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SOSTENIBILIDAD RURAL
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Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
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Desde los inicios de la Revolución Industrial y más profundamente a lo largo del siglo XX, se han
producido importantes transformaciones en el medio rural europeo, a partir de la crisis de la agricultura
tradicional y ligadas a la introducción de la llamada Revolución Verde, en la segunda mitad del siglo
(Naredo 2004). El proceso ha sido denominado modernización agraria, y responde a la aplicación a la
producción agraria del proceso de modernización, que Habermas (1989) describe como “una gavilla de
procesos acumulativos y que se refuerzan mutuamente: a la formación de capital y a la movilización de
recursos; al desarrollo de las fuerzas productivas y al incremento de la productividad del trabajo; a la
implantación de poderes políticos centralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de
derechos de participación política, de las formas de vida urbana y de la educación formal; a la
secularidad de valores y normas, etc.”
La modernización agraria se caracteriza por varios procesos paralelos que transforman las formas de
manejo existentes anteriormente: el productivismo basado en la intensificación, concentración y
especialización de las producciones (Ilbery 1998); la cientifización, como subordinación del proceso
productivo y del conocimiento tradicional campesino a los dictados de la ciencia y la investigación
oficiales (Sevilla Guzmán 2006); y la industrialización de la actividad agraria, que Chambers et al.
(1989) caracterizan como “una forma de artificialización de la naturaleza […] cuya forma hegemónica de
producción agraria se encuentra fuertemente capitalizada, con prevalencia de inputs ajenos al
reacomodo, reciclaje de la energía, materiales utilizados en los procesos biológicos, y (que) pretende
uniformizar el medio ambiente local para estabilizar la producción, controlando al máximo el riesgo,
eliminando la biodiversidad local para obtener un máximo homogéneo de producción”.
La actividad agraria no es sino un proceso de artificialización de los ecosistemas por parte de las
sociedades humanas, que ha adquirido distintas formas a lo largo de la historia y en los distintos
territorios del planeta, en un proceso coevolutivo en el que sociedades humanas y ecosistemas se han
ido condicionado mutuamente y adaptándose entre sí (Norgaard 1994). Sin embargo, no todos los
sistemas han alcanzado los mismos grados de eficiencia y sustentabilidad; y en concreto, la agricultura
industrial ha generado importantes procesos de insustentabilidad, al simplificar la forma de acercarse a
las funciones ecosistémicas y disociar las relaciones entre la agricultura y su contexto socioecológico,
mediante la cientifización de la producción (González de Molina y Sevilla Guzmán 1993, Sevilla Guzmán
2006). Para Norgaard (1994, 2002) la aplicación del método científico y de los procesos industriales -con
un manejo basado en combustibles fósiles- a la agricultura ha expandido las dimensiones espacial y
temporal de los procesos coevolutivos entre sociedad y ecosistemas; mientras que la base tecnológica,
organizativa y de conocimiento se encuentra mal adaptada para enfrentarse a estas nuevas
interacciones, lo cual ha generado un grave problema de insustentabilidad social y ecológica.
Por su parte, la mercantilización de la producción agraria considera como factor único a los ciclos de
recuperación del capital, no considerándose las externalidades sociales y ecológicas causadas por los
procesos productivos (Martínez Alier 1999). Al convertir la agricultura en una mercancía, se separan los
procesos económicos de los ciclos ecológicos, generando situaciones de ineficiencia que han llevado al
agotamiento de los recursos productivos y a importantes disfunciones ecosistémicas de los sistemas
agrarios. Por su parte, la actividad agraria se separa de los ciclos de la reproducción de las sociedades
campesinas, abandonando su función social -mantener y reproducir las comunidades campesinas- en pro
del beneficio individual. Lo cual ha generado una fuerte desigualdad socioeconómica entre las sociedades
rurales y urbanas, incluso dentro de las poblaciones rurales (Federici 2011). Esta desigualdad se
encuentra en la base de los fuertes procesos migratorios rurales y de las hambrunas en diversos
territorios del Sur Global.
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Entre 2000 y 2008 desaparecieron en la UE el 20% de las explotaciones agrarias, y el 25% de los
empleos agrarios (Corselli-Nordblad 2011)
Daniel López García
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El proceso de modernización agraria respondía a una lógica ajena a los intereses de las poblaciones
rurales. Para su desarrollo fue necesario un importante despliegue científico y técnico -y en muchos
casos militar (Federici 2011)-, para transformar tanto los aspectos productivos como los aspectos
socioculturales relativos al contexto de la producción agraria. Ya que la lógica de la modernización
requería, en primer lugar, vencer las resistencias de las comunidades rurales y campesinas frente a un
cambio que no comprendían.
La transferencia sistemática de información y asesoramiento desde los estudiosos hacia las clases
productoras data del siglo XIX, pero queda institucionalizada como servicio público de Extensión Agraria
en los EE.UU. y Europa en las dos primeras décadas del siglo XX, ligada a las universidades y centros de
investigación estatales (Sánchez de Puerta 1998). Los avances de la ciencia hacen posible que a
mediados del siglo XX esté dispuesta una tecnología productiva sustancialmente diferente a las formas
tradicionales. Las propias limitaciones de la agricultura tradicional para sostener el crecimiento agrario,
puestas de manifiesto ya durante el siglo XIX, facilitaron la adopción de dichas tecnologías (González de
Molina y Guzmán 2006, González de Molina et al. 2010). Pero la tecnologización y cientifización de las
propuestas de la Revolución Verde sentaron las bases de la dependencia respecto a unos materiales,
conocimientos y técnicas que hasta ese momento no habían estado disponibles para el campesinado; y
que irrumpen en el medio rural de la mano de los servicios públicos de Extensión Agraria.
Desde EE.UU. se dispusieron en los años 50 amplios equipos que inician la difusión de tales innovaciones
y la formación de investigadores y técnicos en las universidades norteamericanas. El apoyo
estadounidense se expandió por todo el planeta, y también llegaría, por medio del Plan Marshall, a una
maltrecha Europa de posguerra necesitada de reestructurar un sector productivo y un territorio
devastados. En esos años se crean diversos órganos de desarrollo de la sociología rural europea, y los
estados crean sus propios órganos de Extensión Agraria con el apoyo y asesoría de EE.UU. (Sánchez de
Puerta 1998).
Los objetivos específicos establecidos pretendían garantizar la abundancia de alimentos, por medio de la
adopción de las nuevas tecnologías, y estabilizar la unidad familiar como estructura económica básica.
Para ello contaban con las siguientes estrategias metodológicas, las cuales definían una auténtica
“tecnología social” (Sánchez de Puerta 1998): la implicación de la gente local en los programas de
desarrollo; la utilización extensiva y sistemática de líderes locales voluntarios; el desarrollo de
programas sistemáticos educativos y de acción con grupos organizados; y la coordinación entre
investigación universitaria y extensión (Maunder 1966). Estas técnicas tendrían como objetivo central la
transferencia tecnológica al campesinado, en base a la teoría de la difusión de innovaciones desarrollada
por Rogers (1995).
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Figura 1. Evolución de los enfoques teóricos de la Extensión Agraria. Elaboración propia a partir de
Sevilla Guzmán (2006) 2
Hasta los años 70, las propuestas extensionistas habían ofrecido una receta única e igual para los
diferentes territorios y modalidades de explotación, y habían sido adoptadas de forma preferente en las
explotaciones más grandes, con mayor capacidad de inversión y mejores condiciones agronómicas. La
aplicación de la teoría de sistemas a la investigación y extensión agrarias permitió complejizar el
enfoque, para introducir las variables particulares de cada finca (económicas, culturales y agronómicas)
en busca de una mayor eficiencia en la transferencia de tecnologías. En esta línea surgiría el Farming
Systems Research (FSR) (Gilbert 1980) en busca del desarrollo de soluciones adaptadas a situaciones
concretas (Caporal 1998). Con el FSR se reconocería por primera vez que los campesinos
experimentaban y desarrollaban sus propias soluciones tecnológicas, lo cual permitió la participación de
los propios agricultores en el diseño de las propuestas técnicas (Chambers 1992). El FSR “centra su
atención en las cuestiones de la producción agrícola, (pero) olvida las relaciones de poder entre las
partes, así como las estructuras socioeconómicas bajo las cuales los agricultores operan” (Vanclay y
Lawrence 1994).
Chambers (1983) criticó lo caro del mantenimiento de los técnicos extensionistas e investigadores para
la recogida de unos datos que a menudo consideraba innecesarios e inoperantes (“data overload”), por
medio de técnicas clásicas y exhaustivas. Frente a ello plantearon el Rapid Rural Appraisal (RRA), como
un conjunto de técnicas rápidas y sencillas capaces de recoger una cantidad suficiente de datos
significativos y operativos en un corto espacio de tiempo. Por último, cuestionó los objetivos de la
investigación rural para el desarrollo, así como la supuesta incapacidad de los campesinos para innovar y
la invalidez de su conocimiento. A partir de esta crítica planteó el enfoque de “Farmers First”, en el que
serían los campesinos quienes definirían los objetivos de la investigación, así como quienes construirían
las soluciones con apoyo del técnico, por medio de procesos participativos. Esta propuesta metodológica
fue denominada Participatory Rural Appraisal (PRA, o DRP por sus siglas en castellano: Diagnóstico Rural
Participativo), y definía un nuevo enfoque transdisciplinar, en el que la acción tomaba ventaja sobre la
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La Figura 1 representa las sucesivas aportaciones teóricas (círculos amarillos) y metodológicas (texto
en negrita) que reformarían la práctica extensionista, así como la sociología rural, de cara a la
superación de estas problemáticas (Sánchez de Puerta 1998; Caporal 1998; Sevilla Guzmán 2006).
Daniel López García
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A finales de los 60 de la pasada centuria, Freire (1969) ya había realizado una profunda crítica de la
práctica extensionista en su texto “¿Extensión o Comunicación?”. Freire proponía una acción pedagógica
al servicio de los intereses populares y ligada a métodos alternativos a los tradicionales procesos de
transferencia tecnológica, que entendía como “invasión cultural”:
“la acción extensionista implica [...] la necesidad que sienten aquellos que llegan hasta “la otra
parte del mundo”, considerada inferior, para, a su manera, “normalizarla”. Para hacerla más o
menos semejante a su mundo. [...] (Envuelve) acciones, que transformando al hombre en una
casi “cosa”, lo niegan como un ser de transformación del mundo. [...], de la misma forma que
el hombre ‘superior’ es moderno”.
