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METODOLOGÍAS PARTICIPATIVAS, AGROECOLOGÍA Y

SOSTENIBILIDAD RURAL

Daniel López García

Julio / Agosto 2014

Ponencia presentada en el curso “La Participación como herramienta de Dinamización Comunitaria y


Agroecológica en el Medio Rural”. Aula Ambiental. CENEAM, 2013

Daniel López García


Biólogo y doctor en Agroecología y Desarrollo Rural Sostenible por la Universidad Internacional de
Andalucía. Actualmente compagina su actividad como investigador en la Universidad Pablo de Olavide
(Sevilla) con la formación y la consultoría independiente en procesos de Desarrollo Rural Sostenible y
Transición Agroecológica. Pertenece al consejo de redacción de La Fertilidad de la Tierra y ha
publicado más de una veintena de artículos, así como diversos libros y manuales relacionados con la
Agroecología y la Soberanía Alimentaria, las metodologías participativas y los Circuitos Cortos de
Comercialización para la Agricultura Ecológica.

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Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

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1. EL DESARROLLO EN LA AGRICULTURA Y EL MEDIO RURAL: DE LA


DESCAMPESINIZACIÓN A LA TRANSICIÓN AGROECOLÓGICA

Desde los inicios de la Revolución Industrial y más profundamente a lo largo del siglo XX, se han
producido importantes transformaciones en el medio rural europeo, a partir de la crisis de la agricultura
tradicional y ligadas a la introducción de la llamada Revolución Verde, en la segunda mitad del siglo
(Naredo 2004). El proceso ha sido denominado modernización agraria, y responde a la aplicación a la
producción agraria del proceso de modernización, que Habermas (1989) describe como “una gavilla de
procesos acumulativos y que se refuerzan mutuamente: a la formación de capital y a la movilización de
recursos; al desarrollo de las fuerzas productivas y al incremento de la productividad del trabajo; a la
implantación de poderes políticos centralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de
derechos de participación política, de las formas de vida urbana y de la educación formal; a la
secularidad de valores y normas, etc.”

La modernización agraria se caracteriza por varios procesos paralelos que transforman las formas de
manejo existentes anteriormente: el productivismo basado en la intensificación, concentración y
especialización de las producciones (Ilbery 1998); la cientifización, como subordinación del proceso
productivo y del conocimiento tradicional campesino a los dictados de la ciencia y la investigación
oficiales (Sevilla Guzmán 2006); y la industrialización de la actividad agraria, que Chambers et al.
(1989) caracterizan como “una forma de artificialización de la naturaleza […] cuya forma hegemónica de
producción agraria se encuentra fuertemente capitalizada, con prevalencia de inputs ajenos al
reacomodo, reciclaje de la energía, materiales utilizados en los procesos biológicos, y (que) pretende
uniformizar el medio ambiente local para estabilizar la producción, controlando al máximo el riesgo,
eliminando la biodiversidad local para obtener un máximo homogéneo de producción”.

La actividad agraria no es sino un proceso de artificialización de los ecosistemas por parte de las
sociedades humanas, que ha adquirido distintas formas a lo largo de la historia y en los distintos
territorios del planeta, en un proceso coevolutivo en el que sociedades humanas y ecosistemas se han
ido condicionado mutuamente y adaptándose entre sí (Norgaard 1994). Sin embargo, no todos los
sistemas han alcanzado los mismos grados de eficiencia y sustentabilidad; y en concreto, la agricultura
industrial ha generado importantes procesos de insustentabilidad, al simplificar la forma de acercarse a
las funciones ecosistémicas y disociar las relaciones entre la agricultura y su contexto socioecológico,
mediante la cientifización de la producción (González de Molina y Sevilla Guzmán 1993, Sevilla Guzmán
2006). Para Norgaard (1994, 2002) la aplicación del método científico y de los procesos industriales -con
un manejo basado en combustibles fósiles- a la agricultura ha expandido las dimensiones espacial y
temporal de los procesos coevolutivos entre sociedad y ecosistemas; mientras que la base tecnológica,
organizativa y de conocimiento se encuentra mal adaptada para enfrentarse a estas nuevas
interacciones, lo cual ha generado un grave problema de insustentabilidad social y ecológica.

Por su parte, la mercantilización de la producción agraria considera como factor único a los ciclos de
recuperación del capital, no considerándose las externalidades sociales y ecológicas causadas por los
procesos productivos (Martínez Alier 1999). Al convertir la agricultura en una mercancía, se separan los
procesos económicos de los ciclos ecológicos, generando situaciones de ineficiencia que han llevado al
agotamiento de los recursos productivos y a importantes disfunciones ecosistémicas de los sistemas
agrarios. Por su parte, la actividad agraria se separa de los ciclos de la reproducción de las sociedades
campesinas, abandonando su función social -mantener y reproducir las comunidades campesinas- en pro
del beneficio individual. Lo cual ha generado una fuerte desigualdad socioeconómica entre las sociedades
rurales y urbanas, incluso dentro de las poblaciones rurales (Federici 2011). Esta desigualdad se
encuentra en la base de los fuertes procesos migratorios rurales y de las hambrunas en diversos
territorios del Sur Global.

Las primeras décadas de modernización consiguieron incrementos espectaculares de las producciones y,


por tanto, de la rentabilidad agraria. Al menos para aquellas fincas que sobrevivieron al proceso de
reconversión, ya que desde entonces los activos agrarios se vienen reduciendo de forma espectacular en
todo el planeta 1. La “modernización” de la actividad agraria supuso un cribado colosal de las fincas de
menor dimensión (económica y/o territorial) o con peores condiciones geoclimáticas: aquellas que no
pudieron invertir en el nuevo paquete tecnológico de la Revolución Verde (semillas mejoradas,
fertilizantes y agrotóxicos de síntesis, maquinaria pesada y regadíos). El fuerte incremento de los
alimentos disponibles forzó a una fuerte y aun no finalizada bajada de los precios al productor de los
productos agrarios, que muchas fincas no pudieron aguantar. Como contraparte, el florecimiento de la
industria urbana tras la II Guerra Mundial esperaba a los millones de emigrantes campesinos con los
brazos abiertos.

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Entre 2000 y 2008 desaparecieron en la UE el 20% de las explotaciones agrarias, y el 25% de los
empleos agrarios (Corselli-Nordblad 2011)
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El proceso de modernización agraria respondía a una lógica ajena a los intereses de las poblaciones
rurales. Para su desarrollo fue necesario un importante despliegue científico y técnico -y en muchos
casos militar (Federici 2011)-, para transformar tanto los aspectos productivos como los aspectos
socioculturales relativos al contexto de la producción agraria. Ya que la lógica de la modernización
requería, en primer lugar, vencer las resistencias de las comunidades rurales y campesinas frente a un
cambio que no comprendían.

1.1. Evolución de las prácticas de extensión agraria

La transferencia sistemática de información y asesoramiento desde los estudiosos hacia las clases
productoras data del siglo XIX, pero queda institucionalizada como servicio público de Extensión Agraria
en los EE.UU. y Europa en las dos primeras décadas del siglo XX, ligada a las universidades y centros de
investigación estatales (Sánchez de Puerta 1998). Los avances de la ciencia hacen posible que a
mediados del siglo XX esté dispuesta una tecnología productiva sustancialmente diferente a las formas
tradicionales. Las propias limitaciones de la agricultura tradicional para sostener el crecimiento agrario,
puestas de manifiesto ya durante el siglo XIX, facilitaron la adopción de dichas tecnologías (González de
Molina y Guzmán 2006, González de Molina et al. 2010). Pero la tecnologización y cientifización de las
propuestas de la Revolución Verde sentaron las bases de la dependencia respecto a unos materiales,
conocimientos y técnicas que hasta ese momento no habían estado disponibles para el campesinado; y
que irrumpen en el medio rural de la mano de los servicios públicos de Extensión Agraria.

Desde EE.UU. se dispusieron en los años 50 amplios equipos que inician la difusión de tales innovaciones
y la formación de investigadores y técnicos en las universidades norteamericanas. El apoyo
estadounidense se expandió por todo el planeta, y también llegaría, por medio del Plan Marshall, a una
maltrecha Europa de posguerra necesitada de reestructurar un sector productivo y un territorio
devastados. En esos años se crean diversos órganos de desarrollo de la sociología rural europea, y los
estados crean sus propios órganos de Extensión Agraria con el apoyo y asesoría de EE.UU. (Sánchez de
Puerta 1998).

El enfoque de la cooperación internacional estadounidense “ve el paso de lo tradicional (rural) a lo


moderno (urbano) como una necesidad de occidentalizar el mundo” (Sevilla Guzmán, Guzmán 2006).
Para ello se disponen equipos interdisciplinares de agrónomos, sociólogos y teóricos de la comunicación
para “diseñar los mecanismos que rompan la resistencia campesina a la modernización hasta aceptar la
“imprescindible” competitividad del mercado” (Sevilla Guzmán 2006). El surgimiento de la sociología
rural sentaría las bases teóricas para el progreso en el medio rural, por medio de la adopción de
innovaciones tecnológicas, el abandono de la agricultura de subsistencia, y la reorientación de las
producciones hacia la obtención de capital. Sin embargo, los científicos se encontrarían con sociedades
rurales resistentes a la adopción de las nuevas tecnologías. “El campesinado es “científicamente”
definido [...] como residuo anacrónico y necesita ser transformado socialmente” (Sevilla Guzmán 2006)
en agricultor empresario que anteponga la rentabilidad a las conductas irracionales que se le asignaban
desde la ciencia social agraria convencional. Para ello era necesario conseguir la descampesinización
(Janvry 1981) mediante un cambio tecnológico inducido (Ruttan 1971). Estos objetivos se alcanzarían, a
través de los servicios de Extensión Agraria, mediante la metodología de la Transferencia de Tecnologías
(TdT) y la inserción de las producciones campesinas en el mercado.

Los objetivos específicos establecidos pretendían garantizar la abundancia de alimentos, por medio de la
adopción de las nuevas tecnologías, y estabilizar la unidad familiar como estructura económica básica.
Para ello contaban con las siguientes estrategias metodológicas, las cuales definían una auténtica
“tecnología social” (Sánchez de Puerta 1998): la implicación de la gente local en los programas de
desarrollo; la utilización extensiva y sistemática de líderes locales voluntarios; el desarrollo de
programas sistemáticos educativos y de acción con grupos organizados; y la coordinación entre
investigación universitaria y extensión (Maunder 1966). Estas técnicas tendrían como objetivo central la
transferencia tecnológica al campesinado, en base a la teoría de la difusión de innovaciones desarrollada
por Rogers (1995).

“La Teoría de Difusión/Adopción de Innovaciones, o de la “Transferencia de Tecnologías” (TdT)


se transformaría, desde entonces en la orientación teórica básica de la extensión agraria [...].
De acuerdo con el modelo TdT, una innovación, conceptualizada como una idea, una práctica o
un instrumento percibido como algo nuevo, genera una cierta incertidumbre que deshace la
situación de equilibrio en que se encuentra el individuo y la comunidad lo que, a menudo, lleva
a los individuos a adoptar la novedad. Para que ocurra la adopción el encargado de la
transferencia de tecnologías debe estar capacitado para actuar de manera que persuada a los
individuos de que ésta es la mejor opción que tiene en el momento para mejorar su proceso
productivo y/o nivel de vida.” (Caporal 1998)
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Figura 1. Evolución de los enfoques teóricos de la Extensión Agraria. Elaboración propia a partir de
Sevilla Guzmán (2006) 2

Hasta los años 70, las propuestas extensionistas habían ofrecido una receta única e igual para los
diferentes territorios y modalidades de explotación, y habían sido adoptadas de forma preferente en las
explotaciones más grandes, con mayor capacidad de inversión y mejores condiciones agronómicas. La
aplicación de la teoría de sistemas a la investigación y extensión agrarias permitió complejizar el
enfoque, para introducir las variables particulares de cada finca (económicas, culturales y agronómicas)
en busca de una mayor eficiencia en la transferencia de tecnologías. En esta línea surgiría el Farming
Systems Research (FSR) (Gilbert 1980) en busca del desarrollo de soluciones adaptadas a situaciones
concretas (Caporal 1998). Con el FSR se reconocería por primera vez que los campesinos
experimentaban y desarrollaban sus propias soluciones tecnológicas, lo cual permitió la participación de
los propios agricultores en el diseño de las propuestas técnicas (Chambers 1992). El FSR “centra su
atención en las cuestiones de la producción agrícola, (pero) olvida las relaciones de poder entre las
partes, así como las estructuras socioeconómicas bajo las cuales los agricultores operan” (Vanclay y
Lawrence 1994).

Chambers (1983) criticó lo caro del mantenimiento de los técnicos extensionistas e investigadores para
la recogida de unos datos que a menudo consideraba innecesarios e inoperantes (“data overload”), por
medio de técnicas clásicas y exhaustivas. Frente a ello plantearon el Rapid Rural Appraisal (RRA), como
un conjunto de técnicas rápidas y sencillas capaces de recoger una cantidad suficiente de datos
significativos y operativos en un corto espacio de tiempo. Por último, cuestionó los objetivos de la
investigación rural para el desarrollo, así como la supuesta incapacidad de los campesinos para innovar y
la invalidez de su conocimiento. A partir de esta crítica planteó el enfoque de “Farmers First”, en el que
serían los campesinos quienes definirían los objetivos de la investigación, así como quienes construirían
las soluciones con apoyo del técnico, por medio de procesos participativos. Esta propuesta metodológica
fue denominada Participatory Rural Appraisal (PRA, o DRP por sus siglas en castellano: Diagnóstico Rural
Participativo), y definía un nuevo enfoque transdisciplinar, en el que la acción tomaba ventaja sobre la

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La Figura 1 representa las sucesivas aportaciones teóricas (círculos amarillos) y metodológicas (texto
en negrita) que reformarían la práctica extensionista, así como la sociología rural, de cara a la
superación de estas problemáticas (Sánchez de Puerta 1998; Caporal 1998; Sevilla Guzmán 2006).
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investigación, en la búsqueda de lo que más adelante denominaría “empoderamiento” de las poblaciones


rurales (Chambers 1983, 1992; Chambers et al. 1989).

A finales de los 60 de la pasada centuria, Freire (1969) ya había realizado una profunda crítica de la
práctica extensionista en su texto “¿Extensión o Comunicación?”. Freire proponía una acción pedagógica
al servicio de los intereses populares y ligada a métodos alternativos a los tradicionales procesos de
transferencia tecnológica, que entendía como “invasión cultural”:

“la acción extensionista implica [...] la necesidad que sienten aquellos que llegan hasta “la otra
parte del mundo”, considerada inferior, para, a su manera, “normalizarla”. Para hacerla más o
menos semejante a su mundo. [...] (Envuelve) acciones, que transformando al hombre en una
casi “cosa”, lo niegan como un ser de transformación del mundo. [...], de la misma forma que
el hombre ‘superior’ es moderno”.

En los 90, la abrupta disminución en el número de fincas en las sociedades postindustriales, así como las
amplias desigualdades surgidas en los países empobrecidos, trajeron nuevos enfoques de la extensión.
La emergencia del término Desarrollo Sostenible en 1992, y la aceptación global de las raíces
económicas de la crisis ecológica mundial, plantean nuevas reformas, como el enfoque de la
intensificación verde, acuñado por la FAO y adoptado por el Banco Mundial. Esta nueva propuesta de
modernización permitiría mantener incrementos de la producción desde el mismo esquema vertical y
unilineal de transmisión del conocimiento, la lógica industrial de producción y la globalización
agroalimentaria (Caporal 1998).

