Explora Libros electrónicos
Categorías
Explora Audiolibros
Categorías
Explora Revistas
Categorías
Explora Documentos
Categorías
Dossier: Literatura en
el Nivel Inicial
Selección de lecturas literarias y críticas - 2019
*Maurice Sendak
DOSSIER
Literatura en el Nivel Primario 2019
Selección de textos literarios y críticos de lectura obligatoria
Carranza, M. (Marzo/Abril, 2010). Un libro poco edificante. Historia de un niñito bueno. Historia
de un niñito malo de Mark Twain. Bellaterra: Journal of Teaching & Learning Language
& Literature Vol. 2, No. 2, 91-105.
Textos literarios:
o Twain, Mark. (1838-1910) “El cuento del niño malo” (1865).
“El cuento del niño bueno” (1875)
Unidad 3: Clásicos y cuentos de hadas. Repensar los clásicos (material editado por
separado. Se encuentra en el aula virtual)
1
Literatura en el Nivel Primario 2019
Prof. Adriana Canseco
* Los capítulos seleccionados de Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi se consigna solo una vez para
dos unidades.
** Las obras correspondientes a las unidades restantes no se incluyen en este dossier literario ya que se
trabajará con ediciones completas. Para conocer en detalle dicha bibliografía consultar la Bibliografía
literaria, anexa al programa 2019 en el aula virtual de la materia.
Dossier Literatura en el Nivel Inicial 2019
Prof. Adriana Canseco
3
-Bueno, sí -admitió la tía sin convicción-. Pero no la hubieran socorrido tan rápido si ella no la
hubiesen querido tanto.
-Es la historia más tonta que he oído nunca -dijo la mayor de las niñas con una inmensa
convicción.
-Después de la segunda parte he dejado de escuchar, era demasiado tonta -dijo Cyril.
La niña más pequeña no hizo ningún comentario, pero hacía rato que había vuelto a murmurar la
repetición de su verso favorito.
-No parece que tenga gran éxito como narradora de historias -dijo de repente el hombre desde su
esquina.
La tía se ofendió como reacción instantánea ante aquel ataque inesperado.
-Es muy difícil contar historias que los niños puedan entender y apreciar -dijo fríamente.
-No estoy de acuerdo con usted -dijo el soltero.
-Quizá le gustaría a usted contarles una historia -contestó la tía.
-Cuéntenos un cuento -pidió la mayor de las niñas.
-Érase una vez -comenzó el soltero- una niña pequeña llamada Berta que era extremadamente
buena.
El interés suscitado en los niños momentáneamente comenzó a vacilar en seguida; todas las
historias se parecían terriblemente, no importaba quién las contara.
-Hacía todo lo que le mandaban, siempre decía la verdad, mantenía su ropa limpia, comía flanes
de leche como si fueran tartas de mermelada, aprendía sus lecciones perfectamente y tenía muy
buenos modales.
-¿Era bonita? -preguntó la mayor de las niñas.
-No tanto como cualquiera de ustedes -respondió el soltero-, pero era horriblemente buena.
Se produjo una ola de reacción en favor de la historia; la palabra horrible unida a bondad fue una
novedad que la favorecía. Parecía introducir un círculo de verdad que faltaba en los cuentos
sobre la vida infantil que narraba la tía.
-Era tan buena -continuó el soltero- que ganó varias medallas por su bondad y siempre las
llevaba puestas en su vestido. Tenía una medalla por obediencia, otra por puntualidad y una
tercera por buena conducta. Eran medallas grandes de metal y chocaban las unas con las otras
cuando caminaba. Ningún otro niño de la ciudad en la que vivía tenía esas tres medallas, así que
todos sabían que debía de ser una niña extraordinariamente buena.
-Horriblemente buena -recordó Cyril.
-Todos hablaban de su bondad y el príncipe de aquel país se enteró de aquello y dijo que, ya que
era tan buena, tenía permiso para pasear, por su parque, que estaba afuera de la ciudad, una vez
por semana. Era un parque muy hermoso y nunca se permitía la entrada a niños; por eso era un
gran honor para Berta tener permiso para entrar.
-¿Había alguna oveja en el parque? -preguntó Cyril.
-No, no había ovejas.
-¿Por qué no había ovejas? -fue la inevitable pregunta.
La tía se permitió una sonrisa burlona.
-En el parque no había ovejas –agregó el hombre – porque la madre del príncipe una vez había
soñado que su hijo era asesinado por una oveja y por un reloj de pared que se le caía encima. Por
esa razón, el príncipe no tenía ovejas en el parque ni relojes de pared en su palacio.
La tía contuvo un suspiro de admiración.
-¿El príncipe fue asesinado por una oveja o por un reloj? -preguntó Cyril.
-Todavía está vivo, así que no podemos decir si el sueño se hará realidad -dijo el narrador
despreocupadamente-. De todos modos, aunque no había ovejas en el parque, sí había muchos
cerditos corriendo por todas partes.
-¿De qué color eran?
-Negros con la cara blanca, blancos con manchas negras, totalmente negros, grises con manchas
blancas y algunos eran totalmente blancos.
El narrador se detuvo para que los niños pudieran hacerse una idea completa de los tesoros del
parque; después prosiguió:
-Berta sintió mucho que no hubiera flores en el parque. Había prometido a sus tías, con lágrimas
en los ojos, que no arrancaría ninguna de las flores del amable príncipe y estaba decidida a
cumplir su promesa, por eso se sintió tonta al ver que no había flores para arrancar.
-¿Por qué no había flores?
-Porque los cerdos se las habrían comido todas -contestó el hombre rápidamente-. Los jardineros
le habían dicho al príncipe que no podía tener cerdos y flores a la vez, así que decidió tener
cerdos en lugar de flores.
Hubo un murmullo de aprobación por la excelente decisión del príncipe; mucha gente habría
decidido lo contrario.
-En el parque había muchas otras cosas deliciosas. Había estanques con peces dorados, azules y
verdes, y árboles con hermosos loros que decían cosas inteligentes sin previo aviso, y colibríes
que cantaban todas las melodías populares. Berta caminó arriba y abajo, disfrutando
inmensamente, y pensó: «Si no fuera tan extraordinariamente buena no me habrían permitido
venir a este maravilloso parque y disfrutar de todo lo que hay en él», y sus tres medallas
chocaban unas contra las otras al caminar y le recordaban lo buenísima que era realmente. Justo
en aquel momento, merodeaba por allí un enorme lobo para ver si podía atrapar algún cerdito
gordo para su cena.
-¿De qué color era? -preguntaron los niños, con un inmediato aumento de interés.
-Del color del barro, con una lengua negra y unos ojos de un gris pálido que brillaban con
inexplicable ferocidad. Lo primero que vio en el parque fue a Berta; su delantal estaba tan
inmaculadamente blanco y limpio que podía ser visto desde una gran distancia. Berta vio al lobo,
vio que se dirigía hacia ella y empezó a desear que nunca le hubieran permitido entrar en el
parque. Corrió todo lo que pudo y el lobo la siguió dando enormes saltos y brincos. Ella
consiguió llegar a unos matorrales de mirto y se escondió en un espeso matorral de arbustos
más. El lobo se acercó olfateando entre las ramas, su negra lengua le colgaba de la boca y sus
ojos gris pálido brillaban de ferocidad. Berta estaba terriblemente asustada y pensó: «Si no
hubiera sido tan extraordinariamente buena ahora estaría segura en la ciudad». Sin embargo, el
olor de los arbustos era tan fuerte que el lobo no pudo olfatear dónde estaba escondida Berta, y
eran tan espesos que podría haber estado buscándola durante mucho rato, sin verla, así que
pensó que era mejor salir de allí y cazar un cerdito. Berta temblaba tanto al tener al lobo
merodeando y olfateando tan cerca de ella que la medalla de obediencia chocó contra las de la
buena conducta y la puntualidad. El lobo acababa de irse cuando oyó el sonido que producían las
medallas y se detuvo para escuchar; volvieron a sonar en un arbusto que estaba cerca de él. Se
lanzó dentro de él, con los ojos gris pálido brillando de ferocidad y triunfo, sacó a Berta de allí y
5
la devoró hasta el último bocado. Todo lo que quedó de ella fueron sus zapatos, algunos pedazos
de ropa y las tres medallas de la bondad.
-¿Mató a alguno de los cerditos?
-No, todos escaparon.
-La historia empezó mal -dijo la más pequeña de las niñas-, pero ha tenido un hermoso final.
-Es la historia más hermosa que he escuchado nunca -dijo la mayor de las niñas, muy decidida.
-Es la única historia hermosa que he oído nunca -dijo Cyril.
La tía expresó su desacuerdo.
-¡Es una historia muy inadecuada para niños! Usted ha arruinado el resultado años de cuidadosa
enseñanza.
-De todos modos -dijo el hombre recogiendo sus pertenencias ya dispuesto a abandonar el tren-,
los he mantenido tranquilos durante diez minutos, cosa que usted pudo.
«¡Pobre mujer! -se dijo mientras caminaba por el andén-. ¡Durante los próximos seis meses esos
niños van a atormentarla en público pidiéndole que les cuente otra historia inadecuada!»
El desván
Saki
C omo si fuera un favor especial, llevarían los niños a la playa de Jagborough. Pero Nicolás no
iba ir; había caído en desgracia. Justamente esa mañana se había negado a tomarse su alimenticia
leche con pan, con la excusa, en apariencia caprichosa, de que adentro había una rana. Gente
grande, más sabia y mejor que él, le había dicho que no era posible que una rana se hallase en su
taza de leche y que mejor no dijera tonterías. Mas él continuó diciendo lo que tenía todo el
aspecto de un auténtico disparate y hasta describió en detalle el color y los lunares de la supuesta
rana. El lado dramático del asunto está en que realmente sí había una rana en el tazón de
Nicolás: él mismo la había puesto, de modo que se sentía con autoridad para decir algo al
respecto.
El pecado de capturar una rana en el jardín y echarla al tazón de alimenticia leche con
pan fue abultado hasta la exageración, pero el hecho que destacaba por encima de los restantes,
según lo veía la mente de Nicolás, es que la gente grande, más sensata y más sabia que él, había
demostrado estar equivocada redondamente en cosas sobre las que había expresado la seguridad
más rotunda.
—Ustedes decían que era imposible que hubiese una rana en mi tazón, y había una rana —
repetía él, con la tenacidad de un hábil estratega que no piensa abandonar el lugar donde se ha
hecho fuerte.
Así que esa tarde habría playa para su primo y su prima y su aburrido hermanito, y él se
quedaría en la casa. La tía de sus primos, que con inexplicable esfuerzo de imaginación insistía en
decirse tía suya también, había ideado de sopetón ese paseo a Jagborough sólo para hacerlo ver
las delicias que se perdía precisamente por su lamentable comportamiento al desayuno. Siempre
que uno de los niños recibía un castigo, ella acostumbraba improvisar alguna diversión de la que
el castigado quedaba rigurosamente fuera. Si se portaban mal todos juntos a la vez, eran de
inmediato informados sobre el circo que actuaba en algún pueblo cercano, circo de calidad sin
igual y con docenas de elefantes, al que habrían ido todos ese mismo día de no ser por su maldad.
Contaban con que al momento de partir a la playa, Nicolás derramaría algunas
razonables lágrimas. Pero todo el llanto corrió por cuenta de su primita, que se magulló la
rodilla contra el estribo del coche al trepar en él.
—¡De qué manera aullaba! —dijo Nicolás, divertido, cuando el grupo se puso en marcha sin la
alegría que debería haberlo destacado.
—Ya se le pasará —dijo la supuesta tía—. Tendrán una maravillosa tarde para correr hasta que
se cansen por esa hermosa playa. ¡Se van a divertir…!
—Bobby ni se divierte ni corre mucho —dijo Nicolás con risita maligna—. Las botas le duelen.
Le quedan demasiado apretadas.
—¿Y por qué no me ha dicho que le duelen? —preguntó la tía, con cierta aspereza.
—Te lo ha dicho dos veces pero tú no le haces caso. Tú no sueles hacernos caso cuando te
decimos cosas importantes.
—No te metas al huerto de grosellas —dijo la tía, cambiando de tema.
—¿Por qué? —preguntó Nicolás.
—Porque estás castigado —dijo ella, rotundamente.
Nicolás descartó que semejante argumentación fuera exacta: él se sentía perfectamente
capaz de estar castigado y, al mismo tiempo, de entrar al huerto de grosellas. Su rostro adoptó el
gesto de una terquedad total. Para su tía quedó claro que estaba decidido a entrar al huerto de
las grosellas “sólo”, como se dijo a sí misma, “porque le he dicho que no entre”.
Pues bien, el huerto de grosellas tenía dos puertas de entrada, y una vez que una persona
pequeña como Nicolás se deslizaba adentro podía desaparecer de la vista, con la complicidad de
las matas de alcachofas, los entramados para las frambuesas y los arbustos frutales. La tía tenía
que hacer muchas otras cosas esa tarde, pero se pasó un par de horas en superfluos trabajos de
jardinería entre los planteles de flores y de plantas, vigilando desde ahí, con el ojo alerta, las dos
entradas del paraíso prohibido. Era una mujer de pocas ideas, pero fijas.
Una o dos veces Nicolás salió al jardín delantero, serpenteando hacia una u otra puerta
con notorio disimulo acerca de sus planes, pero sin poder sustraerse ni un solo instante a la
vigilancia de su tía. La verdad es que no tenía ninguna intención de entrar al huerto de grosellas,
pero le resultaba de la mayor conveniencia que su tía creyera que sí la tenía. Esa creencia la
mantendría en su voluntaria tarea de centinela durante casi toda la tarde.
Después de confirmar y fortalecer las sospechas de su tía, Nicolás se deslizó con disimulo
al interior de la casa y de inmediato puso en ejecución un plan que había elaborado durante largo
tiempo en su cabeza. Subiéndose a una silla de la biblioteca, uno podía llegar a determinado
estante en el que había una voluminosa llave, de aspecto importante. Y era tan importante como
su aspecto; se trataba del instrumento que mantenía los misterios del cuarto de guardar a salvo
de intrusos y que permitía el acceso únicamente a tías y privilegiadas personas como ellas.
Nicolás no tenía mucha experiencia en el arte de meter las llaves en las cerraduras y abrir
puertas, pero llevaba algunos días practicando con la llave del cuarto de estudios. No era
partidario de confiar demasiado en la suerte y en la casualidad. La llave giró dificultosamente en
la cerradura, pero giró. La puerta se abrió. Y Nicolás se halló en un mundo desconocido,
comparado con el cual el huerto de grosellas era una diversión sosa, un simple placer material.
Una y otra vez él había imaginado cómo sería el cuarto de guardar, esa zona tan
cuidadosamente vedada a sus ojos infantiles y respecto de la cual sus preguntas no obtenían
respuesta. Pero resultó que cumplía sus expectativas. En primer lugar era amplio y estaba
tenuemente iluminado, ya que su única fuente de luz era una ventana alta que daba al huerto
prohibido. En segundo lugar era un almacén de tesoros inimaginables. La que se decía tía suya
era una de esas personas que creen que las cosas se gastan si se usan, y que para conservarlas las
condenan al polvo y la humedad. Las partes de la casa que Nicolás conocía mejor resultaban un
tanto vacías e desoladas; en cambio aquí había, para gozo de la vista, cosas espectaculares.
Más que nada y sobre todo había un tapiz enmarcado que, sin duda, pretendía servir
como pantalla de chimenea. Para Nicolás representaba una historia viviente y palpitante: tomó
asiento sobre un rollo de cortinajes indios que resplandecían en maravillosos colores cubiertos de
polvo, y examinó los detalles de la escena. Un hombre con ropas de caza de tiempos remotos
acababa de atravesar a un ciervo con una flecha. No debió haber sido un tiro muy difícil, ya que el
venado estaba apenas a dos pasos de él. Gracias a la espesa vegetación que sugería el dibujo del
7
tapiz, no pudo costarle demasiado acercarse al ciervo, que estaba pastando. Y los dos perros de
pelaje con lunares que corrían a unirse a la caza habían sido adiestrados, evidentemente, para
correr pegados a sus talones hasta que la flecha hubiera sido disparada. Esta parte de la escena
resultaba evidente, pero interesante. Sin embargo, ¿veía el cazador, como los veía Nicolás, a los
cuatro lobos que corrían hacia él a través del bosque? Debía de haber más de cuatro escondidos
entre los árboles y, en todo caso, el hombre y sus sabuesos ¿podrían rivalizar con los cuatro
lobos, si es que atacaban? Al hombre sólo le quedaban dos flechas más y podía fallar con una de
ellas o con ambas; lo único que podía saberse de sus habilidades como tirador es que era capaz de
darle a un ciervo grande desde una distancia ridículamente pequeña. Nicolás permaneció sentado
unos preciosos minutos dándoles vueltas y más vueltas a las posibilidades de la escena. Sentía la
inclinación a creer que ahí había más de cuatro lobos y que el hombre y sus perros se
encontraban en una situación inquietante.
Pero además había otros objetos deleitosos e interesantes que reclamaban su atención
urgente: curiosos candelabros retorcidos como serpientes; una tetera de porcelana en forma de
pato, por cuyo pico entreabierto era de suponer que salía el té. Comparada con ella, ¡qué aburrida
y vulgar parecía la tetera del comedor de los niños! Había una caja de sándalo, tallada, llena de
algodón en rama, y entre las capas de algodón había figuritas de bronce: cebúes y pavos reales y
gnomos, agradables a la vista y al tacto. Menos prometedor resultaba, en apariencia, un gran
libro cuadrado de tapas lisas y negras. Nicolás le dio una ojeada y encontró que estaba lleno de
láminas de aves pintadas a todo color. ¡Qué aves! Tanto en el jardín como en los senderos,
cuando iba de paseo, Nicolás se había cruzado con algunas aves que, en su mayoría, eran una
urraca ocasional o una paloma torcaz. Aquí había garzas reales y avutardas, milanos, tucanes,
alcaravanes, urogallos, ibis, faisanes dorados: una completa e insospechada galería de retratos de
criaturas inimaginables. Estaba admirando el colorido del pato mandarín e inventándole una
historia, cuando llegó hasta él, desde el huerto de grosellas, la voz de su tía vociferando su
nombre a pleno pulmón. La mujer estimaba cada vez más sospechosa su prolongada ausencia y
sacaba la conclusión de que Nicolás había saltado por encima de la valla, ocultándose tras el
macizo de lilas. Estaba entregada a buscarlo con energía, dudando poder dar con él entre las
matas de alcachofas y el entramado para las frambuesas.
—¡Nicolás, Nicolás! —gritaba—. Sal de ahí inmediatamente. No trates de esconderte. Te estoy
viendo hace rato.
Probablemente aquella fue la primera vez, en veinte años, que alguien sonreía en el
cuarto de guardar.
Pero las furibundas repeticiones del nombre de Nicolás de repente dieron paso a un
alarido y a un grito pidiendo que alguien acudiera deprisa. Nicolás cerró el libro, lo dejó
cuidadosamente en su sitio sobre un rincón y le sacudió encima el polvo de un montón de diarios
viejos. Salió del cuarto, cerró la puerta y devolvió la llave al sitio donde la había encontrado. Su
tía seguía vociferando su nombre cuando él apareció vagabundeando por el jardín.
—¿Quién llama? —preguntó.
—Yo —fue la respuesta, llegada desde el otro lado del muro—. ¿No me oías? Andaba
buscándote entre las grosellas cuando resbalé y me caí en el estanque para la lluvia. Por suerte
no hay agua, pero las paredes están tan resbaladizas que no puedo salir. Acerca la escalera de
mano que está debajo del cerezo. . .
—Se me ha ordenado que no entre en el huerto de grosellas —dijo Nicolás, rápidamente.
—Yo te lo dije y ahora te digo que puedes entrar —surgió desde el estanque, y un tanto
impaciente, la voz de la tía.
—Tu voz no parece la de mi tía —objetó Nicolás—. Podrías ser Satanás tentándome para que
desobedezca. Mi tía siempre dice que Satanás me tienta y que yo caigo en la tentación. Esta vez
no caeré.
—No digas tonterías —dijo la prisionera de la balsa—. Anda a traer la escalera de mano.
—¿Habrá mermelada de fresa a la hora del té? —preguntó Nicolás, con inocencia.
—¡Claro que habrá! —dijo la tía, pensando para sus adentros que Nicolás ni siquiera la probaría.
—Ahora estoy seguro de que eres Satanás y no mi tía —exclamó Nicolás, con alborozo—.
Cuando anteayer le pedí a la tía mermelada de fresas, dijo que se había acabado. Yo sé, porque los
he visto, que en la despensa quedan cuatro tarros, y desde luego tú también lo sabes, pero ella no,
porque me dijo que se había terminado. ¡Ah, Satanás, tú mismo te has descubierto!
Había una insólita complacencia en poder hablarle a una tía como si le hablara al diablo.
Pero, con su infantil buen sentido, Nicolás sabía que tales complacencias no le serían perdonadas.
Se alejó de allí haciendo mucho ruido. Y fue una empleada, que casualmente andaba por allí
cogiendo perejil, la que sacó a la tía del estanque.
Esa tarde el té se tomó en medio de un terrible silencio. Cuando los niños llegaron a la
playa de Jagborough, la marea alcanzaba su nivel más alto y no dejaba al descubierto arena
donde jugar... Una circunstancia que la tía no tuvo en cuenta al organizar, a la carrera, su
excursión de castigo para Nicolás. Lo mucho que a Bobby le apretaban las botas había surtido
efectos desastrosos sobre su ánimo la mayor parte de la tarde, y, en conjunto, no podía decirse
que los chicos se hubiesen divertido. En cuanto a la tía, mantenía el helado silencio de quien se
ha visto encerrada, inmerecida e indignamente, durante treinta y cinco minutos, en un estanque.
