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[1]
Terry Pratchett
CAPÍTULO 1
1
Las personas dicen cosas como "Escuche a su corazón", pero las brujas aprenden a escuchar otras cosas también.
Es asombroso lo que pueden decirle sus riñones. (Nota del autor)
—¿Por qué hablar de eso? Vayamos y veamos —dijo la voz—. No nos
está yendo muy bien por aquí, ¿verdad?
Eso era verdad. Las tierras bajas no eran buenas para las brujas. La
Srta. Tick ganaba unos peniques haciendo un poco de medicina y adivinando
la fortuna,2 y dormía en establos la mayoría de las noches. Dos veces había
sido lanzada en un estanque.
—No puedo entrar sin llamar —dijo—. No en el territorio de otra bruja.
Eso nunca, nunca resulta. Pero... —hizo una pausa—... las brujas no
aparecen de la nada. Echemos un vistazo...
Sacó un platillo rajado de su bolsillo, y vertió en él el agua de lluvia que
se había juntado sobre su sombrero. Luego sacó una botella de tinta de otro
bolsillo y vertió justo lo necesario para volver negra el agua.
Lo cubrió con las manos para protegerlo de las gotas de lluvia, y
escuchó a sus ojos.
2
Los adivinos corrientes te dicen lo que quieres que ocurra; las brujas te dicen lo que va a ocurrir tanto si lo
quieres o no. Es bastante extraño, pero las brujas tienden a ser más exactas pero menos populares. (Nota del
autor)
palabra ‘susurro’. Era una palabra en la que no muchas personas habían
pensado, jamás. Mientras sus dedos frotaban las truchas bajo la barbilla
hacía rodar la palabra una y otra vez en su cabeza.
Susurro... de acuerdo con el diccionario de su abuela, significaba ‘un
suave sonido bajo, tanto de cuchicheo como de hablar entre dientes’. A
Tiffany le gustaba el sabor de la palabra. Le hacía pensar en misteriosas
personas con largas capas susurrando importantes secretos detrás de una
puerta: susurrossussurross...
Había leído el diccionario de punta a punta. Nadie le dijo que se suponía
que no lo hiciera.
Mientras lo pensaba, se dio cuenta de que la feliz trucha se había
alejado. Pero había otra cosa en el agua, a unas pocas pulgadas de su cara.
Era una canasta redonda, no más grande que media cáscara de coco,
cubierta con algo para cerrar los hoyos y hacerla flotar. Un hombrecillo, de
sólo seis pulgadas de altura, estaba de pie adentro. Tenía una masa de pelo
rojo desordenado, en el que habían sido tejidas algunas plumas, cuentas y
trocitos de tela. Tenía una barba roja, que se veía casi tan mal como el pelo.
Lo que quedaba sin cubrir por tatuajes azules iba cubierto con una diminuta
falda escocesa. Y agitaba un puño hacia ella, y gritaba:
—¡Crivens! ¡Vete de aquí, tú pequeñita tonta! ¡Viene el cabeza verde!
Y entonces tiró de un trozo de cordel que colgaba del costado de su
bote y un segundo hombre pelirrojo salió a la superficie, tomando bocanadas
de aire.
—¡No es tiempo de pescar! —dijo el primer hombre, subiéndolo a bordo
—. ¡Viene el cabeza verde!
—¡Crivens! —dijo el nadador, chorreando agua—. ¡Salgamos volando!
Y con eso agarró un remo muy pequeño y, con rápidos movimientos de
un lado a otro, hizo que la canasta ganara velocidad.
—¡Excúsenme! —gritó Tiffany—. ¿Son ustedes hadas?
Pero no hubo respuesta. El pequeño bote redondo había desaparecido
en los juncos.
Probablemente no, reflexionó Tiffany.
Entonces, para su secreto deleite, escuchó un susurro. No había viento,
pero las hojas de los arbustos de aliso junto a la orilla del río empezaron a
temblar y crujir. También los juncos. No se doblaron, sólo se pusieron
borrosos. Todo se puso borroso, como si algo hubiera tomado el mundo y lo
estuviera agitando. El aire burbujeó. Las personas cuchichearon detrás de
las puertas cerradas...
El agua empezó a burbujear, justo debajo de la ribera. No estaba muy
honda aquí —apenas habría alcanzado las rodillas de Tiffany si hubiera
caminado dentro— pero de repente estaba más oscura y más verde y, de
algún modo, mucho más profunda...
Retrocedió un par de pasos justo antes de que unos brazos largos y
flacos surgieran del agua y manotearan locamente el lugar donde ella había
estado. Por un momento vio una delgada cara con largos dientes, unos
inmensos ojos redondos y un pelo verde como hierba de agua que goteaba,
y luego la cosa se volvió a zambullir en las profundidades.
Para cuando el agua se cerró sobre él, Tiffany ya estaba corriendo a lo
largo de la ribera hasta la pequeña playa donde Wentworth estaba haciendo
pasteles de rana. Recogió al niño justo cuando un torrente de burbujas daba
vuelta la curva en la orilla. Otra vez el agua hirvió, la criatura de pelo verde
se alzó, y los largos brazos manotearon el barro. Entonces gritó, y volvió a
meterse en el agua.
—¡Quedo hacer pipí! —gritó Wentworth.
Tiffany lo ignoró. Estaba observando el río con expresión atenta.
No estoy asustada en absoluto, pensó. ¡Qué extraño! Debería estar
asustada, pero sólo estoy enfadada. Quiero decir, puedo sentir el temor,
como una pelota roja y caliente, pero el enfado no lo deja salir...
—¡Quedo quedo quedo quedo ir... a hacer pipí! —chilló Wentworth.
—Ve, entonces —dijo Tiffany, distraídamente. Las olas todavía
salpicaban contra la orilla.
No tenía ningún sentido contarle a nadie sobre esto. Todos dirían ‘¡Qué
imaginación tiene la niña!’, si estaban de buen humor, o ‘¡No cuentes
historias!’ si no lo estaban.
Todavía estaba muy enfadada. ¿Cómo se atrevía un monstruo a
aparecer en el río? ¡Especialmente uno tan... tan... ridículo! ¿Quién se
pensaba que era?
3
Grizzel, suena como ‘grizzle’, que significa lloriquear, quejarse. (Nota del traductor)
Buscó un plato de sopa, fue a un cajón, sacó la cinta de medir que su
madre usaba para la costura, y lo midió.
—Hum —dijo—. Ocho pulgadas. ¡Por qué no lo dijeron sencillamente!
Desenganchó la sartén más grande, una que podía cocinar el desayuno
para media docena de personas de una sola vez; tomó algunos dulces del
pote sobre el aparador y los puso en una vieja bolsa de papel. Entonces,
ante la hosca perplejidad de Wentworth, le tomó una mano pegajosa y se
dirigió hacia el arroyo otra vez.
Las cosas todavía parecían muy normales ahí abajo, pero no iba a
permitir que eso la engañara. Todas las truchas habían huido y las aves no
estaban cantando.
Encontró un lugar sobre la orilla con el arbusto del tamaño correcto.
Entonces clavó al suelo un trozo de madera, golpeándolo tan duro como
pudo, cerca del borde del agua, y ató la bolsa de dulces a él.
—Dulces, Wentworth —gritó.
Agarró la sartén y se colocó rápidamente detrás del arbusto.
Wentworth trotó hacia los dulces y trató de coger la bolsa. No se
movería.
—¡Quedo ir... a hacer pipí! —gritó, porque era una amenaza que
habitualmente resultaba. Sus dedos regordetes lucharon con los nudos.
Tiffany observó el agua con cuidado. ¿Estaba poniéndose más oscura?
¿Estaba poniéndose más verde? ¿Había sólo hierba de agua ahí abajo? ¿Esas
burbujas eran sólo unas truchas, riéndose?
No.
Corrió fuera de su escondite meneando la sartén como un bate. El
aullante monstruo, que saltaba fuera del agua, se encontró con la sartén que
venía del otro lado con un sonido metálico.
Fue un buen sonido metálico, con el oiyoiyoioioioioioi-nnnnnggggggg
que era la señal de un golpe bien dado.
La criatura colgó ahí por un momento, algunos dientes y trozos de
hierba verde salpicaron el agua, entonces se deslizó lentamente y se hundió
con algunas enormes burbujas.
El agua se aclaró y fue otra vez el mismo viejo río, poco profundo,
helado y tapizado con guijarros.
—Quedo quedo dulces —gritó Wentworth, que nunca notaba nada en
presencia de dulces.
Tiffany desató el cordel y se los dio. Él los comió demasiado
rápidamente, como siempre hacía con los dulces. Ella esperó hasta que se
sintió enfermo, y luego volvieron a la casa en un estado de ánimo pensativo.
En los juncos, muy abajo, unas vocecillas susurraron:
—Crivens, Pequeño Bobby, ¿has visto eso?
—Sí. Será mejor que disparemos y le contemos al Gran Hombre que
hemos encontrado a la bruja.
¡Jografía!
¡Jografía!
¡Jografía!
Tiffany había leído lo suficiente para saber que mientras que él podía
ser un genio en las grandes masas de tierra, a este profesor en particular le
podría haber venido bien algo de ayuda del hombre que dirigía el puesto
contiguo:
Se preguntó qué tan útil había sido la cosa en el río, pero éste parecía
ser el único lugar donde averiguarlo. Algunos niños estaban esperando sobre
los bancos dentro del puesto a que la lección comenzara, pero el maestro
todavía estaba parado enfrente, con la esperanza de llenar los espacios
vacíos.
—Hola, pequeña niña —dijo, el cual fue sólo su primer gran error—.
Estoy seguro de que tú quieres saber todo sobre los erizos, ¿eh?
—Ya hice éste el verano pasado —dijo Tiffany.
El hombre la miró desde más cerca, y su sonrisa se destiñó.
—Oh, sí —dijo—. Recuerdo. Hiciste todas aquellas... pequeñas
preguntas.
—Hoy deseo la respuesta a una pregunta —dijo Tiffany.
—Siempre que no sea una sobre cómo obtienes bebés erizos —dijo el
hombre.
—No —dijo Tiffany, pacientemente—. Es sobre zoología.
—Zoología, ¿eh? Ésa es una gran palabra, ¿verdad?
—No, en realidad no —dijo Tiffany—. Condescender es una gran
palabra. Zoología es muy, pero muy corta.
Los ojos del maestro se estrecharon aun más. Los niños como Tiffany
eran malas noticias.
—Puedo ver que eres inteligente —dijo—. Pero no conozco de ningún
maestro de zoología por estos lares. Veterinarios, sí, pero no zoología.
¿Algún animal en particular?
—Burra Dientes Verdes.[5] Un monstruo de agua con dientes grandes y
garras y ojos como platos de sopa —dijo Tiffany.
—¿Platos de sopa de qué tamaño? ¿Quieres decir grandes platos de
sopa, todo un tazón lleno, tal vez con algunos bizcochos, posiblemente
incluso un bollo de pan, o quieres decir la pequeña taza que podrías
conseguir si, por ejemplo, sólo pidieras sopa y una ensalada?
—El tamaño de platos de sopa que miden ocho pulgadas de diámetro —
dijo Tiffany, que nunca había pedido sopa y una ensalada en ningún lugar en
toda su vida—. Lo verifiqué.
—Hum, ése es un enigma —dijo el maestro—. No pienses que lo
conozco. Indudablemente no es útil, lo sé. Me suena a inventado.
—Sí, eso fue lo que pensé —dijo Tiffany—. Pero todavía me gustaría
saber más sobre él.
—Bien, podrías tratar con ella. Es nueva.
El maestro señaló con el pulgar hacia una pequeña carpa al final de la
hilera. Era negra y muy gastada. No tenía ningún afiche, y absolutamente
ningún signo de exclamación.
—¿Qué enseña? —preguntó.
—No lo podría decir —dijo el maestro—. Dice que está pensando, pero
no sé cómo enseñas eso. Te costará una zanahoria, gracias.
Cuando se acercó, Tiffany vio un pequeño cartel clavado al exterior de
la carpa. Decía, en letras que más que gritar susurraban:
La Srta. Tick
4
Garrapatas. (Nota del traductor)
5
Srta. Tick, en inglés Miss Tick, se escribe muy similar a místico, mystick. (Nota del traductor)
6
Tiffany había leído muchas palabras en el diccionario que había nunca escuchado, así que tenía que tratar de
adivinar cómo se pronunciaban. (Nota del autor)
sería...
—Puedo ver que nos vamos a llevar de maravillas —dijo la Srta. Tick—.
Podría no haber sobrevivientes.7
—¿Realmente es una bruja?
—Oh, pur-lease —dijo la Srta. Tick—. Sí, sí, soy una bruja. Tengo un
animal que habla, una tendencia a corregir la pronunciación de los demás —
es juego de palabras, a propósito, no ‘jogo’— y me fascina meter mi nariz en
los asuntos de otras personas y, sí, un sombrero puntiagudo.
—¿Puedo accionar el resorte ahora? —preguntó el sapo.
—Sí —dijo la Srta. Tick, sus ojos todavía sobre Tiffany—. Puedes
accionar el resorte.
—Me gusta accionar el resorte —dijo el sapo, arrastrándose hasta la
parte posterior del sombrero.
Se escuchó un clic, y un lento ruido de zuap-zuap, y el centro del
sombrero creció despacio y a sacudones entre las flores de papel, que se
cayeron.
—Er... —dijo Tiffany.
—¿Tienes una pregunta? —dijo la Srta. Tick.
Con un último zuop, la punta del sombrero fue una punta perfecta.
—¿Cómo sabe que no correré ahora mismo a decirle al Barón? —dijo
Tiffany.
—Porque no tienes el mínimo deseo de hacerlo —dijo la Srta. Tick—.
Estás completamente fascinada. Quieres ser una bruja, ¿estoy en lo
correcto? Probablemente quieras volar sobre un palo de escoba, ¿sí?
—¡Oh, sí! —A menudo había soñado con volar. Las siguientes palabras
de la Srta. Tick la devolvieron a la tierra.
—¿De veras? ¿Te gusta tener que vestir pantalones real, realmente
gruesos? Créeme, si tengo que volar uso dos pares de lana y un par de lona
en el exterior lo cual, puedo decirte, no es muy femenino sin importar
cuánto encaje le cosas. Puede ponerse frío allá arriba. Las personas lo
olvidan. Y entonces está la piel de gallina. No me preguntes sobre la piel de
gallina. No hablaré de ella.
7
El remate de la frase proviene del modismo ‘nos vamos a llevar de maravillas’, que literalmente se traduciría
como ‘seguiremos como una casa en llamas’. (Nota del traductor)
—¿Pero no puede usar un hechizo para mantener el calor? —dijo
Tiffany.
—Podría. Pero una bruja no hace ese tipo de cosas. En cuanto usas
magia para mantenerte caliente, entonces empezarás a usarla para otras
cosas.
—¿Pero no es lo que una bruja se supone que...? —empezó Tiffany.
—Apenas aprendes sobre magia, quiero decir realmente aprender sobre
magia —aprender todo lo que puedes aprender sobre magia— entonces
todavía tienes que aprender la lección más importante —dijo la Srta. Tick.
—¿Cuál es?
—No usarla. Las brujas no usan magia a menos que realmente tengan
que hacerlo. Es trabajo duro y difícil de controlar. Hacemos otras cosas. Una
bruja presta atención a todo lo que ocurre. Una bruja usa su cabeza. Una
bruja está segura de sí misma. Una bruja siempre tiene un trozo de cordel...
—¡Siempre tengo un trozo de cordel! —dijo Tiffany—. ¡Es siempre útil!
—Bien. Aunque hay más en la brujería que un cordel. Una bruja se
deleita en las sutilezas. Una bruja ve a través y alrededor de las cosas. Una
bruja ve más allá que la mayoría. Una bruja ve las cosas desde el otro lado.
Una bruja sabe dónde está, y cuándo está. Una bruja vería a Burra Dientes
Verdes —añadió—. ¿Qué ocurrió?
—¿Cómo sabía que vi a Burra Dientes Verdes?
—Soy una bruja. Adivino —dijo la Srta. Tick.
Tiffany miró la carpa a su alrededor. No había mucho para ver, incluso
ahora que sus ojos se estaban acostumbrando a la penumbra. Los sonidos
del mundo exterior se filtraban a través de la pesada tela.
—Creo...
—¿Sí? —dijo la bruja.
—Creo que usted me escuchó decirle al maestro.
—Correcto. Sólo usé mis orejas —dijo la Srta. Tick, sin mencionar los
platillos de tinta en absoluto—. Cuéntame sobre este monstruo con los ojos
del tamaño de platos de sopa de la clase que tiene ocho pulgadas de
diámetro. ¿Dónde entran en esto los platos de sopa?
—El monstruo es mencionado en un libro de historias que tengo —
explicó Tiffany—. Dice que Burra Dientes Verdes tiene los ojos del tamaño
de platos de sopa. Hay un dibujo, pero no es bueno. Así que medí un plato
de sopa, así que pude ser exacta.
La Srta. Tick puso la barbilla sobre su mano y lanzó a Tiffany una rara
sonrisa.
—Eso estuvo bien, ¿verdad? —preguntó Tiffany.
—¿Qué? Oh, sí. Sí. Hum... sí. Muy... exacto. Sigue.
Tiffany le contó sobre la pelea con Burra, aunque no mencionó a
Wentworth en caso de que la Srta. Tick se pusiera rara sobre eso. La Srta.
Tick escuchaba cuidadosamente.
—¿Por qué la sartén? —preguntó—. Podrías haber buscado un palo.
—Una sartén sólo me pareció una mejor idea —respondió Tiffany.
—¡Ja! Lo fue. Si hubieras usado un palo, Burra se lo hubiera comido.
Una sartén está hecha de hierro. Las criaturas de su tipo no toleran el
hierro.
—¡Pero es un monstruo de un libro de cuentos! —dijo Tiffany—. ¿Qué
está haciendo, apareciendo en nuestro pequeño río?
La Srta. Tick miró a Tiffany durante un rato, y luego preguntó:
—¿Por qué quieres ser una bruja, Tiffany?
Busquen A La Bruja
Había solamente un lugar donde era posible que alguno, en una gran
familia, consiguiera privacidad, y era en el retrete. Era uno de tres huecos, y
era donde todos iban si querían estar solos durante un rato. Había una vela
ahí dentro, y el Almanack del año pasado colgando de un cordel. Los
impresores conocían a sus lectores, e imprimían el Almanack sobre suave
papel delgado.
Tiffany encendió la vela, se puso cómoda, y miró el libro de los Reelatos
De Headas. La luna gibosa le llegaba a través del agujero de media luna
cortado en la puerta.
Nunca le había gustado el libro, realmente. Le parecía que trataba de
decirle qué hacer y qué pensar. No te apartes del sendero, no abras esa
puerta, pero odia a la perversa bruja porque es perversa. Oh, y cree que el
tamaño del zapato es una buena manera de escoger a una esposa.
Muchos las historias eran muy sospechosas, en su opinión. Había una
que terminaba cuando los dos buenos niños metían a la perversa bruja en su
propio horno. Tiffany se había preocupado por eso después de todo ese
problema con la Sra. Snapperly. Historias así evitaban que las personas
pensaran apropiadamente, estaba segura. Había leído ése y pensó,
¿Excúseme? Nadie tiene un horno lo bastante grande para meter a toda una
persona adentro, ¿y qué hizo que los niños pensaran que podían andar por
allí comiéndose las casas de las personas en todo caso? ¿Y por qué un niño
tan estúpido para no saber que una vaca vale mucho más que cinco frijoles
tiene el derecho de asesinar a un gigante y robarle todo su oro? ¿Sin
mencionar que comete un acto de vandalismo ecológico? Y una niña que no
puede distinguir la diferencia entre un lobo y su abuela debe ser tan torpe
como la teca o venir de una familia sumamente fea. Las historias no eran
reales. Pero la Sra. Snapperly había muerto por las historias.
Pasó rápidamente página tras página, buscando las imágenes correctas.
Porque, aunque las historias la hacían enfadar, los dibujos, ah, los dibujos
eran las cosas más hermosas que jamás había visto.
Pasó una página y allí estaba.
La mayoría de las imágenes de hadas no eran muy impresionantes.
Francamente, parecían del tipo de unas pequeñas niñas bailarinas que
acabaran de tener que pasar por un arbusto de zarzas. Pero ésta... era
diferente. Los colores eran extraños, y no había sombras. Unas gigantes
hierbas y margaritas crecían por todos lados así que las hadas debían haber
sido muy pequeñas, pero se veían grandes. Parecían unos seres humanos
algo extraños. Por cierto, no se veían mucho como hadas. Apenas alguna
tenía alas. Eran formas raras, de hecho. De hecho, algunas parecían
monstruos. Las niñas con tutús no habrían tenido muchas posibilidades.
Y lo raro era que, única entre todas las imágenes en el libro, ésta se
veía como si hubiera sido hecha por un artista que pintaba lo que estaba
enfrente de él. Las otras, las bailarinas y los bebés con ropa de jugar, tenían
una mirada inventada y sentimentaloide. Ésta no. Ésta decía que el artista
había estado ahí...
... por lo menos en su cabeza, pensó Tiffany.
Se concentró en la esquina inferior izquierda, y allí estaba. Lo había
visto antes, pero tenías que saber dónde mirar. Era definitivamente un
hombrecillo de cabello rojo, desnudo a excepción de una falda escocesa y un
delgado chaleco, frunciendo el ceño hacia afuera de la imagen. Parecía muy
enfadado. Y... Tiffany movió la vela para ver más claramente... estaba
definitivamente haciendo un gesto con la mano.
Incluso si no sabías que era uno descortés, era fácil de adivinar.