Desde la universidad de Wageningen (Países Bajos) se reconsideraron las resistencias a la adopción de


nuevas tecnologías de las pequeñas fincas, introduciendo las variables de intensificación y
mercantilización no como un objetivo ineludible en la mejora de las fincas, sino como elementos a
manejar en diferentes grados, en función de las estrategias de supervivencia frente al endeudamiento y
la pérdida de rentabilidad. Este enfoque se denominaría Styles of Farming, y vendría incluido dentro de
lo que llamaron Desarrollo Rural Endógeno (Ploeg y Long 1994). Este mismo grupo de autores en torno
a la Universidad de Wageningen desarrollaría años más tarde propuestas basadas en la reducción de
costes y el cierre de ciclos (reempleos) en finca, propuesta que denominarían farming economically
(Ploeg 2000). Otro grupo internacional de investigadores, en torno a la propuesta de LEISA (Low
External Inputs and Susteinable Agriculture) profundizaría en las estrategias de reducción de costes y el
incremento en la rentabilidad, pasando a proponer formas de agricultura sostenible (Reijntjes 1995).

La generación de amplios excedentes de producción y la pérdida de peso económico de la actividad


agraria a finales del siglo XX, lleva a la OCDE a recomendar a los países enriquecidos privatizar sus
servicios de Extensión Agraria. La mayor parte de ellos mantienen en la actualidad la labor extensionista
en los proyectos de cooperación internacional, mientras que han descentralizado o desarticulado los
servicios internos, de cara a reducir los costes de la administración pública. En estos territorios, incluida
la mayor parte de países de la UE 3, el asesoramiento agrario ha quedado en manos de empresas
privadas y, sobre todo, de las casas comerciales de insumos (Sánchez de Puerta 1996).

Tras un siglo de extensión agraria, podemos decir que su implementación fue un gran éxito en cuanto a
la implantación territorial mundial de la Revolución Verde y al incremento de los rendimientos agrarios.
Sin embargo también se puede considerar un rotundo fracaso si atendemos a los objetivos de
incremento de renta de los campesinos y reducción del hambre en el mundo, variables que han
empeorado de forma muy significativa en el período que hemos analizado. La extensión agraria continúa
hoy en día en territorios empobrecidos, extendiendo lo que se ha llamado la 2ª Revolución Verde, que
esta vez incorpora los cultivos transgénicos como propuesta central. Sin embargo, en las últimas
décadas las políticas agrarias de los países postindustriales comenzaban a derivarse, de forma masiva,
hacia el desarrollo rural.

1.2. La actividad agraria en un medio rural desagrarizado

El modelo de la globalización agroalimentaria supuso el paso desde la agricultura familiar a una


agricultura empresarial (González y Gómez Benito 2002a y 2002b; Ploeg 2010). La empresa agraria se
sitúa sola frente a los mercados globales, ante la pérdida de peso de las cooperativas y asociaciones de
agricultores y la escasa capacidad de reacción de las Organizaciones Profesionales Agrarias (Moyano
2002; Moyano y Entrena 2002), que apenas alcanzan a ralentizar la desarticulación del sector. El
agricultor se separa del tejido socioeconómico local, con el que apenas guarda relación, y queda a
merced de un mercado que no controla en absoluto, lo cual “introduce fuertes tendencias hacia la
marginación y nuevos procesos de dependencia” (Ploeg 2010).

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En España, los Servicios de Extensión Agraria han sido transferidos a las comunidades autónomas y en
la mayoría de ellas se mantienen sin funciones, a la espera de que los ya antiguos extensionistas se
vayan jubilando (Sánchez de Puerta 1996).
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Desde una perspectiva personal o simbólica, “el sistema agroalimentario engulle a los agricultores
reduciéndolos en su importancia, y su función tiende más hacia la producción de materias primas
agrarias que hacia la producción de alimentos. El trabajo de agricultor también cambia radicalmente,
pasando a tener como leit motiv la gestión empresarial de la explotación, más que mantener la
agricultura entendida como una “forma de vida” (Gallar 2011). Las políticas públicas de apoyo a la
modernización han venido unidas a una importante “ofensiva cultural”, en la cual la industrialización se
manifiesta como una “victoria” de los agricultores profesionales (aquellos con explotaciones fuertemente
especializadas, capitalizadas y tecnificadas). La actividad agraria se convierte en una actividad alienante
que reduce la autoestima del agricultor (Sánchez de Puerta y Taberner 1995) para construir una nueva
identidad empresarial, individualizada y disociada de la cultura y el territorio locales.

La agricultura empresarial se caracteriza por la movilidad de las producciones y de la mano de obra; y


por la creciente externalización de las labores productivas hacia empresas de servicios agrarios
(González y Gómez Benito 2002a). Las poblaciones rurales pierden así autonomía sobre los procesos
productivos, que van pasando a estar más influidos por capitales ajenos al medio rural y se desligan así
del territorio. “La modernización de la agricultura tiende a romper progresivamente los lazos
económicos, materiales y sociales de la actividad agraria con el espacio rural (…). La agricultura, en sus
formas modernas y más desarrolladas, no puede reivindicar ya un vínculo privilegiado con el territorio, la
región o el espacio local” (Mormont 1994). La industrialización representa una desconexión definitiva
entre la producción y el consumo de alimentos y las peculiaridades y límites de tiempo y espacio (Ploeg
2010).

En relación con estas transformaciones, el concepto de desagrarización ha sido utilizado frecuentemente


en la literatura en lengua castellana para hablar de la pérdida de peso de la agricultura en las economías
y sociedades rurales. Esta dinámica se ha analizado en lengua inglesa alrededor del concepto de
reestructuración rural, caracterizado por el régimen productivo postproductivista. Este régimen
presupone la incorporación de nuevos actores de índole global y extrarural en los procesos de
mercantilización rural; valores intangibles a los procesos que engloban la producción agraria, como los
servicios ambientales que ésta produce, los cuales condicionan el conjunto de la cadena de valor del
producto; la introducción de elementos culturales en la circulación económica, por ejemplo, a través de
los diversos “labels” (Denominaciones de Origen, Indicaciones Geográficas Protegidas, etc.) conferidos a
un producto determinado; la adición de valor añadido a los productos rurales a través de su referencia a
un territorio concreto y valioso; o la conversión de “lo rural” en bien de consumo urbano, más que como
productor de bienes de consumo para las poblaciones urbanas (Bell et al. 2010; Cloke y Goodwin 1992;
Halfacree 1995; Halfacree 1997; Lash y Urry 1996; Lovering 1989; Ward 1993). El intenso debate sobre
la Reestructuración Rural, desde hace más de dos décadas, suele ir asociado al cuestionamiento en la
validez de la propia categoría de territorio rural, frente a la homogeneización en las formas de vida entre
los habitantes rurales y urbanos.

Para Alonso (1990), “modernización equivale a desagrarización. [...] Ahora, el sector terciario “se pone
en primer lugar” en un contexto rural de postindustrialización”. Sin embargo, la diversificación
económica que pretende el desarrollo rural en muchos casos “no procede de la creación de nuevos
empleos, sino de la desaparición y pérdida de peso relativo de los empleos agrarios y del incremento
correlativo de los no agrarios [...] (ya que) las áreas rurales más genuinas continúan inmersas, salvo
contadas excepciones, en un proceso de pérdida de población” (Molinero 2006). Marsden y Sonnino
(2008) afirman, tras dos décadas de políticas de multifuncionalidad en la UE, que esta política no ha
contribuido a reconfigurar ni fortalecer el sector agrario, sino que ha servido para apoyar los intereses
de la agroindustria y la gran distribución; y para limitar y concentrar aún más los recursos públicos
asignados al sector en torno a las fincas de mayor tamaño, por medio de los proyectos de
reconfiguración y del endurecimiento de la regulación administrativa e higiénicosanitaria.

Administraciones y técnicos aceptan la importancia de la agricultura territorial, aquella “constituida por


pequeñas y medianas explotaciones familiares, que más que por su función productiva tendrían
relevancia por la preservación del paisaje, los recursos naturales y una parte de la población rural”
(Regidor 1997), de cara a la dinamización de las economías rurales. Sin embargo, el apoyo explícito a
este tipo de explotaciones se ha limitado a medidas indirectas y de rango menor, generalmente insertas
en las políticas de espacios naturales protegidos (Red Natura 2000, etc.). El Turismo Rural, propuesta
central de la diversificación económica para el medio rural, absorbe una proporción mínima del empleo
destruido en el sector agrario (Molinero 2006) 4 y se adapta mejor a nuevos pobladores de origen urbano
(Paniagua 2002), a pesar de las importantes sumas de dinero público empleadas para cada nuevo
puesto de trabajo. En la mayor parte de los casos el apoyo al turismo rural ha venido acompañado del
abandono de la agricultura en aquellas zonas marginales (o periféricas del desarrollo agrario) en las que

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16.800 puestos de trabajo creados en España en 2005 (Molinero 2006), frente al millón de empleos
perdidos en el sector primario desde la entrada en la UE.
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el primer pilar de la PAC no alcanzaba a dinamizar unas estructuras agrarias obsoletas para su inserción
en los mercados globales (Gómez Mendoza 2001).

La desagrarización del medio rural, por tanto, consiste en la pérdida de peso económico, político, social y
cultural de la actividad agraria, debido a su importancia decreciente en las economías rurales. La merma
de su importancia en términos económicos (proporción del PIB comarcal) y sociales (proporción del
empleo) se multiplica debido a la desestructuración del sector agrario, generada por el envejecimiento
de los activos y la ruptura de las identidades colectivas agrarias, que afectan así a la esfera de lo político
(capacidad de interlocución e incidencia) y lo cultural (invisibilización y enajenación de lo agrario como
tradición, como pasado). Todo ello viene reforzado por políticas públicas que promueven activa y
explícitamente la reducción de los activos y la transformación de las formas de organización de la
producción hacia estructuras empresariales desterritorializadas, por medio de mecanismos legislativos y
financieros.

Los procesos de desagrarización sitúan al medio rural en una frágil situación, al quitarle aquello que lo
diferencia del medio urbano y que, en último término, determina su condición diferencial y puede
generar procesos de desarrollo local autodependientes en un contexto de globalización. Ya que la
producción, el paisaje y las tradiciones agrarias resultan imprescindibles para las nuevas actividades
económicas que se pretenden implantar en el medio rural. Y estos servicios de los agroecosistemas no
son reproducibles por los nuevos modelos de agricultura empresarial, desterritorializada y globalizada; ni
por los fondos de desarrollo rural destinados a la rehabilitación del patrimonio natural y cultural.

En cualquier caso, ya no resultan útiles las antiguas definiciones de una ruralidad definida por la
centralidad de la actividad agraria (Sevilla Guzmán 2006), sino que poco a poco el espacio rural
evoluciona hacia una economía terciarizada, con una fuerte “interdependencia e intercambio constante
de mercancías, personas y signos” con el medio urbano (Camarero 2009a). Lo cual configura una
ruralidad muy heterogénea y diversa, pero en todo caso dependiente de las ciudades en diversos
sentidos. Por un lado, a nivel simbólico, en base a la internacionalización y la asunción de patrones de
vida urbanoindustriales y al deterioro de los mecanismos tradicionales de regulación social. Por el otro, a
nivel económico y político, respecto a políticas y dinámicas económicas definidas en instancias
superiores como la regional y la supranacional (González y Camarero 1999).

La Plataforma Rural (2004), define un listado de problemáticas generales en el medio rural español, de
entre las cuales destacan el proceso migratorio y la ruptura de las estructuras sociales de enraizamiento;
crisis del modelo de agricultura familiar y ruptura de los mecanismos tradicionales de inserción laboral;
proceso de mercantilización y concentración de los recursos naturales y productivos; y cambios
constantes en las políticas públicas de Desarrollo Rural. A ello habría que añadir la insuficiente red de
servicios públicos rurales; la discriminación social y económica de la mujer rural; los procesos
especulativos sobre el suelo y la vivienda rurales; y la absorción de nuevos pobladores de origen urbano
o inmigrante, que suponen un cóctel social cuyas consecuencias aún desconocemos (Camarero et al.
2009a).

Frente a este panorama diversos autores plantean una crítica de fondo a las políticas de Desarrollo Rural
en la UE, entendidas como simple crecimiento económico. Proponen incluir en el análisis un conjunto de
problemáticas sociales relacionadas con las dificultades para la reproducción de la vida social en el medio
rural postindustrial: sobreenvejecimiento, masculinización (especialmente juvenil), dependencia,
desigualdades de género y vulnerabilidad laboral. La quiebra de la agricultura familiar y la transición
hacia la agricultura industrial y empresarial también muestra una cara en la que la mujer es excluida de
la vida social y económica local, en base a la invisibilización de su trabajo por medio de su condición de
“ayuda familiar”. Lo cual la obliga a una “doble jornada” que comprende las tareas productivas –
invisibilizadas- y las tareas reproductivas (Díez 2007; Camarero et al. 2009a).

A su vez, la juventud no encuentra oportunidades laborales en un medio en el que la actividad agraria se


desmorona, y en el que no aparecen alternativas estables de empleo. Camarero et al. (2009a) proponen
integrar en el análisis de los procesos socioeconómicos rurales la necesidad de “permitir la emergencia
de las subjetividades, de los deseos, de modo que la mejora de la calidad de vida sea efectivamente
percibida por los habitantes rurales”, en lo que estos autores han denominado trayectorias vitales de la
población rural. En este sentido, tanto unas como otros están escogiendo entornos que faciliten su
desarrollo personal, los cuales a menudo se sitúan fuera de la actividad agraria y del medio rural. En
buena medida debido a la desvalorización subjetiva que este entorno ha sufrido. La movilidad que define
a las trayectorias vitales en el medio rural postindustrial nos lleva a cuestionar “lo local”, entendido
como significante de una trayectoria vital colectiva que hunde sus raíces en la historia y el paisaje.

El medio rural se reconfigura constantemente, y trasciende los orígenes en común, para convertirse en
un “espacio existencial” compartido. Por ello cabe plantear la propuesta, más que de un “desarrollo
local”, de un desarrollo “localizado” que incorpore en sus propuestas la movilidad de los pobladores de
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cada territorio, e incluso el mismo carácter estructural de esta movilidad en los mecanismos de
reproducción social de la población rural.

La propuesta agroecológica debe recoger todos los temas planteados en las líneas previas, para hablar
de sostenibilidad social y ecológica del medio rural en sociedades postindustriales como la española. En
este sentido, el reto que tenemos por delante está marcadamente definido por una “batalla cultural” que
abarca los grandes mitos de la modernidad dibujada por el capitalismo global: crecimiento,
productividad, desarrollo, bienestar... (Naredo 2006). Se hace necesario resignificar algunas de las
categorías centrales de la actividad agraria -campesinado, alimentación, sistema agroalimentario,
productividad agraria, etc.- para construir una propuesta agroecológica de modernidad, alternativa a la
modernidad capitalista.

2. LOS PROCESOS DE TRANSICIÓN AGROECOLÓGICA EN EL CONTEXTO DE


SOCIEDADES POSTINDUSTRIALES

2.1. La agroecología como propuesta de sostenibilidad para el medio rural

El término Agroecología surgió en los años 70 como respuesta a las primeras manifestaciones de la crisis
ecológica en el campo (Guzmán Casado et al. 2000), y es definido como “las bases científicas para una
agricultura sustentable” (Altieri 1983, Gliessmann 2002) la define como “el funcionamiento ecológico
necesario para hacer una agricultura sustentable”, y más tarde la interacción de sus impulsores
latinoamericanos con los españoles del ISEC 5 incorpora a la construcción del concepto criterios históricos
y sociales, recogiendo las lógicas de la economía campesina (no-capitalista) (González de Molina y
Sevilla Guzmán 1993) y de la racionalidad ecológica del campesinado (Toledo 1993) que incorpora
aspectos culturales. En Europa la agroecología es asumida como un nuevo paradigma de Desarrollo
Rural alternativo al hegemónico, que es necesario traducir a un contexto postindustrial (Guzmán Casado
et al. 2000). Desde la visión agroecológica, partimos de que es posible recuperar el papel de la
agricultura en la generación de riqueza social, cultural, económica y ecológica desde una visión de
sustentabilidad.

