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| Esta es la Gitinia s jor de los historiadores de la Revo lucién francesa de nuestro. tiem- po— sobre la naturyleza misma del proceso revolucionario. Con ella | | quiso explicarnos qué fue la Reva- | lucién y cuales fueron su naturale- tos en que, al filo de su biget | nario. la historiograffa académ ‘ realiza un esfuerzo sistematico, por /negar o minimizar su existencia. | Este libro, que representa la culm nacién de una vida de investigacién, tende, pues, contarnos una vez més: la Revolucién francesa, sing! Ealgo mucho mds dificil y sustanciaky: Sail una correcta co} on de lo! ‘que fue para | los ha abr aids madura re- | _ flexion de Albert Soboul —e} me- y de combate ideoldgico, na -pre- |i i za y sus consecuencias en mome = y | ¥ d oeNcwios IDE Kopicoe |PROTAGONISTAS i OLECTIVO — SOBOUL REVOLUCION FRANCESA ideolégicos gonistas colectivos castellana de orem } Titulo original: LA REVOLUTION FRANCAISE e ‘Editions Paris © 1982: Les Atthaud, © 1987 de la traduccién castellana para Espafia y América: Ealitovial Cette, S.A, Arag6, 383, 08019 Basclona ISBN: 84.7423.302.X patie Non E119 saty Impreso en Espafia Llama, ccémo debiste ser, cuando tus cenizas queman todavia? Micuexer, Histoire de la Révolution francaise (I, 417) er Este libro —nos advierte el autor— no pretende ser una historia de la Revolucién francesa, sino un estudio sobre la Revolucién, principios (libertad, igualdad, propiedad), sus medios (la Revo- lucién popular, el Gobierno revolucionario, el Estado napolesnico) ¥ sus resultados (la nueva sociedad). No es, por consiguiente, un relato de los acontecimientos de estos. _ afios cruciales de Ja historia de Francia y del mundo, de los dichos y hechos de sus protagonistas, de las batallas libradas... Es bastante ‘mas que eso: es la wiltima y mas madura reflexién de Albert Schoul —». En esta primera parte de su obra, Albert Soboul se ocupa de los principios ideoldgicos de la Revolucién y de sus protagonistas colec- « tivos —la Revolucién popular y el Gobierno revolucionario. En uha segunda, aparecida péstumamente, completaria este andlisis con el de la Francia napoleénica y nos presentaria los resultados del proceso. Este libro, que representa Ia culminacién de una vida de investi- gacién y de combate ideolégico, no pretende, pucs, contarnos una vez més la Revolucién francesa, sino algo mucho més dificil y sus- tancial: explicdmnosla; conducitnos a una correcta comprensién de lo ‘que fue para los hombres de su tiempo y de Jo que sigue significando para los de hoy. INTRODUCCION GENERAL COMPRENDER LA REVOLUCION . Este libro no pretende ser una historia de la Revolucién francesa que surgiera después de tantas otras perfectamente vélidas. Quiere ser un estudio sobre Ja Revolucidn, sus principios, sus medios y sus resultados. ‘Para los més lticidos, la Revolucién venfa anuncidndose desde hacia mucho tiempo. Ya en 1762, escribia Rousseau en el Emilio: unos aproxtimames al estado de crisis y al siglo de Ins revoluciones; . La palabra no era nueva, ni siquiera en ese sentido de un movimiento profundo que conmociona y transforma un imperio. Pero, proyectado fuera del dominio de la especulacién hacia el de la vida y el de la historia que se hace, revestia una significacién nueva: aceleta el latido de los corazones, suscitando en unos Ia esperanza y la fe, el miedo y la célera en otros A lo largo de cinco afios, para un pucblo agobiado durante mucho tiempo por la exigencia del pan ‘cotidiano, fue una realidad viva, prefiada de promesas 0 de amenazas, ‘sobteponiéndose a todos con una pujanza irresistible. Revolucién: Palabra, desde entonces, no ha perdido nada de su valor ni de 12 LA REVOLUCION FRANCESA fuerza. Suscitando el fervor 0 el odio, el miedo 0 la esperanza, per- manece viva en la conciencia de los hombres de nuestro tiempo. «Llama, ¢edmo debiste ser —se pregunta Michelet—, cuando tus cenizas queman todavia?» Qué Es 1a Revonuci6y Francesa? : En Ia Introduccién a su Historia de la Revolucién francesa (1847), Michelet define la Revolucién como «el advenimiento de la Ley, la ecién del Derecho, la reaccién de la Justicia». Y més adelante: ‘es la Revolucién? La reaccién ‘equidad, el tardfo adve- nimiento de Ia Justicia eterna», Definicién admirable, pero que se refiere preferentemente a una interpretacién mitica de la Revolucién, en el sentido soreliano de la palabra: el mito, para Georges Sorel, se teficre al porvenir, al que presenta con una apariencia apta para seducir y cur ‘alizaci6n promete mediante una accién concertada. E! mito seduce las imaginaciones, exalta Jos corazones; incita a la organizacién y a la propaganda, impulsa a las mases populates, cuya capacidad de accién enriquece. En este sentido, queda claro que la Revolucién francesa revistié un carécter mftico, tal como demostré itoria de los Estados generales fue aco- gida como una «buena nueva» anunciadora de tiempos mejores en Jos que la existencia estarfa més conforme con la justicia. En el fio IL, el mismo mito y Ia misma esperanza animaron a los sans-culof- tes. Han_sobrevivido en_nu¢stra historia: son testimonio de ello febrei 1848, marzo de 1871, la primavera de 1936 y mayo iven todavia en el alma de nuestro pueblo. if 'Y Loustalot, més pesimista, en las Révolutions de Paris (n2 8, 29 de agosto-5 de septiembre de 1789): ioe ca ces ripidamente de la esclavitud a la libertad; caminamos més répidamente ain de la liber- tad a la esclavitud>. Parece ahora que la revolucién no es ya una explosin tinica que engendra Ja creacién inmediata de ua sistema perfecto ¢ inmutable en tanto que conforme a las leyes de la razén, sino un proceso evolutivo, un largo camino hacia la tierra prometida, «Cartago no esté atin destruidan, escribe Mirabeau en la XIX Lettre 2.ses commettants. La resistencia del Antiguo Régimen no solamente fida que progresa Ia revolucién. 3, en el punto culminanie de la crisis, carestfa de la vida y empuje revolucionario, derrota de Necrwinden y trai- umouriez, insurrecciGn de ia Vendée, Jean Bon Saint-Andeé a Baréte: «La experiencia demuestra ahora que la Revolucién no est hecha todavian, Explosién stibita o largo proceso: los revolucionarios més perspi- -eaces, los més consecuentes también, se esforzaron por profundizar ‘atin mds el andlisis, sabiendo claramente que una revolucién no con- ‘nicamente en la conquista del poder, sino transforme- ién profunda de las estructuras sociales, AI desarrollarse, la revo: lucién misma proyectaba una nueva luz sobre el proceso revalucionario rr a Ios politicos, al menos a aquellos que tenfan ojos para ver, 45 diversos aspectos de su totalidad. De aht los progresos en el -anilisis desde el Ochenta y nueve al Novents ;0 al Noventa y_ seis: de Sieyés a Robespierre, después a Babeu ‘Ya desde antes de Ja reunién de los Estados generales, Sieyds, en su famoso optisculo Qu’est-ce que le Tiers Etat?, planteaba con lucidez los problemas politicos y sociales en términos de clases: Tercer Estado contra atistocracia. «¢Quién osaria decir, pues, que el Ter- cer Estado no tiene en s{ todo cuanto se requiere para formar una 14 LA REVOLUCIGN FRANCESA ‘nacién completa? Es el hombre fuerte y robusto, uno de cuyos brazos ‘Permanece todavia encadenado. Si retirésemos el orden privilegiado, Ja nacién tio serfa algo menos, sino algo més. Asi pues, qué es el ‘Tercer Estado? Todo, pero un todo impedido y optimido. 2Qué serfa sin el estamento privilegiado? Todo, pero un todo libre y floreciente. Nada puede ir sin él, todo iria infinitamente mejor sin los otros » Elorden noble no entra en 1a organizacién social ... puede muy bies set una carga para la nacién, pero no podé formar parte de ella... El peor ordenado de todos [los Estados] serfa aquel en el que 20 s6lo los particulares aislados, sino una clase entera de ciudadanos ‘situara su gloria en permanecer inmévil en medio del movimiento general y consumiera la mejor parte del producto, sin haber concurri= do en mada a hacerlo nacer. No cabe duda de que una clase tal es extrafia a la nacién por su holgazaneria.» Y més explicitamente atin: si el clero’es «una profesién encargada de un servicio piblico», no podemos entender por nobleza més que «una clase de hombres tanto sin funciones como sin utilidad, y que solamente existen por esto, gozan de privilegios vinculados a su persona». Falso pueblo que, al no poder existir por sf mismo, se aferra a una nacidn real, «como ‘esas exererencias vegerales que no pueden vivir més que de la savia ) de las plantas que agostan’y desecan». No se podia definir mejor @ Ia nobleza como clase parasitaria. . BD Necestiadcs sock sha facron devicn cops —declars. Saint- Just el 8 ventoso del afio II (26 de febrero de 1794)— nos conduce! “quizds a unos resultados en los que en modo hhabiamos pen- 5 fe. Le fuerza_de las Seat See es eT amos por ello Tevolucién, Tos imperativos de Ja defensa nacional y de la defensa " tevolucionaria indisolublemente vinculados. Y de manera atin més ‘explicita: «¢Concebfs que un imperio pueda existir si Jas relaciones 16 LA REVOLUCIGN FRANCESA COMPRENDER LA REVOLUCION 17 Por consiguiente, segtin el mismo testimonio de los hombres que vivieron y dirigieron el combate revolucionatio, la revolucién aparece ‘como un proceso més o menos prolongado que implica cambios pro- fundos y mutacién, destruccién y reconstruccién. El Antiguo Régi- men debe set destruido hasta sus fundamentos, para que sea cons- | truida sobre unas bases nuevas Ia ciudad del porvenir. La violencia engendra la historia a través de las luchas de cl Hay que constatar, sin embargo, por Ja lectura de estos testimo- nios, que si bien el sentido general de las luchas sociales es percibido y afirmado con claridad, ‘Tercer Estado contra aristocracia, el anélisis apenas va més all. El concepto de clase no se utiliza en la mayoria de los casos mas que refiriéndose 1S una aa la na luso Sieyés utiliza preferentemente la expresin «la casta de los nobles»; otros, «la casta extinta nobiliaria». Aunque clases aparece en un documento ditigido al rey el 6 de junio de 1789, y de nuevo en la pluma de Mounier en su Exposé del 26 de octubre siguiente, en la época se hablaba con preferencia de castas. En su discurso del 15 de junio de 1789, Mirabeau se indignaba, no obstante, contra los. Saaeoe La reaccién termidoriana, los estragos de la inflacién y la inso- Portable miseria de las masas en el transcurso del terrible invierno del aio III (1794-1795), la insurreccién popular de pradial y la represin subsiguiente, determinaron Ja ultima etapa en la evolucién ideolégica de Babeuf, activista y teGrico de la revolucién. Lo explica claramente en el nimero 34 de Tribun du Peuple (15 brumario del afio IV — 6 de noviembre de 1795). «¢Qué cs una revolucién poli- tica en general? ¢Qué es, en particular, la Revolucién francesa? Una guerra declarada entre los patricios y Jos plebeyos, entre los ricos y Jos pobres ... Cuando la existencia de la mayorfa ha llegado a ser hasta tal punto penosa que ya no puede soportarla, es a menudo entonces cuando estalla la insurreccién de los oprimidos contra los ‘gpresores.» La Revolucién francesa es por esencia lucha de clases. Pero esta guerra de los ricos y de los pobres no existe solamente desde el momento en que es declarada. , Ta oposi tre los culottes dorées (calzones dorados) y los sans-culottes: su esfuerzo de conceptualiza- cin no fue mucho més lejos. Aunque la expresién clase obrera se encuentra por primera vez en un discurso de Chasles, \ en el 7 fructidor del afio II (24 de agosto de 1794), para hacers “seguidamente més frecuente, Babeuf definié pese a todo en 1796 la revolucién como la guerra «entre los ricos y los pobres». de las luchas sociales y po de Ia época, las oposiciones sociales _ dentzo del Tercer Estado se perciben de un modo defciente, comeo no aparecen_enmascaradas por la convicciGn burguesa de representar Jos intereses de la nacién en su totalidad. Afirmado el odio contra ia habia sin embargo entre las masas populares un sen- tido social indudable que se manifcstaba contra los rentistas y los ticos, contra las gentes honradas, sentido social que podia Iegar en algunos hasta una toma de conciencia positiva. Detenido en el 17 ger. 18 LA REVOLUCION FRANCESA minal del afio III (6 de abril de 1795), interrogado respecto de su seccién, el sans-culotte Vingternier respondié que no habfa otra sec- cién que «la del pueblo y los obreros». Babeuf hablaré pronto de los sans-culottes no propictarios. i gio, tenia una ta de la existencia social. Incapaz de un andlisis iones econdmicas y de las relaciones sociales, a ible crefa en el poderfo total de las ideas y en las Hlamadas a Ia virtud. Carecié de un instrumento de anilisis social que fuera a la vez un instrumen- | to eficaz de accién politica. De Darnave @ Marx: «ta revolucion necesarla» Este anilisis del proceso revolucionario que ni Robespierre ni Babeuf pudieron levar més lejos, otros, con la perspectiva del tiem- po, més préximo o més Iejano, lo impulsaron mucho més: desde Barnave, a partir de le época de la Revoluci, hasta Jos historiadores tauracién, Mignet y Guizot sobre todo, hasta Marx, cuya feflexién sobre la Revolucidn no cosa-de ser profundizads.