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Licenciatura en Psicologia
2019
Alumnos:
Ledesma, Alcira
Ottone, Agostina
Ragone, Fabiola
Vallejo, Mauco
Los trastornos disociativos
Los procesos disociativos se activan como recurso para hacer frente a situaciones
desestabilizadoras y de gran intensidad emocional. Sin embargo, hasta 1980 era
infrecuente el diagnóstico de TID. Se señala el papel destacado que Freud otorgó a lo
madurativo y a la represión frente a lo traumático y a la disociación. Durante el siglo XX
los terapeutas con clientes disociativos veían la multiplicidad o disociación como una
adaptación a un síndrome de estrés postraumático crónico con origen en la infancia.
Actualmente se sabe que la secreción de glucocorticoides durante una experiencia
traumática anula el funcionamiento del hipocampo e imposibilita la fijación de una
memoria episódica - la memoria de haber estado; sin embargo siguen operativas la
memoria semántica, la somática-procedimental y la emocional-almacenamiento afectivo
de la amígdala relacionado con respuestas automáticas. Por este motivo el terapeuta
puede inferir que el paciente tiene una historia traumática, pero no sabe los pormenores
de esta.
El término disociación significa una pérdida de la habitual interrelación y consistencia
entre distintos grupos de procesos mentales, emergiendo una función como separada e
independiente de las otras. Esta pérdida de integración o disociación opera
habitualmente sobre tres áreas del funcionamiento psicológico: la memoria, la
psicomotricidad y la identidad. Caponni menciona que en el Trastorno de identidad
disociativo la persona de pronto aparece con distintos contenidos mentales,
disposición y carácter, alejándose, separándose, o sea, disociándose de todo lo anterior,
mostrando completa ignorancia de su personalidad previa.
Según el DSM IV los trastornos disociativos que comprometen a la memoria se
denominan amnesias disociativas y se caracteriza por una repentina incapacidad para
recordar importante información personal. Caponni explica que esta puede ser:
a) Circunscrita: referida a un período delimitado de tiempo, habitualmente las primeras
horas que siguieron a un conflicto o experiencia traumática severa.
b) Selectiva: en la cual la dificultad radica en recordar algunos, pero no todos los
eventos
ocurridos dentro de un cierto período de tiempo.
c) Generalizada: la amnesia abarca toda la vida del paciente.
d) Continua: el paciente no puede recordar los hechos que acontecieron en un período
determinado de tiempo incluyendo el presente.
El trastorno disociativo que compromete la psicomotricidad se denomina fuga
disociativa (antes fuga psicógena) y se refiere a una inesperada y repentina conducta
de viajar hacia cualquier lugar, asumiendo a veces una nueva identidad sin poder
recordar la previa (Capponni 1999)
Los trastornos disociativos que afectan la identidad se dividen en aquellos en los
cuales el paciente olvida temporalmente su identidad habitual y asume una nueva y
diferente, llamados trastornos de identidad disociativo, y los que pierden esa
acostumbrada y familiar sensación de su propia realidad y caen en vivencias de
irrealidad, llamados trastornos de despersonalización. (Capponni 1999)
“Se estima una prevalencia del TID del 1% en la población general; tasas que se
incrementan en población psiquiátrica “(V. Basterra Gortari, R. Ruiz Ruiz, N. Pereda
Eusa, 2013)
El diagnóstico diferencial
·12 simulación
Desde el redescubrimiento hace tres décadas de la disociación, existe cierta ambivalencia entre
la comunidad psicoanalítica y los estudiosos de la disociación. Por un lado los analistas están
familiarizados con el poder de lo inconsciente y con el origen traumático de personalidades no
conscientes. Además, el trabajo prolongado con el paciente le ofrece a este la oportunidad de
reunir la confianza para revelar su multiplicidad. Pero la autora nos advierte de las grandes
posibilidades de error y confusión dada la tradición Freudiana a desestimar lo traumático frente
a la fantasía, y además, hay que ser conscientes de que la vivencia traumática, en pacientes y en
terapeutas, tiene como consecuencia una distorsión de la percepción, un perjuicio de la
memoria y confusión entre hechos y fantasía. Otro aspecto señalado por McWilliams es el
empleo erróneo, dentro del entrenamiento psicodinámico, de conceptos de desarrollo mental
(como episodios regresivos no amnésicos o desdoblamiento de personalidad defensivo) para
referirse a cambios en el nivel de consciencia, que indicarían la emergencia de un estado
disociado en la persona. De este modo no se hacen las preguntas pertinentes para discriminar,
entre la separación de lo que estuvo previamente integrado y la disociación de algo que siempre
se mantuvo al margen.
