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Bolsonaro y el retorno del fascismo

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Brasil al borde del abismo

Bolsonaro y el retorno del


fascismo
- solo en la web -

Fecha de publicación en línea: Sábado 27 de octubre de


2018

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Bolsonaro y el retorno del fascismo

El fascismo está a las puertas del poder en Brasil, el gigante latinoamericano, la sexta economía mundial. Se trata
pues de una conmoción de alcance internacional y, probablemente, de una inflexión en la historia brasileña y
regional. La dinámica política inaugurada por los resultados del primer turno dio licencia a un gran despliegue de
violencia social y política y presenciamos en estos días una sorprendente explosión de atentados y agresiones a
personas LGTBI, mujeres, pobres, negros y simpatizantes del PT por parte de simpatizantes del candidato del PSL.
Como dijo la socióloga francesa Maud Chirio, especialista en historia brasileña, "asistimos en directo a la
fascistización de Brasil". Al borde del abismo, es necesario discutir sobre el peligro que enfrentamos para
prepararnos para los combates que vienen.

Es preciso mantener el rigor y no usar livianamente el término fascismo. No se trata de un sinónimo para capitalismo
autoritario ni un calificativo apropiado para toda dictadura militar o bonapartismo represivo. En nuestra historia
nacional, podemos recordar esta aplicación abusiva en su uso para definir al peronismo histórico, por parte del
Partido Comunista y de buena parte de la intelectualidad burguesa, como en la más reciente utilización para
caracterizar al proyecto neoliberal (y embrionariamente autoritario) de Macri, por parte de algunos analistas ligeros
de precisiones.

Las clasificaciones y las definiciones en la teoría social tienen siempre un carácter aproximativo, provisorio y una
cierta cuota de arbitrariedad. Ya no podemos pensar, como los padres fundadores del marxismo, que las categorías
de análisis con las que trabajamos (bonapartismo, fascismo, populismo, revolución, clases) están dotadas de
delimitación y precisión científica. Esto no quita que el debate exige rigor y no es trivial, técnico, ni meramente
terminológico. De la caracterización de nuestro enemigo se sigue nuestra política, y en la encrucijada actual se
juega la posibilidad de evitar una derrota histórica de las clases populares (que es mucho más que una derrota
electoral).

El impacto de toda gran conmoción de la lucha de clases siempre ha modelado, en buena medida, los debates
estratégicos subsiguientes de la izquierda a nivel internacional. Es a partir del balance de la experiencia chilena de
la Unidad popular, por caso, que Berlinguer defiende en Italia la necesidad de un compromiso histórico del PCI con
fuerzas de la burguesía, como medio de plantear la cuestión gubernamental de forma duradera (es decir, por medio
de abrumadoras mayorías electorales que solo podrían conquistarse en acuerdos con los sectores progresivos de
los partidos tradicionales). En cierta forma, todos los problemas estratégicos del periodo se presentan ahora
condensadamente en el instante de un peligro: el balance del PT y del ciclo progresista latinoamericano, los rasgos
crecientemente autoritarios del capitalismo en crisis, la posibilidad de emergencia de una nueva izquierda
pos-progresista y el papel del nuevo ciclo de luchas feministas.

El enigma teórico del fascismo

Este ascenso de Bolsonaro impuso explosivamente la discusión sobre la naturaleza del fenómeno ¿Se trata
efectivamente de una forma contemporánea de fascismo? ¿Se puede asimilar a las experiencias de los años 30?
¿Se trata del capítulo latinoamericano de un endurecimiento autoritario global que se evidencia como tendencia de
la reestructuración capitalista en curso? El crecimiento de la extrema derecha en todo el mundo occidental obliga a
ubicar nuevamente en el centro de la discusión marxista el estudio sobre las nuevas derechas radicales. "La historia
del fascismo - afirmaba Mandel- es también la historia del análisis teórico del mismo". Y agregaba:

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Bolsonaro y el retorno del fascismo

De las cenizas de la primera casa del pueblo que incendiaron las bandas fascistas en Italia surgió inevitable
la pregunta: ¿qué es el fascismo? Durante 40 años (hasta el período inmediato a la post-guerra) esta
pregunta fascinó simultáneamente a los principales teóricos del movimiento obrero y la intelectualidad
burguesa. A pesar de que la presión de los acontecimientos históricos y del pasado no aprehendido se ha
relajado en alguna medida en los últimos años, la teoría del fascismo sigue constituyendo un tema
obsesionante para la sociología y la ciencia política (1969).

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Esta obsesión de la teoría social es el reverso de la permanente perplejidad que suscita un fenómeno tan enigmático
como para reunir una política ultra-reaccionaria junto a tópicos provenientes de la izquierda revolucionaria,
autoritarismo y rebelión de masas, una orientación favorable al capital monopolista y altos rasgos de autonomía
estatal, elementos identitarios arcaicos y anti-modernos (la raza, la sangre, la tierra) y un modernismo técnico,
científico e industrial. Llegan a tal punto las características desconcertantes que George L. Mosse, uno de los
grandes historiadores sobre el fascismo de las últimas décadas, lo definió paradójicamente como una "revolución
burguesa anti-burguesa".

A fines de los años veinte, la dirección de la Komintern (Internacional Comunista), ya dominada por Stalin, formuló
una interpretación del fenómeno que retrospectivamente podemos destacar por sus notables limitaciones. Dotada de
una concepción fuertemente economicista, el fascismo no podía ser otra cosa que el instrumento puro y simple de
una dictadura del capital monopolista sobre el conjunto de la sociedad. Con una concepción que suponía la unidad
monolítica entre el Estado y las clases dominantes, la Komintern caracterizó como fascista a cualquier régimen
autoritario de la época (desde el gobierno alemán de Hindenburg, la dictadura polaca de PiBsudski o el régimen de
Primo de Rivera) e, incluso más, a toda corriente política que no se propusiera una ruptura revolucionaria con el
capitalismo. La social-democracia, entonces, no era más que una de las múltiples caras del fascismo
("social-fascismo"). Ciega frente a los peligros que enfrentaba, la Komintern consideró el ascenso del fascismo al
poder como un corto paréntesis que preanunciaba la revolución proletaria ("después de Hitler, nuestro turno").
Pocas veces un error de comprensión (resultado en buena medida de los intereses diplomáticos del Kremlin) tendría
efectos políticos tan devastadores.

Esta perspectiva condujo al Partido Comunista Alemán a la táctica de clase contra clase, que no solo rechazó toda
unidad de acción antifascista sino que convirtió a la socialdemocracia en el enemigo principal, cuando era inminente
el acceso del nazismo al gobierno. Esta incomprensión derivó, en palabras de Trotsky, en la "página más trágica de
la historia moderna": el ascenso de Hitler al poder, con escasa resistencia, en el país con la clase obrera más
grande, mejor organizada, más culta y más politizada de Europa y pieza estratégica fundamental de la extensión
internacional de la revolución (expectativa que se mantuvo inalterable de Marx hasta la III Internacional).

El marxismo sin embargo desarrolló los análisis sobre el fascismo más sofisticados del periodo, a distancia de las
posiciones de la Komintern (los escritos de Guerin, Trotsky, Gramsci, Togliatti, Otto Bauer). Pese a las diferencias,
estos autores presentan rasgos comunes en sus escritos: sitúan el desarrollo del fascismo en el cuadro de la severa
crisis social del capitalismo de entreguerras, en su fase imperialista y declinante, y como respuesta a la presencia de
una amenaza revolucionaria proveniente de la clase obrera, es decir, en el marco de una dinámica de polarización
social y política. Con base en la pequeña burguesía en crisis, el fascismo va a ser un fenómeno político de masas
dotado de cierta autonomía respecto a la gran burguesía, a pesar de que desarrolle una política favorable a sus
intereses. Trotsky lo va a definir como un "sistema particular de Estado basado en la extirpación de todos los
elementos de la democracia proletaria en la sociedad burguesa", una suerte de guerra civil institucionalizada contra
la clase trabajadora y las libertades democráticas. En la definición de Togliatti del fascismo como un "régimen
reaccionario de masas" se plasmó esa gran peculiaridad que lo diferencia de otros movimientos reaccionarios: la
gran movilización de masas que precede a su advenimiento y que asume la forma de una "rebelión plebeya" contras
las "elites". De hecho, el fascismo se autodefinía como una "revolución contra la revolución" (Traverso, 2016).

También hubo ciertos estudios de inspiración marxista que buscaron una intersección entre el análisis
socio-económico y el psicoanálisis, de donde surgieron los textos sobre la personalidad autoritaria de Adorno, o el
análisis del fascismo como inscripción política de los impulsos secundarios (crueldad, rapacidad, lascivia, sadismo,
envidia) de William Reich ("Las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo"). Bien entendidos, estos
últimos análisis tienen sus puntos de interés para aportar a la comprensión de un fenómeno complejo de este tipo.

En las décadas posteriores a la posguerra, se abrió una nueva secuencia de textos en el campo del marxismo
(Poulantzas, Laclau), que buscaron enfatizar la autonomía política y estatal de la experiencia fascista, irreductible a

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cualquier materialismo vulgar. Estos análisis confrontaron principalmente al economicismo de la Komintern, ya sea
en su momento ultra-izquierdista del tercer periodo o en su momento oportunista de los frentes populares posterior
al VII Congreso. Para Poulantzas el fascismo reorganiza el bloque en el poder en beneficio del capital monopolista
por medio de un tipo de Estado que mantiene una autonomía relativa respecto a la fracción del capital cuya
hegemonía establece (2005). En una línea similar, para el joven Laclau althusseriano el fascismo es la consecuencia
de la imposibilidad de incorporación de las "interpelaciones popular-democráticas" al discurso socialista (producto de
su "reduccionismo de clase", incapaz de rearticular demandas nacionalistas, democráticas, provenientes de las
clases medias, etc.) y, a su vez, una forma específica de articulación de estas interpelaciones (2015).