- ‘Barnave, primero, ofrecié de la Revolucién francesa una inter- Pretaci6n que rebasa ampliamente este ejemplo especifico y se impone a Ia atenci6n del historiado ay PHiilanis vive ene] Datiads en medio ce. aquella actividad, COMPRENDER LA REVOLUCION 19 ial que, en opinién del inspector de manufacturas Roland, que ia en 1785, hacia de esta provincia, por la densidad y la d de sus empresas, la importancia de su produccién metaltix- y textil, una de las primeras del rcino, Barnav que la pro- d injiuye sobre las instituciones, constata que las instituciones | a Ia aristocracia terrateniente, contrarian y retrasan | nueva, Pero, «a la larga, las instituciones loptan, si puede decirse asi, el genio de ppor ello que se adaptan necesariamente a las condiciones ‘una regién determinada. La lucha de que Ia expresin de las contradicciones que na formacién econdmico-social. Si el antagonismo atisto- cracia-burguesfa representa claramente una de las caracteristicas de la sociedad de Antiguo Régimen, se exaspera hacia finales del siglo xvii Porque se agravan las contradicciones entre el impulso de las fuerzas Productivas y Ia permanencia de las relaciones sociales tradicionales De este modo, partiendo en particular del estudio de la Revol cién francesa, es como Marx Ileg6 a formular lo que considera una ley general del movimiento de Ia historia. Lo explicé en 1859 en al prefacio de la Contribucién a la critica de la economia politica, pasa llegar a esta conclusién: «En un determinado estadio de su deanre, Ho, Jas fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en con. tradiccién con las relaciones de produccién existentes 0, lo que COMPRENDER LA REVOLUCIGN 25 onvierten en obstdéculos. Entonces se abre una época de revolucién De Jaurds a Lefebore: oasie social clisica de la Revolucién LA des pen sf fu rogresd el andilisis clésico de la Revolucién bo il Gataetis neyoleclonatio, tema mismo de la historia que se desarrollaba. Es en esta perspectiva donde se inscribe la histo- fografia revolucionaria del siglo xx, al menos la que merece ser con- ‘siderada como interpretacin social cldsica de la Revolucién francesa, ati i rendié la indo, en los vitimos afios del siglo xrx, Jaurds mp1 ‘ea once oa Favor socialista de la Revolucién francesa cuyo imer volumen debia aparecer en 1901, Aulard era el maestro indis- le de los estudios revolucionarios, al menos en opinién de los_ itarios. Habia prestado a la historiografia revolucionaria unos ‘cios eminentes, al discernir que los historiadores de la Revolu- in debian someterss a la mismne dleciplina que los demés, dedicarse ‘entes investigaciones de archivos, descubrir, criticar y publi- nice al igeal oe be ates fo hhacfan desde hacia largo fempo para la historia de la Edad Media. Mérito singular si pensa- nos que Aulard habia sido formado en los estudios literarios tal no eran entendidos hacia finales del Segundo Imperio, y que habfa lo. In Ristori de Is Revolucin al essai « eos radotes. Cn ez dicho esto, no podemos desconocer que su obra Ilevaba el sello su tiempo. Aulard pertenecia a esa ssperasién sus, ede 1873. '80, luchd para fundar, con la Republica, una democracia laica Declan To que Ie interesaba en la Revolucién era la historia ori inién, estaba dominada por la evolucién de las ideas. sca como sc alrma en vu Historie politica de la Revolucion fran- ssa (1901), cuyo subtitulo es significativo a este respecto: «Origen desarrollo de la democracia y de la Reptblica»; el substrato eco- i jal no aparece. Sin logis a dads clo s¢ debta a la formeciéa: literatia de Aulard, unque resulta dificil creer que las condiciones de la vida politica 26 LA REVOLUCION PRANCESA durante sus afios de juventud y su edad madura no hayan influido nada. Aulard se situsba en las filas de la burguesia republicana. La burguesfa se Ie presentaba como el mentor natural del Tercer Estado; Jas masas populares no podian sino sostenerla, aunque la aguijonea- sen en caso necesario, para realizar Ia plena democracia politica Aulard veia la Revolucién «desde arriba», como si las masas popu: lares no hubiesen tenido otros intereses, otras necesidades, otras pasiones, que los de la burguesia. Finalmente, como las cuestiones teligiosas y escolares ocuparon el primer lugat en las luchas de los partidos entre 1880 y 1905 y atin més adelante, la histos religiosa de Ia Revolucién y la de los orfgenes del Iaicismo no interesaban menos a Aulard que la historia polftica propiamente dicha. El final del siglo xrx veia, sin embargo, cémo se aceleraban los progresos de la economia capitaista y eémo su dominio se extendia tamente hasta dominar el conjunto de los continentes. Las cues- Hones econémicas ocuparon un lugar de importancia creciente y fina preponderante en Ia politica de los Estados y en Tas relaciones internacionales. Indudablemente, una de las consecuencias de esta evolucién fue Ia de acentuar Jas oposiciones de clases, déndoles am-— plitud y + De ells, también, es consecuencia el desarrollo del movimiento obrero y el impulso de las ideas socialistas. Tales hechos fo podian dejar de actuar sobre a historiograffa revolucionatia. Se comenz6 a investigar los origenes de las teorfas socialistas en el siglo xvmr, a rastrear las primeras tentativas de realizecién en el trans- curso de Ia Revolucién. En 1895 aparecié Le Socialisme au XVIII" sitcle de André Lichtenberger; del mismo autor, Le Socidlisme et la Révolution francaise, en 1899. Algunos, con el cambio de siglo, comenzaron a considerar la politica econémica del Comité de Salva, cién Piblica como un primer esbozo del colectivismo. Pronto Augus- tin Cohin, impregnado por Ta sociclogia de Durkheimn, elaboraba una hipétesis atrevida para demostrar que los clubs, al «socializar» el pensamiento, debian necesariamente «socializar> Ia economia (Les Sociétés de pensée et la Révolution en Bretagne, obra péstuma, no Megé a publicarse hasta 1926), Pero dejemos de momento esas exa. Bericiones que, sin embargo, han perdurado. Ina consecuencia mds afortunada fue que los histori: comenzaron a partir de entonces a tomar cn conilersciin a teres populares que hasta ese momento se habfan limitado a colocar detrés de Ia burguesfa, en el seno de Tercer Estado; inicieron con mayor COMPRENDER LA REVOLUCION 27 enimiento el estudio de sus condiciones de existencia y los méviles Jas pusicron en movimiento desde 1789 al afio TIT. El estudio] dee los hechos sociales y econémicos despert6 en los historiadores la straccién por lo real; advirtieron que las ideas no se propagan solas, das, que un gran movimiento politico supone, siquiera, un cierto do de organizacin. Estas preocupaciones se impusicron con tant yor fuerza cuanto que el socialismo, en la forma que le habfa dado \ , se basaba en una concepcién cuyo rigor ejercié una viva atrac- én intelectual: entendemos por ello, en el campo ideolépico de Ia oca,\el materialismo histérico\o, con mayor amplitud, la interpre- ién econémica de la historia, Cualquiera que sea el juicio que se wea sobre esta doctrina, no puede negarse que ha estimulado Ia nvestigacién histérica y la ha orientado hacia nuevas vias. Jaurds fue el primero que intent6 ver en la Revolucién francesa in fenémeno social y, por consiguiente, de origen econémico. Plantes J problema ante la opinién al publicar de 1901 a 1903 los cuatro “volimenes de su Historia socialista de la Revolucién francesa. Por “vez primera, un historiador narraba la historia de la Revolucién estableciendo francamente como fundamento los hechos econémicos sociales. No es que Jaurés haya negado toda importancia al movi- imiento filosdfico.” No por ello deja de insistirse, y_Jaurds lo sefiala ‘con vigor, que la Revolucién fue al deserlace de una larga evoluciéa i mnvirtié a Ta n Ja efia_del ry de la economia. Jaurés quiso que su interpretacién de Ia Revolucién francesa fuese "ca la vez materielista con Marx y mfstica con Michelet». Y més ade- Jante en su Introduccién, aun a riesgo de sorprender al lector por lo disparatado de estos nombres, afirma que pretende escribir su His- oria abajo la triple inspiracién de Marx, de Michelet y de Platarco». De hecho aparece como una obra a la vex de ciencia, de fe y de vismo, que inchiye una elocuencia cflida y que envuelve en oca- | siones la Tama revolucionaria, Pero, en resumidas cuentas, Jaurts ‘escribié iluminado por Marx. Sabe que «las condiciones econémicas, Ts forma de Ia produccién y de la propiedad constituyen el funda- mento mismo de Ia historia». En cada periodo, «la estructura econé- “mica de Ia sociedad determina las formas politicas, las costumbres “Sociales € incluso la direccién genetal del pensamiento». De ello se deduce la atencién ditigida al movimiento de la propiedad, a la evolu- cién de las técnicas, a los problemas del trabajo. De ello deriva ese | 28 LA REVOLUCION FRANCESA ‘cuadro de las causas econémicas y sociales de la ‘Revolucién, inmensa novedad para su época, cuya riqueza no han cesado de explotar los historiadores. Pero no por ello Jaurts olvidé considerar al hombre, como el mismo Marx le habfa ensefiado: las fuerzas econdmicas actiian sobre Tos hombres, en os hombres se encarnan las ideas, los hombres «con su diversidad prodigiosa de pasiones y de ideas». El hombre, fuerza ensante y actuante, «no se deja reducir brutalmente, mecénicamen- fea esidad de una férmula econémicae. «Asi como serfa vano y falso negar Ia fencia.del pensamiento y de las formas precisas de la produccién, igualmente seria pueril y grosero explicar sumaria- mente el movimiento del pensamiento humano mediante la sola evo- Jucién de Jas fuerzas econémicas.» La historia ha de esforzarse siem- pre por dejar sentado, a través de Ia evolucién de las sociedades, «la alta dignidad del espiritu libre». En efecto, no se debid sdlo a la fuerza de las cosas el cumplimiento de la Revolucién: fue también «por la fuerza de los hombres, por Ia energia de las conciencias y de las voluntadesy. A pesar de su interpretacién econémica, Jaurés no desea cl valor moral de Ia historia. Propone como ejempio a todos los combatientes heroicos lucién_ que tnvieran la pasién los, combs le la Revolucién que t Ta pasién ign cer tarex revolucionaria rmionumento que Jaur’s erigié a la Revolucién francesa perma- nece con toda su pujanza. Obra de fe, su Historia suscita siempre el entusiasmo y fortifica la conviccién liberadora. Obra de ciencia, inspira siempre la reflexién critica. Si bien la de Jaurés fue la tltima de las vastas historias de la Revolucién, no por ello dejé de abrir 1a via a la historiografia cientifica de la Revolucién, en la linea de su lesa nea ctais: Le istoriograti revolucionaria quedé siempre anclada en él: ‘Mathiez reedité en 1922 Ta obra’ ¢ Jautts, Georges Lefebvre lo teconocié como masie -Mathiez « id en 1925 refiriéndose a Jaurts: «Lo mejor de su espiritu vive en mf, incluso cuando lo contradigo». De hecho, ‘Mathiez se incliné en primer Iugar, siguiendo el surco de su maestro Aulard, por la historia politica y religiosa de la Revolucién. Fruto de ello fue, en 1904; su tesis principal sobre La Théophilanthropie et le culte décadaire. Cuando Mathiez comenz6 a separarse de Aulard, fue acerca de una cuestién de historia politica: el papel de Danton. Esta primera influencia permanecié imborrable: la historia politica, el desprecio de Ia muerte. Jaurés pretendia con ello tam- COMPRENDER LA REVOLUCION 29 o parlamentaria, no dejé de permanecer hasta el final en la mera linea de las preocupaciones de Mathiez. Sin duda sufrié en ‘momento determinado la influencia de Durkheim, cuya obra esta- 5a entonces en el apogeo de su novedad, como lo atestigua su tesis plementaria sobre Les origines des cultes révolutionnaires (1904). ‘cuanto a Jaurés, debié de influir sobre Mathiez, al igual que sobre ros muchos jdvenes historiadores de su generacién, por su socialis- © mismo, que conciliaba la tradicién republicana, «democrética y ocial>, con la interpretacién marxista de la historia, y por el prestigio telectual con el que revestia su doctrina. Sobrevino la primera guerra mundial. Al tiempo que continusba investigaciones anteriores, en particular acerca de Danton, Mathiez ‘orienté hacia un sector nuevo para él, el de Ia historia econémica social de la Revolucién. También en este terreno la accién de Jaurés o puede negarse, al haber trazado en su Histoire socialiste un cua- dro de conjunto del movimiento social a finales del Antiguo Régimen y a través de la Revoluci6n. Pero la guerra acabé por imponer a la én de Mathiez los problemas econémicos, haciendo reaparecer Jas dificultades a las que el Comité de Salvacién Piblica se habia enfrentado en Ja dizeccién de la gran guerra nacional, abligando