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TODOS SOMOS POLICÍAS

Por el doctor Roberto Pineda Castillo.

Como un homenaje a nuestro eximio Policiólogo y


Maestro de policía doctor Roberto Pineda Castillo,
transcribimos una de sus páginas más recordadas
sobre la función de policía. Es uno de los
cofundadores de nuestra Academia.

La Constitución Nacional faculta a cualquier persona para aprehender al sorprendido


en flagrante delito. Dicha disposición deja al descubierto caminos generalmente no
trillados por los estudiosos del Derecho Público. Uno de ellos conduce, punto
menos, a que todos somos policías.

Si cualquier particular puede compartir con la autoridad e irresistible ímpetu de no


dejar escapar al ladrón o al asesino, surge claro que la función policial es con natural
a todos habitantes. Lo ha sido en todos los tiempos y lugares. Actualmente, la
nominación de ciudadano lleva implícito el deber de acomodarse al orden
establecido y la obligación de acusar a quienes de hecho lo perturben gravemente.
Las más de las veces, el no hacerlo configura por sí solo un delito. No es necesario,
por consiguiente, pertenecer a un conjunto selecto de guardias civiles para aducir la
condición de custodio de las leyes. Todos debemos ser sus guardianes por el solo
hecho de gozar del favor de ellas. No es el caso de despejar, en ese momento, la
responsabilidad del habitante que, pudiendo evitarlo, deja escapar a la persona
sorprendida en el momento de cometer un delito. La salida puede estar en que la
Constitución no hace imperativa la aprehensión. Si la menciona es únicamente para
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desvanecer la falsa creencia de que solamente los funcionarios policiales pueden


aprehender a los delincuentes y oponerse a la comisión de delitos.

En los Códigos regionales de policía, vigentes entre nosotros por más de una
centuria, expedidos a raíz de nuestra independencia del soberano español, se
mencionaba a la población en general como fuerza regular de protección de las
leyes de la República. Se decía que los alcaldes podían convocar y comprometer a
los habitantes en la defensa de las autoridades amenazadas. En situaciones de
apremio e intranquilidad reinantes, la ciudadanía podía proveer a su propia
seguridad, con armas o sin ellas. En general, los habitantes del campo y de las
poblaciones estaban obligados, según esos Códigos, bajo penas de multa y arresto,
a oponerse individualmente a la comisión de delitos y a reducir por propia iniciativa a
toda maquinación contra el orden público. La proliferación de cuerpos regulares de
fuerza pública local y, últimamente, la aparición y funcionamiento de organismos
nacionales de seguridad pública, no impide seguir considerando a los vecinos como
policías en potencia. Solo que esta participación fluye ahora por los causes más
sofisticados de las Juntas de Acción Comunal, la Defensa Civil, los socorristas, la
Cruz Roja y otras organizaciones venidas de lejos y que en nuestro natural social,
apenas en vía de desarrollo, convierte bien pronto en asociaciones para – policiales
en un esfuerzo para compensar el escaso número de policías profesionales en un
país cuyos moradores se multiplican a montones.

Vayamos ahora a los casos de justificación del hecho que figuran en el Código
Penal. Repásese el aparte dedicado a la necesidad de proteger un derecho propio o
“ajeno”, o aquel otro donde se habla de la necesidad de defenderse o defender a
“otro” de una agresión injusta. Reléase lo que se dice a favor del que se opone a
que su domicilio sea hollado. Son casos estos en que se reconoce la acción de la
persona particular a la misma altura del policía estatal. Ciertamente, la ley no solo
justifica la propia defensa sino que nos compele a todos a la protección de los otros.
No es raro, por lo demás, que el funcionario de vigilancia acuda al transeúnte
desprevenido en solicitud de auxilio para llevar a un herido al hospital, o para
transmitir una noticia que no puede hacer llegar por sí mismo a su jefe. El Código
Nacional de Policía establece que en casos de urgencia los funcionarios pueden
exigir la cooperación de los particulares y que, con ocasión de esos casos, a la
policía le es dado utilizar, tomándolos a la fuerza, si fuere necesario, vehículos,
alimentos y drogas (art. 33). Para el buen ciudadano están por demás los apremios
legales. Imperativos de conciencia, de ética ciudadana y de solidaridad humana le
impiden por lo común, al viandante, presenciar impávido el atropello del débil por el
fuerte o el desconocimiento, agresivo o mañoso, de algunas de las libertades de que
goza toda persona. Espontáneamente los más de los transeúntes le prestan a los
niños extraviados un apoyo cuasipaternal. Sentimientos de compasión y
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generosidad hacen que los peatones se acerquen a los cegatos o casi ciegos en
busca de guiarles en las calles. Se asume igual conducta con cualquier otro inválido
o enfermo. He ahí lo que la gente educada hace y lo que, como funcionario, también
debe hacer el policía de línea. El uniforme no asegura nada de esto, de no bullir en
el representante de la autoridad un sentimiento de servicio a los demás.