En los 90, la abrupta disminución en el número de fincas en las sociedades postindustriales, así como las
amplias desigualdades surgidas en los países empobrecidos, trajeron nuevos enfoques de la extensión.
La emergencia del término Desarrollo Sostenible en 1992, y la aceptación global de las raíces
económicas de la crisis ecológica mundial, plantean nuevas reformas, como el enfoque de la
intensificación verde, acuñado por la FAO y adoptado por el Banco Mundial. Esta nueva propuesta de
modernización permitiría mantener incrementos de la producción desde el mismo esquema vertical y
unilineal de transmisión del conocimiento, la lógica industrial de producción y la globalización
agroalimentaria (Caporal 1998).
Tras un siglo de extensión agraria, podemos decir que su implementación fue un gran éxito en cuanto a
la implantación territorial mundial de la Revolución Verde y al incremento de los rendimientos agrarios.
Sin embargo también se puede considerar un rotundo fracaso si atendemos a los objetivos de
incremento de renta de los campesinos y reducción del hambre en el mundo, variables que han
empeorado de forma muy significativa en el período que hemos analizado. La extensión agraria continúa
hoy en día en territorios empobrecidos, extendiendo lo que se ha llamado la 2ª Revolución Verde, que
esta vez incorpora los cultivos transgénicos como propuesta central. Sin embargo, en las últimas
décadas las políticas agrarias de los países postindustriales comenzaban a derivarse, de forma masiva,
hacia el desarrollo rural.
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En España, los Servicios de Extensión Agraria han sido transferidos a las comunidades autónomas y en
la mayoría de ellas se mantienen sin funciones, a la espera de que los ya antiguos extensionistas se
vayan jubilando (Sánchez de Puerta 1996).
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
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Desde una perspectiva personal o simbólica, “el sistema agroalimentario engulle a los agricultores
reduciéndolos en su importancia, y su función tiende más hacia la producción de materias primas
agrarias que hacia la producción de alimentos. El trabajo de agricultor también cambia radicalmente,
pasando a tener como leit motiv la gestión empresarial de la explotación, más que mantener la
agricultura entendida como una “forma de vida” (Gallar 2011). Las políticas públicas de apoyo a la
modernización han venido unidas a una importante “ofensiva cultural”, en la cual la industrialización se
manifiesta como una “victoria” de los agricultores profesionales (aquellos con explotaciones fuertemente
especializadas, capitalizadas y tecnificadas). La actividad agraria se convierte en una actividad alienante
que reduce la autoestima del agricultor (Sánchez de Puerta y Taberner 1995) para construir una nueva
identidad empresarial, individualizada y disociada de la cultura y el territorio locales.
Para Alonso (1990), “modernización equivale a desagrarización. [...] Ahora, el sector terciario “se pone
en primer lugar” en un contexto rural de postindustrialización”. Sin embargo, la diversificación
económica que pretende el desarrollo rural en muchos casos “no procede de la creación de nuevos
empleos, sino de la desaparición y pérdida de peso relativo de los empleos agrarios y del incremento
correlativo de los no agrarios [...] (ya que) las áreas rurales más genuinas continúan inmersas, salvo
contadas excepciones, en un proceso de pérdida de población” (Molinero 2006). Marsden y Sonnino
(2008) afirman, tras dos décadas de políticas de multifuncionalidad en la UE, que esta política no ha
contribuido a reconfigurar ni fortalecer el sector agrario, sino que ha servido para apoyar los intereses
de la agroindustria y la gran distribución; y para limitar y concentrar aún más los recursos públicos
asignados al sector en torno a las fincas de mayor tamaño, por medio de los proyectos de
reconfiguración y del endurecimiento de la regulación administrativa e higiénicosanitaria.
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16.800 puestos de trabajo creados en España en 2005 (Molinero 2006), frente al millón de empleos
perdidos en el sector primario desde la entrada en la UE.
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el primer pilar de la PAC no alcanzaba a dinamizar unas estructuras agrarias obsoletas para su inserción
en los mercados globales (Gómez Mendoza 2001).
La desagrarización del medio rural, por tanto, consiste en la pérdida de peso económico, político, social y
cultural de la actividad agraria, debido a su importancia decreciente en las economías rurales. La merma
de su importancia en términos económicos (proporción del PIB comarcal) y sociales (proporción del
empleo) se multiplica debido a la desestructuración del sector agrario, generada por el envejecimiento
de los activos y la ruptura de las identidades colectivas agrarias, que afectan así a la esfera de lo político
(capacidad de interlocución e incidencia) y lo cultural (invisibilización y enajenación de lo agrario como
tradición, como pasado). Todo ello viene reforzado por políticas públicas que promueven activa y
explícitamente la reducción de los activos y la transformación de las formas de organización de la
producción hacia estructuras empresariales desterritorializadas, por medio de mecanismos legislativos y
financieros.
Los procesos de desagrarización sitúan al medio rural en una frágil situación, al quitarle aquello que lo
diferencia del medio urbano y que, en último término, determina su condición diferencial y puede
generar procesos de desarrollo local autodependientes en un contexto de globalización. Ya que la
producción, el paisaje y las tradiciones agrarias resultan imprescindibles para las nuevas actividades
económicas que se pretenden implantar en el medio rural. Y estos servicios de los agroecosistemas no
son reproducibles por los nuevos modelos de agricultura empresarial, desterritorializada y globalizada; ni
por los fondos de desarrollo rural destinados a la rehabilitación del patrimonio natural y cultural.
En cualquier caso, ya no resultan útiles las antiguas definiciones de una ruralidad definida por la
centralidad de la actividad agraria (Sevilla Guzmán 2006), sino que poco a poco el espacio rural
evoluciona hacia una economía terciarizada, con una fuerte “interdependencia e intercambio constante
de mercancías, personas y signos” con el medio urbano (Camarero 2009a). Lo cual configura una
ruralidad muy heterogénea y diversa, pero en todo caso dependiente de las ciudades en diversos
sentidos. Por un lado, a nivel simbólico, en base a la internacionalización y la asunción de patrones de
vida urbanoindustriales y al deterioro de los mecanismos tradicionales de regulación social. Por el otro, a
nivel económico y político, respecto a políticas y dinámicas económicas definidas en instancias
superiores como la regional y la supranacional (González y Camarero 1999).
La Plataforma Rural (2004), define un listado de problemáticas generales en el medio rural español, de
entre las cuales destacan el proceso migratorio y la ruptura de las estructuras sociales de enraizamiento;
crisis del modelo de agricultura familiar y ruptura de los mecanismos tradicionales de inserción laboral;
proceso de mercantilización y concentración de los recursos naturales y productivos; y cambios
constantes en las políticas públicas de Desarrollo Rural. A ello habría que añadir la insuficiente red de
servicios públicos rurales; la discriminación social y económica de la mujer rural; los procesos
especulativos sobre el suelo y la vivienda rurales; y la absorción de nuevos pobladores de origen urbano
o inmigrante, que suponen un cóctel social cuyas consecuencias aún desconocemos (Camarero et al.
2009a).
Frente a este panorama diversos autores plantean una crítica de fondo a las políticas de Desarrollo Rural
en la UE, entendidas como simple crecimiento económico. Proponen incluir en el análisis un conjunto de
problemáticas sociales relacionadas con las dificultades para la reproducción de la vida social en el medio
rural postindustrial: sobreenvejecimiento, masculinización (especialmente juvenil), dependencia,
desigualdades de género y vulnerabilidad laboral. La quiebra de la agricultura familiar y la transición
hacia la agricultura industrial y empresarial también muestra una cara en la que la mujer es excluida de
la vida social y económica local, en base a la invisibilización de su trabajo por medio de su condición de
“ayuda familiar”. Lo cual la obliga a una “doble jornada” que comprende las tareas productivas –
invisibilizadas- y las tareas reproductivas (Díez 2007; Camarero et al. 2009a).
El medio rural se reconfigura constantemente, y trasciende los orígenes en común, para convertirse en
un “espacio existencial” compartido. Por ello cabe plantear la propuesta, más que de un “desarrollo
local”, de un desarrollo “localizado” que incorpore en sus propuestas la movilidad de los pobladores de
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
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cada territorio, e incluso el mismo carácter estructural de esta movilidad en los mecanismos de
reproducción social de la población rural.
La propuesta agroecológica debe recoger todos los temas planteados en las líneas previas, para hablar
de sostenibilidad social y ecológica del medio rural en sociedades postindustriales como la española. En
este sentido, el reto que tenemos por delante está marcadamente definido por una “batalla cultural” que
abarca los grandes mitos de la modernidad dibujada por el capitalismo global: crecimiento,
productividad, desarrollo, bienestar... (Naredo 2006). Se hace necesario resignificar algunas de las
categorías centrales de la actividad agraria -campesinado, alimentación, sistema agroalimentario,
productividad agraria, etc.- para construir una propuesta agroecológica de modernidad, alternativa a la
modernidad capitalista.
El término Agroecología surgió en los años 70 como respuesta a las primeras manifestaciones de la crisis
ecológica en el campo (Guzmán Casado et al. 2000), y es definido como “las bases científicas para una
agricultura sustentable” (Altieri 1983, Gliessmann 2002) la define como “el funcionamiento ecológico
necesario para hacer una agricultura sustentable”, y más tarde la interacción de sus impulsores
latinoamericanos con los españoles del ISEC 5 incorpora a la construcción del concepto criterios históricos
y sociales, recogiendo las lógicas de la economía campesina (no-capitalista) (González de Molina y
Sevilla Guzmán 1993) y de la racionalidad ecológica del campesinado (Toledo 1993) que incorpora
aspectos culturales. En Europa la agroecología es asumida como un nuevo paradigma de Desarrollo
Rural alternativo al hegemónico, que es necesario traducir a un contexto postindustrial (Guzmán Casado
et al. 2000). Desde la visión agroecológica, partimos de que es posible recuperar el papel de la
agricultura en la generación de riqueza social, cultural, económica y ecológica desde una visión de
sustentabilidad.
La agroecología se expresa en distintas dimensiones, que podríamos agrupar en tres a partir de las
propuestas de Ottmann (2005) y Sevilla Guzmán (2006). Estas tres dimensiones son complementarias,
de hecho deben ser articuladas armónicamente a la hora de dinamizar procesos integrales de Transición
Agroecológica (figura 2):
• una dimensión ecológico y técnico-agronómica, que desarrolla una visión integral y sistémica
del proceso productivo, concediendo gran importancia a los aspectos ecológicos y de rediseño
del agroecosistema, así como las cuestiones relativas a eficiencia energética y los flujos de
otros recursos productivos de carácter físico (Altieri 1983; Gliessman 2002; Garrabou y
González de Molina 2010; Pérez Neira 2011)). Pone el énfasis en que la estructura de los
agroecosistemas tradicionales solía ser más compleja que en los agroecosistemas actuales
manejados con lógicas modernas o industriales, así como su manejo en el tiempo y el espacio;
lo cual le confería mayor estabilidad y confiabilidad (Parra 2002; González de Molina y Guzmán
Casado 2006).
