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BROUSSE,
G. CLASTRES, A. A. FRYD,
DI CIACCIA,
F. LEGUIL, H. MENARD, A. MERLET, D. MII.LER,
J.-A. MIU.ER, J. RAvARD, A. SlEVENS,
M. STRAUSS, R. WARIBL
LA ENVOLTURA
FORMAL DEL SINTOMA
MANANTIAL
facebook.com/lacanempdf
Diseño de lapa: c:,rntavo M11n l
EDICIONES MJ\NJ\Nl'IJ\I.
I
SINTOMA Y ENVOLTURA
FORMAL
FUENTES Y 1RADUCTORES
Los textos de J.·A. Miller y M.·H. Brousse fueron publicados en las Ac·tcs de
l"Ecole de la Cause freudie~ne, N 9 IX. Lesfonnes du simp!ürne, y trnduc:ldos por
Irene Agoff y Adrlana Torres respectivamente.
REFLEXIONES SOBRE IA ENVOLTURA
FORMAL DEL SINTOMA
Jacques-Alain Miller
nivel donde el sttjeto es feliz, de ese nivel que podemos llamar de la pul-
sión, del nivel. digamos, del objeto a La histeria desaloja al síntoma
como ser de verdad del sujeto. ella lo desaloja de las profundidades y
lo pone en evidencia, mientras que al objeto a corno real lo trae al lugar
de la verdad, cosa que no sucede sin un vaciamiento y además obli-
ga especialmente a sumar la nada a la nomenclatura ele los objetos a
Y aquí se abre el problema de saber si el sujeto como tal no seria una
ficción. Así, al plantearlo como respuesta de lo real cobra toda su con-
tundencia.
Observen que si el síntoma tiene estructura de ficción, la posición
inicial de Lacan de que hay Mun límite donde la envollura formal del
síntoma se invierte en efectos ele creación" ya nos. resulta meno:,_¡
opaca. Pero se trata de saber cómo se articulan y distinguen ficción y
creación, que después de todo son dos modos de fabricación. Diré
brevemente que no es lo mismo ser poeta que ser poema. En el nivel
del síntoma el sujeto es poema, aun si se persuade gustoso, si es his-
térico, ele que es poeta. Pero ser poeta es otra cosa; es. diría don Pero-
grullo, producir poemas. Ser creador es producir formas, y formas que
no están ya en el Otro.
Marie-Hélene Brousse
ro. y luego para Lacan, uno de los conceptos fundamentales: ¿por qué,
en ese caso, fundamental?
Fundamental, dice Lacan, a título ele Jicción. Comparable en su
función con el mito (Lacan se refiere a éste en su articulo "Del Trieb de
Freud y del deseo del psicoanalista "2 como "mitos de Freucl"), el con-
cepto de pulsión es introducido para responder a una contradicción
fundamental en el psicoanálisis, contradicción que señala la ocurren-
cia de lo real. Pone por lo tanto orden en la aparición de una falta en
la estructura, verdad horrible, que él señala y cubre al mismo tiempo.
Esta contradicción central se le manifestó primero a Freud en cierto
número de fenómenos que representaron, después ele 1920, puntos de
referencia de la historia del psicoanálisis: reacción terapéutica negati-
va, problema del masoquismo originario, cuestión del final o intenni-
nabilidad del análisis. La pulsión es entonces la ficción que trata. en
el núcleo de la experiencia analítica, sobre la paradoja ele la satisfac-
ción en el sujeto: estar satisfecho no es tener aquello que su corazón
o su cuerpo necesita, pide y hasta desea. Todas las tentativas que
I..a.can estigmatiza ya en "Función y campo de la palabra y del lenguaje
en psicoanálisis"3 ele entremezclar el desciframiento del inconsciente
y la teoría de los instintos sólo son formas de enmascarar la división
entre el ser hablante y su goce. La pulsión manifiesta las consecuen-
cias, sobre el goce, de la inscripción en el orden simbólico. Es la res-
puesta freudiana a esta subversión de la satisfacción en el Bien,
respuesta cuyo origen La.can ubica en Kant. Cuando la satisfacción de
la necesidad implica el retomo de un objeto, su consumo y la repeti-
ción del mismo, la satisfacción pulsional exige la ausencia del objeto,
como causa de una Spaltung en el sujeto, y la repetición de lo diferente:
es por lo tanto despliegue ele un trayecto circular. De éste, Lacan mos-
trará que se efectúa por montaje. ya que la sexualidad no está de
acuerdo con el inconsciente. Ese montaje trata de enunciar la disyun-
ción entre la sexualidad fálica y el goce del otro lado: si bien la pulsión
sexualiza una parte de ese real haciéndolo pasar por los desfiladeros
significantes de la demanda del Otro, deja un resto: en eso, es parcial:
lo fundamental del sexo es integrable, no por la pulsión genital, es de-
cir por una libido bisexual, sino por la pars. La pulsión es entonces,
en la articulación del sujeto con la demanda del Otro, la condición del
surgimiento de la falta del Otro: S {q( ).
