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Los ambientalistas comenzaron a alertar sobre la deforestación cuando

el actual presidente Jair Bolsonaro fue electo. Gran parte del mensaje
de su campaña estaba a favor de abrir el Amazonas para las empresas,
y, desde que se encuentra en el poder, es lo que ha hecho.
De acuerdo a los datos publicados por INPE a principios de mes, solo
en este verano, la deforestación en Brasil ha sido mayor que en los
últimos tres años juntos.
“En años anteriores, [los incendios forestales] estaban vinculados a la
falta de lluvia, pero, este año ha sido bastante húmedo”, explica Adriane
Muelbert, ecóloga que ha estudiado cómo la deforestación en el
Amazonas desempeña un papel importante en el cambio climático.
Y agrega que “eso nos hace pensar que estos son incendios
impulsados por la deforestación”.
Además de la tala por madera, muchos árboles son talados para plantar
soja o para convertirse en tierras de pastoreo lucrativas. Comúnmente,
se utiliza la quema para despejar el terreno de árboles más
rápidamente. Al igual que los incendios que atormentan a California, la
mayoría comienzan por la acción del ser humano, pero luego se vuelven
incontrolables.
Lovejoy describe un sistema cíclico en el cual la deforestación alimenta
la perdida de bosques, hace que la región se vuelva más seca,
estimulando aún más la deforestación. Gran parte de la lluvia en la
Amazonía es generada por la misma selva, pero, a medida que los
árboles desaparecen, la lluvia merma. Los expertos están preocupados
ya que creen que este espiral descendente podría secar el bosque cada
vez más y llevarlo a un punto sin retorno, donde se va a parecer más a
una sabana que a una selva.
“El Amazonas tiene este punto de inflexión porque genera la mitad de
sus precipitaciones”, señala Lovejoy. Esa es la razón por la que, él cree,
“el Amazonas tiene que ser gestionado como un sistema”.

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