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La Agroindustria
Categoría : Responsabilidad Social Empresaria
Publicado por Etiagro el 19/4/2008

La agroindustria como uno de los pilares de un desarrollo con mayor cohesión social

Por Bernardo Kosakoff y Roberto Bisang


Cepal

En los tiempos modernos el desarrollo económico ha estado ligado a las denominadas revoluciones
industriales. La irrupción, en los últimos dos siglos, de un conjunto de inventos radicales -motor a
vapor primero y a explosión después, sistemas de fundición de metales, automatización textil y
metalmecánica, telefonía y posterior desarrollo de las comunicaciones, aviación y plásticos y otros
sintéticos- motivaron saltos cuali y cuantitativos en la producción industrial que ligaron la idea de
progreso técnico a la industria. Este proceso fue permeando lentamente hacia las producciones
primarias por diversas vías -la mecanización del agro, el uso de fertilizantes y biocidas- pero siempre
en una lógica donde las actividades relacionadas con el uso de la tierra fueron calificadas como
“primarias” y fuertemente dependiente de procesos biológicos y climáticos alejados del control
humano.

El panorama comenzó a modificarse en los últimos 20 años y se aceleró a partir del nuevo milenio.
La combinación entre desarrollos científicos en las denominadas “ciencias de la vida” con
capacidades productivas pre establecidas y una creciente demanda revalorizaron las actividades
relacionadas con el uso de la tierra. Hoy lo “primario” se retroalimenta en complejidad y dinamismo
científico, tecnológico y productivo con la industria y los servicios. Frente a ello se verifica: i) una
revalorización de las demandas por (más y mejores) alimentos; ii) el creciente uso de fuentes
vegetales (y por ende renovables) para la producción de energía (biocombustibles); iii) la utilización
incipiente de vegetales y animales como biofábricas (modificaciones genéticas en animales para
producir medicamentos, uso de biomasa como reemplazo/complemento base para insumos
químicos).

El agro, paulatinamente, va dejando de ser un proveedor exclusivo de alimentos para ingresar al


mundo de la energía renovable y de los insumos industriales, al mismo tiempo que se torna en un
demandante creciente de bienes industriales y servicios. Consecuentemente ello se tradujo en
incrementos de precios de los principales productos primarios, redireccionamiento del comercio
(mayor flujo de comercio con China, India y otros países) y de las inversiones, nuevas
especializaciones productivas (la soja en el CONOSUR), renovadas formas de organización desde
la producción al consumidor (las cadenas de valor global) y una persistente revalorización de
algunos activos (en particular la tierra, los conocimientos genéticos, las marcas).

Estas condiciones externas le plantean varios desafíos a una sociedad con una base productiva
preponderantemente agropecuaria como la Argentina. Por un lado, existe la posibilidad de captar
rentas sustantivas derivadas de las condiciones que rodean a los mercados internacionales; hoy
Argentina cuenta con recursos naturales, base empresaria y productiva, desarrollos tecnológicos

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evolutivos con más de una centuria de antigüedad (maquinaria agrícola, genética para carne, leche
y granos) y rutinas de negocios que la posicionan convenientemente como proveedor mundial. Para
la mayoría de los productos, los costos internos de producción son sensiblemente menores a los
precios internacionales y, salvo contadas excepciones, las participaciones en los mercados externos
son reducidas, aunándose, de esta forma, competitividad y espacios para crecer.

Por otro lado, una parte sustantiva de los bienes primarios exportables (sea como alimentos y/o
como biocombustibles) afectan, directa o indirectamente, el costo de la canasta básica de consumo
especialmente de los sectores de menores ingresos. De esta forma, el arrastre de los mercados
internacionales colisiona con el crecimiento del salario real y atenta contra la equidad en la
distribución interna del ingreso.

Considerando que se trata de actividades donde los ciclos productivos son de mediano y largo plazo
(o sea no hay instantaneidad en la producción), el desafío central es cómo captar la mayor cantidad
de rentas internacionales (a aplicar al desarrollo y consolidación de una matriz productiva más
diversificada y de mayor valor agregado) y, en simultáneo, permitir una abastecimiento interno -en
cantidad y precios- consistente con una mejora en los salarios reales, desacoplando los precios
domésticos de los internacionales. Parte sustantiva de la tensión entre ambos objetivos se reduce
con más producción. El diseño de un adecuado conjunto de incentivos (de precios, tecnológicos,
normativos etc.) y sus respectivos acuerdos institucionales sobre producción y consumo es clave en
la solución del desafío y el aprovechamiento pleno de una espectacular oportunidad.

Una solución “trivial” a dicho dilema consiste en aplicar las reglas de libre mercado. Su resultado es
-a corto plazo- una re valorización de los activos involucrados en los productos exportables (tierra,
haciendas para reproducción, semillas, facilidades productivas de transformación industrial), sumado
a un redireccionamiento de los flujos de comercio a favor de los mercados externos y una
consecuente suba de precios internos con el negativo impacto sobre los salarios; en otros términos,
más allá de mejoras marginales en los niveles de producción, hay una tendencia hacia la
redistribución regresiva del ingreso; posiblemente, a mediano plazo, se produzcan mejoras en los
niveles de producción, en un contexto de menor cohesión social y mayores tensiones redistributivas.

Una alternativa es el diseño de políticas públicas -concertadas con el sector privado- que tengan
como meta un aumento de la producción, un mecanismo regulado de inserción externa, una mayor
integración entre etapas productivas en cada trama y el resguardo del mercado interno. Se trata de
modelos de intervención habituales en los principales países agrícolas del mundo (desde la Políticas
Agropecuarias de la CEE hasta el Farm Bill de USA) que buscan desarrollar/consolidar la base
productiva interna, proteger al consumidor, sumar valor internamente a los productos primarios e
insertarse en los nodos más rentables de las cadenas de valor global. Dado el tamaño de la oferta
local en comparación con los mercados externos, para la mayoría de los productos parece
adecuado apuntar los esfuerzos a mercados externos segmentados con mayores rentas, lo cual
permitiría escalar hacia mayores precios con volúmenes que sean compatibles con las demandas
del mercado interno. Este proceso debería ser uno de los ejes centrales de una estrategia de
desarrollo y, por lo tanto, estar acompañado con el rediseño del sistema de incentivos internos que,
por un lado, permita integrar más armónicamente las etapas primarias con las industriales y
comerciales y, por otro, desarrolle y consolide, en el mediano plazo, una matriz agroalimentaria mas
diversificada y de mayor valor agregado.

En síntesis, con este contexto internacional (y posiblemente por un período acotado de


amplias posibilidades para la sociedad local), la diferencia entre establecer un sendero de

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desarrollo mas equitativo y sustentable que los registrados en el pasado y/o sumar una
nueva decepción histórica depende de la “inteligencia colectiva” en el diseño e
implementación de una estrategia de mediano y largo plazo, complementado con un
equilibrado manejo político y económico de la transición.

Nota publicada en el Insert de EticAgro en la revista SuperCampo en marzo del 2008

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