Aquello que justifica en consecuencia articular el síntoma con la
pulsión, sin pasar por el fantasma, es en realidad la relación privile-
giada que el neurótico mantiene con esta demanda, por la que se con-
EL SINTOM/\ Y 1..1\ PlJLSION 19
¿Cómo separar la música de esa demanda del Otro que separa al su-
jeto de su deseo, que él mismo desconoce? Es tambié!l plantearse la
siguiente pregunta: ¿porqué un síntoma y no la sublimación? Para él,
se trata de que el objeto sea reabsorbido en la repetición significante
y así, satisfacer, por sustitución, lo más ce:rca posible del autoerotls-
mo, aquello que está reprimido, o sea la pulsión. En consecuencia, no
hay sublimación por la música, si sublimación es elevar un objeto a
la dignidad de la cosa, más allá de la gravitación significante, como
Jacques-Alain Millerlo señaló en su curso de 1983. Para que este sur-
gimiento resultara posible, tal vez haria falta que el objeto perdido se
convirtiera en esa ausencia que lo hace objeto de deseo del Otro. 5 La
reducción del fantasma a la pulsión se repile en otros lugares de las
disposiciones pulsionales: por eso, cuenta que cuando empezó a mas-
turbarse lo hizo de la siguiente manera: habiendo recibido de regalo
un equipo de "pequeño químico", metía su espenna en tubos y retortas
y los dejaba ahí, día tras día, a la vez escondidos y ofrecidos a la inves-
tigación materna. Pero en el momento de elegir estudios de química,
renunció a hacerlo.
La actividad sexual está sometida, hoy todavía, al Igual que la acti-
vidad musical, al imperativo del deber, pero no articulable con un obje-
to causa del deseo: hacer el amor, como hacer música, es un trabajo,
un trabajo a la fuerza, un trabajo de esclavo. En otras palabras, un
trabajo del que el yo fuerte puede mantenerse amo, sostenido como lo
22 MJ\RIE·HE!.ENE UHOUSSE
el cuerpo del analista formaran parte del lote, siendo que, ele todas ma-
neras, no hay análisis posible sin falo ele un lacio y analista ele carne
y hueso del otro.
Tertio, por lo común, en el neurótico, paralelamente al recubrimien-
to del objeto por el significante, hay del lado del analista recubrimien-
to de la falta del Otro por el Otro del significante. Del Otro total al Otro
ban-ado, es el Nombre del Padre el que funciona como hilo conductor
y. en sentido propio y figurado, como parapeto, y el que permite el pa-
so del Otro del significante al significante faltan te del Otro. Por eso el
Nombre del Padre pertenece al mismo orden que el síntoma, como re-
cuerclaJ.-A. Milleren su curso ele 1982. 4 Por eso el Nombre del Padre
es el garante, para el sujeto, de que la falta del Otro sea soportable.
Paralelamente, el sujeto supuesto al saber, completando en el neuró-
tico al síntoma, haciéndolo apto para ser descifrado. haciéndolo signo
para alguien o para un saber. oculta, al mismo tiempo que revela, el
enigma del deseo del Otro. Este enigma es el que provocará la meto-
nimia desean te del analizante, pero también el que la detendrá sobre
la metáfora que equivale a la causa ele ese deseo. Ahora bien, en esta
cura los dos aspectos del Otro, que por lo común se recubren y que el
análisis separa, estaban de entrada disociados. Con la consecuencia
ele que por un lacio la certeza delirante habría podido ocupar el lugar
ele la suposición del saber, y que por el otro lado el deseo del Otro, en
vez ele mantener su enigma, habría podido ciar consistencia al Otro
perseguidor.
Quarto, por lo común, a la demanda que se dirige al analista éste
responde, para poner al síntoma a trabajar, con otra demanda que no
esen absoluto simétrica a la primera. En efecto, el analizan te. median-
te su demanda, se dirige a un saber para ser librado de su síntoma,
mientras que la demanda del analista, que se presenta en general en
forma de un imperativo, concerniente por ejemplo a la regla analillca,
oculta y disimula el deseo del Otro e impide así el surgimlen to de la an-
gustia que vendría a responder a ella. De esta manera la demanda del
analista preserva y mediatiza el advenimiento del enigma del deseo del
Olro. Por supuesto, esla demanda del analista. para que medial Ice esa
relación con el deseo del Otro sin obstmirla, no debe en ningún caso
transfonnarse en enunciado del deseo de un analista, pero es preci-
so que, al enunciarse, ella derogue al cleseante abriéndolo a la función
del deseo del Otro.
En el psicótico, por el contrario, la demanda del analista no llega a
mediatizar el enigma del deseo del Otro. En efecto, o bien esta ciernan-
EJ. SINTOM/\, DEL SIGNO /\L SIGNIFIC/\N·m 29
REFERENCIAS BII3LIOGRAFICAS
Marc Strauss
Se trata de un joven de unos veinte años que había pasado tres se-
manas en un servicio de neurología por una hemiplejía presentada
cuando iba a salir de la prisión donde lo habían encarcelado por una
malversación menor. Era una hemiplejía muy seria. que durante esas
tres semanas fue minuciosamente explorada: cuatro arteriografias,
scanner, tomografias, EEG, etc. Como los resultados fueron negati-
vos, los neurólogos decidieron derivarlo a los psiquiatras planteando
por descarte la hipótesis de una hemiplejía histérica. Y, en efecto, bas-
tó con preguntar a este muchacho cómo estaba para que él mismo
ofreciera la clave, la armadura en la que se hallaba paralizado. Se apre-
suró a decir que las cosas no podian ir meJor para él, iba a salir de la
cárcel, iba a casarse con la mujer que amaba y que lo amaba, cuan-
do esa hemiplejía ... Claro está que el hecho de que esta pasión "más
fuerte que la muerteM se volcara en una persona algo mayor que suma-
dre no tenía en su opinión ninguna importancia, a lo sumo podía irri-
tar a algunos espíritus amargados y divertir a los otros, sobre todo a
sus amigos. En síntesis, bastó con dejarlo hablar, insistiendo un po-
co, para que al fin de cuentas se revelara a sí mismo que sólo estaba
decidido a medias a unirse para siempre con esa futura tierna mitad.