De acuerdo con alguna doctrina constitucional, los deberes de las autoridades de


policía se comunican al hombre raso. Tal vez resultaría más propio decir que es el
ciudadano común el que cede al funcionario determinados quehaceres denominados
hoy de policía, cesión que no puede considerarse como irremisible porque jamás el
particular puede desentenderse por completo de esas obligaciones, ni le es lícito al
funcionario pretender ejercerlas por encima de la voluntad expresada en la ley. Esta
enseñanza viene de atrás. Hace parte del patrimonio cultural de nuestra nación.
Nos la inculcaron, en buena hora, los organizadores de nuestro Estado de Derecho.
“Los policías, en una sociedad libre, como las demás autoridades, son agentes del
pueblo y deben servir a ese pueblo (John F. Kennedy)”.

“Si por elección o por nombramiento se obtiene una posición del gobierno, el
mandato procede en último término de los colombianos. Es una distinción que no
debe levantar de cascos. Esa peste de los funcionarios vanidosos y agresivos que
creen que el público les debe respetar sus demoras, el maltrato, sus arbitrariedades
pequeñas o grandes, tiene que ser extinguida del gobierno y de la simple
administración. Para el servicio civil se requiere no solo competencia, sino buena
voluntad y mayor atención. Es la única manera de educar a la vez al pueblo a ver en
su autoridad, un apoyo, un consejero, un amistoso agente de la comunidad,
encargado de resolver conflicto y no de crearlos. Cuando mejoren las relaciones de
la autoridad con las gentes del pueblo por ese proceso de comprensión y mutuo
respeto, la misión de gobernar y proteger a todos será mucho más grata”. (Lleras
Camargo Alberto).

Las agrupaciones formadas por funcionarios de policía y personas particulares y no


tan solo los cuerpos que representan al gobierno, personifican a cabalidad la mejor
policía de un país. La efectividad de tales conjuntos depende del mayor o menor
grado de civilidad de unos y otros. Se acepta que la policía, así doblada, es la única
capaz de hacer valedera la aspiración de estar presente en todo sitio o paraje en el
momento oportuno para dar el apoyo debido a quienes lo requieran con urgencia.

“Ni la ley ni la tradición han reconocido en la policía inglesa una fuerza distinta del
cuerpo general de ciudadano”. A pesar de la inclusión de muchos deberes ajenos a
los puramente policíacos, impuestos por acción legislativa o administrativa, de hecho
se mantiene el principio de que el policía, a la luz de la ley común, es solo una
persona pagada para ejecutar obligatoriamente actos que si tuviera la inclinación,
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podría haber realizado voluntariamente. En verdad, un policía posee pocos poderes


de que no goza el ciudadano común, y la opinión pública, expresada en el
parlamento y en otras partes, ha demostrado gran recelo contra cualquier intento de
investir de autoridad creciente a la policía. Esta actitud se debe, no a que se
desconfié de la policía como cuerpo, sino a un sentimiento instintivo de que, como
asunto de principio, el funcionario ha de tener el menor número posible de poderes
que no posean las personas de su mismo país, y que su autoridad debe descansar
sobre los fundamentos amplios del consentimiento y de la cooperación activa de
todas las gentes que se adhieran a la ley” (apartes de un informe sobre el sistema
policíaco británico, citado por Hohn Fisher en la Revista de la Policia de Bolivia.
Véase mi libro “La Policía, Doctrina, Historia y Legislación”).

