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RAIMON PANIKKAR

LA VISIÓN COSMOTEANDRICA: EL SENTIDO RELIGIOSO


EMEREGENTE DEL TERCER MILENIO

A diferencia de otros estudios de carácter más específicamente sociológico, este ensayo


se sitúa en la perspectiva de los últimos diez mil años de memoria humana de una
forma sintética. Para comprender la modernidad en el contexto global de la geografía y
la historia humana, es necesario tener en cuenta la experiencia humana en su conjunto.
Cierto que hay que contar con los interrogantes que surgen de la realidad en que
vivimos: ¿qué pasa con la juventud en California? ¿dónde acuden los universitarios en
la India? ¿porqué en Occidente las iglesias tradicionales están en crisis, mientras otras
formas de religiosidad van en auge? ¿qué busca realmente la gente de este país?
Reducir las posibles respuestas a un par de reacciones coyunturales pondría límites a
la hondura y amplitud de un problema que, por su universalidad, hace pensar que nos
hallamos en los inicios de una mutación humana, caracterizada por una nueva
conciencia. El autor propone la intuición como forma de conciencia que emergerá en el
milenio que se avecina.

La visió cosmoteàndrica: el sentit religiós emergent del tercer mil.leni, Qüestions de


Vida Cristiana n°- 156 (1991) 78-102

Podemos señalar tres etapas en el desarrollo de la conciencia humana:

1. La del hombre primitivo, que en lo objetivo no discriminaba y en lo subjetivo no


reflexionaba.

2. La que es propia de la modernidad, pero que abarca también un gran período anterior.
Se caracteriza por el análisis de la realidad y la introspección. Lo divino se desvincula
cada vez más del mundo y va emergiendo la conciencia individual, que, a su vez,
también se va desvinculando de lo divino y del mundo. Este segundo estadio de la
conciencia se distingue, pues, por un proceso de discriminación y de individualización.

3. Pero hoy estamos asistiendo a la aparición de un tercer momento, que podemos


definir como la conquista de una nueva inocencia, como la síntesis de una experiencia
integral:

a) El hombre comienza a concebir su cuerpo como una parte constitutiva de él mismo y


empieza a descubrir el mundo como un cuerpo mayor del cual él mismo forma parte.

b) La comunidad humana empieza a verse como algo más que un mero conglomerado
de individuos.

c) La dimensión vertical se proyecta cada vez menos hacia "otro ser" y se concibe cada
vez más como la dimensión infinita de esta misma realidad.

Es decir, está emergiendo el ideal de una sinergía (acción común) entre lo divino, lo
humano y lo cósmico que implica una nueva concepción de la realidad.
RAIMON PANIKKAR

Todo ello explica fenómenos como el sincretismo religioso, la crisis de las iglesias
tradicionales, la búsqueda confusa de la juventud.

I. Tres caracteristicas de la conciencia contemporánea


Tres son los rasgos que podernos destacar en la conciencia actual:

1. El encuentro de culturas, posibilitado por la tecnología y los medios de comunicación


social a nivel planetario.

2. La mutua fecundación entre construcciones humanas "objetivas" y "subjetivas", más


allá de las mutuas influencias interdisciplinares que siempre han existido.

3. La destrucción progresiva de los sueños de autosuficiencia definitiva gracias a la


interiorización de la dimensión temporal.

Veamos con más detenimiento cada uno de los tres rasgos.

Hacia una cultura mítica universal

El pensamiento humano siempre ha tenido una exigencia innata de verdad y la verdad


aspira a ser universalmente válida. Un reto propio de nuestro tiempo consiste en integrar
las diversas culturas, incluso de las minoritarias. Todavía no se dispone de los métodos
adecuados que permitan una integración intercultural de la verdad, por encima de los
grupos particulares o de los intereses parciales. Este horizonte universal tiene, sin duda
alguna, el carácter de mito, pero no como un mito impuesto, sino como un dinamismo
espontáneo capaz de aglutinar las diversas perspectivas, trascendiendo y convocando las
diferentes parcialidades. Podríamos llegar a hablar de experiencia católica, en el sentido
de que el contexto adecuado para plantear cualquier problema ya no es el de los límites
trazados por la segregación cultural, sino la trama universal de la experiencia humana:
las enfermedades no son sólo cuestión de los médicos, ni la religión es sólo asunto de
los sacerdotes, ni la radioactividad afecta exclusivamente a los físicos. Sólo el mito
universal es capaz de superar las visiones estrechas del mismo internacionalismo, y de
situar creativamente los estudios interdisciplinares en un plano superior de intereses
globales.