La agroecología aplica un enfoque integral, transdisciplinar y pluriepistemológico (Guzmán Casado et al.


2000). Integral u holístico, porque considera la realidad como un todo indisoluble que hay que abordar
desde diversos puntos de vista para poder comprenderla, y sobre todo para transformarla.
Transdisciplinar, porque en ella aplicaremos un aparato conceptual y un instrumental metodológico que
orquesta los hallazgos de diversas disciplinas, tales como la agronomía, la ecología, la sociología, la
antropología, la economía y la geografía, para construir un nuevo paradigma de investigación que opera
desde el pluralismo epistemológico y el paradigma de la complejidad. Y, por tanto, pluriepistemológico
porque pretende construir nuevas visiones de la realidad desde una “ecología de saberes” entre el
conocimiento tradicional campesino o popular (local, integral, particular y situacional) y el conocimiento
científico (universalista, parcelario, generalista y especializado) (Sevilla Guzmán 2006; Santos 2006). La
agroecología toma partido por hacer ciencia con y para la gente (Funtowicz y Ravetz 2002), desde el
supuesto de que es el sujeto investigado quien debe definir la finalidad y objetivos de la investigación,
así como sus formas (el cómo). Lo cual pretende conseguir a través de la implementación de
metodologías participativas de investigación social y agronómica.

La agroecología se expresa en distintas dimensiones, que podríamos agrupar en tres a partir de las
propuestas de Ottmann (2005) y Sevilla Guzmán (2006). Estas tres dimensiones son complementarias,
de hecho deben ser articuladas armónicamente a la hora de dinamizar procesos integrales de Transición
Agroecológica (figura 2):

• una dimensión ecológico y técnico-agronómica, que desarrolla una visión integral y sistémica
del proceso productivo, concediendo gran importancia a los aspectos ecológicos y de rediseño
del agroecosistema, así como las cuestiones relativas a eficiencia energética y los flujos de
otros recursos productivos de carácter físico (Altieri 1983; Gliessman 2002; Garrabou y
González de Molina 2010; Pérez Neira 2011)). Pone el énfasis en que la estructura de los
agroecosistemas tradicionales solía ser más compleja que en los agroecosistemas actuales
manejados con lógicas modernas o industriales, así como su manejo en el tiempo y el espacio;
lo cual le confería mayor estabilidad y confiabilidad (Parra 2002; González de Molina y Guzmán
Casado 2006).
• una dimensión socioeconómica y cultural, centrada en las condiciones de reproducción social de
las comunidades rurales y agrarias, que les permitan permanecer en la actividad agraria, a la
par que mejorar el estado de los recursos naturales. Para ello, se centra en la revalorización de
los recursos locales (materia orgánica, conocimientos de los agricultores, variedades de cultivo

5
Instituto de Sociología y Estudios Campesinos. Universidad de Córdoba. Córdoba, España
Daniel López García

9
Centro Nacional de Educación Ambiental

y razas ganaderas tradicionales, paisaje…), la articulación de lo agrario con otras actividades


económicas (agroturismo, educación ambiental, etc.) y el desarrollo de canales cortos de
comercialización que permiten a los y las productoras la captación de un mayor valor añadido.
• y por último una dimensión sociopolítica, que se sitúa en una perspectiva de incidencia en los
espacios de toma de decisiones en el sistema agroalimentario, del nivel local al global, de cara
a cuestionar políticas que puedan dificultar los proyectos locales de sustentabilidad, y a
impulsar otras que les puedan abrir espacio. Esta dimensión contempla las alianzas con otros
grupos sociales alrededor de lo agroalimentario y se sitúa en una perspectiva global, a través
de la Soberanía Alimentaria y otras propuestas actuales, provenientes de las ciencias híbridas
relacionadas con la ecología –ecología política, economía ecológica, etc.- y de los movimientos
sociales y políticos que proponen la superación del capitalismo.

Figura 2. Propuestas de acción agroecológica en función de las tres dimensiones

La agroecología a su vez se expresa en distintos niveles o escalas siguiendo distintas formas de


intervención y articulando diversas técnicas provenientes de otras tantas metodologías: finca o
explotación; sociedad local; y sociedad mayor 6. Al ascender en la escala de análisis, los aspectos más
ecológicos o productivos van complementándose con otros relativos a la dimensión sociocultural, y con
aquellos de orden sociopolítico. Ello nos lleva a identificar las distintas dimensiones de la agroecología
con escalas específicas de intervención, en las cuales cada una de las dimensiones alcanza un papel
central, debido a las cualidades emergentes en cada escala. A pesar de que las tres dimensiones se
desarrollan en todos los niveles de investigación, ya que se condicionan mutuamente, tanto en relación
al análisis integral de las problemáticas existentes como al desarrollo de soluciones frente a las mismas.

Las cualidades emergentes en cada sucesiva escala de análisis aportan un carácter diferencial entre la
investigación agroecológica en territorios eminentemente agrarios o campesinos, y la implementada en
sociedades postindustriales como la europea. La integración del conjunto de actores económicos y
sociales en un medio rural desagrarizado nos permitirá articular acciones desde la lógica de la
multifuncionalidad de la actividad agraria, vistas las limitaciones socioeconómicas y de acción social
colectiva del sector agrario en el medio rural postindustrial. La escasa proporción que representa la
población activa agraria respecto al total, el elevado grado de industrialización de la agricultura, así

6
Guzmán et al. (2000) diferencian 5 escalas de análisis para la investigación y la intervención
agroecológicas: finca; estilo de manejo; comunidad local; sociedad local; y sociedad mayor.
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

10
Centro Nacional de Educación Ambiental

como su fragilidad y desarticulación como grupo social del sector, sugieren considerar al sector agrario
de esa misma demarcación territorial como un subgrupo diferenciado dentro de la Sociedad Local: el
grupo de agricultores/as (y sus familias) que comparten lazos y cooperan entre ellos. Esta diferenciación
nos resultará de gran operatividad a la hora de dotar de protagonismo a un sector de la sociedad local
marginalizado e invisibilizado, lo cual consideramos central en los procesos de Transición Agroecológica a
escala de sociedad local en la Unión Europea.

En los espacios rurales postindustriales, la actividad agraria se ha señalado por su marginalidad desde
diversos puntos de vista. Para Baldock et al. (1996) la marginalización depende de factores físicos,
ambientales, sociales, económicos, y en general definen las tierras marginales en función de usos
agrarios que se sitúan en los márgenes de la viabilidad económica. Este enfoque situaría a buena parte
de los cultivos de secano -típicamente mediterráneos- del territorio español en situación de
“marginalidad”, así como las actividades de ganadería extensiva y todos aquellos espacios agrarios que
de alguna forma han quedado fuera de las redes logísticas globales.

La disminución de la importancia de la actividad agraria -en empleo y porcentaje del valor añadido
generado en un territorio concreto- en las sociedades postindustriales también ha sido denominada
“marginalidad cuantitativa”. Ésta genera, a su vez, la retroalimentación del proceso de marginalidad, al
transformar los aspectos sociales, económicos, culturales y políticos de las comunidades rurales -
marginalidad “cualitativa” o “estructural”- frente a la influencia urbana, lo cual ocurre especialmente en
las áreas de influencia de las ciudades, que hoy en día podrían llegar mucho más allá de los anillos de
circunvalación para el transporte por carretera (Paül 2007). La marginalidad de la actividad agraria se
expresa, en definitiva, en el descenso en el número de activos agrarios, la creciente desestructuración
del tejido social agrario y la pérdida de peso social y económico de dicha actividad en el medio rural; lo
cual lleva a su invisibilización y a la “debilidad” de la voz rural (Strijker 2005; Paül 2007; Bell et al.
2010).

Sin embargo, la idea de ruralidad mantiene, siquiera con fuerza renovada, la capacidad de generar
símbolos y referentes capaces de vender nuevos productos, generar procesos de contraurbanización, o
movilizar alianzas urbanas en defensa de cierto paisaje rural o de los alimentos locales (Reed 2008). Es
este poder simbólico de movilización social lo que Bell et al. (2010) denominan “poder de lo rural”. La
tarea, quizá, de la Agroecología en las sociedades postindustriales, es apoyarse en este potencial
simbólico para volver a situar la actividad agraria en el centro de los proyectos de desarrollo de las
comunidades rurales. Y a través de un rediseño en los agrosistemas industrializados y enfocados a los
mercados globales, generar procesos de sostenibilidad.

2.2. El concepto de Transición Agroecológica

Para Sevilla Guzmán y González de Molina (1995) la Transición Agroecológica supone “el paso de unos
sistemas económicos, sociales y políticos preservadores de privilegios, potenciadores de la desigualdad y
depredadores de la naturaleza [...] a sistemas ecológicamente sanos y sostenibles; económicamente
viables y socialmente justos”, a lo que podríamos añadir la necesidad de que sean “culturalmente
apropiados” (Bonfil Batalla 1982). Para estos autores la transición es un proceso multilineal, ya que se
ha demostrado que las formas hegemónicas de producción -en el caso que nos ocupa, la agricultura
industrial y globalizada- pueden coexistir con otras, y a veces existen precisamente gracias a su
coexistencia con otras formas “subordinadas” (Polanyi 2007).

La tradición de los Estudios Subalternos (Guha y Chakravorty 1988) considera al campesinado como
actor subalterno en la colonización de los territorios periféricos, entre los cuales podemos incluir el
medio rural europeo previo a la modernización agraria. Para estos autores, la transición al capitalismo,
en la colonización, es un proceso que jamás se consumó de forma definitiva, sino que generó múltiples
movimientos de hibridación entre la cultura moderna –colonizadora- y las distintas formas de
campesinado existentes en el mundo. A pesar de la persistencia de importantes rasgos campesinos en
estas formas híbridas, esta transformación es, para estos autores, irreversible. Y por lo tanto, no cabe
una vuelta atrás en la búsqueda de “tradiciones ancestrales que anteponer a la modernidad occidental,
[...] sino trabajar en la construcción de un marco más complejo de la propia modernidad, de abrirse al
reconocimiento de una pluralidad de modernidades determinadas por distintas formas adoptadas en
distintos contextos históricos y geográficos” (Mezzadra 2008). La generación de lo que, desde la
agroecología, se denomina modernidad alternativa, construida desde la articulación de una ecología de
saberes entre el moderno conocimiento científico -universalista, generalista y simplificador- y el
conocimiento tradicional campesino -particular, situado y complejo- (Toledo 2000; Santos 2006).

Incluso en la vieja Europa aun existen en el medio rural rasgos de campesinidad “como sociedades
parciales con culturas parciales” (Kroeber 1952), que nos pueden resultar de gran valor de cara a
construir la transición agroecológica. Por tanto “en lugar de las hipótesis y las prácticas de su
desaparición se necesita una teoría de su continuidad y una práctica derivada de la permanencia
Daniel López García

11
Centro Nacional de Educación Ambiental

histórica del campesinado" (Palerm 1980) 7. La propuesta agroecológica propone construir nuevas
hibridaciones entre lo que queda de campesino en el medio rural europeo y las subjetividades
industriales y desarrollistas promovidas por la Extensión Agraria, primero; y más tarde por el Desarrollo
Rural institucionales. Todo ello en búsqueda de salidas sostenibles frente a la crisis ecológica y social,
como proyectos de una modernidad alternativa que hemos denominado procesos de Transición
Agroecológica.

La Transición Agroecológica se puede construir mediante el rediseño participativo de modelos agrarios


alternativos, utilizando como elemento central el conocimiento local y las huellas que a través de la
historia éste genera en los agroecosistemas. El conocimiento tradicional campesino constituye una
fuente esencial para el diseño de agroecosistemas sustentables, ya que es el resultado de la coevolución
entre sociedades humanas y naturaleza, donde éstas se desarrollan (Norgaard 1994). La Transición
Agroecológica pretende promover el desarrollo colectivo de arreglos y soluciones tecnológicas específicas
de cada lugar; o dicho de otra forma, a través de lo “endógeno” (Ottmann 2005). Los procesos de
desarrollo endógeno se basan, según este modelo, en la potenciación, estímulo y establecimiento de
actividades socioeconómicas y culturales descentralizadas que, con un fuerte componente de decisión
local, movilizan a la población de una determinada zona en la prosecución de su bienestar a partir de los
recursos locales (Guzmán et al. 2000).

La agricultura sustentable no es un conjunto definido de prácticas sino una evolución de prácticas,


estrategias y formas de pensar que dependen del contexto del sistema de producción (Fisk et al. 2000).
Entendemos el potencial agroecológico como el conjunto de vínculos sociales y emocionales, saberes,
valores, símbolos y recursos naturales presentes en todo agroecosistema y susceptibles de ser
movilizados para emprender procesos de Transición Agroecológica. El potencial agroecológico es
dinámico y abierto, y por lo tanto es único en cada espacio socioecológico y momento histórico
concretos. No pretendemos generar el potencial agroecológico local, sino identificar y caracterizar
aquellos elementos del agroecosistema más adecuados de cara a la transición agroecológica para
fortalecerlos, complementarlos y movilizarlos a través de procesos participativos.

El potencial agroecológico es la base del proyecto de Transición Agroecológica que construiremos


mediante metodologías participativas. Sin embargo, “lo endógeno no puede visualizarse como algo
estático que rechace lo externo; por el contrario, digiere lo de fuera mediante la adaptación a su lógica
etnoecológica de funcionamiento” (Guzmán Casado et al. 2000). Es decir, apropia lo exógeno,
convirtiéndolo en endógeno, al ejercer el “control cultural” sobre la innovación, cuando tal asimilación
respeta su identidad local (Bonfil Batalla 1982; Ottmann 2005).

Santos (2006) responsabiliza a la ciencia convencional y a las formas hegemónicas de racionalidad en la


sociedad urbanoindustrial de ocultar y desacreditar las experiencias sociales alternativas que hoy
existen, constituyentes de potencial endógeno. Esta ocultación es en parte intencionada, pero en parte
es fruto de la razón científica imperante (parcelaria y arrogante), que es incapaz de apreciar la
multiplicidad de formas de vida existentes en un mismo tiempo, y bajo una misma hegemonía social.
Esto nos sitúa en una visión lineal del tiempo hacia un progreso unívoco que, a decir de Santos, contrae
el presente y expande el futuro. Lo cual supone un importante “desperdicio” de experiencia social.

Según este autor “para combatir el desperdicio de la experiencia, para hacer visibles las iniciativas y
movimientos alternativos y para darles credibilidad [...] es necesario, pues, proponer un modelo
diferente de racionalidad [...] que permita valorar la amplísima experiencia social que está en curso en
el mundo” (ídem.: 152), incluyendo las realidades campesinas y las nuevas formas de agriculturas
alternativas. Para este fin, Santos propone una sociología de las ausencias que desvele los mecanismos
de producción de no-existencias y de marginación de las realidades alternativas. A su vez, propone una
sociología de las emergencias que sustituya “el vacío del futuro [...] por un futuro de posibilidades
plurales y concretas, simultáneamente utópicas y realistas, que se va construyendo en el presente [...]
(como) una ampliación simbólica de los saberes, prácticas y agentes (existentes), de modo que se
identifique en ellos las tendencias de futuro sobre las cuales es posible actuar” (ídem, 167179).

En este exceso de atención sobre las alternativas existentes, o sobre la ausencia de alternativas para un
futuro de sostenibilidad, es donde reside la ampliación simbólica del presente que proponemos. Se abren
así espacios para el desarrollo de nuevas hibridaciones alternativas frente al dictado de lo que existe o
no existe, de lo que puede existir y lo que no (Santos 2006; Chakravorty 2008). Pretendemos en
definitiva, con esta nueva forma de mirar la realidad agraria de sociedades postindustriales como la
española, abrir las posibilidades de construir procesos de Transición Agroecológica en cada contexto
determinado.