os gobiernos a recurrir a los mismos procedimientos, requisa, §j cién de precios, control del Estado sobre la vida econémica. A partir de 1915, Mathiez public en los Annales révolutionnaires los estu- dios reunidos més tarde en La Vie chére et le Mouvement social sous Terreur (1927). De este modo contribuyé, mas que ningtn otro, a colocar a la orden del dia las cuestiones econdmicas y sociales, al menos algunas de ellas. Es cierto que no se fij6 en los hechos econé- micos en s{ mismos; pero subrayé sus vinculos con las vicisitudes polf- ticas, trazando por primera vez un cuadro de conjunto del papel de los hechos econémicos en el movimiento popular, Ia accién del Gobierno revolucionario y la politica del Comité de Saivacién Publica. No obstante, no se puede disimular el horizonte limitado de Mathiez en este dominio. No era economista. No presté atencién a los ‘campesinos, sin embargo esenciales en la poblacién de la Francia revolucionaria, no dedicando més que algunas breves péginas, en La Révolution francaise (1922-1927), a cuestiones tan esenciales como la abolicién de los derechos feudales y la venta de los bienes nacio- nales. Sobre todo, acostumbrado desde sus orfgenes a considerar la historia revolucionaria desde arriba, desde el punto de vista de los 30 LA REVOLUCION FRANCESA partidos y de las Asambleas, no se preocupé, 0 muy poco, de las Masas populares, de sus necesidades y de sus intereses, de su men- talidad y de su comportamiento. De ello provienen, a pesar de algu- Ros presentimientos, sus errores de juicio acerca de los enrages, sobre los sans-culottes parisinos, agravados por un prejuicio robes- pierrista actualmente superado. Sin duda, el destino de Albert Mathicz, muerto en 1932.en su eftedra del anfiteatro Michclet de la Sorbona, se corté demasiado pronto. Al menos se nos aparece, en el devenir historiogréfico, como marcando la transicién entre Aulard, histotiador politico ante todo, lz los historiadores sociales que siguieron la linea trazada por Jaurés. ‘Su gran mérito consistiG en haberse dado cuenta finalmente de que la | Revoluciéa francesa ‘no puede explicarse més que tafces econémicas y sociales. 5, Fue Georges Lefebvre quien, encontrdndose todavia vivo Albert 2Mathiez, cambié completamente la perspectiva al dedicarse al estudio de la Revolucién desde abajo, lo que representa la condicién misma Y de la historia social: en 1924 aparecia Les Paysans du Nord pendant Ja Révolution francaise. Lefebvre confesé su deuda: en su opinién, al que més debe es a Jaurts. «No he visto y escuchado a Jaurts mas que dos veces, perdido entre la muchedumbre —escribe en 1947—. Pero si se pretende buscarme un maestro, no reconozco ms que a Gl» La Historia socialista de la Revolucién francesa decidié la orientacién de sus investigaciones. Mas alla de Jaurés, sin embargo, pero en la misma linea, Lefebvre se reconocié una doble filiacion intelectual: «Se remonta —prosigue en esta misma nota pro domo— al liceo y sin duda también a mi Flandes valén donde Jules Guesde fandaba el partido obrero francés sobre la base del marxismo». «Mi Flandes valén>: el de los trabajadores, los tejedores y las covachas de Lille. Esta apertura de la mente hacia las realidades econdmicas y sociales que, sin duda, le impusieron sus orfgenes popu- Jares y que fortalecieron sus opciones socialistas, Lefebvre la debia también a la Ensefianza especial creada por Victor Duruy a finales del Segundo Imperio y que inclufa la economia politica. Historiador social de la Revolucién o mas exactamente, como lo hha escrito Ernest Labrousse, . febvre coincidia asi con las ambiciones més legitimas de la filosofia Ja historia, la de SaintSimon y la-de-Marx. No nos patece indtil yrdar esta ensefianza, en una época.en lgue no pocos se ¢ por introducir de nuevo en Ia historia, y\particularmente en la Revolucién francesa, el azar, lo contingente y lo irracional. este modo se perfecciond poco a poco, a través de un largo més que secular, Ia interpretacién social de la Revolucién a. Mediante su recurso constante a la investigacién erudita erudicién, no hay historia», le gustaba repetir a Georges Le- ), merced a su espfritu critico, a través de su esfuerzo de re- sxién teGrica, gracias a su visién global de la Revolucién, sélo ella ser considerada como verdaderamente cientifica. : Esta profundizaci6n de la interpretacién social de 1a Revolucién tancesa ha progresado con el ritmo mismo de la historia. Seria trivial que la visién de la historia se matiza y se modifica en cada De 32 LA REVOLUCION FRANCESA generacién de historiadores: Ja historia se escribe bajo ¢l peso de las experiencias vividas y de Ia historia real, La de la Revolucién no podria escapar a esta ley. Desde hace casi dos siglos, cada gene- racién se ha inclinado a su vez sobre la Revoluci6n, «nuestra madre comin», matriz de nuestra historia, sea para exaltarla, sea para re- chazarla, como a través de sus esperanzas y sus suefios. No sin resul- tados. El mismo movimiento de la historia ha descubierto poco a poco en cada generacién aspectos nuevos, factores cada vez ‘més nu- merosos y cada vez mas complejos de 1a inagotable realidad revolu- cionaria. De este modo surgieron a la luz aspectos ocultos por la densidad misma del fenémeno. Es significativa, a este respecto, la obra del historiador Loutchisky. En Kiev, en aquella Ucrania en la que el campesino acababa de ser liberado de la servidumbre, aun- gue sin acceder a la propiedad, fue el primero en dedicarse al estu- dio de la cuestién agraria durante la Revolucién francesa: en 1897 publicé La Petite Propriété en France avant la Révolution et la Vente des biens nationaux. Y si es cierto, a mediados de nuestro siglo, que Ja atencién se ha centrado en las ‘masas populares urbanas, ¢no se deberd a que el mundo ha entrado, de acuerdo con una frase célebre, wen la era de las guerras y de las revoluciones»? Pero también por ello, en sentido inverso, esos vanos esfuerzos por negar a la Revolucién francesa, precedente peligroso y que toda- via hoy estremece de temor a las clases dominantes, su realidad hist6- tica y su especificidad social y nacional. A la interpretacién social clisica de la Revolucién francesa se ha opuesto como consecuencia de ello una linea revisionista. Tentativas revisionistas La ofensiva contra la interpretacién social clésica de la Revolu- cidn francesa se afirmé en los afios cincuenta, en plena guerra fria. En 1954, Robert R. exponia en un articulo titulado «The World Revolution of the West», publicado en el Political Science Quarterly, la concepcién de una revolucién «occidental» o «atlénti- ca» que desarrollaria incansablemente a lo largo de varios afios. Ese mismo afio, el 6 de mayo de 1954, Alfred Cobban, profesor de histo- ria de Francia en la Universidad de Londres, pronunciaba una leccién inaugural titulada «Le mythe de la Révolution frangaise». Curiosa- reunidos para poner en duda los resultados de més de un de historiografia francesa revolucionaria. Robert R. Palmer, en cl mismo momento en que Alfred Cobban taba negar el cardcter antifeudal y burgués de la Revolucién ja, emprendfa el intento de negar su cardcter nacional y social. argumentacién fue recogida y desarrollada, en colaboracién con hhistoriador francés Jacques Godechot, en 1955, en el Congreso mnacional de Ciencias Histéricas, en Roma; recogida también y pliada por Godechot en La Grande Nation (1956), por Palmer The Age of the Democratic Revolution (1959); obras que, es pre- decirlo claramente, suscitaron un eco escaso entre los historia- franceses y no produjeron adhesién. La Revolucién francesa no habrfa sido, pues, mis que «un as- 10 de una revolucién occidental 0 més exactamente atléntica que 1enz6 en las colonias inglesas de Norteamérica poco después de 163, sc prolongs en las revoluciones de Suiza, Pafses Bajos, by tes de alcanzar a Francia entre 1787 y 1789. Desde Francia, salté nucvo a los Pafses Bajos, afects a la Alemania renana, Suiza, Ita- , Malta, el Mediterrdneo oriental, Egipto... Mas tarde atin, se lerd a otros paises de Europa y a toda Latinoamérica». En con- encia, Ja Revolucién francesa se integraba en «la gtan revolucién tice. Sin subrayar aqui lo que los calificativos de occidental y de ailén- pueden tener de anacrénico por referencia a su empleo en la {tica internacional actual, reconozcamos que el océano Atléntico desempefiado un papel esencial, que no se puede subestimar, en renovacién de la economfa y en la explotacién de los pafses colo- les por parte de las naciones de Europa occidental. Pero no se re a ello el comentario de nuestros autores, que apenas se inte- san en los fundamentos econmicos y sociales del movimiento de historia. No les importa en efecto mostrar que la Revolucién fran- no es més que un episodio del curso general de Ja historia que, spués de las revoluciones de los Paises Bajos, de Inglaterra y de teamérica, contribuyé a evar o a asociar a la burguesfa al poder liberé el desarrollo de la economia capitalista. Por otra parte, la l x 34 LA REVOLUCIGN FRANCESA habian encerrado en Jas orillas del Atlintico. En el siglo x0x, en todos los lugares en que se instalé la economfa capitalista, la ascen- sin burguesa caminé a la par. La revolucién burguesa fue de alcance universal. Al integrar la Revolucién francesa en un amplio acontecimiento de contornos fluidos, al anegerla en una vaga agitacién internacional, \esta concepcién de una revolucién occidental 0 atléntica la vacia, por ‘otra parte, de su verdadera dimensién y de su significaci6n ‘nacional, En efecto, al colocarla en el mismo plano que «las revoluciones de Suiza, de los Paises Bajos, de Irlanda...», se minimiza extrafiamente Ia profundidad y las dimensiones de la Revolucién francesa, la inten- sidad dramética de sus luchas sociales y politicas, la importancia de Ja mutacin que constituyé en nuestra historia nacional. ¢Se puede realmente hablar, con Palmer, de una «sacudida revolucionaria co- miin a Europa y a América»? Si verdaderamente bubo una sacudida social y polftica, al menos en Europa occidental, fue consecuencia de a conquista revolucionaria y del dominio napoleénico. La interpretacién occidental o atléntica de la Revolucién fran- cesa, al vaciar a ésta de todo contenido especifico, econémico (anti- feudal y capitalista), social (antiaristocrético y burgués), y nacional (ano ¢ indivisible), considerarfa como nulo algo mas de medio siglo de una historiografia ahora clésica, de Jean Jaurts a Georges Lefeb- vre. No obstante, Tocqueville habla abierto la via a la reflexién, cuando se preguntaba en L’Ancien Régime et la Révolution: «¢Por | qué unos principios andlogos y unas teorfas polfticas semejantes con- | dujeron a los Estados Unidos a un mero cambio de gobierno y a \Francia a una subversién total de la sociedad?», Y también: «Pero, gor qué esta revolucién preparada en todas partes, amenazadora en todos los lugares, ha estallado en Francia en lugar de en otro sitio? ePor qué ha revestido entre nosotros determinados caracteres que no se han encontrado en ningtin otro lugar o que no han reaparecido sino a medias?». Plantear el problema en estos términos, significa superar Ia superficie de una historia politica ¢ institucional para es- forzarse por alcanzar las realidades econémicas y sociales en su espe- cificidad nacional. ‘Mantenida con obstinacién durante una docena de afios, esta teorfa de una revolucién occidental o atléntica, si bien ha tenido un Gzito real entre los historiadores anglosajones, jamés ha podido im- ponerse en Francia sobre la interpretacién social clasica de la Revo- COMPRENDER: LA REVOLUCION 35 n francesa. J. Godechot la atemperé poco a poco, insistiendo en. earécter antifeudal de las luchas sociales de 1789 a 1793. En unto a R. R. Palmer, Ilegé a escribir en una de sus tltimas obras, 1968: , entras que numerosos nobles se habfan comprometido ya en em- esas capitalistes. La Revolucién, a pesar de la supresién de los venales, apenas habria cambiado la relacién entre riqueza ca tay riqueza propietaria. «La cuestin fundamental —escribe or—, reside en saber si la burguesia de 1789, cualquiera que su definicién, estaba econémicamente opuesta a otras clases que zaban de una fuente de ingresos diferente.» La respuesta es nega- Entre una gran parte de la nobleza y el sector propictario de clases medias, habia «identidad de las formas de inversi6n y de las socioeconémicas, hasta tal punto que, en resumidas cuentas, dos clases no formaban, econémicamente, més que un solo y 10 grupo». Al igual que Cobban, Taylor concluye que la Reyo- n francesa no podia haber sido una lucha entre unas clases que“ ‘opuesto unas formas diferentes de riqueza y t E micos distintos. La oposicidn era puramente juridica, pero no. ” ica. La Revolucién francesa habria sido «una revolucién esen- 40 LA REVOLUCION FRANCESA cialmente_polftica que provoca unas reformas sociales, y no una re- volucién social que tiene unas consecuencias