Está en la página 1de 245

LOS HOMBRECILLOS LIBRES

[1]

Terry Pratchett
CAPÍTULO 1

Un Golpe Bien Dado

Algunas cosas empiezan antes que otras cosas.


Era una llovizna de verano pero no parecía saberlo, y la lluvia caía a
cántaros tan rápidamente como una tormenta de invierno.
La Srta. Perspicacia Tick estaba sentaba en el pequeño refugio que un
deshilachado seto podía brindarle, y exploraba el universo. No notaba la
lluvia. Las brujas se secan rápidamente.
La exploración del universo estaba siendo hecha con un par de ramitas
atadas con cordel, una piedra con un hoyo, un huevo, una de las medias de
la Srta. Tick que también tenían un hoyo, un alfiler, un trozo de papel y un
diminuto cabo de lápiz. A diferencia de los magos, las brujas aprenden a
salir del paso con muy poco.
Los artículos habían sido atados y retorcidos para hacer un...
dispositivo. Se movía curiosamente cuando lo tocaba. Una de las ramitas
parecía pasar justo a través del huevo, por ejemplo, y salir por el otro lado
sin dejar marca.
—Sí —dijo tranquilamente, mientras la lluvia chorreaba del borde de su
sombrero—. Allí está. Una notable onda en las murallas del mundo. Muy
preocupante. Probablemente haya otro mundo haciendo contacto. Eso nunca
es bueno. Debería ir allí. Pero... de acuerdo con mi codo izquierdo, ya hay
una bruja ahí...
—Ella lo solucionará, entonces —dijo una pequeña y, por ahora,
misteriosa voz desde algún sitio cerca de sus pies.
—No, no puede estar bien. Está el país de creta por ese rumbo —dijo la
Srta. Tick—. No puedes volverte una buena bruja sobre la creta. Las cosas
apenas son más duras que la arcilla. Necesitas de la buena roca dura para
volverte bruja, créeme. —La Srta. Tick sacudió la cabeza, rociando gotas de
lluvia—. Pero mis codos son en general muy confiables. 1

1
Las personas dicen cosas como "Escuche a su corazón", pero las brujas aprenden a escuchar otras cosas también.
Es asombroso lo que pueden decirle sus riñones. (Nota del autor)
—¿Por qué hablar de eso? Vayamos y veamos —dijo la voz—. No nos
está yendo muy bien por aquí, ¿verdad?
Eso era verdad. Las tierras bajas no eran buenas para las brujas. La
Srta. Tick ganaba unos peniques haciendo un poco de medicina y adivinando
la fortuna,2 y dormía en establos la mayoría de las noches. Dos veces había
sido lanzada en un estanque.
—No puedo entrar sin llamar —dijo—. No en el territorio de otra bruja.
Eso nunca, nunca resulta. Pero... —hizo una pausa—... las brujas no
aparecen de la nada. Echemos un vistazo...
Sacó un platillo rajado de su bolsillo, y vertió en él el agua de lluvia que
se había juntado sobre su sombrero. Luego sacó una botella de tinta de otro
bolsillo y vertió justo lo necesario para volver negra el agua.
Lo cubrió con las manos para protegerlo de las gotas de lluvia, y
escuchó a sus ojos.

Tiffany Doliente estaba acostada sobre su estómago junto al río,


haciéndole cosquillas a las truchas. Le gustaba escucharlas reír. Subía en
burbujas.
Un poco más allá, donde la ribera se convertía en una especie de playa
de guijarros, su hermano Wentworth estaba entretenido con un palo, y casi
indudablemente poniéndose pegajoso.
Cualquier cosa podía poner pegajoso a Wentworth. Lavado y secado y
dejado en el medio de un piso limpio durante cinco minutos, Wentworth
estaría pegajoso. No parecía venir de ningún lugar. Sólo se ponía pegajoso.
Pero era un niño fácil para cuidar, siempre que evitaras que comiera ranas.
Había una pequeña parte del cerebro de Tiffany que no estaba
demasiado segura sobre el nombre Tiffany. Tenía nueve años y sentía que
Tiffany iba a ser un difícil nombre con el que vivir. Además, había decidido
apenas la semana pasada que cuando fuera grande quería ser una bruja, y
estaba segura de que Tiffany no sonaría. Las personas se reirían.
Otra parte más grande del cerebro de Tiffany estaba pensando en la

2
Los adivinos corrientes te dicen lo que quieres que ocurra; las brujas te dicen lo que va a ocurrir tanto si lo
quieres o no. Es bastante extraño, pero las brujas tienden a ser más exactas pero menos populares. (Nota del
autor)
palabra ‘susurro’. Era una palabra en la que no muchas personas habían
pensado, jamás. Mientras sus dedos frotaban las truchas bajo la barbilla
hacía rodar la palabra una y otra vez en su cabeza.
Susurro... de acuerdo con el diccionario de su abuela, significaba ‘un
suave sonido bajo, tanto de cuchicheo como de hablar entre dientes’. A
Tiffany le gustaba el sabor de la palabra. Le hacía pensar en misteriosas
personas con largas capas susurrando importantes secretos detrás de una
puerta: susurrossussurross...
Había leído el diccionario de punta a punta. Nadie le dijo que se suponía
que no lo hiciera.
Mientras lo pensaba, se dio cuenta de que la feliz trucha se había
alejado. Pero había otra cosa en el agua, a unas pocas pulgadas de su cara.
Era una canasta redonda, no más grande que media cáscara de coco,
cubierta con algo para cerrar los hoyos y hacerla flotar. Un hombrecillo, de
sólo seis pulgadas de altura, estaba de pie adentro. Tenía una masa de pelo
rojo desordenado, en el que habían sido tejidas algunas plumas, cuentas y
trocitos de tela. Tenía una barba roja, que se veía casi tan mal como el pelo.
Lo que quedaba sin cubrir por tatuajes azules iba cubierto con una diminuta
falda escocesa. Y agitaba un puño hacia ella, y gritaba:
—¡Crivens! ¡Vete de aquí, tú pequeñita tonta! ¡Viene el cabeza verde!
Y entonces tiró de un trozo de cordel que colgaba del costado de su
bote y un segundo hombre pelirrojo salió a la superficie, tomando bocanadas
de aire.
—¡No es tiempo de pescar! —dijo el primer hombre, subiéndolo a bordo
—. ¡Viene el cabeza verde!
—¡Crivens! —dijo el nadador, chorreando agua—. ¡Salgamos volando!
Y con eso agarró un remo muy pequeño y, con rápidos movimientos de
un lado a otro, hizo que la canasta ganara velocidad.
—¡Excúsenme! —gritó Tiffany—. ¿Son ustedes hadas?
Pero no hubo respuesta. El pequeño bote redondo había desaparecido
en los juncos.
Probablemente no, reflexionó Tiffany.
Entonces, para su secreto deleite, escuchó un susurro. No había viento,
pero las hojas de los arbustos de aliso junto a la orilla del río empezaron a
temblar y crujir. También los juncos. No se doblaron, sólo se pusieron
borrosos. Todo se puso borroso, como si algo hubiera tomado el mundo y lo
estuviera agitando. El aire burbujeó. Las personas cuchichearon detrás de
las puertas cerradas...
El agua empezó a burbujear, justo debajo de la ribera. No estaba muy
honda aquí —apenas habría alcanzado las rodillas de Tiffany si hubiera
caminado dentro— pero de repente estaba más oscura y más verde y, de
algún modo, mucho más profunda...
Retrocedió un par de pasos justo antes de que unos brazos largos y
flacos surgieran del agua y manotearan locamente el lugar donde ella había
estado. Por un momento vio una delgada cara con largos dientes, unos
inmensos ojos redondos y un pelo verde como hierba de agua que goteaba,
y luego la cosa se volvió a zambullir en las profundidades.
Para cuando el agua se cerró sobre él, Tiffany ya estaba corriendo a lo
largo de la ribera hasta la pequeña playa donde Wentworth estaba haciendo
pasteles de rana. Recogió al niño justo cuando un torrente de burbujas daba
vuelta la curva en la orilla. Otra vez el agua hirvió, la criatura de pelo verde
se alzó, y los largos brazos manotearon el barro. Entonces gritó, y volvió a
meterse en el agua.
—¡Quedo hacer pipí! —gritó Wentworth.
Tiffany lo ignoró. Estaba observando el río con expresión atenta.
No estoy asustada en absoluto, pensó. ¡Qué extraño! Debería estar
asustada, pero sólo estoy enfadada. Quiero decir, puedo sentir el temor,
como una pelota roja y caliente, pero el enfado no lo deja salir...
—¡Quedo quedo quedo quedo ir... a hacer pipí! —chilló Wentworth.
—Ve, entonces —dijo Tiffany, distraídamente. Las olas todavía
salpicaban contra la orilla.
No tenía ningún sentido contarle a nadie sobre esto. Todos dirían ‘¡Qué
imaginación tiene la niña!’, si estaban de buen humor, o ‘¡No cuentes
historias!’ si no lo estaban.
Todavía estaba muy enfadada. ¿Cómo se atrevía un monstruo a
aparecer en el río? ¡Especialmente uno tan... tan... ridículo! ¿Quién se
pensaba que era?

Ésta es Tiffany, caminando de regreso a casa. Empieza con las botas.


Son grandes y pesadas, muy reparadas por su padre y han pertenecido a
varias de sus hermanas antes que a ella; lleva varios pares de medias para
calzarlas. Son grandes. Algunas veces, Tiffany siente que ella no es nada
más que una manera de mover las botas por allí.
Entonces está el vestido. Ha pertenecido a muchas hermanas antes que
a ella y ha sido levantado, agrandado, alargado y achicado tantas veces por
su madre que realmente debería haber sido desechado. Pero a Tiffany le
gusta bastante. Le llega a los tobillos y, sea cual sea el color con que
empezó, ahora es de un azul lechoso que es, por casualidad, exactamente el
mismo color de las mariposas que aletean junto al sendero.
Entonces está la cara de Tiffany. Rosado pálido, ojos y pelo marrones.
Nada especial. Su cabeza podría parecerle a cualquiera que la observe —en
un platillo de agua negra, por ejemplo— como si fuera ligeramente
demasiado grande para el resto, pero tal vez crecerá más.
Y luego vaya más arriba, y más lejos, hasta que el sendero se convierte
en una cinta, y Tiffany y su hermano en dos pequeñas motas, y está su
país...
Lo llaman la Creta.[3] Verdes lomadas se extienden bajo el caliente sol
de mediados de verano. Desde aquí arriba, los rebaños de ovejas,
moviéndose despacio, derivan sobre el corto pastizal como nubes sobre un
cielo verde. Aquí y allá los perros pastores corren sobre el pastizal como
cometas.

Y entonces, mientras los ojos se alejan, es un largo montículo verde,


echado como una enorme ballena sobre el mundo...
... rodeada por el agua entintada en el platillo.
La Srta. Tick levantó la mirada.
—¡Esa pequeña criatura en el bote era un Nac Mac Feegle! [2] —dijo—.
¡La más temible de todas las razas de hadas! ¡Incluso los trolls escapan de
los Hombrecillos Libres! ¡Y uno de ellos le advirtió!
—Ella es la bruja, entonces, ¿verdad? —dijo la voz.
—¿A esa edad? ¡Imposible! —dijo la Srta. Tick—. ¡No ha habido nadie
que la enseñe! ¡No hay ninguna bruja sobre la Creta! Es demasiado blanda.
Y sin embargo... no estaba atemorizada... —La lluvia había parado. La Srta.
Tick miró la Creta, alzándose por encima de las nubes bajas y retorcidas.
Estaba a unas cinco millas de distancia.
—Esta niña necesita ser observada —dijo—. Pero la creta es demasiado
blanda para que crezca una bruja...
Solamente las montañas eran más altas que la Creta. Se erguían
afiladas, púrpuras y grises, con largos trazos de nieve en las cimas incluso
en verano. Yaya Doliente las había llamado ‘Novias del cielo’ alguna vez, y
era tan raro que ella jamás dijera nada en absoluto, aparte de algo que
estuviera relacionado con las ovejas, que Tiffany lo recordaba. Además, era
exactamente correcto. Así era como las montañas se veían en invierno,
cuando estaban todas de blanco y los torrentes de nieve corrían como velos.
Yaya usaba palabras viejas, y solía decir viejos y extraños dichos. No
llamaba Creta a las tierras bajas, les decía ‘páramos’. Arriba en los páramos
el viento es frío, había pensado Tiffany, y la palabra se quedó así.
Llegó a la granja.
La gente tendía a dejar sola a Tiffany. Esto no tenía nada
particularmente cruel o desagradable, pero la granja era grande y todos
tenían trabajos que hacer, y ella hacía muy bien los suyos y por tanto se
volvía invisible, en cierto modo. Era la lechera, y era buena. Hacía mejor
mantequilla que su madre, y la gente comentaba qué buena era con el
queso. Era un don. A veces, cuando los maestros ambulantes venían al
pueblo, iba con ellos y conseguía un poco de educación. Pero principalmente
trabajaba en la lechería, que era oscura y fresca. Lo disfrutaba. Significaba
que estaba haciendo algo para la granja.
Realmente se llamaba el Hogar Granja. Su padre la alquilaba al Barón,
que poseía la región, pero había sido cultivada por los Doliente durante
cientos de años y por eso, decía su padre (calmadamente, a veces, después
de tomar una cerveza en la noche), hasta donde la tierra sabía, pertenecía a
los Doliente. La madre de Tiffany solía decirle que no hablara de ese modo,
aunque el Barón era siempre muy respetuoso con el Sr. Doliente desde que
muriera Yaya, dos años atrás, llamándolo el mejor pastor en estas colinas, y
generalmente la gente en el pueblo consideraba que no estaba tan mal en
estos días. Valía la pena ser respetuoso, decía la madre de Tiffany, y el
pobre hombre mantenía su disgusto en privado.
Pero a veces su padre insistía en que había habido unos Doliente (o
Dolente, o Doliont, o Dolorosa, o Dollent —la ortografía había sido opcional)
mencionados en viejos documentos de la zona durante cientos y cientos de
años. Tenían estas colinas en sus huesos, decía, y siempre habían sido
pastores.
Tiffany se sentía muy orgullosa de esto, de una manera extraña, porque
también podría ser bueno sentirse orgullosa del hecho de que sus
antepasados se mudaran un poco, o probaran nuevas cosas ocasionalmente.
Pero tienes que estar orgullosa de algo. Y por lo que podía recordar, había
escuchado a su padre, un hombre por lo demás silencioso y lento, hacer la
Broma, la que debía haber sido heredada de Doliente a Doliente durante
cientos de años.
Diría, ‘Otro día del trabajo y yo todavía soy Doliente’, o ‘Me levanto
Doliente y me acuesto Doliente’, o incluso ‘Soy Doliente por todas partes’.
No eran particularmente graciosas después de la tercera vez, pero le
extrañaría si él no dijera por lo menos una de ellas cada semana. No tenían
que ser graciosas, eran las bromas de padre. De todos modos, sea como sea
que se escribiera, todos sus antepasados habían sido Doliente para
quedarse, no Doliente para irse.
No había nadie alrededor de la cocina. Su madre probablemente había
subido a los corrales de esquila con un bocado de almuerzo para los
hombres que estaban esquilando esta semana. Sus hermanas Hannah y
Fastidia estaban allá arriba también, enrollando vellones y prestando
atención a algunos de los hombres más jóvenes. Siempre les entusiasmaba
trabajar durante la esquila.
Cerca de la gran cocina negra estaba el estante que todavía su madre
llamaba la Biblioteca de Yaya Doliente, a quien le gustaba la idea de tener
una biblioteca. Todos los demás lo llamaban el Estante de Yaya.
Era un estante pequeño, ya que los libros estaban calzados entre un
pote de jengibre confitado y la pastora de porcelana que Tiffany había
ganado en una feria cuando tenía seis años.
Había solamente cinco libros si no se incluía el gran diario de la granja,
que según opinión de Tiffany no contaba como un verdadero libro porque
tenías que escribirlo tú mismo. Estaba el diccionario. Estaba el Almanack,
que cambiaba todos los años. Y junto a él estaba Enfermedades de las
Ovejas, que se veía gordo con los marcadores que su abuela le había
puesto.
Yaya Doliente había sido una experta en ovejas, aunque las llamaba
‘sólo bolsas de huesos, ojos y dientes, buscando nuevas maneras morir’.
Otros pastores recorrerían millas para hacer que ella fuera a curar a las
bestias de sus dolencias. Ellos decían que tenía el Toque, aunque decía que
la mejor medicina para ovejas y hombres era una dosis de trementina, una
buena palabrota y una patada. Unos trozos de papel con las propias recetas
de Yaya para curar ovejas sobresalían por todo el libro. La mayor parte
involucraban trementina, pero algunas incluían palabrotas.
Junto al libro sobre las ovejas había un pequeño volumen delgado
llamado Flores de la Creta. El pastizal de las lomadas estaba lleno de
diminutas e intrincadas flores, como prímulas y campánulas, y unas aun más
pequeñas que de alguna manera sobrevivían el pastoreo. Sobre la Creta, las
flores tenían que ser duras y astutas para sobrevivir a las ovejas y a las
tormentas de nieve del invierno.
Alguien había coloreado las imágenes de las flores, mucho tiempo atrás.
Sobre la guarda del libro estaba escrito con prolija letra manuscrita ‘Sarah
Grizzel’, que era el nombre de Yaya antes de casarse. Probablemente
pensara que Doliente era por lo menos mejor que Grizzel. 3
Y finalmente estaba El Buene Libro Infantile De Reelatos De Headas, tan
viejo que pertenecía a una era cuando había muchas más ‘e’ por allí.
Tiffany se paró sobre una silla y lo bajó. Pasó las páginas hasta que
encontró la que estaba buscando, y la miró durante un rato. Entonces puso
el libro en su sitio, quitó la silla, y abrió la alacena de la loza.

3
Grizzel, suena como ‘grizzle’, que significa lloriquear, quejarse. (Nota del traductor)
Buscó un plato de sopa, fue a un cajón, sacó la cinta de medir que su
madre usaba para la costura, y lo midió.
—Hum —dijo—. Ocho pulgadas. ¡Por qué no lo dijeron sencillamente!
Desenganchó la sartén más grande, una que podía cocinar el desayuno
para media docena de personas de una sola vez; tomó algunos dulces del
pote sobre el aparador y los puso en una vieja bolsa de papel. Entonces,
ante la hosca perplejidad de Wentworth, le tomó una mano pegajosa y se
dirigió hacia el arroyo otra vez.
Las cosas todavía parecían muy normales ahí abajo, pero no iba a
permitir que eso la engañara. Todas las truchas habían huido y las aves no
estaban cantando.
Encontró un lugar sobre la orilla con el arbusto del tamaño correcto.
Entonces clavó al suelo un trozo de madera, golpeándolo tan duro como
pudo, cerca del borde del agua, y ató la bolsa de dulces a él.
—Dulces, Wentworth —gritó.
Agarró la sartén y se colocó rápidamente detrás del arbusto.
Wentworth trotó hacia los dulces y trató de coger la bolsa. No se
movería.
—¡Quedo ir... a hacer pipí! —gritó, porque era una amenaza que
habitualmente resultaba. Sus dedos regordetes lucharon con los nudos.
Tiffany observó el agua con cuidado. ¿Estaba poniéndose más oscura?
¿Estaba poniéndose más verde? ¿Había sólo hierba de agua ahí abajo? ¿Esas
burbujas eran sólo unas truchas, riéndose?
No.
Corrió fuera de su escondite meneando la sartén como un bate. El
aullante monstruo, que saltaba fuera del agua, se encontró con la sartén que
venía del otro lado con un sonido metálico.
Fue un buen sonido metálico, con el oiyoiyoioioioioioi-nnnnnggggggg
que era la señal de un golpe bien dado.
La criatura colgó ahí por un momento, algunos dientes y trozos de
hierba verde salpicaron el agua, entonces se deslizó lentamente y se hundió
con algunas enormes burbujas.
El agua se aclaró y fue otra vez el mismo viejo río, poco profundo,
helado y tapizado con guijarros.
—Quedo quedo dulces —gritó Wentworth, que nunca notaba nada en
presencia de dulces.
Tiffany desató el cordel y se los dio. Él los comió demasiado
rápidamente, como siempre hacía con los dulces. Ella esperó hasta que se
sintió enfermo, y luego volvieron a la casa en un estado de ánimo pensativo.
En los juncos, muy abajo, unas vocecillas susurraron:
—Crivens, Pequeño Bobby, ¿has visto eso?
—Sí. Será mejor que disparemos y le contemos al Gran Hombre que
hemos encontrado a la bruja.

La Srta. Tick subía corriendo el polvoriento camino. A brujas no les


gusta que las vean correr. Parece poco profesional. Tampoco cargando
cosas, y tenía su tienda sobre la espalda.
También era seguida por nubes de vapor. Las brujas se secan desde el
interior.
—¡Tenía todos esos dientes! —dijo la voz misteriosa, esta vez desde su
sombrero.
—¡Lo sé! —respondió la Srta. Tick.
—¡Y ella sólo se estiró y la golpeó!
—Sí. Lo sé.
—¡Como si tal cosa!
—Sí. Muy impresionante —dijo la Srta. Tick. Estaba quedándose sin
aliento. Además, ya estaban sobre las laderas más bajas de las lomadas, y
no era buena sobre la creta. A una bruja ambulante le gusta el terreno firme
bajo sus pies, no una roca tan blanda que podías cortarla con cuchillo.
—¿Impresionante? —dijo la voz—. ¡Usó a su hermano como cebo!
—Asombroso, ¿verdad? —dijo la Srta. Tick—. Una idea tan rápida... oh,
no... —Dejó de correr, y se apoyó contra una cerca de campo mientras una
ola de vértigo la azotaba.
—¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre? —dijo la voz desde el sombrero—. ¡Casi
me caí!
—¡Es esta condenada creta! ¡Ya puedo sentirla! Puedo hacer magia
sobre suelo honesto, y la roca siempre está bien, y no soy tan mala sobre la
arcilla, incluso... ¡pero la creta no es ni una cosa ni la otra! Soy muy sensible
a la geología, ya sabes.
—¿Qué estás tratando de decirme? —dijo la voz.
—Creta... es un suelo hambriento. Realmente no tengo mucho poder
sobre la creta.
El propietario de la voz, que estaba escondido, dijo:
—¿Vas a caer?
—¡No, no! Es sólo la magia la que no funciona...
La Srta. Tick no parecía una bruja. La mayoría de las brujas no lo
parecen, por lo menos las que van de un lugar a otro. Verse como una bruja
puede ser peligroso cuando caminas entre los no-educados. Y por esa razón
no llevaba joyas ocultas, ni tenía un brillante cuchillo mágico, ni una copa de
plata con un dibujo de cráneos alrededor, ni un palo de escoba del que
salían chispas, todas las cuales son diminutas pistas de que puede haber una
bruja por allí. Sus bolsillos nunca llevaban nada más mágico que algunas
ramitas, tal vez un trozo de cordel, una o dos monedas y, por supuesto, un
dije de la suerte.
Todos en el país llevaban dijes de la suerte, y la Srta. Tick había
descubierto que si no tenías uno las personas sospecharían que eras una
bruja. Tenías que ser un poco astuta para ser una bruja.
La Srta. Tick sí tenía un sombrero puntiagudo, pero era un sombrero
cauteloso y sólo sacaba la punta cuando ella quería.
La única cosa en su bolsa que podría haber hecho sospechar a alguien
era un muy pequeño panfleto sucio titulado ‘Una Introducción A La
Escapología’, por El Grandioso Williamson. Si uno de los riesgos de tu
trabajo es ser arrojada en un estanque con las manos atadas, entonces la
habilidad de nadar treinta yardas bajo el agua, completamente vestida,
además de la habilidad de ocultarte bajo las hierbas respirando a través de
un caramillo hueco, no sirven de nada si tampoco eres asombrosamente
buena con los nudos.
—¿No puedes hacer magia aquí? —dijo la voz en el sombrero.
—No, no puedo —dijo la Srta. Tick.
Levantó la mirada al sonido tintineante. Una extraña procesión estaba
subiendo el blanco camino. Estaba principalmente formada por unos burros
que tiraban de pequeños carros con cubiertas de vivos colores. Unas
personas caminaban junto a los carros, llenos de polvo hasta la cintura. Eran
principalmente hombres, vestían coloridas túnicas —o túnicas, al menos, que
habían sido coloridas antes de ser arrastradas en el barro y el polvo por
años— y cada uno llevaba un extraño sombrero negro cuadrado.
La Srta. Tick sonrió.
Parecían hojalateros, pero ella sabía que no había ninguno que pudiera
arreglar una tetera. Lo que hacían era vender cosas invisibles. Y después de
que vendían lo que tenían, todavía lo tenían. Vendían lo que todos
necesitaban pero que a menudo no querían. Vendían la llave del universo a
las personas que ni siquiera sabían que estaba con llave.
—No puedo hacer magia —dijo la Srta. Tick, enderezándose—. ¡Pero
puedo enseñar![4]

Tiffany trabajó en la lechería por el resto de la mañana. Se necesitaba


hacer queso.
Había pan y mermelada para almorzar. Su madre dijo:
—Los maestros vienen hoy al pueblo. Puedes ir, si has hecho tus tareas.
Tiffany estaba de acuerdo en que, sí, había una o dos cosas sobre las
que le gustaría saber un poco más.
—Entonces puedes tomar media docena de zanahorias y un huevo. Me
atrevo a decir que les vendrá bien un huevo, pobre gente —dijo su madre.
Tiffany los tomó después del almuerzo, y se fue a obtener la educación
que valía un huevo.
La mayoría de los niños en el pueblo crecían para hacer los mismos
trabajos que sus padres o, por lo menos, algún otro trabajo en alguna parte
del pueblo donde el padre de alguien les enseñaba mientras trabajaban. Se
esperaba que las niñas crecieran para ser esposas de alguien. También se
esperaba que supieran leer y escribir, siendo éstos considerados como
trabajos domésticos livianos que eran demasiado tramposos para los niños.
No obstante, también todos sentían que había algunas otras cosas que
incluso los niños debían saber, para evitar que malgastaran el tiempo
preguntándose sobre detalles como ‘¿Qué hay del otro lado de las
montañas?’, y ‘¿Por qué cae lluvia del cielo?’
Cada familia en el pueblo compraba una copia del Almanack todos los
años, y de él venía una especie de educación. Era grande y grueso, y lo
imprimían en algún lugar lejano, y tenía muchos detalles sobre cosas como
las fases de la luna y la época correcta de plantar frijoles. También contenía
algunas profecías para el año siguiente, y mencionaba lugares distantes con
nombres como Klatch y Hersheba. Tiffany había visto un dibujo de Klatch en
el Almanack. Mostraba un camello parado en un desierto. Sólo había
averiguado qué eran ambas cosas porque su madre se lo había dicho. Y eso
era Klatch, un camello en un desierto. Se había preguntado si no había un
poco más sobre el tema, pero parecía que ‘Klatch = camello, desierto’ era
todo lo que cualquiera sabía.
Y ése era el problema. Si no encontrabas alguna manera de detenerlo,
las personas continuarían haciendo preguntas.
Los maestros eran útiles en esto. Algunos grupos ambulaban por las
montañas, junto con los hojalateros, herreros ambulantes, hombres de
medicina milagrosa, vendedores de telas, adivinos y todos los otros viajeros
que vendían cosas que las personas no necesitaban todos los días pero que
ocasionalmente encontraban útiles.
Iban de pueblo en pueblo dando breves lecciones sobre varios temas.
Se mantenían apartados de los otros viajeros, y se veían muy misteriosos
con sus túnicas rotas y sus extraños sombreros cuadrados. Empleaban
palabras largas, como ‘hierro corrugado’. Vivían vidas ásperas,
sobreviviendo por la comida que podían ganar dando las lecciones a
cualquiera que las escuchara. Cuando nadie las escuchaba, vivían de erizo
asado. Se iban a dormir bajo las estrellas, que los maestros de matemática
contarían, los de astronomía medirían y los de literatura nombrarían. Los
maestros de geografía se perdían en los bosques y caían en trampas para
osos.
Las personas generalmente se sentían muy complacidas de verlos. Les
enseñaban a los niños lo bastante para callarlos, que era el asunto principal
después de todo. Pero siempre tenían que ser expulsados de los pueblos al
anochecer en caso de que robaran pollos.
Hoy, los pequeños puestos brillantemente coloridos y las tiendas
estaban dispersos en un campo justo fuera del pueblo. Detrás de ellos,
habían cercado unas pequeñas áreas cuadradas con altas paredes de lona y
eran patrulladas por los maestros aprendices que buscaban a cualquiera que
tratara de escuchar la Educación sin pagar. En la primera tienda, Tiffany vio
un cartel que decía:

¡Jografía!

¡Jografía!

¡Jografía!

Por hoy solamente: todas las grandes masas de tierra y océanos

¡ADEMÁS todo lo que necesita conocer sobre glaciares!

¡Por un penique o Todos Los Grandes Vejetales Acseptados!

Tiffany había leído lo suficiente para saber que mientras que él podía
ser un genio en las grandes masas de tierra, a este profesor en particular le
podría haber venido bien algo de ayuda del hombre que dirigía el puesto
contiguo:

Las Maravillas De La Puntuación Y La Ortografía

1 - Certeza Absoluta sobre la Coma

2 - I antes de E Totalmente Resuelto

3 - El misterio del punto y coma Revelado

4 - Vea el signo & (Pequeño recargo)

5 - Diversión con Corchetes

Aceptaré verduras, huevos y ropa usada y limpia

El siguiente puesto estaba decorado con escenas de la historia,


generalmente de reyes cortándose la cabeza unos a otros e interesantes
puntos culminantes por el estilo. El maestro enfrente vestía una roja túnica
rota, con adornos de piel de conejo, y llevaba un alto sombrero viejo con
banderas clavadas. Tenía un pequeño megáfono que apuntaba a Tiffany.
—¿La Muerte de Reyes a través de las Eras? —dijo—. ¡Muy educativo,
montones de sangre!
—No realmente —dijo Tiffany.
—Oh, tienes que saber de dónde vienes, señorita —dijo el maestro—.
De otro modo, ¿cómo sabrás a dónde vas?
—Soy de una larga línea de personas Doliente —dijo Tiffany—. Y creo
que lo seguiré siendo.
Encontró lo que buscaba en un puesto que tenía colgadas unas
imágenes de animales, incluso un camello, según vio con placer.
El cartel decía:

Criaturas Útiles. Hoy: Nuestro Amigo El Erizo.

Se preguntó qué tan útil había sido la cosa en el río, pero éste parecía
ser el único lugar donde averiguarlo. Algunos niños estaban esperando sobre
los bancos dentro del puesto a que la lección comenzara, pero el maestro
todavía estaba parado enfrente, con la esperanza de llenar los espacios
vacíos.
—Hola, pequeña niña —dijo, el cual fue sólo su primer gran error—.
Estoy seguro de que tú quieres saber todo sobre los erizos, ¿eh?
—Ya hice éste el verano pasado —dijo Tiffany.
El hombre la miró desde más cerca, y su sonrisa se destiñó.
—Oh, sí —dijo—. Recuerdo. Hiciste todas aquellas... pequeñas
preguntas.
—Hoy deseo la respuesta a una pregunta —dijo Tiffany.
—Siempre que no sea una sobre cómo obtienes bebés erizos —dijo el
hombre.
—No —dijo Tiffany, pacientemente—. Es sobre zoología.
—Zoología, ¿eh? Ésa es una gran palabra, ¿verdad?
—No, en realidad no —dijo Tiffany—. Condescender es una gran
palabra. Zoología es muy, pero muy corta.
Los ojos del maestro se estrecharon aun más. Los niños como Tiffany
eran malas noticias.
—Puedo ver que eres inteligente —dijo—. Pero no conozco de ningún
maestro de zoología por estos lares. Veterinarios, sí, pero no zoología.
¿Algún animal en particular?
—Burra Dientes Verdes.[5] Un monstruo de agua con dientes grandes y
garras y ojos como platos de sopa —dijo Tiffany.
—¿Platos de sopa de qué tamaño? ¿Quieres decir grandes platos de
sopa, todo un tazón lleno, tal vez con algunos bizcochos, posiblemente
incluso un bollo de pan, o quieres decir la pequeña taza que podrías
conseguir si, por ejemplo, sólo pidieras sopa y una ensalada?
—El tamaño de platos de sopa que miden ocho pulgadas de diámetro —
dijo Tiffany, que nunca había pedido sopa y una ensalada en ningún lugar en
toda su vida—. Lo verifiqué.
—Hum, ése es un enigma —dijo el maestro—. No pienses que lo
conozco. Indudablemente no es útil, lo sé. Me suena a inventado.
—Sí, eso fue lo que pensé —dijo Tiffany—. Pero todavía me gustaría
saber más sobre él.
—Bien, podrías tratar con ella. Es nueva.
El maestro señaló con el pulgar hacia una pequeña carpa al final de la
hilera. Era negra y muy gastada. No tenía ningún afiche, y absolutamente
ningún signo de exclamación.
—¿Qué enseña? —preguntó.
—No lo podría decir —dijo el maestro—. Dice que está pensando, pero
no sé cómo enseñas eso. Te costará una zanahoria, gracias.
Cuando se acercó, Tiffany vio un pequeño cartel clavado al exterior de
la carpa. Decía, en letras que más que gritar susurraban:

PUEDO ENSEÑARLE UNA LECCIÓN QUE NO OLVIDARÁ APRISA


CAPÍTULO 2

La Srta. Tick

Tiffany leyó el cartel y sonrió.


—Ajá —dijo. No había nada donde golpear así que añadió—: Knock,
knock —en voz más alta.
Desde adentro se escuchó la voz de una mujer.
—¿Quién está allí?
—Tiffany —dijo Tiffany.
—Tiffany ¿qué? —dijo la voz.
—Tiffany que no está tratando de hacer una broma.
—Ah. Eso parece prometedor. Entra.
Empujó la solapa a un lado. Estaba oscuro dentro de la carpa, y
también cargado y caluroso. Una delgada figura estaba sentada detrás de
una pequeña mesa. Tenía una nariz muy afilada y delgada, y llevaba un gran
sombrero de paja negro con flores de papel. Era totalmente inadecuado para
una cara así.
—¿Es usted una bruja? —dijo Tiffany—. No me importa si lo es.
—¡Qué extraña pregunta para saltar sobre alguien! —dijo la mujer;
parecía ligeramente escandalizada—. Tu barón prohíbe las brujas en este
país, lo sabes, y lo primero que me preguntas es ‘¿Es usted una bruja?’.
¿Por qué sería yo una bruja?
—Bien, usted viste toda de negro —dijo Tiffany.
—Cualquiera puede vestir de negro —dijo la mujer—. Eso no significa
nada.
—Y usted lleva un sombrero de paja con flores —continuó Tiffany.
—¡Ajá! —dijo la mujer—. Eso lo demuestra, entonces. Las brujas llevan
altos sombreros puntiagudos. Todos lo saben, niña tonta.
—Sí, pero las brujas también son muy inteligentes —dijo Tiffany con
calma. Había algo en el brillo de los ojos de la mujer que le decía que
continuara—. Andan por allí a hurtadillas. Probablemente no se ven como
brujas. Y una bruja que viniera aquí sabría sobre el Barón y por lo tanto
llevaría esa clase de sombrero que todos saben que las brujas no llevan.
La mujer la miró.
—Ésa fue una increíble hazaña de razonamiento —dijo por fin—. Serías
una buena buscadora de brujas. ¿Sabías que solían prender fuego a las
brujas? Sin importar la clase de sombrero que yo tenga, dirías que prueba
que soy una bruja, ¿sí?
—Bien, la rana sentada sobre su sombrero es un poco una pista
también —dijo Tiffany.
—Soy un sapo, en realidad —dijo la criatura, que había estado espiando
a Tiffany entre las flores de papel.
—Eres muy amarillo para ser un sapo.
—He estado un poco enfermo —dijo el sapo.[6]
—Y hablas —dijo Tiffany.
—Solamente tienes mi palabra sobre eso —dijo el sapo, desapareciendo
entre las flores de papel—. No puedes demostrar nada.
—No tienes fósforos, ¿verdad? —dijo la mujer a Tiffany.
—No.
—Muy bien, muy bien. Sólo verificando.
Otra vez, hubo una pausa mientras la mujer lanzaba a Tiffany una larga
mirada, como si tuviera que decidir algo.
—Mi nombre —dijo por fin—, es Srta. Tick. Y soy una bruja. Es un buen
nombre para una bruja, por supuesto.
—¿Quiere decir un parásito chupasangre? —dijo Tiffany, arrugando la
frente.
—¿Perdona? —dijo la Srta. Tick, fríamente.
—Ticks4 —dijo Tiffany—. Las ovejas las pescan. Pero si usa
trementina...
—Quise decir que sonaba como ‘Místico’ —dijo la Srta. Tick.5
—Oh, usted quiere decir un jogo de palabras 6 —dijo Tiffany—. En tal
caso hubiera sido aun mejor si fuera la Srta. Teca, una madera extranjera
dura, porque eso sonaría a ‘halo de misterio’, o podía ser la Srta. Take, que

4
Garrapatas. (Nota del traductor)
5
Srta. Tick, en inglés Miss Tick, se escribe muy similar a místico, mystick. (Nota del traductor)
6
Tiffany había leído muchas palabras en el diccionario que había nunca escuchado, así que tenía que tratar de
adivinar cómo se pronunciaban. (Nota del autor)
sería...
—Puedo ver que nos vamos a llevar de maravillas —dijo la Srta. Tick—.
Podría no haber sobrevivientes.7
—¿Realmente es una bruja?
—Oh, pur-lease —dijo la Srta. Tick—. Sí, sí, soy una bruja. Tengo un
animal que habla, una tendencia a corregir la pronunciación de los demás —
es juego de palabras, a propósito, no ‘jogo’— y me fascina meter mi nariz en
los asuntos de otras personas y, sí, un sombrero puntiagudo.
—¿Puedo accionar el resorte ahora? —preguntó el sapo.
—Sí —dijo la Srta. Tick, sus ojos todavía sobre Tiffany—. Puedes
accionar el resorte.
—Me gusta accionar el resorte —dijo el sapo, arrastrándose hasta la
parte posterior del sombrero.
Se escuchó un clic, y un lento ruido de zuap-zuap, y el centro del
sombrero creció despacio y a sacudones entre las flores de papel, que se
cayeron.
—Er... —dijo Tiffany.
—¿Tienes una pregunta? —dijo la Srta. Tick.
Con un último zuop, la punta del sombrero fue una punta perfecta.
—¿Cómo sabe que no correré ahora mismo a decirle al Barón? —dijo
Tiffany.
—Porque no tienes el mínimo deseo de hacerlo —dijo la Srta. Tick—.
Estás completamente fascinada. Quieres ser una bruja, ¿estoy en lo
correcto? Probablemente quieras volar sobre un palo de escoba, ¿sí?
—¡Oh, sí! —A menudo había soñado con volar. Las siguientes palabras
de la Srta. Tick la devolvieron a la tierra.
—¿De veras? ¿Te gusta tener que vestir pantalones real, realmente
gruesos? Créeme, si tengo que volar uso dos pares de lana y un par de lona
en el exterior lo cual, puedo decirte, no es muy femenino sin importar
cuánto encaje le cosas. Puede ponerse frío allá arriba. Las personas lo
olvidan. Y entonces está la piel de gallina. No me preguntes sobre la piel de
gallina. No hablaré de ella.
7
El remate de la frase proviene del modismo ‘nos vamos a llevar de maravillas’, que literalmente se traduciría
como ‘seguiremos como una casa en llamas’. (Nota del traductor)
—¿Pero no puede usar un hechizo para mantener el calor? —dijo
Tiffany.
—Podría. Pero una bruja no hace ese tipo de cosas. En cuanto usas
magia para mantenerte caliente, entonces empezarás a usarla para otras
cosas.
—¿Pero no es lo que una bruja se supone que...? —empezó Tiffany.
—Apenas aprendes sobre magia, quiero decir realmente aprender sobre
magia —aprender todo lo que puedes aprender sobre magia— entonces
todavía tienes que aprender la lección más importante —dijo la Srta. Tick.
—¿Cuál es?
—No usarla. Las brujas no usan magia a menos que realmente tengan
que hacerlo. Es trabajo duro y difícil de controlar. Hacemos otras cosas. Una
bruja presta atención a todo lo que ocurre. Una bruja usa su cabeza. Una
bruja está segura de sí misma. Una bruja siempre tiene un trozo de cordel...
—¡Siempre tengo un trozo de cordel! —dijo Tiffany—. ¡Es siempre útil!
—Bien. Aunque hay más en la brujería que un cordel. Una bruja se
deleita en las sutilezas. Una bruja ve a través y alrededor de las cosas. Una
bruja ve más allá que la mayoría. Una bruja ve las cosas desde el otro lado.
Una bruja sabe dónde está, y cuándo está. Una bruja vería a Burra Dientes
Verdes —añadió—. ¿Qué ocurrió?
—¿Cómo sabía que vi a Burra Dientes Verdes?
—Soy una bruja. Adivino —dijo la Srta. Tick.
Tiffany miró la carpa a su alrededor. No había mucho para ver, incluso
ahora que sus ojos se estaban acostumbrando a la penumbra. Los sonidos
del mundo exterior se filtraban a través de la pesada tela.
—Creo...
—¿Sí? —dijo la bruja.
—Creo que usted me escuchó decirle al maestro.
—Correcto. Sólo usé mis orejas —dijo la Srta. Tick, sin mencionar los
platillos de tinta en absoluto—. Cuéntame sobre este monstruo con los ojos
del tamaño de platos de sopa de la clase que tiene ocho pulgadas de
diámetro. ¿Dónde entran en esto los platos de sopa?
—El monstruo es mencionado en un libro de historias que tengo —
explicó Tiffany—. Dice que Burra Dientes Verdes tiene los ojos del tamaño
de platos de sopa. Hay un dibujo, pero no es bueno. Así que medí un plato
de sopa, así que pude ser exacta.
La Srta. Tick puso la barbilla sobre su mano y lanzó a Tiffany una rara
sonrisa.
—Eso estuvo bien, ¿verdad? —preguntó Tiffany.
—¿Qué? Oh, sí. Sí. Hum... sí. Muy... exacto. Sigue.
Tiffany le contó sobre la pelea con Burra, aunque no mencionó a
Wentworth en caso de que la Srta. Tick se pusiera rara sobre eso. La Srta.
Tick escuchaba cuidadosamente.
—¿Por qué la sartén? —preguntó—. Podrías haber buscado un palo.
—Una sartén sólo me pareció una mejor idea —respondió Tiffany.
—¡Ja! Lo fue. Si hubieras usado un palo, Burra se lo hubiera comido.
Una sartén está hecha de hierro. Las criaturas de su tipo no toleran el
hierro.
—¡Pero es un monstruo de un libro de cuentos! —dijo Tiffany—. ¿Qué
está haciendo, apareciendo en nuestro pequeño río?
La Srta. Tick miró a Tiffany durante un rato, y luego preguntó:
—¿Por qué quieres ser una bruja, Tiffany?

Había empezado con El Buene Libro Infantile De Reelatos De Headas.


En realidad, probablemente había empezado con muchas cosas, pero con las
historias sobre todo.
Su madre se las había leído cuando era pequeña, y luego los leería ella
misma. Y todas las historias tenían una bruja, en algún lugar. La bruja vieja
y perversa.
Y Tiffany había pensado: ¿Dónde están las evidencias?
Las historias nunca decían por qué era perversa. Era suficiente ser una
anciana, estar completamente sola, parecer extraña porque no tenía ningún
diente. Eso era suficiente para ser llamada una bruja.
En realidad, el libro nunca te daba las pruebas de nada. Hablaba de ‘un
príncipe apuesto’... ¿lo era realmente, o sólo porque era un príncipe las
personas decían que era apuesto? En cuanto a ‘una muchacha que era tan
hermosa como el día es largo’... bien, ¿qué día? ¡A mediados del invierno ni
siquiera había luz! Las historias no querían que pensaras, sólo querían que
creyeras en lo que te decían...
Y te decían que la vieja bruja vivía completamente sola en una extraña
cabaña hecha de pan de jengibre o que iba de un lado para otro con pies de
gallina gigante, y que hablaba con los animales, y que podía hacer magia.
Tiffany sólo conoció alguna vez a una anciana que vivía completamente
sola en una extraña cabaña...
Bien, no. Eso no era verdad. Pero sí había conocido alguna vez a una
anciana que vivía en una extraña casa que se movía, y que era Yaya
Doliente. Y podía hacer magia, magia de ovejas, y hablaba con los animales
y no había nada de perverso en ella. Eso probaba que no podías creer en las
historias.
Y estaba la otra anciana, una de quien todos decían que era una bruja.
Y lo que le había pasado, había puesto a Tiffany muy... pensativa.
De todos modos, prefería las brujas a los petulantes príncipes apuestos
y especialmente a las estúpidas princesas que sonreían afectadamente, que
no tenían el sentido de un escarabajo. Tenían un encantador pelo dorado,
también, y Tiffany no. Su pelo era marrón, totalmente marrón. Su madre lo
llamaba castaño, o a veces castaño rojizo, pero Tiffany sabía que era
marrón, marrón, marrón, exactamente como sus ojos. Marrón como la
tierra. ¿Acaso el libro tenía alguna aventura para las personas que tenían
ojos marrones y pelo marrón? No, no, no... las personas rubias con ojos
azules y las pelirrojas con ojos verdes eran las que recibían las historias. Si
tenías pelo marrón, probablemente eras sólo un criado o un leñador o algo.
O una lechera. Bien, eso no iba a ocurrir, incluso si era buena para el queso.
Ella no podía ser el príncipe, y nunca sería princesa, y no quería ser leñador,
así que sería la bruja y sabría cosas, como Yaya Doliente...

—¿Quién era Yaya Doliente? —dijo una voz.

¿Quién era Yaya Doliente? Las personas empezarían a preguntarlo


ahora. Y la respuesta era: lo que Yaya Doliente era, estaba allí. Ella estaba
siempre allí. Parecía que las vidas de todos los Doliente giraban en torno a
Yaya Doliente. Se tomaban decisiones abajo en el pueblo, se hacían cosas,
la vida continuaba en el conocimiento de que en su vieja cabaña rodante de
pastoreo sobre las colinas Yaya Doliente estaba ahí, observando.
Y ella era el silencio de las colinas. Quizás por eso le gustaba Tiffany, a
su manera torpe e insegura. Sus hermanas mayores parloteaban, y a Yaya
no le gustaba el ruido. Tiffany no hacía ruido cuando estaba arriba en la
cabaña. Sólo adoraba estar ahí. Miraría los gallinazos, y escucharía el sonido
del silencio.
Tenía un sonido, allá arriba. Sonidos, voces, ruidos de animales que
flotaban hacia arriba de las lomadas, de alguna manera hacían el profundo y
complejo silencio. Y Yaya Doliente envolvía este silencio a su alrededor y
hacía sitio dentro de él para Tiffany. Siempre estaba demasiado ajetreada la
granja. Había muchas personas con mucho para hacer. No había tiempo
suficiente para el silencio. No había tiempo para escuchar. Pero Yaya
Doliente era silenciosa y escuchaba todo el tiempo.

—¿Qué? —dijo Tiffany, parpadeando.


—Acabas de decir ‘Yaya Doliente me escuchaba todo el tiempo’ —dijo la
Srta. Tick.
Tiffany tragó.
—Creo que mi abuela era ligeramente una bruja —dijo, con un toque de
orgullo.
—¿De veras? ¿Cómo lo sabes?
—Bien, las brujas pueden maldecir a las personas, ¿correcto? —dijo
Tiffany.
—Así dicen —dijo la Srta. Tick, diplomáticamente.
—Bien, mi padre dice que Yaya Doliente blasfemó el cielo celeste —dijo
Tiffany.
La Srta. Tick tosió.
—Bien, decir palabrotas, mira, decir palabrotas no es como la verdadera
maldición. Decir palabrotas es más como maldito y molestia y condenado y
mala cosa, ¿sabes? Maldecir está más sobre la línea de ‘Yo deseo que su
nariz explote y que sus orejas salgan volando’.
—Creo que las palabrotas de Yaya eran un poco más que eso —dijo
Tiffany, con una voz muy segura—. Y hablaba con sus perros.
—¿Y qué clase de cosas les decía? —dijo la Srta. Tick.
—Oh, cosas como reunir y traer y suficiente —dijo Tiffany—. Ellos
siempre hacían lo que ella les decía.
—Pero ésas sólo son órdenes de perros pastores —dijo la Srta. Tick, con
desdén—. No es exactamente brujería.
—Bien, todavía los hace familiares, ¿verdad? —replicó Tiffany,
sintiéndose enfadada—. Las brujas tienen animales con los que pueden
hablar, llamados familiares. Como su sapo.
—No soy familiar —dijo una voz entre las flores de papel—. Soy sólo
ligeramente presuntuoso.
—Y ella conocía hierbas de toda clase —insistió Tiffany. Yaya Doliente
iba a ser una bruja incluso si Tiffany tenía que discutir todo el día—. Podía
curar cualquier cosa. Mi padre decía que ella podía hacer que un pastel de
papas se parara y balara. —Tiffany bajó la voz—. Podía regresar corderos a
la vida...

Casi nunca veías a Yaya Doliente dentro en primavera y verano. Pasaba


la mayor parte del año durmiendo en la vieja cabaña rodante, que podía ser
arrastrada a través de las lomadas detrás de los rebaños. Pero Tiffany podía
recordar la primera vez que vio a la anciana en la granja; estaba arrodillada
enfrente del fuego, poniendo un cordero muerto en el gran horno negro.
Tiffany gritó y gritó. Y Yaya la levantó suavemente, un poco
acongojada; la sentó sobre su regazo y la calmó diciéndole ‘mi pequeña
jiggit’, mientras que en el piso sus perros pastores, Trueno y Relámpago, la
observaban con asombro perruno. Yaya no estaba particularmente
acostumbrada a los niños, porque no balaban.
Cuando Tiffany dejó de llorar por la falta absoluta de aliento, Yaya la
puso sobre la alfombra y abrió el horno, y Tiffany observó que el cordero
volvía a vivir.
Cuando Tiffany fue un poco mayor, descubrió que ‘jiggit’ significaba
vigésimo en Van Tan Tethera, [7] el antiguo idioma de contar de los pastores.
Las personas más viejas todavía lo usaban cuando estaban contando cosas
que pensaban que eran especiales. Ella era el vigésimo nieto de Yaya
Doliente.
Y cuando fue mayor también comprendió todo sobre el horno caliente,
que nunca tuvo nada más que, bien, calor. Su madre dejaba leudar la masa
del pan adentro, y Ratbag el gato dormía adentro, a veces sobre la masa. El
lugar exacto donde revivir a un débil cordero que había nacido una noche de
nevada y que estaba a punto de morir de frío. Así era como funcionaba.
Ninguna magia en absoluto. Pero esa vez había sido mágico. Y no dejaba de
ser mágico sólo porque averiguabas cómo se hacía.

—Bien, pero todavía no exactamente brujería —dijo la Srta. Tick,


rompiendo el hechizo otra vez—. De todos modos, no tienes que tener un
antepasado bruja para ser una bruja. Ayuda, por supuesto, por la herencia.
—¿Quiere decir como tener talentos? —preguntó Tiffany, arrugando la
frente.
—En parte, supongo —dijo la Srta. Tick—. Pero estaba pensando en
sombreros puntiagudos, por ejemplo. Si tienes una abuela que puede
pasarte su sombrero puntiagudo, eso ahorra mucho costo. Son
increíblemente difíciles de conseguir, especialmente uno con la fuerza
suficiente para soportar granjas que caen. [8] ¿Acaso la Sra. Doliente tenía
algo así?
—No lo creo —dijo Tiffany—. Casi nunca llevaba un sombrero excepto
con clima muy frío. Usaba un viejo saco de cereal como una especie de
capucha. Hum... ¿eso cuenta?
Por primera vez, la Srta. Tick parecía un poco menos insensible.
—Posiblemente, posiblemente —dijo—. ¿Tienes hermanos y hermanas,
Tiffany?
—Tengo seis hermanas —dijo Tiffany—. Soy la más joven. La mayoría
de ellas no vive con nosotros ahora.
—Y entonces ya no eres el bebé porque tienes un querido hermano
menor —dijo la Srta. Tick—. El único varón, también. Ésa debe haber sido
una buena sorpresa.
De repente, Tiffany encontró que la leve sonrisa de la Srta. Tick le
molestaba ligeramente.
—¿Cómo sabe de mi hermano? —preguntó.
La sonrisa se destiñó. La Srta. Tick pensó: Esta niña es sagaz.
—Sólo una conjetura —dijo. A nadie le gusta admitir que espía.
—¿Está usando persicología sobre mí? —dijo Tiffany, acalorada.
—Creo que quieres decir sicología —dijo la Srta. Tick.
—Lo que sea —dijo Tiffany—. Usted cree que no me gusta porque mis
padres hacen alboroto y lo consienten, ¿sí?
—Bien, cruzó mi mente —dijo la Srta. Tick y dejó de preocuparse por
haber espiado. Era una bruja, y eso era todo lo que significaba—. Creo me
dio la pista la parte cuando lo usaste como cebo para un monstruo
sanguinario —añadió.
—¡Es sólo una molestia! —dijo Tiffany—. Me roba mi tiempo y siempre
tengo que cuidarlo y siempre quiere dulces. De todos modos —continuó—,
tenía que pensar rápido.
—Exactamente —dijo la Srta. Tick.
—Yaya Doliente habría hecho algo sobre los monstruos en nuestro río —
dijo Tiffany, ignorándola—. Incluso si son de los libros. —Y habría hecho algo
sobre lo que le pasó a la vieja Sra. Snapperly, añadió para sí. Habría
levantado la voz, y las personas habrían escuchado... Siempre escuchaban
cuando Yaya levantaba la voz. Hablar por los que no tienen voz, decía
siempre.
—Bien —dijo la Srta. Tick—. Debería hacerlo. Las brujas enfrentan las
cosas. ¿Dijiste que donde la Burra saltó el río era muy poco profundo? ¿Y
que el mundo parecía borroso y trémulo? ¿Había un susurro?
Tiffany sonrió.
—¡Sí, indudablemente!
—Ah. Está ocurriendo algo malo.
Tiffany se veía preocupada.
—¿Puedo detenerlo?
—Y ahora estoy ligeramente impresionada —dijo la Srta. Tick—. Dijiste,
‘¿Puedo detenerlo?’, no ‘¿Puede alguien detenerlo?’, ‘¿Podemos detenerlo?’.
Eso es bueno. Aceptas la responsabilidad. Ése es un buen comienzo. Y
mantienes la cabeza fría. Pero, no, no puedes detenerlo.
—¡Le pegué fuerte a Burra Dientes Verdes!
—Un golpe de suerte —dijo la Srta. Tick—. Podría haber cosas peores
que ella en el camino, créeme. Creo que aquí va a comenzar una incursión
de proporciones muy importantes y, aunque eres inteligente, mi niña, tienes
tantas oportunidades como uno de tus corderos en una noche de nieve.
Tenlo claro. Trataré de buscar ayuda.
—¿Qué, del Barón?
—Qué bromista, no. Sería absolutamente inútil.
—Pero él nos protege —dijo Tiffany—. Es lo que dice mi madre.
—¿De veras? —dijo la Srta. Tick—. ¿De quién? Quiero decir, ¿de quién?
—Bien, de ataques, ya sabe, supongo. De otros barones, dice mi padre.
—¿Tiene un gran ejército?
—Bien, er, tiene al Sargento Roberts, y a Kevin y a Neville y a Trevor —
dijo Tiffany—. Los conocemos a todos. Principalmente protegen el castillo.
—¿Alguno de ellos tiene poderes mágicos? —preguntó la Srta. Tick.
—Vi a Neville hacer trucos de naipes una vez —dijo Tiffany.
—Un éxito en las fiestas, pero probablemente sin utilidad incluso contra
algo como Burra —dijo la Srta. Tick—. ¿Hay alguna... No hay aquí ninguna
bruja en absoluto?
Tiffany vaciló.
—Estaba la vieja Sra. Snapperly —dijo. Oh, sí. Había vivido
completamente sola en una extraña cabaña...
—Buen nombre —dijo la Srta. Tick—. Sin embargo, no puedo decir que
lo haya escuchado antes. ¿Dónde está?
—Murió en la nieve el invierno pasado —dijo Tiffany, lentamente.
—Y ahora dime lo que no me estás diciendo —dijo la Srta. Tick, aguda
como un cuchillo.
—Er... ella estaba mendigando, cree la gente, pero nadie le abría las
puertas y, er... era una noche fría, y... murió.
—Y era una bruja, ¿verdad?
—Todos dijeron que era una bruja —dijo Tiffany. Realmente no quería
hablar de esto. Nadie en los pueblos de por allí quería hablar de eso.
Tampoco nadie se acercó a las ruinas de la cabaña en el bosque.
—¿Tú no lo crees?
—Hum... —Tiffany se retorció—. Mire... el Barón tenía un hijo llamado
Roland. Tenía apenas doce años, creo. Y fue a cabalgar al bosque, solo, el
verano pasado y sus perros volvieron sin él.
—¿Vivía la Sra. Snapperly en ese bosque? —preguntó la Srta. Tick.
—Sí.
—¿Y la gente cree que lo mató? —dijo la Srta. Tick. Suspiró—.
Probablemente creen que lo cocinó en el horno, o algo así.
—En realidad, nunca lo dijeron —dijo Tiffany—. Pero creo que era algo
así, sí.
—¿Y su caballo apareció? —dijo la Srta. Tick.
—No —dijo Tiffany—. Y eso fue extraño, porque si hubiera aparecido en
algún lugar de las colinas la gente lo hubiera notado...
La Srta. Tick cruzó las manos, sorbió, y desplegó una sonrisa sin alegría
en absoluto.
—Se explica fácilmente —dijo—. La Sra. Snapperly debe haber tenido
un horno muy grande, ¿eh?
—No, era muy, pero muy pequeño —dijo Tiffany—. Sólo de diez
pulgadas de profundidad.
—Apuesto a que la Sra. Snapperly no tenía ningún diente y que hablaba
sola, ¿correcto? —dijo la Srta. Tick.
—Sí. Y tenía un gato. Y bizqueaba —dijo Tiffany. Y luego agregó a toda
prisa—: Y entonces después de que se esfumó fueron a su cabaña y miraron
en el horno y cavaron su jardín y lanzaron piedras a su viejo gato hasta que
se murió y la sacaron de su cabaña y apilaron todos sus viejos libros en
medio de la habitación, y les prendieron fuego y quemaron el sitio hasta los
cimientos y todos dijeron que era una vieja bruja.
—Quemaron los libros —dijo la Srta. Tick, con voz sin tono.
—Porque dijeron que tenían viejas escrituras —dijo Tiffany—. Y dibujos
de estrellas.
—Y cuándo fuiste a mirar, ¿qué viste? —dijo la Srta. Tick.
Tiffany sintió frío de repente.
—¿Cómo lo supo? —preguntó.
—Soy buena escuchando. Bien, ¿qué viste?
Tiffany suspiró.
—Sí, fui a la cabaña al día siguiente y algunas de las páginas habían
flotado un poco en el calor, ya sabe. Y encontré una parte de una, y tenía
todas letras antiguas y un borde oro y azul. Y enterré a su gato.
—¿Enterraste al gato?
—¡Sí! ¡Alguien tenía que hacerlo! —dijo Tiffany, con calor.
—Y mediste el horno —dijo la Srta. Tick—. Sé que lo hiciste, porque
acabas de decirme qué tamaño tenía. —Y mides platos de sopa, agregó para
sí la Srta. Tick. ¿Qué he encontrado aquí?
—Bien, sí. Lo hice. Quiero decir... ¡era diminuto! Y si ella podía hacer
magia a un niño y a todo un caballo, ¿por qué no alejó con magia a los
hombres que vinieron a por ella? ¡No tenía ningún sentido...!
La Srta. Tick agitó la mano para que hablara más bajo.
—¿Y luego qué ocurrió?
—Entonces el Barón dijo que nadie tenía nada que hacer con ella —dijo
Tiffany—. Dijo que cualquier bruja encontrada en el país sería atada y
lanzada en el estanque. Er, usted podría estar en peligro —añadió, vacilante.
—Puedo desatar nudos con mis dientes y tengo un certificado de Buena
Nadadora del Colegio para Jóvenes Damas de Quirm —dijo la Srta. Tick—.
Toda esa práctica de saltar a la piscina con la ropa puesta fue tiempo bien
invertido. —Se inclinó hacia adelante—. Déjame adivinar qué le pasó a la
Sra. Snapperly —dijo—. Vivió del verano hasta que llegó la nieve, ¿correcto?
Robaba de los establos y probablemente las mujeres le daban comida por la
puerta trasera si los hombres no estaban por allí. Supongo que los niños
más grandes le lanzaban cosas si la veían.
—¿Cómo sabe todo eso? —dijo Tiffany.
—No necesita un gran salto de imaginación, créeme —dijo la Srta. Tick
—. Y no era una bruja, ¿verdad?
—Creo que sólo era una anciana enferma que era inútil para cualquiera,
y que apestaba un poco y que parecía rara porque no tenía ningún diente —
dijo Tiffany—. Sólo se parecía a una bruja de las historias. Alguien con
media cabeza podía verlo.
La Srta. Tick suspiró.
—Sí. Pero a veces es tan difícil encontrar media cabeza cuando
necesitas una.
—¿Puede enseñarme lo que tengo que saber para ser una bruja? —dijo
Tiffany.
—Dime, ¿por qué todavía quieres ser una bruja, teniendo en mente lo
que le pasó a la Sra. Snapperly?
—De ese modo esa clase de cosas no ocurrirá otra vez —dijo Tiffany.
Incluso enterró al gato de la vieja bruja, pensó la Srta. Tick. ¿Qué clase
de niña es ésta?
—Buena respuesta. Podrías ser una bruja decente algún día —dijo—.
Pero no le enseño a las personas a ser brujas. Enseño a las personas sobre
brujas. Las brujas aprenden en una escuela especial. Sólo les muestro el
camino, si son buenas. Todas las brujas tienen intereses especiales, y a mí
me gustan los niños.
—¿Por qué?
—Porque son mucho más fáciles de meter en el horno —dijo la Srta.
Tick.
Pero Tiffany no estaba asustada, sólo enojada.
—Ésa fue una cosa desagradable de decir —dijo.
—Bien, las brujas no tienen que ser buenas —dijo la Srta. Tick, sacando
una enorme bolsa negra de abajo de la mesa—. Me alegra ver que prestas
atención.
—¿Realmente hay una escuela para brujas? —dijo Tiffany.
—En cierto modo, sí —dijo la Srta. Tick.
—¿Dónde?
—Muy cerca.
—¿Es mágica?
—Muy mágica.
—¿Un lugar maravilloso?
—No hay ningún lugar como éste.
—¿Puedo ir allí por magia? ¿O un unicornio aparece para llevarme hasta
allí o algo?
—¿Por qué debería hacerlo? Un unicornio no es nada más que un gran
caballo que termina en punta, de todos modos. Nada para ponerse tan
excitada —dijo la Srta. Tick—. Y eso vale un huevo, por favor.
—¿Exactamente dónde puedo encontrar la escuela? —dijo Tiffany,
entregándole el huevo.
—Ajá. Una pregunta de raíz, creo —dijo la Srta. Tick—. Dos zanahorias,
por favor.
Tiffany las entregó.
—Gracias. ¿Lista? Para encontrar la escuela para brujas, ve a un lugar
alto cerca de por aquí, trepa a la cima, abre tus ojos... —la Srta. Tick vaciló.
—¿Sí?
—... y luego los abres otra vez.
—Pero... —empezó Tiffany.
—¿Tienes algún otro huevo?
—No, pero...
—No más educación, entonces. Pero tengo que hacerte una pregunta.
—¿Tiene algún huevo? —dijo Tiffany, al instante.
—¡Ja! ¿Viste alguna otra cosa junto al río, Tiffany?
De repente, el silencio llenó la carpa. El sonido de la mala ortografía y
de la errática geografía se filtraban desde afuera mientras Tiffany y la Srta.
Tick se miraban a los ojos.
—No —mintió Tiffany.
—¿Estás segura? —dijo la Srta. Tick.
—Sí.
Continuaron el combate de miradas. Pero Tiffany podía ganarle a un
gato.
—Ya veo —dijo la Srta. Tick, apartando la mirada—. Muy bien. En tal
caso, por favor dime... cuando te detuviste fuera de mi carpa apenas hace
unos minutos dijiste ‘Ajá’ en lo que consideré un tono petulante de voz.
¿Estabas pensando, ‘Ésta es una pequeña y extraña carpa negra con un
pequeño cartel misterioso sobre la puerta de modo que entrar podría ser el
principio de una aventura’, o pensaste, ‘Ésta podría ser la carpa de alguna
perversa bruja como pensaban que era la Sra. Snapperly, quién pondrá
algún hechizo horrible sobre mí tan pronto entre?’ Está bien, puedes
parpadear. Tus ojos están lagrimeando.
—Pensé ambas cosas —dijo Tiffany, parpadeando.
—Pero entraste de todos modos. ¿Por qué?
—Para saber.
—Buena respuesta. Las brujas son naturalmente entrometidas —dijo la
Srta. Tick, poniéndose de pie—. Bien, debo irme. Espero que volvamos a
vernos. Te daré un pequeño de consejo gratis, sin embargo.
—¿Me costará algo?
—¿Qué? ¡Acabo de decir que era gratis! —dijo la Srta. Tick.
—Sí, pero mi padre dice que el consejo gratis a menudo resulta ser caro
—dijo Tiffany.
La Srta. Tick sorbió.
—Podrías decir que este consejo tiene un valor incalculable —dijo—.
¿Estás escuchando?
—Sí —dijo Tiffany.
—Bien. Ahora... si confías en ti misma...
—¿Sí?
—... y crees en tus sueños...
—¿Sí?
—... y sigues tu estrella... —continuó la Srta. Tick.
—¿Sí?
—... todavía puedes ser golpeada por personas que pasaron su tiempo
trabajando duro y aprendiendo cosas y sin ser tan flojas. Adiós.
La carpa pareció oscurecerse. Era tiempo de partir. Tiffany se encontró
de regreso en la plaza donde los otros maestros estaban desarmando sus
tiendas.
No miró a su alrededor. Sabía lo suficiente para no mirar. O la carpa
todavía estaría ahí, lo cual sería una desilusión, o habría desaparecido
misteriosamente, y eso sería preocupante.
Se dirigió a casa, y se preguntó si debía haber mencionado a los
hombrecillos de pelo rojo. No lo había hecho por muchas razones. No estaba
segura, ahora, de que los hubiera visto realmente; tenía la sensación de que
ellos no lo habrían querido; y era bueno tener algo que la Srta. Tick no
supiera. Sí. Ésa era la mejor parte. La Srta. Tick era demasiado inteligente,
según la opinión de Tiffany.
De camino a casa trepó hasta la cima de Arken Hill, [9] que estaba justo
fuera del pueblo. No era muy grande, ni siquiera era tan alta como a las
lomadas cerca de la granja e indudablemente nada como las grandes alturas
de las montañas.
La colina era más... doméstica. Había un lugar plano en la cima donde
no crecía nada, y Tiffany sabía que había una historia que contaba que una
vez un héroe había luchado contra un dragón allá arriba y que su sangre
había quemado el suelo donde cayó. Había otra historia que decía que había
una pila de tesoros bajo la colina, defendida por el dragón, y otra historia
que decía que ahí fue enterrado un rey con armadura de oro sólido. Había
muchas historias sobre la colina; era sorprendente que no se hubiera
hundido bajo el peso de todas ellas.
Tiffany se paró en la tierra desnuda y miró el panorama.
Podía ver el pueblo y el río y la Granja Hogar, y el castillo del Barón y,
más allá de los campos que conocía, podía ver grises bosques y brezales.
Cerró los ojos y los abrió otra vez. Y parpadeó, y los abrió otra vez.
No había ninguna puerta mágica, ningún edificio escondido revelado,
ninguna señal extraña.
Por un momento, sin embargo, el aire se llenó de murmullos, y olía a
nieve.
Cuando llegó a casa buscó ‘incursión’ en el diccionario. Significaba
‘invasión’.
Una incursión de proporciones muy importantes, había dicho la Srta.
Tick.
Y, ahora, unos pequeños ojos invisibles observaban a Tiffany desde
arriba del estante...
CAPÍTULO 3