Nicolás también estaba callado, ensimismado como alguien con muchas cosas que pensar: lo más
probable, se decía, es que el cazador y sus sabuesos pudieran escapar mientras los lobos se daban
un banquete con el ciervo flechado.
9
En la pared está el retrato de El Niño. Es difícil mirar ese retrato alto sin apoyarse en un
mueble, para eso todavía no se ha entrenado. Pero he aquí que su propia dificultad le sirve de
apoyo: lo que lo mantiene de pie es justamente la atención que pone en el retrato alto, mirar
hacia arriba le sirve de grúa. Pero comete un error: parpadea. Pestañear lo desliga por una
fracción de segundo del retrato que lo estaba sustentando. Se deshace el equilibrio: en un único
movimiento total, el niño cae sentado. De la boca entreabierta por el esfuerzo de vida escapa una
baba clara que escurre y gotea hasta el suelo.
Mira la gota muy de cerca, como si fuera una hormiga. El brazo se alza, avanza en arduo
mecanismo de etapas. Y de golpe, como para sujetar lo inefable, con inesperada violencia aplasta
la baba con la palma de la mano. Parpadea, espera.
Finalmente, pasado el tiempo necesario de espera de las cosas, aparta cuidadosamente la
mano y examina en el parqué el fruto del experimento.
El suelo está vacío. En una nueva y brusca etapa se mira la mano: la gota de baba está
pegada en la palma. Ahora también de esto sabe.
Entonces, con los ojos bien abiertos, lame la baba que pertenece al niño. Piensa en voz
alta: niño.
—¿A quién llamas? —pregunta la mamá desde la cocina.
Con esfuerzo y gentileza él mira la sala, busca a quien la mamá dice que está llamando, se
voltea y cae hacia atrás.
Mientras llora, ve la sala distorsionada y refractada por las lágrimas, el volumen blanco
crece y se le acerca —¡mamá!—, lo absorbe con brazos fuertes, y he aquí que el niño está de
pronto muy alto en el aire, muy en lo caliente y lo bueno. Ahora el techo está más cerca; la mesa,
debajo.
Y, como no puede más de cansancio, empieza a desviar las pupilas hasta que las va
hundiendo bajo la línea del horizonte de los ojos. Los cierra sobre la última imagen, los barrotes
de la cama. Se duerme agotado y sereno.
El agua se ha secado en la boca. La mosca aletea en el cristal. El sueño del niño está
surcado de claridad y calor, el sueño vibra en el aire.
Hasta que, en repentina pesadilla, sobreviene una de las palabras que ha aprendido: se
estremece violentamente, abre los ojos. Y para su terror no ve más que esto: el vacío caliente y
claro del aire, sin mamá.
Lo que piensa estalla en llanto por toda la casa. Mientras llora va reconociéndose,
transformándose en aquel que la mamá reconocerá. Casi desfallece de tanto sollozar, tiene que
transformarse urgentemente en algo que pueda ser visto y oído porque si no se quedará solo,
tiene que volverse comprensible porque si no nadie lo comprenderá, si no nadie se acercará a su
silencio, si no dice y cuenta nadie lo reconoce, haré todo lo necesario para ser de los demás y que
los otros sean míos, brincaré por encima de mi felicidad real, que sólo me traería abandono, y
seré popular, hago trampa para que me amen, es totalmente mágico esto de llorar para recibir a
cambio: mamá.
Hasta que el ruido familiar entra por la puerta y el niño, mudo de interés por lo que es
capaz de provocar el poder de un niño, para de llorar: mamá. Es mamá, no se ha muerto.
Y su seguridad consiste en saber que tiene un mundo para traicionar y vender, y que lo
venderá.
Es mamá, sí, mamá, con un pañal en la mano. No bien ve el pañal, él se echa a llorar de
nuevo.
—¡Pero si estás todo mojado!
La noticia lo sorprende, se renueva la curiosidad, pero ahora es una curiosidad cómoda y
garantizada. Mira con ceguera la humedad propia, en una segunda etapa mira a la mamá. Pero de
pronto se estira y escucha con todo el cuerpo el corazón latiendo pesado en la barriga: ¡pii-pii!, lo
reconoce de golpe con un grito de victoria y de terror. ¡El niño acaba de reconocer!
—¡Claro que sí! —dice orgullosa la mamá—. Claro que sí, mi amor, es el pii-pii que ha
pasado por la calle, le contaré a papá que ya lo has aprendido. Y vaya si no se dice así: ¡pii-pii, mi
amor! — dice la mamá tirando de arriba abajo y después de abajo arriba, levantándolo por las
piernas, echándolo hacia atrás, tirando de nuevo de abajo hacia arriba. En todas las posiciones el
niño conserva los ojos bien abiertos. Secos como el pañal nuevo.
11
13
15
Unidad 2: Para pensar la relación entre niño y educación en
la historia de la “literatura infantil”
Tres clásicos entre la obediencia y la desobediencia Gaspar era un niño sano,
(Primera parte) rollizo, tragón y ufano.
Revista Imaginaria, N° 209, 20 de junio de 2007 La sopa se la comía
por Marcela Carranza sin rechistar, hasta el día
en que se puso a gritar:
“¡No me la quiero tomar!
El concepto de infancia es relativamente nuevo en Occidente, dado que el niño ¡La sopa no me la como!
tal como se lo conoce ahora era impensado durante la Edad Media en la cual sólo se lo ¡No la como y no la tomo!”
consideraba y representaba como un adulto en miniatura (1). Junto a la "creación" del
concepto de infancia surge la escuela, como institución de acogida y formación de los Al otro día —¡mirad!—
niños. Y es el flamante sistema escolar en desarrollo el que demandará la existencia de sólo queda la mitad,
libros que tengan como destinatario específico a los pequeños lectores. De este modo, pero se pone a gritar:
“¡No me la quiero tomar!
y a diferencia de la literatura para adultos, la literatura para niños surgió como
¡La sopa no me la como!
respuesta a las necesidades del sistema educativo, siendo el resultado de esto la fuerte ¡No la como y no la tomo!”
ligazón, que aún perdura, entre la escuela y la literatura infantil.
Tres clásicos paradigmáticos nos servirán en este artículo para dar cuenta de una Al tercer día pasado,
fisura que se abre aún en aquellos tiempos donde la literatura para niños era anda muy desmejorado,
manifiestamente didactista y aleccionadora. Los textos que analizaremos a pero al ver la sopa entrar,
continuación fueron creados a mediados y fines del siglo XIX, resultaron un éxito vuelve a ponerse a gritar:
“¡No me la quiero tomar!
17
editorial de su época y se constituyeron en obras emblemáticas dentro del sistema de
¡La sopa no me la como!
libros para niños. Los tres comparten además un fuerte vínculo con la literatura ¡No la como y no la tomo!”
pedagógica vigente en aquellos tiempos. En ellos la actitud humorística en algunas de
sus formas más irreverentes y desacralizadoras convive (con diferente grado de Al cuarto día —¡qué feo!—
conflictividad) con el objetivo pedagógico. Es esta extraña convivencia entre el humor Gaspar parece un fideo.
irreverente y la palabra aleccionadora la que nos interesa observar a partir de la lectura Y como ya no comió,
de estos clásicos. al quinto día, murió.
19
célebres de la literatura popular, el énfasis está puesto en el desarrollo de las siete ser encontrados y literalmente horneados los pillos logran escapar ilesos en la sexta
“hazañas” de los dos pillos subsumiendo al mensaje aleccionador en la carcajada travesura. No así en la última, donde descubiertos por el labrador, son castigados por
irónica del texto y de las ilustraciones. Veamos los versos de la “Quinta Travesura”, éste y el molinero moliéndolos y convirtiéndolos en granos. La imagen de las siluetas
aquellos que “aconsejan” al pequeño lector ser cortés y discreto con un tío (a sonrientes de los niños formadas por las semillas es más que elocuente:
diferencia de lo que harán Max y Moritz con el suyo):
21
los conejos negros con el cajón que vienen a llevarse a Pinocho (otro momento nada que decir, salvo eso. La obediencia es incompatible con su historia. En términos
literarios, su historia es siempre la historia de una desobediencia; supone un error, una
generalmente eliminado en las adaptaciones) posee un matiz innegablemente deserción a la norma, una condición patológica. (25)
humorístico.
Pero por lo visto no sólo el personaje parece estar continuamente llamado a la
infracción, el texto mismo se mueve entre la norma y la trasgresión. Las aventuras de
Pinocho aparenta ser un libro sobre el “deber ser”, pero al igual que su personaje
Collodi no supo, no pudo, o tal vez no quiso “desobedecer a la desobediencia”.
23
Der Struwwelpeter (Pedro Melenas) (1845) de la mano de mamá,
En el año 1844 el joven doctor alemán Heinrich Hoffmann (1809-1894), les trae al fin, muy dichoso,
después de buscar en vano en las librerías de Frankfurt en vísperas de un álbum maravilloso.
Navidad, un libro ilustrado que le pareciera interesante para su hijo de
cuatro años, decidió comprar un cuaderno escolar y se puso a escribir unas Pedro Melenas
historias que ilustró con sus propios dibujos. El texto comenzaba con “La ¡Aquí está, nenes y nenas,
historia del malvado Federico”, en cambio la presentación de “Der éste es Pedro Melenas!
Struwwelpeter” —traducido al castellano como “Pedro Melenas”, Por no cortarse las uñas
personaje que daría posteriormente nombre al libro—, en el manuscrito le crecieron diez pezuñas,
figuraba al final. Löning, un conocido del autor, publicó por primera vez el
y hace más de un año entero
libro en una edición de 1.500 ejemplares en 1845. El propio Hoffmann
que no ha visto al peluquero.
cuidó personalmente que la impresión de los dibujos no alterara en lo más
¡Qué vergüenza! ¡Qué horroroso!
mínimo los colores y el estilo original. Lo que no quería era que se
¡Qué niño más cochambroso!
deslizara en las páginas nada del estilo artificioso y dulzón tan característico de los libros infantiles
que se publicaban en el momento y que él había rechazado en su búsqueda de un libro para su hijo.
Los 1.500 ejemplares fueron vendidos en un mes, y a esta primera siguieron infinidad de ediciones y La tristísima historia de las cerillas
traducciones a múltiples idiomas; siendo para destacar que el propio Mark Twain fue el responsable Los papás de Paulinita
de una de las traducciones de Der Struwwelpeter al inglés. (*) la dejan sola en casita.
El libro del doctor Hoffmann pertenece a una tradición de literatura destinada a los niños del tipo La niña corre, jugando
instructiva o aleccionadora, en auge durante el momento de su producción. Se trata de un conjunto de con su muñeca y cantando,
hasta que —¡Oh maravillas!—
ve una caja de cerillas.
"¡Qué juguete! ¡Qué bonita!", La historia del Chupadedos
dice, al verla, Paulinita: “¡Conrado!”, dice mamá:
"Voy a probar a encender “Salgo un rato, estate acá;
como mamá suele hacer". sé bueno, juicioso y pío,
Y Minta y Maula, las gatas, hasta que vuelva, hijo mío,
levantan, tristes, las patas: y no te chupes el dedo
"¡Tu papá te lo ha prohibido!", porque entonces —¡ay, qué miedo!—
le dicen, con un maullido: vendrá a buscarte, pillastre,
"¡Miau, mio! ¡Miau, mio! con las tijeras el sastre,
¡Te quemarás! ¡Déjalo…!" y te cortará —tris, tras!—
Paulinita desatiende los pulgares, ya verás”.
el buen consejo y enciende, Sale doña Berta y ¡zas!
como se ve en la figura, ¡Chupa que te chuparás…!
la cerilla —¡ay, qué locura!—
mientras salta de contento Se abre la puerta y de un salto,
sin descansar un momento. entra en la casa, al asalto,
Y Minta y Maula, las gatas, el terrible sastre aquél
levantan, tristes, las patas: que venía en busca de él.
"¡Tu mamá te lo ha prohibido!", Con la afilada tijera
le dicen, con un maullido: le corta los dedos —¡fuera!—
"¡Miau, mio! ¡Miau, mio! y deja al pobre Conrado,
¡Te quemarás! ¡Dejaló…!" llorando desconsolado.
Cuando vuelve doña Berta,
Las llamas —¡ay!— han prendido lo encuentra, triste, en la puerta.
en la manga, en el vestido, ¡Sin pulgares se quedó,
la falda, la cabellera… el sastre se los cortó!
se quema la niña entera.
Minta y Maula, al contemplarla,
(*) A esta traducción de Mark Twain se puede acceder por Internet:www.fln.vcu.edu/struwwel/twpete.html .
gimen a dúo: "¡Salvadla!
¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Corriendo!
¡La pobre niña está ardiendo! Bibliografía consultada
¡Miau, mio! ¡Miau, mio! Hoffmann, Heinrich. Der Struwwelpeter polyglott. Traducción al español de Víctor Canicio.
¡Paulinita se quemó!" Germany, dtv Deutscher Taschenbuch Verlag, 1984.
La niña —¡qué gran tristeza!— Hürlimann, Bettina. "El doctor Heinrich Hoffmann". En:Tres siglos de literatura infantil
ardió de pies a cabeza. europea. Traducción de Mariano Orta Manzano. Barcelona, Editorial Juventud, 1982.
Las ilustraciones fueron extraidas del libro Pedro Guedellas (Der Struwwelpeter), de
Quedaron los zapatitos, Heinrich Hoffmann (Ourense, Ediciones Linteo, 2001).
cenizas y dos lacitos.
Minta y Maula, frente a frente,
lloran muy amargamente:
"¡Pobres papás! ¡Miau, mio!
¿Dónde estarán? ¿Dónde? ¿Do?"
Y derraman, tristemente,
de lágrimas un torrente.
Max y Moritz (1865) Maese Petrus, al respecto,
era sabio y era recto.
Max y Moritz, por lo tanto,
lo odiaban Dios sabe cuánto,
que el que es malo y es siniestro,
no hace caso del maestro.
Petrus era probo, flaco
y aficionado al tabaco,
vicio que en otros es culpa
Wilhelm Busch (1932-1908) nació en Wiedensahl, un pueblo a 50 km de Hannover. Luego de iniciar estudios
de ingeniería de máquinas, decidió ser pintor. y en él merece disculpa,
porque ayuda a soportar
Wilhelm Busch (autorretrato) fatigas y mal pasar.
En Munich comenzó a editar en el semanario satírico-humorístico Fiegende Blätter y Max y Moritz, esta vez,
se hizo famoso como narrador de imágenes. En febrero de 1865 Busch ofreció a su traman otra insensatez:
editor de Munich, Kaspar Braun, la historia de Max y Moritz, que ya había sido darle al maestro un buen susto
rechazada por otro editor de Dresde. Braun aceptó la publicación. Una vez editado el con las pipas, y un disgusto.
libro, la respuesta de profesores, clérigos y pedagogos no se hizo esperar, para éstos se
trataba de una obra peligrosa, corruptora de sus jóvenes lectores. Maese Petrus, el domingo,
Max y Moritz se convirtió en uno de los libros infantiles más populares del mundo, como siempre, sin distingo,
recibió incontables traducciones y adaptaciones y es referencia obligada de autores e toca el órgano con brío
ilustradores consagrados de la literatura infantil como Tomi Ungerer y Maurice en la iglesia de San Pío.
Y aquellos dos revoltosos,
25
Sendak. La obra de Wilhelm Busch, y particularmente Max y Moritz, es considerada
pionera de la historieta. En esta sección ofrecemos dos de las siete travesuras que se introducen, cautelosos,
componen el libro, a las que se suma un prólogo y un epílogo. en casa del organista,
de las pipas tras la pista.
Max y Moritz
por Wilhelm Busch Max, con la cachimba en mano,
Cuarta travesura se apresura: "¡Al grano, al grano!",
A nadie estorba el saber y Moritz carga y aprieta
ni está de más aprender. pólvora en la cazoleta.
Conocer el alfabeto Luego se largan, deprisa,
merece el mayor respeto, antes que acabe la misa.
pero no basta con eso:
hay que avivar siempre el seso; Maese Petrus reza un Ave
multiplicar es un arte y después cierra con llave;
y el que parte, bien reparte, tras cumplir con su deber,
pero no hay mejor lección que es de sabios menester,
que de un sabio la opinión. regresa a casa contento,
en busca de esparcimiento.
Las delicias del hogar
son descansar y fumar.
"¡Gozar, aunque no se estila,
de una conciencia tranquila!"
¡Cataplum! ¡Una explosión!
¡La cachimba hecha cañón!
¡Saltan jarro, taza, pluma,
tabaco, tintero, en suma,
estufa, mesa y sillón!
Sexta travesura
Por Pascua, los pasteleros, Bajan los dos a la vez,
amasan dulces caseros: más negros, ¡ay!, que la pez,
tartas, bollos, pastas finas,
bizcochos y golosinas.
Max y Moritz, que lo saben,
en sí de gozo no caben.
Y caen, de sopetón,
en la harina del arcón.
Aparece el pastelero
y descubre el desafuero.
27
¡Santo Dios! ¡Qué maravillas!
Tres suculentas rosquillas.
Y el pastelero, asombrado,
se lamenta: "¡Han escapado!"
Epígrafe: Ilustración de Enrico Mazzanti.
El crecimiento de la nariz, acontecimiento que popularmente define al personaje, es la Apenas dijo esto, la niña desapareció, y la ventana volvió a cerrarse sin hacer ruido.
segunda situación. Sin embargo cabe aclara que en el libro de Collodi este crecimiento no se -¡Oh, bella niña de cabellos azules -gritaba Pinocho-, ábreme, por favor! Ten
limita al hecho de que su dueño haya mentido, como sucede en este capítulo. El primer compasión de un pobre niños perseguido por asesi…
crecimiento de la nariz, por ejemplo, tiene lugar en el mismo momento en que Geppetto se la Pero no pudo terminar la palabra, porque sintió que lo agarraban del cuello, y oyó las
talla; mientras el segundo crecimiento se produce cuando el personaje hambriento, observa la conocidas voces que le gruñeron amenazadoramente:
pared pintada con una olla humeante en la paupérrima casa de su padre.
-¡Ahora ya no volverás a escaparte!
El muñeco, viendo relampaguear la muerte delante de sus ojos, fue acometido por un
Las aventuras de Pinocho temblor tan fuerte que, al temblar, le sonaban las junturas de sus piernas de madera y
por Carlo Collodi las cuatro monedas que tenía escondidas debajo de la lengua.
-¿Entonces? -le preguntaron los asesinos-: ¿Vas a abrir la boca, sí o no? ¡Ah! ¿No
XV respondes?… ¡Déjanos a nosotros, que esta vez te la haremos abrir!…
Los asesinos persiguen a Pinocho y cuando lo alcanzan Y sacando dos grandes cuchillos, largos y afilados como navajas de afeitar, ¡ZAS !…
lo ahorcan en una rama de la Gran Encina. le encajaron dos cuchilladas entre los riñones.
Entonces el muñeco, desanimado, estaba a punto de arrojarse al suelo y darse por Pero el muñeco, para su suerte, estaba hecho de una madera durísima, motivo por el
vencido, cuando al mirar alrededor, entre el verde oscuro de los árboles, vio, en la cual las dos hojas, partiéndose, saltaron en mil pedazos, y los asesinos se quedaron con
lejanía, una casita blanca como la nieve. los mangos de los cuchillos en la mano mirándose las caras.
-Si me quedara aliento para llegar a aquella casa, quizás estaría a salvo -se dijo. -Ya entendí -dijo entonces uno de ellos-, ¡hay que colgarlo! ¡Colguémoslo!
Y sin dudar un minuto volvió a correr por el bosque a la carrera. Y los asesinos -¡Colguémoslo! -repitió el otro.
siempre detrás. Dicho y hecho, le ataron las manos detrás de la espalda y pasándole un nudo corredizo
Y después de una desesperada carrera de casi dos horas, finalmente, jadeante, llegó a alrededor del cuello lo colgaron de la rama de un gran árbol llamado la Gran Encina.
la puerta de la casita y llamó. Luego se quedaron allí, sentados en la hierba, esperando que el muñeco estirase la
Nadie respondió. pata; pero el muñeco, tres horas después, seguía teniendo los ojos abiertos, la boca
29
Volvió a llamar con más violencia, porque oía el rumor de los pasos y la respiración cerrada, y pataleaba más que nunca.
profunda y agitada de los perseguidores acercándose. El mismo silencio.
Viendo que llamar no servía para nada, desesperado, comenzó a dar patadas y
cabezazos a la puerta. Entonces se asomó a la ventana una hermosa niña de cabellos
azules y el rostro blanco como una imagen de cera, los ojos cerrados y las manos
cruzadas sobre el pecho, la cual, sin mover los labios, le dijo con una voz que parecía
venir del otro mundo:
-En esta casa no hay nadie. Están todos muertos.
-¡Ábreme tú, al menos! -gritó Pinocho, llorando y suplicando.
-Yo también estoy muerta.
-¿Muerta? ¿Y entonces qué haces en la ventana?
-Espero el ataúd que vendrá a llevarme.
I L U ST R A C I ÓN D E C AR L O C HI O S T R I (1 90 1)
Finalmente, aburridos de esperar, se volvieron hacia Pinocho y riendo le dijeron:
-Adiós, hasta mañana. Cuando volvamos mañana esperamos que tengas la amabilidad
I L U S T R A C I ÓN D E E N R I C O M AZ Z A N T I (1 883 ) de hallarte bien muerto y con la boca abierta.