Superación de la dicotomía sujeto-objeto

Cada vez somos más conscientes de que no existe :ningún conocimiento neutro. No sólo
porque el sujeto pensante queda afectado, sino también porque el pensamiento modifica
el objeto que conoce. La medida altera lo que mide, altera los instrumentos de medida y
altera también la mente del que mide. No existe un mundo "exterior" de puros objetos,
ni una esfera "interior" de puros objetos, sino que la interacción es recíproca, y no existe
ninguna visión de una cosa que no modifique la cosa vista y a aquél que la ve. No existe
ninguna ciencia sin presupuestos previos, como no existe ningún sujeto de
conocimiento sin historia personal, sin hábitos, sin modelos ni inclinaciones.
RAIMON PANIKKAR

Y esto sucede, tanto en el campo científico como en el social, cultural y religioso.


Cuando los griegos se hicieron cristianos, modificaron el cristianismo hebreo; cuando
los japoneses se convirtieron en tecnócratas, modificaron la tecnología occidental... Lo
mismo sucede en el ámbito interpersonal: no somos únicamente lo que nosotros
creemos que somos, sino también aquello que los demás creen que somos.

Esto- significa que, a la hora de plantear una cuestión, no sólo hemos de poner en juego
el enfoque interdisciplinar, sino que además debemos ser conscientes de que ningún
problema es meramente objetivo y que todo planteamiento está hecho por -y referido a-
sujetos determinados, a los que les afecta de un modo particular. Por ejemplo, ante el
problema de una enfermedad, un enfoque interdisciplinar no sólo significa la
concurrencia de perspectivas médicas, bioquímicas, físicas y biológicas, sino que
también incluye aspectos antropológicos, sociológicos, psicológicos, metafísicos y
teológicos. Y todo ello no sólo para analizar tal o cual aspecto de la enfermedad, sino
también para profundizar en el ho mbre al que le afecta, tanto si es paciente como
agente.

Sólo así podremos superar el cientifismo acrítico que se cree libre de cuestiones "a-
científicas" que considera periféricas. Y sólo así podremos superar la grieta
epistemológica entre sujeto y objeto que nos aboca al dilema insuperable entre el
idealismo y el realismo.

La estructura temporal del pensamiento

Todo conocimiento se desarrolla dentro de unas coordenadas espacio-temporales, al


igual que todo acontecimiento se da en el tiempo y en un contexto histórico
determinado. Hoy tenemos más conciencia que nunca de que nuestras concepciones
sobre la realidad han ido cambiando a lo largo de la historia y que es conveniente que
hayan sufrido este cambio. Lo que un día dijeron Buddha, Cristo, Platón o Kant está
sometido a unas transformaciones legítimas de sentido, en función de los paradigmas de
cada cultura y de cada época. Lo que dice la Biblia no es sólo lo que dice su texto
original (todavía por descubrir), sino también lo que la gente lee en ella, o sea, lo que la
gente dice que dice el libro. Los Vedas no son únicamente los libros, sino su lectura
actual, ritualmente efectiva.

El mismo término actual de secularización (de saeculum, siglo) comporta la


explicitación de esta dimensión temporal de las empresas y proyectos humanos. La
filosofía contemporánea también ha explicitado esta íntima relación entre el ser y el
tiempo. La eternidad, entonces, no la podemos buscar al margen del tiempo, cayendo en
las dicotomías de siempre, sino emergiendo de él por el descubrimiento de la realidad
viviente que late en su interior.

Sin detenernos más en estas tres características de la mentalidad actual, voy a


desarrollar la hipótesis general de mi lema y que constituye una intuición trinitaria
singular.

II. Los tres momentos de la conciencia


RAIMON PANIKKAR

La conciencia humana no avanza linealmente, sino en espiral. Esto significa que los
diferentes estudios que ahora describiremos no se suceden uno al otro, sino que los
encontramos simultáneamente en culturas coexistentes e, incluso, dentro de una misma
sociedad. Y surgen en circunstancias propicias que pueden fomentarlos y acogerlos. Por
eso los llamo momentos kairológicos.