Busquen A La Bruja

La Srta. Tick se quitó el sombrero, metió la mano dentro y tiró de un


trozo de hilo. Con pequeños clics y aleteos el sombrero tomó la forma de un
sombrero de paja bastante viejo. Recogió las flores de papel del suelo y las
volvió a poner, cuidadosamente.
Entonces dijo:
—¡Fiuuu!
—No puedes dejar que la niña se vaya sólo así —dijo el sapo, que
estaba sentado sobre la mesa.
—¿Sólo así cómo?
—Claramente tiene Primera Visión y Segundo Pensamiento. Ésa es una
poderosa combinación.
—Es una pequeña sabelotodo —dijo la Srta. Tick.
—Correcto. Exactamente como tú. Ella te ha impresionado, ¿correcto?
Sé que sí porque fuiste muy cruel con ella, y siempre les haces eso a las
personas que te impresionan.
—¿Quieres ser convertido en una rana?
—Bien, ahora, déjame ver... —dijo el sapo sarcásticamente—. Mejor
piel, mejores piernas, la probabilidad de ser besado por una princesa cien
por cien mejorado... Vaya, sí. Cuando estés lista, Madam.
—Hay peores cosas que ser un sapo —dijo la Srta. Tick amenazante.
—Pruébalo alguna vez —dijo el sapo—. De todos modos, me gustó
bastante.
—A mí también —dijo la Srta. Tick, enérgicamente—. Se entera de una
anciana moribunda porque estos idiotas pensaban que era una bruja, y ella
decide hacerse bruja para que no lo hagan otra vez. ¡Un monstruo sale
bramando de su río y lo abate con una sartén! ¿Alguna vez has escuchado el
dicho ‘La tierra encuentra a su bruja’? Ha ocurrido aquí, lo apuesto. ¿Pero
una bruja de creta? ¡A las brujas les gusta el granito y el basalto, roca
completamente dura! ¿Sabes qué es la creta?
—Tú vas a decírmelo —dijo el sapo.
—Son las conchas de miles de millones de diminutas criaturas de mar
indefensas que se murieron hace millones de años —dijo la Srta. Tick—.
Es... huesos diminutos, diminutos. Blanda. Pastosa. Húmeda. Incluso la
piedra caliza es mejor. Pero... ella ha crecido sobre creta y es dura, y aguda
también. Es una bruja nata. ¡Sobre creta! ¡Lo cual es imposible!
—¡Abatió a Burra! —dijo el sapo—. ¡La niña tiene talento!
—Tal vez, pero necesita más que eso. Burra no es inteligente —dijo la
Srta. Tick—. Es solamente un Monstruo Prohibitivo de Grado Uno. Y
probablemente estaba desconcertada por encontrarse en un arroyo, cuando
su hogar natural está en el agua quieta. Habrá mucho, mucho peor que ella.
—¿Qué quieres decir, ‘un Monstruo Prohibitivo de Grado Uno’? —
preguntó el sapo—. Nunca escuché que la llamaran así.
—Soy una maestra tanto como una bruja —dijo la Srta. Tick, ajustando
su sombrero cuidadosamente—. Por lo tanto hago listas. Hago evaluaciones.
Escribo cosas con mano pulcra y firme con plumas de dos colores. Burra es
una de las varias criaturas inventadas por los adultos para alejar a los niños
de los lugares peligrosos. —Suspiró—. Si tan sólo las personas pensaran
antes de inventar monstruos.
—Deberías quedarte y ayudarla —dijo el sapo.
—No tengo prácticamente ningún poder aquí —dijo la Srta. Tick—. Te lo
dije. Es la creta. Y recuerda a los hombres pelirrojos. ¡Un Nac Mac Feegle le
habló! ¡Le advirtió! ¡Nunca he visto uno en mi vida! Si los tiene de su lado,
¿quién sabe qué pueda hacer?
Recogió el sapo.
—¿Sabes qué aparecerá? —continuó—. Todas las cosas que encerraron
en esas viejas historias. Todas esas razones por las que no debes apartarte
del sendero, o abrir la puerta prohibida, o decir la palabra equivocada, o
derramar la sal. Todas las historias que les dan pesadillas a los niños. Todos
los monstruos debajo de la cama más grande del mundo. En algún lugar,
todas las historias son reales y todos los sueños se hacen realidad. Y se
harán realidad aquí si no son detenidos. Sin no fuera por los Nac Mac Feegle
estaría muy preocupada. Como están las cosas, voy a tratar de conseguir
algo de ayuda. ¡Eso va a llevarme al menos dos días sin un palo de escoba!
—Es injusto dejarla a solas con ellos —dijo el sapo.
—No estará sola —dijo la Srta. Tick—. Te tendrá a ti.
—Oh —dijo el sapo.

Tiffany compartía un dormitorio con Fastidia y Hannah. Se despertó


cuando las escuchó venir a la cama, y se quedó tendida en la oscuridad
hasta que escuchó que sus respiraciones se tranquilizaban y empezaban a
soñar con jóvenes pastores de ovejas sin sus camisas.
Afuera, un relámpago de verano destelló alrededor de las colinas, y se
escuchó un trueno...

Trueno y Relámpago. Los conocía como perros antes de que los


conociera como el sonido y la luz de una tormenta. Yaya siempre tenía sus
perros pastores cerca, dentro y afuera de la cabaña. En un momento serían
rayas negras y blancas a través del pasto distante y luego estaban de
repente ahí, jadeantes, con los ojos que nunca dejaban la cara de Yaya. La
mitad de los perros en las colinas eran los cachorros de Relámpago,
entrenados por Yaya Doliente.
Tiffany había ido con la familia a las grandes Pruebas de Perros
Pastores. Cada pastor sobre la Creta iba a ellas, y el mejor entraba en el
ruedo para mostrar qué bien podían trabajar a sus perros. Los perros
reunían a las ovejas, las separaban, las conducían a los corrales —o a veces
salían corriendo, o trataban de morderse unos a otros, porque incluso el
mejor perro puede tener un mal día. Pero Yaya nunca entraba con Trueno y
Relámpago. Se apoyaba sobre la cerca con los perros echados enfrente de
ella, observando el espectáculo atentamente y chupando su hedionda pipa.
Y el padre de Tiffany decía que, después de que cada pastor había trabajado
a sus perros, los jueces miraban nerviosos a Yaya Doliente para ver lo que
pensaba.
A decir verdad, todos los pastores la observaban. Yaya nunca jamás
entró en el ruedo porque ella era la Prueba. Si Yaya pensaba que eras un
buen pastor —si te hacía un gesto con la cabeza cuando salías del ruedo, si
le daba pitadas a su pipa y decía ‘suficiente’— caminabas como un gigante
por un día, poseías la Creta...
Cuando era pequeña y estaba arriba en los páramos con Yaya, Trueno y
Relámpago cuidaban de Tiffany, echados atentos a unos pies de distancia
mientras jugaba. Y se había sentido muy orgullosa cuando Yaya le permitió
usarlos para reunir un rebaño. ¡Corrió en todas direcciones con excitación
gritando ‘¡Reunir!’, y ‘¡Allí!’, y ‘¡Ven aquí!’, y, oh gloria, los perros habían
trabajado perfectamente.
Ahora sabía que habrían trabajado perfectamente sin importar lo que
hubiera gritado. Yaya estaba sentada allí, fumando su pipa, y para entonces
los perros podían leer su mente. Solamente recibían órdenes de Yaya
Doliente...

La tormenta amainó después de un rato y se escuchaba el sonido


apacible de la lluvia.
En algún momento, Ratbag el gato abrió la puerta y saltó a la cama.
Para empezar, era grande, pero Ratbag discurría. Era tan gordo que, sobre
cualquier superficie razonablemente plana, se extendía gradualmente en un
gran charco de pelo. Odiaba a Tiffany, pero nunca dejaría que los
sentimientos personales lo alejaran de un lugar tibio donde dormir.
Debió haberse dormido, porque despertó cuando escuchó las voces.
Parecían muy cerca pero, de algún modo, muy pequeñas.
—¡Crivens! Está bien decir ‘busquen a la bruja’, ¿pero qué debemos
buscar, puedes decirme? ¡Todos estos grandotes me parecen lo mismo!
—¡No-totalmente-pequeñito Geordie estaba pescando dijo que era una
niña grande, grande!
—¡Eso es una gran ayuda, no lo creo! ¡Todas ellas son niñas grandes,
grandes!
—¡Ustedes par de tontos! ¡Todos saben que una bruja lleva un
sombrero puntiagudo!
—¿De modo que no pueden ser unas brujas si están durmiendo,
entonces?
—¿Hola? —susurró Tiffany.
Se hizo silencio, bordado con la respiración de sus hermanas. Pero de
una manera que Tiffany no podía describir totalmente, era el silencio de
personas que trataban de no hacer ningún ruido.
Se inclinó y miró bajo la cama. No había nada ahí excepto el badebajo.
El hombrecillo en el río había hablado exactamente así.
Se recostó a la luz de la luna, escuchando hasta que sus orejas
dolieron.
Entonces se preguntó como sería la escuela para brujas y por qué no la
había visto aún.
Conocía cada pulgada del país a dos millas a la redonda. Lo que más le
gustaba era el río, con los remansos donde el lucio rayado tomaba sol justo
encima de las hierbas y los bancos donde los martines pescadores anidaban.
Había un lugar de garzas más o menos a una milla río arriba y le gustaba
deslizarse para ver las aves cuando bajaban a pescar allí en los juncos,
porque no hay nada más gracioso que unas garzas que tratan de volar
aprisa...
Se volvió a quedar dormida, pensando en la zona alrededor de la
granja. La conocía toda. No había ningún lugar secreto que no conociera.
Pero tal vez había puertas mágicas. Eso es lo que ella haría, si tuviera
una escuela mágica. Debería haber entradas secretas por todos lados,
incluso a cientos de millas de distancia. Mira una roca especial, por decir, a
la luz de la luna, y todavía habrá otra puerta.
Pero la escuela, veamos, la escuela. Habría lecciones de cabalgar en
palo de escoba y de cómo aguzar tu sombrero en punta, y de comidas
mágicas, y muchos nuevos amigos.
—¿La niña está dormida?
—Sí, no puedo escuchar que se mueva.
Tiffany abrió los ojos en la oscuridad. Las voces debajo de la cama
tenían un tono con ligeros ecos. Gracias al cielo el vadebajo era bonito y
estaba limpio.
—Correcto, tomemos de esta olla pequeñita, entonces.
Las voces cruzaron la habitación. Las orejas de Tiffany trataron de girar
para seguirlas.
—¡Hey, mira aquí, es una casa! ¡Mira, con pequeñitas sillas y cosas!
Han encontrado la casa de muñecas, pensó Tiffany.
Era una bastante grande, hecha por el Sr. Bloque el carpintero de la
granja cuando la hermana mayor de Tiffany, que ahora ya tenía dos bebés
propios, era pequeña. No era el más frágil de los objetos. El Sr. Bloque no
estaba para trabajos delicados. Pero con el paso de los años las niñas la
habían decorado con trozos de tela y algún mobiliario improvisado.
Por el tono, los propietarios de las voces pensaban que era un palacio.
—¡Hey, hey, hey, estamos en las cosas cómodas ahora! Hay una cama
en esta habitación. ¡Con almohadas!
—¡Cállense, no queremos que ninguna de ellas se despierte! ¡Cuidado,
soy tan silencioso como un pequeñito ratón! ¡Aargh! ¡Hay soldados!
—¿Qué quieres decir, soldados?
—¡Hay casacas rojas en la habitación!
Han encontrado los soldados de juguete, pensó Tiffany, tratando de no
respirar fuerte.
Estrictamente hablando, no había lugar en la casa de muñecas, pero
Wentworth no era lo bastante mayor para ellas y por lo tanto las habían
usado como espectadores inocentes en aquellos días cuando Tiffany hacía
fiestas de té para sus muñecas. Bueno, lo que pasaba por muñecas. Los
juguetes que había en la granja tenían que ser rudos para sobrevivir intactos
a través de las generaciones y no siempre lo lograban. La última vez que
Tiffany había tratado de organizar una fiesta, los invitados habían sido una
muñeca de trapo sin cabeza, dos soldados de madera y tres cuartos de un
pequeño oso de peluche.
Ruidos sordos y golpes venían desde la dirección de la casa de
muñecas.
—¡Tengo uno! Hey, amigo, ¿puede coser tu mami? ¡Cose éste! ¡Aargh!
¡Lo tiene sujeto como un árbol!
—¡Crivens! ¡Hay un cuerpo aquí que no está sujeto!
—¡Sí, qué asombroso, porque aquí hay un oso! ¡Siente mi bota, tú
tonto!
A Tiffany le parecía que aunque los propietarios de las tres voces
estaban luchando contra las cosas que posiblemente no podían defenderse,
incluso un oso de peluche con una única pierna, todavía la pelea no era toda
en un solo sentido.
—¡Lo tengo! ¡Lo tengo! ¡Lo tengo! ¡Tú vas a recibir un golpe, tú
pequeña plaga difícil!
—¡Alguien me mordió la pierna! ¡Alguien me mordió la pierna!
—¡Vengan aquí! ¡Ay, peleones inútiles, ustedes tontos! ¡Ah, estoy harto
de este par de idiotas!
Tiffany sintió que Ratbag se agitaba. Podría estar gordo y ser perezoso,
pero era un relámpago cuando se trataba de saltar sobre pequeñas
criaturas. No podía permitir que atrapara a los... lo que fuera que fuesen,
aunque sonaran mal.
Tosió fuerte.
—¿Lo ven? —dijo una voz de la casa de muñecas—. ¡Las han
despertado! ¡Ah, yo escapo!
Se hizo silencio nuevamente y esta vez, determinó Tiffany después de
un rato, era el silencio de nadie, más que el silencio de gente que estaba
increíblemente silenciosa. Ratbag volvió a dormirse, temblando
ocasionalmente mientras destripaba algo en sus sueños de gato gordo.
Tiffany esperó un ratito; luego salió de la cama y se deslizó hacia la
puerta del dormitorio, evitando las dos tablas del suelo que crujían. Bajó en
la oscuridad, encontró una silla a la luz de la luna, tomó el libro de Reelatos
De Headas del estante de Yaya, entonces levantó el cerrojo de la puerta
trasera y salió a la tibia noche de verano.
Había mucha neblina alrededor, pero se veían algunas estrellas en el
cielo y una luna gibosa. Tiffany sabía que era gibosa porque había leído en el
Almanack que ‘gibosa’ significaba que la luna se veía apenas un poco más
gorda que media luna, y por tanto se proponía prestar atención a ello en
esos momentos sólo para poder decirse a sí misma: ‘Ah, veo que la luna es
muy gibosa esta noche...’
Es posible que esto les diga más sobre Tiffany de lo que ella querría que
ustedes sepan.
Contra la luna naciente, las colinas eran una negra pared que llenaba la
mitad del cielo. Por un momento buscó la luz de la linterna de Yaya
Doliente...

Abuelita nunca perdió a un cordero. Ése era uno de los primeros


recuerdos de Tiffany: de estar sostenida por su madre en la ventana una fría
noche a principios de la primavera, con un millón brillantes estrellas
parpadeando sobre las montañas y, sobre la oscuridad de las colinas, la
única estrella amarilla en la constelación de Yaya Doliente, zigzagueando a
través de la noche. No se iría a dormir mientras un cordero estuviera
perdido, sin importar lo malo del clima...

Había solamente un lugar donde era posible que alguno, en una gran
familia, consiguiera privacidad, y era en el retrete. Era uno de tres huecos, y
era donde todos iban si querían estar solos durante un rato. Había una vela
ahí dentro, y el Almanack del año pasado colgando de un cordel. Los
impresores conocían a sus lectores, e imprimían el Almanack sobre suave
papel delgado.
Tiffany encendió la vela, se puso cómoda, y miró el libro de los Reelatos
De Headas. La luna gibosa le llegaba a través del agujero de media luna
cortado en la puerta.
Nunca le había gustado el libro, realmente. Le parecía que trataba de
decirle qué hacer y qué pensar. No te apartes del sendero, no abras esa
puerta, pero odia a la perversa bruja porque es perversa. Oh, y cree que el
tamaño del zapato es una buena manera de escoger a una esposa.
Muchos las historias eran muy sospechosas, en su opinión. Había una
que terminaba cuando los dos buenos niños metían a la perversa bruja en su
propio horno. Tiffany se había preocupado por eso después de todo ese
problema con la Sra. Snapperly. Historias así evitaban que las personas
pensaran apropiadamente, estaba segura. Había leído ése y pensó,
¿Excúseme? Nadie tiene un horno lo bastante grande para meter a toda una
persona adentro, ¿y qué hizo que los niños pensaran que podían andar por
allí comiéndose las casas de las personas en todo caso? ¿Y por qué un niño
tan estúpido para no saber que una vaca vale mucho más que cinco frijoles
tiene el derecho de asesinar a un gigante y robarle todo su oro? ¿Sin
mencionar que comete un acto de vandalismo ecológico? Y una niña que no
puede distinguir la diferencia entre un lobo y su abuela debe ser tan torpe
como la teca o venir de una familia sumamente fea. Las historias no eran
reales. Pero la Sra. Snapperly había muerto por las historias.
Pasó rápidamente página tras página, buscando las imágenes correctas.
Porque, aunque las historias la hacían enfadar, los dibujos, ah, los dibujos
eran las cosas más hermosas que jamás había visto.
Pasó una página y allí estaba.
La mayoría de las imágenes de hadas no eran muy impresionantes.
Francamente, parecían del tipo de unas pequeñas niñas bailarinas que
acabaran de tener que pasar por un arbusto de zarzas. Pero ésta... era
diferente. Los colores eran extraños, y no había sombras. Unas gigantes
hierbas y margaritas crecían por todos lados así que las hadas debían haber
sido muy pequeñas, pero se veían grandes. Parecían unos seres humanos
algo extraños. Por cierto, no se veían mucho como hadas. Apenas alguna
tenía alas. Eran formas raras, de hecho. De hecho, algunas parecían
monstruos. Las niñas con tutús no habrían tenido muchas posibilidades.
Y lo raro era que, única entre todas las imágenes en el libro, ésta se
veía como si hubiera sido hecha por un artista que pintaba lo que estaba
enfrente de él. Las otras, las bailarinas y los bebés con ropa de jugar, tenían
una mirada inventada y sentimentaloide. Ésta no. Ésta decía que el artista
había estado ahí...
... por lo menos en su cabeza, pensó Tiffany.
Se concentró en la esquina inferior izquierda, y allí estaba. Lo había
visto antes, pero tenías que saber dónde mirar. Era definitivamente un
hombrecillo de cabello rojo, desnudo a excepción de una falda escocesa y un
delgado chaleco, frunciendo el ceño hacia afuera de la imagen. Parecía muy
enfadado. Y... Tiffany movió la vela para ver más claramente... estaba
definitivamente haciendo un gesto con la mano.
Incluso si no sabías que era uno descortés, era fácil de adivinar.
Escuchó voces. Abrió la puerta con el pie para escucharlas mejor,
porque una bruja siempre escucha las conversaciones de otras personas.
El sonido venía desde el otro lado del seto, donde había un campo que
debía haber estado lleno de nada más que ovejas, esperando ir al mercado.
Las ovejas no son conocidas por su conversación. Salió a hurtadillas en el
amanecer con neblina y encontró una pequeña brecha hecha por los
conejos, y que le daba una vista bastante buena.
Había un carnero paciendo cerca del seto y la conversación venía de él
o, mejor, de algún sitio en el alto pasto debajo de él. Parecía haber al menos
cuatro que hablaban, que parecían de mal genio.
—¡Crivens! ¡Queremos una bestia humana, no una bestia oveja!
—¡Ach, una es tan buena como la otra! ¡Vamos, muchachos, a levantar
cada uno una pata!
—¡Sí, todos los humanos están dentro de la cabaña, tomamos lo que
podemos!
—¡Hagan silencio, hagan silencio, quieren!
—Ach, ¿quién escucha? De acuerdo, muchachos... uno... dos... ¡tres!
La oveja se elevó un poco en el aire, y baló con alarma mientras
empezaba a cruzar el campo hacia atrás. Tiffany creyó ver un trazo de pelo
rojo en el pasto alrededor de las patas, pero desapareció mientras el carnero
entraba en la neblina.
Se abrió camino a través del seto, ignorando las ramitas que la
arañaban. Yaya Doliente no hubiera permitido que nadie saliera impune con
unas ovejas robadas, incluso si fuera invisible.
Pero la neblina era espesa y, ahora, Tiffany escuchaba ruidos desde el
gallinero.
La oveja que desaparecía marcha atrás podía esperar. Ahora las
gallinas la necesitaban. Un zorro había entrado dos veces en las últimas dos
semanas y las gallinas que quedaban apenas estaban poniendo.
Tiffany corrió a través del jardín, enganchándose el camisón en varillas
de arveja y arbustos de grosella, y abrió la puerta del gallinero de par en
par.
No había ninguna pluma volando, y nada como el pánico que un zorro
causaría. Pero los pollos estaban cloqueando con excitación y Ciruelas, el
gallo, se pavoneaba nervioso arriba y abajo. Una de las gallinas parecía un
poco avergonzada. Tiffany la levantó rápidamente. Había dos diminutos
hombres azules de pelo rojo debajo. Cada uno sujetaba un huevo, entre los
brazos. Levantaron la mirada con expresiones muy culpables.
—¡Ach, no! —dijo uno—. ¡Es la niña! Es la bruja...
—Están robando nuestros huevos —dijo Tiffany—. ¡Cómo se atreven! ¡Y
no soy una bruja!
Los hombrecillos se miraron el uno al otro, y luego a los huevos.
—¿Qué huevos? —dijo uno.
—Los huevos que ustedes están sujetando —dijo Tiffany, con una
mirada significativa.
—¿Qué? Oh, ¿éstos? Éstos son huevos, ¿verdad? —dijo el que había
hablado primero, mirando los huevos como si nunca los hubiera visto antes
—. Hay una cosa. Y era que nosotros pensamos que eran, er, piedras.
—Piedras —dijo el otro, nervioso.
—Gateamos bajo su gallina por un poquito de tibieza —dijo el primero
—. Y estaban todas estas cosas, nosotros pensamos que eran piedras, que
por eso la pobre ave estaba cloqueando todo el tiempo...
—Cloqueando —dijo el segundo, sacudiendo la cabeza enérgicamente.
—... entonces tuvimos lástima de la pobre cosa y...
—Dejen... los... huevos... en... su... lugar —dijo Tiffany, lentamente.
El que no había estado hablando mucho codeó al otro.
—Mejor haz como dice —dijo—. Es un callejón sin salida. No puedes
cruzarte con un Doliente y éste es una bruja. Golpeó a Burra y nunca nadie
había hecho eso antes.
—Sí, no había pensado en eso.
Ambos hombres diminutos dejaron los huevos con mucho cuidado. Uno
de ellos incluso soltó aliento sobre la cáscara e hizo un amago de sacarle
lustre con el harapiento dobladillo de su falda escocesa.
—No se ha hecho ningún daño, señorita —dijo. Miró al otro. Y entonces
se esfumaron. Pero hubo un atisbo de mancha roja en el aire y un poco de
paja junto a la puerta del gallinero voló en el aire.
—¡Y soy una señorita! —gritó Tiffany. Bajó la gallina sobre los huevos, y
fue a la puerta—. ¡Y no soy una bruja! ¿Son ustedes hadas de alguna clase?
¿Y qué hay de nuestra oveja... quiero decir, oveja? —agregó.
No hubo ninguna respuesta sino un sonido de baldes cerca de la casa,
que significaba que las otras personas se estaban levantando.
Rescató los Reelatos De Headas, apagó la vela y volvió a la casa. Su
madre estaba prendiendo el fuego y le preguntó qué estaba haciendo
levantada, y le dijo que había escuchado una conmoción en el gallinero y
que había salido para ver si era el zorro otra vez. Ésa no era una mentira. A
decir verdad, era totalmente verdad, incluso si no era exactamente preciso.
Tiffany era en general una persona bastante sincera, pero le parecía
que había veces cuando las cosas no se dividían fácilmente entre ‘verdadero’
y ‘falso’, pero en cambio podía ser ‘cosas que las personas tenían que saber
por el momento’ y ‘cosas que no tenían que saber por el momento’.
Además, no estaba segura de lo que ella sabía por el momento.
Había avena para desayunar. La comió apresuradamente, con la
intención de volver al potrero e investigar acerca de esa oveja. Podría haber
huellas en la hierba, o algo...
Miró hacia arriba, no sabiendo por qué.
Ratbag había estado durmiendo enfrente del horno. Ahora estaba
sentado, alerta. Tiffany sintió una picazón en la nuca, y trató de ver lo que el
gato estaba mirando.
Sobre el aparador había una hilera de potes azules y blancos que no
eran muy útiles para nada. Se los había dejados a su madre una anciana tía,
y estaba orgullosa porque se veían bien pero eran totalmente inútiles. Había
poco espacio en la granja para cosas inútiles que se vieran bien, así que
eran preciados.
Ratbag observaba la tapa de uno de ellos. Estaba subiendo muy
lentamente, y bajo ella un atisbo de pelo rojo y dos pequeños ojos que
miraban.
Bajó otra vez cuando Tiffany le lanzó una larga mirada. Un momento
después escuchó un apagado traqueteo y, cuando levantó la mirada, el pote
se bamboleaba atrás y adelante y se levantaba una pequeña de nube de
polvo a lo largo del aparador. Ratbag miraba perplejo.
Eran indudablemente muy rápidos.
Corrió hasta el potrero y miró a su alrededor. La neblina se había
levantado de los pastos, y unas alondras subían de las lomadas.
—¡Si esa oveja no regresa ahora mismo —gritó al cielo—, habrá un
juicio final!
El sonido rebotó de las colinas. Y entonces escuchó, muy apagadas pero
cercanas, el sonido de unas vocecillas:
—¿Qué dijo la bruja? —dijo la primera voz.
—¡Dijo que habrá un juicio final!
—¡Oh, waily, waily, waily! ¡Estamos en problemas ahora!
Tiffany miró a su alrededor, con la cara roja de cólera.
—Tenemos un deber —dijo, al aire y a la hierba.
Era algo que Yaya Doliente había dicho una vez, cuando Tiffany lloraba
por un cordero. Tenía una manera de hablar antigua, y dijo: ‘Somos como
dioses para las bestias del campo, mi vigésima. Ordenamos el tiempo de su
parto y el de su muerte. Entre los dos tiempos, nosotros tenemos un deber.’
—Tenemos un deber —repitió Tiffany, más bajo. Lanzó una mirada
alrededor del campo—. Sé que ustedes pueden escucharme, sean quienes
sean. Si esa oveja no regresa, habrá... problemas...
Las alondras cantaron sobre los rediles, haciendo el silencio más
profundo.
Tiffany tuvo que hacer las tareas antes de tener algo más de tiempo
para sí misma. Eso implicaba alimentar a los pollos y recolectar los huevos,
y sentirse ligeramente orgullosa del hecho de que había dos más que de otra
manera no habría. Implicaba sacar seis baldes de agua del pozo y llenar la
canasta de troncos junto a la cocina, pero pospuso esos trabajos porque no
le gustaban mucho. Le gustaba batir la mantequilla, sin embargo. Le daba
tiempo para pensar.
Cuando sea una bruja con un sombrero puntiagudo y un palo de
escoba, pensaba mientras movía la manija, agitaré mi mano y la mantequilla
quedará hecha exactamente así. Y cualquier pequeño demonio pelirrojo que
siquiera piense en llevarse a nuestras bestias será...
Escuchó un sonido de agua derramada a sus espaldas, donde había
alineado los seis baldes para llevar al pozo.
Uno de ellos estaba ahora lleno de agua, que todavía hacía remolinos.
Volvió a batir como si nada hubiera ocurrido pero se detuvo después de
un rato y fue al recipiente de harina. Tomó un pequeño puñado y lo roció
sobre el umbral, y luego volvió a batir.
Algunos minutos después escuchó otro sonido acuoso detrás. Cuando
dio media vuelta, sí, había otro balde lleno. Y en la harina sobre el umbral de
piedra había sólo dos líneas de pequeñas pisadas, una en dirección hacia
afuera de la lechería y una que regresaba.
Tiffany tenía que esforzarse para levantar uno de los pesados baldes de
madera cuando estaba lleno.
Así que, pensó, son inmensamente fuertes además de increíblemente
rápidos. Estoy tomando todo esto realmente muy calmada.
Levantó la mirada a las grandes vigas de madera que cruzaban la
habitación, y cayó un poco de polvo, como si algo se hubiera quitado de la
vista rápidamente.
Creo que debería poner un punto final a esto ahora mismo, pensó. Por
otro lado, no hay ningún daño en esperar hasta que todos los baldes estén
llenos.
—Y luego tendré que llenar la caja de troncos en el fregadero —dijo en
voz alta. Bien, valía la pena intentarlo.
Volvió a batir, y no se molestó en girar la cabeza cuando oyó cuatro
sonidos de agua más detrás de ella. Ni se volvió a mirar cuando escuchó
pequeños whooshwhoosh y el ruido de troncos en la caja. Solamente se
volvió para mirar cuando el ruido se detuvo.
La caja de troncos estaba hasta el techo, y todos los baldes estaban
llenos. La mancha de harina era una masa de pisadas.
Dejó de batir. Tenía el presentimiento de que unos ojos la estaban
observando, un montón de ojos.
—Er... gracias —dijo. No, eso no estaba bien. Sonaba nerviosa. Soltó la
paleta de la mantequilla y se puso de pie, tratando de parecer tan feroz
como le fue posible.
—¿Y qué hay de nuestra oveja? —dijo—. ¡No creeré que ustedes están
realmente muy arrepentidos hasta que vea regresar la oveja!
Escuchó un balido desde el potrero. Corrió hasta el fondo del jardín y
miró a través del seto.
La oveja estaba regresando, marcha atrás y a toda velocidad. Se
detuvo con una sacudida a poca distancia del seto y bajó cuando los
hombrecillos la dejaron ir. Uno de los hombres pelirrojos apareció por un
momento sobre su cabeza. Lanzó aliento sobre un cuerno, le sacó lustre con
su falda escocesa, y desapareció en un borrón.
Tiffany regresó a la lechería con aspecto pensativo.
Oh, y cuando regresó, la mantequilla había sido batida. No sólo batida,
a decir verdad, sino modelada en una docena de gordas y doradas formas
oblongas sobre el mármol que usaba cuando lo hacía. Había incluso un
ramito de perejil sobre cada una.
¿Son hadas?,8 se preguntó. De acuerdo con los Reelatos De Headas,
unas hadas traviesas andaban por la casa haciendo las tareas a cambio de
un platillo de leche. Pero en la imagen eran pequeñas criaturas alegres con
largas capuchas puntiagudas. Los hombres de pelo rojo se veían como si
jamás hubieran bebido leche en sus vidas, pero quizás merecía un intento.
—Bien —dijo en voz alta, todavía consciente de los espectadores
escondidos—. Muy bien. Gracias. Me alegro de que ustedes estén
arrepentidos de lo que hicieron.
Tomó uno de los platillos del gato de la pila junto al fregadero, lo lavó
cuidadosamente, lo llenó con leche fresca, y entonces lo puso sobre el piso;
retrocedió.
—¿Son ustedes hadas? —preguntó.
El aire se puso borroso. La leche se esparció sobre el piso y el platillo
giró una y otra vez.
—Tomaré eso como un no, entonces —dijo Tiffany—. Entonces, ¿qué
son ustedes?
Había ilimitadas reservas de ninguna respuesta en absoluto.
Se echó al piso y miró bajo el sumidero, y luego espió detrás de los
estantes del queso. Miró hacia arriba en las sombras oscuras y delgadas de
la habitación. Las sintió vacías.
8
Brownies, en el original, define unas hadas que son algo traviesas. También se les conoce como duendes
chocarreros. (Nota del traductor)
Y pensó: Creo que necesito educación por el valor de todo un huevo,
aprisa...

Tiffany había caminado por el empinado sendero desde la granja hasta


el pueblo centenares de veces. Tenía menos de media milla de largo, y
durante siglos los carros lo habían desgastado, de modo que era más como
una hondonada en la creta, y corría como un arroyo lechoso en tiempo de
lluvias.
Estaba a medio camino cuando comenzaros los susurros. Los setos se
agitaban sin viento. Las alondras dejaron de cantar y mientras que
realmente no había notado su cantar, el silencio llegó como una conmoción.
Nada es más fuerte que el final de una canción que siempre ha estado ahí.
Cuando levantó la mirada al cielo fue como mirar a través de un
diamante. Centelleaba, y el aire se puso frío tan rápidamente que era como
caminar en un baño helado.
Entonces había nieve bajo sus pies, nieve sobre los setos. Y el sonido de
pezuñas.
Sonaban en el campo junto a ella. Un caballo estaba galopando a través
de la nieve, detrás del seto que era ahora, de repente, sólo una muralla de
blanco.
Las pisadas se detuvieron. Hubo un momento de silencio y luego un
caballo aterrizó sobre el sendero, patinando en la nieve. Se enderezó, y el
jinete lo giró para que mirara hacia Tiffany.
El propio jinete no podía mirar hacia Tiffany. No tenía ninguna cara. No
tenía ninguna cabeza donde tenerla.[10]
Ella corrió. Sus botas resbalaban sobre la nieve mientras lo hacía, pero
de repente su mente estaba fría como el hielo.
Tenía dos piernas, resbalando sobre el hielo. Un caballo tenía el doble
de piernas para resbalarse. Había visto a los caballos tratando de trepar esta
colina en clima helado. Tenía una oportunidad.
Escuchó un ruido jadeante, como silbando, detrás de ella, y un relincho
del caballo. Se atrevió a mirar. El caballo venía tras ella, pero lentamente,
medio caminando y medio resbalando. El vapor le salía a borbotones.
Aproximadamente a medio camino de la pendiente el sendero pasaba
bajo un arco de árboles, que ahora parecían nubes derribadas bajo el peso
de la nieve. Y Tiffany sabía que más allá el sendero se aplanaba. El hombre
sin cabeza la atraparía allí. No sabía qué ocurriría después, pero estaba
segura de que sería desagradablemente breve.
Unos copos de nieve cayeron sobre ella mientras pasaba bajo los
árboles, y decidió jugarse. Podría llegar al pueblo. Era buena corriendo.
Pero si llegaba allí, ¿entonces qué? Nunca llegaría a una puerta a
tiempo. Y las personas gritarían, y correrían de un lado para el otro. El jinete
oscuro no parecía alguien que fuera a notar nada de eso. No, tenía que
enfrentarlo.
Si sólo hubiera traído la sartén.
—¡Aquí, bruja pequeñita! ¡Quédate quieta ahora mismo!
Miró hacia arriba.
Un diminuto hombre azul había asomado su cabeza desde la nieve
arriba del seto.
—¡Hay un jinete sin cabeza detrás de mí! —gritó.
—No hará nada, querida. ¡Quédate quieta! ¡Míralo a los ojos!
—¡No tiene ningún ojo!
—¡Crivens! ¿Eres una bruja o no? ¡Míralo en los ojos donde no los tiene!
El hombre azul desapareció en la nieve.
Tiffany dio media vuelta. El jinete estaba trotando bajo los árboles
ahora, el caballo más seguro sobre la tierra nivelada. Tenía una espada en
su mano, y la estaba mirando, con los ojos que no tenía. Escuchó el jadeo
otra vez, y no era bueno escucharlo.
Los hombrecillos me están observando, pensó. No puedo correr. Yaya
Dolorida no habría corrido de una cosa sin cabeza.
Cruzó los brazos y lanzó una mirada furiosa.
El jinete se detuvo, como desorientado, y luego incitó al caballo hacia
adelante.
Una forma azul y roja, más grande que los otros hombrecillos, cayó de
los árboles. Aterrizó en la frente del caballo, entre sus ojos, y agarró una
oreja con cada mano.
Tiffany escuchó al hombre gritar:
—¡He aquí una cara llena de caspa para ti, tú trasgo, cortesía de Gran
Yan![11] —Y entonces el hombre golpeó al caballo entre los ojos con su
cabeza.
Ante su asombro, el caballo se tambaleó de costado.
—¿De acuerdo? —gritó el diminuto luchador—. Eres duro, ¿eh? ¡Una vez
más con sentimiento!
Esta vez el caballo bailoteó hacia el otro lado, y luego sus piernas
traseras perdieron apoyo y se desplomó en la nieve.
Unos hombrecillos azules surgieron del seto. El jinete, tratando de
ponerse de pie, desapareció bajo una ola azul y roja de criaturas que
gritaban...
Y desapareció. La nieve desapareció. El caballo desapareció.
Los hombres azules, por un momento, quedaron en una pila sobre el
sendero caluroso y polvoriento.
—¡Ay, crivens! —dijo uno de ellos—. ¡Me pateé mi propia cabeza! —Y
entonces ellos también desaparecieron, pero por un momento Tiffany vio
unas manchas azules y rojas desaparecer dentro del seto.
Entonces regresaron las alondras. Los setos eran verdes y llenos de
flores. Ninguna ramita estaba quebrada, ninguna flor perturbada. El cielo era
azul, sin destellos de diamante.
Tiffany bajó la vista. Sobre las puntas de sus botas, la nieve se estaba
derritiendo. Estaba, extrañamente, feliz por eso. Quería decir que lo que
acababa de ocurrir era mágico, no demencia. Porque, si cerraba sus ojos,
todavía podía escuchar la respiración sibilante del hombre sin cabeza.
Lo que necesitaba ahora mismo era gente, y que ocurrieran cosas
corrientes. Pero más que otra cosa, quería respuestas.
En realidad, lo que quería más que otra cosa era no escuchar la
sibilante respiración cuando cerraba sus ojos...
Las tiendas se habían ido. A excepción de unos pocos trozos de tizas
rotas, corazones de manzana, algo de hierba aplastada y,
desafortunadamente, algunas plumas de pollo, no había nada en absoluto
para mostrar que los maestros alguna vez habían estado allí.
Una vocecilla dijo:
—¡Psst!
Bajó la mirada. Un sapo se deslizó desde abajo de una hoja de acedera.
—La Srta. Tick dijo que volverías —dijo—. Supongo que hay algunas
cosas que necesitas saber, ¿correcto?
—Todo —dijo Tiffany—. ¡Estamos inundados con hombres diminutos!
¡No puedo comprender la mitad de lo que dicen! ¡Siguen llamándome bruja!
—Ah, sí —dijo el sapo—. ¡Tienes Nac Mac Feegle!
—¡Nevó, y luego no! Fui perseguida por un jinete sin cabeza. Y uno
de... ¿qué dijiste que eran?
—Nac Mac Feegle —dijo el sapo—. También conocidos como pictos. Se
llaman a sí mismos los Hombrecillos Libres.
—¡Bien, uno de ellos le dio un cabezazo al caballo! ¡Y se cayó! ¡Era un
caballo inmenso, además!
—Ah, eso suena a un Feegle —dijo el sapo.
—¡Les di un poco de leche y la volcaron!
—¡Les diste leche a los Nac Mac Feegle!
—¡Bien, dijiste que eran duendes!9
—No duendes, pictos. ¡Indudablemente no beben leche!
—¿Son del mismo lugar que Burra? —preguntó Tiffany.
—No. Son rebeldes —dijo el sapo.
—¿Rebeldes? ¿Contra quién?
—Contra todos. Contra todo —dijo el sapo—. Levántame ahora.
—¿Por qué?
—Porque hay una mujer en ese pozo echándote una mirada rara.
Ponme en el bolsillo de tu mandil, por amor del cielo.
Tiffany tomó al sapo, y sonrió a la mujer.
—Estoy haciendo una colección de sapos pisados —dijo.
—Eso está bien, querida —dijo la mujer, y se alejó aprisa.
—Eso no fue muy gracioso —dijo el sapo desde el mandil.
—Las personas no escuchan, de todos modos —dijo Tiffany.

9
Confusión en idioma inglés solamente. Pictsies, pictos, suena parecido a pixies, duendes. (Nota del traductor)
Se sentó bajo un árbol y sacó al sapo de su bolsillo.
—Los Feegle trataron de robar algunos de nuestros huevos y una de
nuestras ovejas —dijo—. Pero los recuperé.
—¿Conseguiste recuperar algo de los Nac Mac Feegle? —dijo el sapo—.
¿Estaban enfermos?
—No. Fueron un poco... bien, dulces, en realidad. Incluso hicieron las
tareas por mí.
—¡Los Feegle hicieron las tareas! —dijo el sapo—. ¡Nunca hacen las
tareas! ¡No son útiles en absoluto!
—¡Y luego había el jinete sin cabeza! —dijo Tiffany—. ¡No tenía ninguna
cabeza!
—Bien, ése es el requisito de trabajo más importante —dijo el sapo.
—¿Qué está ocurriendo, sapo? —dijo Tiffany—. ¿Es que nos están
invadiendo los Feegle?
El sapo pareció un poco receloso.
—La Srta. Tick realmente no quiere que manejes esto —dijo—. Estará
pronto de regreso con ayuda...
—¿Llegará a tiempo? —preguntó Tiffany.
—No lo sé. Probablemente. Pero no deberías...
—¡Quiero saber qué está ocurriendo!
—Ha ido a buscar a algunas otras brujas —dio el sapo—. Uh... ella cree
que tú no deberías...
—Es mejor que me digas lo que sabes, sapo —dijo Tiffany—. La Srta.
Tick no está aquí. Yo estoy.
—Otro mundo está chocando con éste —dijo el sapo—. Allí lo tienes.
¿Feliz ahora? Eso es lo que la Srta. Tick piensa. Pero está ocurriendo más
rápido de lo que esperaba. Todos los monstruos están regresando.
—¿Por qué?
—No hay nadie que los detenga.
Hubo silencio por un momento.
—Estoy yo —dijo Tiffany.
CAPÍTULO 4

Los Hombrecillos Libres

Nada sucedió en el camino de regreso a la granja. El cielo permaneció


azul, ninguna de las ovejas en los potreros parecía estar desplazándose
hacia atrás muy rápidamente, y un aire de cálida vacuidad cubría todo.
Ratbag estaba sobre el sendero que conducía a la puerta trasera, y tenía
algo atrapado entre sus garras. Tan pronto como vio a Tiffany lo recogió y se
alejó dando vuelta de la esquina de la casa a alta velocidad, con las patas
girando locamente como las de un gato culpable. Tiffany estaba más allá de
la distancia de un tiro con un terrón de tierra.
Pero por lo menos no había nada rojo y azul en su boca.
—Míralo —dijo—. ¡Gran mole cobarde! ¡Ojalá pudiera evitar que atrape
pajaritos, realmente, es tan triste!
—No tienes un sombrero que puedas ponerte, ¿verdad? —dijo el sapo,
desde el bolsillo—. Odio no poder ver.
Entraron en la lechería, que Tiffany normalmente tenía para ella
durante la mayor parte del día.
En los arbustos junto a la puerta escuchó una apagada conversación.
Iba de este modo:
—¿Qué dijo la bruja pequeñita?
—Dijo que quiere que su gato no cace a los pobres pájaros pequeñitos.
—¿Es eso? ¡Crivens! ¡No hay problema!
Tiffany puso el sapo sobre la mesa con tanto cuidado como pudo.
—¿Qué comes? —dijo. Sabía que era educado ofrecer comida a los
invitados.
—Me tuve que acostumbrar a las babosas, gusanos y esas cosas —dijo
el sapo—. No fue fácil. No te preocupes si no tienes ninguno. Supongo que
no estabas esperando que un sapo llegara de visita.
—¿Y un poco de leche?
—Eres muy amable.
Tiffany fue a por ella, y la vertió en un platillo. Observó mientras el sapo
gateaba adentro.
—¿Eras un príncipe apuesto? —preguntó.
—Sí, correcto, tal vez —dijo el sapo, goteando leche.
—¿Entonces que por qué la Srta. Tick te puso un hechizo?
—¿Ella? Huh, no podría hacerlo —dijo el sapo—. Es magia seria, eso de
convertir a alguien en un sapo pero dejándole pensar que es humano. No,
fue un hada madrina. Nunca te cruces con una mujer con una estrella sobre
un palo. Tienen una vena mezquina.
—¿Por qué lo hizo?
El sapo parecía avergonzado.
—No lo sé —dijo—. Todo es un poco... brumoso. Sólo sé que fui una
persona. Por lo menos, creo que lo sé. Me da escalofríos. A veces me
despierto en la noche y pienso, ¿fui alguna vez realmente humano? ¿O sólo
fui un sapo que la puso nerviosa y ella me hizo creer que alguna vez fui
humano? Ésa sería una verdadera tortura, ¿correcto? ¿Supón que no haya
nada donde pueda volver? —El sapo volvió sus preocupados ojos amarillos
hacia ella—. Después de todo, no puede ser muy difícil meterse con la
cabeza de un sapo, ¿sí? Debe ser mucho más simple que cambiar, oh, un
humano de ciento sesenta libras en un sapo de ocho onzas, ¿sí? Después de
todo, dónde se va a ir el resto de la masa, me pregunto. ¿Es sólo algo como,
ya sabes, olvidarlo? Muy preocupante. Quiero decir, tengo uno o dos
recuerdos de haber sido humano, por supuesto, ¿pero qué es un recuerdo?
Sólo una idea en tu cerebro. No puedes estar seguro de que sea real.
Sinceramente, en las noches cuando he comido una mala babosa me
despierto gritando, excepto que todo lo que sale es un croar. Gracias por la
leche, estaba muy buena.
Tiffany miró en silencio al sapo.
—¿Sabes? —dijo—. La magia es mucho más complicada que lo que
pensé.
—¡Flappitty-flappitty flap! ¡Pío, pío! ¡Ach, pobre de mí pequeñito, pío-
pío-pío!
Tiffany fue corriendo a la ventana.
Había un Feegle sobre el sendero. Se había hecho unas toscas alas de
un trozo de andrajo, y una especie de gorra picuda de paja, y estaba
tambaleándose en círculos como un ave herida.
—¡Ach, pío-pío-pío! ¡Aleteo-aleteo! ¡Por cierto que espero que no haya
ningún gato por aquí! ¡Ach, santo cielo! —gritaba.
Y sendero abajo, Ratbag, el archienemigo de todos los pajaritos, se
movía sigilosamente, acercándose, babeante. Mientras Tiffany abría la boca
para gritar, saltó y aterrizó con las cuatro patas sobre el hombrecillo.
O por lo menos donde el hombrecillo había estado, porque había dado
una voltereta en el aire y ahora estaba justo enfrente de la cara de Ratbag y
había agarrado una oreja de gato con cada mano.
—¡Ach, mírate, minino, que eres scunner! —gritó—. ¡He aquí un regalito
de los pequeñitos pajaritos, tú schemie![12]
Le dio duro al gato con la cabeza sobre la nariz. Ratbag giró en el aire y
aterrizó de espaldas con los ojos cruzados. Entrecerró los ojos frío de terror
mientras el hombrecillo se inclinaba hacia él y gritaba:
—¡PÍO!
Entonces levitó de la manera en que lo hacen los gatos y se convirtió en
una línea roja, disparando sendero abajo, cruzando la puerta abierta y
pasando a Tiffany como bala para esconderse bajo el sumidero.
El Feegle levantó la mirada, sonriendo, y vio a Tiffany.
—Por favor no se vaya... —empezó rápidamente, pero se fue, en un
borrón.
La madre de Tiffany venía presurosa por el sendero. Tiffany recogió el
sapo y lo puso en el bolsillo de su mandil justo a tiempo.
—¿Dónde está Wentworth? ¿Está aquí? —preguntó su madre
urgentemente—. ¿Ha regresado? ¡Respóndeme!
—¿No fue contigo a la esquila, mamá? —dijo Tiffany, repentinamente
nerviosa. Podía sentir el pánico saliendo a borbotones de su madre como
humo.
—¡No podemos encontrarlo! —Había una mirada loca en los ojos de su
madre—. ¡Sólo le volví la espalda por un minuto! ¿Estás segura de que no lo
viste?
—Pero no podría regresar todo el camino hasta aquí...
—¡Ve y mira en la casa! ¡Ve!
La Sra. Doliente se fue aprisa. Rápidamente, Tiffany puso el sapo sobre
el piso y lo metió bajo el sumidero. Lo escuchó croar y Ratbag, loco de
miedo y perplejidad, salió de abajo del sumidero girando las patas y disparó
por la puerta.
Se puso de pie. Su primer pensamiento vergonzoso fue: Quería subir a
mirar la esquila. ¿Cómo pudo haberse perdido? ¡Fue con mamá y Hannah y
Fastidia!
¿Y qué tan atentamente lo mirarían Fastidia y Hannah con todos esos
jóvenes allá arriba?
Trató de fingir que no lo había pensado, pero era traicioneramente
buena en descubrir cuándo estaba mintiendo. Ése es el problema con el
cerebro: piensa más de lo que a veces quieres.
¡Pero nunca le interesó moverse lejos de las personas! ¡Los corrales de
esquila están a media milla arriba! Y él no se mueve rápido. ¡Después de
unos pies, cae y exige dulces!
Pero sería un poco más tranquilo por aquí si se perdiera...
Allí iba otra vez, una idea desagradable y vergonzosa que trató de
ahogar ocupándose de algo. Pero primero sacó algunos dulces del pote,
como cebo, e hizo crujir la bolsa mientras corría de habitación en habitación.
Escuchó unas botas en el jardín cuando algunos de los hombres bajaban
de los corrales de esquila, pero continuó mirando bajo las camas y dentro de
las alacenas, incluso en las tan altas que no sería posible que un bebé
pudiera alcanzar, y luego miró otra vez bajo las camas que ya había mirado,
porque ésta era esa clase de búsqueda. Era esa clase de búsqueda donde
vas y miras en el ático, aunque la puerta está siempre con llave.
Después de algunos minutos escuchó dos o tres voces afuera, llamando
a Wentworth, y a su padre decir:
—¡Prueba abajo, junto al río!
... y eso quería decir que también estaba desesperado, porque
Wentworth nunca caminaría tan lejos sin un soborno. No era un niño feliz
lejos de los dulces.
Es tu culpa.
El pensamiento se sentía como un trozo de hielo en su mente.
Es tu culpa porque no lo querías mucho. Apareció y tú ya no fuiste la
menor, y tuviste que llevarlo a la saga por todas partes, y deseabas todo el
tiempo, ¿verdad?, que se fuera.
—¡Eso no es verdad! —susurró Tiffany—. Me... gustaba bastante...
No mucho, indudablemente. No todo el tiempo. No sabía cómo jugar
apropiadamente, y nunca hacía lo que se le decía. Tú pensabas que sería
mejor si él se perdía.
De todos modos, añadió en su cabeza, no puedes querer a las personas
todo el tiempo cuando tienen una nariz permanentemente mocosa. Y de
todos modos... me pregunto. . .
—Ojalá pudiera encontrar a mi hermano —dijo en voz alta.
Esto pareció no tener ningún efecto. Pero la casa estaba llena de gente,
abriendo y cerrando puertas, y llamando y cruzándose en el camino unos de
otros y los... Feegle eran tímidos, a pesar de que muchos de ellos tenían
caras como un montón de nudillos.
No desees, había dicho la señorita Tick. Haz las cosas.
Bajó la escalera. Incluso algunas de las mujeres que habían estado
empacando lana en la esquila habían venido. Estaban agrupadas alrededor
de su madre, que estaba sentada en la mesa, llorando. Nadie notó a Tiffany.
Eso ocurría a menudo.
Se deslizó en la lechería, cerró la puerta cuidadosamente detrás de ella,
y se inclinó para espiar bajo el sumidero.
La puerta se abrió de golpe otra vez y su padre entró corriendo. Se
detuvo. Tiffany levantó la mirada, culpable.
—¡No puede estar allí debajo, niña! —dijo su padre.
—Bien, er... —dijo Tiffany.
—¿Miraste arriba?
—Incluso en el ático, papá...
—Bien... —su padre parecía nervioso e impaciente al mismo tiempo—...
¡ve y... haz algo!
—Sí, papá.
Cuando la puerta se cerró, Tiffany espió bajo el sumidero otra vez.
—¿Estás ahí, sapo?
—Muy pocas sobras aquí debajo —respondió el sapo, gateando hacia
afuera—. Lo mantienes muy limpio. Ni siquiera una araña.
—¡Esto es urgente! —dijo Tiffany, con brusquedad—. Mi hermano menor
ha desaparecido. ¡En pleno día! ¡En las lomadas, donde puedes a millas de
distancia!
—Oh, croap —dijo el sapo.
—¿Perdona? —dijo Tiffany.
—Er, eso fue, er, un juramento en idioma Sapo —dijo el sapo—. Lo
siento, pero...
—Lo que está ocurriendo, ¿tiene algo que ver con la magia? —dijo
Tiffany—. Sí, ¿verdad?
—Espero que no —dijo el sapo—, pero creo que sí.
—¿Esos hombrecillos han robado a Wentworth?
—¿Quién, los Feegle? ¡Ellos no roban niños!
Hubo algo en la manera en que el sapo lo dijo. Ellos no roban...
—¿Sabes quién se ha llevado a mi hermano, entonces? —exigió Tiffany.
—No. Pero... ellos podrían saberlo —dijo el sapo—. Mira, la Srta. Tick
me dijo que tú no debías...
—Mi hermano ha sido robado —dijo Tiffany cortante—. ¿Vas a decirme
que no haga nada sobre eso?
—No, pero...
—¡Bien! ¿Dónde están los Feegle ahora?
—Ocultos, supongo. El sitio está lleno de personas que buscan, después
de todo, pero...
—¿Cómo puedo hacer que regresen? ¡Los necesito!
—Hum, la Srta. Tick dijo...
—¿Cómo puedo hacer que regresen?
—Er... ¿quieres hacer que regresen, entonces? —dijo el sapo, con
aspecto acongojado.
—¡Sí!
—Es que es algo que no muchas personas han querido hacer jamás —
dijo el sapo—. No son como hadas. Si tienes Nac Mac Feegle en la casa,
generalmente es mejor mudarse. —Suspiró—. Dime, ¿es tu padre un
hombre que bebe?
—A veces toma una cerveza —dijo Tiffany—. ¿Qué tiene que ver con
nada?
—¿Solamente cerveza?
—Bien, se supone que no sepa sobre lo que mi padre llama Linimento
Especial de Ovejas —dijo Tiffany—. Yaya Doliente solía hacerlo en el viejo
establo.
—Cosa fuerte, ¿verdad?
—Disuelve las cucharas —dijo Tiffany—. Es para ocasiones especiales.
Papá dice que no es para mujeres porque les salen pelos en el pecho.
—Entonces si quieres estar segura de encontrar a los Nac Mac Feegle,
ve y busca un poco —dijo el sapo—. Servirá, créeme.
Cinco minutos más tarde Tiffany estaba lista. Pocas cosas quedan
ocultas para una niña silenciosa con buena vista, y sabía dónde guardaban
las botellas y tenía una ahora. El corcho estaba colocado con un trozo de
tela, pero era viejo y pudo sacarlo con la punta de un cuchillo. Las
emanaciones la hicieron lagrimear.
Iba a verter un poco del líquido dorado en un platillo...
—¡No! Moriremos pisoteados si haces eso —dijo el sapo—. Sólo saca el
corcho.
Unas emanaciones se elevaron de la boca de la botella, vacilando como
el aire sobre las rocas en un día caluroso.
Sintió... una sensación, en la fresca habitación en penumbras, de
atención atraída.
Se sentó sobre un taburete de ordeñar y dijo:
—Muy bien, pueden salir ahora.
Había centenares. Surgieron desde detrás de los baldes. Bajaron por
cordeles de las vigas del techo. Se deslizaron tímidamente desde atrás de
los estantes del queso. Se arrastraron desde abajo del sumidero. Salieron de
donde pensarías que se podía esconder un hombre con pelo naranja
convertido en nova.
Tenían todos aproximadamente seis pulgadas de estatura y el color azul
cubría casi todas las pulgadas que no estaban cubiertas de pelo rojo, aunque
era difícil saber si era el verdadero color de su piel o sólo la tintura de sus
tatuajes. Vestían cortas faldas escocesas, y algunos otras partes de ropa
también, como delgados chalecos. Unos pocos usaban cráneos de conejo o
de rata sobre sus cabezas, como una especie de yelmo. Y cada uno llevaba,
cruzada sobre la espalda, una espada casi tan grande como el hombrecillo.
Sin embargo, lo que Tiffany notó más que otra cosa fue que le temían.
Casi todos se miraban los pies, que no era gran trabajo para los tímidos
porque sus pies eran grandes, sucios y estaban medio atados con pieles de
animal para hacer de zapatos muy malos. Ninguno de ellos quería mirarla a
los ojos.
—¿Ustedes fueron las personas que llenaron los baldes de agua? —
preguntó.
Se escucharon muchos pies que se arrastraban y toses y un coro:
—Sí.
—¿Y la caja de la leña?
Hubo más ‘Sí’.
Tiffany les miró.
—¿Y qué me dicen de la oveja?
Esta vez todos bajaron la mirada.
—¿Por qué robaron la oveja?
Se escuchó mucho mascullar y se vieron unos codazos y luego uno de
los hombrecillos se quitó su yelmo de cráneo de conejo y jugueteó
nerviosamente con él.
—Estábamos hambrientos, señorita —farfulló—. Pero cuando supimos
que era suya, devolvimos la bestia en el corral.
Parecían tan alicaídos que Tiffany tuvo compasión de ellos.
—Supongo que no la habrían robado si no estuvieran tan hambrientos,
entonces —dijo.
Hubo varios cientos de miradas asombradas.
—Oh, lo haríamos, señorita —dijo el que giraba el yelmo.
—¿Lo harían?
Tiffany parecía tan sorprendida que el que hablaba miró a sus
compañeros buscando apoyo. Todos asintieron.
—Sí, señorita. Tenemos que hacerlo. Somos gente famosa por robar.
¿Verdad, muchachos? ¿Por qué somos famosos?
—¡Por robar! —gritaron los hombres azules.
—¿Y qué más, muchachos?
—¡Por luchar!
—¿Y qué más?
—¡Por beber!
—¿Y qué más?
Hubo algún tiempo de pensar sobre esto, pero todos llegaron a la
misma conclusión.
—¡Por beber y pelear!
—Y había algo más —farfulló el de manos inquietas—. Ach, sí. ¡Díganle
a la bruja, muchachos!
—¡Por robar y beber y pelear! —gritaron los hombres azules
alegremente.
—Digan a la bruja pequeñita quiénes somos, muchachos —dijo,
mientras que jugaba con el yelmo.
Se escuchó el sonido de muchas espadas pequeñas que eran
desenvainadas y clavadas en el aire.
—¡Nac Mac Feegle! ¡Los Hombrecillos Libres! ¡Ningún rey! ¡Ninguna
reina! ¡Ningún terrateniente! ¡Ningún amo! ¡No seremos engañados otra
vez!
Tiffany los miró. Todos la observaban para ver lo que ella iba a hacer
después, y cuanto más tiempo no decía nada, más preocupados parecían.
Bajaron las espadas, con aspecto avergonzado.
—Pero nosotros no nos atreveríamos a negarle a una poderosa bruja,
excepto tal vez por un trago fuerte —dijo el del yelmo, y ahora giraba
desesperadamente en sus manos y sus ojos sobre la botella de Linimento
Especial de Ovejas—. ¿Nos ayudará?
—¿Ayudarles? —dijo Tiffany—. ¡Quiero que ustedes me ayuden a mí!
Alguien se ha llevado a mi hermano a plena luz del día.
—¡Oh, waily, waily, waily! —dijo el del yelmo—. Ella ha venido,
entonces. Ha venido a buscar. ¡Llegamos demasiado tarde! ¡Es la Reina!
—¡Era solamente uno!10 —dijo Tiffany.
—Ellos quieren decir la Reina —dijo el sapo—. La Reina de la...
—¡Cállate tú escupitajo! —gritó el del yelmo, pero su voz quedó perdida
entre los gemidos y los quejidos de los Nac Mac Feegle. ¡Se tiraban del pelo
y pateaban en el suelo y gritaban ‘¡Alackaday!’, y ‘¡Waily, waily, waily!’, y el
sapo discutía con el que jugueteaba con el yelmo y todos gritaban más
fuerte para hacerse escuchar...
Tiffany se puso de pie.
—¡Todo el mundo se calla ahora mismo! —dijo.
Se hizo silencio, a excepción de unos sorbidos y apagados ‘wailys’ desde
el fondo.
—Sólo estábamos drenando nuestro temor, señorita —dijo el del yelmo,
casi encogido de miedo.
—¡Pero no aquí! —respondió Tiffany, temblando con la cólera—. ¡Ésta es
una lechería! ¡Tengo que mantenerla limpia!
—Er... drenando nuestro temor significa ‘enfrentando nuestro destino’
—dijo el sapo.
—Porque si la Reina está aquí entonces significa que nuestra kelda[13]
está debilitándose rápidamente —dijo el del yelmo—. Y no tendremos a
nadie que nos cuide.
Que nos cuide, pensó Tiffany. ¿Cientos de rudos hombrecillos que, cada
uno podría ganar el Concurso de Nariz Peor Quebrada, necesitan que alguien
los cuide?
Respiró hondo.
—Mi madre está en la casa llorando —dijo—, y... —no sé cómo
consolarla, añadió para sí. Soy inútil para este tipo de cosas, nunca sé qué
debería decir. En voz alta dijo—: Y quiere que él vuelva. Er. Mucho. —
Añadió, odiando decirlo—: Es su favorito.
Señaló al del yelmo, que dio un paso hacia atrás.
—Antes que nada —dijo—, no puedo seguir pensando en usted como el
que juguetea con el yelmo, así que, ¿cómo se llama?
Un grito entrecortado subió de los Nac Mac Feegle, y Tiffany escuchó
10
Chiste perdido. El hombrecillo dice quin, en lugar de queen, y Tiffany entiende quint, o sea quinto. Es por eso
que responde que había sólo uno. (Nota del traductor)
que uno murmuraba:
—Sí, es la bruja, efectivamente. ¡Ésa es la pregunta de una bruja!
El del yelmo miró a su alrededor como pidiendo ayuda.
—Nosotros no damos nuestros nombres —farfulló.
Pero otro Feegle, en algún sitio seguro en la parte posterior, dijo:
—¡Wheest! ¡No puedes negarte a una bruja!
El hombrecillo levantó la mirada, muy preocupado.
—Soy el Gran Hombre del clan, señorita —dijo—. Y mi nombre es... —
tragó—... Roba A Cualquiera Feegle, señorita. ¡Pero le pido que no lo use en
mi contra!
El sapo estaba listo para esto.
—Piensan que los nombres tienen magia —murmuró—. No lo dicen a la
gente para que no sean escritos.
—Sí, y ponerlo en documentos com-pli-ca-dos —dijo un Feegle.
—Y citaciones y cosas así —dijo otro.
—¡O en carteles de ‘Buscado’! —dijo otro.
—Sí, y en cuentas y declaraciones juradas —otro dijo.
—¡Incluso en órdenes judiciales de embargo! —Los Feegle miraron a su
alrededor con pánico ante la simple idea de cosas escritas.
—Piensan que las palabras escritas son aun más poderosas —susurró el
sapo—. Piensan que todas las escrituras son mágicas. Las palabras los
preocupan. ¿Ves sus espadas? Lanzan destellos azules en presencia de
abogados.[14]
—De acuerdo —dijo Tiffany—. Estamos llegando a algún sitio. Prometo
no escribir su nombre. Ahora cuénteme sobre esta Reina que se ha llevado a
Wentworth. ¿Reina de qué?
—No puedo decirlo en voz alta, señorita —dijo Roba A Cualquiera—.
Escucha su nombre donde sea dicho, y viene al llamado.
—En realidad, eso es verdad —dijo el sapo—. No querrás encontrarla,
jamás.
—¿Es mala?
—Peor. Sólo llámala la Reina.
—Sí, la Reina —dijo Roba A Cualquiera. Miró a Tiffany con los ojos
brillantes y preocupados—. ¿No sabe sobre la Reina? ¿Y es la criada por
Yaya Doliente, que tenía estas colinas en sus huesos? ¿No conoce los
caminos? ¿No le mostró los caminos? ¿No es una bruja? ¿Cómo puede ser?
Usted atacó a Burra Dientes Verdes y miró al Jinete Sin Cabeza en los ojos
que no tiene, ¿y usted no sabe?
Tiffany lanzó una débil sonrisa, y luego susurró al sapo:
—¿Quién es Ken? ¿Y qué hay con su cena? ¿Y qué es una criada por
Yaya Doliente?11
—Hasta donde puedo entender —dijo el sapo—, están asombrados de
que no sepas sobre la Reina y... er, los caminos mágicos, siendo una niña de
Yaya Doliente y que enfrentó a los monstruos. ‘Ken’ significa ‘saber’.
—¿Y su cena?
—Olvídate de su cena por ahora —dijo el sapo—. Creían que Yaya
Doliente te había dicho su magia. Súbeme a tu oreja, ¿quieres? —Tiffany lo
hizo, y el sapo susurró—: Será mejor que no los decepciones, ¿eh? —Ella
tragó.
—Pero nunca me dijo nada sobre algo mágico —empezó. Y paró. Era
verdad. Yaya Doliente no le había dicho sobre ninguna magia. Pero les
mostraba magia a las personas todos los días.