7
Algunos procesos de investigación-acción en esta línea han sido reunidos en López y Villasante
(Coords.), 2009: Crisis del medio rural, procesos sustentables y participativos. Revista Documentación
Social, 155.
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

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a. Pasos hacia la Transición Agroecológica

De cara al diseño de procesos de transición agroecológica a escala de finca, Gliessman (2010) propone 4
niveles sucesivos de profundización, que se describen en la Tabla 1. Para este autor, la investigación
agronómica convencional se ha centrado en el nivel 1; y se está desarrollando más recientemente el
paso al nivel 2, en lo que llamaremos agricultura ecológica de sustitución de insumos. Hasta este nivel
de análisis se conserva un acercamiento simplificado y parcelario al agroecosistema, favorecido por el
enfoque científico convencional. Se mantiene a su vez un análisis centrado en el producto, que mantiene
el control sobre los procesos productivos en el complejo agroalimentario industrial y centralizado. Este
autor propone superar este enfoque hacia la construcción de sistemas agroalimentarios sustentables en
su totalidad; para lo cual es imprescindible alcanzar los niveles 3 y 4. Es en estos dos niveles en los que
los sistemas tradicionales de conocimiento nos pueden ayudar más, y en los que los aspectos sociales
cobran mayor importancia, adentrándonos en las dimensiones socio-económica y socio-política de la
investigación agroecológica.

Incrementar la eficiencia de las prácticas convencionales para reducir el consumo y uso


Nivel 1
de insumos externos costosos, escasos, o ambientalmente nocivos.
Nivel 2 Sustituir prácticas e insumos convencionales con prácticas alternativas o ecológicas.
Rediseño del agroecosistema de manera que funciones sobre la base de un nuevo
Nivel 3
conjunto de procesos y relaciones ecológicas sustentables.
Cambio de valores. Cultura de sustentabilidad. Reorganización social en el
Nivel 4
agroecosistema. Reestablecer una relación directa entre producción y consumo.

Tabla 1. Niveles de intervención para la Transición Agroecológica. A partir de Gliessman (2002)

López García (2012) propone una secuencia no lineal para la Transición Agroecológica, frente a los
esquemas lineales propuestos por Gliessman (2002, 2010). Esta propuesta de entender la Transición
tendría forma de círculo virtuoso en el que, una vez que se inicia la conversión, en cada ciclo se puede
profundizar más en el manejo agroecológico, tal y como se expresa en la Figura 3. A este ciclo virtuoso
se puede entrar por unos puntos u otros, en función de las diversas motivaciones para emprender la
transformación en el manejo surgida del contexto sociocultural que enmarca estas transiciones en finca.
En contextos de escaso desarrollo de la agricultura ecológica, el interés por el manejo agroecológico
viene de la mano de diversas razones, de entre las cuales las posibilidades alternativas de
comercialización y a la cercanía a la ciudad, como los CCC, suponen una motivación poderosa. Una vez
comprobada la posibilidad de esta nueva orientación comercial, pueden venir los cambios en el manejo
agronómico, debido a la mejor adaptación de las fincas diversificadas al modelo de CCC y a la agricultura
ecológica. Sin embargo, otros factores también pueden desatar el cambio de modelo, tales como la
pérdida de efectividad de los insumos convencionales o el alza en su precio; los problemas de salud
asociados al manejo de agrotóxicos en la explotación; o los criterios ambientales (Padel 2001; De Wit
and Verhoog 2007; Best 2008; López García 2012).

Figura 3. Círculo de la Transición Agroecológica a nivel de finca, y motivaciones para entrar en ella.
Elaboración propia.
Daniel López García

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Al ampliar la escala de análisis a la sociedad local, los procesos de transición adquieren un carácter más
complejo y multidimensional, determinado por la centralidad de la dimensión socio-económica de la
Agroecología. Las transformaciones en la ruralidad de las sociedades postindustriales nos llevan a
trabajar con fincas que no se manejan en base a la agricultura ecológica, y con grupos sociales no
agrarios. Por ello, la secuencia para la Transición Agroecológica que proponemos se complejiza. Una vez
que abrimos la Transición Agroecológica a sectores no agrarios de la sociedad local, éstos se convierten
en un aliado central, asumiendo un papel dinamizador muy activo. Otras cuestiones ligadas a los
proyectos vitales y a los aspectos reproductivos de las comunidades rurales adquieren una importancia
creciente. Así como la movilidad de los propios actores rurales y las nuevas conformaciones sociales del
medio rural.

Padel (2001) realiza una revisión de diversos estudios sobre conversión en todo el mundo, y diferencia
cuatro perfiles de agricultores a partir de las clásicas propuestas de Rogers (1995), en función de su
actitud frente a la conversión al manejo ecológico y al tiempo que requieren para adoptar la agricultura
ecológica. Los perfiles pioneros, caracterizados como “innovadores” serían personas jóvenes, a menudo
neorrurales, y mujeres en mucha mayor proporción que en agricultura convencional; con alta formación
cultural e influencias ideológicas, fincas pequeñas y escasa experiencia en agricultura, pero con manejo
de amplias redes sociales que favorecen una comercialización en circuito corto y les permiten prescindir
en algunos casos de la certificación. Por contra, las posturas más resistentes o tardías en la adopción de
las nuevas prácticas serían profesionales agrarios/as, más mayores y con fincas más grandes, con
menor nivel de estudios y motivaciones económicas, más que ambientales o ideológicas (Padel 2001;
Klonsky y Smith 2002; Lohr y Park 2008).

Por ello, las problemáticas de los agricultores cambian según el estado de desarrollo de la AE en cada
zona, que ha sido profundamente diferente entre continentes y países, y aún dentro de cada país, a
medida que cambian los perfiles mayoritarios de las personas productoras. Las personas innovadoras
señalan la falta de apoyo técnico, así como problemas de aislamiento social y soledad; mientras que las
conversiones más tardías demandan más información y apoyo técnico, especialmente para la
comercialización, así como en la gestión administrativa y el acceso a subvenciones (Padel 2001; OCW
2001).

b) Principales barreras para la Transición Agroecológica

La transición desde el modelo “industrializado” hacia el “agroecológico” no es fácil (Lobley et al. 2009,
Milestad et al. 2010). Los agricultores identifican diversas dificultades, debido a que la transición
agroecológica es un proceso complejo que conecta diferentes niveles de análisis (finca, sociedad local y
sociedad mayor); y es afectada por factores sociales, económicos, tecnológicos, culturales y ecológicos
(Guzmán Sevilla y Alonso 2010).

La transición agroecológica es un proceso iniciado por los propios agricultores de forma independiente
(Padel 2001). El apoyo administrativo o técnico se ha desarrollado, generalmente, una vez que la
producción ecológica se ha asentado como un sector estabilizado y creciente en Europa, y a menudo a
pesar de la mayoría de los propios técnicos de las administraciones agrarias e investigadores. Por ello,
han sido los propios agricultores quienes han desarrollado las técnicas agronómicas, adaptándolas a
cada situación concreta a partir de sus conocimientos previos y los restos del conocimiento tradicional
campesino que hayan podido encontrar.

El apoyo institucional a la producción ecológica se ha desarrollado en estadíos relativamente


evolucionados de implantación, y por lo tanto se ha centrado en aspectos sociales -conocimiento mutuo
entre agricultores- y comerciales, que las incorporaciones más tardías no manejan con igual facilidad
que los perfiles innovadores. También se ha centrado en la difusión de información técnica básica
respecto a ecología de cultivos, no considerada con anterioridad en la producción convencional, y que los
innovadores habrían conseguido o desarrollado por sí mismos, o en cooperación con redes sociales más
amplias (Padel 2001; OCW 2001, 2006; Barry y Swan 2008). A su vez, las pautas de las propuestas
técnicas son cercanas a visiones de la producción convencional, y muestran resistencias de cara a
enfrentar la mayor complejidad que para los agricultores convencionales supone la conversión a la
producción ecológica (Padel 2001). En cualquier caso, las nuevas iniciativas de producción ecológica
parecen ser más sensibles a cuestiones ambientales, de salud o al apoyo de las subvenciones; y no
conceden excesiva importancia a la productividad o los problemas de sanidad de los cultivos (Best
2008).

Los agricultores ecológicos plantean distintas barreras para iniciar la transición al manejo ecológico, que
Guzmán y Alonso (2004; 2010) organizan en tres apartados. Respecto a las barreras técnicas identifican
la carencia de información y asistencia técnica; escasez de referencias técnicas adaptadas localmente;
problemas técnicos concretos ligados a la degradación previa del agroecosistema; carencia de semillas
certificadas adaptadas a cada zona concreta; y dificultades para la diversificación a nivel productivo y
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

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Centro Nacional de Educación Ambiental

comercial. En cuanto a las barreras sociales identifican el sentimiento de soledad en el proceso de


conversión y el mayor requerimiento de mano de obra para la producción ecológica. En cuanto a las
barreras económicas aluden a las dificultades para la comercialización como producto ecológico, y en el
subsiguiente acceso a los precios-premio asociados al producto diferenciado; pérdidas productivas por
contaminación; apoyos directos o indirectos a la producción convencional como agravio comparativo;
falta de suministro o alto coste de los insumos ecológicos; problemas de liquidez en la readaptación de
la finca a un modelo agroecológico; necesidad de transformar la finca en sentido inverso a las
transformaciones que realizaron en el proceso de intensificación; y altos costes relativos de certificación
para las pequeñas fincas y para aquellas más diversificadas.

A su vez, existen ciertas razones adicionales que son esgrimidas por aquellas personas que no desean
emprender la producción al cultivo ecológico, en palabras de otros agricultores ecológicos. Especialmente
un productivismo fuertemente arraigado; falta de información y asesoramiento; dudas acerca de la
capacidad de comercialización y la rentabilidad; y el exceso de burocracia que comporta (Alonso Mielgo
et al. 2008; López García 2012a,b). A lo cual habría que añadir las fuertes resistencias de los servicios
técnicos y de investigación agrarios, ya sean públicos o privados, a considerar la opción ecológica,
generalmente ligadas al desconocimiento de las técnicas ecológicas (Wheeler 2008). Resistencias que
son transferidas a los productores a través de estos servicios técnicos y de las propias administraciones
agrarias.

2.3. Una propuesta de Extensión Rural Agroecológica

Han pasado ya más de cinco décadas de políticas activas en todo el planeta para la promoción de la
intensificación agraria en base a las técnicas de la Revolución Verde. En este tiempo, no solo se han
incrementado los problemas de hambre en el mundo, sino que han desaparecido millones de
explotaciones agrarias y cientos de millones de campesinos se han visto obligados a emigrar a las
ciudades, expulsados de las mejores tierras, que se han destinado a los cultivos de exportación. Los
impactos ambientales negativos de la agricultura industrial y globalizada son cada día más patentes,
desde el agotamiento de los suelos hasta el cambio climático, pasando por la contaminación y
agotamiento de las aguas continentales. Por ello, se hace necesario apoyar a aquellos agricultores y
ganaderos pioneros que, recuperando el conocimiento tradicional, están desarrollando nuevas prácticas
de agricultura sostenible en base a la agroecología.

Entendemos la Extensión Rural Agroecológica (ERA) como una propuesta metodológica para la
promoción de la Transición Agroecológica en diversas escalas de análisis. Dicha propuesta se basa en la
orquestación de metodologías de investigación procedentes de distintas disciplinas (sociales,
agronómicas y ecológicas) dentro del marco general de las metodologías participativas (MP); y
promueve transformaciones socioecológicas a través de la acción social colectiva y los procesos de
acción-reflexión-acción emprendidos con la población local, que permitan la liberación del potencial
agroecológico local.

La ERA articula las tres dimensiones de la agroecología en procesos integrales, promoviendo el


desarrollo participado de formas apropiadas de manejo de los recursos naturales, dentro del control
cultural de la población local (Dimensión ecológico-productiva); la recomposición de las economías y
formas sociales locales de manejo de los recursos naturales, así como las relaciones de la sociedad civil
con el poder político local (Dimensión socioeconómica y cultural); y la articulación de resistencias
sociopolíticas frente a la desaparición de la actividad agraria, así como alianzas horizontales que
permitan formas económicas y sociales alternativas al capitalismo, conectando los procesos locales con
escalas superiores de análisis (Dimensión sociopolítica).

La estrategia para la Transición Agroecológica en su dimensión ecológico-productiva consiste en la


ampliación de las funciones ecosistémicas por medio de la reintroducción de complejidad en la estructura
de los agroecosistemas, de cara a avanzar hacia una mayor sustentabilidad. Para ello, el estudio de las
formas tradicionales de manejo agrario resultan centrales, de cara a recuperar el conocimiento que, a lo
largo de miles de años, ha permitido a las sociedades campesinas tradicionales la producción de sus
medios de subsistencia, reproduciendo los recursos ecosistémicos que los generan, y a la vez
reproduciendo a la propia comunidad campesina, en aquellos casos en los que se han alcanzado grados
suficientes de sustentabilidad (González de Molina y Sevilla Guzmán 1993). En un contexto de cercanía
al pico mundial del petróleo (Hubert 1956; Fernández Durán 2008), la recuperación de los conocimientos
y tecnologías que permitieron a las poblaciones humanas producir en sistemas de base energética solar
se vuelve especialmente urgente.

Desde una visión agroecológica, “cuanto mayor sea la similitud estructural y funcional de un
agroecosistema a los ecosistemas naturales de su región biogeográfica, mayores serán las posibilidades
de que el agroecosistema sea sustentable” (Gliessman 2002). Siguiendo esta perspectiva de análisis
ecológico, Altieri (1999) propone reducir el uso de energía y recursos; emplear métodos de producción
que restablezcan los mecanismos homeostáticos del agroecosistema; fomentar la producción local y
Daniel López García

15
Centro Nacional de Educación Ambiental

adaptada al medio; y reducir costes y aumentar la eficiencia de los procesos. A su vez, Reijntjes et al.
(1995) proponen asegurar condiciones de suelo favorables; optimizar y equilibrar la disponibilidad y el
flujo de nutrientes; reducir las pérdidas debido a flujos (radiación solar, agua y aire) por medio del
manejo del clima y el control de la erosión; reducir las pérdidas por plagas y enfermedades, por medio
de la prevención y tratamientos seguros; y explotar la complementariedad y el sinergismo en el uso de
los recursos genéticos a través de un alto grado de diversidad funcional.

El diseño de agroecosistemas sustentables se convertirá en la herramienta central de la transición


agroecológica desde la dimensión ecológico-productiva. Dentro del mismo se integran conocimientos de
diversas disciplinas de las ciencias naturales (ecología, geología, hidrología, entomología, etc.), la
agronomía y las ciencias sociales, para construir un abordaje transdisciplinar del agroecosistema, que
sitúa la búsqueda de la eficiencia y la productividad ecológica por encima de la visión más simplista de la
búsqueda de productividad medida exclusivamente en términos monetarios (Norgaard 1994). En esta
tarea resultará central la introducción de biodiversidad inter e intra-específica, entendida en sentido
espacial (asociaciones de cultivos, setos, etc.) y temporal (rotaciones de cultivos, barbechos, abonos
verdes, etc.). Para ello, la recuperación de las variedades vegetales y razas ganaderas asociadas al
conocimiento tradicional campesino serán un recurso imprescindible, así como la materia prima para el
rediseño del agroecosistema. La integración agroganadera constituye otro elemento de gran
importancia, en relación con el manejo de la fertilidad, el correcto ciclaje de nutrientes y el
aprovechamiento multiusos de los agroecosistemas. Lo cual presenta importantes consecuencias en
cuanto al coste territorial de la sustentabilidad y a los servicios ecosistémicos generados (o no) por un
determinado manejo agrario.