Escuchó voces. Abrió la puerta con el pie para escucharlas mejor,
porque una bruja siempre escucha las conversaciones de otras personas.
El sonido venía desde el otro lado del seto, donde había un campo que
debía haber estado lleno de nada más que ovejas, esperando ir al mercado.
Las ovejas no son conocidas por su conversación. Salió a hurtadillas en el
amanecer con neblina y encontró una pequeña brecha hecha por los
conejos, y que le daba una vista bastante buena.
Había un carnero paciendo cerca del seto y la conversación venía de él
o, mejor, de algún sitio en el alto pasto debajo de él. Parecía haber al menos
cuatro que hablaban, que parecían de mal genio.
—¡Crivens! ¡Queremos una bestia humana, no una bestia oveja!
—¡Ach, una es tan buena como la otra! ¡Vamos, muchachos, a levantar
cada uno una pata!
—¡Sí, todos los humanos están dentro de la cabaña, tomamos lo que
podemos!
—¡Hagan silencio, hagan silencio, quieren!
—Ach, ¿quién escucha? De acuerdo, muchachos... uno... dos... ¡tres!
La oveja se elevó un poco en el aire, y baló con alarma mientras
empezaba a cruzar el campo hacia atrás. Tiffany creyó ver un trazo de pelo
rojo en el pasto alrededor de las patas, pero desapareció mientras el carnero
entraba en la neblina.
Se abrió camino a través del seto, ignorando las ramitas que la
arañaban. Yaya Doliente no hubiera permitido que nadie saliera impune con
unas ovejas robadas, incluso si fuera invisible.
Pero la neblina era espesa y, ahora, Tiffany escuchaba ruidos desde el
gallinero.
La oveja que desaparecía marcha atrás podía esperar. Ahora las
gallinas la necesitaban. Un zorro había entrado dos veces en las últimas dos
semanas y las gallinas que quedaban apenas estaban poniendo.
Tiffany corrió a través del jardín, enganchándose el camisón en varillas
de arveja y arbustos de grosella, y abrió la puerta del gallinero de par en
par.
No había ninguna pluma volando, y nada como el pánico que un zorro
causaría. Pero los pollos estaban cloqueando con excitación y Ciruelas, el
gallo, se pavoneaba nervioso arriba y abajo. Una de las gallinas parecía un
poco avergonzada. Tiffany la levantó rápidamente. Había dos diminutos
hombres azules de pelo rojo debajo. Cada uno sujetaba un huevo, entre los
brazos. Levantaron la mirada con expresiones muy culpables.
—¡Ach, no! —dijo uno—. ¡Es la niña! Es la bruja...
—Están robando nuestros huevos —dijo Tiffany—. ¡Cómo se atreven! ¡Y
no soy una bruja!
Los hombrecillos se miraron el uno al otro, y luego a los huevos.
—¿Qué huevos? —dijo uno.
—Los huevos que ustedes están sujetando —dijo Tiffany, con una
mirada significativa.
—¿Qué? Oh, ¿éstos? Éstos son huevos, ¿verdad? —dijo el que había
hablado primero, mirando los huevos como si nunca los hubiera visto antes
—. Hay una cosa. Y era que nosotros pensamos que eran, er, piedras.
—Piedras —dijo el otro, nervioso.
—Gateamos bajo su gallina por un poquito de tibieza —dijo el primero
—. Y estaban todas estas cosas, nosotros pensamos que eran piedras, que
por eso la pobre ave estaba cloqueando todo el tiempo...
—Cloqueando —dijo el segundo, sacudiendo la cabeza enérgicamente.
—... entonces tuvimos lástima de la pobre cosa y...
—Dejen... los... huevos... en... su... lugar —dijo Tiffany, lentamente.
El que no había estado hablando mucho codeó al otro.
—Mejor haz como dice —dijo—. Es un callejón sin salida. No puedes
cruzarte con un Doliente y éste es una bruja. Golpeó a Burra y nunca nadie
había hecho eso antes.
—Sí, no había pensado en eso.
Ambos hombres diminutos dejaron los huevos con mucho cuidado. Uno
de ellos incluso soltó aliento sobre la cáscara e hizo un amago de sacarle
lustre con el harapiento dobladillo de su falda escocesa.
—No se ha hecho ningún daño, señorita —dijo. Miró al otro. Y entonces
se esfumaron. Pero hubo un atisbo de mancha roja en el aire y un poco de
paja junto a la puerta del gallinero voló en el aire.
—¡Y soy una señorita! —gritó Tiffany. Bajó la gallina sobre los huevos, y
fue a la puerta—. ¡Y no soy una bruja! ¿Son ustedes hadas de alguna clase?
¿Y qué hay de nuestra oveja... quiero decir, oveja? —agregó.
No hubo ninguna respuesta sino un sonido de baldes cerca de la casa,
que significaba que las otras personas se estaban levantando.
Rescató los Reelatos De Headas, apagó la vela y volvió a la casa. Su
madre estaba prendiendo el fuego y le preguntó qué estaba haciendo
levantada, y le dijo que había escuchado una conmoción en el gallinero y
que había salido para ver si era el zorro otra vez. Ésa no era una mentira. A
decir verdad, era totalmente verdad, incluso si no era exactamente preciso.
Tiffany era en general una persona bastante sincera, pero le parecía
que había veces cuando las cosas no se dividían fácilmente entre ‘verdadero’
y ‘falso’, pero en cambio podía ser ‘cosas que las personas tenían que saber
por el momento’ y ‘cosas que no tenían que saber por el momento’.
Además, no estaba segura de lo que ella sabía por el momento.
Había avena para desayunar. La comió apresuradamente, con la
intención de volver al potrero e investigar acerca de esa oveja. Podría haber
huellas en la hierba, o algo...
Miró hacia arriba, no sabiendo por qué.
Ratbag había estado durmiendo enfrente del horno. Ahora estaba
sentado, alerta. Tiffany sintió una picazón en la nuca, y trató de ver lo que el
gato estaba mirando.
Sobre el aparador había una hilera de potes azules y blancos que no
eran muy útiles para nada. Se los había dejados a su madre una anciana tía,
y estaba orgullosa porque se veían bien pero eran totalmente inútiles. Había
poco espacio en la granja para cosas inútiles que se vieran bien, así que
eran preciados.
Ratbag observaba la tapa de uno de ellos. Estaba subiendo muy
lentamente, y bajo ella un atisbo de pelo rojo y dos pequeños ojos que
miraban.
Bajó otra vez cuando Tiffany le lanzó una larga mirada. Un momento
después escuchó un apagado traqueteo y, cuando levantó la mirada, el pote
se bamboleaba atrás y adelante y se levantaba una pequeña de nube de
polvo a lo largo del aparador. Ratbag miraba perplejo.
Eran indudablemente muy rápidos.
Corrió hasta el potrero y miró a su alrededor. La neblina se había
levantado de los pastos, y unas alondras subían de las lomadas.
—¡Si esa oveja no regresa ahora mismo —gritó al cielo—, habrá un
juicio final!
El sonido rebotó de las colinas. Y entonces escuchó, muy apagadas pero
cercanas, el sonido de unas vocecillas:
—¿Qué dijo la bruja? —dijo la primera voz.
—¡Dijo que habrá un juicio final!
—¡Oh, waily, waily, waily! ¡Estamos en problemas ahora!
Tiffany miró a su alrededor, con la cara roja de cólera.
—Tenemos un deber —dijo, al aire y a la hierba.
Era algo que Yaya Doliente había dicho una vez, cuando Tiffany lloraba
por un cordero. Tenía una manera de hablar antigua, y dijo: ‘Somos como
dioses para las bestias del campo, mi vigésima. Ordenamos el tiempo de su
parto y el de su muerte. Entre los dos tiempos, nosotros tenemos un deber.’
—Tenemos un deber —repitió Tiffany, más bajo. Lanzó una mirada
alrededor del campo—. Sé que ustedes pueden escucharme, sean quienes
sean. Si esa oveja no regresa, habrá... problemas...
Las alondras cantaron sobre los rediles, haciendo el silencio más
profundo.
Tiffany tuvo que hacer las tareas antes de tener algo más de tiempo
para sí misma. Eso implicaba alimentar a los pollos y recolectar los huevos,
y sentirse ligeramente orgullosa del hecho de que había dos más que de otra
manera no habría. Implicaba sacar seis baldes de agua del pozo y llenar la
canasta de troncos junto a la cocina, pero pospuso esos trabajos porque no
le gustaban mucho. Le gustaba batir la mantequilla, sin embargo. Le daba
tiempo para pensar.
Cuando sea una bruja con un sombrero puntiagudo y un palo de
escoba, pensaba mientras movía la manija, agitaré mi mano y la mantequilla
quedará hecha exactamente así. Y cualquier pequeño demonio pelirrojo que
siquiera piense en llevarse a nuestras bestias será...
Escuchó un sonido de agua derramada a sus espaldas, donde había
alineado los seis baldes para llevar al pozo.
Uno de ellos estaba ahora lleno de agua, que todavía hacía remolinos.
Volvió a batir como si nada hubiera ocurrido pero se detuvo después de
un rato y fue al recipiente de harina. Tomó un pequeño puñado y lo roció
sobre el umbral, y luego volvió a batir.
Algunos minutos después escuchó otro sonido acuoso detrás. Cuando
dio media vuelta, sí, había otro balde lleno. Y en la harina sobre el umbral de
piedra había sólo dos líneas de pequeñas pisadas, una en dirección hacia
afuera de la lechería y una que regresaba.
Tiffany tenía que esforzarse para levantar uno de los pesados baldes de
madera cuando estaba lleno.
Así que, pensó, son inmensamente fuertes además de increíblemente
rápidos. Estoy tomando todo esto realmente muy calmada.
Levantó la mirada a las grandes vigas de madera que cruzaban la
habitación, y cayó un poco de polvo, como si algo se hubiera quitado de la
vista rápidamente.
Creo que debería poner un punto final a esto ahora mismo, pensó. Por
otro lado, no hay ningún daño en esperar hasta que todos los baldes estén
llenos.
—Y luego tendré que llenar la caja de troncos en el fregadero —dijo en
voz alta. Bien, valía la pena intentarlo.
Volvió a batir, y no se molestó en girar la cabeza cuando oyó cuatro
sonidos de agua más detrás de ella. Ni se volvió a mirar cuando escuchó
pequeños whooshwhoosh y el ruido de troncos en la caja. Solamente se
volvió para mirar cuando el ruido se detuvo.
La caja de troncos estaba hasta el techo, y todos los baldes estaban
llenos. La mancha de harina era una masa de pisadas.
Dejó de batir. Tenía el presentimiento de que unos ojos la estaban
observando, un montón de ojos.
—Er... gracias —dijo. No, eso no estaba bien. Sonaba nerviosa. Soltó la
paleta de la mantequilla y se puso de pie, tratando de parecer tan feroz
como le fue posible.
—¿Y qué hay de nuestra oveja? —dijo—. ¡No creeré que ustedes están
realmente muy arrepentidos hasta que vea regresar la oveja!
Escuchó un balido desde el potrero. Corrió hasta el fondo del jardín y
miró a través del seto.
La oveja estaba regresando, marcha atrás y a toda velocidad. Se
detuvo con una sacudida a poca distancia del seto y bajó cuando los
hombrecillos la dejaron ir. Uno de los hombres pelirrojos apareció por un
momento sobre su cabeza. Lanzó aliento sobre un cuerno, le sacó lustre con
su falda escocesa, y desapareció en un borrón.
Tiffany regresó a la lechería con aspecto pensativo.
Oh, y cuando regresó, la mantequilla había sido batida. No sólo batida,
a decir verdad, sino modelada en una docena de gordas y doradas formas
oblongas sobre el mármol que usaba cuando lo hacía. Había incluso un
ramito de perejil sobre cada una.
¿Son hadas?,8 se preguntó. De acuerdo con los Reelatos De Headas,
unas hadas traviesas andaban por la casa haciendo las tareas a cambio de
un platillo de leche. Pero en la imagen eran pequeñas criaturas alegres con
largas capuchas puntiagudas. Los hombres de pelo rojo se veían como si
jamás hubieran bebido leche en sus vidas, pero quizás merecía un intento.
—Bien —dijo en voz alta, todavía consciente de los espectadores
escondidos—. Muy bien. Gracias. Me alegro de que ustedes estén
arrepentidos de lo que hicieron.
Tomó uno de los platillos del gato de la pila junto al fregadero, lo lavó
cuidadosamente, lo llenó con leche fresca, y entonces lo puso sobre el piso;
retrocedió.
—¿Son ustedes hadas? —preguntó.
El aire se puso borroso. La leche se esparció sobre el piso y el platillo
giró una y otra vez.
—Tomaré eso como un no, entonces —dijo Tiffany—. Entonces, ¿qué
son ustedes?
Había ilimitadas reservas de ninguna respuesta en absoluto.
Se echó al piso y miró bajo el sumidero, y luego espió detrás de los
estantes del queso. Miró hacia arriba en las sombras oscuras y delgadas de
la habitación. Las sintió vacías.
8
Brownies, en el original, define unas hadas que son algo traviesas. También se les conoce como duendes
chocarreros. (Nota del traductor)
Y pensó: Creo que necesito educación por el valor de todo un huevo,
aprisa...
9
Confusión en idioma inglés solamente. Pictsies, pictos, suena parecido a pixies, duendes. (Nota del traductor)
Se sentó bajo un árbol y sacó al sapo de su bolsillo.
—Los Feegle trataron de robar algunos de nuestros huevos y una de
nuestras ovejas —dijo—. Pero los recuperé.
—¿Conseguiste recuperar algo de los Nac Mac Feegle? —dijo el sapo—.
¿Estaban enfermos?
—No. Fueron un poco... bien, dulces, en realidad. Incluso hicieron las
tareas por mí.
—¡Los Feegle hicieron las tareas! —dijo el sapo—. ¡Nunca hacen las
tareas! ¡No son útiles en absoluto!
—¡Y luego había el jinete sin cabeza! —dijo Tiffany—. ¡No tenía ninguna
cabeza!
—Bien, ése es el requisito de trabajo más importante —dijo el sapo.
—¿Qué está ocurriendo, sapo? —dijo Tiffany—. ¿Es que nos están
invadiendo los Feegle?
El sapo pareció un poco receloso.
—La Srta. Tick realmente no quiere que manejes esto —dijo—. Estará
pronto de regreso con ayuda...
—¿Llegará a tiempo? —preguntó Tiffany.
—No lo sé. Probablemente. Pero no deberías...
—¡Quiero saber qué está ocurriendo!
—Ha ido a buscar a algunas otras brujas —dio el sapo—. Uh... ella cree
que tú no deberías...
—Es mejor que me digas lo que sabes, sapo —dijo Tiffany—. La Srta.
Tick no está aquí. Yo estoy.
—Otro mundo está chocando con éste —dijo el sapo—. Allí lo tienes.
¿Feliz ahora? Eso es lo que la Srta. Tick piensa. Pero está ocurriendo más
rápido de lo que esperaba. Todos los monstruos están regresando.
—¿Por qué?
—No hay nadie que los detenga.
Hubo silencio por un momento.
—Estoy yo —dijo Tiffany.
CAPÍTULO 4
... Hubo un tiempo cuando el perro campeón del Barón fue atrapado
matando ovejas. Era un perro de caza, después de todo, pero había salido a
las lomadas y, porque las ovejas corren, había cazado...
El Barón conocía la pena por inquietar ovejas. Había leyes en la Creta,
tan viejas que nadie recordaba quién las hizo, y todos conocían ésta: los
perros asesinos de ovejas eran matados.
Pero este perro valía quinientos dólares de oro, y por eso —continuaba
la historia— el Barón envió a su criado a las lomadas hasta la cabaña
rodante de Yaya. Ella estaba sentada sobre el escalón, fumando su pipa y
observando los rebaños.
El hombre llegó en su caballo y no se molestó en desmontar. Ésa no era
buena cosa para hacer si querías que Yaya Doliente fuera tu amiga. Las
11
Este tipo de parlamento con frases que confunden a Tiffany se repite porque los Nac Mac Feegle hablan su jerga,
y afortunadamente he logrado descifrarla. Así los he escrito, como los entiendo. (Nota del traductor)
pezuñas herradas cortan el pastizal. A ella no le gustaba.
—El Barón ordena que usted encuentre una manera de salvar a su
perro, Sra. Doliente —dijo—. A cambio, le dará cien dólares de plata.
Yaya sonrió al horizonte, dado pitadas a su pipa durante un rato, y
respondió:
—Un hombre que toma armas contra su señor, ese hombre es colgado.
Un hombre hambriento que roba las ovejas de su señor, ese hombre es
colgado. Un perro que mata ovejas, ese perro será matado. Esas leyes están
sobre estas colinas y estas colinas están en mis huesos. ¿Qué es un barón,
que la ley deba ser quebrada por él?
Volvió a mirar las ovejas.
—El Barón es dueño de esta tierra —dijo el criado—. Es su ley.
La mirada que Yaya Doliente le lanzó volvió blanco el pelo del hombre.
Ésa era la historia, de todos modos. Pero todas las piedras alrededor de
Yaya Doliente tenían un poco de cuento de hadas en ellas.
—Si es así, como dice, su ley, entonces déjelo que la rompa y que vea
cómo pueden ser entonces las cosas —dijo.
Unas horas más tarde el Barón envió a su alguacil, que era mucho más
importante pero que había conocido a Yaya Doliente por más tiempo.
—Sra. Doliente —dijo—, el Barón solicita que usted use su influencia
para salvar a su perro. Le dará con mucho gusto cincuenta dólares de oro
para ayudar a aliviar esta situación difícil. Estoy seguro de que usted puede
ver cómo beneficiará a todos los interesados.
Yaya fumó su pipa y miró los nuevos corderos.
—Usted habla en nombre de su amo, su amo habla por su perro —dijo
—. ¿Quién habla por las colinas? ¿Dónde está el Barón, que la ley deba ser
rota para él?
Dicen que cuando le dijeron esto al Barón se quedó muy silencioso.
Pero aunque era pomposo, y a menudo irrazonable, y demasiado arrogante,
no era estúpido. Por la noche caminó hasta la cabaña y se sentó cerca,
sobre el pasto. Después de un rato, Yaya Doliente dijo:
—¿Puedo ayudarlo, mi señor?
—Yaya Doliente, le suplico por la vida de mi perro —dijo el Barón.
—¿Trae siller? ¿Trae gilt? —preguntó Yaya Doliente.
—Ninguna plata. Ningún oro —dijo el Barón.
—Bien. Una ley que es quebrada por siller o gilt no es una ley que
tenga valor. ¿Y entonces, mi señor?
—Suplico, Yaya Doliente.
—¿Trata de violar la ley con una palabra?
—Eso es correcto, Yaya Doliente.
Yaya Doliente, contaba la historia, miró la puesta de sol durante un rato
y luego dijo:
—Entonces vaya al pequeño y viejo establo de piedra al amanecer de
mañana y veremos si un perro viejo puede aprender trucos nuevos. Habrá
un juicio final. Buenas noches tenga usted.
La mayor parte del pueblo estaba cerca del viejo establo de piedra a la
mañana siguiente. Yaya llegó con uno de los carros más pequeños de la
granja. Contenía una oveja con su cordero recién nacido. Los puso en el
establo.
Aparecieron algunos de los hombres con el perro. Estaba nervioso y
furioso, después de haber pasado la noche encadenado en un cobertizo, y
trataba de morder a los hombres que lo sujetaban con dos correas de cuero.
Era peludo. Tenía colmillos.
El Barón llegó con el alguacil. Yaya Doliente inclinó la cabeza hacia ellos
y abrió la puerta de establo.
—¿Usted está poniendo al perro en el establo con unas ovejas, Sra.
Doliente? —preguntó el alguacil—. ¿Quiere que se atragante con cordero?
Esto no logró ni una risa. A nadie le gustaba el alguacil realmente.
—Veremos —dijo Yaya. Los hombres arrastraron al perro a la entrada,
lo lanzaron dentro del establo y cerraron la puerta rápidamente. Las
personas se precipitaron a las pequeñas ventanas.
Se escuchó el balido del cordero, un gruñido del perro, y luego un
balido de la madre del cordero. Pero no era el balido normal de una oveja.
Tenía cierto tono.
Algo golpeó la puerta y rebotó sobre sus bisagras. Dentro, el perro
resopló.
Yaya Doliente levantó a Tiffany y la llevó a una ventana.
El perro, agitado, estaba tratando de ponerse de pie, pero no lo logró
antes de que la oveja lo atacara otra vez, setenta libras de oveja enfurecida
abalanzándose contra él como un ariete destructor.
Yaya bajó a Tiffany otra vez y encendió su pipa. La chupó
tranquilamente mientras el edificio a sus espaldas temblaba y el perro
aullaba y gemía.
Después de un par de minutos hizo un gesto hacia los hombres.
Abrieron la puerta.
El perro salió cojeando en tres piernas, pero no había logrado alejarse
más de unos pies cuando la oveja salió disparada por detrás y lo topeteó tan
duro que dio vueltas.
Se quedó tendido y quieto. Quizás había aprendido qué ocurriría si
trataba de levantarse otra vez.
Yaya Doliente hizo otro gesto hacia los hombres, que agarraron a la
oveja y la volvieron a meter en el establo.
El Barón miraba con la boca abierta.
—¡Mató a un jabalí el año pasado! —dijo—. ¿Qué le hizo?
—Se curará —dijo Yaya Doliente, ignorando la pregunta
cuidadosamente—. Principalmente tiene herido el orgullo. Pero no volverá a
mirar a una oveja, créame. —Y se lamió el pulgar derecho y lo extendió.