... Hubo un tiempo cuando el perro campeón del Barón fue atrapado
matando ovejas. Era un perro de caza, después de todo, pero había salido a
las lomadas y, porque las ovejas corren, había cazado...
El Barón conocía la pena por inquietar ovejas. Había leyes en la Creta,
tan viejas que nadie recordaba quién las hizo, y todos conocían ésta: los
perros asesinos de ovejas eran matados.
Pero este perro valía quinientos dólares de oro, y por eso —continuaba
la historia— el Barón envió a su criado a las lomadas hasta la cabaña
rodante de Yaya. Ella estaba sentada sobre el escalón, fumando su pipa y
observando los rebaños.
El hombre llegó en su caballo y no se molestó en desmontar. Ésa no era
buena cosa para hacer si querías que Yaya Doliente fuera tu amiga. Las
11
Este tipo de parlamento con frases que confunden a Tiffany se repite porque los Nac Mac Feegle hablan su jerga,
y afortunadamente he logrado descifrarla. Así los he escrito, como los entiendo. (Nota del traductor)
pezuñas herradas cortan el pastizal. A ella no le gustaba.
—El Barón ordena que usted encuentre una manera de salvar a su
perro, Sra. Doliente —dijo—. A cambio, le dará cien dólares de plata.
Yaya sonrió al horizonte, dado pitadas a su pipa durante un rato, y
respondió:
—Un hombre que toma armas contra su señor, ese hombre es colgado.
Un hombre hambriento que roba las ovejas de su señor, ese hombre es
colgado. Un perro que mata ovejas, ese perro será matado. Esas leyes están
sobre estas colinas y estas colinas están en mis huesos. ¿Qué es un barón,
que la ley deba ser quebrada por él?
Volvió a mirar las ovejas.
—El Barón es dueño de esta tierra —dijo el criado—. Es su ley.
La mirada que Yaya Doliente le lanzó volvió blanco el pelo del hombre.
Ésa era la historia, de todos modos. Pero todas las piedras alrededor de
Yaya Doliente tenían un poco de cuento de hadas en ellas.
—Si es así, como dice, su ley, entonces déjelo que la rompa y que vea
cómo pueden ser entonces las cosas —dijo.
Unas horas más tarde el Barón envió a su alguacil, que era mucho más
importante pero que había conocido a Yaya Doliente por más tiempo.
—Sra. Doliente —dijo—, el Barón solicita que usted use su influencia
para salvar a su perro. Le dará con mucho gusto cincuenta dólares de oro
para ayudar a aliviar esta situación difícil. Estoy seguro de que usted puede
ver cómo beneficiará a todos los interesados.
Yaya fumó su pipa y miró los nuevos corderos.
—Usted habla en nombre de su amo, su amo habla por su perro —dijo
—. ¿Quién habla por las colinas? ¿Dónde está el Barón, que la ley deba ser
rota para él?
Dicen que cuando le dijeron esto al Barón se quedó muy silencioso.
Pero aunque era pomposo, y a menudo irrazonable, y demasiado arrogante,
no era estúpido. Por la noche caminó hasta la cabaña y se sentó cerca,
sobre el pasto. Después de un rato, Yaya Doliente dijo:
—¿Puedo ayudarlo, mi señor?
—Yaya Doliente, le suplico por la vida de mi perro —dijo el Barón.
—¿Trae siller? ¿Trae gilt? —preguntó Yaya Doliente.
—Ninguna plata. Ningún oro —dijo el Barón.
—Bien. Una ley que es quebrada por siller o gilt no es una ley que
tenga valor. ¿Y entonces, mi señor?
—Suplico, Yaya Doliente.
—¿Trata de violar la ley con una palabra?
—Eso es correcto, Yaya Doliente.
Yaya Doliente, contaba la historia, miró la puesta de sol durante un rato
y luego dijo:
—Entonces vaya al pequeño y viejo establo de piedra al amanecer de
mañana y veremos si un perro viejo puede aprender trucos nuevos. Habrá
un juicio final. Buenas noches tenga usted.
La mayor parte del pueblo estaba cerca del viejo establo de piedra a la
mañana siguiente. Yaya llegó con uno de los carros más pequeños de la
granja. Contenía una oveja con su cordero recién nacido. Los puso en el
establo.
Aparecieron algunos de los hombres con el perro. Estaba nervioso y
furioso, después de haber pasado la noche encadenado en un cobertizo, y
trataba de morder a los hombres que lo sujetaban con dos correas de cuero.
Era peludo. Tenía colmillos.
El Barón llegó con el alguacil. Yaya Doliente inclinó la cabeza hacia ellos
y abrió la puerta de establo.
—¿Usted está poniendo al perro en el establo con unas ovejas, Sra.
Doliente? —preguntó el alguacil—. ¿Quiere que se atragante con cordero?
Esto no logró ni una risa. A nadie le gustaba el alguacil realmente.
—Veremos —dijo Yaya. Los hombres arrastraron al perro a la entrada,
lo lanzaron dentro del establo y cerraron la puerta rápidamente. Las
personas se precipitaron a las pequeñas ventanas.
Se escuchó el balido del cordero, un gruñido del perro, y luego un
balido de la madre del cordero. Pero no era el balido normal de una oveja.
Tenía cierto tono.
Algo golpeó la puerta y rebotó sobre sus bisagras. Dentro, el perro
resopló.
Yaya Doliente levantó a Tiffany y la llevó a una ventana.
El perro, agitado, estaba tratando de ponerse de pie, pero no lo logró
antes de que la oveja lo atacara otra vez, setenta libras de oveja enfurecida
abalanzándose contra él como un ariete destructor.
Yaya bajó a Tiffany otra vez y encendió su pipa. La chupó
tranquilamente mientras el edificio a sus espaldas temblaba y el perro
aullaba y gemía.
Después de un par de minutos hizo un gesto hacia los hombres.
Abrieron la puerta.
El perro salió cojeando en tres piernas, pero no había logrado alejarse
más de unos pies cuando la oveja salió disparada por detrás y lo topeteó tan
duro que dio vueltas.
Se quedó tendido y quieto. Quizás había aprendido qué ocurriría si
trataba de levantarse otra vez.
Yaya Doliente hizo otro gesto hacia los hombres, que agarraron a la
oveja y la volvieron a meter en el establo.
El Barón miraba con la boca abierta.
—¡Mató a un jabalí el año pasado! —dijo—. ¿Qué le hizo?
—Se curará —dijo Yaya Doliente, ignorando la pregunta
cuidadosamente—. Principalmente tiene herido el orgullo. Pero no volverá a
mirar a una oveja, créame. —Y se lamió el pulgar derecho y lo extendió.
Después de un momento de titubeo, el Barón lamió su pulgar, extendió
la mano y lo presionó contra el suyo. Todos sabían qué significaba. Sobre la
Creta, un trato de pulgar era inquebrantable.
—Por usted, con una palabra, la ley fue quebrantada —dijo Yaya
Doliente—. ¿Le importa eso, usted que se erige en juez? ¿Recordará este
día? Tendrá una razón para hacerlo.
El Barón inclinó la cabeza hacia ella.
—Suficiente —dijo Yaya Doliente, y sus pulgares se separaron.
Al día siguiente el Barón le dio oro a Yaya Doliente, técnicamente, pero
fue solamente por el papel color oro de una onza de Jolly Sailor, el hediondo
y barato tabaco de pipa que era el único que Yaya Doliente fumaría.
Siempre se ponía de mal humor si los vendedores ambulantes llegaban
tarde y se le terminaba. No podías sobornar a Yaya Doliente con todo el oro
del mundo, pero podías atraer su atención definitivamente con una onza de
Jolly Sailor.
Las cosas fueron mucho más fáciles después de eso. El alguacil era un
poco menos desagradable cuando los alquileres llegaban tarde, el Barón era
un poco más educado con las personas, y el padre de Tiffany dijo una
noche, después de dos cervezas, que al Barón le habían mostrado qué
ocurría cuando las ovejas se levantan, y que las cosas podrían ser diferentes
algún día, y su madre le susurró que no hablara de ese modo porque nunca
sabías quién estaba escuchando.
Y, un día, Tiffany lo escuchó decir a su madre, calladamente:
—Fue un viejo truco de pastores, eso es todo. Una oveja vieja peleará
como un león por su cordero, todos lo sabemos.
Así fue cómo resultó. Ninguna magia en absoluto. Pero ese momento
había sido mágico. Y no dejaba de ser mágico sólo porque averiguabas cómo
lo hacía...

Los Nac Mac Feegle miraban a Tiffany con cautela, con ansiosas miradas
ocasionales a la botella de Linimento Especial de Ovejas. Ni siquiera he
encontrado la escuela de brujas, pensó. No conozco ni un hechizo. Ni
siquiera tengo un sombrero puntiagudo. Mis talentos son un don para hacer
queso y no correr de un lado para otro con pánico cuando las cosas salen
mal. Oh, y tengo un sapo.
Y no comprendo la mitad de lo que dicen estos hombrecillos. Pero ellos
saben quién se ha llevado a mi hermano.
De algún modo no creo que el Barón tenga una pista de cómo enfrentar
esto. Yo tampoco, pero pienso que puedo ser despistada de una manera
más sensata.
—Yo... recuerdo muchas cosas sobre Yaya Doliente —dijo—. ¿Qué
quieren que haga?
—La kelda nos envió —dijo Roba A Cualquiera—. Sintió que la Reina
venía. Ella sabe que habrá problemas. Nos dijo, va a ser malo, encuentren a
la nueva bruja que es pariente de Yaya Doliente, sabrá qué hacer.
Tiffany miró los centenares de caras expectantes. Algunos de los Feegle
tenían plumas en el pelo, y collares de dientes de topo. No podías decirle
que realmente no eras una bruja a alguien con media cara teñida de azul
oscuro y una espada tan grande como él. No podías decepcionarlo de ese
modo.
—¿Y ustedes me ayudarán a recuperar a mi hermano? —dijo. Las
expresiones de los Feegle no cambiaron. Trató otra vez—. ¿Pueden ustedes
ayudarme a robarle mi hermano a la Reina?
Cien caras pequeñas y feas se alegraron considerablemente.
—Ach, ahora está hablando nuestro idioma —dijo Roba A Cualquiera.
—No... totalmente —dijo Tiffany—. ¿Pueden esperar sólo un momento?
Empacaré algunas cosas —dijo, tratando de que sonara como si supiera qué
estaba haciendo. Volvió a colocar el corcho en la botella de Linimento
Especial de Ovejas. Los Nac Mac Feegle suspiraron.
Se precipitó hacia la cocina, buscó un saco, tomó algunas vendas y
ungüentos de la caja de medicinas, añadió la botella de Linimento Especial
de Ovejas porque su padre siempre decía que le hacía bien y, como un
pensamiento de último momento, añadió el libro Enfermedades De Las
Ovejas, y recogió la sartén. Ambos podrían ser útiles.
No vio a los hombrecillos en ningún lugar cuando volvió a entrar en la
lechería.
Sabía que debía decirle a sus padres qué estaba ocurriendo. Pero no
resultaría. Estaría ‘contando historias’. De todos modos, con un poco de
suerte podía recuperar a Wentworth antes de que alguien la echara en falta.
Pero, por las dudas...
Llevaba un diario en la lechería. El queso necesitaba control, y siempre
escribía detalles de la cantidad de mantequilla que había hecho y de cuánta
leche había usado.
Abrió una página nueva, tomó el lápiz y, con su lengua asomando por
un costado de la boca, empezó a escribir.
Los Nac Mac Feegle reaparecieron gradualmente. Obviamente no
salieron de atrás de las cosas, y ni saltaron a la vista como por arte de
magia. Aparecieron como aparecen las caras en las nubes y los fuegos;
parece que aparecen si sólo miras lo bastante fijo y deseas verlas.
Observaron con admiración el lápiz que se movía, y pudo escucharlos
murmurar.
—Miren ese palo que escribe ahora, quieren, meneándose. Eso es
asunto de bruja.
—Ach, tiene el conocimiento de la escritura, efectivamente.
—¿Pero no escribirá nuestros nombres, eh, señorita?
—Sí, un cuerpo puede ser puesto en prisión si tienen evidencia escrita.
Tiffany dejó de escribir y leyó la nota:

Queridos Mamá y Papá,


He ido a buscar a Wentworth. Estoy perfectamente probablemente
bastante segura, porque estoy con algunos amigos conocidos personas que
Yaya conocía. PS los quesos sobre el estante tres necesitarán ser volteados
mañana si no estoy de regreso.
Con amor, Tiffany

Tiffany levantó la mirada hacia Roba A Cualquiera, que había trepado la


pata de la mesa y estaba observando el lápiz atentamente, en caso de que
escribiera algo peligroso.
—Ustedes podrían haber sólo venido a pedirme desde el principio —dijo.
—No sabíamos si era usted a quien estábamos buscando, señorita.
Había muchas mujeres grandotas caminando alrededor de esta granja.
Nosotros no sabíamos que era usted hasta que atrapó a Wullie Tonto.
Podría no serlo, pensó Tiffany.
—Sí, pero robar la oveja y los huevos, no había necesidad de eso —dijo
severamente.
—Pero no fueron atrapados haciéndolo, señorita —dijo Roba a
Cualquiera, como si fuera una excusa.
—¡No puede clavar un huevo! —dijo Tiffany con brusquedad.
—Ach, bien, usted tendría el conocimiento de cosas sabias como ésas,
señorita —dijo Roba A Cualquiera—. Veo que ha hecho la escritura, así que
es mejor que nos vayamos. ¿Tiene un besom?
—Palo de escoba —murmuró el sapo.
—Er, no —dijo Tiffany—. Lo importante sobre magia —añadió, arrogante
—, es saber cuándo no usarla.
—De acuerdo —dijo Roba A Cualquiera, bajando por la pata de la mesa
—. Ven aquí Wullie Tonto. —Uno de los Feegle que se parecía mucho al
ladrón de huevos de aquella mañana, se acercó y se paró junto a Roba A
Cualquiera, y ambos se inclinaron ligeramente—. Si le importa pisar sobre
nosotros, señorita —dijo Roba A Cualquiera.
Antes de que Tiffany pudiera abrir la boca, el sapo le dijo por el costado
de la boca, y al ser un sapo significó un importante logro:
—Un Feegle puede levantar a un hombre adulto. No podrías aplastar
uno si lo intentaras.
—¡No quiero intentarlo!
Tiffany, cautelosamente, levantó una gran bota. Wullie Tonto corrió
debajo, y ella sintió que la bota era empujada hacia arriba. También podría
haber pisado sobre un ladrillo.
—Ahora la otra bota pequeñita —dijo Roba A Cualquiera.
—¡Me caeré!
—Nah, somos buenos en esto.
Y entonces Tiffany estuvo parada sobre dos pictos. Sintió que se movían
atrás y adelante debajo de ella, para mantenerla en equilibrio. Sin embargo,
se sentía muy segura. Era exactamente como llevar suelas muy gruesas.
—Vámonos —dijo Roba A Cualquiera, muy abajo—. Y no se preocupe
porque el gato cace a los pájaros pequeñitos. ¡Algunos de los muchachos se
quedan atrás para cuidar las cosas!
Ratbag se arrastraba a lo largo de una rama. No era un gato bueno en
cambiar la manera de pensar. Pero era bueno encontrando nidos. Había
escuchado el piar desde el otro extremo del jardín e incluso desde abajo del
árbol podía ver tres pequeños picos amarillos en el nido. Ahora avanzaba,
babeando. Casi allí...
Tres Nac Mac Feegle se quitaron sus picos de paja y le sonrieron con
felicidad.
—Hola, Señor Gatito —dijo uno de ellos—. Usted no aprende, ¿verdad?
¡PÍO!
CAPÍTULO 5

El Mar Verde

Tiffany volaba a una pulgada sobre la tierra, parada y quieta. El viento


la azotaba mientras los Feegle aceleraban a través de la última puerta de
corral y hacia los pastos de las lomadas...
Ésta es la niña, volando. En este momento hay un sapo sobre su
cabeza, agarrado de su pelo.
Mire hacia atrás, y aquí está la larga espalda de ballena de las lomadas.
Ahora ella es una pálida mota azul contra la hierba interminable,
mordisqueada por las ovejas a la altura de una alfombra. Pero el mar verde
no es continuo. Aquí y allá han estado los humanos.
El año anterior, Tiffany había gastado tres zanahorias y una manzana
en media hora de geología, aunque le habían reembolsado una zanahoria
después de explicarle al maestro que ‘Geología’ no debía ser escrita en su
cartel como ‘G olo G’. 12 Dijo que la Creta se había formado bajo el agua hace
millones de años de diminutas conchas marinas.
Eso tenía sentido para Tiffany. A veces encontrabas pequeños fósiles en
la creta. Pero el maestro no sabía mucho acerca del pedernal. Encontrabas
pedernales, más duros que el acero, en la creta, la más blanda de las rocas.
A veces los pastores desportillaban pedernales, uno contra otro, para hacer
cuchillos. Ni siquiera los mejores cuchillos de acero podían tener un borde
tan afilado como el pedernal.
Y en tiempos que sobre la Creta se llamaban ‘los viejos días’, los
hombres habían cavado hoyos, buscándolo. Todavía estaban allí, profundos
agujeros en el plano verde, llenos de espinas y zarzas.
Además, unos pedernales enormes y nudosos todavía aparecían en los
jardines del pueblo. A veces eran más grandes que la cabeza de un hombre.
A menudo se veían como cabezas, también. Estaban tan fundidos y
retorcidos y curvados que podías mirar un pedernal y ver casi cualquier cosa
—una cara, un animal extraño, un monstruo marino. A veces, los más
interesantes eran puestos sobre las paredes del jardín, para mostrarlos.

12
Sólo en inglés. G olo G se lee yioloyi, tal como se pronuncia Geology, Geología. (Nota del traductor)
Los ancianos les llamaban ‘calkins’, que significaba ‘niños de la creta’.
Siempre le habían parecido... raros a Tiffany, como si la piedra estuviera
luchando por vivir. Algunos pedernales parecían trozos de carne, o huesos, o
algo de la mesa de un carnicero; en la oscuridad, bajo el mar, parecía como
si la creta hubiera tratado de hacer formas de criaturas vivientes.
No sólo había hoyos de creta. Los hombres habían estado en todos
lados sobre la Creta. Había círculos de piedra, medios caídos, y montículos
mortuorios como bultos verdes donde, decían, los jefes de los antiguos días
habían sido enterrados con sus tesoros. Nadie encontraba atractivo cavar
para averiguarlo.
Había raras tallas en la creta, [15] también, que a veces los pastores
limpiaban de hierbas cuando estaban en las lomadas con los rebaños y no
había mucho para hacer. La creta estaba solamente a unas pulgadas bajo
los pastos. Las pisadas de pezuñas podían durar una estación, pero las tallas
habían durado miles de años. Eran dibujos de caballos y gigantes, pero lo
extraño era que no podías verlas apropiadamente desde ningún lugar en el
suelo. Parecía que habían sido hechas para espectadores en el cielo.
Y luego estaban los lugares raros, como la Forja del Viejo, que eran sólo
cuatro grandes rocas planas puestas de modo que parecían una especie de
cabaña medio enterrada en el costado de un montículo. Tenía solamente un
pie de profundidad. No se parecía a nada en especial, pero si gritabas tu
nombre dentro de ella, pasaban varios segundos antes de que el eco
devolviera el sonido.
Había marcas de personas por todos lados. La Creta había sido
importante.
Tiffany dejó atrás los cobertizos de la esquila. Nadie estaba mirando.
Las ovejas esquiladas no tomaron en cuenta en absoluto a una niña que se
movía sin que sus pies tocaran el suelo.
Las tierras bajas se perdieron a su espalda y ahora estaba propiamente
en las lomadas. Sólo el balido ocasional de una oveja o el grito de un
gallinazo perturbaba el silencio ocupado, compuesto por zumbidos de abejas
y brisas y el sonido de una tonelada de hierba creciendo a cada minuto.
De cada lado de Tiffany los Nac Mac Feegle corrían en una desigual
línea extendida, mirando con gravedad hacia delante.
Pasaron algunos de los montículos sin parar, y corrieron arriba y abajo
las laderas de valles poco profundos sin una pausa. Y entonces Tiffany vio
adelante un punto conocido.
Era un pequeño rebaño de ovejas. Había sólo unas pocas,
recientemente esquiladas, pero siempre había un puñado de ovejas en este
lugar ahora. Los animales extraviados aparecían allá, y los corderos
encontraban su camino hacia él cuando perdían a sus madres.
Éste era un lugar mágico.
No había mucho para ver ahora, sólo las ruedas de hierro hundidas en
el pasto y la cocina panzuda con su corta chimenea...

El día en que Yaya Doliente murió, los hombres cortaron y levantaron el


pastizal alrededor de la cabaña y lo apilaron prolijamente a cierta distancia.
Entonces cavaron un profundo agujero en la creta, de seis pies de
profundidad y seis pies de largo, quitando la creta en grandes bloques
húmedos.
Trueno y Relámpago los observaban cuidadosamente. No gemían ni
ladraban. Parecían más interesados que molestos.
Yaya Doliente fue envuelta en una manta de lana, con un vellón de lana
cruda enganchado en ella. Eso era algo especial de los pastores. Estaba ahí
para decirle a cualquier dios que pudiera estar involucrado que la persona
que estaba enterrada allí era un pastor, y que pasó mucho tiempo en las
colinas, y que con ocuparse de las ovejas y una cosa y otro no siempre
podían disponer de mucho tiempo para la religión, al no haber iglesias ni
templos allí arriba, y por lo tanto generalmente se esperaba que los dioses
comprendieran y que los miraran con buenos ojos. Tenía que decirse que
nunca habían visto a Yaya Doliente rezando a alguien o a algo en toda su
vida, y todos estaban de acuerdo en que, incluso ahora, no tendría tiempo
para un dios que no comprendiera que lo de las ovejas venía primero.
Volvieron a poner la creta sobre ella y Yaya Doliente, que siempre decía
que las colinas estaban en sus huesos, tenía ahora sus huesos en las
colinas.
Entonces quemaron la cabaña. Eso no era habitual, pero su padre dijo
que no habría un pastor en ningún lugar sobre la Creta que la usaría ahora.
Trueno y Relámpago no se acercaron cuando los llamó, y supo que era
mejor no enfadarse, así que los dejaron sentados junto a los brillantes
rescoldos de la cabaña.
Al día siguiente, cuando las cenizas estaban frías y volaban a través de
la creta desnuda, todos subieron las lomadas y con gran cuidado volvieron a
poner el pasto, de modo que todo lo que quedó para ver eran las ruedas de
hierro sobre sus ejes, y la cocina panzuda.
En ese momento —dijeron todos— los dos perros pastores levantaron
los ojos, pararon las orejas, y se alejaron trotando sobre el pasto y nunca
fueron vistos otra vez.

Los pictos que la llevaban disminuyeron la velocidad suavemente, y


Tiffany agitó los brazos mientras la dejaban caer sobre la hierba. Las ovejas
se alejaron despacio, luego se detuvieron y se volvieron para mirarla.
—¿Por qué estamos parando? ¿Por qué estamos parando aquí?
¡Tenemos que atraparla!
—Tenemos que esperar a Hamish, señorita —dijo Roba A Cualquiera.
—¿Por qué? ¿Quién es Hamish?
—Podría tener el conocimiento de dónde fue la Reina con su pequeñito
hermano —dijo Roba A Cualquiera, con dulzura—. No podemos sólo entrar
corriendo, no se puede.
Un Feegle grande y barbudo levantó la mano.
—Moción de orden, Gran Hombre. Puedes entrar corriendo. Siempre
entramos corriendo.
—Sí, Gran Yan, moción bien hecha. Pero tienes que saber dónde vas a
entrar corriendo. No puedes entrar corriendo en cualquier lugar. Se ve mal,
tener que salir corriendo otra vez.
Tiffany vio que todos los Feegle estaban mirando atentamente hacia
arriba, y que no le prestaban ninguna atención en absoluto.
Enfadada y perpleja, se sentó sobre una de las ruedas oxidadas y miró
el cielo. Era mejor que mirar a su alrededor. En algún lugar de por allí
estaba la tumba de Yaya Doliente, aunque no pudieras encontrarla ahora, no
precisamente. El pasto había curado.
Había algunas pequeñas nubes encima de ella y nada más en absoluto,
excepto los distantes puntos giratorios de los gallinazos.
Siempre había gallinazos sobre la Creta. Los pastores habían empezado
a llamarlos los pollos de Yaya Doliente, y algunos de ellos hoy llamaban a las
nubes como ésas ‘los corderitos de Yaya’. Y Tiffany sabía que incluso su
padre llamaba al trueno ‘palabrota de Yaya Doliente’.
Y se decía que algunos de los pastores, si los lobos daban problemas en
invierno, o se perdía una oveja valiosa, iban al sitio de la vieja cabaña en las
colinas y dejaban una onza de tabaco Jolly Sailor, por las dudas...
Tiffany vaciló. Entonces cerró los ojos. Quiero que eso sea verdad,
susurró para sí misma. Además quiero saber que las otras personas piensan
que no se ha ido realmente.
Miró bajo el amplio borde oxidado de las ruedas y tembló. Había un
pequeño paquete de brillantes colores ahí.
Lo recogió. Parecía muy nuevo, así que probablemente había estado ahí
solamente algunos días. Tenía el Jolly Sailor 13 en el frente, con su gran
sonrisa y gran sombrero de lluvia amarillo y gran barba, con grandes olas
azules estrellándose detrás de él.
Tiffany había sabido del mar por las envolturas del Jolly Sailor. Sabía
que era grande, y rugía. Había una torre en el mar, que era un faro que
tenía una gran luz por la noche para evitar que los botes que se estrellaran
contra las rocas. En los dibujos, el rayo del faro era blanco brillante. Sabía
tanto que había soñado con él, y había despertado con el rugido del mar en
sus orejas.
Había escuchado a uno de sus tíos decir que si mirabas la etiqueta del
tabaco al revés entonces parte del sombrero y la oreja del marinero y un
poco de su cuello formaban la imagen de una mujer sin ropas, pero Tiffany
nunca había sido capaz de distinguirla y no podía ver qué sentido tendría en
todo caso.
Cuidadosamente, quitó la etiqueta del paquete, y olfateó. Olía a Yaya.

13
Literalmente, Alegre Marinero, pero también significa ‘gente de mar’, o ‘soldado de mar’. (Nota del traductor)
Sintió que sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas. Nunca antes había
llorado por Yaya Doliente, nunca. Había llorado por corderos muertos y por
cortarse los dedos y por no salirse con la suya, pero nunca por Yaya. No le
había parecido correcto.
Y no estoy llorando ahora, pensó, poniendo cuidadosamente la etiqueta
en el bolsillo de su mandil. No porque Yaya esté muerta...

Fue el olor. Yaya Doliente olía a ovejas, trementina y tabaco Jolly


Sailor. Los tres olores se mezclaban y se convertían en un olor que era, para
Tiffany, el olor de la Creta. Seguía a Yaya Doliente como una nube, y
significaba tibieza, y silencio, y un espacio alrededor del cual todo el mundo
giraba...

Una sombra pasó por arriba. Un gallinazo caía en picada desde el cielo
hacia los Nac Mac Feegle.
Se puso de pie y agitó los brazos.
—¡Corran! ¡Agáchense! ¡Los matará!
Se volvieron y la miraron por un momento como si se hubiera vuelto
loca.
—No se preocupe, señorita —dicho Roba A Cualquiera. El ave curvó su
clavado sobre el final y mientras trepaba a otra vez una mota cayó de él.
Mientras caía pareció que le crecían dos alas y empezó a girar como una
hoja de sicómoro, que de alguna manera disminuyó un poco la velocidad de
la caída.
Era un picto; todavía giraba locamente cuando golpeó el pasto a unos
pies de distancia, donde cayó. Se levantó, lanzando palabrotas en voz alta, y
cayó otra vez. Las palabrotas continuaron.
—Un buen aterrizaje, Hamish —dijo Roba A Cualquiera—. Ciertamente
el girar disminuye la velocidad. No te taladraste directamente en el suelo
esta vez, apenas en absoluto.
Hamish se levantó más despacio esta vez, y logró quedar erguido. Tenía
unas gafas sobre los ojos.
—Creo que no puedo hacer mucho más de esto —dijo, tratando de
quitarse un par de finos trozos de madera de los brazos—. Con las alas
puestas me siento como un hada.
—¿Cómo pudo sobrevivir a eso? —preguntó Tiffany.
El muy pequeño piloto trató de mirarla de arriba a abajo, pero sólo
pudo mirarla de arriba a más arriba.
—¿Quién es la grandota pequeñita que sabe tanto sobre aviación? —
dijo.
Roba A Cualquiera tosió.
—Es la bruja, Hamish. Engendro de Yaya Doliente.
La expresión de Hamish cambió a una mirada de terror.
—No intentaba hablar fuera de lugar, señorita —dijo, retrocediendo—.
Por supuesto, una bruja tiene el saber de cualquier cosa. Pero no es tan
malo como parece, señorita. Le aseguro que aterrizo sobre mi cabeza.
—Sí, somos muy resistentes en el departamento de cabezas —dijo Roba
A Cualquiera.
—¿Ha visto a una mujer con un pequeño niño? —preguntó Tiffany. No le
había mucho gustado lo de ‘engendro’.
Hamish le lanzó a Roba A Cualquiera una mirada de pánico, y Roba
asintió.
—Sí, lo hice —dijo Hamish—. Sobre un caballo negro. [16] Cabalgando
desde las tierras bajas como el mismo infierno...
—¡Nosotros no usamos palabrotas enfrente de una bruja! —tronó Roba
A Cualquiera.
—Solicito su perdón, señorita. Estaba cabalgando a toda velocidad —
dijo Hamish, más abochornado que las ovejas—. Pero ella supo que la
estaba espiando y convocó una neblina. Se ha ido al otro lado, pero no sé
dónde.
—Es un lugar peligroso, el otro lado —dijo Roba A Cualquiera,
lentamente—. Hay cosas malvadas allí. Es un lugar frío. No es un lugar
donde llevar a un bebé pequeñito.
Hacía calor en las lomadas, pero Tiffany sintió un escalofrío. Aunque sea
malo, pensó, voy a tener que ir allí. Lo sé. No tengo elección.
—¿El otro lado? —preguntó.
—Sí. El mundo mágico —dijo Roba A Cualquiera—. Hay... cosas malas
allí.
—¿Monstruos? —dijo Tiffany.
—Tan malas como las que pueda pensar —dijo Roba A Cualquiera—.
Exactamente tan malas como las que pueda pensar.
Tiffany tragó con fuerza, y cerró los ojos.
—¿Peor que Burra? ¿Peor que el jinete sin cabeza? —preguntó.
—Oh, sí. Eran mininos pequeñitos comparados con los scunner de ahí.
Es un país mal hecho que viene cuando lo llaman, señorita. Es un país donde
los sueños se hacen realidad. Ése es el mundo de la Reina.
—Bien, eso no suena demasiado... —empezó Tiffany. Entonces recordó
algunos de los sueños que había tenido, cuando se alegró tanto por
despertar—. No estamos hablando de buenos sueños, ¿verdad? —dijo.
Roba A Cualquiera sacudió la cabeza.
—No, señorita. De la otra clase.
Y yo con mi sartén y Enfermedades De Las Ovejas, pensó Tiffany. Y
tuvo una imagen mental de Wentworth entre monstruos horribles.
Probablemente no tendrían ningún dulce en absoluto.
Suspiró.
—Muy bien —dijo—, ¿cómo llego allí?
—¿Usted no conoce el camino? —dijo Roba A Cualquiera.
No era lo que estaba esperando. Lo que estaba esperando era más
como ‘Ach, puede hacerlo, una muchacha pequeñita como usted, ¡oh cielos
nosotros no!’. No tanto lo esperaba como lo deseaba, a decir verdad. Pero,
en cambio, estaban actuando como si fuera una idea perfectamente
razonable...
—¡No! —dijo—. ¡No lo sé en absoluto! ¡No he hecho esto antes! ¡Por
favor ayúdenme!
—Eso es verdad, Roba —dijo un Feegle—. Es nueva en la brujería.
Llevémosla con la kelda.
—¡Ni siquiera Yaya Doliente fue alguna vez a ver a la kelda en su cueva!
—respondió bruscamente Roba A Cualquiera—. No es una...
—¡Callados! —siseó Tiffany—. ¿Pueden escuchar eso?
Los Feegle miraron a su alrededor.
—¿Escuchar qué? —dijo Hamish.
—¡Es un susurro!
Se sentía como si el pasto estuviera temblando. El cielo se veía como si
Tiffany estuviera dentro de un diamante. Y había olor a nieve.
Hamish sacó una flauta de su chaleco y la sopló. Tiffany no pudo
escuchar nada, pero vino un grito desde arriba.
—¡Les haré saber qué está sucediendo! —gritó el picto, y empezó a
correr a través del pasto. Mientras corría, levantó los brazos sobre la cabeza.
Se estaba moviendo rápido para entonces pero el buitre bajó aun más
rápido a través del pasto y lo tomó limpiamente en el aire. Mientras batía
alas para subir otra vez, Tiffany vio que Hamish trepada sujetándose de las
plumas.
Los otros Feegle habían formado un círculo alrededor de Tiffany, y esta
vez habían sacado sus espadas.
—¿Cuál es el plan, Roba? —dijo uno de ellos.
—De acuerdo, muchachos, esto es lo que haremos. Tan pronto como
veamos algo, lo atacaremos. ¿Correcto?
Esto provocó una aclamación.
—Ach, es un buen plan —dijo Wullie Tonto.
La nieve se formó en el suelo. No cayó, sólo... hizo lo contrario a
derretirse, alzándose rápidamente hasta que los Nac Mac Feegle estaban
hundidos hasta la cintura, y luego hasta los cuellos. Algunos de los más
pequeños empezaron a desaparecer, y se escuchaban amortiguadas
palabrotas desde abajo de la nieve.
Y entonces aparecieron los perros, moviéndose pesadamente hacia
Tiffany con propósitos desagradables. Eran grandes, negros y robustos, con
cejas naranja, y podía escuchar los gruñidos desde aquí.
Metió la mano en el bolsillo de su mandil y sacó el sapo. Parpadeó a la
fuerte luz.
—¿Qué sucede?
Tiffany lo giró para que mirara hacia las cosas.
—¿Qué son éstos? —dijo.
—¡Oh, caray! ¡Perros macabros![17] ¡Malo! ¡Ojos de fuego y dientes
como navajas!
—¿Qué debería hacer con ellos?
—¿No estar aquí?
—¡Gracias! ¡Has sido de gran ayuda! —Tiffany lo dejó caer en el bolsillo
y sacó la sartén del saco.
Sabía que no iba a ser lo bastante bueno. Los perros negros eran
grandes, y sus ojos eran las llamas, y cuando abrían la boca para gruñir
podía ver el claro destello sobre el acero. Nunca le había tenido miedo a los
perros, pero estos perros no eran de ningún lugar aparte de una pesadilla.
Había tres, pero la rodeaban de modo que sin importar cómo giraba
podía ver sólo dos a la vez. Sabía que el que estaba detrás sería el primero
en atacar.
—¡Dime algo más sobre ellos! —dijo, girando hacia el otro lado del
círculo para poder mirarlos a los tres.
—¡Dicen que frecuentan los cementerios! —dijo la voz desde el mandil.
—¿Por qué hay nieve en el suelo?
—Se ha convertido en el país de la Reina. ¡Es siempre invierno allí!
¡Cuando lanza su poder, también llega hasta aquí!
Pero Tiffany podía ver el verde a cierta distancia, más allá del círculo de
nieve. Piensa, piensa...
El país de la Reina. Un lugar mágico donde realmente había monstruos.
Cualquier cosa que podías soñar en las pesadillas. Perros con ojos de llama y
dientes de navajas, sí. No los tenías en el mundo real, no resultaría...
Estaban babeando ahora, con las rojas lenguas colgando, disfrutando de
su miedo. Y parte de Tiffany pensó: es asombroso que sus dientes no se
oxiden...
... y se hizo cargo de sus piernas. Se zambulló entre dos de los perros y
corrió hacia el césped distante. Escuchó un gruñido de triunfo detrás de ella
y el crujido de garras sobre la nieve. El pasto no parecía estar acercándose.
Escuchó gritos de los pictos y un gruñido que se convirtió en un gemido,
pero había algo detrás de ella cuando saltó por encima del final de la nieve y
rodó sobre el tibio pastizal.
Un perro saltó detrás de ella. Se alejó mientras lanzaba un mordisco,
pero ya tenía problemas.
Ningún ojo de fuego, ningún diente de navajas. No aquí, no en el
mundo real, sobre el pastizal hogareño. Era ciego aquí y la sangre ya
goteaba de su boca. No se debe saltar con una boca llena de navajas...
Tiffany casi sintió pena por él mientras gemía de dolor, pero la nieve se
deslizaba hacia ella y golpeó al perro con la sartén. Cayó pesadamente, y se
quedó quieto.
Una pelea continuaba atrás, en la nieve. Volaba como una neblina, pero
podía ver dos formas oscuras en el medio, girando y mordiendo. Golpeó la
sartén y gritó, y un perro saltó de la nieve que giraba y aterrizó enfrente de
ella, con un Feegle colgando de cada oreja.
La nieve fluía hacia Tiffany. Dio un paso hacia atrás, observando al
perro que avanzaba gruñendo. Sujetó la sartén como un bate.
—Vamos —susurró—. ¡Salta!
Los ojos llamearon hacia ella, y luego el perro bajó los ojos a la nieve.
Y desapareció. La nieve se hundió en el suelo. La luz cambió.
Tiffany y los Hombrecillos Libres estaban solos en las lomadas. Los
Feegle se estaban poniendo de pie a su alrededor.
—¿Está usted bien, señorita? —dijo Roba A Cualquiera.
—¡Sí! —dijo Tiffany—. ¡Es fácil! ¡Si los sacas de la nieve son sólo perros!
—Será mejor que nos movamos. Perdimos algunos de los muchachos.
La emoción se fue calmando.
—¿Quiere decir que están muertos? —susurró Tiffany. El sol estaba
brillando intensamente otra vez, las alondras habían regresado... y las
personas estaban muertas.
—Ach, no —dijo Roba—. Somos los que estamos muertos. ¿No lo sabía?
CAPÍTULO 6

La Pastora

—¿Ustedes están muertos? —preguntó Tiffany. Miró a su alrededor. Los


Feegle se estaban poniendo de pie, quejándose, pero nadie decía ‘Waily,
waily, waily’. Y lo que Roba A Cualquiera decía no tenía ningún sentido en
absoluto.
—Bien, si piensa que ustedes están muertos, ¿entonces qué son ellos?
—continuó, señalando un par de pequeños cuerpos.
—Oh, se han ido al país de la vida —dijo Roba A Cualquiera
alegremente—. No es tan bueno como éste, pero estarán bien y volverán
antes de mucho tiempo. No tiene sentido entristecerse.
Los Doliente no eran muy religiosos, pero Tiffany pensaba que sabía
cómo debían ir las cosas, y comenzaban con la idea de que estabas vivo y
todavía no muerto.
—¡Pero ustedes están vivos! —dijo.
—Ach, no, señorita —dijo Roba, ayudando a otro picto a ponerse de pie
—. Estuvimos vivos. Y fuimos buenos muchachos allá en el país de la vida, y
por tanto cuando morimos allí nacimos en este lugar.
—Usted quiere decir... ¿usted cree... que más o menos se murió en
algún otro lugar y luego vino aquí? —dijo Tiffany—. ¿Quiere decir que esto
es como... el cielo?
—¡Sí! ¡Exactamente como nos anunciaron! —dijo Roba A Cualquiera—.
Un sol encantador, buena caza, bonitas flores y bonitos pájaros pequeñitos
piando.
—Sí, y entonces hay peleas —dijo otro Feegle. Y todos se unieron.
—¡Y robar!
—¡Y beber y pelear!
—¡Y las broquetas! —dijo Wullie Tonto.
—¡Pero hay cosas malas aquí! —dijo Tiffany—. ¡Hay monstruos!
—Sí —dijo Roba, sonriendo con felicidad—. Grandioso, ¿verdad? ¡Todo
regalado, incluso cosas para pelear!
—¡Pero nosotros vivimos aquí! —dijo Tiffany.
—Ach, bien, tal vez todos ustedes humanos fueron buenos en el Último
Mundo, también —dijo Roba A Cualquiera generosamente—. Reuniré a los
muchachos, señorita.
Tiffany metió la mano en su mandil y sacó el sapo mientras Roba se
alejaba.
—Oh. Sobrevivimos —dijo—. Asombroso. Hay fundamentos definitivos
para una acción en contra del propietario de esos perros, a propósito.
—¿Qué? —dijo Tiffany, frunciendo el ceño—. ¿De qué estás hablando?
—Yo... yo... no lo sé —dijo el sapo—. La idea sólo apareció en mi
cabeza. ¿Quizás conocía algo sobre perros cuando era humano?
—¡Escucha, los Feegle piensan que están en el cielo! ¡Creen que
murieron y vinieron aquí!
—¿Y? —dijo el sapo.
—¡Bien, no puede estar bien! ¡Se supone que estás vivo aquí y que
luego mueres y terminas en algún cielo en algún otro lugar!
—Bien, eso es decir exactamente lo mismo de una manera diferente,
¿verdad? De todos modos, muchas tribus guerreras creen que cuando
mueren van a una tierra celestial en algún lugar —dijo el sapo—. ¿Sabes,
donde pueden beber y pelear y comer para siempre? Así que tal vez ésta sea
la suya.
—¡Pero éste es un lugar real!
—¿Entonces? Es lo que ellos creen. Además, son apenas pequeños. ¿Tal
vez el universo está un poco lleno de gente y tienen que poner cielos en
cualquier lugar donde haya espacio? Soy un sapo, así que apreciarás que
tenga que adivinar mucho aquí. Tal vez ellos están equivocados. Tal vez tú
estás equivocada. Tal vez yo estoy equivocado.
Un pequeño pie pateó la bota de Tiffany.
—Será mejor que sigamos adelante, señorita —dijo Roba A Cualquiera.
Tenía un Feegle muerto sobre sus hombros. Algunos de los otros también
llevaban cuerpos.
—Er... ¿Van a enterrarlos? —dijo Tiffany.
—Sí, no necesitan de estos viejos cuerpos ahora, y no es ordenado
dejarlos tirados por aquí —dijo Roba A Cualquiera—. Además, si los
grandotes encuentran pequeños cráneos y huesos por aquí empezarán a
preguntarse, y no queremos a nadie metiendo las narices. Salvando su
presencia, señorita —añadió.
—No, ésa es una, er... idea muy práctica —dijo Tiffany, rindiéndose. El
Feegle señaló un montículo distante con una espesura de árboles espinosos
sobre él. Muchos de los montículos tenían esas espesuras. Los árboles
aprovechaban la tierra más profunda. Se decía que cortarlos daba mala
suerte.
—No está muy lejos ahora —dijo.
—¿Ustedes viven en uno de los montículos? —preguntó Tiffany—. Pensé
que eran, ya sabe, las tumbas de antiguos jefes. [18]
—Ach, sí, hay algo de un viejo rey muerto en la cámara contigua pero
no es problema —dijo Roba—. No tenga miedo, no hay esqueletos ni nada
de eso en nuestra parte. Es muy espaciosa, la hemos puesto a placer.
Tiffany miró el interminable cielo azul sobre el interminable verde de la
tierra. Todo estaba pacífico otra vez, un mundo lejos de los hombres sin
cabeza y grandes perros salvajes.
¿Qué hubiera pasado si no llevo a Wentworth al río?, pensó. ¿Qué
estaría haciendo ahora? Trabajando con el queso, supongo...
Nunca supe de todo esto. Nunca supe que vivía en el cielo, incluso si es
solamente el cielo de un clan de hombrecillos azules. Nunca supe de
personas que volaban sobre gallinazos.
Nunca antes maté monstruos.
—¿De dónde vienen? —preguntó—. ¿Cuál es el nombre del sitio de
donde vienen los monstruos?
—Ach, probablemente conoce bien el sitio —dijo Roba A Cualquiera.
Mientras se acercaban más al montículo, Tiffany creyó que podía oler humo
en el aire.
—¿Lo sé? —dijo.
—Sí. Pero no es un nombre que diré a cielo abierto. Es un nombre que
debe ser susurrado en un lugar seguro. No lo diré bajo este cielo.
Era demasiado grande ser un agujero de conejo y los tejones no vivían
aquí arriba, pero la entrada al montículo estaba remetida entre las raíces
espinosas y nadie habría pensado que fuera otra cosa que la casa de algún
tipo de animal.
Tiffany era delgada, pero aún así tuvo que quitarse el mandil y gatear
sobre su estómago bajo las espinas para entrar. Y todavía necesitó que
algunos Feegle la empujaran.
Por lo menos no olía mal y, en cuanto pasabas el agujero, se ampliaba
mucho. Realmente, la entrada era sólo un disfraz. Por debajo, el espacio era
del tamaño de una habitación grande, abierto en el centro pero con galerías
del tamaño de los Feegle alrededor de las paredes, de piso a techo. Estaban
atestadas de pictos de todos los tamaños, lavando ropa, discutiendo,
cosiendo y, aquí y allá, peleando, y haciendo todo tan fuerte como era
posible. Algunos tenían pelo y barba matizados con blanco. Otros mucho
más jóvenes, apenas de alguna pulgada de altura, iban de un lado para el
otro sin ninguna ropa, y gritándose unos a otros al tope de sus vocecillas.
Después de un par de años de ayudar a criar a Wentworth, Tiffany sabía de
qué se trataba todo eso.
No había ninguna niña, sin embargo. Ninguna Mujercilla Libre.
No... había una.
El gentío que peleaba bulliciosamente se apartó para dejarla pasar. Se
acercó al tobillo de Tiffany. Era más linda que los Feegle machos, aunque el
mundo estaba lleno de cosas más bonitas que Wullie Tonto, por decir. Pero,
como ellos, tenía pelo rojo y una expresión de determinación.
Hizo una reverencia, y entonces dijo:
—¿Es usted la bruja grandota, señorita?
Tiffany miró a su alrededor. Era la única persona en la caverna que
medía más de siete pulgadas de estatura.
—Er, sí —dijo—. Er... más o menos. Sí.
—Soy Fion. La kelda ordena decirle que el niño pequeñito no ha sufrido
ningún daño aún.
—¿Lo ha encontrado? —dijo Tiffany rápidamente—. ¿Dónde está?
—No, no, pero la kelda conoce cómo actúa la Reina. No quiere que
usted se fash a ese respecto.
—¡Pero lo robó!
—Sí. Esto es com-pli-ca-do. Descanse un rato pequeñito. La kelda la
verá enseguida. No está... fuerte ahora.
Fion dio media vuelta con un remolino de faldas, cruzó el piso de creta a
las zancadas, como si fuera la misma reina, y desapareció detrás de una
gran piedra redonda que se apoyaba contra la pared opuesta.
Tiffany, sin mirar abajo, levantó al sapo cuidadosamente del bolsillo y lo
sostuvo cerca de sus labios.
—¿Estoy fashiándome? —susurró.
—No, no realmente —dijo el sapo.
—Tú me lo dirías si lo hago, ¿verdad? —dijo Tiffany urgentemente—.
Sería terrible si todos ven que estoy fashiándome y no lo sé.
—No tienes ni idea de lo que significa, ¿verdad? —dijo el sapo.
—No exactamente, no.
—Ella sólo no quiere que te preocupes, que te molestes, eso es todo.
—Sí, pensé que probablemente era algo así —mintió Tiffany—. ¿Puedes
sentarte sobre mi hombro? Creo que podría necesitar algo de ayuda aquí.
Las filas de los Nac Mac Feegle la estaban observando con interés, pero
por el momento parecía que no tenía nada que hacer excepto apurarse y
esperar. Se sentó cuidadosamente, tamborileando los dedos sobre las
rodillas.
—¿Qué piensa del lugar pequeñito, eh? —dijo una voz desde abajo—. Es
grandioso, ¿sí?
Bajó la vista. Roba A Cualquiera Feegle y algunos de los pictos a
quienes ya conocía estaban al acecho allí, observándola nerviosos.
—Muy... acogedor —dijo Tiffany, porque era mejor que decir ‘¡Qué
tiznado!’, o ‘¡Qué deliciosamente ruidoso!’. Añadió—: ¿Cocinan para todos
ustedes en ese pequeño fuego?
El gran espacio tenía un pequeño fuego en el centro, bajo un agujero en
el techo que dejaba pasar el humo entre los arbustos más arriba y a cambio
traía un poco de luz adicional.
—Sí, señorita —dijo Roba A Cualquiera.
—Cosas pequeñas, conejitos y eso —agregó Wullie Tonto—. Asamos las
cosas grandes en el pozo de creta... mmff... mmff...
—¿Perdone? ¿Qué fue eso? —dijo Tiffany.
—¿Qué? —dijo Roba A Cualquiera inocentemente, con la mano
firmemente colocada sobre la boca de Wullie, que forcejeaba.
—¿Qué estaba Wullie diciendo de asar ‘cosas grandes’? —preguntó
Tiffany—. ¿Ustedes asan ‘cosas grandes’ en el hoyo de tiza? ¿Es ésta la clase
de cosas grandes que dicen ‘baa’? ¡Porque ésas son las únicas cosas grandes
que encontrarán en estas colinas!
Se arrodilló sobre el piso mugriento y puso la cara a una pulgada de la
de Roba A Cualquiera, que estaba sonriendo locamente y sudando.
—¿Lo son?
—Ach... ah... bien... por decirlo de alguna manera.
—¿Lo son?
—¡Esto no está bien, señorita! —chilló Roba A Cualquiera—. ¡Nosotros
nunca tomamos una oveja Doliente sin el permiso de Yaya!
—¿Yaya Doliente les dejaba tomar ovejas?
—¡Sí, lo hacía, hacía, hacía eso! ¡Como p-pago!
—¿Pago? ¿Por qué?
—¡Ninguna oveja Doliente fue jamás atrapada por los lobos! —farfulló
Roba A Cualquiera—. Ningún zorro tomó un cordero Doliente, ¿correcto? ¡Ni
ningún cordero jamás perdió sus ojos picados por los corvos, no con Hamish
en el cielo!
Tiffany miró al sapo de soslayo.
—Cuervos —dijo el sapo—. A veces les sacan los ojos de...
—Sí, sí, ya sé qué hacen —dijo Tiffany. Se calmó un poco—. Oh. Ya veo.
Ustedes mantenían alejados a los cuervos y los lobos y los zorros para Yaya,
¿sí?
—¡Sí, señorita! ¡No sólo mantenerlos alejados, tampoco! —dijo Roba A
Cualquiera triunfalmente—. Hay buena comida sobre un lobo.
—Sí, las broquetas son una delicia, pero no son tan buenos como una
oveja, con... mmff mmff... —logró decir Wullie, antes de que una mano
fuera colocada con fuerza sobre su boca otra vez.
—De una bruja solamente se toma lo que ella le da —dijo Roba A
Cualquiera, sujetando firmemente a su hermano que se debatía—. Ya que
ella se ha ido, sin embargo, bien... tomamos la oveja vieja y enferma que
tendría que haber muerto de todas maneras, pero jamás una con la marca
Doliente, por mi honor.
—¿Por su honor como un ruidoso ladrón borracho? —preguntó Tiffany.
Roba A Cualquiera se animó.
—¡Sí! —dijo—. ¡Y allí tengo un montón de buena reputación que
proteger! Ésa es la verdad, señorita. Cuidamos las ovejas de las colinas, en
memoria de Yaya Doliente, y a cambio tomamos lo que apenas vale la pena.
—Y el tabaco también, por supuesto... mmff mmff... —y entonces, otra
vez Wullie Tonto luchaba por respirar.
Tiffany respiró hondo; en la colonia Feegle no había un solo
movimiento. La sonrisa nerviosa de Roba A Cualquiera le hacía parecer un
hombre de calabaza enfrentado a una gran cuchara.
—¿Toman el tabaco? —siseó Tiffany—. ¿El tabaco que los pastores
dejan para... mi abuela?
—Ach, olvidé eso —chilló Roba A Cualquiera—. Pero todos esperamos
algunos días en caso de que venga a recogerlo ella misma. Nunca puede
decirlo con una bruja, después de todo. Y cuidamos las ovejas, señorita. ¡Y
ella no nos tendrá rencor, señorita! ¡Varias noches compartió una pipa con la
kelda afuera de su casa sobre las colinas! ¡No permitiría que un buen tabaco
se pusiera todo lluvioso! ¡Por favor, señorita!
Tiffany se sentía sumamente enfadada, y lo peor era que estaba
enfadada consigo misma.
—Cuando encontramos corderos perdidos y cosas así los llevamos a
donde los pastores vienen a buscarlos —agregó Roba A Cualquiera
ansiosamente.
¿Qué pensaba yo que ocurría?, pensó Tiffany. ¿Pensaba que volvería
por un paquete de Jolly Sailor? ¿Pensaba que todavía estaba de algún modo
recorriendo las colinas, cuidando las ovejas? ¿Pensaba que ella... todavía
estaba aquí, buscando corderos perdidos?
¡Sí! Quiero que eso sea verdad. No quiero pensar que simplemente se
ha... ido. Alguien como Yaya Doliente no puede simplemente... no estar más
allí. Y quiero tanto que regrese porque no supo cómo hablarme y yo estaba
demasiado asustada para hablarle y por tanto nunca hablamos y
convertimos el silencio en algo a compartir.
No sé nada sobre ella. Sólo algunos libros, y algunas historias que trató
de contarme, y cosas que no comprendía, y recuerdo grandes y rojas manos
suaves y ese olor. Nunca supe realmente quién era. Quiero decir, debe
haber sido bella también, alguna vez. Fue Sarah Grizzel. Se casó y tuvo
niños, dos de ellos en la cabaña de pastoreo. Debe haber hecho toda clase
de cosas de las que no sé.
Y a la mente de Tiffany, como siempre, tarde o temprano, llegó la figura
de la pastora de porcelana azul y blanca, girando en rojas nieblas de
vergüenza...