Salió del despacho caminando con las dos piernas. La historia se
interrumpe aquí pues aquél fue nuestro único y último encuentro, ya
que su futura esposa se apresuró a sacarlo de las garras del hospital
haciéndole firmar el alta esa misma tarde.
Pero aunque la historia se interrumpa aquí no está desprovista de
enseñanzas, sólo que por la negativa. Es dificil discutirle a esta
hemiplejía el estatuto de síntoma. Y qué mejor ejemplo de su función
metafórica, de su inscripción en el lugar del Otro, del Otro significan-
te, que su levantamiento mediante la interpretación significante, tan-
to más irrefutable cuanto que fue el propio sujeto el que la profirió al
hilo de su discurso y que bastó señalarlo para que, sorprendido, se
oyera decir algo distinto de lo que creía y el síntoma cayera. Todo es-
te montaje se apoya desde luego en el sujeto supuesto al saber al que
EL SINTOMA EN LA CURA 33
Para ser más precisos, lo que la inquietaba era que yo pudiese no sa-
ber el importe de su deuda, de la que por su parte ella se jactaba de
llevar una contabilidad exacta. Una frase, en su angustia, expresaba
su turbación ante la ausencia de reaseguro por mi parte en cuanto al
conocimiento de la cifra de la deuda: -rengo miedo de que usted no
sepa lo que le debo".
Esta frase la detuvo, la soprendió en su equívoco y le mostró
brutalmente hasta qué punto consagraba su vida a pagar. Fren-
te al otro, cualquiera que fuese, ella tenía la sensación ele tener
que saldar algo, y comprobaba no saber ni qué ni por qué. ¿El otro lo
sabía?
Es decir, que una gran parte de sus conductas en la existencia, de
su manera de ser, por prtmera vez se le apareció como sintomática.
Aquí se trata de un rasgo de carácter, de una manera de ser conver-
tida en síntoma construido en el análisis; no es que no existiera antes,
pero para el sujeto pasaba inadvertido. Este fue un momento crucial
en la cura, por su causa se vio enfrentada con su montaje consisten-
te en operar una escisión que la dejaba fuera de juego: ella expulsaba
sobre el Otro un saber cuya impostura le era fácil denunciar si se hacía
pretexto para el ejercicio de un dominio, mientras que tomaba a su
cargo una verdad ciertamente indecible, pero cuán deliciosa, que lega-
rantizaba el goce de estar siempre en otra parte.
En cuanto a esa parte de goce en el síntoma, Lacan la formula en
el texto de 1967: WDe la psychanalyse dans ses rapports á la realité".
En la página 58 de Scilicet Ng 1. en una frase que responde, agregán-
dole los conceptos de goce y resistencia, a la de los Escritos que hace
un momento recordé, dice: "Así, la verdad halla en el goce cómo resistir
al saber. Esto es lo que el psicoanalisis descubre en lo que llama sín-
toma, verdad que se hace valer en el descrédito de la razón".
Las consecuencias de este momento de vuelco en el análisis fueron
harto considerables sobre su modo de considerar la existencia, pero
la deuda subsistió, siempre imposible de saldar. Esta deuda cuyo
importe no varia es lo que tomó un estatuto particular en la cura. un
estatuto de síntoma. En efecto, la analizante se queja ele ella, se sien-
te molesta por ella, quiere librarse de ella, pero indefectiblemente, y
pese a su buena voluntad, acaba utilizando para otra cosa el dinero
reservado a esa deuda. Finalmente, y sobre todo, habla de ella pero no
puede decir nada. Esta deuda está en función, en su lugar de impo-
sibilidad. Lo interesante es que no habla de ella en cualquier momen-
to; esa deuda es, para retomar la imagen de Lacan en wlntervención
36 MAHC STRAUSS
Guy Clastres
toma, que cada cual somete a ese nuevo valor; cada demanda de aná-
lisis, que se hace en nombre del síntoma, viene a verificar la verdad
freudiana, pero también la relación del analista, al que ella se dirige,
con esa verdad. El campo freudiano se estableció, como sabemos, en
el a posteriori del acto de Freud, que consistió en anudar el síntoma,
como realizado, con la verdad como reprimida.
En medicina el síntoma hace de signo: hace de signo para el médico
de una causa supuestamente situable en el cuerpo, cuerpo que
establece la medida del campo de exploración del médico, por la
mirada. En psiquiatría. el síntoma hace de signo ele una norma alte-
rada: la comparación de los diversos signos permitió establecer una
clínica que comprobamos sirve cada vez menos como punto de
referencia, para dejar lugar a su enganche al efecto producido por los
principios activos de las substancias ingeridas, revelando la sensibili-
dad del cuerpo a sus principios. La psiquiatría moderna. que se califi-
ca a sí misma ele médica, sustituye la Jaita persistente de la causali-
dad en el campo de lo visible porla realización de una química que hace
sus veces: inversión en laque puede leerse, asimismo, el fin ele una clí-
nica. En estos dos casos (psiquiatría y medicina), el síntoma represen-
ta algo para alguien que está ahí y que res pon de con una demanda de
saber.