Después de un momento de titubeo, el Barón lamió su pulgar, extendió
la mano y lo presionó contra el suyo. Todos sabían qué significaba. Sobre la
Creta, un trato de pulgar era inquebrantable.
—Por usted, con una palabra, la ley fue quebrantada —dijo Yaya
Doliente—. ¿Le importa eso, usted que se erige en juez? ¿Recordará este
día? Tendrá una razón para hacerlo.
El Barón inclinó la cabeza hacia ella.
—Suficiente —dijo Yaya Doliente, y sus pulgares se separaron.
Al día siguiente el Barón le dio oro a Yaya Doliente, técnicamente, pero
fue solamente por el papel color oro de una onza de Jolly Sailor, el hediondo
y barato tabaco de pipa que era el único que Yaya Doliente fumaría.
Siempre se ponía de mal humor si los vendedores ambulantes llegaban
tarde y se le terminaba. No podías sobornar a Yaya Doliente con todo el oro
del mundo, pero podías atraer su atención definitivamente con una onza de
Jolly Sailor.
Las cosas fueron mucho más fáciles después de eso. El alguacil era un
poco menos desagradable cuando los alquileres llegaban tarde, el Barón era
un poco más educado con las personas, y el padre de Tiffany dijo una
noche, después de dos cervezas, que al Barón le habían mostrado qué
ocurría cuando las ovejas se levantan, y que las cosas podrían ser diferentes
algún día, y su madre le susurró que no hablara de ese modo porque nunca
sabías quién estaba escuchando.
Y, un día, Tiffany lo escuchó decir a su madre, calladamente:
—Fue un viejo truco de pastores, eso es todo. Una oveja vieja peleará
como un león por su cordero, todos lo sabemos.
Así fue cómo resultó. Ninguna magia en absoluto. Pero ese momento
había sido mágico. Y no dejaba de ser mágico sólo porque averiguabas cómo
lo hacía...
Los Nac Mac Feegle miraban a Tiffany con cautela, con ansiosas miradas
ocasionales a la botella de Linimento Especial de Ovejas. Ni siquiera he
encontrado la escuela de brujas, pensó. No conozco ni un hechizo. Ni
siquiera tengo un sombrero puntiagudo. Mis talentos son un don para hacer
queso y no correr de un lado para otro con pánico cuando las cosas salen
mal. Oh, y tengo un sapo.
Y no comprendo la mitad de lo que dicen estos hombrecillos. Pero ellos
saben quién se ha llevado a mi hermano.
De algún modo no creo que el Barón tenga una pista de cómo enfrentar
esto. Yo tampoco, pero pienso que puedo ser despistada de una manera
más sensata.
—Yo... recuerdo muchas cosas sobre Yaya Doliente —dijo—. ¿Qué
quieren que haga?
—La kelda nos envió —dijo Roba A Cualquiera—. Sintió que la Reina
venía. Ella sabe que habrá problemas. Nos dijo, va a ser malo, encuentren a
la nueva bruja que es pariente de Yaya Doliente, sabrá qué hacer.
Tiffany miró los centenares de caras expectantes. Algunos de los Feegle
tenían plumas en el pelo, y collares de dientes de topo. No podías decirle
que realmente no eras una bruja a alguien con media cara teñida de azul
oscuro y una espada tan grande como él. No podías decepcionarlo de ese
modo.
—¿Y ustedes me ayudarán a recuperar a mi hermano? —dijo. Las
expresiones de los Feegle no cambiaron. Trató otra vez—. ¿Pueden ustedes
ayudarme a robarle mi hermano a la Reina?
Cien caras pequeñas y feas se alegraron considerablemente.
—Ach, ahora está hablando nuestro idioma —dijo Roba A Cualquiera.
—No... totalmente —dijo Tiffany—. ¿Pueden esperar sólo un momento?
Empacaré algunas cosas —dijo, tratando de que sonara como si supiera qué
estaba haciendo. Volvió a colocar el corcho en la botella de Linimento
Especial de Ovejas. Los Nac Mac Feegle suspiraron.
Se precipitó hacia la cocina, buscó un saco, tomó algunas vendas y
ungüentos de la caja de medicinas, añadió la botella de Linimento Especial
de Ovejas porque su padre siempre decía que le hacía bien y, como un
pensamiento de último momento, añadió el libro Enfermedades De Las
Ovejas, y recogió la sartén. Ambos podrían ser útiles.
No vio a los hombrecillos en ningún lugar cuando volvió a entrar en la
lechería.
Sabía que debía decirle a sus padres qué estaba ocurriendo. Pero no
resultaría. Estaría ‘contando historias’. De todos modos, con un poco de
suerte podía recuperar a Wentworth antes de que alguien la echara en falta.
Pero, por las dudas...
Llevaba un diario en la lechería. El queso necesitaba control, y siempre
escribía detalles de la cantidad de mantequilla que había hecho y de cuánta
leche había usado.
Abrió una página nueva, tomó el lápiz y, con su lengua asomando por
un costado de la boca, empezó a escribir.
Los Nac Mac Feegle reaparecieron gradualmente. Obviamente no
salieron de atrás de las cosas, y ni saltaron a la vista como por arte de
magia. Aparecieron como aparecen las caras en las nubes y los fuegos;
parece que aparecen si sólo miras lo bastante fijo y deseas verlas.
Observaron con admiración el lápiz que se movía, y pudo escucharlos
murmurar.
—Miren ese palo que escribe ahora, quieren, meneándose. Eso es
asunto de bruja.
—Ach, tiene el conocimiento de la escritura, efectivamente.
—¿Pero no escribirá nuestros nombres, eh, señorita?
—Sí, un cuerpo puede ser puesto en prisión si tienen evidencia escrita.
Tiffany dejó de escribir y leyó la nota:
El Mar Verde
12
Sólo en inglés. G olo G se lee yioloyi, tal como se pronuncia Geology, Geología. (Nota del traductor)
Los ancianos les llamaban ‘calkins’, que significaba ‘niños de la creta’.
Siempre le habían parecido... raros a Tiffany, como si la piedra estuviera
luchando por vivir. Algunos pedernales parecían trozos de carne, o huesos, o
algo de la mesa de un carnicero; en la oscuridad, bajo el mar, parecía como
si la creta hubiera tratado de hacer formas de criaturas vivientes.
No sólo había hoyos de creta. Los hombres habían estado en todos
lados sobre la Creta. Había círculos de piedra, medios caídos, y montículos
mortuorios como bultos verdes donde, decían, los jefes de los antiguos días
habían sido enterrados con sus tesoros. Nadie encontraba atractivo cavar
para averiguarlo.
Había raras tallas en la creta, [15] también, que a veces los pastores
limpiaban de hierbas cuando estaban en las lomadas con los rebaños y no
había mucho para hacer. La creta estaba solamente a unas pulgadas bajo
los pastos. Las pisadas de pezuñas podían durar una estación, pero las tallas
habían durado miles de años. Eran dibujos de caballos y gigantes, pero lo
extraño era que no podías verlas apropiadamente desde ningún lugar en el
suelo. Parecía que habían sido hechas para espectadores en el cielo.
Y luego estaban los lugares raros, como la Forja del Viejo, que eran sólo
cuatro grandes rocas planas puestas de modo que parecían una especie de
cabaña medio enterrada en el costado de un montículo. Tenía solamente un
pie de profundidad. No se parecía a nada en especial, pero si gritabas tu
nombre dentro de ella, pasaban varios segundos antes de que el eco
devolviera el sonido.
Había marcas de personas por todos lados. La Creta había sido
importante.
Tiffany dejó atrás los cobertizos de la esquila. Nadie estaba mirando.
Las ovejas esquiladas no tomaron en cuenta en absoluto a una niña que se
movía sin que sus pies tocaran el suelo.
Las tierras bajas se perdieron a su espalda y ahora estaba propiamente
en las lomadas. Sólo el balido ocasional de una oveja o el grito de un
gallinazo perturbaba el silencio ocupado, compuesto por zumbidos de abejas
y brisas y el sonido de una tonelada de hierba creciendo a cada minuto.
De cada lado de Tiffany los Nac Mac Feegle corrían en una desigual
línea extendida, mirando con gravedad hacia delante.
Pasaron algunos de los montículos sin parar, y corrieron arriba y abajo
las laderas de valles poco profundos sin una pausa. Y entonces Tiffany vio
adelante un punto conocido.
Era un pequeño rebaño de ovejas. Había sólo unas pocas,
recientemente esquiladas, pero siempre había un puñado de ovejas en este
lugar ahora. Los animales extraviados aparecían allá, y los corderos
encontraban su camino hacia él cuando perdían a sus madres.
Éste era un lugar mágico.
No había mucho para ver ahora, sólo las ruedas de hierro hundidas en
el pasto y la cocina panzuda con su corta chimenea...
13
Literalmente, Alegre Marinero, pero también significa ‘gente de mar’, o ‘soldado de mar’. (Nota del traductor)
Sintió que sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas. Nunca antes había
llorado por Yaya Doliente, nunca. Había llorado por corderos muertos y por
cortarse los dedos y por no salirse con la suya, pero nunca por Yaya. No le
había parecido correcto.
Y no estoy llorando ahora, pensó, poniendo cuidadosamente la etiqueta
en el bolsillo de su mandil. No porque Yaya esté muerta...
Una sombra pasó por arriba. Un gallinazo caía en picada desde el cielo
hacia los Nac Mac Feegle.
Se puso de pie y agitó los brazos.
—¡Corran! ¡Agáchense! ¡Los matará!
Se volvieron y la miraron por un momento como si se hubiera vuelto
loca.
—No se preocupe, señorita —dicho Roba A Cualquiera. El ave curvó su
clavado sobre el final y mientras trepaba a otra vez una mota cayó de él.
Mientras caía pareció que le crecían dos alas y empezó a girar como una
hoja de sicómoro, que de alguna manera disminuyó un poco la velocidad de
la caída.
Era un picto; todavía giraba locamente cuando golpeó el pasto a unos
pies de distancia, donde cayó. Se levantó, lanzando palabrotas en voz alta, y
cayó otra vez. Las palabrotas continuaron.
—Un buen aterrizaje, Hamish —dijo Roba A Cualquiera—. Ciertamente
el girar disminuye la velocidad. No te taladraste directamente en el suelo
esta vez, apenas en absoluto.
Hamish se levantó más despacio esta vez, y logró quedar erguido. Tenía
unas gafas sobre los ojos.
—Creo que no puedo hacer mucho más de esto —dijo, tratando de
quitarse un par de finos trozos de madera de los brazos—. Con las alas
puestas me siento como un hada.
—¿Cómo pudo sobrevivir a eso? —preguntó Tiffany.
El muy pequeño piloto trató de mirarla de arriba a abajo, pero sólo
pudo mirarla de arriba a más arriba.
—¿Quién es la grandota pequeñita que sabe tanto sobre aviación? —
dijo.
Roba A Cualquiera tosió.
—Es la bruja, Hamish. Engendro de Yaya Doliente.
La expresión de Hamish cambió a una mirada de terror.
—No intentaba hablar fuera de lugar, señorita —dijo, retrocediendo—.
Por supuesto, una bruja tiene el saber de cualquier cosa. Pero no es tan
malo como parece, señorita. Le aseguro que aterrizo sobre mi cabeza.
—Sí, somos muy resistentes en el departamento de cabezas —dijo Roba
A Cualquiera.
—¿Ha visto a una mujer con un pequeño niño? —preguntó Tiffany. No le
había mucho gustado lo de ‘engendro’.
Hamish le lanzó a Roba A Cualquiera una mirada de pánico, y Roba
asintió.
—Sí, lo hice —dijo Hamish—. Sobre un caballo negro. [16] Cabalgando
desde las tierras bajas como el mismo infierno...
—¡Nosotros no usamos palabrotas enfrente de una bruja! —tronó Roba
A Cualquiera.
—Solicito su perdón, señorita. Estaba cabalgando a toda velocidad —
dijo Hamish, más abochornado que las ovejas—. Pero ella supo que la
estaba espiando y convocó una neblina. Se ha ido al otro lado, pero no sé
dónde.
—Es un lugar peligroso, el otro lado —dijo Roba A Cualquiera,
lentamente—. Hay cosas malvadas allí. Es un lugar frío. No es un lugar
donde llevar a un bebé pequeñito.
Hacía calor en las lomadas, pero Tiffany sintió un escalofrío. Aunque sea
malo, pensó, voy a tener que ir allí. Lo sé. No tengo elección.
—¿El otro lado? —preguntó.
—Sí. El mundo mágico —dijo Roba A Cualquiera—. Hay... cosas malas
allí.
—¿Monstruos? —dijo Tiffany.
—Tan malas como las que pueda pensar —dijo Roba A Cualquiera—.
Exactamente tan malas como las que pueda pensar.
Tiffany tragó con fuerza, y cerró los ojos.
—¿Peor que Burra? ¿Peor que el jinete sin cabeza? —preguntó.
—Oh, sí. Eran mininos pequeñitos comparados con los scunner de ahí.
Es un país mal hecho que viene cuando lo llaman, señorita. Es un país donde
los sueños se hacen realidad. Ése es el mundo de la Reina.
—Bien, eso no suena demasiado... —empezó Tiffany. Entonces recordó
algunos de los sueños que había tenido, cuando se alegró tanto por
despertar—. No estamos hablando de buenos sueños, ¿verdad? —dijo.
Roba A Cualquiera sacudió la cabeza.
—No, señorita. De la otra clase.
Y yo con mi sartén y Enfermedades De Las Ovejas, pensó Tiffany. Y
tuvo una imagen mental de Wentworth entre monstruos horribles.
Probablemente no tendrían ningún dulce en absoluto.
Suspiró.
—Muy bien —dijo—, ¿cómo llego allí?
—¿Usted no conoce el camino? —dijo Roba A Cualquiera.
No era lo que estaba esperando. Lo que estaba esperando era más
como ‘Ach, puede hacerlo, una muchacha pequeñita como usted, ¡oh cielos
nosotros no!’. No tanto lo esperaba como lo deseaba, a decir verdad. Pero,
en cambio, estaban actuando como si fuera una idea perfectamente
razonable...
—¡No! —dijo—. ¡No lo sé en absoluto! ¡No he hecho esto antes! ¡Por
favor ayúdenme!
—Eso es verdad, Roba —dijo un Feegle—. Es nueva en la brujería.
Llevémosla con la kelda.
—¡Ni siquiera Yaya Doliente fue alguna vez a ver a la kelda en su cueva!
—respondió bruscamente Roba A Cualquiera—. No es una...
—¡Callados! —siseó Tiffany—. ¿Pueden escuchar eso?
Los Feegle miraron a su alrededor.
—¿Escuchar qué? —dijo Hamish.
—¡Es un susurro!
Se sentía como si el pasto estuviera temblando. El cielo se veía como si
Tiffany estuviera dentro de un diamante. Y había olor a nieve.
Hamish sacó una flauta de su chaleco y la sopló. Tiffany no pudo
escuchar nada, pero vino un grito desde arriba.
—¡Les haré saber qué está sucediendo! —gritó el picto, y empezó a
correr a través del pasto. Mientras corría, levantó los brazos sobre la cabeza.
Se estaba moviendo rápido para entonces pero el buitre bajó aun más
rápido a través del pasto y lo tomó limpiamente en el aire. Mientras batía
alas para subir otra vez, Tiffany vio que Hamish trepada sujetándose de las
plumas.
Los otros Feegle habían formado un círculo alrededor de Tiffany, y esta
vez habían sacado sus espadas.
—¿Cuál es el plan, Roba? —dijo uno de ellos.
—De acuerdo, muchachos, esto es lo que haremos. Tan pronto como
veamos algo, lo atacaremos. ¿Correcto?
Esto provocó una aclamación.
—Ach, es un buen plan —dijo Wullie Tonto.
La nieve se formó en el suelo. No cayó, sólo... hizo lo contrario a
derretirse, alzándose rápidamente hasta que los Nac Mac Feegle estaban
hundidos hasta la cintura, y luego hasta los cuellos. Algunos de los más
pequeños empezaron a desaparecer, y se escuchaban amortiguadas
palabrotas desde abajo de la nieve.
Y entonces aparecieron los perros, moviéndose pesadamente hacia
Tiffany con propósitos desagradables. Eran grandes, negros y robustos, con
cejas naranja, y podía escuchar los gruñidos desde aquí.
Metió la mano en el bolsillo de su mandil y sacó el sapo. Parpadeó a la
fuerte luz.
—¿Qué sucede?
Tiffany lo giró para que mirara hacia las cosas.
—¿Qué son éstos? —dijo.
—¡Oh, caray! ¡Perros macabros![17] ¡Malo! ¡Ojos de fuego y dientes
como navajas!
—¿Qué debería hacer con ellos?
—¿No estar aquí?
—¡Gracias! ¡Has sido de gran ayuda! —Tiffany lo dejó caer en el bolsillo
y sacó la sartén del saco.
Sabía que no iba a ser lo bastante bueno. Los perros negros eran
grandes, y sus ojos eran las llamas, y cuando abrían la boca para gruñir
podía ver el claro destello sobre el acero. Nunca le había tenido miedo a los
perros, pero estos perros no eran de ningún lugar aparte de una pesadilla.
Había tres, pero la rodeaban de modo que sin importar cómo giraba
podía ver sólo dos a la vez. Sabía que el que estaba detrás sería el primero
en atacar.
—¡Dime algo más sobre ellos! —dijo, girando hacia el otro lado del
círculo para poder mirarlos a los tres.
—¡Dicen que frecuentan los cementerios! —dijo la voz desde el mandil.
—¿Por qué hay nieve en el suelo?
—Se ha convertido en el país de la Reina. ¡Es siempre invierno allí!
¡Cuando lanza su poder, también llega hasta aquí!
Pero Tiffany podía ver el verde a cierta distancia, más allá del círculo de
nieve. Piensa, piensa...
El país de la Reina. Un lugar mágico donde realmente había monstruos.
Cualquier cosa que podías soñar en las pesadillas. Perros con ojos de llama y
dientes de navajas, sí. No los tenías en el mundo real, no resultaría...
Estaban babeando ahora, con las rojas lenguas colgando, disfrutando de
su miedo. Y parte de Tiffany pensó: es asombroso que sus dientes no se
oxiden...
... y se hizo cargo de sus piernas. Se zambulló entre dos de los perros y
corrió hacia el césped distante. Escuchó un gruñido de triunfo detrás de ella
y el crujido de garras sobre la nieve. El pasto no parecía estar acercándose.
Escuchó gritos de los pictos y un gruñido que se convirtió en un gemido,
pero había algo detrás de ella cuando saltó por encima del final de la nieve y
rodó sobre el tibio pastizal.
Un perro saltó detrás de ella. Se alejó mientras lanzaba un mordisco,
pero ya tenía problemas.
Ningún ojo de fuego, ningún diente de navajas. No aquí, no en el
mundo real, sobre el pastizal hogareño. Era ciego aquí y la sangre ya
goteaba de su boca. No se debe saltar con una boca llena de navajas...
Tiffany casi sintió pena por él mientras gemía de dolor, pero la nieve se
deslizaba hacia ella y golpeó al perro con la sartén. Cayó pesadamente, y se
quedó quieto.
Una pelea continuaba atrás, en la nieve. Volaba como una neblina, pero
podía ver dos formas oscuras en el medio, girando y mordiendo. Golpeó la
sartén y gritó, y un perro saltó de la nieve que giraba y aterrizó enfrente de
ella, con un Feegle colgando de cada oreja.
La nieve fluía hacia Tiffany. Dio un paso hacia atrás, observando al
perro que avanzaba gruñendo. Sujetó la sartén como un bate.
—Vamos —susurró—. ¡Salta!
Los ojos llamearon hacia ella, y luego el perro bajó los ojos a la nieve.
Y desapareció. La nieve se hundió en el suelo. La luz cambió.
Tiffany y los Hombrecillos Libres estaban solos en las lomadas. Los
Feegle se estaban poniendo de pie a su alrededor.
—¿Está usted bien, señorita? —dijo Roba A Cualquiera.
—¡Sí! —dijo Tiffany—. ¡Es fácil! ¡Si los sacas de la nieve son sólo perros!
—Será mejor que nos movamos. Perdimos algunos de los muchachos.
La emoción se fue calmando.
—¿Quiere decir que están muertos? —susurró Tiffany. El sol estaba
brillando intensamente otra vez, las alondras habían regresado... y las
personas estaban muertas.
—Ach, no —dijo Roba—. Somos los que estamos muertos. ¿No lo sabía?
CAPÍTULO 6
La Pastora
... las colinas se habían quedado silenciosas el día en que Yaya Doliente
murió.
Alguien subía todos los días con pan fresco y leche y sobras para los
perros. No necesitaba hacerlo muy a menudo, pero Tiffany escuchó a sus
padres hablar y su padre había dicho, ‘Deberíamos mantener vigilada a Mam
ahora’.
Ese día era el turno de Tiffany, pero nunca lo pensó como una tarea. Le
gustaba el viaje.
Pero notó el silencio. Ya no era el silencio de muchos ruidos pequeños,
sino una cúpula de tranquilidad toda alrededor de cabaña.
Lo supo entonces, aun antes de entrar por la puerta abierta y encontrar
a Yaya acostada en la cama angosta.
Sintió que la frialdad se dispersaba a pesar de ella. Incluso tenía un
sonido —era como una nota musical delgada y cortante. Tenía una voz
también. Su propia voz. Estaba diciendo: Es demasiado tarde, las lágrimas
son inútiles, no hay tiempo de decir nada, hay cosas que deben ser
hechas...