El padre de Tiffany la llevó a la feria del pueblo de Yelp un día no


mucho antes de su séptimo cumpleaños, cuando la granja tenía algunos
carneros para vender. Era un viaje de diez millas, el más largo que alguna
vez hubiera hecho. Era fuera de la Creta. Todo se veía diferente. Había
muchos más campos cercados y muchas vacas y las construcciones tenían
techos de teja y no de paja. Ella consideró que éste era un viaje al
extranjero.
Yaya Doliente nunca estuvo ahí, le dijo su padre en el camino. Odiaba
dejar la Creta, dijo. Ella decía que la enfermaba.
Era un día espléndido. Tiffany se enfermó con el algodón de azúcar, una
pequeña dama anciana le dijo su fortuna —que muchos, muchos hombres
querrían casarse con ella—, y ganó la pastora, que estaba hecha de loza
pintada de blanco y azul.
Era el primer premio en el puesto de las argollas, pero el padre de
Tiffany dijo que todo era trampa, porque la base era tan gruesa que ni una
vez en un millón la argolla podría caer justo sobre ella.
Había lanzado el aro de cualquier manera, y fue una en un millón. El
puestero no había quedado muy feliz porque cayera sobre la pastora en
lugar de las baratijas del resto del puesto. La entregó cuando su padre le
habló bruscamente, sin embargo, y la abrazó todo el camino de regreso a
casa, en el carro, mientras salían las estrellas.
A la mañana siguiente se la mostró orgullosa a Yaya Doliente. La
anciana la tomó muy cuidadosamente con sus manos arrugadas y la miró
durante algún tiempo.
Tiffany estaba segura, ahora, que había sido la cosa más cruel que
podía hacer.
Yaya Doliente probablemente nunca había oído hablar de pastoras. Las
personas que cuidaban ovejas sobre la Creta eran llamadas todos pastores,
y eso era todo. Y esta hermosa criatura era tan diferente de Yaya Doliente
como nada podía serlo.
La pastora de porcelana tenía un largo vestido antiguo, con partes
acolchadas en los costados que la hacía parecer como si tuviera alforjas en
los calzones. Tenía lazos azules por todo el vestido, y en el llamativo
sombrero de paja, y en el bastón de pastor, que era mucho más curvado
que cualquier bastón que Tiffany viera alguna vez.
Había incluso lazos azules sobre el delicado pie que asomaba bajo el
dobladillo con volantes de su vestido.
No era una pastora que alguna vez hubiera calzado grandes botas
viejas rellenas con lana, y que hubiera recorrido a pie las colinas en el
aullante viento con aguanieve lanzada como clavos. Ella nunca había
tratado, con ese vestido, de liberar a un carnero que había metido sus
cuernos en una mata espinosa. No era una pastora que había permanecido
con el campeón esquilador durante siete horas, oveja tras oveja, hasta que
el aire estaba nublado con grasa y lana, y azul con palabrotas, y cuando el
campeón se rendía porque no podía maldecir a las ovejas como Yaya
Doliente. Ningún perro pastor con autor respeto jamás ‘reuniría’ ni ‘llevaría’
para una muchacha de sonrisa tonta con alforjas en sus calzones. Era una
cosa encantadora pero era una broma de una pastora, hecha por alguien
que probablemente nunca había visto una oveja de cerca.
¿Qué pensó Yaya Doliente sobre eso? Tiffany no podía adivinarlo.
Parecía feliz, porque era trabajo de las abuelas verse felices cuando los
nietos les daban cosas. La había puesto sobre su estante, y luego levantó a
Tiffany sobre sus rodillas y la llamó ‘mi pequeña vigésima’ de una manera
algo nerviosa, como cuando estaba tratando de ser abuela.
A veces, en las pocas oportunidades en que Yaya estaba en la granja,
Tiffany la veía bajar la estatua y mirarla. Pero si veía que Tiffany la
observaba, la dejaba rápidamente, y fingía que había querido tomar el libro
de las ovejas.
Quizás, pensaba Tiffany no muy feliz, la anciana la había visto como
una especie de insulto. Quizás pensaba que le estaba diciendo que una
pastora debía verse así. No debería ser una anciana con un vestido
embarrado y grandes botas, con un saco viejo alrededor de los hombros
para protegerlos de la lluvia. Una pastora debía brillar como una noche
estrellada. Tiffany no quiso hacerlo, nunca quiso hacerlo, pero quizás le
había dicho a Yaya que ella no estaba... correcta.
Y entonces unos pocos meses después Yaya murió, y en los años desde
entonces todo había salido mal. Wentworth nació, y luego desapareció el
hijo del Barón, y luego llegó ese mal invierno cuando la Sra. Snapperly
murió en la nieve.
Tiffany seguía preocupada por la estatua. No podía hablar de ella.
Todos los demás estaban ocupados, o no interesados. Todos estaban
nerviosos. Habrían dicho que preocuparse por una tonta estatua era... tonto.
Varias veces casi estrelló la pastora, pero no lo hizo porque las
personas se darían cuenta.
No le habría dado algo tan equivocado como eso a Yaya Doliente ahora,
por supuesto. Había crecido.
Recordó que la anciana sonreía curiosamente, a veces, cuando miraba
la estatua. Si tan sólo hubiera dicho algo. Pero a Yaya le gustaba el silencio.

Y ahora resultaba que se había hecho amiga de muchos hombrecillos


azules, que recorrían las colinas cuidando las ovejas, porque ella les
gustaba, también. Tiffany parpadeó.
Tenía algo de sentido. En memoria de Yaya Doliente, los hombres
dejaban el tabaco. Y en memoria de Yaya Doliente, los Nac Mac Feegle
cuidaban las ovejas. Todo funcionaba, aun sin ser mágico. Pero alejaba a
Yaya.
—¿Wullie Tonto? —dijo, mirando fijo al picto que se debatía y tratando
de no llorar.
—¿Mmff?
—¿Es cierto lo que Roba A Cualquiera me dijo?
—¡Mmff! —Las cejas de Wullie Tonto subieron y bajaron furiosamente.
—Sr. Feegle, puede quitarle la mano de su boca, por favor —dijo
Tiffany. Soltó a Wullie Tonto. Roba A Cualquiera se veía preocupado, pero
Wullie Tonto estaba aterrorizado. Se quitó la gorra y se quedó de pie
sujetándola entre las manos, como si fuera alguna clase de escudo.
—¿Es todo eso verdad, Wullie Tonto? —preguntó Tiffany.
—Oh, waily, waily...
—Sólo un simple sí o... un simple sí o no, por favor.
—¡Sí! ¡Lo es! —soltó de golpe Wullie Tonto—. Oh, waily, waily...
—Sí, gracias —dijo Tiffany, sorbiendo y tratando de quitarse las
lágrimas—. De acuerdo. Comprendo.
Los Feegle la miraron cautelosamente.
—¿Usted no está molesta por eso? —dijo Roba A Cualquiera.
—No. Todo está... bien.
Escuchó alrededor de la caverna el eco del sonido de cientos de
hombrecillos que suspiraban de alivio.
—¡Ella no me convertirá en una pismire! —dijo Wullie Tonto, sonriendo
feliz al resto de los pictos—. ¡Hey, muchachos, hablé con la bruja y ni
siquiera me miró torcido! ¡Me sonrió! —Sonrió radiante a Tiffany y continuó
—: Y usted sabe, señorita, que si sujeta la etiqueta del tabaco patas arriba
entonces parte de la gorra del marinero y su oreja se convierten en una
dama sin mmff mmff...
—Ach, allí voy otra vez, accidentalmente casi te corto el cuello —dijo
Roba A Cualquiera, su mano firme sobre la boca de Wullie.
Tiffany abrió la boca, pero se detuvo cuando sus orejas le picaron
extrañamente.
En el techo de la cueva, varios murciélagos despertaron y volaron
apresuradamente hacia afuera por el agujero del humo.
Algunos de los Feegle ajetreaban en el costado opuesto de la cámara.
Lo que Tiffany pensó que era una extraña piedra redonda estaba siendo
empujada a un lado, revelando un gran hoyo.
Ahora sus orejas chapotearon y sintió como si toda la cera estuviera
corriendo. Los Feegle formaron dos hileras, dirigidas hacia el agujero.
Tiffany tocó al sapo.
—¿Quiero saber qué es un pismire? —susurró.
—Es una hormiga —dijo el sapo.
—¿Oh? Estoy... ligeramente sorprendida. ¿Y esta especie de ruido
agudo?
—Soy un sapo. No somos buenos con las orejas. Pero probablemente
sea él que está allí.
Un Feegle salía por el agujero del que provenía, ahora que los ojos de
Tiffany se habían acostumbrados a la penumbra, una pálida luz dorada.
El pelo del recién llegado era blanco en lugar de rojo y, mientras que
era alto para un picto, era tan flaco como una rama. Sujetaba una especie
de bolsa de piel gorda, erizada con tubos.
—Vaya, he aquí una visión que calculo que no muchos humanos han
visto y vivido —dijo el sapo—. ¡Está tocando la gaita-ratón!
—¡Hace que mis orejas hormigueen! —Tiffany trató de ignorar las dos
pequeñas orejas que todavía se veían sobre la bolsa de tubos.
—Agudo, ¿eh? —dijo el sapo—. Por supuesto, los pictos oyen sonidos de
manera diferente que los humanos. Probablemente sea su poeta de batalla,
también.
—¿Quieres decir que inventa canciones heroicas sobre famosas
batallas?
—No, no. Recita poemas que asustan al enemigo. ¿Recuerdas qué
importantes son las palabras para los Nac Mac Feegle? Bien, cuando un
gonnagle bien entrenado empieza a recitar, las orejas del enemigo estallan.
[19]
Ah, parece que están listos para ti...
De hecho, Roba A Cualquiera estaba tocando cortésmente la puntera de
Tiffany.
—La kelda la verá ahora, señorita —dijo.
El gaitero había dejado de tocar y estaba de pie, respetuosamente,
junto al agujero. Tiffany sintió que cientos de pequeños ojos brillantes la
observaban.
—Linimento Especial de Ovejas —susurró el sapo.
—¿Perdona?
—Llévalo con nosotros —dijo el sapo con insistencia—. ¡Será un buen
obsequio!
Los pictos la observaron cuidadosamente cuando se agachó otra vez y
gateó a través del agujero detrás de la piedra, con el sapo bien sujeto.
Mientras se acercaba se dio cuenta de que lo que vio como una piedra era
un viejo escudo redondo, verde-azul y oxidado por el tiempo. El agujero que
cubría era efectivamente lo bastante amplio para que pasara, pero tuvo que
dejar sus piernas fuera porque era imposible meterse toda ella en la
habitación de más allá. Una razón era la cama donde yacía la kelda, aunque
era pequeña. La otra razón era que la habitación estaba principalmente llena
de oro, apilado alrededor de las paredes y derramado sobre el piso.
CAPÍTULO 7

Primera Vista Y Segundo Pensamiento

Destellante, brillante, reluciente, deslumbrante...


Tiffany pensaba mucho en las palabras, en las largas horas de batir la
mantequilla. ‘Onomatopéyica’; la había descubierto en el diccionario,
significaba una palabra que sonaba como el ruido de la cosa que estaba
describiendo, como ‘cucú’. Pero ella pensaba que debería haber una palabra
que significara ‘una palabra que suena como el ruido que una cosa haría si
esa cosa hiciera ruido aunque, en realidad, no lo hace, pero que lo haría si lo
hiciera’.
Destellar, por ejemplo. Si la luz hiciera ruido cuando se refleja en una
ventana distante, diría ‘¡Destellar!’. Y la luz del oropel, todos esos pequeños
destellos sonando juntos, harían un ruido como ‘destellardestellar’. ‘Relucir’
era un ruido limpio y suave de una superficie que tiene la intención de brillar
todo el día. Y ‘brillar’ era el sonido blando y casi grasoso de algo rico y
aceitoso.
La pequeña cueva contenía todos éstos a la vez. Había solamente una
vela, que olía a grasa de oveja, pero platos y tazas de oro brillaban,
relucían, destellaban y devolvían reflejos de la llama una y otra vez hasta
que la única pequeña llama llenaba el aire con una luz que incluso olía
costosa.
El oro rodeaba la cama de la kelda, que estaba sentada contra una pila
de almohadas. Era mucho, pero mucho más gorda que los pictos machos; se
veía como si hubiera sido hecha de pelotas redondas de una masa
ligeramente blanda, y era del color de las castañas.
Sus ojos permanecieron cerrados mientras Tiffany se deslizaba adentro,
pero se abrieron de golpe cuando dejó de avanzar. Eran los ojos más agudos
que jamás había visto, mucho más agudos incluso que los de la Srta. Tick.
—En-tonces... ¿eres la niña pequeñita de Sarah Doliente? —dijo la
kelda.
—Sí. Quiero decir, sí —dijo Tiffany. No estaba muy cómoda, echada
sobre su estómago—. ¿Y usted es la kelda?
—Sí. Quiero decir, sí —dijo la kelda, y la redonda cara se convirtió en
una masa de líneas mientras sonreía—. ¿Cuál es tu nombre, entonces?
—Tiffany, er, Kelda. —Fion había aparecido de alguna otra parte de la
cueva y estaba sentada sobre un taburete junto a la cama, observando a
Tiffany atentamente con una expresión de desaprobación.
—Un buen nombre. En nuestra lengua sería Tir-far-Thiónn, Tierra Bajo
las Olas —dijo la kelda. Sonaba a ‘Tiffan’.[20]
—No creo que nadie le dé significado al nombre...
—Ach, lo que las personas quieren hacer y lo que hacen son dos cosas
diferentes —dijo la kelda. Sus pequeños ojos brillaron—. Tu hermano
pequeñito está... seguro, niña. Podría decirte que está más seguro donde
está ahora de lo que alguna vez ha estado. Ningún infortunio mortal puede
tocarlo. La Reina no dañaría un pelo de su cabeza. Y allí está lo malvado.
Ayúdame a levantarme, niña.
Fion se puso de pie inmediatamente y ayudó a la kelda a trepar más
alto entre sus almohadones.
—¿Dónde estaba? —continuó la kelda—. Ah, el muchacho pequeñito. Sí,
podrías decir que está bien donde está, en el propio país de la Reina. Pero
me atrevo a decir que hay una madre acongojada.
—Y su padre, también —dijo Tiffany.
—¿Y su hermana pequeñita? —preguntó la kelda.
Tiffany sintió que las palabras ‘Sí, por supuesto’ trotaban
automáticamente sobre su lengua. También supo que sería muy estúpido
dejarlas ir más lejos. Los oscuros ojos de la pequeña anciana estaban viendo
directo en su cabeza.
—Sí, eres una bruja nata, muy bien —dijo la kelda, sosteniendo su
mirada—. Tienes esa pequeña parte adentro que aguanta, ¿correcto? La
parte pequeñita que observa al resto de ti. Tienes la Primera Vista y el
Segundo Pensamiento, y es un pequeño don y una gran maldición para ti.
Ves y escuchas lo que los otros no pueden, el mundo abre sus secretos para
ti, pero siempre eres como la persona que está en la fiesta con un pequeñito
trago en un rincón y no puede participar. Hay una pequeñita parte dentro de
ti que no se derretirá ni chorreará. Eres pariente de Sarah Doliente, muy
bien. Los muchachos trajeron la correcta.
Tiffany no supo qué decir así que no dijo nada. La kelda la observó, con
los ojos brillantes, hasta que Tiffany se sintió incómoda.
—¿Por qué se llevaría a mi hermano la Reina? —preguntó al final—. ¿Y
por qué está detrás de mí?
—¿Piensas que lo está?
—¡Bien, sí, en realidad! Quiero decir, Burra podría haber sido una
coincidencia, ¿pero el jinete? ¿Y los perros macabros? ¿Y llevarse a
Wentworth?
—Está inclinando su mente hacia ti —dijo la kelda—. Cuando lo hace,
algo de su mundo pasa a éste. Tal vez sólo quiere probarte.
—¿Probarme?
—Para ver qué tan buena eres. Eres la bruja ahora, la bruja que vigila
los límites y las entradas. Así era tu yaya, aunque nunca se llamaría así ella
misma. Y así fui yo hasta ahora, y te pasaré la tarea a ti. Si ella quiere esta
tierra, tendrá que pasar por ti. Tienes la Primera Vista y el Segundo
Pensamiento, exactamente como tu yaya. Eso es infrecuente en un
grandote.
—¿No quiere decir clarividencia?14 —preguntó Tiffany—. ¿Como las
personas que pueden ver fantasmas y esas cosas?
—Ach, no. Ésa es una típica idea de los grandotes. Primera Vista es
cuando puedes ver lo que realmente está ahí, no lo que dice tu cabeza que
debería estar ahí. Viste a Burra, viste al jinete, los viste como cosas reales.
Clarividencia es visión nublada, es ver sólo lo que esperas ver. La mayoría
de los grandotes la tienen. Escúchame, porque me estoy apagando ahora y
hay mucho que no sabes. ¿Piensas que éste es el único mundo? Es una
buena idea para ovejas y mortales que no abren los ojos. Porque en verdad
hay más mundos que estrellas en el cielo. ¿Comprendes? Están por todos
lados, grandes y pequeños, cerca como tu piel. Están en todas partes.
Puedes ver algunos y algunos no, pero hay puertas, Tiffan. Podrían ser una
colina o un árbol o una piedra o una curva en el camino o incluso pueden ser
un pensamiento en tu cabeza, pero están ahí, todos a tu alrededor. Tendrás
14
Second Thought y Second Sight, una expresión significa segundo pensamiento (o cambiar de opinión), mientras
que la segunda significa clarividencia. (Nota del traductor)
que aprender a verlos, porque caminas entre ellos y no lo sabes. Y algunos
de ellos... son venenosos.
La kelda miró a Tiffany por un momento y luego continuó:
—¿Preguntaste por qué la Reina se llevaría a tu niño? A la Reina le
gustan los niños. No tiene uno propio. Los adora. Le dará al niño pequeñito
todo lo que quiera, también. Sólo lo que quiera.
—¡Sólo quiere dulces! —dijo Tiffany.
—¿Eso es cierto? ¿Y tú se los dabas? —dijo la kelda, como si estuviera
mirando dentro de la mente de Tiffany—. Pero lo que él necesita es amor y
cuidados y educación y gente que le diga ‘no’ algunas veces y cosas de esa
naturaleza. Necesita que lo críen fuerte. Los recibirá de la Reina. Tendrá
dulces. Para siempre.
Tiffany deseaba que la kelda dejara de mirarla de ese modo.
—Pero veo que tiene una hermana ansiosa de tomarse cualquier trabajo
para traerlo —dijo la pequeña anciana, quitando los ojos de Tiffany—. Qué
pequeñito niño con tanta suerte, para ser tan afortunado. Tú sabes cómo ser
fuerte, ¿verdad?
—Sí, creo que sí.
—Bien. ¿Sabes ser débil? ¿Puedes inclinarte al vendaval, puedes
doblarte a la tormenta? —La kelda sonrió otra vez—. No, no necesitas
responder a eso. El pájaro pequeñito siempre tiene que lanzarse del nido
para ver si puede volar. De todos modos, tienes el toque de Sarah Doliente
en ti, y ninguna palabra, ni siquiera mía, podía cambiar su mente una vez
que ella se había decidido. No eres una mujer aún, y eso no es malo, porque
donde irás es fácil para los niños, difícil para los adultos.
—¿El mundo de la Reina? —arriesgó Tiffany, tratando de seguirle el
paso.
—Sí. Puedo sentirlo ahora, más allá de éste como una niebla, tan lejos
como el otro lado de un espejo. Me estoy debilitando, Tiffan. No puedo
defender este lugar. Así que he aquí mi trato, niña. Te guiaré hacia la Reina
y, a cambio, tomarás el poder como kelda.
Eso sorprendió a Fion tanto como a Tiffany. Su cabeza se alzó
bruscamente y su boca se abrió, pero la kelda había levantado una mano
arrugada.
—Cuando eres una kelda en algún lugar, mi niña, esperarás que las
personas haga lo que les pidas. Así que no me discutas. Ésa es mi
propuesta, Tiffan. No conseguirás una mejor.
—Pero ella no puede... —comenzó Fion.
—¿No puede? —dijo la kelda.
—¡No es un picto, Madre!
—Está un poco grande, sí —dijo la kelda—. No tengas miedo, Tiffan. No
durará mucho tiempo. Sólo necesito que te importen las cosas por un rato
pequeñito. Cuida de la tierra como hizo tu yaya, y cuida a mis muchachos.
Entonces, cuando tu niño pequeñito esté en casa, Hamish volará hasta las
montañas y hará saber que el clan de la Colina de Creta necesita una kelda.
Tenemos un buen lugar aquí, y las muchachas vendrán en bandadas. ¿Qué
me dices?
—¡Ella no conoce nuestras costumbres! —protestó Fion—. ¡Estás
demasiado cansada, Madre!
—Sí, lo estoy —dijo la kelda—. Pero una hija no puede dirigir el clan de
su madre, ya lo sabes. Eres una muchacha consciente de tus deberes, Fion,
pero es tiempo en que elijas tu guardaespaldas y te vayas a buscar un clan
propio. No puedes quedarte aquí. —La kelda miró a Tiffany otra vez—. ¿Lo
harás, Tiffan? —Levantó un pulgar del tamaño de una cabeza de fósforo y
esperó.
—¿Qué tendré que hacer? —dijo Tiffany.
—Pensar —dijo la kelda, con el pulgar todavía alzado—. Mis muchachos
son buenos muchachos, no hay ninguno más valiente. Pero piensan que sus
cabezas son más útiles como armas. Así son los muchachos para ti. Nosotros
los pictos no somos como ustedes gente grande, ya sabes. ¿Tienes muchas
hermanas? Fion no tiene ninguna aquí. Es mi única hija. Una kelda sólo
puede ser bendecida con una hija en toda su vida, pero tendrá cientos y
cientos de hijos.
—¿Son todos hijos suyos? —preguntó Tiffany, atónita.
—Oh, sí —dijo la kelda, sonriendo—. Excepto algunos de mis hermanos
que viajaron aquí conmigo cuando llegué para convertirme en kelda. Oh, no
te veas tan asombrada. Los niños son muy pequeñitos cuando nacen, como
pequeñas arvejas en una vaina. Y crecen rápido. —Suspiró—. Pero a veces
pienso que todos los cerebros se reservan para las hijas. Son buenos
muchachos, pero no son grandiosos pensadores. Tendrás que ayudarlos a
que te ayuden.
—¡Madre, no puede llevar a cabo todos los deberes de una kelda! —
protestó Fion.
—No veo por qué no, si me los explican —dijo Tiffany.
—Oh, ¿no ves por qué? —dijo Fion bruscamente—. Vaya, eso va a ser
sumamente interesante.
—Recuerdo a Sarah Doliente hablando de ti —dijo la kelda—. Dijo que
eras una pequeñita extraña, siempre observando y escuchando. Dijo que
tenías una cabeza llena de palabras que nunca decías en voz alta. Se
preguntaba en qué te convertirías. Es tiempo de averiguarlo, ¿sí?
Consciente de la mirada furiosa de Fion sobre ella, y tal vez por la
mirada furiosa de Fion sobre ella, Tiffany lamió su pulgar y lo apoyó
suavemente contra el diminuto pulgar de la kelda.
—Está hecho, entonces —dijo la kelda. De repente, se recostó y pareció
encogerse. Había más líneas en su cara ahora—. Que nunca se diga que dejé
a mis hijos sin una kelda que los cuide —masculló—. Ahora puedo irme al
Último Mundo. Tiffan es la kelda por ahora, Fion. En su casa, harás lo que
ella diga.
Fion se miró los pies. Tiffany pudo ver que estaba enfadada.
La kelda flaqueó. Hizo señas a Tiffany para que se acercara, y con voz
más débil dijo:
—Bien. Está hecho. Y ahora, mi parte del trato. Escucha. Busca... el
lugar donde el tiempo no encaja. Ése es el camino de entrada. Brillará para
ti. Tráelo de regreso para aliviar el corazón de tu pobre madre y tal vez
también tu propia cabeza...
Su voz se entrecortó, y Fion se inclinó hacia la cama rápidamente.
La kelda olfateó.
Abrió un ojo.
—No aún —murmuró a Fion—. ¿Huelo un pequeñito trago de Linimento
Especial de Ovejas sobre ti, Kelda?
Tiffany se sintió perpleja por un momento y luego dijo:
—Oh, ya. Oh. Sí. Er... aquí...
La kelda luchó por incorporarse otra vez.
—Lo mejor que alguna vez hicieron los humanos —dijo—. Sólo tomaré
un pequeñito trago grande, Fion.
—Le saca pelos en el pecho —advirtió Tiffany.
—Ach, bien, por un trago del Linimento Especial de Ovejas de Sarah
Doliente me arriesgaré a un rizo o dos —dijo la vieja kelda. Tomó de manos
de Fion una taza de cuero del tamaño de un dedal, y la alzó.
—No creo que sea bueno para ti, Madre —dijo Fion.
—En este momento, yo seré juez —dijo la kelda—. Un trago antes de
irme, por favor, Kelda Tiffan.
Tiffany inclinó la botella ligeramente. La kelda agitó la taza con
irritación.
—Tenía en mente un trago más grande, Kelda —dijo—. Una kelda tiene
un corazón generoso.
Tomó algo demasiado pequeño para ser un trago pero demasiado
grande para ser un sorbo.
—Sí, ha pasado mucho tiempo desde que probé este caldo —dijo—. Tu
yaya y yo solíamos tomar un sorbo o dos enfrente del fuego en las noches
frías...
Tiffany lo vio claramente en su cabeza, Yaya Doliente y esta pequeña
mujer gorda, sentadas alrededor de la cocina panzuda en la cabaña rodante,
mientras las ovejas pacían bajo las estrellas...
—Ah, puedes verlo —dijo la kelda—. Puedo sentir tus ojos sobre mí. Así
es como funciona la Primera Vista. —Bajó la taza—. Fion, vete a buscar a
Roba A Cualquiera y a William el gonnagle.
—El grandote está taponando el agujero —dijo Fion con mal humor.
—Me atrevo a decir que hay espacio para pasar —dijo la vieja kelda con
esa clase de voz calmada que decía que una voz tempestuosa podía seguir si
las personas no hacían lo que les decía.
Con una ardiente mirada hacia Tiffany, Fion pasó, apretadamente.
—¿Conoces a alguien que tenga abejas? —preguntó la kelda. Cuando
Tiffany asintió la pequeña anciana continuó—. Entonces sabrás por qué no
tenemos muchas hijas. No puedes tener dos reinas en una colmena sin una
gran pelea. Fion debe elegir entre ellos a los que la seguirán y buscar un
clan que necesite una kelda. Ésa es nuestra costumbre. Ella piensa que hay
otra manera, como hace la gente a veces. Ten cuidado de ella.
Tiffany sintió que algo se movía más allá de ella, y Roba A Cualquiera y
el vate entraron en la habitación. Se escuchaban más crujidos y cuchicheos
también. Una audiencia no oficial se estaba reuniendo afuera.
Cuando las cosas se calmaron un poco, la vieja kelda dijo:
—Es malo que un clan quede sin una kelda que lo cuide, ni siquiera por
una hora. Así que Tiffan será su kelda hasta que una nueva sea encontrada.
Hubo murmullos junto y detrás de Tiffany. La vieja kelda miró a William
el gonnagle.
—¿Estoy en lo correcto de que esto ha sido hecho antes? —dijo.
—Sí. Las canciones dicen que dos veces antes —dijo William. Frunció el
ceño, y añadió—: O podría decir que tres veces si incluye el tiempo cuando
la Reina era...
Fue ahogado por el grito que se alzó detrás de Tiffany:
—¡Ninguna reina! ¡Ningún rey! ¡Ningún terrateniente! ¡Ningún amo! ¡No
seremos engañados otra vez!
La vieja kelda levantó una mano.
—Tiffan es la descendiente de Yaya Doliente —dijo—. Todos saben de
ella.
—Sí, y vieron a la bruja pequeñita mirar al jinete sin cabeza en los ojos
que no tiene —dijo Roba A Cualquiera—. ¡No muchas personas pueden
hacerlo!
—Y he sido su kelda durante setenta años y mis palabras no pueden ser
negadas —dijo la vieja kelda—. Así que la elección está hecha. También les
digo que la ayudarán a robar su hermano pequeñito. Ése es el destino que
les impongo a todos en mi memoria y la de Sarah Doliente.
Se recostó en la cama, y con una voz más tranquila añadió:
—Y ahora deseo que el gonnagle toque Las Lindas Flores, y espero
verlos a todos otra vez en el Último Mundo. A Tiffan digo, sé precavida. —La
kelda respiró hondo—. En algún lugar, todas las historias son reales, todas
las canciones son verdaderas...
La vieja kelda se quedó en silencio. William el gonnagle infló la bolsa de
su gaita-ratón y sopló por uno de los tubos. Tiffany sintió en sus orejas el
burbujeo de la música demasiado aguda para ser escuchada.
Después de unos momentos, Fion se inclinó sobre la cama para mirar a
su madre, luego empezó a llorar.
Roba A Cualquiera se volvió y miró a Tiffany con los ojos bañados en
lágrimas.
—¿Puedo pedirle que salga hacia la cámara grande, Kelda? —dijo, con
calma—. Tenemos cosas que hacer, ya sabe cómo es...
Tiffany asintió y, con gran cuidado y sintiendo que los pictos se
escabullían fuera de su camino, se alejó de la habitación. Buscó un rincón
que pareciera no estar en el camino de nadie y se sentó allí, la espada
contra la pared.
Esperaba muchos ‘waily, waily, waily’, pero parecía que la muerte de la
kelda era demasiado seria para eso. Algunos Feegle lloraban, y algunos
miraban el vacío y, a medida que la noticia se extendió, el salón se llenó con
un silencio triste y sollozante...

... las colinas se habían quedado silenciosas el día en que Yaya Doliente
murió.
Alguien subía todos los días con pan fresco y leche y sobras para los
perros. No necesitaba hacerlo muy a menudo, pero Tiffany escuchó a sus
padres hablar y su padre había dicho, ‘Deberíamos mantener vigilada a Mam
ahora’.
Ese día era el turno de Tiffany, pero nunca lo pensó como una tarea. Le
gustaba el viaje.
Pero notó el silencio. Ya no era el silencio de muchos ruidos pequeños,
sino una cúpula de tranquilidad toda alrededor de cabaña.
Lo supo entonces, aun antes de entrar por la puerta abierta y encontrar
a Yaya acostada en la cama angosta.
Sintió que la frialdad se dispersaba a pesar de ella. Incluso tenía un
sonido —era como una nota musical delgada y cortante. Tenía una voz
también. Su propia voz. Estaba diciendo: Es demasiado tarde, las lágrimas
son inútiles, no hay tiempo de decir nada, hay cosas que deben ser
hechas...
Y... entonces alimentó a los perros, que esperaban su desayuno
pacientemente. Habría ayudado si hacían algo sentimental, como gimotear o
lamer la cara de Yaya, pero no. Y todavía Tiffany escuchaba la voz en su
mente: Ninguna lágrima, no llores. No llores por Yaya Doliente.
Ahora, en su cabeza, observaba a una Tiffany ligeramente más pequeña
moviéndose alrededor de la cabaña como una pequeña marioneta...
Había ordenado la cabaña. No había realmente mucho allí, además de
la cama y la cocina. Estaba el saco de la ropa y el gran barril del agua y la
caja de la comida, y eso era todo. Oh, por todo el lugar había cosas
relacionadas con las ovejas —potes y botellas y sacos y cuchillos y tijeras—
pero no había nada que dijera que aquí vivía una persona, a menos que
contara los cientos de etiquetas de Jolly Sailor, azules y amarillas, clavadas
sobre una pared.
Había tomado una de ellas —todavía estaba debajo de su colchón en
casa— y recordó la Historia.
Era muy poco habitual en Yaya Doliente decir más de una frase. Usaba
las palabras como si costaran dinero. Pero un día, cuando fue a llevarle
comida hasta la cabaña, Yaya le había contado una historia. Una especie de
historia. Abrió el tabaco, miró la envoltura, y luego a Tiffany con esa mirada
ligeramente perpleja que solía tener, y dijo: ‘Debo haber mirado mil de
estas cosas, y nunca vi su botie’. Así era cómo pronunciaba ‘bote’.
Por supuesto, Tiffany se había precipitado a echar un vistazo a esta
etiqueta, pero no pudo ver ningún bote, no más de lo que podía ver la dama
desnuda.
—Es porque el botie está justo donde no puedes verlo —dijo Yaya—.
Tiene un botie para cazar el gran pez ballena blanca en el mar de agua
salada. Siempre la está persiguiendo, todo alrededor del mundo. Se llama
Mopey.[21] Es una bestia como un gran acantilado de creta, escuché decir en
un libro.
–¿Por qué la está persiguiendo? —preguntó Tiffany.
—Para atraparla —respondió Yaya—. Pero nunca lo hará, porque el
mundo es redondo como un gran plato grande y también el mar, y por lo
tanto ellos se persiguen mutuamente, de modo que casi es como si se
persiguiera a sí mismo. Nunca quieras ir al mar, vigésima. Es donde ocurren
las peores cosas. Todos lo dicen. Tú te quedas aquí, donde las colinas están
en tus huesos.
Y eso fue todo. Fue una de las pocas veces en que Yaya Doliente le dijo
algo a Tiffany que no fuera, de alguna manera, sobre ovejas. Fue la única
vez que reconoció que había un mundo más allá de la Creta. Tiffany solía
soñar con el Jolly Sailor persiguiendo al pez ballena en su bote. Y algunas
veces el pez ballena la perseguía a ella, pero el Jolly Sailor siempre llegaba
en su poderoso bote justo a tiempo y su persecución empezaba otra vez.
A veces corría hasta el faro, y se despertaba justo cuando la puerta se
abría. Nunca había visto el mar, pero uno de los vecinos tenía una vieja
pintura sobre la pared que mostraba a muchos hombres aferrados a una
balsa en lo que parecía un inmenso lago lleno de olas. No pudo ver el faro
en absoluto.
Y Tiffany se sentó junto a la angosta cama y pensó en Yaya Doliente, y
en la pequeña niña Sarah Grizzel pintando muy cuidadosamente las flores
en el libro, y en el mundo perdiendo su centro.
Extrañaba el silencio. Lo que había ahora no era la misma clase de
silencio que había antes. El silencio de Yaya era cálido, y te tocaba dentro.
Yaya Doliente podía a veces haber tenido dificultad en recordar la diferencia
entre niños y corderos, pero en su silencio eras bienvenida y te sentías en tu
sitio. Todo lo que tenías que traer era un silencio propio.
Tiffany deseó haber tenido una oportunidad de decir lo lamento por lo
de la pastora.
Luego se fue a casa y les dijo a todos que Yaya estaba muerta. Tenía
siete años, y el mundo había terminado.

Alguien estaba tocando con cortesía su bota. Abrió los ojos y vio el
sapo. Sostenía una pequeña piedra en la boca. La escupió.
—Lamento eso —dijo—. Habría usado mis brazos pero somos una
especie muy gomosa.
—¿Qué se supone que haga? —dijo Tiffany.
—Bien, si te golpearas la cabeza contra este techo bajo obtendrías un
notable reclamo por daños —dijo el sapo—. Er... ¿dije yo eso?
—Sí, y espero que desees no haberlo hecho —dijo Tiffany—. ¿Por qué lo
dijiste?
—No lo sé, no lo sé —gimió el sapo—. Lo siento, ¿de qué estábamos
hablando?
—Quise decir, ¿qué quieren los pictos que yo haga ahora?
—Oh, creo que no funciona de ese modo —dijo el sapo—. Eres la kelda.
Tú dices lo que deben hacer.
—¿Por qué Fion no puede ser kelda? ¡Es una picto!
—No puedo ayudarte con eso —dijo el sapo.
—¿Puedo serrrle de algún serrrvicio? —dijo una voz junto a la oreja de
Tiffany.
Giró su cabeza y vio, sobre una de las galerías que corrían alrededor de
la cueva, a William el gonnagle.
Desde cerca, era notablemente diferente de los otros Feegle. Su pelo
era más prolijo, y peinado en una trenza. No tenía tantos tatuajes. También
hablaba de manera diferente, con más claridad y lentitud que los otros, y
sus eres sonaban como redoble.[22]
—Er, sí —dijo Tiffany—. ¿Por qué Fion no puede ser kelda aquí?
William cabeceó.
—Una buena prrregunta —dijo cortésmente—. Perrro, ya sabe, una
kelda no puede casarse con su herrrmano. Debe irrr a un nuevo clan y
casarse con un guerrrerrro allí.
—Bien, ¿por qué ese guerrero no podría venir aquí?
—Porrrque los Feegle de aquí no lo conocerían. No tendrían rrrespeto de
él. —William hizo que ‘respeto’ sonara como una avalancha.
—Oh. Bien... ¿qué era eso sobre la Reina? Usted iba a decir algo y ellos
lo detuvieron.
William parecía inquieto.
—No creo que pueda decirle sobre ella...
—Soy la kelda temporal —dijo Tiffany, un poco tiesa.
—Sí. Bien... había una vez cuando vivíamos en el mundo de la Reina y
la servíamos, antes de que se pusierrra tan frrría. Pero nos engañó, y nos
rrrebelamos. Fueron tiempos oscurrros. No le gustamos. Y eso es todo lo
que diré —agregó William.
Tiffany observó que los Feegle entraban y salían de la cámara de la
kelda. Algo estaba pasando ahí.
—La están enterrando en el otro lado del montículo —dijo William, sin
que le preguntara—. Con las otras keldas de este clan.
—Pensaba que serían más... ruidosos —dijo Tiffany.
—Ella era su madrrre —dijo William—. No quieren gritar. Sus corazones
están demasiado llenos para las palabrrras. A su tiempo haremos un
velatorio para que la ayude a regresar al país de la vida, y ése será uno
fuerte, puedo prometerle. Bailaremos el Reel 15 Quinientos-Doce a la melodía
de ‘El Diablo Entre Los Abogados’ [23] y comeremos y beberemos, y me atrevo
a decir que mis sobrinos tendrán dolores de cabeza del tamaño de una
oveja. —El viejo Feegle sonrió brevemente—. Pero, por ahora, cada Feegle la
recuerda en silencio. Nosotros no nos lamentamos como ustedes, sabe. Nos
lamentamos por los que tienen que quedar atrás.
—¿Era su madre también? —preguntó Tiffany en voz baja.
—No. Era mi hermana. ¿No le dijo que cuando una kelda va a un nuevo
clan lleva algunos de sus hermanos con ella? Estar solo entre desconocidos
es demasiado para que un corazón lo soporte. —El gonnagle suspiró—. Por
supuesto, a su tiempo, después de que la kelda se casa, el clan está lleno de
sus hijos y no es tan solitario para ella.
—Debe serlo para usted, sin embargo —dijo Tiffany.
—Usted es rápida, lo reconozco —dijo William—. Soy el último de los
que vinieron. Cuando esto termine pediré el permiso de la siguiente kelda
para regresar con mi propia gente en las montañas. Éste es un bueeen país
grasoso y éste es un bueeen clan que mis sobrinos tienen, pero me gustaría

15
Reel, baile tradicional escocés. (Nota del traductor)
morir en el brezo donde nací. Si usted me disculpa, Kelda.
Se alejó y se perdió en las sombras del montículo.
De repente, Tiffany quería irse a casa. Quizás era sólo la tristeza de
William, pero ahora se sentía encerrada en el montículo.
—Tengo que salir de aquí —farfulló.
—Buena idea —dijo el sapo—. Tienes que encontrar el lugar donde el
tiempo es diferente, en primer lugar.
—¿Pero cómo puedo hacerlo? —gimió Tiffany—. ¡No puedes ver el
tiempo!
Metió los brazos a través del agujero de entrada y se arrastró afuera,
hacia el aire fresco...
Había un viejo y gran reloj en la granja, y el tiempo era ajustado una
vez a la semana. Es decir, cuando su padre iba al mercado en Salto de la
Red tomaba nota de la posición de las agujas del gran reloj allí, y cuando
llegaba a casa movía las de su reloj en la misma posición. Era sólo para
aparentar, de todos modos. Todos tomaban el tiempo por sol, y el sol no
podía andar mal.
Ahora Tiffany yacía entre los viejos troncos de los arbustos espinosos,
cuyas hojas crujían constantemente en la brisa. El montículo era como una
pequeña isla en el interminable pastizal; unas prímulas e incluso algunas
dedaleras deshilachadas crecían aquí al refugio de las raíces espinosas. Su
mandil estaba junto a ella donde lo había dejado.
—Podría haberme dicho dónde mirar —dijo.
—Pero ella no sabía dónde hacerlo —dijo el sapo—. Sólo conocía las
señales para buscarlo.
Tiffany rodó con cuidado y miró el cielo entre las ramas bajas. Brillará,
había dicho la kelda...
—Creo que debo hablar con Hamish —dijo.
—Tiene razón, señorita —dijo una voz junto a su oreja. Giró la cabeza.
—¿Cuánto tiempo ha estado ahí? —preguntó.
—Todo el tiempo, señorita —dijo el picto. Otros asomaron las cabezas
detrás de los árboles y fuera de las hojas. Había al menos veinte sobre el
montículo.
—¿Han estado observándome todo el tiempo?
—Sí, señorita. Es nuestra tarea observar a nuestra kelda. Estoy aquí
arriba la mayor parte del tiempo, de todos modos, porque estoy estudiando
para convertirme en gonnagle. —El joven Feegle mostró una gaita-ratón—. Y
ellos no me permitirán tocar allá abajo teniendo en cuenta que dicen que mi
música suena a una araña tratando de tirarse pedos a través de sus orejas,
señorita.
—¿Pero qué ocurre si quiero pasar un... tener un... ir al... Qué ocurre si
digo que no quiero que ustedes me cuiden?
—Si está hablando de una llamada pequeñita de la naturaleza, señorita,
el cludgie está por allí en el hoyo de creta. Sólo nos lo dirá dónde va y nadie
irá a echarle una ojeada, tiene nuestra palabra —dijo el vigilante Feegle.
Tiffany lo miró, furiosa, mientras él sonreía con orgulloso y atento
servicio entre las prímulas. Era más joven que la mayoría, sin tantas
cicatrices ni grumos. Incluso su nariz no estaba fracturada.
—¿Cuál es tu nombre, picto? —dijo.
—No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock, señora. No hay muchos nombres Feegle, sabe, de modo que
tenemos que compartirlos.
—Bien, No-tan-grande-como-Pequeño-Jock... —empezó.
—Eso sería Mediano-Jock, señorita —dijo No-tan-grande-como-
Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock.
—Bien, No-tan-Mediano-como-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock, puedo...
—Es No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock, señorita —dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-
pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock—. Le faltó un Jock —añadió
servicial.
—¿No estaría más contento con, por decir, Henry? —dijo Tiffany,
impotente.
—Ach, no, señorita. —No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-
grande-que-Pequeñito-Jock-Jock arrugó la cara—. Hay una historia en el
nombre, sabe. Pero hubo una cantidad de valientes guerreros llamados No-
tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock.
¡Vaya, es un nombre casi tan famoso como Pequeñito Jock mismo! Y, por
supuesto, cuando Pequeñito Jock sea devuelto al Último Mundo entonces
tendré el nombre de Pequeñito Jock, que no es por decir que no me gusta el
nombre No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock, sabe. Han habido varias buenas historias de las
hazañas de No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock —agregó el picto, con aspecto tan serio que Tiffany no
tuvo el corazón para decirle que debían haber sido historias muy largas.
En cambio dijo:
—Bien, er, por favor, quiero hablar con Hamish el aviador.
—No hay problema —dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-
más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock—. Vendrá ya mismo.
Desapareció. Un momento después Tiffany escuchó —o mejor sintió con
sus orejas— la sensación burbujeante de un silbato Feegle.
Tiffany sacó de su mandil Enfermedades de las Ovejas, que se veía
ahora muy arruinado. Había una página en blanco en la parte posterior. La
cortó, sintiéndose como un criminal por hacerlo, y tomó su lápiz.

Queridos Mamá y Papá,


Cómo están, yo estoy bien. Wentworth también está bien pero tengo
que ir a buscarlo donde la Rei donde está ahora. Espero estar pronto de
regreso.
Tiffany
PS: espero que el queso esté bien.