Desde una perspectiva superior a las fincas individuales, el objeto de trabajo de la ERA se extiende a las
sociedades rurales. Su ámbito de acción, en el medio rural europeo y desagrarizado, es el conjunto de la
sociedad local, y por lo tanto desde su enfoque holístico incorpora objetivos no exclusivamente
productivos, como pueden ser la puesta en valor de la actividad agraria, la conexión de la comunidad
educativa con el sector agrario local, la salud vinculada a la alimentación o las condiciones laborales de
la fuerza de trabajo extranjera. Y trata de construir las condiciones sociales, económicas y políticas para
la reproducción social de las comunidades rurales, también en sus aspectos de carácter simbólico y
dentro de las trayectorias vitales de la población rural. Lo cual trasciende el ámbito de lo meramente
agrario.

Afirmamos la posibilidad de construir procesos de acción social colectiva agroecológica a partir del
potencial endógeno local. Para ello es necesario integrar en nuestra estrategia los aspectos subjetivos de
la sociedad local, tales como la identidad rural o el orgullo profesional agrario, con otros aspectos
materiales tales como las formas de manejo de los recursos naturales y la rentabilidad o las formas de
comercialización de las explotaciones agrarias (Figura 4). El equilibrio entre ambas componentes del
Potencial Endógeno -simbólica y material- resulta complejo, debido a la mayor urgencia que presentan
para los agricultores, las problemáticas y necesidades de carácter ecológico y económico. Sin embargo,
debemos prestar atención a cuestiones menos inmediatas en sus motivaciones de cara a la acción social
colectiva, como aquellas de carácter más subjetivo o simbólico o aquellas relacionadas con la
reproducción social de la comunidad. Ya que en el medio plazo será este contexto cultural o subjetivo el
que aportará las mayores resistencias al cambio.

El carácter multifuncional de la actividad y sus potenciales beneficios para el conjunto de la sociedad


local constituyen un elemento central a la hora de liberar el potencial endógeno local, tanto en su
componente simbólica -la actividad agraria como centro de la identidad y la cultura rurales- como en la
material -la producción y el paisaje agrarios como elementos dinamizadores de la economía local-. La
debilidad del sector agrario, ligada a la desagrarización del medio rural, nos obliga a buscar apoyos
amplios y un interés común más allá del sector agrario. Para ello, la idea de comunidad y la identidad
asociada a ella permiten liberar complicidades y sinergias fuera del sector agrario, que elevan el grado
de movilización y el alcance de los impactos generados. Por tanto, las propuestas de ERA alcanzan
también el terreno del Desarrollo Rural, articulando los diversos sectores económicos y las distintas
esferas de la sociedad local -económica, social, ecológica y cultural-, para construir un proyecto propio
de desarrollo local alternativo, o de alternativa al desarrollo.
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

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Figura 4. Estrategia de la Extensión Rural Agroecológica para la liberación del potencial agroecológico
local

La Dimensión socio-política de la Agroecología jugará a su vez un papel muy importante. Las propuestas
agroecológicas se caracterizan por ir, de alguna forma, en contra de las corrientes sociales dominantes;
y para generar transformaciones sociales estables es necesario conectar nuestra intervención con
espacios sociales alternativos en los que estas propuestas se puedan activar. En este sentido, la
conexión con el denominado Movimiento Social Agroecológico (Autoría Colectiva 2006; López García
2011) jugará un papel clave en el desarrollo de la Transición, por ejemplo en cuanto a la
comercialización del producto local. Y la conexión de algunos agricultores locales -aquellos con un
carácter más innovador- con el mismo facilitará transformaciones sensibles en su propia identidad como
agricultores y en su forma de entender la actividad agraria. En este sentido, la condición militante del
técnico y su conexión previa con estos tejidos sociales alternativos se ha revelado como una poderosa
herramienta de cara a la cristalización de las propuestas agroecológicas, más allá de su condición de
investigador (López García 2012).

2.4. El sujeto de la Transición Agroecológica

En el contexto de transformaciones constantes en el medio rural que hemos dibujado en el capítulo1,


cabe preguntarnos por el sujeto al que nos dirigiremos en proyectos de Extensión Rural Agroecológica.
En nuestra propuesta, este sujeto debe ser el conjunto de la comunidad rural, incluyendo a todos los
sectores y actores sociales que la habitan, para tratar de incorporar en nuestro enfoque la pérdida de
peso de lo agrario y aprovechar el potencial de multifuncionalidad de la actividad desde esta diversidad
de sujetos. La propuesta de procesos localizados -y no locales- sitúa nuestra propuesta en territorios
definidos, pero recogiendo la movilidad de los actores entre diferentes espacios rurales o urbanos, así
como las transformaciones en las propias identidades presentes en el medio rural actual.

En este escenario de desagrarización, sin embargo, optamos de forma explícita por poner al sector
agrario local en el centro del proceso de Transición Agroecológica, como forma de dotarlo de un
protagonismo singular y explícito. Hemos comprobado que la desarticulación -material y simbólica- del
sector dificulta en gran medida la reflexión y, mucho más allá, la articulación de propuestas e iniciativas
innovadoras de forma colectiva. Por ello, es necesaria la reconstrucción de espacios de encuentro
exclusivos para el sector en los que se aligere la carga subjetiva que le viene de fuera, como un sector
llamado a la desaparición, para permitir a la gente sentirse juntos y soñar juntos nuevos futuros
inmediatos posibles. Mientras se abre este paréntesis de tiempo para ser comunidad, ellos solos, los
agricultores y agricultoras, podrán hablar con sus palabras y con sus tiempos, nombrar las cosas en
colectivo, y generar las complicidades necesarias para soñar. Y más tarde serán capaces de expresar,
entre ellos/as y hacia afuera, sus juicios y sus propuestas, pero desde una posición renovada de
protagonismo de su propia existencia colectiva y desde la heterogeneidad que les atraviesa.
Daniel López García

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La propuesta agroecológica supone la puesta en cuestión del sistema agroalimentario industrial global, y
por lo tanto de las formas de vida y los manejos actuales de los agricultores convencionales. El manejo
agrario industrial y la identidad de empresarios agrarios constituyen factores culturales de peso en el
sector. Estos rasgos identitarios del sector agrario convencional toman cuerpo en tópicos como la
necesidad constante de incrementar la productividad, la supuesta eficiencia de los monocultivos o “tener
el campo limpio” de hierbas. Quizá por esto, la mayor parte de los productores “profesionales” se
mantendrán expectantes pero relativamente al margen de las propuestas agroecológicas. Y es posible
que muchos de ellos se sientan excluidos del proceso participativo si ven que el técnico o investigador
pone demasiado énfasis en las conversiones al cultivo ecológico. En otras ocasiones no es así, y es
precisamente la posibilidad de cambiar hacia una agricultura que suponen con más futuro lo que les
anima a participar en el proceso.

En cualquier caso, en espacios con agricultores convencionales se debe mencionar la agricultura


ecológica de forma cautelosa, y sin embargo podemos trabajar desde un primer momento desde un
enfoque profundamente agroecológico. De hecho, nuestros objetivos se dirigen más a la mejora de la
sostenibilidad en el sector agrario que a conseguir un número determinado de conversiones al cultivo
ecológico. Esto significa la posibilidad de avanzar en direcciones tan variadas como la reducción de
insumos convencionales; la elaboración de preparados fitosanitarios naturales a partir de la flora local; el
fomento en el uso de variedades agrícolas o razas ganaderas tradicionales; el compostaje y abonado con
residuos orgánicos locales, el fomento de actividades de transformación del producto agrario; o las
experiencias de comercialización directa. No obstante, siempre hay que tener en cuenta que los cambios
en el modelo productivo y comercial deben ser articulados y coherentes, para lograr incrementar la
sustentabilidad del proceso de transición agroecológica. Por ejemplo, un cambio hacia variedades o razas
tradicionales puede llevar al fracaso sin un cambio paralelo en el manejo de las mismas, así como en la
estrategia comercial.

El acercamiento de los productores hacia la agroecología se dará principalmente por intereses


económicos, en general ligados a los malos resultados con el manejo convencional. En algunos casos la
motivación vendrá frente a los problemas ambientales y de salud ligados al manejo industrial; los cuales
coinciden con un perfil de adoptadores tardíos (Padel 2001; López 2012). También pueden sentirse
atraídos por experimentos o propuestas que aporten soluciones prácticas a problemas de manejo que
ellos viven en sus cultivos.

La confrontación entre modelos convencionales y experiencias prácticas basadas en un manejo


agroecológico nos permitirá abrir el debate entre diferentes estrategias comerciales y productivas, en la
línea de los Styles of Farming (Ploeg y Long 1994), que desde una visión agroecológica van unidas. Los
debates con los agricultores en este sentido a menudo se van a plantear desde una perspectiva dual,
que trataremos de superar. Por un lado, los modelos industriales de producción que obtienen grandes
cantidades de pocos (o uno solo) productos, de baja calidad y diferenciación, que se destinan a canales
largos de comercialización en los que se perciben escasos márgenes comerciales por unidad de producto.
Por el otro, el modelo agroecológico que pone un menor acento en los rendimientos por hectárea, y
confiere más importancia a la diversidad y la calidad, con productos diferenciados (AE y a menudo
variedades locales), que se dirigen a canales comerciales cortos, en los que se percibe un mayor valor
añadido por unidad de producto (López García 2012b).

La centralidad que queremos darle al sector agrario no debe servir para esconder la heterogeneidad de
actores en el medio rural. Se hace necesario penetrar en esta diversidad para prevenir posibles
carencias o exclusiones en el diseño de los procesos de Transición Agroecológica, o posibles conflictos
que puedan surgir. También para romper la visión patriarcal del “agricultor” como hombre, nacido en el
entorno local, de mediana edad y agricultor a título principal, ya que esconde una realidad mucho más
abierta y directa. Encontraremos diversas respuestas frente a nuestras propuestas entre los agricultores
ecológicos y los convencionales; las mujeres o los hombres; los nativos, neorrurales o extranjeros; los
jóvenes, las personas maduras y los ancianos; o los agricultores a título principal (o “profesionales”) y
aquellos “a tiempo parcial”. En las siguientes líneas señalaremos algunos aspectos clave relacionados
con los actores que nos parecen más relevantes respecto a los procesos de Transición Agroecológica, sin
voluntad de realizar un análisis exhaustivo.

a) Las mujeres

En el caso de las mujeres, existen evidencias y un amplio acuerdo respecto a que la participación de las
mujeres en la alternativa agroecológica está siendo crucial, si bien están más documentadas en los
países del Tercer Mundo que en los países industrializados. En la Unión Europea hay pocos estudios
realizados, pero todos apuntan a que el porcentaje de mujeres ligadas a la producción y transformación
de alimentos ecológicos es superior al dedicado a las mismas tareas en la producción convencional.
Concretamente en España, según Sabaté et al. (2001) el porcentaje de mujeres titulares de fincas
convencionales en 1997 era de 24,6%, frente a las dedicadas a la producción ecológica que alcanzaba el
27,8%, llegando en CCAA como Asturias al 55,5%. Por sectores, las mujeres alcanzan mayor presencia
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

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en aquellos que previamente presentaban una cierta feminización como la ganadería y la horticultura
intensiva. Se trata de explotaciones generalmente pequeñas, intensivas, poco capitalizadas y con
elevado uso de mano de obra. A su vez, se observa un importante proceso de feminización ligado a los
procesos de transformación artesanal y comercialización en circuito corto; así como en el desarrollo de
actividades de Agroturismo relacionadas con el manejo ecológico (Guzmán et al. 2009).

El amplio potencial de las mujeres en la promoción de la agroecología en el medio rural choca, sin
embargo, con su papel subordinado en el sector agrario. Éste se muestra en la invisibilización de su
trabajo detrás de la categoría de “ayuda familiar”, o en el escaso impacto obtenido con la aprobación de
la “Ley de Titularidad Compartida en las Explotaciones Agrarias” 8. Desde una perspectiva más
estructural, la doble (o triple) carga de trabajo de las mujeres rurales, en las que recae el trabajo
doméstico y de cuidados con casi total exclusividad, dificulta en gran manera su participación en asuntos
públicos, y lastra su potencial de emprendimiento. Por ello, y porque la masculinización ha sido señalada
como uno de los principales limitantes para la reproducción social del sector agrario, será necesario
incorporar el enfoque de género como aspecto central en los procesos de Transición Agroecológica. Ello
se hará a través de la transversalización del enfoque en todo el proceso 9: poner recursos continuados
para asegurar el acceso de las mujeres al mismo en todo momento. A su vez, como actor subordinado,
será necesario diseñar espacios y momentos específicos para la participación y empoderamiento de las
mujeres en todo el proceso, y para recoger sus aportaciones específicas. Un ejemplo de ello se puede
ver en Guzmán et al. (2009).

b) La población extranjera

Otro actor subordinado en el sector agrario es la fuerza de trabajo extranjera. En 2011, alrededor del
50% de los peones agropecuarios afiliados a la Seguridad Social en España eran extranjeros (OOSPEE
2012); porcentaje que sería mucho mayor si existiesen datos sobre el trabajo no registrado. Los
procesos de modernización han venido acompañados por la sustitución de la autoexplotación del trabajo
familiar por trabajo asalariado aportado por población extranjera, más barato y flexible (Martín 2002).
Así, la presión de los mercados globales sobre los empresarios/as agrarios se transmite hasta el eslabón
más débil de la cadena: los trabajadores/as extranjeros.

La fuerza de trabajo agrario en España se ha visto históricamente sometida a una discriminación social
que se ha reflejado en la misma normativa laboral, diferenciada del resto de los sectores por su visión
asistencial. Esta discriminación se suma a la que introduce la legislación de Extranjería, situando a la
fuerza de trabajo extranjera en el sector agrario en una situación de doble fragilidad (López y Varela
2008). El resultado es un incremento importante de la marginalidad en las comarcas agrarias y una
fuerte desigualdad social entre nativos y extranjeros. La marginalidad general de la actividad agraria en
el medio rural supone problemáticas específicas de indefensión por parte de las personas extranjeras, y
de una mayor desorientación y desorganización por parte de los agricultores. Esta marginalidad sitúa las
relaciones laborales en la agricultura en condiciones de invisibilidad e irregularidad, alimentadas también
por el racismo social e institucional. En todos estos escenarios la conflictividad social está servida.

La fuerza de trabajo extranjera, en todo caso, resulta hoy en día imprescindible para el sector agrario
español y un elemento constitutivo del medio rural, a pesar de su elevada tasa de movilidad (Camarero
et al. 2009). Por ello, antes de que la fragilidad de su situación se convierta en fuente de conflictos,
abordar esta problemática puede ser un importante disparador de procesos de Transición Agroecológica,
si conseguimos avanzar en la superación de estos conflictos potenciales (López García 2012a).

8
Tras un año de la entrada en vigor de la Ley, en enero de 2013 tan solo 29 explotaciones se habían
acogido al nuevo estatuto de Titularidad Compartida en todo el territorio español. Para más información
consultar:http://www.magrama.gob.es/es/desarrollo-
rural/temas/igualdad_genero_y_des_sostenible/titularidad_compartida/
9
Para la Organización Internacional del Trabajo, "Transversalizar la perspectiva de género es el proceso
de valorar las implicaciones que tiene para los hombres y para las mujeres cualquier acción que se
planifique, ya se trate de legislación, políticas o programas, en todas las áreas y en todos los niveles. Es
una estrategia para conseguir que las preocupaciones y experiencias de las mujeres, al igual que las de
los hombres, sean parte integrante en la elaboración, puesta en marcha, control y evaluación de las
políticas y de los programas en todas las esferas políticas, económicas y sociales, de manera que las
mujeres y los hombres puedan beneficiarse de ellos igualmente y no se perpetúe la desigualdad. El
objetivo final de la integración es conseguir la igualdad de los géneros."
http://www.ilo.org/public/spanish/bureau/gender/newsite2002/about/defin.htm
Daniel López García

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c) Juventud

Como ya sabemos, la falta de relevo generacional es uno de los principales limitantes para la
reproducción social del sector agrario. Además de la pérdida de rentabilidad, uno de los principales
problemas que encuentran las personas jóvenes que quieren instalarse en el sector es el acceso a la
tierra. Cuando provienen de familia agraria, debido a que la jubilación de los progenitores se realiza
cuando los hijos tienen ya una edad muy avanzada, y a menudo los progenitores mantienen el control
de la explotación hasta mucho después de jubilados. En el caso de personas sin patrimonio, el acceso a
tierra e infraestructuras estables resulta muy difícil, ya que en el mercado de compraventa nos
encontraremos con precios no accesibles para rentas agrarias. Por ello resulta central el desarrollo de
acciones que faciliten el acceso a la tierra y al resto de recursos productivos (agua, maquinaria,
conocimientos, etc.) 10.