Con ocasión de los graves disturbios ocurridos en Liverpool en el mes de julio de


1981, el señor Barry James envió desde Londres la siguiente información publicada
en el periódico “El Espectador” de Bogotá y designada con el título “En juego, Futuro
de la Policía Británica”.

“Los desarmados policías británicos que mantienen la ley y el orden con poco más
de su autoridad moral, dice el señor James, podían convertirse en algo del pasado
debido a los disturbios de esta semana que han producido cientos de oficiales
heridos”.

“Desde que la violencia urbana y racial se desató en Bristol el año pasado, 540
policías han resultados heridos en incidentes callejeros incluyendo a los 259 de
Liberpool en la semana pasada”.

“Está claro que los policías protegidos con cascos revestidos de corcho y provistos
solamente de bastones y escudos plásticos, no están en condiciones de luchar
contra manifestaciones armadas de ladrillos, barras de hierro y bombas Molotov”.

“El asunto es donde hacer la distinción”.

“El secretario de la asociación de los superintendentes de la policía, John Keyte, dijo


que “una vez que uno se pone agresivo, no hay forma de volver y no queremos ir por
ese camino al menos que no haya otra alternativa”.

“El trabajo policial, que en Gran Bretaña ha sido adelantado siempre sobre el
concepto de un mínimo uso de la fuerza y una máxima confianza en la cooperación
del público, produjo desconcierto cuando la policía uso escudos por primera vez en
marzo de 1977, durante un desfile del grupo neofascista Frente Nacional”.

“Pero se llegó a otra etapa el lunes en Liberpool, cuando la policía se sirvió de gases
lacrimógenos por primera vez en Gran Bretaña”.
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“ El debate nacional puede o tener importancia en otros países, donde la policía usa
en forma rutinaria gases lacrimógenos, balas plásticas, chorros de agua, ataques
con bastones, e inclusive, armas de fuego”.

“Pero los británicos siempre han deseado mantener la callada autoridad de sus
policías como contribución especial a su civilización, aunque este concepto no es
compartido por muchos negros o asiáticos, que a menudo sufren la fuerza policial en
las áreas de mayor crimen, o por el creciente número de blancos desocupados”.

“El asunto ahora es decidir si se debe establecer una fuerza especial contra los
disturbios. Los dirigentes temen que una fuerza paramilitar podría aumentar aún
más la alineación entre los jóvenes y la policía, que según los negros, es la causa de
la tensión dentro de la ciudad”.

“No hay muchas conversaciones sobre la posibilidad de armar a la policía, pero el


comité que investiga los métodos contra los disturbios piensa en el agua, mejores
cascos y otros elementos de protección y más segura defensa”.

“Las preguntas son: ¿Debe permitirse el uso de los gases lacrimógenos? ¿Forzarán
las balas plásticas a los manifestantes a armarse mejor y producir una escalada de
la violencia?”.

“Keyte advirtió que la vigilancia policial siempre se ha efectuado en Gran Bretaña


con el pleno consentimiento del público. Una vez que se convierta en solo fuerza no
se podrá volver a la policía comunal por la que todos abogan”. Hasta aquí la página
del señor James.

¿Qué va a suceder, nos preguntamos, con el obligado descaminar de la nuestra


policía al tener que guerrear en los tiempos que corren?.

En el tomo IX de la Revista de la Policía de Buenos Aires encontramos las siguientes


y muy acertadas palabras sobre los cuerpos de policía:

“La policía es un organismo complejo y múltiple, su dotación humana está


constituida por elementos seleccionados que han salido del mismo conjunto de
habitantes, que forman parte de la población, que son sensibles al amor, al cariño y
a la exaltación comunitaria, igual que los buenos ciudadanos, que tienen conciencia
de su misión de vigilancia, de protección y de consejo, misión de fraternidad, porque
trata precisamente de que ella reine entre todos los miembros de las agrupaciones
sociales que residen en determinado país. Misión de protección de la moral y de los
bienes de los habitantes”.