• una dimensión socioeconómica y cultural, centrada en las condiciones de reproducción social de
las comunidades rurales y agrarias, que les permitan permanecer en la actividad agraria, a la
par que mejorar el estado de los recursos naturales. Para ello, se centra en la revalorización de
los recursos locales (materia orgánica, conocimientos de los agricultores, variedades de cultivo
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Instituto de Sociología y Estudios Campesinos. Universidad de Córdoba. Córdoba, España
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Las cualidades emergentes en cada sucesiva escala de análisis aportan un carácter diferencial entre la
investigación agroecológica en territorios eminentemente agrarios o campesinos, y la implementada en
sociedades postindustriales como la europea. La integración del conjunto de actores económicos y
sociales en un medio rural desagrarizado nos permitirá articular acciones desde la lógica de la
multifuncionalidad de la actividad agraria, vistas las limitaciones socioeconómicas y de acción social
colectiva del sector agrario en el medio rural postindustrial. La escasa proporción que representa la
población activa agraria respecto al total, el elevado grado de industrialización de la agricultura, así
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Guzmán et al. (2000) diferencian 5 escalas de análisis para la investigación y la intervención
agroecológicas: finca; estilo de manejo; comunidad local; sociedad local; y sociedad mayor.
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
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como su fragilidad y desarticulación como grupo social del sector, sugieren considerar al sector agrario
de esa misma demarcación territorial como un subgrupo diferenciado dentro de la Sociedad Local: el
grupo de agricultores/as (y sus familias) que comparten lazos y cooperan entre ellos. Esta diferenciación
nos resultará de gran operatividad a la hora de dotar de protagonismo a un sector de la sociedad local
marginalizado e invisibilizado, lo cual consideramos central en los procesos de Transición Agroecológica a
escala de sociedad local en la Unión Europea.
En los espacios rurales postindustriales, la actividad agraria se ha señalado por su marginalidad desde
diversos puntos de vista. Para Baldock et al. (1996) la marginalización depende de factores físicos,
ambientales, sociales, económicos, y en general definen las tierras marginales en función de usos
agrarios que se sitúan en los márgenes de la viabilidad económica. Este enfoque situaría a buena parte
de los cultivos de secano -típicamente mediterráneos- del territorio español en situación de
“marginalidad”, así como las actividades de ganadería extensiva y todos aquellos espacios agrarios que
de alguna forma han quedado fuera de las redes logísticas globales.
La disminución de la importancia de la actividad agraria -en empleo y porcentaje del valor añadido
generado en un territorio concreto- en las sociedades postindustriales también ha sido denominada
“marginalidad cuantitativa”. Ésta genera, a su vez, la retroalimentación del proceso de marginalidad, al
transformar los aspectos sociales, económicos, culturales y políticos de las comunidades rurales -
marginalidad “cualitativa” o “estructural”- frente a la influencia urbana, lo cual ocurre especialmente en
las áreas de influencia de las ciudades, que hoy en día podrían llegar mucho más allá de los anillos de
circunvalación para el transporte por carretera (Paül 2007). La marginalidad de la actividad agraria se
expresa, en definitiva, en el descenso en el número de activos agrarios, la creciente desestructuración
del tejido social agrario y la pérdida de peso social y económico de dicha actividad en el medio rural; lo
cual lleva a su invisibilización y a la “debilidad” de la voz rural (Strijker 2005; Paül 2007; Bell et al.
2010).
Sin embargo, la idea de ruralidad mantiene, siquiera con fuerza renovada, la capacidad de generar
símbolos y referentes capaces de vender nuevos productos, generar procesos de contraurbanización, o
movilizar alianzas urbanas en defensa de cierto paisaje rural o de los alimentos locales (Reed 2008). Es
este poder simbólico de movilización social lo que Bell et al. (2010) denominan “poder de lo rural”. La
tarea, quizá, de la Agroecología en las sociedades postindustriales, es apoyarse en este potencial
simbólico para volver a situar la actividad agraria en el centro de los proyectos de desarrollo de las
comunidades rurales. Y a través de un rediseño en los agrosistemas industrializados y enfocados a los
mercados globales, generar procesos de sostenibilidad.
Para Sevilla Guzmán y González de Molina (1995) la Transición Agroecológica supone “el paso de unos
sistemas económicos, sociales y políticos preservadores de privilegios, potenciadores de la desigualdad y
depredadores de la naturaleza [...] a sistemas ecológicamente sanos y sostenibles; económicamente
viables y socialmente justos”, a lo que podríamos añadir la necesidad de que sean “culturalmente
apropiados” (Bonfil Batalla 1982). Para estos autores la transición es un proceso multilineal, ya que se
ha demostrado que las formas hegemónicas de producción -en el caso que nos ocupa, la agricultura
industrial y globalizada- pueden coexistir con otras, y a veces existen precisamente gracias a su
coexistencia con otras formas “subordinadas” (Polanyi 2007).
La tradición de los Estudios Subalternos (Guha y Chakravorty 1988) considera al campesinado como
actor subalterno en la colonización de los territorios periféricos, entre los cuales podemos incluir el
medio rural europeo previo a la modernización agraria. Para estos autores, la transición al capitalismo,
en la colonización, es un proceso que jamás se consumó de forma definitiva, sino que generó múltiples
movimientos de hibridación entre la cultura moderna –colonizadora- y las distintas formas de
campesinado existentes en el mundo. A pesar de la persistencia de importantes rasgos campesinos en
estas formas híbridas, esta transformación es, para estos autores, irreversible. Y por lo tanto, no cabe
una vuelta atrás en la búsqueda de “tradiciones ancestrales que anteponer a la modernidad occidental,
[...] sino trabajar en la construcción de un marco más complejo de la propia modernidad, de abrirse al
reconocimiento de una pluralidad de modernidades determinadas por distintas formas adoptadas en
distintos contextos históricos y geográficos” (Mezzadra 2008). La generación de lo que, desde la
agroecología, se denomina modernidad alternativa, construida desde la articulación de una ecología de
saberes entre el moderno conocimiento científico -universalista, generalista y simplificador- y el
conocimiento tradicional campesino -particular, situado y complejo- (Toledo 2000; Santos 2006).
Incluso en la vieja Europa aun existen en el medio rural rasgos de campesinidad “como sociedades
parciales con culturas parciales” (Kroeber 1952), que nos pueden resultar de gran valor de cara a
construir la transición agroecológica. Por tanto “en lugar de las hipótesis y las prácticas de su
desaparición se necesita una teoría de su continuidad y una práctica derivada de la permanencia
Daniel López García
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histórica del campesinado" (Palerm 1980) 7. La propuesta agroecológica propone construir nuevas
hibridaciones entre lo que queda de campesino en el medio rural europeo y las subjetividades
industriales y desarrollistas promovidas por la Extensión Agraria, primero; y más tarde por el Desarrollo
Rural institucionales. Todo ello en búsqueda de salidas sostenibles frente a la crisis ecológica y social,
como proyectos de una modernidad alternativa que hemos denominado procesos de Transición
Agroecológica.
Según este autor “para combatir el desperdicio de la experiencia, para hacer visibles las iniciativas y
movimientos alternativos y para darles credibilidad [...] es necesario, pues, proponer un modelo
diferente de racionalidad [...] que permita valorar la amplísima experiencia social que está en curso en
el mundo” (ídem.: 152), incluyendo las realidades campesinas y las nuevas formas de agriculturas
alternativas. Para este fin, Santos propone una sociología de las ausencias que desvele los mecanismos
de producción de no-existencias y de marginación de las realidades alternativas. A su vez, propone una
sociología de las emergencias que sustituya “el vacío del futuro [...] por un futuro de posibilidades
plurales y concretas, simultáneamente utópicas y realistas, que se va construyendo en el presente [...]
(como) una ampliación simbólica de los saberes, prácticas y agentes (existentes), de modo que se
identifique en ellos las tendencias de futuro sobre las cuales es posible actuar” (ídem, 167179).
En este exceso de atención sobre las alternativas existentes, o sobre la ausencia de alternativas para un
futuro de sostenibilidad, es donde reside la ampliación simbólica del presente que proponemos. Se abren
así espacios para el desarrollo de nuevas hibridaciones alternativas frente al dictado de lo que existe o
no existe, de lo que puede existir y lo que no (Santos 2006; Chakravorty 2008). Pretendemos en
definitiva, con esta nueva forma de mirar la realidad agraria de sociedades postindustriales como la
española, abrir las posibilidades de construir procesos de Transición Agroecológica en cada contexto
determinado.
7
Algunos procesos de investigación-acción en esta línea han sido reunidos en López y Villasante
(Coords.), 2009: Crisis del medio rural, procesos sustentables y participativos. Revista Documentación
Social, 155.
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
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De cara al diseño de procesos de transición agroecológica a escala de finca, Gliessman (2010) propone 4
niveles sucesivos de profundización, que se describen en la Tabla 1. Para este autor, la investigación
agronómica convencional se ha centrado en el nivel 1; y se está desarrollando más recientemente el
paso al nivel 2, en lo que llamaremos agricultura ecológica de sustitución de insumos. Hasta este nivel
de análisis se conserva un acercamiento simplificado y parcelario al agroecosistema, favorecido por el
enfoque científico convencional. Se mantiene a su vez un análisis centrado en el producto, que mantiene
el control sobre los procesos productivos en el complejo agroalimentario industrial y centralizado. Este
autor propone superar este enfoque hacia la construcción de sistemas agroalimentarios sustentables en
su totalidad; para lo cual es imprescindible alcanzar los niveles 3 y 4. Es en estos dos niveles en los que
los sistemas tradicionales de conocimiento nos pueden ayudar más, y en los que los aspectos sociales
cobran mayor importancia, adentrándonos en las dimensiones socio-económica y socio-política de la
investigación agroecológica.
