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Universidad Tecnológica de Pereira

Facultad de Bellas Artes y Humanidades


Maestría en Literatura
Seminario de autores – narrativa
Presentado al doctor César Valencia Solanilla
Presentado por Juan Camilo Restrepo Narváez

Impresión informal de la clase

Como graduado de filosofía, o mejor dicho, todavía novato en los estudios literarios, fueron
varias las cosas que me llamaron poderosamente la atención. Como lo indica el título, el
recuento de dichas percepciones las realizaré sin mayores miramientos, más como una
charla informal que otra cosa, aprovechando la gracia concedida por el profesor para
‘saltarnos’ las algunas veces sosas formalidades académicas. En general, luego de recibir
una propedéutica hacia lo que es la narrativa como un todo, este seminario de autores
significó para mí una aproximación más integral a un hecho particular de la literatura como
es la novela histórica, así como a la misma centrada en Bolívar como ‘motivo’ literario. En
este pequeño texto, comentaré algunas de ellas, de tal manera que se pueda formar una
imagen más o menos completa de mi opinión de lo visto en el curso.

En primer lugar, me gustaría hablar de lo que podemos llamar la ‘reevaluación’ de lo que


pensaba sobre la novela histórica. Antes de mi encuentro con la literatura sobre Bolívar, o
incluso de pensar en la novela histórica como concepto, ya había leído algunas de estas
últimas; eso sí, a manera de distracción, sin hacer de ellas un objeto de análisis. Si se puede
contar con ellas como expositoras del género, había leído con mucho agrado Una luz
apacible de Louis de Wohl, una novela biográfica de Santo Tomás de Aquino escrita por
encargo del papa Pio XII, así como Shogun, de James Clavell, que narra, con nombres
cambiados, la estadía del capitán inglés William Adams en la corte del shogun Ieyasu
Tokugawa, durante el período Edo del Imperio del Japón.
Cuando leí estas novelas, centré mi atención en los detalles que me ayudaran a entender la
vida de sus protagonistas (basados en personajes reales), así como el contexto histórico a
partir del cual fueron escritas. Podría decirse que lo que buscaba en estos textos literarios
era una instrucción histórica, pero alejado lo más que se pudiera del esquematismo de los
libros de historia. Pese a que siempre he sido un amante de la crónica historiográfica,
particularmente de Plutarco, de Bainville y Maurois, a veces prefería el placer estético que
produce una novela bien escrita (y para mí, aún no conocedor, la buena escritura se reduce,
en su mayor parte, al placer que produce la obra) a la instrucción que pudiera recibir de un
historiador dedicado. Así, pues, buscaba conocer, pero conocer a partir del deleite artístico.

La novela histórica era para mí, en aquellos tiempos, un género por medio del cual se
‘estetizaba’ la historia, de tal manera que esta resultara agradable. No estaba muy alejada,
para mí, por esta razón, de la novela didáctica, así como tampoco de la novela moral, pues
su finalidad no era el arte por sí mismo, sino la finalidad extrínseca de llevar una enseñanza
(en este caso, de ciertos hechos históricos). Cuando comencé, sin embargo, a leer las
novelas que estaban dentro del contenido del presente curso, así como también a atender a
las lecturas que el profesor y mis compañeros hacían de cada una de ellas, pude
reconsiderar mi concepto de ‘novela histórica’. Me di cuenta de varias cosas, entre la cuales
puedo mencionar: que la novela histórica no tiene porqué reducirse al recuento de hechos
históricos, sea de hechos generales o particulares, sino que su sustrato, la historia, puede
venir de varias maneras: alusiones, contextos, personajes o guiños. La risa del cuervo, de
Álvaro Miranda, es un ejemplo. Aunque Bolívar no aparece como un personaje per se, las
continuas alusiones a su figura, a través de imágenes como la del cuervo y los cadáveres, lo
hacen presente a cada instante ante la consciencia del lector.

Así mismo, la novela histórica se vio en este curso desembarazada de los cánones y de los
esquemas de la historiografía. El ideal de esta ciencia es la precisión, la sincronía y la que
ellos, sus cultivadores, llaman ‘verdad histórica’; en cambio, esta nueva visión de la novela
histórica que me legó el curso la muestra tan plástica como las demás artes, a la vez que
naciente de los fenómenos históricos y sus diferentes aristas. No es literatura en su estado
más simple, como pura invención del capricho, del sentimiento y del intelecto humano;
pero tampoco es un recuento frío de acontecimientos. La novela histórica apareció ante mí
a caballo entre ambas cosas, pero sin pertenecer plenamente a ninguna: ni quimera ni
mímesis. Ella es, en este sentido, una amalgama, un syntheke, como llamaba Aristóteles a
los seres complejos.

