocupación. La propensión a consumir de
la clase improductiva sería, pues, igual a uno y su ingreso debería provenir (vía contribuciones, subsidios o
transferencia directa) del ingreso de los productores.
Al igual que en la producción de bienes de consumo, en el sector productor de bienes inversión los
empresarios cuentan siempre con incentivos para incrementar la producción, en tanto las ganancias
en términos de producto crecen, mientras los salarios medidos en bienes de inversión se reducen
(como indica el gráfico Nº1). El límite a la expansión está nuevamente dado por la ecuación 10, ya
que los incrementos en la producción de equipo “impulsan” el empleo en la industria de bienes de
consumo, lo que ocasiona un incremento progresivo en los precios de los bienes de consumo
(ecuación 4), reduciendo los salarios reales hasta alcanzar el tope mínimo aceptado por los
trabajadores, según su desutilidad que le asignan a su actividad.

Pueden analizarse ahora las características del Sistema C. En primer lugar, el único equilibrio
“estable” del sistema es nuevamente el de pleno empleo, es decir, se verifica la ley de Say –al igual
que en el primer Sistema A-, en tanto los empresarios cuentan con alicientes para incrementar la
ocupación en las industrias de bienes de inversión hasta agotar la oferta de mano de obra. El límite a
la expansión lo impone nuevamente el nivel del salario nominal en términos de bienes de consumo.
En lo que respecta a la teoría de los precios, tenemos que la relación de precios entre las mercancías
se iguala al cociente entre las productividades de ambas industrias:

PI f '( N C )
(14) = donde: PI es el precio del bien de inversión y g(NI) su
PC g '( N I )
función de producción

El precio (relativo) de cada bien es proporcional a sus costos marginales de trabajo, es decir, a la
inversa de la productividad, que refleja las cantidades marginales de trabajo necesarias para
producir cada uno de los bienes.36 Las leyes referidas a la distribución, por su parte, tampoco sufren
transformaciones al agregar a la industria que produce bienes de inversión.

36
En sus dos trabajos pioneros, Hicks y Modigliani reconocen que ésta es la teoría keynesiana de la
formación de los precios. Hicks señala que “el nivel de precios de los bienes de consumo = su costo marginal
= w (dNy/dy)” (1937: 148; trad. AK), donde w es el salario nominal per cápita y y=fy(Ny) la función de
producción de bienes de consumo con el nivel de empleo como único insumo. Con esta expresión de Hicks
sostiene que el costo marginal es igual a la cantidad adicional de trabajo requerida para producir una unidad
adicional del bien de consumo. Modigiliani la generaliza a todos los bienes, utilizando la ecuación “W =
X’(N)P” donde P es el nivel de precios, W el salario nominal y X=X(N) la función de producción agregada
(1944: 46).
En el Sistema C, además, la condición de equilibrio en el mercado de bienes puede expresarse como
una igualdad entre el ahorro S y la inversión. Por definición, la producción de bienes de inversión es
igual al remanente de ingreso que no se dedica al consumo, S=Y - ZC.

(15) ZI + ZC = C + S donde: S representa al nivel agregado de ahorro.

Las especificaciones introducidas en el Sistema C han reestablecido la ley de Say: dada la técnica y
el stock disponible de capital, toda la mano de obra deseosa de trabajar será empleada. Pero la
reimplantación de la ley de Say responde nuevamente a una omisión: la función que represente a la
demanda de bienes de inversión. Al no tener en cuenta el comportamiento particular de la demanda
de equipos de inversión, se ha supuesto implícitamente que los empresarios actúan como si
cualquier monto producido de nuevos equipos de capital fuera a ser absorbido por la demanda. De
esta manera, estarán siempre dispuestos a ampliar la producción de equipo, impulsando también la
producción de bienes de consumo sin más límite que la mano de obra lista para emplearse.

Sin embargo, Keynes sostiene que tal como ocurre en las industrias de bienes de consumo (ver
ecuación 9’), los empresarios de las industrias de bienes de inversión toman sus decisiones de
producción en base a sus estimaciones sobre las ventas futuras. La importancia de la demanda de
bienes de inversión no puede exagerarse, pues la parte consumida del ingreso que se deriva de la
producción de bienes de inversión debe siempre “llenar la brecha” que deja el poder de compra
proveniente de los productores de bienes de consumo. Se convierte así en el factor clave para la
determinación del nivel de ocupación y producción equilibrio. En siguiente apartado se analizará el
Sistema D donde se introduce la hipótesis keynesiana acerca de la forma de la demanda de bienes
capital. Así, nuevamente la ley de Say será quebrantada.

Los resultados alcanzados en el Sistema C pueden sintetizarse de este modo: para Keynes, la
inversión es activa –independiente del nivel de ingreso-, el consumo es pasivo –es una proporción
dada del ingreso- y el ahorro es un residuo –se fija una vez que se ha determinado el volumen de
producción.
6. Sistema D: demanda de bienes de inversión y tasa de interés.

¿Cómo se comporta la demanda de bienes de inversión? En primer lugar, su determinación es


esencialmente distinta a la que se propuso para la demanda de bienes de consumo. De hecho, si la
demanda de inversión fuera también una proporción fija del ingreso corriente, el desempeño del
sistema pasaría a depender de la magnitud agregada de la propensión marginal a consumir y a
invertir. Si esta suma fuera menor que la unidad, el sistema sólo reposaría en un punto de ingreso
nulo, mientras que si fuera igual a la unidad se cumpliría nuevamente la ley de Say. Pero la
demanda de bienes de capital no depende del nivel de producción e ingreso.

