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EN EL PRINCIPIO ERAN LOS YALCONES

Por Alberto Moreno Gaitán


El hombre Yalcón, después de beber el zumo de la planta sagrada, se sentó en la
piedra de Guayamba, en la posición que sus antepasados se ubicaban, al comenzar las noches
sin luna, para observar el nacimiento de los astros protectores que recorrían el cielo sobre el
río Yuma.

Con los ojos entrecerrados y la visión despierta, observó la profundidad del


firmamento con esos girones oscuros y blancos y los mil ciento cincuenta puntos
resplandecientes, que la gente de antes que lo sabía todo, le habían enseñado a distinguir.

De pronto, y como en un majestuoso recorrido sideral, apareció “La Estrella


Resplandeciente” y todo el cielo se impregnó de sacralidad, en la que se manifestó el mundo
de sus antepasados. Y lo sagrado y lo cotidiano se juntaron sobre la tierra.

Y en una visión infinita, aparecieron los hombres y las mujeres con los que se empezó
a formar su pueblo; surgieron como granos de tierra en movimiento, por esos caminos viejos
del páramo y de la sierra, por donde habían pasado varios pueblos durante tiempos sin fin.

Se instalaron en el valle y mientras ellas organizaban sus chagras y cultivaban maíz,


frijol y maní, ellos organizaban sus aldeas y en ellas erigieron a sus caciques poderosos con
diferentes rangos, y a sus guerreros que cuidaban las tierras y sus tradiciones.

El pueblo Yalcón creció y se multiplicó, y se instaló en los valles y laderas del alto
Yuma, en grupos tan organizados y poderosos que parecían naciones diferentes.

Y con sus manos fabricaron objetos de alfarería, diademas, pectorales, orejeras,


narigueras y brazaletes de acuerdo con tradiciones y técnicas venidas de pueblos lejanos por
los caminos ancestrales de los valles y las montañas del sur y del norte.

Y fue un pueblo grande, respetado y productivo, que amó a su tierra y conservó sus
creaciones sagradas.
Cuando apareció la mañana y el padre sol iluminó los textos sagrados de los costados de la
piedra de Guayamba, la visión del hombre Yalcón desapareció y el sol sólo fue un inmenso
plato redondo que avanzó sin prisa hacia el rincón más alejado del Yuma.

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