Cuando la histeria cesó de poblar los conventos y de provocar a los
exorcistas, cuando los médicos la instalaron en la escena hospitala-
ria. produjo una demanda que. como sabemos, pudo tomar fonnas di-
versas: sumisión necesaria a la voluntad médica por la intervención
ele métodos educativos, coacciones diversas, sugestiones. otras tan-
tas manifestnclones en las que puede leerse la relación ele la histeria
con el amo (cf. tesis de Gérard Wajeman, Le Mailre et l'Hystérique). Lo
que me parece importante subrayar aquí es que en este encuentro en-
tre la histeria y el médico la demanda aparece desplazada del lado del
médico.
Con Freud se produce el vuelco del que hoy somos testigos. Pues no
es tanto de su demanda de lo que va a tratarse en su encuentro con
la histeria, ya que renunciando a ella dejará desplegarse la talking cu-
re a parlir ele su deseo de saber más de ella; la demanda queda resit ua-
da entonces ahí donde debe estar. y el síntoma sufrirá el desplaza-
miento en el que se revela su estmctura significante. Si bien continúa
haciendo de signo, ya no representa ese algo para un alguien con el
cual este alguien puede cegarse. Hace de signo del Otro, como lugar,
donde ese alguien se borra para dejar su lugar a otra cosa muy dife-
EL SINTOMA Y El. ANALISTA 41
Dominique Miller
sen tan otras tantas ocasiones donde el saber del Otro es pillado en fal-
ta y donde puede hacer irrupción un imperativo de goce mortífero.
Ese mandamiento del Otro puede actuar también a partir de la
identificación. Así, Florence reviste los rasgos mórbidos del padre.
Carnicero, ex pupilo del Estado, ex delincuente. su historia masiva
brinda los elementos de esa identificación. "Era un muerto en vida".
dirá varias veces. Por un efecto de espejo, tocias las tentativas profe-
sionales o amorosas que emprende para llevar una vida normal y no
ya marginal. fracasan. corno si estuviera atrapada por el aliento des-
tructor del Otro.
Llama la atención comprobar hasta qué punto la Identificación y la
obsesión se dan la mano para, a la vez. satisfacer los apetitos de des-
trucción del Otro y neutralizarlos. Cuando la identificación fracasa en
ese cara a cara con el muchacho seductor, la obsesión surge para ase-
gurar la represión de esta satisfacción mórbida. El obsesivo se exte-
núa en este juego. Y comprendemos por qué el inmovllisrno representa
para él el único modo de respuesta: no salir más, no atender más el
teléfono. no leer más el diario. El Otro puede descubrirse a cada mo-
mento.
La obsesión nos interesa porque revela quizás más que cualquier
otro síntoma el vinculo entre el síntoma y esa incompletud del Otro.
Lo que el obsesivo no soporta es la estructura misma del slgnitican-
te, el corte Inherente a la cadena significante. Cualquier interrupción
de la cantinela del analizan te en el diván, la interrupción de la sesión
pero también la Irrupción de una palabra inesperada. de un lapsus,
el enunciado incongruente de un adverbio, provocan angustia. La ob-
sesión es la realización de ese corte. Ella viene a quebrar el pensa-
miento, toma entonces un carácter absurdo y sorprendente. Pero lo
quiebra con significante. con otro pensamiento. y recose la desgarra-
dura del pensamiento. La obsesión de la máquina de picar carne ilus-
tra la relación que Freud construyó entre el síntoma y la angustia de
castración. Ella enmascara y al mismo tiempo realiza la castración. La
chiquilla corta el sexo pero con el pensamiento, no en acto, y esto en
respuesta al ruido de la picadura efectuada por el padre. La obsesión
es un pensamiento por un acto. Aparece por ejemplo como una alter-
nativa a la masturbación: ·o me masturbo, o me obsesiono". La for-
ma significante que adopta, y esto es ejemplar en Floren ce, merece que
nos detengamos en ella.
El infinitivo es su modo de expresión. "acuchillar". "despedazar". El
infinitivo cumple aquí el papel del imperativo de la pulsión en juego.
IA OBSESION. UN NOMBRE DEL SUPERYO 53
Disfraces
Alexandre Stevens
Huguette Menard
Agnes Ajlalo
l. Introducción
H. Después de Freud
Para los freudianos de los años veinte, no cabía duda de que la uni-
dad cuestionada por la despersonalización era la del yo. Tras la formu-
lación de la segunda tópica, ciertos analistas intentaron refonnular la
despersonalización a partir de la libido y del narcisismo. 4
Para estos posfreudianos de la primera generación. lo importante
es aislar una causa desencadenante. Se trata de una redistribución de
la libido. Al respecto, Numberg se opone a Federo. 5
Según Numberg, la pérdida de libido infligida al yo, herida narclsís-
tica, es una consecuencia de la investlsión narcisística libldinal de ob-
jeto. Según Federo, la pérdida de libido narcisística es directa. Por lo
tanto hay una definición distinta de la despersonalización. Numberg
considera que luego de la pérdida de libido del yo, ésta se desplaza ha-
cia un fantasma, que concierne a las zonas erógenas del cuerpo. Para
Federo esa pérdida narcisística directa de la libido narcisística se re-
fiere a la representación psíquica de las fronteras corporales del yo. O
sea, que la despersonalización surge cuando las fronteras del yo no
coinciden ya con el esquema corporal (Ko,perschema).