López García (2012) propone una secuencia no lineal para la Transición Agroecológica, frente a los
esquemas lineales propuestos por Gliessman (2002, 2010). Esta propuesta de entender la Transición
tendría forma de círculo virtuoso en el que, una vez que se inicia la conversión, en cada ciclo se puede
profundizar más en el manejo agroecológico, tal y como se expresa en la Figura 3. A este ciclo virtuoso
se puede entrar por unos puntos u otros, en función de las diversas motivaciones para emprender la
transformación en el manejo surgida del contexto sociocultural que enmarca estas transiciones en finca.
En contextos de escaso desarrollo de la agricultura ecológica, el interés por el manejo agroecológico
viene de la mano de diversas razones, de entre las cuales las posibilidades alternativas de
comercialización y a la cercanía a la ciudad, como los CCC, suponen una motivación poderosa. Una vez
comprobada la posibilidad de esta nueva orientación comercial, pueden venir los cambios en el manejo
agronómico, debido a la mejor adaptación de las fincas diversificadas al modelo de CCC y a la agricultura
ecológica. Sin embargo, otros factores también pueden desatar el cambio de modelo, tales como la
pérdida de efectividad de los insumos convencionales o el alza en su precio; los problemas de salud
asociados al manejo de agrotóxicos en la explotación; o los criterios ambientales (Padel 2001; De Wit
and Verhoog 2007; Best 2008; López García 2012).
Figura 3. Círculo de la Transición Agroecológica a nivel de finca, y motivaciones para entrar en ella.
Elaboración propia.
Daniel López García
13
Centro Nacional de Educación Ambiental
Al ampliar la escala de análisis a la sociedad local, los procesos de transición adquieren un carácter más
complejo y multidimensional, determinado por la centralidad de la dimensión socio-económica de la
Agroecología. Las transformaciones en la ruralidad de las sociedades postindustriales nos llevan a
trabajar con fincas que no se manejan en base a la agricultura ecológica, y con grupos sociales no
agrarios. Por ello, la secuencia para la Transición Agroecológica que proponemos se complejiza. Una vez
que abrimos la Transición Agroecológica a sectores no agrarios de la sociedad local, éstos se convierten
en un aliado central, asumiendo un papel dinamizador muy activo. Otras cuestiones ligadas a los
proyectos vitales y a los aspectos reproductivos de las comunidades rurales adquieren una importancia
creciente. Así como la movilidad de los propios actores rurales y las nuevas conformaciones sociales del
medio rural.
Padel (2001) realiza una revisión de diversos estudios sobre conversión en todo el mundo, y diferencia
cuatro perfiles de agricultores a partir de las clásicas propuestas de Rogers (1995), en función de su
actitud frente a la conversión al manejo ecológico y al tiempo que requieren para adoptar la agricultura
ecológica. Los perfiles pioneros, caracterizados como “innovadores” serían personas jóvenes, a menudo
neorrurales, y mujeres en mucha mayor proporción que en agricultura convencional; con alta formación
cultural e influencias ideológicas, fincas pequeñas y escasa experiencia en agricultura, pero con manejo
de amplias redes sociales que favorecen una comercialización en circuito corto y les permiten prescindir
en algunos casos de la certificación. Por contra, las posturas más resistentes o tardías en la adopción de
las nuevas prácticas serían profesionales agrarios/as, más mayores y con fincas más grandes, con
menor nivel de estudios y motivaciones económicas, más que ambientales o ideológicas (Padel 2001;
Klonsky y Smith 2002; Lohr y Park 2008).
Por ello, las problemáticas de los agricultores cambian según el estado de desarrollo de la AE en cada
zona, que ha sido profundamente diferente entre continentes y países, y aún dentro de cada país, a
medida que cambian los perfiles mayoritarios de las personas productoras. Las personas innovadoras
señalan la falta de apoyo técnico, así como problemas de aislamiento social y soledad; mientras que las
conversiones más tardías demandan más información y apoyo técnico, especialmente para la
comercialización, así como en la gestión administrativa y el acceso a subvenciones (Padel 2001; OCW
2001).
La transición desde el modelo “industrializado” hacia el “agroecológico” no es fácil (Lobley et al. 2009,
Milestad et al. 2010). Los agricultores identifican diversas dificultades, debido a que la transición
agroecológica es un proceso complejo que conecta diferentes niveles de análisis (finca, sociedad local y
sociedad mayor); y es afectada por factores sociales, económicos, tecnológicos, culturales y ecológicos
(Guzmán Sevilla y Alonso 2010).
La transición agroecológica es un proceso iniciado por los propios agricultores de forma independiente
(Padel 2001). El apoyo administrativo o técnico se ha desarrollado, generalmente, una vez que la
producción ecológica se ha asentado como un sector estabilizado y creciente en Europa, y a menudo a
pesar de la mayoría de los propios técnicos de las administraciones agrarias e investigadores. Por ello,
han sido los propios agricultores quienes han desarrollado las técnicas agronómicas, adaptándolas a
cada situación concreta a partir de sus conocimientos previos y los restos del conocimiento tradicional
campesino que hayan podido encontrar.
Los agricultores ecológicos plantean distintas barreras para iniciar la transición al manejo ecológico, que
Guzmán y Alonso (2004; 2010) organizan en tres apartados. Respecto a las barreras técnicas identifican
la carencia de información y asistencia técnica; escasez de referencias técnicas adaptadas localmente;
problemas técnicos concretos ligados a la degradación previa del agroecosistema; carencia de semillas
certificadas adaptadas a cada zona concreta; y dificultades para la diversificación a nivel productivo y
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
14
Centro Nacional de Educación Ambiental
A su vez, existen ciertas razones adicionales que son esgrimidas por aquellas personas que no desean
emprender la producción al cultivo ecológico, en palabras de otros agricultores ecológicos. Especialmente
un productivismo fuertemente arraigado; falta de información y asesoramiento; dudas acerca de la
capacidad de comercialización y la rentabilidad; y el exceso de burocracia que comporta (Alonso Mielgo
et al. 2008; López García 2012a,b). A lo cual habría que añadir las fuertes resistencias de los servicios
técnicos y de investigación agrarios, ya sean públicos o privados, a considerar la opción ecológica,
generalmente ligadas al desconocimiento de las técnicas ecológicas (Wheeler 2008). Resistencias que
son transferidas a los productores a través de estos servicios técnicos y de las propias administraciones
agrarias.
Han pasado ya más de cinco décadas de políticas activas en todo el planeta para la promoción de la
intensificación agraria en base a las técnicas de la Revolución Verde. En este tiempo, no solo se han
incrementado los problemas de hambre en el mundo, sino que han desaparecido millones de
explotaciones agrarias y cientos de millones de campesinos se han visto obligados a emigrar a las
ciudades, expulsados de las mejores tierras, que se han destinado a los cultivos de exportación. Los
impactos ambientales negativos de la agricultura industrial y globalizada son cada día más patentes,
desde el agotamiento de los suelos hasta el cambio climático, pasando por la contaminación y
agotamiento de las aguas continentales. Por ello, se hace necesario apoyar a aquellos agricultores y
ganaderos pioneros que, recuperando el conocimiento tradicional, están desarrollando nuevas prácticas
de agricultura sostenible en base a la agroecología.
Entendemos la Extensión Rural Agroecológica (ERA) como una propuesta metodológica para la
promoción de la Transición Agroecológica en diversas escalas de análisis. Dicha propuesta se basa en la
orquestación de metodologías de investigación procedentes de distintas disciplinas (sociales,
agronómicas y ecológicas) dentro del marco general de las metodologías participativas (MP); y
promueve transformaciones socioecológicas a través de la acción social colectiva y los procesos de
acción-reflexión-acción emprendidos con la población local, que permitan la liberación del potencial
agroecológico local.
Desde una visión agroecológica, “cuanto mayor sea la similitud estructural y funcional de un
agroecosistema a los ecosistemas naturales de su región biogeográfica, mayores serán las posibilidades
de que el agroecosistema sea sustentable” (Gliessman 2002). Siguiendo esta perspectiva de análisis
ecológico, Altieri (1999) propone reducir el uso de energía y recursos; emplear métodos de producción
que restablezcan los mecanismos homeostáticos del agroecosistema; fomentar la producción local y
Daniel López García
15
Centro Nacional de Educación Ambiental
adaptada al medio; y reducir costes y aumentar la eficiencia de los procesos. A su vez, Reijntjes et al.
(1995) proponen asegurar condiciones de suelo favorables; optimizar y equilibrar la disponibilidad y el
flujo de nutrientes; reducir las pérdidas debido a flujos (radiación solar, agua y aire) por medio del
manejo del clima y el control de la erosión; reducir las pérdidas por plagas y enfermedades, por medio
de la prevención y tratamientos seguros; y explotar la complementariedad y el sinergismo en el uso de
los recursos genéticos a través de un alto grado de diversidad funcional.
Desde una perspectiva superior a las fincas individuales, el objeto de trabajo de la ERA se extiende a las
sociedades rurales. Su ámbito de acción, en el medio rural europeo y desagrarizado, es el conjunto de la
sociedad local, y por lo tanto desde su enfoque holístico incorpora objetivos no exclusivamente
productivos, como pueden ser la puesta en valor de la actividad agraria, la conexión de la comunidad
educativa con el sector agrario local, la salud vinculada a la alimentación o las condiciones laborales de
la fuerza de trabajo extranjera. Y trata de construir las condiciones sociales, económicas y políticas para
la reproducción social de las comunidades rurales, también en sus aspectos de carácter simbólico y
dentro de las trayectorias vitales de la población rural. Lo cual trasciende el ámbito de lo meramente
agrario.
Afirmamos la posibilidad de construir procesos de acción social colectiva agroecológica a partir del
potencial endógeno local. Para ello es necesario integrar en nuestra estrategia los aspectos subjetivos de
la sociedad local, tales como la identidad rural o el orgullo profesional agrario, con otros aspectos
materiales tales como las formas de manejo de los recursos naturales y la rentabilidad o las formas de
comercialización de las explotaciones agrarias (Figura 4). El equilibrio entre ambas componentes del
Potencial Endógeno -simbólica y material- resulta complejo, debido a la mayor urgencia que presentan
para los agricultores, las problemáticas y necesidades de carácter ecológico y económico. Sin embargo,
debemos prestar atención a cuestiones menos inmediatas en sus motivaciones de cara a la acción social
colectiva, como aquellas de carácter más subjetivo o simbólico o aquellas relacionadas con la
reproducción social de la comunidad. Ya que en el medio plazo será este contexto cultural o subjetivo el
que aportará las mayores resistencias al cambio.