La tradición de análisis del marxismo anti-estalinista sobre el fascismo histórico (y su crítica al instrumentalismo
economicista de la Komintern) es un recurso útil para comprender el fenómeno al que estamos asistiendo, siempre
que evitemos caer en la clásica tentación de las analogías demasiado rápidas.

¿De qué es Bolsonaro el nombre?

Han surgido objeciones a la caracterización de Bolsonaro como fascista, que se concentran en marcar una serie de
diferencias entre éste y los regímenes de Hitler o Mussolini: la ausencia de un partido de masas como el NSDAP
alemán, la inexistencia de bandas paramilitares armadas como las camisas negras italianas o las SA alemanas, la
debilidad del movimiento obrero, incapaz de elevarse como amenaza revolucionaria, o la aceptación del marco
electoral y de la democracia liberal. Se trata de análisis esquemáticos, que cuentan con una definición del fascismo
demasiado restrictiva, estática y que, hasta cierto punto, reproducen la combinación de economicismo e
instrumentalismo que caracterizó a la Komintern.

A partir del explosivo crecimiento de nuevas derechas radicales en Europa, está en curso un debate sobre la
naturaleza de éstas y su relación con el fascismo clásico (Enzo Traverso, 2016, Ugo Palheta, 2018, Jacques
Ranciere, 2015, Michael Lowy, 2014), en un contexto político que ejerce fuertes presiones a la moderación y a la
respetabilidad institucional. En cualquier caso, la cuestión Bolsonaro es más inequívoca y sus simetrías con el
fascismo más directas.

Llamamos neofascismo al fascismo acorde al actual periodo histórico. Muchas de las características de la
entreguerras donde se desarrolló el fascismo histórico no se repetirán. Hoy estamos en un contexto social e
institucional donde adquiere nuevas formas el movimiento de masas reaccionario que pretende institucionalizar
métodos de guerra civil contra la clase trabajadora, la izquierda y las libertades democráticas. Veremos, sobre todo,
que la democracia y la legalidad constitucional seguirán siendo el ropaje exterior de un régimen autoritario. Es
probable también que los medios de coerción dominantes sean las fuerzas represivas regulares y no bandas
paramilitares.

El fascismo actual no se puede asimilar al de los años 30 porque no estamos en aquel periodo. Pero además el
fascismo histórico no se redujo a los modelos de Alemania o Italia. El franquismo español, la dictadura salazarista en
Portugal, el régimen de Vichy en Francia, son también expresiones del mismo fenómeno político de entreguerras, o
parte de su "campo magnético" (Burrin), y no pueden ser asimilados a las experiencias de Alemania o Italia.

Apelar a la imposibilidad de Bolsonaro para instalar un régimen estatal totalitario-corporativo o, incluso, a las
dificultades para estabilizar su eventual gobierno, no quita que el ascenso del candidato del PSL al gobierno es un
gran paso en dirección a una forma de neofascismo. En ninguna de las experiencias históricas, incluso luego de
acceder al poder, se vio emerger un Estado fascista de un día para el otro. Ya convertido en primer ministro,
Mussolini gobernó dentro del marco constitucional durante meses, en coalición con partidos tradicionales (católicos,
nacionalistas, liberales), y dispuso inicialmente solo de cuatro ministros fascistas.

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El fascismo nunca fue implementado de forma abrupta. Hay que pensar el fascismo como dinámica política y, más
bien, hablar de un proceso de fascistización, que atraviesa necesariamente mediaciones, transiciones, saltos y
rupturas. El fascismo no se adopta de un día para el otro porque no es un botón que la burguesía aprieta en
situaciones de crisis 1/. No es nunca un instrumento ni un epifenómeno de las necesidades del capital, sino el
producto de un proceso complejo y relativamente autónomo, donde sedimentan cuestiones ideológicas, dinámicas
políticas e incluso accidentes electorales inesperados.

Otro argumento típico para rechazar la caracterización de Bolsonaro como neofascista es el que reduce el fascismo
a un recurso de las clases dominantes para frenar un ascenso revolucionario en puertas. Y como hoy la clase obrera
está a la defensiva, y es inexistente la amenaza revolucionaria, las clases dominantes no tendrían interés en recurrir
a métodos fascistas. Se trata, nuevamente, de una concepción economicista, instrumentalista y que subestima la
autonomía de los fenómenos políticos. El neofascismo actual responde a la experiencia de los sectores medios y de
la pequeña burguesía durante los gobiernos del PT y a la crisis económica y el deterioro social de los últimos años.
"El antipetismo de los últimos cinco años -afirma Valerio Arcady- es una forma brasilera del anti-izquierdismo,
anti-igualitarismo o anticomunismo de los años treinta. No fue una apuesta del núcleo principal de la burguesía
contra el peligro de una revolución en Brasil. Hasta pocas semanas atrás la inmensa mayoría de la burguesía
apoyaba a Alckim. Bolsonaro es un caudillo. Su candidatura es expresión de un movimiento de masas reaccionario
de clase media, apoyado por fracciones minoritarias de la burguesía, ante la recesión económica de los último
cuatro años" 2/.

La referencia a la ausencia de un partido de masas, como criterio de caracterización, evidencia la incomprensión de


la dinámica en curso. Por el momento, es cierto, Bolsonaro expresa fundamentalmente una corriente electoral. La
bancada del PSL en el congreso solo va a contar con 52 diputados sobre 513 (es la segunda, detrás de los 56 del
PT). Pero la base de sustentación parlamentaria del futuro gobierno va mucho más lejos que los electos del PSL.
Estas elecciones consolidaron el avance de un bloque transversal de extrema derecha que se resume en el
acrónimo BBB: Bala -diputados vinculados a la policía, las FFAA y milicias privadas-; Buey -los grandes empresarios
del campo-; y Biblia -fundamentalistas evangelistas y neo-pentecostales. Este bloque va a constituir una sólida base
parlamentaria para un eventual gobierno neofascista. Si a este sólido apoyo institucional le sumamos el espontaneo
movimiento social autoritario, que se expresa en la ola de atentados de estos días, y el eventual control del aparato
estatal, podemos pensar que se reúnen condiciones para la construcción desde arriba de un partido neofascista
brasilero. Considerando el precedente de la violencia que ya despliegan los simpatizantes de Bolsonaro, no puede
descartarse la emergencia de bandas para-estatales que administren la violencia social y política por fuera de toda
legalidad.

La cuestión del eventual cambio en el régimen político no es fácil de prever. Descartada la posibilidad de un Estado
totalitario en sentido estricto, lo más probable es que veamos la emergencia de un régimen cívico-militar de nuevo
tipo, producto de un progresivo copamiento militar de las dóciles estructuras constitucionales, eventualmente
sumado a algún tipo de auto-golpe que distorsione al límite el régimen constitucional. Bolsonaro tiene el terreno
bastante allanado por los cambios institucionales que siguieron al golpe parlamentario a Dilma Rousseff:
persecución judicial a opositores, limitación de derechos políticos y, sobre todo, intervención militar de Río de
Janeiro, verdadera experiencia piloto y precedente de lo que puede implementar el nuevo gobierno a nivel nacional.

Este proceso de fascistización emerge como respuesta a la gran crisis de hegemonía que afecta al capitalismo
brasilero crecientemente desde 2013. No basta con una crisis económica para que el fascismo emerja como
respuesta, lo que lo vuelve posible "es una crisis del conjunto de las mediaciones políticas, ideológicas e
institucionales que, en tiempos normales, aseguran la reproducción pacífica del sistema por una mezcla de violencia
de Estado y de consentimiento popular donde este último tiene el rol principal" (Palheta, 2018). Precisamente eso es
lo que sucede aceleradamente en Brasil, con más intensidad desde el golpe parlamentario de 2016 (que no logró
cerrar la crisis, sino que la profundizó). Repasemos: el derrumbe de los partidos del centro (en rigor, de la derecha
tradicional), que fueron la base política del golpe y del gobierno de Temer, como el PSDB y el MDB, el retroceso del

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PT y de la CUT (que podría profundizarse en caso de confirmarse la derrota electoral en el segundo turno) y la crisis
del conjunto de la institucionalidad estatal (un gobierno con 3% de apoyo, un congreso marcado por la corrupción
generalizada, un desmesurado intervencionismo judicial). En este contexto de corrupción y desgobierno
generalizado, las FFAA aparecen como la institución más creíble en diferentes encuestas de opinión, en un país
donde la salida de la dictadura no conllevó ningún proceso de enjuiciamiento institucional y mantuvo inalteradas sus
estructuras castrenses.

Bolsonaro es la expresión política de una camarilla de las FFAA (no necesariamente del conjunto de la fuerza), que
se propone una suerte de golpe de Estado militar bajo cobertura constitucional. "Golpe dentro del golpe", dijo
acertadamente Mario Santucho en la revista Crisis, en referencia al precedente del impeachment contra Dilma
Rousseff. Una camarilla que ha logrado capitalizar el antipetismo y reorganizar a la derecha en beneficio suyo. Junto
a las FFAA, su otro pilar son las poderosas iglesias evangélicas, que comprenden al 22% de la población (42
millones de personas). Desde hace tiempo, el evangelismo cuenta con una presencia parlamentaria considerable y
un notable poder político. En su momento, habían apoyado al PT, lo que se expresó políticamente en la designación
del acaudalado industrial José Alencar, vinculado a la Iglesia Universal, como vicepresidente de los dos mandatos
de Lula.

Bolsonaro representa un neofacismo desacomplejado, que encuentra pocos paralelos en un mundo ya


acostumbrado a las extremas derechas (los regímenes de Erdogan en Turquía o de Janos Ader en Hungría pueden
ser tal vez referencias más cercanas): explícitamente racista, misógino, anti-LGBTI, anti-comunista y, a la vez,
ultra-liberal en lo económico (a diferencia de la derecha radical, proteccionista, de los capitalismos avanzados).
Defiende el mismo programa que Temer, una ambiciosa reestructuración económica a costa de la clase trabajadora,
con métodos brutales. Hace eje en la seguridad ("bandido bueno es bandido muerto"), lo que le permite aprovechar
la angustia ante la altísima violencia social existente en beneficio de un endurecimiento represivo. Se ubica en
oposición al conjunto del sistema político, dirigiendo el descontento con la casta política hacia salidas autoritarias,
con sistemáticas expresiones contra las instituciones del régimen democrático y contra la izquierda y el movimiento
obrero (aseguró estar dispuesto a cerrar el congreso, dijo que alcanzaba con "un soldado y un cabo" para disolver el
Tribunal Electoral y prometió "una limpieza nunca vista en la historia" contra la oposición y "barrer a los bandidos
rojos", entre otras expresiones brutales que se renuevan diariamente).