El período ecuménico

Podría definirse como el Hombre de la Naturaleza. Lo divino se integra en la naturaleza


y ésta -sacralizada- constituye el hábitat del hombre. El hombre cultiva la tierra sin
necesidad de contemplarla, porque se siente a sí mismo como una parte de ella. No es ni
un espectador ni un actor sobre la tierra, sino su producto "natural". El hombre mismo
es sagrado, como sagrado es todo lo que le rodea.

Se da un proceso de diferenciación, pero sin que ello implique una separación del
hombre respecto de su entorno natural. La conciencia tiende a personificar las fuerzas
naturales para hacérselas propicias. La naturaleza se concibe como la gran
engendradora, como el principio dinámico de todas las cosas (physis en griego).

Estamos ante una visión cosmo-céntrica de la realidad: la tierra es el centro del


universo.

El período económico

Podría definirse como el Hombre por encima de la Naturaleza. Aquí lo divino


(reconocido o no) se halla oculto en el interior del hombre. S i en el período anterior la
naturaleza era más que "naturaleza", aquí el hombre es más que "hombre". El hombre
empieza a descubrir las leyes del universo, las estructuras objetivas de la realidad.
Distingue, mide, realiza experimentos y se convierte en "rey" de la creación. Estamos en
pleno período histórico.

Junto al descubrimiento del mundo objetivo se da también la fascinación por la


subjetividad: el hombre queda maravillado por su propia mente, que es capaz de
descubrir las leyes que rigen el universo y formularlas.

La conciencia tiende a olvidar su pertenencia al mundo natural y se va concibiendo cada


vez más así misma sólo como razón. Dios mismo es reducido a razón- y la Razón es
endiosada. La individualidad va emergiendo a costa de enajenar al hombre de la
naturaleza respecto de la cual se considera espectador cualificado y soberano.

Cuando Copérnico desplaza a la tierra del centro del universo, el hueco lo ocupa el
hombre. El centro de gravedad ha pasado del cosmos al hombre. Estamos en el período
de los humanismos, en plena concepción antropocéntrica de la realidad.

El interludio ecológico
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Esta tercera etapa, que es la contemporánea, se podría definir como el Hombre en la


Naturaleza. Corresponde al final del período económico y es un preludio del tercer
período de la conciencia. Aquí, cuando lo divino es reconocido, todavía es concebido
como separado del entorno, como un Ser tan' absolutamente trascendente, que se escapa
de todos los ámbitos humanos y, por tanto, queda al margen de ellos.

Vivimos un tiempo de crisis, porque estamos apurando las consecuencias del período
anterior: nos encontramos vagando en un espacio vacío entre un Dios inaceptable, que
planea sobre nosotros, y un mundo inerte bajo nuestros pies. Nos sentimos ajenos a
ambos extremos: los Dioses han huido y un Dios solitario nos resulta superfluo. Pero
tampoco nos sentimos cómodos ante una Materia que los científicos no saben definir y
cuyo origen y fin desconocemos. Del progreso también estamos desencantados y nos
sentimos amenazados por él.

La conciencia ecológica surge como respuesta a este desencanto y a esta amenaza: en


lugar de comportarse como un saqueador, el hombre empieza a actuar como un
administrador más humano ante la "madre tierra". Sin embargo, el cambio de actitud no
es radical, ya que el hombre sigue concibiéndose ante la naturaleza como el logos que
organiza y domina "su propia casa".

Aunque, si miramos más a fondo, podemos percibir los inicios de un cambio más
profundo, que no sólo tiene una dimensión ingenua o contemplativa, sino que también
comporta una voluntad de acción. Es lo que podemos denominar tecnicultura: no es ni
agricultura ni tecnología, sino que supone una nueva sensibilidad respecto del cuerpo, la
materia, la sociedad y el mundo entero. La misma ciencia contemporánea trata de
superar la dicotomía objetividad subjetividad. Podemos hablar de una visión
antropocósmica actual de la realidad. Pero esto no puede detenerse aquí.