Estaba justo pensando en eso cuando escuchó una agitación de alas por
arriba. Luego un zumbido, un momento de silencio y entonces una voz
pequeña, cansada y bastante amortiguada que decía:
—Ach, crivens.
Miró hacia el pastizal. El cuerpo de Hamish estaba cabeza abajo a unos
pies de distancia. Sus brazos, girando a toda velocidad, todavía estaban
extendidos.16
Le tomó un poco de tiempo detenerse. Le habían dicho a Tiffany que si
aterrizaba de cabeza y girando, tenía que ser destornillado en la dirección
contraria o sus orejas no saldrían.
Cuando logró enderezarse, balanceándose inestable, Tiffany dijo:
—¿Puede envolver esta carta en una piedra y dejarla caer enfrente de la
granja donde las personas la vean?
—Sí, señorita.
—Y... er... ¿duele cuando aterriza así, de cabeza?
—No, señorita, pero es terriblemente vergonzoso.
—Entonces, hay una especie de juguete que solemos hacer que podría
ayudarle —dijo Tiffany—. Hace una especie de... bolsa de aire...
—¿Bolsa de aire? —dijo el aviador, perplejo.
—Bien, ¿sabe cómo las cosas como camisas se hinchan sobre un
tendedero cuando hay viento? Bien, hace una bolsa de tela y le ata algunos
cordeles de ella y una piedra a los cordeles, y cuando la lanza hacia arriba la
bolsa se llena de aire y la piedra flota hacia abajo.
Hamish se quedó mirándola.
—¿Me comprende? —dijo Tiffany.
—Oh, sí. Sólo estaba esperando para ver si iba a decirme otra cosa —
dijo Hamish cortésmente.
—¿Cree que podría, er, pedir prestado un poco de tela fina?
—No, señorita, pero sé dónde puedo robar un poco —dijo Hamish.
Tiffany decidió no comentarlo. Dijo:
—¿Dónde estaba la Reina cuando bajó la neblina?
Hamish señaló.
—Cerca de media milla más allá, señorita.
A la distancia, Tiffany podía ver algunos montículos más, y algunas
piedras de los viejos días.
Se llamaban trilitos,[24] que sólo significaba ‘tres piedras’. Las únicas
piedras encontradas naturalmente en las lomadas eran pedernales, que
nunca eran muy grandes. Pero las piedras de los trilitos habían sido
16
Ninguna palabra podría describir cómo se ve un Feegle con falda escocesa cabeza abajo, de modo que no lo
intentarán. (Nota del autor)
arrastradas desde al menos diez millas de distancia, y estaban apiladas
como un niño apila ladrillos de juguete. Aquí y allá las grandes piedras
habían sido paradas en círculos; a veces una piedra había sido colocada
completamente sola. Les debía haber llevado mucho tiempo a muchas
personas hacer todo eso. Algunas personas decían que hacían sacrificios
humanos allá arriba. Algunos decían que eran parte de alguna vieja religión.
Algunos decían que señalaban antiguas tumbas.
Algunos decían que eran una advertencia: evite este lugar.
Tiffany no lo había hecho. Había estado ahí unas pocas veces, con sus
hermanas, como un desafío, por las dudas hubiera algún cráneo. Pero los
montículos alrededor de las piedras tenían miles de años. Todo lo que
encontrabas allí ahora eran agujeros de conejo.
—¿Alguna otra cosa, señorita? —dijo Hamish cortésmente—. ¿No?
Entonces me iré...
Levantó los brazos sobre la cabeza y empezó a correr a través del
pastizal. Tiffany saltó mientras el gallinazo pasaba rozando a unas yardas de
ella y lo recogía hacia el cielo.
—¿Cómo puede un hombre de seis pulgadas de estatura entrenar un
ave como ésa? —preguntó mientras el gallinazo daba otra vuelta para cobrar
altura.
—Ach, todo lo que necesita es una pequeñita gota de gentileza, señorita
—dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock.
—¿De veras?
—Sí, y una gran porción de crueldad —continuó No-tan-grande-como-
Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock—. Hamish los
entrena corriendo alrededor con una piel de conejo hasta que un ave salta
sobre él.
—¡Eso suena horrible! —dijo Tiffany.
—Ach, no es demasiado desagradable. Sólo los deja sin sentido con la
cabeza, y luego tiene un aceite especial que le prepara que les sopla en el
pico —continuó No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock—. Cuando despiertan, piensan que él es su mamá y
harán su voluntad.
El gallinazo ya era una mota distante.
—¡Apenas parece pasar ningún tiempo en el suelo! —dijo Tiffany.
—Oh, sí. Duerme por la noche en el nido del gallinazo, señorita. Dice
que está maravillosamente tibio. Y se pasa todo el tiempo en el aire —
agregó No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock—. Nunca es feliz a menos que tenga el viento bajo su
falda escocesa.
—¿Y a las aves no les molesta?
—Ach, no, señorita. Todas las aves y las bestias aquí arriba saben que
es buena suerte ser amigos de los Nac Mac Feegle, señorita.
—¿De veras?
—Bien, a decir verdad, señorita, más bien saben que no es de buena
suerte no ser amigos de los Nac Mac Feegle.
Tiffany miró el sol. Faltaban solamente unas horas para el atardecer.
—Debo encontrar el camino —dijo—. Mire, No-tan-pequeño-como...
— No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock, señorita —dijo el picto, pacientemente.
—Sí, sí, gracias. ¿Dónde está Roba A Cualquiera? ¿Dónde están todos,
de hecho?
El picto joven parecía un poco avergonzado.
—Abajo hay un poco de debate, señorita —dijo.
—Bien, tenemos que encontrar a mi hermano, ¿de acuerdo? Soy la
kelda en estas inmediaciones, ¿sí?
—Es un poco pequeñito más com-pli-ca-do que eso, señorita. Ellos
están, er, discutiendo su...
—¿Están discutiendo qué sobre mí?
No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock se veía como si realmente no quisiera estar de pie allí.
—Hum, están discutiendo... er... ellos...
Tiffany se rindió. El picto se estaba ruborizando. Ya que era azul en
primer lugar, se volvió de un desagradable color violeta.
—Volveré al agujero. Dele un empujón a mis botas, ¿quiere, por favor?
Se deslizó sobre la tierra seca y los Feegle se dispersaron en la cueva
mientras aterrizaba.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra una vez más vio que
las galerías estaban atestadas con pictos otra vez. Algunos estaban en
medio del lavado, y muchos habían frotado su pelo rojo con grasa, por
alguna razón. Todos la miraban como si los hubiera atrapado haciendo algo
espantoso.
—Deberíamos irnos si vamos a seguir a la Reina —dijo, bajando la
mirada a Roba A Cualquiera, que se había estado lavando la cara en una
palangana hecha de media cáscara de nuez. El agua goteaba de su barba,
que había trenzado. Ahora había tres trenzas en su largo pelo, también. Si
se volvía de repente probablemente podría matar a alguien con un latigazo.
—Ach, bien —dijo—, hay un tema pequeñito que tenemos que resolver,
Kelda. —Retorció la diminuta toalla en sus manos. Cuando lo hacía, era
porque estaba preocupado.
—¿Sí? —dijo Tiffany.
—Er... ¿no tomará una taza de té? —dijo Roba A Cualquiera, y un picto
se adelantó con una gran taza de oro que, alguna vez, debía haber sido
hecha para un rey.
Tiffany lo tomó. Estaba sedienta, después de todo. Escuchó un suspiro
de la multitud cuando sorbió el té. En realidad estaba muy bueno.
—Robamos una bolsa de té de un vendedor ambulante que se quedó
dormido abajo junto al camino alto —dijo Roba A Cualquiera—. Buena cosa,
¿eh? —Palmeó su pelo con las manos mojadas.
La taza de Tiffany se detuvo a mitad camino de sus labios. Quizás los
pictos no se daban cuenta de qué fuerte cuchicheaban, porque su oreja
estaba a nivel con una conversación.
—Ach, es un poco del lado grande, sin ofenderla.
—Sí, pero una kelda tiene que ser grande, sabes, para tener muchos
bebés pequeñitos.
—Sí, de acuerdo, una mujer grande está muy bien, pero si un
muchacho va a intentar abrazarla tendrá que dejar una marca de tiza para
señalar dónde acabó ayer.
—Y es un poco joven.
—No necesita tener bebés aún, entonces. O tal vez no demasiados a la
vez, por decir. No más de diez, tal vez.
—Crivens, muchachos, ¿de qué están hablando? Ella elegirá a Roba A
Cualquiera de todos modos. ¡Pueden ver las pobres rodillas del gran hombre
golpeando aquí!
Tiffany vivía en una granja. Cualquier pequeña creencia de que los
bebés eran traídos por cigüeñas o encontrados bajo los arbustos tienden a
solucionarse temprano si vives en una granja, especialmente cuando una
vaca está teniendo un parto difícil en medio de la noche. Y había ayudado
con las pariciones de corderos, cuando unas manos pequeñas podían ser
muy útiles en casos difíciles. Sabía todo sobre las bolsas de creta roja que
los carneros tenían atadas a sus pechos, y por qué sabías más tarde que las
ovejas con manchas rojas en la espalda iban a ser madres en primavera. Es
asombroso lo que un niño silencioso y observador puede aprender, y eso
incluye las cosas que las personas creen que no tiene edad suficiente para
saber.
Su ojo apuntó a Fion, del otro lado del salón. Estaba sonriendo de una
manera preocupante.
—¿Qué está ocurriendo, Roba A Cualquiera? —dijo, colocando las
palabras cuidadosamente.
—Ah, bien... son las reglas del clan, ya sabe —dijo el Feegle,
torpemente—. Siendo la nueva kelda y, y, bien, tenemos derecho a
preguntarle, mire, sin importar lo que sentimos, nosotros tenemos que
preguntarle... —farfulló, farfulló, y retrocedió rápidamente.
—No entendí eso completamente —dijo Tiffany.
—Nos hemos lavado bien, sabe —dijo Roba A Cualquiera—. Algunos de
los muchachos en realidad tomaron un baño en el estanque de rocío, aunque
sólo estamos en mayo, y Gran Yan se lavó bajo los brazos por primera vez,
y Wullie Tonto ha recogido un bonito ramo de flores.
Wullie Tonto hizo un paso adelante, hinchado con orgullo nervioso, y
extendió el ramo mencionado en el aire. Probablemente habían sido flores
bonitas, pero no tenía gran idea de qué era un ramo o cómo recogerlo.
Tallos, hojas y pétalos salían de su puño en todas direcciones.
—Muy bonito —dijo Tiffany, tomando otro sorbo de té.
—Bien, bien —dijo Roba A Cualquiera, secándose la frente—. Entonces
tal vez a usted le guste decirnos... —farfulló, farfulló, farfulló...
—Quieren saber con cuál de ellos va a casarse —dijo Fion en voz alta—.
Son las reglas. Usted tiene que elegir, o dejar de ser kelda. Tiene que
escoger al hombre y decir el día.
—Sí —dijo Roba A Cualquiera, sin mirar a Tiffany a los ojos.
Tiffany sujetó la taza perfectamente firme, pero sólo porque de repente
no podía mover un músculo. Estaba pensando: ¡Aaargh! ¡Esto no me está
pasando! No puedo... Él no podría... No seríamos... ni siquiera... ¡Esto es
ridículo! ¡Escapa!
Pero era consciente de cientos de caras nerviosas en las sombras. Va a
ser importante ver cómo te las arreglas con esto, dijo su Segundo
Pensamiento. Todos te están mirando. Y Fion quiere ver lo que harás.
Realmente no debería disgustarte una muchacha cuatro pies más baja que
tú, pero lo hace.
—Bien, esto es muy inesperado —dijo, forzándose a sonreír—. Un gran
honor, por supuesto.
—Sí, sí —dijo Roba A Cualquiera, mirando el piso.
—Y hay tantos de ustedes que será difícil escoger —continuó Tiffany,
todavía sonriente. Y su Segundo Pensamiento dijo: ¡Tampoco está feliz por
eso!
—Sí, eso es verdad —dijo Roba A Cualquiera.
—Sólo me gustaría tomar un poco de aire fresco mientras lo pienso —
dijo Tiffany, y no permitió que la sonrisa se apagara hasta que estuvo sobre
el montículo otra vez.
Se agachó y espió entre las hojas de prímula.
—¡Sapo! —gritó.
El sapo salió gateando y masticando algo.
—¿Hum? —dijo.
—¡Quieren casarse conmigo!
—¿Mm ffm ffmm mm?
—¿Qué estás comiendo?
El sapo tragó.
—Una babosa muy desnutrida —dijo.
—¡Dije que quieren casarse conmigo!
—¿Y?
—¿Y? Bien sólo... ¡Sólo piensa!
—Oh, correcto, sí, la cuestión de la altura —dijo el sapo—. Podría no
parecer mucho ahora, pero cuando tengas cinco pies siete pulgadas él
todavía tendrá seis pulgadas de estatura...
—¡No te rías de mí! ¡Soy la kelda!
—Bien, por supuesto, ése es el punto, verdad —dijo el sapo—. Hasta
donde sabemos, hay reglas. La nueva kelda se casa con el guerrero de su
elección, y se instala y tiene montones y montones de Feegle. Sería un
insulto terrible rechazar...
—¡No voy a casarme con un Feegle! ¡No puedo tener cientos de bebés!
¡Dime qué hacer!
—¿Yo? ¿Decirle a la kelda qué hacer? No me atrevería —dijo el sapo—.
Y no me gusta que me griten. Incluso los sapos tenemos nuestro orgullo, ya
sabes. —Se arrastró de regreso bajo las hojas.
Tiffany respiró hondo, lista para gritar, y luego cerró la boca.
La vieja kelda debe haber sabido esto, pensó. Entonces... debe haber
pensado que podría arreglarme. Son sólo las reglas, y ellos no sabían qué
hacer sobre ellas. Ninguno querría casarse con una muchacha grande como
ella, incluso si ninguno lo admitiese. Sólo eran las reglas.
Debía haber una manera de rodearlas. Tenía que haber. Pero tenía que
aceptar un marido y tenía que nombrar el día. Le habían dicho.
Miró los árboles espinosos por un momento. Hum, pensó.
Volvió a bajar por el agujero.
Los pictos esperaban nerviosos, cada cara con cicatrices y barba
observaba la suya.
—Te acepto a ti, Roba A Cualquiera —dijo.
La cara de Roba A Cualquiera se convirtió en una máscara de terror. Le
escuchó farfullar, ‘¡Aw crivens!’, con una voz diminuta.
—Pero por supuesto, es la novia quien nombra el día, ¿verdad? —dijo
Tiffany alegremente—. Todos lo saben.
—Sí —tembló Roba A Cualquiera—. Es la tradición, de acuerdo.
—Entonces lo haré. —Tiffany respiró hondo—. Al final del mundo hay
una gran montaña de roca de granito de una milla de altura —dijo—. Y todos
los años, un diminuto pájaro vuela hasta la roca y limpia su pico sobre ella.
Bien, cuando la pequeña ave haya gastado la montaña al tamaño de un
grano de arena... ¡Ése es el día que me casaré con usted, Roba A Cualquiera
Feegle!
El terror de Roba A Cualquiera se convirtió en completo pánico, pero
entonces vaciló y muy lentamente empezó a sonreír.
—Sí, buena idea —dijo despacio—. No tiene sentido apresurar estas
cosas.
—Completamente —dijo Tiffany.
—Y eso nos dará tiempo de elegir la lista de invitados y todo eso —
continuó el picto.
—Eso es correcto.
—Además está ese asunto con el vestido de novia y baldes de flores y
toda esa clase de cosas —dijo Roba A Cualquiera, más alegre a cada
segundo—. Ese tipo de cosas puede durar para siempre, sabe.
—Oh, sí —dijo Tiffany.
—¡Pero realmente acaba de decir que no! —explotó Fion—. Le llevaría
millones de años al pájaro para...
—¡Ella dijo sí! —gritó Roba A Cualquiera—. ¡Todos la escucharon,
muchachos! ¡Y nombró el día! ¡Ésa es la regla!
—No hay problema con la montaña, tampoco —dijo Wullie Tonto,
todavía sujetando las flores—. Sólo nos dicen dónde está y creo que
podríamos echarla abajo mucho más rápido que cualquier pequeñito
pájaro...
—¡Tiene que ser el pájaro! —gritó Roba A Cualquiera desesperadamente
—. ¿De acuerdo? ¡El pequeñito pájaro! ¡No hay más discusiones! ¡Cualquiera
que sienta que quiere discutir sentirá mi bota! ¡Algunos de nosotros tenemos
un muchacho pequeñito que robarle a la Reina! —Desenvainó su espada y la
agitó en el aire—. ¿Quién viene conmigo?
Eso pareció funcionar. A los Nac Mac Feegle les gustaban los objetivos
claros. Cientos de espadas y hachas de batalla, y un ramo de flores
maltratadas en el caso de Wullie Tonto, se clavaron en el aire y el grito de
guerra de los Nac Mac Feegle resonó en la cámara. El lapso que le toma a un
picto para ir de modo normal a modo loco luchador es tan diminuto no
puede ser medido en el reloj más pequeño.
Desafortunadamente, ya que los pictos eran muy individualistas, cada
uno tenía su propio grito y Tiffany sólo pudo distinguir algunos sobre el
barullo:[25]
—¡Pueden tomar nuestras vidas pero no pueden tomar nuestros
pantalones!
—¡El golpe vale seis peniques!
—¡Tú tomarás el camino alto y yo tomaré tu billetera!
—¡Solamente puede haber mil!
—¡Ach, te clavo tus trakkans!
... pero las voces gradualmente se unieron en un rugido que sacudió las
paredes:
—¡Ningún rey! ¡Ninguna reina! ¡Ningún terrateniente! ¡Ningún amo! ¡No
seremos engañados otra vez!
Se fue apagando, una nube de polvo cayó del techo, y llegó el silencio.
—¡Vámonos! —gritó Roba A Cualquiera.
Como un solo Feegle, los pictos bajaron de las galerías y cruzaron la
sala y subieron hasta el agujero. En pocos segundos la cámara estaba vacía,
a excepción del gonnagle y Fion.
—¿Adónde han ido? —dijo Tiffany.
—Ach, sólo se van —dijo Fion, encogiéndose de hombros—. Voy a
quedarme aquí a cuidar el fuego. Alguien debe actuar como una kelda
apropiada. —Miró furiosa a Tiffany.
—Espero que pronto encuentre un clan para usted misma, Fion —dijo
Tiffany, dulcemente. La picto la miró con el ceño fruncido.
—Correrán alrrrededor durante un rato, tal vez dejarán sin sentido a
algunos conejitos y se caerán algunas veces —dijo William—. Disminuirán la
velocidad cuando averigüen que todavía no saben lo que se supone deben
hacer.
—¿Siempre salen corriendo de este modo? —dijo Tiffany.
—Ach, bien, a Roba A Cualquiera no quiere demasiada charla sobre
matrimonio —dijo William, sonriendo.
—Sí, tenemos mucho en común al respecto —dijo Tiffany.
Salió por el agujero, y encontró que el sapo la esperaba.
—Escuché —dijo—. Bien hecho. Muy inteligente. Muy diplomático.
Tiffany miró a su alrededor. Faltaban unas horas para la puesta de sol,
pero las sombras ya se estaban alargando.
—Es mejor que nos vayamos —dijo, atándose su mandil—. Y tú vienes,
sapo.
—Bien, no sé mucho sobre cómo entrar... —empezó el sapo, tratando
de retroceder. Pero los sapos no pueden retroceder fácilmente, y Tiffany lo
agarró y lo puso en el bolsillo del mandil.
Se dirigió hacia los montículos y las piedras. Mi hermano nunca crecerá,
pensó mientras corría a través del pastizal. Eso fue lo que dijo la anciana.
¿Cómo trabaja eso? ¿Qué clase de lugar es donde nunca creces?
Los montículos estaban más cerca. Veía a William y a No-tan-grande-
como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock corriendo a
su lado, pero no había ninguna señal del resto de los Nac Mac Feegle.
Y entonces llegó a los montículos. Sus hermanas le habían dicho que
había más reyes muertos enterrados debajo, pero nunca la había asustado.
Nada sobre las lomadas jamás la había asustado.
Pero hacía frío aquí. Nunca antes lo había notado.
Encuentra un lugar donde el tiempo no esté bien. Bien, los montículos
eran historia. También los viejos huesos. ¿Encajaban bien aquí? Bien, sí,
pertenecían al pasado, pero habían cabalgado sobre las colinas por miles de
años. Se habían hecho viejos aquí. Eran parte del paisaje.
El sol bajo hizo que las sombras se alargaran. Era cuando la Creta
revelaba sus secretos. En algunos lugares, cuando la luz era correcta, podías
ver los bordes de viejos campos y huellas. Las sombras mostraban lo que la
brillante luz del mediodía no podía ver.
Tiffany había inventado ‘luz de mediodía’.
Ni siquiera podía ver pisadas de pezuñas. Paseó alrededor de los trilitos,
que parecían un poco inmensas entradas de piedra, pero incluso cuando las
cruzó en ambos sentidos nada ocurrió.
No era según lo planeado. Debía haber una puerta mágica. Estaba
segura.
Una sensación burbujeante en su oreja sugería que alguien estaba
tocando la gaita-ratón. Miró a su alrededor, y vio a William el gonnagle
parado sobre una piedra caída. Sus mejillas estaban hinchadas y también la
bolsa de la gaita-ratón.
Agitó una mano hacia él.
—¿Puede ver algo? —gritó.
William sacó el tubo de su boca y el burbujeo se detuvo.
—Oh, sí —dijo.
—¿El camino al país de la Reina?
—Oh, sí.
—Bien, ¿le importaría decirme?
—No necesito decirle a una kelda —dijo William—. Una kelda vería el
claro camino por ella misma.
—¡Pero podría decirme!
—Sí, y usted podría decir ‘por favor’ —dijo William—. Tengo noventa y
seis años. No soy una muñequita en su casa de muñecas. Su yaya era una
buena mujer, pero no recibiré órdenes de una chit pequeñita niña.
Tiffany miró por un momento y luego sacó el sapo del bolsillo de su
mandil.
—¿Chit? —preguntó.
—Significa algo muy pequeño —dijo el sapo—. Confía en mí.
—¡Él me está llamando pequeña a mí...!
—¡Soy mayorrr por adentro! —dijo William—. ¡Y me atrevo a decir que
su papá no sería feliz si un gran gigante de una niña pequeñita viene
pisoteando por aquí y dándole órdenes!
—¡La vieja kelda ordenaba a las personas! —dijo Tiffany.
—¡Sí! ¡Porque se ganó rrrespeto! —La voz del gonnagle parecía resonar
alrededor de las piedras.
—¡Por favor, no sé qué hacer! —gimió Tiffany.
William la miró fijo.
—Ach, bien, no lo ha hecho tan mal hasta ahora —dijo, con un mejor
tono de voz—. Ha logrado dejar a Roba A Cualquiera fuera del matrimonio
sin romper las reglas, y es una buena muchacha, le concedo eso. Encontrará
la manera si se toma el tiempo. Pero no golpee el pie ni espere que el
mundo obedezca. Todo lo que está haciendo es gritar por dulces, sabe. Use
los ojos. Use la cabeza.
Puso el tubo en su boca, hinchó sus mejillas hasta que la bolsa de piel
estuvo llena, e hizo que las orejas de Tiffany burbujearan otra vez.
—¿Y qué me dices tú, sapo? —dijo Tiffany, mirando dentro del bolsillo
del mandil.
—Estás sola, me temo —dijo el sapo—. Sea lo que sea que fui, no sabía
mucho sobre encontrar puertas invisibles. Y me molesta estar aquí contra mi
voluntad también, puedo decir.
—Pero... ¡no sé qué hacer! ¿Hay una palabra mágica que debería decir?
—No lo sé, ¿hay una palabra mágica que deberías decir? —dijo el sapo,
y se dio la vuelta.
Tiffany estaba consciente de que los Nac Mac Feegle estaban
apareciendo. Tenían el hábito realmente desagradable de ser muy
silenciosos cuando querían.
Oh, no, pensó. ¡Piensan que sé qué hacer! ¡Esto no es justo! No tengo
ningún entrenamiento para esto. ¡No he sido a la escuela de brujas! ¡Ni
siquiera puedo encontrarla! ¡La abertura debe estar en algún lugar por aquí
y debe haber un pase pero no sé cuál es!
Me están observando para ver si soy buena. Y soy buena en el queso, y
eso es todo. Pero una bruja se Enfrenta Con Las Cosas...
Colocó el sapo en su bolsillo y sintió el peso del libro Enfermedades de
las Ovejas.
Cuando lo sacó, escuchó que un suspiro se elevaba de los pictos
reunidos.
Piensan que las palabras son mágicas...
Abrió el libro al azar, y frunció el ceño.
—Cloggets —dijo en voz alta. A su alrededor, los pictos asintieron y se
codearon.[26]
—Cloggets son una tembladera de los greebs en ovejas hembras sin
crías —leyó—, que puede resultar en la inflamación de los pasks más bajos.
Si no se trata, podría resultar en la condición más seria de Sloke. El
tratamiento recomendado es una dosis diaria con trementina hasta que no
haya más temblor, o trementina, u oveja.
Se arriesgó a mirar hacia arriba. Lo Feegle la observaban desde cada
piedra y montículo. Parecían impresionados.
Sin embargo, las palabras de Enfermedades de las Ovejas no
produjeron entradas mágicas.
—Escarboso —leyó Tiffany. Hubo una ola de expectación.
—Escarboso es una condición de piel escamosa, particularmente
alrededor de los colgantes. La trementina es un remedio útil...
Y entonces vio, por el rabillo del ojo, el osito de peluche.
Era muy pequeño, y de esa clase de rojo que jamás consigues en la
naturaleza. Tiffany sabía qué era. Wentworth adoraba los ositos de dulce.
Tenían el sabor de la cola mezclada con azúcar y estaban hechos con 100 %
de Aditivos Artificiales.
—Ah —dijo en voz alta—. Mi hermano fue traído aquí, indudablemente.
Esto provocó agitación.
Caminó hacia adelante, leyendo en voz alta sobre el Goteo de las Fosas
Nasales y las Tembladeras pero manteniendo un ojo en el suelo. Y había
otro osito de dulce, verde esta vez y muy difícil de ver contra el pastizal.
De acuerdo, pensó Tiffany.
Había uno de los arcos de tres piedras un poco más allá; dos piedras
grandes con otra apoyada encima de ellas. Había caminado a través de él
antes, y nada ocurrió.
Pero nada debería ocurrir, pensó. No puedes dejar una entrada en tu
mundo que cualquiera pueda cruzar, de otro modo las personas entrarían y
saldrían por accidente. Tenías que saber que estaba ahí.
Quizás ésa era la única manera en que trabajaría.
Muy bien. Entonces creeré que ésta es la entrada.
Caminó a través, y vio un panorama asombroso: hierba verde, cielo
azul que se estaba volviendo rosado alrededor del sol poniente, algunas
pequeñas nubes blancas, y un aspecto general tibio y de color miel sobre
todo. Era asombroso que pudiera haber un panorama así. El hecho de que
Tiffany lo hubiera visto casi todos los días de su vida no lo hacía menos
fantástico. Además, ni siquiera tenías que mirar a través de ningún tipo de
arco de piedra para verlo. Podías verlo parada prácticamente en cualquier
lugar.
Excepto...
... algo estaba mal. Tiffany cruzó el arco varias veces, y todavía no
estaba muy segura. Extendió una mano a la distancia, tratando de medir la
altura del sol contra el horizonte.
Y entonces vio el ave. Era una golondrina, cazando moscas, y una
picada la ocultó detrás de las piedras.
El efecto fue... raro, y casi molesto. Pasó detrás de la piedra y sintió
que sus ojos se movían para seguir la picada... pero llegó tarde. Hubo un
momento en que la golondrina debía haber aparecido, y no lo hizo.
Entonces pasó a través de la abertura y por un momento estuvo de
ambos lados de la otra piedra al mismo tiempo.
Al verlo, Tiffany sintió que sus globos oculares se le salían y giraban.
Busca un lugar donde el tiempo no esté bien...
—El mundo visto a través de esa abertura está al menos un segundo
más tarde del tiempo aquí —dijo, tratando de sonar tan segura como le fue
posible—. Cre... Sé que ésta es la entrada.
Se escucharon algunos gritos y aplausos de los Nac Mac Feegle, y
corrieron hacia ella como una ola a través del pastizal.
—¡Eso fue grandioso, toda esa lectura que hizo! —dijo Roba A
Cualquiera—. ¡No comprendí una sola palabra!
—¡Sí, debe ser una lengua poderosa si puede distinguir dónde debe ir el
tacón! —dijo otro picto.
—Definitivamente, usted tiene madera de kelda, señorita —dijo No-tan-
grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock.
—¡Sí! —dijo Wullie Tonto—. ¡Era pisoteando el camino que usted vería
los dulces y continuaría! ¡Nosotros pensamos que no vería el verde
pequeñito, también!
El resto de los pictos dejó de aclamar y lo miraron furioso.
—¿Qué dije? ¿Qué dije? —dijo. Tiffany se sintió abatida.
—Todos ustedes sabían que ésa era la manera de entrar, ¿verdad? —
dijo.
—Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera—. Ya sabemos esa clase de cosas.
Solíamos vivir en el país de la Reina, ya sabe, pero nos rebelamos contra
sus reglas malvadas...
—Y lo hicimos, y entonces nos expulsó por estar borrachos, y robando y
peleando todo el tiempo —dijo Wullie Tonto.
—No fue de ese modo en absoluto —bramó Roba A Cualquiera.
—Y ustedes estaban esperando ver si podía encontrar el camino,
¿correcto? —dijo Tiffany, antes de que una pelea pudiera empezar.
—Sí. Lo hizo bien, muchacha.
Tiffany sacudió la cabeza.
–No, no lo hice —dijo—. No hice ninguna magia real. No sé cómo
hacerla. Sólo miré las cosas y lo descubrí. Estaba haciendo trampa,
realmente.
Los pictos se miraron unos a otros.
—Ah, bien —dijo Roba A Cualquiera—. ¿Qué es magia, eh? Sólo agitar
un palo y decir algunas palabras mágicas pequeñitas. ¿Y qué tiene de
ingenioso todo eso, eh? Pero mirar las cosas, realmente mirarlas, y luego
descubrir, bueno, ésa es una verdadera destreza.
—Sí, lo es —dijo William el gonnagle, para sorpresa de Tiffany—. Usted
usó los ojos y usó la cabeza. Es lo que hace una verdadera bruja. Lo mágico
sólo está ahí como advertencia.
—Oh —dijo Tiffany, alegrándose—. ¿De veras? Bien, entonces... ¡allí
está nuestra puerta, para todos!
—Correcto —dijo Roba A Cualquiera—. Ahora muéstrenos cómo cruzar.
Tiffany vaciló y luego pensó: puedo sentirme a mí misma pensando.
Estoy observando la manera en que estoy pensando. ¿Y qué estoy
pensando? Estoy pensando: crucé este arco antes, y nada ocurrió.
Pero no estaba mirando entonces. Tampoco estaba pensando. No
apropiadamente.
El mundo que puedo ver a través del arco no es real en realidad. Sólo
se ve como si lo fuera. Es una especie de... imagen mágica, puesta allí para
disfrazar la entrada. Y si no prestas atención, bien, sólo entras y sales, y no
te das cuenta.
Ajá...
Cruzó el arco. Nada ocurrió. Los Nac Mac Feegle la observaban
solemnemente.
De acuerdo, pensó. Todavía me estoy engañado, ¿verdad?
Se paró enfrente de las piedras, y extendió las manos a cada lado, y
cerró los ojos. Muy despacio, dio un paso adelante...
Algo crujió bajo sus botas, pero no abrió los ojos hasta que ya no pudo
sentir las piedras. Cuando los abrió...
... era un paisaje blanco y negro.
CAPÍTULO 8

País De Invierno

—Sí, tiene Primera Vista, efectivamente —dijo la voz de William detrás


de Tiffany mientras miraba el mundo de la Reina—. Está viendo lo que
realmente está allí.
La nieve se extendía bajo un cielo blanco tan sucio que Tiffany creyó
estar parada dentro de una pelota de pimpón. Sólo unos negros troncos y
ramas de árboles como garabatos, aquí y allá, le decían dónde terminaba la
tierra y comenzaba el cielo...
... y por supuesto, las pisadas de pezuñas. Se dirigían hacia un bosque
de árboles negros, cargado de nieve.
El frío se sentía como pequeñas agujas sobre toda su piel.
Bajó la mirada, y vio que los Nac Mac Feegle volcaban por la puerta,
sumergidos en la nieve hasta la cintura. Se separaron, sin hablar. Algunos
habían sacado sus espadas.
No estaban riendo y bromeando ahora. Estaban atentos.
—Correcto, entonces —dijo Roba A Cualquiera—. Bien hecho. Usted nos
espera aquí y traeremos a su hermano pequeñito, sin problemas...
—¡Yo voy también! —dijo Tiffany.
—No, la kelda no...
—¡Ésta sí! —dijo Tiffany, temblando—. ¡Quiero decir sí! Él es mi
hermano. ¿Y dónde estamos?'
Roba A Cualquiera echó un vistazo al pálido cielo. No había sol en
ningún lugar.
—Está aquí ahora —dijo—, de modo que tal vez no haya daño en que se
lo diga. Esto es lo que llama País de las Hadas.
—¿País de las Hadas? ¡No, no lo es! ¡He visto los dibujos! ¡El País de las
Hadas es... es todo árboles y flores y sol y, y cosas tintineantes! ¡Pequeños
bebés regordetes en ropa de jugar con cuernos! ¡Personas con alas! Er... ¡Y
personas raras! ¡He visto los dibujos!
—No es siempre de este modo —dijo Roba A Cualquiera, simplemente
—. Y no puede venir con nosotros porque no tiene un arma, señorita.
—¿Qué pasó con mi sartén? —dijo Tiffany.
Algo chocó contra sus tacones. Miró a su alrededor y vio a No-tan-
grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock que
sostenía la sartén triunfalmente.
—Está bien, tiene la sartén —dijo Roba A Cualquiera—, pero lo que
necesita aquí es una espada de hierro como rayo. Es como, ya sabe, el arma
oficial para invadir el País de las Hadas.
—Sé cómo aprovechar la utilidad de la sartén —dijo Tiffany—. Y yo
soy...
—¡Ingresos! —gritó Wullie Tonto.
Tiffany vio una línea de puntos negros a la distancia, y sintió que
alguien trepaba por su espalda y se paraba en la cabeza.
—Son los perros negros —anunció No-tan-grande-como-Mediano-Jock-
pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock—. Docenas de ellos, gran
hombre.
—¡Nunca correremos más que los perros! —gritó Tiffany, agarrando la
sartén.
—No necesita hacerlo —dijo Roba A Cualquiera—. Tenemos el gonnagle
esta vez. Podría gustarle meterse los dedos en las orejas, sin embargo.
William, con los ojos fijos en la manada que se acercaba, estaba
destornillando algunos de los tubos de la gaita-ratón y los ponía en una
bolsa que colgaba de su hombro.
Los perros estaban mucho más cerca ahora. Tiffany podía ver los
dientes de navaja y los ojos en llamas.
Lentamente, William sacó algunos tubos mucho más pequeños y más
cortos que tenían cierto aspecto plateado, y los atornilló en su lugar. Tenía la
mirada de alguien que no iba a apurarse.
Tiffany agarró el asa de su sartén. Los perros no estaban ladrando.
Habría sido ligeramente menos atemorizante si lo hacían.
William colocó la gaita-ratón bajo el brazo y sopló por un tubo hasta
que la bolsa se llenó.
—Tocaré —anunció, mientras los perros se acercaron tanto que Tiffany
veía la baba—, ese firrrme favorito, ‘El Rey Bajo El Agua’.
Como un solo picto, los Nac Mac Feegle dejaron caer las espadas y se
pusieron las manos sobre las orejas.
William puso la boquilla en sus labios, golpeteó el pie una o dos veces y,
mientras un perro se alistaba para lanzarse sobre Tiffany, empezó a tocar.
Muchas cosas ocurrieron más o menos a la vez. Todos los dientes de
Tiffany empezaron a zumbar. La sartén vibró en sus manos y cayó en la
nieve. El perro enfrente de ella puso los ojos bizcos y, en lugar de saltar,
cayó hacia adelante.
Los perros macabros no prestaron atención a los pictos. Aullaron. Se
dieron media vuelta. Trataron de morderse sus propias colas. Tropezaron, y
chocaron unos con otros. La línea de jadeante muerte se quebró en docenas
de animales desesperados, retorciéndose y tratando de escapar de sus
propias pieles.
La nieve se derretía en un círculo alrededor de William, cuyas mejillas
estaban rojas por el esfuerzo. El vapor subía.
Sacó el tubo de su boca. Los perros macabros, forcejeando en la nieve
medio derretida, levantaron sus cabezas. Y entonces, como un solo perro,
metieron las colas entre las piernas y se alejaron corriendo como galgos a
través de la nieve.
—Bien, ya saben que estamos aquí ahora —dijo Roba A Cualquiera,
secándose las lágrimas de sus ojos.
—¿Qué zuzedió? —preguntó Tiffany, tocándose los dientes para verificar
que todos estaban allí todavía.
—Tocó las notas de dolor —explicó Roba A Cualquiera—. Usted no las
puede escuchar porque son muy agudas, pero los perritos pueden. Les duele
en sus cabezas. Ahora es mejor que nos pongamos en movimiento antes de
que nos envíe algo más.
—¿La Reina los envió? ¡Pero son como algo de pesadilla! —dijo Tiffany.
—Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera—. De allí es donde los tomó.
Tiffany miró a William el gonnagle. Estaba tranquilamente
reemplazando los tubos. Vio que ella lo miraba, levantó los ojos, e hizo un
guiño.
—Los Nac Mac Feegle se toman la música muy seriamente —dijo. Y
entonces hizo un gesto con la cabeza hacia la nieve cerca del pie de Tiffany.
Había un osito de azúcar amarilla en la nieve, hecho 100% de Aditivos
Artificiales.
Y la nieve, todo alrededor de Tiffany, se estaba derritiendo.

Dos pictos llevaban a Tiffany fácilmente. Pasaba rozando por la nieve, el


clan corría a su lado.
Ningún sol en el cielo. Incluso en los días más nublados, generalmente
podías ver dónde estaba el sol, pero no aquí. Y había otra cosa que era
extraña, algo a lo que no podía dar un nombre totalmente. Éste no parecía
sentirse como un lugar real. No sabía por qué lo sentía, pero algo estaba mal
en el horizonte. Parecía lo bastante cerca para tocarlo, lo cual era absurdo.
Y cosas no estaban... terminadas. Como los árboles en el bosque hacia
donde se dirigían, por ejemplo. Un árbol es un árbol, pensó. De cerca o de
lejos, es un árbol. Tiene corteza y ramas y raíces. Y sabes que están ahí,
incluso si el árbol está tan lejos que es un bulto.
Los árboles aquí, sin embargo, eran diferentes. ¡Tenía un fuerte
presentimiento de que eran bultos, y estaban creando las raíces y las
ramitas y los otros detalles a medida que ella se acercaba, como si
estuvieran pensando, ‘¡Rápido, alguien viene! ¡A verse reales!’
Era como estar en una pintura donde el artista no se había preocupado
mucho por las cosas a la distancia, pero que había agregado rápidamente un
poco de realidad en cualquier lugar que estabas mirando.
El aire era frío y muerto, como el aire en los sótanos viejos.
La luz se hizo más débil cuando llegaron al bosque. Entre los árboles se
puso azul y extraña.
Ningún pájaro, pensó.
—Deténganse —dijo.
Los pictos la bajaron al suelo, pero Roba A Cualquiera dijo:
—No deberíamos quedarnos por aquí demasiado tiempo. Cabezas
arriba, muchachos.
Tiffany levantó el sapo, que parpadeó hacia la nieve.
—Oh, sopa —farfulló—. Esto no es bueno. Debería estar hibernando.
—¿Por qué todo es tan... extraño?
—No puedo ayudarte con eso —dijo el sapo—. Sólo veo nieve, sólo veo
hielo, sólo veo temperatura de muerte. Estoy escuchando a mi sapo interior.
—¡No es ese frío!
—Se siente frío... para... mí... —El sapo cerró los ojos. Tiffany suspiró, y
lo colocó en su bolsillo.
—Le diré dónde está —dijo Roba A Cualquiera, mientras sus ojos
revisaban las sombras azules—. ¿Conoce esos bichos pequeñitos que se
pegan a las ovejas y chupan hasta que están repletos de sangre y luego se
sueltan otra vez? Todo este mundo es como uno de ellos.
—¿Quiere decir como una, una garrapata? ¿Un parásito? ¿Un vampiro?
—Oh, sí. Flota alrededor hasta que encuentra un lugar débil sobre un
mundo donde nadie presta atención, y abre una puerta. Entonces la Reina
envía a su gente. Para robar, ya sabe. Atacar establos, robar ganado...
—A nosotros nos solía gustar eso de robar bestias vacas —dijo Wullie
Tonto.
—Wullie —dijo Roba A Cualquiera, apuntándole con su espada—, ¿sabes
que dije que había veces que deberías pensar antes de abrir tu gran gordo
pico?
—Sí, Roba.
—Bien, ésta fue una de las veces. —Roba se volvió y miró Tiffany algo
tímidamente—. Sí, éramos salvajes campeones ladrones para la Reina —dijo
—. Las personas ni siquiera salían a cazar por temor a los hombrecillos. Pero
nunca era suficiente para ella. Siempre quería más. Pero dijimos que no
estaba bien robar el único cerdo de una anciana, o la comida de los que no
tienen suficiente para comer. Un Feegle no se preocupa por robar una taza
dorada de un grandote rico, ya sabe, pero quitarle la... —taza en la que un
anciano pone sus dientes postizos los hacía sentir vergüenza, dijeron. Los
Nac Mac Feegle pelearían y robarían, por supuesto, pero ¿quién quería
luchar contra el débil y robar a los pobres?
Tiffany escuchaba, al final del bosque oscuro, la historia de un pequeño
mundo donde nada crecía, donde ningún sol brillaba, y donde todo tenía que
venir desde algún otro lugar. Era un mundo que tomaba, y no devolvía nada
excepto miedo. Atacaba —y las personas aprendían a quedarse en la cama
cuando escuchaban ruidos extraños por la noche, porque si alguien le daba
problemas, la Reina podía controlar sus sueños.
Tiffany no podía entender cómo lo hacía, pero de allí venían cosas como
los perros macabros y el jinete sin cabeza. Estos sueños eran... más reales.
La Reina podía tomar sueños y hacerlos más... sólidos. Podías caminar
dentro de ellos y desaparecer. Y no despertabas antes de que los monstruos
te alcanzaran...
La gente de la Reina no sólo tomaría comida. Llevarían personas,
también...
—... como gaiteros —decía William el gonnagle—. Las hadas no pueden
hacer música, ya sabe. Le robará a un hombre la música que hace.
—Y lleva niños —dijo Tiffany.
—Sí. Su hermano pequeñito no es el primero —dijo Roba A Cualquiera
—. No hay mucha diversión y risa aquí, ya sabe. Ella cree que es buena con
los niños.
—La vieja kelda dijo que no lo dañaría —dijo Tiffany—. Eso es verdad,
¿eh?
Podías leer a los Nac Mac Feegle como un libro. Y sería un libro grande
y simple con fotografías de Mancha el perro y una Gran Pelota Roja y una o
dos frases breves en cada página. Lo que pensaban aparecía ahí mismo
sobre sus caras y, ahora, todos tenían una expresión que decía: Crivens,
espero que no nos haga la pregunta que no queremos responder...
—Eso es verdad, ¿eh? —insistió.
—Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera, lentamente—. Ella no le mintió
entonces. La Reina tratará de ser amable con él, pero no sabe cómo. Es un
elfo. No son muy buenos pensando en otras personas.
—¿Qué le pasará si no lo recuperamos?
Otra vez, esa expresión de ‘no nos gusta cómo va esto’.
—Dije... —repitió Tiffany.
—Me atrevo a decir que le enviará de regreso, a su debido tiempo —dijo
William—. Y no será más viejo. Nada se pone viejo aquí. Nada crece. Nada
en absoluto.
—¿Así que estará bien?
Roba A Cualquiera hizo un ruido con la garganta. Sonó como una voz
que estaba tratando de decir ‘sí’ pero que estaba discutiendo con un cerebro
que sabía que la respuesta era ‘no’.
—Díganme lo que no me están diciendo —dijo Tiffany.
Wullie Tonto fue el primero en hablar.
—Son un montón de cosas —dijo—. Por ejemplo, el punto de fundición
del plomo es...
—El tiempo pasa más despacio cuanto más profundo entra en este lugar
—dijo Roba A Cualquiera rápidamente—. Los años pasan como días. La
Reina se cansará del muchacho pequeñito después de un par de meses, tal
vez. Un par de meses aquí, ya sabe, donde el tiempo es lento y pesado. Pero
cuando vuelva al mundo mortal, usted será una anciana, o tal vez estará
muerta. De modo que si tiene niños propios, será mejor que les diga que
estén alertas por un pegajoso niño pequeñito vagabundeando por las colinas
y llorando por dulces, porque ése será su Tío Wentworth. Tampoco será lo
peor de todo. Viva en sueños por demasiado tiempo y se volverá loca, nunca
puede despertar apropiadamente, nunca puede recuperar el ritmo con la
realidad otra vez.
Tiffany se quedó mirándolo.
—Ha ocurrido antes —dijo William.
—Lo recuperaré —dijo Tiffany clamadamente.
—No lo dudamos —dijo Roba A Cualquiera—. Y dondequiera que vaya,
iremos. ¡Los Nac Mac Feegle no temen a nada!
Una aclamación se alzó, pero a Tiffany le pareció que las sombras
azules chupaban todo el sonido.
—Sí, nada excepto abogados mmff mmff —trató de decir Wullie Tonto,
antes de que Roba lograra callarlo.
Tiffany regresó a la línea de pisadas de pezuñas, y empezó a caminar.
La nieve crujía de manera desagradable bajo sus pies.
Se alejó un poco, observando que los árboles se ponían más reales a
medida que se acercaba, y luego miró a su alrededor.
Todos los Nac Mac Feegle se movían sigilosamente junto a ella. Roba A
Cualquiera le hizo un alegre gesto con la cabeza. Y todas sus pisadas se
habían convertido en agujeros en la nieve, y la hierba se veía a través.
Los árboles empezaron a molestarla. La manera en que las cosas
cambiaban era más espantosa que cualquier monstruo. Podías golpear a un
monstruo, pero no podías golpear a un bosque. Y ella quería golpear algo.
Se detuvo y raspó un poco de nieve en la base de un árbol y, sólo por
un momento, no hubo nada más que grisura. Mientras miraba, la corteza se
extendió hasta donde estaba la nieve. Entonces sólo se quedó allí, fingiendo
haber estado ahí todo el tiempo.
Era mucho más preocupante que los perros macabros. Eran sólo
monstruos. Podían ser golpeados. Esto era... atemorizante...
Estaba teniendo segundo pensamiento otra vez. Sentía crecer el miedo,
sentía que su estómago se convertía en un todo rojo fuego, sentía que sus
codos empezaban a sudar. Pero no estaba... conectado. Se observó a sí
misma asustada, y eso quería decir que todavía tenía esa parte de sí misma,
la parte que observaba, y que no lo estaba.
El problema era que era llevada por unas piernas que sí lo estaban.
Tenía que tener mucho cuidado.
Y allí fue donde se puso mal. El miedo se apoderó de ella, de repente.
Estaba en un mundo extraño, con monstruos, seguida por cientos de
pequeños ladrones azules. Y... Perros negros. Jinetes sin cabeza. Monstruos
en el río. Ovejas que se desplazan hacia atrás a toda velocidad a través de
los campos. Voces bajo la cama...
El terror la atrapó. Pero, porque era Tiffany, corrió hacia él, levantando
la sartén. ¡Tenía que cruzar el bosque, encontrar a la Reina, tomar a su
hermano, dejar este lugar!
En algún sitio detrás de ella, unas voces empezaron a gritar...
Despertó.
No había nieve, pero estaba la palidez de la sábana y del techo de yeso
de su dormitorio. Lo miró durante un rato, entonces se inclinó hacia abajo y
espió bajo la cama.
No había nada ahí excepto el vadebajo. Cuando abrió la puerta de la
casa de muñecas, no había nada en el interior excepto los dos soldados de
juguete y el osito de peluche y la muñequita sin cabeza.
Las paredes eran sólidas. El piso crujía como siempre. Sus pantuflas
eran las mismas de siempre: viejas, cómodas y con toda la lanilla rosada
gastada.
Se paró en medio del piso y dijo, muy calmadamente
—¿Hay alguien ahí?
Unas ovejas balaron sobre la ladera distante, pero probablemente no la
habían escuchado.
La puerta se abrió con un crujido y el gato Ratbag entró. Se frotó contra
sus piernas, ronroneando como una tormenta distante, y luego se trepó a la
cama y se hizo un ovillo.
Tiffany se vistió pensativa, desafiando a la habitación a que hiciera algo
extraño.
Cuando llegó a la planta baja, el desayuno se estaba cocinando. Su
madre estaba ocupada en el fregadero.
Tiffany salió como una flecha por el lavadero hacia la lechería. Caminó
sobre manos y rodillas alrededor del piso, espiando bajo el sumidero y
detrás de las alacenas.
—Ustedes pueden salir ahora, sinceramente —dijo.
Nadie salió. Estaba sola en la habitación. A menudo había estado sola
en la habitación, y lo había disfrutado. Era casi su territorio privado. Pero
ahora, de algún modo, estaba demasiado vacío, demasiado limpio...
Cuando regresó despacio hacia la cocina su madre todavía estaba junto
al fregadero, lavando platos, pero un plato de humeante avena cocida había
sido colocado en el único lugar sobre la mesa.
—Haré más mantequilla hoy —dijo Tiffany con cautela, sentándose—.
También podría mientras sigamos teniendo toda esta leche.
Su madre asintió, y puso un plato sobre el escurridero al lado del
fregadero.
—No he hecho nada malo, ¿verdad? —dijo Tiffany.
Su madre sacudió la cabeza.
Tiffany suspiró.
—Y entonces despertó y todo era un sueño. —Era casi el peor final que
podías tener en cualquier historia. Pero le había parecido todo tan real. Podía
recordar el olor del humo en la cueva de los pictos, y la manera en que...
¿cómo se llamaba? ... oh, sí, se llamaba Roba A Cualquiera... la manera en
que Roba A Cualquiera siempre se había puesto tan nervioso cuando le
hablaba.
Era extraño, pensó, que Ratbag se hubiera frotado contra ella. Dormiría
en su cama si pudiera salir impune, pero durante el día se mantenía bien
lejos del camino de Tiffany. ¡Qué raro!
Escuchó un traqueteo cerca de la repisa de la chimenea. La pastora de
porcelana sobre el estante de Yaya se estaba moviendo de costado por
propia voluntad y, mientras Tiffany la observaba con la cuchara de avena a
medio camino de su boca, se deslizó y se hizo añicos sobre el piso.
El traqueteo continuaba. Ahora venía del horno grande. Veía en realidad
que la puerta se sacudía sobre las bisagras.
Se volvió hacia su madre, y la vio poner otro plato junto al fregadero.
Pero no lo estaba sujetando con la mano...
La puerta del horno reventó y se deslizó al otro lado del piso.
—¡No coma la avena!
Los Nac Mac Feegle se derramaron en la habitación, cientos de ellos, en
tropel a través de las baldosas.
Las paredes estaban cambiando. El piso se movía. Y ahora la cosa que
daba media vuelta en el sumidero ni siquiera era humana sino sólo... cosa,
no más humana que un hombre de galleta de jengibre, gris como masa
vieja, cambiando la forma mientras se movía pesadamente hacia Tiffany.
Los pictos pasaron en tropel en una ráfaga de nieve.
Levantó la mirada a los diminutos ojos negros de la cosa.
El grito vino desde algún lugar muy profundo. No hubo Segundo
Pensamiento, ni primer pensamiento, sólo un grito. Pareció dispersarse
mientras dejaba la boca de Tiffany hasta que se convirtió en un túnel negro
enfrente de ella, y mientras caía en él escuchó, en la conmoción detrás:
—¿A quién te piensas que estás mirando, amigo? ¡Crivens, pero vas a
recibir una buena patada!
Tiffany abrió los ojos.
Estaba acostada sobre tierra húmeda en el penumbroso bosque cubierto
de nieve. Unos pictos la observaban cuidadosamente pero vio que había
otros detrás mirando hacia fuera, a la penumbra entre los troncos de los
árboles.
Había... una cosa en los árboles. El bulto de una cosa. Era gris, y
colgaba allí como tela vieja.
Giró la cabeza y vio a William de pie a su lado, mirándola con
preocupación.
—Eso fue un sueño, ¿verdad? —dijo.
—Bien, digamos —dijo William—, lo fue, y al mismo tiempo, no lo fue...
Tiffany se sentó de repente, haciendo que los pictos saltaran hacia
atrás.
—¡Pero esa... cosa estaba allí, y luego todos ustedes salieron del horno!
—dijo—. ¡Usted estaba en mi sueño! ¿Qué es... era esa criatura?
William el gonnagle la miró como si tratara de decidirse.
—Eso era lo que llamamos un drome —dijo—. Nada aquí pertenece
realmente aquí, ¿recuerda? Todo es un reflejo de afuera, o algo raptado de
otro mundo, o tal vez algo que la Reina hizo con magia. Estaba escondido en
los árboles, y usted estaba caminando tan rápido que no lo vio. ¿Conoce las
arañas?
—¡Por supuesto!
—Bien, las arañas tejen telarañas. Los dromes tergiversan los sueños.
Es fácil en este lugar. El mundo del que usted viene es casi real. Este lugar
es casi irreal, así que es casi un sueño en todo caso. Y el drome hace un
sueño para usted, con una trampa adentro. Si come cualquier cosa en el
sueño, nunca querrá dejarlo.[27]
La miró como si esperara que Tiffany quedara impresionada.
—¿Qué hay en él para el drome? —preguntó.
—Le gusta observar los sueños. Se divierte observando cuando usted se
divierte. Y la observará comer comida de sueño, hasta que se muera de
hambre. Entonces el drome la comerá. No en ese momento, por supuesto.
Esperará hasta que se vuelva un poco deshecha, porque no tiene dientes.
—¿Entonces cómo puede alguien salir?
—La mejor manera es encontrar al drome —dijo Roba A Cualquiera—.
Estará en el sueño con usted, disfrazado. Entonces sólo le da una buena
patada.
—¿Pateándolo, quiere decir?
—Cortarle la cabeza generalmente resulta.
Ahora, pensó Tiffany, estoy impresionada. Ojalá no lo estuviera.
—¿Y éste es el País de las Hadas? —preguntó.
—Sí. Podría decir que es la parte que los turistas no ven —dijo William
—. Y lo hizo bien. Lo estaba combatiendo. Usted sabía que no estaba bien.
Tiffany recordó al gato amigable, y a la pastora que caía. Había estado
tratando de enviarse mensajes a sí misma. Debía haber escuchado.
—Gracias por venir por mí —dijo, mansamente—. ¿Cómo lo hicieron?
—Ach, generalmente podemos encontrar la manera de entrar a
cualquier lugar, incluso a un sueño —dijo William, sonriendo—. Somos
ladrones, después de todo. —Un trozo del drome cayó del árbol y quedó en
la nieve.
—¡Ninguno de ellos me atrapará otra vez! —dijo Tiffany.
—Sí. Le creo. Tiene la muerte en ojos —dijo William, con un toque de
admiración—. Si yo fuera un drome tendría bastante miedo ahora, si tuviera
un cerebro. Habrá más de ellos, se lo aseguro, y algunos son astutos. La
Reina los usa como guardianes.
—¡No seré engañada! —Tiffany recordó el horror del momento cuando
la cosa se giró pesadamente cambiando la forma. Era peor porque estaba en
su casa, su hogar. Había sentido verdadero terror mientras la gran cosa
deforme caía a través de la cocina, pero la cólera también había estado ahí.
Estaba invadiendo su hogar.
La cosa no sólo estaba tratando de matarla, la estaba insultando...
William la observaba.
—Sí, usted se ve muy feroz —dijo—. Debe amar a su hermano
pequeñito para enfrentar todos estos monstruos por él...
Y Tiffany no podía parar sus pensamientos. No lo quiero. Sé que no. Es
tan... pegajoso, y no puede seguirme, y tengo que pasar demasiado tiempo
cuidando de él, y siempre está llorando por cosas. No puedo hablar con él.
Sólo quiere todo el tiempo.
Pero su Segundo Pensamiento dijo: Él es mío. ¡Mi hogar, mi casa, mi
hermano! ¡Cómo se atreve a tocar lo que es mío!
Había sido educada para no ser egoísta. Sabía que no lo era, no en la
manera que las personas decían. Trataba de pensar en las otras personas.
Nunca tomaba la última rebanada de pan. Éste era un sentimiento diferente.
No estaba siendo valiente ni noble ni amable. Estaba haciendo esto
porque tenía que ser hecho, porque no había manera en que pudiera no
hacerlo. Ella pensó:

... en la luz de Yaya Doliente, serpenteando lentamente a través de las


lomadas, en duras noches heladas, o en tormentas como guerras violentas,
salvando corderos de la fuerte helada o carneros del precipicio. Se
congelaba y se esforzaba y patrullaba a través de la noche por unas ovejas
idiotas que nunca le agradecían y que probablemente serían tan estúpidas
mañana, y se meterían en los mismos problemas otra vez. Y lo hacía porque
no hacerlo era impensable.
Hubo una vez cuando se encontró con el vendedor ambulante y el burro
en el sendero. Era un burro pequeño y apenas podía verlo bajo el atado que
había sobre él. Y lo estaba castigando porque se había caído.
Tiffany lloró al ver eso, y Yaya la miró y luego le dijo algo a Trueno y a
Relámpago...
El vendedor ambulante se detuvo cuando escuchó los gruñidos. Los
perros pastores habían tomado posición a ambos lados del hombre, de
modo que no podía verlos al mismo tiempo. Levantó su palo como si fuera a
golpear a Relámpago, y el gruñido Trueno se escuchó más fuerte.
—Le aconsejaría que no lo haga —dijo Yaya.
No era un hombre estúpido. Los ojos de los perros eran como pelotas
de acero. Bajó su brazo.
—Ahora lance el palo —dijo Yaya. El hombre lo hizo, dejándolo caer en
el polvo como si de pronto estuviera muy caliente.
Yaya Doliente se adelantó y lo recogió. Tiffany recordaba que era una
ramita de sauce, larga y flexible.
De repente, tan rápida que su mano fue un borrón, Yaya le cruzó la
cara dos veces, dejando dos largas marcas rojas. Él empezó a moverse y
algún desesperado pensamiento debió haberlo salvado, porque ahora los
perros estaban casi frenéticos esperando la orden de saltar.
—Duele, verdad —dijo Yaya, amablemente—. Ahora, sé quién es usted,
y calculo que sabe quién soy. Usted vende ollas y cacerolas y no son malas,
según recuerdo. Pero si digo una palabra usted no hará negocios en mis
colinas. Sea dicho. Es mejor alimentar a su bestia que fustigarla. ¿Me oye?
Con los ojos cerrados y las manos temblorosas, el hombre asintió.
—Eso será suficiente —dijo Yaya Doliente, y en un instante los perros
se convirtieron, otra vez, en dos perros pastores corrientes, que vinieron y
se sentaron a su lado con las lenguas colgando.
Tiffany observó que el hombre desempacaba un poco de la carga y la
ataba a su propia espalda y luego, con gran cuidado, espoleó al burro para
que continuara el camino. Yaya lo observó alejarse mientras llenaba su pipa
con Jolly Sailor. Entonces, mientras la encendía, dijo, como si acabara de
ocurrírsele:
—Los que pueden, deben hacer por los que no. Y alguien tiene que
hablar por los que no tienen voz.

Tiffany pensó: ¿Es esto lo que significa ser una bruja? ¡No es lo que
esperaba! ¿Cuándo ocurren las partes buenas?
Se puso de pie.
—Sigamos adelante —dijo.
—¿No está cansada? —dijo Roba.
—¡Vamos a seguir adelante!
—¿Sí? Bien, probablemente se ha ido hacia su lugar más allá del
bosque. Si nosotros no la llevamos, le tomará un par de horas...
—¡Caminaré! —El recuerdo de la inmensa cara muerta del drome estaba
tratando de volver a su mente, pero la cólera no le dejaba espacio—.
¿Dónde está la sartén? ¡Gracias! ¡Vámonos!
Se puso en camino a través de los árboles extraños. Las pisadas de
pezuñas casi brillaban en la penumbra. Aquí y allá otras huellas las
cruzaban, huellas que podían haber sido patas de aves, ásperas pisadas
redondas que podían haber sido hechas por cualquier cosa, líneas
zigzaguéenles que podría hacer una serpiente, si hubiera tales cosas como
serpientes de nieve.
Los pictos corrían en línea con ella a ambos lados.
Incluso con la intensidad de la cólera apagándose, era difícil mirar las
cosas aquí sin que su cabeza empezara a dolerle. Las cosas que parecían
lejos se acercaban demasiado rápido, los árboles cambiaban de forma
cuando pasaba...
Casi irreal, había dicho William. Casi un sueño. Probablemente el mundo
no tenía suficiente realidad para que las distancias y las formas trabajaran.
Otra vez el artista mágico estaba pintando locamente. Si miraba fijo un árbol
cambiaba, y se volvía con más aspecto de árbol y menos como algo dibujado
por Wentworth con los ojos cerrados.
Éste es un mundo inventado, pensó Tiffany. Casi como una historia. Los
árboles no tienen que tener muchos detalles porque ¿quién mira los árboles
en una historia?
Se detuvo en un pequeño claro, y miró fijo un árbol. Parecía saber que
lo estaba mirado. Se puso más real. La corteza se puso áspera, y crecieron
las ramitas correctas en el extremo de las ramas.
La nieve se estaba derritiendo alrededor de sus pies, también. Aunque
‘derretir’ era la palabra equivocada. Sólo estaba desapareciendo, dejando
hojas y hierba.
Si yo fuera un mundo que no tuviera suficiente realidad para seguir,
pensó Tiffany, entonces la nieve sería muy útil. No exige mucho esfuerzo. Es
sólo una cosa blanca. Todo se ve blanco y simple. Pero puedo hacerlo
complicado. Soy más real que este lugar.
Escuchó un zumbido, y miró hacia arriba.
Y de repente el aire se estaba llenando con personas pequeñas, más
pequeñas que un Feegle, con alas como de libélulas. Tenían un brillo dorado
alrededor. Tiffany, encantada, extendió una mano...
Al mismo momento algo que se sentía como todo el clan Nac Mac
Feegle aterrizó sobre su espalda y la lanzó hacia un ventisquero.
Cuando logró salir, el claro era un campo de batalla. Los pictos saltaban
y golpeaban a las criaturas voladoras que zumbando a su alrededor como
avispas. Mientras miraba dos de ellas se zambulleron hacia Roba A
Cualquiera y lo levantaron del pelo.
Se alzó en el aire, gritando y luchando. Tiffany saltó y lo agarró por la
cintura, azotando a las criaturas con la otra mano. Soltaron al picto y la
esquivaron con facilidad, volando por el aire tan rápidas como colibríes. Una
de ellas le mordió el dedo antes de alejarse.
En algún lugar una voz decía:
—Ooooooooooooo-eeerrrrrr...
Roba forcejeaba en la mano de Tiffany.
—¡Rápido, bájeme! —gritó—. ¡Habrá poesía!
CAPÍTULO 9

Niños Perdidos

El gemido rodó alrededor del claro, tan triste como un mes de lunes.
—... rrrrrraaaaaaaaaaaoooooooo...
Sonaba como algún animal con un dolor terrible. Pero era, a decir
verdad, No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-
Pequeñito-Jock-Jock, que estaba parado sobre un ventisquero con una mano
apretada contra su corazón y la otra extendida, muy teatralmente.
Blanqueaba los ojos, también.
—... oooooooooooooooooooooo...
—Ach, es algo terrible que le suceda la musa —dijo Roba A Cualquiera,
poniéndose las manos sobre las orejas.
—... oooooiiiiiit es con grrran lamentación y consternación preocupante
—gimió el picto—, que considerrramos la triste posibilidad del País de las
Hadas en considerrrable decadencia...[28]
En el aire, las criaturas voladoras dejaron de atacar y empezaron a
entrar en pánico. Algunas chocaban contra otras.
—Con tan grande cantidad de terrribles incidentes que ocurrren todos
los días —recitaba No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-
que-Pequeñito-Jock-Jock—. Incluyendo, siento mucho decir, un ataque aéreo
por las de otra manera muy atractivas y fantásticas...
Las criaturas voladoras chillaron. Algunas se estrellaron en la nieve,
pero las que todavía eran capaces de volar se alejaron en enjambre entre
los árboles.
—¡Presenciado por todos nosotros en este momento, y celebrado en
esta rima precipitada! —les gritó No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-
más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock.
Y todas se habían ido.
Unos Feegle se levantaban del suelo. Algunos sangraban donde las
hadas los habían mordido. Varios estaban tendidos, acurrucados y gimiendo.
Tiffany miró su propio dedo. El mordisco del hada había dejado dos
diminutos agujeros.
—No es demasiado malo —gritó desde abajo Roba A Cualquiera—. No
se ha llevado a nadie, sólo algunos casos donde los muchachos no se
pusieron las manos sobre las orejas a tiempo.
—¿Están bien?
—Oh, estarán bien con algo de consuelo.
Sobre el montículo de nieve, William palmeaba el hombro de No-tan-
grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock de
una manera amigable.
—Eso, muchacho —dijo orgullosamente—, fue un poco de la peor poesía
que he escuchado en mucho tiempo. Era ofensiva para la oreja y una
torrrtura para el alma. El último par de líneas necesita de algún trabajo pero
tienes el quejido muy bueno. En general, ¡un esfuerzo muy loable! ¡Haremos
un gonnagle de ti todavía!
No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-
Jock-Jock se ruborizó con felicidad.
En el País de las Hadas las palabras realmente tienen poder, pensó
Tiffany. Y soy más real. Lo recordaré.
Los pictos se reunieron en orden de batalla otra vez, aunque estaba
muy desordenado, y se pusieron en camino. Tiffany no se adelantó
demasiado esta vez.
—Ésas eran sus pequeñas personas con alas —dijo Roba, mientras
Tiffany se chupaba el dedo—. ¿Está más feliz ahora?
—¿Por qué estaban tratando de llevarlo?
—Ach, ellas llevan a sus víctimas a su nido, donde las más jóvenes...
—¡Deténgase! —dijo Tiffany—. Esto va a ser horrible, ¿verdad?
—Oh, sí. Horripilante —dijo Roba, sonriendo.
—¿Y ustedes solían vivir aquí?
—Ah, pero no era tan malo entonces. No era perfecto, de todas formas,
pero la Reina no era tan fría en esos días. El Rey todavía estaba por aquí.
Ella estaba siempre feliz entonces.
—¿Qué ocurrió? ¿Se murió el Rey?
—No. Tuvieron palabras, si entiende lo que quiero decir —dijo Roba.
—Oh, quiere decir como una discusión...
—Un poco, tal vez —dijo Roba—. Pero eran palabras mágicas. Bosques
destruidos, montañas explotando, algunos centenares de muertes, esa clase
de cosas. Y se marchó a su propio mundo. El País de las Hadas nunca fue un
picnic, ya sabe, ni siquiera antiguamente. Pero estaba bien si te mantenías
alerta, y había flores y aves y verano. Ahora hay dromes y sabuesos y hadas
que pican y unas cosas que se arrastran dentro de sus propios mundos, y
todo el lugar ha bajado a la tristeza.
Cosas tomadas de sus propios mundos, pensó Tiffany, mientras
caminaba a través de la nieve. Mundos todos apiñados como arvejas en un
saco, o escondidos dentro de otros como burbujas dentro de otras burbujas.
Tenía una imagen en la cabeza de cosas que se deslizaban fuera de su
propio mundo y hacia otro, como los ratones invaden la despensa. Sólo que
había peores cosas que ratones.
¿Qué haría un drome si se metía en nuestro mundo? Nunca sabrías que
estaba ahí. Se sentaría en un rincón y nunca lo verías, porque no lo
permitiría. Y cambiaría tu manera de ver el mundo, te daría pesadillas, te
haría desear morir...
Su Segundo Pensamiento añadió: ¿Me pregunto cuántos tenemos
dentro y no lo sabemos?
Y estoy en el País de las Hadas, donde los sueños pueden hacer daño.
En algún lugar donde todas las historias son reales, todas las canciones
verdaderas. Pensé que la kelda había dicho algo extraño...
El Segundo Pensamiento de Tiffany dijo: Espera, ¿fue ése un Primer
Pensamiento?
Y Tiffany pensó: No, ése fue un Tercer Pensamiento. Estoy pensando
sobre cómo pienso sobre lo que estoy pensando. Por lo menos, eso creo.
Su Segundo Pensamiento dijo: Por favor, nos calmemos todos, porque
ésta es una cabeza bastante pequeña.