16
Centro Nacional de Educación Ambiental
Figura 4. Estrategia de la Extensión Rural Agroecológica para la liberación del potencial agroecológico
local
La Dimensión socio-política de la Agroecología jugará a su vez un papel muy importante. Las propuestas
agroecológicas se caracterizan por ir, de alguna forma, en contra de las corrientes sociales dominantes;
y para generar transformaciones sociales estables es necesario conectar nuestra intervención con
espacios sociales alternativos en los que estas propuestas se puedan activar. En este sentido, la
conexión con el denominado Movimiento Social Agroecológico (Autoría Colectiva 2006; López García
2011) jugará un papel clave en el desarrollo de la Transición, por ejemplo en cuanto a la
comercialización del producto local. Y la conexión de algunos agricultores locales -aquellos con un
carácter más innovador- con el mismo facilitará transformaciones sensibles en su propia identidad como
agricultores y en su forma de entender la actividad agraria. En este sentido, la condición militante del
técnico y su conexión previa con estos tejidos sociales alternativos se ha revelado como una poderosa
herramienta de cara a la cristalización de las propuestas agroecológicas, más allá de su condición de
investigador (López García 2012).
En este escenario de desagrarización, sin embargo, optamos de forma explícita por poner al sector
agrario local en el centro del proceso de Transición Agroecológica, como forma de dotarlo de un
protagonismo singular y explícito. Hemos comprobado que la desarticulación -material y simbólica- del
sector dificulta en gran medida la reflexión y, mucho más allá, la articulación de propuestas e iniciativas
innovadoras de forma colectiva. Por ello, es necesaria la reconstrucción de espacios de encuentro
exclusivos para el sector en los que se aligere la carga subjetiva que le viene de fuera, como un sector
llamado a la desaparición, para permitir a la gente sentirse juntos y soñar juntos nuevos futuros
inmediatos posibles. Mientras se abre este paréntesis de tiempo para ser comunidad, ellos solos, los
agricultores y agricultoras, podrán hablar con sus palabras y con sus tiempos, nombrar las cosas en
colectivo, y generar las complicidades necesarias para soñar. Y más tarde serán capaces de expresar,
entre ellos/as y hacia afuera, sus juicios y sus propuestas, pero desde una posición renovada de
protagonismo de su propia existencia colectiva y desde la heterogeneidad que les atraviesa.
Daniel López García
17
Centro Nacional de Educación Ambiental
La propuesta agroecológica supone la puesta en cuestión del sistema agroalimentario industrial global, y
por lo tanto de las formas de vida y los manejos actuales de los agricultores convencionales. El manejo
agrario industrial y la identidad de empresarios agrarios constituyen factores culturales de peso en el
sector. Estos rasgos identitarios del sector agrario convencional toman cuerpo en tópicos como la
necesidad constante de incrementar la productividad, la supuesta eficiencia de los monocultivos o “tener
el campo limpio” de hierbas. Quizá por esto, la mayor parte de los productores “profesionales” se
mantendrán expectantes pero relativamente al margen de las propuestas agroecológicas. Y es posible
que muchos de ellos se sientan excluidos del proceso participativo si ven que el técnico o investigador
pone demasiado énfasis en las conversiones al cultivo ecológico. En otras ocasiones no es así, y es
precisamente la posibilidad de cambiar hacia una agricultura que suponen con más futuro lo que les
anima a participar en el proceso.
La centralidad que queremos darle al sector agrario no debe servir para esconder la heterogeneidad de
actores en el medio rural. Se hace necesario penetrar en esta diversidad para prevenir posibles
carencias o exclusiones en el diseño de los procesos de Transición Agroecológica, o posibles conflictos
que puedan surgir. También para romper la visión patriarcal del “agricultor” como hombre, nacido en el
entorno local, de mediana edad y agricultor a título principal, ya que esconde una realidad mucho más
abierta y directa. Encontraremos diversas respuestas frente a nuestras propuestas entre los agricultores
ecológicos y los convencionales; las mujeres o los hombres; los nativos, neorrurales o extranjeros; los
jóvenes, las personas maduras y los ancianos; o los agricultores a título principal (o “profesionales”) y
aquellos “a tiempo parcial”. En las siguientes líneas señalaremos algunos aspectos clave relacionados
con los actores que nos parecen más relevantes respecto a los procesos de Transición Agroecológica, sin
voluntad de realizar un análisis exhaustivo.
a) Las mujeres
En el caso de las mujeres, existen evidencias y un amplio acuerdo respecto a que la participación de las
mujeres en la alternativa agroecológica está siendo crucial, si bien están más documentadas en los
países del Tercer Mundo que en los países industrializados. En la Unión Europea hay pocos estudios
realizados, pero todos apuntan a que el porcentaje de mujeres ligadas a la producción y transformación
de alimentos ecológicos es superior al dedicado a las mismas tareas en la producción convencional.
Concretamente en España, según Sabaté et al. (2001) el porcentaje de mujeres titulares de fincas
convencionales en 1997 era de 24,6%, frente a las dedicadas a la producción ecológica que alcanzaba el
27,8%, llegando en CCAA como Asturias al 55,5%. Por sectores, las mujeres alcanzan mayor presencia
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
18
Centro Nacional de Educación Ambiental
en aquellos que previamente presentaban una cierta feminización como la ganadería y la horticultura
intensiva. Se trata de explotaciones generalmente pequeñas, intensivas, poco capitalizadas y con
elevado uso de mano de obra. A su vez, se observa un importante proceso de feminización ligado a los
procesos de transformación artesanal y comercialización en circuito corto; así como en el desarrollo de
actividades de Agroturismo relacionadas con el manejo ecológico (Guzmán et al. 2009).
El amplio potencial de las mujeres en la promoción de la agroecología en el medio rural choca, sin
embargo, con su papel subordinado en el sector agrario. Éste se muestra en la invisibilización de su
trabajo detrás de la categoría de “ayuda familiar”, o en el escaso impacto obtenido con la aprobación de
la “Ley de Titularidad Compartida en las Explotaciones Agrarias” 8. Desde una perspectiva más
estructural, la doble (o triple) carga de trabajo de las mujeres rurales, en las que recae el trabajo
doméstico y de cuidados con casi total exclusividad, dificulta en gran manera su participación en asuntos
públicos, y lastra su potencial de emprendimiento. Por ello, y porque la masculinización ha sido señalada
como uno de los principales limitantes para la reproducción social del sector agrario, será necesario
incorporar el enfoque de género como aspecto central en los procesos de Transición Agroecológica. Ello
se hará a través de la transversalización del enfoque en todo el proceso 9: poner recursos continuados
para asegurar el acceso de las mujeres al mismo en todo momento. A su vez, como actor subordinado,
será necesario diseñar espacios y momentos específicos para la participación y empoderamiento de las
mujeres en todo el proceso, y para recoger sus aportaciones específicas. Un ejemplo de ello se puede
ver en Guzmán et al. (2009).
b) La población extranjera
Otro actor subordinado en el sector agrario es la fuerza de trabajo extranjera. En 2011, alrededor del
50% de los peones agropecuarios afiliados a la Seguridad Social en España eran extranjeros (OOSPEE
2012); porcentaje que sería mucho mayor si existiesen datos sobre el trabajo no registrado. Los
procesos de modernización han venido acompañados por la sustitución de la autoexplotación del trabajo
familiar por trabajo asalariado aportado por población extranjera, más barato y flexible (Martín 2002).
Así, la presión de los mercados globales sobre los empresarios/as agrarios se transmite hasta el eslabón
más débil de la cadena: los trabajadores/as extranjeros.
La fuerza de trabajo agrario en España se ha visto históricamente sometida a una discriminación social
que se ha reflejado en la misma normativa laboral, diferenciada del resto de los sectores por su visión
asistencial. Esta discriminación se suma a la que introduce la legislación de Extranjería, situando a la
fuerza de trabajo extranjera en el sector agrario en una situación de doble fragilidad (López y Varela
2008). El resultado es un incremento importante de la marginalidad en las comarcas agrarias y una
fuerte desigualdad social entre nativos y extranjeros. La marginalidad general de la actividad agraria en
el medio rural supone problemáticas específicas de indefensión por parte de las personas extranjeras, y
de una mayor desorientación y desorganización por parte de los agricultores. Esta marginalidad sitúa las
relaciones laborales en la agricultura en condiciones de invisibilidad e irregularidad, alimentadas también
por el racismo social e institucional. En todos estos escenarios la conflictividad social está servida.
La fuerza de trabajo extranjera, en todo caso, resulta hoy en día imprescindible para el sector agrario
español y un elemento constitutivo del medio rural, a pesar de su elevada tasa de movilidad (Camarero
et al. 2009). Por ello, antes de que la fragilidad de su situación se convierta en fuente de conflictos,
abordar esta problemática puede ser un importante disparador de procesos de Transición Agroecológica,
si conseguimos avanzar en la superación de estos conflictos potenciales (López García 2012a).
8
Tras un año de la entrada en vigor de la Ley, en enero de 2013 tan solo 29 explotaciones se habían
acogido al nuevo estatuto de Titularidad Compartida en todo el territorio español. Para más información
consultar:http://www.magrama.gob.es/es/desarrollo-
rural/temas/igualdad_genero_y_des_sostenible/titularidad_compartida/
9
Para la Organización Internacional del Trabajo, "Transversalizar la perspectiva de género es el proceso
de valorar las implicaciones que tiene para los hombres y para las mujeres cualquier acción que se
planifique, ya se trate de legislación, políticas o programas, en todas las áreas y en todos los niveles. Es
una estrategia para conseguir que las preocupaciones y experiencias de las mujeres, al igual que las de
los hombres, sean parte integrante en la elaboración, puesta en marcha, control y evaluación de las
políticas y de los programas en todas las esferas políticas, económicas y sociales, de manera que las
mujeres y los hombres puedan beneficiarse de ellos igualmente y no se perpetúe la desigualdad. El
objetivo final de la integración es conseguir la igualdad de los géneros."
http://www.ilo.org/public/spanish/bureau/gender/newsite2002/about/defin.htm
Daniel López García
19
Centro Nacional de Educación Ambiental
c) Juventud
Como ya sabemos, la falta de relevo generacional es uno de los principales limitantes para la
reproducción social del sector agrario. Además de la pérdida de rentabilidad, uno de los principales
problemas que encuentran las personas jóvenes que quieren instalarse en el sector es el acceso a la
tierra. Cuando provienen de familia agraria, debido a que la jubilación de los progenitores se realiza
cuando los hijos tienen ya una edad muy avanzada, y a menudo los progenitores mantienen el control
de la explotación hasta mucho después de jubilados. En el caso de personas sin patrimonio, el acceso a
tierra e infraestructuras estables resulta muy difícil, ya que en el mercado de compraventa nos
encontraremos con precios no accesibles para rentas agrarias. Por ello resulta central el desarrollo de
acciones que faciliten el acceso a la tierra y al resto de recursos productivos (agua, maquinaria,
conocimientos, etc.) 10.