Un período global

El hombre cada vez más se da cuenta de que el centro no lo es él ni el cosmos. La


proyección hacia utopías futuristas tampoco resulta una alternativa seria para las
conciencias reflexivas. Las exigenc ias actuales sólo podrán ser superadas mediante una
metanoia (conversión) radical que implique un cambio completo de mentalidad, de
espíritu y de actitudes. Las soluciones dualistas -sean del signo que sean- no son
perdurables. Hay que alcanzar una nueva inocencia, que nos integre de nuevo en la
naturaleza, sin perder la conciencia específica, del ser humano. Esta experiencia integral
es la que denomino visión cosmoteándrica, propia del tercer período de la conciencia,
que todavía está por alcanzar, y que ahora voy a tratar de esbozar.

III. La intuicion cosmoteandrica

Sería más preciso hablar de intuición teoantropocosmica, porque ánthropos se refiere al


ser humano como tal, mientras que aner (genitivo: andrós) tiende a connotar la
masculinidad. Sin embargo, mantenemos el término teándrico porque es el que ha
arraigado en al tradición del pensamiento occidental para expresar la unión, sin
confusión, de lo humano con lo divino y, en efecto, antes de Homero significaba
hombre y no sólo varón.
RAIMON PANIKKAR

Algunos temas de fondo

De hecho, la visión cosmoteándrica se puede considerar la forma original y primordial


de la conciencia, ya que contiene la inocencia y la unidad de la mirada original, antes de
que ésta quedara fragmentada por los descubrimientos parciales.

La división triádica de la realidad que proponemos (lo divino, lo humano y lo cósmico)


es una constante de la cultura humana que encontramos por doquier: tanto en términos
espaciales (cielo, tierra, ultratumba), coma en los temporales (pasado, presente, futuro),
é incluso en los cosmológicos o metafísicos (cuerpo, alma, espíritu).

La función de los sabios consiste en hacernos ver la visión de conjunto, integrando las
aportaciones que las visiones parciales suponen para la globalidad. De hecho el hombre
de hoy comienza a percibir que muchas de las convicciones tradicionales son, en
realidad, parciales. Pero tampoco se atreve a saltar por encima de ellas hacia una visión
que las integre todas. Teme perder la clarificación de ámbitos que con tanto esfuerzo ha
logrado discernir. Cierto, no se trata de volver a una indiscriminación infantil de la
realidad ni de caer en un relativismo agnóstico que elimine toda certeza y que suprima
todas las diferencias, sino de vivir en una relatividad radical, fundamentada en la
conciencia cosmoteándrica: la visión unitaria del universo.

Debemos distinguir los diferentes ámbitos de la realidad, pero vinculándolos


intrínsecamente entre sí. Unos vínculos que no pueden ser meramente morales ni
vaporosos, sino que han de ser tan reales y precisos como cada uno de los ámbitos que
se ponen en comunicación. En términos aristotélicos, las relaciones han de ser tan
fuertes como los elementos que se ponen en relación. O bien el universo está constituido
por unas relaciones tan fuertes y reales como las substancias, o bien éstas van a la deriva
en un universo caótico que se desintegra cada vez más.

Observando la historia de la conciencia humana, se puede constatar una oscilación


exagerada entre una visión unitaria pero indiscriminada de la realidad y otra tendencia
que tiende a disgregarla y a atomizarla tanto, que hace igualmente imposible una
inteligibilidad global. Sólo los grandes maestros, y probablemente también los espíritus
sencillos, se mantienen en el justo equilibrio. La experiencia cosmoteándrica pretende
ofrecer este camino medio que se abre entre la paranoia del monismo y la esquizofrenia
del dualismo.

Formulación del principio

El principio cosmoteándrico podría enunciarse así: lo divino, lo humano y lo cósmico


son tres dimensiones reales y diferentes que constituyen la realidad. No son aspectos
que se puedan separar sin más -aunque cada uno de ellos pueda ser abstraído y
considerado independientemente por nuestra mente con finalidades tanto teóricas como
prácticas-, sino que constituyen un todo orgánico, indivisible a la vez que diferenciado.
No se trata de una visión monolítica de la realidad, ni de un sistema pluralista de
elementos separables, sino de la relación entre unidad y triplicidad, que expresa la
constitución última de la realidad.
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Todo lo que existe presenta esta constitución una y trina, expresada en estas tres
dimensiones:

1. Dimensión divina: todo ser tiene un fondo abismal, inasible e inconmensurable Ya


sea porque consideremos su infinita trascendencia -su carácter siempre abierto al
misterio-, ya sea porque consideremos su infinita inmanencia su profundidad insondable
a través de la cual se nos muestra un fragmento de lo real. Cada ser contiene una
sagrada especificidad que lo hace libre para el cambio, para el crecimiento, para la vida.