Y se fueron. Entonces el Hada batió las palmas dos veces y apareció un magnífico Perro lanudo,
Entretanto se había levantado un viento impetuoso, del norte, que soplando y rugiendo que caminaba erguido sobre sus patas traseras, como si fuese un hombre.
con rabia, golpeaba de aquí para allá al pobre ahorcado, haciéndolo oscilar El Perro lanudo estaba vestido de cochero, con librea de gala. Tenía en la cabeza un
violentamente como el badajo de una campana que tocara a fiesta. Y aquel bamboleo sombrero de tres picos con galones de oro, una peluca blanca con rizos que le caían
le ocasionaba agudísimos espasmos, y el nudo corredizo, apretándose cada vez más a por el cuello, una levita color chocolate con botones brillantes y dos grandes bolsillos
su garganta, le quitaba la respiración. para guardar los huesos que a la hora de comer le regalaba su ama, con un par de
Poco a poco los ojos se le iban nublando; y aunque sentía que se acercaba la muerte, calzones cortos de terciopelo carmesí, medias de seda y zapatos escotados, y detrás
seguía esperando que de un momento a otro pasara un alma caritativa y lo ayudara. una especie de funda de paraguas, toda de raso azul, para meter dentro la cola cuando
Pero cuando, espera que te espera, vio que no aparecía nadie, le vino a la mente su empezaba a llover.
pobre padre… y balbuceó, casi moribundo: -¡Rápido Medoro! -dijo el Hada al Perro lanudo-. Haz que de inmediato enganchen la
-¡Oh, padre mío! ¡Si estuvieras aquí!… más hermosa carroza de mi cuadra y toma el camino del bosque. Cuando hayas
Y no tuvo aliento para decir más. Cerró los ojos, abrió la boca, estiró las piernas y, llegado a la Gran Encina, encontrarás recostado en la hierba a un pobre muñeco medio
dando una gran sacudida, se quedó allí, tieso. (1) muerto. Cárgalo con cuidado, pósalo delicadamente sobre los almohadones de la
carroza y tráemelo aquí. ¿Has entendido?
Nota del traductor:
(1) Con este capítulo terminaba la S T O R I A D I U N B U R AT T I N O , aparecida en el G I O R NA L E P E R I
El Perro lanudo, para dar a entender que había entendido, meneó tres o cuatro veces la
B A M B I NI entre el 7 de julio y el 27 de octubre de 1881. La publicación se retoma el 16 de febrero de 1882, funda de raso azul, que tenía detrás, y partió veloz como un rayo.
con el título definitivo de L A S A V E N T U RA S D E P I N OC H O . Poco después se vio salir de la cuadra una hermosa carroza del color del aire, toda
acolchada con plumas de canario y forrada en su interior con crema chantillí y
bizcochuelo. Tiraban de la carroza cien pares de ratones blancos y el Perro lanudo,
XVI sentado en el pescante, hacía restallar el látigo a diestra y siniestra, como un cochero
La hermosa Niña de los cabellos azules hace recoger al muñeco, cuando teme llegar con retraso.
lo mete en la cama y llama a tres médicos para saber si está vivo o muerto. Todavía no había pasado un cuarto de hora cuando la carroza volvió, y el Hada, que
Mientras el pobre Pinocho, colgado por los asesinos a una rama de la Gran Encina, estaba esperando en la puerta de la casa, tomó en sus brazos al pobre muñeco y,
parecía ya más muerto que vivo, la hermosa Niña de los cabellos azules se asomó a la llevándolo a una habitación que tenía las paredes de nácar, mandó llamar
ventana y, apiadándose ante la visión de aquel infeliz que, suspendido por el cuello, inmediatamente a los médicos más famosos de la vecindad.
bailaba el rigodón con el viento del norte, dio tres palmaditas.
A esta señal se oyó un gran ruido de alas que volaban impetuosamente, y un gran
halcón vino a posarse en el alféizar de la ventana.
-¿Qué se le ofrece, mi graciosa Hada? -dijo el Halcón bajando el pico en acto de
reverencia (porque hay que saber que la Niña de los cabellos azules no era otra que
una buenísima Hada que desde hacía más de mil años vivía en las cercanías de aquel
bosque).
-¿Ves aquel muñeco que cuelga de una rama de la Gran Encina?
-Lo veo.
-Pues bien, vuela hacia allí de inmediato, rompe con tu fuerte pico el nudo que lo tiene
suspendido en el aire y pósalo delicadamente acostado en la hierba, al pie de la
Encina.
El Halcón voló y dos minutos después volvió, diciendo:
-Lo que ordenaste, ya fue hecho.
-¿Y cómo lo has encontrado? ¿Vivo o muerto?
-Al verlo parecía muerto, pero no debe de estar muerto todavía, porque apenas desaté
el nudo corredizo que le apretaba el cuello dejó escapar un suspiro, balbuceando a
media voz: “¡Ahora me siento mejor!”. I L U S T R A C I Ó N DE C H A R L E S C O P E L A N D (1 90 4 )
Los médicos, uno tras otro, llegaron enseguida. Llegó un Cuervo, una Lechuza y un
Grillo parlante.
-Señores, quisiera saber por boca de ustedes -dijo el Hada, dirigiéndose a los tres
médicos reunidos alrededor del lecho de Pinocho-, quisiera saber por boca de ustedes
si este desgraciado muñeco está vivo o muerto…
Ante esta invitación, el Cuervo, adelantándose primero, tomó el pulso de Pinocho;
después le tocó la nariz, después los dedos meñiques de los pies; y después de haber
palpado todo bien, pronunció solemnemente estas palabras:
-A mi entender, el muñeco está bien muerto; pero si por desgracia no estuviese
muerto, entonces sería un indicio seguro de que está vivo.
I L U S T R A C I Ó N D E L U I G I E. M AR I A A U G U S T A C A V A L I E R I (1 92 4)
31
-¡Ese muñeco que ven allí es un hijo desobediente, que hace morir de disgustos a su
pobre padre!…
En ese momento se oyó en la habitación un sonido ahogado de llantos y sollozos.
Figúrense cómo se quedaron todos cuando, levantando un poco las sábanas,
advirtieron que quien lloraba y sollozaba era Pinocho.
-Cuando un muerto llora, es signo de que está en vías de curación -dijo solemnemente
el Cuervo.
I L U ST R A C I Ó N D E E N R I CO M A Z Z A N T I (1 88 3)
-Me duele contradecir a mi ilustre amigo y colega -agregó la Lechuza-, pero para mí,
-Lamento tener que contradecir al Cuervo, mi ilustre amigo y colega -dijo la Lechuza-; cuando un muerto llora, es señal de que ha muerto y la cosa no le agrada.
para mí, en cambio, el muñeco está vivo; pero si por desgracia no estuviese vivo,
entonces sería un signo seguro de que está muerto. XVII
-¿Y usted no dice nada? -preguntó el Hada al Grillo parlante. Pinocho come el azúcar, mas no quiere purgarse; pero cuando ve a los
-Yo digo que un médico prudente, cuando no sabe algo, lo mejor que puede hacer es enterradores que quieren llevárselo, entonces se purga. Después dice una mentira
callarse. En cuanto al resto, la fisonomía de ese muñeco no es nueva para mí. ¡Lo y como castigo le crece la nariz.
conozco desde hace mucho!…
Pinocho, que hasta ahora había permanecido inmóvil como un verdadero trozo de Apenas salieron los tres médicos de la habitación, el Hada se acercó a Pinocho,
madera, sufrió una especie de temblor convulsivo que hizo sacudir todo el lecho. y después de haberle tocado la frente, se dio cuenta de que tenía una fiebre altísima.
-Ese muñeco que ven allí -siguió diciendo el Grillo parlante- es un bribón de Entonces disolvió unos polvos blancos en medio vaso de agua y, ofreciéndoselo al
profesión… muñeco, le dijo cariñosamente:
Pinocho abrió los ojos y los cerró de inmediato. —Bebe esto, y en pocos días sanarás.
Pinocho miró el vaso, torció un poco la boca y le preguntó con voz quejosa: En ese momento la puerta de la habitación se abrió de par en par y entraron cuatro
—¿Es dulce o amargo? conejos negros como la tinta, llevando sobre los hombros un pequeño ataúd.
—Es amargo, pero te hará bien. —¿Qué quieren de mí? —gritó Pinocho, sentándose en la cama, todo asustado.
—Si es amargo, no lo quiero. —Vinimos a llevarte —respondió el conejo más grande.
—Hazme caso bébelo. —¿A llevarme?... ¡Pero si todavía no estoy muerto!...
—A mí lo amargo no me gusta. —Es cierto: todavía no, ¡pero habiéndote negado a tomar el remedio que te hubiera
—Bébelo, y cuando lo hayas bebido te daré un terrón de azúcar para que se te quite el curado la fiebre, te quedan pocos minutos de vida!...
mal sabor. —¡Oh, Hada mía! ¡Oh, Hada mía! —comenzó entonces a chillar el muñeco—, dame
—¿Dónde está el terrón de azúcar? enseguida ese vaso… Deprisa, por favor, porque no quiero morir, no… no quiero
—Aquí lo tengo —dijo el Hada, sacándolo de una azucarera de oro. morir…
—Primero quiero el terrón de azúcar y después beberé esa agua amarga… Y tomando el vaso con las dos manos lo vació de un trago.
—¿Me lo prometes? —¡Paciencia! —dijeron los conejos—. Esta vez hemos hecho el viaje en vano.
—Sí… Y echándose de nuevo el ataúd a los hombros, salieron de la habitación refunfuñando
El Hada le dio el terrón, y Pinocho, después de haberlo chupado y tragado en un y murmurando entre dientes.
instante, dijo relamiéndose:
—¡Qué bueno sería que el azúcar fuese un remedio!... Me purgaría todos los días.
—Ahora cumple la promesa y bebe estas gotitas de agua que te devolverán la salud.
Pinocho, de mala gana, tomó el vaso y puso dentro la punta de la nariz; después se lo
acercó a la boca; después volvió a meter dentro la punta de la nariz; finalmente dijo:
—¡Es demasiado amargo! ¡Demasiado amargo! No puedo beber.
—¿Cómo puedes decir eso si ni siquiera lo has probado?
—¡Me lo imagino! Le sentí el olor. Primero quiero otro terrón de azúcar… ¡y después
lo beberé!
Entonces el Hada, con toda la paciencia de una buena madre, le puso en la boca otro
poco de azúcar y después le ofreció el vaso.
—¡Así no lo puedo beber! —dijo el muñeco, haciendo mil muecas.
—¿Por qué?
—Porque me molesta ese almohadón que tengo allí, a los pies.
El Hada le sacó el almohadón.
—¡Es inútil! ¡Así tampoco lo puedo beber! El caso es que, a los pocos minutos, Pinocho saltó de la cama, ya curado; porque
—¿Qué te molesta ahora? hay que saber que los muñecos de madera tienen el privilegio de enfermarse raramente
—Me molesta la puerta de la habitación, que está abierta. y de curarse muy pronto.
El Hada fue y cerró la puerta de la habitación. Y el Hada, al verlo correr y brincar por la habitación, ágil y alegre como un gallito
—¡Basta! —gritó Pinocho, estallando en llanto—. ¡No quiero beber esa agua amarga! joven, le dijo:
¡No, no, no! —Entonces la medicina te ha hecho bien, ¿no es cierto?
—Niño mío, te arrepentirás… —¡Más que bien! ¡Me ha devuelto al mundo!...
—No me importa. —¿Entonces por qué te has hecho rogar tanto para beberla?
—Tu enfermedad es grave. —¡Lo que ocurre es que nosotros, los niños, somos así! Tenemos más miedo del
—No me importa… remedio que de la enfermedad.
—La fiebre, en pocas horas, te llevará al otro mundo. —¡Debería darles vergüenza!... Los niños deberían saber que un buen remedio tomado
—No me importa… a tiempo puede salvarlos de una grave enfermedad e incluso de la muerte…
—¿No tienes miedo de la muerte? —¡Oh! ¡Pero la próxima vez no me haré rogar! Me acordaré de esos conejos negros,
—¡Nada de miedo!... Prefiero morir antes que beber ese remedio tan malo. con ese ataúd en los hombros… y entonces tomaré enseguida el vaso y ¡adentro!...
—Ahora ven aquí a contarme cómo fue que te encontraste entre las garras de esos —Las mentiras, niño mío, se reconocen enseguida, porque las hay de dos clases: están
asesinos. las mentiras que tienen patas cortas y las mentiras que tienen la nariz larga. Las tuyas,
—Sucedió que el titiritero Comefuego me regaló unas monedas de oro y me dijo: justamente, son de las que tienen la nariz larga.
"¡Toma, llévaselas a tu padre!", y yo, en vez de hacer eso, me encontré en el camino Pinocho, no sabiendo ya dónde esconder su vergüenza, trató de huir de la habitación;
con un Zorro y un Gato, dos personas muy buenas, que me dijeron: "¿Quieres que pero no lo consiguió, porque su nariz había crecido tanto que no pasaba por la puerta.
estas monedas se vuelvan dos mil? Ven con nosotros y te llevaremos al Campo de los
milagros". Y yo dije: "Vamos"; y ellos dijeron: "Detengámonos aquí, en la Posada del
Camarón Rojo, y después de medianoche continuaremos nuestro viaje". Y yo, cuando
me desperté, ellos ya no estaban, porque se habían ido. Entonces comencé a caminar
de noche, y había una oscuridad que parecía imposible, por lo que en el camino
encontré a dos asesinos metidos dentro de unos sacos de carbón, que me dijeron:
"Saca el dinero"; y yo dije: "No tengo", porque las cuatro monedas de oro me las había
escondido en la boca, y uno de los asesinos intentó meterme la mano en la boca, y yo
de un mordiscón le arranqué la mano y después la escupí, pero en vez de una mano lo
que escupí fue una zarpa de gato. Y los asesinos empezaron a correrme, y yo corre que
te corre, hasta que me alcanzaron, y me colgaron de un árbol de este bosque,
diciéndome: "Mañana volveremos, y entonces estarás muerto y con la boca abierta, y
así te sacaremos las monedas que te has escondido debajo de la lengua".
—¿Y ahora dónde has puesto las cuatro monedas? —le preguntó el Hada.
—¡Las he perdido! —respondió Pinocho; pero dijo una mentira, porque en realidad las
tenía en el bolsillo.
Apenas dijo esa mentira, su nariz, que era larga, le creció de repente dos dedos
33
Bibliografía consultada
más. Collodi, Carlo. Las aventuras de Pinocho. Ilustraciones de Carlo Chiostri. Traducción de
—¿Y dónde las has perdido? Guillermo Piro. Buenos Aires, Emecé Editores, 2002.
—En el bosque.
Al decir esta segunda mentira la nariz siguió creciendo.
—Si las has perdido en el bosque —dijo el Hada—, las buscaremos y las
encontraremos, porque todo lo que se pierde en el bosque se encuentra siempre.
—¡Ah! Ahora que me acuerdo bien —replicó el muñeco, embrollándose solo—, las
cuatro monedas no las perdí, sino que sin darme cuenta me las tragué mientras bebía el
remedio que me has dado.
Al decir esta tercera mentira, la nariz se le alargó de un modo tan extraordinario
que el pobre Pinocho no podía volverse para ningún lado. Si se volvía hacia un lado,
golpeaba con la nariz en la cama y en los vidrios de la ventana; si se volvía hacia el
otro, la golpeaba contra las paredes o contra la puerta de la habitación; si alzaba la
cabeza, corría el riesgo de metérsela en un ojo al Hada.
Y el Hada lo miraba y reía.
—¿De qué te ríes? —le preguntó el muñeco, confundido y preocupado por aquella
nariz que crecía de un modo tan desmesurado.
—Me río de las mentiras que has dicho.
—¿Y cómo sabes que he dicho una mentira?
Bellaterra: Journal of Teaching & Learning Language & Literature Carranza
Vol. 2, No. 2, March/April 2010, 91-105
Marcela Carranza
¡Qué cuento más impropio para contarles a los niños! Usted acaba de
minar los resultados de años de enseñanza cuidadosa.
Saki, “El cuentista”
© Ilustraciones de True Williams para "The Story of the Good Little Boy" (1875).
35
Lamentablemente carecemos de otros datos que pudieran sernos útiles acerca de
las condiciones de producción y recepción de este texto en vida del autor; aunque su © Ilustraciones de True Williams para "The Story of the Bad Little Boy" (1875).
reedición ilustrada puede darnos indicios de una recepción exitosa por parte del público.
Existen en la obra marcas que nos aproximan a un destinatario infantil, como las El texto de Mark Twain está construido sobre el andamiaje de un género pedagógico de
frecuentes apelaciones al lector por parte del narrador. Apelaciones que, por otra parte, la literatura infantil ya perimido, pero por lo visto aún vigente en época del autor: los
derivan de la imitación burlesca de aquellos libritos de la escuela dominical a los que el libros de la escuela dominical. Este tipo de literatura surgió por parte de los pedagogos,
texto de Twain hace alusión constante. Sin embargo, no podemos constatar si y en particular de los religiosos, como un modo de contrarrestar la “mala influencia” de
efectivamente este libro fue originalmente leído por los niños, ni cuál fue la reacción de la literatura de cordel en los niños con menores recursos.
los adultos en caso de que así fuera. Más de cien años después de su primera Desde fines del siglo XVI hasta entrado el siglo XIX tuvieron gran éxito entre
publicación, Historia de un niñito bueno. Historia de un niñito malo llega a los lectores las clases populares y los niños en particular unos libritos que, editados en forma de
infantiles a través de una colección de “clásicos” para niños (Twain 2005). pliegos, eran distribuidos por buhoneros o vendedores ambulantes. Se trataba de una
En la edición actual las imágenes cumplen un rol importante, tanto por el espacio literatura sumamente heterogénea: cuentos de hadas, adaptación de novelas medievales,
que se les asigna como por el juego que establecen con el texto; también en su segunda historias de santos, de criminales, noticias espantosas, relatos sobre toda clase de
edición de 1875 las ilustraciones adquirieron un rol protagónico, quizás a la manera de curiosidades, almanaques y calendarios, libros de medicina, de astrología, de profecías,
las ilustraciones de los libros pedagógicos parodiados por Twain. de brujería, guías de viaje, tratados amorosos, diálogos dramáticos, obras burlescas,
parodias de sermones o de tratados didácticos, adaptaciones populares de obras de la
literatura “culta” como Los viajes de Gulliver, Robinson Crusoe y Gargantúa y
92
Carranza Carranza
Pantagruel. Esta literatura de cordel constituía una desigual y difícil competencia para relato ejemplarizante busca suscitar en los lectores determinadas acciones a partir de la
la literatura infantil oficial. Era un material de lectura rechazado con vehemencia por imitación del modelo ofrecido por el texto. De allí que se busque en el lector la
pedagogos y pensadores por considerarlo nocivo, corrupto e inapropiado para la identificación con el protagonista y que éste a menudo asuma la edad del lector. Niños
correcta formación de las mentes infantiles. Sin embargo, la innegable y enorme buenos que reciben su recompensa en ésta y en la otra vida; y niños malos castigados,
influencia sobre los niños de esta literatura significó la necesidad, por parte de los libros arrepentidos y redimidos formaban parte de aquella literatura destinada a moldear moral
infantiles oficialmente aceptados, de modificar sus características formales e incluso y religiosamente las mentes y conductas infantiles.
temáticas, de acuerdo a los atractivos modelos de esta literatura de buhoneros, sin El libro de Twain se divide en dos historias construidas paralelamente; ambas
abandonar por ello su misión formadora de las nuevas generaciones. Así surgieron tienen idéntico inicio, presentan al personaje, narran un conjunto de buenas
libros que, tomando elementos propios de la literatura de buhoneros con el objetivo de acciones/travesuras de cada uno de los protagonistas y desembocan abruptamente en el
volverse atractivos para el público infantil, modificaron la función de estos elementos desenlace final. El paralelismo entre ambas historias es reforzado por la diagramación
2
según el objetivo aleccionador que los justificaba . del libro y las ilustraciones.
Los primeros libros de la escuela dominical actuaron como material de lectura “Había una vez un niñito bueno llamado Jacob Blivens” 4 , es el inicio obligado
escolar, sin embargo, a partir de la influencia “negativa” que la literatura de cordel de los relatos ejemplarizantes, pero ya en la segunda línea la voz narrativa se aparta de
ejercía entre los niños de la clases sociales bajas, según la visión de los educadores, los la norma habitual: “Siempre obedecía a sus papás sin importar cuán absurdas o
libros de la escuela dominical se transformaron en lectura también para el hogar, con el irracionales fueran sus órdenes…” (Twain 2005: 9). Y unas líneas más abajo: “Nunca se
objetivo manifiesto de ofrecer a los niños de las clases bajas libros adecuados para su iba de Pinta, incluso si su sano juicio le indicaba que era lo mejor que podía hacer”.
formación moral y religiosa. (Ibid.).
Puede resultar interesante observar aquí cómo un género pedagógico surge de la Para este narrador los padres suelen dar órdenes absurdas e irracionales y la
necesidad de neutralizar las influencias en los lectores infantiles de una literatura obediencia no siempre es juiciosa. Estamos lejos del narrador adulto/autoridad que
considerada inadecuada para ellos por sus tutores y maestros. El género en cuestión se predica a los niños las verdades del discurso oficial para la infancia. La figura del adulto
construye a partir del uso de elementos pertenecientes a aquella literatura que se quiere y en particular de los padres suele ser cuidadosamente preservada en los relatos para
3
suprimir, pero con un deliberado desplazamiento en su función . Podríamos hablar así niños5 . Este narrador, por el contrario, se aleja del discurso oficial adulto y se aproxima
de una imitación de estos libros “corruptores” y de su transformación en libros a la mirada infantil. Los otros niños no entienden a Jacob, y tampoco puede hacerlo el
ejemplarizantes y formadores. Luego, Twain realiza la operación inversa. Nuevamente a narrador para quien Jacob no es normal, es extraño. “Y era tan honesto que resultaba
través de la imitación, en su caso paródica, se distancia irónicamente de los libritos ridículo” (Ibid). Para este narrador, situado en el lugar de un niño común y corriente no
pedagógicos, desenmascara y relativiza el discurso moralizante adulto volviéndolo es sensato, por ejemplo, el negarse a hacer travesuras: “No jugaba a las canicas los
digno de absoluta desconfianza, incluso moral. Pero para ejemplificar este proceso domingos, ni robaba nidos de pájaros, ni le daba monedas calientes a los monos de los
pasemos al análisis del texto de Twain. organilleros; en fin, no parecía interesarse en ningún tipo de pasatiempo sensato”
(Ibid.).
