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https://narrativabreve.com/category/historias-cortas
https://www.uninorte.edu.co/documents/13946/c9c04cdd-325c-4739-98ed-7da0722bb593
Esta es la historia de un piloto de cohetes, Carlos, que amaba su trabajo. Le
encantaba salir al espacio exterior y pasar horas observando la tierra y las
estrellas.
Uno de esos días de viaje, su visión fue interrumpida por una mano verduzca
y un rostro largo con enormes ojos oscuros.
Carlos saltó del susto y sus copilotos le preguntaron qué había pasado. A
Carlos le vergüenza confesar lo que había visto. Ni siquiera estaba seguro de
qué era lo que había visto, así que no dijo nada más.
Siguió con sus tareas rutinarias dentro de la nave, hasta que se olvidó de lo
ocurrido y de nuevo volvió a su tarea favorita: contemplar el paisaje por la
ventanilla.
Observó con atención los largos dedos de la criatura, que más bien era
pequeña, y que usaba una especie de traje ajustado de color verde que le
cubría desde los pies a la cabeza.
Tenía una cara pálida y estaba descubierta, por lo que sus grandes ojos
negros destacaban aun más. En el torso llevaba una especie de cadena muy
larga que lo sujetaba a lo que parecía ser su nave.
-Hoooo-la.
– ¡Claro! – respondió Carlos sin dudar, aunque enseguida notó que no tenía
ni idea de lo que eso podía significar.
Erika lo tomó de un brazo y lo llevó hasta lo que parecía ser una nave
espacial. No tenía propulsores ni nada. Era como si flotara y se deslizara en
el éter, al mismo tiempo.
En el interior de la nave, había mucha luz y un espacio tan amplio que era
imposible pensar que estaban dentro de una nave. De hecho, no había
cables, botones o palancas a la vista.
Erika le indicó que podía sentarse y solo cuando lo hizo, pudo notar que la
realidad frente a él cambiaba. De la nada, surgió una especie de gran pantalla
con un mapa con símbolos e imágenes que nunca había visto.
De forma automática salió un cinturón de energía que lo obligó a sentarse
derecho y que se sellaba en su cintura.
Era todo luz. Frente a él, se levantaban enormes torres de luz incandescente
y flotaban burbujas dentro de las cuales parecía haber criaturas diminutas
que lo observaban.
– ¿Coméis?
Carlos no lo podía creer; otros astronautas antes que él, habían visto esto y
nadie lo sabía. Estaba en una especie de estación de servicio espacial
universal y, de paso, comería pizza.
Después de comer vorazmente la mejor pizza napolitana que había probado,
le escuchó decir a Erika: astúnduru.
– Carlos ya has visto suficiente esa ventana. Vente que necesitamos que
hagas algo.
Al responder que ya iría observó el papel. Era una nota que decía:
¡Astúnduru!
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