Bolsonaro es emergente de una derechización autoritaria de franjas importantes de la sociedad. Pero también es
alimento de esa derechización. No hace falta adherir a la Teoría del Discurso posmarxista para reconocer que el
"representante cumple una función activa" sobre el "representado", como solía recordar Ernesto Laclau. El plano
político-electoral no solo es resultante de las relaciones de fuerza y las corrientes de opinión presentes en la
sociedad, sino que las modela e incide sobre ellas. Bolsonaro es efecto pero también causa del creciente
autoritarismo social, al dirigir hacia soluciones salvajes la desesperación y el descontento popular. Su eventual
victoria, pues, no solo va a inscribir políticamente una derechización radical autoritaria precedente, sino que está en
condiciones de profundizarla. Nuevamente, es importante percibir el sentido de la dinámica política y no limitarse a
analogías históricas que describirían al fascismo necesariamente como un proceso "de abajo hacia arriba".

¿Cómo llegamos a esto? El primer factor del crecimiento de la extrema derecha es sin dudas la desilusión con la
experiencia del PT, convertido en un gestor social-liberal de la crisis del capital (profundizaremos esto en el apartado
siguiente). Para entender las formas que adquiere el creciente antipetismo hay que tener en cuenta las brutales
permanentes campañas mediáticas en su contra, que toman la forma de propaganda sistemática contra los
derechos sociales y la lucha popular bajo la cobertura de la denuncia a un gobierno corrupto. Como afirmó Ezequiel
Adamovsky: "los discursos antipopulistas y pseudo-republicanos ramplones que vienen proliferando desde hace
veinte años hicieron mucho por demonizar no sólo a los gobiernos llamados progresistas sino también a cualquier
otra forma de participación popular en la vida política y a la propia idea de luchar por la expansión de derechos. Y en
definitiva a la democracia".

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El segundo factor a tener en cuenta es el fracaso del ciclo de movilizaciones iniciados en junio de 2013.
Originalmente protestas fundamentalmente juveniles en torno al transporte público, primero, y luego la educación y
la salud; el ciclo de luchas evolucionó hacia importantes huelgas obreras como las de los trabajadores de la limpieza
de Río de Janeiro o del subte de San Pablo. Este ciclo de protestas expresaba aspiraciones sociales suscitadas en
los años de crecimiento económico, a las cuales un gobierno de conciliación de clases como el del PT y la estructura
dependiente del capitalismo brasilero, no podían satisfacer. El gobierno, que tuvo que enfrentar por primera vez una
movilización de masas de oposición, no ofreció respuesta a estas protestas. Ante el descontento frente a un
gobierno de izquierda que no dio satisfacción a los reclamos (y ante la imposibilidad de canalización por parte de la
oposición de izquierda), el clima de malestar y movilización fue capitalizado por la derecha, que fue hegemonizando
progresivamente la oposición social con un sello anti-populista.

Un tercer factor es el golpe parlamentario de 2016 y el endurecimiento autoritario que le siguió. La magnitud de las
contra-reformas que se propuso el nuevo gobierno y su notable desprestigio (debe haber pocos gobiernos del
mundo que se sostienen con solo el 3% de apoyo social) condujeron a un creciente endurecimiento autoritario, que
fue obteniendo sucesivos resultados: intervención militar en Río, persecución judicial a opositores, detención de Lula
sin pruebas, reforma política proscriptica para las fuerzas minoritarias y el marco general de un clima de creciente
violencia política (que se simboliza en el asesinato de la concejala del PSOL Marielle Franco). Esta naturalización
progresiva de un régimen autoritario es la bandeja de plata que prepara el aterrizaje del neofascismo de Bolsonaro.

Por otro lado, no hay que subestimar la reacción conservadora de franjas fuertemente patriarcales de la sociedad
brasilera contra el nuevo ciclo de movilizaciones feministas que se inició en 2013. La candidatura de Bolsonaro
representa, en parte, los temores de la masculinidad hegemónica amenazada por la oleada feminista. Esto impone,
como desarrollaré en el último punto, nuevas responsabilidades y desafíos a un feminismo que puede convertirse en
un movimiento de masas clave de la resistencia democrática y anti-autoritaria (como lo mostraron las movilizaciones
del 29S) si logra dotarse de una política hegemónica exitosa para los siempre presentes sectores intermedios de la
sociedad.

Por último, el marco general de los actuales eventos es, naturalmente, la crisis económica iniciada en 2014 durante
el gobierno de Dilma Rousseff, la más importante en cien años: solo entre 2015-2016 se registró una caída del 7%
del PBI, la deuda pública supera el 100% del PBI, la recesión industrial lleva cuatro años y la desocupación alcanza
el 13%.

La izquierda y la lucha contra el neofascismo

Una palabra sobre la ubicación táctica de la izquierda ante esta encrucijada histórica. Con el pronunciamiento del
PSTU por el voto a Haddad, el conjunto de la izquierda brasilera se ubicó en el campo del anti-bolsonarismo
militante. En la izquierda argentina, en cambio, las posiciones son más vacilantes. Algunas pocas corrientes
ultraizquierdistas colocan al PT y a Bolsonaro en el mismo plano y se pronuncian por la abstención. En esa
orientación parecían encaminarse los principales partidos del FIT, tal como se evidenció en una serie de
declaraciones y pronunciamientos previos a la primera vuelta (que fueron contestados en un texto de Claudio Katz 3/
). El impacto de los resultados de la primera vuelta hizo que estos partidos cambiarían saludablemente la orientación
y se pronunciaran por el voto crítico al PT (con la excepción de IS, que vino a coronar una vergonzosa política ante
la situación brasilera, iniciada en su apoyo al golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, con un posicionamiento
indistinto entre el voto a Haddad y el voto en blanco ante el balotaje).

Sin embargo, los pronunciamientos de las principales fuerzas de la izquierda argentina (PO/PTS) no están exentos
de problemas serios, que ponen en evidencia una incomprensión del peligro que se enfrenta o de las estrategias
para combatirlo. El pronunciamiento del PO por un voto crítico al PT, por su parte, responde exclusivamente a la
voluntad de "acompañar la experiencia de las masas" y de trazar un "puente" con los que luchan por medio de la

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acción directa contra el fascismo, como se han cansado de repetir. La importancia de ponerle un freno electoral a
Bolsonaro por medio del PT es completamente desestimada. En declaraciones anteriores a las elecciones, Altamira
identificó el apoyo al PT en un probable balotaje contra Bolsonaro con "una suerte de votá por tu verdugo preferido"
4/. Esta forma de razonar choca con el clásico argumento que Trotsky opuso al ultra-izquierdismo estalinista: "Para
los que no lo comprendan, tomemos un ejemplo más. Si uno de mis enemigos me envenena cada día con pequeñas
dosis de veneno, y otro quiere darme un tiro por detrás, yo arrancaré primero el revólver de las manos del segundo,
lo que me dará la posibilidad de terminar con el primero. Pero esto no significa que el veneno sea un mal menor en
comparación con el revólver". Y agregaba un comentario final, que podríamos dirigirle a Altamira: ¡A decir verdad,
uno se siente un poco embarazado de explicar una cosa tan elemental!

El debate con el PTS requiere una mayor sutileza, aunque las concepciones subyacentes no son menos
problemáticas. Repasemos algunos pasajes de sus pronunciamientos: "las fuerzas de extrema derecha desatadas
por Bolsonaro, en el caso muy probable de que este gane las elecciones, parecerían anticipar una suerte de
gobierno pre-bonapartista judicial-militar cualitativamente más autoritario y reaccionario que bajo el gobierno de
Temer. (...) En ese marco, un eventual gobierno de Bolsonaro ya nace débil, y es probable que esté cruzado por
múltiples formas de la lucha de clases" 5/. En un artículo de otro autor de esta corriente se afirma con menos
ambigüedades: "cuando Bolsonaro quiera aplicar privatizaciones, legislaciones degradantes de las condiciones de
trabajo y de vida de la población obrera y popular, entre otros ataques contra los derechos democráticos, de las
mujeres y las minorías oprimidas, deberá hacer frente a la lucha de clases (...) En un contexto de crisis política y
económica y de polarización, podemos esperar grandes explosiones sociales" 6/.

Estos análisis no son casualidad, sino que vienen a mostrar una incomprensión recurrente de esta corriente en su
caracterización de la nueva extrema derecha en el mundo, que consiste en: tender a subestimar sus elementos
fascistas e inclinarse a caracterizarla en términos de bonapartismo autoritario, minimizar las tareas de frente único
defensivo, subestimar la posible fortaleza de los gobiernos en cuestión y fantasear con explosiones sociales que
serían el subproducto de su ascenso al poder, y colocar el eje en la delimitación con las corrientes reformistas o
burguesas, que por momentos aparecen como un obstáculo más grande que el mismo ascenso al poder de la
extrema derecha. En sus análisis sobre la Turquía de Erdogán 7/ o del Frente Nacional francés 8/ desarrollan el
mismo razonamiento.

Como intentamos explicar, Bolsonaro y su pequeña camarilla político-militar tienen una orientación inequívocamente
fascista. Si la victoria electoral de Bolsonaro no es suficiente para un basculamiento definitivo hacia el fascismo,
sería en cualquier caso un paso decisivo en esa sentido y aceleraría la dinámica fascistizante en curso. Lejos de
favorecer la movilización social, su acceso al gobierno sería una catástrofe y abriría la puerta a una degradación
significativa de las condiciones de lucha y organización popular.