En lo que respecta a los impulsos, no encuentra ninguna explicación para los fenómenos
disociativos, probablemente, opina la autora, porque cuando se ha prestado atención a estos ya
había perdido fuerza hegemónica la teorización psicoanalítica. Sin embargo el afecto juega un
papel fundamental en el desarrollo de los procesos disociativos dado que no ha podido ser
procesado y no está regulado. Señala como emociones generadoras de disociación en cualquier
situación traumática el terror primario, el miedo y la vergüenza, y pueden también estar
involucradas la rabia, la excitación-nerviosismo y la culpa. Además apunta a dos estados
corporales que pueden inducir a trance: el dolor insoportable y una excitación sexual vivida con
confusión. Por otro lado, suele encontrarse un trauma sexual temprano y abuso por parte de sus
cuidadores. Así mismo, la cada vez más frecuente negligencia por parte de los cuidadores, tiene
también un valor patogénico equiparable a los anteriores. El acoso y la agresión de los iguales, el
abuso emocional, y probablemente lo más patogénico de todo, ser testigo de violencia
doméstica, se encuentran en las historias de pacientes que cumplen los criterios de TID del DSM.
Al hablar de ellos, la autora se sirve del BASK (acrónimo de behavior, affect, sensation,
knowledge). Este es un modelo de disociación, propuesto por Braun (1988), como alternativa al
concepto freudiano de defensa. La autora cree que una de sus virtudes es reunir varios procesos
que suelen ocurrir juntos pero que no siempre han sido vistos como relacionados: se puede
disociar el comportamiento, como en un parálisis o en un estado de trance que lleve a la
automutilación; o el afecto, como cuando se recuerda el trauma sin sentirlo; o la sensación, en
anestesias de conversión y en memorias corporales de abuso; o el conocimiento, en estados de
fuga y amnesia. Este modelo ve la represión como subsidiaria de la disociación (de
conocimiento) y coloca gran número de casos que hubieran sido vistos como histerias en el
dominio de la disociación. Además, vincula hechos que tendían a ser vistos como intrapsíquicos
con lo traumático. Actualmente Bromberg (1998) y D.B. Stern (1997) contemplan la disociación
desde un enfoque defensivo similar.
Como cualquier defensa, esta empieza como la mejor adaptación de un organismo inmaduro a
una situación y más adelante se convertirá en automática y desadaptada. Algunos adultos
continúan utilizando, desde la experiencia traumática, sencillos y sofisticados procesos
disociativos que pasan desapercibidos; otros, cuando cesa el abuso, viven periodos prolongados
con tenues cooperaciones de otras personalidades o es una sola faceta del self (una identidad) la
que domina consistentemente el estado subjetivo. Una presentación clínica habitual sería la de
la persona cuya disociación observable cesó cuando se alejó de la familia en la que se originó el
trauma y vuelve a resurgir cuando su hijo/a alcanza la edad en la que el progenitor fue abusado.
Otro desencadenante frecuente, en una persona cuyas tendencias auto-hipnóticas han estado
dormidas, son aquellas experiencias que inconscientemente evocan el trauma infantil.
Patrones relacionales
Los pacientes que padecen una severa disociación muestran patrones de apego desorientado-
desorganizado, asociado a una infancia en la que al objeto que proporcionaba seguridad
también se le temía. Los patrones desorganizados, generados por un abuso manifiesto y/o
cuando la madre no está disponible emocionalmente, pueden incrementar la susceptibilidad a
vivir experiencias traumáticas. El patrón de apego evitativo puede ser también un predictor de
disociación. Además, las experiencias traumáticas tempranas tienen consecuencias
devastadoras: distorsionan el desarrollo del sistema límbico, causan anormalidades en el cuerpo
calloso e interfieren en el desarrollo del vermis cerebeloso. Una elevada alerta en estado crónico
inunda el cerebro con glucocorticoides dañando el hipocampo. Por tanto, McWilliams concluye
que el trauma severo puede invalidar factores constitucionales, ambientales, genéticos o
psicológicos de resiliencia.