2. Dimensión humana: toda la realidad, en tanto que es pensable, entra en el radio de la


conciencia humana. No existe nada de lo que podamos pensar o hablar que no esté en
relación con nosotros. Esto no significa que sea nuestro pensamiento el que otorgue
realidad a las cosas -como si Plutón, por ejemplo, no existiera antes de que fuera
descubierto en 1930-, sino que todas las cosas quedan humanizadas al entrar en la esfera
de nuestro conocimiento.

3. Dimensión cósmica: todo lo que entra a formar parte de la conciencia humana


también entra en relación con el mundo. Todo lo que existe se pone necesariamente en
relación con las categorías espacio-temporales y con la materia-energía de nuestro
mundo. Aun reconociendo otra dimensión de las cosas, como puede ser una experiencia
mística acósmica y atemporal, la estamos definiendo a partir de referencias cósmicas,
aunque sea de forma negativa. El mismo concepto de verdad solamente es significativo
en el interior de un mundo, a partir de criterios empíricos que emergen de la experiencia
de "mundo", aunque inmediatamente después lo extrapolemos. La misma existencia
angélica está ligada al destino del hombre y del mundo.

Dos posibles objeciones

Esta visión integrada de la realidad puede suscitar fundamentalmente dos tipos de


objeciones: 1) la de que estamos anulando la individualidad y especificidad de cada ser,
y 2) la de que presuponemos erróneamente que un ser no puede existir sin otro.

1) La primera objeción invita a considerar los dos posibles modelos de inteligibilidad


que existen: el basado en el principio de no-contradicción, y el basado en el principio de
identidad., Cuando aplicamos el principio de no-contradicción, tendemos a aislar las
cosas y a despojarlas de su realidad total separándolas artificialmente de lo que
realmente son. En cambio, cuando aplicamos el principio de identidad, tendemos a
cerrar los ojos a las diferencias confundiendo las diferentes dimensiones de la realidad.
Todo proceso cognitivo tiene una función discriminatoria o analítica y otra sintética. El
modelo equilibrado de conocimiento que proponemos es una combinación de los dos
principios, en la que la identidad no es anulada por- la diferencia y la diferencia no
queda absorbida por la identidad. Por ejemplo: un elefante no es un hombre, ni el
hombre es- un elefante, pero los dos son. El elefante es no- hombre y el hombre es no-
elefante, pero no podemos separar el es del elefante y el es del hombre, porque los dos
son. El hecho de existir, de ser, los distingue tanto como los une.

Este ser de las cosas es lo que les hace participar de la naturaleza cosmoteándrica de la
realidad. Ello no significa que todo modo de ser sea indiferente, porque cada cosa tiene
su especificidad y ocupa un lugar determinado en el conjunto de las relaciones que se
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establecen en lo real, pero no podemos s ubrayar tanto la individualidad que lleguemos a


`olvidar la comunión de todo con todo por la participación en el Ser.

Incluso las religiones que afirman con más contundencia la trascendencia diferenc ia- de
Dios respecto de sus criaturas, admiten también una identidad de Dios con su creación,
al afirmar que Dios es más inmanente a toda criatura que la propia identidad de ésta. Si
Dios se separase de ella, la criatura caería en la nada absoluta.

2) La segunda objeción está basada en la falacia de pasar del ámbito lógico de un "no
puede ser" al ámbito real del "no es". Una cosa es pensar teóricamente que un ser pueda
existir totalmente al margen de otro y otra cosa es pretender que tal posibilidad
realmente se de en la realidad. Puede pensarse que Dios existiera sin su creación, pero,
de hecho, sólo conocemos a Dios con su creación. Teóricamente, Dios no necesita a las
criaturas para ser real, pero, de hecho, el Dios auténtico que existe lo conocemos junto a
sus criaturas. También puede pensarse en un mundo sin seres humanos, pero este
pensamiento es irreal, porque el único mundo que conocemos está habitado por seres
humanos.