Bolsonaro es nuestro mayor enemigo y por eso es necesario comprometerse en una lucha electoral sin cuartel,
pidiendo sin ambigüedad el voto por la fórmula del PT (y evitar toda cautela ultra-izquierdista). Incluso si es
improbable impedir la victoria de Bolsonaro, es importante evitar un triunfo electoral arrollador, para generar las
mejores condiciones posibles para los enfrentamientos que se vienen. Nuevamente podemos advertir que, ante la
prueba de los grandes acontecimientos, las limitaciones teóricas y estratégicas se convierten en desastres políticos.

Bolsonaro y el ciclo progresista latinoamericano

Es habitual recordar la clásica frase de Walter Benjamin: "cada ascenso del fascismo da testimonio de una
revolución fallida". Si no la tomamos de forma estrictamente literal, esta línea encierra un concepto útil para pensar
las dinámicas políticas que alimentan el crecimiento de la extrema derecha como salida al descontento popular.

Slavok Zizek, siguiendo la máxima benjaminiana, analizó recientemente la consolidación de uno de los fenómenos

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autoritarios contemporáneos: el fundamentalismo yihadista en el mundo árabe. "Su ascenso -dice Zizek- es el
fracaso de la izquierda, pero simultáneamente una prueba de que había un potencial revolucionario, una
insatisfacción que la izquierda no pudo movilizar. ¿No se corresponde exactamente el auge del islamismo radical
con la desaparición de la izquierda secular en los países musulmanes? 9/ Del mismo modo que el fundamentalismo
islámico toma fuerza del fracaso del panarabismo y de la izquierda laica árabe, el ascenso de Bolsonaro no puede
abstraerse del eclipse de la experiencia del PT (o, más en general, el avance de la derecha latinoamericana es
inseparable de los límites del ciclo progresista).

Icono internacional de la izquierda durante veinte años, el PT fue el resultado de la radicalización de un sector del
movimiento obrero desde fines de los setenta, especialmente en el triángulo industrial del ABC de Sao Paulo. En un
país con una clase obrera joven, que hacía sus primeras experiencias sindicales y políticas, emergió la posibilidad
de que se construyera una representación política independiente de los trabajadores en base a la fuerza del
sindicalismo combativo emergente. El PT fue durante dos décadas el instrumento político de los movimientos
sociales, un partido obrero de masas donde convivía una dirección reformista junto al grueso de las corrientes de la
izquierda revolucionaria, en un régimen partidario razonablemente democrático y pluralista. En tanto representación
política unitaria de una clase obrera naciente, el PT tenía algunos parecidos con la socialdemocracia europea de
fines del siglo XIX y su burocratización también presentó simetrías bastante directas 10/. En poco tiempo, el PT
consiguió representantes electos en distintos niveles institucionales. Frustrado su triunfo en las presidenciales en
varias oportunidades, el partido fue desarrollando una inmensa presencia institucional. Cuando accede al gobierno
federal en 2002, en un contexto de desmovilización social, el PT ya había mutado decisivamente y había
desarrollado una política de alianzas con partidos burgueses tradicionales. Desde la campaña electoral, sintetizada
en su Carta a los brasileros, Lula da señales claras a los mercados, el FMI y el imperialismo de estar comprometido
con el modelo de reformas neoliberales que ellos reclaman. Es el momento en que Lula se transforma en una figura
respetada internacionalmente y reivindicada por la prensa imperialista. Las señales de desilusión en los movimientos
sociales y en el electorado urbano y obrero se hacen rápidamente visibles. En el plano político, la resistencia al
curso social-liberal del lulismo surge desde el interior del PT y se expresa en la ruptura de sus alas izquierdas y en la
conformación del PSOL (Partido Socialismo y Libertad). Estas políticas ortodoxas en lo económico se van
combinando progresivamente con planes de asistencia social (Plan Familia, paradigmáticamente), sobre todo al
compás del crecimiento económico del segundo mandato de Lula, que corrieron el centro de gravedad electoral del
partido hacia el nordeste pobre, en detrimento de la clase trabajadora urbana. Lo que vimos en los trece años de
gobierno del PT es la transformación de un partido clasista, producto genuino de una radicalización sindical y
democrática en los últimos años de la dictadura, en un instrumento de gestión social-liberal del Estado capitalista. El
penúltimo capítulo de esta historia es el duro ajuste que implementó Dilma Rousseff apenas empezó su segundo
mandato, luego de la designación del economista ortodoxo Joaquim Levy al frente del ministerio de Hacienda. Esta
agresiva política anti-popular terminó de desarmar y desmovilizar a la base social del lulismo.

Es crucial para el próximo periodo un balance riguroso de esta experiencia. Durante años, el modelo del PT fue
puesto como referencia por las izquierdas moderadas de distinto tipo, oponiendo los lentos avances y las amplias
alianzas del lulismo con la radicalidad de la fallida experiencia de la Unidad popular chilena o del proceso bolivariano
que se desarrolló en paralelo (los cuales habrían facilitado una inestabilidad permanente o, incluso, las reacciones
golpistas).

Actualmente, se ha construido un relato por parte de un sector del progresismo latinoamericano que extrae la
conclusión de que el problema de las experiencias moderadas del petismo y el kirchnerismo es no haber sido más
moderadas. Estos gobiernos habrían ido más lejos de lo que la sociedad estaba dispuesta y, entonces, quedaron
desprotegidos frente a la reacción derechista. Además, habiendo sacado a franjas sociales de la pobreza,
construyeron una nueva clase media que tuvo acceso a un consumo que estaría cargado de dimensiones
aspiracionales típicas de los sectores medios (o pequeño burgueses) tradicionales y que políticamente se
representarían en la derecha. Los gobiernos latinoamericanos habrían construido su propio enterrador: los mismos
beneficiados por sus políticas. Se construye así un relato trágico de estas experiencias, donde toda radicalidad es
funcional a la reacción y toda política popular construye un sujeto social hostil. Es la jaula de hierro del posibilismo.

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
Es más atinado otro balance de estas experiencias. El acceso al gobierno por parte de la izquierda, y principalmente
la conservación del poder frente a toda tentativa reaccionaria, implica desarrollar la mayor movilización social para
derrotar la resistencia de las clases dominantes. Pero esta fuerza social no se alimenta de promesas, sino de
conquistas sociales efectivas. Cada presión o ataque de las clases dominantes debe conducir entonces a
profundizar las transformaciones sociales y económicas y a que las masas palpen concretamente la ampliación de
derechos y conquistas, con el objeto de consolidar el apoyo social y preservar el poder. Las lecciones históricas se
muestran inapelables en este aspecto. Afirma Daniel Bensaïd al respecto:

El Partido Comunista Vietnamita (PCV) lo sabía muy bien, por eso, para preparar la ofensiva contra las
tropas francesas en Dien Bien Phu en 1954, lanzó una campaña de profundización de la reforma agraria en
los territorios liberados. Lo mismo en la revolución rusa, la resistencia a la agresión de las potencias
capitalistas europeas y a la contrarrevolución interna durante la guerra civil, llevó muy rápidamente a la
radicalización del contenido social de la revolución, la ruptura con la burguesía, la estatización de los medios
de producción, a las diferenciaciones de clase en el campo, etc. Esta lección, se ha visto confirmada por las
revoluciones derrotadas como la china de 1926-27, o por la victoriosa de China en 1949, la vietnamita, la
cubana, y más recientemente la de Nicaragua 11/.

La larga lista de experiencias populares derrotadas en América Latina también confirma, por la negativa, esta
perspectiva. En infinidad de ocasiones, la respuesta de un gobierno que se propone transformaciones progresivas,
ante las resistencias de las clases dominantes, fue buscar la conciliación, resignar reformas sociales o intentar
ampliar la base de sustentación política a partidos burgueses o militares opositores al gobierno. Sin embargo, cada
avance de la derecha es utilizado para preparar los siguientes. En Chile, el gobierno de Allende podría haberse
apoyado en la movilización popular que se desarrolló contra las ofensivas reaccionarias (los Cordones Industriales,
los Comandos Comunales, las Juntas de Abastecimiento Popular), sobre todo, ante el ensayo de golpe de Estado (
el tancazo) de junio de 1973. Sin embargo, optó por ratificar su acatamiento a la legalidad burguesa, por fortalecer la
participación de los militares en su gabinete y por brindar reaseguros constitucionales a la oposición, conducida por
la DC, obligando al desarme de los trabajadores de los Cordones Industriales. El desenlace trágico de esta
estrategia es por todos conocido 12/.

La misma experiencia del peronismo histórico es rica en un doble sentido. Por un lado muestra nuevamente que
protagonizar un significativo proceso de transformación en beneficio de la clase trabajadora, conduce a implantarse
como identidad obrera duradera, lo que explica su presencia como referencia política predominante en la
movilización de masas durante casi dos décadas. Al mismo tiempo, la docilidad de Perón, que había intentado
aplicar políticas de ajuste desde 1952 para enfrentar la crisis económica, no fue suficiente para las clases
dominantes, que se pasaron mayoritariamente al campo del golpismo.

No se trata de que un proceso de cambio social y político se reduzca a una radicalización ininterrumpida, infantil o
irresponsable. Las correlaciones de fuerza sociales cuentan. Por caso, la mayor parte de las experiencias
revolucionarias en los países periféricos han contado con acuerdos puntuales con sectores burgueses (sin cederles
la conducción del proceso) 13/. Tanto en Cuba como en Nicaragua, el momento ascendente de los ejércitos
guerrilleros incluyó compromisos episódicos con sectores burgueses, con el objetivo común de derrotar a los
regímenes militares.

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Bolsonaro y el retorno del fascismo

Para derrotar a la dictadura de Batista -escribe Bensaïd-, Fidel Castro hizo con sectores burgueses un pacto
limitado, que "definió una estrategia común para derrotar a la dictadura con la insurrección armada". Pero
desde la caída del dictador, Castro consolida alrededor del ejército rebelde, las bases del poder
revolucionario fuera de todo control de los órganos formales del gobierno recién instalado e integrado por
dirigentes burgueses. En la medida que el proceso revolucionario avanza, y se profundiza, que se desarrolla
la reforma agraria, que se constituye el ejército revolucionario, los representantes de la burguesía van a
retirarse unos tras otros, para pasar a la oposición abierta y a la contrarrevolución 14/.