McWilliams nos presenta la teoría de Kluft (1984) que propone cuatro factores etiológicos de
personalidad múltiple y disociación severa: el sujeto tiene una alta capacidad de hipnosis; ha
sido severamente traumatizado; las respuestas disociativas están modeladas por una
determinada historia infantil, es decir, la disociación es adaptativa y ha sido reforzada por la
familia; y por ultimo, no se experimenta bienestar después o durante un episodio traumático, es
decir, hay un sistema familiar conspiratorio que niega los sentimientos, que olvida el dolor, y que
actúa como si los horribles hechos ocurrido la noche anterior fueran imaginados.
McWilliams describe el SELF (la idea, consciente o inconsciente, que el sujeto tiene de sí mismo y
el modo en que se vive) de los pacientes con identidad disociativa no solamente fragmentado,
sino también impregnado de miedos paralizantes, vergüenza y pensamientos auto-punitivos.
Aún así, destaca el buen funcionamiento de muchas personas con disociación dentro de su
sumamente compartimentada experiencia de sí mismo.
Señala que una infancia caracterizada por la negligencia y el maltrato no permite la integración
de la personalidad. El sí mismo está fracturado en sí mismos parciales, desgajados, que cumplen
ciertas funciones: existe una “personalidad huésped” (que suele ser la que busca tratamiento y
que se presenta ansiosa, distímica y abrumada), componentes infantiles, perseguidores internos,
víctimas, protectores, ayudadores, e identidades con cualidades especiales. El huésped puede
conocerlos a todos, a alguno, o a ninguno, y lo mismo ocurre con cada estado de personalidad
(alter).
Presenta el trabajo de Colin Ross (1989) que enumera, en su “mapa cognitivo”, un núcleo de
creencias originadas en el abuso infantil, esto es: diferentes partes del sí mismo son identidades
separadas; la víctima es responsable del abuso; está mal mostrar sentimientos negativos (rabia,
frustración, desafío…); el pasado es presente; la personalidad principal no puede hacerse cargo
de los recuerdos y además debe ser castigada; “adoro a mis padres pero ella los odia”; no me
puedo fiar de mí mismo, ni de los otros. Luego Ross disecciona cada una de estas convicciones,
mostrando los componentes de las creencias y la inevitable extrapolación de estas.
Algunos terapeutas hablan de “partes”, otros lo refieren como “diferentes maneras de ser tú”;
McWilliams afirma que lo óptimo es buscar la fórmula para expresar la experiencia de ser sólo
uno mientras se siente como siendo muchos. Así, el tratamiento puede parecer una terapia
familiar con una persona que ha construido un sistema familiar interno. La autora cree que para
acceder a las diferentes personalidades, reducir la barrera de la amnesia e integrar en la
personalidad los recuerdos, sentimientos y valores previamente secuestrados, es necesario
actuar sabiendo que todas las personalidades son el paciente, y que son aspectos
potencialmente adaptativos. Y añade que cuando las otras personalidades no están presentes,
se debe asumir que están escuchando y que reciben el cuidado que se le brinda a la
personalidad disponible en ese momento.
La autora afirma que debido a las poderosas transferencias traumáticas, el terapeuta debe
tolerar “ser usado” por el paciente aún sintiéndose tergiversado. Esto sería la “responsividad de
rol” de Sandler (1976) o la fórmula “llevar/vestirse los atributos” (“wearing the attributions”) del
cliente de Lichtenberg (2001). Los que han sido severamente maltratados ven al abusador en
aquel del que tienen que depender, especialmente cuando la identidad o estado de
personalidad infantil está surgiendo. Además, el presente se parece tanto al pasado que son
comunes las creencias alucinatorias. Esto puede ser visto como psicótico pero, en su opinión, se
entiende mejor como transferencia traumática: son percepciones, sensaciones y afectos
postraumáticos que no se hicieron conscientes en el momento del abuso y que permanecen
desintegrados en la narrativa del paciente. Podrían entenderse como respuestas
emocionalmente condicionadas a estímulos asociados al abuso.