Y... entonces alimentó a los perros, que esperaban su desayuno
pacientemente. Habría ayudado si hacían algo sentimental, como gimotear o
lamer la cara de Yaya, pero no. Y todavía Tiffany escuchaba la voz en su
mente: Ninguna lágrima, no llores. No llores por Yaya Doliente.
Ahora, en su cabeza, observaba a una Tiffany ligeramente más pequeña
moviéndose alrededor de la cabaña como una pequeña marioneta...
Había ordenado la cabaña. No había realmente mucho allí, además de
la cama y la cocina. Estaba el saco de la ropa y el gran barril del agua y la
caja de la comida, y eso era todo. Oh, por todo el lugar había cosas
relacionadas con las ovejas —potes y botellas y sacos y cuchillos y tijeras—
pero no había nada que dijera que aquí vivía una persona, a menos que
contara los cientos de etiquetas de Jolly Sailor, azules y amarillas, clavadas
sobre una pared.
Había tomado una de ellas —todavía estaba debajo de su colchón en
casa— y recordó la Historia.
Era muy poco habitual en Yaya Doliente decir más de una frase. Usaba
las palabras como si costaran dinero. Pero un día, cuando fue a llevarle
comida hasta la cabaña, Yaya le había contado una historia. Una especie de
historia. Abrió el tabaco, miró la envoltura, y luego a Tiffany con esa mirada
ligeramente perpleja que solía tener, y dijo: ‘Debo haber mirado mil de
estas cosas, y nunca vi su botie’. Así era cómo pronunciaba ‘bote’.
Por supuesto, Tiffany se había precipitado a echar un vistazo a esta
etiqueta, pero no pudo ver ningún bote, no más de lo que podía ver la dama
desnuda.
—Es porque el botie está justo donde no puedes verlo —dijo Yaya—.
Tiene un botie para cazar el gran pez ballena blanca en el mar de agua
salada. Siempre la está persiguiendo, todo alrededor del mundo. Se llama
Mopey.[21] Es una bestia como un gran acantilado de creta, escuché decir en
un libro.
–¿Por qué la está persiguiendo? —preguntó Tiffany.
—Para atraparla —respondió Yaya—. Pero nunca lo hará, porque el
mundo es redondo como un gran plato grande y también el mar, y por lo
tanto ellos se persiguen mutuamente, de modo que casi es como si se
persiguiera a sí mismo. Nunca quieras ir al mar, vigésima. Es donde ocurren
las peores cosas. Todos lo dicen. Tú te quedas aquí, donde las colinas están
en tus huesos.
Y eso fue todo. Fue una de las pocas veces en que Yaya Doliente le dijo
algo a Tiffany que no fuera, de alguna manera, sobre ovejas. Fue la única
vez que reconoció que había un mundo más allá de la Creta. Tiffany solía
soñar con el Jolly Sailor persiguiendo al pez ballena en su bote. Y algunas
veces el pez ballena la perseguía a ella, pero el Jolly Sailor siempre llegaba
en su poderoso bote justo a tiempo y su persecución empezaba otra vez.
A veces corría hasta el faro, y se despertaba justo cuando la puerta se
abría. Nunca había visto el mar, pero uno de los vecinos tenía una vieja
pintura sobre la pared que mostraba a muchos hombres aferrados a una
balsa en lo que parecía un inmenso lago lleno de olas. No pudo ver el faro
en absoluto.
Y Tiffany se sentó junto a la angosta cama y pensó en Yaya Doliente, y
en la pequeña niña Sarah Grizzel pintando muy cuidadosamente las flores
en el libro, y en el mundo perdiendo su centro.
Extrañaba el silencio. Lo que había ahora no era la misma clase de
silencio que había antes. El silencio de Yaya era cálido, y te tocaba dentro.
Yaya Doliente podía a veces haber tenido dificultad en recordar la diferencia
entre niños y corderos, pero en su silencio eras bienvenida y te sentías en tu
sitio. Todo lo que tenías que traer era un silencio propio.
Tiffany deseó haber tenido una oportunidad de decir lo lamento por lo
de la pastora.
Luego se fue a casa y les dijo a todos que Yaya estaba muerta. Tenía
siete años, y el mundo había terminado.
Alguien estaba tocando con cortesía su bota. Abrió los ojos y vio el
sapo. Sostenía una pequeña piedra en la boca. La escupió.
—Lamento eso —dijo—. Habría usado mis brazos pero somos una
especie muy gomosa.
—¿Qué se supone que haga? —dijo Tiffany.
—Bien, si te golpearas la cabeza contra este techo bajo obtendrías un
notable reclamo por daños —dijo el sapo—. Er... ¿dije yo eso?
—Sí, y espero que desees no haberlo hecho —dijo Tiffany—. ¿Por qué lo
dijiste?
—No lo sé, no lo sé —gimió el sapo—. Lo siento, ¿de qué estábamos
hablando?
—Quise decir, ¿qué quieren los pictos que yo haga ahora?
—Oh, creo que no funciona de ese modo —dijo el sapo—. Eres la kelda.
Tú dices lo que deben hacer.
—¿Por qué Fion no puede ser kelda? ¡Es una picto!
—No puedo ayudarte con eso —dijo el sapo.
—¿Puedo serrrle de algún serrrvicio? —dijo una voz junto a la oreja de
Tiffany.
Giró su cabeza y vio, sobre una de las galerías que corrían alrededor de
la cueva, a William el gonnagle.
Desde cerca, era notablemente diferente de los otros Feegle. Su pelo
era más prolijo, y peinado en una trenza. No tenía tantos tatuajes. También
hablaba de manera diferente, con más claridad y lentitud que los otros, y
sus eres sonaban como redoble.[22]
—Er, sí —dijo Tiffany—. ¿Por qué Fion no puede ser kelda aquí?
William cabeceó.
—Una buena prrregunta —dijo cortésmente—. Perrro, ya sabe, una
kelda no puede casarse con su herrrmano. Debe irrr a un nuevo clan y
casarse con un guerrrerrro allí.
—Bien, ¿por qué ese guerrero no podría venir aquí?
—Porrrque los Feegle de aquí no lo conocerían. No tendrían rrrespeto de
él. —William hizo que ‘respeto’ sonara como una avalancha.
—Oh. Bien... ¿qué era eso sobre la Reina? Usted iba a decir algo y ellos
lo detuvieron.
William parecía inquieto.
—No creo que pueda decirle sobre ella...
—Soy la kelda temporal —dijo Tiffany, un poco tiesa.
—Sí. Bien... había una vez cuando vivíamos en el mundo de la Reina y
la servíamos, antes de que se pusierrra tan frrría. Pero nos engañó, y nos
rrrebelamos. Fueron tiempos oscurrros. No le gustamos. Y eso es todo lo
que diré —agregó William.
Tiffany observó que los Feegle entraban y salían de la cámara de la
kelda. Algo estaba pasando ahí.
—La están enterrando en el otro lado del montículo —dijo William, sin
que le preguntara—. Con las otras keldas de este clan.
—Pensaba que serían más... ruidosos —dijo Tiffany.
—Ella era su madrrre —dijo William—. No quieren gritar. Sus corazones
están demasiado llenos para las palabrrras. A su tiempo haremos un
velatorio para que la ayude a regresar al país de la vida, y ése será uno
fuerte, puedo prometerle. Bailaremos el Reel 15 Quinientos-Doce a la melodía
de ‘El Diablo Entre Los Abogados’ [23] y comeremos y beberemos, y me atrevo
a decir que mis sobrinos tendrán dolores de cabeza del tamaño de una
oveja. —El viejo Feegle sonrió brevemente—. Pero, por ahora, cada Feegle la
recuerda en silencio. Nosotros no nos lamentamos como ustedes, sabe. Nos
lamentamos por los que tienen que quedar atrás.
—¿Era su madre también? —preguntó Tiffany en voz baja.
—No. Era mi hermana. ¿No le dijo que cuando una kelda va a un nuevo
clan lleva algunos de sus hermanos con ella? Estar solo entre desconocidos
es demasiado para que un corazón lo soporte. —El gonnagle suspiró—. Por
supuesto, a su tiempo, después de que la kelda se casa, el clan está lleno de
sus hijos y no es tan solitario para ella.
—Debe serlo para usted, sin embargo —dijo Tiffany.
—Usted es rápida, lo reconozco —dijo William—. Soy el último de los
que vinieron. Cuando esto termine pediré el permiso de la siguiente kelda
para regresar con mi propia gente en las montañas. Éste es un bueeen país
grasoso y éste es un bueeen clan que mis sobrinos tienen, pero me gustaría
15
Reel, baile tradicional escocés. (Nota del traductor)
morir en el brezo donde nací. Si usted me disculpa, Kelda.
Se alejó y se perdió en las sombras del montículo.
De repente, Tiffany quería irse a casa. Quizás era sólo la tristeza de
William, pero ahora se sentía encerrada en el montículo.
—Tengo que salir de aquí —farfulló.
—Buena idea —dijo el sapo—. Tienes que encontrar el lugar donde el
tiempo es diferente, en primer lugar.
—¿Pero cómo puedo hacerlo? —gimió Tiffany—. ¡No puedes ver el
tiempo!
Metió los brazos a través del agujero de entrada y se arrastró afuera,
hacia el aire fresco...
Había un viejo y gran reloj en la granja, y el tiempo era ajustado una
vez a la semana. Es decir, cuando su padre iba al mercado en Salto de la
Red tomaba nota de la posición de las agujas del gran reloj allí, y cuando
llegaba a casa movía las de su reloj en la misma posición. Era sólo para
aparentar, de todos modos. Todos tomaban el tiempo por sol, y el sol no
podía andar mal.
Ahora Tiffany yacía entre los viejos troncos de los arbustos espinosos,
cuyas hojas crujían constantemente en la brisa. El montículo era como una
pequeña isla en el interminable pastizal; unas prímulas e incluso algunas
dedaleras deshilachadas crecían aquí al refugio de las raíces espinosas. Su
mandil estaba junto a ella donde lo había dejado.
—Podría haberme dicho dónde mirar —dijo.
—Pero ella no sabía dónde hacerlo —dijo el sapo—. Sólo conocía las
señales para buscarlo.
Tiffany rodó con cuidado y miró el cielo entre las ramas bajas. Brillará,
había dicho la kelda...
—Creo que debo hablar con Hamish —dijo.
—Tiene razón, señorita —dijo una voz junto a su oreja. Giró la cabeza.
—¿Cuánto tiempo ha estado ahí? —preguntó.
—Todo el tiempo, señorita —dijo el picto. Otros asomaron las cabezas
detrás de los árboles y fuera de las hojas. Había al menos veinte sobre el
montículo.
—¿Han estado observándome todo el tiempo?
—Sí, señorita. Es nuestra tarea observar a nuestra kelda. Estoy aquí
arriba la mayor parte del tiempo, de todos modos, porque estoy estudiando
para convertirme en gonnagle. —El joven Feegle mostró una gaita-ratón—. Y
ellos no me permitirán tocar allá abajo teniendo en cuenta que dicen que mi
música suena a una araña tratando de tirarse pedos a través de sus orejas,
señorita.
—¿Pero qué ocurre si quiero pasar un... tener un... ir al... Qué ocurre si
digo que no quiero que ustedes me cuiden?
—Si está hablando de una llamada pequeñita de la naturaleza, señorita,
el cludgie está por allí en el hoyo de creta. Sólo nos lo dirá dónde va y nadie
irá a echarle una ojeada, tiene nuestra palabra —dijo el vigilante Feegle.
Tiffany lo miró, furiosa, mientras él sonreía con orgulloso y atento
servicio entre las prímulas. Era más joven que la mayoría, sin tantas
cicatrices ni grumos. Incluso su nariz no estaba fracturada.
—¿Cuál es tu nombre, picto? —dijo.
—No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock, señora. No hay muchos nombres Feegle, sabe, de modo que
tenemos que compartirlos.
—Bien, No-tan-grande-como-Pequeño-Jock... —empezó.
—Eso sería Mediano-Jock, señorita —dijo No-tan-grande-como-
Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock.
—Bien, No-tan-Mediano-como-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock, puedo...
—Es No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock, señorita —dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-
pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock—. Le faltó un Jock —añadió
servicial.
—¿No estaría más contento con, por decir, Henry? —dijo Tiffany,
impotente.
—Ach, no, señorita. —No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-
grande-que-Pequeñito-Jock-Jock arrugó la cara—. Hay una historia en el
nombre, sabe. Pero hubo una cantidad de valientes guerreros llamados No-
tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock.
¡Vaya, es un nombre casi tan famoso como Pequeñito Jock mismo! Y, por
supuesto, cuando Pequeñito Jock sea devuelto al Último Mundo entonces
tendré el nombre de Pequeñito Jock, que no es por decir que no me gusta el
nombre No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock, sabe. Han habido varias buenas historias de las
hazañas de No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock —agregó el picto, con aspecto tan serio que Tiffany no
tuvo el corazón para decirle que debían haber sido historias muy largas.
En cambio dijo:
—Bien, er, por favor, quiero hablar con Hamish el aviador.
—No hay problema —dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-
más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock—. Vendrá ya mismo.
Desapareció. Un momento después Tiffany escuchó —o mejor sintió con
sus orejas— la sensación burbujeante de un silbato Feegle.
Tiffany sacó de su mandil Enfermedades de las Ovejas, que se veía
ahora muy arruinado. Había una página en blanco en la parte posterior. La
cortó, sintiéndose como un criminal por hacerlo, y tomó su lápiz.
Estaba justo pensando en eso cuando escuchó una agitación de alas por
arriba. Luego un zumbido, un momento de silencio y entonces una voz
pequeña, cansada y bastante amortiguada que decía:
—Ach, crivens.
Miró hacia el pastizal. El cuerpo de Hamish estaba cabeza abajo a unos
pies de distancia. Sus brazos, girando a toda velocidad, todavía estaban
extendidos.16
Le tomó un poco de tiempo detenerse. Le habían dicho a Tiffany que si
aterrizaba de cabeza y girando, tenía que ser destornillado en la dirección
contraria o sus orejas no saldrían.
Cuando logró enderezarse, balanceándose inestable, Tiffany dijo:
—¿Puede envolver esta carta en una piedra y dejarla caer enfrente de la
granja donde las personas la vean?
—Sí, señorita.
—Y... er... ¿duele cuando aterriza así, de cabeza?
—No, señorita, pero es terriblemente vergonzoso.
—Entonces, hay una especie de juguete que solemos hacer que podría
ayudarle —dijo Tiffany—. Hace una especie de... bolsa de aire...
—¿Bolsa de aire? —dijo el aviador, perplejo.
—Bien, ¿sabe cómo las cosas como camisas se hinchan sobre un
tendedero cuando hay viento? Bien, hace una bolsa de tela y le ata algunos
cordeles de ella y una piedra a los cordeles, y cuando la lanza hacia arriba la
bolsa se llena de aire y la piedra flota hacia abajo.
Hamish se quedó mirándola.
—¿Me comprende? —dijo Tiffany.
—Oh, sí. Sólo estaba esperando para ver si iba a decirme otra cosa —
dijo Hamish cortésmente.
—¿Cree que podría, er, pedir prestado un poco de tela fina?
—No, señorita, pero sé dónde puedo robar un poco —dijo Hamish.
Tiffany decidió no comentarlo. Dijo:
—¿Dónde estaba la Reina cuando bajó la neblina?
Hamish señaló.
—Cerca de media milla más allá, señorita.
A la distancia, Tiffany podía ver algunos montículos más, y algunas
piedras de los viejos días.
Se llamaban trilitos,[24] que sólo significaba ‘tres piedras’. Las únicas
piedras encontradas naturalmente en las lomadas eran pedernales, que
nunca eran muy grandes. Pero las piedras de los trilitos habían sido
16
Ninguna palabra podría describir cómo se ve un Feegle con falda escocesa cabeza abajo, de modo que no lo
intentarán. (Nota del autor)
arrastradas desde al menos diez millas de distancia, y estaban apiladas
como un niño apila ladrillos de juguete. Aquí y allá las grandes piedras
habían sido paradas en círculos; a veces una piedra había sido colocada
completamente sola. Les debía haber llevado mucho tiempo a muchas
personas hacer todo eso. Algunas personas decían que hacían sacrificios
humanos allá arriba. Algunos decían que eran parte de alguna vieja religión.
Algunos decían que señalaban antiguas tumbas.
Algunos decían que eran una advertencia: evite este lugar.
Tiffany no lo había hecho. Había estado ahí unas pocas veces, con sus
hermanas, como un desafío, por las dudas hubiera algún cráneo. Pero los
montículos alrededor de las piedras tenían miles de años. Todo lo que
encontrabas allí ahora eran agujeros de conejo.
—¿Alguna otra cosa, señorita? —dijo Hamish cortésmente—. ¿No?
Entonces me iré...
Levantó los brazos sobre la cabeza y empezó a correr a través del
pastizal. Tiffany saltó mientras el gallinazo pasaba rozando a unas yardas de
ella y lo recogía hacia el cielo.
—¿Cómo puede un hombre de seis pulgadas de estatura entrenar un
ave como ésa? —preguntó mientras el gallinazo daba otra vuelta para cobrar
altura.
—Ach, todo lo que necesita es una pequeñita gota de gentileza, señorita
—dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock.
—¿De veras?
—Sí, y una gran porción de crueldad —continuó No-tan-grande-como-
Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock—. Hamish los
entrena corriendo alrededor con una piel de conejo hasta que un ave salta
sobre él.
—¡Eso suena horrible! —dijo Tiffany.
—Ach, no es demasiado desagradable. Sólo los deja sin sentido con la
cabeza, y luego tiene un aceite especial que le prepara que les sopla en el
pico —continuó No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock—. Cuando despiertan, piensan que él es su mamá y
harán su voluntad.
El gallinazo ya era una mota distante.
—¡Apenas parece pasar ningún tiempo en el suelo! —dijo Tiffany.
—Oh, sí. Duerme por la noche en el nido del gallinazo, señorita. Dice
que está maravillosamente tibio. Y se pasa todo el tiempo en el aire —
agregó No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock—. Nunca es feliz a menos que tenga el viento bajo su
falda escocesa.
—¿Y a las aves no les molesta?
—Ach, no, señorita. Todas las aves y las bestias aquí arriba saben que
es buena suerte ser amigos de los Nac Mac Feegle, señorita.
—¿De veras?
—Bien, a decir verdad, señorita, más bien saben que no es de buena
suerte no ser amigos de los Nac Mac Feegle.
Tiffany miró el sol. Faltaban solamente unas horas para el atardecer.
—Debo encontrar el camino —dijo—. Mire, No-tan-pequeño-como...
— No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock, señorita —dijo el picto, pacientemente.
—Sí, sí, gracias. ¿Dónde está Roba A Cualquiera? ¿Dónde están todos,
de hecho?
El picto joven parecía un poco avergonzado.
—Abajo hay un poco de debate, señorita —dijo.
—Bien, tenemos que encontrar a mi hermano, ¿de acuerdo? Soy la
kelda en estas inmediaciones, ¿sí?
—Es un poco pequeñito más com-pli-ca-do que eso, señorita. Ellos
están, er, discutiendo su...
—¿Están discutiendo qué sobre mí?
No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock se veía como si realmente no quisiera estar de pie allí.
—Hum, están discutiendo... er... ellos...
Tiffany se rindió. El picto se estaba ruborizando. Ya que era azul en
primer lugar, se volvió de un desagradable color violeta.
—Volveré al agujero. Dele un empujón a mis botas, ¿quiere, por favor?
Se deslizó sobre la tierra seca y los Feegle se dispersaron en la cueva
mientras aterrizaba.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra una vez más vio que
las galerías estaban atestadas con pictos otra vez. Algunos estaban en
medio del lavado, y muchos habían frotado su pelo rojo con grasa, por
alguna razón. Todos la miraban como si los hubiera atrapado haciendo algo
espantoso.
—Deberíamos irnos si vamos a seguir a la Reina —dijo, bajando la
mirada a Roba A Cualquiera, que se había estado lavando la cara en una
palangana hecha de media cáscara de nuez. El agua goteaba de su barba,
que había trenzado. Ahora había tres trenzas en su largo pelo, también. Si
se volvía de repente probablemente podría matar a alguien con un latigazo.
—Ach, bien —dijo—, hay un tema pequeñito que tenemos que resolver,
Kelda. —Retorció la diminuta toalla en sus manos. Cuando lo hacía, era
porque estaba preocupado.
—¿Sí? —dijo Tiffany.
—Er... ¿no tomará una taza de té? —dijo Roba A Cualquiera, y un picto
se adelantó con una gran taza de oro que, alguna vez, debía haber sido
hecha para un rey.
Tiffany lo tomó. Estaba sedienta, después de todo. Escuchó un suspiro
de la multitud cuando sorbió el té. En realidad estaba muy bueno.
—Robamos una bolsa de té de un vendedor ambulante que se quedó
dormido abajo junto al camino alto —dijo Roba A Cualquiera—. Buena cosa,
¿eh? —Palmeó su pelo con las manos mojadas.
La taza de Tiffany se detuvo a mitad camino de sus labios. Quizás los
pictos no se daban cuenta de qué fuerte cuchicheaban, porque su oreja
estaba a nivel con una conversación.
—Ach, es un poco del lado grande, sin ofenderla.
—Sí, pero una kelda tiene que ser grande, sabes, para tener muchos
bebés pequeñitos.
—Sí, de acuerdo, una mujer grande está muy bien, pero si un
muchacho va a intentar abrazarla tendrá que dejar una marca de tiza para
señalar dónde acabó ayer.
—Y es un poco joven.
—No necesita tener bebés aún, entonces. O tal vez no demasiados a la
vez, por decir. No más de diez, tal vez.