El bosque continuaba. O quizás era un pequeño bosque que se movía,


de alguna manera, alrededor de ellos mientras caminaban. Después de todo,
éste era el País de las Hadas. No podías confiar en él.
Y la nieve todavía desaparecía donde Tiffany pisaba, y solamente tenía
que mirar un árbol para que despertara e hiciera un esfuerzo por parecer un
árbol real.
La Reina es... bien, una reina, pensó Tiffany. Tiene un mundo propio.
Podría hacer cualquier cosa con él. Y todo lo que hace es robar cosas,
desordenar las vidas de las personas...
Escuchó ruidos sordos de pisadas de pezuñas en la distancia.
¡Es ella! ¿Qué haré? ¿Qué diré?
Los Nac Mac Feegle saltaron detrás de los árboles.
—¡Salga del sendero! —siseó Roba A Cualquiera.
—¡Todavía podría tenerlo! —dijo Tiffany, agarrando el asa de la sartén
nerviosamente y mirando las sombras azules entre los árboles.
—¿Entonces? ¡Ya encontraremos cómo robarlo! ¡Es la Reina! ¡No puede
derrotar a la Reina cara a cara!
Las pisadas sonaban más fuerte, y ahora era como si fueran de más de
un animal.
Un ciervo apareció entre los árboles; el vapor subía de su cuerpo. Miró
a Tiffany con furiosos ojos rojos y entonces se recogió y saltó sobre ella.
Sintió cómo apestaba mientras se agachaba y sintió su sudor sobre el cuello.
Era un animal real. No podrías imaginar un hedor así.
Y entonces llegaron los perros...
Le dio al primero con el borde de la sartén, dejándolo pasmado. El otro
se giró para lanzarle una dentellada, entonces bajó la vista con asombro
mientras unos pictos surgían de la nieve bajo cada garra. Es difícil morder a
cualquiera cuando las cuatro patas se están moviendo en diferentes
direcciones, y cuando otros pictos aterrizaron sobre su cabeza entonces
morder algo se volvió... imposible. Los Nac Mac Feegle odiaban a los perros
macabros.
Tiffany vio un caballo blanco. Era real también, hasta donde ella podía
distinguir. Y había un niño sobre él.[29]
—¿Quién eres tú? —dijo. Sonó como ‘¿Qué clase de cosa eres?’
—¿Quién es usted? —dijo Tiffany, quitándose el pelo de los ojos. Fue lo
mejor que pudo hacer en ese momento.
—Éste es mi bosque —dijo el niño—. ¡Te ordeno hacer lo que yo digo! [30]
Tiffany lo observó. La triste luz gastada del País de las Hadas no era
muy buena, pero cuanto más miraba, más segura estaba.
—Su nombre es Roland, ¿verdad? —dijo.[31]
—¡No me hablarás de ese modo!
—Sí, lo es. ¡Usted es el hijo del Barón!
—¡Exijo que dejes de hablar! —Ahora, la expresión del niño era extraña,
más arrugada y rosada, como si estuviera tratando de no llorar. Levantó la
mano con un látigo...
Se escuchó un ‘zuap’ muy apagado. Tiffany echó un vistazo hacia abajo.
Los Nac Mac Feegle había formado una pila bajo el estómago del caballo y
uno de ellos, trepado sobre los hombros, acababa de cortar la cincha de la
montura.
Tiffany levantó una mano rápidamente.
—¡Permanezca quieto! —gritó, tratando de sonar autoritaria—. ¡Si se
mueve se caerá de su caballo!
—¿Es eso un hechizo? ¿Eres una bruja? —El niño dejó caer el látigo y
sacó una larga daga de su cinturón—. ¡Muerte a las brujas!
Espoleó al caballo hacia adelante con una sacudida y luego sucedió uno
de esos largos momentos, un momento cuando todo el universo dice ‘uh-oh’,
y con la daga todavía en la mano, el niño giró alrededor del caballo y
aterrizó en la nieve.
Tiffany sabía qué ocurriría después. La voz de Roba A Cualquiera resonó
entre los árboles:
—¡Ahora está en problemas, amigo! ¡Atrápenlo!
—¡No! —gritó Tiffany—. ¡Aléjense de él!
El niño retrocedió gateando, mirando a Tiffany con horror.
—Lo conozco —dijo—. Su nombre es Roland. Usted es el hijo del Barón.
Dijeron que había muerto en el bosque...
—¡No deberías hablar de eso!
—¿Por qué no?
—¡Ocurren cosas malas!
—Ya están ocurriendo —dijo Tiffany—. Mire, estoy aquí para rescatar a
mi...
Pero el niño se había puesto de pie y se alejaba corriendo por el
bosque. Se volvió y gritó:
—¡Aléjense de mí!
Tiffany corrió detrás de él, saltando por encima de los troncos cubiertos
de nieve, y lo vio adelante, escabulléndose de árbol a árbol. Entonces él hizo
una pausa, y miró atrás.
Ella se acercó diciendo:
—Sé cómo sacarlo de aquí...
... y bailó.
Sostenía la mano de un loro, o por lo menos de alguien con la cabeza
de un loro.
Sus pies se movieron bajo ella, perfectamente. La hicieron girar sobre
sí, y esta vez su mano fue tomada por un pavo real, o por lo menos por
alguien con la cabeza de un pavo real. Echó un vistazo por encima de su
hombro y vio que ahora estaba en una habitación, no, en un salón de baile
lleno de personas con máscaras, bailando.[32]
Ah, pensó. Otro sueño. Debería haber mirado dónde iba...
La música era extraña. Tenía una especie de ritmo, pero sonaba
amortiguada y rara, como si la estuvieran tocando hacia atrás, bajo el agua,
unos músicos que nunca antes habían visto sus instrumentos.
Y deseaba que los bailarines tuvieran máscaras. Se dio cuenta de que
estaba mirando a través de los ojos de uno, y se preguntó qué era. Ella
también llevaba un vestido largo, que relucía.
De acuerdo, pensó cuidadosamente. Había un drome ahí, y no paré
para mirar. Y ahora estoy en un sueño. Pero no es el mío. Debe utilizar lo
que encuentra en mi cabeza, y nunca he estado en algo así...
—¿Fua uaa fuaj uaa uja? —dijo el pavo real. La voz era como la música.
Sonaba casi como una voz, pero no lo era.
—Oh, sí —dijo Tiffany—. Muy bien.
—¿Fuaa?
—Oh. Er... ¿guf fauf fuaff?
Esto parecía resultar. El bailarín con cabeza de pavo real hizo una
pequeña reverencia, dijo:
—Mua uaf uaf —tristemente, y se alejó.
En algún sitio aquí está el drome, se dijo Tiffany a sí misma. Y debe ser
uno muy bueno. Éste es un gran sueño.
Sin embargo, las cosas pequeñas estaban equivocadas. Había cientos
de personas en la habitación, pero las que estaban a la distancia, aunque se
movían de una manera natural, parecían lo mismo que los árboles —bultos y
volutas de color. Tenías que mirar mucho para notarlo, sin embargo.
Primera Vista, pensó Tiffany.
Unas personas con trajes brillantes y con aún más máscaras pasaban
caminando, brazo con brazo, junto a ella, como si sólo fuera otra invitada.
Los que no se estaban uniendo al nuevo baile iban hacia las largas mesas en
un costado del salón, con pilas de comida.
Tiffany sólo había visto comida así en dibujos. Las personas no pasaban
hambre en la granja, pero incluso cuando la comida era abundante, en la
Vigilia del Puerco o después de la cosecha, nunca se veía así. La comida de
la granja era principalmente de tono blanco o marrón. Nunca rosa y azul, y
nunca temblaba.
Había cosas sobre palos, y cosas que centellaban y brillaban en tazones.
Nada era simple. Todo tenía nata encima, o rulos de chocolate, o miles de
pequeñas pelotas coloridas. Todo giraba o brillaba o estaba añadido o
mezclado. Esto no era comida; era algo en que la comida se convertía si
había sido buena y se había ido al cielo de la comida.
No era para comer, era para mostrar. Estaba apilada contra montones
de plantas y enormes arreglos florales. Aquí y allá unas inmensas tallas
transparentes eran hitos en este paisaje de comida. Tiffany extendió la
mano y tocó un brillante gallo. Era hielo, húmedo bajo las puntas de sus
dedos. Había otros, también... Un alegre hombre gordo, un tazón de frutas
todas talladas en hielo, un cisne...
Tiffany estuvo, por un momento, tentada. Parecía haber pasado mucho
tiempo desde que comiera algo. Pero la comida era demasiado obviamente
no comida en absoluto. Era cebo. Se suponía que decía: Hola, pequeña niña.
Cómeme.
Estoy tomándole la mano a esto, pensó Tiffany. Buen trabajo que la
criatura no pensara en queso...
... y había queso. De repente, el queso siempre había estado ahí.
Había visto dibujos de muchos quesos diferentes en el Almanack. Era
buena con el queso y siempre se había preguntado a qué sabían los otros.
Eran quesos distantes con nombres que sonaban extraños, quesos como
Treble Wibbley, Waney Tastey, Old Argg, Red Runny y el legendario Lancre
Azul, que tenía que ser clavado a la mesa para evitar que atacara a los otros
quesos.
Sólo una probada no haría daño, seguramente. No era lo mismo que
comer, ¿verdad? Después de todo, estaba en control, ¿verdad? No se había
dejado engañar por el sueño, ¿verdad? Así que no podía tener ningún efecto,
¿verdad?
Y... bien, el queso no era apenas una tentación para nadie...
De acuerdo, el drome debe haber puesto el queso tan pronto como
pensó en él, pero...
Ya estaba sujetando el cuchillo del queso. No recordaba haberlo
recogido.
Una gota de agua fría aterrizó en su mano. Le hizo levantar la mirada
hacia la brillante escultura de hielo más cercana.
Ahora era una pastora, con un vestido con alforjas y una gran cofia.
Tiffany estaba segura de que era un cisne cuando lo miró antes.
La cólera volvió. ¡Casi había sido engañada! Miró el cuchillo del queso.
—Que sea una espada —dijo. Después de todo, el drome estaba
haciendo su sueño, pero ella estaba soñando. Era real. Parte de ella no
estaba dormida.
Escuchó un sonido metálico.
—Corrección —dijo Tiffany—. Que sea una espada que no sea tan
pesada. —Y esta vez consiguió algo que realmente pudo sujetar.
Se escuchó un crujido entre las plantas y asomó una cara de pelo rojo.
—Psst —susurró—. ¡No coma los canapés!
—¡Llega un poco tarde!
—Ach, bien, es un viejo drome astuto con quien nos enfrentamos aquí
—dijo Roba A Cualquiera—. El sueño no nos dejaba entrar a menos que
estuviéramos vestidos apropiadamente...
Salió, con aspecto muy avergonzado, llevando un traje negro con
corbata de moño. Se escucharon más crujidos y otros pictos se abrieron
camino entre las plantas. Parecían pequeños pingüinos pelirrojos.
—¿Vestidos apropiadamente? —repitió Tiffany.
—Sí —dijo Wullie Tonto, que tenía un trozo de lechuga sobre la cabeza
—. Y estos pantalones son un poco picantes por la parte de abajo, no me
molesta decirle.
—¿Ha descubierto a la criatura? —dijo Roba A Cualquiera.
—¡No! ¡Está tan lleno de gente!
—Le ayudaremos a mirar —dijo Roba A Cualquiera—. La cosa no puede
esconderse si usted está cerca. ¡Tenga cuidado, tenga cuidado! ¡Si piensa
que va a azotarla, no le diré lo que intentará! Dispersarse, muchachos, y
finjan que están disfrutando la cailey.[33]
—¿Qué? ¿Quieres decir emborracharnos, y pelear, y todo eso? —dijo
Wullie Tonto.
—Crivens, no lo creería —dijo Roba A Cualquiera, blanqueando los ojos
—. ¡No, tú finge! Ésta es una fiesta refinada, ¿sabes? ¡Eso quiere decir que
haces charla y te mezclas!
—¡Ach, soy un famoso mezclador! ¡Ni siquiera sabrán que estamos
aquí! —dijo Wullie Tonto—. ¡Vámonos!
Incluso en un sueño, incluso en un baile refinado, los Nac Mac Feegle
sabían cómo comportarse. Te abalanzabas locamente, y gritabas...
educadamente.
—¡Estupendo clima para esta época del año, verdad, scunner
pequeñito!
—Hey, muchacho, ¿no tienes unas papas fritas para todos estos viejos
amigos?
—¡La banda está tocando divinamente, eso pienso!
—Fríe muy bien mi caviar, ¿quieres?
Algo estaba mal con la multitud. Nadie entraba en pánico ni trataba de
escapar, que era indudablemente la respuesta correcta ante una invasión de
los Feegle.
Tiffany se puso en camino otra vez a través de la multitud. Las
personas enmascaradas tampoco le prestaron atención. Y eso era porque
eran personas de fondo, pensó, exactamente como los árboles de fondo.
Caminó por la habitación hasta un par de puertas dobles, y las abrió.
No había nada más que negrura más allá de ellas.
Entonces... la única manera de salir era encontrar al drome. En
realidad, no había esperado otra cosa. Podía estar en cualquier lugar. Podía
estar detrás de una máscara, podía ser una mesa. Podía ser cualquier cosa.
Tiffany miró hacia la multitud. Y entonces vio a Roland.
Estaba sentado solo en una mesa. Estaba llena con comida, y tenía una
cuchara en la mano.
Corrió hacia él y lo tiró al piso.
—¿No tiene ningún sentido en absoluto? —dijo, ayudándole a levantarse
—. ¿Quiere quedarse aquí para siempre?
Y entonces sintió el movimiento detrás. Más tarde, estaba segura de no
haber escuchado nada. Sólo lo supo. Era un sueño, después de todo.
Echó un vistazo a su alrededor, y allí estaba el drome, casi escondido
detrás de un pilar.
Roland sólo la miraba fijamente.
—¿Está usted bien? —dijo Tiffany desesperadamente, tratando de
sacudirlo—. ¿Ha comido algo?
—Fua fua faff —murmuró el niño.
Tiffany se volvió hacia el drome otra vez. Se estaba moviendo hacia
ella, pero muy despacio, tratando de permanecer en las sombras. Parecía un
pequeño muñeco hecho con nieve sucia.
La música estaba sonando más fuerte. Las velas brillaban más. En la
inmensa pista de baile, las parejas con cabezas de animales giraban más y
más rápido. Y el piso temblaba. El sueño estaba en problemas.
Los Nac Mac Feegle corrían hacia ella desde cada parte del piso,
tratando de ser escuchados por encima del estrépito.
El drome se tambaleaba hacia ella, con los regordetes dedos blancos
agarrando el aire.
—Primera Vista —susurró Tiffany.
Cortó la cabeza de Roland.[34]

La nieve del claro se había derretido toda, y los árboles parecían reales
y con apropiado aspecto de árboles.
Enfrente de Tiffany, el drome cayó hacia atrás. Ella sujetaba la vieja
sartén en la mano, pero había cortado perfectamente. Cosas raras, los
sueños.
Se volvió hacia Roland, que la miraba con una cara tan pálida que
podría haber sido también un drome.
—Estaba asustado —dijo—. Quería que yo lo atacara a usted y no a él.
Trató de verse como usted y lo hizo parecer un drome. Pero no sabía hablar.
Usted sí sabe.
—¡Podrías haberme matado! —dijo roncamente.
—No —dijo Tiffany—. Le acabo de explicar. Por favor, no escape. ¿Ha
visto a un niño pequeño por aquí?
La cara de Roland se arrugó.
—¿Qué? —dijo.
—La Reina se lo llevó —dijo Tiffany—. Voy a buscarlo para llevarlo a
casa. Lo llevaré a usted también, si quiere.
—Nunca saldrás —susurró Roland.
—Entré, ¿verdad?
—Entrar es fácil. ¡Nadie sale!
—Encontraré una manera —dijo Tiffany, tratando de sonar mucho más
confiada que lo que se sentía.
—¡Ella no te lo permitirá! —Roland empezó a retroceder otra vez.
—Por favor, no sea tan... tan estúpido —dijo Tiffany—. Voy a encontrar
a la Reina y llevar a mi hermano de regreso, sin importar lo que usted diga.
¿Comprende? He llegado hasta aquí. Y tengo ayuda, ya sabe.
—¿Dónde? —dijo Roland.
Tiffany miró a su alrededor. No había ninguna señal de los Nac Mac
Feegle.
—Siempre aparecen —dijo—. Justo cuando los necesito.
De repente, se dio cuenta de que había algo muy... vacío en el bosque.
Parecía más frío también.
—Estarán aquí en cualquier momento —añadió, con esperanza.
—Quedaron atrapados en el sueño —dijo Roland rotundamente.
—No puede ser. ¡Maté al drome!
—Es más complicado que eso —dijo el niño—. No sabes cómo es aquí.
Hay sueños dentro de sueños. Hay... otras cosas que viven dentro de los
sueños, cosas horribles. Nunca sabes si realmente has despertado. Y la
Reina los controla a todos. Son personas hadas, de todos modos. No puedes
confiar en ellas. No puedes confiar en nadie. Yo no confío en ti.
Probablemente sólo seas otro sueño.
Le dio la espalda y se alejó, siguiendo la línea de pisadas de pezuñas.
Tiffany vaciló. La única otra persona real se estaba yendo, dejándola
aquí con nada más que los árboles, y las sombras.
Y, por supuesto, cualquier cosa horrible que corría hacia ella a través de
ellos...
—Er... —dijo—. ¿Hola? ¿Roba A Cualquiera? ¿William? ¿Wullie Tonto?
No hubo respuesta. Ni siquiera había un eco. Estaba sola, aparte de los
latidos de su corazón.
Bien, por supuesto que había luchado contra cosas y ganado, ¿verdad?
Pero los Nac Mac Feegle habían estado ahí y, de algún modo, lo habían
hecho fácil. Nunca se rendían, atacarían absolutamente cualquier cosa y no
conocían el significado de la palabra ‘miedo’.
Tiffany, que había recorrido gran parte del diccionario, tuvo un Segundo
Pensamiento allí. Sólo una entre miles de palabras —de la que los pictos
probablemente no conocieran el significado— era ‘lágrima’. Por desgracia,
ella sí sabía qué significaba. Y el sabor y el sentimiento del miedo, también.
Lo sentía ahora.
Agarró la sartén. Ya no le parecía un arma tan buena.
Las frías sombras azules entre los árboles parecían estar saliendo. Eran
más oscuras por delante de ella, donde se dirigían las pisadas de pezuñas.
Extrañamente, el bosque por detrás parecía casi claro y acogedor.
Alguien no quiere que yo continúe, pensó. Eso era... bastante
alentador. Pero el crepúsculo era nebuloso y temblaba de una manera
desagradable. Cualquier cosa podía estar esperando.
Ella estaba esperando, también. Se dio cuenta de que estaba esperando
a los Nac Mac Feegle, esperando contra toda esperanza escuchar un
repentino grito, aun ‘¡crivens!’ (Estaba segura de que era una palabrota) [35]
Sacó el sapo, que se quedó roncando sobre la palma de su mano, y lo
despertó.
—¿Quep? —croó.
—Estoy atorada en un bosque de sueños malvados y estoy
completamente sola y creo que se está poniendo más oscuro —dijo Tiffany
—. ¿Qué debo hacer?
El sapo abrió un ojo legañoso y dijo:
—Vete.
—¡Eso no es mucha ayuda!
—Es el mejor consejo que hay —dijo el sapo—. Ahora déjame, el frío
me pone letárgico.
De mala gana, Tiffany puso a la criatura de regreso en el bolsillo de su
mandil, y su mano tocó Enfermedades de las Ovejas.
Lo sacó y lo abrió al azar. Había una cura para los Vapores, pero había
sido tachada con lápiz. En el margen, con la letra grande, redonda y
cuidadosa de Yaya Doliente, estaba escrito:

Esto no resulta. Descartado.

Una cucharada de trementina será suficiente.

Tiffany cerró el libro con cuidado, y lo guardó suavemente para no


perturbar al sapo dormido. Entonces, sujetando fuerte el asa de la sartén,
caminó hacia las largas sombras azules.
¿Cómo tienes sombras cuando no hay sol en el cielo?, pensó, porque
era mejor pensar en cosas así que en todas las otras, mucho peores, que
estaban en su mente.
Pero estas sombras no necesitaban luz para ser creadas. Gateaban
sobre la nieve por propia voluntad, y retrocedían cuando caminaba hacia
ellas. Eso, por lo menos, era un alivio.
Se amontonaron detrás de ella. La estaban siguiendo. Giró y dio varios
pisotones y se escurrieron detrás de los árboles, pero sabía que regresaban
cuando no las miraba.
Vio un drome a la distancia delante de ella, de pie, medio escondido
detrás de un árbol. Le gritó y agitó la sartén amenazadoramente, y se alejó
pesadamente.
Cuando miró a su alrededor vio a dos más detrás de ella, a mucha
distancia.
El sendero subía un poco, hacia lo que parecía una neblina mucho más
densa. Brillaba débilmente. Fue hacia ella. No había ningún otro lugar donde
ir.
Cuando llegó a la cima de la cuesta, miró abajo, hacia un valle poco
profundo.
Había cuatro dromes allí —unos grandes, más grandes que ninguno que
hubiera visto hasta ahora. Estaban sentados en un cuadrado, con las piernas
regordetas estiradas enfrente. Cada uno tenía un collar de oro alrededor del
cuello, pegado a una cadena.
—¿Domesticados? —se preguntó Tiffany, en voz alta—. Pero...
... ¿quién podría poner un collar alrededor del cuello de un drome?
Solamente alguien que pudiera soñar tanto como ellos.
Domesticamos a los perros pastores para que nos ayuden a arrear
ovejas, pensó. La Reina usa dromes para pastorear sueños...
En el centro del cuadrado formado por los dromes el aire estaba lleno
de neblina. Las pisadas de pezuñas, y las huellas de Roland, conducían más
allá de los dromes mansos y dentro de la nube.
Tiffany dio media vuelta. Las sombras retrocedieron velozmente.
No había nada más allí. No cantaba ningún pájaro, nada se movía en el
bosque. Pero ahora pudo distinguir tres dromes más, con sus redondas y
gomosas y grandes caras espiándola detrás de los troncos de los árboles.
Ahora, ella estaba siendo arreada.
En momentos como éste, sería bueno tener a alguien por aquí que
dijera algo como ‘¡No! ¡Es demasiado peligroso! ¡No lo hagas!’
Desafortunadamente, no lo había. Iba a cometer un acto de extrema
valentía y nadie sabría si todo había salido mal. Era atemorizante, pero
también... fastidioso. Eso era... fastidioso. Este lugar la fastidiaba. Todo era
estúpido y extraño.
Era el mismo sentimiento que tuvo cuando Burra saltó del río. De su río.
Y la Reina se había llevado a su hermano. Tal vez era egoísta pensar de ese
modo, pero la cólera era mejor que el miedo. El miedo era una cosa fría y
húmeda, pero la cólera tenía una ventaja. Podía usarla.
¡La estaban arreando! ¡Como a una... una oveja!
Bien, una oveja enfadada podía golpear a un perro cruel, y hacerle
gemir.
Entonces...
Cuatro dromes grandes, sentados en un cuadrado.
Iba a ser un sueño grande...
Levantando la sartén a la altura del hombro, para pegar cualquier cosa
que se acercara, y reprimiendo una horrible urgencia de ir al baño, Tiffany
bajó la pendiente lentamente, a través de la nieve, a través de la neblina...
y hacia el verano.
CAPÍTULO 10

Golpe Maestro

El calor la golpeó como un soplete, tan fuerte y repentino que jadeó.


Una vez tuvo una insolación, en las lomadas, cuando salió sin sombrero.
Y esto era como aquello; el mundo a su alrededor tenía inquietantes tonos
de pálido verde, amarillo y púrpura, sin sombras. El aire estaba tan lleno de
calor que sentía que podía exprimirlo y sacarle humo.
Estaba entre... juncos que parecían, mucho más altos que ella.
... y entre girasoles, excepto que...
... los girasoles eran blancos...
... porque no eran, de hecho, girasoles en absoluto.
Eran margaritas. Lo sabía. Las había mirado docenas de veces, en esa
extraña imagen en los Reelatos De Headas. Eran margaritas, y éstos no eran
juncos gigantes alrededor de ella, eran briznas de hierba y ella era
sumamente pequeña.
Estaba en la imagen extraña. El dibujo era el sueño, o el sueño era el
dibujo. Cuál de los dos no importaba, porque estaba justo en el centro. Si
caías por un acantilado, no importaba si el suelo estaba subiendo rápido o tú
estabas bajando rápido. De cualquiera de las dos maneras estabas en
problemas.
En alguna parte a la distancia escuchó un fuerte ¡crac!, y una
aclamación disonante. Alguien aplaudió y dijo, con voz somnolienta:
—Bien hecho. Buen hombre. Muy bien hecho...
Con un poco de esfuerzo, Tiffany se abrió camino entre las briznas de
hierba.
Sobre una roca plana, un hombre estaba rompiendo nueces de la mitad
de su tamaño, con un martillo de dos manos. Una multitud de personas lo
observaba. Tiffany usó la palabra ‘personas’ porque no pudo pensar en otra
cosa que fuera apropiada, pero estaba estirando un poco la palabra para
hacerla ajustar a todas las... personas.
Para empezar, eran de tamaños diferentes. Algunos de los hombres
eran más altos que ella, incluso si tenía en cuenta el hecho de que todos
eran más bajos que el césped. Pero otros eran diminutos. Algunos de ellos
tenían caras que no miraría dos veces. Otros no tenían caras que nadie
querría mirar ni siquiera una vez.
Esto es un sueño, después de todo, se dijo Tiffany a sí misma. No tiene
que tener el sentido, o ser bonito. Es un sueño, no un ensueño. Las
personas que dicen cosas como, ‘¡que todos tus sueños se hagan realidad!’,
deberían tratar de vivir en uno durante cinco minutos.
Salió al luminoso claro sofocante justo cuando el hombre levantaba su
martillo otra vez, y dijo:
—¿Excúseme?
—¿Sí? —dijo.
—¿Hay una Reina por aquí? —preguntó Tiffany.
El hombre se secó la frente, e hizo un gesto con la cabeza hacia el otro
lado del claro.
—Su Majestad se ha ido a su enramada —dijo.
—¿Que es un rincón o un lugar de descanso? —dijo Tiffany.
El hombre asintió y dijo:
—Correcto otra vez, Srta. Tiffany.
No preguntes cómo sabe tu nombre, se dijo Tiffany a sí misma.
—Gracias —dijo, y porque había sido educada para ser cortés, añadió—:
La mejor de las suertes con las nueces.
—Ésta es la más dura —dijo el hombre.
Tiffany se alejó, tratando de aparentar que esta colección de casi-gente
extraña era sólo otra multitud. Probablemente las más atemorizantes eran
las Mujeres Grandes, dos de ellas.
Las mujeres grandes eran valoradas sobre la Creta. A los granjeros les
gustaban las esposas grandes. El trabajo de la granja era duro y no había
demanda para una esposa que no pudiera cargar un par de cerditos o un
fardo de heno. Pero estas dos podría haber cargado un caballo cada una. La
miraron arrogantes cuando pasó junto a ellas.
Tenían unas diminutas alas estúpidas en la espalda.
—¡Buen día para observar cómo rompen nueces! —dijo Tiffany
alegremente, mientras pasaba. Sus pálidas caras inmensas se arrugaron,
como si trataran de descubrir qué era ella.
Sentado cerca de ellas, observando al rompedor de nueces con
expresión preocupada, había un hombrecillo con una gran cabeza, un borde
de barba blanca y orejas puntiagudas. Vestía ropa muy anticuada, y sus ojos
siguieron a Tiffany cuando pasaba.
—Buenos días —dijo ella.
—¡Sneebs! —dijo, y en su cabeza aparecieron las palabras: ‘¡Vete de
aquí!’
—¿Excúseme? —dijo.
—¡Sneebs! —dijo el hombre, retorciéndose las manos. Y aparecieron las
palabras, flotando en su cerebro: ‘¡Es terriblemente peligroso!’
Agitó una pálida mano, como si tratara de borrarla. Sacudiendo la
cabeza, Tiffany siguió caminando.
Había damas y caballeros, personas con ropa fina e incluso algunos
pastores. Pero algunos tenían un aspecto ‘recortado’. Se veían, de hecho,
como un libro ilustrado de su dormitorio.
Estaba hecho con cartulina gruesa, con los bordes gastados por
generaciones de niños Doliente. Cada página mostraba un personaje, y cada
uno estaba cortado en cuatro tiras que podían ser giradas por separado.
Toda la idea del asunto era que un niño aburrido podía girar partes de las
páginas y cambiar la manera en que los personajes estaban vestidos. Podías
terminar con la cabeza de un soldado sobre el pecho de un panadero que
lleva el vestido de una doncella y las grandes botas de un granjero.
Tiffany nunca había estado tan aburrida. Consideraba que ni siquiera las
cosas que pasaban toda su vida colgado de la parte de abajo de las ramas
jamás estarían tan aburridas para pasar más de cinco segundos con ese
libro.
Las personas a su alrededor se veían como si hubieran sido sacadas de
ese libro, o como si se hubieran vestido para una fiesta de disfraces en la
oscuridad. Una o dos de ellas la saludaron con la cabeza mientras pasaba,
pero no parecían sorprendidas de verla.
Se agachó bajo una hoja redonda mucho más grande que ella y sacó el
sapo otra vez.
—¿Quep? Hace demasiado frío —dijo el sapo, encogiéndose sobre su
mano.
—¿Frío? ¡El aire está ardiendo!
—Sólo hay nieve —dijo el sapo—. ¡Déjame, me estoy helando!
Espera un minuto, pensó Tiffany.
—¿Sueñan los sapos? —preguntó.
—¡No!
—Oh... entonces, ¿no está realmente caluroso?
—¡No! ¡Sólo piensas que lo está!
—Psst —dijo una voz.
Tiffany guardó el sapo y se preguntó si se atrevería a girar la cabeza.
—¡Soy yo! —dijo la voz.
Tiffany se volvió hacia un grupo de margaritas dos veces la altura de un
hombre.
—Eso no fue de mucha ayuda...
—¿Estás loca? —dijeron las margaritas.
—Estoy buscando a mi hermano —dijo Tiffany cortante.
—¿El horrible niño que llora por dulces todo el tiempo?
Los tallos de margarita se abrieron y el niño Roland salió como una
flecha y se reunió con ella bajo la hoja.
—Sí —dijo, alejándose un poco, y sintiendo que solamente una hermana
tiene derecho de llamar ‘horrible’ incluso a un hermano como Wentworth.
—¿Y que amenaza con ir al baño si lo dejan solo? —dijo Roland.
—¡Sí! ¿Dónde está?
—¿Ése es tu hermano? ¿Uno que siempre está pegajoso?
—¡Se lo dije!
—¿Y realmente quieres que él regrese?
—¡Sí!
—¿Por qué?
Es mi hermano, pensó Tiffany. ¿Qué tiene que ver un ‘por qué’ con todo
esto?
—¡Porque es mi hermano! ¿Ahora me dirá dónde está?
—¿Estás segura de que puedes salir de aquí? —preguntó Roland.
—Por supuesto —mintió Tiffany.
—¿Y puedes llevarme contigo?
—Sí. —Bien, eso esperaba.
—Muy bien. Te permitiré hacerlo —dijo Roland, relajándose.
—Oh, usted me permitirá, ¿verdad? —dijo Tiffany.
—Mira, no sabía qué eras, ¿de acuerdo? —dijo Roland—. Siempre hay
cosas raras en el bosque. Personas perdidas, partes de sueños que todavía
andan por allí... uno debe tener cuidado. Pero si realmente conoces el
camino, entonces debería regresar antes de que mi padre se preocupe
demasiado.
Tiffany sintió que el Segundo Pensamiento arrancaba. Decía: No
cambies la expresión. Sólo... controla...
—¿Hace cuánto tiempo está aquí? —preguntó cuidadosamente—.
¿Exactamente?
—Bien, la luz realmente no cambia mucho —dijo el niño—. Se siente
como si hubiera estado aquí... oh, horas. Tal vez un día...
Tiffany trató con todas sus fuerzas de no permitir que su cara mostrara
algo, pero no resultó. Los ojos de Roland se estrecharon.
—Estuve, ¿verdad? —dijo.
—Er... ¿por qué pregunta? —dijo Tiffany, desesperadamente.
—Porque en cierto modo... se siente como... más tiempo. Sólo sentí
hambre dos o tres veces, y fui al... ya sabes... dos veces, por eso no puede
ser mucho tiempo. Pero hice toda clase de cosas... ha sido un día
ajetreado... —Su voz fue desapareciendo.
—Hum. Tiene razón —dijo Tiffany—. El tiempo va despacio aquí. Ha
sido... un poco más...
—¿Cien años? ¡No me digas que han pasado cien años! Algo mágico ha
ocurrido y pasaron cien años, ¿sí?
—¿Qué? ¡No! Hum... casi un año.
La reacción del niño fue sorprendente. Esta vez se veía realmente
asustado.
—¡Oh, no! ¡Es peor que cien años!
—¿Cómo? —dijo Tiffany, desconcertada.
—¡Si fueran cien años no recibiría una paliza cuando llegue a casa!
Hum, pensó Tiffany.
—No creo que vaya a ocurrir —dijo en voz alta—. Su padre ha estado
muy abatido. Además, no es su culpa haber sido robado por la Reina... —
vaciló, porque esta vez fue la expresión de él la que mostró todo—. ¿Lo fue?
—Bien, estaba esta dama fina sobre un caballo con campanas por todo
el arnés[36] y me pasó galopando cuando estaba fuera cazando y estaba
riendo, así que por supuesto espoleé mi caballo y la perseguí y... —se quedó
en silencio.
—Probablemente no fue una buena decisión —dijo Tiffany.
—No se está... mal aquí —dijo Roland—. Sólo que... cambia todo el
tiempo. Hay... entradas por todos lados. Quiero decir entradas a otros...
lugares... —Su voz se apagó.
—Es mejor que empiece por el principio —dijo Tiffany.
—Al principio era grandioso —dijo Roland—. Pensaba que era, ya sabes,
una aventura. Me dio de comer frutas confitadas...
—¿Qué son, exactamente? —dijo Tiffany. Su diccionario no incluía esa
palabra—. ¿Son como mollejas?17
—No lo sé. ¿Qué son las mollejas?
—El páncreas o la glándula timo de una vaca —dijo Tiffany—. No un
muy buen nombre, creo.
La cara de Roland se puso roja con el esfuerzo de pensar.
—Éstas eran más como turrón.
—Correcto. Siga —dijo Tiffany.
—Y entonces me dijo que cantara y que bailara y que saltara y que
jugara —dijo Roland—. Dijo que se supone que los niños hacen eso.
—¿Lo hizo?
—¿Lo harías tú? Me sentiría como un idiota. Tengo doce años, ya sabes.
—Roland vaciló—. A decir verdad, si lo que dices es verdad, tengo trece
ahora, ¿correcto?
—¿Por qué quería ella que usted salte y juegue? —dijo Tiffany, en lugar
de decir, ‘No, usted todavía tiene doce y actúa como si tuviera ocho’.

17
Frutas confitadas, sweetmeats, se parece a mollejas, sweetbreads. (Nota del traductor)
—Sólo dijo que es lo que los niños hacen —dijo Roland.
Tiffany se sorprendió. Hasta donde sabía, los niños principalmente
discutían, gritaban, corrían muy rápido de un lado para el otro, reían fuerte,
se pellizcaban las narices, se ensuciaban y se enfurruñaban. Cualquiera que
fuera visto bailando y saltando y cantando probablemente habría sido picado
por una avispa.
—Extraño —dijo.
—Y entonces cuando no lo hacía ella me daba más dulces.
—¿Más turrón?
—Ciruelas de azúcar —dijo Roland—. Son como ciruelas. ¿Sabe? ¿Con
azúcar encima? ¡Siempre está tratando de darme de comer azúcar! ¡Cree
que me gusta!
Una pequeña campana sonó en la memoria de Tiffany.
—Usted no cree que está tratando de engordarlo antes de cocinarlo en
un horno y comerlo, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Solamente las brujas perversas lo hacen.
Los ojos de Tiffany se estrecharon.
—Oh sí —dijo cuidadosamente—. Lo olvidé. ¿Así que ha estado viviendo
de los dulces?
—¡No, sé cómo cazar! Aquí entran animales reales. No sé cómo. Sneebs
piensa que encuentran las entradas por accidente. Y entonces se mueren de
hambre, porque aquí es siempre invierno. A veces la Reina manda a robar
fiestas si una puerta da a un mundo interesante, también. Todo este lugar
es como... un barco pirata.
—Sí, o una garrapata de oveja -dijo Tiffany, pensando en voz alta.
—¿Qué son?
—Son insectos que muerden a las ovejas y les chupan sangre y no se
caen hasta que están llenas —dijo Tiffany.
—Puaj. Supongo que ésa es la clase de cosas que los campesinos tienen
que saber —dijo Roland—. Me alegro de no tener que saberlo. He visto uno o
dos mundos a través de las entradas. No me dejarían salir, sin embargo.
Tomamos papas de uno, y pescado de otro. Creo que asustan a las personas
para que les den cosas. Oh, y estaba el mundo de donde vienen los dromes.
Se rieron y me dijeron que si quería ir allí sería bienvenido. ¡No fui! Es todo
rojo, como una puesta de sol. Un inmenso sol sobre el horizonte, y un mar
rojo que apenas se mueve, y rocas rojas, y sombras largas. Y esas criaturas
sentadas sobre las rocas, viviendo de cangrejos y cosas arañosas y
pequeñas criaturas horribles. Era horrible. Había una especie de anillo de
pequeñas garras y conchas y huesos alrededor de cada uno.
—¿Quiénes son? —dijo Tiffany, que había notado la palabra
‘campesinos’.
—¿Qué quieres decir?
—Usted se dice ‘ellos’ todo el tiempo —dijo Tiffany—. ¿A quiénes se
refiere? ¿A las personas de ahí afuera?
—¿Ésos? La mayoría de ellos ni siquiera son reales —dijo Roland—. Me
refiero a los duendes. A las hadas. Ella es su Reina. ¿No lo sabías?
—¡Creía que eran pequeños!
—Creo que pueden ser de cualquier tamaño que quieran —dijo Roland
—. No son... exactamente reales. Son como... sueños de sí mismos. Pueden
ser tan delgados como el aire o sólidos como una roca. Dice Sneebs.
—¿Sneebs? —dijo Tiffany—. Oh... ¿el hombrecillo que sólo dice sneebs
pero que las palabras reales aparecen en la cabeza?
—Sí, ése es él. Ha estado aquí por años. Así fue como supe que el
tiempo estaba mal. Sneebs regresó a su propio mundo una vez, y todo era
diferente. Estaba tan abatido que buscó otra entrada y regresó.
—¿Regresó? —preguntó Tiffany, asombrada.
—Dijo que era mejor pertenecer donde no pertenece que no pertenecer
donde solía pertenecer, recordando cuando solía pertenecer allí —dijo Roland
—. Por lo menos, creo que eso fue lo que dijo. Dijo que aquí no se está
demasiado mal si uno se mantiene lejos del camino de la Reina. Dice que se
puede aprender mucho.
Tiffany volvió la mirada a la encorvada figura de Sneebs, que todavía
observaba cómo rompían las nueces. No parecía que estuviera aprendiendo
algo. Sólo se veía como alguien que ha estado atemorizado durante tanto
tiempo que se ha hecho parte de su vida, como las pecas.
—Pero no debes hacer que la Reina se enfade —dijo Roland—. He visto
lo que le pasa a las personas que la hacen enfadar. Envía a las mujeres
Bumble-Bee contra ellas.
—¿Está hablando de esas inmensas mujeres con alas diminutas?
—¡Sí! Son crueles. Y si la Reina se enfada realmente con alguien, sólo lo
mira fijo y... cambia.
—¿En qué?
—En otra cosa. No quiero tener que dibujarlo. —Roland se estremeció
—. Y si lo hiciera, necesitaría muchos crayones rojos y púrpura. Entonces lo
arrastran y lo dejan para los dromes. —Sacudió la cabeza—. Escucha, los
sueños son reales aquí. Realmente reales. Cuando estás dentro de ellos no
estás... exactamente aquí. Las pesadillas son reales, también. Puedes morir.
Esto no se siente real, se dijo Tiffany. Se siente como un sueño. Casi
podría despertar.
Siempre debo recordar lo que es real.
Bajó la vista a su vestido azul descolorido, con las malas puntadas
alrededor del dobladillo porque fue alargado y levantado mientras sus varias
propietarias crecían. Eso era real.
Y ella era real. El queso era real. En algún lugar no lejano había un
mundo de pastos verdes bajo un cielo azul, y eso era real.
Los Nac Mac Feegle eran reales, y otra vez deseó que estuvieran aquí.
Había algo en la manera en que gritaban ‘¡Crivens!’, y atacaban todo lo que
tuvieran a la vista que era tan reconfortante.
Probablemente Roland era real.
Casi todo lo demás era realmente un sueño, en un mundo ladrón que
vivía de los mundos reales y donde el tiempo permanecía casi inmóvil y
podían ocurrir cosas horribles en cualquier momento. No quiero saber nada
más sobre él, decidió. Sólo quiero encontrar a mi hermano y volver a casa,
mientras todavía estoy enfadada.
Porque cuando deje de estar enfadada, ése será el momento de
asustarme otra vez, y esta vez estaré muy asustada. Demasiado asustada
para pensar. Tan asustada como Sneebs. Y debo pensar...
—El primer sueño en el que estuve era como uno mío —dijo—. He
tenido sueños donde me despierto y todavía estoy dormida. Pero el salón de
baile, nunca he...
—Oh, ése era uno mío —dijo Roland—. Desde que era niño. Una noche
desperté y bajé al gran salón y allí estaban todas estas personas con
máscaras, bailando. Era tan... brillante. —Pareció triste por un momento—.
Fue cuando mi madre todavía vivía.
—Éste es un dibujo de un libro que tengo —dijo Tiffany—. Debe haberlo
tomado de mí...
—No, lo usa a menudo —dijo Roland—. Le gusta. Recoge sueños de
todos los lugares. Los colecciona.
Tiffany se puso de pie, y recogió la sartén otra vez.
—Voy a ver a la Reina —dijo.
—No lo hagas —dijo Roland—. Eres la única persona real aquí excepto
Sneebs, y él no es muy buena compañía.
—Voy a buscar a mi hermano y volver a casa —dijo Tiffany,
rotundamente.
—No voy a ir contigo, entonces —dijo Roland—. No quiero ver en lo que
te convierte.
Tiffany salió a la luz intensa y sin sombras, y siguió el sendero
pendiente arriba. Unas hierbas gigantes se arqueaban por encima de su
cabeza. Aquí y allá, personas extrañamente vestidas y con formas extrañas
se volvieron para mirarla, pero actuaban como si fuera sólo una vagabunda,
sin interés en absoluto.
Echó un vistazo hacia atrás. A la distancia, el rompedor de nueces había
encontrado un martillo más grande, y estaba listo para golpear.
—¡Quedo quedo quedo dulce!
La cabeza de Tiffany giró como una veleta en un tornado. Corrió a lo
largo del sendero, con la cabeza abajo, lista para golpear con la sartén
cualquier cosa que se pusiera en su camino, y cruzó a través de una mata
de hierba hacia un espacio bordeado con margaritas. Bien podía haber sido
una enramada. No se molestó en verificarlo.
Wentworth estaba sentado sobre una gran piedra plana, rodeado por
dulces. Muchos de ellos eran más grandes que él. Unos pequeños estaban
apilados, unos grandes yacían como troncos. Y eran de todos los colores que
pueden ser los dulces, como Rojo No-Realmente-Grosella, Amarillo Falso-
Limón, Naranja Curiosamente-Químico, Verde Alguna-Clase-de-Acidez y Azul
Quién-Sabe-Qué.
Las lágrimas caían de su barbilla en gotas. Ya que estaban aterrizando
entre los dulces, se estaba generando una severa pegajosidad.
Wentworth aulló. Su boca era un gran túnel rojo con la cosa temblorosa
que nadie sabe cómo se llama rebotando de un lado a otro en el fondo de su
garganta. Solamente dejaba de llorar cuando era momento de aspirar o
morir, e incluso entonces era apenas un momento para una enorme
bocanada antes de que el aullido volviera otra vez.
Tiffany supo inmediatamente cuál era el problema. Lo había visto antes,
en las fiestas de cumpleaños. Su hermano estaba sufriendo de trágica
privación de dulces. Sí, estaba rodeado por dulces. Pero en cuanto tomara
cualquier dulce, su cerebro afectado por el azúcar le advertía que no estaba
tomando todo el resto. Y había tantos dulces que nunca podría comerlos
todos. Era demasiado para él. La única solución era echarse a llorar.
La única solución en casa era poner un balde sobre su cabeza hasta que
se calmaba, y quitar casi todos los dulces. Podía arreglarse con unos pocos
puñados a la vez.
Tiffany dejó caer la sartén y lo alzó en sus brazos.
—Soy Tiffy —susurró—. Y nos vamos a casa.
Y aquí es donde conozco a la Reina, pensó. Pero no hubo ningún grito
de rabia, ninguna explosión de magia... nada.
Sólo escuchaba el zumbido de abejas a la distancia, y el sonido del
viento en el pasto, y los tragos de Wentworth, que estaba demasiado
conmocionado para llorar.
Ahora podía ver que el lado opuesto de la enramada contenía un sofá
de hojas, rodeado por flores colgantes. Pero no había nadie ahí.
—Es porque estoy detrás de ti —dijo la voz de la Reina en su oreja.
Tiffany dio media vuelta rápidamente.
No había nadie ahí.
—Todavía detrás de ti —dijo la Reina—. Éste es mi mundo, niña. Nunca
serás tan rápida como yo, ni tan inteligente como yo. ¿Por qué estás
tratando de llevarte a mi niño?
—¡No es suyo! ¡Es nuestro! —dijo Tiffany.
—Nunca lo quisiste. Tienes un corazón como una pequeña bola de
nieve. Puedo verlo.
La frente de Tiffany se arrugó.
—¿Quererlo? —dijo—. ¿Qué tiene que ver con esto? ¡Es mi hermano!
¡Mi hermano!
—Sí, es una cosa muy brujeril, verdad —dijo la voz de la Reina—.
Egoísmo. Mío, mío, mío. Lo único que preocupa a una bruja es lo que es
suyo.
—¡Usted lo robó!
—¿Robarlo? ¿Quieres decir que piensas que lo poseías?
El Segundo Pensamiento de Tiffany dijo: Está buscando tu debilidad. No
la escuches.
—Ah, tienes Segundos Pensamientos —dijo la Reina—. Supongo que
piensas que eso te hace muy bruja, ¿verdad?
—¿Por qué no me deja verla? —dijo Tiffany—. ¿Tiene miedo?
—¿Miedo? —dijo la voz de la Reina—. ¿De algo como tú?
Y la Reina estaba ahí, enfrente de ella. Era mucho más alta que Tiffany,
pero igual de delgada; su pelo era largo y negro, su cara pálida, sus labios
rojos cereza, su vestido negro y blanco y rojo. Y todo estaba, muy
ligeramente, mal.
El Segundo Pensamiento de Tiffany dijo: Es porque es perfecta.
Completamente perfecta. Como una muñeca. Nadie real es tan perfecto.
—Ésa no es usted —dijo Tiffany, con certeza absoluta—. Ése es sólo un
sueño de usted. Eso no es usted en absoluto.
La sonrisa de la Reina desapareció por un momento y volvió toda
nerviosa y frágil.
—Tanta rudeza, y apenas me conoces —dijo, sentándose sobre el
asiento de hojas. Palmeó el espacio junto a ella—. Siéntate —dijo—. Estar de
pie allí y de ese modo es tan polémico. Anotaré tus malos modales como
simple desorientación. —Lanzó una hermosa sonrisa a Tiffany.
Mira la manera en que sus ojos se mueven, dijo el Segundo
Pensamiento de Tiffany. No creo que los use para verte. Son sólo hermosos
adornos.
—Has invadido mi hogar, mataste a algunas de mis criaturas y estás
actuando de una manera dañina y despreciable en general —dijo la Reina—.
Eso me ofende. Sin embargo, entiendo que has sido malamente conducida
por elementos perturbadores...
—Usted robó a mi hermano —dijo Tiffany, sujetando a Wentworth más
fuerte—. Usted roba toda clase de cosas. —Pero su voz sonaba débil y
diminuta en sus orejas.
—Estaba vagando, perdido —dijo la Reina tranquilamente—. Lo traje a
casa y lo consolé.
Y el tono de la voz de la Reina decía, de una manera amistosa y
comprensiva, que ella tenía razón y que tú estabas equivocada. Y que no era
tu culpa, exactamente. Probablemente fuera culpa de tus padres, o de tu
comida, o de algo tan terrible que lo habías olvidado completamente. La
Reina entendía que no era tu culpa, porque tú eras una buena persona. Era
algo terrible que todas estas malas influencias te hubieran hecho tomar
decisiones equivocadas. Si sólo lo admitieras, Tiffany, entonces el mundo
sería un lugar mucho más feliz...
... este lugar frío, vigilado por monstruos, en un mundo donde nada se
hace viejo, ni crece, dijo su Segundo Pensamiento. Un mundo con la Reina a
cargo de todo. No escuches.
Logró retroceder un paso.
—¿Soy un monstruo? —preguntó la Reina—. Todo lo que quería era un
poquito de compañía...
Y el Segundo Pensamiento de Tiffany, inundado por la maravillosa voz
de la Reina, dijo: la Srta. Femenina Robinson...

Había venido a trabajar como empleada en una de las granjas algunos


años atrás. Dijeron que había sido criada en un Hogar para Indigentes en
Yelp. Dijeron que nació allí después de que su madre llegara durante una
terrible tormenta y el dueño escribió en su gran diario negro: ‘A Srta.
Robinson, nacida femenina’, y su joven madre no era muy brillante y en
todo caso estaba moribunda, y pensó que ése era el nombre del bebé.
Después de todo, había sido escrito en un libro oficial.
La Srta. Robinson era muy vieja ahora, nunca hablaba mucho, nunca
comía mucho, pero nunca se la veía sin hacer nada. Nadie podía fregar un
piso como la Srta. Nacida Femenina Robinson. Tenía una cara delgada con
una nariz roja puntiaguda, y manos finas, pálidas, con los nudillos rojos, que
siempre estaban ocupadas. La Srta. Robinson trabajaba duro.
Tiffany no comprendió mucho de lo que estaba ocurriendo cuando
ocurrió el crimen. Las mujeres hablaban de él en grupos de dos y tres, en
las puertas de los jardines, con los brazos plegados, y se callaban y miraban
indignadas si un hombre pasaba caminando.
Recogió trozos de conversación, aunque a veces parecía estar en una
especie de clave, como: ‘Realmente nunca tuvo a alguien propio, pobre alma
vieja. No fue su culpa si era más flaca que un rastrillo’, y ‘Dicen que cuando
la encontraron lo estaba abrazando y dijo que era suyo’, y ‘¡La casa estaba
llena de ropa de bebé que había tejido!’. Eso último había desconcertado a
Tiffany en su momento, porque lo decían en el mismo tono de voz que
alguien usaría para decir, ‘¡Y la casa estaba llena de cráneos humanos!’
Pero todos coincidían en algo: No podemos consentir esto. Un crimen es
un crimen. El Barón debe ser informado.
La Srta. Robinson había robado un bebé, Puntualidad Riddle, que era
muy amado por sus jóvenes padres aunque lo habían llamado ‘Puntualidad’
(estimando que si los niños pueden llevar nombres de las virtudes como
Paciencia, Fe y Prudencia, ¿qué tenía de malo un poco de buena
puntualidad?).
Lo dejaron en su cuna en el jardín, y desapareció. Y se habían llevado a
cabo todas las búsquedas y llantos acostumbrados, y luego alguien
mencionó que la Srta. Robinson había estado llevando a casa leche
adicional...
Era rapto. No había muchas cercas en la Creta, y muy pocas puertas
con cerradura. El robo de cualquier clase era considerado muy seriamente.
Si no podías darle la espalda a lo que era tuyo durante cinco minutos,
¿dónde terminaría todo? La ley es la ley. Un crimen es un crimen...
Tiffany había oído al pasar trozos de discusiones por todo el pueblo,
pero las mismas frases surgían una y otra vez. La pobre nunca quiso hacer
daño. Era una buena trabajadora, nunca se quejaba. No está bien de la
cabeza. La ley es la ley. Un crimen es un crimen.
Y por eso el Barón fue informado, y constituyó un tribunal en el Gran
Salón, y todos los que no eran requeridos en las colinas aparecieron, incluso
el Sr. y la Sra. Riddle, ella con aspecto preocupado, él resuelto, y la Srta.
Robinson, que sólo miraba el suelo con sus nudosas manos rojas sobre las
rodillas.
Apenas fue un juicio. La Srta. Robinson se sentía confusa acerca de su
culpa, y a Tiffany le pareció que también todos los demás. No estaban
seguros de por qué estaban ahí, y venían a enterarse.
El Barón también estaba incómodo. La ley era clara. El robo era un
crimen atroz, y robar un ser humano era mucho peor. Había una prisión en
Yelp, justo al lado del Hogar para Indigentes; algunos dijeron que incluso
había una puerta que los conectaba. Allí era donde iban los ladrones.
Y el Barón no era un gran pensador. Su familia había sostenido la Creta
sin cambiar su pensamiento sobre nada durante cientos de años. Se sentó,
escuchó, golpeteó la mesa con los dedos, miró las caras de las personas y
actuó como un hombre sentado sobre una silla muy caliente.
Tiffany estaba en la primera hilera. Estaba ahí cuando el hombre
empezó a dar su veredicto, con muchos ‘hum’ y ‘ah’, tratando de no decir
las palabras que sabía que tendría que decir, cuando se abrió la puerta al
fondo del salón y entraron los perros pastores Trueno y Relámpago.
Se acercaron por el pasillo entre las hileras de bancos y se sentaron
enfrente del Barón, con ojos brillantes y alertas.
Sólo Tiffany estiró el cuello para ver hacia atrás del pasillo. Las puertas
todavía estaban ligeramente entreabiertas. Eran demasiado pesadas para
que incluso un perro fuerte las abriera. Y sólo pudo distinguir a alguien
mirando por la abertura.
El Barón se detuvo. Él también miró a otro extremo del salón.
Y entonces, después de algunos momentos, puso a un lado el libro de la
ley y dijo:
—Quizás debamos hacer esto de una manera diferente...
Y hubo una manera diferente, que implicaba que las personas prestaran
un poco más de atención a la Srta. Robinson. No era perfecta, y no todos
estaban felices, pero resultó.
Tiffany sintió el olor de Jolly Sailor fuera del salón cuando la reunión
terminó, y pensó en el perro del Barón. ‘Recuerde este día’, le había dicho
Yaya Doliente, y, ‘Tendrá una razón para hacerlo’.
Los barones necesitan que se les recuerde...

—¿Quién hablará por usted? —dijo Tiffany en voz alta.


—¿Hablar por mí? —respondió la Reina, arqueando sus cejas finas.
Y el Tercer Pensamiento de Tiffany dijo: Observa su cara cuando está
preocupada.
—No hay nadie, ¿verdad? —dijo Tiffany, retrocediendo—. ¿Hay alguien
con quien usted haya sido amable? ¿Alguien que dirá que no es sólo una
ladrona y una bravucona? Porque eso es lo que es. Usted tiene un... es
como los dromes, sólo tiene un truco...
Y allí estaba. Ahora podía ver lo que su Tercer Pensamiento había
notado. La cara de la Reina parpadeó por un momento.
—Y ése no es su cuerpo —dijo Tiffany, decidida—. Es sólo lo que quiere
que las personas vean. No es real. Es exactamente como todo lo demás
aquí, es hueco y vacío...
La Reina corrió hacia adelante y la abofeteó mucho más duro de lo que
un sueño debería poder. Tiffany aterrizó en el musgo y Wentworth se alejó
rodando y gritando, ‘Quedo hacer pipí!’
Bien, dijo el Tercer Pensamiento de Tiffany.
—¿Bien? —dijo Tiffany en voz alta.
—¿Bien? —dijo la Reina.
Sí, dijo el Tercer Pensamiento, porque ella no sabe que puedes tener
Tercer Pensamiento y tu mano está solamente a unas pulgadas de la sartén
y las cosas como ella odian el hierro, ¿verdad? Está enfadada. Ponla furiosa
ahora para que no piense. Lastímala.
—Usted vive en un país lleno de invierno aquí y todo lo que hace es
soñar con los veranos —dijo Tiffany—. No me asombra que el Rey se haya
ido.
La Reina permaneció quieta por un momento, como la hermosa estatua
que tanto parecía. Otra vez, el sueño ambulante parpadeó y Tiffany creyó
ver... algo. No era mucho más grande que ella, y casi humano, y un poco
raído y, sólo por un momento, conmocionado. Entonces la Reina regresó,
alta y enfadada, y respiró hondo...
Tiffany agarró la sartén y la balanceó mientras se ponía de pie. Golpeó
la alta figura sólo de refilón, pero la Reina vaciló como el aire sobre un
camino caluroso, y gritó.
Tiffany no esperó a ver qué ocurría después. Agarró a su hermano otra
vez, y escapó, a través de la hierba, más allá de las extrañas figuras que
miraban a su alrededor al sonido de la cólera de la Reina.
Ahora las sombras se movían en las hierbas sin sombras. Algunas de las
personas —las personas de broma, las que se veían como figuras de páginas
de solapas en su libro ilustrado— cambiaron de forma y empezaron a
moverse tras Tiffany y su hermano gritón.
Escuchó un ruido retumbante del otro lado del claro. Las dos inmensas
criaturas a quienes Roland había llamado mujeres Bumble-Bee se alzaban
del suelo, con sus diminutas alas borrosas por el esfuerzo.
Alguien la agarró y la tiró a la hierba. Era Roland.
—¿Puedes salir ahora? —preguntó, con la cara roja.
—Er... —empezó Tiffany.
—Entonces será mejor que corramos —dijo—. Dame tu mano. ¡Vamos!
—¿Conoce una salida? —jadeó Tiffany, mientras corrían a través de las
margaritas gigantes.
—No —respondió Roland, jadeando—. No hay ninguna. Viste... a los
dromes afuera... éste es un sueño realmente fuerte...
—Entonces, ¿por qué estamos corriendo?
—Para salir... de su camino. Si... uno se esconde mucho tiempo...
Sneebs dicen que ella... se olvida...
No creo que vaya a olvidarme muy rápidamente, pensó Tiffany.
Roland se había detenido, pero ella soltó su mano y corrió hacia
adelante, con Wentworth aferrado en asombro silencioso.
—¿Adónde vas? —gritó Roland detrás.
—¡Realmente quiero mantenerme lejos de su camino!
—¡Vuelve! ¡Estás regresando otra vez!
—¡No, no es así! ¡Estoy corriendo en línea recta!
—¡Éste es un sueño! —gritó Roland, pero más fuerte ahora porque la
había alcanzado—. Estás corriendo en redondo...
Tiffany entró en un claro...
... el claro.
Las mujeres Bumble-Bee aterrizaron a cada lado de ella, y la Reina se
acercó.
—Sabes —dijo la Reina—, realmente esperaba más de ti, Tiffany. Ahora,
devuélveme el niño, y decidiré qué hacer.
—No es un gran sueño —masculló Roland detrás de ella—. Si vas
demasiado lejos, terminas volviendo...
—Podría hacer un sueño para ti que sea aun más pequeño que tú —dijo
la Reina, amablemente—. ¡Eso puede ser muy doloroso!
Los colores eran más brillantes. Y los sonidos eran más fuertes. Tiffany
podía oler algo, también, y lo extraño era que hasta ahora no había sentido
ningún olor.
Era el olor áspero y amargo que nunca olvidas. Era el olor de la nieve. Y
debajo de los zumbidos de los insectos en el césped, escuchó la más débil de
las voces.
—¡Crivens! ¡No puedo encontrar la manera de salir!
CAPÍTULO 11