La imitación paródica y el desenmascaramiento irónico Luego de esta presentación del personaje, el narrador da una explicación al
Fiel al modelo de los libritos pedagógicos, el libro de Twain se construye a partir de dos extraño comportamiento de Jacob: este “niñito bueno” leía todos los libros de la escuela
historias “ejemplares”. Las hagiografías o historias de santos, así como los relatos de las dominical, y no sólo eso, creía en los niñitos buenos de los libros y quería ser uno de
hazañas de célebres criminales, tenían una larga tradición en la literatura popular. El ellos. Su mayor anhelo era aparecer como protagonista en alguno de aquellos libros.
93 94
Carranza Carranza
En la primera parte se relata, al igual que en los libros admirados por el A Jacob sin embargo esta parte de sus adoradas historias no le conformaba del todo, a él
protagonista, la suma de escenas que dan cuenta del comportamiento ejemplar del “le encantaba estar vivo” (Twain 2005: 13). Paradójicamente ésta es la única parte de su
héroe. Jacob reprende a los niños malos, ayuda a un anciano ciego, recoge a un perro historia que coincide con sus lecturas favoritas, Jacob también morirá al final, sólo que
abandonado, pretende alistarse como grumete en un navío, pero en cada una de estas su muerte no tendrá la solemnidad de sus libros de la escuela dominical.
escenas las cosas suceden a la inversa de lo acontecido en los libros. La historia de En la historia de Jacob la inverosimilitud del melodrama y la solemnidad del
Jacob se construye como un mundo al revés de su modelo, lo que “invariablemente” momento final son reemplazadas por la hipérbole, el detalle macabro y el absurdo. La
sucedía en sus libros nunca sucedía en su vida: “Las mismas cosas por las que los niños muerte de Jacob es una muerte prohibida para un relato infantil “adecuado”, un
en los libros eran recompensados, a él le resultaban puras calamidades” (Twain 2005: desenlace de explosión y despedazamiento en el que el narrador se regodea con los
18). detalles:
Jacob se queda estupefacto ante sus desventuras, pero también el narrador asume Y, en un instante, el niñito bueno salió disparado por el techo en dirección al sol
con los pedazos de los quince perros colgando tras él como la cola de una
su punto de vista, y no puede comprender lo que pasa. La ironía es evidente: ¡Cómo
cometa. No quedó rastro alguno del concejal o de la vieja fundidora sobre la faz
puede ser que todas aquellas verdades de los libros no se cumplan para Jacob! Ni de la Tierra, y en cuanto al joven Jacob Blivens, nunca tuvo oportunidad de
decir sus últimas palabras después de lo mucho que le había costado prepararlas,
siquiera la dedicatoria de su maestro llega a conmover al capitán del navío en el que el
a menos que se las dijera a los pájaros, porque aunque la mayor parte de su
niño quería embarcarse. cuerpo cayó en la copa de un árbol del condado vecino, el resto quedó
distribuido en cuatro pueblos cercanos, de modo que hubo que realizar cinco
Definitivamente éste era, con mucho, el suceso más extraordinario que le había
indagaciones para averiguar si estaba vivo o muerto 7 , y cómo había sucedido
ocurrido en su vida. Los elogios de un maestro siempre despertaban los más
todo. Nunca se vio un niño tan hecho pedazos 8 (Twain 2005: 24).
tiernos sentimientos de los capitanes y despejaban el camino a toda clase de
honores y recompensas para quien los recibía. (Twain 2005: 23) Hay algo del Quijote y de Madame Bovary en este pequeño que cree ciegamente en los
37
El narrador asume el punto de vista ingenuo del protagonista y la máscara irónica ríe niñitos buenos de los libros de la escuela dominical. Jacob es el “lector modelo” de
ante la “sagrada” palabra del maestro. aquellos libros, cuyo objetivo no era otro que el de moldear a los pequeños lectores a
La muerte del protagonista es uno de los tantos tabúes respetados por los relatos imagen y semejanza de los protagonistas. Como el Quijote, Jacob confunde realidad y
infantiles, aunque formaba parte de los antiguos cuentos admonitorios de la tradición ficción, cree que puede construir su vida de acuerdo a aquellas ficciones, y así le va.
oral. A partir de la reconstrucción que este texto de Twain nos permite hacer de los Pero a diferencia de lo sucedido con la literatura de caballerías, este gesto absurdo que
relatos ejemplarizantes de la escuela dominical, vemos que los “niñitos buenos” solían pretende borrar los límites entre ficción y realidad, en los textos ejemplarizantes
tener una muerte solemne con últimas palabras y funeral incluido en el último capítulo. constituye parte de su objetivo pedagógico, de su razón de ser. Lo que Twain denuncia
Del funeral, como de otras escenas, daban cuenta además del texto sendas ilustraciones, humorísticamente es la ridiculez de una retórica, de una ficción para niños que niega su
sobre las que el libro de Twain no escatima burlas: carácter de ficción, y al hacerlo está a su vez negando la realidad del niño (y de la
[…] el niñito bueno siempre se moría en el último capítulo y había una naturaleza humana en general), con el objetivo manifiesto de imponer esa ficción como
ilustración del funeral, con todos sus parientes y sus compañeros de la escuela
modelo (absurdo e inverosímil) a alcanzar en la vida. Nadie, ni siquiera el narrador, cree
alrededor de la tumba, con pantalones demasiado zancones y gorros demasiado
grandes, y todos llorando copiosamente en pañuelos tan grandes como una en el “modelo de vida” propuesto por esta literatura, salvo Jacob que está loco o peca de
sábana. (Twain 2005:10)
la peor de las ingenuidades. Sin embargo el epílogo suma una nueva humorada en la
La muerte, por lo tanto, no estaba vedada en este tipo de relatos, siempre y cuando voz del narrador, en éste se aclara al lector que el caso de Jacob ha sido “realmente
cumpliera en él una función moralizadora y se guardara en ella cierta solemnidad de excepcional”, “Todos los demás niños que siguieron tal ejemplo prosperaron, menos él”
6
tinte melodramático , según parece, esta última resaltada por la ilustración. (Twain 2005: 26).
95 96
Carranza Carranza
Pero no sólo la imagen de la madre frágil y cariñosa es blanco de ironías, sino toda una hecho de que las cosas no le sucedieran a Jim como en los libros de la escuela
retórica melodramática que por lo visto estaba destinada en esta literatura a conmover el dominical. Las referencias a los libritos pedagógicos se vuelven insistentes y
corazón del lector, con los fines pedagógicos previstos. La madre de Jim es una mujer reiterativas, nada parece sucederles a estos personajes que no tenga su reflejo invertido
fortachona, nada piadosa y para quien si su hijo “se rompía el cuello no sería una gran en aquellos libros pedagógicos cuya lectura comparten narrador y narratario 9 . Así como
pérdida” (Twain 2005: 31). Esta madre antimodélica que, en lugar de besos de las la historia de Jacob se construye a partir de sus buenas acciones, la de Jim es la
buenas noches, le administraba nalgadas y sopapos a su vástago es reforzada por la enumeración de sus travesuras; dos de las cuales - el robo de manzanas y el salir a
ilustración. velear en domingo - son reiteraciones de las escenas vividas por Jacob, desde la “vereda
opuesta” respecto a la norma.
En la historia de Jim a menudo irrumpe el discurso del deber ser, no en boca del
personaje, como en el caso de Jacob, sino como posibilidad de discurso que no se
realiza. Así cuando el inocente es culpado, recibe el castigo inmerecido sin la
intervención de ninguna fuerza superior y justiciera que pudiera venir en su ayuda:
[…] el pobre George bajó la mirada y se ruborizó como si se sintiera culpable, y
el sufrido maestro lo culpó del robo, y cuando estaba a punto de darle un varazo
97 98
Carranza Carranza
en los hombros temblorosos, no apareció repentinamente ni se interpuso entre dados, como en la publicación que cierra la historia de Jim, donde a los éxitos del
ellos un inverosímil juez de paz con peluca blanca para sentenciar
personaje se agrega el ser nombrado empresario del año.
solemnemente: “¡Soltad a este inocente niño, ahí tienen al verdadero cobarde
culpable! Pasaba por la puerta de la escuela a la hora del recreo y, sin que nadie
me viera, pude ver cómo se cometía el robo. (Twain 2005: 37)
Luego de enumerar todo aquello que no sucedió pero que habitualmente sucede en los
libros, el narrador agrega:
No, eso habría pasado en los libros, pero no fue lo que le sucedió a Jim. Ningún
viejo juez entrometido apareció para causar líos, así que George, el niño modelo,
acabó castigado y Jim se alegró de ello porque, como podrás imaginarte, él
odiaba a los niños obedientes. (Ibid)
Se ironiza sobre el discurso solemne y rimbombante del “deber ser” en boca del
inverosímil e inexistente juez de paz, y al mismo tiempo se toma partido por el punto de
vista del niño malo, cuando dicho juez es designado por el narrador como viejo
entrometido. El punto de vista asumido es el del niño, y no precisamente el del niño © Ilustraciones de Ricardo Peláez. Del libro Historia de un niñito bueno. Historia de un niñito malo, de
Mark Twain. México: F.C.E, 2005.
bueno, a la vez que las apelaciones constantes al lector le hacen cómplice de esta
mirada. El final de Jim, al igual que el de Jacob, también está atravesado por la Esta ilustración es paralela a la que cierra la historia de Jacob. El libro chamuscado de
hipérbole y el humor negro: Ediciones Buenaventura agrega elementos macabros al catastrófico final del niño
Y creció y se casó y tuvo muchos hijos, y una noche les rompió la crisma a bueno. También los angelitos y diablos de las ilustraciones actúan como elementos
todos con un hacha. Se hizo rico mediante toda clase de artimañas y engaños.
39
Ahora es el bribón más cruel y despiadado del pueblo, es universalmente repetitivos, en la medida que comparten las agonías y fechorías de los niños
respetado y tiene un puesto en la Cámara Legislativa. (Twain 2005: 42) protagonistas. La reiteración resulta así uno de los elementos más sobresalientes del
En una misma frase el narrador enuncia tanto la extrema maldad del personaje como su libro en su conjunto. Reiteración que persigue un efecto humorístico, en la medida en
exitosa posición social y política. La risa irónica se extiende entonces hacia cuestiones que imita burlescamente las insistencias y repeticiones hasta el hartazgo de la retórica
extratextuales: las reglas que habitualmente gobiernan las relaciones humanas y en moralizante, así como sus mecanismos de apelación al lector.
particular las relaciones de poder. Estamos en este desenlace frente a la sátira política, Se trata de la denuncia de los clichés 11 que conforman estos textos cuya única
se muestra un mundo funcionando según reglas inversas a la moral que rige el discurso función es la de adoctrinar a los niños en la moral vigente, fuera de cualquier objetivo
oficial adulto dirigido a los niños 10 . A diferencia de la historia de Jacob, aquí el artístico o literario. Así, todos los niños buenos mueren en el último capítulo diciendo
narrador no finaliza diciéndonos que Jim es un caso particular; lo es, pero tan sólo sus últimas palabras, los niños malos se llaman James, y sus madres son sufridas y
respecto a los libros de la escuela dominical. resignadas tuberculosas… De este modo la puesta en evidencia del cliché revela el
Una de las características más sobresalientes de la narración en este libro es el carácter ficcional (inverosímil y absurdo) del modelo propuesto en los libros, como
uso de la reiteración. Se reitera hasta la saturación las alusiones a los libros de la escuela “modelo de vida”.
dominical, en forma de imitación por parte del personaje en la primera parte, y a través La distancia irónica y la parodia tienen por blanco un género literario, pero la
de la negación en la segunda parte. Ambas historias se construyen paralelamente en una crítica no se detiene allí, este objeto literario no es otra cosa que el producto de un
especie de juego especular, como lo explicitan las ilustraciones de tapa y portada. A la discurso adulto, de una manera de posicionarse frente al niño, y la crítica humorística se
reiteración deliberada de la narración, debe sumarse la reiteración que de los sentidos torna satírica. El texto de Twain no sólo se burla abiertamente de aquella literatura
dados por el texto da cuenta la ilustración. En algunos casos sumando sentidos a los ya moralista de su época; su construcción se basa en la trasgresión de muchas normas que
99 100
Carranza Carranza
aún hoy regulan lo adecuado e inadecuado en la literatura para niños. Ante la palabra históricas acerca de la infancia, de la literatura destinada a ella, de los discursos que los
“seria” de la moral destinada a los niños, llena de convenciones, solidificada en adultos debemos dirigir a los niños, de cómo debemos relacionarnos con ellos. En otros
estereotipos y clichés hallamos el lenguaje indirecto, paródico, irónico, satírico del libro términos, detrás de las restricciones (Cfr. Shavit, 1986) que condicionan los textos
de Twain. La máscara explícita de la ironía se distancia críticamente de ese lenguaje, lo infantiles para ser aceptados dentro del sistema existe una ideología, un modo de
desenmascara, muestra su ficción y su mentira, lo descubre sospechoso y absurdo, ajeno comprender las relaciones entre los hombres, en particular entre los adultos y las nuevas
a la realidad que pretende corregir. generaciones. En su artículo “El enigma de la infancia” Larrosa señala:
La infancia es algo que nuestros saberes, nuestras prácticas y nuestras
instituciones ya han capturado: algo que podemos explicar y nombrar, algo
Una literatura que se piensa a sí misma sobre lo que podemos intervenir. […] No obstante, y al mismo tiempo, la
infancia es lo otro: lo que, siempre más allá de cualquier intento de captura,
inquieta la seguridad de nuestros saberes, cuestiona el poder de nuestras
“¡Si ya nos la sabemos de memoria!” prácticas y abre un vacío en el que se abisma el edificio bien construido de
diréis. Y, sin embargo, de esta historia nuestras instituciones de acogida. (2000: 166)
tenéis una versión falsificada,
rosada, tonta, cursi, azucarada, ¿Cuál es el tipo de relación que a través de la literatura los adultos estamos dispuestos a
que alguien con la mollera un poco rancia establecer con esa otredad, en palabras de Larrosa: “absolutamente heterogénea respecto
consideró mejor para la infancia…
Roald Dahl. “La Cenicienta” a nosotros y a nuestro mundo, absolutamente diferente” (2000:167)?
Podemos pensar esta relación: la de los adultos con los niños, como un
Historia de un niñito bueno. Historia de un niñito malo es un texto del siglo XIX que encuentro entre dos “culturas” y entonces remitirnos a Bajtín:
conserva intacto su poder crítico. Los textos a los que hace referencia constantemente Una cultura ajena se descubre más plena y profundamente sólo a los ojos de otra
desde la burla paródica ya no existen, han caído en el olvido, como muchos otros textos cultura; pero tampoco en toda su plenitud, porque llegarán otras culturas que
verán y comprenderán aún más. Un sentido descubre sus honduras al
y géneros didácticos; pero el libro de Twain continúa minando los límites actuales de lo encontrarse y toparse con otro sentido ajeno: entre ellos se establece una especie
“aceptable” en un libro infantil y generando resistencias entre los adultos mediadores. de diálogo, que supera el carácter cerrado y unilateral de ambos sentidos, de
ambas culturas. […] En un semejante encuentro dialógico de dos culturas, ellas
Las historias de los niñitos de Twain ahondan en el fundamento lógico de la literatura dos no se funden ni se mezclan, sino que cada una conserva su unidad y su
ejemplarizante: la pretensión de borrar los límites entre ficción y realidad, literatura y integridad abierta, pero las dos se enriquecen mutuamente. (2000: 159)
vida 12 . El libro de Twain parece decirnos: esos relatos destinados a enseñar a los niños a Históricamente los libros para niños han cumplido una función utilitaria. Su objetivo
principal, al menos en los textos oficialmente aceptados, fue el de transmitir y favorecer
comportarse correctamente no sólo son estereotipados, ridículos, aburridos y pobres
determinados contenidos y conductas en sus lectores. Esto es muy fácil de observar en
desde el punto de vista literario; implican una mentira, una falacia: la vida debe imitar a
los libros. el pasado, pero quizá no tanto en el presente, ya que los contenidos y las
representaciones del lector han cambiado acorde a los tiempos que corren. Sin embargo,
Con Historia de un niñito bueno. Historia de un niñito malo nos situamos en la
parodia, y también en la sátira, a la manera de un Jonathan Swift en “Su modesta no es exagerado decir que una gran mayoría de los libros infantiles que hoy se publican,
proposición” 13 . Como Swift, Twain hace una denuncia moral, su texto habla del engaño continúan cumpliendo esta función de formar a los niños en la ideología vigente y
moldear sus conductas de acuerdo a los proyectos adultos del momento.
y la mentira que los adultos inventamos para los niños a través de cierto tipo de
Pero, al contrario de lo que podría suponerse, el libro de Twain no es un caso
literatura: les mostramos un mundo que no existe y pretendemos que vivan de acuerdo a
aislado de irreverencia en la literatura para niños. El humor macabro de Edward Gorey
él.
(2002, 2003, 2005), los clásicos parodiados de Roald Dahl, las historias de los hermanos
Detrás de las convenciones que reglan la producción, pero también la edición, la
Baudelaire de Lemony Snicket, “Un héroe” y otros prodigios de Ema Wolf, los
circulación y la lectura de los libros para niños, existen representaciones sociales e
101 102
Carranza Carranza
monstruos de Tim Burton, los niñitos terribles de Saki, sin olvidar a clásicos infantiles Twain, M.; Williams, T. (1875) The Story of the Good Little Boy, Virginia: University
of Virginia Library.
del siglo XIX como “Max y Moritz” de Wilhelm Busch o las Alicias de Lewis Carroll,
Wolf, E. (2003) Libro de los prodigios. Buenos Aires: Norma.
son algunos otros ejemplos de una literatura destinada a los niños que reflexiona sobre
sí misma y su vínculo con la infancia.
Referencia de la autora:
Indagar en aquellos textos que escapan a la norma, que deliberadamente y de Marcela Carranza es maestra, licenciada en Letras y máster en Libros y Literatura para Niños
y Jóvenes (Universidad Autónoma de Barcelona, Banco del Libro de Venezuela y FGSR). Ha
diversas formas transgreden y de este modo desenmascaran los límites que los adultos publicado artículos en revistas especializadas en literatura infantil y en educación. Participó
ponemos a las palabras dirigidas a los niños, puede ser un buen método para hacer como expositora en congresos de la especialidad. Actualmente coordina talleres en la escuela de
capacitación docente de la Ciudad de Buenos Aires (CePA) y es profesora en el “Postítulo de
visibles dichos límites y reflexionar sobre ellos. Literatura Infantil y Juvenil" de la misma institución. Es profesora y coordina talleres de
escritura en profesorados de formación docente de la ciudad de Buenos Aires. Colabora de
forma permanente en “Imaginaria", publicación electrónica quincenal de literatura infantil y
juvenil.
Referencias Bibliográficas Email: marcecarranza@gmail.com
Bajtín, M. (2000) La cultura. En Yo también soy (fragmentos sobre el otro), pp. 158-
163. México: Taurus. 1
Busch, W. (1982) Max y Moritz Una historia de chicos en siete travesuras. Trad. Víctor Este artículo forma parte de un trabajo más extenso titulado: “El humor negro: una poética de la
irreverencia en la literatura para niños.” Trabajo final para el Máster en libros y literatura para niños y
Canicio. Madrid: Alfaguara. jóvenes dictado por la Universidad Autónoma de Barcelona, Fundación Sánchez Ruipérez y Banco del
Carroll, L.; Tenniel, J. et al. (il.) (1998) Los libros de Alicia. La caza del Snack. Cartas. Libro de Venezuela.
2
Fotografías. Trad. anotada de Eduardo Stilman. Prólogo de Jorge Luis Borges. Un ejemplo famoso de esta práctica según señala Shavit (1986: 166) es la del editor John Newbery
Buenos Aires: Ediciones de la Flor, Best Ediciones. (1713-1767), quien debe el enorme éxito comercial de su empresa a su habilidad para editar libros que
Collodi, C.; Chiostri, C. (il.) (2002) Las aventuras de Pinocho. Trad. Guillermo Piro. combinaran elementos propios de la literatura popular que atraía a los niños con elementos morales y
educativos acordes a la visión de padres y maestros. Sin embargo sus publicaciones tenían un destinatario
Buenos Aires: Emecé. limitado: los niños de la burguesía y clases superiores.
Gorey, E. (2002) Amphigorey. Trad.O.Palmer Yañez. Madrid: Valdemar. 3
Si bien esta “literatura de cordel” retomaba los valores oficiales, en general no es posible definirla
41
Gorey, E. (2003) Amphigorey también. Trad. O.Palmer Yañez. Madrid: Valdemar. conforme con la ortodoxia de las clases en el poder. Junto con obras de inspiración moral y cristiana,
Gorey, E. (2005) Amphigorey además. Trad. O. Palmer Yañez. Madrid: Valdemar. existía un buen número de textos transmisores de saberes y prácticas inaceptables para la Iglesia:
Larrosa, J. (2000) Elogio de la risa. O de cómo el pensamiento se pone, para bailar, un astrología, profecía, magia blanca, brujería. También la moral oficial sufría duros golpes, como en los
textos destinados a aconsejar en materia amorosa y manuales de correspondencia sobre seducción. “…la
gorro de cascabeles. En Pedagogía Profana. Estudios sobre lenguaje, literatura de cordel trasmite y expresa una cultura diferente de la letrada simplemente porque habla de
subjetividad, formación, pp. 149-164. Buenos Aires: Ediciones Novedades otra cosa y de otra manera” (Mouralis 1978: 21).