—Crivens, muchachos, ¿de qué están hablando? Ella elegirá a Roba A
Cualquiera de todos modos. ¡Pueden ver las pobres rodillas del gran hombre
golpeando aquí!
Tiffany vivía en una granja. Cualquier pequeña creencia de que los
bebés eran traídos por cigüeñas o encontrados bajo los arbustos tienden a
solucionarse temprano si vives en una granja, especialmente cuando una
vaca está teniendo un parto difícil en medio de la noche. Y había ayudado
con las pariciones de corderos, cuando unas manos pequeñas podían ser
muy útiles en casos difíciles. Sabía todo sobre las bolsas de creta roja que
los carneros tenían atadas a sus pechos, y por qué sabías más tarde que las
ovejas con manchas rojas en la espalda iban a ser madres en primavera. Es
asombroso lo que un niño silencioso y observador puede aprender, y eso
incluye las cosas que las personas creen que no tiene edad suficiente para
saber.
Su ojo apuntó a Fion, del otro lado del salón. Estaba sonriendo de una
manera preocupante.
—¿Qué está ocurriendo, Roba A Cualquiera? —dijo, colocando las
palabras cuidadosamente.
—Ah, bien... son las reglas del clan, ya sabe —dijo el Feegle,
torpemente—. Siendo la nueva kelda y, y, bien, tenemos derecho a
preguntarle, mire, sin importar lo que sentimos, nosotros tenemos que
preguntarle... —farfulló, farfulló, y retrocedió rápidamente.
—No entendí eso completamente —dijo Tiffany.
—Nos hemos lavado bien, sabe —dijo Roba A Cualquiera—. Algunos de
los muchachos en realidad tomaron un baño en el estanque de rocío, aunque
sólo estamos en mayo, y Gran Yan se lavó bajo los brazos por primera vez,
y Wullie Tonto ha recogido un bonito ramo de flores.
Wullie Tonto hizo un paso adelante, hinchado con orgullo nervioso, y
extendió el ramo mencionado en el aire. Probablemente habían sido flores
bonitas, pero no tenía gran idea de qué era un ramo o cómo recogerlo.
Tallos, hojas y pétalos salían de su puño en todas direcciones.
—Muy bonito —dijo Tiffany, tomando otro sorbo de té.
—Bien, bien —dijo Roba A Cualquiera, secándose la frente—. Entonces
tal vez a usted le guste decirnos... —farfulló, farfulló, farfulló...
—Quieren saber con cuál de ellos va a casarse —dijo Fion en voz alta—.
Son las reglas. Usted tiene que elegir, o dejar de ser kelda. Tiene que
escoger al hombre y decir el día.
—Sí —dijo Roba A Cualquiera, sin mirar a Tiffany a los ojos.
Tiffany sujetó la taza perfectamente firme, pero sólo porque de repente
no podía mover un músculo. Estaba pensando: ¡Aaargh! ¡Esto no me está
pasando! No puedo... Él no podría... No seríamos... ni siquiera... ¡Esto es
ridículo! ¡Escapa!
Pero era consciente de cientos de caras nerviosas en las sombras. Va a
ser importante ver cómo te las arreglas con esto, dijo su Segundo
Pensamiento. Todos te están mirando. Y Fion quiere ver lo que harás.
Realmente no debería disgustarte una muchacha cuatro pies más baja que
tú, pero lo hace.
—Bien, esto es muy inesperado —dijo, forzándose a sonreír—. Un gran
honor, por supuesto.
—Sí, sí —dijo Roba A Cualquiera, mirando el piso.
—Y hay tantos de ustedes que será difícil escoger —continuó Tiffany,
todavía sonriente. Y su Segundo Pensamiento dijo: ¡Tampoco está feliz por
eso!
—Sí, eso es verdad —dijo Roba A Cualquiera.
—Sólo me gustaría tomar un poco de aire fresco mientras lo pienso —
dijo Tiffany, y no permitió que la sonrisa se apagara hasta que estuvo sobre
el montículo otra vez.
Se agachó y espió entre las hojas de prímula.
—¡Sapo! —gritó.
El sapo salió gateando y masticando algo.
—¿Hum? —dijo.
—¡Quieren casarse conmigo!
—¿Mm ffm ffmm mm?
—¿Qué estás comiendo?
El sapo tragó.
—Una babosa muy desnutrida —dijo.
—¡Dije que quieren casarse conmigo!
—¿Y?
—¿Y? Bien sólo... ¡Sólo piensa!
—Oh, correcto, sí, la cuestión de la altura —dijo el sapo—. Podría no
parecer mucho ahora, pero cuando tengas cinco pies siete pulgadas él
todavía tendrá seis pulgadas de estatura...
—¡No te rías de mí! ¡Soy la kelda!
—Bien, por supuesto, ése es el punto, verdad —dijo el sapo—. Hasta
donde sabemos, hay reglas. La nueva kelda se casa con el guerrero de su
elección, y se instala y tiene montones y montones de Feegle. Sería un
insulto terrible rechazar...
—¡No voy a casarme con un Feegle! ¡No puedo tener cientos de bebés!
¡Dime qué hacer!
—¿Yo? ¿Decirle a la kelda qué hacer? No me atrevería —dijo el sapo—.
Y no me gusta que me griten. Incluso los sapos tenemos nuestro orgullo, ya
sabes. —Se arrastró de regreso bajo las hojas.
Tiffany respiró hondo, lista para gritar, y luego cerró la boca.
La vieja kelda debe haber sabido esto, pensó. Entonces... debe haber
pensado que podría arreglarme. Son sólo las reglas, y ellos no sabían qué
hacer sobre ellas. Ninguno querría casarse con una muchacha grande como
ella, incluso si ninguno lo admitiese. Sólo eran las reglas.
Debía haber una manera de rodearlas. Tenía que haber. Pero tenía que
aceptar un marido y tenía que nombrar el día. Le habían dicho.
Miró los árboles espinosos por un momento. Hum, pensó.
Volvió a bajar por el agujero.
Los pictos esperaban nerviosos, cada cara con cicatrices y barba
observaba la suya.
—Te acepto a ti, Roba A Cualquiera —dijo.
La cara de Roba A Cualquiera se convirtió en una máscara de terror. Le
escuchó farfullar, ‘¡Aw crivens!’, con una voz diminuta.
—Pero por supuesto, es la novia quien nombra el día, ¿verdad? —dijo
Tiffany alegremente—. Todos lo saben.
—Sí —tembló Roba A Cualquiera—. Es la tradición, de acuerdo.
—Entonces lo haré. —Tiffany respiró hondo—. Al final del mundo hay
una gran montaña de roca de granito de una milla de altura —dijo—. Y todos
los años, un diminuto pájaro vuela hasta la roca y limpia su pico sobre ella.
Bien, cuando la pequeña ave haya gastado la montaña al tamaño de un
grano de arena... ¡Ése es el día que me casaré con usted, Roba A Cualquiera
Feegle!
El terror de Roba A Cualquiera se convirtió en completo pánico, pero
entonces vaciló y muy lentamente empezó a sonreír.
—Sí, buena idea —dijo despacio—. No tiene sentido apresurar estas
cosas.
—Completamente —dijo Tiffany.
—Y eso nos dará tiempo de elegir la lista de invitados y todo eso —
continuó el picto.
—Eso es correcto.
—Además está ese asunto con el vestido de novia y baldes de flores y
toda esa clase de cosas —dijo Roba A Cualquiera, más alegre a cada
segundo—. Ese tipo de cosas puede durar para siempre, sabe.
—Oh, sí —dijo Tiffany.
—¡Pero realmente acaba de decir que no! —explotó Fion—. Le llevaría
millones de años al pájaro para...
—¡Ella dijo sí! —gritó Roba A Cualquiera—. ¡Todos la escucharon,
muchachos! ¡Y nombró el día! ¡Ésa es la regla!
—No hay problema con la montaña, tampoco —dijo Wullie Tonto,
todavía sujetando las flores—. Sólo nos dicen dónde está y creo que
podríamos echarla abajo mucho más rápido que cualquier pequeñito
pájaro...
—¡Tiene que ser el pájaro! —gritó Roba A Cualquiera desesperadamente
—. ¿De acuerdo? ¡El pequeñito pájaro! ¡No hay más discusiones! ¡Cualquiera
que sienta que quiere discutir sentirá mi bota! ¡Algunos de nosotros tenemos
un muchacho pequeñito que robarle a la Reina! —Desenvainó su espada y la
agitó en el aire—. ¿Quién viene conmigo?
Eso pareció funcionar. A los Nac Mac Feegle les gustaban los objetivos
claros. Cientos de espadas y hachas de batalla, y un ramo de flores
maltratadas en el caso de Wullie Tonto, se clavaron en el aire y el grito de
guerra de los Nac Mac Feegle resonó en la cámara. El lapso que le toma a un
picto para ir de modo normal a modo loco luchador es tan diminuto no
puede ser medido en el reloj más pequeño.
Desafortunadamente, ya que los pictos eran muy individualistas, cada
uno tenía su propio grito y Tiffany sólo pudo distinguir algunos sobre el
barullo:[25]
—¡Pueden tomar nuestras vidas pero no pueden tomar nuestros
pantalones!
—¡El golpe vale seis peniques!
—¡Tú tomarás el camino alto y yo tomaré tu billetera!
—¡Solamente puede haber mil!
—¡Ach, te clavo tus trakkans!
... pero las voces gradualmente se unieron en un rugido que sacudió las
paredes:
—¡Ningún rey! ¡Ninguna reina! ¡Ningún terrateniente! ¡Ningún amo! ¡No
seremos engañados otra vez!
Se fue apagando, una nube de polvo cayó del techo, y llegó el silencio.
—¡Vámonos! —gritó Roba A Cualquiera.
Como un solo Feegle, los pictos bajaron de las galerías y cruzaron la
sala y subieron hasta el agujero. En pocos segundos la cámara estaba vacía,
a excepción del gonnagle y Fion.
—¿Adónde han ido? —dijo Tiffany.
—Ach, sólo se van —dijo Fion, encogiéndose de hombros—. Voy a
quedarme aquí a cuidar el fuego. Alguien debe actuar como una kelda
apropiada. —Miró furiosa a Tiffany.
—Espero que pronto encuentre un clan para usted misma, Fion —dijo
Tiffany, dulcemente. La picto la miró con el ceño fruncido.
—Correrán alrrrededor durante un rato, tal vez dejarán sin sentido a
algunos conejitos y se caerán algunas veces —dijo William—. Disminuirán la
velocidad cuando averigüen que todavía no saben lo que se supone deben
hacer.
—¿Siempre salen corriendo de este modo? —dijo Tiffany.
—Ach, bien, a Roba A Cualquiera no quiere demasiada charla sobre
matrimonio —dijo William, sonriendo.
—Sí, tenemos mucho en común al respecto —dijo Tiffany.
Salió por el agujero, y encontró que el sapo la esperaba.
—Escuché —dijo—. Bien hecho. Muy inteligente. Muy diplomático.
Tiffany miró a su alrededor. Faltaban unas horas para la puesta de sol,
pero las sombras ya se estaban alargando.
—Es mejor que nos vayamos —dijo, atándose su mandil—. Y tú vienes,
sapo.
—Bien, no sé mucho sobre cómo entrar... —empezó el sapo, tratando
de retroceder. Pero los sapos no pueden retroceder fácilmente, y Tiffany lo
agarró y lo puso en el bolsillo del mandil.
Se dirigió hacia los montículos y las piedras. Mi hermano nunca crecerá,
pensó mientras corría a través del pastizal. Eso fue lo que dijo la anciana.
¿Cómo trabaja eso? ¿Qué clase de lugar es donde nunca creces?
Los montículos estaban más cerca. Veía a William y a No-tan-grande-
como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock corriendo a
su lado, pero no había ninguna señal del resto de los Nac Mac Feegle.
Y entonces llegó a los montículos. Sus hermanas le habían dicho que
había más reyes muertos enterrados debajo, pero nunca la había asustado.
Nada sobre las lomadas jamás la había asustado.
Pero hacía frío aquí. Nunca antes lo había notado.
Encuentra un lugar donde el tiempo no esté bien. Bien, los montículos
eran historia. También los viejos huesos. ¿Encajaban bien aquí? Bien, sí,
pertenecían al pasado, pero habían cabalgado sobre las colinas por miles de
años. Se habían hecho viejos aquí. Eran parte del paisaje.
El sol bajo hizo que las sombras se alargaran. Era cuando la Creta
revelaba sus secretos. En algunos lugares, cuando la luz era correcta, podías
ver los bordes de viejos campos y huellas. Las sombras mostraban lo que la
brillante luz del mediodía no podía ver.
Tiffany había inventado ‘luz de mediodía’.
Ni siquiera podía ver pisadas de pezuñas. Paseó alrededor de los trilitos,
que parecían un poco inmensas entradas de piedra, pero incluso cuando las
cruzó en ambos sentidos nada ocurrió.
No era según lo planeado. Debía haber una puerta mágica. Estaba
segura.
Una sensación burbujeante en su oreja sugería que alguien estaba
tocando la gaita-ratón. Miró a su alrededor, y vio a William el gonnagle
parado sobre una piedra caída. Sus mejillas estaban hinchadas y también la
bolsa de la gaita-ratón.
Agitó una mano hacia él.
—¿Puede ver algo? —gritó.
William sacó el tubo de su boca y el burbujeo se detuvo.
—Oh, sí —dijo.
—¿El camino al país de la Reina?
—Oh, sí.
—Bien, ¿le importaría decirme?
—No necesito decirle a una kelda —dijo William—. Una kelda vería el
claro camino por ella misma.
—¡Pero podría decirme!
—Sí, y usted podría decir ‘por favor’ —dijo William—. Tengo noventa y
seis años. No soy una muñequita en su casa de muñecas. Su yaya era una
buena mujer, pero no recibiré órdenes de una chit pequeñita niña.
Tiffany miró por un momento y luego sacó el sapo del bolsillo de su
mandil.
—¿Chit? —preguntó.
—Significa algo muy pequeño —dijo el sapo—. Confía en mí.
—¡Él me está llamando pequeña a mí...!
—¡Soy mayorrr por adentro! —dijo William—. ¡Y me atrevo a decir que
su papá no sería feliz si un gran gigante de una niña pequeñita viene
pisoteando por aquí y dándole órdenes!
—¡La vieja kelda ordenaba a las personas! —dijo Tiffany.
—¡Sí! ¡Porque se ganó rrrespeto! —La voz del gonnagle parecía resonar
alrededor de las piedras.
—¡Por favor, no sé qué hacer! —gimió Tiffany.
William la miró fijo.
—Ach, bien, no lo ha hecho tan mal hasta ahora —dijo, con un mejor
tono de voz—. Ha logrado dejar a Roba A Cualquiera fuera del matrimonio
sin romper las reglas, y es una buena muchacha, le concedo eso. Encontrará
la manera si se toma el tiempo. Pero no golpee el pie ni espere que el
mundo obedezca. Todo lo que está haciendo es gritar por dulces, sabe. Use
los ojos. Use la cabeza.
Puso el tubo en su boca, hinchó sus mejillas hasta que la bolsa de piel
estuvo llena, e hizo que las orejas de Tiffany burbujearan otra vez.
—¿Y qué me dices tú, sapo? —dijo Tiffany, mirando dentro del bolsillo
del mandil.
—Estás sola, me temo —dijo el sapo—. Sea lo que sea que fui, no sabía
mucho sobre encontrar puertas invisibles. Y me molesta estar aquí contra mi
voluntad también, puedo decir.
—Pero... ¡no sé qué hacer! ¿Hay una palabra mágica que debería decir?
—No lo sé, ¿hay una palabra mágica que deberías decir? —dijo el sapo,
y se dio la vuelta.
Tiffany estaba consciente de que los Nac Mac Feegle estaban
apareciendo. Tenían el hábito realmente desagradable de ser muy
silenciosos cuando querían.
Oh, no, pensó. ¡Piensan que sé qué hacer! ¡Esto no es justo! No tengo
ningún entrenamiento para esto. ¡No he sido a la escuela de brujas! ¡Ni
siquiera puedo encontrarla! ¡La abertura debe estar en algún lugar por aquí
y debe haber un pase pero no sé cuál es!
Me están observando para ver si soy buena. Y soy buena en el queso, y
eso es todo. Pero una bruja se Enfrenta Con Las Cosas...
Colocó el sapo en su bolsillo y sintió el peso del libro Enfermedades de
las Ovejas.
Cuando lo sacó, escuchó que un suspiro se elevaba de los pictos
reunidos.
Piensan que las palabras son mágicas...
Abrió el libro al azar, y frunció el ceño.
—Cloggets —dijo en voz alta. A su alrededor, los pictos asintieron y se
codearon.[26]
—Cloggets son una tembladera de los greebs en ovejas hembras sin
crías —leyó—, que puede resultar en la inflamación de los pasks más bajos.
Si no se trata, podría resultar en la condición más seria de Sloke. El
tratamiento recomendado es una dosis diaria con trementina hasta que no
haya más temblor, o trementina, u oveja.
Se arriesgó a mirar hacia arriba. Lo Feegle la observaban desde cada
piedra y montículo. Parecían impresionados.
Sin embargo, las palabras de Enfermedades de las Ovejas no
produjeron entradas mágicas.
—Escarboso —leyó Tiffany. Hubo una ola de expectación.
—Escarboso es una condición de piel escamosa, particularmente
alrededor de los colgantes. La trementina es un remedio útil...
Y entonces vio, por el rabillo del ojo, el osito de peluche.
Era muy pequeño, y de esa clase de rojo que jamás consigues en la
naturaleza. Tiffany sabía qué era. Wentworth adoraba los ositos de dulce.
Tenían el sabor de la cola mezclada con azúcar y estaban hechos con 100 %
de Aditivos Artificiales.
—Ah —dijo en voz alta—. Mi hermano fue traído aquí, indudablemente.
Esto provocó agitación.
Caminó hacia adelante, leyendo en voz alta sobre el Goteo de las Fosas
Nasales y las Tembladeras pero manteniendo un ojo en el suelo. Y había
otro osito de dulce, verde esta vez y muy difícil de ver contra el pastizal.
De acuerdo, pensó Tiffany.
Había uno de los arcos de tres piedras un poco más allá; dos piedras
grandes con otra apoyada encima de ellas. Había caminado a través de él
antes, y nada ocurrió.
Pero nada debería ocurrir, pensó. No puedes dejar una entrada en tu
mundo que cualquiera pueda cruzar, de otro modo las personas entrarían y
saldrían por accidente. Tenías que saber que estaba ahí.
Quizás ésa era la única manera en que trabajaría.
Muy bien. Entonces creeré que ésta es la entrada.
Caminó a través, y vio un panorama asombroso: hierba verde, cielo
azul que se estaba volviendo rosado alrededor del sol poniente, algunas
pequeñas nubes blancas, y un aspecto general tibio y de color miel sobre
todo. Era asombroso que pudiera haber un panorama así. El hecho de que
Tiffany lo hubiera visto casi todos los días de su vida no lo hacía menos
fantástico. Además, ni siquiera tenías que mirar a través de ningún tipo de
arco de piedra para verlo. Podías verlo parada prácticamente en cualquier
lugar.
Excepto...
... algo estaba mal. Tiffany cruzó el arco varias veces, y todavía no
estaba muy segura. Extendió una mano a la distancia, tratando de medir la
altura del sol contra el horizonte.
Y entonces vio el ave. Era una golondrina, cazando moscas, y una
picada la ocultó detrás de las piedras.
El efecto fue... raro, y casi molesto. Pasó detrás de la piedra y sintió
que sus ojos se movían para seguir la picada... pero llegó tarde. Hubo un
momento en que la golondrina debía haber aparecido, y no lo hizo.
Entonces pasó a través de la abertura y por un momento estuvo de
ambos lados de la otra piedra al mismo tiempo.
Al verlo, Tiffany sintió que sus globos oculares se le salían y giraban.
Busca un lugar donde el tiempo no esté bien...
—El mundo visto a través de esa abertura está al menos un segundo
más tarde del tiempo aquí —dijo, tratando de sonar tan segura como le fue
posible—. Cre... Sé que ésta es la entrada.
Se escucharon algunos gritos y aplausos de los Nac Mac Feegle, y
corrieron hacia ella como una ola a través del pastizal.
—¡Eso fue grandioso, toda esa lectura que hizo! —dijo Roba A
Cualquiera—. ¡No comprendí una sola palabra!
—¡Sí, debe ser una lengua poderosa si puede distinguir dónde debe ir el
tacón! —dijo otro picto.
—Definitivamente, usted tiene madera de kelda, señorita —dijo No-tan-
grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock.
—¡Sí! —dijo Wullie Tonto—. ¡Era pisoteando el camino que usted vería
los dulces y continuaría! ¡Nosotros pensamos que no vería el verde
pequeñito, también!
El resto de los pictos dejó de aclamar y lo miraron furioso.
—¿Qué dije? ¿Qué dije? —dijo. Tiffany se sintió abatida.
—Todos ustedes sabían que ésa era la manera de entrar, ¿verdad? —
dijo.
—Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera—. Ya sabemos esa clase de cosas.
Solíamos vivir en el país de la Reina, ya sabe, pero nos rebelamos contra
sus reglas malvadas...
—Y lo hicimos, y entonces nos expulsó por estar borrachos, y robando y
peleando todo el tiempo —dijo Wullie Tonto.
—No fue de ese modo en absoluto —bramó Roba A Cualquiera.
—Y ustedes estaban esperando ver si podía encontrar el camino,
¿correcto? —dijo Tiffany, antes de que una pelea pudiera empezar.
—Sí. Lo hizo bien, muchacha.