Retengamos aqui dos puntos, uno se refiere al cuerpo y otro al go-
ce. 1) Ya se trate de zonas erógenas o de fronteras corporales, lo que
I.A DI,SPEHSONAI.17..ACION EN LA NEUROSIS Y I..J\ PSICOSIS 77
1. Enunciado de un principio
venimiento simbólico del ideal del yo. El yo ocupa el lugar dejado va-
cío por el sujeto. Lo que nos permite entender por qué Lacan nos dice
en su escrito sobre Daniel Lagache que tras la máscara no hay nada.
En efecto, tras la máscara del yo, la nada es la del ser. Y eso es lo que
desconoce el yo.
Entonces podemos decir que el sujeto personalizado es un sujeto
con integración del yo. Y el sujeto despersonalizado. un sujeto fuera
del yo (está fuera de sí). De tal manera que lo real de su ser enmascara-
do hasta entonces aparece ahora como presencia en otro lugar. 'tene-
mos pues que concebir la despersonalización como un iiempo en que
el sujeto tendria que "reconocer" su ser en ese punto real de falta.
Debemos concluir con la afirmación de que ese principio de descen-
trarniento produce una ruptura. La despersonalización no puede ser
considerada ya como patológica. Es un estado nom1al del yo.
ginaria del otro y del yo está condicionada por el ideal del yo, de ma-
nera que I(A) produce una imagen i(a) que localiza el objeto a: I(A) ----.
i (a)----. a.
La relación imaginaria del primer piso del grafo debe ser completa-
da por la del fantasma en el que el valor fálico se inscribe como obje-
to imaginario faltantd- q,). La falta real de la imagen incluye ahora la
falta del objeto imaginario: t (a)----. a. El yo producido por esta imagen
-<p
cubre un sujeto cuya negatividad se refiere a la incidencia negativa del
falo, o sea: m [yo) ----. _!__
- <p
La ilusión del fantasma redobla la del espejo. El sujeto no se ve allí
donde está. Y, a causa del yo, desconoce que es a partir del Otro en I
que se ve como lo que no es. Pues esta imagen del Otro que hace que
se perciba como pasible de ser amado, sólo tiene el brillo del agalma
al velar que el falo es una falta. Es por eso que sólo con el sostén de
la imagen puede el sujeto soportar el hecho de hacerse objeto del de-
seo del Otro en su fantasma. "El Otro puede desvanecerse ante el obje-
to que yo soy, pero deducción hecha de lo que yo me veo"'. 19 Cuando
el sujeto asume como propio su discurso inconsciente, el borramiento
del espejo simbólico le permite alcanzar el punto I al cual sólo accedía
virtualmente. En este punto, la ilusión de lo que se hacía ser como uni-
dad, desfallece. En efecto, la afrenta hecha a la identificación desha-
ce la imagen del Otro y el objeto a que aparece, viene a agregarse a la
imagen especular. Resulta entonces una desorganización del campo
de la percepción, ya que este objeto ha positivizado la falta haciéndo-
la aparecer en el campo de lo visible, de donde, hasta ese momento,
estaba elidida. Frente a este objeto no especularizable. el sujeto no
puede ya reconocerse como yo, y se ve reducido al punto de la falta
imaginaria del yo, es decir - cp. Y es la angustia de castración. La des-
personalización que sobreviene es la exacta contrapartida de la pér-
dida de las coordenadas simbólicas e imaginarias, puesto que el falo
al que se reduce el sujeto no tiene imagen y su significante es el sig-
nificante de la falta de significante.
En este punto, el ser de lenguaje que el sujeto se hacía en su fantas-
ma se revela como el no ser del objeto al que se redttjo. Vemos en qué
lo siniestro puede calificar tal momento. Ya que allí también el sujeto
se aprehende como objeto, pero esta vez el objeto no está más reves-
tido por la imagen especular debido a la disyunción entre a y - <p.
Podemos decir entonces que la despersonalización es una etapa su-
82 AGNES AFIALO
V. Conclusión
REFERENCIAS BIBLIOGRAF!CAS
Alicia Arenas
el curso del análisis surgieron las dudas, podria decirse que por todas
partes, incluso en relación a si debía o no analizarse.
Cuando la angustia se hace pres~nte, la duda es el mecanismo pri-
vilegiado con el que el obsesivo restablece su fe en el significante.
Con la duda instituye un orden que lo hace dueño de sus preguntas
y sus respuestas, allí donde lo simbólico se muestra desfalleciente,
donde el inconsciente pondria la verdad fuera de su control, en-
frentándolo a un Otro sin consistencia alguna. Ante ese horror, el
obsesivo se concede el artificio de la duda.
lA PROPINA, UN CASO DE NEUROSIS OBSESIVA
Julieta Ravard
gura persecutoria muy odiada y temida. Tanto, que pasa las noches
armado de un palo, esperándolo. En el análisis oscila entre el amor y
el temor a mis intenciones: constantemente se da vuelta a mirarme.
Sufre de una serle de síntomas que lo agobian: lleno de rituales y
prohibiciones, paralizado en su trabajo, padece una angustia muy
fuerte que le impide comer y dormir. Surgen en él con frecuencia con-
juras y maldiciones que luego le hacen sentirse muy culpable. Duda
de las Intenciones de todos.
En las primeras entrevistas comienza a hacer crisis el asma de la
infancia, junto a una larga lista de enfermedades que demandan mi
respuesta: una serie de trastornos fisicos de cierta gravedad que,
siendo joven, le hacen aparecer rengo y achacoso como su madre hi-
pocondríaca. Ella insiste siempre en que no oMde su asma. Nudo de
síntomas y repetición de su neurosis infantil: siempre ha estado so-
metido y lleno de odio.