Educativas. 4
La historia de Bertha en El cuentista de Saki (1997) comienza de igual modo. “Todos los cuentos eran
Montes, G. (1999) Una nuez que es y no es. En La frontera indómita, pp. 43-48. En terriblemente parecidos, sin importar quién los contara” (p. 132), señala el narrador utilizando el punto de
torno a la construcción y defensa del espacio poético. México: FCE. vista de los niños. Como en el libro de Twain, la denuncia humorística frente a la literatura pedagógica se
asienta en la repetición y el estereotipo, instrumentos útiles al fin didáctico, pero contraproducentes desde
Mouralis, B. (1978) El campo de las contraliteraturas. En: Las contraliteraturas. lo literario, y respecto al interés que despiertan en el lector. A poco de comenzar su historia, el narrador
Buenos Aires: El Ateneo. de Saki conecta las palabras “horriblemente” y “buena”, provocando el desvío de la narración hacia lo
Rest, J. (1991) Sátira. En Conceptos de literatura moderna, pp.141-142. Buenos Aires: imprevisto. Los niños reaccionan favorablemente y el narrador señala: “Parecía haber en ello un dejo de
Centro Editor de América Latina. verdad, ausente en los cuentos infantiles que la tía inventaba” (Saki 1997: 132) Aquí aparece otro
Saki (1997) El cuentista. En Cuentos de humor negro, pp.129-136. Trad.Carlos José elemento común al libro de Twain: el tema de la verdad ausente en los cuentos educativos.
5
Dan cuenta de esto las adaptaciones de cuentos populares como Hansel y Gretel, donde la figura de la
Restrepo. Bogotá: Norma.
madre cruel es transformada en la madrastra, con el objetivo de preservar a la figura materna de sentidos
Shavit, Z. (1986) Poetics of Children’s Literature. Athens and London: University of negativos. Shavit (1986) da cuenta de esta restricción como parte de los límites sobre lo adecuado o
Georgia Press. inadecuado en un libro infantil, ejemplificándola con el caso de las modificaciones que sufre la figura
Stilman, E. (selección y notas) (1967) El humor negro. En El humor negro. Antología original de Geppetto en las adaptaciones de Pinocho.
6
ilustrada. Buenos Aires: Brújula. En El cuentista de Saki el paseo por el parque de Bertha da lugar a una estética bucólica acorde al
idealismo propio de un relato del “deber ser”; y en cortocircuito con ella introduce elementos poco
Swift, J. (1998) Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de
habituales, grotescos y absurdos como la permutación de las ovejas por cerdos, y “los colibríes que al
Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al zumbar tocaban las tonadas más populares del momento” (Saki 1999: 134) El procedimiento consiste en
público. En: Bretón, A. Antología del humor negro, pp. 21-26. Trad. Joaquín utilizar un modelo convencional en los relatos infantiles educativos (melodrama, bucolismo) y
Jordá. Barcelona: Anagrama. desplazarlo hacia el ridículo y el absurdo.
7
Twain, M.; Peláez, R. (il.) (2005) Historia de un niñito bueno, historia de un niñito Los subrayados en las citas son nuestros. Al detalle macabro se suma el absurdo. Esta escena puede
recordarnos el diálogo de los médicos cuando Pinocho es rescatado del árbol donde fue ahorcado (Cfr.
malo. Trad. Una Pérez Ruiz. México: F.C.E.
Collodi 2002: 98).
103 104
Carranza
8
Veamos el final del cuento del solterón en El cuentista de Saki: “[El lobo] Arrastró a Bertha afuera y se
la devoró hasta el último bocado. Sólo quedaron los zapatos, pedacitos de ropa y las tres medallas
ganadas por ser buena” (1997: 135). El desenlace del cuento relatado por el solterón a tres niños pequeños
no sólo resulta impropio por macabro, sino que la niña, a la inversa de la más difundida Caperucita de los
Grimm, es devorada no por su falta, sino por su obediencia: “Quien bien anda, mal acaba”, sería el
mensaje invertido del cuento del solterón, el mismo que podría aplicarse a la historia del sufrido Jacob
Blivens. El humor macabro de la imagen final de los restos de la pobre Bertha, tan próximos a los
catastróficos desenlaces de Der Struwwelpeter, suma impropiedad al relato. No sólo muere una niña
buena por ser buena, sino que para colmo de males esto es motivo de burla. Ante este horrible desenlace,
el público infantil imaginado por Saki se preocupa por el destino de los cerditos. La niña más pequeña
acota: “-El cuento empezó mal […] pero el final fue lindo” (Saki 1999: 135) El único reducto de moral
queda a cargo del otro personaje adulto de la historia, la tía solitaria e impotente, única poseedora de
sentido común dentro del grupo. La respuesta del solterón excluye todo argumento moral: él logró
entretener a los niños durante diez minutos. Su literatura es impropia, pero efectiva.
9
En esta segunda parte, la figura del lector de los libros de la escuela dominical se ha desplazado del
protagonista al narratario. Jim, a diferencia de Jacob, no lee o no parece prestar atención a aquellos libros;
el narrador apela entonces a los conocimientos que de ellos tendría “el lector”.
10
Según se define la sátira, ésta se aplica a cualquier “composición literaria que mediante el ingenio, la
ironía o aun la invectiva ridiculice el comportamiento de individuos, la organización de sistemas políticos
o ideológicos, la formulación de esquemas de pensamiento” y se propone “corregir los defectos humanos
con auxilio de la risa que se suscita por el hecho de ponerlos en ridículo” (Rest 1991: 141). Su tradición
se remonta a la antigüedad clásica, y tuvo “seguidores” entre los comediantes, entre ellos Aristófanes, y
los filósofos Cínicos. Como figura humorística suele ser eliminada en las adaptaciones y textos infantiles
obedientes a las restricciones que regulan convencionalmente lo “aceptable” en un relato para niños. Ver
Shavit 1986: 145-150.
11
La denuncia de los estereotipos artificiosos y repetitivos se extiende a las ilustraciones de este tipo de
libros (Twain 2005: 10-13-34).
12
“El cuento es un universo nuevo, un artificio que alguien ha construido. [Allí] está explícitamente
indicado que las palabras que lo forman nombran una ficción y no un referente real, que -deliberada,
declaradamente- se está construyendo una ilusión, un mundo imaginario. En la ficción, la cuestión de si el
discurso es verdadero o falso no es pertinente” (Montes 1999: 47).
13
Swift, Jonathan “Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una
carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público” (citado en Bretón 1998: 21-26).
105
Unidad 2: Para pensar la relación entre niño y educación en “literatura infantil”
43
castigo sobre sus hombros temblorosos, no apareció de repente un juez de paz de peluca blanca,
que dijera indignado:
-No castigue usted a este noble muchacho… ¡Aquel es el culpable!: yo pasaba por la
puerta del colegio en el recreo y fui testigo del robo.
De modo que a Jim no lo reprendieron, ni el venerable juez les dio un sermón a los
compungidos colegiales, ni se llevó a George de la mano y dijo que tal muchacho merecía un
premio(…). No; en los libros habría sucedido así, pero eso no le pasó a Jim. Ningún entrometido
juez vejete pasó ni armó un lío, de manera que George, el niño modelo, recibió su buena zurra y
Jim se regocijó porque, como bien lo saben ustedes, detestaba a los niños buenos, y decía que este
era un imbécil. Tal era el grosero lenguaje de este muchacho malo y negligente.
Pero lo más extraño que le sucedió jamás a Jim fue que un domingo salió en un bote y no
se ahogó; y otra vez, atrapado en una tormenta cuando pescaba, también en domingo, no le cayó
un rayo. Vaya, vaya; podría uno ponerse a buscar en todos los libros de moral, desde este
momento hasta las próximas Navidades, y jamás hallaría algo así. Oh, no; descubriría que
indefectiblemente cuanto muchacho malo sale a pasear en bote un domingo se ahoga: y a cuantos
los atrapa una tempestad cuando pescan los domingos infaliblemente les cae un rayo (…). No
logro comprender cómo diablos se escapó este Jim. ¿Sería que estaba hechizado? Sí… esa debe
ser la razón.
La vida de Jim era encantadora, así de sencillo. Nada le hacía daño. Llegó al extremo de
darle un taco de tabaco al elefante del zoológico y este no le tumbó la cabeza con la trompa. En
la despensa buscó esencia de hierbabuena, y no se equivocó ni se tomó el ácido muriático. Robó el
arma de su padre y salió a cazar el sábado, y no se voló tres o cuatro dedos. Se enojó y le pegó un
puñetazo a su hermanita en la sien, y ella no quedó en coma, ni sufriendo durante muchos y muy
largos días de verano, ni murió con tiernas palabras de perdón para su hermano. Oh, no; la niña
recuperó su salud.
Al cabo del tiempo, Jim escapó y se hizo a la mar, y al volver no se encontró solo y triste
en este mundo porque todos sus seres amados reposaran ya en el cementerio, y el hogar de su
juventud estuviera en decadencia, cubierto de hiedra y todo destartalado. Oh, no; volvió a casa
borracho como una cuba y lo primero que le tocó hacer fue presentarse a la comisaría.
Con el paso del tiempo se hizo mayor y se casó, tuvo una familia numerosa; una noche
los mató a todos con un hacha, y se volvió rico a punta de estafas y fraudes. Hoy en día es el
canalla más pérfido de su pueblo natal, es universalmente respetado y es miembro del Concejo
Municipal. Fácil es ver que en los libros de religión jamás hubo un James malo con tan buena
fortuna como la del pecador y suertudo Jim.
45
vela. Se llenó de consternación, pues por sus lecturas sabía que los chicos que van a navegar los
domingos invariablemente mueren ahogados. Entonces salió a toda velocidad en una balsa para
prevenirlos, pero un tronco golpeó su bote y lo tiró al agua. Un hombre lo rescató a tiempo, y el
médico le sacó el agua que había tragado. A Jacob le dio pulmonía y estuvo en cama nueve
semanas. Pero lo más inexplicable de todo fue que los chicos malos del bote pasaran un día
fabuloso y regresaron a casa sanos y salvos. Jacob Blivens dijo que estas cosas no sucedían en sus
libros. Esto lo dejaba anonadado.
Cuando se alivió estaba desanimado, pero de todos modos resolvió seguir haciendo
esfuerzos por ser bueno. Sabía que hasta ahora sus experiencias no servirían para aparecer en un
libro, pero albergaba la esperanza de batir un récord, si podía aferrarse a la vida hasta completar
el tiempo que le tocaba vivir. En el peor de los casos podía acudir al discurso que había
preparado con sus últimas palabras.
Un buen día descubrió que ya era hora de hacerse a la mar como grumete. Visitó al
capitán de un barco y solicitó su ingreso, y cuando este le pidió recomendaciones, con enorme
orgullo esgrimió su Biblia y señaló la dedicatoria: “A Jacob Blivens, con afecto, de su maestro”.
Pero el capitán, hombre burdo y vulgar, dijo:
—¡Al carajo con eso! Eso no demuestra que sabe lavar platos ni fregar pisos.
Fue lo más extraordinario que le sucediera a Jacob en toda su vida. Una alabanza de un maestro,
escrita sobre una Biblia, nunca dejaba de conmover a los capitanes barcos ni había dejado de
abrirle las puertas de todos los oficios honorables y lucrativos. Esto jamás había sucedido en
ningún libro que hubiese leído. No podía creer lo pasaba.
A este muchachito siempre le iba mal. Nada le salía según decían los libros de moral. Un
día, dedicado a buscar niños malos para sermonearlos, encontró unos cuantos en una fundición
de hierro haciendo una travesura contra unos catorce o quince perros, a los que habían atado en
una larga hilera, y estaban adornando con tarros de dinamita pegados del lomo. El corazón de
Jacob se conmovió. Se sentó sobre uno de los tarros (cuando el deber lo llamaba no le importaba
ensuciarse), agarró al primer perro por el collar, y echó su mirada de reproche al malvado de
Tom Jones; pero en aquel preciso instante entró el viejo herrero hecho una fiera. Todos los
chicos malos salieron espantados, menos Jacob que, sabiéndose inocente, se incorporó y empezó a
echarse uno de sus discursos moralistas (…). Pero el tipo no esperó a escuchar el resto. Tomó a
Jacob Blivens por una oreja, le hizo dar la vuelta y le pegó una nalgada con la palma de la mano.
En un abrir y cerrar de ojos, el buen muchachito, todo untado de pólvora, estalló y salió como
una bala por el techo, rumbo al sol, con los fragmentos de los quince perros colgándole detrás
como la cola de una cometa. Y sobre la faz de la tierra no quedaron ni señas del herrero ni de la
vieja herrería y, en cuanto a Jacob Blivens, no tuvo oportunidad de decir sus últimas palabras
después de tanto trabajo que le costó escribirlas, a menos que se las dijera a los pájaros porque la
mayor parte de su cuerpo cayó en la copa de un árbol en un condado vecino y el resto quedó
disperso entre cuatro pueblos más o menos cercanos, y fueron necesarias cinco pesquisas para
descubrir sí había muerto o no, y cómo había ocurrido todo. Jamás había visto la gente un niño
tan desparramado.
Así pereció el niño bueno, que si bien todo lo hacía de la mejor manera posible, nada le
resultaba como en los libros. Todos los niños que siguieron su ejemplo prosperaron, menos él.
Su caso es de veras sorprendente. Y probablemente jamás pueda ser explicado.
47
49
51
53
55
57
59
61
63
65
67
69
71
73
75
Unidad 3: Clásicos y cuentos de hadas. Repensar los clásicos
LOS DESEOS RIDÍCULOS
Charles Perrault
Érase una vez un pobre leñador que estaba harto de la vida tan penosa que llevaba y solía
decir que tenía ganas de ir a reposar a los bordes del Aqueronte; porque veía que, en su profundo
dolor, jamás el Cielo cruel había querido concederle ni uno de sus deseos.
Un día que se quejaba en el bosque, Júpiter, con el rayo en la mano, se le apareció;
difícilmente podría pintar el miedo que sobrecogió al buen hombre.
-No quiero nada -exclamó, arrojándose al suelo-; no deseo nada, ni truenos ni nada.
Vamos a hablar, Señor, de igual a igual.
-Deja de temblar -le dijo Júpiter-; vengo compadecido de tus quejas, para demostrarte
que eres injusto en tus quejas. Escucha. Te prometo, yo que soy el dueño soberano del mundo
entero, atender plenamente tus tres primeros deseos, los primeros que quieras formular sobre
cualquier cosa. Mira bien lo que pueda satisfacerte, y como tu felicidad depende de tus votos,
piénsalo bien antes de formular tus deseos.
En diciendo estas palabras, Júpiter ascendió a los Cielos, y el leñador, muy contento,
echándose el haz de leña a la espalda, emprendió el camino de regreso. Nunca le pareció la carga
tan liviana.
-No hay que obrar a la ligera -decía trotando-. El caso es importante; he de pedir consejo
a mi mujer.
Cuando entró bajo el techo de la cabaña la carga de helechos, le dijo:
-Fanchon, hagamos un buen fuego y una buena comida; somos muy ricos. Y sólo
necesitamos formular nuestros deseos.
Y allí, punto por punto, le cuentó todo lo sucedido. Al oír su relato, la esposa, viva y
presurosa, concibió mil proyectos en su mente; pero considerando la importancia de conducirse
con prudencia, le dijo a su esposo:
-Blas, querido mío, para no cometer una tontería debido a nuestra impaciencia,
examinemos juntos lo que nos conviene hacer en una situación así. Dejemos para mañana
nuestro primer deseo y consultemos con la almohada.
-Estoy de acuerdo -dice el buen Blas-. Anda, vete y trae vino añejo.
Cuando volvió con él, bebió y, saboreando cómodamente, cerca del fuego, aquel dulce
reposo, dijo apoyándose en el respaldo de su silla:
-¡Con estas brasas tan buenas, qué bien vendría una vara de morcilla!
Apenas acabó de pronunciar estas palabras, su mujer, muy asombrada, vio una larga
morcilla que, saliendo de una esquina de la chimenea, se aproximaba a ella serpenteando. Al
instante lanzó un grito; pero juzgando que esta aventura tenía por causa el deseo que, por pura
torpeza, había formulado el imprudente de su marido, no hubo injuria, ni insulto, ni improperio
que, hecha una furia, no dijera a su pobre marido.
-¡Cuando se podría obtener un Imperio, oro, perlas, rubíes, diamantes, vestidos! ¿Y no se
te ocurre desear más que una morcilla?
-Bueno, me he equivocado -dijo-. Mi elección ha sido desacertada. He cometido una gran
falta; lo haré mejor la próxima vez.
-Bueno, bueno -repuso ella-. Espérame sentado. ¡Se necesita ser un animal para formular
ese deseo!
El esposo, más de una vez, llevado de la cólera, se sintió tentado de formular un deseo
mudo. Y, dicho entre nosotros, habría sido lo mejor que hubiera podido hacer.
-Los hombres -se decía- hemos venido al mundo a padecer. ¡Maldita sea la morcilla,
quiera dios, maldita bestia que se te quede colgada de la nariz!
Esta súplica, al instante, fue escuchada por el Cielo y, apenas el marido profirió sus
palabras, la vara de morcilla se quedó pegada a su nariz. Este prodigio imprevisto irritó
muchísimo a Fanchon. Fanchon era bonita, muy graciosa, y a decir verdad este adorno en su
nariz no hacía buen efecto, salvo que al colgarla sobre la boca la impedía hablar tranquilamente,
lo cual era una ventaja para su esposo, tan grande que en aquel feliz momento pensó no desear
más.
-Ya podría, -pensaba para sus adentros-, después de una desgracia tan terrible, con el
deseo que me queda, convertirme de una vez en Rey. Desde luego, nada iguala la grandeza
77
soberana, pero hay que pensar qué tristeza tendría la Reina cuando, al sentarse en su trono, se
viera con la nariz más larga que una vara. Voy a ver qué dice y que decida ella si prefiere
convertirse en una gran Princesa y conservar esa horrible nariz o quedarse de simple leñadora
con la nariz corriente, como las demás personas, tal como la tenía antes de la desgracia.
Al fin, la cosa bien examinada, aun sabiendo que el poder que proporciona el cetro y la
corona y que cuando se está coronada siempre se tiene la nariz bien hecha, como no existe nada
que posea la fuerza de agradar, ella prefirió conservar su cofia antes que hacerse Reina y ser fea.
Así, pues, el leñador no cambió de estado, no se convirtió en un potentado, no llenó su
bolsa de escudos, y fue feliz de emplear el deseo que le quedaba para volver a su mujer a su
primitivo estado, débil felicidad, pobre recurso.
Qué cierto es que los hombres miserables, ciegos, imprudentes y variables no deben
formular deseo alguno, y qué pocos hay entre ellos que sean capaces de hacer buen uso de los
dones que Dios les ha concedido.
LAS HADAS
Charles Perrault
Érase una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le parecía tanto en el carácter y en el
físico, que quien veía a la hija, le parecía ver a la madre. Ambas eran tan desagradables y
orgullosas que no se podía vivir con ellas. La menor, verdadero retrato de su padre por su
dulzura y suavidad, era además de una extrema belleza. Como por naturaleza amamos a quien se
nos parece, esta madre tenía locura por su hija mayor y a la vez sentía una aversión atroz por la
menor. La hacía comer en la cocina y trabajar sin cesar.
Entre otras cosas, esta pobre niña tenía que ir dos veces al día a buscar agua a una media
legua de la casa, y volver con una enorme jarra llena.
Un día que estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer rogándole que le diese de
beber.
-Como no, mi buena señora -dijo la hermosa niña.
Y enjuagando de inmediato su jarra, sacó agua del mejor lugar de la fuente y se la
ofreció, sosteniendo siempre la jarra para que bebiera más cómodamente. La buena mujer,
después de beber, le dijo:
-Eres tan bella, tan buena y tan amable, que no puedo dejar de hacerte un don -pues era
un hada que había tomado la forma de una pobre aldeana para ver hasta dónde llegaría la
gentileza de la joven-. Te concedo el don -prosiguió el hada- de que por cada palabra que
pronuncies saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa.
Cuando la hermosa joven llegó a casa, su madre la reprendió por regresar tan tarde de la
fuente.
-Perdón, madre mía -dijo la pobre muchacha- por haberme demorado-; y al decir estas
palabras, le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.
-¡Qué estoy viendo! -dijo su madre, llena de asombro-; ¡parece que de la boca te salen
perlas y diamantes! ¿Cómo es eso, hija mía?
Era la primera vez que le decía hija.
La pobre niña le contó ingenuamente todo lo que le había pasado, no sin botar una
infinidad de diamantes.
-Verdaderamente -dijo la madre- tengo que mandar a mi hija; mira, Fanchon, mira lo que
sale de la boca de tu hermana cuando habla; ¿no te gustaría tener un don semejante? Bastará con
que vayas a buscar agua a la fuente, y cuando una pobre mujer te pida de beber, ofrecerle muy
gentilmente.
-¡No faltaba más! -respondió groseramente la joven- ¡ir a la fuente!
-Deseo que vayas -repuso la madre- ¡y de inmediato!
Ella fue, pero siempre refunfuñando. Tomó el más hermoso jarro de plata de la casa. No
hizo más que llegar a la fuente y vio salir del bosque a una dama magníficamente ataviada que
vino a pedirle de beber: era la misma hada que se había aparecido a su hermana, pero que se
presentaba bajo el aspecto y con las ropas de una princesa, para ver hasta dónde llegaba la
maldad de esta niña.