Pero muchos de los retos para la instalación de jóvenes agricultores/as se sitúan en un plano vivencial y
subjetivo. De hecho, los jóvenes que tienen que esperar a heredar una explotación sufren la
marginalidad de la actividad agraria, y a la vez deben esperar un tiempo incierto para poder disfrutar de
la incierta titularidad de una explotación. Por ello se hacen necesarias actividades de puesta en valor de
la actividad agraria que permitan superar este estigma para los jóvenes de familias agrarias. Y también
diseñar actividades en las que fomentemos la sociabilidad entre jóvenes agricultores y agricultoras, en
las que se sientan protagonistas y puedan compartir sus deseos y las soluciones que encuentran frente a
su situación.
d) Neorrurales
Otro actor señalado en la literatura sobre las “nuevas ruralidades” y los estudios sobre conversión a la
agricultura ecológica son los neorrurales. El fenómeno neorrural ha sido una constante en nuestro
territorio desde los años 70, con un goteo permanente de jóvenes urbanos que se instalan en el medio
rural. Este goteo se ha fortalecido en las épocas de crisis económica -principios de los 80, o la época
actual-, que se vuelve más sensible en contextos urbanos (Fernández Durán 2008). Con este trasvase
de gente el medio rural se enriquece con las culturas sociales y económicas de los inmigrantes urbanos.
Si bien no todos los neorrurales desarrollan su actividad en el sector agrario, si se puede decir que
cuando lo hacen suelen hacerlo en la agricultura ecológica. Las redes sociales que los neorrurales
mantienen en las ciudades están suponiendo, a su vez, un importante apoyo para establecer circuitos
cortos de comercialización para las producciones ecológicas rurales, así como nuevas estructuras
colectivas de concentración de la oferta para los productores ecológicos. Sin embargo, la importancia
cualitativa de los neorrurales no se corresponde con su importancia cuantitativa, ya que son las
explotaciones rurales “autóctonas” las que poseen la tierra, y por tanto las que presentan un mayor
potencial para una Transición Agroecológica en gran escala.
Como gran parte de los técnicos e investigadores agroecológicos son de procedencia urbana, para ellos
existirá un sesgo cultural que les llevará a relacionarse con más facilidad con los neorrurales que con
rurales “autóctonos”. A su vez, las iniciativas neorrurales emprenderán los cambios con mayor facilidad
al instalarse en la actividad desde cero, y no tener que transformar fincas, pautas culturales y
estructuras socio-económicas preexistentes. Por eso debemos ser cuidadosos frente a la inercia de
trabajar con agricultores neorrurales que podrán responder más favorablemente a nuestras propuestas
que aquellos “autóctonos”. Se trata de poner en juego el potencial de cada actor presente para la
Agroecología, pero tratando de poner contrapeso a las inercias y sesgos que iremos encontrando. Por
otra parte, los responsables y técnicos de instituciones locales deben evitar recelos y considerar a los
neorrurales como actores importantes y deseables en el proceso de transición agroecológica; sobre todo
en el ámbito de la transformación y el desarrollo de canales cortos de comercialización.
10
Para una revisión de proyectos que facilitan el acceso a la tierra en el Estado Español, ver López
García 2012c.
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
20
Centro Nacional de Educación Ambiental
Transición Agroecológica. Este nuevo plano nos lleva al análisis microsocial de los procesos que se dan
dentro de una comunidad rural, ya que éstos no son grupos homogéneos, sino que presentan sus
propias estructuras internas de dominación/subordinación, conflicto y alianzas entre actores diversos.
La perspectiva de las redes sociales dibuja una estrategia integral de intervención para la transición
agroecológica a partir de las metodologías participativas, articulando técnicas procedentes de diversas
disciplinas y perspectivas de investigación. Entre ellas se aplican técnicas propias de la investigación
agronómica como la Investigación Participativa en Finca (Farrington y Martin, 1987) y el Diagnóstico
Rural Participativo (DRP) (Chambers 1983, 1992) 12. También se incorporan herramientas de la ecología,
como aquellas relacionadas con la ecología de cultivos (Gliessman 2002) y el rediseño de
agroecosistemas (Altieri 1999), o marcos de análisis de sustentabilidad como el MESMIS (Astier et al.
2008). Y desde las ciencias sociales se integra la socio-praxis (Villasante 2006), como armazón
metodológico central; las técnicas etnográficas para la recuperación del conocimiento tradicional
campesino; y las técnicas de dinamización social originarias de la sociología aplicada, como la animación
sociocultural o la Educación Popular a partir de autores como Paulo Freire u Oscar Jara. Nos dotamos así
de una gran variedad de herramientas que, dentro del armazón participativo y desde una perspectiva
transformadora, nos permitirán emprender el proceso de Transición Agroecológica con gran
adaptabilidad e integralidad.
11
Por ejemplo, Rajesh Tandon (2000) en la India; Park et al. (1993) en USA o Villasante et al. (2000)
en el mundo Iberoamericano.
12
Ver apartado 3.3.
Daniel López García
21
Centro Nacional de Educación Ambiental
Las metodologías participativas (MP), en el contexto europeo o postindustrial, han sido desarrolladas
especialmente en contextos urbanos; y aunque se han desarrollado herramientas metodológicas
participativas para el medio agrario (como el Diagnóstico Rural Participativo y otras), estas han sido
aplicadas sobre todo en Latinoamérica y Asia. La agroecología incorpora al proceso participativo la
economía local (en su sentido más amplio) y las formas de manejo de los ecosistemas como elementos
centrales, lo cual aporta nuevas dificultades al ampliar y complejizar el ámbito de intervención respecto
a las MP en medio urbano. Sin embargo permite una mayor integralidad de la intervención, ya que las
MP aplicadas a la Transición Agroecológica intentan promover el cambio económico, alcanzando a su vez
la esfera de lo tecnológico. El escaso peso de las economías de subsistencia y la debilidad de las
expresiones sociales y culturales tradicionales campesinas en las sociedades rurales europeas actuales
define importantes diferencias respecto al contexto latinoamericano, en el que lo campesino aun
muestra una gran presencia y vitalidad.
El objetivo de las MP es generar un conocimiento liberador que parte del propio conocimiento popular y
que explica su realidad globalmente (enfoque sistémico), con el fin de iniciar o consolidar una estrategia
de cambio (procesos de transición), paralelamente a un crecimiento del poder político de los sujetos de
la investigación. Con ambos objetivos pretendemos, en definitiva, alcanzar transformaciones positivas
para la comunidad a nivel local, y a escalas superiores en cuanto que es capaz de conectarse con
experiencias similares (a través de la creación de redes) (Fals Borda 1991). Las MP pretenden superar la
barrera entre investigador/a (sujeto) e investigado (objeto de estudio), a fin de implicar a la población
local en la propia investigación, en la definición de sus propias problemáticas y las líneas de acción para
superarlas, y más tarde en la implementación de esas líneas de acción.
En nuestra propuesta participativa nos apoyaremos en diferentes propuestas que han sido desarrolladas
a lo largo del siglo XX, a menudo en interacción con los movimientos sociales o con la aplicación de las
teorías sociales emancipadoras. En este sentido, las diversas propuestas participativas abarcan desde
procesos personales, individuales o “micro” (de onda corta); hasta los procesos relacionados con la
transformación de la Sociedad Mayor o “macro” (de onda larga). Villasante (2006) describe y ordena las
fuentes de las MP en función de estos dos parámetros (escala de análisis o “longitud de onda”; y fases
históricas de desarrollo), para establecer un marco teórico completo de las MP, tal y como se muestra en
la Tabla 2. Será este marco el que nos servirá de referencia para establecer nuestro repertorio
metodológico.
En las MP el objeto sobre el que se interviene pasa a ser sujeto de la intervención, ya que es la
población local la que investiga, o más bien se investiga a sí misma, y la que define qué es lo que hay
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
22
Centro Nacional de Educación Ambiental
que investigar, cómo y especialmente para qué. Las MP “no rechaza(n) el papel del especialista [...] pero
sí plantean el para qué y el para quién de la investigación como primer problema a resolver, rechazando
que la devolución del saber obtenido quede en exclusiva para el cliente que contrata” (Alberich 2000).
En este caso, el investigador o el técnico pasan a ser “dinamizadores” (Chambers, 1992) de los procesos
de investigación agroecológica, al acompañar a la población local en ellos, más que analizarla para
extraer un conocimiento que pasará a circular por otros espacios sociales ajenos a aquellos en los que la
información se ha generado.
Trataremos de ciertas técnicas participativas de cara a construir nuevas formas de conocimiento, desde
la praxis cotidiana y desde el reconocimiento de la asimetría entre investigador e investigado (o entre
extensionista y agricultor), ya que es el investigador quien prepara el espacio y dispone las técnicas a
implementar. A partir de técnicas diseñadas a tal efecto perseguimos desbordar los posicionamientos
previos hacia procesos de creatividad social que superen los problemas o situaciones de bloqueo en los
procesos de desarrollo local, y que construyan un conocimiento popular orgánico. Para Villasante (2006)
nuestro objetivo es “poder transformar situaciones heredadas no sólo con la práctica, sino con la
reflexión sobre esa práctica”.
Villasante (2006) propone incorporar el concepto de los conjuntos de acción, que consisten en grupos de
personas o entidades con intereses comunes y capacidad para condicionar o intervenir de forma
conjunta sobre las situaciones y procesos analizados, en cuya conformación se cruzan redes de
confianza y de medios en común, condicionantes de clase o grupo social, y posiciones ideológicas (Martín
Gutiérrez 2000; Villasante 2006). El concepto presenta un carácter dinámico y relacional, y pone el
acento en los vínculos que se establecen entre personas y redes sociales frente a determinadas
realidades o procesos sociales. Al considerar los conjuntos de acción pasamos de la centralidad de los
sujetos a la de las relaciones y alianzas estratégicas entre éstos, a fin de transformar la realidad que
viven, ya que entendemos el poder precisamente como una configuración determinada de relaciones
entre sujetos, si bien dinámica y por lo tanto susceptible de ser transformada (Ídem.). Esta estrategia
participativa basada en los conjuntos de acción es denominada “Socio-práxis”, y ha sido desarrollada por
Tomás R. Villasante y otros autores agrupados en torno a la Red Ciudadanía y Medio Ambiente (Red
CIMAS) 13. Estos autores la plantean como una evolución específica a partir de la Investigación Acción
Participante (Fals Borda et al. 1991).