Por otro lado, no es posible ningún concepto sobre Dios ni sobre el mundo que no sea
pensado par el hombre que habita en el mundo.

Descripción de la intuición

Aquí estamos tratando de presentar la realidad según una triple dimensión: la física o
empírica, la espiritual o noética y la trascendente o metafísica. Hablábamos de
dimensiones reales de una misma realidad para no caer en la tentación monista de un
universo en el que las cosas no son más que modos de una única sustancia, variaciones
sobre un único tema, ni en la tentación pluralista, según la cual la realidad está
constituida por ámbitos irreconciliables.

El principio cosmoteándrico, en cambio, pone de relieve la relación intrínseca de las


diferentes dimensiones, de forma que toda la realidad quede impregnada de esta triple
corriente que la atraviesa.

Semejante intuición no es alcanzable analíticamente; sino que brota de una experiencia


mística. Experiencia que necesita de todo un trabajo previo de síntesis entre lo que se
conoce y aquél que conoce, pero que se alcanza a través de una mirada simple e
inmediata que unifica, de pronto, el cognoscente, la cosa conocida y el mismo
conocimiento.

Según esta visión, el mundo ya no es una parte externa del hombre, sino que se
convierte en el gran cuerpo del cual cada hombre forma parte. La relación que el
hombre tiene con el mundo pertenece a la misma relación que la que mantiene consigo
mismo: se comunican vida, ser, historia y destinos mutuos. El mundo se realiza a través
del hombre y el hombre se realiza en el mundo.

Dios no es el absolutamente Otro, como tampoco es igual al hombre ni al mundo.


Podríamos decir que Dios es el Yo último y único, mientras qué nosotros somos sus tú.
Sin embargo, la, visión cosmoteándrica apunta hacia otra perspectiva: no basta con
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concebir al hombre relacionalmente respecto de Dios, ni tampoco como un ser


ilimitado, abierto a posibilidades infinitas de crecimiento. El hombre descubre en su
interior una profundidad inmanipulable que a la vez le transciende a sí mismo como ser
particular y privado. Siempre hay un más de lo que la mirada alcanza, la mente descubre
o el corazón adivina: es lo que llamamos el fondo divino de cada ser.

Este más también se encuentra en el cosmos, como su dinamismo más íntimo, a partir
del cual se va desplegando, en relación con el crecimiento del hombre y de su
conciencia.

Sólo así creemos que tienen explicación los impulsos sobrehumanos del hombre, el
poder creativo del cosmos, la tendencia humanizadora de lo divino. Sólo así se puede
explicar que el hombre no se haga menos humano cuando descubre su propia vocación
divina, que los Dio ses no pierdan su divinidad cuando son humanizados y que el mundo
no se "desmundanice" cuando desborda de vida y de conciencia. ¿No será acaso que el
hombre se halla en la encrucijada donde confluyen estas tres direcciones? Porque toda
existencia real es un único nudo de esta triple red.

Mirando las inquietudes que palpitan: en diferentes partes del planeta; se confirma la
validez de la intuición cosmoteándrica: la mayor parte de la juventud está insatisfecha y
espera un cambio; los que están técnicamente avanzados se preocupan de la salvación
espiritual, y los que están espiritualmente avanzados buscan soluciones técnicas; las
religiones de Occidente se sienten atraídas por la interioridad de Oriente, pero también
Oriente se siente atraído por la figura mesiánica de las religiones occidentales.

Sin duda está emergiendo en todo el planeta una forma nueva de conciencia que es
eminentemente religiosa, en el sentido estricto de la palabra, ya que no se satisface con
aspectos parciales -sociales, filosóficos o científicos-, sino trata de iluminar todos los
ámbitos de la vida humana. El hombre moderno ha matado a un Dios aislado y distante,
la Tierra está matando a un Hombre ávido y sin piedad y los Dioses han abandonado al
hombre y al cosmos a su propia suerte. En esta coyuntura, la intuición cosmoteándrica
representa el sentido religioso emergente en el tercer milenio. Porque en la sensibilidad
ecológica actual vibra una tensión mística, en la autocomprensión del hombre está cada
vez más presente la abertura hacia lo infinito y en el corazón de lo divino late desde
siempre un impulso hacia el tiempo, el espacio y el hombre.

Tradujo y condensó: JAVIER MELLONI

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