Los bienes de inversión son equipos de capital, es decir, bienes durables cuyos servicios se emplean
en sucesivos procesos productivos. Mientras se supone que la producción íntegra de los bienes de
consumo se destina a su venta y consumo corrientes, la cualidad saliente de los bienes de inversión
es que su “consumo” (productivo) se prolonga a lo largo de su vida útil. Transcurre siempre un
determinado lapso de tiempo entre el momento en el que se produce un bien de capital, cuando se
eroga su “precio de la oferta” o precio de costo y el período durante el cual se obtienen ingresos por
la venta de sus servicios o productos (netos de costos de operaciones), es decir, cuando se obtienen
los montos que en conjunto representan su “precio de la demanda”. Como los equipos de capital
tienen una determinada vida útil, la demanda presente dependerá de las estimaciones sobre el monto
de las ventas de sus servicios a lo largo de todo ese período. Pero existe una determinación
adicional que afecta la conducta de los empresarios cuando calculan la demanda de los bienes de
equipo, con el propósito de determinar el volumen de producción y empleo.

Keynes sostiene que, a diferencia de los bienes de consumo, el precio de costo y el precio de venta
de los servicios de los bienes de capital no tienden a coincidir. Esta diferencia aparece debido a la
presencia en el sistema de un último elemento a considerar: la tasa de interés –que ahora se
introduce superficialmente, dejando su estudio para el próximo apartado-. Como la tasa de interés
representa la posibilidad de obtener una “ganancia” por sobre el monto originalmente invertido, el
propietario de un bien de capital durable también exigirá un plus a lo largo de su vida útil, un
rendimiento que se encuentre por encima de su costo de producción: “la relación entre el
rendimiento probable de un bien de capital y su precio de oferta o reposición, es decir, la que hay
entre el rendimiento probable de una unidad más de esa clase de capital y el costo de producirla, nos
da la eficiencia marginal del capital de esa clase” (Keynes 2005: 123).
El precio de oferta de los bienes de consumo es igual (en equilibrio) a su precio de la demanda
(siguiendo la teoría marshalliana y keynesiana del precio normal). Keynes explica que no es esto lo
que sucede en el caso de los bienes de capital “[s]i Qr es el rendimiento probable de un activo en el
tiempo r, y dr es el valor presente de £1 al plazo de r años a la tasa corriente de interés, ΣQrdr es el
precio de la demanda de la inversión; y esta se llevará hasta que ΣQrdr sea igual al precio de oferta
de la inversión […]. Si, por el contrario, ΣQrdr es menor que el precio de la oferta, no habrá
inversión del bien considerado” (Keynes 2005: 124). Los empresarios deben incorporar esta
condición dentro de su estimación de la demanda futura cuando se dedican a la producción de
bienes de capital. De esta manera, no estarán dispuestos a producir un equipo de capital excepto que
el precio de la demanda, es decir, el monto agregado de las ventas de los servicios del equipo
productor durante su vida útil se encuentre por encima de su precio de costo, en una proporción
igual a la tasa de interés (compuesta), porque de otro modo no podría venderlo.

La aparición de la tasa de interés en el cálculo del precio de la demanda de los bienes de capital se
involucra de esta manera, siguiendo a Keynes, en la determinación del volumen de producción y
empleo en las industrias de bienes de inversión. En efecto, cuando los empresarios estiman el valor
de la demanda esperada, deben siempre “descontarla” empleando la tasa de interés, obteniendo así
su valor presente. Para simplificar –los resultados no se modifican- supondremos que el bien de
capital (compuesto) tiene una vida útil de un año. Si los empresarios esperan recibir por su venta, al
cabo de un año, el monto Q1, entonces el precio de la demanda al que debe igualarse el precio de
costo no será directamente Q1, sino un monto menor que surge de descontar Q1 aplicando la tasa de
interés. La maximización del beneficio en las industrias de inversión está también condicionada por
la demanda esperada, pero en este caso se trata de la demanda futura por los servicios de los bienes
de capital, que debe ser descontada utilizando la tasa de interés:

(13’) max GI = PI .F ( N I ) − wN I donde: i es la tasa de interés


NI

Q1
s.a. PI ≤
(1 + i )

La naturaleza de la demanda de los bienes de capital introduce fuertes cambios en las propiedades
del sistema. El precio de costo de los bienes de capital PI, es decir, el precio al que se vende el
equipo a quién lo compra en el período corriente depende, como hasta ahora, de su costo marginal,
y es proporcional a la cantidad (marginal) de trabajo empleada en su producción. Pero el precio de
venta de los servicios de los bienes de capital (el monto de Q1 sin someterlo a descuento) diferirá
siempre de su precio de costo en una proporción equivalente a la tasa de interés (Keynes 2005:
185). No es, sin embargo, el productor del equipo el que se apropiará de esa diferencia, sino el que
lo compra en el período corriente para vender sus servicios a lo largo del tiempo a un precio mayor;
se trata de una subclase dentro de los empresarios a la que Keynes denomina “rentistas”. La clase
empresarial se desdobla, según Keynes, entre el grupo compuesto por los que producen los bienes
de capital y el grupo compuesto por quienes los compran con el propósito de explotarlos a cambio
de una (cuasi) renta.

w
(16) Q1 = PI (1+ i) ⇒ Q1 = (1 + i ) donde: Q1 es el precio de venta de los
g '( N I )
servicios de los bienes de capital.

