En El Silencio

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En el silencio

Cierro el libro de cuentos luego de terminarlo por tercera vez en poco rato. Es
mi favorito: tal vez porque es muy grande, tal vez porque su héroe, un simpático
chanchito alado, supera los obstáculos que le surgen en las pocas páginas
semiduras del libro con la facilidad que le proporcionan sus extrañas alas. Me
esfuerzo en escuchar lo que pasa abajo. Silencio. Solo escucho silencio. Tal vez
también el murmullo artificial que viene de la TV. Eso me alienta. Descalzo, me
levanto de mi cama. Ya conozco muy bien cuáles son las maderas del piso de
parqué _ brillante y lustroso, como siempre_ que están un poco flojas y crujen al
pisarlas. Las evito, tanto las del pasillo como las de los tres escalones iniciales
del primer tramo de la escalera que conduce a la planta baja de mi casa. Desde
allí puedo ver sin ser visto. Casi seguro. Si no hago ningún ruido, mamá no mirará
hacia arriba, la única forma que tiene de verme. Está sentada en su lugar
habitual. Creo que, efectivamente, mira la televisión. No veo a mi padre ni a mi
hermano chico. El grande se fue, luego de la violenta discusión. Creo que es un
buen momento para bajar. Cuando voy a hacerlo, me sobresalto al darme cuenta
que sigo descalzo. Eso podría ser un error que arruine todo. Vuelvo sobre mis
pasos sigilosamente, me calzo y bajo, tratando, igual, de hacer el mínimo ruido
posible. Cuando entro a la cocina, mi padre y mi hermano, que está en su falda,
no parecen darse cuenta de mi presencia. Mi padre le cuchichea algo al oído. Mi
madre sí me registra: sus ojos giran hasta mí. Pero permanece callada. Lo cual
es bueno, muy bueno. El silloncito de mimbre por el que solemos pelearnos con
mi hermano chico está, por supuesto, libre. Me siento. Aliviado. En la tele, están
dando una de aventuras espaciales. Mis favoritas. Al final, la tarde no es tan
mala. En mis manos aún está el libro del chanchito con alas.

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