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LA CAUTIVA sembró la fecunda mano

de Dios allí! ¡Cuánto arcano


I que no es dado al vulgo ver!
La humilde yerba, el insecto,
El Desierto la aura aromática y pura,
el silencio, el triste aspecto
Era la tarde, y la hora de la grandiosa llanura,
en que el Sol la cresta dora el pálido anochecer.
de los Andes. El Desierto
inconmensurable, abierto, Las armonías del viento
y misterioso a sus pies dicen más al pensamiento
se extiende; triste el semblante, que todo cuanto a porfía
solitario y taciturno la vana filosofía
como el mar, cuando un instante pretende altiva enseñar.
al crepúsculo nocturno, ¿Qué pincel podrá pintarlas
pone rienda a su altivez. sin deslucir su belleza?
¿Qué lengua humana alabarlas?
Gira en vano, reconcentra Sólo el genio su grandeza
su inmensidad, y no encuentra puede sentir y admirar.
la vista, en su vivo anhelo,
do fijar su fugaz vuelo, Ya el sol su nítida frente
como el pájaro en el mar. reclinaba en occidente,
Doquier campos y heredades derramando por la esfera
del ave y bruto guaridas, de su rubia cabellera
doquier cielo y soledades el desmayado fulgor.
de Dios sólo conocidas, Sereno y diáfano el cielo,
que Él sólo puede sondar. sobre la gala verdosa
A veces, la tribu errante, de la llanura, azul velo
sobre el potro rozagante, esparcía, misteriosa
cuyas crines altaneras sombra dando a su color.
flotan al viento ligeras,
lo cruza cual torbellino, El aura, moviendo apenas
y pasa; o su toldería sus alas de aroma llenas,
sobre la grama frondosa entre la yerba bullía
asienta, esperando el día del campo que parecía
duerme, tranquila reposa, como un piélago ondear.
sigue veloz su camino. Y la tierra, contemplando
del astro rey la partida,
¡Cuántas, cuántas maravillas, callaba, manifestando,
sublimes y a par sencillas, como en una despedida,

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en su semblante pesar. se perdió... y luego violento,
como baladro espantoso
Sólo a ratos, altanero de turba inmensa, en el viento
relinchaba un bruto fiero se dilató sonoroso,
aquí o allá, en la campaña; dando a los brutos pavor.
bramaba un toro de saña,
rugía un tigre feroz; Bajo la planta sonante
o las nubes contemplando, del ágil potro arrogante
como extático y gozoso, el duro suelo temblaba,
el yajá, de cuando en cuando, y envuelto en polvo cruzaba
turbaba el mudo reposo como animado tropel,
con su fatídica voz. velozmente cabalgando;
ve íanse lanzas agudas,
Se puso el sol; parecía cabezas, crines ondeando,
que el vasto horizonte ardía: y como formas desnudas
la silenciosa llanura de aspecto extraño y crüel.
fue quedando más obscura,
más pardo el cielo, y en él, ¿Quién es? ¿Qué insensata turba
con luz trémula brillaba con su alarido perturba
una que otra estrella, y luego las calladas soledades
a los ojos se ocultaba, de Dios, do las tempestades
como vacilante fuego sólo se oyen resonar?
en soberbio chapitel. ¿Qué humana planta orgullosa
se atreve a hollar el desierto
El crepúsculo, entretanto, cuando todo en él reposa?
con su claroscuro manto, ¿Quién viene seguro puerto
veló la tierra; una faja, en sus yermos a buscar?
negra como una mortaja,
el occidente cubrió; ¡Oíd! Ya se acerca el bando
mientras la noche bajando de salvajes, atronando
lenta venía, la calma, todo el campo convecino;
que contempla suspirando ¡mirad! como torbellino
inquieta a veces el alma, hiende el espacio veloz.
con el silencio reinó. El fiero ímpetu no enfrena
del bruto que arroja espuma;
Entonces, como el rüido vaga al viento su melena,
que suele hacer el tronido y con ligereza suma
cuando retumba lejano, pasa en ademán atroz.
se oyó en el tranquilo llano
sordo y confuso clamor; ¿Dónde va? ¿De dónde viene?

2
¿De qué su gozo proviene? su silencio pavoroso,
¿Por qué grita, corre, vuela, su sombría majestad.
clavando al bruto la espuela,
sin mirar alrededor?
¡Ved que las puntas ufanas
de sus lanzas, por despojos,
llevan cabezas humanas,
cuyos inflamados ojos
respiran aún furor!

Así el bárbaro hace ultraje


al indomable coraje
que abatió su alevosía;
y su rencor todavía
mira, con torpe placer,
las cabezas que cortaron
sus inhumanos cuchillos,
exclamando: -"Ya pagaron
del cristiano los caudillos
el feudo a nuestro poder.

Ya los ranchos do vivieron


presa de las llamas fueron,
y muerde el polvo abatida
su pujanza tan erguida.
¿Dónde sus bravos están?
Vengan hoy del vituperio,
sus mujeres, sus infantes,
que gimen en cautiverio,
a libertar, y como antes,
nuestras lanzas probarán."

Tal decía, y bajo el callo


del indómito caballo,
crujiendo el suelo temblaba;
hueco y sordo retumbaba
su grito en la soledad.
Mientras la noche, cubierto
el rostro en manto nubloso,
echó en el vasto desierto,

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