“La policía no es, no puede en manera alguna ser un cuerpo rígido, munido de
fuerza y de poder, enquistado en el organismo social, metido en la población, pero
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sin formar parte de ella, sin sentirse carne de su misma carne y hálito vital de su
mismo espíritu”.

“No. La policía sale del conjunto ciudadano, tiene su misma alma y ha sido
constituida precisamente en su salud y beneficio. La policía dejaría de ser lo que
debe ser, si desnaturaliza su misión humanitaria y protectora. El que teme a la
policía, el que alberga en su ánimo sentimientos aviesos hacia el vigilante, hacia el
oficial, hacia el comisario; el que rehúsa con la frente en alta y la mirada serena
cuando advierte la presencia de un guardián del orden, no adopta tal aptitud porque
sienta repulsa a la persona del funcionario como tal, porque ni siquiera sabe su
nombre, sino a la autoridad que inviste y a la función que ejerce. La malicia del
antisocial lo alerta contra quien quiera que sea capaz de enrostrarle su mala
conducta o a su incontrolado poder”.

Ejemplo muy elocuente de cómo deben desenvolverse las relaciones de la policía


con los habitantes y estos con la policía, lo propone un oficial desde la Jefatura de
Buenos Aires, al dar respuesta, hace años, al interrogatorio del corresponsal
diplomático de la “International News Service” de Washington. Veámoslo:

“En cada distrito policial de la ciudad que aquí denominamos comisarías (de las que
hay cincuenta) los vecinos han constituido asociaciones para el bienestar de los
agentes y sus familias. Se llaman “Asociaciones Pro - Hogar Policial”. Sus
comisiones directivas se reúnen en el local de las respectivas Estaciones o
Comisarías, y allí se realizan también las asambleas de socios, sin perjuicio que
frecuentemente concurran a conversar con los jefes y oficiales. Esas asociaciones,
aparte de otras formas de ayuda, proporcionan vacaciones anuales pagadas a los
hijos de los agentes. Recientemente se ha inaugurado una “Colonias de
Vacaciones” en las sierras de Córdoba, costeada y sostenida por todas las
asociaciones reunidas, habiéndose proyectado continuar la obra con otros
establecimientos análogos. En esta forma práctica, el vecindario de la sección está
vinculado a “su” comisaría y tiene oportunidad de apreciar y vivir por dentro el
trabajo policial. Practicamos, como se ve, una policía de puertas abiertas. Al cabo
de un tiempo, esos vecinos están identificados con la función policial como los
policías mismos, participando de sus vicisitudes y éxitos como si fueran cosa propia,
que lo es, y son los primeros en sentirse orgullosos cuando oyen que algunos
entusiastas de esta vieja y prestigiosa guardia policial le aplican el calificativo de la
primera del mundo”.

Todo concurre a sostener que la inclinación espontánea del vecindario hacia las
actividades de la policía debe mantenerse a toda costa y que, para lograrlo, se hace
indispensable estimularla por todos los medios a nuestro alcance. Le causan grave
daño al instituto policial los pocos que, desde adentro y con sus procederes
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despóticos y gestos de rechazo, se escudan en su preeminencia autoritaria. Cierto


que, según la frase ya conocida, todos somos policías. Pero la colaboración de los
habitantes a favor de la convivencia pacífica y ordenada y la solidaridad con los
funcionarios, no es algo que se produzca espontáneamente en terreno silvestre o no
abonado. La actitud favorable del habitante con respecto al policía depende de
múltiples factores. En vano serán las exhortaciones solemnes y patrioteras, si por
anticipado no se han creado las condiciones necesarias para que los vecinos y los
representantes de la autoridad policial se reconozcan y entiendan como miembros
de una misma familia. El Jefe de la Policia de Buenos Aires señala una ocurrencia
de buen resultado. Muchas más se han propuesto y se practican hoy con igual éxito
en otros países. Por ejemplo, debería hacerse común entre nosotros que el nuevo
Comandante de una estación de policía, a raíz de su promoción a ese significativo
cargo se presente ante los vecinos, les de cuenta de sus primeros propósitos y les
pida señalar los problemas de policía que pertinazmente afecten la vida del sector.
Atrás deben quedar las simples y banas palabras de etiqueta o cortesía oficial.