Hay un llamado de au..'C.Ílio en su demanda angustiosa: pareciera no
tener salida ante acciones límite en las cuales hay que advertirle del
despojo y la invalidez a la que se somete. No vacilo en Intervenir para
Impedirle firmar un documento perjudicial. producto de una manio-
bra que le baria perder la patria potestad sobre sus hijos; y para que
recupere su sueldo, retenido desde que comenzó el análisis.
Estas intervenciones arrojan sorpresivamente un resto. Al recupe-
rar su sueldo, me paga con un cheque cuyo monto Incluye un exce-
dente enigmático. A pesar de su insistencia, no acepto el dinero de más
y esto lo desconcierta: se trataba de una propina por mis buenos ser-
vicios. De nuevo vuelve a dejar de pagarme.
Ha recobrado lo que pedía salvar, y la separación está consumada.
Su angustia y su dolor aumentan; me reclama, y se reclama, no ha-
ber podido salvar su matrimonio. No quiere a su mujer, pero debe
unirse de nuevo a ella porque supone que ése es el deseo de su padre
muerto, quien le manda un mensaje a través de un sueño de su her-
mana: que no se divorcie.
Este mensaje del padre se presenta como una clave para compren-
der lo que él llama su salvación, pues le Impide separarse de algo que
lo mantiene al capricho del goce del Otro. Quiere salvarse de la muerte,
y ello sólo lo logra manteniéndose impotente.
Con frecuencia, se aleja durante varias semanas del análisis y se va
a descansar a su pueblo y. como dice, a conseguir un modo de pagar
sus deudas. Se desplaza entre el análisis, medicamentos, brujeria y
religión.
IA PROPINA, UN CASO DE NEUROSIS OBSESIVA 97
parece poseer por sí mismo, por su propia virtud, esa firmeza. esa
fuerza a la que conviene someterse. Al contrario, ella Jo mantiene y lo
alimenta: es ella quien exige un Dios exigente, ese Otro es eJJa quien
Jo modela, mientras que nutre su propia supervivencia en el hecho de
no anonadarse en él. EJJa lleva las riendas; Dios aparecería allí como
su criatura que sólo tiene sus insignias porque ella decidió que las ten-
ga y las cargue. Dios, ese Otro suspendido en los cielos, está sostenido
por ella. "¿Qué es Dios?", sin duda a esta pregunta ella podría contes-
tar: "Dios es asunto mío".
Siendo niña, se constituía en centro de un teatro del mundo, en el
que todo era, por su capricho, ficticio. Ella detentaba el poder de de-
cidir que los objetos existieran o no. EJJajugaba, no sin una pizca de
angustia, con su poder de reducir todo a la ilusión con sólo cerrar los
ojos. Y hasta su propia existencia, su corporeidad en la que se apoya-
ba para ponerla en duda. podía evaporar y engendrar de nuevo con ese
artificio.
•Anonadarme en él" es una especie de juego en el que eJJa se anula,
pero manteniendo siempre una parte de sí en reserva; ella misma tam-
bién entierra y luego exhuma sus muñecas. La demanda de entrega
absoluta imputada al Otro surge de su propia ficción. Pero hacer la
elección definitiva y sin retorno, la elección inmediata, la obliga a un
intervalo, a un mediato, a una postergación: ése es el recorrido escan-
dido de "hubiera podido" -"hubiera debido" - pero donde el acto a rea-
lizar para escapar al condicional y a la incompletud dolorosa nunca es
decidible. Qué acto, qué palabra podrta al fin decidir sobre su vida.
¿Dar el paso? Ella sólo hace cortesías. "Yo siempre pongo la primera
piedra", dice desgarrada. "Estar lo más cerca de Dios" se establece
como una especie de observatorio ideal, punto de vista ideal sobre
aquello que ella se destinaría a alcanzar. La distancia mantenida or-
ganiza su vida sobre la que deberá, finalmente, decidir; de allí el aná-
lisis, cuyo instrumento adopta. ¿Decidir? Todavía no es posible, a falta
de un significante que hiciera alcanzar la solución. ¿Qué hacer -qué
debo hacer-? Como si fuera necesario confirmar que ella retuvo su
lugar en Dios, en el Otro, sin haberlo ocupado. Menos sé, más soy, dis-
frazando con la búsqueda de un "saber qué hacer" las ganas de con-
tinuar. de seguir el camino.
El analista hereda los atributos del Otro. Ella espera sus órdenes.
¿Hay que escribir un diario, "trabajar" los sueños? El analista
se deja hacer. se deja hacer el Otro, delegado o apoderado del poder
del Otro; pero se sabe que es ella la que delega y la que funda como un
UNAPJ\SION 101
Dios dibujado por ella como partenalre y que dura lo que ella lo hace
durar. Su docilidad a la regla se vuelve el instrumento de su dominio.