De este modo, el precio de venta de los servicios de los bienes capital excede siempre a su precio de
costo. ¿Cómo puede alcanzarse este resultado en el marco de la teoría de los precios hasta aquí
expuesta? Para que esto ocurra, la producción de bienes de capital debe encontrarse siempre
restringida, ya que en ese caso el precio de venta no se reduce hasta alcanzar el precio de costo. Es
por eso que, según Keynes, el precio de venta de los servicios que prestan equipos de capital es un
precio de escasez.

En pocas palabras: para Keynes por el uso de los equipos de capital se paga un precio de escasez.
Esta definición no es, en realidad, una creación de Keynes; se trata de una aplicación particular de la
explicación de Marshall, quien en los Principios se refiere al valor de escasez cada vez que la
producción de un determinado artículo no puede ampliarse hasta reducir el precio de demanda hasta
alcanzar al precio de oferta (costo). En condiciones normales, cuando el precio de la demanda
excede al precio de la oferta, se presenta una ganancia extraordinaria que tiende a desaparecer a
medida que se eleva la cantidad ofrecida: “cuando la cantidad producida es tal que el precio de
demanda es mayor que el de oferta, los vendedores reciben más que suficiente para que les resulte
provechoso lanzar bienes al mercado en aquella cantidad, y entra en juego una fuerza activa que
tiende a aumentar la cantidad ofrecida en venta” (Marshall 1948: 287). Por un lado, el precio
unitario de la demanda tiende a reducirse cuando aumenta la cantidad y, por el otro, en condiciones
de rendimientos decrecientes, también se elevará el precio de costo unitario. Pero el propio Marshall
reconoce que este ajuste no tiene lugar cuando, debido a alguna circunstancia particular, la cantidad
ofrecida no puede incrementarse; en ese caso, el precio de costo se mantendrá siempre por debajo
del precio de la demanda, resultando en un valor de escasez.37

Para Marshall, sin embargo, el valor de escasez superior al costo sólo puede mantenerse de forma
permanente en el caso de los servicios de la tierra; pero en el caso de los bienes cuya cantidad puede
incrementarse a través de procesos industriales tiene un carácter transitorio. Es por eso que los
bienes de capital no presentan, según Marshall, un valor de escasez ya que todo incremento
circunstancial del precio de venta desencadena un incremento en la cantidad producida que tiende a
igualarlo al precio de costo: “Un aumento repentino de prosperidad puede hacer, realmente, que el
stock existente de instrumentos de producción en cualquier industria produzca durante algún tiempo
una renta muy elevada. Pero las cosas que pueden multiplicarse sin límites no están en condiciones
de conservar durante mucho tiempo un valor de escasez” (Marshall 1948: 564).

Keynes, por su parte, toma prestada la explicación de Marshall y la emplea para referirse al precio
de venta de los servicios de los bienes de capital, convirtiendo al valor de escasez en una condición
normal de su producción. Esta es, además, la explicación sobre el origen de una clase particular de
“rendimiento” –asimilable, en realidad, a una “renta”- para sus propietarios:

Es mucho mejor hablar de que el capital da un rendimiento mientras dura, como excedente
sobre su costo original, que decir que es productivo; pues la única razón por la cual un bien
ofrece probabilidades de rendimiento mientas dura, teniendo sus servicios un valor total
mayor que su precio de oferta inicial, se debe a que es escaso; y sigue siéndolo por la
competencia de la tasa de interés del dinero. Si el capital se vuelve menos escaso, el
excedente de rendimiento disminuirá, si que se haya hecho menos productivo- al menos en
sentido físico-. (Keynes 2005: 183)

37
En el caso de la producción agrícola, el valor de escasez surge mientras se va extendiendo la apropiación
privada de la tierra (Marshall 1948: 357, 537). También la mano de obra con cierto grado de calificación
puede mantener un valor de escasez, que tiende a desaparecer a medida que la difunde la educación y el
progreso (Marshall 1948: 566). En la producción industrial en general, para Marshall, la libre competencia
tiende a eliminar el valor de escasez, aun de los bienes de capital, llevando el precio al nivel equivalente a los
costos de producción: “el desarrollo del medio ambiente industrial, si bien tiende en conjunto a aumentar el
valor de la tierra, disminuye muchas veces el valor de la maquinaria […]. Un aumento repentino de
prosperidad puede hacer, realmente, que el stock existente de instrumentos de producción en cualquier
industria produzca durante algún tiempo una renta muy elevada. Pero las cosas que pueden multiplicarse sin
límites no están en condiciones de conservar durante mucho tiempo un valor de escasez” (Marshall 1948:
564).
La teoría del precio de escasez que explica el precio de venta de los servicios de los bienes de
capital es característica de Keynes y lo aleja de la tradición clásica y también de la marginalista.
Para el marginalismo (aun en la versión de Marshall) el capital es productivo en términos físicos, al
igual que el trabajo.38 Para Keynes, en cambio, el capital no puede considerarse un factor de la
producción. De este modo, se remueve uno de los pilares teóricos de la escuela marginalista. El
origen del excedente en el precio de venta de los servicios que prestan los equipos de capital
proviene del límite que existe en su propia oferta y no de su productividad, es decir que no
provienen del hecho de que agreguen valor o materia adicional al producto.39

