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El obrero emancipado y la educación popular.

Para comprender la relación que se puede establecer entre la noción de obrero


emancipado y educación popular, debemos primero, entender la vinculación que se da
entre las categorías de cultura y educación, puesto que ambas son fundamentales al
momento de analizar la emancipación obrera y cómo esta se puede efectuar a través de
la educación popular.
Para Rancière el concepto de emancipación está relacionado con la idea de que
mediante la educación popular, la clase obrera adquiere una nueva conciencia y
comienza a tener una mayor preparación cultural. En ese sentido, la educación popular
se convierte en el método del que dispone el movimiento obrero para lograr
transformaciones sociales y a su vez, proporcionar a sus miembros los conocimientos
suficientes para poder lograr la construcción de una nueva sociedad. En relación a esta
idea, el hombre emancipado es “quien, en el intervalo entre dos interrupciones, se
convierte en el testigo privilegiado de la claridad y en el portador del porvenir”
(Rancière, 1988, p. 7). Asimismo, es

Un obrero que ha descubierto que él no era sólo un ser de trabajo y de


necesidad, no sólo una fracción de una masa considerada por su número
y su peso, sino un ser intelectual, un individuo que reflexiona sobre lo
que hace y comunica a otros esa reflexión (p.8).

Esta noción de obrero emancipado, según Rancière (1988) tendría sus


antecedentes en la idea de rehabilitación intelectual, entendida en el sentido de
emancipación intelectual, la cual se habría gestado en el pensamiento de dos
intelectuales por allá por 1830. El primero de ellos, Ballanche, habría sostenido que el
emancipado era aquél plebeyo que sale de la oscuridad anónima en la que ha estado
insertó mucho tiempo y al dar este paso, “adquiere un nombre, reconoce en sí mismo el
signo de la inteligencia y obliga al patricio a hablarle y a tratar con él”. El otro, es
Jacotot, quien sostiene que el emancipado es aquél que “toma conciencia de lo que hace
y de lo que es en el orden social”, reconociendo “la identidad del poder intelectual en la
diversidad de sus manifestaciones y se compromete en la interminable labor de
verificación de la igualdad de las inteligencias” (p. 9).
En cuanto a la educación popular, esta asienta sus bases en las llamadas escuelas
para obreros, que se estructuran dentro de la sociabilidad propia de las clases populares.
Estas escuelas se manifiestan a partir de una autoeducación colectiva, vinculada a la
idea de una autonomía de clase y una educación propia, que no esté subordinada a
poderes ajenos al movimiento obrero. Ya que, el trabajo educativo que deben llevar a
cabo los obreros es sobre sí mismos, en cuanto a su voluntad de saber, sus emociones,
su actividad familiar y el manejo y control de sus emociones. Esta autoeducación
colectiva, podemos también relacionarla con las nociones de autogestión y
autoproducción cultural, pues ambas tienen que ver con una producción de clase que se
autogestiona y se determina a sí misma a partir de una reconfiguración permanente que
es libre y solidaria.
En las escuelas populares los obreros aprenden hábitos sociales, a suavizar sus
costumbres a través de conferencias sobre higiene urbana o alcoholismo y a exteriorizar
sus sentimientos por medio de manifestaciones tales como el canto y la lectura de
novelas populares. Operando, de alguna manera, lo que Rancière (1988) han
denominado “estilización de la conducta”. Dicha estilización se manifiesta por medio de
técnicas educativas que terminan por influir moralmente sobre el cuerpo, la forma de
actuar y el pensamiento de los sujetos, las que tienen como finalidad la liberación
cultural. Esta liberación cultural se expresa a través de la escritura poética, la
propaganda política y el interés por las ciencias sociales, entre otras cosas.
Estarán Molinero (2010) define la educación popular como aquellos procesos
educativos informales de personas que no están escolarizadas, tratándose por tanto, de
“la educación del pueblo al margen de las instituciones dedicadas oficialmente a este
fin” (p. 92). Y distintas instituciones se vieron en la labor de llevar a cabo este tipo de
educación, tal es el caso, de La Institución libre de enseñanza, la Escuela Moderna, las
corrientes anarquistas, movimientos como el Partido Socialista Obrero Español y
católicos sociales.
De Luis Martín (1991), por su parte, refiere a la formación que tienen los
obreros en la Europa de entreguerras, fenómeno en el que este las instituciones de
formación obrera se convierten en “uno de los principales mecanismos de regeneración
social” (p. 24), ya que estaban pensadas para poder aportar con las condiciones
necesarias que condujeran hacia una sociedad más justa. Ideal que se refleja en el