Como la transferencia inunda a los pacientes disociativos, McWilliams cree que el terapeuta
debe ser “real”, porque estos pacientes tienden a asumir que la realidad actual es una distorsión
de la verdadera realidad de explotación, abandono… que les acecha. Añade que para explorar la
transferencia es necesario que, desde el principio, el terapeuta establezca claramente que es
alguien diferente del abusador. Y advierte que deben mostrarse pronto en el tratamiento las
contradicciones de las transferencias asumidas sin crítica por el paciente, y estas deben
reorientarse durante o después de una vivencia retrospectiva.
Las transferencias eróticas y traumáticas son las más perturbadoras para la relación terapéutica.
La tentación de actuar el rol de objeto idealizado de deseo, o de rescatador, sin darse cuenta de
los propios sentimientos de odio y resentimiento, puede producir actuaciones que infantilicen y
dañen al paciente, y que exacerben sus respuestas disociativas. En opinión de McWilliams, la
respuesta de estos pacientes ante la más minima muestra de cariño es tan enternecedora que el
terapeuta podría saltarse los límites, y advierte de lo contraproducente de este comportamiento
dado que son pacientes especialmente sensibles a cualquier violación de los límites, porque les
lleva a evocar un abuso incestuoso. Esta tendencia a la sobreimplicación contratransferencial,
junto a la dificultad para contener a estos pacientes (cuando predicen un nuevo abuso, se saltan
los límites para calibrar), refuerza la importancia de un talante más cálido y expresivo que con
otros pacientes, y al mismo tiempo un cumplimiento meticuloso de los limites. La autora
también señala como reacción contratransferencial la disociación del terapeuta.
Menciona las fases de Chu (1998) para indicar las posibles etapas del tratamiento, estas sería: un
trabajo inicial con la atención puesta en conductas de autocuidado, control de síntomas,
conocimiento del trauma temprano, apoyo en el funcionamiento diario, expresión de
sentimientos, y constante negociación de la alianza terapéutica; una fase intermedia que
supondría la descarga de emociones y afectos ligados a recuerdos y una reconstrucción a un
ritmo tolerable por el paciente; y una fase final en la que se fomentaría la consolidación de
logros y de herramientas necesarias para desenvolverse en la vida. Por su parte Chefetz
(comunicación personal, 2010) resumiría las fases del tratamiento del siguiente modo: primero,
la estabilización del paciente (puede ser una etapa prolongada y puede incluir la enseñanza de
técnicas de auto-relajación, auto-cuidado, toma de contacto con la realidad y tolerancia de los
afectos); segundo, el trabajo con lo traumático; y tercero, la integración.
McWilliams cita el trabajo de Coons et al. (1988), que arroja una cifra de 7 años desde que una
persona con una disociación compleja busca ayuda hasta que se le diagnostica correctamente.
Según la autora, no se tiene en cuenta la disociación, a menos que se haya recibido un
entrenamiento específico, por tanto, a estos pacientes no se les pregunta si han sufrido malos
tratos o abusos, y no se indaga en síntomas relacionados con despersonalización, desrealización
o amnesia. Por ejemplo, añade, si un paciente dice escuchar voces, se puede preguntar si las oye
dentro o fuera de su cabeza, y este fácil sistema podría permitirnos discriminar entre un estado
alucinatorio postraumático o una descompensación psicótica.
Para ayudarnos a discriminar la autora señala que los datos sugieren que la posibilidad de un
proceso disociativo incluye: una historia traumática; antecedentes familiares de alcoholismo
severo o abuso de drogas; antecedentes personales de accidentes importantes sin explicación;
amnesia en los años de escuela primaria; un patrón de comportamiento autodestructivo sin
explicación racional por parte del paciente; quejas de pérdida de tiempo, quedarse en blanco o
distorsión del tiempo; dolores de cabeza (usualmente durante un cambio de estado de
personalidad); referirse a uno mismo en tercera persona o en la primera persona en plural;
rotación de ojos y comportamientos similares al trance; voces o ruidos dentro de la cabeza;
anteriores tratamientos fallidos.
En opinión de la autora, el terapeuta debe indagar con mucho cuidado los frecuentes rasgos de
despersonalización y desrealización, porque el paciente siente vergüenza de comunicar estos
síntomas por el temor a ser tomado por loco.