politicas». - ‘Respecto del problema de la burguesfa, no puede negarse la im- portancia de los intelectuales y de los cargos oficiales en la madura- cidn y la conduccién de la Revolucién. Entre las diversas categorias burguesas, se encontraban sin duda entre los elementos més cons- cientes, més progresistas. No puede reducirse hasta el exceso el papel del movimiento de las ideas en la preparacién de la Revolucién. Los titulares de cargos oficiales, en particular, que habian alcanzado una Posicién acomodada, cuando no la riqueza, reforzados en su indepen- dencia merced a Ja venalidad de su cargo, constitufan un medio cul- tivado en el que Ia critica al orden existente circulaba con entera libertad. En este sentido, unos y otros, cargos oficiales e intelectuales, contribuyeron a Ia formacién de la ideologia que suscité el despertar, més tarde, la conciencia de clase de todas las categorias burguesas: fenémeno sin el cual la Revolucién no ser{a concebible. % Categorfas €s preciso constatar con claridad, tratén- dose de ‘Antiguo Régimen, que el término burguesia se emplea en la mayorfa de los casos en plural, incluso por los histo- riadores franceses. Y, de hecho, la burguesfa era, sin lugar a dudas, diversa y multiple: rara vez una clase social es homogénea. Pero la burguesfa era aza también. En el siglo xvitt, como en toda época de Ia historia, las distinciones de clase eran numerosas, variadas, con frecuencia apenas perceptibles: el nacimiento y el nivel de fortuna, Ia educacién y el lenguaje, la vestimenta y el modo habitual de exis. tencia, ninguno de estos criterios considerados aparte constitufa por sf solo el cardcter distintivo de Ja clase. En la primera fila de los criterios burgueses, se sitéa sin duda la fortuna, no tanto por su vo- Jumen como por su origen, su naturaleza, la manera en que era gestionada y gastada: «vivir burguesamente». Nadie puede poner en duda que un francés del siglo xvim discernfa si fulano 0 mengano pertenecfa a Ja aristocracia 0 cotrespond{a a la burguesfa: «eso huele a burgués». Es necesario ir més adelante ¢ intentar, para comprender el sen- tido y el alcance de Ia Revolucién francesa, una definicién que im- plique un minimo de sistematizacién: mero esbozo que permitiré aprehender la unidad de los tipos sociales en ocasiones aparentemen- te contradictorios. La discusién sobre las «Vies nuevas hacia una historia de la burguesfa occidental en los siglos xvimi y xrx», con COMPRENDER LA REVOLUCION 41 del Congreso Internacional de Ciencias Histéricas cclebrado , en 1955, puede proporcionar los elementos para ello. Ernest Labrousse: «En correcta aproximacién, el grupo tivalares de empleos oficiales, los altos funcionarios, los fun- arios que tealizaban una tarea de direccién de la que conser- n lo que no estaba consolidado en Ia nobleza... También, el pro- wtio, el rentista que vive de un modo burgués... Burguesas galmente, por supuesto, las profesiones liberales, en el sentido de mpre. Todas estas variedades han salido de la innumerable fami- de los jefes de empresa que constituyen numéricamente la parte importante de la clase: quienes, propietarios 0 gestores de los os independientes de produecién, servidos por un trabajo asa- , obtienen sus principales medios de subsistencia de ellos y se dican, en especial, el beneficio comercial e industrial. Familia le, desde el financiero, el armador, el manufacturero, el ne- jociante, cl mercader hasta las Gltimas filas de las pequefias catego- iG qué sigui6: «Por ello, cuando se ha tratado de aprehender Mburgués en su origen y en su masa estadistica, E. Labrousse lo ha do a cabo en términos marxistas: “el que, propietario o gestor medios independientes de produccién”... Henos aqui, pues, ante criterios: 1) Disponer libremente medios de produccién. jplicarles, mediante un contrato libre, una mano de obra que no més que de su fuerza de trabajo. 3) Adjudicarse, como con- ia de este hecho, Ia diferencia entre el valor realizado por la nefa y Ia remuneracién de la fuerza de trabajo aplicada. No es gués quien no vive, directa 0 indirectamente, de la deduccién definida en estos términos». Esta definicién permite, nos pa- ituar mejor la posicién y el papel de la burguesfa en la Revolu- n francesa. " Respecto del problema del capitalismo, tampoco cabe ninguna da de que los intelectuales, los funcionarios, as{ como los miembros Jas profesiones liberales, se hayan preocupado poco de promover impulso. No obstante, es necesario precisar si, en su calidad de embros de Ia Asamblea constituyente, estos hombres han sufrido 0 Va influencia de los grupos de presién deseosos de desembarazarse reglamentacién econémica del Antiguo Régimen. Ademés de 42 LA REVOLUGION FRANCESA que en la Constituyente habia un 13 por 100 de negociantes y de mannfacturetos, dos grupos de presién influyeron sobre sus debates de un modo muy activo: los «diputados extraordinarios de las ma- nufacturas y del comercio» que representaban los intereses de los puertos, y el club Massiac, defensor de los intereses de los planta- dores de Santo Domingo, de los armadores y de los refinadores, que intervino cada vez que fue puesto en discusién el régimen colonial. Subrayemos por otra parte que, partidarios de la libertad individual y de la libertad de pensar, los’ Constituyentes Jo eran también im- plicitamente de Ia libertad econémica, Aunque la Asamblea consi tuyente no proclam6 explicitamente esta libertad econémica, es obvio que le parecia que ello era evidente. Al menos establecié y mantuvo de forma obstinada Ia libertad del comercio de granos, abolié las corporaciones y suprimié el monopolio de las grandes compafifas co- merciales: reformas todas ellas favorables al desarrollo de la libre empresa y del libre beneficio. 4 Que no pocos revolucionarios hayan sido partidarios de la exten- sién de la pequefia propiedad, que no hayan sospechado las posil dades de la concentracién capitalista, que los mfs demécratas hayan tenido como ideal una sociedad de pequefios productores indepen- dientes, no por ello los resultados de la Revolucién siguen siendo muy diferentes: no podriamos medirlos conforme a Jas intenciones de sus artesanos. Los iniciadores de un movimiento social no son ne- cesariamente sus beneficiarios: del hecho de que varios de los jefes de la revolucién burguesa no fuesen auténticos burgueses no podemos deducir un argumento. Por otra parte, la historia no es tinicamente el hecho de los actores que ocupan el proscenio. En cuanto a la Re- volucién francesa, el hecho esencial permanece: el feudalismo fue abolido, el antiguo sistema de produccién destruido, la libertad de empresa y de beneficio establecida sin restriccién, abriendo ast la via al capitalismo. La historia del siglo xxx, en particular la de la clase obrera, demostré que todo ello no fue un mito. En el momento en que el articulo de Elizabeth Eisenstein relan- zaba, entre los historiadotes norteamericanos, la discusién acerca de Ja naturaleza burguesa 0 no de la Revolucién francesa, en a misma Francia se iniciaba en 1965 una empresa revisionista de una enver- gadura distinta. El contexto histérico ya no es ahora el de la guerra fria; pero no pod:famos abstraer esta tentativa de las condiciones COMPRENDER LA REVOLUCION 43 y de las Iuchas polfticas de la Francia de 1965. El objetivo pre el mismo: negando las realidades de clase, encontrar una ‘iva al empuje revolucionario. De abf deriva ese esfuetzo para a proyectar la teorfa de la dualidad de la Revolucién, la del enta y nueve y Ia del Noventa y tres, pero sin la racionalidad y mnecesidad que caracterizaban la escuela «fatalista»: en consecuen- ‘una revolucién de Ia Tlustracién aristocrética y burguesa, seguida, 'vinculo necesario, por una revolucién popular, violenta y retr6- La via reformista prevaleceria sobre 1a via revolucionaria. Esta interpretacién fue avanzada, en primer lugar, por Edgar en La Disgrace de Turgot (12 mai 1776), obta publicada en 961. Pero, ¢podian imponerse con éxito las reformas liberales en- ‘emprendidas, mientras persistfan las estructuras feudales y el ilegio aristocrético, a los que, sin embargo, este ministro ilus- o jamés manifest la intencién de tocar? En esta misma linea se eribié en 1965 La Révolution de Francois Furet y Denis Richet. Tos diversos temas entonces desarrollados, dos merecen ser rete- os aqui: cl de la «revolucién de las élites» y el del «deslizamiento» ‘movimiento revolucionario, implicando uno y otro el cardcter ramente contingente de Ia Revolucién. «¢Era la Revalucién_ine- 2», se preguntan nuestros autores. No, sin duda alguna: «Todo fa atin de las capacidades de arbitraje y de reforma del rey Francia) | «Revolucién de las élites»: revolucién de la Tlustracién, la de 789. A lo largo de todo el siglo xvi, una comunidad de ideas y ‘gustos, una vida de sociedad comtin han aproximado, sin lugar idas, a las élites aristocréticas y burguesas que se caracterizaban una igual aspiracién a la libertad politica, asf como una igual sidn respecto de las masas populares y de In democracia. La olucién estaba hecha en los espfrits antes de ser trasladada al den piblico. Los hombres del Ochenta y nueve estaban ganados cl espititu de reforma, generalmente extendido, fuese el del libe- lismo aristocritico 0 el del pensamiento burgués. Se habrfa produ- por consiguiente, «convergencia téctica contra el absolutismo>, lianza de las fuerzas sociales dirigentes en el transcurso de la pre~ olucién; 1789 hebria sido el desenlace de esta toma de conciencia Jas élites, en consecuencia revoluci6n de la Tlustracién, constitu- ndo Ia ideologia el elemento motor de la historia. «La Revolucién 1789 resulté de una doble toma de conciencia de las élites reali- 44 LA REVOLUCION FRANCESA zada a través de un largo recorrido. Conciencia, ante todo, de su autonomfa en relacién con el orden politico, después de su necesario control del poder. Conciencia undnime en la que la nobleza desempe- 6 el papel de un iniciador y de un educador pero que se amplié a Ja riqueza, a la propiedad y al talento.» Fue «la Revolucién de la Tlustracién». No podemos sino subrayar el caréeter simplificador de estas opiniones. Y, antes que nada, ¢fue verdaderamente unificadora la funcién de Ja Ilustracién? Althusser subray6 en su Montesquien (1959) «la paradoja de la posteridad», de aquel tedrico de la reaccién aristocré- tica al que reivindicaron no solamente los Constituyentes de 1789, sino también Marat y Saint-Just. «Este feudal enemigo del despo- tismo se convirtié en el heraldo de todos los adversarios del orden establecido. Debido a un singular giro de Ia historia, el que miraba hacia el pasado parecié abrir las puertas del porvenir.» Respecto de Rousseau, del que sabemos hasta qué punto alimenté el jacobinismo, gacaso no fue también una de las fuentes doctrinales de la contrarre- volucién? Pragmatismo de la Tlustracién: las Luces se deforman al refractarse en los diversos medios sociales al perseguir unas finalida- des diversas. Por lo que se refiere a las élites, lo menos que puede decirse, a pesar de su voluntad comin, es que se dividicron respecto del pro- blema del privilegio. En realidad, no habia, en 1789, una élite fran- cesa unificada. Uno de los més recientes historiadores de la no- bleza, J. Meyer, lo afirma con energia: «La nobleza francesa no supo ni quiso integrar la intelligentsia y las fuerzas sociales nuevas El Estado no supo llevar a cabo una politica aceptable por parte de Jos elementos més dindmicos de las burguesias». Ahf reside clara- mente el fondo del problema. «La Revolucién de la Tlustracién», en- tendamos por ello con mayor precisién Ia reforma, tropezaba con el privilegio. Ni la nobleza ni la monarquia podfan, sin Megarse a si mismas, aceptar la supresién del privilegio, cuyo mantenimiento, por otra parte, no podian aceptar las élites burguesas. Una necesidad in- terna hacia que el enfrentamiento fuese ineluctable. Por lo que se refiere a las «capacidades de arbitraje y de reforma del rey de Francia», un anélisis en profundidad no del gobierno de Luis XVI, sino del Estado monérquico a finales del Antiguo Régi- men, hubiese mostrado que no podfa efectivamente mds que bas- cular . Por supuesto, no estamos dispuestos a concebir la olucién francesa como Ja del Tercer Estado unfnime, desenvol- do sin contradicciones su curso majestuoso, tal como la represen- cierta medida Jaurés en su Histoire socialiste. Georges Lefebvre ostrado, en la revolucién del Tercer Estado, la existencia de una nte campesina especifica y auténoma; sus discfpulos, la de una iente popular urbana, llamada sans-culotte, a su vez también es- y auténoma. No por ello, sin embargo, pudo ser desviado 0 general de la revolucién burguesa. ¢No existirfa, pues, entre as diversas corrientes, ningdn vinculo orgénico? Nuestros autores ombran de la alianza entre esta burguesfa opulenta del siglo xvitt pueblo miserable de las ciudades y los campos. La juzgan «ines- la», dado