-¿Habré venido acaso -le dijo esta grosera mal criada- para darte de beber? ¡Justamente
he traído un jarro de plata nada más que para dar de beber a su señoría! De acuerdo, bebe
directamente, si quieres.
-No eres nada amable -repuso el hada, sin irritarse-; ¡está bien! ya que eres tan poco
atenta, te otorgo el don de que a cada palabra que pronuncies, te salga de la boca una serpiente o
un sapo.
La madre no hizo más que divisarla y le gritó:
-¡Y bien, hija mía?
-¡Y bien, madre mía! -respondió la malvada, echando dos víboras y dos sapos.
-¡Cielos! -exclamó la madre- ¿qué estoy viendo? ¡Tu hermana tiene la culpa, me las
pagará! -y corrió a pegarle.
La pobre niña arrancó y fue a refugiarse en el bosque cercano. El hijo del rey, que
regresaba de la caza, la encontró y viéndola tan hermosa le preguntó qué hacía allí sola y por qué
lloraba.
-¡Ay!, señor, es mi madre que me ha echado de la casa.
El hijo del rey, que vio salir de su boca cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le
rogó que le dijera de dónde le venía aquello. Ella le contó toda su aventura.
El hijo del rey se enamoró de ella, y considerando que semejante don valía más que todo
lo que se pudiera ofrecer al otro en matrimonio, la llevó con él al palacio de su padre, donde se
casaron.
En cuanto a la hermana, se fue haciendo tan odiable, que su propia madre la echó de la
casa; y la infeliz, después de haber ido de una parte a otra sin que nadie quisiera recibirla, se fue a
morir al fondo del bosque.
LA CENICIENTA
Jacob y Wilhelm Grimm
Un hombre rico tenía a su mujer muy enferma, y cuando vio que se acercaba su fin, llamó a su
hija única y le dijo:
-Querida hija, sé piadosa y buena, Dios te protegerá desde el cielo y yo no me apartaré de tu lado
y te bendeciré.
Poco después cerró los ojos y espiró. La niña iba todos los días a llorar al sepulcro de su madre y
continuó siendo siempre piadosa y buena. Llegó el invierno y la nieve cubrió el sepulcro con su
blanco manto, llegó la primavera y el sol doró las flores del campo y el padre de la niña se casó
de nuevo.
La esposa trajo dos niñas que tenían un rostro muy hermoso, pero un corazón muy duro y cruel;
entonces comenzaron muy malos tiempos para la pobre huérfana.
-No queremos que esté ese pedazo de ganso sentada a nuestro lado, que gane el pan que coma,
váyase a la cocina con la criada.
Le quitaron sus vestidos buenos, le pusieron una basquiña remendada y vieja y le dieron unos
zuecos.
-¡Qué sucia está la orgullosa princesa! -decían riéndose, y la mandaron ir a la cocina: tenía que
trabajar allí desde por la mañana hasta la noche, levantarse temprano, traer agua, encender
lumbre, coser y lavar; sus hermanas le hacían además todo el daño posible, se burlaban de ella y
le vertían la comida en la lumbre, de manera que tenía que bajarse a recogerla. Por la noche,
cuando estaba cansada de tanto trabajar, no podía acostarse, pues no tenía cama, y la pasaba
recostada al lado del fuego, y como siempre estaba llena de polvo y ceniza, le llamaban la
Cenicienta.
Sucedió que su padre fue en una ocasión a una feria y preguntó a sus hijastras lo que querían que
les trajese.
-Un bonito vestido -dijo la una.
79
-Una buena sortija, -añadió la segunda.
-Y tú, Cenicienta, ¿qué quieres? -le dijo.
-Padre, tráeme la primera rama que encuentres en el camino.
Compró a sus dos hijastras hermosos vestidos y sortijas adornadas de perlas y piedras preciosas,
y a su regreso, al pasar por un bosque cubierto de verdor, tropezó con su sombrero en una rama
de zarza, y la cortó. Cuando volvió a su casa dio a sus hijastras lo que le habían pedido y la rama
a la Cenicienta, la cual se lo agradeció; corrió al sepulcro de su madre, plantó la rama en él y
lloró tanto que, regada por sus lágrimas, no tardó la rama en crecer y convertirse en un hermoso
árbol. La Cenicienta iba tres veces todos los días a ver el árbol, lloraba y oraba y siempre iba a
descansar en él un pajarillo, y cuando sentía algún deseo, en el acto le concedía el pajarillo lo que
deseaba.
Celebró por entonces el rey unas grandes fiestas, que debían durar tres días, e invitó a ellas a
todas las jóvenes del país para que su hijo eligiera la que más le agradase por esposa. Cuando
supieron las dos hermanastras que debían asistir a aquellas fiestas, llamaron a la Cenicienta y la
dijeron.
-Péinanos, límpianos los zapatos y ponles bien las hebillas, pues vamos a una boda al palacio del
Rey.
La Cenicienta las escuchó llorando, pues las hubiera acompañado con mucho gusto al baile, y
suplicó a su madrastra que se lo permitiese.
-Cenicienta -le dijo-: estás llena de polvo y ceniza y ¿quieres ir a una boda? ¿No tienes vestidos
ni zapatos y quieres bailar?
Pero como insistiese en sus súplicas, le dijo por último:
-Se ha caído un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges antes de dos horas, vendrás con
nosotras:
-La joven salió al jardín por la puerta trasera y dijo:
-Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, vengan todos y ayúdenme a recoger.
Las buenas en el puchero,
las malas en el caldero.
Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, y después dos tórtolas y por último
comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los pájaros del cielo, que acabaron por
bajarse a la ceniza, y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi, pi, y los restantes
pájaros comenzaron también a decir pi, pi, y pusieron todos los granos buenos en el plato. Aún
no había trascurrido una hora, y ya estaba todo concluido y se marcharon volando. Llevó
entonces la niña llena de alegría el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la boda,
pero ésta le dijo:
-No, Cenicienta, no tienes vestido y no sabes bailar, se reirían de nosotras.
Mas viendo que lloraba, añadió:
-Si puedes recoger de entre la ceniza dos platos llenos de lentejas en una hora, irás con nosotras.
Creyendo en su interior que no podría hacerlo, vertió los dos platos de lentejas en la ceniza y se
marchó, pero la joven salió entonces al jardín por la puerta trasera y volvió a decir:
-Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, vengan todos y ayúdenme a recoger.
Las buenas en el puchero,
las malas en el caldero.
Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, después dos tórtolas, y por último
comenzaron a revolotear al rededor del hogar todos los pájaros del cielo que acabaron por
bajarse a la ceniza y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi, pi, y los demás pájaros
comenzaron a decir también pi, pi, y pusieron todas las lentejas buenas en el plato, y aun no
había trascurrido media hora, cuando ya estaba todo concluido y se marcharon volando. Llevó la
niña llena de alegría el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la boda, pero ésta le
dijo:
-Todo es inútil, no puedes venir, porque no tienes vestido y no sabes bailar; se reirían de
nosotras.
Le volvió entonces la espalda y se marchó con sus orgullosas hijas.
En cuanto quedó sola en casa, fue la Cenicienta al sepulcro de su madre, debajo del árbol, y
comenzó a decir:
Arbolito pequeño,
dame un vestido;
que sea, de oro y plata,
muy bien tejido.
El pájaro le dio entonces un vestido de oro y plata y unos zapatos bordados de plata y seda; en
seguida se puso el vestido y se marchó a la boda; sus hermanas y madrastra no la conocieron,
creyendo que sería alguna princesa extranjera, pues les pareció muy hermosa con su vestido de
oro, y ni aun se acordaban de la Cenicienta, creyendo que estaría mondando lentejas sentada en
el hogar. Salió a su encuentro el hijo del Rey, la tomó de la mano y bailó con ella, no
permitiéndole bailar con nadie, pues no la soltó de la mano, y si se acercaba algún otro a
invitarla, le decía:
-Es mi pareja.
Bailó hasta el amanecer y entonces decidió marcharse; el príncipe le dijo:
-Iré contigo y te acompañaré -pues deseaba saber quién era aquella joven, pero ella se despidió y
saltó al palomar.
Entonces aguardó el hijo del Rey a que fuera su padre y le dijo que la doncella extranjera había
saltado al palomar. El anciano creyó que debía ser la Cenicienta; trajeron una piqueta y un
martillo para derribar el palomar, pero no había nadie dentro, y cuando llegaron a la casa de la
Cenicienta, la encontraron sentada en el hogar con sus sucios vestidos y un turbio candil ardía en
la chimenea, pues la Cenicienta había entrado y salido muy ligera en el palomar y corrido hacia el
sepulcro de su madre, donde se quitó los hermosos vestidos que se llevó el pájaro y después se
fue a sentar con su basquiña gris a la cocina.
Al día siguiente, cuando llegó la hora en que iba a principiar la fiesta y se marcharon sus padres y
hermanas, corrió la Cenicienta junto al arbolito y dijo:
Arbolito pequeño,
dame un vestido;
que sea, de oro y plata,
muy bien tejido.
Entonces el pájaro le dio un vestido mucho más hermoso que el del día anterior y cuando se
presentó en la boda con aquel traje, dejó a todos admirados de su extraordinaria belleza; el
príncipe que la estaba aguardando le cogió la mano y bailó toda la noche con ella; cuando iba
algún otro a invitarla, decía:
-Es mi pareja.
Al amanecer manifestó deseos de marcharse, pero el hijo del Rey la siguió para ver la casa en que
entraba, más de pronto se metió en el jardín de detrás de la casa. Había en él un hermoso árbol
81
muy grande, del cual colgaban hermosas peras; la Cenicienta trepó hasta sus ramas y el príncipe
no pudo saber por dónde había ido, pero aguardó hasta que vino su padre y le dijo:
-La doncella extranjera se me ha escapado; me parece que ha saltado el peral. El padre creyó que
debía ser la Cenicienta; mandó traer una hacha y derribó el árbol, pero no había nadie en él, y
cuando llegaron a la casa, estaba la Cenicienta sentada en el hogar, como la noche anterior, pues
había saltado por el otro lado el árbol y fue corriendo al sepulcro de su madre, donde dejó al
pájaro sus hermosos vestidos y tomó su basquiña gris.
Al día siguiente, cuando se marcharon sus padres y hermanas, fue también la Cenicienta al
sepulcro de su madre y dijo al arbolito:
Arbolito pequeño,
dame un vestido;
que sea, de oro y plata,
muy bien tejido.
Entonces el pájaro le dio un vestido que era mucho más hermoso y magnífico que ninguno de los
anteriores, y los zapatos eran todos de oro, y cuando se presentó en la boda con aquel vestido,
nadie tenía palabras para expresar su asombro. El príncipe bailó toda la noche con ella y cuando
se acercaba alguno a invitarla, le decía:
-Es mi pareja.
Al amanecer se empeñó en marcharse la Cenicienta, y el príncipe en acompañarla, mas se escapó
con tal ligereza que no pudo seguirla, pero el hijo del Rey había mandado untar toda la escalera
de pega y se quedó pegado en ella el zapato izquierdo de la joven; lo levantó el príncipe y vio que
era muy pequeño, bonito y todo de oro. Al día siguiente fue a ver al padre de la Cenicienta y le
dijo:
-He decidido que sea mi esposa a la que venga bien este zapato de oro.
Se alegraron mucho las dos hermanas porque tenían los pies muy bonitos; la mayor entró con el
zapato en su cuarto para probárselo, su madre estaba a su lado, pero no se lo podía meter, porque
sus dedos eran demasiado largos y el zapato muy pequeño. Al verlo le dijo su madre, alargándole
un cuchillo:
-Córtate los dedos, pues cuando seas reina no irás nunca a pie.
La joven se cortó los dedos; metió el zapato en el pie, ocultó su dolor y salió a reunirse con el hijo
del rey, que la subió a su caballo como si fuera su novia, y se marchó con ella, pero tenía que
pasar por el lado del sepulcro de la primera mujer de su padrastro, en cuyo árbol había dos
palomas, que comenzaron a decir.
No sigas más adelante,
detente a ver un instante,
que el zapato es muy pequeño
y esa novia no es su dueño.
Se detuvo, le miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo, condujo a su casa a la novia
fingida y dijo que no era la que había pedido, que se probase el zapato la otra hermana. Entró
ésta en su cuarto y se le metió bien por delante, pero el talón era demasiado grueso; entonces su
madre le alargó un cuchillo y le dijo:
-Córtate un pedazo del talón, pues cuando seas reina, no irás nunca a pie.
La joven se cortó un pedazo de talón, metió un pie en el zapato, y ocultando el dolor, salió a ver
al hijo del rey, que la subió en su caballo como si fuera su novia y se marchó con ella; cuando
pasaron delante del árbol había dos palomas que comenzaron a decir:
No sigas más adelante,
detente a ver un instante,
que el zapato es muy pequeño
y esa novia no es su dueño.
Se detuvo, le miró los pies, y vio correr la sangre, volvió su caballo y condujo a su casa a la novia
fingida:
-Tampoco es esta la que busco -dijo-. ¿Tienen otra hija?
-No -contestó el marido- de mi primera mujer tuve una pobre chica, a la que llamamos la
Cenicienta, porque está siempre en la cocina, pero esa no puede ser la novia que buscas.
El hijo del rey insistió en verla, pero la madre le replicó:
-No, no, está demasiado sucia para atreverme a enseñarla.
Se empeñó sin embargo en que saliera y hubo que llamar a la Cenicienta. Se lavó primero la cara
y las manos, y salió después a presencia del príncipe que le alargó el zapato de oro; se sentó en su
banco, sacó de su pie el pesado zueco y se puso el zapato que le venía perfectamente, y cuando se
levantó y le vio el príncipe la cara, reconoció a la hermosa doncella que había bailado con él, y
dijo:
-Esta es mi verdadera novia.
La madrastra y las dos hermanas se pusieron pálidas de ira, pero él subió a la Cenicienta en su
caballo y se marchó con ella, y cuando pasaban por delante del árbol, dijeron las dos palomas
blancas.
Sigue, príncipe, sigue adelante
sin parar un solo instante,
pues ya encontraste el dueño
del zapatito pequeño.
Después de decir esto, echaron a volar y se pusieron en los hombros de la Cenicienta, una en el
derecho y otra en el izquierdo.
Cuando se verificó la boda, fueron las falsas hermanas a acompañarla y tomar parte en su
felicidad, y al dirigirse los novios a la iglesia, iba la mayor a la derecha y la menor a la izquierda,
y las palomas que llevaba la Cenicienta en sus hombros picaron a la mayor en el ojo derecho y a
la menor en el izquierdo, de modo que picaron a cada una un ojo; a su regreso se puso la mayor a
la izquierda y la menor a la derecha, y las palomas picaron a cada una en el otro ojo, quedando
ciegas toda su vida por su falsedad y envidia.
83
en medio de sus lamentaciones, oyó una voz que decía: "¿Qué te ocurre, princesita? ¡Lloras como
para ablandar las piedras!" La niña miró en torno suyo, buscando la procedencia de aquella voz, y
descubrió una rana que asomaba su gruesa y fea cabezota por la superficie del agua. "¡Ah!, ¿eres
tú, viejo chapoteador?" dijo, "pues lloro por mi pelota de oro, que se me cayó en la fuente." -
"Cálmate y no llores más," replicó la rana, "yo puedo arreglarlo. Pero, ¿qué me darás si te
devuelvo tu juguete?" - "Lo que quieras, mi buena rana," respondió la niña, "mis vestidos, mis
perlas y piedras preciosas; hasta la corona de oro que llevo." Mas la rana contestó: "No me
interesan tus vestidos, ni tus perlas y piedras preciosas, ni tu corona de oro; pero si estás
dispuesta a quererme, si me aceptas por tu amiga y compañera de juegos; si dejas que me siente a
la mesa a tu lado y coma de tu platito de oro y beba de tu vasito y duerma en tu camita; si me
prometes todo esto, bajaré al fondo y te traeré la pelota de oro." – "¡Oh, sí!" exclamó ella, "te
prometo cuanto quieras con tal que me devuelvas la pelota." Mas pensaba para sus adentros:
¡Qué tonterías se le ocurren a este animalejo! Tiene que estarse en el agua con sus semejantes,
croa que te croa. ¿Cómo puede ser compañera de las personas?
Obtenida la promesa, la rana se zambulló en el agua, y al poco rato volvió a salir,
nadando a grandes zancadas, con la pelota en la boca. La soltó en la hierba, y la princesita, loca
de alegría al ver nuevamente su hermoso juguete, lo recogió y echó a correr con él. "¡Aguarda,
aguarda!"-gritó la rana -, "llévame contigo; no puedo alcanzarte; no puedo correr tanto como
tú!" Pero de nada le sirvió desgañitarse y gritar 'cro, cro' con todas sus fuerzas. La niña, sin
atender a sus gritos, seguía corriendo hacia el palacio, y no tardó en olvidarse de la pobre rana, la
cual no tuvo más remedio que volver a zambullirse en su charca.
Al día siguiente, estando la princesita a la mesa junto con el Rey y todos los cortesanos,
comiendo en su platito de oro, he aquí que plis, plas, plis, plas se oyó que algo subía
fatigosamente las escaleras de mármol de palacio y, una vez arriba, llamaba a la puerta:
"¡Princesita, la menor de las princesitas, ábreme!" Ella corrió a la puerta para ver quién llamaba
y, al abrir, encontrase con la rana allí plantada. Cerró de un portazo y volviese a la mesa, llena de
zozobra. Al observar el Rey cómo le latía el corazón, le dijo: "Hija mía, ¿de qué tienes miedo?
¿Acaso hay a la puerta algún gigante que quiere llevarte?" - "No," respondió ella, "no es un
gigante, sino una rana asquerosa." - "Y ¿qué quiere de ti esa rana?" - "¡Ay, padre querido! Ayer
estaba en el bosque jugando junto a la fuente, y se me cayó al agua la pelota de oro. Y mientras
yo lloraba, la rana me la trajo. Yo le prometí, pues me lo exigió, que sería mi compañera; pero
jamás pensé que pudiese alejarse de su charca. Ahora está ahí afuera y quiere entrar." Entretanto,
llamaron por segunda vez y se oyó una voz que decía:
¡Princesita, la más niña,
Ábreme!
¿No sabes lo que
Ayer me dijiste
Junto a la fresca fuente?
¡Princesita, la más niña,
Ábreme!
Dijo entonces el Rey: "Lo que prometiste debes cumplirlo. Ve y ábrele la puerta." La
niña fue a abrir, y la rana saltó dentro y la siguió hasta su silla. Al sentarse la princesa, la rana se
plantó ante sus pies y le gritó: "¡Súbeme a tu silla!" La princesita vacilaba, pero el Rey le ordenó
que lo hiciese. De la silla, el animalito quiso pasar a la mesa, y, ya acomodado en ella, dijo:
"Ahora acércame tu platito de oro para que podamos comer juntas." La niña la complació, pero
se veía a las claras que obedecía a regañadientes. La rana engullía muy a gusto, mientras a la
princesa se le atragantaban todos los bocados. Finalmente, dijo la bestezuela: "¡Ay! Estoy ahíta y
me siento cansada; llévame a tu cuartito y arregla tu camita de seda: dormiremos juntas." La
princesita se echó a llorar; le repugnaba aquel bicho frío, que ni siquiera se atrevía a tocar; y he
aquí que ahora se empeñaba en dormir en su cama. Pero el Rey, enojado, le dijo: "No debes
despreciar a quien te ayudó cuando te encontrabas necesitada." La tomó, pues, con dos dedos, la
llevó arriba y la depositó en un rincón. Mas cuando ya se había acostado, la rana se acercó a
saltitos y exclamó: "Estoy cansada y quiero dormir tan bien como tú; conque súbeme a tu cama,
o se lo diré a tu padre." La princesita acabó la paciencia, cogió a la rana del suelo y, con toda su
fuerza, la arrojó contra la pared:
"¡Ahora descansarás, asquerosa!"
Pero en cuanto la rana cayó al suelo, dejó de ser rana, y se convirtió en un príncipe, un
apuesto príncipe de bellos ojos y dulce mirada. Y el Rey lo aceptó como compañero y esposo de
su hija. Contó entonces que una bruja malvada lo había encantado, y que nadie sino ella podía
desencantarlo y sacarlo de la charca; le dijo que al día siguiente se marcharían a su reino.
Durmieron, y a la mañana, al despertarlos el sol, llegó una carroza tirada por ocho caballos
blancos, adornados con penachos de blancas plumas de avestruz y cadenas de oro. Detrás iba, de
pie, el criado del joven Rey, el fiel Enrique. Este leal servidor había sentido tal pena al ver a su
señor transformado en rana, que se mandó colocar tres aros de hierro en tomo al corazón para
evitar que le estallase de dolor y de tristeza. La carroza debía conducir al joven Rey a su reino.
El fiel Enrique acomodó en ella a la pareja y volvió a montar en el pescante posterior; no cabía en
sí de gozo por la liberación de su señor.
Cuando ya habían recorrido una parte del camino, oyó el príncipe un estallido a su espalda, como
si algo se rompiese. Volviéndose, dijo:
"¡Enrique, que el coche estalla!"
"No, no es el coche lo que falla,
Es un aro de mi corazón,
Que ha estado lleno de aflicción
Mientras viviste en la fontana
Convertido en rana."
Por segunda y tercera vez se oyó aquel chasquido durante el camino, y siempre creyó el
príncipe que la carroza se rompía; pero no eran sino los aros que saltaban del corazón del fiel
Enrique al ver a su amo redimido y feliz.
EL SOLDADITO DE PLOMO
Hans Christian Andersen
Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían
fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como estaban,
con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en su vida,
cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: “¡Soldaditos de plomo!” Había sido un
niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su regalo de cumpleaños. Enseguida
los puso en fila sobre la mesa.