Pero muchos de los retos para la instalación de jóvenes agricultores/as se sitúan en un plano vivencial y
subjetivo. De hecho, los jóvenes que tienen que esperar a heredar una explotación sufren la
marginalidad de la actividad agraria, y a la vez deben esperar un tiempo incierto para poder disfrutar de
la incierta titularidad de una explotación. Por ello se hacen necesarias actividades de puesta en valor de
la actividad agraria que permitan superar este estigma para los jóvenes de familias agrarias. Y también
diseñar actividades en las que fomentemos la sociabilidad entre jóvenes agricultores y agricultoras, en
las que se sientan protagonistas y puedan compartir sus deseos y las soluciones que encuentran frente a
su situación.

d) Neorrurales

Otro actor señalado en la literatura sobre las “nuevas ruralidades” y los estudios sobre conversión a la
agricultura ecológica son los neorrurales. El fenómeno neorrural ha sido una constante en nuestro
territorio desde los años 70, con un goteo permanente de jóvenes urbanos que se instalan en el medio
rural. Este goteo se ha fortalecido en las épocas de crisis económica -principios de los 80, o la época
actual-, que se vuelve más sensible en contextos urbanos (Fernández Durán 2008). Con este trasvase
de gente el medio rural se enriquece con las culturas sociales y económicas de los inmigrantes urbanos.

Si bien no todos los neorrurales desarrollan su actividad en el sector agrario, si se puede decir que
cuando lo hacen suelen hacerlo en la agricultura ecológica. Las redes sociales que los neorrurales
mantienen en las ciudades están suponiendo, a su vez, un importante apoyo para establecer circuitos
cortos de comercialización para las producciones ecológicas rurales, así como nuevas estructuras
colectivas de concentración de la oferta para los productores ecológicos. Sin embargo, la importancia
cualitativa de los neorrurales no se corresponde con su importancia cuantitativa, ya que son las
explotaciones rurales “autóctonas” las que poseen la tierra, y por tanto las que presentan un mayor
potencial para una Transición Agroecológica en gran escala.

Como gran parte de los técnicos e investigadores agroecológicos son de procedencia urbana, para ellos
existirá un sesgo cultural que les llevará a relacionarse con más facilidad con los neorrurales que con
rurales “autóctonos”. A su vez, las iniciativas neorrurales emprenderán los cambios con mayor facilidad
al instalarse en la actividad desde cero, y no tener que transformar fincas, pautas culturales y
estructuras socio-económicas preexistentes. Por eso debemos ser cuidadosos frente a la inercia de
trabajar con agricultores neorrurales que podrán responder más favorablemente a nuestras propuestas
que aquellos “autóctonos”. Se trata de poner en juego el potencial de cada actor presente para la
Agroecología, pero tratando de poner contrapeso a las inercias y sesgos que iremos encontrando. Por
otra parte, los responsables y técnicos de instituciones locales deben evitar recelos y considerar a los
neorrurales como actores importantes y deseables en el proceso de transición agroecológica; sobre todo
en el ámbito de la transformación y el desarrollo de canales cortos de comercialización.

3. LAS METODOLOGÍAS PARTICIPATIVAS PARA LA EXTENSIÓN AGROECOLÓGICA

Desde la propuesta transformadora de la investigación agroecológica cabe preguntarse cómo dinamizar


las dos componentes de la ruralidad -material y simbólica- para restaurar flujos ecológicos sostenibles
en los agrosistemas, reforzar la emergencia de nuevas identidades y movimientos sociales rurales, y
rehabilitar la actividad agraria como motor de la Transición Agroecológica en el medio rural. Del cruce de
estos dos planos de la investigación agroecológica -material y simbólico- surge precisamente la acción
social colectiva, que requiere de ambos y a su vez los une. Surge por tanto un tercer plano de
intervención alrededor de las redes sociales rurales, ya que éstas constituirán la materia prima para la

10
Para una revisión de proyectos que facilitan el acceso a la tierra en el Estado Español, ver López
García 2012c.
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

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Transición Agroecológica. Este nuevo plano nos lleva al análisis microsocial de los procesos que se dan
dentro de una comunidad rural, ya que éstos no son grupos homogéneos, sino que presentan sus
propias estructuras internas de dominación/subordinación, conflicto y alianzas entre actores diversos.

3.1. Crear conocimiento con la gente y para la gente

La agroecología se basa en las Metodologías Participativas de Investigación-Acción como herramienta


central de trabajo (Guzmán Casado et al. 2000). Las metodologías participativas han desarrollado
propuestas que tratan de incorporar la complejidad de las relaciones sociales en su enfoque,
especialmente en relación con la inequidad en los sistemas sociales, para generar soluciones colectivas a
los problemas cotidianos en el medio rural. Desde hace décadas se viene desarrollando una corriente de
investigaciones participativas basadas en un enfoque de comunidad y orientadas a la acción, que recoge
trabajos en este sentido en todo el planeta 11. Estas propuestas participativas ponen el acento en las
relaciones entre actores sociales, ya que es más fácil transformar las relaciones entre los sujetos que los
sujetos en sí (Villasante 2006).

Este desplazamiento en el centro de atención de la investigación participativa permite superar


situaciones de bloqueo social, mediado por las relaciones de poder que se dan en un contexto dado, ya
que el cambio tecnológico y las formas de manejo de los agroecosistemas se encuentran fuertemente
atravesados por las relaciones de poder que se dan en el sistema agroalimentario (Scoones y Thompson
1994; Bell et al. 2010). El enfoque basado en la comunidad nos permite transitar entre las distintas
escalas de análisis de la Transición Agroecológica: de la finca, donde se realiza normalmente la
investigación, a la sociedad mayor, donde se generan normalmente las soluciones desde un enfoque
sistémico (Dalgaard et al. 2003).

La perspectiva de las redes sociales dibuja una estrategia integral de intervención para la transición
agroecológica a partir de las metodologías participativas, articulando técnicas procedentes de diversas
disciplinas y perspectivas de investigación. Entre ellas se aplican técnicas propias de la investigación
agronómica como la Investigación Participativa en Finca (Farrington y Martin, 1987) y el Diagnóstico
Rural Participativo (DRP) (Chambers 1983, 1992) 12. También se incorporan herramientas de la ecología,
como aquellas relacionadas con la ecología de cultivos (Gliessman 2002) y el rediseño de
agroecosistemas (Altieri 1999), o marcos de análisis de sustentabilidad como el MESMIS (Astier et al.
2008). Y desde las ciencias sociales se integra la socio-praxis (Villasante 2006), como armazón
metodológico central; las técnicas etnográficas para la recuperación del conocimiento tradicional
campesino; y las técnicas de dinamización social originarias de la sociología aplicada, como la animación
sociocultural o la Educación Popular a partir de autores como Paulo Freire u Oscar Jara. Nos dotamos así
de una gran variedad de herramientas que, dentro del armazón participativo y desde una perspectiva
transformadora, nos permitirán emprender el proceso de Transición Agroecológica con gran
adaptabilidad e integralidad.

Figura 5. Principales metodologías para la Transición Agroecológica, según las dimensiones de la


Agroecología

11
Por ejemplo, Rajesh Tandon (2000) en la India; Park et al. (1993) en USA o Villasante et al. (2000)
en el mundo Iberoamericano.
12
Ver apartado 3.3.
Daniel López García

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Las metodologías participativas (MP), en el contexto europeo o postindustrial, han sido desarrolladas
especialmente en contextos urbanos; y aunque se han desarrollado herramientas metodológicas
participativas para el medio agrario (como el Diagnóstico Rural Participativo y otras), estas han sido
aplicadas sobre todo en Latinoamérica y Asia. La agroecología incorpora al proceso participativo la
economía local (en su sentido más amplio) y las formas de manejo de los ecosistemas como elementos
centrales, lo cual aporta nuevas dificultades al ampliar y complejizar el ámbito de intervención respecto
a las MP en medio urbano. Sin embargo permite una mayor integralidad de la intervención, ya que las
MP aplicadas a la Transición Agroecológica intentan promover el cambio económico, alcanzando a su vez
la esfera de lo tecnológico. El escaso peso de las economías de subsistencia y la debilidad de las
expresiones sociales y culturales tradicionales campesinas en las sociedades rurales europeas actuales
define importantes diferencias respecto al contexto latinoamericano, en el que lo campesino aun
muestra una gran presencia y vitalidad.

El objetivo de las MP es generar un conocimiento liberador que parte del propio conocimiento popular y
que explica su realidad globalmente (enfoque sistémico), con el fin de iniciar o consolidar una estrategia
de cambio (procesos de transición), paralelamente a un crecimiento del poder político de los sujetos de
la investigación. Con ambos objetivos pretendemos, en definitiva, alcanzar transformaciones positivas
para la comunidad a nivel local, y a escalas superiores en cuanto que es capaz de conectarse con
experiencias similares (a través de la creación de redes) (Fals Borda 1991). Las MP pretenden superar la
barrera entre investigador/a (sujeto) e investigado (objeto de estudio), a fin de implicar a la población
local en la propia investigación, en la definición de sus propias problemáticas y las líneas de acción para
superarlas, y más tarde en la implementación de esas líneas de acción.

En nuestra propuesta participativa nos apoyaremos en diferentes propuestas que han sido desarrolladas
a lo largo del siglo XX, a menudo en interacción con los movimientos sociales o con la aplicación de las
teorías sociales emancipadoras. En este sentido, las diversas propuestas participativas abarcan desde
procesos personales, individuales o “micro” (de onda corta); hasta los procesos relacionados con la
transformación de la Sociedad Mayor o “macro” (de onda larga). Villasante (2006) describe y ordena las
fuentes de las MP en función de estos dos parámetros (escala de análisis o “longitud de onda”; y fases
históricas de desarrollo), para establecer un marco teórico completo de las MP, tal y como se muestra en
la Tabla 2. Será este marco el que nos servirá de referencia para establecer nuestro repertorio
metodológico.

FASES/ONDAS Onda corta: personas Onda media: grupos- Onda larga:


y grupos comunidades comunidades
sociedad
Años 70-80: ANALIZADORES ESTRATEGIAS ACCIÓN-
Primeros SITUACIONALES SUJETOSUJETO: REFLEXIÓNACCIÓN:
desbordes prácticos INSTITUYENTES: G. K. Lewin, O. Fals Borda, A. Gramsci, A. Sánchez
Debord, R. Lourau, F. C.R. Brandao, Colectivo Vázquez, M. Sacristán,
Guattari, I.F. de Castro IOE B. Pearce, F.F. Buey
Años 80-90: Saltos PARADIGMA DE LA CONJUNTOS DE CRÍTICA LINGÜÍSTICA
por la complejidad COMPLEJIDAD: Von ACCION Y ANÁLISIS DE PRAGMÁTICA: Bajtin, J.
Foerster, H. Maturana, REDES: N. Galtung, F. Jameson, J.
L. Margulis, F. Capra Elias, E. Bott, E. Dabas, Ibáñez, G. Abril
L. Lomnitz, T.R.
Villasante
Años 90-2000: PROCESOS CON SUSTENTABILIDAD Y PLANIFICACIÓN
Construcción de GRUPOS RECURSOS ESTRATÉGICA
esquemas OPERATIVOS: W. INTEGRALES: SITUACIONAL: M. Max
colectivos Reich, F. Varela, R. J.M. Naredo, J. Martínez Neef, C. Matus, J:L:
Penrose, E. Pichón Alier, R. Chambers, I. Coraggio, L.E. Alonso
Riviere, M. Sorin Thomas, M. Ardón, E.
Sevilla
Actuales: DESBORDES Y DEMOCRACIAS PLANIFICACIÓN
Acompañar REVERSIONES PARTICIPATIVAS Y ESTRATÉGICA
movimientos POPULARES: (ECO)ORGANIZADAS: SITUACIONAL: M. Max
alternativos Movimiento de los Sin Mujeres Chipko, V. Neef, C. Matus, J:L:
Tierra, P. Freire, S. Shiva, E.F. Keller, D. Coraggio, L.E. Alonso
Marcos-EZLN, J.L. Juliano, J.L. Sampedro
Rebellato, J. Ibañez

Tabla 2. Fuentes teóricas y prácticas de las metodologías participativas desde la Sociopráxis


(Villasante 2006)

En las MP el objeto sobre el que se interviene pasa a ser sujeto de la intervención, ya que es la
población local la que investiga, o más bien se investiga a sí misma, y la que define qué es lo que hay
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

22
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que investigar, cómo y especialmente para qué. Las MP “no rechaza(n) el papel del especialista [...] pero
sí plantean el para qué y el para quién de la investigación como primer problema a resolver, rechazando
que la devolución del saber obtenido quede en exclusiva para el cliente que contrata” (Alberich 2000).
En este caso, el investigador o el técnico pasan a ser “dinamizadores” (Chambers, 1992) de los procesos
de investigación agroecológica, al acompañar a la población local en ellos, más que analizarla para
extraer un conocimiento que pasará a circular por otros espacios sociales ajenos a aquellos en los que la
información se ha generado.

Trataremos de ciertas técnicas participativas de cara a construir nuevas formas de conocimiento, desde
la praxis cotidiana y desde el reconocimiento de la asimetría entre investigador e investigado (o entre
extensionista y agricultor), ya que es el investigador quien prepara el espacio y dispone las técnicas a
implementar. A partir de técnicas diseñadas a tal efecto perseguimos desbordar los posicionamientos
previos hacia procesos de creatividad social que superen los problemas o situaciones de bloqueo en los
procesos de desarrollo local, y que construyan un conocimiento popular orgánico. Para Villasante (2006)
nuestro objetivo es “poder transformar situaciones heredadas no sólo con la práctica, sino con la
reflexión sobre esa práctica”.

3.2. Un enfoque participativo orientado hacia la comunidad

Villasante (2006) propone incorporar el concepto de los conjuntos de acción, que consisten en grupos de
personas o entidades con intereses comunes y capacidad para condicionar o intervenir de forma
conjunta sobre las situaciones y procesos analizados, en cuya conformación se cruzan redes de
confianza y de medios en común, condicionantes de clase o grupo social, y posiciones ideológicas (Martín
Gutiérrez 2000; Villasante 2006). El concepto presenta un carácter dinámico y relacional, y pone el
acento en los vínculos que se establecen entre personas y redes sociales frente a determinadas
realidades o procesos sociales. Al considerar los conjuntos de acción pasamos de la centralidad de los
sujetos a la de las relaciones y alianzas estratégicas entre éstos, a fin de transformar la realidad que
viven, ya que entendemos el poder precisamente como una configuración determinada de relaciones
entre sujetos, si bien dinámica y por lo tanto susceptible de ser transformada (Ídem.). Esta estrategia
participativa basada en los conjuntos de acción es denominada “Socio-práxis”, y ha sido desarrollada por
Tomás R. Villasante y otros autores agrupados en torno a la Red Ciudadanía y Medio Ambiente (Red
CIMAS) 13. Estos autores la plantean como una evolución específica a partir de la Investigación Acción
Participante (Fals Borda et al. 1991).