el hecho de no haber prestado una atencién suficiente estructuras de la sociedad de Antiguo Régimen caracterizadas el privilegio y cl feudalismo. En el aspecto, contingente en su in, de este encuentro entre burguesia y masas populares es se sitda la raiz de su hipétesis, la de las «tres revoluciones 46 LA REVOLUCION FRANCESA de 1789», nocién indispensable para la hipétesis siguiente, Ia del «deslizamiento» de la revolucién de 1792 hacia el 9 termidor. «¢Era fatal este camino?», se preguntan nuestros autores. Re- [chazando «esos determinismos terriblemente seductores», «atrevé- / monos a decirlo —prosiguen—: ga consecuencia de qué accidentes | Ja revolucién liberal engendrada por el siglo xvimt, y que algunos decenios més tarde realizard la burguesia francesa, ha fracasado en Jo inmediato?». La revolucién liberal de 1789, definida por el pro- grama de sus dirigentes ilustrados y por un compromiso desde arri- ba, habiendo fracasado cn consecuencia por la incapacidad «de arbi- ‘traje y de reforma de la ménarquiay, fue definitivamente desviada de su curso inicial por la intervencién popular. Deslizamiento 0 desvia- cin que implica que esta intervencién no fue ni indispensable para el Gxito de la revolucién liberal, ni fundamentalmente motivada por su fracaso. La intervencién de las masas populares habria cerrado, pues, el «gran sendero» que debfa conducir «al liberalismo apacible j del siglo x1». La fase democrética “de la revolucién, de 1792 a 1794, no serfa sino un accidente. «A partir del 10 de agosto de 1792, Ja Revolucién fue arrastrada por la guerra y la presién de la muche- dumbre parisina fuera del gran sendero trazado por Ia inteligencia y Ja riqueza del siglo xvr1.» Nuestros autores no se plantean la cuestién de saber si no es precisamente en el transcurso del perfodo que ellos califican de deslizamiento y que nosotros caracterizamos gustosamente por «el despotismo de Ia libertad», cuando la burguesia pudo, gra- cias a Ia alianza popular, exterminar todas las formas de contrarre- volucién y hacer asi posible, al fin, el sistema liberal que se afirmé definitivamente después de 1795, para alcanzar su plenitud después de 1830. Ni tampoco la de saber cudles fueron las causas profundas de la intervencién de las masas populares: se deberfa sélo al mito del complot aristocrético. Respecto de la guerra, «origen de todas Jas desviaciones, de todas las alteraciones del ideal del 89», se de- berfa, en tltimo anélisis, al expansionismo pasional de los franceses. De este modo todo queda reducido a meras determinaciones men. tales: . revolucién auténtica implica no solamente la destruccién del apa- ato de Estado existente, sino también una desestructuracin de la ién social y de los principios que la gobiernan. ‘Sin embargo, contrariamente a la concepeién ciclica de la histo- y de las revoluciones, la nocién de ruptura revolucionaria implica antes de la revolucién existian una cierta estructura, una cierta guracién, y que después se instaura un nuevo orden, diferente esencia de lo precedente. Romper para restablecer, pero, gpuede tablecerse lo que ha sido perdido para siempre? Los dos Discursos Rousseau se inscriben en esta perspectiva. Al tratar del «restable- to de las ciencias y de las artes» y «del origen y de los funda- entos de la desigualdad entre los hombres», Jean-Jacques supone situacién inicial de transparencia social que babria sido pertur por el amor de la propiedad y el gusto del lujo mediante las eripecias que provocan. Rousseau, empero, se muestra sensible al jcter contradictorio de la marcha de la historia: «Pronto se vio la esclavitud y la miseria germinan y crecen can las miesess © se cierra sino en apariencia. Aqu{ se encuentra «el punto extremo cierra el cfrculo y toca en el punto del que hemos partido»; pero regreso de Ia ley actual a la ley del més fuerte nos devuelve de © «a un nuevo estado de naturaleza diferente de aquel por el e comenzamos». Para definir con mayor precisién este nuevo es- lo Rousseau escribié el Contrato social. Se trata, por lo tanto, de romper para reconstruir: revolucién im- plica finalmente no un retorno hacia no se sabe bien qué edad de nal y més justo. Y fue precisamente as{ cémo evolucioné el sen- tido del término de 1789 al afio I. De la idea de conmocién y de uptura que entrafiaban los acontecimientos de 1789, 1a palabra pas6 pronto a la idea completamente opuesta de accién violenta, es cierto, regulada, de conducta enérgica, pero metédica. Lo indica de n modo suficiente el contenido y el titulo mismo del decreto cons- jutivo del Gobierno revolucionario del 14 frimario del aio II (4 de liciembre de 1793). Es lo que haba subrayado con firmeza Danton, 11 frimario precedente: «Si bien es cierto que se derriba con 4. sor00, 50 LA REVOLUGION FRANCESA Ja pica, es con el compés de la razén y del genio como puede elevarse y consolidarse el edificio de la Constitucién>. Pero, equé edificio y sobre qué cimientos? Aqui es donde debe- mos delimitar con la mayor precisién el sentido de la palabra revo- lucién, ya que el vocabulario de la sedicente ciencia politica se presta con frecuencia a confusién. No hay revolucién si no es social: un golpe de Estado no es en modo alguno una revolucién. Es significa- tiva, a este respecto, Ia evolucién del término hacia una mayor pre- cisién, en la comparacién del Littré del siglo xrx con el Robert del siglo xx: revolucién, cambio brusco y violento, para el primero «en la politica y en el gobierno de un Estado», para el segundo «en el orden social, moral. A lo largo del proceso revolucionario, las antiguas relaciones sociales son destruidas en medio de violentas lu- chas de clases que legan hasta el terror y la guerra civil, imponiendo Ja clase revolucionaria su poder mediante la dictadura. Finalmente, Jas relaciones sociales se ponen de acuerdo con ¢l carécter y el nivel de las fuerzas productivas. |. Por consiguiente, Revolucién: transformacién radical de las rela- ‘ciones sociales y de las estructuras politicas sobre los cimientos de un modo de produccién renovado. Revolucién implica cambio de la estructura econémica y social, cambio del modo de produccién sus- citado por una discordancia insoluble entre las relaciones de produc- cin por una parte, y el caricter y el nivel de las fuerzas productivas por otra, Cuanto més elevado es el nivel de estas uiltimas, y en con- secuencia el nivel de conciencia, la cohesién y Ja energia de la clase revolucionaria, tanto mas completa es 1a Revolucién. ‘al fue precisa- mente el caso de la Revolucién francesa. Revolucién: no puede ser impuesta desde arriba. Si bien es cierto que la reforma puede concederse desde arriba, la revolucién es im- puesta necesariamente desde abajo. La reforma no conmociona las ¢s- tructuras de base de la sociedad, antes al contrario las preserva en el interés persistente de las categorias sociales dominantes: se afirma ‘en los marcos de Ia sociedad existente a la que tiende a reforzar. La reforma no ¢s una revolucidn proyectada a Jo lejos en el tiempo; re- forma y revolucién no se distinguen por su duracién, sino por su contenido. ¢Reforma o revolucién? No se trata de escoger una via o més répida o més Jenta que conduzca al mismo resultado, sino de precisar un objetivo: en dltima instancia, o la instauracién de una sociedad nueva 0 unas modificaciones superficiales en Ia antigua so- COMPRENDER LA REVOLUGION a1 d. El movimiento de reforma, desde Turgot a Loménie de jenne, no tendia a la instauracién de un orden social nuevo, sino mejora del orden antiguo, a la disminucién de los abusos, no a si6n del privilegio y del feudalismo, de la que debia ocuparse volucién. Si la burguesia francesa se asenté definitivamente en el er en 1830, fue la revolucién, no la reforma, quien le permitié onquista del Estado, después de haber asegurado el trnsito de la d_de una fase ‘histérica superada a otra abierta hacia el jenir. Revolucién: tampoco podria diluirse en una transicién prolonga- mds de un siglo. Hipétesis avanzada por algunos, la transicién tituirfa un proceso que, tanto como la fase violenta propiamente cionaria, denotarfa la necesidad de una confrontacién decisiva dos modos de produccién rivales. La problemética de la transicién —escriben Michel Grenon y Régine Robin— no suprime, en modo alguno, el lugar estratégico de la revolucién burguesa ex el proceso que conduce al capitalismo. Le restituye ... su lugar central de momento politico clave en Ia fase de transicién, el que permite los reajustes politicos y jurfdicos. Ja redistribucién del poder y la implantacién de todas las formas institucionales politicas y juridices que sustentan el poder de Ia burguesfa. . Naturalmente, la Revolucién inglesa tuvo sus nivela- dores; pero no aseguré a los campesinos ningtin dominio sobre la tierra; por el contrario, desaparecieron en el siglo siguiente. La razén de este conservadurismo se deberfa buscar en Ia naturaleza rural del capitalismo inglés, que hizo de la gentry una clase compartida: des- de antes de 1640, numerosos hidalgos se habian dedicado activamente a la crfa de ganado lanar, la industria textil o Ia explotacién minera. Si, por otra parte, la Revolucién inglesa contempls, junto con los ni. veladores, la aparicién de teorfas politicas fundadas en los derechos del hombre que, a través de Locke, fueron transmitidas a los revo- COMPRENDER LA REVOLUCION 61 jonarios de América y de Francia, se guardé finalmente de pro- ar la universalidad y la igualdad de los derechos como harfa, y qué contundencia, la Revolucién francesa. La Revolucién inglesa desembocd, en efecto, como consecuencia Ba secuela . Fate cardcter de evidencia se deduce de_Ja-eternidad y_de la uni: versalidad de los principios. «No hay nada més_antigno, ni_més res petable que las ideas que conducen a la verdad —escribe Sieyés en sus Vues sur les moyens d'exécution—. El error es lo que es nuevo respecto del orden eterno de las cosas en el que ya es tiempo de que los hombres quieran finalmente tomar los verdaderos principios sociales.» Nadie con_mé principios inmutables « obiernos» (19 de abril de 1791). «Confieso —afiade atin Robes- Pierre— que no he contemplado munca esta Declaracién de derechos como una teorfa ana, sino mas bien como unas méximas de justicia universales, inalterables, imprescriptibles, hechas para ser aplicadas a todos los pueblos.» De este modo, los derechos del hombre apare- cen como realidad ¢ ideal a la vez: en este sentido no podemos me- nos de reconocer su eficacia en Jas Iuchas revolucionarias. RELATIVIDAD DE LOS PRINCIPIOS No obstante, la autoridad de los principios disté mucho de im ponerse_a todos yp mucho de ser sal atin més, las circunstancias podian obligar a sus partidarios mi ~ Des 9s principios por una parte: asf por ejemplo con ocasién de la votacjén del sistema censitario, en el otofio de 1789, por una mayoria ‘constituyente que los traicioné después de haberlos prociamado. «¢Por qué, pues —se pregunta Sieyés—,_ya. que_estos principios piran en icra ‘misma, nos queda, sin embargo no sé qué presentimiento de pesadumbre por no haber- ing sconem 3 o¥ecx See Sen be ex le via Ja solide de Ja impresién que los buenos principios deberfan imprimir en el es- pfritu de todos los hombres?» Loustalot constata con indudable amargura que existen «pocos de estos hombres que, buscando sobre todo cumplir su deber antes que obtener los aplausos, se mantienen SOBRE LOS PRINCIPIOS TF como Robespierre junto a los principios ..., reclamando sin cesar los derechos sagrados del pucblo incluso cuando prevén que serdn sacti- ficados» (Révolutions de Paris, n° 43, 1-8 de mayo de 1790), Duran- te toda Ja Constituyente, Robespierre no cesé en efecto de protestar contra el olvido de los principios inscritos sin embargo en la Decla- racién de derechos. «¢Nos acostumbraremos a no mirar estas verda- des eternas, en las que descansan los derechos del hombre y la dicha de las sociedades, sino como una vana teoria hecha para set re- legada a los libros de moral?» (7 de abril de 1791). En_cl origen del desconocimiento de los principios, estén el inte: x8 y los prejuicios: pero gno es todo uno? ¢El interés? El ejemplo Be Mirabene sat comprado por Ja Corte esté ahi para probarlo. «Existen siempre en las asambleas numerosas —segiin Loustalot— unos hom- bres a los que la costumbre de una vida de grandes gastos unida a tunas escasas facultades pecuniarias, colocan a la disposicién de un mi- nistro habil ... Otros, impulsados por su ambicién ..., vacilan entre Jos principios y su interés, y sostienen alternativamente la nocién que mima mis a su egofsmo» (Révolutions de Paris, n° 47,29 de mayo - 5 de junio de 1790). El interés, aunque también los prejuicios, cuya in- fluencia no podriamos ignorar, como advierte Marat, a propésito de Jos representantes que han «osado proponer» el veto (Le Publiciste Parisien, n° 1, 12 de septiembre de 1789). De este modo los pri cipios, nociones primeras accesibles sin embargo a todos por_mera i n, sOA_constantemente ignorados por interés o por prej Ja connotacién moral ¢: is recio de I res_politicos por sus deberes. Transpresién de los principios, por otra parte: sucede en efecto que las circunstancias, «la imperiosa ley de la necesidad», imponen su transgresién. Por ejemplo los moderadgs, cuando se abordé la cuestién de conceder los derechos politicos a fos hombres de color li- bres, «jOh! ePor qué —exclama Duquesnoy en L’Ami des Patriotes (n* 25, 24 de mayo de 1791)—, nuestras detestables instituciones sociales estén continuamente en contradiccién con las santas leyes de Ia naturaleza?» Esta misma necesidad se impone también a los patziotas mds firmemente resueltos en la linea de los principios, Les_resulté facil a_i ‘i 1789, las contradicciones ‘de Jas_que_ los 78 LA REVOLUCION FRANCESA tras colonias y los sirvientes en nuestras casas —ironiza Rivatol en el Journal Politique National (n.