Desde la perspectiva de las redes sociales y las relaciones entre conjuntos de acción se proponen
procesos reversivos, de cara a transformar las problemáticas dadas en un contexto determinado. El
estilo reversivo trata de superar las formas duales (“si” o “no”) desde las cuales se plantean usualmente
los debates en la vida cotidiana y aún en la ciencia social, hacia una mayor complejidad de alternativas
que permitan situarlos en un plano emergente y práctico que supere el enfrentamiento paralizante entre
posiciones polarizadas (Galtung 2004; Villasante 2006). Los procesos reversivos cuestionan los
parámetros desde los que se plantean los conflictos para abrirse a la creatividad de fórmulas o
planteamientos no previstos en los términos duales iniciales (Hernández et al. 2002; Hernández 2010).
Recoge propuestas alternativas, si bien minoritarias, que permiten desbordar el contexto a través de la
creatividad social y de la reconfiguración del problema. Ya que pequeñas variaciones en la forma de
plantear las informaciones “pueden hacer variar sustancialmente los caminos a recorrer en el mismo”
(Villasante 2006).
13
http://www.redcimas.org/
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Para superar los conflictos planteados como polaridades, Hernández et al. (2002) plantean organizar los
discursos presentes, o los actores que los emiten, en cuatro posturas (Figura 6). Estas cuatro posturas
definen relaciones entre ellas, y estrategias en la forma de relacionarse con cada una de ellas desde el
dinamizador, ya que “la cosa es como no enfrentarse frontalmente, sino acumular alianzas para aislar a
los “antagónicos”, desbordando el eje dominante” (Villasante 2006). No se trata de aislar a los conjuntos
de acción opuestos dentro del mapa social local, sino de aislar sus discursos y evidenciar sus propias
contradicciones internas, aquellas que están bloqueando la superación de las problemáticas en debate.
Para implicar a la población local en el proceso es necesario identificar las problemáticas principales
presentes en la realidad subjetiva local, lo que se ha denominado dolores: aquellos conflictos percibidos
de forma explícita por el sujeto colectivo, y que constituyen demandas concretas de transformación de la
realidad social percibida (Villasante 2006). Estos “dolores” suelen estar imbuidos por valores
asistencialistas -esperar que la autoridad competente solucione los problemas-, y suelen partir de
visiones superficiales de la realidad, al remitirse a efectos y no a causas de las problemáticas. A partir de
ellos, en la socio-praxis pretendemos saltar, a través del análisis reflexivo con la población local, de los
temas sensibles -o “dolores”- a los temas integrales: aquellos que engloban aspectos más complejos y
profundos de la realidad que se vive, y que abren vías creativas de transformación de la misma, ya sea
por la óptica de su formulación concreta o por las conexiones que establecen entre distintas ideas (Martí
2000). El paso de los temas sensibles a los temas integrales se sitúa en el centro de nuestra propuesta
participativa, precisamente por la necesidad de reconceptualizar la realidad desde enfoques creativos,
para desbordarla hacia la superación de los conflictos en juego.
El enfoque participativo basado en la comunidad nos servirá de armazón conceptual y metodológico para
el diseño de procesos participativos de Transición Agroecológica. Dentro de esta estructura general
aplicaremos diferentes técnicas o herramientas específicas de lo agrario, adaptándonos a cada ámbito
concreto de trabajo. Debemos señalar que la propuesta que planteamos en el presente texto parte de
una perspectiva exterior a la comunidad rural en la que se va a trabajar, y por lo tanto está determinada
por esta condición. Sin embargo, las fuentes teóricas y metodológicas en las que nos basamos están
diseñadas para ser aplicadas desde distintos posicionamientos -fuera o dentro de la comunidad rural- y
objetivos.
En las páginas que siguen pretendemos realizar un breve esbozo de algunas de estas fuentes
principales. El conocimiento de estas fuentes debe servirnos para matizar las afirmaciones realizadas
hasta el momento, así como para adquirir un amplio abanico de referencias metodológicas que vaya
completando nuestra “caja de herramientas” para la Transición Agroecológica. Trataremos, en todo caso,
de contextualizar en su momento histórico y su territorio las familias metodológicas que presentaremos
a continuación. Ello nos debe servir para calibrar las eventuales adaptaciones a realizar de cara a
procesos situados en el contexto rural de sociedades postindustriales como la española.
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agricultores promoviendo la agricultura sustentable. Para Holt-Giménez (Ídem.) “el Movimiento resiste a
la mercantilización que degrada la ecología y destruye el bienestar social, la tierra, el agua y la
diversidad genética, y asegura los derechos de los pequeños agricultores para determinar una
posibilidad más equitativa y sustentable para el desarrollo agrícola”. Afirma que el movimiento
“Campesino a Campesino” es mucho más que un conjunto de proyectos y técnicas: es parte de un
proceso de cambio social desde el terreno de los actores -campesinos- que implica a cientos de miles de
personas y más de cien organizaciones de base en América Latina.
El Movimiento realizó una apropiación del enfoque de formación de líderes locales propio de la
Transferencia de Tecnologías de la Revolución Verde. Pero en este caso, la transferencia no era vertical -
desde el técnico que posee el conocimiento al campesino que no lo posee-; sino que era horizontal,
entre campesinos e indígenas. Aplicaron el esquema que propone Freire en “La Pedagogía del Oprimido”
(1970) de educador-educando/educando-educador para ilustrar el modelo de pedagogía horizontal
aplicado en el educación de adultos. Y su objetivo no era la introducción de tecnologías externas que
requerían de recursos que los campesinos no tenían, sino la mejora en el uso y la conservación de los
recursos locales, de cara a conseguir producciones óptimas. Más allá de ser un método para la
transferencia de tecnologías apropiadas, es el reflejo de un intercambio cultural profundo, a través del
cual se genera y comparte la sabiduría.
Campesino a Campesino se alimenta de los principios básicos de las propuestas extensionistas que
Roland Bunch (1985) denominó “desarrollo centrado en la gente”:
El Movimiento Campesino a Campesino ha desarrollado una “Canasta básica” de técnicas que incluyen
demostraciones, juegos y actividades grupales (visitas de intercambio entre grupos de campesinos,
sociodramas, canciones, poemas, historias folklóricas, etc.) para enseñar una serie de temas
agroecológicos (experimentación en pequeña escala, diversidad-estabilidad, fertilidad, manejo integral
de plagas, etc.). El contenido de esta canasta básica se puede adaptar a cada contexto físico concreto, al
calendario agrario o a las habilidades y recursos del grupo promotor en cada caso. Sin embargo, siempre
reproduce una secuencia de tres fases: problematizar, experimentar y promover (Holt-Giménez 2008):
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Estas metodologías suponen una propuesta para la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones
campesinas que “no abarca únicamente los planos tecnológico, metodológico o político, sino que busca
pasar a otras etapas de desarrollo con el fin de difundir la agricultura sostenible a mayor escala,
considerando su dimensión social, económica, cultural y política, potenciando los lazos de solidaridad y
reciprocidad de los campesinos, y rescatando los conocimientos y la cultura local” (Espigas 2006).
El Diagnóstico Rural Participativo surge a finales de los años 80 como evolución del Diagnóstico Rural
Rápido (DRR), a partir de los trabajos de Robert Chambers y otros investigadores del Institute of
Development Studies (Brighton, Reino Unido). En su clásicos textos 14, Chambers relata cómo sus
investigaciones acerca de las prácticas extensionistas en países del sur Global (especialmente Asia y
América Latina) les llevan a plantear una alternativa a lo que denominaron el “turismo de desarrollo
rural”. Criticaron las prácticas extensionistas en países “en vías de desarrollo” como prácticas de
invasión cultural, ejecutadas por técnicos e investigadores “outsiders” (forasteros) cuyo único objetivo
es extraer información de las comunidades rurales a través de costosos programas de investigación, y
mediante técnicas poco operativas.
El DRP propone optimizar los recursos de investigación en base al equilibrio entre la fidelidad a la
realidad, la cantidad y calidad de datos manejados, su relevancia y exactitud y la temporalización de los
procesos (Chambers 1992). Para ello propone los principios de ignorancia óptima -no conocer lo que no
es necesario conocer- y de imprecisión apropiada -no medir con más detalle del necesario-. A su vez, de
cara a un acercamiento complejo y fiel a la realidad de estudio, pone el acento en la triangulación de
métodos de investigación -estudiar los mismos hechos mediante distintas técnicas- y a la diversidad y
riqueza de la información -en cuanto a actores y formatos de obtención de información, pero también en
cuanto a la búsqueda de contradicciones, anomalías y matizaciones-.
Bajo la denominación de DRP incluimos un conjunto amplio y flexible de técnicas de investigación, que
en último término pretenden la transformación participativa de la realidad rural. Las fuentes de esta
propuesta se encuentran en la “Pedagogía del Oprimido” de Freire (1970) y la investigación participativa
activista; el análisis de agroecosistemas; la antropología aplicada; la investigación de campo en sistemas
de manejo agrario (o Farming Systems Research); y el Diagnóstico Rural Rápido (Rapid Rural
Appraissal). A partir de estas fuentes propone técnicas participativas para trabajar en el
empoderamiento de las poblaciones locales a partir del análisis del manejo de los recursos naturales, la
actividad agraria, la pobreza y programas sociales, o la seguridad alimentaria y sanitaria. La
metodología propuesta se construye en base a los recursos propios y la práctica experiencial por parte
de las comunidades locales. En estos procesos, el técnico cambia de rol, al pasar de ser un investigador
poseedor del conocimiento, a un simple dinamizador de la construcción y el intercambio de
conocimientos locales.
14
Principalmente podemos citar “Rural Development: putting the Last First” (Chambers 1983) y “Farmer
First: farmer innovation and agricultural research” (Chambers et al. 1989). Tras el importante impacto
de estos textos, I. Scoones y J. Thompson (1994) realizarían una revisión posterior de trabajos en esta
misma línea en distintos lugares del planeta, bajo el título “Beyond farmer first: rural people's
knowledge, agricultural research and extension practice.”