Deben estudiarse ahora las causas que, según Keynes, motivan la restricción de la producción de
bienes de capital que hace que sus servicios alcancen siempre un precio de escasez superior al costo
de producción del equipo. La presencia de escasez significa que existe una restricción en la
producción en relación con la demanda total esperada. Su origen está en que el precio de venta de
los servicios brindados por los bienes de capital debe superar al costo de modo que su eficiencia
marginal se mantenga tan alta como la tasa de interés. Esto quiere decir que una parte del monto
esperado para la demanda dirigida a los servicios de los bienes de capital (lo que justifica su
producción), se destinará a pagar un monto adicional sobre los costos de producción, un
rendimiento llamado eficiencia marginal. Keynes sostiene que “se producirán de nuevo aquellos
bienes cuyo precio de oferta normal sea menor que el de demanda, y aquellos bienes serán los que
tengan una eficiencia marginal mayor (sobre la base de su precio de oferta normal) que la tasa de
interés […]. Cuando no haya bien alguno cuya eficacia marginal alcance a la tasa de interés, se
suspenderá la producción de bienes de capital.” (Keynes 2005: 195). Como se ve, esta condición se
introduce en la maximización de beneficios en las industrias de inversión, lo que afecta al volumen
de la producción y ocupación corrientes, pues significa que en todos los casos, si el precio de la

38
En la obra de Marshall, como se dijo, el precio normal de todo bien se iguala a su costo de producción. Esos
costos de producción pueden reducirse hasta encontrar los “costos reales” de todo producto que, en última
instancia, están compuestos por el trabajo y la “espera” involucrada en las inversiones de capital: “Los
esfuerzos de todas las diferentes clases de trabajo que tienen directa o indirectamente una participación en la
producción, en unión de las esperas requeridas para ahorrar el capital utilizado en ella, todos esos esfuerzos y
sacrificios se denominarán su coste real de producción. Las sumas de dinero que tienen que pagarse por estos
esfuerzos y sacrificios se denominará coste monetario de producción, o, para abreviar, sus gastos de
producción; son las sumas que han de pagarse para obtener una cantidad adecuada de oferta de los esfuerzos y
esperas que son requeridos para producir cierta mercancía; o, en otras palabras, son su precio de oferta […].
Sus gastos de producción, al producirse una cantidad determinada, son, pues, los de las cantidades
correspondientes, o precios de oferta, de los factores de producción; y la suma de éstos es el precio de oferta
de dicha cantidad de la mercancía.” (Marshall 1948: 292-3).
39
Los orígenes de la teoría de la productividad como fuente de la ganancia pueden rastrearse en el
pensamiento económico moderno hasta llegar a los tiempos de Say, Malthus, Senior o Carey. Sin embargo, la
versión marginalista es la que alcanzó mayor relevancia, a través de la obra de Wickstead y Clark (cfr. Böhm-
Bawerk 1947: 132 y ss.).
demanda futura esperada tiene una determinada magnitud, la producción no crecerá hasta que el
precio de costo alcance ese total, sino un monto menor: la demanda total esperada descontada a la
tasa de interés (ecuación 13’). De esta forma, por la venta de los equipos de capital producidos en el
período actual se obtiene el equivalente a su precio de costo –proporcional al tiempo marginal de
trabajo- (se verifica la ecuación 12), pero su cantidad está limitada y, por tanto, en el futuro, sus
servicios podrán venderse un precio siempre superior al costo original (según la ecuación 16).

El modo en el que opera la restricción en la producción corriente de equipos de capital, es decir, en


la inversión, está representado en el Gráfico Nº3. Las empresas de bienes de capital deben estimar
las ventas futuras esperadas de los servicios de los equipos de capital para decidir sobre esa base el
nivel de producción y ocupación. Supóngase que esperan ventas en el futuro por un monto Q1* para
el cual se requiere contratar una cantidad de trabajadores NI* que arroja –a través del multiplicador-
un nivel total de empleo corriente equivalente a la plena ocupación. Sin embargo, como muestra el
Gráfico Nº3, la maximización de beneficios considera a ese ingreso esperado por las ventas
descontándolo según la tasa de interés, es decir, un monto de ventas menor. Esta restricción en la
maximización lleva a que la producción sea menor que aquel máximo, ya que significa que el
producto marginal se iguale ahora al salario nominal dividido por ese precio de venta esperado
descontado a la tasa de interés corriente. Así, la ocupación en las industrias de inversión se reduce
con respecto al nivel máximo y, por la acción del multiplicador, otro tanto ocurre con las industrias
de consumo. El nivel de ocupación total de equilibrio será menor que el óptimo.

Gráfico Nº3. Producción de bienes de capital.

XI

w
(1+i)
Q1
w *
Q1 f '(NI)

0 NI
NI NI*
¿Cuáles son los efectos sobre los precios de esta reducción en la cantidad de bienes de equipo
producidos corrientemente? La menor cantidad producida significa una mayor productividad
marginal del trabajo y, por tanto, un costo en términos de trabajo menor. Por su parte, los salarios
reales crecen porque se reduce también la producción en las industrias de consumo y, por tanto, se
reduce el precio de los bienes salario, pero esto se debe exclusivamente a que el nivel de empleo es
menor. Aun así se cumple la ley de determinación de los precios en lo que respecta a los bienes que
se producen y venden en el período corriente. La novedad es que en cada período hay disponible
una determinada cantidad de bienes de equipo provenientes de períodos anteriores cuyos servicios
se venderán a un precio superior a sus costos de producción originales, debido a su escasez, del
mismo modo que la tierra que se emplea en la producción y cuya cantidad no puede multiplicarse se
vende también a un precio de escasez. Keynes se refiere a esta determinación de los precios:

Por eso simpatizo con la doctrina preclásica de que todo es producido por el trabajo,
ayudado por lo que acostumbraba llamarse arte y ahora se llama técnica, por los recursos
naturales libres o que cuestan una renta, según su escasez o abundancia, y por los resultados
del trabajo pasado, incorporado en los bienes que también tienen un precio de acuerdo con
su escasez o con su abundancia. Es preferible considerar al trabajo, incluyendo, por
supuesto, los servicios personales del empresario y sus colaboradores, como el único factor
de la producción que opera dentro un determinado ambiente de técnica, recursos naturales,
equipo de producción y demanda efectiva. (Keynes 2005: 183)