° 19, finales de agosto de 1789)— pueden, con la Declaracién de derechos en la mano, arrojarnos de nuestras posesiones. ¢Cémo_cs_posible que una Asamblea de legis- ladores haya pretendido-ignorar—que-el-derecho-de-naturaleza nd puede _existir_un_instante al lado dela propiedad2» El_periodisti is roblema de las contradicciones_de los” ibrayando Ja incoherencia del sis- macién de los principios, de des- prender los fundamentos més generales de la otganizacién social, el sistema inspirador y organizador de la accién politica, Los adversa- ios no dejaron de abjetar que los supuestos principios se contradicen y se anulan, En una publicacién effmera de titulo significativo, Les Indépendants, el académico Suard publica un extenso articulo, «Sur les principes» (25 de abril de 1791). «No hay palabra que se pronun- cic con mayor frecuencia cn !as discusiones politicas que la palabra Principio, y hay pocas sobre las que exista menor acuerdo.» Y, mas adelante: «Cuando se dice el principio quiere esto, el principio quiere aquello, me temo que en algunas ocasiones se toma el principia como una_especie de ordculo que asienta su al laden unas fuentes_ desconocidas y con el que se demucstra, al tiempo que se conviene en. que no necesita ser demostrado por s{ mismor. Con mayor perfidia,” el redactor fayettista de La Feuille du Jour habia subrayado, el 18 de enero de 1791, la incoherencia del sistema dé Pprincipios, a pro-_ pésito de la campafia de los jacobinos contra la Sociedad de Amigos de Ia Constitucién_monérquica. La invocacién de principio_conduce a veces a_unas consecuencias_impre seadas; entonces se hace necesatio recurrir a otro. Se.trataba de_un debate en el que estallé Ta contradiccién y final. mente_Ia.impotencia de la ideologia del Ochenta_y_nueye, La con dena de todo tipo de «asociacién parcial» constituye un principio basico de la politica de los constituyentes, en detrimento de la je- rarquia orgénica de los estamentos de la sociedad del Antiguo Régi- men. Rousseau habia condenado les easociaciones parcisles» gn el Contrato social (libro II, cap, III), «Es importante, para mantener claramente el enunciado de la voluntad general, que no haya socie. dad parcial en el Estado, que todo ciudadano opine segiin su parecer propio.» Este pérrafo fue alegado sin cesar por los patriotas. Este principio sirvié de justificacién para la liquidacién de Ia estructura SOBRE LOS PRINCIPIOS 79 juridica de In antigua sociedad, para Ja destruccién de toda clase de particularismos, Ahora bien, Ia experiencia demostré que de tales asociaciones parciales, los clubes constituyen un elemento decisivo en la accién revolucionaria, Semejante dilema permitié al periodista de La Feuille du Jour adelantar que los jacobinos violaban sus pro- pios principios, cuya ineptitud no necesitaba demostracién. «La na- turaleza de las cosas —concluye— es siempre més fuerte que la voluntad de los hombres.» Pero aunque, en un primer momento, este principio (condena de las asociaciones parciales) permitié 1a liquidacién de la sociedad del Antiguo Régimen, en una segunda fase justifica la desaparicién de los antagonismos sociales en el seno del Tercer Estado, en beneficio de la nueva clase dominante, La votacién de la ley Le Chapelier con- tra las coaliciones, el 14 de junio de 1791, representa, desde este punto de vista, un episodio altamente esclarecedor. Sin duda se ha de permitir que todos Jos ciudadanos se retinan, pero no puede permititse a los ciudadanos de determinadas pro- fesiones reunirse para sus pretendidos intereses comunes, No existe ya corporacin en el Estado; ya no existe sino el interés particular de cada individuo y el interés general ... Es preciso por lo tanto re- montarse al principio de que son los convenios libres, establecidos de individuo a individuo, los que han de fijar la jornada para cada obrero. jNingin demécrata protesté, ni en la Asamblea, ni entre los perio- distas, ni Marat, ni Robespierre, contra esta perifrasis de Rousseau | ¢ hecha’ por Le Chapelicr. La idcologia individualista’ del Contrato \’ | constitufa en su opinién el tinico camino que permitia establecer la \¢% igualdad de derechos; ¢_despe- jaba Jas relaciones sociales concretas. Pero el arma juridica que habia servido para abatir el Antiguo Régimen se volvfa contra la Revolu- cidn: ese dia, Ia derecha aplaudié y reclamé la aplicacién del «prin- cipio» a los clubes y a las sociedades populares. ye De este modo los principios, fundamento tedrico de Ja concep- )?4"" cién revolucionaria de los derechos del hombre, originaban una do- ble contradiccién; R. Barny, al que seguimos aqui, habla de una adoble traicién»: contra la reaccién aristocratica, pero también con- tra el movimiento popular. 80 LA REVOLUCION FRANCESA Ja teorfa de Jos derechos asus intereses_de clase dominante, se_vincula, de 1789 a 1791, ala_biisqueda,-a-causa_del. | de un compromiso_con.la nobleza-y-la monarqufa, Re- /sultd facil para los demécratas denunciar el abandono o la traici | de los principios por parte de los «nuevos aristécratas», mientras que los aristécratas se aprovecharon para desconsiderar Ia ideologia de los derechos del hombre. Enfrente de la reaccién aristocrética, la burguesfa constituyente no vacilé, aunque no sin un cierto embarazo sin embargo, en trai cionar sus propios principios cuando la primera los invocé, no sin segundas intenciones. Quedé perfectamente claro a propésito del mandato imperativo y de las practicas de democracia directa invoca- dos por la derecha con ocasién de las discusiones constitucionales del otofio de 1789. Loustalot, en las Révolutions de Paris (n.° 20, 21-28 de noviembre de 1789), confiesa su turbacién. EL mandate imperative. respondfa _evidentemente.a ciertas_exigencias_democriticas;_pero_la experiencia mostraba_que la democracia directa no_dejaba de_presen- tar algunos peligros y podia convertirse en un medio de ponet_trabas al desarrollo efectivo de la democracia. Loustalot se inquieta: «Sin lugar a dudas, los principios pueden favorecer en este momento las pérfidas pretensiones de los enemigos de la libertad». Reacciona « pesar de todo: «No se transige con los principios». Acepté sin em- bargo, en junio de 1790, respecto de un problema diferente, aunque planteado en los mismos términos, admitir algunas «razonables ex- cepciones>. Sin duda, Robespierre fue el tinico, en todo el transcurso de Ja Revolucién, que abordé valientemente este problema, que denuncié Ia trampa, que resolvié Ia contradiccién no en el nivel de los princi- pios cuya sospechosa utilizacién por parte de la reaccién y de la contrartevolucién constata, sino en el plano de la politica, a través de un andlisis de las relaciones de fuerza, finalmente a través de un anilisis de clase implicitamente opuesto a la teorfa abstracta de los derechos del hombre. Por ejemplo, ya desde el 27 de julio de 1789, en relacién con el secreto de la correspondencia que afecta al «gran principio» del respeto de la libertad individual. Se trataba de un pa- quete de cartas dirigidas al conde de Artois, que ya habia emigrado, y aprehendidas a un supuesto conspirador. «Se oponen objeciones, escripulos respecto de la inviolabilidad de la correspondencia —ex- clamé Robespierre en la Asamblea constituyente—, todas esas maxi- te adapts gestiGn, SOBRE LOS PRINCIPIOS 81 ‘mas no encuentran aplicacién en este caso. Deben ceder ante unos principios de otro orden y més importantes, que son los que repre- sentan Ia salvacién del pueblo.» La misma actitud clarividente y enérgica de Robespierre aparece en el transcurso del debate sobre el veto regio en septiembre de 1789, aunque en esta ocasién respecto de algunos patriotas seducidos por Ja falaz argumentacién que presen- taba el veto como una institucién de control democratico de la Asam- blea legislativa, __A algunos Jes agrada considerar el veto real suspensivo [por ejemplo, algunos futuros girondinos: Brissot, Petion], bajo la idea de un recurso al pueblo, al que creen ver como un juez soberano, gue se pronuncia sobre la ley propuesta entre el monarca y sus re- Presentantes. Pero, equién no advierte antes que nada hasta qué Punto esta idea es quimérica?... Dejo a la imaginacién de los bue- nos ciudadanos el cuidado de calcular las demoras, las incertidum- bres, las perturbaciones que podria producir la contrariedad de las opiniones en las diferentes partes de esta gran monarquia y los recursos que el monarca podria hallar en medio de estas divisiones y de la anarqufa que seria su consecuencia, para alzar por ultimo su poder sobre las ruinas del poder legislativo. Si bien ¢s_el més firme_partidario de los principios, Robespierre. no_por_ello se constituye en_su_prisionero. Sabe.reemplazar_la_tefe: los principios por un anilisis politico Itcido, superar el irre ictible antagonismo_de la teorfa_y de la préctica, de los principios as, aprehender el devenir histérico sin renunciar Nunca fue mds nftide Robespie- me del 5 nivoso del afio II,(25 de diciembre de 1793) Sur.les principes du gouvernement révolution- naire, en el que justifica la distincién entre el gobierno constitucional, cuyo objetivo es el de conservar Ia Republica, y el gobierno revolu- cionario, cuya tarea_y objetivo es fundar la Republica. «La Revol cign.es la guerra de Ja lib Sus enemigos»: por consiguien: pueden reclamar sus principios. «Si invocan Ia ejecucién e las maximas constitucionales, no es sino para violarlas im- te. Son unos asesinos cobardes que, para degollar a la Re- piiblica-desde_la_cuna, se esfuerzan por agarrotarla con unas mdxi-_ Jnas_indefinidas, de las que ellos a su vez saben desprenderse.» Es entonces cuando intervienen los «principios de otro orden», de con- 82 LA REVOLUCION FRANCESA formidad con la expresién de Robespierze ya desde el 27 de julio de 1789, los que se derivan de las necesidades del combate revoluciona- tio y de las exigencias de Ia salud piblica. Entre la abstraccién de los principios y de los derechos y las rea- lidades politicas de una sociedad en revolucién, el conflicto no podia dejar de ser permanente. Las exigencias reales de una revolucién cho- can_necesariamente_con el cardcter ideal de las declaraciones revol cionarias de derechos, Robespierre, en su respuesta al girondino Lou- vet, el 5 de noviembre de 1792, lo explicé con nitidez: «¢Queréis una revolucién sin revolucién?», es decir sin ilegalidad, sin violen- cia, sin injusticia. «¢Qué pueblo podria nunca sacudirse el yugo del despotismo a ese precio?» Una revolucién no puede ni debe obede- cer sino a su propia ley, que es la salvacién de la revoluci6n, es deci Ja instauracién de un nuevo orden, garanta de los derechos, «el di frute apacible de la libertad y de la igualdad», Asi se juntan los ex: tremos:_derechos del hombre_y. gobierno. revolucionatio..Saint-Tust, ¢n_su informe sobre 1a policfa general (26 germinal del afio IT- 15 de ‘abril de 1794), pregunta a su vez: « como principio Ja virtud, 0 si no el que ieren ni virtud ni terror?» Y Robespicrre: «gAcaso la fuerza 3e ha hecho sélo para proteger el crimen?» Una e indivisible, como ‘Ta Repiiblica, la Revolucién francesa es inseparable tanto del terror ‘como de los derechos del hombre. El terror aparece, en el contexto Jhistético“del Noventa y tres, como el corolario de los principios, ome medio de defensa revolucionaria de los derechos del hom: SUPERACION DE LOS PRINCIPIOS Con los progresos y la radicalizacién de la Revolucién francesa, el problema de los derechos del hombre adquirié una dimensién nue- va. Nebido-a.un_encadenamicnto-necesario,-de-1789-a 1793, la Re: volucién_se_afirmé no_solamente. como_revolucién de la_libertad,. sino_también_ademés_como_revolucién de Ia_igualdad, El_cardcter y a_signi delos derechos cambié radicalmente: de liberal moder sentido burgués de estas palabras, a demécrata y abierto en sentido jacobino, Se trata en ese momento de atraer al pueblo en torno a la burgues{a revolucionaria y de a Convenciéa, sin. oY. SOBRE LOS PRINCIPIOS 83 cederle el poder por