discurso que Anatole France dirige hacia los maestros franceses en agosto del año 1919,
en el que sostiene que la educación popular que debe surgir tras la primera guerra
mundial deber ser muy diferente a la del pasado, por lo que el sistema educativo deber
rehacerse, con el fin de despertar inteligencias nuevas y “cambiar de arriba a abajo la
enseñanza primaria, a fin de formar los trabajadores” (France, 1919, p.3 citado en De
Luis Martín, 1991, p. 24). En este contexto surge un conjunto de pedagogos a lo largo
de toda Europa que estarán preocupados de la problemática educativa de la clase obrera
en esta época, planteando que “la educación, en general, y la escuela, en particular, eran
instrumentos de dominación al servicio de las clases que disfrutaban del poder” (p. 26),
puesto que el sistema educativo tradicional y las escuelas populares que habían surgido
desde el siglo XIX, se basaba en una organización plutocrática que impedía el acceso a
la educación media y superior a las masas trabajadoras, puesto que la burguesía poseía
el monopolio de la cultura y replicaba en el campo de la enseñanza la lucha de clases.
Por lo cual, solo a partir del advenimiento del socialismo, se podría recién concebir una
escuela única que asentara sus bases en una auténtica reforma pedagógica. Por lo que la
solución era la creación de centros de formación obrera por parte del socialismo
europeo.
Siguiendo con las instituciones que se dedicaron a la educación popular,
tenemos el caso de los llamados Ateneos obreros, que Monés (2010) aborda en su
estudio sobre estas instituciones en la formación profesional de Cataluña. Instituciones
que promovían la formación de los obreros a mediados del siglo XIX, existiendo dos
tipos, unos de carácter paternalista impulsados por el catolicismo social y otros
plenamente obreros. Teniendo en común estos dos tipos de ateneos “su afán por la
difusión del saber moderno” (p, 111). En el caso de los plenamente obreros, estos
estaban compuestos y dirigidos por trabajadores quienes “consideraban que su
emancipación debía generarse a través del propio esfuerzo, y, en ningún caso, aceptando
ayudas exteriores, actitud que, por lo menos, teóricamente, les llevaba a rehusar la
colaboración de la burguesía” (p. 111).
Finalmente, podemos concluir, por una parte, que el obrero emancipado es aquél
que toma conciencia de lo que hace y de las posibles consecuencias negativas que puede
tener su conducta para la clase a la que pertenece; es el hombre que reconoce la
identidad de su poder intelectual en la diversidad de sus manifestaciones y que se
compromete, en la igualdad alcanzada entre las inteligencias que la rodean, en una tarea
interminable de verificación de esta igualdad en el trabajo común para la sociedad y su
progreso. Por ello, su emancipación no concibe una separación entre el ámbito de lo
colectivo y lo individual. Puesto que lo individual y lo colectivo convergen en pos de
avanzar en el conocimiento. Surgiendo una instancia en donde lo individual logra una
organización colectiva al propagar las ideas emancipadoras y lograr organizar una
asociación entre la comunidad obrera.
Las ideas emancipadores que este obrero proclama rompen con las canónicas
nociones de conciencia y lucha de clase, debido que en su discurso no existen clases y
lo que debe refutarse es la idea de dominación, para así, dar paso, finalmente a la
igualdad. De esta manera, el movimiento emancipatorio obrero “no es la lucha de una
clase contra otra, es la lucha de la igualdad contra la desigualdad” (Rancière, 1988, p.
11). Y esta igualdad por la que lucha el obrero emancipado “no se opone a la igualdad
jurídico-política como lo real a lo formal” (p. 12), por lo que, va más allá de una
división entre lo político y lo social.
Y por otra, comprender todo el proceso que conlleva la aparición de las escuelas
populares y la noción de obrero emancipado dentro de lo que puede considerarse un
patrimonio cultural popular, o que también podemos denominar obrero, que da cuenta
de una realidad social específica, que representa un legado y una herencia en la que se
manifiesta una visión de mundo, una manera de ser particular, que se ha fundado en
valores comunes y en reflexiones colectivas, en la que predomina la idea de lo
comunitario.

Referencias bibliográficas
De Luis Martín, F. (1991). La formación del obrero en la Europa de entreguerras (1919-
1939): Las principales instituciones socialistas y las internacionales obreras de la
enseñanza. Studia Historica. Historia Contemporánea, 9, 23-57.
Esterán Molinero, J. (2010). Aportación del catolicismo social a la educación popular en
Aragón (1857-1923). Participación educativa, Número extraordinario, 91-107.
Rancière, J. (1988). La escena revolucionaria y el obrero emancipado (1830-1848). E.
Verger (Trad.). Historia Social, (2), 3-18.

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