En el Sistema D, por tanto, los equipos de producción se dividen dos clases: los nuevos equipos que
se producen corrientemente –inversión- que se venden a su precio de costo, por un lado, y aquellos
que provienen del pasado –incluidos en el stock de capital- que pueden utilizarse en los procesos
productivos corrientes y cuyos servicios se venden a un precio superior a la cantidad de trabajo que
su producción insumió. Antes se había supuesto que la producción de los bienes de capital y de
consumo no requería el uso de recursos naturales ni de equipo de producción. El Sistema D, en
cambio, los incluye en los procesos productivos y, según lo dicho, por ambos se paga un precio de
escasez superior al costo de producción (que para los recursos naturales es nulo). El pago no puede
salir de otra fuente que de la ganancia tal y como se ha calculado hasta aquí, como un “excedente”
sobre el costo de trabajo. De manera que el total de la ganancia corriente se reparte entre los
productores y los propietarios de los equipos de capital y de la tierra.
¿Qué ocurre con la ley de Say? En el Sistema D no existe una tendencia automática que empuje a la
producción hasta el nivel correspondiente a la plena ocupación. En primer lugar, la producción
depende de la demanda esperada de los bienes de capital estimada por los empresarios, que puede
hacerla coincidir o no con el pleno empleo.40 Más aun, la demanda de bienes de capital, de la que
depende la producción de esos bienes pero también la producción de bienes de consumo y, por
tanto, la producción en su conjunto, estará siempre específicamente restringida por la presencia de
la tasa de interés. La tasa de interés, como puede verse, limita la producción de los bienes de capital
–los hace escasos-, eleva el precio de venta de sus servicios en el futuro por encima de sus costos de
trabajo y, por último, restringe la producción y el empleo.

Desde el punto de vista de la teoría de los precios, sólo en el caso en que la eficiencia marginal se
reduzca a cero, se cumplirá de forma completa la proporcionalidad entre las cantidades (marginales)
de trabajo y los precios, “vendiéndose los productos del capital a un precio proporcionado al
trabajo, etc., incorporados en ellos; de acuerdo precisamente con los mismo principios que rigen los
precios de los artículos de consumo que tienen costos insignificantes por concepto de capital”
(Keynes 2005: 188). En ese caso, PI = Q1 y, por tanto, el precio de venta es igual a los costos de
trabajo.41

Con este agregado el sistema de Keynes se aleja aún más de las la tradición clásica y también de la
marginalista, en varios aspectos. En lo que respecta a la teoría de la distribución, el salario real se
iguala a la productividad marginal del trabajo porque es éste el único factor productivo genuino. Sin
embargo, la desutildad marginal del trabajo no juega ningún papel en la fijación del salario, excepto
cuando la ocupación llega al máximo. De hecho, si el nivel de empleo resulta ser menor al de plena
ocupación –por deficiencias en la demanda - habrá desempleo involuntario y este exceso de oferta
no ejercerá presión para que se reduzcan el salario o los precios. En lo que respecta al capital, no
puede decirse que se trate de un genuino factor de la producción en tanto que, por sí mismo, no
realiza ningún “aporte” al producto en términos físicos o de valor. La diferencia entre su precio de
costo y el precio de venta de sus servicios en el futuro (su rendimiento) proviene de la limitación en

40
En el capítulo 12 de la Teoría General, Keynes sostiene que las bases sobre las cuales se realizan esas
estimaciones son extremadamente débiles.
41
Estrictamente, “esto no querría decir que el uso de instrumentos de capital no costase casi nada, sino sólo
que su rendimiento habría de cubrir poco más que su agotamiento por desgaste y obsolescencia, más cierto
margine para cubrir el riesgo y el ejercicio de la habilidad y el juicio. En resumen, el rendimiento global de
los bienes durables cubriría justamente, como en el caso de los de corta duración, los costos de trabajo de la
producción más un margen para el riesgo y el costo de la habilidad y la supervisión” (Keynes 2005: 309).
su producción: esa diferencia es igual a la tasa de interés ya que el capital “es escaso; y sigue
siéndolo por la competencia de la tasa de interés del dinero” (Keynes 2005: 183).

Podría decirse entonces que la teoría de los precios de Keynes es una teoría de los costos de
producción “aumentada” por la presencia de la tasa de interés en el caso de los bienes de capital ya
existentes. Por fuera de la tradición marginalista, Keynes tampoco considera que el ahorro (o la
“espera” o “abstinencia”) representen un sacrificio que da lugar a una retribución equivalente a la
tasa de interés. La sociedad ahorra una parte de su ingreso debido a la ley psicológica que rige
consumo presente y, además, porque existen ciertas necesidades fechadas en el futuro (Keynes
2005: 185 y ss.).42

En el Sistema D existen, en realidad, tres clases distintas de productos: los bienes que se destinan al
consumo corriente, los bienes de capital que se producen hoy para destinarse al consumo productivo
futuro y los bienes de capital producidos en el pasado cuyos servicios de venden a un precio de
escasez. La producción de bienes de consumo descansa sobre las estimaciones de la demanda
corriente en tanto la producción de los nuevos bienes de capital responde a las estimaciones de la
demanda futura de sus servicios. Los bienes de consumo y de capital producidos en el período
corriente se venden a un precio proporcional al tiempo de trabajo, mientras que al precio de venta
de los servicios que brindan los equipos se añade, como si se tratara de un costo, la eficiencia
marginal del capital igual a tasa de interés.