La disociación abarca un abanico muy amplio: desde síntomas ocasionales de disociación que
cualquiera puede haber vivido, pasando por una leve disociación, hasta un trastorno de
personalidad multi-fragmentada. Existe una entrevista clínica estructurada a partir del trastorno
disociativo del DSM-IV (completarla puede tomar 2 o 3 horas). Otros inventarios que podrían ser
útiles son: el de C.A. Ross (1989); el de Briere (1992) y el de Dell (2006).
Diagnóstico diferencial
En cuanto a las personas con trastorno bipolar y esquizoafectivo, la autora señala que estos
tienen cambios de humor pero no trastornos de memoria. Una persona con trastorno bipolar en
la fase maniaca vive más la grandiosidad que la agitación de la persona con disociación. Por otro
lado, mientras que un ciclo rápido en un trastorno bipolar puede ocurrir cuatro veces al año, los
pacientes disociativos pueden llegar a variar su estado de conciencia muchas veces en una hora.
Siendo cierto que los síntomas disociativos pueden coexistir con esquizofrenia y con psicosis
afectivas, hay que ser muy cuidadosos determinando si la disociación ocupa un lugar
predominante en la psicosis. Cuando el paciente informa de voces, McWilliams le podría pedir
hablar con “la parte de ti que está diciendo esas cosas”, y, si predomina la disociación, una
identidad o estado de personalidad responderá.
También considera McWilliams que es necesario atender al diagnóstico diferencial de los
trastornos disociativos respecto de los trastorno límite de la personalidad (TLP), aunque ambos
pueden darse en una misma persona al mismo tiempo. Kluft (1991) observó en un estudio sobre
adherencia con pacientes que padecen ambos trastornos, que 1/3 dejo de mostrar TLP al
comenzar al tratamiento, 1/3 dejó de mostrar TLP según se resolvía el trastorno disociativo, y
1/3 mantuvo TLP incluso cuando se llegó a una integración de la personalidad. Otro aspecto a
tener en cuenta es si predominan temáticas relacionadas con la separación-individuación en los
pacientes disociativos, porque es común que sean tomados por TLP cuando su disociación se
vuelve problemática. La disociación se parece al desdoblamiento de los TLP, y los cambios en el
estado de la personalidad de la disociación pueden parecerse, sin la amnesia, a los ataques de
hostilidad, dependencia y vergüenza de los TLP. A los pacientes disociativos les cuesta confiar a
no ser que se sientan muy seguros, y los TLP se mueven en una dinámica entre el odio y el amor,
la idealización y la devaluación, más racionalizadora.
Por último es necesario diferenciar los trastornos disociativos respecto de las organizaciones de
personalidad psicopáticas. Muchos pacientes con trastorno antisocial utilizan defensas
disociativas o sufren un trastorno de identidad disociativa. Es extremadamente difícil diferenciar
a una personalidad psicopática con rasgos disociativos, de una personalidad disociativa con un
estado de personalidad psicopático. Esto es así porque cuando se cuestiona esta posibilidad, hay
demasiados temas legales en juego. McWilliams cree que es prudente asumir que hay un
trastorno psicopático cuando la persona tiene la necesidad demostrar que padece un
determinado trastorno para librarse de una condena.
Para finalizar, apuntar que la autora entiende que el acercamiento al fenómeno de la disociación
debe hacerse desde una profunda empatía hacia la experiencia interna de la persona que se
comporta y se siente como un conglomerado de diferentes identidades o estados de
personalidad. Señala además, que trabajar con este grupo de pacientes implica una gran
demanda emocional y, por este motivo, el terapeuta debe tener un profundo autoconocimiento
y trabajar apoyándose en una buena supervisión y en otros compañeros de profesión.
Persona: se puede observar que en el dibujo de la persona solo construye la cara de la misma no
existiendo el cuerpo ni continuidad del cuello hacia los hombros, indicando una ausencia de la
corporalidad. La cabeza está muy claramente dibujada en contraste con un cuerpo ausente
rechazado, denotanto un concurrencia habitual a la fantasía como factor compensatorio o bien
tener sentimientos de inferioridad o vergüenza conrespecto a sus partes y funciones corporales.
Podemos observar un cuello alto y delgado lo que nos indica una personalidad moralista,
educada, rigida que pretende dar buena imagen.