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
En Nicaragua, sectores vinculados a la oposición liberal a Somoza también colaboraron en el momento ascendente
del sandinismo, pero pasaron rápidamente a la oposición luego de la conquista del poder y en la medida en que el
proceso avanzaba sin concesiones (esta ruptura con la burguesía se consolida con el retiro de Chamorro del
Gobierno en 1980). La historia del proceso bolivariano también muestra esta dinámica. Sectores de partidos
tradicionales acompañaron inicialmente al gobierno, pero Chávez respondió ante cada presión o agresión de la
burguesía o el imperialismo con un contra-golpe apoyado en la movilización de masas, lo que empujó rápidamente a
los sectores burgueses o vacilantes a la oposición. Probablemente el impasse actual del gobierno venezolano radica
en que esta dinámica de radicalización se agotó o perdió impulso (y en el estancamiento ganan terreno los sectores
burocráticos y vinculados a la boliburguesía).

Una mirada rápida al paisaje geopolítico latinoamericano muestra entonces una tendencia relevante para nuestros
debates estratégicos: las experiencias radicales de Venezuela y Bolivia, pese a haber enfrentado las hostilidades
más agresivas (golpes militares, tentativas separatistas, ataques insurreccionales) son las que logran mayor
sustentabilidad y penetración en las clases populares. La izquierda herbívora de Brasil, Argentina, Ecuador,
Honduras o Paraguay (un caso peculiar es el del Frente Amplio uruguayo), que fantaseaba con la fortaleza de su
moderación, sus alianzas amplias y su política conciliadora con la burguesía, mostró rápidamente su notable
debilidad confrontada a las presiones de las clases dominantes.

¿Los años 30 en cámara lenta?

Una pequeña digresión sobre las características generales del periodo histórico en curso. En los años noventa, el
trotskista palestino-británico Tony Cliff afirmó que se había abierto una etapa que se podía definir como "los años 30
en cámara lenta". La fórmula tenía muchas limitaciones. Fundamentalmente, ignoraba el significado del ciclo que se
abría con la desarticulación del campo socialista y la ofensiva neoliberal contra la clase trabajadora: una derrota
histórica que despejaría por un largo periodo la idea de una alternativa socialmente viable al capitalismo.
Difícilmente podría hablarse entonces de una amenaza revolucionaria por parte de la clase obrera, como la que
caracterizó a la polarización política de los años 30.

Sin embargo, si nos cuidamos de la tendencia, propia de las analogías históricas, a resaltar más las similitudes que
las diferencias, podemos advertir que, pese a todo, la fórmula encierra un momento de verdad. Al compás de una
nueva crisis histórica del capitalismo, asistimos al lento eclipse de un mundo. En un ritmo menos acelerado que el
de los años 30, vemos erosionarse lentamente un cierto equilibrio social-político, con sus representaciones políticas,
sus concepciones ideológicas, sus concepciones del mundo. En el espacio dejado por el declive de los partidos
tradicionales, que han gestionado el capitalismo desde la posguerra, emergen nuevos fenómenos políticos, muchos
de ellos monstruosos. Pese a las nuevas luchas sociales, el espiral de derrotas de la clase trabajadora no se ha
quebrado, por lo que las correlaciones de fuerza sociales y políticas favorecen a la extrema derecha como salida al
descontento social. Pero también hemos visto emerger durante los últimos años nuevas formaciones de la izquierda
radical que muestran que es viable emprender una batalla desde la izquierda por el tipo de respuesta política a la
crisis en curso.

El capitalismo ha mutado luego de todas sus grandes crisis (1873, 1930, 1973). En cada oportunidad se trató de
profundas transformaciones que no afectaron solamente al terreno exclusivamente económico sino a la articulación
del conjunto del sistema capitalista, implicando cambios en el campo político, institucional e ideológico. El
imperialismo que emerge de la crisis del capitalismo de libre comercio de fines del siglo XIX, por caso, no se redujo
a la consolidación del capital monopolista a nivel internacional, sino que implicó la aparición de una nueva forma
estatal, más intervencionista, y de cambios ideológicos y culturales correspondientes. No sabemos qué mundo
encontraremos a la salida de la actual crisis, pero por el momento podemos advertir que el reforzamiento estatal
autoritario es una de las grandes tendencias contemporáneas. Los EE UU de Trump, la Rusia de Putin, la china
neoliberal-estalinista, el crecimiento de la extrema derecha en Europa Occidental (la cuna de la democracia social),
el fundamentalismo islámico en Medio Oriente, son ejemplos de un mundo que se vuelve día a día más hostil. Hacia

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
fines de los setenta, autores marxistas como Poulantzas anunciaban la consolidación de un "estatismo autoritario"
como forma de gobierno normal del capitalismo. Sin embargo, el neoliberalismo ascendente pudo articularse con
formas consensuales de dominación política y se apropió enteramente del significante flotante de la democracia.
Ante la caída del muro de Berlín y la desarticulación del campo socialista, el capitalismo triunfante dio por cerrado el
siglo de los extremos y se anotaba en el campo de los vencedores de la disputa secular entre democracia y
totalitarismo. El matrimonio de la economía de mercado y la democracia liberal se presentaba entonces como fin de
la historia. Ahora, en la época de la crisis hegemónica del capitalismo neoliberal, ¿estaremos asistiendo al desarrollo
del capitalismo con valores asiáticos del que suele hablar Slavoj Zizek?

La democracia fue el significante dominante de la vida social a partir de la posguerra ¿Quién no reivindicaba para sí
el apelativo democrático, ya sea contra el totalitarismo comunista, por parte de los liberales, ya sea contra el
despotismo de mercado, por parte de la izquierda? Pareciera ahora que la exigencia de orden puede disputarle el
trono a la democracia como aspiración social dominante, en un mundo acechado por la inestabilidad laboral, la
inseguridad social, la anomia mercantil ¿No se convierte, entonces, la lucha por la democracia en lo que en la
tradición trotskista denomina reivindicación transitoria, cada vez más contradictoria con las necesidades políticas e
institucionales para la reproducción del sistema social? ¿No se debilita, entonces, la cadena hegemónica sellada en
los años ochenta entre neoliberalismo y democracia? Hay una fuerte sensibilidad democrática en el último ciclo de
movilizaciones de masas (15M e indignados, primavera árabe, luchas feministas) que puede adquirir entonces un
contenido más desafiante y desestabilizador en un capitalismo crecientemente autoritario. Puede, entonces, que se
reúnan condiciones hegemónicas para una política emancipatoria que explote la contradicción entre capitalismo y
democracia y muestre a la izquierda radical no solo como partidaria de una ruptura anticapitalista, sino como la más
consecuente línea de defensa de las instituciones democráticas actualmente existentes.

Varios estudios muestran que las más duras luchas obreras de fines del siglo XIX no extraían su fuerza tanto de la
dimensión utópica del socialismo, como de la defensa de las identidades y las formas laborales que estaban siendo
erradicadas por la extensión arrolladora de la explotación laboral capitalista (el trabajo artesanal,
fundamentalmente). Una "vanguardia obrera -dice Ranciere- que piensa y actúa no para preparar un futuro en el que
los proletarios recogerían el legado de una gran industria capitalista formada por la desposesión de su trabajo y su
inteligencia, sino para detener el mecanismo de esa desposesión". De estas luchas inicialmente defensivas, que
añoraban un mundo que no iba a volver (el del productor autónomo artesanal) surgió la unión entre el movimiento
obrero y el socialismo. En la relación entre capitalismo, democracia y socialismo tal vez deberíamos concebir una
dialéctica similar: solo la lucha anticapitalista puede defender las conquistas civilizatorias de nuestro tiempo (estado
de derecho, libertades civiles, derechos políticos, pluralismo) de la amenaza que significa la evolución autoritaria del
capitalismo.

El antifascismo en el actual periodo histórico

¿Indignación, ira, repugnancia? Sí, y también cansancio momentáneo. Todo esto es humano, muy humano.
Pero me niego a creer que usted ha caído en el pesimismo. Eso equivale a ofenderse, pasiva y
lastimeramente, con la historia. ¿Cómo es posible? Hay que tomar a la historia tal como se presenta, y
cuando esta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños.

León Trotsky

Si hoy el fascismo está avanzando en Brasil no es porque la clase obrera ya esté derrotada. Las clases dominantes
están buscando una reestructuración social y económica de gran escala, que logre un gran mejoramiento de las
condiciones de explotación de la fuerza de trabajo y permita una nueva inserción, más competitiva, de Brasil en el

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
mercado mundial. Para ello necesitan infringir una derrota duradera a las clases populares. Tenemos por delante
una intensa lucha de clases y el desenlace no está definido de antemano. Las dificultades y tensiones de un futuro
gobierno de Bolsonaro también serán muchas. Sea cual sea el resultado electoral del segundo turno, es necesario
poner en marcha un gran movimiento social antifascista. Podemos recuperar para ello la memoria de la lucha
democrática, anti-dictatorial y por los DDHH de América Latina, o las tradiciones antifascistas europeas, a sabiendas
de que también enfrentamos fenómenos nuevos, que ameritan nuevas respuestas.

Luchar en las calles no significa solamente organizar manifestaciones callejeras. Significa desplegar en toda su
potencialidad la capacidad de resistencia en el campo social, construir un poder democrático y popular, una cultura
de solidaridad contra el racismo y el autoritarismo, conquistar trincheras en la sociedad civil (en los sindicatos y los
lugares de estudio, como es habitual, pero también en el cristianismo de base, en los ámbitos de sociabilidad de los
sectores medios, en la cultura).