Desde la perspectiva de las redes sociales y las relaciones entre conjuntos de acción se proponen
procesos reversivos, de cara a transformar las problemáticas dadas en un contexto determinado. El
estilo reversivo trata de superar las formas duales (“si” o “no”) desde las cuales se plantean usualmente
los debates en la vida cotidiana y aún en la ciencia social, hacia una mayor complejidad de alternativas
que permitan situarlos en un plano emergente y práctico que supere el enfrentamiento paralizante entre
posiciones polarizadas (Galtung 2004; Villasante 2006). Los procesos reversivos cuestionan los
parámetros desde los que se plantean los conflictos para abrirse a la creatividad de fórmulas o
planteamientos no previstos en los términos duales iniciales (Hernández et al. 2002; Hernández 2010).
Recoge propuestas alternativas, si bien minoritarias, que permiten desbordar el contexto a través de la
creatividad social y de la reconfiguración del problema. Ya que pequeñas variaciones en la forma de
plantear las informaciones “pueden hacer variar sustancialmente los caminos a recorrer en el mismo”
(Villasante 2006).

Figura 6. Esquema de la tetrapráxis: “posiciones de afinidad de los actores y posibles conjuntos de


acción”. Hernández et al. 2002

13
http://www.redcimas.org/
Daniel López García

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Para superar los conflictos planteados como polaridades, Hernández et al. (2002) plantean organizar los
discursos presentes, o los actores que los emiten, en cuatro posturas (Figura 6). Estas cuatro posturas
definen relaciones entre ellas, y estrategias en la forma de relacionarse con cada una de ellas desde el
dinamizador, ya que “la cosa es como no enfrentarse frontalmente, sino acumular alianzas para aislar a
los “antagónicos”, desbordando el eje dominante” (Villasante 2006). No se trata de aislar a los conjuntos
de acción opuestos dentro del mapa social local, sino de aislar sus discursos y evidenciar sus propias
contradicciones internas, aquellas que están bloqueando la superación de las problemáticas en debate.

Podríamos hablar de un principio de “grado de conflicto óptimo” en la tensión que necesariamente


introduce en la sociedad local la propuesta de la Transición Agroecológica. Este óptimo permite enfrentar
los bloqueos y avanzar hacia su superación o desborde, sin llegar a abrirlos por completo, mediante
mecanismos de reversión de la realidad. El grado óptimo de tensión podría estimarse a través de la
carga o descarga del proceso participativo, lo cual tendría una dimensión cuantitativa u horizontal: si se
incorporan nuevos actores al proceso; y otra dimensión cualitativa o vertical: si se profundiza en el
análisis y se avanza hacia la incorporación de contenidos más integrales o estructurales que los dolores
planteados inicialmente por la población. La descarga del proceso puede ocurrir en la población “de a
pie”, que al elevarse el grado de conflicto entre conjuntos de acción siente amenazadas sus redes
sociales y a través de ello sus propios intereses y, por tanto, se retira del proceso o elude la discusión de
determinados temas. Y también puede ocurrir cuando las instituciones o los conjuntos de acción más
poderosos, que a menudo defenderán el statu quo frente a cualquier cambio, sienten amenazados por
parte del proceso participativo sus intereses. Ello puede llevar al veto de determinados temas de
discusión; negar recursos públicos; o utilizar su influencia sobre las redes sociales para bloquear
determinadas acciones.

Para implicar a la población local en el proceso es necesario identificar las problemáticas principales
presentes en la realidad subjetiva local, lo que se ha denominado dolores: aquellos conflictos percibidos
de forma explícita por el sujeto colectivo, y que constituyen demandas concretas de transformación de la
realidad social percibida (Villasante 2006). Estos “dolores” suelen estar imbuidos por valores
asistencialistas -esperar que la autoridad competente solucione los problemas-, y suelen partir de
visiones superficiales de la realidad, al remitirse a efectos y no a causas de las problemáticas. A partir de
ellos, en la socio-praxis pretendemos saltar, a través del análisis reflexivo con la población local, de los
temas sensibles -o “dolores”- a los temas integrales: aquellos que engloban aspectos más complejos y
profundos de la realidad que se vive, y que abren vías creativas de transformación de la misma, ya sea
por la óptica de su formulación concreta o por las conexiones que establecen entre distintas ideas (Martí
2000). El paso de los temas sensibles a los temas integrales se sitúa en el centro de nuestra propuesta
participativa, precisamente por la necesidad de reconceptualizar la realidad desde enfoques creativos,
para desbordarla hacia la superación de los conflictos en juego.

3.3. Distintos enfoques participativos para una agricultura sostenible

El enfoque participativo basado en la comunidad nos servirá de armazón conceptual y metodológico para
el diseño de procesos participativos de Transición Agroecológica. Dentro de esta estructura general
aplicaremos diferentes técnicas o herramientas específicas de lo agrario, adaptándonos a cada ámbito
concreto de trabajo. Debemos señalar que la propuesta que planteamos en el presente texto parte de
una perspectiva exterior a la comunidad rural en la que se va a trabajar, y por lo tanto está determinada
por esta condición. Sin embargo, las fuentes teóricas y metodológicas en las que nos basamos están
diseñadas para ser aplicadas desde distintos posicionamientos -fuera o dentro de la comunidad rural- y
objetivos.

En las páginas que siguen pretendemos realizar un breve esbozo de algunas de estas fuentes
principales. El conocimiento de estas fuentes debe servirnos para matizar las afirmaciones realizadas
hasta el momento, así como para adquirir un amplio abanico de referencias metodológicas que vaya
completando nuestra “caja de herramientas” para la Transición Agroecológica. Trataremos, en todo caso,
de contextualizar en su momento histórico y su territorio las familias metodológicas que presentaremos
a continuación. Ello nos debe servir para calibrar las eventuales adaptaciones a realizar de cara a
procesos situados en el contexto rural de sociedades postindustriales como la española.

a. El Movimiento “de Campesino a Campesino”

El Movimiento “Campesino a Campesino” surge en la década de 1980 del encuentro de poblaciones


indígenas/rurales guatemaltecas y mexicanas en programas de conservación de suelos en ladera,
adónde habían sido desplazados las poblaciones indígenas en Guatemala. Crean la primera “Escuela
abierta de Conservación de suelos y aguas” en sus fincas frente a los efectos perniciosos de la
agricultura intensiva; y con el primer programa municipal de la Escuela se invitó a agricultores de
cooperativas sandinistas de la Nicaragua revolucionaria a compartir la experiencia (Holt-Giménez,
2008). Los invitados, a su vuelta a Nicaragua, realizaron en 1986 el primer taller “de Campesino a
Campesino” en el país, inventando el término para autodefinirse como un movimiento de pequeños
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

24
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agricultores promoviendo la agricultura sustentable. Para Holt-Giménez (Ídem.) “el Movimiento resiste a
la mercantilización que degrada la ecología y destruye el bienestar social, la tierra, el agua y la
diversidad genética, y asegura los derechos de los pequeños agricultores para determinar una
posibilidad más equitativa y sustentable para el desarrollo agrícola”. Afirma que el movimiento
“Campesino a Campesino” es mucho más que un conjunto de proyectos y técnicas: es parte de un
proceso de cambio social desde el terreno de los actores -campesinos- que implica a cientos de miles de
personas y más de cien organizaciones de base en América Latina.

En primer lugar vino la experimentación, en pequeñas parcelas de algunos campesinos más


innovadores, de nuevos sistemas muy sencillos para la conservación del suelo y la humedad
(abancalado y elaboración de compost). Con el éxito inicial, otros campesinos reclamaron su ayuda para
adoptar las nuevas técnicas, para lo cual fue necesario además profundizar en los aspectos técnicos y
ecológicos de las innovaciones, desde una perspectiva que hoy llamaríamos “agroecológica”. Así, con un
poquito de teoría y mucha acción, se extendían las redes de apoyo mutuo entre indígenas y campesinos
para una agricultura sustentable. Una combinación constante de entrenamiento práctico y técnico,
talleres dirigidos por los campesinos, visitas entre campesinos, visitas al campo y ferias de conservación
de la tierra, extendieron el nuevo conocimiento a lo largo del área. A esto, siguieron talleres sobre la
administración cooperativa, la industrialización y la comercialización, los cuales les permitieron
desarrollar nuevas formas de vender sus productos.

El Movimiento realizó una apropiación del enfoque de formación de líderes locales propio de la
Transferencia de Tecnologías de la Revolución Verde. Pero en este caso, la transferencia no era vertical -
desde el técnico que posee el conocimiento al campesino que no lo posee-; sino que era horizontal,
entre campesinos e indígenas. Aplicaron el esquema que propone Freire en “La Pedagogía del Oprimido”
(1970) de educador-educando/educando-educador para ilustrar el modelo de pedagogía horizontal
aplicado en el educación de adultos. Y su objetivo no era la introducción de tecnologías externas que
requerían de recursos que los campesinos no tenían, sino la mejora en el uso y la conservación de los
recursos locales, de cara a conseguir producciones óptimas. Más allá de ser un método para la
transferencia de tecnologías apropiadas, es el reflejo de un intercambio cultural profundo, a través del
cual se genera y comparte la sabiduría.

Campesino a Campesino se alimenta de los principios básicos de las propuestas extensionistas que
Roland Bunch (1985) denominó “desarrollo centrado en la gente”:

• Motivar y enseñar a los campesinos a experimentar.


• Obtener y utilizar el éxito rápido y reconocible.
• Usar tecnologías apropiadas a los recursos y culturas locales.
• Empezar con pocas y bien escogidas técnicas.
• Formar a campesinos promotores.

La propuesta pone el acento en la simplicidad de las tecnologías y el avance lento y progresivo en su


complejidad. De esta forma, las capacidades humanas y la base tecnológica se van desarrollando a
ritmos compatibles y se refuerzan recíprocamente. La metodología aplicada por el movimiento se basa,
además, en el lenguaje oral, ya que gran número de los participantes, incluso de los promotores, no
saben leer ni escribir. Holt-Giménez (2004) asegura que “el movimiento había desarrollado una
metodología sofisticada que, aunque no se hubiera escrito, permitía a los campesinos aprender y aplicar
conceptos de agroecología al desarrollo sustentable de la agricultura”.

El Movimiento Campesino a Campesino ha desarrollado una “Canasta básica” de técnicas que incluyen
demostraciones, juegos y actividades grupales (visitas de intercambio entre grupos de campesinos,
sociodramas, canciones, poemas, historias folklóricas, etc.) para enseñar una serie de temas
agroecológicos (experimentación en pequeña escala, diversidad-estabilidad, fertilidad, manejo integral
de plagas, etc.). El contenido de esta canasta básica se puede adaptar a cada contexto físico concreto, al
calendario agrario o a las habilidades y recursos del grupo promotor en cada caso. Sin embargo, siempre
reproduce una secuencia de tres fases: problematizar, experimentar y promover (Holt-Giménez 2008):

• Problematizar: Los campesinos aprenden conceptos básicos de agroecología preguntándose en


grupo: ¿cuáles son los factores que limitan la producción? y ¿cuáles son los riesgos ecológicos
en la tierra y en las cuencas? Los campesinos analizan las causas de los problemas más
comunes y consideran las posibles soluciones.
• Experimentación: Los campesinos diseñan experimentos para evaluar las posibles alternativas
para abordar un problema, aprendiendo a formular hipótesis de trabajo. Realizan observaciones
dirigidas, apegadas a los hechos y toman medidas precisas. Se concentran en realizar
comparaciones válidas e imparciales, al controlar las variables del experimento y realizan
experimentos en grupo, compartiendo los resultados.
• Promoción: Los campesinos aprenden a organizar y realizar talleres de aprendizaje y días de
campo; también aprenden diferentes técnicas para promover el aprendizaje agroecológico y
Daniel López García

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desarrollar sus habilidades de comunicación en grupo. El objetivo es compartir el conocimiento


sobre técnicas para el adecuado manejo del suelo y la conservación del agua, la fertilidad de la
tierra, el manejo integral de las plagas, etc.

Estas metodologías suponen una propuesta para la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones
campesinas que “no abarca únicamente los planos tecnológico, metodológico o político, sino que busca
pasar a otras etapas de desarrollo con el fin de difundir la agricultura sostenible a mayor escala,
considerando su dimensión social, económica, cultural y política, potenciando los lazos de solidaridad y
reciprocidad de los campesinos, y rescatando los conocimientos y la cultura local” (Espigas 2006).

Se basan en el protagonismo del campesinado para el intercambio y construcción de tecnologías


apropiadas; en la búsqueda de la horizontalidad y el crecimiento del poder -en cuanto poder-hacer-de
las sociedades campesinas por medio de la sencillez de las técnicas -no basadas en lenguaje escrito- de
análisis y de las soluciones propuestas; la centralidad de los aspectos prácticos sobre los teóricos; los
recursos locales; los lazos sociales y la centralidad de las relaciones de género y, en concreto, de la
mujer (Ídem.).

b. El Diagnóstico Rural Participativo (DRP) o Participatory Rural Appraisal (PRA)

El Diagnóstico Rural Participativo surge a finales de los años 80 como evolución del Diagnóstico Rural
Rápido (DRR), a partir de los trabajos de Robert Chambers y otros investigadores del Institute of
Development Studies (Brighton, Reino Unido). En su clásicos textos 14, Chambers relata cómo sus
investigaciones acerca de las prácticas extensionistas en países del sur Global (especialmente Asia y
América Latina) les llevan a plantear una alternativa a lo que denominaron el “turismo de desarrollo
rural”. Criticaron las prácticas extensionistas en países “en vías de desarrollo” como prácticas de
invasión cultural, ejecutadas por técnicos e investigadores “outsiders” (forasteros) cuyo único objetivo
es extraer información de las comunidades rurales a través de costosos programas de investigación, y
mediante técnicas poco operativas.

El Diagnóstico Rural Rápido surge como alternativa a la denominada “investigación de cuestionario” y


supone un conjunto de técnicas rápidas, con un enfoque participativo, para extraer información
significativa de cara a la mejora del manejo agrario. A partir del DRR, Chambers (1994) define la
propuesta del DRP como “una familia de enfoques y métodos para permitir a las comunidades rurales
compartir, mejorar y analizar el conocimiento de sus condiciones de vida, para planificar y actuar”. El
DRP sitúa el conocimiento campesino en el centro de la estrategia del desarrollo rural; y su foco de
atención se centra en el diagnóstico de los recursos locales y su manejo. Su objetivo último está en el
empoderamiento de las comunidades campesinas a través del fortalecimiento y la construcción de un
conocimiento compartido, desde las relaciones Sur-Sur.

El DRP propone optimizar los recursos de investigación en base al equilibrio entre la fidelidad a la
realidad, la cantidad y calidad de datos manejados, su relevancia y exactitud y la temporalización de los
procesos (Chambers 1992). Para ello propone los principios de ignorancia óptima -no conocer lo que no
es necesario conocer- y de imprecisión apropiada -no medir con más detalle del necesario-. A su vez, de
cara a un acercamiento complejo y fiel a la realidad de estudio, pone el acento en la triangulación de
métodos de investigación -estudiar los mismos hechos mediante distintas técnicas- y a la diversidad y
riqueza de la información -en cuanto a actores y formatos de obtención de información, pero también en
cuanto a la búsqueda de contradicciones, anomalías y matizaciones-.

Bajo la denominación de DRP incluimos un conjunto amplio y flexible de técnicas de investigación, que
en último término pretenden la transformación participativa de la realidad rural. Las fuentes de esta
propuesta se encuentran en la “Pedagogía del Oprimido” de Freire (1970) y la investigación participativa
activista; el análisis de agroecosistemas; la antropología aplicada; la investigación de campo en sistemas
de manejo agrario (o Farming Systems Research); y el Diagnóstico Rural Rápido (Rapid Rural
Appraissal). A partir de estas fuentes propone técnicas participativas para trabajar en el
empoderamiento de las poblaciones locales a partir del análisis del manejo de los recursos naturales, la
actividad agraria, la pobreza y programas sociales, o la seguridad alimentaria y sanitaria. La
metodología propuesta se construye en base a los recursos propios y la práctica experiencial por parte
de las comunidades locales. En estos procesos, el técnico cambia de rol, al pasar de ser un investigador
poseedor del conocimiento, a un simple dinamizador de la construcción y el intercambio de
conocimientos locales.