Despertar

Del otro lado del claro, donde el hombre que rompía nueces había
estado trabajando, estaba la última nuez, de la mitad de la altura de Tiffany.
Y se mecía suavemente. El hombre lanzó un golpe con el martillo, y rodó
fuera del camino.
Mira qué hay de real ahí... se dijo Tiffany, y rió.
La Reina le lanzó una mirada perpleja.
—¿Lo encuentras gracioso? —preguntó—. ¿Qué tiene de gracioso? ¿Qué
hay de divertido en esta situación?
—Sólo tuve una idea graciosa —dijo Tiffany. La Reina lanzó una mirada
furiosa, como hacen las personas sin sentido del humor cuando son
enfrentadas con una sonrisa.
No eres muy inteligente, pensó Tiffany. Nunca has necesitado serlo.
Puedes conseguir lo que quieres sólo soñándolo. Confías en tus sueños así
que nunca tienes que pensar.
Se volvió y susurró a Roland:
—¡Rompa la nuez! ¡No se preocupe por lo que hago, rompa la nuez!
El niño la miró sin comprender.
—¿Qué le has dicho? —preguntó la Reina bruscamente.
—Dije adiós —dijo Tiffany, sujetando fuerte a su hermano—. ¡No le
estoy entregando a mi hermano, sin importar lo que usted haga!
—¿Sabes de qué color son tus tripas? —dijo la reina. Tiffany sacudió la
cabeza calladamente.
—Bien, ahora lo averiguarás —dijo la Reina, sonriendo dulcemente.
—No es lo bastante poderosa para hacer algo así —dijo Tiffany.
—Sabes, tienes razón —dijo la Reina—. Esa clase de magia física es,
efectivamente, muy difícil. Pero puedo hacerte pensar que he hecho las
cosas... más terribles. Y eso, pequeña niña, es todo lo que tengo que hacer.
¿Te gustaría pedir piedad ahora? Es posible que no puedas después.
Tiffany hizo una pausa.
—No-o —dijo por fin—. Creo que no lo haré.
La Reina se inclinó. Sus ojos grises llenaron el mundo de Tiffany.
—Las personas de aquí recordarán esto por mucho tiempo —dijo.
—Eso espero —dijo Tiffany—. Rompa... la... nuez.
Por un momento, la Reina pareció perpleja otra vez. No era buena
enfrentando cambios repentinos.
—¿Qué?
—¿Eh? Oh... correcto —farfulló Roland.
—¿Qué le dijiste? —preguntó la Reina, mientras el niño corría hacia al
hombre del martillo.
Tiffany le pateó la pierna. No era una cosa brujeril. Era muy de nueve
años, y deseaba haber pensado en algo mejor. Por otro lado, tenía botas
duras y era una buena patada.
La Reina la sacudió.
—¿Por qué lo hiciste? —dijo—. ¿Por qué no haces lo que te digo? ¡Todos
podían ser tan felices si sólo hicieran lo que les digo!
Tiffany miró la cara de la mujer. Los ojos eran grises ahora, pero las
pupilas eran como espejos de plata.
Sé qué eres, dijo su Tercer Pensamiento. Eres algo que nunca aprendió
nada. No sabes nada sobre las personas. Eres sólo... una niña que se ha
vuelto vieja.
—¿Quiere un dulce? —susurró.
Escuchó un grito a sus espaldas. Se retorció en la mano de la Reina, y
vio que Roland luchaba por el martillo. Mientras lo miraba, él giró
desesperadamente y levantó la pesada cosa sobre su cabeza, golpeando al
elfo detrás de él.
La Reina la hizo girar salvajemente mientras el martillo caía.
—¿Dulces? —siseó—. Te mostraré dul...
—¡Crivens! ¡Es la Reina! ¡Y tiene a nuestra kelda, la vieja topher!
—¡Ningún rey! ¡Ningún terrateniente! ¡Hombrecillos Libres!
—¡Podría asesinar una broqueta!
—¡Atrápenla!
Tiffany podría haber sido la única persona, en todos los mundos que
hay, que se sintiera feliz de escuchar el sonido de los Nac Mac Feegle.
Salieron en tropel de la nuez destrozada. Algunos todavía llevaban
corbatas de moño. Algunos estaban otra vez con sus faldas escocesas.
Pero todos estaban con ánimo de combate y, para ahorrar tiempo,
estaban peleando unos con otros para conseguir velocidad.
El claro... se aclaró. Reales o sueños, las personas podían ver los
problemas cuando rodaban hacia ellas en una marea estruendosa,
malediciente, roja y azul.
Tiffany escapó de la mano de la Reina y, todavía sosteniendo a
Wentworth, se metió presurosa en las hierbas para observar.
Gran Yan pasó corriendo, llevando sobre la cabeza a un elfo adulto que
se debatía. Entonces se paró repentinamente, y lo tiró a gran altura sobre el
claro.
—Y aquí se va, justo sobre su cabeza —gritó, entonces giró y volvió
corriendo a la batalla.
No se podía caminar sobre los Nac Mac Feegle, ni apretujarlos.
Trabajaban en grupos, trepando las espaldas de los otros para ponerse a la
altura suficiente para dar un puñetazo a un elfo o, preferentemente,
golpearlo con su propia cabeza. Y en cuanto alguien había caído, todo había
terminado excepto las patadas.
Había algún método en la manera en que los Nac Mac Feegle peleaban.
Por ejemplo, siempre escogían al adversario más grande porque, como dijo
Roba A Cualquiera después, ‘es más fácil golpearlos, ya sabe’. Y
simplemente no se detenían. Era eso lo que agotaba a las personas. Era
como ser atacadas por avispas con puños.
Les llevó un poco de tiempo darse cuenta de que se habían quedado sin
personas para pelear. Siguieron luchando entre sí por un rato, de todos
modos; se tranquilizaron y empezaron a registrar los bolsillos de los caídos
en caso de que hubiera algún sencillo.
Tiffany se puso de pie.
—Ach, bien, no ha sido un mal trabajo, me digo a mí mismo —dijo Roba
A Cualquiera, mirando a su alrededor—. Una pelea muy limpia y ni siquiera
tendremos que recurrir a la poesía.
—¿Cómo se metieron en la nuez? —dijo Tiffany—. Quiero decir, ¡era...
una nuez!
—El único camino que pudimos encontrar —dijo Roba A Cualquiera—.
Tenía que ser un camino que quedara bien. Es trabajo difícil, navegar en los
sueños.
—Especialmente cuando eres una gente pequeñita —dijo Wullie Tonto,
sonriendo ampliamente.
—¿Qué? ¿Han estado... bebiendo? —preguntó Tiffany—. He estado cara
a cara con la Reina, ¿y ustedes han estado en un bar?
—¡Ach, no! —dijo Roba A Cualquiera—. ¿Conoce ese sueño con la gran
fiesta? ¿Cuando usted tenía el vestido bonito y todo eso? Quedamos
atorados allí.
—¡Pero maté al drome!
Roba parecía un poco furtivo.
—Bieeen —dijo—, no salimos tan fácilmente como usted. Nos llevó un
rato pequeñito.
—Hasta que terminamos toda la bebida —dijo Wullie Tonto, servicial.
Roba le miró furioso.
—¡No tienes que ponerlo de ese modo! —dijo, abruptamente.
—¿Quiere decir que el sueño continúa? —dijo Tiffany.
—Si está lo bastante sedienta —dijo Wullie Tonto—. Y no sólo era la
bebida, había ca-na-pés también.
—¡Pero pensé si comías o bebías en un sueño te quedabas allí! —dijo
Tiffany.
—Sí, para la mayoría de las criaturas —dijo Roba A Cualquiera—. No
para nosotros, sin embargo. Casas, bancos, sueños, es todo lo mismo para
nosotros. No hay nada de lo que no podamos salir o entrar.
—Excepto tal vez de los bares —dijo Gran Yan.
—Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera alegremente—. Salir de los bares nos
causa a veces una cierrrta cantidad de dificultad, se lo aseguro.
—¿Y adónde fue la Reina? —preguntó Tiffany.
—Ach, salió disparada apenas llegamos —dijo Roba A Cualquiera—. Y
también deberíamos irnos, dama, antes de que cambie el sueño. —Hizo un
gesto con la cabeza hacia Wentworth—. ¿Éste es el niño pequeñito? ¡Ach,
qué narices de duende!
—¡Quedo dulce! —gritó Wentworth, en piloto automático dulcero.
—¡Bien, no puedes tomar ninguno! —gritó Roba A Cualquiera—. ¡Y deja
de lloriquear y ven con nosotros y deja de ser una carga para tu hermana
pequeñita!
Tiffany abrió la boca para protestar, y la cerró otra vez cuando
Wentworth, después de un momento de conmoción, se rió.
—¡Gracioso! —dijo—. ¡Hombrecillo! ¡Hombrecillo!
—Oh, cielos —dijo Tiffany—. Ahora lo ha hecho arrancar.
Pero no obstante estaba muy sorprendida. Wentworth nunca mostraba
tanto interés en nadie que no fuera un bebé de jalea.
—Roba, tenemos uno real aquí —gritó un picto. Ante su horror, Tiffany
vio que varios de los Nac Mac Feegle sostenían la cabeza inconsciente de
Roland. Estaba extendido sobre el suelo.
—Ah, es el tipo que fue descortés contigo —dijo Roba—. Y trató de
golpear a Gran Yan con un martillo, también. No fue una cosa ingeniosa de
intentar. ¿Qué haremos con él?
Las hierbas temblaron. La luz se estaba yendo del cielo. El aire se ponía
más frío también.
—¡No podemos dejarlo aquí! —dijo Tiffany.
—Está bien, lo arrastraremos —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Movámonos
ya!
—¡Hombrecillo! ¡Hombrecillo! —gritó Wentworth con regocijo.
—Será así todo el día, me temo —dijo Tiffany—. Lo siento.
—Corra hacia la puerta —dijo Roba A Cualquiera—. ¿No puede ver la
puerta?
Tiffany miró a su alrededor desesperadamente. El viento era glacial
ahora.
—¡Vea la puerta! —ordenó Roba A Cualquiera. Ella parpadeó, y giró.
—Er... er... —dijo. La sensación de un mundo por debajo, que le había
llegado cuando estaba asustada de la Reina, no aparecía tan fácilmente
ahora. Trató de concentrarse. El olor de la nieve...
Era ridículo hablar del olor de la nieve. Era sólo pura agua congelada.
Pero Tiffany siempre sabía, cuando despertaba, si había nevado por la
noche. La nieve tenía un olor como el sabor del estaño. El estaño tenía un
sabor, aunque indudablemente sabía al olor de la nieve.
Creyó escuchar que su cerebro crujía por el esfuerzo de pensar. Si
estuviera en un sueño, tenía que despertar. Pero era inútil correr. Los
sueños estaban llenos de carreras. Pero había una dirección que parecía...
delgada, y blanca.
Cerró los ojos, y pensó en la nieve, crujiente y blanca como sábanas
limpias. Se concentró en la sensación de ella bajo sus pies. Todo lo que tenía
que hacer era despertar...
Estaba parada en la nieve.
—Correcto —dijo Roba A Cualquiera.
—¡Salí! —dijo Tiffany.
—Ach, a veces la puerta está en su propia cabeza —dijo Roba A
Cualquiera—. ¡Ahora, movámonos!
Tiffany sintió que era levantada en el aire. Cerca, un Roland que
roncaba se alzó sobre docenas de pequeñas piernas azules mientras los
Feegle lo portaban por debajo.
—¡No se detengan hasta que salgamos de aquí! —dijo Roba A
Cualquiera—. ¡Feegle, adelante!
Pasaron rozando la nieve, con grupos de Feegle corriendo por delante.
Después de uno o dos minutos Tiffany miró hacia atrás, y vio que las
sombras azules se extendían. Se estaban poniendo más oscuras, también.
—Roba... —dijo.
—Sí, lo sé —dijo Roba—. ¡A correr, muchachos!
—¡Se están moviendo rápido, Roba!
—¡Sé eso, también!
La nieve picaba la cara de Tiffany. Los árboles se ponían borrosos por la
velocidad. El bosque pasaba rápidamente. Pero las sombras se estaban
extendiendo a través del sendero por delante y cada vez que el grupo las
cruzaba parecían tener cierta solidez, como niebla.
Ahora las sombras de atrás eran de color negro-noche en el medio.
Pero los pictos habían pasado el último árbol, y los campos de nieve se
extendían por delante.
Se detuvieron, tan de repente, que Tiffany casi cae en la nieve.
—¿Qué ha ocurrido?
—¿Dónde se han ido todas nuestras viejas pisadas? —dijo Wullie Tonto
—. ¡Estaban allí hace un momento! ¿Hacia dónde ahora?
La huella de pisadas que los había llevado como una línea había
desaparecido.
Roba A Cualquiera giró y miró atrás hacia el bosque. La oscuridad se
rizaba sobre de él como humo, extendiéndose a lo largo del horizonte.
—Está enviando pesadillas detrás de nosotros —gruñó—. Esto va a ser
algo difícil, muchachos.
Tiffany vio formas en la noche que se extendía. Abrazó fuerte a
Wentworth.
—Pesadillas —repitió Roba A Cualquiera, volviéndose hacia ella—. Usted
no querrá saber sobre ellas. Las mantendremos lejos. Usted corra a ponerse
a cubierto. ¡Váyase de aquí, ahora!
—¡No tengo ningún lugar donde ir! —dijo Tiffany.
Escuchó un ruido agudo, una especie de ruido de insecto chillando, que
venía desde el bosque. Los pictos se habían reunido. Generalmente sonreían
como locos si pensaban que se acercaba una pelea, pero esta vez parecían
mortalmente serios.
—Ach, es mala perdedora, la Reina —dijo Roba.
Tiffany se volvió para mirar el horizonte detrás de ella. La negrura
hirviente estaba ahí, también, un anillo que estaba cerrándose.
Puertas por todos lados, pensó. La vieja kelda dijo que hay puertas por
todos lados. Debo encontrar una puerta. Pero sólo hay nieve y algunos
árboles...
Los pictos desenvainaron las espadas.
—¿Qué, er, tipo de pesadillas viene? —dijo Tiffany.
—Ach, cosas de piernas largas de porquería y dientes inmensos, y alas
aleteantes y cien ojos, ese tipo de cosas —dijo Wullie Tonto.
—Sí, y peor que eso —dijo Roba, mirando la oscuridad que aceleraba.
—¿Qué es peor que eso? —dijo Tiffany.
—Cosas normales que salieron mal —dijo Roba.
Tiffany se quedó en blanco por un momento, y luego se estremeció. Oh
sí, conocía esas pesadillas. No ocurrían a menudo, pero eran horribles
cuando las tenía. Una vez se había despertado temblando por el recuerdo de
las botas de Yaya Doliente, que la perseguían, y otra vez fue una caja de
azúcar. Cualquier cosa podía ser una pesadilla.
Podía soportar monstruos. Pero no quería enfrentarse a unas botas
locas.
—Er... tengo una idea —dijo.
—También yo —dijo Roba A Cualquiera—. ¡No estar aquí, ésa es mi
idea!
—Hay un grupo de árboles más allá —dijo Tiffany.
—¿Y qué? —dijo Roba. Estaba mirando fijo la línea de pesadillas. Unas
cosas eran visibles adentro, ahora —dientes, garras, ojos, costillas. Por la
manera en que estaba mirando era obvio que, sin importar lo que ocurriera
después, los primeros monstruos iban a encontrarse cara a cara con serios
problemas. Si tenían caras, claro.
—¿Pueden luchar contra pesadillas? —preguntó Tiffany. El ruido agudo
estaba mucho más fuerte.
—No hay nada contra lo que no podamos luchar —gruñó Gran Yan—. Si
tiene una cabeza, podemos llenarla de caspa. Si no tiene una cabeza, ¡se
merece una buena patada!
Tiffany miró las cosas... en avalancha.
—¡Algunos de ellos tienen más de una cabeza! —dijo.
—Es nuestro día de suerte, entonces —dijo Wullie Tonto.
Los pictos cambiaron de posición, listos para luchar.
—Gaitero —dijo Roba A Cualquiera a William el gonnagle—, tócanos una
elegía. Pelearemos al sonido de la gaita-ratón...
—¡No! —dijo Tiffany—. ¡No voy a permitirlo! ¡La manera de luchar
contra las pesadillas es despertando! ¡Soy su kelda! ¡Ésta es una orden!
¡Vayamos hacia esos árboles ahora mismo! ¡Hagan lo que digo!
—¡Hombrecillo! —gritó Wentworth.
Los pictos echaron un vistazo a los árboles, y luego a Tiffany.
—¡Háganlo! —gritó, tan fuerte que algunos se estremecieron—. ¡Ahora
mismo! ¡Hagan lo que les digo! ¡Hay una mejor manera!
—No puedes contrariar a una bruja, Roba —farfulló William.
—¡Voy llevarlos a casa! —dijo Tiffany, con autoridad. Eso espero, añadió
para sí misma. Pero había visto una pequeña y pálida cara redonda
mirándolos detrás de un tronco. Había un drome en esos árboles.
—Ach, sí, pero... —Roba A Cualquiera miró más allá de Tiffany y añadió
—: Auch no, mire eso...
Había un punto pálido enfrente de la línea de las monstruosidades que
se acercaba.
Sneebs trataba de fugarse. Sus brazos bombeaban como pistones. Sus
pequeñas piernas parecían girar. Sus mejillas estaban como globos.
La marea de pesadillas le pasó por encima y continuó avanzando.
Roba envainó su espada.
—¡Ya escucharon a nuestra kelda, muchachos! —gritó—. ¡Agárrenla!
¡Salimos volando!
Tiffany fue levantada. Unos Feegle alzaron al inconsciente Roland. Y
todos corrieron hacia los árboles.
Tiffany sacó la mano del bolsillo de su mandil, y abrió la arrugada
envoltura de Jolly Sailor. Era algo para concentrarse, para recordar un
sueño...
Las personas decían que podías ver el mar desde la cima de las
lomadas, pero Tiffany había mirado mucho en un buen día de invierno,
cuando el aire estaba claro, y no vio nada más que color azul nebuloso de la
distancia. Pero el mar en el paquete de Jolly Sailor era de color azul
profundo, con crestas blancas sobre las olas. Era el mar, para Tiffany.
Le había parecido un pequeño drome en los árboles. Eso quería decir
que no era muy poderoso. Eso esperaba. Tenía que esperar...
Los árboles se acercaban. También el anillo de pesadillas. Algunos de
los sonidos eran horribles, de huesos quebrados y rocas aplastadas e
insectos picadores y gatos aulladores, más y más y más cerca...
CAPÍTULO 12

Jolly Sailor

... había arena a su alrededor, y olas blancas que se estrellaban, y el


agua que se escurría entre los guijarros, sonando como una anciana que
chupaba un caramelo de menta.
—¡Crivens! ¿Dónde estamos ahora? —dijo Wullie Tonto.
—Sí, ¿y por qué todos nos vemos como hongos amarillos? —añadió
Roba A Cualquiera.
Tiffany bajó la mirada, y se rió. Cada picto vestía un conjunto de Jolly
Sailor, con un abrigo impermeable y un inmenso sombrero de lluvia amarillo
que cubría la mayor parte de sus caras. Empezaron a dar vueltas,
tropezando unos con otros.
¡Mi sueño!, pensó Tiffany. El drome usa lo que puede encontrar en tu
cabeza... pero éste es mi sueño. Puedo usarlo.
Wentworth se había quedado silencioso. Estaba mirando las olas.
Había un bote sobre los guijarros. Como un solo picto, o pequeño hongo
amarillo, los Nac Mac Feegle corrieron hacia él y treparon por los costados.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Tiffany.
—Mejor será si nos vamos —dijo Roba A Cualquiera—. Es un buen
sueño el que ha encontrado para nosotros, pero no podemos quedarnos
aquí.
—¡Pero deberíamos estar a salvo aquí!
—Ach, la Reina encuentra la manera de entrar en todos lados —dijo
Roba, mientras cien pictos levantaban un remo—. No se preocupe, sabemos
todo sobre botes. ¿No vio a No-totalmente-pequeñito Georgie con Pequeñito
Bobby pescando en el arroyo el otro día? No somos ningunos desconocidos
en las artes pescatoriales y náuticas, ya sabe.
Y efectivamente parecían conocer de botes. Los remos fueron colocados
en los toletes, y un grupo de Feegle lo empujó por las piedras y hacia las
olas.
—Ahora usted nos pasa al niño pequeñito —gritó Roba A Cualquiera
desde la popa. Vacilante, los pies resbalando sobre las piedras mojadas,
Tiffany entró en el agua fría y entregó a Wentworth.
Él parecía pensar que era muy gracioso.
—¡Hombrecillos! —gritó, mientras lo bajaban en el bote. Era su única
broma así que no iba a parar.
—Sí, muy bien —dijo Roba A Cualquiera, metiéndolo bajo el asiento—.
Ahora sólo espera allí como buen niño y no llores por dulces o el Tío Roba te
dará un golpe en la oreja, ¿de acuerdo?
Wentworth rió.
Tiffany volvió corriendo a la playa y tironeó a Roland para ponerlo de
pie. Él abrió los ojos y la miró legañoso.
—¿Qué está sucediendo? —dijo—. Tuve un extraño sue... —y entonces
cerró los ojos otra vez, y se desplomó.
—¡Entra en el bote! —gritó Tiffany, arrastrándolo sobre los guijarros.
—Crivens, ¿vamos a llevar a esta pequeñita racha de inutilidad? —dijo
Roba, agarrando los pantalones de Roland y levantándolo a bordo.
—¡Por supuesto! —Tiffany se trepó después, y aterrizó en el fondo del
bote mientras una ola lo alejaba. Los remos crujieron y chapotearon, y el
bote saltó hacia adelante. Dio tumbos una o dos veces cuando más olas lo
golpearon, y luego empezó a cruzar el mar. Los pictos eran fuertes, después
de todo. Aunque cada remo era un campo de batalla mientras los pictos
colgaban de él, o se apilaban sobre los hombros de los otros o sólo tiraban
de cualquier cosa que podían agarrar, ambos remos casi se doblaban
mientras eran forzados a través del agua.
Tiffany se repuso, y trató de ignorar la repentina sensación de
incertidumbre en su estómago.
—¡Diríjanlo hacia el faro! —dijo.
—Sí, ya lo sé —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Es el único lugar que hay! Y a
la Reina no le gusta la luz. —Sonrió—. Es un buen sueño, dama. ¿Ha mirado
el cielo?
—Es sólo un cielo azul —dijo Tiffany.
—No es exactamente un cielo —dijo Roba A Cualquiera—. Mire detrás.
Tiffany se volvió. Era un cielo azul. Muy azul. Pero encima de la playa
que se alejaba, a mitad camino del cielo, había una cinta amarilla. Se veía
muy lejos, y de cientos de millas de ancho. Y en medio de ella, amenazando
al mundo, tan grande como una galaxia y gris-azul por la distancia, había un
cinturón salvavidas.
Sobre él, pero escritas al revés en letras más grandes que la luna,
estaban las palabras:

—¿Estamos en la etiqueta? —preguntó Tiffany.


—Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera.
—Pero el mar se siente... real. Es salado y mojado y frío. ¡No es como
pintura! ¡No lo soñé salado ni tan frío!
—¿No bromea? Entonces en el exterior es una imagen, y es real por
dentro —Roba asintió—. Sabe, hemos estado robando y corriendo sobre toda
clase de mundos por largo tiempo, y le diré esto: el universo es mucho más
com-pli-ca-do que lo que parece desde afuera.
Tiffany sacó la etiqueta sucia de su bolsillo y la miró otra vez. Había un
cinturón salvavidas, y un faro. Pero no estaba ahí el propio Jolly Sailor. Lo
que había ahí, tan diminuto que era un poco más grande que un punto sobre
el mar impreso, era un diminuto bote de remos.
Miró hacia arriba. Había nubes de tormenta en el cielo, enfrente del
inmenso cinturón salvavidas nebuloso. Eran largas y andrajosas, rizándose a
medida que se acercaban.
—No le llevará mucho tiempo encontrar la manera de entrar —murmuró
William.
—No —dijo Tiffany—, pero éste es mi sueño. Sé cómo va. ¡Sigan
remando!
Enredándose y dando volteretas, algunas de las nubes pasaron por
arriba y luego descendieron hacia el mar. Se esfumaron debajo de las olas
como una tromba marcha atrás.
Empezó a llover fuerte, tanto que subía una neblina sobre el mar.
—¿Eso es todo? —se preguntó Tiffany—. ¿Es todo lo que puede hacer?
—Lo dudo —dijo Roba A Cualquiera—. ¡A doblar los remos, muchachos!
El bote se lanzó hacia adelante, rebotando de ola en ola a través de la
lluvia.
Pero, en contra de toda ley normal, ahora estaba tratando de ir cuesta
arriba. El agua se amontonaba arriba y arriba, y el bote resbalaba hacia
atrás en el oleaje que se alzaba.
Algo estaba surgiendo. Algo blanco empujaba el mar a un costado. Unas
grandes cascadas salieron a borbotones de la brillante cima que trepaba
hacia el cielo tormentoso.
Creció más alto, y todavía había más. Y, al final, había un ojo. Era
diminuto comparado con la cabeza montañosa encima de él, y giró en su
órbita y se concentró en el diminuto bote.
—Bueno, ésa es una cabeza que sería el trabajo de un día incluso para
Gran Yan —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Creo que tendríamos que volver
mañana! ¡A remar, muchachos!
—Es un sueño mío —dijo Tiffany, tan tranquila como pudo—. Es el pez
ballena.
Sin embargo, nunca soñé el olor, añadió para sí misma. Pero aquí está,
un olor inmenso, sólido, que llena el mundo, que huele a sal y agua y peces
y cieno...
—¿Qué come? —preguntó Wullie Tonto.
—Ah, lo sé —dijo Tiffany, mientras el bote se mecía en la marejada—.
Las ballenas no son peligrosas, porque sólo comen cosas muy pequeñas...
—¡Remen a todo gas, muchachos! —aulló Roba A Cualquiera.
—¿Cómo sabe que solamente come cosas pequeñitas? —preguntó
Wullie Tonto mientras la boca del pez ballena empezaba a abrirse.
—Una vez pagué todo un pepino por una lección sobre Bestias de la
Profundidad —dijo Tiffany, mientras una ola los rebalsaba—. ¡Las ballenas ni
siquiera tienen dientes correctos!
Se escuchó un crujido y llegó una ráfaga de halitosis de pez del tamaño
de un tifón, y la vista estaba llena de enormes dientes puntiagudos.
—¿Sí? —dijo Wullie—. Bien, sin querer ofender, pero creo que esta
bestia no fue a la misma escuela que usted!
El oleaje los estaba empujando. Y ahora Tiffany podía ver toda la
cabeza y, de una manera que no le fue posible describir, la ballena se
parecía a la Reina. La Reina estaba ahí, en algún lugar.
La cólera volvió.
—Éste es mi sueño —gritó al cielo—. ¡Lo he soñado docenas de veces!
¡Usted no es admitida aquí! ¡Y las ballenas no comen a las personas! ¡Todos
los que no son muy estúpidos lo saben!
Una cola del tamaño de un campo salió del agua y golpeó sobre el mar.
La ballena se lanzó hacia adelante.
Roba A Cualquiera se quitó el sombrero amarillo y sacó su espada.
—Ach, bien, lo intentamos —dijo—. ¡Esta bestia pequeñita va a
conseguir el peor dolor de estómago que jamás hubo!
—¡Sí, nos abriremos camino para salir, cortando! —gritó Wullie Tonto.
—¡No, sigan remando! —dijo Tiffany.
—¡Jamás será dicho que los Nac Mac Feegle le dieron la espalda a un
enemigo! —gritó Roba.
—¡Pero reman mirando hacia atrás! —señaló Tiffany.
El picto parecía alicaído.
—Oh, sí, no había pensado en ello de ese modo —dijo, sentándose otra
vez.
—¡Sólo remen! —insistió Tiffany—. ¡Estamos casi en el faro!
Refunfuñando, porque incluso si estaban mirando hacia el lado correcto
todavía estaban avanzando en la dirección equivocada, los pictos tiraron de
los remos.
—Era una gran cabeza la que tenía allí, sabe —dijo Roba A Cualquiera
—. ¿Qué tan grande dirías que es la cabeza, gonnagle?
—Ach, diría que es muy grrrande, Roba —dijo William, que estaba con
el equipo sobre el otro remo—. Efectivamente, podría comprometerme a
decir que es enorrrrme.
—Llegarías tan lejos como eso, ¿verdad?
—Oh, sí. Enorrrrme está completamente justificado...
Está casi sobre nosotros, pensó Tiffany.
Esto tiene que resultar. Es mi sueño. En cualquier momento. En
cualquier momento a partir de ahora...
—¿Y qué tan cerca de nosotros dirías que está, entonces? —preguntó
Roba en tono conversacional, mientras el bote se bamboleaba y se sacudía
justo delante de la ballena.
—Ésa es una muy buena prrregunta, Roba —dijo William—. Y la
respondería diciendo que está muy cerrrca efectivamente.
En cualquier momento a partir de ahora, pensó Tiffany. Sé que la Srta.
Tick dijo que uno no debe confiar en los sueños, pero sólo quiso decir que
uno no debe esperar.
Er... en cualquier momento a partir de ahora, yo... espero. Él nunca
falló...
—A decir verdad, llegaría tan lejos hasta decirrr extremadamente
cerca... —empezó William.
Tiffany tragó, y esperó que la ballena no lo hiciera. Había solamente
unas treinta yardas de agua entre los dientes y el bote.
Y entonces la distancia fue llenada por una pared de madera que se vio
borrosa mientras pasaba, con un ruido zipzipzip.
Tiffany miró hacia arriba con la boca abierta. Unas velas blancas
destellaban a través de las nubes tormentosas, chorreando lluvia como
cascadas. Miró los aparejos y las sogas y los marineros alineados sobre los
palos, y aclamó.
Y entonces la popa de la embarcación de Jolly Sailor desapareció en la
lluvia y la neblina, pero no antes de que Tiffany viera la gran figura barbuda
al timón, vestido con impermeable amarillo. Se volvió y saludó con la mano
sólo una vez, antes de que la embarcación desapareciera en la tiniebla.
Logró ponerse de pie otra vez, mientras el bote se mecía en la
marejada, y gritó a la altísima ballena:
—¡Tienes que perseguirlo! ¡Así es como tiene que trabajar! ¡Tú lo
persigues, él te persigue! ¡Yaya Doliente lo dijo! ¡No puedes no hacerlo y
todavía ser el pez ballena! ¡Éste es mi sueño! ¡Mis reglas! ¡He tenido más
práctica en él que tú!
—¡Gran pescadito! —gritó Wentworth.
Eso fue más sorprendente que la ballena. Tiffany miró a su hermano
menor mientras el bote se mecía otra vez.
—¡Gran pescadito! —dijo Wentworth otra vez.
—¡Eso es correcto! —dijo Tiffany, encantada—. ¡Gran pescadito! ¡Y lo
que lo hace particularmente interesante es que una ballena no es un pez!
¡De hecho es un mamífero, como una vaca!
¿Acabas de decir eso?, dijo su Segundo Pensamiento, mientras todos
los pictos la miraban y el bote giraba en el oleaje. ¿La primera vez que
alguna vez dice algo que no sea sobre dulce u hombrecillo y sólo lo corriges?
Tiffany miró a la ballena. Estaba en problemas. Pero era la ballena, la
ballena con la que había soñado muchas veces después de que Yaya
Doliente le contara esa historia, y ni siquiera la Reina podía controlar una
historia así.
Giró de mala gana en el agua y se zambulló en la estela de la
embarcación de Jolly Sailor.
—¡Gran pescadito se fue! —dijo Wentworth.
—No, es un mamífero... —dijo la boca de Tiffany, antes de que pudiera
pararla.
Los pictos todavía la estaban mirando.
—Es que debería aprenderlo bien —masculló, avergonzada de sí misma
—. Es un error que muchas personas cometen...
Vas a convertirte en alguien como la Srta. Tick, dijo su Segundo
Pensamiento. ¿Realmente quieres eso?
—Sí —dijo una voz, y Tiffany se dio cuenta de que era la suya otra vez.
La cólera creció, con alegría—. ¡Sí! ¡Yo soy yo, soy cuidadosa y lógica y
consulto las cosas que no comprendo! ¡Cuando escucho que las personas
usan palabras equivocadas me pongo nerviosa! Soy buena con el queso.
¡Leo libros rápidamente! ¡Pienso! ¡Y siempre tengo un trozo de cordel! ¡Ésa
es la clase de persona que soy!
Paró. Incluso Wentworth la estaba mirando fijo ahora. Parpadeó.
—Gran vaca de agua se fue... —sugirió, mansamente.
—¡Eso es correcto! ¡Buen niño! —dijo Tiffany—. ¡Cuando lleguemos a
casa puedes tomar un dulce!
Vio que las apiñadas filas de los Nac Mac Feegle todavía la miraban con
expresiones preocupadas.
—¿Está todo bien con usted si continuamos? —dijo Roba A Cualquiera,
alzando una mano nerviosa—. ¿Antes de que su pez ball... antes de que su
vaca ballena regrese?
Tiffany miró más allá. El faro no estaba lejos. Un pequeño espigón se
extendía desde su isla diminuta.
—Sí, por favor. Er... gracias —dijo, calmándose un poco. La
embarcación y la ballena habían desaparecido en la lluvia y el mar
simplemente lamía la orilla.
Un drome estaba sentado sobre las rocas con sus piernas pálidas y
gordas enfrente de él. Estaba mirando mar adentro y no parecía notar el
bote que se acercaba. Cree que está en casa, pensó Tiffany. Le he dado un
sueño que le gusta.
Los pictos se derramaron sobre el espigón y ataron el bote.
—De acuerdo, aquí estamos —dijo Roba A Cualquiera—. Sólo le
cortaremos la cabeza a la criatura y saldremos de aquí...
—¡No! —dijo Tiffany.
—Pero él...
—Déjenlo solo. Sólo... déjenlo solo, ¿de acuerdo? No está interesado. —
Y conoce el mar, añadió para sí misma. Probablemente siente nostalgia por
el mar. Es por eso que es un sueño tan real. Nunca lo hubiera conseguido
por mí misma.
Un cangrejo salió del oleaje junto a los pies del drome, y se acomodó
para soñar sueños de cangrejo.
Parece como si un drome pudiera perderse en su propio sueño, pensó.
Me pregunto si alguna vez despertará.
Se volvió hacia los Nac Mac Feegle.
—En mi sueño siempre despierto cuando llego al faro —dijo.
Los pictos miraron la torre roja y blanca y, como un solo Feegle,
sacaron las espadas.
—No confiamos en la Reina —dijo Roba—. La dejará pensar que está
segura, y justo cuando haya dejado caer su guardia aparecerá. Estará
esperando detrás de la puerta, puede apostarlo. Nos dejará entrar primero.
Era una orden, no una pregunta. Tiffany asintió, y observó a los Nac
Mac Feegle avanzar como enjambre sobre las rocas hacia la torre.
Sobre el espigón, a solas con la excepción de Wentworth y el
inconsciente Roland, tomó el sapo de su bolsillo; éste abrió los ojos amarillos
y miró el mar.
—Estoy soñando, o estoy sobre una playa —dijo—. Y los sapos no
sueñan.
—En mi sueño pueden hacerlo —dijo Tiffany—. Y éste es mi sueño.
—¡Entonces es uno sumamente peligroso! —dijo el sapo con ingratitud.
—No, es encantador —dijo Tiffany—. Es maravilloso. Mira cómo la luz
baila sobre las olas.
—¿Dónde están los carteles advirtiendo a las personas que pueden
ahogarse? —se quejó el sapo—. Ningún cinturón salvavidas ni redes para
tiburones. Oh, cielos. ¿Veo a un salvavidas capacitado? Creo que no.
Suponiendo que alguien fuera a...
—Es una playa —dijo Tiffany—. ¿Por qué estás hablando de este modo?
—Yo... yo no lo sé —dijo el sapo—. ¿Puedes bajarme, por favor? Siento
que empieza un dolor de cabeza.
Tiffany lo bajó y lo acomodó en un poco de alga marina. Después de un
rato lo escuchó comer algo.
El mar estaba en calma.
Estaba pacífico.
Era exactamente el momento cuando alguien sensato debería
desconfiar.
Pero nada ocurrió. Y continuó sin ocurrir nada. Wentworth recogió un
guijarro y lo puso en su boca, sobre la base que cualquier cosa podía ser un
dulce.
Entonces, de repente, unos ruidos vinieron desde el faro. Tiffany
escuchó gritos amortiguados, y ruidos sordos, y una o dos veces el sonido
de vidrios rotos. En un momento, el ruido como de algo pesado cayendo por
una larga escalera caracol y golpeando cada escalón en el camino.
La puerta se abrió. Los Nac Mac Feegle salieron. Parecían satisfechos.
—No hay problemas —dijo Roba A Cualquiera—. No hay nadie allí.
—¡Pero hubo mucho ruido!
—Oh, sí. Tuvimos que asegurarnos —dijo Wullie Tonto.
—¡Hombrecillos! —gritó Wentworth.
—Despertaré cuando pase por la puerta —dijo Tiffany, sacando a Roland
del bote—. Siempre lo hago. Debe resultar. Éste es mi sueño. —Puso al niño
vertical y se volvió hacia el Feegle más cercano—. ¿Puede traer a
Wentworth?
—Sí.
—¿Y no se perderá, ni se emborrachará o algo?
Roba A Cualquiera parecía ofendido.
—¡Nosotros no nos perdemos! —dijo—. ¡Siempre sabemos dónde
estamos! ¡Sólo que a veces tal vez no estamos seguros de dónde está todo
lo demás, pero no es culpa nuestra si todo lo demás se pierde! ¡Los Nac Mac
Feegle nunca se pierden!
—¿Y qué me dice de emborracharse? —dijo Tiffany, arrastrando a
Roland hacia el faro.
—¡Nunca hemos estado perdidos en toda nuestra vida! Ése no es el
caso, ¿eh, muchachos? —dijo Roba A Cualquiera. Hubo un murmullo de
acuerdo resentido—. ¡Las palabras ‘perdido’ y ‘Nac Mac Feegle’ no deberían
aparecer en la misma fra-se!
—¿Y borracho? —dijo Tiffany otra vez, descargando a Roland sobre los
guijarros.
—¡Estar perdido es algo que le sucede a las otras personas! —declaró
Roba A Cualquiera—. ¡Quiero dejar este punto perrrfectamente claro!
—Bien, por lo menos no debería haber nada para beber en un faro —
dijo Tiffany. Se rió—. ¡A menos que beban aceite de lámpara, y nadie se
atrevería a hacerlo!
De repente, los pictos quedaron en silencio.
—¿Qué sería eso, entonces? —dijo Wullie Tonto, en una voz lenta y
cautelosa—. ¿Sería la cosa dentro de una especie de cosa del tipo de botella
grande?
—¿Con un pequeñito cráneo y huesos cruzados delante? —dijo Roba A
Cualquiera.
—Sí, probablemente, y es una cosa horrible —dijo Tiffany—. Lo pondría
muy enfermo si la bebiera.
—¿De veras? —dijo Roba A Cualquiera, pensativo—. Es muy...
interesante. ¿Qué clase de enfermedad sería ésa, la clase de cosa?
—Creo que probablemente moriría —dijo Tiffany.
—Ya estamos muertos —dijo Roba A Cualquiera.
—Bien, estaría muy, pero muy enfermo, entonces —dijo Tiffany. Le
lanzó una mirada firme—. Es inflamable, también. Sería bueno que no lo
bebiera, ¿verdad?
Wullie Tonto eructó sonoramente. Había un fuerte olor a parafina.
—Sí —dijo.
Tiffany fue a por Wentworth. Detrás de ella, escuchó algunos susurros
amortiguados mientras los pictos se agrupaban.
—¡Te dije que el cráneo pequeñito sobre él quería decir que no
debíamos tocarlo!
—¡Gran Yan dijo que eso significaba que era una cosa fuerte! ¡Y las
cosas han llegado a un bonito puerto, sabes, si las personas van a dejar por
allí cosas como ésa donde gente inocente podría accidentalmente hacer
añicos la puerta y palanquear las barras a un lado y quitar la gran cadena de
la alacena y forzar la llave y beberla!
—¿Qué significa inflamable?
—¡Significa que se prende fuego!
—De acuerdo, de acuerdo, sin pánico. Nada de eructos, y ninguno de
ustedes va a tener una fuga en ningún lugar cerca de las llamas desnudas,
¿de acuerdo? Y actúen naturales.
Tiffany se sonrió. Los pictos parecían muy duros de matar. Quizás el
creer que estás muerto te hace inmune. Giró y miró hacia la puerta del faro.
En realidad, nunca la vio abierta en su sueño. Siempre pensó que el faro
estaba lleno de luz, sobre la base de que en la granja el establo estaba lleno
de vacas y la leñera estaba llena de leña.
—Muy bien, muy bien —dijo, bajando la vista hacia Roba A Cualquiera
—. Voy a cargar a Roland, y quiero que usted traiga a Wentworth.
—¿No quiere cargar al muchacho pequeñito? —dijo Roba.
—¡Hombrecillo! —gritó Wentworth.
—Usted lo trae —dijo Tiffany, brevemente. Quería decir: No estoy
segura de que esto vaya a resultar, y él podría estar más seguro con usted
que conmigo. Espero despertar en mi dormitorio. Despertar en mi dormitorio
sería bonito...
Por supuesto, si todos los demás despiertan allí también, podría haber
algunas preguntas difíciles, pero cualquier cosa es mejor que la Reina...
Escuchó un ruido vibrante, rápido, detrás de ella. Giró, y vio que el mar
desaparecía, muy rápidamente. Se estaba retirando de la orilla. Mientras
miraba, unas rocas y montones de algas marinas aparecieron por encima del
oleaje y luego de repente estaban altas y secas.
—Ah —dijo, luego de un momento—. Está bien. Sé qué es esto. Es la
marea. El mar lo hace. Entra y sale todos los días.
—¿Sí? —dijo Roba A Cualquiera—. Asombroso. Parece que se estuviera
vaciando a través de un agujero...
A unas cincuenta yardas de distancia, los últimos riachuelos de agua de
mar desaparecían sobre un borde, y algunos de los pictos ya iban hacia allí.
Tiffany tuvo un momento de algo que no era exactamente pánico. Era
mucho más lento y más molesto que el pánico. Empezó con apenas una
pequeña duda fastidiosa que decía: ¿no es la marea un poco más lenta?
El maestro (Maravillas Del Mundo Natral, Una Manzana) no había
entrado en muchos detalles. Pero unos peces aleteaban sobre el lecho
marino expuesto, y seguramente los peces en el mar no morían todos los
días.
—Er, creo que es mejor que tengamos cuidado... —dijo, siguiendo los
pasos de Roba A Cualquiera.
—¿Por qué? No es como si el agua estuviera subiendo —dijo—. ¿Cuándo
vuelve la marea?
—Hum, en horas, creo —dijo Tiffany, sintiendo que el lento y molesto
pánico crecía—. Pero no estoy segura de que esto...
—Toneladas de tiempo, entonces —dijo Roba A Cualquiera.
Habían llegado al borde, donde el resto de los pictos se habían alineado.
A poco de agua todavía goteaba sobre sus pies, cayendo en el golfo más
allá.
Era como mirar dentro de un valle. En el borde opuesto estaba a
muchas millas de distancia, y el mar era sólo una línea brillante.
Debajo de ellos, sin embargo, estaban los naufragios. Había muchos.
Galeones y goletas y clíperes, mástiles quebrados, aparejos colgantes,
cascos abiertos, todo esparcido a través de los charcos en lo que había sido
la bahía.
Los Nac Mac Feegle, como un solo picto, suspiraron con felicidad.
—¡Tesoros hundidos!
—¡Sí! ¡Oro!
—¡Lingotes!
—¡Joyas!
—¿Qué les hace pensar que hay tesoros? —dijo Tiffany.
Los Nac Mac Feegle parecían asombrados, como si hubiera sugerido que
las rocas podían volar.
—Tienen que haber tesoros en ellos —dijo Wullie Tonto—. De otro
modo, ¿qué sentido tiene permitir que se hundan?
—Eso es correcto —dijo Roba A Cualquiera—. Tiene que haber oro en
las embarcaciones hundidas, de otro modo no valdría la pena luchar contra
todos los tiburones y pulpos y cosas. ¡Robar tesoros del fondo del océano, es
seguramente el mejor y más grande robo que jamás hubo!
Y ahora lo que Tiffany sentía era un verdadero y honesto pánico.
—¡Ése es un faro! —dijo, señalando—. ¿Pueden verlo? ¡Un faro para que
las embarcaciones no choquen con las rocas! ¿Correcto? ¿Comprenden?
¡Ésta es una trampa hecha sólo para ustedes! ¡La Reina todavía está por
aquí!
—¿Tal vez sólo podemos bajar y mirar dentro de una embarcación
pequeñita? —dijo Roba A Cualquiera, mansamente.
—¡No! Porque... —Tiffany levantó la vista. Había captado un rayo—.
Porque... el mar... está... regresando... —dijo.
Lo que parecía una nube en el horizonte estaba agrandándose, y
brillaba más mientras se acercaba. Tiffany ya podía escuchar el rugido.
Volvió corriendo a la playa y metió las manos bajo las axilas de Roland
para arrastrarlo hasta el faro. Miró atrás, y los pictos todavía estaban
mirando la inmensa y creciente ola.
Y estaba Wentworth, mirando la ola con felicidad, y agachado
ligeramente de modo que podía sujetar las manos de dos Feegle, si se
ponían de puntillas.
La imagen se grabó en sus ojos. El pequeño niño, y los pictos, todos de
espaldas a ella, y todos mirando con interés la pared de agua que llenaba el
cielo, acelerada, brillante.
—¡Vamos! —gritó Tiffany—. Yo estaba equivocada, ésta no es la marea,
ésta es la Reina...
Las embarcaciones hundidas se levantaron y giraron en la siseante
montaña del oleaje.
—¡Vamos!
Tiffany logró cargar a Roland sobre sus hombros y, tambaleándose
sobre las rocas, llegó hasta la puerta del faro mientras el agua se estrellaba
detrás de ella...
... por un momento el mundo estuvo lleno de luz blanca...
... y la nieve crujió bajo sus pies.
Era el país silencioso y frío de la Reina. No había nadie alrededor y nada
que ver excepto nieve y, a la distancia, el bosque. Unas nubes negras se
cernían sobre él.
Delante de ella, y apenas visible, había una imagen en el aire. Mostraba
un poco de pastizal, y algunas piedras, iluminadas con luz de luna.
Era el otro lado de la puerta hacia casa.
Giró sobre sí misma desesperadamente.
—¡Por favor! —gritó. No era un pedido a nadie en especial. Sólo
necesitaba gritar—. ¿Roba? ¿William? ¿Wullie? ¿Wentworth?
Lejos, hacia el bosque, se escuchaba el ladrido de los perros macabros.
—Tienen que salir —farfulló Tiffany—. Tienen que escapar...
Agarró a Roland por el cuello y lo arrastró hacia la puerta. Por lo menos
se deslizaba mejor sobre la nieve.
Nadie ni nada trató de detenerla. La nieve se derramó un poco a través
de la entrada entre las piedras y el pastizal, pero el aire estaba tibio y vivía
con los ruidos de los insectos nocturnos. Bajo una luna real, bajo un cielo
real, tiró del niño hasta una piedra caída y lo apoyó contra ella. Se sentó
junto a él, exhausta hasta los huesos, y trató de recuperar su respiración.
Su vestido estaba empapado, y olía a mar.
Podía escuchar sus propios pensamientos, muy lejanos:
Todavía podrían estar vivos. Era un sueño, después de todo. Debe
haber una manera de regresar. Todo lo que tengo que hacer es encontrarlo.
Tengo que volver ahí.
Los perros sonaban muy fuerte...
Se puso de pie otra vez, aunque lo que realmente quería hacer era
dormir.
Las tres piedras de la puerta eran una forma negra contra las estrellas.
Y mientras las observaba, cayeron. La de la izquierda resbaló,
lentamente, y las otras dos terminaron por inclinarse contra ella.
Se acercó corriendo y tiró de las toneladas de piedra. Metió la mano en
el aire alrededor por si acaso la entrada estuviera ahí todavía. Espió
locamente, tratando de verla.
Tiffany se quedó de pie bajo las estrellas, sola, y trató de no llorar.
—¡Qué vergüenza! —dijo la Reina—. Has fallado a todo el mundo,
¿verdad?
CAPÍTULO 13

Tierra Bajo Las Olas

La Reina caminó sobre el pastizal hacia Tiffany. Donde pisaba, la


escarcha brillaba por un momento. La pequeña parte de Tiffany que todavía
estaba pensando pensó: Esa hierba estará muerta por la mañana. Está
acabando con mi pastizal.
—Toda la vida es sólo un sueño, cuando te pones a pensar —dijo la
Reina con la misma exasperante voz calmada y agradable. Se sentó sobre
las piedras caídas—. Ustedes los humanos son soñadores. Tú sueñas que
eres inteligente. Sueñas que eres importante. Sueñas que eres especial.
Sabes, eres casi mejor que los dromes. Eres ciertamente más imaginativa.
Tengo que agradecerte.
—¿Por qué? —dijo Tiffany, mirándose las botas. El terror ataba su
cuerpo con alambres al rojo vivo. No había ningún lugar donde escapar.
—Nunca me di cuenta de qué maravilloso es tu mundo —dijo la Reina—.
Quiero decir, los dromes... bien, no son mucho más que una especie de
esponja ambulante, en realidad. Su mundo es antiguo. Está casi muerto.
Realmente, ya no son muy creativos. Con un poco de ayuda de mi parte, tu
gente podría ser mucho mejor. Porque, mira, tú sueñas todo el tiempo.
Especialmente, tú sueñas todo el tiempo. Tu imagen del mundo es un
paisaje contigo en el medio, ¿verdad? Maravilloso. Mírate, con ese vestido
tan horrible y esas botas macizas. Soñaste que podías invadir mi mundo con
una sartén. Tuviste ese sueño sobre Valiente Niña Rescata Pequeño
Hermano. Pensaste que eras la heroína de una historia. Y entonces lo
dejaste atrás. Sabes, creo que ser golpeado por mil millones de toneladas de
agua de mar debe ser como que una montaña de hierro te cae sobre la
cabeza, ¿verdad?
Tiffany no podía pensar. Su cabeza estaba llena de niebla caliente y
rosada. No había resultado.
Su Tercer Pensamiento estaba en alguna parte en la niebla, tratando de
hacerse escuchar.
—Saqué a Roland —masculló, todavía mirándose las botas.
—Pero no es tuyo —dijo la Reina—. Enfrentémoslo, es un niño algo
estúpido con una gran cara roja y un cerebro hecho para un cerdo,
exactamente como su padre. Dejaste atrás a tu hermano menor con un
grupo de pequeños ladrones y rescataste a un pequeño tonto mimado.
¡No había tiempo!, chilló el Tercer Pensamiento. ¡No lo habrías
alcanzado y regresado al faro! ¡Casi no pudiste salir! ¡Sacaste a Roland! ¡Era
lo más lógico para hacer! ¡No tienes que sentirte culpable por eso! ¿Qué es
mejor, tratar de salvar a tu hermano y ser valiente, corajuda, estúpida y
muerta, o salvar al niño y ser valiente, corajuda, sensata y viva?
Pero algo seguía diciendo que estúpida y muerta habría sido más...
correcto.
Algo seguía diciendo: ¿Le dirías a mamá que podías ver que no había
tiempo de rescatar a tu hermano así que en cambio rescataste a otra
persona? ¿Estaría satisfecha porque decidiste eso? Ser correcto no siempre
resulta.
¡Es la reina!, gritó el Tercer Pensamiento. ¡Es su voz! ¡Es como
hipnotismo! ¡Tienes que dejar de escuchar!
—Supongo que no es tu culpa que seas tan fría y sin corazón —dijo la
Reina—. Probablemente todo esté relacionado con tus padres.
Probablemente nunca te dedicaron tiempo suficiente. Y tener a Wentworth
fue una cosa muy cruel para hacerte, realmente deberían haber tenido más
cuidado. Y te dejaron leer demasiadas palabras. No puede ser bueno para un
cerebro joven, saber palabras como paradigma y escatológico. Conduce a
conductas tales como usar a tu propio hermano como cebo para el
monstruo. —La Reina suspiró—. Desgraciadamente, esa clase de cosas
ocurre todo el tiempo. Creo que debes estar orgullosa de no ser peor que
sólo profundamente introvertida y socialmente inadaptada.
Caminó alrededor de Tiffany.
—Es tan triste —continuó—. Sueñas que eres poderosa, sensata,
lógica... la clase de persona que siempre tiene un trozo de cordel. Pero es
sólo tu excusa para no ser real y apropiadamente humana. Eres sólo un
cerebro, ningún corazón en absoluto. Ni siquiera lloraste cuando Yaya
Doliente murió. Piensas demasiado, y ahora tu preciado pensar te ha
abandonado. Bien, creo que es mejor si sólo te mato, ¿verdad?
¡Busca una piedra!, gritó el Tercer Pensamiento. ¡Golpéala!
Tiffany se dio cuenta de que había otras figuras en la penumbra. Había
algunas de las imágenes del verano, pero también había dromes y jinete sin
cabeza y mujeres Bumble-Bee.
Alrededor de ella, la escarcha se deslizaba sobre el suelo.
—Creo que nos gustará aquí —dijo la Reina.
Tiffany sintió que el frío le subía por las piernas. Su Tercer
Pensamiento, ronco por el esfuerzo, gritó: ¡Haz algo!
Debería haber sido más ordenada, pensó arrepentida. No debería haber
dependido de los sueños. O... tal vez debería haber sido un ser humano real.
Más... sentimientos. ¡Pero no pude evitar no llorar! ¡Sólo... no vino! ¿Y cómo
puedo evitar pensar? ¿Y pensar en los pensamientos? ¿E incluso pensar en
los pensamientos sobre los pensamientos?
Vio la sonrisa en los ojos de la Reina, y pensó: ¿Cuál de todas esas
personas que piensan todo eso soy yo?
¿Hay algún yo en absoluto?
Unas nubes se volcaron a través del cielo como una mancha. Cubrieron
las estrellas. Eran las nubes entintadas del mundo congelado, las nubes de
pesadilla. Empezó a llover, lluvia con hielo dentro. Golpeaba los pastos como
bala, convirtiéndolos en barro gredoso. El viento aullaba como una manada
de perros macabros.
Tiffany logró hacer un paso adelante. El barro chupó sus botas.
—¿Un poco de espíritu por fin? —dijo la Reina, retrocediendo.
Tiffany probó otro paso, pero las cosas ya no estaban resultando. Tenía
demasiado frío y estaba demasiado cansada. Podía sentir que su identidad
desaparecía, que se perdía...
—Tan triste, terminar de este modo —dijo la Reina.
Tiffany cayó hacia adelante, en el barro congelado.
La lluvia caía más fuerte, picando como agujas, martillando su cabeza y
corriendo como lágrimas heladas por sus mejillas. Golpeaba tan duro que la
dejaba sin aliento.
Sentía que el frío extraía todo el calor de ella. Y ésa era la única
sensación que quedaba, aparte de una nota musical.
Sonaba como el olor de la nieve, o el destello de la escarcha. Era alta y
delgada y muy prolongada.
No podía sentir el suelo por debajo y no había nada para ver, ni siquiera
las estrellas. Las nubes habían cubierto todo.
Tenía tanto frío que ya no podía sentir el frío, o sus dedos. Un
pensamiento logró gotear a través de su mente congelada. ¿Hay algún yo en
absoluto? ¿O mis pensamientos sólo sueñan conmigo?
La negrura se hizo más profunda. La noche nunca era tan negra como
esto, y el invierno nunca tan frío. Hacía más frío que en los rigurosos
inviernos cuando caía la nieve y Yaya Doliente andaba de ventisquero en
ventisquero, buscando cuerpos calientes. ‘Las ovejas podrán sobrevivir a la
nieve si el pastor tiene alguna inteligencia’, solía decir Yaya. La nieve
mantenía lejos el frío, y las ovejas sobrevivían en huecos tibios bajo techos
de nieve mientras el viento riguroso soplaba inofensivamente sobre ellos.
Pero hacía tanto frío como en esos días cuando ni siquiera la nieve
podía caer, y el viento era puro frío en sí mismo, soplando cristales de hielo
a través del pastizal. Ésos eran días asesinos a principios de la primavera,
cuando habían comenzado las pariciones y el invierno llegaba aullando una
vez más...
Había oscuridad por todos lados, amarga y sin estrellas.
Había una mota de la luz, a gran distancia.
Una estrella. Muy abajo. Que se movía...
Crecía en la noche tormentosa.
Zigzagueaba mientras se acercaba.
El silencio cubrió a Tiffany, y la encerró.
El silencio apestaba a ovejas, y trementina, y tabaco.
Y entonces... llegó el movimiento, como si estuviera cayendo a través
del suelo, muy rápido.
Y la tibieza apacible, y, sólo por un momento, el sonido de olas.
Y su propia voz, dentro de su cabeza.
Esta tierra está en mis huesos.
Tierra bajo las olas.
Blancura.
Cayó a través de la oscuridad tibia y pesada a su alrededor, algo como
nieve pero tan fina como polvo. Se acumuló en algún lugar debajo de ella,
porque podía ver una apagada blancura.
Una criatura como un cucurucho de helado con muchos tentáculos la
golpeó al pasar y se alejó velozmente.
Estoy bajo el agua, pensó Tiffany.
Recuerdo...
Ésta es la lluvia de un millón de años bajo el mar, ésta es la nueva
tierra nacida debajo de un océano. No es un sueño. Es... un recuerdo. La
tierra bajo las olas. Millones y millones de conchas diminutas...
Esta tierra estaba viva.
Durante todo el tiempo sentía el tibio y reconfortante olor de la cabaña
de pastoreo, y la sensación de estar sujeta por manos invisibles.
La blancura debajo de ella se alzó y cubrió su cabeza, pero no parecía
incómoda. Era como estar en una neblina.
Ahora estoy dentro de la creta, como un pedernal, como una caliza...
No estaba segura de cuánto tiempo pasó en el agua honda y tibia, o si
efectivamente había pasado algún tiempo, o si los millones de años pasaron
en un segundo, pero sintió movimiento otra vez, y una sensación de subir.
Más recuerdos se volcaron en su mente.
Siempre hubo alguien observando las fronteras. No decidió hacerlo. Fue
decidido para él. Alguien tiene que ocuparse. A veces, tiene que pelear.
Alguien tiene que hablar en nombre de los que no tienen voz...
Abrió los ojos. Todavía estaba acostada en el barro, y la Reina se reía
de ella y, por encima, la tormenta todavía rugía.
Pero se sentía tibia. A decir verdad, se sentía caliente, muy caliente por
la cólera... cólera por los pastos maltratados, cólera por su propia estupidez,
cólera por esta criatura hermosa cuyo único talento era controlar.
Esta... criatura estaba tratando de tomar su mundo.
Todas las brujas son egoístas, había dicho la Reina. Pero el Tercer
Pensamiento de Tiffany dijo: ¡Entonces convierte el egoísmo en un arma!
¡Haz tuyas todas las cosas! ¡Haz tuyos otras vidas y sueños y esperanzas!
¡Protégelos! ¡Sálvalos! ¡Tráelos al redil! ¡Recorre el vendaval por ellos!
¡Mantén lejos al lobo! ¡Mis sueños! ¡Mi hermano! ¡Mi familia! ¡Mi tierra! ¡Mi
mundo! ¡Cómo se atreve a tomar estas cosas, porque son mías!
¡Tengo un deber!
La cólera rebosó. Se puso de pie con los puños cerrados, y gritó a la
tormenta, poniendo en el grito toda la rabia que llevaba dentro.
El relámpago golpeó el suelo a cada lado. Lo hizo dos veces.
Y se quedó allí, crepitando, y se formaron dos perros.
El vapor subía del pelo, y salían chispas azules de sus orejas mientras
se sacudían. Miraron a Tiffany con atención.
La Reina lanzó un grito ahogado, y desapareció.
—¡Reúne, Relámpago! —gritó Tiffany—. ¡Tráelos, Trueno! —Y recordó el
tiempo cuando corría a través de las lomadas, cayendo, gritando todas las
cosas equivocadas, mientras los dos perros hacían exactamente lo que tenía
que ser hecho...
Dos cintas, negra y blanca, se lanzaron a gran velocidad a través del
pastizal y hacia las nubes.
Arrearon la tormenta.
Las nubes entraron en pánico y se dispersaron, pero siempre había un
cometa dejando su huella a través del cielo y las hacían girar. Unas formas
monstruosas se retorcían y gritaban en el cielo que se revolvía, pero Trueno
y Relámpago habían trabajado muchos rebaños; ocasionalmente se
escuchaba un cerrar de dientes chispeantes, y un gemido. Tiffany miró hacia
arriba, con la lluvia cayéndole sobre la cara, y gritó las órdenes que ningún
perro podía haber escuchado.
A empujones, con ruidos sordos y gritando, la tormenta rodó fuera de
las colinas y hacia las montañas, donde había profundos cañones en que
encerrarla.
Sin aliento, encendida con el triunfo, Tiffany observó hasta que los
perros volvieron y se sentaron, otra vez, sobre el pasto. Y entonces recordó
otra cosa: no importaba qué órdenes les diera a esos perros. No eran sus
perros. Eran perros adiestrados.
Trueno y Relámpago no recibían órdenes de una pequeña niña.
Y los perros no la estaban mirando.
Estaban mirando justo detrás de ella.
Habría girado si alguien le hubiera dicho que había un monstruo horrible
detrás de ella. Habría girado si le hubieran dicho que tenía mil dientes. No
quería dar media vuelta ahora. Obligarse a sí misma era lo más difícil que
alguna vez hubiera hecho.
No tenía miedo de lo que pudiera ver. Tenía mucho miedo, estaba
mortalmente asustada, asustada hasta el centro de sus huesos de lo que
podría no ver. Cerró los ojos mientras sus cobardes botas se movieron en
redondo y entonces, después de respirar hondo, los abrió otra vez.
Hubo una ráfaga de Jolly Sailor, y de ovejas, y de trementina.
Lanzando chispas en la oscuridad, con la luz que brillaba sobre el blanco
vestido de la pastora y sobre cada lazo azul y sobre cada hebilla de plata,
estaba Yaya Doliente, sonriendo ampliamente, encendida de orgullo. En una
mano sujetaba el inmenso cayado ornamental, con lazos azules.
Giró sobre sí lentamente, y Tiffany vio que mientras era una brillante
pastora de sombrero a dobladillo, todavía tenía sus inmensas botas viejas.
Yaya Doliente sacó la pipa de su boca, y le hizo a Tiffany una pequeña
inclinación de cabeza que era, de ella, una ronda de aplausos. Y entonces...
ya no estaba.
Una oscuridad real, iluminada por las estrellas, cubrió el pastizal, y los
sonidos nocturnos llenaron el aire. Tiffany no sabía si lo que acababa de
ocurrir era un sueño, o había sucedido en algún sitio que no era totalmente
aquí, o solamente en su cabeza. No importaba. Había ocurrido. Y ahora...
—Pero todavía estoy aquí —dijo la Reina, caminando enfrente de ella—.
Quizás todo fue un sueño. Quizás te pusiste un poco enfadada, porque eres
una niña muy extraña después de todo. Quizás tuviste ayuda. ¿Qué tan
buena eres? ¿Realmente piensas que puedes enfrentarme sola? Puedo
hacerte pensar lo que quiera...
—¡Crivens!
—Oh no, no ellos —dijo la Reina, alzando las manos.
No sólo eran los Nac Mac Feegle, sino también Wentworth, un poderoso
olor a algas marinas, un montón de agua y un tiburón muerto. Aparecieron
en medio del aire y aterrizaron en una pila entre Tiffany y la Reina. Pero un
picto estaba siempre listo para una pelea, y rebotaron, rodaron y se
acercaron sacando las espadas y sacudiéndose del pelo el agua de mar.
—Oh, es usted, ¿verdad? —dijo Roba A Cualquiera, mirando furioso a la
Reina—. ¡Cara a cara con usted por fin, vieja fanfarrona callyack que es![37]
No puede venir aquí, ¿entendido? ¡Váyase! ¿Va a retirarse tranquilamente?
La Reina lo pisoteó pesadamente. Cuando quitó su pie, sólo la punta de
su cabeza era visible encima del pastizal.
—Bien, ¿ya terminó? —dijo, saliendo como si nada hubiera ocurrido—.
¡No quiero perder mi paciencia con usted! ¡Y no está bien enviar a sus
mascotas contra nosotros, porque sabe que podemos enviarlos a la
tintorería! —Se volvió hacia Tiffany, que no se había movido—. Sólo nos lo
deja a nosotros, Kelda. ¡Nosotros y la Reina, nos regresamos allá!
La Reina chasqueó los dedos.
—Siempre brincando hacia cosas que no comprenden —siseó—. Bien,
¿pueden enfrentarse con éstos?
De repente, cada espada Nac Mac Feegle brilló azul.
Atrás, en la multitud de pictos iluminados misteriosamente, una voz que
se parecía mucho a la de Wullie Tonto dijo:
—Ach, ahora estamos reales problemas...
Las tres figuras habían salido del aire, un poco más allá. Tiffany vio que
la del medio tenía un largo traje rojo, una larga peluca extraña y calzas
negras con hebillas sobre los zapatos. Los otros eran sólo hombres
corrientes, al parecer, en trajes grises corrientes.
—Oh, es una mujerrr durrra, Reina —dijo William el gonnagle —para
lanzar a los abogados contra nosotros...
—Miren el de la izquierda —gimió un picto—. Miren, ¡tiene un maletín!
¡Es un maletín! Oh, waily, waily, un maletín, waily...
De mala gana, un paso a la vez, apretándose con terror, los Nac Mac
Feegle empezaron a retroceder.
—Oh, waily, waily, está abriendo los broches —gimió Wullie Tonto—.
Oh, waily, waily, waily, ¡es el sonido de la Fatalidad cuando un abogado hace
eso!
—¿Señor Roba A Cualquiera Feegle y otros varios? —dijo una de las
figuras con una voz de terror.
—¡No hay nadie aquí con ese nombre! —gritó Roba A Cualquiera—.
¡Nosotros no sabemos nada!
—Hemos escuchado una lista de cargos criminales y civiles que suman
diecinueve mil setecientos sesenta y tres delitos distintos...
—¡No estábamos allí! —gritó Roba A Cualquiera desesperadamente—.
¿No es verdad, muchachos?
—... incluyendo más de dos mil casos de Alteración del Orden Público,
Causar Fastidio Público, Ser Encontrado Borracho, Ser Encontrado Muy
Borracho, Usar Lenguaje Ofensivo (tomando en cuenta noventa y siete por
Usar Lenguaje Que Probablemente Sea Ofensivo Si Alguien Más Pudiera
Comprenderlo), Cometer Violación de la Paz, Deambular Malicioso...
—¡Es una identificación equivocada! —gritó Roba A Cualquiera—. ¡No es
nuestra culpa! ¡Sólo estábamos parados allí y otra persona lo hizo y salió
corriendo!
—... Gran Robo, Hurto Menor, Robo Con Allanamiento De Morada, Robo
De Casas, Merodeo Con El Propósito De Cometer Una Felonía...
—¡Nosotros fuimos incomprendidos cuando éramos niños pequeñitos! —
gritó Roba A Cualquiera—. ¡Sólo se meten con nosotros porque somos
azules! ¡Siempre nos culpan de todo! ¡Los polis nos odian! ¡Ni siquiera
estábamos en el país!
Pero, para queja de los pictos acobardados, uno de los abogados sacó
un gran rollo de papel de su maletín. Se aclaró la garganta y leyó:
—Angus, Gran; Angus, No-Tan-Grande-Como-Gran-Angus; Angus,
Pequeñito; Archie, Gran; Archie, Un-Ojo; Archie, Loco Pequeñito...
—¡Tienen nuestros nombres! —sollozó Wullie Tonto—. ¡Tienen nuestros
nombres! ¡Es la casa de prisión para nosotros!
—¡Objeción! Propongo una orden judicial de Habeas Corpus —dijo una
vocecilla—. Y presento una declaración de Vis-nefaciem capite repletam, sin
perjuicio.
Hubo silencio total por un momento. Roba A Cualquiera giró para mirar
a los asustados Nac Mac Feegle y dijo:
—De acuerdo, de acuerdo, ¿cuál de ustedes dijo eso?
El sapo salió de la multitud, y suspiró.
—De repente todo volvió a mi memoria —dijo—. Ahora recuerdo qué
fui. El idioma legal lo evocó. Soy un sapo ahora pero... —tragó—... una vez
fui abogado.[38] Y esto, gente, es ilegal. Estos cargos son un completo papel
de mentiras basadas en evidencia indirecta.
Levantó los ojos amarillos hacia los abogados de la Reina.
—Propongo que el caso sea aplazado sine die sobre la base de Potest-
ne mater tua suere, amice.
Los abogados habían sacado grandes libros de la nada y los estaban
hojeando apresuradamente.
—No estamos familiarizados con la terminología de abogados —dijo uno
de ellos.
—Hey, están sudando —dijo Roba A Cualquiera—. ¿Quiere decir que
también podemos tener abogados de nuestro lado?
—Sí, por supuesto —dijo el sapo—. Ustedes pueden tener abogados
defensores.
—¿Defensores? —dijo Roba A Cualquiera—. ¿Me está diciendo que
podemos salir impunes porque es un papel de mentiras?
—Ciertamente —dijo el sapo—. Y con todos los tesoros que han robado
puede pagar lo suficiente para ser muy inocentes. Mis honorarios serán...
Tragó saliva mientras una docena de espadas encendidas se volvieron
hacia él.
—Acabo de recordar por qué esa hada madrina me convirtió en un sapo
—dijo—. Así que, dadas las circunstancias, tomaré este caso pro bono
publico.
Las espadas no se movieron.
—Eso significa gratis —añadió.
—Oh, correcto, nos gusta cómo suena —dijo Roba A Cualquiera, con el
sonido de espadas envainadas—. ¿Cómo es que eres un abogado y un sapo?
—Oh, bien, fue sólo un poco de discusión —dijo el sapo—. Un hada
madrina le dio tres deseos a mi cliente —el paquete acostumbrado de salud,
riqueza y felicidad—, y cuando mi cliente despertó una mañana lluviosa y no
se sintió particularmente feliz, hizo que yo interpusiera una acción por
violación de contrato. Era definitivamente el primero en la historia de hadas
madrinas. Resultó desafortunado, al convertir al cliente en un pequeño
espejo de mano y a su abogado en un sapo, como pueden ver delante de
ustedes. Creo que la peor parte fue cuando el juez aplaudió. Eso fue
doloroso, en mi opinión.
—¿Pero todavía puedes recordar todas esas cosas de abogados? Libras
—dijo Roba A Cualquiera. Miró furioso a los otros abogados—. ¡Hey,
escorias, tenemos un abogado barato y no tenemos temor de usarlo con
prejuicio!
Los otros abogados sacaban más y más papeles del aire ahora. Parecían
preocupados, y un poco asustados. Los ojos de Roba A Cualquiera brillaban
mientras los observaba.
—¿Qué significa toda esa cosa de Viznee-facey-em, mi erudito amigo?
—preguntó.
—Vis-ne faciem capite repletam —dijo el sapo—. Fue lo mejor que pude
hacer aprisa, pero quiere decir, aproximadamente —tosió ligeramente—, ‘¿le
gustaría una cara llena de cabeza?’
—Y pensar que no sabíamos que la conversación legal era tan simple —
dijo Roba A Cualquiera—. ¡Todos podríamos ser abogados, muchachos, si
supiéramos las palabras elegantes! ¡Vamos por ellos!
Los Nac Mac Feegle podían cambiar de humor en un momento,
especialmente al sonido de un grito de batalla. Levantaron las espadas en el
aire.
—¡Mil doscientos hombres enfadados! —gritaron.
—¡No más drama con la sala de tribunal!
—¡Tenemos la ley de nuestro lado!
—¡La ley está hecha para ocuparse de los bribones! [39]
—No —dijo la Reina, y agitó su mano.
Abogados y pictos desaparecieron. Estaban sólo ella y Tiffany allí,
mirándose la una a la otra sobre el pastizal, en el amanecer, con el viento
siseando alrededor de las piedras.
—¿Qué ha hecho con ellos? —gritó Tiffany.
—Oh, están por allí... en algún sitio —dijo la Reina alegremente—. Todo
es un sueño, de todos modos. Y sueños dentro de sueños. No puedes confiar
en nada, pequeña niña. Nada es real. Nada dura. Todo se va. Todo lo que
puedes hacer es aprender a soñar. Y es demasiado tarde para eso. Y yo... he
tenido más tiempo para aprender.
Tiffany no estaba segura de cuál de sus pensamientos estaba operando
ahora. Estaba cansada. Sentía como si estuviera mirando desde arriba y un
poco atrás. Se vio afirmar las botas sobre el pasto, y entonces...
... y entonces...
... y entonces, como alguien surgiendo de las nubes de un sueño, sintió
el Tiempo muy, pero muy hondo debajo de ella. Percibía la respiración de las
lomadas y el distante rugido de muy antiguos mares atrapado en millones
de diminutas conchas. Pensó en Yaya Doliente, bajo el pastizal,
convirtiéndose en parte de la creta otra vez, parte de la tierra bajo las olas.
Sintió como si ruedas inmensas, de tiempo y estrellas, estuvieran girando
lentamente a su alrededor.
Abrió sus ojos y luego, en algún lugar adentro, abrió sus ojos otra vez.
Escuchó crecer la hierba, y el sonido de gusanos debajo del pastizal.
Podía sentir miles de pequeñas vidas a su alrededor, oler todos los olores en
la brisa, y ver todas las sombras de la noche...
Las ruedas de estrellas y años, de espacio y tiempo, se pusieron en su
sitio. Sabía exactamente dónde estaba, y quién era, y qué era.
Balanceó una mano. La Reina trató de detenerla, pero también podía
haber tratado de detener una rueda de años. La mano de Tiffany golpeó su
cara y la hizo caer.
—Nunca lloré por Yaya porque no había necesidad de hacerlo —dijo—.
¡Ella nunca me abandonó!
Se inclinó, y los siglos se inclinaron con ella.
—El secreto no es soñar —susurró—. El secreto es despertar. Despertar
es más difícil. He despertado y soy real. Sé de dónde vengo y sé dónde voy.
Usted ya no puede engañarme. Ni tocarme. Ni nada que sea mío.
Nunca seré así otra vez, pensó, mientras veía el terror en la cara de la
Reina. Nunca más me sentiré tan alta como el cielo, ni tan vieja como las
colinas, ni tan fuerte como el mar. Me han dado algo durante un rato, y el
precio es que tengo que devolverlo.
Y la recompensa es devolverlo, también. Ningún ser humano podría
vivir de este modo. Puedes pasar un día mirando una flor para ver qué
maravillosa es, y no tendrías hecho el ordeño. No es de extrañar que
soñemos nuestro camino a través de nuestras vidas. Estar despierto, y ver
todo como realmente es... nadie podría soportarlo durante mucho tiempo.
Respiró hondo, y recogió a la Reina. Era consciente de las cosas que
ocurrían, de los sueños que rugían a su alrededor, pero no la afectaban. Era
real y estaba despierta, más despierta de lo que alguna vez había estado.
Incluso tenía que concentrarse para pensar contra la ola de sensaciones que
se volcaban en su mente.
La Reina era tan ligera como un bebé y cambiaba de forma locamente
en los brazos de Tiffany —monstruos y bestias mezcladas, cosas con garras
y tentáculos. Pero, al final, era pequeña y gris, como un mono, con una gran
cabeza y grandes ojos, y el pecho un poco velloso que subía y bajaba
cuando ella jadeaba.[40]
Llegó hasta las piedras. El arco todavía estaba de pie. Nunca se cayó,
pensó Tiffany. Ella no tenía fuerza, ni magia, sólo un truco. El peor.
—Manténgase lejos de aquí —dijo Tiffany, caminando a través de la
entrada de piedra—. Nunca regrese. Nunca toque lo que es mío. —Y
entonces, porque la cosa era tan débil y con aspecto de bebé, añadió—: Pero
espero que haya alguien que llore por usted. Espero que el Rey regrese.
—¿Me tienes lástima? —gruñó la cosa que había sido la Reina.
—Sí. Un poco —dijo Tiffany. Como la Srta. Robinson, pensó.
Dejó a la criatura. Corrió a través de la nieve, se volvió, y se convirtió
en la hermosa Reina otra vez.
—No ganarás —dijo la Reina—. Siempre hay una manera de entrar. Las
personas sueñan.
—A veces despertamos —dijo Tiffany—. No regrese... o habrá un juicio
final...
Se concentró, y ahora las piedras no enmarcaban nada más —ni menos
— que el campo más allá.
Tendré que encontrar una manera de cerrarlo, dijo su Tercer
Pensamiento. O su Vigésimo Pensamiento, quizás. Su cabeza estaba llena de
pensamientos.
Logró caminar un poco y luego se sentó, abrazando sus rodillas.
Imagina quedar atrapada de este modo, pensó. Tendrías que llevar tapones
para los oídos y tapones para la nariz y una gran capucha negra sobre la
cabeza, y todavía verías y escucharías demasiado...
Cerró sus ojos, y cerró sus ojos otra vez.
Sintió que todo drenaba. Era como quedarse dormida, deslizándose
desde esa amplia-vigilia extraña hacia estar despierta de manera... bien,
normal, cotidiana. Sentía como si todo se oscureciera y se amortiguara.
Así es como siempre nos sentimos, pensó. Caminamos dormidos a
través de nuestras vidas, porque cómo podríamos vivir si estuviéramos
siempre tan despiertos...
Alguien le tocó la bota.
CAPÍTULO 14