En la puerta de entrada a tiempos inciertos, y a falta de conclusiones definitivas, es preciso iniciar una reflexión
sobre un componente central de todo combate antifascista contemporáneo: el nuevo ciclo de luchas feminista. No
hay que subestimar el hecho de que la mayoría de las extremas derechas emergentes ubiquen a lo que llaman
ideología de género como su adversario a derrotar. Al respecto, ya circulan miradas culpabilizadoras que identifican
al feminismo como responsable del ascenso de la derecha radical. Se trata de un tipo de razonamiento que no es
nuevo: el famoso historiador conservador Ernst Nolte consideró al fascismo clásico como una "reacción defensiva"
legítima ante "la guerra civil europea" iniciada en 1917 por "la barbarie asiática del bolchevismo". Estos análisis
culpabilizadores, simplistas y desmovilizantes no aportan gran cosa. Esto no quita que el feminismo se ha convertido
en un movimiento de masas central en nuestras sociedades y esto lo confronta a nuevos dilemas tácticos y
estratégicos 15/.

Pasó desapercibido, pero un personaje siniestro de la joven derecha alternativa argentina (Agustín Laje) afirmó
recientemente: "la rebeldía de los jóvenes les hará ir contra la ideología de género" y luego amplió "la ideología de
género representa al statu quo y eso va en contra de lo que significa ser joven" 16/.

A nuestros oídos, parece espontáneamente una frase bizarra de un lunático derechista. Pero si tenemos que dejar
de sorprendernos por fenómenos como Trump, el No en Colombia, el Brexit anti-inmigrante, el nuevo gobierno
italiano o Bolsonaro, tal vez también debamos valorar la posibilidad de que estos nuevos personajes populares
estén expresando tendencias subyacentes de nuestra sociedad que no logramos captar con facilidad.

La Alt Rigth norteamericana es uno de los movimientos emergentes que contribuyeron al ascenso de Trump y del
que proviene Steve Bannon (especie de arquitecto internacional de la nueva extrema derecha y asesor actual de
Bolsonaro). En un excelente texto sobre este nuevo fenómeno 17/, Marcos Reguera recordó que Milo Yiannopoulos,
una de las máximas referencias del movimiento, planteó la hipótesis de que "el surgimiento de la Alt Right en la
actualidad respondería a los mismos motivos que la rebelión de los jóvenes de mayo del 68: un movimiento
contestatario ante una sociedad moralista en donde el horizonte de expectativas de la juventud es insatisfactorio, lo
que alienta un levantamiento contra las normas establecidas". Y para valorar esta provocadora hipótesis, agregó
(me voy a permitir una extensa cita):

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Bolsonaro y el retorno del fascismo

En las últimas décadas hemos visto surgir y afianzarse movimientos en contra de la discriminación, el
racismo, y a favor de los derechos de las mujeres y de la conquista de su legítimo lugar en la sociedad. Estos
movimientos han sido y son fundamentales en la construcción de una sociedad mejor. Pero junto a las
conquistas necesarias, se ha ido desplegando en algunos casos unas formas y modelos moralistas e
intransigentes, transformando parte de un movimiento muy necesario en su radicalidad en una cruzada
moral. La consecuencia de esto, en una sociedad que sigue siendo profundamente machista, homófoba y
racista (a pesar de las conquistas), ha sido doble: un levantamiento aprovechado por movimientos
reaccionarios y la pérdida creciente de la simpatía del gran público, aquellas personas que aprueban el
feminismo y el antirracismo por convención y no por convicción (que siguen siendo mayoritarios).

A pesar de que el feminismo, el antirracismo o la tolerancia hacia la diferencia no son aún valores
genuinamente hegemónicos en nuestra sociedad, en los medios de comunicación sí predomina una versión
convencional y superficial de los mismos que, unida a una actitud cada vez más intransigente y menos
dialogante de algunos de los militantes más activos de dichos movimientos, ha generado una oleada de
rechazo creciente hacia estas ideas, formándose así un caldo de cultivo propicio para una nueva extrema
derecha. Y es en este contexto en el que ha surgido una nueva mentalidad entre muchos jóvenes de una
lucha rebelde contra lo que ellos identifican como el pensamiento de lo políticamente correcto. La convención
cultural que, a su juicio, enmascara el principal problema social, que es la desaparición de la sociedad blanca
y "europea"/americana, su sociedad, la única que creen capaz de ofrecerles un futuro.

Por lo tanto Milo no se equivoca del todo cuando señala que el movimiento de la Alt Right es una respuesta
similar a la de los jóvenes de mayo del 68. Unos se rebelaron contra la conservadora sociedad moralista de
posguerra, mientras que los otros se rebelaron contra la moralización de la lucha por la justicia social. Ambos
se rebelan contra el pensamiento convencional de su momento histórico en nombre de la libertad: en el 68
produciendo una izquierda alternativa, una versión del comunismo antiautoritario; en 2016 una derecha
alternativa que, en sus propios términos, dice luchar contra el totalitarismo y la censura de lo políticamente
correcto.

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
Reguera describe un fenómeno de la extrema derecha norteamericana por lo que las semejanzas con otras
experiencias tienen límites. Pero uno puede recordar a Milo cuando advierte el fuerte componente juvenil entre los
simpatizantes de Bolsonaro, en lo que parecería ser una manifestación (monstruosa) de la tradicional rebeldía
juvenil y antisistema. Si el fascismo se diferencia de otros movimientos reaccionarios o autoritarios en que se inviste
del ropaje de la rebelión (contra los políticos, las finanzas, las elites, etc.), y esto le permite capitalizar frustraciones
sociales de distinto tipo (con la economía, con las normas culturales represivas) y asumir una agenda liberadora, la
tendencia izquierdista-liberal hacia una moralización y punitivización simbólica de la vida social le prepara el terreno.
Si toda sociedad se dota de ciertas concepciones morales implícitas (y es correcto luchar, claro, porque se condene
socialmente la violencia machista, por ejemplo), esto no significa que la izquierda y los movimientos sociales deban
concebir su combate como una persecución moralizante, más que como una práctica de liberación.

Confrontados a una emergente reacción anti-feminista en franjas relevantes de la población (en Argentina somos
ahora testigos de la contraofensiva conservadora luego de la derrota en la lucha por la legalización del aborto, que
incluye agresiones físicas, ofensivas contra la educación sexual e incluso intervenciones directas contra abortos no
punibles), podemos preguntarnos: ¿qué consecuencias para el debate estratégico dibuja este escenario, donde el
feminismo tiene un impacto de masas y, a la vez, empezamos a lidiar con una contraofensiva conservadora y
patriarcal?

Es posible que el movimiento feminista, habiendo alcanzado una amplitud desconocida en periodos anteriores, se
esté enfrentando al mismo problema que confrontó el movimiento obrero y la izquierda revolucionaria en momentos
críticos. En los años setenta, Ernest Mandel utilizaba el concepto, un poco contradictorio, de vanguardia de masas
para describir al amplio sector social que se movilizaba en las luchas que recorrían el mundo en esos años
(recordemos la huelga general de 10 millones en Francia en mayo-junio del 68, la ofensiva del Tet en Vietnam, las
rebeliones antiburocráticas en el Este, las revueltas obreras y estudiantiles en América Latina, el movimiento negro
en EE UU). El peso social de esta vanguardia solo podía encontrar un paralelo en la clase obrera y la izquierda
marxista de los años veinte (empujada por la fuerza propulsiva de la revolución de octubre y el ciclo revolucionario
que recorrió entonces varios países europeos). En estos casos, la fortaleza relativa del campo revolucionario es, a
veces, la mayor fuente de riesgos: la sobrestimación de la propia fuerza, la subestimación del enemigo y, por tanto,
la subestimación de las tareas hacia los sectores intermedios de la sociedad, a los que hay que ganar y no regalar a
la reacción. En los años veinte, por ejemplo, en franjas importantes del movimiento revolucionario se desarrollaron
sectores que formularon la teoría de la ofensiva (el mismo Luckacs fue uno de sus impulsores) y llevaron a cabo
intentos putchistas que intentaron emular la revolución bolchevique en coyunturas diferentes y por medio de
aventuras de grupos minoritarios. Tal como muestran numerosos estudios, el poderoso movimiento obrero y la
izquierda revolucionaria de aquellos años no pudo agrupar tras su liderazgo a sectores pauperizados de la pequeña
burguesía y los sectores medios, lo que le abrió paso a la emergencia del fascismo. Sin ir más lejos, del balance de
la derrota de los consejos en Italia en este periodo es que surge la reflexión gramsciana sobre la hegemonía, el
término de la tradición marxista que intenta responder a esta cuestión estratégica (en su contexto, refería a la
cuestión meridional, a la relación entre la clase obrera del norte y el campesinado del sur).

Hoy el feminismo es una vanguardia de masas que puede cumplir un papel estratégico en las luchas
democráticas y anti-autoritarias. Esta centralidad coloca al movimiento ante una nueva etapa. Ninguna lucha
se da entre bloques enteramente pre-definidos y compactos (burguesía contra proletariado, feminismo contra
patriarcado). Precisamente el eje de todo combate es la conquista de la mayoría, es decir, conseguir el
liderazgo sobre fracciones sociales heterogéneas. No basta con identificar que la reacción patriarcal es un
subproducto de los avances de la lucha feminista. Hay que debatir estratégicamente como derrotar esta
reacción. Y para ello es necesario reforzar la política feminista para los sectores intermedios, vacilantes,
siempre presentes en una dinámica de tensión social y política. Es decir, luchar por la hegemonía. Para
enfrentar las versiones simplistas y culpabilizadoras, y la contraofensiva patriarcal, es necesario profundizar
la reflexión estratégica sobre estos temas.