Desde el punto de vista de la división de la sociedad en clases, el análisis realizado lleva a sostener
que, además de los empresarios (productores de bienes de consumo y bienes de capital) y los
trabajadores, aparezca una clase a la que Keynes denomina “rentista”.43 Se tarta de los capitalistas
no productivos, es decir, los propietarios de los bienes de capital producidos en el pasado,
comprados originalmente a un precio proporcional a su costo en trabajo pero cuyos servicios
pueden venderse a un monto superior debido a su escasez. Keynes sostiene que la tasa de interés
añadida al precio confiere “el poder opresivo del capitalista para explotar el valor de escasez del

42
Esta concepción difiere sustancialmente de la teoría de la ganancia por la espera o la abstinencia formulada
originalmente por Senior y adoptada luego por Marshall, entre otros.
43
Estas ideas tienen una larga trayectoria en la obra de Keynes. En trabajos anteriores, tan tempranos como el
Breve tratado sobre la reforma monetaria aparecido originalmente en 1923, se había percatado de la
importancia de la separación de la clase capitalista en dos subgrupos, los empresarios y los inversionistas, un
hecho histórico con consecuencias teóricas: “A comienzos del XX dividieron a las clases propietarias en dos
grupos –los ‘hombres de negocio’ y los ‘inversionistas’…” (Keynes 1996: 28). Los inversionistas son ahora
los rentistas, propietarios de los equipos de capital producidos en el pasado. El enfoque contiene, de forma
subyacente, una caracterización sobre la anatomía de las clases sociales en el mundo capitalista moderno.
capital. Hoy el interés no recompensa ningún sacrificio genuino como tampoco lo hace la renta de la
tierra. El propietario del capital puede obtener interés porque aquél escasea, lo mismo que el dueño
de la tierra puede percibir renta debido a que su provisión es limitada; pero mientras posiblemente
haya razones intrínsecas para la escasez de tierra, no las hay para la de capital” (Keynes 2005: 309).
La rentabilidad aparece porque los bienes de capital se venden por encima de su costo (trabajo).

Para que desaparezca ese componente adicional que incrementa el precio de los servicios que
brindan los bienes de capital, debe desaparecer la posibilidad alternativa de acumular riqueza
obteniendo un rendimiento, es decir, colocándola a interés. Para completar la teoría de Keynes hay
que considerar, pues, sus teorías del interés y del dinero.

7. Sistema E: dinero y tasa de interés.

Según lo estudiado en el Sistema D, puede decirse que la cualidad distintiva del dinero no se
relaciona con sus tradicionales funciones como medio de pago o como patrón de precios (esta
última desempeñada por el salario nominal exógeno, la unidad salario) sino por la capacidad del
dinero de arrojar una tasa de interés. El capítulo 17 de la Teoría general, dedicado al estudio de las
cualidades esenciales del dinero, comienza con esta observación: “Parece ser, pues, que la tasa
monetaria de interés juega un papel peculiar en la fijación de un límite al volumen de ocupación,
desde el momento que marca el nivel que debe alcanzar la eficiencia marginal de un bien de capital
durable para que se vuelva a producir. Que esto debería ser así resulta de los más confuso a primera
vista. Es natural tratar de averiguar en dónde reside la peculiaridad del dinero que lo distingue de
los otros bienes […]. Hasta que hayamos contestado estas preguntas no estará claro el significado
completo de nuestra teoría.” (Keynes 2005: 191).

Mientras la escuela clásica y la marginalista habían enfatizado la importancia del dinero como
patrón de precios o como medio de cambio, la función fundamental que desempeña el dinero en la
teoría de Keynes es, en cambio, la de arrojar una tasa de interés. Es por esta propiedad que el dinero
se involucra en la determinación del nivel de producción de los bienes de capital, elevando su precio
de venta y, de este modo, en la determinación general del nivel de empleo.

¿Por qué se paga una tasa de interés a cambio de la entrega de dinero? ¿Qué lo distingue del resto
de los bienes durables, también capaces de “conservar valor”? Analizando la compleja explicación
que ofrece Keynes puede llegarse a la siguiente exposición sintética: desempeña el papel de
“dinero” un bien durable con dos particularidades: i. su elasticidad de producción es nula (o muy
reducida) y ii. su elasticidad de sustitución es nula (o cercana a cero). El bien que tenga estas dos
cualidades (o que sean más intensas que en los restantes bienes) será considerado “líquido” y, por
tanto, “dinero”. En palabras de Keynes: “el objeto de su deseo (es decir, el dinero) es algo que no
puede producirse y cuya demanda no puede sofocarse con facilidad.” (Keynes 2005: 201). Aun si
este bien no es utilizado como patrón de los precios ni como medio de circulación, tendrá un papel
equivalente al del dinero e impondrá, por tanto, un límite a la producción de bienes de capital,
limitando así la producción en su conjunto.

La primera cualidad implica que la cantidad de dinero M debe ser considera exógena, pues el dinero
es un bien que no puede producirse.44 De esa cantidad total de dinero disponible, una porción,
determinada por el volumen de la producción, es requerida para realizar las transacciones. El nivel
de producción, empleo e ingreso se fija según los determinantes que ya se analizaron. La demanda
de dinero como medio de circulación, empleada para realizar las transacciones representa, según
Keynes, una proporción más o menos fija del ingreso:

Y
(17) L1 (Y ) = donde: L1 es la demanda de dinero para transacciones y V
V
la velocidad ingreso del dinero, una constante.