Tiffany sacudió la cabeza.
–No, no lo hice —dijo—. No hice ninguna magia real. No sé cómo
hacerla. Sólo miré las cosas y lo descubrí. Estaba haciendo trampa,
realmente.
Los pictos se miraron unos a otros.
—Ah, bien —dijo Roba A Cualquiera—. ¿Qué es magia, eh? Sólo agitar
un palo y decir algunas palabras mágicas pequeñitas. ¿Y qué tiene de
ingenioso todo eso, eh? Pero mirar las cosas, realmente mirarlas, y luego
descubrir, bueno, ésa es una verdadera destreza.
—Sí, lo es —dijo William el gonnagle, para sorpresa de Tiffany—. Usted
usó los ojos y usó la cabeza. Es lo que hace una verdadera bruja. Lo mágico
sólo está ahí como advertencia.
—Oh —dijo Tiffany, alegrándose—. ¿De veras? Bien, entonces... ¡allí
está nuestra puerta, para todos!
—Correcto —dijo Roba A Cualquiera—. Ahora muéstrenos cómo cruzar.
Tiffany vaciló y luego pensó: puedo sentirme a mí misma pensando.
Estoy observando la manera en que estoy pensando. ¿Y qué estoy
pensando? Estoy pensando: crucé este arco antes, y nada ocurrió.
Pero no estaba mirando entonces. Tampoco estaba pensando. No
apropiadamente.
El mundo que puedo ver a través del arco no es real en realidad. Sólo
se ve como si lo fuera. Es una especie de... imagen mágica, puesta allí para
disfrazar la entrada. Y si no prestas atención, bien, sólo entras y sales, y no
te das cuenta.
Ajá...
Cruzó el arco. Nada ocurrió. Los Nac Mac Feegle la observaban
solemnemente.
De acuerdo, pensó. Todavía me estoy engañado, ¿verdad?
Se paró enfrente de las piedras, y extendió las manos a cada lado, y
cerró los ojos. Muy despacio, dio un paso adelante...
Algo crujió bajo sus botas, pero no abrió los ojos hasta que ya no pudo
sentir las piedras. Cuando los abrió...
... era un paisaje blanco y negro.
CAPÍTULO 8
País De Invierno
Tiffany pensó: ¿Es esto lo que significa ser una bruja? ¡No es lo que
esperaba! ¿Cuándo ocurren las partes buenas?
Se puso de pie.
—Sigamos adelante —dijo.
—¿No está cansada? —dijo Roba.
—¡Vamos a seguir adelante!
—¿Sí? Bien, probablemente se ha ido hacia su lugar más allá del
bosque. Si nosotros no la llevamos, le tomará un par de horas...
—¡Caminaré! —El recuerdo de la inmensa cara muerta del drome estaba
tratando de volver a su mente, pero la cólera no le dejaba espacio—.
¿Dónde está la sartén? ¡Gracias! ¡Vámonos!
Se puso en camino a través de los árboles extraños. Las pisadas de
pezuñas casi brillaban en la penumbra. Aquí y allá otras huellas las
cruzaban, huellas que podían haber sido patas de aves, ásperas pisadas
redondas que podían haber sido hechas por cualquier cosa, líneas
zigzaguéenles que podría hacer una serpiente, si hubiera tales cosas como
serpientes de nieve.
Los pictos corrían en línea con ella a ambos lados.
Incluso con la intensidad de la cólera apagándose, era difícil mirar las
cosas aquí sin que su cabeza empezara a dolerle. Las cosas que parecían
lejos se acercaban demasiado rápido, los árboles cambiaban de forma
cuando pasaba...
Casi irreal, había dicho William. Casi un sueño. Probablemente el mundo
no tenía suficiente realidad para que las distancias y las formas trabajaran.
Otra vez el artista mágico estaba pintando locamente. Si miraba fijo un árbol
cambiaba, y se volvía con más aspecto de árbol y menos como algo dibujado
por Wentworth con los ojos cerrados.
Éste es un mundo inventado, pensó Tiffany. Casi como una historia. Los
árboles no tienen que tener muchos detalles porque ¿quién mira los árboles
en una historia?
Se detuvo en un pequeño claro, y miró fijo un árbol. Parecía saber que
lo estaba mirado. Se puso más real. La corteza se puso áspera, y crecieron
las ramitas correctas en el extremo de las ramas.
La nieve se estaba derritiendo alrededor de sus pies, también. Aunque
‘derretir’ era la palabra equivocada. Sólo estaba desapareciendo, dejando
hojas y hierba.
Si yo fuera un mundo que no tuviera suficiente realidad para seguir,
pensó Tiffany, entonces la nieve sería muy útil. No exige mucho esfuerzo. Es
sólo una cosa blanca. Todo se ve blanco y simple. Pero puedo hacerlo
complicado. Soy más real que este lugar.
Escuchó un zumbido, y miró hacia arriba.
Y de repente el aire se estaba llenando con personas pequeñas, más
pequeñas que un Feegle, con alas como de libélulas. Tenían un brillo dorado
alrededor. Tiffany, encantada, extendió una mano...
Al mismo momento algo que se sentía como todo el clan Nac Mac
Feegle aterrizó sobre su espalda y la lanzó hacia un ventisquero.
Cuando logró salir, el claro era un campo de batalla. Los pictos saltaban
y golpeaban a las criaturas voladoras que zumbando a su alrededor como
avispas. Mientras miraba dos de ellas se zambulleron hacia Roba A
Cualquiera y lo levantaron del pelo.
Se alzó en el aire, gritando y luchando. Tiffany saltó y lo agarró por la
cintura, azotando a las criaturas con la otra mano. Soltaron al picto y la
esquivaron con facilidad, volando por el aire tan rápidas como colibríes. Una
de ellas le mordió el dedo antes de alejarse.
En algún lugar una voz decía:
—Ooooooooooooo-eeerrrrrr...
Roba forcejeaba en la mano de Tiffany.
—¡Rápido, bájeme! —gritó—. ¡Habrá poesía!
CAPÍTULO 9
Niños Perdidos
El gemido rodó alrededor del claro, tan triste como un mes de lunes.
—... rrrrrraaaaaaaaaaaoooooooo...
Sonaba como algún animal con un dolor terrible. Pero era, a decir
verdad, No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock, que estaba parado sobre un ventisquero con una mano
apretada contra su corazón y la otra extendida, muy teatralmente.
Blanqueaba los ojos, también.
—... oooooooooooooooooooooo...
—Ach, es algo terrible que le suceda la musa —dijo Roba A Cualquiera,
poniéndose las manos sobre las orejas.
—... oooooiiiiiit es con grrran lamentación y consternación preocupante
—gimió el picto—, que considerrramos la triste posibilidad del País de las
Hadas en considerrrable decadencia...[28]
En el aire, las criaturas voladoras dejaron de atacar y empezaron a
entrar en pánico. Algunas chocaban contra otras.
—Con tan grande cantidad de terrribles incidentes que ocurrren todos
los días —recitaba No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-
que-Pequeñito-Jock-Jock—. Incluyendo, siento mucho decir, un ataque aéreo
por las de otra manera muy atractivas y fantásticas...
Las criaturas voladoras chillaron. Algunas se estrellaron en la nieve,
pero las que todavía eran capaces de volar se alejaron en enjambre entre
los árboles.
—¡Presenciado por todos nosotros en este momento, y celebrado en
esta rima precipitada! —les gritó No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-
más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock.
Y todas se habían ido.
Unos Feegle se levantaban del suelo. Algunos sangraban donde las
hadas los habían mordido. Varios estaban tendidos, acurrucados y gimiendo.
Tiffany miró su propio dedo. El mordisco del hada había dejado dos
diminutos agujeros.
—No es demasiado malo —gritó desde abajo Roba A Cualquiera—. No
se ha llevado a nadie, sólo algunos casos donde los muchachos no se
pusieron las manos sobre las orejas a tiempo.
—¿Están bien?
—Oh, estarán bien con algo de consuelo.
Sobre el montículo de nieve, William palmeaba el hombro de No-tan-
grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock de
una manera amigable.
—Eso, muchacho —dijo orgullosamente—, fue un poco de la peor poesía
que he escuchado en mucho tiempo. Era ofensiva para la oreja y una
torrrtura para el alma. El último par de líneas necesita de algún trabajo pero
tienes el quejido muy bueno. En general, ¡un esfuerzo muy loable! ¡Haremos
un gonnagle de ti todavía!
No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock se ruborizó con felicidad.
En el País de las Hadas las palabras realmente tienen poder, pensó
Tiffany. Y soy más real. Lo recordaré.
Los pictos se reunieron en orden de batalla otra vez, aunque estaba
muy desordenado, y se pusieron en camino. Tiffany no se adelantó
demasiado esta vez.
—Ésas eran sus pequeñas personas con alas —dijo Roba, mientras
Tiffany se chupaba el dedo—. ¿Está más feliz ahora?
—¿Por qué estaban tratando de llevarlo?
—Ach, ellas llevan a sus víctimas a su nido, donde las más jóvenes...
—¡Deténgase! —dijo Tiffany—. Esto va a ser horrible, ¿verdad?
—Oh, sí. Horripilante —dijo Roba, sonriendo.
—¿Y ustedes solían vivir aquí?
—Ah, pero no era tan malo entonces. No era perfecto, de todas formas,
pero la Reina no era tan fría en esos días. El Rey todavía estaba por aquí.
Ella estaba siempre feliz entonces.
—¿Qué ocurrió? ¿Se murió el Rey?
—No. Tuvieron palabras, si entiende lo que quiero decir —dijo Roba.
—Oh, quiere decir como una discusión...
—Un poco, tal vez —dijo Roba—. Pero eran palabras mágicas. Bosques
destruidos, montañas explotando, algunos centenares de muertes, esa clase
de cosas. Y se marchó a su propio mundo. El País de las Hadas nunca fue un
picnic, ya sabe, ni siquiera antiguamente. Pero estaba bien si te mantenías
alerta, y había flores y aves y verano. Ahora hay dromes y sabuesos y hadas
que pican y unas cosas que se arrastran dentro de sus propios mundos, y
todo el lugar ha bajado a la tristeza.
Cosas tomadas de sus propios mundos, pensó Tiffany, mientras
caminaba a través de la nieve. Mundos todos apiñados como arvejas en un
saco, o escondidos dentro de otros como burbujas dentro de otras burbujas.
Tenía una imagen en la cabeza de cosas que se deslizaban fuera de su
propio mundo y hacia otro, como los ratones invaden la despensa. Sólo que
había peores cosas que ratones.
¿Qué haría un drome si se metía en nuestro mundo? Nunca sabrías que
estaba ahí. Se sentaría en un rincón y nunca lo verías, porque no lo
permitiría. Y cambiaría tu manera de ver el mundo, te daría pesadillas, te
haría desear morir...
Su Segundo Pensamiento añadió: ¿Me pregunto cuántos tenemos
dentro y no lo sabemos?
Y estoy en el País de las Hadas, donde los sueños pueden hacer daño.
En algún lugar donde todas las historias son reales, todas las canciones
verdaderas. Pensé que la kelda había dicho algo extraño...
El Segundo Pensamiento de Tiffany dijo: Espera, ¿fue ése un Primer
Pensamiento?
Y Tiffany pensó: No, ése fue un Tercer Pensamiento. Estoy pensando
sobre cómo pienso sobre lo que estoy pensando. Por lo menos, eso creo.
Su Segundo Pensamiento dijo: Por favor, nos calmemos todos, porque
ésta es una cabeza bastante pequeña.
La nieve del claro se había derretido toda, y los árboles parecían reales
y con apropiado aspecto de árboles.
Enfrente de Tiffany, el drome cayó hacia atrás. Ella sujetaba la vieja
sartén en la mano, pero había cortado perfectamente. Cosas raras, los
sueños.
Se volvió hacia Roland, que la miraba con una cara tan pálida que
podría haber sido también un drome.
—Estaba asustado —dijo—. Quería que yo lo atacara a usted y no a él.
Trató de verse como usted y lo hizo parecer un drome. Pero no sabía hablar.
Usted sí sabe.
—¡Podrías haberme matado! —dijo roncamente.
—No —dijo Tiffany—. Le acabo de explicar. Por favor, no escape. ¿Ha
visto a un niño pequeño por aquí?
La cara de Roland se arrugó.
—¿Qué? —dijo.
—La Reina se lo llevó —dijo Tiffany—. Voy a buscarlo para llevarlo a
casa. Lo llevaré a usted también, si quiere.
—Nunca saldrás —susurró Roland.
—Entré, ¿verdad?
—Entrar es fácil. ¡Nadie sale!
—Encontraré una manera —dijo Tiffany, tratando de sonar mucho más
confiada que lo que se sentía.
—¡Ella no te lo permitirá! —Roland empezó a retroceder otra vez.
—Por favor, no sea tan... tan estúpido —dijo Tiffany—. Voy a encontrar
a la Reina y llevar a mi hermano de regreso, sin importar lo que usted diga.
¿Comprende? He llegado hasta aquí. Y tengo ayuda, ya sabe.
—¿Dónde? —dijo Roland.
Tiffany miró a su alrededor. No había ninguna señal de los Nac Mac
Feegle.
—Siempre aparecen —dijo—. Justo cuando los necesito.
De repente, se dio cuenta de que había algo muy... vacío en el bosque.
Parecía más frío también.
—Estarán aquí en cualquier momento —añadió, con esperanza.
—Quedaron atrapados en el sueño —dijo Roland rotundamente.
—No puede ser. ¡Maté al drome!
—Es más complicado que eso —dijo el niño—. No sabes cómo es aquí.
Hay sueños dentro de sueños. Hay... otras cosas que viven dentro de los
sueños, cosas horribles. Nunca sabes si realmente has despertado. Y la
Reina los controla a todos. Son personas hadas, de todos modos. No puedes
confiar en ellas. No puedes confiar en nadie. Yo no confío en ti.
Probablemente sólo seas otro sueño.
Le dio la espalda y se alejó, siguiendo la línea de pisadas de pezuñas.
Tiffany vaciló. La única otra persona real se estaba yendo, dejándola
aquí con nada más que los árboles, y las sombras.
Y, por supuesto, cualquier cosa horrible que corría hacia ella a través de
ellos...
—Er... —dijo—. ¿Hola? ¿Roba A Cualquiera? ¿William? ¿Wullie Tonto?
No hubo respuesta. Ni siquiera había un eco. Estaba sola, aparte de los
latidos de su corazón.
Bien, por supuesto que había luchado contra cosas y ganado, ¿verdad?
Pero los Nac Mac Feegle habían estado ahí y, de algún modo, lo habían
hecho fácil. Nunca se rendían, atacarían absolutamente cualquier cosa y no
conocían el significado de la palabra ‘miedo’.
Tiffany, que había recorrido gran parte del diccionario, tuvo un Segundo
Pensamiento allí. Sólo una entre miles de palabras —de la que los pictos
probablemente no conocieran el significado— era ‘lágrima’. Por desgracia,
ella sí sabía qué significaba. Y el sabor y el sentimiento del miedo, también.
Lo sentía ahora.
Agarró la sartén. Ya no le parecía un arma tan buena.
Las frías sombras azules entre los árboles parecían estar saliendo. Eran
más oscuras por delante de ella, donde se dirigían las pisadas de pezuñas.
Extrañamente, el bosque por detrás parecía casi claro y acogedor.
Alguien no quiere que yo continúe, pensó. Eso era... bastante
alentador. Pero el crepúsculo era nebuloso y temblaba de una manera
desagradable. Cualquier cosa podía estar esperando.
Ella estaba esperando, también. Se dio cuenta de que estaba esperando
a los Nac Mac Feegle, esperando contra toda esperanza escuchar un
repentino grito, aun ‘¡crivens!’ (Estaba segura de que era una palabrota) [35]
Sacó el sapo, que se quedó roncando sobre la palma de su mano, y lo
despertó.
—¿Quep? —croó.
—Estoy atorada en un bosque de sueños malvados y estoy
completamente sola y creo que se está poniendo más oscuro —dijo Tiffany
—. ¿Qué debo hacer?
El sapo abrió un ojo legañoso y dijo:
—Vete.
—¡Eso no es mucha ayuda!
—Es el mejor consejo que hay —dijo el sapo—. Ahora déjame, el frío
me pone letárgico.
De mala gana, Tiffany puso a la criatura de regreso en el bolsillo de su
mandil, y su mano tocó Enfermedades de las Ovejas.
Lo sacó y lo abrió al azar. Había una cura para los Vapores, pero había
sido tachada con lápiz. En el margen, con la letra grande, redonda y
cuidadosa de Yaya Doliente, estaba escrito:
Golpe Maestro
17
Frutas confitadas, sweetmeats, se parece a mollejas, sweetbreads. (Nota del traductor)
—Sólo dijo que es lo que los niños hacen —dijo Roland.
Tiffany se sorprendió. Hasta donde sabía, los niños principalmente
discutían, gritaban, corrían muy rápido de un lado para el otro, reían fuerte,
se pellizcaban las narices, se ensuciaban y se enfurruñaban. Cualquiera que
fuera visto bailando y saltando y cantando probablemente habría sido picado
por una avispa.
—Extraño —dijo.
—Y entonces cuando no lo hacía ella me daba más dulces.
—¿Más turrón?
—Ciruelas de azúcar —dijo Roland—. Son como ciruelas. ¿Sabe? ¿Con
azúcar encima? ¡Siempre está tratando de darme de comer azúcar! ¡Cree
que me gusta!
Una pequeña campana sonó en la memoria de Tiffany.
—Usted no cree que está tratando de engordarlo antes de cocinarlo en
un horno y comerlo, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Solamente las brujas perversas lo hacen.
Los ojos de Tiffany se estrecharon.
—Oh sí —dijo cuidadosamente—. Lo olvidé. ¿Así que ha estado viviendo
de los dulces?
—¡No, sé cómo cazar! Aquí entran animales reales. No sé cómo. Sneebs
piensa que encuentran las entradas por accidente. Y entonces se mueren de
hambre, porque aquí es siempre invierno. A veces la Reina manda a robar
fiestas si una puerta da a un mundo interesante, también. Todo este lugar
es como... un barco pirata.
—Sí, o una garrapata de oveja -dijo Tiffany, pensando en voz alta.
—¿Qué son?
—Son insectos que muerden a las ovejas y les chupan sangre y no se
caen hasta que están llenas —dijo Tiffany.
—Puaj. Supongo que ésa es la clase de cosas que los campesinos tienen
que saber —dijo Roland—. Me alegro de no tener que saberlo. He visto uno o
dos mundos a través de las entradas. No me dejarían salir, sin embargo.
Tomamos papas de uno, y pescado de otro. Creo que asustan a las personas
para que les den cosas. Oh, y estaba el mundo de donde vienen los dromes.
Se rieron y me dijeron que si quería ir allí sería bienvenido. ¡No fui! Es todo
rojo, como una puesta de sol. Un inmenso sol sobre el horizonte, y un mar
rojo que apenas se mueve, y rocas rojas, y sombras largas. Y esas criaturas
sentadas sobre las rocas, viviendo de cangrejos y cosas arañosas y
pequeñas criaturas horribles. Era horrible. Había una especie de anillo de
pequeñas garras y conchas y huesos alrededor de cada uno.
—¿Quiénes son? —dijo Tiffany, que había notado la palabra
‘campesinos’.
—¿Qué quieres decir?
—Usted se dice ‘ellos’ todo el tiempo —dijo Tiffany—. ¿A quiénes se
refiere? ¿A las personas de ahí afuera?
—¿Ésos? La mayoría de ellos ni siquiera son reales —dijo Roland—. Me
refiero a los duendes. A las hadas. Ella es su Reina. ¿No lo sabías?
—¡Creía que eran pequeños!
—Creo que pueden ser de cualquier tamaño que quieran —dijo Roland
—. No son... exactamente reales. Son como... sueños de sí mismos. Pueden
ser tan delgados como el aire o sólidos como una roca. Dice Sneebs.
—¿Sneebs? —dijo Tiffany—. Oh... ¿el hombrecillo que sólo dice sneebs
pero que las palabras reales aparecen en la cabeza?
—Sí, ése es él. Ha estado aquí por años. Así fue como supe que el
tiempo estaba mal. Sneebs regresó a su propio mundo una vez, y todo era
diferente. Estaba tan abatido que buscó otra entrada y regresó.
—¿Regresó? —preguntó Tiffany, asombrada.
—Dijo que era mejor pertenecer donde no pertenece que no pertenecer
donde solía pertenecer, recordando cuando solía pertenecer allí —dijo Roland
—. Por lo menos, creo que eso fue lo que dijo. Dijo que aquí no se está
demasiado mal si uno se mantiene lejos del camino de la Reina. Dice que se
puede aprender mucho.
Tiffany volvió la mirada a la encorvada figura de Sneebs, que todavía
observaba cómo rompían las nueces. No parecía que estuviera aprendiendo
algo. Sólo se veía como alguien que ha estado atemorizado durante tanto
tiempo que se ha hecho parte de su vida, como las pecas.
—Pero no debes hacer que la Reina se enfade —dijo Roland—. He visto
lo que le pasa a las personas que la hacen enfadar. Envía a las mujeres
Bumble-Bee contra ellas.
—¿Está hablando de esas inmensas mujeres con alas diminutas?
—¡Sí! Son crueles. Y si la Reina se enfada realmente con alguien, sólo lo
mira fijo y... cambia.
—¿En qué?
—En otra cosa. No quiero tener que dibujarlo. —Roland se estremeció
—. Y si lo hiciera, necesitaría muchos crayones rojos y púrpura. Entonces lo
arrastran y lo dejan para los dromes. —Sacudió la cabeza—. Escucha, los
sueños son reales aquí. Realmente reales. Cuando estás dentro de ellos no
estás... exactamente aquí. Las pesadillas son reales, también. Puedes morir.