En tanto las facciones se encuentran simetricas denotando dos personalidades opuestas. Enfasis
exagerado, marcado, con excesiva acentuación de los rasgos faciales, mostrando un sujeto que
en sus fantasías ha compensado la deficiencia de sí mismos por la imagen propia de un individuo
agresivo y socialmente dominante.
En la de la izquierda (pasado) podemos observar lagrimas, tristeza, el cabello corto y anteojos y
en la de la derecha podemos observar no solo el uso de antifaz sino tambien una mueca en la
boca la que deja ver los dientes. El cabello se encuentra sobre los hombros, irradiando aires de
sensualidad a diferencia de la de la izquierda que impresiona como introvertida.
Presenta una boca (fuente de satisfacción sensual y erótica) destacada señalado un individuo
con dificultad sexual, este enfasis excesivo en la proyección de la boca, se encuentra,
estrechamente ligado al capricho de los alimentos y los síntomas gástricos, al lenguaje
indecente, ya losarreglos de mal humor. Asimismo en una de las caras presenta una boca
detallada con dientes a la vista, que en el dibujo de un adulto, es específico como signo de
infantilidad y agresión oral, pudiendo confundirse con un diagnostico esquizofrénico simple o
tipos histriónicos.
Se observa tambien las orejas marcadas en ambas caras lo que podria suponer alucinaciones
auditivas.
Los trazos en los ojos son marcados tanto en los ojos como en los accesorios, en tanto los trazos
en el cabello son de tipo debil, ondulados, fragmentados y circulares, asi mismo podemos
observar los detalles que elabora en el cabello de la derecha denotando un elemento de
consideracion que indica deseos de aparecer sexualmente atractivo. En tanto la cara de la
izquierda si bien guarda relacion con el rostro femenino da cuenta en su largo del corte con la
femineidad marcando un costado varonil.
Siendo los ojos un punto capital donde se concentra la idea del propio ser y su vulnerabilidad.
Una parte considerable de la función de la conminación social que se atribuye a la cabeza, está
concentrada en los ojos. Estos son los órganos básicos para el contacto social con el mundo
exterior y son los como el espejo del alma, podemos observar que el sujeto muestra una mirada
penetrante y agresiva, asi como tambien indicadores de estado de alerta. Los lentes denotan
dependencia y emocion superficial
Nariz reforzada sospecha de intento de compensación a causa de una sexualidad inadecuada,
con ventanas de la nariz están señaladas con algún grado de énfasis, considerandolo como un
acento específico de agresión, la cual se encuentra específicamente corroborada por otros
aspectos del dibujo
Bibliografía
·13 Psicopatología Y Semiología Psiquiátrica Ricardo Capponi M.
·14 REVISTA DE PSIQUIATRÍA INFANTO-JUVENIL Número 3/2013 Julio – Septiembre Caso
Clínico Trastorno de identidad disociativo: a propósito de un caso Virginia Basterra
Gortari, Raquel Ruiz Ruiz, Nahia Pereda Eusa
·15 DSM IV
·16 Aperturas Psicoanaliticas - Revista Internacional de Psicoanalisis -
www.aperturas.org/articulo.php?articulo=856 - Presentacion Numero 047 2014 Autor:
Menor Barbero, Mónica
·17 Biografia Citada en la Obra Original de McWilliams, N. - Diagnóstico
Psicoanalítico. Comprendiendo la estructura de personalidad en el proceso
clínico:
·19 Briere, J. (1992). Child abuse trauma: Theory and treatment of the
lasting effects. Thousand Oaks, CA: Sage.
·22 Chu, J.A. (1998). Riding the therapeutic roller coaster: Stage-oriented
treatment for survivors of childhood abuse. In Rebuilding shattered
lives: The responsible treatment of complex post-traumatic and
dissociative disorders (pp. 75-91). New York: Wiley.
·25 Herman, J.L. (1992). Trauma and recovery: The aftermath of violence –
From domestic abuse to political terror. New York: Basic Books.
·26 Janet, P. (1890). The major symptoms of hysteria. New York: Macmillan.
·30 Lichtenberg, J.D. (2001). Motivational systems and model scenes with
special references to bodily experience. Psychoanalytic Inquiry, 21, 430-
447.
·31 Prince, M. (1906). The dissociation of a personality: A biographical study
in abnormal personality. New York: Longman, Green.