En segundo lugar, a partir de esta reevaluación del concepto de novela histórica, pude ver
que la operación del pensamiento es mucho más amplia de lo que puede parecer a primera
vista. A partir de la proliferación del método positivo, las ciencias humanas se vieron en la
penosa necesidad de falsear sus procedimientos en virtud de presentar mecanismos que
pudieran ser validados por el quehacer de la ciencia empírica normal. De esta manera, el
arte literario y la historia, dos parias en sus propios dominios, vagaban a tientas en el campo
de batalla de la ciencia, donde esta trataba de imponer su hegemonía sobre todo
pensamiento. La historia, así, por un lado, se limitaba a contar los hechos sin que la
subjetividad de sus investigadores se inmiscuyera (al menos, eso era lo que se enseñaba en
las academias inglesas, alemanas y francesas del siglo XIX); mientras la literatura, por otro
lado, se quedaba en el reino de la fantasía, de la poesis unidimensional, pues no se
consideraba que pudiera haber en ella verdadera objetividad.

Pese a esta posición inicial, el estudio que se realizó de las novelas propuestas para la clase
se dio para una lectura filosófica, en un sentido amplio, de los fenómenos que en ellos se
plasmaban. Aunque el General en su laberinto de Gabriel García Márquez y La ceniza del
libertador trataban ‘materialmente’ del mismo asunto, el último viaje fluvial de Simón
Bolívar, las reflexiones en torno a ella mostraban facetas distintas de este hecho histórico y
de este personaje, a la vez que se daban para muy diferentes reflexiones (sin negar que
había, por supuesto, muchos puntos en común). Si en la primera obra, el Bolívar borracho
por la enfermedad y el infortunio, a veces tenía accesos de pensador helenístico, con
pomposas palabras y rebuscadas oraciones, en la segunda parecía un marinero más,
disgustado con la vida y con la muerte, profiriendo una grosería cada tres proposiciones. Si
en la primera novela se percibía un cierto aire de dignidad y grandiosidad del libertador, en
la segunda podíamos ver un Bolívar más humano, más cercano a la indigencia de sus
acompañantes, como si despreciara su destino y envidiara el de los más sencillos.

Así, vemos que la vocación de la literatura es también crítica, y que en tándem con la
historia puede ayudar a esta segunda a llegar a su fin. El historiador, más que contar una
historia estática, intenta aportar de su propia investigación a la dinámica de la vida humana
puesta en el tiempo. De esta manera, es también un creador, un artesano de aquel registro
del espíritu humano que toma cuerpo en el arte. La novela histórica, así considerada, le da
una voz inusitada a la historia, a la vez que otorga un mayor alcance a la literatura. Cuando
esta plastifica los motivos pétreos de la ciencia historiográfica, nace la crítica como una
actitud de renovación de los hechos pasados, a la vez que como una creación
completamente novedosa. Si la literatura crea formas nuevas y la historia presenta la
materia pasada, la novela histórica recrea dicha materia en figuras novedosas, todo a partir
de un juicio racional del quehacer artístico y del recordar.

En tercer lugar, concomitante a este segundo ítem, podemos encontrar los modos en que no
solo la literatura ha tomado motivos en la crítica histórica, sino que también la historia se
ha transformado en literatura. Ya desde Aristóteles en su Poética, la historia era vista como
una más de las formas de la poesía, tanto así que la religiosidad griega antigua le concedía
una Musa, deidades femeninas de las artes, a la historia (en este caso, Clío, a quienes los
antiguos cronistas invocaban antes de comenzar sus narraciones). A los ojos del Estagirita,
aunque la historia se acercaba a la episteme, al conocimiento seguro, todavía se afincaba en
la teofanía, en la inspiración de los dioses que hace del poeta prácticamente un profeta. Este
modo de pensar, no obstante la popularidad que la filosofía del arte de corte aristotélico
tuvo durante la Edad Media, se vio menguado después del renacimiento humanista de la
Italia del siglo XIV, donde comenzó el intento, como se dijo, de imponer métodos más
rígidos a la historia, en pro de obtener una mayor seguridad de los relatos del pasado.

Este destierro de la subjetividad se vio elevado a su cénit en el siglo XIX, con las escuelas
historiográficas de Francia y Alemania, que tienen como a su gran expositor a Fustel de
Coulanges y a Leopold von Ranke, que buscaban en la historia una ciencia pura, haciendo
críticas cada vez más cerradas sobre las fuentes, los modos de redacción y la asepsia
ideológica. La historia, sin embargo, ya a final de siglo, gracias al romanticismo, con
representantes como Augustin Thierry y Jules Michelet, se replanteó sus métodos y volvió
a sus raíces poéticas, considerándose ahora al sujeto que conoce el pasado como un
constructor activo del conocimiento que tenemos del mismo, y en este sentido no rechazan
el uso de un lenguaje elevado, fino y estilizado.
Así, pienso que un curso sobre novela histórica, que abraza lo científico de la historia con el
arte literario, enriquece enormemente la formación del futuro maestro de las letras (si se me
permite hablar de un título que suena un poco grandilocuente). No se puede olvidar, y creo
que eso quedó muy claro en el decurso del seminario, que el medio de expresión de la
historia es y siempre ha sido la literatura, y que la elección de tal vehículo no ha sido
accidental. El historiador es un artista que toma en su paleta de los colores que le ofrece el
pasado, vertido este en toda clase de vestigios pluriformes, y los plasma en el lienzo de la
ciencia, que se expande como una trama interminable donde el hombre trata de
comprenderse a sí mismo. Aunque esta ciencia como factum sea objetiva, es innegable que
su resorte original, su causa primera, fue la subjetividad de la humanidad, que no solamente
sirvió en la génesis de los acontecimientos históricos, sino también en su modo de ser
contados. Ambas cosas, historiografía y novela histórica tienen tanto de ciencia como de
arte, solamente que quizá cada una de ella tiende más a un lado o a otro. Nada más.