Esto no se siente real, se dijo Tiffany. Se siente como un sueño. Casi
podría despertar.
Siempre debo recordar lo que es real.
Bajó la vista a su vestido azul descolorido, con las malas puntadas
alrededor del dobladillo porque fue alargado y levantado mientras sus varias
propietarias crecían. Eso era real.
Y ella era real. El queso era real. En algún lugar no lejano había un
mundo de pastos verdes bajo un cielo azul, y eso era real.
Los Nac Mac Feegle eran reales, y otra vez deseó que estuvieran aquí.
Había algo en la manera en que gritaban ‘¡Crivens!’, y atacaban todo lo que
tuvieran a la vista que era tan reconfortante.
Probablemente Roland era real.
Casi todo lo demás era realmente un sueño, en un mundo ladrón que
vivía de los mundos reales y donde el tiempo permanecía casi inmóvil y
podían ocurrir cosas horribles en cualquier momento. No quiero saber nada
más sobre él, decidió. Sólo quiero encontrar a mi hermano y volver a casa,
mientras todavía estoy enfadada.
Porque cuando deje de estar enfadada, ése será el momento de
asustarme otra vez, y esta vez estaré muy asustada. Demasiado asustada
para pensar. Tan asustada como Sneebs. Y debo pensar...
—El primer sueño en el que estuve era como uno mío —dijo—. He
tenido sueños donde me despierto y todavía estoy dormida. Pero el salón de
baile, nunca he...
—Oh, ése era uno mío —dijo Roland—. Desde que era niño. Una noche
desperté y bajé al gran salón y allí estaban todas estas personas con
máscaras, bailando. Era tan... brillante. —Pareció triste por un momento—.
Fue cuando mi madre todavía vivía.
—Éste es un dibujo de un libro que tengo —dijo Tiffany—. Debe haberlo
tomado de mí...
—No, lo usa a menudo —dijo Roland—. Le gusta. Recoge sueños de
todos los lugares. Los colecciona.
Tiffany se puso de pie, y recogió la sartén otra vez.
—Voy a ver a la Reina —dijo.
—No lo hagas —dijo Roland—. Eres la única persona real aquí excepto
Sneebs, y él no es muy buena compañía.
—Voy a buscar a mi hermano y volver a casa —dijo Tiffany,
rotundamente.
—No voy a ir contigo, entonces —dijo Roland—. No quiero ver en lo que
te convierte.
Tiffany salió a la luz intensa y sin sombras, y siguió el sendero
pendiente arriba. Unas hierbas gigantes se arqueaban por encima de su
cabeza. Aquí y allá, personas extrañamente vestidas y con formas extrañas
se volvieron para mirarla, pero actuaban como si fuera sólo una vagabunda,
sin interés en absoluto.
Echó un vistazo hacia atrás. A la distancia, el rompedor de nueces había
encontrado un martillo más grande, y estaba listo para golpear.
—¡Quedo quedo quedo dulce!
La cabeza de Tiffany giró como una veleta en un tornado. Corrió a lo
largo del sendero, con la cabeza abajo, lista para golpear con la sartén
cualquier cosa que se pusiera en su camino, y cruzó a través de una mata
de hierba hacia un espacio bordeado con margaritas. Bien podía haber sido
una enramada. No se molestó en verificarlo.
Wentworth estaba sentado sobre una gran piedra plana, rodeado por
dulces. Muchos de ellos eran más grandes que él. Unos pequeños estaban
apilados, unos grandes yacían como troncos. Y eran de todos los colores que
pueden ser los dulces, como Rojo No-Realmente-Grosella, Amarillo Falso-
Limón, Naranja Curiosamente-Químico, Verde Alguna-Clase-de-Acidez y Azul
Quién-Sabe-Qué.
Las lágrimas caían de su barbilla en gotas. Ya que estaban aterrizando
entre los dulces, se estaba generando una severa pegajosidad.
Wentworth aulló. Su boca era un gran túnel rojo con la cosa temblorosa
que nadie sabe cómo se llama rebotando de un lado a otro en el fondo de su
garganta. Solamente dejaba de llorar cuando era momento de aspirar o
morir, e incluso entonces era apenas un momento para una enorme
bocanada antes de que el aullido volviera otra vez.
Tiffany supo inmediatamente cuál era el problema. Lo había visto antes,
en las fiestas de cumpleaños. Su hermano estaba sufriendo de trágica
privación de dulces. Sí, estaba rodeado por dulces. Pero en cuanto tomara
cualquier dulce, su cerebro afectado por el azúcar le advertía que no estaba
tomando todo el resto. Y había tantos dulces que nunca podría comerlos
todos. Era demasiado para él. La única solución era echarse a llorar.
La única solución en casa era poner un balde sobre su cabeza hasta que
se calmaba, y quitar casi todos los dulces. Podía arreglarse con unos pocos
puñados a la vez.
Tiffany dejó caer la sartén y lo alzó en sus brazos.
—Soy Tiffy —susurró—. Y nos vamos a casa.
Y aquí es donde conozco a la Reina, pensó. Pero no hubo ningún grito
de rabia, ninguna explosión de magia... nada.
Sólo escuchaba el zumbido de abejas a la distancia, y el sonido del
viento en el pasto, y los tragos de Wentworth, que estaba demasiado
conmocionado para llorar.
Ahora podía ver que el lado opuesto de la enramada contenía un sofá
de hojas, rodeado por flores colgantes. Pero no había nadie ahí.
—Es porque estoy detrás de ti —dijo la voz de la Reina en su oreja.
Tiffany dio media vuelta rápidamente.
No había nadie ahí.
—Todavía detrás de ti —dijo la Reina—. Éste es mi mundo, niña. Nunca
serás tan rápida como yo, ni tan inteligente como yo. ¿Por qué estás
tratando de llevarte a mi niño?
—¡No es suyo! ¡Es nuestro! —dijo Tiffany.
—Nunca lo quisiste. Tienes un corazón como una pequeña bola de
nieve. Puedo verlo.
La frente de Tiffany se arrugó.
—¿Quererlo? —dijo—. ¿Qué tiene que ver con esto? ¡Es mi hermano!
¡Mi hermano!
—Sí, es una cosa muy brujeril, verdad —dijo la voz de la Reina—.
Egoísmo. Mío, mío, mío. Lo único que preocupa a una bruja es lo que es
suyo.
—¡Usted lo robó!
—¿Robarlo? ¿Quieres decir que piensas que lo poseías?
El Segundo Pensamiento de Tiffany dijo: Está buscando tu debilidad. No
la escuches.
—Ah, tienes Segundos Pensamientos —dijo la Reina—. Supongo que
piensas que eso te hace muy bruja, ¿verdad?
—¿Por qué no me deja verla? —dijo Tiffany—. ¿Tiene miedo?
—¿Miedo? —dijo la voz de la Reina—. ¿De algo como tú?
Y la Reina estaba ahí, enfrente de ella. Era mucho más alta que Tiffany,
pero igual de delgada; su pelo era largo y negro, su cara pálida, sus labios
rojos cereza, su vestido negro y blanco y rojo. Y todo estaba, muy
ligeramente, mal.
El Segundo Pensamiento de Tiffany dijo: Es porque es perfecta.
Completamente perfecta. Como una muñeca. Nadie real es tan perfecto.
—Ésa no es usted —dijo Tiffany, con certeza absoluta—. Ése es sólo un
sueño de usted. Eso no es usted en absoluto.
La sonrisa de la Reina desapareció por un momento y volvió toda
nerviosa y frágil.
—Tanta rudeza, y apenas me conoces —dijo, sentándose sobre el
asiento de hojas. Palmeó el espacio junto a ella—. Siéntate —dijo—. Estar de
pie allí y de ese modo es tan polémico. Anotaré tus malos modales como
simple desorientación. —Lanzó una hermosa sonrisa a Tiffany.
Mira la manera en que sus ojos se mueven, dijo el Segundo
Pensamiento de Tiffany. No creo que los use para verte. Son sólo hermosos
adornos.
—Has invadido mi hogar, mataste a algunas de mis criaturas y estás
actuando de una manera dañina y despreciable en general —dijo la Reina—.
Eso me ofende. Sin embargo, entiendo que has sido malamente conducida
por elementos perturbadores...
—Usted robó a mi hermano —dijo Tiffany, sujetando a Wentworth más
fuerte—. Usted roba toda clase de cosas. —Pero su voz sonaba débil y
diminuta en sus orejas.
—Estaba vagando, perdido —dijo la Reina tranquilamente—. Lo traje a
casa y lo consolé.
Y el tono de la voz de la Reina decía, de una manera amistosa y
comprensiva, que ella tenía razón y que tú estabas equivocada. Y que no era
tu culpa, exactamente. Probablemente fuera culpa de tus padres, o de tu
comida, o de algo tan terrible que lo habías olvidado completamente. La
Reina entendía que no era tu culpa, porque tú eras una buena persona. Era
algo terrible que todas estas malas influencias te hubieran hecho tomar
decisiones equivocadas. Si sólo lo admitieras, Tiffany, entonces el mundo
sería un lugar mucho más feliz...
... este lugar frío, vigilado por monstruos, en un mundo donde nada se
hace viejo, ni crece, dijo su Segundo Pensamiento. Un mundo con la Reina a
cargo de todo. No escuches.
Logró retroceder un paso.
—¿Soy un monstruo? —preguntó la Reina—. Todo lo que quería era un
poquito de compañía...
Y el Segundo Pensamiento de Tiffany, inundado por la maravillosa voz
de la Reina, dijo: la Srta. Femenina Robinson...
Despertar
Del otro lado del claro, donde el hombre que rompía nueces había
estado trabajando, estaba la última nuez, de la mitad de la altura de Tiffany.
Y se mecía suavemente. El hombre lanzó un golpe con el martillo, y rodó
fuera del camino.
Mira qué hay de real ahí... se dijo Tiffany, y rió.
La Reina le lanzó una mirada perpleja.
—¿Lo encuentras gracioso? —preguntó—. ¿Qué tiene de gracioso? ¿Qué
hay de divertido en esta situación?
—Sólo tuve una idea graciosa —dijo Tiffany. La Reina lanzó una mirada
furiosa, como hacen las personas sin sentido del humor cuando son
enfrentadas con una sonrisa.
No eres muy inteligente, pensó Tiffany. Nunca has necesitado serlo.
Puedes conseguir lo que quieres sólo soñándolo. Confías en tus sueños así
que nunca tienes que pensar.
Se volvió y susurró a Roland:
—¡Rompa la nuez! ¡No se preocupe por lo que hago, rompa la nuez!
El niño la miró sin comprender.
—¿Qué le has dicho? —preguntó la Reina bruscamente.
—Dije adiós —dijo Tiffany, sujetando fuerte a su hermano—. ¡No le
estoy entregando a mi hermano, sin importar lo que usted haga!
—¿Sabes de qué color son tus tripas? —dijo la reina. Tiffany sacudió la
cabeza calladamente.
—Bien, ahora lo averiguarás —dijo la Reina, sonriendo dulcemente.
—No es lo bastante poderosa para hacer algo así —dijo Tiffany.
—Sabes, tienes razón —dijo la Reina—. Esa clase de magia física es,
efectivamente, muy difícil. Pero puedo hacerte pensar que he hecho las
cosas... más terribles. Y eso, pequeña niña, es todo lo que tengo que hacer.
¿Te gustaría pedir piedad ahora? Es posible que no puedas después.
Tiffany hizo una pausa.
—No-o —dijo por fin—. Creo que no lo haré.
La Reina se inclinó. Sus ojos grises llenaron el mundo de Tiffany.
—Las personas de aquí recordarán esto por mucho tiempo —dijo.
—Eso espero —dijo Tiffany—. Rompa... la... nuez.
Por un momento, la Reina pareció perpleja otra vez. No era buena
enfrentando cambios repentinos.
—¿Qué?
—¿Eh? Oh... correcto —farfulló Roland.
—¿Qué le dijiste? —preguntó la Reina, mientras el niño corría hacia al
hombre del martillo.
Tiffany le pateó la pierna. No era una cosa brujeril. Era muy de nueve
años, y deseaba haber pensado en algo mejor. Por otro lado, tenía botas
duras y era una buena patada.
La Reina la sacudió.
—¿Por qué lo hiciste? —dijo—. ¿Por qué no haces lo que te digo? ¡Todos
podían ser tan felices si sólo hicieran lo que les digo!
Tiffany miró la cara de la mujer. Los ojos eran grises ahora, pero las
pupilas eran como espejos de plata.
Sé qué eres, dijo su Tercer Pensamiento. Eres algo que nunca aprendió
nada. No sabes nada sobre las personas. Eres sólo... una niña que se ha
vuelto vieja.
—¿Quiere un dulce? —susurró.
Escuchó un grito a sus espaldas. Se retorció en la mano de la Reina, y
vio que Roland luchaba por el martillo. Mientras lo miraba, él giró
desesperadamente y levantó la pesada cosa sobre su cabeza, golpeando al
elfo detrás de él.
La Reina la hizo girar salvajemente mientras el martillo caía.
—¿Dulces? —siseó—. Te mostraré dul...
—¡Crivens! ¡Es la Reina! ¡Y tiene a nuestra kelda, la vieja topher!
—¡Ningún rey! ¡Ningún terrateniente! ¡Hombrecillos Libres!
—¡Podría asesinar una broqueta!
—¡Atrápenla!
Tiffany podría haber sido la única persona, en todos los mundos que
hay, que se sintiera feliz de escuchar el sonido de los Nac Mac Feegle.
Salieron en tropel de la nuez destrozada. Algunos todavía llevaban
corbatas de moño. Algunos estaban otra vez con sus faldas escocesas.
Pero todos estaban con ánimo de combate y, para ahorrar tiempo,
estaban peleando unos con otros para conseguir velocidad.
El claro... se aclaró. Reales o sueños, las personas podían ver los
problemas cuando rodaban hacia ellas en una marea estruendosa,
malediciente, roja y azul.
Tiffany escapó de la mano de la Reina y, todavía sosteniendo a
Wentworth, se metió presurosa en las hierbas para observar.
Gran Yan pasó corriendo, llevando sobre la cabeza a un elfo adulto que
se debatía. Entonces se paró repentinamente, y lo tiró a gran altura sobre el
claro.
—Y aquí se va, justo sobre su cabeza —gritó, entonces giró y volvió
corriendo a la batalla.
No se podía caminar sobre los Nac Mac Feegle, ni apretujarlos.
Trabajaban en grupos, trepando las espaldas de los otros para ponerse a la
altura suficiente para dar un puñetazo a un elfo o, preferentemente,
golpearlo con su propia cabeza. Y en cuanto alguien había caído, todo había
terminado excepto las patadas.
Había algún método en la manera en que los Nac Mac Feegle peleaban.
Por ejemplo, siempre escogían al adversario más grande porque, como dijo
Roba A Cualquiera después, ‘es más fácil golpearlos, ya sabe’. Y
simplemente no se detenían. Era eso lo que agotaba a las personas. Era
como ser atacadas por avispas con puños.
Les llevó un poco de tiempo darse cuenta de que se habían quedado sin
personas para pelear. Siguieron luchando entre sí por un rato, de todos
modos; se tranquilizaron y empezaron a registrar los bolsillos de los caídos
en caso de que hubiera algún sencillo.
Tiffany se puso de pie.
—Ach, bien, no ha sido un mal trabajo, me digo a mí mismo —dijo Roba
A Cualquiera, mirando a su alrededor—. Una pelea muy limpia y ni siquiera
tendremos que recurrir a la poesía.
—¿Cómo se metieron en la nuez? —dijo Tiffany—. Quiero decir, ¡era...
una nuez!
—El único camino que pudimos encontrar —dijo Roba A Cualquiera—.
Tenía que ser un camino que quedara bien. Es trabajo difícil, navegar en los
sueños.
—Especialmente cuando eres una gente pequeñita —dijo Wullie Tonto,
sonriendo ampliamente.
—¿Qué? ¿Han estado... bebiendo? —preguntó Tiffany—. He estado cara
a cara con la Reina, ¿y ustedes han estado en un bar?
—¡Ach, no! —dijo Roba A Cualquiera—. ¿Conoce ese sueño con la gran
fiesta? ¿Cuando usted tenía el vestido bonito y todo eso? Quedamos
atorados allí.
—¡Pero maté al drome!
Roba parecía un poco furtivo.
—Bieeen —dijo—, no salimos tan fácilmente como usted. Nos llevó un
rato pequeñito.
—Hasta que terminamos toda la bebida —dijo Wullie Tonto, servicial.
Roba le miró furioso.
—¡No tienes que ponerlo de ese modo! —dijo, abruptamente.
—¿Quiere decir que el sueño continúa? —dijo Tiffany.
—Si está lo bastante sedienta —dijo Wullie Tonto—. Y no sólo era la
bebida, había ca-na-pés también.
—¡Pero pensé si comías o bebías en un sueño te quedabas allí! —dijo
Tiffany.
—Sí, para la mayoría de las criaturas —dijo Roba A Cualquiera—. No
para nosotros, sin embargo. Casas, bancos, sueños, es todo lo mismo para
nosotros. No hay nada de lo que no podamos salir o entrar.
—Excepto tal vez de los bares —dijo Gran Yan.
—Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera alegremente—. Salir de los bares nos
causa a veces una cierrrta cantidad de dificultad, se lo aseguro.
—¿Y adónde fue la Reina? —preguntó Tiffany.
—Ach, salió disparada apenas llegamos —dijo Roba A Cualquiera—. Y
también deberíamos irnos, dama, antes de que cambie el sueño. —Hizo un
gesto con la cabeza hacia Wentworth—. ¿Éste es el niño pequeñito? ¡Ach,
qué narices de duende!
—¡Quedo dulce! —gritó Wentworth, en piloto automático dulcero.
—¡Bien, no puedes tomar ninguno! —gritó Roba A Cualquiera—. ¡Y deja
de lloriquear y ven con nosotros y deja de ser una carga para tu hermana
pequeñita!
Tiffany abrió la boca para protestar, y la cerró otra vez cuando
Wentworth, después de un momento de conmoción, se rió.
—¡Gracioso! —dijo—. ¡Hombrecillo! ¡Hombrecillo!
—Oh, cielos —dijo Tiffany—. Ahora lo ha hecho arrancar.
Pero no obstante estaba muy sorprendida. Wentworth nunca mostraba
tanto interés en nadie que no fuera un bebé de jalea.
—Roba, tenemos uno real aquí —gritó un picto. Ante su horror, Tiffany
vio que varios de los Nac Mac Feegle sostenían la cabeza inconsciente de
Roland. Estaba extendido sobre el suelo.
—Ah, es el tipo que fue descortés contigo —dijo Roba—. Y trató de
golpear a Gran Yan con un martillo, también. No fue una cosa ingeniosa de
intentar. ¿Qué haremos con él?
Las hierbas temblaron. La luz se estaba yendo del cielo. El aire se ponía
más frío también.
—¡No podemos dejarlo aquí! —dijo Tiffany.
—Está bien, lo arrastraremos —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Movámonos
ya!
—¡Hombrecillo! ¡Hombrecillo! —gritó Wentworth con regocijo.
—Será así todo el día, me temo —dijo Tiffany—. Lo siento.
—Corra hacia la puerta —dijo Roba A Cualquiera—. ¿No puede ver la
puerta?
Tiffany miró a su alrededor desesperadamente. El viento era glacial
ahora.
—¡Vea la puerta! —ordenó Roba A Cualquiera. Ella parpadeó, y giró.
—Er... er... —dijo. La sensación de un mundo por debajo, que le había
llegado cuando estaba asustada de la Reina, no aparecía tan fácilmente
ahora. Trató de concentrarse. El olor de la nieve...
Era ridículo hablar del olor de la nieve. Era sólo pura agua congelada.
Pero Tiffany siempre sabía, cuando despertaba, si había nevado por la
noche. La nieve tenía un olor como el sabor del estaño. El estaño tenía un
sabor, aunque indudablemente sabía al olor de la nieve.
Creyó escuchar que su cerebro crujía por el esfuerzo de pensar. Si
estuviera en un sueño, tenía que despertar. Pero era inútil correr. Los
sueños estaban llenos de carreras. Pero había una dirección que parecía...
delgada, y blanca.
Cerró los ojos, y pensó en la nieve, crujiente y blanca como sábanas
limpias. Se concentró en la sensación de ella bajo sus pies. Todo lo que tenía
que hacer era despertar...
Estaba parada en la nieve.
—Correcto —dijo Roba A Cualquiera.
—¡Salí! —dijo Tiffany.
—Ach, a veces la puerta está en su propia cabeza —dijo Roba A
Cualquiera—. ¡Ahora, movámonos!
Tiffany sintió que era levantada en el aire. Cerca, un Roland que
roncaba se alzó sobre docenas de pequeñas piernas azules mientras los
Feegle lo portaban por debajo.
—¡No se detengan hasta que salgamos de aquí! —dijo Roba A
Cualquiera—. ¡Feegle, adelante!
Pasaron rozando la nieve, con grupos de Feegle corriendo por delante.
Después de uno o dos minutos Tiffany miró hacia atrás, y vio que las
sombras azules se extendían. Se estaban poniendo más oscuras, también.
—Roba... —dijo.
—Sí, lo sé —dijo Roba—. ¡A correr, muchachos!
—¡Se están moviendo rápido, Roba!
—¡Sé eso, también!