Pequeños Como Robles

—Hey, ¿dónde se metió? —gritó Roba A Cualquiera, mirándola furioso


—. ¡En un minuto estábamos por darle a los abogados una visión legal, al
siguiente usted y la Reina habían desaparecido!
Sueños dentro de sueños, pensó Tiffany, sujetando su cabeza. Pero
habían terminado, y no podías mirar a los Nac Mac Feegle y no saber qué
era real.
—Ha terminado —dijo.
—¿La mató?
—No.
—Entonces regresará —dijo Roba A Cualquiera—. Es espantosamente
estúpida, ésa. Inteligente con los sueños, lo admito, pero sin un cerebro en
su cabeza.
Tiffany asintió. La sensación borrosa se estaba yendo. El momento de
amplia-vigilia se había desvanecido como un sueño. Pero debo recordar que
no fue un sueño.
—¿Cómo salieron de la ola inmensa? —preguntó.
—Ach, somos gente que se mueve rápido —dijo Roba A Cualquiera—. Y
era un faro fuerte. Por supuesto, el agua llegó muy alto.
—Algunos tiburones estuvieron involucrados, esa clase de cosas —dijo
No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-
Jock.
—Oh, sí, unos pocos tiburones —dijo Roba A Cualquiera, encogiéndose
de hombros—. Y uno de los pulpos...
—Era un calamar gigante —dijo William el gonnagle.
—Sí, bien, fue una broqueta muy rápidamente —dijo Wullie Tonto.
—¡Tienen un montón de cabezas, ustedes hombrecillos! —gritó
Wentworth, dominado por el ingenio.
William tosió educadamente.
—Y la gran ola arrojó muchas naves hundidas llenas de tesorrros —dijo
—. Paramos para un pillaje pequeñito...
Los Nac Mac Feegle levantaron joyas maravillosas y grandes monedas
de oro.
—¿Pero es sólo un tesoro de sueño, seguramente? —dijo Tiffany—. ¡Oro
de hada! ¡Se convertirá en basura por la mañana!
—¿Sí? —dijo Roba A Cualquiera. Echó un vistazo al horizonte—. ¡De
acuerdo, ya escucharon a la kelda, muchachos! ¡Tenemos tal vez media hora
para venderlo a alguien! ¿Permiso para salir volando? —añadió hacia Tiffany.
—Er... oh, sí. Muy bien. Gracias...
Se fueron, en un borrón instantáneo de azul y rojo.
Pero William el gonnagle se quedó por un momento. Se inclinó ante
Tiffany.
—No lo hizo mal en absoluto —dijo—. Estamos orgullosos de usted.
También lo estará su yaya. Recuérdelo. Usted no es poco amada.
Entonces también se esfumó.
Escuchó un quejido de Roland, acostado sobre el césped. Empezaba a
moverse.
—Todos los hombrecillos se fueron —dijo Wentworth, tristemente, en el
silencio que los rodeaba—. Todos los crivens se fueron.
—¿Qué eran? —farfulló Roland, incorporándose y sujetándose la cabeza.
—Todo es un poco complicado —dijo Tiffany—. Er... ¿recuerda mucho?
—Todo parece... un sueño... —dijo Roland—. Recuerdo... el mar, y que
estábamos corriendo, y que rompí una nuez que estaba llena de esos
hombrecillos, y que estaba cazando en este inmenso bosque con sombras...
—Los sueños pueden ser cosas muy graciosas —dijo Tiffany
cuidadosamente. Iba a ponerse de pie y pensó: Debo esperar aquí un rato.
No sé por qué lo sé, sólo lo sé. Quizás lo sabía y lo he olvidado. Pero debo
esperar algo...
—¿Puede caminar hasta el pueblo? —dijo.
—Oh, sí. Creo que sí. ¿Pero qué hizo...?
—Entonces llevará a Wentworth consigo, ¿por favor? Me gustaría...
descansar durante un rato.
—¿Está segura? —dijo Roland, preocupado.
—Sí. No tardaré. ¿Por favor? Puede dejarlo en la granja. Diga a mis
padres que bajaré pronto. Dígales que estoy bien.
—Hombrecillos —dijo Wentworth—. ¡Crivens! Quiero cama.
Roland todavía parecía indeciso.
—¡Váyase! —ordenó Tiffany, y agitó la mano.
Cuando los dos desaparecieron detrás de la cima de la colina, echando
algunas miradas hacia atrás, se sentó entre las cuatro ruedas de hierro y se
abrazó las rodillas.
Lejos, podía ver el montículo de los Nac Mac Feegle. Ya eran un
recuerdo ligeramente desconcertante, y los había visto apenas algunos
minutos atrás. Pero cuando se fueron, dejaron la impresión de no haber
estado ahí.
Podía ir al montículo y ver si podía encontrar el gran agujero. Pero
suponiendo que no estuviera ahí, o suponiendo que estuviera pero que todo
lo que hubiera ahí abajo fueran conejos...
No, todo es verdad, se dijo. Debo recordarlo, también.
Un gallinazo gritó en el gris del amanecer. Miró hacia arriba mientras
daba vueltas en la luz del sol, y un diminuto punto se separó del ave.
Era demasiado alto para que incluso un picto soportara la caída.
Tiffany se puso de pie mientras Hamish caía a través del cielo. Y
entonces... algo se infló por encima de él y la caída se convirtió en sólo un
suave flotar, como flor de cardo.
La forma globosa por encima de Hamish tenía forma de ‘Y’. Mientras se
hacía más grande, pudo ver la forma con más precisión; era... conocida.
Aterrizó, y un calzón de Tiffany, de piernas largas con dibujos de
capullos de rosa, se asentó encima de él.
—Eso fue grandioso —dijo, abriéndose camino a través de los pliegues
de la tela—. ¡No más aterrizaje sobre la cabeza para mí!
—Son mis mejores calzones —dijo Tiffany, cansadamente—. Los robó
de nuestro tendedero, ¿verdad?
—Oh, sí. Bonito y limpio —dijo Hamish—. Tuve que cortar el encaje
porque se puso en el camino, pero lo dejé a un lado y podrá coserlo
fácilmente otra vez. —Le mostró a Tiffany la gran sonrisa de alguien que,
por una vez, no se ha enterrado pesadamente en el suelo.
Ella suspiró. Le gustaba el encaje. No tenía muchas cosas que no eran
necesarias.
—Creo que es mejor que se lo quede —dijo.
—Sí, lo haré, entonces —dijo Hamish—. Ahora, ¿qué era eso...? Oh, sí.
Usted tiene visitas. Las descubrí sobre el valle. Mire hacia arriba allí.
Había otras dos cosas allá arriba, más grandes que un gallinazo, tan
altas que estaban en la completa luz del sol. Tiffany las observó girar
mientras bajaban.
Eran palos de escoba.
¡Sabía que tenía que esperar!, pensó Tiffany.
Sus orejas burbujearon. Se volvió y vio que Hamish corría a través del
pasto. Mientras miraba, el gallinazo lo recogió y aceleró hacia adelante. Se
preguntó si tenía miedo o, por lo menos, no quería encontrarse... con lo que
sea que estaba viniendo.
Los palos de escoba descendieron.
El más bajo llevaba dos figuras. Cuando aterrizó, Tiffany vio que una
era la Srta. Tick, sujetándose con preocupación de una figura más pequeña
que estaba conduciendo. Medio desmontó, medio se cayó, y se acercó a
Tiffany tambaleando.
—No creerías el momento que pasé —dijo—. ¡Fue una pesadilla!
¡Volamos a través de la tormenta! ¿Estás bien?
—Er... sí...
—¿Qué ocurrió?
Tiffany la miró. ¿Cómo empiezas a responder una pregunta así?
—La Reina se ha ido —dijo. Eso parecía abarcarlo todo.
—¿Qué? ¿La Reina se ha ido? Oh... er... estas damas son la Sra. Ogg...
—Nos días —dijo la ocupante del otro palo de escoba, que estaba
levantando su largo vestido negro, bajo cuyos pliegues llegó el sonido de un
elástico vibrando—. ¡El viento allá arriba sopla donde quiere, no me molesta
decirte! —Era una dama gorda y baja con una alegre cara de manzana que
ha sido guardada demasiado tiempo; todas las arrugas se movían en
diferentes posiciones cuando sonreía.
—Y ésta —dijo la Srta. Tick—, es la Srta...
—Señora —interrumpió la otra bruja, desmontando.
—Lo siento mucho, la Sra. Ceravieja —dijo la Srta. Tick—. Unas muy,
pero muy buenas brujas —susurró a Tiffany—. Tuve mucha suerte de
encontrarlas. Respetan a las brujas en las montañas.[41]
Tiffany estaba impresionada ante cualquiera que pudiera poner nerviosa
a la Srta. Tick, pero la otra bruja parecía hacerlo con sólo estar parada allí.
Era alta —pero Tiffany notó que no era tan alta, pero se paraba alta y podía
engañarte fácilmente si no estabas prestando atención—, y, como la otra,
llevaba un vestido negro algo gastado. Tenía una cara anciana y delgada que
no delataba nada. Los penetrantes ojos azules miraban a Tiffany de arriba
para abajo, de pies a cabeza.
—Tienes buenas botas —dijo la bruja.
—Dile a la Sra. Ceravieja qué ocurrió... —empezó la Srta. Tick. Pero la
bruja alzó una mano y la Srta. Tick dejó de hablar inmediatamente. Tiffany
estaba aun más impresionada ahora.
La Sra. Ceravieja lanzó a Tiffany una mirada que pasó a través de su
cabeza y llegó a unas cinco millas por el otro lado. Entonces caminó hacia
las piedras, y agitó una mano. Era un movimiento raro, una especie de
meneo en el aire, pero por un momento dejó una línea brillante. Se escuchó
un ruido, un acorde, como si toda clase de sonidos estuvieran ocurriendo al
mismo tiempo. Se apagó de golpe.
—¿Tabaco Jolly Sailor? —preguntó la bruja.
—Sí —dijo Tiffany.
La bruja agitó una mano otra vez. Se escuchó otro ruido agudo y
complicado. La Sra. Ceravieja se volvió repentinamente y miró el bulto
distante que era el montículo de los pictos.
—¿Nac Mac Feegle? ¿Kelda? —preguntó.
—Er, sí. Solamente temporal —dijo Tiffany.
—Hummf —dijo la Sra. Ceravieja.
Movimiento de la mano. Sonido.
—¿Sartén?
—Sí. La he perdido, sin embargo.
—Hum.
La mano otra vez. Sonido. Era como si la mujer estuviera extrayendo su
historia del aire.
—¿Baldes llenos?
—Y llenaron la caja de troncos, también —dijo Tiffany.
La mano. Sonido.
—Ya veo. ¿Linimento Especial de Ovejas?
—Sí, mi padre dice que saca...
Mano. Sonido.
—Ah. País de nieve. —Mano. Sonido—. Una reina. —Mano. Sonido—.
Peleas.
La mano, sonido.
—¿En el mar? —Mano, sonido, mano, sonido...
La Sra. Ceravieja miraba el aire que relampagueaba, con imágenes que
solamente ella podía ver. La Sra. Ogg se sentó junto a Tiffany, levantando
sus pequeñas piernas en el aire mientras se ponía cómoda.
—He probado Jolly Sailor —dijo—. Huele a uñas del pie, ¿verdad?
—¡Sí, eso es! —dijo Tiffany, agradecida.
—Para ser una kelda de los Nac Mac Feegle, tienes que casarte con uno
de ellos, ¿verdad? —dijo la Sra. Ogg, inocentemente.
—Ah, sí, pero encontré una manera de evitarlo —dijo Tiffany. Se lo
contó. La Sra. Ogg rió. Era un tipo de risa sociable, el tipo de risa que te
pone cómoda.
El ruido y los destellos terminaron. La Sra. Ceravieja se quedó de pie
mirando la nada por un momento, y luego dijo:
—Golpeaste a la Reina, al final. Pero tuviste ayuda, creo.
—Sí, la tuve —dijo Tiffany.
—¿Y fue...?
—No le pregunto sobre sus asuntos —dijo Tiffany dijo, aun antes de
darse cuenta de que iba a decirlo. La Srta. Tick lanzó un pequeño grito
ahogado. Los ojos de la Sra. Ogg brillaron, y miró desde Tiffany a la Sra.
Ceravieja como si estuviera mirando un partido de tenis.
—Tiffany, la Sra. Ceravieja es la bruja más famosa en todo... —
comenzó, severamente, la Srta. Tick, pero la bruja agitó una mano otra vez.
Debo aprender cómo hacerlo, realmente, pensó Tiffany.
Entonces la Sra. Ceravieja se quitó su sombrero puntiagudo y se inclinó
ante Tiffany.
—Bien dicho —dijo, enderezándose y mirando a Tiffany directamente—.
No tenía derecho a preguntarte. Éste es tu país, estamos aquí con tu
permiso. Te muestro mi respeto si a cambio tú me respetas. —El aire
pareció congelarse por un momento y los cielos se oscurecieron. Entonces la
Sra. Ceravieja continuó, como si el momento de trueno no hubiera ocurrido
—: Pero si un día deseas contarme más, estaré agradecida de enterarme —
dijo, con tono coloquial—. Y esas criaturas que parecen estar hechas de
masa, me gustaría saber más de ellas, también. Nunca antes tropecé con
ellas. Y me parece que tu abuela era esa clase de persona a quien me
habría gustado conocer. —Se enderezó—. Mientras tanto, será mejor que
veamos que si queda algo que podamos enseñarte.
—¿Es aquí donde me entero sobre la escuela de brujas? —dijo Tiffany.
Hubo un momento de silencio.
—¿Escuela de brujas? —dijo la Sra. Ceravieja.
—Hum —dijo la Srta. Tick.
—Usted estaba hablando metapahórricamente, ¿verdad? —dijo Tiffany.
—¿Metapahórricamente? —dijo la Sra. Ogg, arrugando la frente.
—Quiere decir metafórico —masculló la Srta. Tick.
—Son como historias —dijo Tiffany—. Está bien. Lo averigüé. Ésta es la
escuela, ¿verdad? ¿El lugar mágico? El mundo. Aquí. Y una no se da cuenta
hasta que mira. ¿Sabe que los pictos piensan que este mundo es el cielo?
Sólo que no miramos. No se pueden dar lecciones de brujería. No
apropiadamente. Todo se trata de cómo eres tú... usted, supongo.
—Muy bien dicho —dijo la Sra. Ceravieja—. Eres sagaz. Pero hay magia,
también. Ya la aprenderás. No se necesita mucha inteligencia, de otro modo
los magos no podrían hacerla.
—También necesitarás un trabajo —dijo la Sra. Ogg—. No hay dinero en
la brujería. No puedes hacer magia para ti misma, ¿ves? Regla fundida en
hierro.
—Hago buen queso —dijo Tiffany.
—Queso, ¿eh? —dijo la Sra. Ceravieja—. Hum. Sí. El queso está bien.
¿Pero sabes algo sobre medicinas? ¿Partos? Ésa es una buena destreza
portátil.
—Bien, he ayudado a parir corderos difíciles —dijo Tiffany—. Y vi
cuando mi hermano nacía. No se molestaron en hacerme mirar hacia otro
lado. No parecía demasiado difícil. Pero pienso que el queso es
probablemente más fácil, y menos ruidoso.
—El queso es bueno —repitió la Sra. Ceravieja, asintiendo—. El queso
está vivo.
—¿Y qué hacen ustedes, realmente? —dijo Tiffany.
La bruja delgada vaciló por un momento, y entonces:
—Cuidamos... los bordes —dijo la Sra. Ceravieja—. Hay muchos bordes,
más de los que las personas conocen. Entre la vida y la muerte, entre este
mundo y el próximo, entre la noche y el día, entre el bien y el mal... y
necesitan que los observen. Los observamos, protegemos la suma de las
cosas. Y nunca pedimos ninguna recompensa. Eso es importante.
—La verdad es que las personas nos dan cosas. Las personas pueden
ser muy generosas con las brujas —dijo la Sra. Ogg, con felicidad—. En los
días de horneada, a veces no puedo moverme por tanto pastel. Hay
maneras y maneras de no pedir, si entiendes lo que quiero decir. A las
personas les gusta ver a una bruja feliz.
—¡Pero aquí las personas piensan que las brujas son malas! —dijo
Tiffany, y su Segundo Pensamiento agregó: ¿Recuerdas cómo rara vez Yaya
Doliente tenía que comprar su propio tabaco?
—Es asombroso a lo que las personas pueden acostumbrarse —dijo la
Sra. Ogg—. Sólo tienes que empezar despacio.
—Y tenemos que apurarnos —dijo la Sra. Ceravieja—. Hay un hombre
que cabalga hacia aquí sobre un caballo desde la granja. Pelo rubio, cara
roja...
—¡Parece mi padre!
—Bien, está haciendo un pobre galope —dijo la Sra. Ceravieja—.
Rápido, ahora. ¿Quieres aprender las destrezas? ¿Cuándo puedes irte de
casa?
—¿Perdone? —dijo Tiffany.
—¿No se marchan las niñas para trabajar como empleadas y esas
cosas? —preguntó la Sra. Ogg.
—Oh, sí. Cuando son un poco más viejas que yo.
—Bien, cuando seas un poco más vieja que tú, la Srta. Tick vendrá a
buscarte —dijo la Sra. Ceravieja. La Srta. Tick asintió—. Hay brujas mayores
en las montañas que te pasarán lo que saben a cambio de un poco de ayuda
en la cabaña. Este lugar será observado mientras no estás, puedes confiar
en ello. Mientras tanto tendrás tres comidas al día, tu propia cama, el uso de
palo de escoba... ésa es la manera en que lo hacemos. ¿De acuerdo?
—Sí —dijo Tiffany, sonriendo con felicidad. El maravilloso momento
estaba pasando demasiado rápido para todas las preguntas que quería hacer
—. ¡Sí! Pero, er...
—¿Sí? —dijo la Sra. Ogg.
—No tengo que bailar por allí sin ropas o algo así, ¿verdad? Es que
escuché rumores...
La Sra. Ceravieja blanqueó los ojos. La Sra. Ogg sonrió alegremente.
—Bien, ese procedimiento tiene algo recomendable... —empezó.
—¡No, no tienes que hacerlo! —interrumpió la Sra. Ceravieja—. ¡No hay
ninguna cabaña hecha con dulces, ninguna carcajada y ningún baile!
—A menos que quieras hacerlo —dijo la Sra. Ogg, poniéndose de pie—.
No hay ningún daño en una risotada ocasional, si tu humor lo pide. Te
enseñaría una buena ahora mismo, pero realmente debemos irnos.
—Pero... ¿pero cómo lo lograste? —preguntó la Srta. Tick a Tiffany—.
¡Todo esto es creta! ¿Te has convertido en bruja sobre la creta? ¿Cómo?
—Eso es todo lo que tú sabes, Perspicacia Tick —dijo la Sra. Ceravieja
—. Los huesos de las colinas son de pedernal. Es duro y afilado y útil. Rey de
piedras. —Recogió su palo de escoba, y se volvió hacia Tiffany—. Te meterás
en problemas, ¿lo crees? —dijo.
—Podría ser —dijo Tiffany.
—¿Quieres algo de ayuda?
—Si es mi problema, saldré de él —dijo Tiffany. Quería decir: ¡Sí, sí!
¡Voy a necesitar ayuda! ¡No sé qué ocurrirá cuando mi padre llegue aquí!
¡Probablemente el Barón se enfade mucho! ¡Pero no quiero que ellas piensen
que no puedo arreglarme con mis propios problemas! ¡Debería poder con
ellos!
—Eso es correcto —dijo la Sra. Ceravieja. Tiffany se preguntó si la bruja
podía leer la mente.
—¿Mente? No —dijo la Sra. Ceravieja, montando en su palo de escoba
—. Caras, sí. Ven aquí, joven dama.
Tiffany obedeció.
—La cosa sobre la brujería —dijo la Sra. Ceravieja—, es que no es en
absoluto como la escuela. Primero recibes la prueba, y entonces después te
pasas años averiguando cómo la pasaste. En ese aspecto, es un poco como
la vida. —Extendió la mano y levantó suavemente la barbilla de Tiffany para
mirar su cara—. Veo que abriste tus ojos —dijo.
—Sí.
—Bien. Muchas personas nunca lo hacen. Aun así, los tiempos por
delante podrían ser un poco difíciles. Necesitarás esto.
Estiró una mano e hizo un círculo en el aire alrededor del pelo de
Tiffany, entonces alzó la mano sobre la cabeza mientras hacía pequeños
movimientos con el índice.
Tiffany subió sus manos a su cabeza. Por un momento, pensó que allí
había no nada, y luego tocó... algo. Era más como una sensación en el aire;
si no esperaba que él estuviera ahí, sus dedos habrían pasado derecho al
otro lado.
—¿Está realmente ahí? —preguntó.
—¿Quién sabe? —dijo la bruja—. Es virtualmente un sombrero
puntiagudo. Nadie más sabrá que está ahí. Podría ser un consuelo.
—¿Quiere decir que sólo existe en mi cabeza? —dijo Tiffany.
—Tienes muchas cosas en tu cabeza. Eso no significa que no sean
reales. Mejor no me hagas demasiadas preguntas.
—¿Qué pasó con el sapo? —dijo la Srta. Tick, que sí hacía preguntas.
—Se ha ido a vivir con los Hombrecillos Libres —dijo Tiffany—. Resultó
que solía ser un abogado.
—¿Le has dado al clan Nac Mac Feegle su propio abogado? —dijo la Sra.
Ogg—. Eso hará temblar al mundo. Sin embargo, siempre digo que un
temblor ocasional hace bien.
—Vamos, hermanas, debemos partir —dijo la Srta. Tick, que había
trepado sobre el otro palo de escoba detrás de la Sra. Ogg.
—No hay necesidad de ese tipo de charla —dijo la Sra. Ogg—. Es charla
de teatro, eso es lo que es. Alegría, Tiff. Te veremos otra vez.
Su palo se elevó suavemente en el aire. Del palo de la Sra. Ceravieja,
sin embargo, se escuchó simplemente un pequeño ruido triste, como el zuop
de la punta del sombrero de la Srta. Tick. El palo de escoba hizo
kshugagugah.
La Sra. Ceravieja suspiró.
—Son los enanos —dijo—. Dicen que lo han reparado, oh sí, y arrancó
la primera vez en su taller...
Escucharon el sonido de pezuñas distantes. Con sorprendente
velocidad, la Sra. Ceravieja se montó sobre el palo, lo agarró firmemente
con ambas manos, y corrió a través del pastizal, la falda hinchada detrás de
ella.
Era una mota en la distancia cuando el padre de Tiffany pasó la cima de
la colina sobre uno de los caballos de la granja. No se había detenido ni
siquiera para ponerse los zapatos de cuero; grandes tajadas de tierra
saltaban mientras las pezuñas del tamaño de grandes platos de sopa, 18
todas herradas, mordían el pasto.
Tiffany escuchó un apagado kshugagugah-wwoooom detrás de ella
mientras él saltaba del potro.
Estaba sorprendida de verlo reír y llorar al mismo tiempo.

Todo fue un trozo de sueño.


Tiffany encontró que decir esa frase era muy útil. Es difícil recordar,
todo fue un trozo de sueño. Todo fue un trozo de sueño, no puedo estar
segura.
Sin embargo el Barón, que rebosaba de alegría, estaba muy seguro.
Obviamente esta... esta mujer Reina, sea quien sea, había estado robando

18
Probablemente de unas once pulgadas de diámetro. Tiffany no las midió esta vez. (Nota del autor)
niños pero Roland la había derrotado, oh sí, y ayudó a estos dos pequeños
niños a regresar también.
Su madre había insistido en que Tiffany se fuera a la cama, aunque era
pleno día. En realidad, no le importó. Estaba cansada, y se tendió bajo las
frazadas en ese bonito mundo rosado a medio camino entre dormida y
despierta.
Escuchó que el Barón y su padre hablaban abajo. Escuchó que tejían la
historia entre los dos mientras trataban de hallarle sentido a todo.
Obviamente la niña ha sido muy valiente (era el Barón que hablaba) pero,
bien, tiene nueve años, ¿verdad? ¡Y ni siquiera sabría cómo usar una
espada! Mientras que Roland tuvo lecciones de esgrima en su escuela...
Y así continuó. Hubo otras cosas que escuchó a sus padres discutir
después, cuando el Barón se había ido. Estaba la manera en que Ratbag
vivía en el techo ahora, por ejemplo.
Tiffany estaba tendida en la cama y olía el ungüento que su madre le
había frotado en las sienes. Tiffany debe haberse golpeado la cabeza, dijo,
por la manera en que se la toca todo el tiempo.
Entonces... Roland con la robusta cara era el héroe, ¿verdad? ¿Y ella
era exactamente como la estúpida princesa que se golpeaba el tobillo y se
desmayaba constantemente? ¡Eso era completamente injusto!
Extendió la mano hacia la pequeña mesa al lado de su cama, donde
había puesto el sombrero invisible. Su madre colocó una taza de caldo justo
a través de él, pero todavía estaba ahí. Los dedos de Tiffany sintieron, muy
ligeramente, la aspereza del ala.
Nunca pedimos ninguna recompensa, pensó. Además, era su secreto,
todo él. Nadie más sabía de los Hombrecillos Libres. La verdad es que
Wentworth había empezado a correr por la casa con un mantel alrededor de
la cintura, gritando: ‘¡Hombrecillos! ¡Te golpearé en la bota!’ Pero la Sra.
Doliente todavía estaba tan alegre de verlo de regreso, y tan feliz de que
estuviera hablando de otras cosas, aparte de dulces, que no prestaba
demasiada atención a lo que estaba diciendo.
No, no se lo diría a nadie. Nunca le creerían, y ¿suponiendo que lo
hicieran, y fueran y hurgaran en el montículo de los pictos? No podía
permitir que eso ocurriera.
¿Qué habría hecho Yaya Doliente?
Yaya Doliente no habría dicho nada. Yaya Doliente no decía nada a
menudo. Sólo se sonreía, y daba unas caladas a su pipa, y esperaba el
momento correcto...
Tiffany se sonrió.
Durmió, y no soñó.
Y un día pasó.
Y otro día.
Al tercer día, llovió. Tiffany entró en la cocina cuando no había nadie
por allí y tomó la pastora de porcelana del estante. La puso en un saco,
entonces se escabulló de la casa y trepó corriendo las lomadas.
Sobre la Creta se estaba abatiendo el peor de los climas y se recortaba
contra las nubes como la proa de una embarcación. Pero cuando Tiffany
llegó al sitio donde estaba la cocina vieja y las cuatro ruedas de hierro que
sobresalían de la hierba, cortó un cuadro de pastizal, cavó cuidadosamente
un hoyo para la pastora de porcelana, y luego puso el pasto otra vez...
estaba lloviendo tan fuerte como para darle una oportunidad de sobrevivir.
Le pareció que era la cosa más correcta para hacer. Y estaba segura de
haber captado un olorcillo a tabaco.
Entonces fue al montículo de los pictos. Se había preocupado por el
asunto. Sabía que estaban ahí, ¿verdad? Así que, de algún modo, si iba a
verificar que estaban ahí sería... algo como... una demostración de que
dudaba si lo estaban, ¿verdad? Eran personas ocupadas. Tenían mucho que
hacer. Tenían a la vieja kelda a quien llorar. Probablemente estaban muy
ocupados. Se dijo todo eso. No era porque siguiera preguntándose si
realmente podía no haber nada bajo el agujero excepto conejos. No era eso
en absoluto.
Ella era la kelda. Tenía un deber.
Escuchó música. Escuchó voces. Y luego el repentino silencio cuando
espió en la penumbra.
Cuidadosamente, sacó una botella de Linimento Especial de Ovejas de
su saco, y lo dejó resbalar en la oscuridad.
Tiffany se alejó, y escuchó que la apagada música se ponía en marcha
otra vez.
Saludó con la mano a un gallinazo que daba vueltas perezosamente
bajo las nubes, y estaba segura de que un diminuto punto le devolvía el
saludo.
En el cuarto día, Tiffany hizo mantequilla, e hizo sus tareas. Tenía quien
le ayudara.
—Y ahora quiero que vayas y alimentes los pollos —dijo a Wentworth—.
¿Qué quiero que hagas?
—Alimentar a los clo-clo —dijo Wentworth.
—Pollos —dijo Tiffany, seriamente.
—Pollos —dijo Wentworth, obediente.
—¡Y límpiate la nariz, pero no sobre tu manga! Te di un pañuelo. Y
cuando regreses, mira si puedes llevar todo un tronco, ¿quieres?
—Ach, crivens —farfulló Wentworth.
—¿Y qué es lo que no decimos? —dijo Tiffany—. No decimos la...
—... la palabra crivens —farfulló Wentworth.
—Y no la decimos enfrente de...
—... enfrente de mami —dijo Wentworth.
—Bien. Y entonces cuando yo haya terminado tendremos tiempo de ir
hasta el río.
Wentworth se animó.
—¿Hombrecillos? —dijo.
Tiffany no respondió inmediatamente.
Tiffany no había visto a un solo Feegle desde que regresara a casa.
—Podría ser —dijo—. Pero probablemente están muy ocupados. Tienen
que encontrar otra kelda, y... bien, están muy ocupados. Supongo.
—¡Hombrecillos dicen que golpearán tu cabeza, cara-de-pez! —dijo
Wentworth con felicidad.
—Lo veremos —dijo Tiffany, sintiéndose como un padre—. Ahora por
favor vete y alimenta a los pollos y recoge los huevos.
Cuando se alejó, llevando la canasta de huevos con ambas manos,
Tiffany volcó un poco de mantequilla sobre la superficie de mármol y tomó
las paletas para moldearlo en, bien, una forma de mantequilla. Entonces la
estamparía con un sello de madera. Las personas apreciaban una pequeña
imagen sobre su mantequilla.
Cuando empezó a darle forma a la mantequilla se dio cuenta de una
sombra en la entrada, y se volvió.
Era Roland.
La miró, su cara aun más roja que lo habitual. Estaba jugueteando
nerviosamente con su muy costoso sombrero, exactamente como hacía
Roba A Cualquiera.
—¿Sí? —dijo.
—Mira, sobre... bien, sobre todo eso... sobre —empezó Roland.
—¿Sí?
—Mira, yo no... quiero decir, yo no le mentí a nadie sobre nada —
espetó—. Pero mi padre más bien supuso que yo había sido un héroe y no
escuchó nada de lo que dije incluso después de que le conté cómo... cómo...
—... ¿había sido de ayuda? —completó Tiffany.
—Sí... ¡quiero decir, no! Dijo, dijo, dijo que era una suerte para ti que
yo estuviera ahí, dijo...
—No importa —dijo Tiffany, recogiendo las paletas de la mantequilla
otra vez.
—Y sólo continúa diciéndole a todos qué valiente fui y...
—Dije que no importa —dijo Tiffany. Las pequeñas paletas hacían
patpatpat sobre la mantequilla fresca.
La boca de Roland se abrió y se cerró por un momento.
—¿Quieres decir que no te molesta? —dijo por fin.
—No. No me molesta —dijo Tiffany.
—¡Pero no es justo!
—Somos los únicos que sabemos la verdad —dijo Tiffany.
Patapatpat. Roland miró la mantequilla gorda y rica mientras ella la
moldeaba tranquilamente.
—Oh —dijo—. Er... tú no se lo dirás a nadie, ¿verdad? Quiero decir,
tienes todo el derecho de hacerlo, pero...
Patapatapat...
—Nadie me creería —dijo Tiffany.
—Yo traté —dijo Roland—. Sinceramente. Realmente lo hice.
Supongo que sí, pensó Tiffany. Pero no eres muy inteligente y el Barón
es indudablemente un hombre sin Primera Vista. Ve el mundo como quiere
verlo.
—Un día usted será Barón, ¿verdad? —dijo.
—Bien, sí. Un día. Pero mira, ¿eres realmente una bruja?
—Cuando sea Barón será bueno, supongo —dijo Tiffany, girando la
mantequilla—. ¿Justo y generoso y decente? ¿Pagará buenos sueldos y
cuidará de los ancianos? ¿No permitiría que las personas expulsaran a una
anciana de su casa?
—Bien, espero que...
Tiffany se volvió para mirarlo, con una paleta de mantequilla en cada
mano.
—Porque yo estaré ahí, mire. Levantará la vista y verá mi ojo sobre
usted. Estaré ahí, en el borde de la multitud. Todo el tiempo. Estaré
observando todo, porque vengo de una larga línea de gente Doliente y ésta
es mi tierra. Pero usted puede ser el Barón para nosotros y espero que sea
uno bueno. Si no lo es... habrá un juicio final.
—Mira, sé que fuiste... fuiste... —empezó Roland, poniéndose rojo.
—¿De mucha ayuda? —dijo Tiffany.
—... ¡pero no puedes hablarme de ese modo, lo sabes!
Tiffany estaba segura de haber escuchado, en el techo y sobre el mismo
borde de la audición, a alguien que decía: ¡Ach, crivens, qué mocoso tan
pequeñito...’
Cerró los ojos por un momento, y entonces, con el corazón latiendo
fuerte, señaló con una paleta de la mantequilla uno de los baldes vacíos.
—¡Balde, llénate! —ordenó.
Se puso borroso, y luego chapoteó. El agua goteaba por el costado.
Roland se quedó mirándolo. Tiffany le brindó una de sus sonrisas más
dulces, que podía ser muy atemorizante.
—No se lo dirá a nadie, ¿verdad? —dijo.
Él se volvió, pálido el rostro.
—Nadie me creería... —tartamudeó.
—Sí —dijo Tiffany—. Así que nos comprendemos el uno al otro. ¿No es
eso bueno? Y ahora, si no le molesta, tengo que terminar esto y comenzar a
hacer un poco de queso.
—¿Queso? ¡Pero... podrías hacer cualquier cosa que quisieras! —explotó
Roland.
—Y ahora mismo quiero hacer queso —dijo Tiffany tranquilamente—.
Váyase.
—¡Mi padre posee esta granja! —dijo Roland, y luego se dio cuenta de
que lo había dicho en voz alta.
Se escucharon dos pequeños pero extrañamente fuertes clics cuando
Tiffany dejó las paletas de la mantequilla y dio media vuelta.
—Lo que acaba de decir fue algo muy valiente —dijo—, pero supongo
que lamenta lo que dijo, ahora que se ha tomado el tiempo de hacer una
muy buena reflexión.
Roland, que había cerrado los ojos, asintió con la cabeza.
—Bien —dijo Tiffany—. Hoy estoy haciendo queso. Mañana puedo hacer
otra cosa. Y en un rato, tal vez, no estaré aquí y usted se preguntará:
¿Dónde está? Pero parte de mí siempre estará aquí, siempre. Siempre estaré
pensando en este lugar. Lo tendré en mi ojo. Y regresaré. Ahora, ¡váyase!
Él se volvió y corrió.
Después de que sus pasos se apagaron, Tiffany dijo:
—Muy bien, ¿quién está allí?
—Soy yo, señorita. No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-más-
grande-que-Pequeñito-Jock-Jock, señorita. —El picto apareció detrás del
balde, y añadió—: Roba A Cualquiera dijo que deberíamos venir a poner un
ojo sobre usted por un rato pequeñito, y agradecerle el regalo.
Todavía es mágico incluso si sabes cómo se hace, pensó Tiffany.
—Sólo mírenme en la lechería, entonces —dijo—. ¡Nada de espiar!
—Ach, no, señorita —dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-pero-
más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock nervioso. Entonces sonrió—. Fion se
va a ser la kelda para un clan más allá de Montaña Cabeza de Cobre —dijo
—, ¡y me ha pedido que vaya con ella como el gonnagle!
—¡Felicitaciones!
—Sí, y William dice que sería bueno si me pongo a trabajar en la gaita-
ratón —dijo el picto—. Y... er...
—¿Sí? —dijo Tiffany.
—Er... Hamish dice que hay una muchacha en el clan de Long Lake que
está buscando hacerse una kelda... er... es un buen clan del que viene...
er... —el picto se estaba poniendo violeta por la vergüenza.
—Bien —dijo Tiffany—. Si yo fuera Roba A Cualquiera, la invitaría ahora
mismo.
—¿A usted no le importa? —dijo No-tan-grande-como-Mediano-Jock-
pero-más-grande-que-Pequeñito-Jock-Jock esperanzadamente.
—En absoluto —dijo Tiffany. Un poco, tenía que admitirlo, pero era un
poco que podía poner sobre un estante en su cabeza en algún lugar.
—¡Eso es grandioso! —dijo el picto—. Los muchachos estaban un poco
preocupados, sabe. Correré a contarles —Bajó la voz—. ¿Y querría que corra
detrás de ese gran montón de excremento que acaba de partir y ver que se
caiga de su caballo otra vez?
—¡No! —dijo Tiffany apresuradamente—. No. No lo haga. No. —Recogió
las paletas de la mantequilla—. Déjemelo a mí —añadió, sonriendo—. Puede
dejarme todo a mí.
Cuando estuvo sola otra vez, terminó la mantequilla... patapatapat...
Hizo una pausa, dejó las paletas, y con la punta de un dedo muy limpio,
dibujó una línea curva en la superficie, con otra línea curva que apenas la
tocaba, de modo que juntas parecían una ola. Trazó una tercera curva
aplanada por debajo, que era la Creta.
Tierra Bajo Las Olas.
Rápidamente alisó la mantequilla otra vez y recogió el sello que había
hecho ayer; lo había tallado cuidadosamente de un trozo de madera de
manzano que el Sr. Bloque el carpintero le había dado.
Lo aplicó sobre la mantequilla, y lo quitó cuidadosamente.
Allí, brillando sobre la aceitosa superficie amarilla y rica, había una luna
gibosa y, navegando enfrente de la luna, una bruja sobre un palo de escoba.
Sonrió otra vez, y fue la sonrisa de Yaya Doliente. Las cosas serían
diferentes un día.
Pero tenías que empezar poco a poco, como los robles.
Entonces hizo queso...
... en la lechería, en la granja, y los campos que se extendían, y que se
convertían en las tierras bajas durmiendo bajo el caliente sol de mediados
de verano, donde los rebaños de ovejas, moviéndose despacio, derivaban
sobre el corto pastizal como nubes sobre un cielo verde, y aquí y allá los
perros pastores aceleran sobre la hierba como estrellas fugaces. Por siempre
y siempre lo será, un páramo sin final.[42]

FIN
Nota del autor

La pintura en la que Tiffany ‘entra’ en este libro realmente existe. Se


llama El Golpe Maestro del Hada Fellers, por Richard Dadd, y está en la
galería Tate en Londres. Tiene sólo unas 21 por 15 pulgadas. Le llevó nueve
años al artista terminarla, a mediados del siglo XIX. No puedo pensar en una
pintura de ‘hadas’ más famosa. Es, efectivamente, muy extraña. El calor del
verano escapa de ella.
Lo que las personas ‘saben’ sobre Richard Dadd es que ‘se volvió loco,
mató a su padre, fue encerrado en un manicomio por el resto de sus días y
realizó una pintura rara’. Crudamente, todo eso es verdad, pero es un
horrible resumen de la vida de un artista con habilidad y talento que
contrajo una seria enfermedad mental.
En ningún lugar de la pintura aparece un Nac Mac Feegle, pero supongo
que siempre es posible que uno fuese retirado por hacer un ademán
obsceno. Es el tipo de cosas que harían.
Oh, y la tradición de enterrar a un pastor con un vellón de lana cruda en
el ataúd también era verdad. Incluso los dioses comprenden que un pastor
no puede descuidar a las ovejas. Un dios que no lo comprendiera no sería
digno de creer.
No hay ninguna palabra ‘noonlight’ [traducida como luz de mediodía en
el texto], pero sería bonito si la hubiera.
Notas al final
[1]
El título de trabajo de este libro fue Por Miedo a los Hombrecillos.
[2]
Los Nac Mac Feegle parecen ser muy escoceses por naturaleza. Terry
dice: «Hum. Los Nac Mac Feegle no son escoceses. No hay Escocia en el
Mundodisco. Pueden, de manera sutil, sugerir algunos aspectos del carácter
escocés como se filtra a través de los medios de comunicación, pero es
debido al quantum.»
[3]
La Creta tiene muchas semejanzas con la región inglesa de Wiltshire,
de dónde proviene Terry. Él dice: «Transcurre en cualquier lugar donde haya
algo que quiera. Pero probablemente la mayor parte sobre la Creta del sur,
es verdad. Es lo que conozco.
El término ‘la Creta’, por cierto, no es de Kipling como se sugiere en
otro lugar. Solía ser, y puede que todavía lo sea, una palabra general para,
bien, el país de creta, o piedra caliza. Tengo en realidad una copia de un
viejo libro llamado Flores Silvestres de la Creta...»
[4]
Como dice la vieja injuria: ‘Los que pueden, hacen. Los que no
pueden, enseñan’. El gobierno del Reino Unido en cierto momento usó ‘Los
que pueden, enseñan’, como lema de publicidad para tratar de que las
personas se formen como profesores.
[5]
Los cuentos populares de Lancashire hablan de un tipo de espíritu o
duende que vivía debajo del agua llamado ‘Burra Dientes Verdes’. Su
presencia era indicada por el crecimiento de la lenteja de agua, que prospera
en el agua quieta y fresca.
[6]
Entonces, evidentemente, lo que tenemos aquí es un sapo amarillo
enfermo. Terry dice: «Sólo sucede que anoté que un sapo tenía la piel que
desafortunadamente se había puesto un poco amarilla porque había estado
enfermo. Lejos está de mí hacer un juego de palabras. Ustedes lo
hicieron. :-)»
[7]
Éste es efectivamente el antiguo idioma para contar de los pastores
del Norte de Inglaterra. También fue usado por los mismos Nac Mac Feegle
en Carpe Yugulum.
[8]
Una referencia a El Mago de Oz.
[9]
Las leyendas sobre Arken Hill son similares a las de Dragon Hill,
Oxfordshire (donde algunas personas afirman que San Jorge luchó contra el
dragón) y Silbury Hill, Wiltshire (el supuesto entierro de un caballero con
armadura de oro, o posiblemente el olvidado Rey Sil, quienquiera que
fuera). Ambas colinas tienen las cimas aplanadas, como Arken Hill, y se cree
que son artificiales.
[10]
De La Leyenda de Sleepy Hollow por Washington Irving... y muchos
otros cuentos populares similares.
[11]
El comediante de Glasgow Billy Connolly es conocido como ‘El Gran
Yin’. Habla muy parecido a los Nac Mac Feegle.
[12]
‘Scunner’ una palabra escocesa para algo (o alguien) a lo que usted
ha tomado una fuerte aversión. Un ‘schemie’ es un término escocés
peyorativo para alguien que vive en un plan de viviendas, por ejemplo, en
un desagradable complejo habitacional de hormigón construido como
reemplazo de barrios pobres, pero rápidamente convertido en barrio pobre.
[13]
‘Kelda’ es una palabra escocesa que deriva del viejo nórdico ‘kelda’,
que significa el origen o la fuente (la primavera, en el buen sentido).
[14]
En los libros de El Señor de los Anillos, varias armas brillaban azul
en presencia de orcos y otras criaturas malvadas.
[15]
Las figuras de creta como el Hombre Burdo de Cerne o los caballos
(como el Caballo Blanco Uffington) se encuentran en todas las áreas de creta
de Gran Bretaña.
[16]
En la balada tradicional de ‘Tam Lin’, la Reina Elfo monta un corcel
negro.
[17]
Hay varias leyendas de Perros Demonios en Gran Bretaña.
Específicamente, la parte ‘macabro’ en el nombre y la referencia de que
rondan los cementerios sugiere al Kirk Grim, que vaga por los cementerios
para proteger a los muertos allí enterrados de espíritus malignos o del
diablo.
Hay muchas leyendas de Perros Demonios en Sussex, la mayoría de
ellas, sí, en las lomadas. La mayoría de estas criaturas son descritas como
los perros macabros, y verlos es un presagio de muerte: presumiblemente si
usted los ve, entonces necesita su protección (y por lo tanto está o estará
muerto pronto).
[18]
En folclore, se supone que los montículos de entierro de la Edad de
Bronce son casas de hadas. En el Disco, por supuesto, son ambas cosas.
[19]
Una referencia a William Topaz McGonagall, el Peor Poeta de Escocia
(era para la rima y el metro lo que P. E. Johnson era para ladrillos y
mortero, como señala cierta información), y también una leve exageración
de las habilidades atribuidas a los vates en la tradición celta. Note que el
gonnagle resulta llamarse William.
El poema más famoso de William McGonagall es probablemente El
Desastre del Puente Tay que narra los eventos de la tarde del 28 de
diciembre de 1879, cuando, durante un severo vendaval, el Puente
Ferroviario del Tay cerca de Dundee se desplomó mientras pasaba un tren.
La primera estrofa dice:
¡Hermoso Puente de Ferrocarril del Tay Plateado!
¡Ay! Lamento mucho decir
Que se fueron noventa vidas
En el último sábado de 1879,
Que serán recordadas por mucho tiempo.
[20]
En verdadero gaélico significa ‘tierra sobre palabra que no existe’.
‘Tierra bajo las Olas’ sería ‘Tír-fa-Tonn’, y a decir verdad existe tal lugar en
la mitología irlandesa, una especie de Atlántida Gaélica.
[21]
Juego de palabras sobre el clásico ‘Moby-Dick; o La Ballena’ (éste es
a decir verdad su título original) de Herman Melville.
[22]
Mientras que los otros Nac Mac Feegle hablan como de manera
similar a Rab C. Nesbitt (Nesbitt es un personaje escocés conocido —beodo
sucio, malhablado, sexista y gentil— de una serie de comedias de la BBC),
William tiene esa exagerada manera de pronunciar las eres al estilo Ayr que
la gente utiliza cuando recita a Robert Burns (el famoso poeta escocés, que
escribió ‘Auld Lang Syne’).
[23]
Hay Reels de cuatro, ocho y doce, que involucran intercambios de
compañeros entre dos, cuatro o seis parejas. QuinientosDoce es el cubo de
ocho, de modo que presumiblemente es más complicado, pero básicamente
lo mismo. ‘El Diablo Entre los Abogados’ es posiblemente una referencia al
tema de Burns, ‘El Diablo se Va con el Recaudador’, o ‘El Diablo Entre los
Sastres’, una conocida melodía folklórica (que según se dice es la melodía
original para un Reel de ocho).
[24]
‘Trilito’ es el término técnico para algún grupo de tres piedras
organizadas de modo que una se asiente horizontalmente encima de las
otras dos.
La mención de piedras organizadas en círculos sugiere a Stonehenge y
al círculo de Avebury (que no está lejos de Silbury Hill). Aunque parecen
haber sido levantados por la misma razón que los Bailarines en Lancre, no
hay ninguna mención de que sean magnéticos; ciertamente la sartén cruza
sin problemas.
[25]
‘¡Pueden tomar nuestras vidas pero no pueden tomar nuestros
pantalones!’. Esto viene de ‘Pueden tomar nuestras vidas, pero nunca
tomarán nuestra libertad’, de la película Corazón Valiente.
‘¡El golpe vale seis peniques!’, es ese remate del que todos han olvidado
la broma, reflejando la supuesta tacañería de los escoceses. Viene de una
tira cómica de Punch en la que un escocés se queja sobre el costo de
Londres. ‘Hombre, no había estado allí dos horas cuando... ¡¡¡el golpe vale
seis peniques!!!’
‘¡Tú tomarás el camino alto y yo tomaré tu billetera!’, está basado en el
estribillo de ‘Los Bonitos, Bonitos Bancos de Lago Lomond’: ‘Tú tomarás el
camino alto, y yo tomaré el camino bajo’.
‘¡Solamente puede haber mil!’, todavía basado en la cita "Sólo puede
haber uno’, de Highlander, como ya vimos en Carpe Yugulum.
‘¡Ningún rey! ¡Ninguna reina! ¡Ningún terrateniente! ¡Ningún amo! ¡No
seremos engañados otra vez!’, se hace eco de las opiniones de la canción de
The Who, ‘No seremos engañados otra vez’.
[26]
No tengo idea qué significa cloggets ni greebs (‘grebes’ son un tipo
especial de somorgujo —ave podicipitiforme de pico recto y alas cortas que
puede mantener por mucho tiempo la cabeza sumergida bajo el agua
(Podiceps cristatus)—; dudo si Terry lo tenía en mente).
[27]
Varias leyendas (incluyendo ‘Niño Rowland y Burd Helen’, ver abajo)
mencionan que comer comida de hada es una manera segura de quedar
atrapado en el País de las Hadas.
[28]
Exactamente la clase de cosas que escribía McGonagall. Aunque la
parte ‘oooooo’ parece haberse deslizado de ‘William McGonagall: La Verdad
Por Fin’, de Spike Milligan.
[29]
En la balada de ‘Tam Lin’, le dicen al Hada Janet que puede
reconocer a Tam cuando vaya a rescatarlo, ya que es el único jinete sobre
un caballo blanco.
[30]
Más ‘Tam Lin’.
[31]
El nombre Roland sugiere la balada ‘Niño Rowland y Burd Ellen’,
sobre un joven que tiene que rescatar a su hermana (y a los hermanos que
han fallado antes) del Rey del País de los Elfos. Por supuesto, la versión de
Mundodisco no tiene nada que ver.
Terry no tenía tal conexión en mente, sin embargo: «Escogí Roland
porque: a) es viejo; b) es un nombre sólido, que sugiere la clase de niño
que es; y c) probablemente porque había un Roland en la casa vecina
cuando yo era niño.
[‘Niño Rowland y Burd Ellen’] no significan nada para mí, me temo, pero
es extraño, ¿verdad? Creo que podría empezar a fingir que lo tenía en mente
todo el tiempo. :-)»
[32]
El salón de baile le recordó a muchas personas una escena similar en
la película ‘Laberinto’.
[33]
Generalmente escrito ‘ceilidh’, es la palabra en gaélico escocés para
una fiesta. En estos días es usada casi exclusivamente para denominar los
Festivales de Música Folclórica Escocesa.
[34]
Rowland tenía que cortarle la cabeza a todo el mundo excepto a
Ellen para romper el hechizo sobre ella.
[35]
Como Truckle el Grosero, es posible que, en boca de un Mac Feegle,
cualquier cosa sea una palabrota, pero de hecho ‘¡crivvens!’ se traduce en
grosero Sassanach como ‘¡Dios mío!’. Ahora es una broma, utilizado
solamente por los personajes Hamish y Dougal de los dibujos animados del
Sunday Post, ‘Oor Wullie’ y ‘The Broons’, y ‘Lamento No Tener Una Pista’.
[36]
Tam Lin fue capturado mientras cazaba, aunque las circunstancias
eran diferentes. Cuando Thomas el Rimador se encontró con la Reina ‘Del
jaez de la melena de su caballo / colgaban cincuenta y nueve campanas de
plata’.
[37]
‘Callyack’ probablemente reemplace a ‘cailleach’, que en gaélico
significa anciana, y que se pronuncia ‘Kyle-yac’ (con una dura tos sobre la
k).
[38]
Como ha sido anunciado insistentemente en todo el libro. Además,
una vez que lo sabes, una mirada a la portada muestra que las espadas de
los Feegle cerca de él son de un brillante color azul...
[39]
‘¡Mil doscientos hombres enfadados!, viene de título de la película
Doce Hombres en Pugna (Twelve Angry Men). En inglés, mil doscientos se
dice ‘twelve hundred’.
‘¡Tenemos la ley de nuestro lado!’ Esta frase ha sido usada tan a
menudo que si alguna vez hubo una fuente original (que probablemente no
la hubo), se ha perdido hace mucho tiempo.
‘¡La ley está hecha para ocuparse de los bribones!’, es casi una cita
literal de El Molino junto al Floss de George Elliot —nacida Mary Ann Evans
—, que escribía ‘bribones’ de ese modo. Note que en ese libro ‘cuidar’
significa ‘ocuparse’. Los Feegle parecen usarlo con el significado de
‘proteger’.
[40]
Otro lugar común en los cuentos populares, donde el héroe-heroína
tiene que mantener sujeto al villano-villana sin importar la forma que
adopte. En particular, está Tam Lin otra vez, y la lucha entre la Reina del
País de los Elfos y el Hada Janet, aunque en ese caso Janet tuvo que sujetar
al mismo Tam.
[41]
¿Dónde encajan los Hombrecillos Libres en la cronología de
Mundodisco? Con Yaya Ceravieja y Tata Ogg volando a la Creta, la tercera
bruja que queda manteniendo el fuerte en Lancre, ¿es Magrat o Agnes?
Terry dice: «En cuanto a la cronología, es ‘ahora’... o por lo menos,
después de Carpe Yugulum. Desde entonces hay un clan de Feegle viviendo
en Lancre, también.
Los Hombrecillos Libres fueron esbozados en la época de Carpe
Yugulum, pero con un joven héroe varón e instalados en Lancre.
Evolucionaron por toda clase de razones buenas y justificadas, pero entre
otras fue la comprensión de que sería demasiado difícil evitar que las brujas
tomaran un rol importante.
Ésa es una de las limitaciones al escribir una serie a largo plazo como
ésta. Si algo grande, malo y público ocurre en Ankh-Morpork ahora, tendrá
una terrible tendencia de convertirse en un libro de la Guardia. No es
inevitable, dado la paleta con la que tengo que jugar, pero es una
consideración.»
[42]
De la oración cristiana ‘Gloria Patri’: ‘Como fue en el principio, es
ahora, y siempre lo será, mundo sin final, Amén.’
Pero el texto cambia ‘mundo’ (world) por (wold), que es un área de
tierras altas, abiertas, y sin cultivar, o páramo.

También podría gustarte