Pero si la cantidad total de dinero M excede los requisitos de la circulación L1, la cantidad
“sobrante” se vuelca a una actividad que Keynes denomina especulación. Ese dinero es, por decir
así, dinero ocioso y que no circula ya que no se lo emplea para las operaciones de compra-venta, es
tesoro (“horad”). El excedente de efectivo líquido atesorado necesariamente queda en manos del
público y esta porción la que determina la tasa de interés que, de este modo, se convierte en “el
‘precio’ que equilibra el deseo de conservar la riqueza en forma de efectivo, con la cantidad
disponible de este último” (Keynes 2005: 147). El dinero atesorado cambia de manos pero la
comunidad considerada como un todo no puede deshacerse de él. Los que no desean conservar
efectivo pueden desprenderse de él a cambio de un documento (Keynes los denomina
genéricamente “deudas” de distintos plazos). Así, la “preferencia por la liquidez” –el deseo de
conservar efectivo- en conjunto con la cantidad de efectivo disponible para especulación, establecen
la tasa de interés del dinero.

44
En realidad, según Keynes, “una elasticidad de cero es condición más estricta de la que necesariamente se
requiere” (Keynes 2005: 201n). La cantidad de dinero fiduciario es, para los privados, absolutamente
imposible de multiplicar.
(18) L2(i) = M – L1 donde: L2 es la demanda especulativa de dinero.

Esto significa que las demandas de dinero para transacciones y para especulación terminarán
siempre agotando la cantidad total de dinero (exógena), a través del ajuste en la tasa de interés (y
sus repercusiones sobre la inversión y los precios):

[E]s muy semejante a la proposición que armoniza la libertad de todo individuo para hacer
variar, cuando lo cree conveniente, la cantidad de dinero que conserva, con la necesidad de
que el volumen total de dinero formado por la suma de los saldos individuales iguale
exactamente el monto de efectivo que el sistema bancario ha creado. En este último caso, la
igualdad se produce por el hecho de que el volumen de dinero que la gente decide conservar
no es independiente de sus ingresos o de los precios de las cosas (primordialmente valores)
cuya compra es la disyuntiva natural de la conservación de dinero. De este modo, los
ingresos, lo mismo que los precios, necesariamente cambian hasta que el monto de las
sumas totales de dinero que los individuos deciden guardar en el nuevo nivel de ingresos y
precios así logrado, llega a ser igual a la suma de dinero creada por el sistema bancario. Ésta
es, en verdad, la proposición fundamental de la teoría monetaria. (Keynes 2005: 86)

Queda así establecido otro punto de ruptura con respecto a la concepción clásica y a la marginalista
del dinero y de la tasa de interés. La tasa de interés es considerada por Keynes como una
recompensa por privarse de efectivo líquido (de liquidez) y no como una retribución por el presunto
sacrificio que implica posponer el consumo. La tasa de interés se convierte así en un fenómeno
puramente monetario.45

Puede ensayarse ahora reconstrucción del argumento completo de Keynes a la que llamaremos
Sistema E. La existencia de un “bien” que posee las cualidades del dinero (líquido) hace aparecer a
la tasa de interés, que se introduce en la determinación del precio de venta de los servicios de los

45
Keynes también descarta de este modo la distinción de Wicksell –que había abrazado, hasta cierto punto, en
su Treatise on Money (Keynes 1935: 197)- entre tasa de interés natural asociada a la productividad física del
capital y la tasa de interés de mercado establecida según las condiciones del crédito. Y se aleja también de la
separación marshalliana, análoga, entre la tasa de interés de largo plazo (normal) y otra de corto plazo
(circunstancial) (crf. Modigliani 1944: 76 y ss.). En un célebre articulo de 1937, Keynes debe advertir otra vez
sobre la tajante diferencia entre la explicación de la tasa de interés (y, por tanto, del dinero) que se ofrece en la
Teoría general y la vieja doctrina de los fondos prestables: la tasa de interés no es el “precio” que equilibra el
ahorro con la inversión pero tampoco el que reconcilia la disponibilidad de crédito bancario con su demanda.
Además, ambas teorías son en definitiva equiparables (Crf. Keynes 1937: 244).
bienes de capital. Los servicios de los equipos de capital se encarecen en relación a los restantes
bienes y, por tanto, la producción de bienes de capital se detiene antes de haber agotado la oferta
potencial. La producción de bienes de capital debe guardar una relación determinada con la de
bienes de consumo –multiplicador- lo que conduce también a una reducción de esta última.

El dinero, por tanto, ya no es neutral. Los cambios exógenos en su cantidad pueden afectar a la tasa
de interés incrementando o reduciendo la producción presente de bienes de equipo y de consumo y,
por tanto, el nivel de empleo. Al igual que en el anterior Sistema D, en el Sistema E la ley de Say no
se cumple, porque la producción depende de la demanda esperada de equipos de capital que se
encuentra además limitada por su competencia de la tasa de interés.

El Sistema D sintetiza el sistema económico que ofrece la Teoría General en el que el dinero tiene
la función de ser tesoro y la tasa de interés se involucra en las decisiones de producción pero no es
lo mismo que el rendimiento de los equipos de capital. De esta manera, se alcanza el equilibrio con
desempleo.