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
Judit Butler, en una discusión con Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, hizo una observación interesante a propósito de la
relación entre la lucha de género y la cuestión de la hegemonía. Laclau trata al imaginario democrático proveniente
de la modernidad (igualdad, libertad, universalismo, derecho, ciudadanía) como un significante vacío y llama a
emprender, contra neoliberales y conservadores, una lucha hegemónica por su contenido. Relativizando esta
concepción, Butler afirma que no siempre es "necesario ocupar la norma dominante para producir una subversión
interna de sus términos. A veces es importante rechazar sus términos, dejar que el término mismo desaparezca,
quitarle su fuerza'' (el subrayado es mío). Tal como amplía Zizek, no necesariamente se trata de aceptar "el
horizonte democrático liberal predominante (democracia, derechos humanos y libertades...)" (...) para emprender
"una batalla hegemónica dentro de él", existe también el camino alternativo de "arriesga(r) el gesto opuesto y
rechaza(r) sus términos mismos" (2003). Pienso que buena parte del activismo de la disidencia sexual y el
feminismo se funda legítimamente en esta segunda vía ("no-hegemónica"): prácticas de "auto-afirmación" (Foucault)
o performativas y deconstructivas (Butler). De estas consideraciones podrían extraerse, en un análisis más pausado,
consecuencias útiles para toda política emancipatoria.

Sin embargo, que la lucha feminista no se reduzca a la lucha por la hegemonía no significa que pueda haber lucha
feminista que no sea también, en cierta medida, una lucha hegemónica. La dimensión hegemónica de la política
emancipatoria responde a características estructurales que definen la modernidad capitalista. El capitalismo, a
diferencia de las sociedades premodernas, no justifica su dominación por medio de un universo compartimentado de
representaciones para los diferentes estamentos sociales que justifican y naturalizan jerarquías inquebrantables. Por
el contrario, se legitima en la igualdad universal, postulada en y para toda la sociedad. Contra lo que el discursivismo
posmarxista defiende, esto responde a las características mismas del capitalismo en tanto "relaciones mercantiles
de explotación" (Salama, Hai Hac) y a la ruptura moderna con las formas de dependencia personal pre-capitalistas.
La explotación capitalista no se funda pues en la extracción directa y extra-económica de una parte de la riqueza
generada por los productores (como sucedía con el campesinado feudal), sino en la apropiación dineraria a través
del mercado (el reino "de la libertad y la igualdad"), es decir, depende de la emergencia de esa figura históricamente
inédita que Marx denominó "trabajador libre". Hasta cierto punto y en cierta forma, el capitalismo es, literalmente,
una forma de explotación basada en la igualdad, porque requiere de la igualdad jurídica entre capitalistas y
proletarios. A diferencia de todas las sociedades pre-modernas (que se legitimaban en discursos y concepciones del
mundo religiosas o cosmológicas abiertamente jerárquicas), el capitalismo se legitima en el universalismo, en los
DDHH, en la libertad y el derecho igual para todos. Esto hace que ofrezca contenidos simbólicos (la democracia, la
ciudadanía, la igualdad) que no tienen una adscripción de clase automática (como en las sociedades precapitalistas)
sino que pueden ser rearticulados en proyectos de clase contradictorios.

El igualitarismo moderno convierte, entonces, a la lucha por la hegemonía en una gramática general de la política
emancipatoria. Es decir, toda lucha debe, en alguna medida, conquistar la "dirección moral e intelectual" de las
clases subalternas (para utilizar la expresión clásica de Gramsci) por medio de la rearticulación y reapropiación de
los significantes igualitarios modernos. Y, a su vez, la hegemonía no puede ser, meramente, un hecho cultural,
inmaterial, sino que tiene que objetivarse en instituciones y prácticas sociales, es decir, inscribirse en términos
jurídico-políticos (esto ya lo decía Gramsci cuando afirmaba que la hegemonía se cristalizaba con el "devenir
Estado" de la clase obrera). Si ninguna lucha se reduce a su inscripción jurídica (conquistar derechos legalmente
reconocidos), ninguna lucha puede prescindir de esa dimensión (ni siquiera la lucha por la ruptura revolucionaria con
el orden existente). Y para ubicarnos plenamente en un terreno hegemónico es necesario hablar el lenguaje de lo
universal, apropiarnos del mundo en su totalidad para redescribirlo en términos emancipatorios. A la sociedad del
capitalismo y el patriarcado no podemos más que oponerle un nuevo universalismo, que incluya las particularidades
actualmente oprimidas (de clase, de género, de raza). Estas temáticas, la relación entre el igualitarismo moderno y
la lucha feminista, la contradicción entre democracia y capitalismo, la recuperación del "universalismo" en clave
emancipatoria (contra las políticas de la identidad que se generalizaron en los noventa) ameritan un trabajo serio y
sistemático que está por hacerse, pero al menos sabemos en qué dirección debemos movernos<href="#_ftn19"
title="">[19].

Sobre la cuestión política

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
La centralidad de la lucha social unitaria no debe hacernos perder de vista que hay un aspecto esencial del combate
antifascista que se libra en el terreno político. A sabiendas de las limitaciones de las experiencias progresistas
latinoamericanas, ¿por qué vías construir una izquierda radical pos-progresista que pueda estar a la altura de las
necesidades del periodo? Y, más específicamente, ¿qué relación establecer con las experiencias progresistas,
ahora en declive relativo? Hoy los sectores principales de las clases dominantes se muestran hostiles al retorno de
estas experiencias al poder. Pese a las concesiones, llegados a cierto punto las clases dominantes quieren todo el
poder y prescindir de mediaciones ambiguas que estén condicionadas por cierto grado de compromisos sociales.
Como dijimos, la misma naturaleza de estos gobiernos le abrió la puerta a la reacción conservadora. Solo es
explicable la actual ofensiva derechista y autoritaria en Brasil a partir de la desilusión con la experiencia del PT. A su
vez, las clases dominantes parecieran necesitar una ambiciosa reestructuración económica y social, que requiere
embestir de frente contra los derechos sociales y laborales y subordinar de manera duradera a las clases
subalternas. Para tal programa, el progresismo no parecería, en principio, el instrumento político más adecuado.
Aunque las dinámicas transformistas, para utilizar la expresión de Gramsci, siempre puede sorprendernos en la
capacidad para hacer mutar la función de las fuerzas políticas. Para dar dos ejemplos históricos: el PCI del
compromiso histórico o el PCF del programa común eran grandes partidos de masas, insertos fuertemente en el
movimiento obrero. Y este tipo de control burocrático de fracciones de masas fue, precisamente, una de las mayores
virtudes que estos partidos podían ofrecerla a las clases dominantes. Un control burocrático del movimiento obrero
es un instrumento eficaz para lograr que las masas acepten pasivamente ciertas políticas por medio de liderazgos
que esas mismas masas sientes como propios. El actual gobierno de Syriza, aplicando un plan de austeridad más
agresivo que el de sus antecesores derechistas, como el peronismo de los noventa o el primer mandato del PT son
casos de estudio, representativos de esta dinámica.

Ahora bien, la dinámica de avance fascista y el pasaje del PT oposición, parece reconfigurar el contexto. Detrás del
apoyo social y electoral al PT se expresa una aspiración social defensiva legítima de porciones relevantes de la
sociedad, con la que la izquierda radical debe estar en contacto permanente. Debemos desarrollar un amplio frente
único de oposición a la ofensiva conservadora, que en este caso se expresa, naturalmente, en el combate conjunto
por el voto a Haddad en el segundo turno.

¿Pero hecho de qué la burguesía exprese hostilidad hacia esas formaciones, las convierte en vehículos legítimos
para la lucha política que tenemos por delante? Aquí las cosas se tornan más complejas. El papel del PT puede ser
enormemente ambiguo en el nuevo ciclo político. Por un lado, el tipo de compromiso social o el grado de autonomía
política que se condensa en él podrían resultar, en caso de llegar al poder, ralentizante o hasta cierto punto
desestabilizante para las necesidades de las clases dominantes. En el caso límite de la elección actual, el PT se
convierte directamente en el instrumento electoral para ejercer un bloqueo a la fascistización, aunque la lucha
antifascista no puede reducirse a la cuestión electoral, como pretende el mismo PT. Esto último sería un suicidio
dado el enorme poder político acumulado por la extrema derecha brasilera. Si se diera el improbable caso de que
Bolsonaro perdiera las elecciones en el segundo turno, se abriría paso a una situación incierta e inestable donde el
movimiento de masas tendrá la última palabra. Entonces, si bien ejerce un papel, por el momento, desestabilizante
de cara a las clases dominantes, sin embargo, siguen cumpliendo un rol "estabilizador" en relación a las clases
populares. La ausencia de apoyatura en la movilización de masas le permite seguir cumpliendo un eventual papel de
contención social con el que pretende ser opción de relevo para las clases dominantes, en caso de que la crisis
obligue a basculamientos políticos bruscos.

En Argentina tenemos un ejemplo histórico clásico para pensar este papel paradójico de ciertos liderazgos
reformistas-burgueses. El peronismo histórico en cierto momento se convirtió en un obstáculo para el tipo de
reestructuración capitalista que las clases dominantes necesitaban. De eso se siguió el golpe de Estado militar
contra Perón y 18 años de proscripción política para el peronismo. Esa hostilidad burguesa hacia Perón hizo
extender en la juventud radicalizada de los sesentas y setentas la idea de que su retorno al poder era el vehículo
para la liberación nacional (o, directamente, para la revolución socialista). Si Perón finalmente volvió al poder fue
porque el nivel de tensión social y política alcanzado por la convulsionada argentina de esos años, acercándose a
condiciones pre-revolucionarias luego de la insurrección obrera en Córdoba en 1969, era más peligroso que el

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
retorno al gobierno de un liderazgo nacionalista burgués. De hecho, Perón volvió con el mandato de neutralizar la
olla a presión en la que se había convertido la Argentina, y fue un instrumento leal a esa causa: simbolizada en la
expulsión de la plaza del peronismo revolucionario en 1974 y en la organización de la banda paramilitar de las Tres
A (Alianza Anticomunista Argentina) contra la izquierda peronista y la militancia revolucionaria en general. De la
hostilidad burguesa hacia el hecho maldito del peronismo no se siguió pues que ese liderazgo fuera a cumplir un
papel progresivo. Pero, por otro lado, nadie que se propusiera desarrollar una política revolucionaria en aquellos
años podía ignorar la necesidad de trabar vasos comunicantes con las masas peronistas, sobre todo con sus
sectores combativos.