La nieve picaba la cara de Tiffany. Los árboles se ponían borrosos por la
velocidad. El bosque pasaba rápidamente. Pero las sombras se estaban
extendiendo a través del sendero por delante y cada vez que el grupo las
cruzaba parecían tener cierta solidez, como niebla.
Ahora las sombras de atrás eran de color negro-noche en el medio.
Pero los pictos habían pasado el último árbol, y los campos de nieve se
extendían por delante.
Se detuvieron, tan de repente, que Tiffany casi cae en la nieve.
—¿Qué ha ocurrido?
—¿Dónde se han ido todas nuestras viejas pisadas? —dijo Wullie Tonto
—. ¡Estaban allí hace un momento! ¿Hacia dónde ahora?
La huella de pisadas que los había llevado como una línea había
desaparecido.
Roba A Cualquiera giró y miró atrás hacia el bosque. La oscuridad se
rizaba sobre de él como humo, extendiéndose a lo largo del horizonte.
—Está enviando pesadillas detrás de nosotros —gruñó—. Esto va a ser
algo difícil, muchachos.
Tiffany vio formas en la noche que se extendía. Abrazó fuerte a
Wentworth.
—Pesadillas —repitió Roba A Cualquiera, volviéndose hacia ella—. Usted
no querrá saber sobre ellas. Las mantendremos lejos. Usted corra a ponerse
a cubierto. ¡Váyase de aquí, ahora!
—¡No tengo ningún lugar donde ir! —dijo Tiffany.
Escuchó un ruido agudo, una especie de ruido de insecto chillando, que
venía desde el bosque. Los pictos se habían reunido. Generalmente sonreían
como locos si pensaban que se acercaba una pelea, pero esta vez parecían
mortalmente serios.
—Ach, es mala perdedora, la Reina —dijo Roba.
Tiffany se volvió para mirar el horizonte detrás de ella. La negrura
hirviente estaba ahí, también, un anillo que estaba cerrándose.
Puertas por todos lados, pensó. La vieja kelda dijo que hay puertas por
todos lados. Debo encontrar una puerta. Pero sólo hay nieve y algunos
árboles...
Los pictos desenvainaron las espadas.
—¿Qué, er, tipo de pesadillas viene? —dijo Tiffany.
—Ach, cosas de piernas largas de porquería y dientes inmensos, y alas
aleteantes y cien ojos, ese tipo de cosas —dijo Wullie Tonto.
—Sí, y peor que eso —dijo Roba, mirando la oscuridad que aceleraba.
—¿Qué es peor que eso? —dijo Tiffany.
—Cosas normales que salieron mal —dijo Roba.
Tiffany se quedó en blanco por un momento, y luego se estremeció. Oh
sí, conocía esas pesadillas. No ocurrían a menudo, pero eran horribles
cuando las tenía. Una vez se había despertado temblando por el recuerdo de
las botas de Yaya Doliente, que la perseguían, y otra vez fue una caja de
azúcar. Cualquier cosa podía ser una pesadilla.
Podía soportar monstruos. Pero no quería enfrentarse a unas botas
locas.
—Er... tengo una idea —dijo.
—También yo —dijo Roba A Cualquiera—. ¡No estar aquí, ésa es mi
idea!
—Hay un grupo de árboles más allá —dijo Tiffany.
—¿Y qué? —dijo Roba. Estaba mirando fijo la línea de pesadillas. Unas
cosas eran visibles adentro, ahora —dientes, garras, ojos, costillas. Por la
manera en que estaba mirando era obvio que, sin importar lo que ocurriera
después, los primeros monstruos iban a encontrarse cara a cara con serios
problemas. Si tenían caras, claro.
—¿Pueden luchar contra pesadillas? —preguntó Tiffany. El ruido agudo
estaba mucho más fuerte.
—No hay nada contra lo que no podamos luchar —gruñó Gran Yan—. Si
tiene una cabeza, podemos llenarla de caspa. Si no tiene una cabeza, ¡se
merece una buena patada!
Tiffany miró las cosas... en avalancha.
—¡Algunos de ellos tienen más de una cabeza! —dijo.
—Es nuestro día de suerte, entonces —dijo Wullie Tonto.
Los pictos cambiaron de posición, listos para luchar.
—Gaitero —dijo Roba A Cualquiera a William el gonnagle—, tócanos una
elegía. Pelearemos al sonido de la gaita-ratón...
—¡No! —dijo Tiffany—. ¡No voy a permitirlo! ¡La manera de luchar
contra las pesadillas es despertando! ¡Soy su kelda! ¡Ésta es una orden!
¡Vayamos hacia esos árboles ahora mismo! ¡Hagan lo que digo!
—¡Hombrecillo! —gritó Wentworth.
Los pictos echaron un vistazo a los árboles, y luego a Tiffany.
—¡Háganlo! —gritó, tan fuerte que algunos se estremecieron—. ¡Ahora
mismo! ¡Hagan lo que les digo! ¡Hay una mejor manera!
—No puedes contrariar a una bruja, Roba —farfulló William.
—¡Voy llevarlos a casa! —dijo Tiffany, con autoridad. Eso espero, añadió
para sí misma. Pero había visto una pequeña y pálida cara redonda
mirándolos detrás de un tronco. Había un drome en esos árboles.
—Ach, sí, pero... —Roba A Cualquiera miró más allá de Tiffany y añadió
—: Auch no, mire eso...
Había un punto pálido enfrente de la línea de las monstruosidades que
se acercaba.
Sneebs trataba de fugarse. Sus brazos bombeaban como pistones. Sus
pequeñas piernas parecían girar. Sus mejillas estaban como globos.
La marea de pesadillas le pasó por encima y continuó avanzando.
Roba envainó su espada.
—¡Ya escucharon a nuestra kelda, muchachos! —gritó—. ¡Agárrenla!
¡Salimos volando!
Tiffany fue levantada. Unos Feegle alzaron al inconsciente Roland. Y
todos corrieron hacia los árboles.
Tiffany sacó la mano del bolsillo de su mandil, y abrió la arrugada
envoltura de Jolly Sailor. Era algo para concentrarse, para recordar un
sueño...
Las personas decían que podías ver el mar desde la cima de las
lomadas, pero Tiffany había mirado mucho en un buen día de invierno,
cuando el aire estaba claro, y no vio nada más que color azul nebuloso de la
distancia. Pero el mar en el paquete de Jolly Sailor era de color azul
profundo, con crestas blancas sobre las olas. Era el mar, para Tiffany.
Le había parecido un pequeño drome en los árboles. Eso quería decir
que no era muy poderoso. Eso esperaba. Tenía que esperar...
Los árboles se acercaban. También el anillo de pesadillas. Algunos de
los sonidos eran horribles, de huesos quebrados y rocas aplastadas e
insectos picadores y gatos aulladores, más y más y más cerca...
CAPÍTULO 12
Jolly Sailor
18
Probablemente de unas once pulgadas de diámetro. Tiffany no las midió esta vez. (Nota del autor)
niños pero Roland la había derrotado, oh sí, y ayudó a estos dos pequeños
niños a regresar también.
Su madre había insistido en que Tiffany se fuera a la cama, aunque era
pleno día. En realidad, no le importó. Estaba cansada, y se tendió bajo las
frazadas en ese bonito mundo rosado a medio camino entre dormida y
despierta.
Escuchó que el Barón y su padre hablaban abajo. Escuchó que tejían la
historia entre los dos mientras trataban de hallarle sentido a todo.
Obviamente la niña ha sido muy valiente (era el Barón que hablaba) pero,
bien, tiene nueve años, ¿verdad? ¡Y ni siquiera sabría cómo usar una
espada! Mientras que Roland tuvo lecciones de esgrima en su escuela...
Y así continuó. Hubo otras cosas que escuchó a sus padres discutir
después, cuando el Barón se había ido. Estaba la manera en que Ratbag
vivía en el techo ahora, por ejemplo.
Tiffany estaba tendida en la cama y olía el ungüento que su madre le
había frotado en las sienes. Tiffany debe haberse golpeado la cabeza, dijo,
por la manera en que se la toca todo el tiempo.
Entonces... Roland con la robusta cara era el héroe, ¿verdad? ¿Y ella
era exactamente como la estúpida princesa que se golpeaba el tobillo y se
desmayaba constantemente? ¡Eso era completamente injusto!
Extendió la mano hacia la pequeña mesa al lado de su cama, donde
había puesto el sombrero invisible. Su madre colocó una taza de caldo justo
a través de él, pero todavía estaba ahí. Los dedos de Tiffany sintieron, muy
ligeramente, la aspereza del ala.
Nunca pedimos ninguna recompensa, pensó. Además, era su secreto,
todo él. Nadie más sabía de los Hombrecillos Libres. La verdad es que
Wentworth había empezado a correr por la casa con un mantel alrededor de
la cintura, gritando: ‘¡Hombrecillos! ¡Te golpearé en la bota!’ Pero la Sra.
Doliente todavía estaba tan alegre de verlo de regreso, y tan feliz de que
estuviera hablando de otras cosas, aparte de dulces, que no prestaba
demasiada atención a lo que estaba diciendo.
No, no se lo diría a nadie. Nunca le creerían, y ¿suponiendo que lo
hicieran, y fueran y hurgaran en el montículo de los pictos? No podía
permitir que eso ocurriera.
¿Qué habría hecho Yaya Doliente?
Yaya Doliente no habría dicho nada. Yaya Doliente no decía nada a
menudo. Sólo se sonreía, y daba unas caladas a su pipa, y esperaba el
momento correcto...
Tiffany se sonrió.
Durmió, y no soñó.
Y un día pasó.
Y otro día.
Al tercer día, llovió. Tiffany entró en la cocina cuando no había nadie
por allí y tomó la pastora de porcelana del estante. La puso en un saco,
entonces se escabulló de la casa y trepó corriendo las lomadas.
Sobre la Creta se estaba abatiendo el peor de los climas y se recortaba
contra las nubes como la proa de una embarcación. Pero cuando Tiffany
llegó al sitio donde estaba la cocina vieja y las cuatro ruedas de hierro que
sobresalían de la hierba, cortó un cuadro de pastizal, cavó cuidadosamente
un hoyo para la pastora de porcelana, y luego puso el pasto otra vez...
estaba lloviendo tan fuerte como para darle una oportunidad de sobrevivir.
Le pareció que era la cosa más correcta para hacer. Y estaba segura de
haber captado un olorcillo a tabaco.
Entonces fue al montículo de los pictos. Se había preocupado por el
asunto. Sabía que estaban ahí, ¿verdad? Así que, de algún modo, si iba a
verificar que estaban ahí sería... algo como... una demostración de que
dudaba si lo estaban, ¿verdad? Eran personas ocupadas. Tenían mucho que
hacer. Tenían a la vieja kelda a quien llorar. Probablemente estaban muy
ocupados. Se dijo todo eso. No era porque siguiera preguntándose si
realmente podía no haber nada bajo el agujero excepto conejos. No era eso
en absoluto.
Ella era la kelda. Tenía un deber.
Escuchó música. Escuchó voces. Y luego el repentino silencio cuando
espió en la penumbra.
Cuidadosamente, sacó una botella de Linimento Especial de Ovejas de
su saco, y lo dejó resbalar en la oscuridad.
Tiffany se alejó, y escuchó que la apagada música se ponía en marcha
otra vez.
Saludó con la mano a un gallinazo que daba vueltas perezosamente
bajo las nubes, y estaba segura de que un diminuto punto le devolvía el
saludo.
En el cuarto día, Tiffany hizo mantequilla, e hizo sus tareas. Tenía quien
le ayudara.
—Y ahora quiero que vayas y alimentes los pollos —dijo a Wentworth—.
¿Qué quiero que hagas?
—Alimentar a los clo-clo —dijo Wentworth.
—Pollos —dijo Tiffany, seriamente.
—Pollos —dijo Wentworth, obediente.
—¡Y límpiate la nariz, pero no sobre tu manga! Te di un pañuelo. Y
cuando regreses, mira si puedes llevar todo un tronco, ¿quieres?
—Ach, crivens —farfulló Wentworth.
—¿Y qué es lo que no decimos? —dijo Tiffany—. No decimos la...
—... la palabra crivens —farfulló Wentworth.
—Y no la decimos enfrente de...
—... enfrente de mami —dijo Wentworth.
—Bien. Y entonces cuando yo haya terminado tendremos tiempo de ir
hasta el río.
Wentworth se animó.
—¿Hombrecillos? —dijo.
Tiffany no respondió inmediatamente.
Tiffany no había visto a un solo Feegle desde que regresara a casa.
—Podría ser —dijo—. Pero probablemente están muy ocupados. Tienen
que encontrar otra kelda, y... bien, están muy ocupados. Supongo.
—¡Hombrecillos dicen que golpearán tu cabeza, cara-de-pez! —dijo
Wentworth con felicidad.
—Lo veremos —dijo Tiffany, sintiéndose como un padre—. Ahora por
favor vete y alimenta a los pollos y recoge los huevos.
Cuando se alejó, llevando la canasta de huevos con ambas manos,
Tiffany volcó un poco de mantequilla sobre la superficie de mármol y tomó
las paletas para moldearlo en, bien, una forma de mantequilla. Entonces la
estamparía con un sello de madera. Las personas apreciaban una pequeña
imagen sobre su mantequilla.
Cuando empezó a darle forma a la mantequilla se dio cuenta de una
sombra en la entrada, y se volvió.
Era Roland.
La miró, su cara aun más roja que lo habitual. Estaba jugueteando
nerviosamente con su muy costoso sombrero, exactamente como hacía
Roba A Cualquiera.
—¿Sí? —dijo.
—Mira, sobre... bien, sobre todo eso... sobre —empezó Roland.
—¿Sí?
—Mira, yo no... quiero decir, yo no le mentí a nadie sobre nada —
espetó—. Pero mi padre más bien supuso que yo había sido un héroe y no
escuchó nada de lo que dije incluso después de que le conté cómo... cómo...
—... ¿había sido de ayuda? —completó Tiffany.
—Sí... ¡quiero decir, no! Dijo, dijo, dijo que era una suerte para ti que
yo estuviera ahí, dijo...
—No importa —dijo Tiffany, recogiendo las paletas de la mantequilla
otra vez.
—Y sólo continúa diciéndole a todos qué valiente fui y...
—Dije que no importa —dijo Tiffany. Las pequeñas paletas hacían
patpatpat sobre la mantequilla fresca.
La boca de Roland se abrió y se cerró por un momento.
—¿Quieres decir que no te molesta? —dijo por fin.
—No. No me molesta —dijo Tiffany.
—¡Pero no es justo!
—Somos los únicos que sabemos la verdad —dijo Tiffany.
Patapatpat. Roland miró la mantequilla gorda y rica mientras ella la
moldeaba tranquilamente.
—Oh —dijo—. Er... tú no se lo dirás a nadie, ¿verdad? Quiero decir,
tienes todo el derecho de hacerlo, pero...
Patapatapat...
—Nadie me creería —dijo Tiffany.
—Yo traté —dijo Roland—. Sinceramente. Realmente lo hice.
Supongo que sí, pensó Tiffany. Pero no eres muy inteligente y el Barón
es indudablemente un hombre sin Primera Vista. Ve el mundo como quiere
verlo.
—Un día usted será Barón, ¿verdad? —dijo.
—Bien, sí. Un día. Pero mira, ¿eres realmente una bruja?
—Cuando sea Barón será bueno, supongo —dijo Tiffany, girando la
mantequilla—. ¿Justo y generoso y decente? ¿Pagará buenos sueldos y
cuidará de los ancianos? ¿No permitiría que las personas expulsaran a una
anciana de su casa?
—Bien, espero que...
Tiffany se volvió para mirarlo, con una paleta de mantequilla en cada
mano.
—Porque yo estaré ahí, mire. Levantará la vista y verá mi ojo sobre
usted. Estaré ahí, en el borde de la multitud. Todo el tiempo. Estaré
observando todo, porque vengo de una larga línea de gente Doliente y ésta
es mi tierra. Pero usted puede ser el Barón para nosotros y espero que sea
uno bueno. Si no lo es... habrá un juicio final.
—Mira, sé que fuiste... fuiste... —empezó Roland, poniéndose rojo.
—¿De mucha ayuda? —dijo Tiffany.
—... ¡pero no puedes hablarme de ese modo, lo sabes!
Tiffany estaba segura de haber escuchado, en el techo y sobre el mismo
borde de la audición, a alguien que decía: ¡Ach, crivens, qué mocoso tan
pequeñito...’
Cerró los ojos por un momento, y entonces, con el corazón latiendo
fuerte, señaló con una paleta de la mantequilla uno de los baldes vacíos.
—¡Balde, llénate! —ordenó.
Se puso borroso, y luego chapoteó. El agua goteaba por el costado.
Roland se quedó mirándolo. Tiffany le brindó una de sus sonrisas más
dulces, que podía ser muy atemorizante.
—No se lo dirá a nadie, ¿verdad? —dijo.
Él se volvió, pálido el rostro.
—Nadie me creería... —tartamudeó.
—Sí —dijo Tiffany—. Así que nos comprendemos el uno al otro. ¿No es
eso bueno? Y ahora, si no le molesta, tengo que terminar esto y comenzar a
hacer un poco de queso.
—¿Queso? ¡Pero... podrías hacer cualquier cosa que quisieras! —explotó
Roland.
—Y ahora mismo quiero hacer queso —dijo Tiffany tranquilamente—.
Váyase.
—¡Mi padre posee esta granja! —dijo Roland, y luego se dio cuenta de
que lo había dicho en voz alta.
Se escucharon dos pequeños pero extrañamente fuertes clics cuando
Tiffany dejó las paletas de la mantequilla y dio media vuelta.
—Lo que acaba de decir fue algo muy valiente —dijo—, pero supongo
que lamenta lo que dijo, ahora que se ha tomado el tiempo de hacer una
muy buena reflexión.
Roland, que había cerrado los ojos, asintió con la cabeza.
—Bien —dijo Tiffany—. Hoy estoy haciendo queso. Mañana puedo hacer
otra cosa. Y en un rato, tal vez, no estaré aquí y usted se preguntará:
¿Dónde está? Pero parte de mí siempre estará aquí, siempre. Siempre estaré
pensando en este lugar. Lo tendré en mi ojo. Y regresaré. Ahora, ¡váyase!
Él se volvió y corrió.
Después de que sus pasos se apagaron, Tiffany dijo:
—Muy bien, ¿quién está allí?
—Soy yo, señorita. No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-
grande-que-Pequeñito-Jock-Jock, señorita. —El picto apareció detrás del
balde, y añadió—: Roba A Cualquiera dijo que deberíamos venir a poner un
ojo sobre usted por un rato pequeñito, y agradecerle el regalo.
Todavía es mágico incluso si sabes cómo se hace, pensó Tiffany.
—Sólo mírenme en la lechería, entonces —dijo—. ¡Nada de espiar!
—Ach, no, señorita —dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-
más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock nervioso. Entonces sonrió—. Fion se
va a ser la kelda para un clan más allá de Montaña Cabeza de Cobre —dijo
—, ¡y me ha pedido que vaya con ella como el gonnagle!
—¡Felicitaciones!
—Sí, y William dice que sería bueno si me pongo a trabajar en la gaita-
ratón —dijo el picto—. Y... er...
—¿Sí? —dijo Tiffany.
—Er... Hamish dice que hay una muchacha en el clan de Long Lake que
está buscando hacerse una kelda... er... es un buen clan del que viene...
er... —el picto se estaba poniendo violeta por la vergüenza.
—Bien —dijo Tiffany—. Si yo fuera Roba A Cualquiera, la invitaría ahora
mismo.
—¿A usted no le importa? —dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-
pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock esperanzadamente.
—En absoluto —dijo Tiffany. Un poco, tenía que admitirlo, pero era un
poco que podía poner sobre un estante en su cabeza en algún lugar.
—¡Eso es grandioso! —dijo el picto—. Los muchachos estaban un poco
preocupados, sabe. Correré a contarles —Bajó la voz—. ¿Y querría que corra
detrás de ese gran montón de excremento que acaba de partir y ver que se
caiga de su caballo otra vez?
—¡No! —dijo Tiffany apresuradamente—. No. No lo haga. No. —Recogió
las paletas de la mantequilla—. Déjemelo a mí —añadió, sonriendo—. Puede
dejarme todo a mí.
Cuando estuvo sola otra vez, terminó la mantequilla... patapatapat...
Hizo una pausa, dejó las paletas, y con la punta de un dedo muy limpio,
dibujó una línea curva en la superficie, con otra línea curva que apenas la
tocaba, de modo que juntas parecían una ola. Trazó una tercera curva
aplanada por debajo, que era la Creta.
Tierra Bajo Las Olas.
Rápidamente alisó la mantequilla otra vez y recogió el sello que había
hecho ayer; lo había tallado cuidadosamente de un trozo de madera de
manzano que el Sr. Bloque el carpintero le había dado.
Lo aplicó sobre la mantequilla, y lo quitó cuidadosamente.
Allí, brillando sobre la aceitosa superficie amarilla y rica, había una luna
gibosa y, navegando enfrente de la luna, una bruja sobre un palo de escoba.
Sonrió otra vez, y fue la sonrisa de Yaya Doliente. Las cosas serían
diferentes un día.
Pero tenías que empezar poco a poco, como los robles.
Entonces hizo queso...
... en la lechería, en la granja, y los campos que se extendían, y que se
convertían en las tierras bajas durmiendo bajo el caliente sol de mediados
de verano, donde los rebaños de ovejas, moviéndose despacio, derivaban
sobre el corto pastizal como nubes sobre un cielo verde, y aquí y allá los
perros pastores aceleran sobre la hierba como estrellas fugaces. Por siempre
y siempre lo será, un páramo sin final.[42]
FIN
Nota del autor