En cuarto lugar, ahora alejándonos un poco del quid de la clase y acercándonos un poco
más al modo de darse de la misma, encontré mucho valor en algo que varios compañeros
resaltaron en el decurso de los días: el grandioso beneficio de la lectura comparada. Una
cosa particular del pregrado en filosofía que ofrece nuestra Universidad Tecnológica de
Pereira es que la mayor parte de los cursos están centrados en autores y no en problemas de
la filosofía. Cuando vemos el pensum, hallamos cátedras como Kant, Nietzsche, Heidegger,
Hegel, Platón y Aristóteles. Estas, por supuesto, están orientadas a dar una comprensión
general del pensamiento de cada uno de estos filósofos, ahondando un poco más, la mayor
parte de las veces, en el campo del conocimiento preferido por el profesor orientador.
Incluso los demás cursos que se supone que, al menos por el nombre, deberían verse desde
el punto de vista de un dominio filosófico determinado y no desde un solo autor, terminan
siendo un seminario centrado en una sola figura, reitero, la mayoría de las ocasiones (pues
no me es lícito generalizar absolutamente). Así, por ejemplo, la cátedra de Racionalismo
termina siendo única y exclusivamente sobre Descartes, no yendo más allá del Discurso del
Método y las Meditaciones metafísicas. Igualmente, Filosofía antigua termina siendo
Aristóteles o Platón (según sea el docente que la dicte) y Filosofía contemporánea fue para
muchos Cioran, y para otros, en el mejor de los casos, Sartre.
Cuando no sucedía esto, la clase se limitaba a una historia de la filosofía desde el punto de
vista de la época histórica que enmarcaba el tema del curso (como Filosofía medieval) o a
partir del tema. Esto, sin embargo, no permitía que el mismo tema, en el mismo tiempo, se
viera desde distintos puntos de vista y se realizará, a partir del contenido de la clase, una
verdadera confrontación del pensamiento de los autores. Por ejemplo, trayendo de nuevo el
curso de ‘filosofía medieval’, se comenzaba con los problemas ontológico-morales de San
Agustín para luego dar un salto a la Logica ingredientibus de Pedro Abelardo. No había allí
una ‘unidad de medida’ para confrontar distintas concepciones. Esto fue muy diferente en
esta cátedra de narrativa, debido a que tomamos un mismo tema como centro, la figura de
Bolívar en la literatura, y la analizamos desde las perspectivas de distintas novelas, de
varios autores y en épocas diferentes. Esto enriqueció nuestro conocimiento con respecto a
Simón Bolívar, a la vez que ayudó a depurar en nuestras mentes la imagen que de él, de la
causa independentista y de la nación teníamos.

Finalmente, en un quinto lugar, en consecuencia del punto anterior, creo que lo que más me
benefició del curso, fue la desmitificación de la figura de aquel ‘héroe’ nacional que fue
Simón Bolívar. Desde que comencé mis estudios en derechos hace casi diez años (los
cuales, nunca terminé, valga la aclaración), siempre me sentí en conflicto con el Libertador.
Mientras que mis maestros, acérrimos demócratas, al menos desde sus discursos, trataban
de glorificar al caraqueño en prácticamente todas las circunstancias de sus cátedras,
romantizando sus hechos y su influencia en el génesis de nuestro país, yo leía por otras
partes sobre la aberrante forma en que se llevó la gesta independentista, con los pobres
sufrientes y la posterior caída de la nación en manos de la oligarquía criolla (que aún hoy
en día dominan nuestra economía, así como nuestra política).

Este curso me dejó ver los aciertos, así como los yerros de mi opinión de Bolívar. Por una
parte, particularmente con las lecturas de García Márquez y Cruz Kronfly, pude reconocer
que todo poder corrompe, y que muchas veces las acciones de los hombres reconocidos
como grandes no dependen solamente de ellos, sino que se ven muchas veces arrastrados
por el poderoso cauce de las circunstancias. Así mismo, pude vislumbrar que Bolívar era un
hombre más, que sufría también el peso de su ‘grandeza’, y que pese a que ante mis ojos
seguía siendo un tirano, la misma condición tiránica ya es penosa y merecedora de hondo
pesar. Por otra parte, con la lectura de Rosero y Sañudo, que podría bien tomarse como una
sola, pude ver que, en efecto, Bolívar fue el resultado de un deseo de la burguesía de
alcanzar su hegemonía, aprovechando la coyuntura del régimen imperial, de carácter
monárquico. Así, pude ver la brutalidad de las tropas lideradas por el venezolano y darme
cuenta que mi percepción original era cierta: que esta nación nació por el egoísmo, la
ambición, el robo, la usurpación, la mentira y la masacre.

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