Cada soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba una
pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el último y el plomo no
alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan firme sobre su única pierna como los otros
sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la historia.
En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero el que
más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas ventanas podían
verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos arbolitos que rodeaban un
pequeño espejo. Este espejo hacía las veces de lago, en el que se reflejaban, nadando, unos
blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso, pero lo más bonito de todo era una
damisela que estaba de pie a la puerta del castillo. Ella también estaba hecha de papel, vestida
85
con un vestido de clara y vaporosa muselina, con una estrecha cinta azul anudada sobre el
hombro, a manera de banda, en la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su cara. La
damisela tenía los dos brazos en alto, pues han de saber ustedes que era bailarina, y había alzado
tanto una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como
él, sólo tenía una.
“Ésta es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué fina es; si hasta vive
en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón en la que ya habitamos veinticinco:
no es un lugar propio para ella. De todos modos, pase lo que pase trataré de conocerla.”
Y se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa. Desde
allí podía mirar a la elegante damisela, que seguía parada sobre una sola pierna sin perder el
equilibrio.
Ya avanzada la noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y toda la
gente de la casa se fue a dormir. A esa hora, los juguetes comenzaron sus juegos, recibiendo
visitas, peleándose y bailando. Los soldaditos de plomo, que también querían participar de aquel
alboroto, se esforzaron ruidosamente dentro de su caja, pero no consiguieron levantar la tapa.
Los cascanueces daban saltos mortales, y la tiza se divertía escribiendo bromas en la pizarra.
Tanto ruido hicieron los juguetes, que el canario se despertó y contribuyó al escándalo con unos
trinos en verso. Los únicos que ni pestañearon siquiera fueron el soldadito de plomo y la
bailarina. Ella permanecía erguida sobre la punta del pie, con los dos brazos al aire; él no estaba
menos firme sobre su única pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos.
De pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y -¡crac!- se abrió la tapa de
la caja de rapé… Mas, ¿creen ustedes que contenía tabaco? No, lo que allí había era un duende
negro, algo así como un muñeco de resorte.
-¡Soldadito de plomo! -gritó el duende-. ¿Quieres hacerme el favor de no mirar más a la
bailarina?
Pero el soldadito se hizo el sordo.
-Está bien, espera a mañana y verás -dijo el duende negro.
Al otro día, cuando los niños se levantaron, alguien puso al soldadito de plomo en la
ventana; y ya fuese obra del duende o de la corriente de aire, la ventana se abrió de repente y el
soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible. Quedó con su única
pierna en alto, descansando sobre el casco y con la bayoneta clavada entre dos adoquines de la
calle.
La sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero aun cuando faltó poco
para que lo aplastasen, no pudieron encontrarlo. Si el soldadito hubiera gritado: “¡Aquí estoy!”, lo
habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar gritos, porque vestía uniforme militar.
Luego empezó a llover, cada vez más y más fuerte, hasta que la lluvia se convirtió en un
aguacero torrencial. Cuando escampó, pasaron dos muchachos por la calle.
-¡Qué suerte! -exclamó uno-. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo navegar.
Y construyendo un barco con un periódico, colocaron al soldadito en el centro, y allá se
fue por el agua de la cuneta abajo, mientras los dos muchachos corrían a su lado dando palmadas.
¡Santo cielo, cómo se arremolinaban las olas en la cuneta y qué corriente tan fuerte había! Bueno,
después de todo ya le había caído un buen remojón. El barquito de papel saltaba arriba y abajo y,
a veces, giraba con tanta rapidez que el soldadito sentía vértigos. Pero continuaba firme y sin
mover un músculo, mirando hacia adelante, siempre con el fusil al hombro. De buenas a primeras
el barquichuelo se adentró por una ancha alcantarilla, tan oscura como su propia caja de cartón.
“Me gustaría saber adónde iré a parar”, pensó. “Apostaría a que el duende tiene la culpa.
Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo, no me importaría que esto
fuese dos veces más oscuro.”
Precisamente en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la
alcantarilla.
-¿Dónde está tu pasaporte? -preguntó la rata-. ¡A ver, enséñame tu pasaporte!
Pero el soldadito de plomo no respondió una palabra, sino que apretó su fusil con más
fuerza que nunca. El barco se precipitó adelante, perseguido de cerca por la rata. ¡Ah! Había que
ver cómo rechinaba los dientes y cómo les gritaba a los palitos y pajas que pasaban por allí.
-¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!
La corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya percibir la
luz del día allá, en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez escuchó un sonido atronador,
capaz de desanimar al más valiente de los hombres. ¡Imagínense ustedes! Justamente donde
terminaba la alcantarilla, el agua se precipitaba en un inmenso canal. Aquello era tan peligroso
para el soldadito de plomo como para nosotros el arriesgarnos en un bote por una gigantesca
catarata.
Por entonces estaba ya tan cerca, que no logró detenerse, y el barco se abalanzó al canal.
El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo; nadie diría nunca de él que
había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres vueltas y se llenó de agua hasta los bordes; se
hallaba a punto de zozobrar. El soldadito tenía ya el agua al cuello; el barquito se hundía más y
más; el papel, de tan empapado, comenzaba a deshacerse. El agua se iba cerrando sobre la cabeza
del soldadito de plomo… Y éste pensó en la linda bailarina, a la que no vería más, y una antigua
canción resonó en sus oídos:
¡Adelante, guerrero valiente!
¡Adelante, te aguarda la muerte!
En ese momento el papel acabó de deshacerse en pedazos y el soldadito se hundió, sólo
para que al instante un gran pez se lo tragara. ¡Oh, y qué oscuridad había allí dentro! Era peor
aún que el túnel, y terriblemente incómodo por lo estrecho. Pero el soldadito de plomo se
mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro, aunque estaba tendido cuan largo era.
Súbitamente el pez se agitó, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas
vueltas terribles. Por fin quedó inmóvil. Al poco rato, un haz de luz que parecía un relámpago lo
atravesó todo; brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien gritaba:
-¡Un soldadito de plomo!
El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en la
cocina, donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo. Cogió con dos dedos al soldadito por
la cintura y lo condujo a la sala, donde todo el mundo quería ver a aquel hombre extraordinario
que se dedicaba a viajar dentro de un pez. Pero el soldadito no le daba la menor importancia a
todo aquello.
Lo colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir en
esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde había estado antes. Allí
estaban todos: los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo hermoso castillo
con la linda y pequeña bailarina, que permanecía aún sobre una sola pierna y mantenía la otra
extendida, muy alto, en los aires, pues ella había sido tan firme como él. Esto conmovió tanto al
soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas de plomo, pero no lo hizo porque no habría
estado bien que un soldado llorase. La contempló y ella le devolvió la mirada; pero ninguno dijo
una palabra.
De pronto, uno de los niños agarró al soldadito de plomo y lo arrojó de cabeza a la
chimenea. No tuvo motivo alguno para hacerlo; era, por supuesto, aquel muñeco de resorte el
que lo había movido a ello.
El soldadito se halló en medio de intensos resplandores. Sintió un calor terrible, aunque
no supo si era a causa del fuego o del amor. Había perdido todos sus brillantes colores, sin que
87
nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o de sus sufrimientos. Miró a la bailarina, lo
miró ella, y el soldadito sintió que se derretía, pero continuó impávido con su fusil al hombro. Se
abrió una puerta y la corriente de aire se apoderó de la bailarina, que voló como una sílfide hasta
la chimenea y fue a caer junto al soldadito de plomo, donde ardió en una repentina llamarada y
desapareció. Poco después el soldadito se acabó de derretir. Cuando a la mañana siguiente la
sirvienta removió las cenizas lo encontró en forma de un pequeño corazón de plomo; pero de la
bailarina no había quedado sino su lentejuela, y ésta era ahora negra como el carbón.
89
– ¡Es demasiado! -exclamó-. No podré soportarlo, el mundo es demasiado grande. ¡Ojalá
estuviese sobre la mesa, bajo el espejo! No seré feliz hasta que vuelva a encontrarme allí. Te he
seguido al ancho mundo; ahora podrías devolverme al lugar de donde salimos. Lo harás, si es
verdad que me quieres. El deshollinador le recordó prudentemente el viejo chino y el «Sargento-
mayor-y-menor-mariscal-de-campo-pata-de-chivo», pero ella no cesaba de sollozar y besar a su
compañerito, el cual no pudo hacer otra cosa que ceder a sus súplicas, aun siendo una locura.
Y así bajaron de nuevo, no sin muchos tropiezos, por la chimenea, y se arrastraron por la
tubería y el horno. No fue nada agradable. Una vez en la caja del horno, pegaron la oreja a la
puerta para enterarse de cómo andaban las cosas en la sala. Reinaba un profundo silencio;
miraron al interior y… ¡Dios mío!, el viejo chino yacía en el suelo. Se había caído de la mesa
cuando trató de perseguirlos, y se rompió en tres pedazos; toda la espalda era uno de ellos, y la
cabeza, rodando, había ido a parar a una esquina. El «Sargento-mayor-y-menor-mariscal-de-
campo-pata-de-chivo» seguía en su puesto con aire pensativo.
-¡Horrible! -exclamó la pastorcita-. El abuelo roto a pedazos, y nosotros tenemos la
culpa. ¡No lo resistiré! -y se retorcía las manos.
-Aún es posible pegarlo -dijo el deshollinador-. Pueden pegarlo muy bien, tranquilízate;
si le ponen masilla en la espalda y un buen clavo en la nuca quedará como nuevo; aún nos dirá
cosas desagradables.
-¿Crees? -preguntó ella. Y treparon de nuevo a la mesa.
-Ya ves lo que hemos conseguido -dijo el deshollinador-. Podíamos habernos ahorrado
todas estas fatigas.
-¡Si al menos estuviese pegado el abuelo! -observó la muchacha-. ¿Costará muy caro?
Pues lo pegaron, sí señor; la familia cuidó de ello. Fue encolado por la espalda y clavado
por el pescuezo, con lo cual quedó como nuevo, aunque no podía ya mover la cabeza.
-Se ha vuelto usted muy orgulloso desde que se hizo pedazos -dijo el «Sargento-mayor-
y-menor-mariscal-de-campo-pata-de-chivo»-. Y la verdad que no veo los motivos. ¿Me la va a
dar o no? El deshollinador y la pastorcilla dirigieron al viejo chino una mirada conmovedora,
temerosos de que agachase la cabeza; pero le era imposible hacerlo, y le resultaba muy molesto
tener que explicar a un extraño que llevaba un clavo en la nuca. Y de este modo siguieron
viviendo juntas aquellas personitas de porcelana, bendiciendo el clavo del abuelo y queriéndose
hasta que se hicieron pedazos a su vez.
ALICIA EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS (1865) —¿Conque crees que has cambiado, eh?
—Temo que sí, señora —repuso Alicia—. No puedo recordar las cosas como
Capítulo V antes y, además, no conservo la misma estatura ni por diez minutos seguidos.
CONSEJOS DE UNA ORUGA —¿No puedes recordar qué cosa? —volvió a preguntar la oruga.
—Pues, he tratado de recordar la poesía que dice: "¡Cómo se afana la abejita!"; pero
Durante un rato, Alicia y la oruga se miraron en silencio, hasta que, finalmente, la me ha salido no sé qué de un cocodrilo —repuso Alicia con voz llena de tristeza.
oruga se quitó la pipa de los labios y se dirigió a la muchacha con voz lánguida y —Repite conmigo — ordenó la oruga—: "Papá Guillermo —dijo el muchacho—
somnolienta: ya eres viejo".
—¿Quién eres tú? —preguntó. Alicia cruzó los brazos y empezó a decir:
No era una manera muy halagadora de comenzar una conversación. Alicia —Papá Guillermo — dijo el muchacho—, ya eres viejo
respondió, más bien tímidamente: y tus cabellos blancos están,
—Casi..., casi no lo sé, señora. Hasta el momento..., al menos, yo sé quién era y aun te mantienes cabeza abajo...
cuando desperté esta mañana, pero me parece que he tenido muchos cambios desde ¡Eso nopega bien con tu edad!
entonces. —Cuando era joven — respondió el padre al jovenzuelo—
—¿Qué has querido decir con eso? —repuso severamente la oruga—. Explícate. temí que el seso me iba a dañar;
—Creo que no puedo hacerlo en forma más clara, señora —repuso Alicia muy ahora que sé que no tengo seso,
amablemente—, porque, para empezar, yo misma no lo entiendo. Esto de tener tantos ¡qué más me da!
tamaños diferentes en un solo día resulta bastante desconcertante. —Eres ya viejo — repite el joven—, como te dije,
—Nada de eso —repuso la oruga. y has engordado una enormidad;
—Bueno, quizá usted no lo haya encontrado así todavía —observó Alicia—, pero mas sigues dando saltos mortales...
cuando tenga que convertirse en crisálida, como le pasará un día, como usted sabe, y ¿Por qué razones, dime, los das?
luego se transforme en mariposa, creo que se sentirá un poco rara, ¿no le parece? —Cuando era joven — respondió el viejo —contoneándose—
91
—En absoluto —contestó la oruga. solía mis músculos acostumbrar
—Es posible, también, que tenga usted un modo de sentir diferente —agregó con este ungüento... Un peso la caja;
Alicia—. Lo único que sé es que a mí me parece muy raro. si lo deseas, te vendo un par.
—¡A ti! —dijo altivamente la oruga—. ¿Quién eres tú? —Ya eres viejo —dijo el mancebo — y tus mandíbulas
Eso les trajo de nuevo al comienzo de la conversación. Alicia se sentía un poco están muy débiles para mascar;
irritada con las bruscas observaciones de la oruga, hasta que se resolvió a hablarle muy empero, puedes comerte un pato
seriamente. y ni siquiera huesos dejar.
—Estoy por creer que es usted quien debe presentarse primero —dijo. —Cuando era joven — le dijo el padre— acostumbraba
—¿Por qué? —respondió la oruga. con mi mujer a disputar,
Aquí se presentaba un nuevo enigma, y como Alicia no pudo pensar en ninguna y el ejercicio de mis mandíbulas
razón lógica, y la oruga también parecía estar en un estado de ánimo bastante poco lo he conservado como si tal.
agradable, la muchacha decidió darse media vuelta e irse. —Ya eres viejo —dijo el muchacho—. Nadie diría
—¡Vuelve! —gritó la oruga llamándola—. ¡Tengo una cosa que decirte! que tienes vista excepcional;
Esto sonaba ciertamente como algo prometedor, así es que Alicia volvió. y aun puedes hoy, sobre la punta de tus narices,
—Serénate —aconsejó la oruga. una lamprea equilibrar.
—¿Eso es todo? — preguntó Alicia, tragando su ira lo mejor que pudo. —Te he respondido a tres preguntas, y ya es bastante
—No —repuso la oruga. —le dijo el padre—, no abuses más.
Alicia pensó que tal vez lo mejor sería esperar, tanto más cuanto ella no tenía otra ¿Crees que voy a estar así todo el día?
cosa que hacer, y, después de todo, quizás la oruga podía decirle algo que mereciera la Te echo a patadas si no te vas.
pena de ser oído. Durante algunos minutos el gusano echó bocanadas de humo, sin decir
una palabra, pero finalmente se quitó la pipa de la boca, se cruzó de brazos y dijo: —¿No está correcto? —preguntó la oruga.
—No muy correcto, me temo —repuso tímidamente Alicia—. He dicho algunas "¡Vamos, por fin siento que puedo mover la cabeza como me plazca!", exclamó
palabras cambiadas. Alicia llena de alegría, pero su felicidad se transformó de inmediato en alarma cuando se
—Está mal del principio al fin —afirmó decididamente el gusano. dio cuenta de que no podía encontrarse los hombros. Lo único que vio, al mirar hacia
Durante unos minutos se produjo un profundo silencio. abajo, fue un pedazo larguísimo de cuello que parecía levantarse igual que en un tallo, en
La oruga fue la primera en hablar. medio de un mar de hojas verdes que crecían allá a una gran distancia.
—¿De qué porte te gustaría ser? — preguntó a la muchacha. "¿Qué podrá ser toda esa cosa verde? —se preguntó—. ¿Y a dónde se habrán ido
—Eso no me preocupa mayormente —contestó rápidamente Alicia—. Lo único mis hombros? ¡Oh, mis pobres manos, no puedo verlas siquiera!" Junto con decir esas
que deseo es no cambiar tan a menudo, ¿me comprendes? palabras, sentía que agitaba las manos, pero todo lo que conseguía era que se
—Yo no comprendo nada —repuso la oruga. estremecieran las verdes y distantes hojas.
Alicia prefirió no continuar hablando. Nunca en su vida habían rebatido tanto todo Como comprendió que no era posible poder llevarse las manos a la cabeza, trató de
lo que ella decía, y se daba cuenta de que estaba perdiendo la paciencia. bajar la cabeza hasta ellas y se sintió encantada al advertir que podía doblar el cuello
—¿Estás contenta ahora? —preguntó la oruga. fácilmente, en cualquier dirección, igual que una serpiente. Había logrado doblarlo
—Bueno..., quisiera ser un poco más grande, señora, si es que usted no se opone. graciosamente en una onda e iba a sumergirlo entre las verdes hojas, que resultaron ser
¡Esto de medir menos de diez centímetros resulta terriblemente insignificante! nada menos que las copas de los mismos árboles bajo los cuales había estado vagando,
—¡Es una estatura muy razonable, sin embargo! —declaró la oruga con enojo, cuando un agudo silbido la hizo retroceder apresuradamente: una gran paloma había
levantándose mientras hablaba y mostrando su propia talla. volado hasta su cara y movía violentamente las alas.
—Pero yo no estoy acostumbrada a ella... —dijo Alicia con tono dolorido. Luego —¡Una serpiente! —chilló la paloma.
reflexionó para sus adentros: —Yo no soy una serpiente —repuso indignada Alicia—. ¡Déjeme tranquila!
"¡Cómo desearía que todas estas criaturas no se ofendieran con tanta facilidad!" —¡He dicho serpiente! —repitió la paloma, pero ya con un tono más suave. Luego
—Ya te acostumbrarás... —insistió la oruga, poniéndose de nuevo la pipa en la agregó lastimeramente—: Lo he tratado todo sin poder conseguir nada...
boca y echando bocanadas de humo. —No tengo la menor idea a qué se refiere usted —declaró la muchacha.
Esta vez Alicia esperó pacientemente hasta que la oruga consintiese en volver a —He ensayado la protección de las raíces de los árboles, de las orillas de los ríos y
hablar. Después de unos minutos, el gusano quitó la pipa de su boca, bostezó una o dos de los setos —continuó diciendo la paloma, sin preocuparse de Alicia—, ¡pero no hay
veces y se sacudió. Luego descendió del hongo y empezó a arrastrarse por entre el pasto, forma de escapar de esas malditas serpientes!
comentando mientras se alejaba: Alicia estaba cada vez más confundida, pero pensó que no sacaba nada con hablar
—Un lado te hará crecer, el otro lado te hará achicarte... hasta que la paloma hubiese terminado de hacer su queja
"¿Un lado de qué? ¿El otro lado de qué...?", se preguntó Alicia en silencio. —¡Como si ya no fuese bastante trabajo empollar los huevos, debo además estar
—Del hongo —respondió la oruga, igual que si la muchacha hubiera hecho la atenta contra las serpientes de noche y de día! ¡Hace tres semanas que no he podido pegar
pregunta en voz alta. Un momento después se había perdido de vista. siquiera los ojos!
Alicia se quedó mirando pensativa y contempló el hongo durante un minuto, —Siento mucho que haya tenido usted que soportar tantas molestias —dijo
tratando de descubrir cuáles eran los dos lados que tenía. Pero el problema era difícil, compasivamente Alicia, que empezaba a comprender el significado de las quejas de la
porque en realidad el hongo era perfectamente redondo. Sin embargo, se decidió paloma.
finalmente a estirar los brazos todo cuanto le fue posible hasta lograr coger un pedazo de —Apenas me he cobijado en el árbol más alto del bosque —continuó
hongo con cada mano. lamentándose la paloma, levantando la voz hasta convertirla en una chillido—, y apenas
"¿Y ahora, cuál es cuál?", se dijo la muchacha, y probó un pedacito de la mano creo que, por fin, estoy libre de ellas, resulta que aparecen las serpientes, retorciéndose
derecha para ver qué efecto le producía: ¡sintió entonces un terrible golpe en la barba! por el aire, como si cayeran del cielo. ¡Qué horror!
¡Había topado los pies! —¡Pero yo le aseguro que no soy una serpiente! —insistió Alicia—. Soy una...
Bastante asustada con este súbito cambio, comprendió que no había tiempo que una...
perder porque se achicaba rápidamente, así es que se apresuró a remediar la situación, —¿Y bien, qué eres tú? —preguntó la paloma—. Veo que tratas de inventar algo.
comiéndose un poco de la otra porción. Pero tenía la barba tan pegada a los pies, que —Soy... soy una niña —declaró Alicia con tono más bien dudoso, recordando el
resultaba sumamente difícil abrir la boca; no obstante, lo consiguió al fin y se las arregló gran número de cambios que había experimentado el mismo día.
para tragar una mascada de la mano izquierda. —¡Está muy bueno eso como historia! —repuso la paloma con un tono de
* profundo desprecio—. En mis tiempos, he tenido ocasión de ver muchas niñas, pero
jamás me ha tocado conocer a ninguna que tenga un cuello como el tuyo... ¡No, no! Eres
una serpiente y no sacas nada con negarlo. Supongo que ahora piensas asegurarme que CAPITULO VII
jamás has probado un huevo.