8. Comentarios finales.

Una vez revisadas las teorías de Keynes sobre los precios, los salarios y las ganancias, puede
ensayarse una sucinta comparación con las concepciones de las principales escuelas de
pensamiento. En primer lugar, puede afirmarse que las explicaciones de Keynes no coinciden con la
matriz neoclásica o marginalista. Su teoría del precio, a diferencia de la de Jevons, Menger y Walras
se apoya en los costos de producción y no en la utilidad marginal.46 Sin embargo, no se trata de una
teoría pura de los costos de producción, porque aunque el trabajo es el único factor productivo, los

46
Walras creía que este era precisamente el punto crucial que distinguía a los clásicos y a los nuevos
marginalistas. Sostiene en los Elementos: “Jevons reconoció, en la segunda edición de su Theory of Political
Economy, algo de lo que no se había percatado en la primera; a saber, que si el Final Degree of Utility
determina el precio de los productos, debe determinar también, por la misma razón, el de los servicios
productivos, es decir, la renta, los salarios y el interés, porque en régimen de libre competencia los precios de
venta de los productos y el coste de los servicios utilizados en su obtención tienden a igualarse. Y Jevons
afirmó claramente en mayo de 1879, al final del prefacio a su segunda edición en tres páginas muy curiosas,
que debería invertirse totalmente la fórmula de la escuela inglesa, al menos la de la escuela de Ricardo y
Mill, porque los precios de los servicios productivos vienen determinados por los de sus productos, y no al
revés […]los economistas austriacos, que habían llegado espontáneamente a la concepción del Grenznutzen
en su teoría del valor y del intercambio, introdujeron esta idea como consecuencia lógica en la teoría de la
producción, estableciendo entre el valor del Produkte y el de la Produktivmittel exactamente la misma
relación que yo había establecido entre el valor de los productos y el valor de las materias primas y los
servicios productivos” (1987: 135)
costos están formados fundamentalmente por el trabajo. Como Keynes supone que el trabajo se
aplica con una productividad decreciente, el valor de cada producto está dado por la cantidad de
trabajo marginalmente empleada en su producción. Si se supusieran rendimientos constantes y no
decrecientes, el precio sería proporcional al trabajo empleado en término medio, acercándose así a
la formulación clásica. Esta es la ley que fija los precios de los bienes de consumo y del equipo de
capital.

En el caso de los servicios que prestan los bienes de capital al trabajo se suma como un “costo” la
tasa de interés, pero esto no se debe a que el capital sea en sí productivo, sino a que el dinero arroja
un rendimiento que compite con la producción del equipo durable. Si la tasa de interés fuera nula,
como observa Keynes, no se exigiría un rendimiento de a los equipos de capital y todos los precios
serían proporcionales a las cantidades de trabajo. También la teoría del salario se distancia de la
explicación marginalista: la “desutilidad” del trabajo sólo establece el límite máximo del nivel de
ocupación pero no su nivel corriente. Por último, la fuente de la ganancia no es la productividad del
capital ni el sacrificio de la espera (la “preferencia” en el tiempo).

Aunque ciertos rasgos de esta explicación son asimilables con la teoría clásica, las concepciones del
dinero, del salario, de la ganancia y de la tasa de interés contenidas en la Teoría general se alejan
definidamente de la tradición ricardiana.

En cuanto a su relación con la teoría de Marx, aunque Keynes explica el valor en base a la cantidad
de trabajo empleada, las teorías del dinero y de la ganancia reposan sobre bases completamente
distintas.47 Más allá de las abismales diferencias metodológicas, para Marx el precio no es
simplemente una magnitud proporcional al tiempo de trabajo. La génesis del dinero, por su parte, en
El Capital, se desprende de la naturaleza misma de la mercancía y, por mencionar solo una
diferencia adicional, hay que consignar que Marx consigue explicar el nacimiento de la plusvalía sin
contradecir la ley del valor, mientras que Keynes concibe al rendimiento del capital como un monto
“adicional” que se añade al tiempo de trabajo.

El papel que ocupa la ley de Say dentro del sistema de Keynes ha sido uno de los aspectos más
debatidos por sus herederos y detractores. Sobre la base del análisis precedente puede llegarse así a
la siguiente conclusión. El dispositivo que introduce Keynes en su sistema para quebrantar la ley de
Say no está relacionado –como se sostiene habitualmente-, de manera directa, con la capacidad que

47
Crf. con Marx (1987)
tiene el dinero, cuando funciona como tesoro (“almacén de valor”) para interrumpir el circuito de la
circulación de las mercancías. El dispositivo es otro. La ley de Say no se cumple en el Sistema E
porque existen restricciones en la demanda de bienes que son incorporadas en las decisiones de
producción de los empresarios. La importancia del dinero –su capacidad de producir “diferencias
reales”- se apoya en que las variaciones en la cantidad de dinero en relación a su demanda
especulativa (como tesoro) afectan la tasa de interés y, a través de la tasa de interés, se modifica la
demanda de bienes de capital. La demanda esperada de bienes de capital es tenida en cuenta por los
capitalistas a la hora de decidir el nivel corriente de la ocupación en esa industria y, a través del
multiplicador, también en la industria de bienes de consumo. Indudablemente, Keynes alcanza su
objetivo: ofrecer una explicación alternativa sobre salario, precio y ganancia, compatible con una
teoría que admite el equilibrio económico de corto plazo con un volumen de producción inferior al
de plena ocupación. No puede decirse lo mismo de los sistemas clásico y neoclásico.

Cabe aquí una última aclaración. En este artículo se ha omitido ofrecer un juicio crítico acerca de
las explicaciones de Keynes. Las opiniones del autor se han vertido en un trabajo anterior (Kicillof
2007) en el marco de una investigación de mayor alcance dirigida a dilucidar algunas de las
conclusiones que en este artículo se exponen sólo de forma sintética.
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