supuesto, La Declaracién de derechos que pre- Ce Te Connie yotade el 24 de junio de 1793, que ia més alld de la de 1789, proclama en su artfculo primero que «la finalidad de Ia sociedad es la dicha comin». Afirma los derechos al trabajo, la asistencia, a la instruccién (articulos 21 y 22); reconoce no sola- mente el derecho a resistir a Ia opresién (articulo 33), como la de 1789, sino también el derecho a la insurreccién (articulo 35). { fein Ia izquierda, donde también se advertia el poder movilizadot de las palabras, la actitud fue simétricamente idéntica. Loustalot, ‘en las Révolutions de Paris (7-14 de noviembre de 1789), constataba este poder de las palabras. La palabra aristécrata no ha conttibuido a la Revolucién menos que la escarapela. Su significacién se encuentra ahora muy exten- dida; se aplica a todos los que viven de abusos, los que echan en falta los abusos, 0 los que quieren crear nuevos abusos. Los aris- técratas han intentado persuadirnos que esta palabra se habia con- vertido en insignificante: no hemos caido en Ja trampa; y, como la tes han presentido que estaban petdidos si mo encontraban una palabra cuyo poder mégico destruyese la potencia de Ia palabra aristOcrata, jodi: i cular, aci los Los petiodistas patriotas, Loustalot en particular, scosaron habitos del Ienguaje en los que se afirmase una connotacién de An- tiguo Régimen, analizaron Jas palabras de uso corriente en las que se enfrentaban las connotsciones conttadicoras, refleos de los en- frentamientos de clase, propugnaron el empleo de la expresién corree- ta conforme a la doctrina democritica de los derechos del hombre. SOBRE LOS PRINCIPIOS 89 +Es necesatio, para redactar una buena ley nueva —escribe Loustalot en las Révolutions de Paris (24-31 de octubre de 1789)— abandonar no solamente las antiguas palabras, sino también las antiguas ideas a ellas aferradas.» Pone en guardia a los patriotas, en su néimero del 7-14 de noviembre de 1789, analizando, no sin clatividencia, todo Jo que la picardfa politica debe a tas habilidades del lenguaje. «El abuso de las palabras ha sido siempre uno de los principales medios que se han empleado para sojuzgar a los pueblos ... Preocupémonos, ciudadanos, por no dejarnos engafiar por las palabras: cuando el po- der ejecutivo ha estado a punto de imponeros el sentido de deter- minadas expresiones, parece hacer una cosa, y en tealidad hace otta; Y poco a poco nos cargaria de cadenas hablindonos de libertad.» ‘Admonicién. profética, . Después de Ia era de las palabras-ilusién Mega en efecto la era de Jas palabras-mentira. El cansancio y luego el desencanto reemplazaron las esperanzas y los suefios. En 1789 se habian plantado érboles de Ja Libertad; fueron cortados después de Termidor. «Para conservat algo —escribiria Grégoire en la Histoire des sectes religieuses en 1810— se cambiarin Jos términos; ... respecto de otros articulos, s¢ conservarén las palalias para disimular el cambio de la cosa. 2Se trata de la libertad de prensa? Prevenir tendré la misma acepcién que reprimir ... Antafio, en Génova, Ia palabra libertad figuraba escrita en las cadenas de los galeotes.> Una vez que Bonaparte Ilegé al poder, después de brumario del aio VIII, el engafio se hizo consciente y sistemstico. La proclamacién de los cénsules que presentaba el 24 frimario (15 de diciembre de 1799) la Constitucién del afio VIII, declara: «La Constitucién se basa en los verdaderos principios del gobierno representativo, en los derechos sagrados de 1a propiedad, de la igualdad, de la libertad», Conocemos la continuacidn: 1a representacién nacional escarnecida, la igualdad transgredida, 1a libertad confiscada, Una nueva palabra es significativa de la época: fue en el afio VIII cuando comenzé el des- tino del término liberal, lamado a tener el porvenit que ya sabemos. Opvesto a jacobino, a sectario, ast como ahora a dogmidtico, presen. taba la inmensa ventaja de despertar Ia idea de libertad. «Si la inmortal jornada del 18 brumatio [la del golpe de Estado de Bona- parte] no tuviera ningiin resultado —declaré el oscuro Chabaut, dipu- tado del Jura, en la segunda sesién del 19 brumario—, si no esta- Dleciera finalmente Ia libertad sobre unas bases inconmovibles, 96 LA REVOLUGION FRANCESA organizando su ejercicio, esta divinidad de las almas liberales queda- sla perdida para siempre para los franceses.» Este 19 brumario del afio VITI, a las 11 de la noche, en su Proclamacién, Bonaparte adop- 16 esta palabra.programa. «Las ideas conservadoras, tutelares, libe- rates, han entrado en su derecho a través de la dispersién de los facciosos que oprimian los Consejos.» Los afios que siguieron mos- traron sobte qué bases el primer cénsul, pronto emperador, entendia asentar finalmente Ia libertad, de qué manera organiz6 su ejercicio. La libertad no fue ya més que un estandarte: las grandes palabras del Ochenta y nueve disimularon en adelante la arbitrariedad y abri- garon el despotismo. Palabras-ilusién, palabras-mentira, segiin quién las emplee y se- gin las circunstancias. La historia de las palabras libertad, igualdad, de 1789 a 1815, ilustraba por adelantado Ia maxima de la lingiifstica moderna: «Las palabras carecen de sentido, no tienen mis que cempleos». ‘Libertad, igualded: palabras-ilusién sin duda, pero no obstante conmovieron a Francia y al mundo, y todavia los conmuevens pala- bras que dan un sentido a la vida. Afiadirfa a ellas la fraternidad, que no es, al igual que Ja libertad y la igualdad, un principio en el frontispicio de la DeclaraciGn de derechos, sino un deber. Si la liber- tad no es nada sin Ia igualdad, si la libertad sin igualdad no es sino el privilegio de algunos, gqué serfa la igualdad sin la fraternidad? ‘Pragmatismo de los principios. Conviene todavia precisar cudles fueron y cémo intervinieron en las luchas revolucionatias. CapituLo 1 «LIBERTAD, LIBERTAD QUERIDA» O EL LIBERALISMO BURGUES. 1789 La libertad fue, en 1789, la primera de las ventajas prometidas, Ella es lo que interesaba a la burguesia constituyente por encima de todo: Ia libertad en todas sus formas. En la Declaracién de derechos, la igualdad qued6 asociada a la libertad: afizmacién de principio que, en el espiritu de tos constituyentes, legitimaba el rebajamiento de Ja aristocracia, més de lo que autorizaban las esperanzas populares Inscrita en el articulo primero, «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos», la igualdad desaparece en el articulo siguiente: no figura entre los derechos naturales ¢ imprescriptibles del hombre, que son Jos deberes, trabas a la libertad y que, invadiendo, en més de un aspecto, los detalles mis incémodos de la legislacién, presentardn al hombre vinculado por el estado civil y no al hombre libre de la nacuraleza, El estado civil, entendamos, en el lenguaje de la época, el estado, social; © con mayor precisién; el estado social fundado en la propie~ dad. La libertad que los constituyentes reconocfan al hombre y al ‘iudadano no era sino la del hombre burgués: libertad abstracta y tedrica para la masa de no propietarios, los impropietarios (despo- seidos) dird pronto Babeuf, La burguesia constituyente se mantuvo siempre en esos limites, afirmando nitidamente sus principios, libertad, propiedad, cada vez que el movimiento popular amenaz6 el nuevo edilicio. Planteo aqui la verdadera cuestién: evamos a terminar la Re- volucién, vamos a recomenzar? —pregunta Barnave después de la huida del rey a Varennes, el 15 de julio de 1791, en un discurso vehemente—. Habéis convertido a todos los hombres en iguales ante la ley; habéis consagrado 1a igualdad civil y politica... Un paso mis seria un acto funesto y culpable, un paso mis en la senda de Ja libertad significarfa la destruccién de la realeza; en la linea de la igualdad, Ja destruccin de In propiedad. Si queréis destruir todavia, cuando todo lo que era preciso destruir no existe ya; si cteéis no haber hecho todo en pro de la igualdsd, cuando la igual- dad de todos los hombres est asegurada, gencontraréis ain una aristocracia para destruir, que no sea la de las propiedades? Las LIBERTADES FUNDAMENTALES La DeclaraciGn de derechos del 26 de agosto de 1789 consagré las libertades individuales, respecto de las cuales los cuadernos de agravios habian manifestado ya su unénime acuerdo. Pero aunque proclama, en un estilo caracterizado por la claridad y el realce, la libertad individual, las de opinién y de prensa, no menciona expresa- mente ni la libertad de cultes, ni las de reunién y de asociacién, ni Ja de ensefianza, ni la libertad de comercio y de industria, Singu- ares omisiones que debian reparar las Dispositions fondamentales del titulo primero de la Constitucién de 1791. o4 LA REVOLUGION FRANCESA La Constitucién garantiza como derechos naturales y civiles: ta libertad de todo hombre para irse, quedarse, marcharse, sin que pueda ser arrestado ni detenido sino es de acuerdo con las forma- lidades determinadas por la ley; de hablar, de escribir, de imprimir y de publicar sus pensamientos, sin que los escritos puedan ser s0- ‘metidos a ninguna censura ni inspeccién antes de su publicacién, y la de ejercer un culto religioso al que se sienta vinculado; 1a libertad para los ciudadanos de reunirse apaciblemente y sin armas, adecuindose a las Ieyes de policta, de ditigir a las autoridades cons- tituidas peticiones firmadas individualmente. La libertad del individuo queda afirmada por los articulos 7 a $ de la Declaracién, que fueron recogidos por el cédigo penal y por el cédigo de procedimiento criminal. «Ningtin hombre puede ser acu- sado, arrestado, ni detenido més que en los casos determinados por Ja ley, y segtin las formas que ésta prescribe. Los que solicitan, ex- piden, ejecutan o hacen ejecutar unas érdenes arbitrarias deben ser castigados» (articulo 7). «La ley no debe establecer més que unas penas estricta y evidentemente necesarias»; no puede tener efecto retroactivo (articulo 8). «Todo hombre es considerado inocente hasta que haya sido declarado culpable» (articulo 9). Prescripciones todas ellas tomadas tanto de los filésofos ingleses de finales del siglo xvit, como del criminalista italiano Beccaria, autor en 1764 del célebre tratado De los delitos y las penas. El 8 de octubre de 1789, la Asam- lea constituyente precisé estos articulos aboliendo las pricticas mas odiosas del Antiguo Régimen mediante su decreto «acerca de la re- forma de algunos puntos de la jurisprudencia criminal»: cartas cerra- das y selladas (6rdenes del rey que sin més confinaban a cualquiera en Ia prisién), arrestos arbitrarios, cuestiGn previa (Ia tortura), pro- cedimiento secreto, y ausencia de defensor. Medidas transitorias: creado el 10 de septiembre de 1789, el Comité para la reforma de la jurisprudencia criminal emprendié la magna tarea que culminé en Ia ley del 15 de septiembre de 1791 sobre la justicia criminal y en el cddigo penal del 25 de septiembre de 1791. La libertad de opinién queda explicitada en el articulo 10 de Ja Declaracién: «Nadie debe ser molestado por sus opiniones, incluso religiosas, con tal de que su manifestacién no perturbe el orden es- tablecido por la ley>. La libertad de prensa es definida por el articulo 11; «La libre comunicacién de los pensamientos y de las opiniones es uno de los f ae at fe 4LIBERTAD, LIBERTAD QUERIDA» 95 derechos més preciosos del hombre; en consecuencia, todo ciudada- no puede hablar, escribir, imprimir libremente, con la salvedad de responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por Ja ley». Esta restriccién suscité Ia indignacién de los petiodistas pa- triotas Hemos pasado répidamente de Ia esclavitud a la libertad —es- cribe Loustalot en el niimero 8 de las Révolutions de Paris (finales de agosto de 1789}—; nos encaminamos con mayor rapidez atin de Ja libertad ha aspirardn a sojuzgarnos sera la de restringir la libertad de pren: incluso la de ahogarla. Esta condicién es como una correa; se extien- de y se encoge voluntad. En vano la ha rechazado Ia opinién piblica; no por ello dejaré menos de servir a todo intrigante que haya Uegado a un cargo para mantenerse en él; no podremos abrir los ojos a los conciudadanos sobre lo que ha sido, sobre lo que hha hecho, sobre Io que quiere hacer, sin que diga que perturbamos el orden puiblico. La libertad de prensa se habia instaurado espontdneamente a Ps de la rcunidu de lus Estados generales: los periddicos se mul- tiplicaron en Paris ya desde el 6 de mayo de 1789. El gobierno real se esforzé imitilmente por canalizar la oleada; tuvo que confesar st impotencia. Su publicacién, Etats Généraux, que habia sido prohibida el 6 de mayo de 1789, tras su segundo mimero, Mirabeau dio la vuelta a la prohibicién gubernamental publicando en forma de diario sus Lettres du comte de Mirabeau a ses commettants. «La justa im- paciencia del pablico —declararfa el director de la Librerfa—, ha inclinado al rey a estimar correcto que todas las publicaciones perié- dicas y