14
Principalmente podemos citar “Rural Development: putting the Last First” (Chambers 1983) y “Farmer
First: farmer innovation and agricultural research” (Chambers et al. 1989). Tras el importante impacto
de estos textos, I. Scoones y J. Thompson (1994) realizarían una revisión posterior de trabajos en esta
misma línea en distintos lugares del planeta, bajo el título “Beyond farmer first: rural people's
knowledge, agricultural research and extension practice.”
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

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Algunas de las principales técnicas que se proponen desde el enfoque del DRP serían las siguientes:

• Técnicas cualitativas de investigación social, tales como entrevistas semiestructuradas con


informantes clave; historias de vida o historias orales.
• “Hazlo tú mismo”, como propuesta para investigadores de vivir la vida de la comunidad, de cara
a aprender su lógica y realizar la inmersión en el medio de estudio.
• Análisis participativo de fuentes secundarias, como fotos aéreas o de satélite para identificar las
condiciones del suelo, la tenencia de la tierra, etc.
• Mapeo y modelización participativos sobre los recursos locales.
• “Transectos” o Mapas de Corte, como técnica específica de mapeo de los recursos locales a
partir de la lógica espacial de organización de los trabajos agrarios en un territorio definido.
• Calendarios agrarios de temporada y análisis del uso diario del tiempo, como análisis de la
lógica temporal de uso del espacio y de las problemáticas sociales de la comunidad.
• Líneas del tiempo y análisis de tendencias y cambios.
• Diagramas institucionales para establecer relaciones con el universo administrativo, económico
o político de la comunidad.
• Planificación y elaboración de presupuestos participativos.

Geilfus (1990), en su clásico texto “80 herramientas participativas para el desarrollo participativo”
agrupa un gran número de técnicas relacionadas con el DRP en función de las sucesivas fases de un
proceso participativo con comunidades rurales: diagnóstico de situaciones sociales o productivas; el
análisis de problemas o propuestas de superación de problemas; la planificación de programas de
desarrollo rural; y su monitoreo y evaluación. Todas las técnicas planteadas por el DRP presentan en
común distintos aspectos, como su carácter colectivo, la centralidad de la visualización conjunta de la
información a analizar mediante formatos y códigos sencillos e incluyentes, y la imprescindible inmersión
del investigador en la sociedad local. Las técnicas de visualización colectiva de la información se han
mostrado especialmente importantes en comunidades con un manejo limitado de la lecto-escritura,
o de cara a equilibrar lenguajes y perspectivas entre investigador y sujeto investigado, construyendo de
una forma más fácil la horizontalidad y la dialogicidad en la comunicación entre ambos (Geilfus 1990;
Bermejo et al. 2003).

c. Investigación Participativa en Finca o Farmer Participatory Research (FPR)

El término Investigación Participativa en Finca presupone que la investigación agraria resultó útil a las
grandes explotaciones agrarias, con capacidad de invertir; y no así para las pequeñas explotaciones con
menos recursos. Por ello, esta propuesta debería servir para la generación de mejoras para este último
tipo de fincas. Propone la implicación de los/as agricultores/as en experimentos en sus propios campos,
de forma que puedan aprender, desarrollar o adaptar nuevas técnicas de manejo y tecnologías, y
compartirlas con otros/as agricultores/as. El término fue acuñado por Farrington y Martin (1987),
recogiendo un amplio abanico de proyectos de extensión agraria con carácter participativo desarrollados
principalmente en América Latina, África y Asia. El técnico o científico actúa como facilitador, trabajando
con los agricultores mano a mano desde el diseño inicial del proyecto de investigación hasta la recogida
de datos, su análisis y la elaboración de las conclusiones finales. Los agricultores aprenden haciendo, y
las reglas en la toma de decisiones se transforman en base a la experiencia directa.

A partir de inicios de la década de los 90, este enfoque ha tenido una gran difusión en los centros de
investigación y transferencia de tecnologías agrarias ligadas al CGIAR 15. El enfoque se presenta como
respuesta a las limitaciones de los anteriores enfoques existentes en investigación y extensión, como el
modelo de extensión agraria Training and Visit, que mostraron un impacto muy limitado en cuanto al
alcance de la transferencia de tecnologías. El International Rice Research Institute (IRRI), del CGIAR,
propone varias fases de trabajo desde este enfoque 16:

• Encuentro de planificación: Se invita a 1025 agricultores para discutir el tema sobre el que se
quiere investigar, a través de la facilitación del investigador. En este encuentro, que durará
media jornada como máximo, se pretende acordar un aspecto concreto sobre el que diseñar el
experimento, que resulte relevante para el investigador y los agricultores. Por ejemplo, una
plaga concreta, temporadas de riego o escarda, etc. También deberían salir de este encuentro
voluntarios para realizar el experimento en sus fincas.
• Desarrollo del experimento: se seleccionan parcelas del mismo tamaño en fincas de distintos
agricultores. Las parcelas seleccionadas deben recibir el mismo manejo que el resto de la finca,

15
CGIAR: Consultative Group on International Agricultural Research, creado en 1971 con el apoyo del
Banco Mundial y otras fundaciones privadas para impulsar la modernización agraria, principalmente en el
Sur Global. En la actualidad está compuesto por 15 centros de investigación de alto nivel repartidos por
todo el planeta.
16
http://www.knowledgebank.irri.org/extension/how-is-fpr-carried-out/3-support-materials.html
Daniel López García

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excepto aquellas intervenciones relacionadas con el experimento. El manejo será realizado por
los agricultores, pero el investigador realizará visitas de control a las distintas parcelas.
• Monitoreo: Antes del inicio del experimento, el investigador debe realizar una encuesta
mediante cuestionario a los participantes para identificar variables que puedan condicionar el
experimento (prácticas realizadas, actitud frente al problema, producciones y costes, etc.). Tras
el experimento se realizará una segunda encuesta buscando las percepciones de los agricultores
frente al propio experimento.
• Taller de intercambio de experiencias: Al terminar la campaña, se realizará un encuentro en el
que los participantes expondrán, con el apoyo del investigador, sus resultados en cuanto al
experimento concreto, sus impactos en los rendimientos y costes del cultivo. En este taller se
discutirán las razones de los diversos resultados del experimento, de cara a acordar una
valoración general y planificar siguientes experimentos. A este encuentro se puede invitar a
otros agricultores y técnicos vecinos.

Pero el enfoque original de la Investigación Participativa en Finca no surge como un refuerzo a la


transferencia de tecnologías clásica, tal y como se entiende desde el CGIAR. Sino como una metodología
para el empoderamiento de las comunidades campesinas a través del refuerzo del conocimiento
tradicional, el desarrollo de tecnologías agroecológicas y de bajos insumos asociados a éste (Okali et al.
1994). De hecho, los autores originales ponen el énfasis en la iniciativa de los agricultores en la
definición del experimento en base al manejo, recursos y cultura locales; y su protagonismo a lo largo
de todo el proceso. Desde el enfoque de “Agroecología práctica” (Ardón et al. 2009) se parte del
acompañamiento de experiencias de campo que aproximan a los actores involucrados a la identificación
de conocimientos, recursos, capacidades y oportunidades locales. Con ello se pretende su revalorización
e integración en procesos de experimentación y socialización bajo metodologías participativas, con el
apoyo de técnicos especialistas.

Algunos de sus planteamientos comunes son: el rechazo de la acumulación pasiva de conocimientos,


frente a la generación y adquisición de conocimiento de manera activa tal y como propusiera Freire
(1970); la toma de decisiones respecto a la experimentación implementada dentro del grupo o
comunidad involucrada; los/as agricultores/as no son sólo “usuarios” sino generadores y transmisores de
conocimientos y tecnología; la importancia de la acción-reflexión y la retroalimentación de la información
constantes, como claves de un aprendizaje de los procesos de innovación llevados a cabo; y por último,
el desarrollo de la capacidad de innovar por parte de los agricultores/as como un objetivo mucho más
importante que el desarrollo de tecnologías específicas. La clave, en cuanto al empoderamiento de la
comunidad local, será la construcción de procesos sociales que apoyen esta experimentación y
aprendizaje.

Muchas de las acciones desarrolladas en estos procesos se basan en técnicas propias de las
metodologías participativas, y en concreto del DRP; y son eficaces en procesos de formación e
innovación técnica en finca, lideradas y determinadas por los propios productores. Para Ardón et al.
(2009), la IPF debe estar abierta a diversos cultivos y dentro de procesos o colectivos sociales de mayor
profundidad; y se debe vincular a procesos que integren aspectos agronómicos, financieros y de
comercialización. Los principales limitantes detectados para esta propuesta son la escasez de
experiencias documentadas con un enfoque agroecológico; el antagonismo entre los intereses del
agricultor y el investigador en cuanto a recogida de datos; y la dificultad de entendimiento entre
participantes, administración y financiadores de los proyectos.

d. Análisis comparado de distintas metodologías para el desarrollo rural sostenible y participativo

El contar con una gran diversidad de técnicas en nuestra caja de herramientas nos será muy útil para
adaptarnos a diversos objetivos y contextos. En este sentido, las propuestas participativas se suman
a otras propuestas metodológicas como el análisis de sustentabilidad o las técnicas etnográficas que no
son expresamente participativas, pero que se adaptan perfectamente a un esquema general de proceso
participativo.

En cualquier caso, las tres propuestas participativas planteadas en el presente capítulo, junto con la
propuesta de la socio-praxis, resultan complementarias (Tabla 3). En unos casos las distintas técnicas
nos serán útiles para el diseño de procesos participativos completos (Socio-praxis y Campesino a
Campesino); en otros para el análisis de la realidad (Socio-praxis, DRP); y en otros para el diseño
participativo de soluciones agrarias y de manejo (CaC, IPF). Además, podemos encontrar otras
propuestas participativas para la agricultura sostenible que sin duda combinan aspectos de las tres
mencionadas, y que desarrollan más ciertos aspectos y otros 17. Sin embargo, en las siguientes líneas
vamos a tratar de explorar las complementaciones entre las tres últimas propuestas, que nos parecen
las que han tenido un mayor desarrollo y difusión en el medio rural mundial. A su vez, trataremos de

17
Entre otras podemos citar las propuestas de Agroecología Práctica (Ardón et al. 2009); SAS o
Sistemas de Agricultura Sustentable (Marielle 2008); y otras.
Metodologías participativas, agroecología y sostenibilidad rural

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contrastarlas con las propuestas de la Socio-praxis, originarias de contextos urbanos, ya que supone el
armazón metodológico central que proponemos para el diseño de procesos participativos en escalas de
trabajo superiores a la finca.

Las mayores dificultades en la aplicación de herramientas participativas se han encontrado en los


talleres de análisis de la realidad local y de planificación, cuando se han realizado con agricultores. En
estos talleres se maneja gran cantidad de información, a menudo muy abstracta, y para ello pueden
resultar útiles técnicas procedentes de la socio-praxis y el Diagnóstico Rural Participativo (DRP). Al
trabajar con agricultores/as han funcionado mejor las técnicas del DRP (basadas en la visualización de
los datos manejados y en la simplificación del análisis a partir del principio de ignorancia óptima) que
aquellas más ligadas a la Socio-praxis. Quizás debido a que estas últimas incorporan una mayor
complejidad en el análisis y requieren de mayor tiempo en su realización.

Las primeras han sido desarrolladas en Asia y Latinoamérica para intervenciones con sujetos con
habilidades para la lectoescritura y la abstracción de conceptos limitadas; y si bien deben ser trabajadas
y adaptadas a los lenguajes, universos simbólicos y recursos de cada comunidad en el contexto europeo,
han demostrado adaptarse bien al mismo. Lo cual indica que, al menos en cuanto a los estilos de
comunicación, el campesinado europeo no se diferencia tanto del de otros continentes. A su vez, la
recuperación de conocimiento tradicional (por medio de técnicas etnográficas y del DRP) y las
actividades de Investigación Participativa en Finca (IPF) y de Campesino a Campesino (CaC) también
han despertado un importante interés en el sector agrario local, y han generado un importante feedback
en el proceso participativo, al implicar a los agricultores –especialmente- en el mismo.

Grupo de Principales Funciones Código Compren- Grupos


Técnicas Técnicas sión Sociales
Aplicadas Preferentes
Socio-praxis Sociograma, Análisis Escrito, Compleja Sociedad
flujograma, DAFO, realidad, gráfico civil,
devoluciones planificación investigador
es
DRP Transecto, técnicas Análisis Escrito, Sencilla Sector
de priorización, realidad, gráfico, oral agrario,
devoluciones planificación sociedad
civil
Investigación Manejo de plagas, Desarrollar Experiencial, Sencilla Sector
Participativa preparados soluciones oral, visual agrario
en finca naturales, sostenibles de
pruebas con manejo
fitosanitarios agrario
ecológicos
Animación Exposiciones, Dinamización, Gráfico, Sencilla General
Sociocultural juegos sensibilización escrito, oral,
gestual
Campesino a Charlas, visitas a Formación, Visual, oral Sencilla Sector
Campesino fincas análisis agrario
realidad,
sensibilización
dinamización

Tabla 3. Resultados comparados en la aplicación de los 4 grupos de técnicas participativas propuestos

Por su parte, las técnicas de la Sociopraxis (sociogramas, flujogramas…) se han revelado muy útiles para
el investigador en cuanto al diseño individual y la monitorización del proceso, la organización de toda la
información manejada y la readaptación del proceso participativo al curso real del mismo. El esquema
completo para el diseño del proceso participativo, así como los conceptos básicos provenientes de la
Socio-praxis, tales como los conjuntos de acción, los estilos reversivos, etc., también han mostrado ser
ampliamente útiles. Sin embargo, la complejidad del lenguaje gráfico aplicado en las técnicas de la
Socio-praxis (sociograma y flujograma), y quizá la excesiva información volcada en ellas ha generado
resistencias e incluso incomodidad entre las personas asistentes- especialmente agricultores/as-, quizá
por el sentimiento de exclusión que genera la incomprensión del código que se utiliza. Para aplicar estas
técnicas con el sector agrario, ha sido necesario simplificarlas en gran medida, eliminar variables y
reducir la información a debate; así como adaptar los códigos gráficos empleados.

En fases avanzadas de desarrollo del Plan de Acción, resulta más difícil realizar ejercicios colectivos
de reflexión sobre la marcha del proceso, ya que las energías de las personas participantes se vuelcan
de lleno en el desarrollo de acciones concretas. Por ello, los espacios de formación dispuestos a lo largo
del proceso resultan útiles para introducir, por parte del técnico, informaciones que se han considerado
Daniel López García

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relevantes de cara a avanzar en las líneas definidas en el Plan de Acción; y a su vez permiten
reflexionar, de forma participativa y abierta, sobre el propio proceso. Dentro de estas acciones
formativas es de resaltar el buen resultado de las técnicas de CaC. Las acciones en las que se han
aplicado estas técnicas han permitido los debates más profundos en torno a las formas locales de
manejo y a la orientación económica de las explotaciones, desde una visión integral y holística, abriendo
el cuestionamiento de las propias orientaciones productivas por parte de los asistentes.

Por su parte, la IPF también ha resultado una metodología muy útil en cuanto a la difusión de prácticas
de manejo agroecológico. Las resistencias ya mencionadas frente a la agricultura ecológica solo son
vencidas cuando los agricultores ven con sus propios ojos una finca o una persona que la está
practicando y a la que “le va bien”. En la aplicación de técnicas de CaC e IPF, cualquier diferencia entre
la persona que muestra su experiencia y el contexto local servirá para rechazar su eventual aplicabilidad
al municipio, especialmente si quien transmite la experiencia no es “agricultor profesional”. Los
testimonios más impactantes en este sentido son aquellos de agricultores a título principal, de la misma
comarca (si es posible nativos) y alrededor de los mismos cultivos que se dan en ella.

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