—¡Naturalmente que he comido huevos! —contestó la muchacha, siempre UNA MERIENDA DE LOCOS
dispuesta a decir la verdad—, pero todas las niñas comen tantos huevos como las La Liebre de Marzo y el Sombrero estaban tomando té frente a la casa, en una
serpientes, tú lo sabes muy bien. mesa dispuesta bajo un árbol; sin cuidado alguno apoyaban sus codos sobre un lirón que
—¡No lo creo! —repuso la paloma —; pero si lo hacen, quiere decir que son una dormía profundamente entre ellos y hablaban sin más por encima de su cabeza.
clase de serpientes. ¡Eso es todo lo que puedo decir! «¡Qué incómodo estará ese lirón! –pensó Alicia–. Aunque quizás, como está
Esta idea resultaba tan nueva para Alicia, que tuvo que guardar silencio durante dormido no le importe demasiado.»17
algunos instantes, lo cual le proporcionó a la paloma ocasión de agregar: La mesa era bien grande, y, sin embargo, los tres se habían agrupado muy juntos en
—Yo sé perfectamente que andas en busca de huevos, ¿y entonces qué me importa torno a una esquina. «¡No hay sitio! ¡No hay sitio!», se pusieron a vociferar apenas vieron
a mí que seas una niña o una serpiente? que Alicia se les acercaba.
—Pero a mí sí me importa mucho —se apresuró a asegurar Alicia—. No pienso en –¡Hay sitio de sobra!– replicó Alicia indignada sentándose en una amplia butacona
andar buscando huevos como tú crees, y aunque así fuera, no tocaría los tuyos. ¡No me que estaba arrimada a un lado de la mesa.
gustan los huevos crudos! –¿Te apetece un poco de vino?– insinuó meliflua la Liebre de Marzo. Alicia miró
—¡Basta, vete de una vez! —ordenó con tono agriado la paloma, mientras se por toda la mesa sin ver más que té, por lo que observó:
instalaba de nuevo en su nido. –No lo hay– replicó en seguida la Liebre de Marzo.
Alicia se agachó entre los árboles tanto como pudo, porque el cuello se le enredaba –Entonces, no ha sido nada amable el ofrecérselo– dijo Alicia enojada.
en las ramas. De cuando en cuando debía arrancar o quebrar alguna rama. Después de un –Tampoco lo ha sido sentarse a esta mesa sin haber sido invitada– repuso la
rato recordó que aún le quedaban en las manos algunos pequeños pedazos del hongo y, Liebre.
con mucho cuidado, empezó a comérselos, mordiendo primero los de una mano y luego –¡Cualquier diría que la mesa fuera sólo para ustedes!– dijo Alicia–. Puedo ver que
los de la otra, de manera que en unos momentos crecía y en otros se achicaba, hasta que está puesta para muchas más de tres personas.
logró recuperar su estatura normal. A todo esto, el Sombrerero, que había estado observando a Alicia con gran
93
Hacía tanto tiempo que había dejado de tener su talla acostumbraba, que al curiosidad, le dijo:
principio se sintió bastante rara, pero al cabo de unos cuantos minutos se acostumbró y –¡Lo que tú necesitas es un buen corte de pelo!– era lo primero que se le había
empezó a hablar consigo misma, como de costumbre: ocurrido decir en un buen rato.
"¡Vamos, ya he conseguido realizar la mitad de mis planes! ¡Qué desconcertantes –¡Debería usted acostumbrarse a no hacer comentarios personales!– contestó
me parecen todos estos cambios! Sin embargo, he recuperado mi tamaño normal. La Alicia–. ¡Es de muy mala educación!
próxima cosa que me corresponde hacer es lograr entrar a aquel lindo jardín. ¿Cómo Al decir esto, el Sombrerero abrió desmesuradamente los ojos, pero todo lo que
conseguirlo, me pregunto?" dijo fue:
Mientras pronunciaba estas palabras, llegó a un sitio despejado, donde encontró –¿En qué se parece un cuervo a una mesa de escribir?
una pequeña casa que mediría muy poco más de un metro de altura. «¡Vaya! Parece que nos vamos a divertir un poco –pensó Alicia–. Me alegro de que
"Sea quien fuere la persona que viva aquí — pensó, Alicia—, no puedo acercarme les guste jugar a las adivinanzas…», y añadió en voz alta:
con mi estatura normal. ¡Asustaría a sus habitantes hasta enloquecerlos!" –Creo que sé la solución.
En vista de eso, decidió comer de nuevo unos pedacitos del hongo de la mano –¿Cómo? ¿Quieres decir que piensas decirnos la solución? –preguntó la Liebre de
derecha y no se atrevió a aproximarse a la casa hasta que no se vio con una estatura de Marzo.
más o menos unos veinticinco centímetros.
–Pero si era mantequilla de la mejor calidad.
Mientras tanto, Alicia había estado mirando el reloj por encima del hombro de la
Liebre con bastante curiosidad.
–¡Qué reloj más raro –observó–, en vez de las horas del día marca los días del mes!
–¡Y por qué no habría de hacerlo! –masculló malhumorado el Sombrerero–.
¿Acaso tu reloj señala los años?
-¡Claro que no! –concedió Alicia de buen grado–. Pero eso es porque se está
mucho tiempo dentro del mismo año.
–Que es precisamente lo que le pasa al mío –dijo el Sombrerero.
Alicia se quedó muy desconcertada: lo que acababa de decir el Sombrerero no
parecía tener ningún sentido, y, sin embargo, no se podía decir que no fuera perfecto
castellano.
–Precisamente– contestó Alicia. –No acabo de comprenderlo –se decidió por fin a confesar con la mayor gentileza.
–Entonces –continuó la Liebre–, deberías decir lo que piensas. –¡El Lirón se ha vuelto a dormir! –exclamó el Sombrerero, derramándole un poco
–¡Pero si es lo que estoy haciendo! –se apresuró a replicar Alicia–. Al menos…, al de té caliento sobre la nariz.
menos pienso lo que digo…, que después de todo viene a ser la misma cosa, ¿no? El Lirón sacudió la cabeza muy molesto y dijo sin abrir los ojos:
–¿La misma cosa? ¡De ninguna manera! –negó enfáticamente el Sombrerero–. –Pues claro, pues claro; eso mismo iba a decir yo.
¡Hala! Si fuera así, entonces también daría igual decir «veo cuanto como» que «como Con esto, el Sombrerero volvió a dirigirse a Alicia para preguntarle:
cuanto veo». –¿Has encontrado la solución a la adivinanza?
–Pues no; me doy por vencida –replicó Alicia–. ¿Cuál es la respuesta?
–¡Qué barbaridad! –coreó la Liebre de Marzo. –No tengo la menor idea –dijo el Sombrerero.
–Sería como decir que da lo mismo afirmar que «me gusta cuanto tengo» que –Ni yo –afirmó la Liebre.18
«tengo cuanto me gusta». Alicia suspiró hastiada:
–Valdría tanto como querer afirmar –añadió el Lirón, que parecía hablar en –Creo que podrían ustedes hacer algo más útil para matar el tiempo que
sueños–, que da igual decir «respiro cuando duermo» que «duermo cuando respiro». malgastarlo con adivinanzas que no tienen solución.
–¡Eso sí que te da igual a ti! –exclamó el Sombrerero; y con esto cesó la –¡Ay! ¡Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo –exclamó el
conversación. El pequeño grupo permaneció en silencio durante unos instantes, mientras Sombrerero–, no hablaríamos de malgastarlo, y mucho menos de matarlo! Se trata de un tipo de
Alicia se devanaba los sesos por recordar todo lo que sabía de cuervos y mesas de escribir, mucho cuidado, y no de una cosa cualquiera.
que no era demasiado. –Me parece que sigo sin comprenderle –dijo Alicia.
El Sombrerero fue el primero en romper el silencio: –¡Naturalmente que no me comprendes! –dijo el Sombrerero elevando
–¿A qué fecha estamos hoy? –preguntó dirigiéndose a Alicia, mientras sacaba orgullosamente la nariz –. Con toda seguridad ¡ni siquiera habrás hablado con el Tiempo!
preocupado un reloj de bolsillo, lo miraba con ansiedad y lo sacudía violentamente, –Puede que no –contestó Alicia con cautela–. Pero sí sé –añadió esperanzada–, que
llevándoselo al oído una y otra vez. en las lecciones de música marco el tiempo a palmadas.
Alicia pensó un poco y contestó: –¡Ah! ¡Ah! ¡Eso lo explica todo! –afirmó el Sombrerero–. El Tiempo no tolera que
–Hoy estamos a cuatro. le den de palmadas. Si, en cambio, te llevaras bien con él, haría cuanto quisieras con tu
–¡Dios mío! ¡Este reloj lleva ya dos días de retraso! –suspiró el Sombrerero; y reloj; por ejemplo, supongamos que fueran las nueve de la mañana, la hora en que
volviéndose con enfado hacia la Liebre de Marzo le reprochó–: ¡Te dije que la mantequilla comienzan tus lecciones; pues bien, bastaría con que murmuraras tus deseos al oído del
no le sentaría bien a la maquinaria! Tiempo para que éste se encargara de que las agujas del reloj corrieran veloces y en un
–Era mantequilla de la mejor calidad –replicó la Liebre muy compungida. abrir y cerrar de ojos serían la una y media, ¡la hora del almuerzo!
–Sí; pero seguramente con la mantequilla se habrán colado bastantes migas de pan («¡Cómo me gustaría que lo fuera ahora!», susurró para sí la Liebre de Marzo.)
–gruñó el Sombrerero–. No deberías haber untado el reloj con el cuchillo del pan. –¡Eso sí que estaría bueno! –exclamó Alicia, midiendo las muchas ventajas que
La Liebre de Marzo tomó el reloj, lo examinó melancólicamente y lo hundió parecía ofrecer el Tiempo–. Lo malo es que entonces no tendría apetito, ¿no le parece?
pesarosa en su taza de té; luego, volviéndolo a mirar con atención, lo se le ocurrió cosa
mejor que repetir su primera sentencia:
–No tendrías inmediatamente, quizás –reconoció el Sombrerero–; pero como –Pero ¿y qué sucede cuando llegan de nuevo al principio de la mesa? –se atrevió a
también podrás lograr que siguieran siendo la una y media indefinidamente, acabarías preguntar Alicia.
teniéndolo. –¿Qué os parece si cambiamos de conversación? –interrumpió la Liebre de Marzo
–¿Es así como se las arregla usted con el Tiempo? –preguntó Alicia. bostezando–. Me estoy cansando de todo eso. Propongo que esta joven nos cuente un
El Sombrerero negó con la cabeza muy apesadumbrado: cuento.
–Desgraciadamente, no es así –contestó–: nos peleamos el pasado marzo; por –Mucho me temo que no sé ninguno –se apresuró a decir Alicia, muy alarmada por
cierto, justo antes de que ése se volviera loco –dijo, señalando a la Liebre de Marzo–. la idea.
Sucedió durante el gran concierto ofrecido por la Reina de Corazones y en el que me tocó –¡Entonces habrá de hacerlo el Lirón! –exclamaron a una los dos–. ¡Despierta,
cantar: Lirón!… –le gritaron, y comenzaron a pellizcarle por ambos lados a la vez.
Brilla, luce, ratita alada, El Lirón abrió lentamente los ojos.
¿en qué estarás tan atareada? –No estaba durmiendo –les aseguró con voz seca y débil–; estaba escuchando todo
–Conoces esa canción, ¿no es verdad? lo que decíais, amigos.
–Algo parece que me suena –dijo Alicia.19 –¡Cuéntanos un cuento! –exigió la Liebre de Marzo.
–Como sabes, tiene más estrofas –añadió el Sombrerero–: –¡Sí! ¡Cuéntanos algo! Se lo pedimos por favor –agregó Alicia.
Por encima del Universo vuelas –¡Y sé breve –añadió el Sombrerero–, no sea que te duermas antes de llegar al final!
Como una bandeja de teteras. –Érase una vez…–comenzó apresuradamente el Lirón– tres hermanitas que se
Brilla, luce… llamaban Elsi, Cielo y Tilde; las tres vivían en el fondo de un pozo…20
Al llegar a este puntó, el Lirón se sacudió y empezó a canturrear medio dormido: –¿Y de qué se alimentaban? –preguntó Alicia, siempre interesada en todo lo que
«Brilla, brilla, luce, luce…», y continuó así durante tanto tiempo que tuvieron que fuera comer y beber.
pellizcarle para que cesara. –Se alimentaban de melazas –contestó el Lirón después de pensar un poco la
–Bueno –siguió diciendo cuando pudo el Sombrerero–, pues apenas había acabado cuestión.
de cantar la primera estrofa cuando la Reina se puso a gritar: «¡Se está cargando al –No es posible que vivieran sólo de melazas –insistió amablemente Alicia–, pues
95
Tiempo! ¡Que le corten la cabeza!» con toda seguridad se habrían puesto muy enfermas del empacho.
–¡Qué barbaridad! –exclamó Alicia horrorizada. –Así es –dijo el Lirón–; estaban muy enfermas.
–¡Y desde entonces –siguió diciendo el Sombrerero, cada vez con más pena–, el Alicia trató de imaginar lo que sería vivir de esta manera tan extraordinaria; pero le
Tiempo no quiere saber nada conmigo y para mí son siempre las seis de la tarde! seguía pareciendo demasiado extraño, de forma que decidió seguir preguntando:
–Pero ¿por qué vivían en el fondo de un pozo?
–Sírvete un poco más de té –le dijo muy ansiosamente la Liebre de Marzo.
–¡Si todavía no he tomado nada –replicó Alicia con tono ofendido–, de forma que
no podría tomar más!
–Querrás decir que no podrías tomar menos –aclaró el Sombrerero–; siempre es más
fácil tomar más que nada.
–¡Nadie le ha preguntado a usted su opinión! –dijo Alicia.
–¿Quién está haciendo ahora comentarios personales? –replicó triunfantemente el
Sombrerero.
Alicia se quedó sin saber qué contestar, de forma que optó por servirse un poco
más de té y pan con mantequilla, y volviéndose luego al Lirón le repitió la misma
A Alicia se le ocurrió entonces una idea luminosa: pregunta:
–¿Es por eso que hay tantos cubiertos de té servidos en esta mesa? –preguntó. –Pero ¿por qué vivían en el fondo de un pozo?
–Así es –contestó el Sombrerero con un suspiro–; por aquí es siempre la hora del El Lirón se puso a cavilar nuevamente durante uno o dos minutos y acabó
té, y no nos da tiempo para lavar la vajilla entre té y té. contestando:
–Supongo entonces –dijo Alicia– que van dando vueltas a la mesa en vez. –Es que era un pozo de melazas.
–Precisamente –dijo el Sombrerero–; a medida que vamos ensuciando las tazas.
–¡No existe tal cosa! –protestó Alicia muy acaloradamente; pero el Sombrerero y la Esta grosería era más de lo que Alicia estaba dispuesta a aguantar, de forma que se
Liebre de Marzo se pusieron a hacerla callar con sonoros chitones, mientras el Lirón levantó de la mesa muy disgustada y se alejó con paso decidido.
rezongaba indignado: El Lirón se durmió al momento, y ninguno de los demás dio la menor señal de
–Si no sabe cómo comportarse debidamente, que termine ella el cuento. darse cuenta de que Alicia los dejaba, a pesar de que volvió la cabeza una o dos veces con
–No, por favor, ¡continúe! –imploró Alicia muy compungida– No volveré a alguna esperanza de que fueran a rogarle que no se marchara. La última vez que los vio
interrumpirle, y además, puede que, en efecto, exista uno de esos pozos. estaban intentando volcar al Lirón dentro de la tetera.
–¡Vaya que si existe! –exclamó el Lirón enojado; pero consintió en proseguir su
narración–: Así, pues, ahí estaban las tres hermanitas, y además, habéis de saber, estaban –En todo caso, nunca volveré a poner los pies por ahí –dijo Alicia mientras
aprendiendo a sacar… buscaba un sendero por el bosque–. ¡Era la merienda más estúpida que he visto!
–¿Y qué es lo que sacaban? –preguntó Alicia, que ya se había olvidado de su Justo cuando decía esto, sus ojos se posaron sobre una puertecilla practicada en el
promesa. grueso tronco de un árbol. «Esto sí que es raro–pensó–; pero todo es tan extraño hoy que
–¡Melazas! –dijo el Lirón sin la menor vacilación esta vez. sin pensarlo más voy a entrar ahí adentro.» Y, abriendo la puertecilla, penetró en el
–Quiero una taza limpia –interrumpió el Sombrerero–; vamos a cambiar de silla. interior del árbol.
Diciendo esto, pasó al sitio de al lado; el Lirón le siguió cansinamente, ocupando la Una vez más se encontró en el largo vestíbulo de antes y cerca de la mesita de
silla que acababa de dejar; la Liebre de Marzo pasó al sitio del Lirón, y Alicia tomó, de crista. «Esta vez haré las cosas mejor», se dijo, y empezó por tomar la llavecita de oro de
mala gana, el asiento que había dejado libre la Liebre. De esta forma, el Sombrerero fue el encima de la mesa y abrir la puerta que conducía al jardín; una vez hecho esto, se puso a
único que salió ganando con el cambio; y, en cuanto a Alicia, se encontró peor que nunca, mordisquear metódicamente el trocito de seta que había guardado cuidadosamente en un
pues la Liebre de Marzo había derramado la leche de la jarra en su plato. bolsillo y fue menguando hasta lograr una estatura de un palmo. Entonces se adentró por
Alicia no quería ofender de nuevo al Lirón, de manera que midió mucho sus el estrecho pasadizo y, al fin, se encontró en el ansiado jardín, entre las alegres flores y las
palabras antes de preguntarle: frescas fuentes.
–Lo siento, pero no acabo de comprender cómo sacaban esas melazas.
–De un pozo de agua puede uno sacar agua, ¿no? –dijo el Sombrerero–. De forma
17
que no sería muy difícil sacar melazas de un pozo de melazas, ¿eh? ¡Boba! Todo este capítulo fue añadido posteriormente a Las Aventuras bajo Tierra, en las que no
–Pero ¡es que estaban dentro del pozo! –insistió Alicia dirigiéndose al Lirón y no aparecían ni la Liebre de Marzo ni el Sombrerero ni el Lirón. Se ha señalado la similitud entre el
queriendo darse por enterada del calificativo que le acababa de propinar el Sombrerero. Sombrerero de Tenniel y las caricaturas del primer ministro Gladstone pero no parece que el
parecido haya sido consciente. Se cree más bien que Tenniel aceptó la sugerencia de Carroll de
–Pues claro que estaban dentro, ¡y bien en el centro! –declaró el Lirón. Esta
dibujar al Sombrerero siguiendo el perfil de una conocida figura de Oxford: Teophilus Carter, dueño
contestación dejó a Alicia tan aturdida que no volvió a interrumpir al Lirón durante algún de una tienda de muebles, conocido por apodo de «Sombrerero Chiflado», en parte porque siempre
rato. 21 llevaba una chistera fenomenal y en parte por sus ideas excéntricas: como parte de sus muebles,
–Y también aprendían a dibujar –continuó el Lirón bostezando y frotándose los presentó en la exposición del Palacio de Cristal de Londres en 1851 una «cama-despertador» que
ojos, pues se estaba durmiendo cada vez más–, y dibujaban toda clase de cosas… todo lo cumplía este último cometido arrojando al dormido al suelo mediante un mecanismo de su
que empieza con la letra M… invención. Este excéntrico personaje formaba parte de las bromas y comentarios de la localidad.
18
–¿Con la M? –preguntó Alicia intrigada. La adivinanza del Sombrerero fue objeto de muchas preguntas dirigidas a Carroll a raíz de la
publicación de Alicia. He aquí su explicación, que apareció en el prefacio de la edición de 1896:
–¿Y por qué no? –repuso la Liebre de Marzo.
«Se me han dirigido tantas preguntas sobre si puede imaginarse alguna solución a la adivinanza del
Alicia guardó silencio. Sombrerero que he decidido dejar constancia de una que me parece bastante apropiada; a saber: “¡en
Para entonces, el Lirón ya había cerrado los ojos y comenzaba a cabecear; pero con que ambos producen algunas notas, aunque sean muy planas; y en que nunca se los coloca mirando
los pellizcos que inmediatamente empezó a darle el Sombrerero se despertó otra vez, con hacia atrás!”. Sin embargo esto no es más que algo que se me ha ocurrido luego, la adivinanza, tal y
un corto chillido, y continuó: como la inventé originalmente, no tenía solución.»
–Sí, todo lo que empieza con la letra M, como matarratas, el mundo, la memoria y
19
lo mucho…, ya sabéis –añadió refiriéndose a esto último–, como cuando se dice «un Y tanto que le sonaba. Esta canción es un ingenioso juego de palabras sobre una conocida canción
mucho más que menos». ¿Habéis visto acaso algo tan impresionante como un mucho infantil:
bien dibujado? Brilla, luce, pequeña estrella,
Siempre me pregunto dónde estarás,
–En verdad, ya que me lo pregunta –dijo Alicia muy confusa–, no pienso…
allá tan alta, por encima de la tierra,
–¡Entonces no hables!–, atajó el Sombrerero. como un diamante en el firmamento.
(Twinkle, twinkle, Little star
how I wonder where you are. hablar, a veces con el minino y otras consigo misma. El gatito se acomodó, muy
Up above the world so high comedido, sobre su regazo pretendiendo seguir con atención el progreso del devanado,
Like a diamond in the sky.) extendiendo de vez en cuando una patita para tocar muy delicadamente el ovillo; como si
La versión de Carroll de una canción que no ha perdido nada de su popularidad debió de divertir,
como divierte hoy, a los niños que la oían, que reconocían inmediatamente la parodia.
quisiera echarle una mano a Alicia en su trabajo.
—¿Sabes qué día será mañana? —empezó a decirle Alicia—. Lo sabrías si te
20 hubieras asomado a la ventana conmigo... s