Ella dirige. dirige su pedido bajo la demostración de su labor asidua
puesta al servicio de la pasión de saber, saber finalmente. ~El
conocimiento debería ayudar", dice; pero enseguida agrega: ~¿Porqué
esto dura tanto. con todo lo que usted sabe de mi? Algún día tendrá
que terminar.·
Ella proclama que entendió bien el procedirnientoyel contrato, pero
también quiere oír que es comprendida. Se aplica a recorrer una es-
pecie de espiral, un caracol donde el punto de vista se desplaza de lo
grave a lo pueril. pero que conserva. y eso es lo importante para ella,
lo inmutable del teorema or12:anlzador, cuyo primer factor seria su su-
misión un tanto mentirosa. Ese parecido con lo mismo, eso la conforta
en la búsqueda de una ley de su destino, una receta que administre
su vida y cuya cifra está ahí, al alcance. Su tentativa de despeje debe
conducirla un día a su particularidad, hecha de anonadamiento, si eso
está escrito. La empresa le parece tan Indispensable que no falta
nunca, que se hace confirmar en cada sesión que la próxima se rea-
lizará. Trabaja en perfeccionar su inscripción en el significante y su re-
corrido, que sigue la pendiente del sentido, se apoya en la hipótesis de
que todo está escrito.
Al tropezar sin cesar con la insatisfacción, al sentirse siempre des-
graciada por no poder abandonar el iota de reserva, terminará por
hacer surgir el orden motivado que provocará la decisión, que le en-
tregará su ser, que la liberará. Tal es el análisis perpetuado, marcado
por ese embragador de sesión: ~volvemos a nuestro traba.Jo". Es un
tiempo al Igual que un modo de este análisis, ubicado por la analizan-
te bajo la égida del Otro, interpelado a producir sus atributos, su fun-
ción, sus medios, sus proyectos.
Ocurren, sin embargo, algunas novedades y revelaciones que se
descanilan del circuito. Son con toda precisión faltas. Por ejemplo.
una falta necesaria, verdaderamente vital, una falta que tiene la figura
del pecado por restricción mental. pequeño pecado, sin duda, que no
compromete la vida eterna, pero que salvaguarda la vida de hoy, pe-
cado venial que se esconde en el fondo de su corazón, como dirían los
niños.
Efectivamente. un predicador había proclamado que un día, Dios,
deslumbrado por la belleza pura de un alma de comulgante, un alma
de deshonra, Dios no hubiera podido hacerse a la idea de que esa niña
pronto se hundiría en las bajezas del mundo. Dios, entonces, en su
102 ROGER W/\RTEL
ce".* Pero muchas veces, mejor que muchos síntomas, los celos
brindan la oportunidad de hacer comprender qué es engañarse si nos
ponemos en el lugar en que el celoso demanda que lo desengañemos:
el lugar del padre que cerrando "los ojos a los deseos" lograría, a pe-
sar de eso, ver con qué fuegos puede arder un hijo.
Hoy en día desconocido, un médico escribió en la época en que el
gusto por la clínica bastaba para sostener el estilo: "Se pueden descri-
bir bastante antes los celos sin hablar para nada del rival. El rival es
casi inventado, es la clave de ese enigma, ocupa el lugar preciso, casi
seria grato". Esto está formulado con elegancia, pero ¿es acaso verda-
deramente cierto?
Es exacto que, más solicitada por el fantasma del celoso que temida
en su síntoma, la competencia es artificial; la producción de los riva-
les se torna casi una delegación de poder: cada uno de ellos puede ver
enseguida su rol reducido al de una Leporello bajo la máscara que lleva
ante Elvira: comisionado para que componga una mujer como la úl-
tima afrenta que se le hace.
Sin duda, por esto, los celos se instalan como un mal tórpido, para
hacer del celoso la más mezquina de las compañías: aborda natu-
ralmente al rival como a un cómplice, porque la maniobra es torva y
pretende hacerlo cargar con la responsabilidad de la profanación. El
celoso sufre una ausencia redhibitoria grave; incluso delirante, mons-
truoso o temible, no llega a lo trágico, si no pasa al acto. Interpretando
un poco a Lacan, diríamos que en el celoso el senU ... miente, de una
manera tanto más huraña y necesaria cuan to que no es recíproca, que
es por excelencia el sentimiento de una reciprocidad contrariada.
Extenuándose en una indagación llevada a cabo sólo para la fruc-
tificación de la duda, bajo la tortura de una convicción hecha pedazos
por la indigencia de las pruebas que obtiene, que no le demuestran que
es burlado, el hombre o la mujer celosos, cansados por su sospecha,
pueden pedir socorro a alguien que no sea su compañero, de una
manera que no sea una nueva promesa de fidelidad.
Un hombre todaviajoven comienza, hace tres años, su análisis, en
un contexto agudo. Este primer paso no lo calma Inmediatamente.
Durante meses me acosa para pedirme intenrenclones. del tipo que él
desea, que responden a su espera de que se demuestre que su padecer
es obligatorio y su desgracia hereditaria. Así como otros imaginan que
lo propio del dolor está en los nervios que lo conducen, él espera que
la verdad de su sufrimiento esté en los genes que lo sustentan. No hay
que burlarse de su recurso a las leyes de la herencia: esta referencia
a una transmisión es una apuesta al padre.
Su demanda, tal como un hombre que patalea y rezonga, toma a ve-
ces este giro: que yo fracase en el tratamiento, que yo mismo, por ejem-
plo, asuma la Iniciativa de una ruptura.
Con la significación identificatoria de su sintoma, lo inquieta estar
condenado al mismo destino que su padre, cuya probable paranoia
arruinó su infancia y la de sus hermanos, después de haber sumido
a su madre en la catástrofe de una vida conyugal infernal, espiada en
todo momento, acusada de comprometerse intimamente con el con-
junto del vecindario. Las cosas comenzaron para él cinco años des-
pués del casamiento, cuando la decisión de no tener más hijos,
después del segundo, de no ligar ya a la procreación lo que hace con
su mujer, lo priva de un medio habitual de recubrir lo sexual con la
significación fálica.