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
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Algunas de las principales técnicas que se proponen desde el enfoque del DRP serían las siguientes:
Geilfus (1990), en su clásico texto “80 herramientas participativas para el desarrollo participativo”
agrupa un gran número de técnicas relacionadas con el DRP en función de las sucesivas fases de un
proceso participativo con comunidades rurales: diagnóstico de situaciones sociales o productivas; el
análisis de problemas o propuestas de superación de problemas; la planificación de programas de
desarrollo rural; y su monitoreo y evaluación. Todas las técnicas planteadas por el DRP presentan en
común distintos aspectos, como su carácter colectivo, la centralidad de la visualización conjunta de la
información a analizar mediante formatos y códigos sencillos e incluyentes, y la imprescindible inmersión
del investigador en la sociedad local. Las técnicas de visualización colectiva de la información se han
mostrado especialmente importantes en comunidades con un manejo limitado de la lecto-escritura,
o de cara a equilibrar lenguajes y perspectivas entre investigador y sujeto investigado, construyendo de
una forma más fácil la horizontalidad y la dialogicidad en la comunicación entre ambos (Geilfus 1990;
Bermejo et al. 2003).
El término Investigación Participativa en Finca presupone que la investigación agraria resultó útil a las
grandes explotaciones agrarias, con capacidad de invertir; y no así para las pequeñas explotaciones con
menos recursos. Por ello, esta propuesta debería servir para la generación de mejoras para este último
tipo de fincas. Propone la implicación de los/as agricultores/as en experimentos en sus propios campos,
de forma que puedan aprender, desarrollar o adaptar nuevas técnicas de manejo y tecnologías, y
compartirlas con otros/as agricultores/as. El término fue acuñado por Farrington y Martin (1987),
recogiendo un amplio abanico de proyectos de extensión agraria con carácter participativo desarrollados
principalmente en América Latina, África y Asia. El técnico o científico actúa como facilitador, trabajando
con los agricultores mano a mano desde el diseño inicial del proyecto de investigación hasta la recogida
de datos, su análisis y la elaboración de las conclusiones finales. Los agricultores aprenden haciendo, y
las reglas en la toma de decisiones se transforman en base a la experiencia directa.
A partir de inicios de la década de los 90, este enfoque ha tenido una gran difusión en los centros de
investigación y transferencia de tecnologías agrarias ligadas al CGIAR 15. El enfoque se presenta como
respuesta a las limitaciones de los anteriores enfoques existentes en investigación y extensión, como el
modelo de extensión agraria Training and Visit, que mostraron un impacto muy limitado en cuanto al
alcance de la transferencia de tecnologías. El International Rice Research Institute (IRRI), del CGIAR,
propone varias fases de trabajo desde este enfoque 16:
• Encuentro de planificación: Se invita a 1025 agricultores para discutir el tema sobre el que se
quiere investigar, a través de la facilitación del investigador. En este encuentro, que durará
media jornada como máximo, se pretende acordar un aspecto concreto sobre el que diseñar el
experimento, que resulte relevante para el investigador y los agricultores. Por ejemplo, una
plaga concreta, temporadas de riego o escarda, etc. También deberían salir de este encuentro
voluntarios para realizar el experimento en sus fincas.
• Desarrollo del experimento: se seleccionan parcelas del mismo tamaño en fincas de distintos
agricultores. Las parcelas seleccionadas deben recibir el mismo manejo que el resto de la finca,
15
CGIAR: Consultative Group on International Agricultural Research, creado en 1971 con el apoyo del
Banco Mundial y otras fundaciones privadas para impulsar la modernización agraria, principalmente en el
Sur Global. En la actualidad está compuesto por 15 centros de investigación de alto nivel repartidos por
todo el planeta.
16
http://www.knowledgebank.irri.org/extension/how-is-fpr-carried-out/3-support-materials.html
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excepto aquellas intervenciones relacionadas con el experimento. El manejo será realizado por
los agricultores, pero el investigador realizará visitas de control a las distintas parcelas.
• Monitoreo: Antes del inicio del experimento, el investigador debe realizar una encuesta
mediante cuestionario a los participantes para identificar variables que puedan condicionar el
experimento (prácticas realizadas, actitud frente al problema, producciones y costes, etc.). Tras
el experimento se realizará una segunda encuesta buscando las percepciones de los agricultores
frente al propio experimento.
• Taller de intercambio de experiencias: Al terminar la campaña, se realizará un encuentro en el
que los participantes expondrán, con el apoyo del investigador, sus resultados en cuanto al
experimento concreto, sus impactos en los rendimientos y costes del cultivo. En este taller se
discutirán las razones de los diversos resultados del experimento, de cara a acordar una
valoración general y planificar siguientes experimentos. A este encuentro se puede invitar a
otros agricultores y técnicos vecinos.
Muchas de las acciones desarrolladas en estos procesos se basan en técnicas propias de las
metodologías participativas, y en concreto del DRP; y son eficaces en procesos de formación e
innovación técnica en finca, lideradas y determinadas por los propios productores. Para Ardón et al.
(2009), la IPF debe estar abierta a diversos cultivos y dentro de procesos o colectivos sociales de mayor
profundidad; y se debe vincular a procesos que integren aspectos agronómicos, financieros y de
comercialización. Los principales limitantes detectados para esta propuesta son la escasez de
experiencias documentadas con un enfoque agroecológico; el antagonismo entre los intereses del
agricultor y el investigador en cuanto a recogida de datos; y la dificultad de entendimiento entre
participantes, administración y financiadores de los proyectos.
El contar con una gran diversidad de técnicas en nuestra caja de herramientas nos será muy útil para
adaptarnos a diversos objetivos y contextos. En este sentido, las propuestas participativas se suman
a otras propuestas metodológicas como el análisis de sustentabilidad o las técnicas etnográficas que no
son expresamente participativas, pero que se adaptan perfectamente a un esquema general de proceso
participativo.
En cualquier caso, las tres propuestas participativas planteadas en el presente capítulo, junto con la
propuesta de la socio-praxis, resultan complementarias (Tabla 3). En unos casos las distintas técnicas
nos serán útiles para el diseño de procesos participativos completos (Socio-praxis y Campesino a
Campesino); en otros para el análisis de la realidad (Socio-praxis, DRP); y en otros para el diseño
participativo de soluciones agrarias y de manejo (CaC, IPF). Además, podemos encontrar otras
propuestas participativas para la agricultura sostenible que sin duda combinan aspectos de las tres
mencionadas, y que desarrollan más ciertos aspectos y otros 17. Sin embargo, en las siguientes líneas
vamos a tratar de explorar las complementaciones entre las tres últimas propuestas, que nos parecen
las que han tenido un mayor desarrollo y difusión en el medio rural mundial. A su vez, trataremos de
17
Entre otras podemos citar las propuestas de Agroecología Práctica (Ardón et al. 2009); SAS o
Sistemas de Agricultura Sustentable (Marielle 2008); y otras.
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural
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contrastarlas con las propuestas de la Socio-praxis, originarias de contextos urbanos, ya que supone el
armazón metodológico central que proponemos para el diseño de procesos participativos en escalas de
trabajo superiores a la finca.
Las primeras han sido desarrolladas en Asia y Latinoamérica para intervenciones con sujetos con
habilidades para la lectoescritura y la abstracción de conceptos limitadas; y si bien deben ser trabajadas
y adaptadas a los lenguajes, universos simbólicos y recursos de cada comunidad en el contexto europeo,
han demostrado adaptarse bien al mismo. Lo cual indica que, al menos en cuanto a los estilos de
comunicación, el campesinado europeo no se diferencia tanto del de otros continentes. A su vez, la
recuperación de conocimiento tradicional (por medio de técnicas etnográficas y del DRP) y las
actividades de Investigación Participativa en Finca (IPF) y de Campesino a Campesino (CaC) también
han despertado un importante interés en el sector agrario local, y han generado un importante feedback
en el proceso participativo, al implicar a los agricultores –especialmente- en el mismo.
Por su parte, las técnicas de la Sociopraxis (sociogramas, flujogramas…) se han revelado muy útiles para
el investigador en cuanto al diseño individual y la monitorización del proceso, la organización de toda la
información manejada y la readaptación del proceso participativo al curso real del mismo. El esquema
completo para el diseño del proceso participativo, así como los conceptos básicos provenientes de la
Socio-praxis, tales como los conjuntos de acción, los estilos reversivos, etc., también han mostrado ser
ampliamente útiles. Sin embargo, la complejidad del lenguaje gráfico aplicado en las técnicas de la
Socio-praxis (sociograma y flujograma), y quizá la excesiva información volcada en ellas ha generado
resistencias e incluso incomodidad entre las personas asistentes- especialmente agricultores/as-, quizá
por el sentimiento de exclusión que genera la incomprensión del código que se utiliza. Para aplicar estas
técnicas con el sector agrario, ha sido necesario simplificarlas en gran medida, eliminar variables y
reducir la información a debate; así como adaptar los códigos gráficos empleados.
En fases avanzadas de desarrollo del Plan de Acción, resulta más difícil realizar ejercicios colectivos
de reflexión sobre la marcha del proceso, ya que las energías de las personas participantes se vuelcan
de lleno en el desarrollo de acciones concretas. Por ello, los espacios de formación dispuestos a lo largo
del proceso resultan útiles para introducir, por parte del técnico, informaciones que se han considerado
Daniel López García
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relevantes de cara a avanzar en las líneas definidas en el Plan de Acción; y a su vez permiten
reflexionar, de forma participativa y abierta, sobre el propio proceso. Dentro de estas acciones
formativas es de resaltar el buen resultado de las técnicas de CaC. Las acciones en las que se han
aplicado estas técnicas han permitido los debates más profundos en torno a las formas locales de
manejo y a la orientación económica de las explotaciones, desde una visión integral y holística, abriendo
el cuestionamiento de las propias orientaciones productivas por parte de los asistentes.
Por su parte, la IPF también ha resultado una metodología muy útil en cuanto a la difusión de prácticas
de manejo agroecológico. Las resistencias ya mencionadas frente a la agricultura ecológica solo son
vencidas cuando los agricultores ven con sus propios ojos una finca o una persona que la está
practicando y a la que “le va bien”. En la aplicación de técnicas de CaC e IPF, cualquier diferencia entre
la persona que muestra su experiencia y el contexto local servirá para rechazar su eventual aplicabilidad
al municipio, especialmente si quien transmite la experiencia no es “agricultor profesional”. Los
testimonios más impactantes en este sentido son aquellos de agricultores a título principal, de la misma
comarca (si es posible nativos) y alrededor de los mismos cultivos que se dan en ella.