El progresismo actual está muy lejos del nivel de penetración en la clase obrera del peronismo histórico, pero
igualmente se pueden encontrar lecciones útiles en esa experiencia. Ella muestra la necesidad del frente único, de
la lucha conjunta contra el enemigo común, como forma de establecer puentes con los sectores de masas influidos
por esas fuerzas políticas. Pero también, y de forma dramática, muestra la necesidad de no depositar ilusiones en
sus liderazgos por el solo hecho de que no sean los predilectos de las clases dominantes en cierta coyuntura.
Siendo que, ante la presión de la burguesía, estos partidos y liderazgos no dan muestras de radicalización, sino de
moderación y conciliación, estamos obligados a afrontar la difícil tarea de construir una izquierda pos-progresista,
que rechace la conciliación de clase, y combine una amplia unidad de acción (anti-neoliberal, antifascista) con la
construcción de un instrumento político dispuesto a embestir de frente contra las clases dominantes. La experiencia
de PSOL, pese a sus dificultades, es indicativa de una hipótesis de recomposición política posible. Estos últimos
meses mostraron con claridad la utilidad de la izquierda radical en la coyuntura brasileña, ubicada en la primera
línea de la movilización de masas antifascista, de la manifestación de las mujeres y de la lucha electoral por derrotar
a Bolsonaro.

El capitalismo latinoamericano e internacional está entrando en zonas inciertas y tormentosas. La lucha contra la
barbarie ha dejado de ser una consigna icónica del origen de la tradición socialista, para convertirse
intempestivamente en una batalla urgente de nuestro tiempo. El neofascismo no es invencible, depende de la lucha.

26/10/2018

http://intersecciones.com.ar/index.php/articulos/125-al-borde-del-abismo-bolsonaro-y-el-retorno-del-fascismo

Agradezco especialmente la lectura, los comentarios y la ayuda generosa de Facundo Nahuel Martín, Ariel Feldman
y Ana Baudizzone

Notas:

1/ Para el análisis de la extrema derecha actual, especialmente el caso del Frente Nacional francés, ver Palheta,
Ugo, La possibilité du fascisme: France, la trajectoire du desastre, Éditions La Découverte, 2018.

2/ Valerio Arcady, referente de Resistencia, corriente interna del PSOL, fue uno de los pocos dirigentes marxistas
que alertaron de forma sistemática contra el peligro del neofascismo en Brasil. Ver su muy recomendable serie de
artículos al respecto en la Revista Forum: https://www.revistaforum.com.br/colunistas/valerioarcary/

3/ Ver Katz, Claudio, Contra Bolsonaro en las calles y en las urnas, Viento sur,
https://vientosur.info/spip.php?article14226

4/ Ver Altamira, Jorge. Scioli, Correa, Lula y Bolsonaro, Página 12, 2-10-2018.

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
5/ Ver Matos, Daniel, Bolsonaro: ¿fascismo o bonapartismo?, en
http://laizquierdadiario.com/Bolsonaro-fascismo-o-bonapartismo?id_rubrique=1714

6/ Ver Alcoy, Philippe, L'extrême-droite en force au premier tour. Où va le Brésil ?, en


http://www.revolutionpermanente.fr/L-extreme-droite-en-force-au-premier-tour-Ou-va-le-BresilTraducción propia.

7/ Puede leerse al respeto "Bonapartismo frágil en Turquía", donde se afirma, resumiendo el mismo patrón de
incomprensión: "la orientación bonapartista, que se supone debe llevar a cabo la reconfiguración y, por lo tanto, la
estabilización del bloque de poder, paradójicamente acelera la disolución de la arquitectura institucional del Estado.
Las purgas masivas en curso, y la inestabilidad política hacen que la reorganización burocrática del bloque de poder
sea extremadamente difícil y arriesgada. Los sangrientos atentados y explosiones que ocurren cada dos semanas,
el asesinato del embajador ruso, la matanza en un club nocturno en Nochevieja, se combinan para pintar la imagen
de un Estado profundamente fragmentado y casi fracasado." En
https://www.laizquierdadiario.com/Bonapartismo-fragil-en-Turquia.

8/ Para su análisis del Frente Nacional francés puede leerse el artículo de Emannuel Barot en
http://www.revolutionpermanente.fr/Entre-pire-et-moindre-mal-Le-tandem-Le-Pen-Macron-ou-comment-etre-piege-en
tre-deux-variantes-du y la respuesta de Sylvain Pyro en
https://npa2009.org/idees/politique/pour-preparer-les-affrontements-avec-macron-il-faut-avoir-aujourdhui-une-politiqu
e . Coherente con la subestimación del peligro que encarna el Frente Nacional, la organización hermana del PTS en
Francia se opuso a la consigna "ningún voto para el FN" (que no convocaba a votar necesariamente por Macron,
sino unificar en un mismo campo a quienes se oponían al FN por vía de un voto defensivo a Macron como quienes
votaban en blanco) y se excluyeron de las manifestaciones sociales que se organizaron en esa dirección.

9/ Ver Slavoj }i}ek First as Tragedy, then as Farce, Londres, Verso, 2009.

10/ Para un balance de la experiencia del PT y su proceso de burocratización, ver Machado, João. La experiencia de
la construcción de Democracia Socialista y del Partido de los Trabajadores de Brasil desde 1979 hasta el primer
gobierno de Lula, en http://www.anticapitalistas.org/wp-content/uploads/2017/04/TC-Brasil.pdf

11/ Ver Bensaïd, Daniel, Revolución Permanente y Revolución por Etapas en América Latina, en
http://danielbensaid.org/Revolucion-Permanente-y-Revolucion-por-Etapas-en-America-Latina?lang=fr#nb2

12/ Los ejemplos podrían multiplicarse: la experiencia del gobierno reformista-burgués de Jacobo Arbenz en
Guatemala, por caso, repite el mismo patrón. Luego del golpe militar de 1954, el mismo partido comunista (Partido
Guatemalteco del Trabajo), que había defendido una línea de conciliación con la "burguesía nacional", escribía
autocríticamente: "el PGT no evaluó correctamente la débil capacidad de resistencia de la burguesía y no tuvo
permanentemente presente el carácter conciliador frente al imperialismo y a las clases reaccionarias, lo que explica
algunas ilusiones que se tuvieron sobre el patriotismo, la lealtad y la firmeza de la burguesía nacional frente a los
asaltos del imperialismo norteamericano".

13/ El mismo Trotsky no excluye las alianzas tácticas con fracciones de la burguesía : "Es evidente que nosotros, no
podemos en el futuro, renunciar a tales acuerdos rigurosamente limitados y sirviendo cada vez a un objetivo
claramente definido la única condición de todo acuerdo con la burguesía, acuerdo separado, practico, limitado a
medidas definidas y adaptadas a cada caso, consiste en no mezclar las organizaciones y las banderas, ni directa ni
indirectamente, ni por un día, ni por una hora, y a no creer jamás que la burguesía es capaz de conducir una lucha
real contra el imperialismo y a no poner obstáculos a los trabajadores y campesinos" (Trotsky, La Revolución
Permanente)

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Bolsonaro y el retorno del fascismo
14/ Bensaïd, Daniel, Idem.

15/ Sobre estos temas ver el texto de Thwaites Rey, Mabel Dolor Brasil, dolor latinoamericano, en
http://intersecciones.com.ar/index.php/articulos/123-dolor-brasil-dolor-latinoamericano

16/ Ver entrevista en La Contra TV en https://www.youtube.com/watch?v=Ab5kH5nwx5Q

17/ Reguera, Marcos, Alt Right: radiografía de la extrema derecha del futuro, en
https://ctxt.es/es/20170222/Politica/11228/Movimiento-Alt-Right-EEUU-Ultraderecha-Marcos-Reguera.htm

18/ Sobre la relación entre modernidad, capitalismo y emancipación creo que hay dos libros fundamentales. En
primer lugar, Artous, Antoine, Marx, el Estado y la política, Editorial Sylone, Barcelona, 2016. Y Postone, Moishe.
Time, Labor and Social Domination. A reinterpretation of Marx´s Critical Theory, Cambridge, Cambridge Uniersity
Press. En relación a trabajos actuales que planteen la relación entre universalismo, modernidad y política
emancipatoria creo que hay dos referencias centrales, la corriente aceleracionista (ver Nick Srnicek y Alex Williams,
Inventing the Future. Postcapitalism and a World without Work. Londres: Verso, 2015.) y el xenofeminismo, ver
Helen Ester,Xenofeminismo, Caja Negra Editora: Buenos Aires, 2018. Al respecto ver Martín, Facundo Nahuel, La
izquierda ante el proyecto de la modernidad. Una discusión aceleracionista, en
http://intersecciones.com.ar/index.php/articulos/60-la-izquierda-ante-el-proyecto-de-la-modernidad-una-discusion-ac
eleracionista

Referencias

Burrin, Philippe: «Politique et société: les structures du pouvoir dans l'Italie fasciste et l'Allemagne nazi», Annales
ESC, vol. III, 1988.

Mandel, Ernest, El Fascismo, Sare Antifaxista, 1969.

Laclau, Ernesto, Política e ideología en la teoría marxista, Siglo XXI de España, 2015.

Lowy, Michael, Diez tesis sobre la extrema derecha, 2014.

Palheta, Ugo, La possibilité du fascisme: France, la trajectoire du desastre, Éditions La Découverte, 2018.

Poulantzas, Nicos, Fascismo y dictadura, Siglo XXI de España, 2005.

Ranciere, Jacques, Los tontos útiles del FN, 2015

Traverso, Enzo, Espectros del fascismo. Pensar las derechas radicales en el siglo XXI, 2016.

Trotsky, León, La lucha contra el fascismo en Alemania, CEIP, 2016.

Slavoj Zizek; Judith Butler; Ernesto Laclau, Contingencia, hegemonía, universalidad: Diálogos contemporáneos en la
izquierda, FCE, Madrid, 2003.

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