Como siempre habrán personas que muestren especial interés por conocer de cerca
el trabajo rutinario de la policía, y aun las hay que quieren ponerlo en práctica,
aunque de modo ocasional, como policías por afición, satisfacer ese deseo en lo
posible, constituye una acertada política para mantener vivas las mejores
vocaciones policiales que se insinúan por fuera del encargo oficial. El deporte
compartido, el integral comités, el intercambio cultural, la celebración conjunta de
efemérides, la cortesía oficial, el valerse de los vecinos mas acuciosos para que
suplan la escases de agentes en casos de grave calamidad o infortunio público u
otros sucesos, el efectuar practicas hombro a hombro con los miembros de las
juntas de la acción comunal, la defensa civil, los bomberos voluntarios y otras
similares, el facilitar algunas dependencias o locales de la estación para la
realización de ceremonias de alcance comunitario, todo esto contribuye a crear lazos
de solidaridad que fomentan y eternizan el entendimiento entre el vecindario y la
policía. Uno más, entre los decisivos, es la presencia de las autoridades policiales
en las escuelas de los barrios populosos y con más razón en los menos
desarrollados. El niño graba la imagen del acucioso funcionario. El ciudadano en
cierne comienza allí a dar forma en su mente a la figura de una autoridad sin ínfulas
y protocolos. Si un comandante de policía es bien o mal acogido en determinado
lugar o población, sin duda se debe a su civilidad en mayor o menor grado.

No puede negarse que las intervenciones de los policías por afición resultan a veces
calamitosas. Pero con respecto a las del policía profesional es igualmente posible
que no todas sus decisiones convenzan. Hacer caso omiso de las fallas o
equivocaciones de una y otra parte y, en cambio, insistir en educar e instruir más a
fondo, a los unos en el mesurado ejercicio de las libertades, y a los otros, en el
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desempeño comprensivo y en ningún caso arbitrario de la autoridad, es lo que debe


hacerse, más si se piensa que, de hecho, todos somos policías. Bien pueden los
habitantes de las ciudades y de los sitios rurales recabar directamente de la policía
para que haga valer su autoridad en incidentes o hechos que afecten el sosiego
público.

En los reglamentos internos se recalca que los Comandantes de Estación o de


Subestación no deben consumir por completo su tiempo en resolver las minucias del
régimen interno. Es de su deber, igualmente, oír las quejas y darle entrada a las
noticias comunicadas por los vecinos. Se advierte que sin esas informaciones, las
personas que regentan tales despachos policiales se mantienen por lo común a
oscuras, obran a tientas y, por contera, llegan tarde a los hechos de desorden.

La promesa que hacen los alumnos de la Escuela General Santander, al recibir el


diploma que los acredita como oficiales del Cuerpo Nacional, tiene entre sus
objetivos satisfacer algunas de las pretensiones y expectativas de la población.
Recordemos aquí que, además de lo ritual, el oficial se obliga solemnemente a velar
por el mantenimiento de la tranquilidad, la seguridad y la salubridad pública, a
impedir que sufra mengua el imperio del derecho, a dar protección al débil, ayudar al
desvalido, educar al niño y servir a todos sin distingo de persona, categoría o clase
social.

La actividad de policía, como ejercicio de gobierno primario, subsiste apenas


maquinalmente cuando los funcionarios obran al margen de la población, esto es,
sin el apoyo significativo de los vecinos. El riesgo de fracaso por esta omisión es
muy elevado, especialmente en el ámbito de lo municipal y lo provincial.

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Tomado del libro “Derecho de Policia”. Doctor Roberto Pineda Castillo. Editorial Plaza & Janés, Editores
Colombia. S.A. Segunda edición, febrero de 2006. Colección biblioteca policial.

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