Está con su mujer en una fiesta cuando ella nota que hay un hom-
bre sin pareja. El piensa lo mismo que ella le dice: ese hombre parece
un bobo. Su angustia estalla, intensa. cuando el hombre con aspecto
de tonto invita a bailar ante sus ojos a su compaftera, que acepta. Des-
pués de esta escena, comprueba que se precipita y hunde el sentido
que le daba a su pareja y su virtud preventiva. ~ ¿Seria posible que su
mujer aceptara las miradas que los hombres no deben dejar de diri-
girle?" Ningún procedimiento lo calma, ni una amante frecuentada
con parsimonia, pero puntualmente y sin alegría. aunque con tnventl-
va, ni las ensoñaciones homosexuales más descabelJadas a las que se
entrega sin rodeos, atrevidamente asociadas a la situación analítica.
El relato de su iniciación sexual. a los quince aftos, debe ser repro-
ducido: un hombre lo masturba cuando entra en la habitación un ter-
cero. Recuerda la sorpresa de una mirada cruzada y ahora lo alarma
casi, su oscura alegría. En la masturbación interrumpida, recuerdo de
plenitud, nada separa al a minúscula de-<¡>. A la Inversa. cuando an-
te sus ojos parecen robarle una mujer a la que reprocha suficiente-
mente pequeños pecados como haciéndola suya, ella sostenga su fal-
ta antes de bailar.
Se concibe fácilmente que la escena del baile no necesita serle in-
terpretada: nombrando el objeto mirada, lo fijaríamos, por el refuerzo
de su fantasma, a lo que lo mueve: no saber nada del deseo del Otro
encontrado en un intervalo en el que, según la famosa frase de los Es-
UN CI\SO DE CELOS NEURO'llCOS 109
crítos, "el sujeto experimenta en ese intervalo, Otra cosa para moti-
varlo, que los efectos de sentido con que lo solicita un discurso". 7 Bas-
ta ya ampliamente que sus celos, por su propio comienzo. interpreten
el desencadenamiento de su neurosis, que disimulen un instante de
separación decididamente infecundo cuando un "¿puede acaso per-
dermer se ve desviado por un· ¿podría ser que la perdierar Es cierto
que el celoso proyecta sus ideas de infidelidad; pero la explicación sólo
es admisible si se observa que resulta también del contragolpe de un
efecto supei:yoico en esa relación con un otro de la orden: ¡Goza! El
rival parece en esta situación menos subalterno, útil para volver a dar
un sentido fálico a aquello que excedió el entendimiento y reconducir
el asunto a la dimensión más tolerable de la falta.
Establecer la analogía entre esta secuencia inaugural del trastorno
y la inventada por "Lol V. Steln", sería cometer algo peor que un error:
una vulgaridad, ya que sólo se apoyaría en una simple situación. Con-
servemos solamente el comentario de Lacan y aquello que diagnostica
en su •Hommagefait aMargueríte Duras": un momento del sujeto en
el que ·10 que ocurre Uo) realiza·. 8 Esto constituye el lazo adecuado con
el tema de estas jornadas, cuando la reticencia de ese paciente a res-
petar la regla de la asociación libre revela su principio: por haberse
visto sorprendido en ese lugar, en ese baile, hoy lo vemos hostil a iden-
tificarse como deseante.
Podríamos querer ligamos al saber clínico ambiente, el de ayer y de
hoy, al punto que nos sentiríamos menos protegidos, en cuanto ale-
jados de Lacan. ¿Qué crédito dar a la suma considerable de trabajos
elaborados bajo la rubrica "celos morbosos"? ¡Qué adjetivo más ina-
decuado, morboso, cuando es eVidente para cada uno que la descon-
fianza de un sexo hacia el otro es eficaz si queremos mantener la buena
salud sin hacer esfuerzos extraordinarios! Los celos no son morbosos,
ya que sólo es morbosa la diferencia de sexos.
¿Acaso debemos, decepcionados por los clínicos oficiales, esperar
más material de los historiadores? ¿Quid de los celos a través del tiem-
po? No se los encuentra casi en una "etimología de las pasiones", ni
en eso que Lacan llama acertadamente "las consideraciones socioló-
gicas referidas a las variaciones ... del esfuerzo para vivir". 9
Notemos, a grandes rasgos, la incompatibilidad de otros tiempos
entre los celos y el amor. En la novela bretona, si los barones informan
de los celos del rey Marc, es por felonía: frente a ellos, el adulterio res-
ponde a la nobleza y el honor lo sostiene. La temática celosa chapotea
en la comedia; no la vemos sostener por su única cuenta la inspira·
110 FRAN<;:OIS LEGUIL
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
l. D. Lagache, "De l'Homosexualité a la Jalousie", Oeuures, T. 2, págs. 97-
112.
2. D. Lagache, ob. cit., pág. 109.
3. D. Lagache, ob. cit., pág. 10.
4. J. Lacan, El Semmarlo, Libro !, Los escritos técnlcos de Freud, Paidós,
Barcelona, 1981, pág. 323.
UN CASO DE CELOS NEUROTICOS ll3
REFERENCIAS Bll3LIOGRAFICAS
11. J. La.can, "De la psychanalyse dans ses rapports avec la réalité", &ilicet
I, pág. 53.
12. J. La.can, Escritos, ob. cit., pág. 235.
13. J. Lacan, Escritos, ob. cit., pág. 825.
INDICE
III. Súttomas