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La literatura italiana es la producción literaria que se ha desarrollado en idioma italiano, en

latín (latín medieval, humanístico y renacentista), en sicilano (cuya escuela poética tuvo una
notable influencia en el desarrollo del toscano escrito medieval), en toscano (que, con su
variedad florentina, dio a su vez origen al italiano), y, en menor medida, en otros idiomas y
dialectos autóctonos.
Después del florecimiento, en el siglo XIII, de la escuela siciliana y del dolce stil novo toscano,
el italiano llegó a su primera madurez gracias a las grandes creaciones literarias de los
escritores del siglo XIV (Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio),
comenzando a difundirse por toda Italia y el resto de Europa. En el siglo XV y sobre todo en
el XVI, con la internacionalización del Renacimiento, la literatura y el idioma italianos se
propagaron más rápidamente todavía que en el período anterior en todo el mundo occidental.1
En aquella época el idioma italiano (denominación que había terminado por prevalecer,
durante el siglo XVI, sobre cualquier otra) había dejado de identificarse plenamente con el
vulgar florentino2 y, gracias al alto nivel de su literatura, se había ido imponiendo como una de
las grandes lenguas de cultura en la Europa del tiempo.3 Entre el siglo XVI y XVII el italiano,
que en su país de origen ya dominaba en el campo literario, se convirtió también en el idioma
de la enseñanza y de la comunicación escrita.4 Antes de que Italia se constituyera en estado
nacional, el italiano era ya el único idioma administrativo y de cultura con difusión nacional y
monopolizaba la comunicación pública y literaria,5 a pesar de seguir teniendo un carácter
elitista, puesto que solo una pequeña minoría de italianos lo hablaba. En 1861, con la
proclamación del Reino de Italia y la constitución de un mercado cultural único, no solo la
literatura en italiano, idioma oficial del nuevo estado, sino también las literaturas en algunas
lenguas y dialectos autóctonos con tradición literaria recibieron un notable impulso, cuyos
efectos beneficiosos se han prolongado hasta nuestros días.6

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