todos los diatios autorizados expliquen lo que sucede en los Estados generales.» La prensa francesa goz6 desde entonces de una libertad tal como jamés habia conocido, tal como jamds conocerfa posteriormente. Desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, aguello fue una auténtica abundancia de publicaciones que la Asam. blea constituyente no consiguié controlar. El 20 de enero de 1790, en nombre del Comité de constitucisn, Sieyés presenté un pro- yecto de ley sobre Ja prensa, explicitando la restriccién enunciada en el articulo 11 de la Declaracién: «salvo para responder del abuso de esta libertad en Ios casos determinados por la ley». Marat protest: «Este proyecto contiene las bases destructivas de toda libertad; re- 26 LA REVOLUCION PRANCESA presenta Ja pendiente de Ia ley marcial». Brissot afirmé que «el mejor remedio para la licencia de la prensa era Ja libertad, El proyecto de Sieyés fue abandonado. En agosto de 1791, Thouset volvié a la carga, presentando un nuevo proyecto de ley sobre la prensa, que fue adop- tado a pesar de la oposicién de Petion y de Robespictre: los delitos de prensa eran precisados, solamente el jurado era competente, De hecho, esta ley del 23 de agosto de 1791 apenas fue aplicada, Hasta la jonada popular del 10 de agosto de 1792 y la eafda del trono, Ja prensa continué gozando de la misma extraordinaria libertad que en el perfodo anterior. La crisis de Ia revolucién del verano de 1792, Ja guerra y las detrotas provocaron entonces las primeras restriccio- nes: una nueva fase se abria en la historia de la libertad de prensa. La libertad de reunién se deducfa de la libertad de palabra pro- clamada con las mismas restricciones que la de la prensa. De hecho, ya se practicaba ampliamente. Sin embargo, no fuc reconocida expre- samente, el 14 de diciembre de 1789, sino solamente a los ciudada- nos activos que recibieron el derecho de «reunirse pactficamente y sin armas en asambleas particulares para redactar documentos y pe- ticiones» (decteto sobre 1a constitucién de los municipios). El de- sreto del 13 de novicmbre de 1790 coufiin la libertad de reunién, Ja Constitucién de 1791 Ia inscribié en sus Dispositions fonda. mentales. La libertad de asociacién fue legalizada en cictta medida por ese mismo decreto del 13 de noviembre de 1790, que permitié formar «socicdades libres», y especialmente clubes politico claracién de 1789 ni la Constitueién de 1791 dicen nada de ello, Restringido tinicamente a asociaciones politicas, este derecho no fus reconocido a las asociaciones religiosas © profesionales. Las congre. gaciones religiosas desaparecieron con la supresién de las ordenes re. ligiosas por la ley del 13 de febrero de 1790. Las corporaciones, cofradias y gremios fueron suprimidos por la ley de Allarde del 2 de marzo de 1791. La ley Le Chapelier del 14 de junio de 1791 probibe las asoclaciones profesionales: manifestacién notoria del individua. lismo burgués. Hecha la reserva de las asociaciones profesionales pa. tzonales y obreras, y aungue la Asamblea constituyente hacia su final, con ocasién de la reaccién que siguié al tiroteo del Campo de Marte, dedicé su atencién a reglamentar y a contener la actividad de los clubes mediante el decrcto del 29 de septiembre de 1791, fue un régimen de libertad general el que prevalecié hasta el verano ‘le 1792, LIBERTAD, LIBERTAD QUERIDA> 7 Las sociedades politicas, denominadas entonces clubes, se multiplica- ron de un extremo a otto del abanico politico. Es conocido el més famoso, surgido de una reunién de diputados de los Estados gene- rales, instalado en Paris tras las jornadas de octubre de 1789, en el refectorio del convento de los jacobinos, en la calle Saint-Honoré. En febrero de 1789, el maestro Dansart fundé la «Société fraternelle des patriotes de l'un et autre sexe»: las sociedades populares o fraterna- les contribuyeron a la democratizacién y a los progresos de la revo- lucién, Su accién fue amplificada merced a la afiliacién y la corres- pondencia, Atacadas por la derecha, privadas por el decreto del 30 de septiembre de 1791 de los derechos de peticién y de diputacién (de los que la Asamblea legislativa hizo caso omiso), las sociedades populares fueron siempre defendidas por los patriotas. Encargado el 28 de abril de 1792 por Ia Legislativa de un informe sobre los clubes, Frangois de Nantes demostré su utilidad y concluyé: «Los amigos de la libertad se encuentran en toda Francia, pero sus aman- tes estin en los clubess. Las sociedades populares desempefiaron un papel decisivo en el movimiento popular que desembocs en el derri- ‘bo del trono, el 10 de agosto de 1792. La libertad de peticién no fue inscrita en la Declaracién de de- rechos, pero fue finalmente reconocida, bajo ciertas condiciones, entre las Dispositions fondamentales garantizadas por la Constitucién. Las peticiones haban afluido desde la reunién de los Estados generales, bajo las mAs diversas formas, atestando finalmente el bureau y los comités de la Asamblea nacional. Por ello se esforzd por establecer una reglamentaci6n, primero mediante el decreto del 14 de diciem- bre de 1789, cuyo articulo 62 reconocfa sélo a los ciudadanos activos el derecho de presentar peticiones colectivas. Ante la oleada siempre cteciente, una ley de abril de 1791 reglamenté de un modo més estricto el derecho de peticidn: fue acordado individualmente a todos los ciudadanos, pero la Asamblea prohibié las peticiones en nombre colectivo, salvo las de Jas asambleas de los municipios y de las sec- ciones, y solamente en materia de interés municipal. Las sociedades populares hicieron caso omiso de la ley: lo demuestra la célebre peticidn del club de los Cordeliers depositada, el 17 de julio de 1791, en el altar de la patria del Campo de Marte, pidiendo, después de la huida del rey a Varennes, que las asambleas primarias fuesen con- sultadas respecto de su suerte. En la cosriente de reaccién que se suscit6, Ia Asamblea constituyente voté la ley del 29 de septiembre 7.—sonoun Nv J 98 LA REVOLUCION PRANCESA de 1791 que, denegando a las socicdades populares todo caricter of- cial, les privaba por ello mismo del derecho de peticién en nombre colectivo. Esta ley no fue més observada que Ja precedente. De este modo se verificaba Ja Shern de Mirskes a reconocido y afirmado se vinculaban unas condiciones, una: See Tunas reatricciones, No se trata ya del hombre libre de Ja naturaleza, sino del hombre alienado por el estado social. De ello derivan ciertas timideces de la Asamblea constituyente: los derechos civiles no fueron concedidos a los protestantes mds que el 28 de di- ciembre de 1789, a los judios del Mediodia el 28 de enero de 1790, a los judfos del Este el 27 de septiembre de 1791. Ello produjo una contradiccién escandalosa: abolida en Francia, la esclavitud se man- tuvo en las colonias, los derechos politicos se negaron a los hombres de color libres, el 28 de septiembre de 1791. Debate dramitico que produjo la escisién definitiva del partido patriota. a cada «EL REINADO DE LA LEY» ‘nado de Ia ley, considerado como Ia condicién de Ja libertad de los nlviduog, congttuye ol fandamento. del Estado liberal. Para sus tedticos, el liberalismo politico debe permitir, en el marco de un sistema representativo, la representacién de los intereses de todos los individuos y de todos Jos grupos sociales. En realidad, en el Estado liberal, tal como lo edificé la Asamblea constituyente, todos los ciu- dadanos no eran igualmente capaces de usar las libertades piblicas reconocidas por Ia ley. También aqu{ estallé la contradiccién entre Jos principios solemnemente proclamados y su aplicacién. Cuando se hizo necesario remodelar Ia realidad social de Francia, Jos jusistas y los pensadores lenos de légica de Ia Asamblea constituyente apenas \ se inquietaron por los principios generales ni por la razén univer- sal. Realistas, oblinados a cuidat a unos y a contener ottos, se faron poco de las contradicciones que impregnaron su obra. El sister Tiberal fae-cl de Ins elles burgaesec, lan de a propleded. Principio primero: la soberan{a nacional. La nacidn, del mismo modo que el individuo, es libre. Los derechos soberanos son consa- grados por un determinado némero de articulos de la Declaracién. EI Estado no constituye ya un fin en sf; «El objetivo de toda aso- ciacién politica consiste en la conservacién de los derechos naturales @LIBERTAD, LIBERTAD QUERIDA® 99 ¢ imprescriptibles del hombre»; si el Estado falta a este principio, el ciudadano resistiré a Ja opresidn (articulo 2). La nacién, es decir el conjunto de los ciudadanos, es soberana. «El principio de toda soberania reside esencialmente en Ia nacién. Ningin cuerpo, ningin individuo puede ejercer tipo alguno de autoridad que no emane de lla expresamente» (articulo 3). Artfculo 6: «La ley es la expresin de Ja voluntad general. Todos los ciudadanos tienen el derecho de concurrir personalmente, o a través de sus representantes, a su forma- cién». Diversos principios tienen por finalidad garantizar la sobe- tanfa nacional. En primer lugar, la separacién de poderes: «Toda sociedad en Ja que Ia garantia de los poderes no esté asegurada, ni Ja separacién de poderes determinada, carece de constitucién» (ar- ticulo 16). Luego, el derecho de control de los ciudadagos sobre las finanzas publicas y la administracién: «Todos los ciudadanos tienen el derecho de constatar, por si mismos o a través de sus repre- sentantes, la necesidad de Ia contribucién publica, consentirla libre- mente, seguir su empleo y determinar su cuota, su base tributaria, su extensién y duracién» (articulo 14), «La sociedad tiene el derecho de exigir cuentas a todo agente piblico de su administracién» (ar- tfeulo 15). El titulo LIL, «Des pouvoirs publics», de Ia Constitucién de 1791, precisé los articulos de la Declaracién de derechos. «La soberania s una, inalienable, imprescriptible; pertenece a la nacién; ninguna seccién del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su ejercicion (articulo primero). «La nacién, de quien emanan todos los poderes, no puede ejercerlos sino mediante delegacién. La Constitucién fran. cesa es representativa> (articulo 2). El 7 de septiembre de 1789, Sieyés habia establecido esta definicién: «El concurso mediato del pueblo a la formacién de la ley designa al gobierno representativo». Significaba alejar deliberadamente la democracia directa, cuya préc. tica popular debfa manifestarse en 1793 con una patente eficacia revolucionaria. De esta ultima, y para que se pueda ponderar aquf Ja oposicién fundamental entre concepcién burguesa y concepcién popular de la vida politica, veamos Ia definicién que de ello ofrecié el enragé Varlet en su Projet d’un mandat spécial et impératif aus mandataires du peuple (9 de diciembre de 1792): La soberanfa es el derecho natural que poseen todos los indi- viduos, en las asambleas, para elegir sin intermediatios para todas 100 LA REVOLUCION FRANCESA Jas funciones pablicas, para discutir por si mismos sus intereses, para redactar instrucciones obligatorias a los diputados a los que ‘comisionan para hacer las leyes, para reservarse la facultad de con- vocar y sancionar a aquellos de sus mandatarios que hubiesen re basado sus poderes 0 traicionado sus intereses; por dltimo, para ‘examinar los decretos que, con excepcién de los que rigen circuns- tancias particulares, no pueden todos ellos tener fuerza de ley hasta que no hayan sido sometidos a la sanciéa,del coberano en las asam- Bleas primarias. Segiin la Constitucién de 1791, no solamente el pueblo no parti- cipaba en el gobierno més que a través del intermediario de sus representantes, sino que tampoco el referéndum, ni el plebiscito, ni el derecho de iniciativa se habian previsto. Sieyés estimaba que la gran mayoria de los franceses no tenfa «ni suficiente instruccidn, ni suli- ciente tiempo disponible para ocuparse directamente de las leyes que gobiernan a Francia». La Constitucién precisa que los representantes ho podian recibir un mandato imperativo; a través de una ficcién juridica incomprensible para las masas populares, el diputado repre- senta, en efecto, a la nacién enteta y no tinicamente a su circunscrip- ion electoral: ésta no podria, en consecuencia, darle un mandato imperativo. La Asamblea constituyente restringfa finalmente la sobe- ranfa nacional al nico derecho de elegir. Con la particularidad de ‘que no concedié este derecho mis que a los ciudadanos activos. Parecia que el sufragio universal debia desprenderse de las primi- cias de la igualdad de derechos afirmada por el articulo primero de Ia Declaracién. La Asamblea constituyente concluyd, no obstante, mediante Ja ley del 22 de diciembre de 1789, en un suftagio censi, tatio: todos los ciudadanos, segin Sieyés, que es quien inventd esta nomenclatura, son pusivos, en relacién con los derechos civiles, sélo tun niimero reducido es activo respecto de los derechos politicos Los ciudadanos pasivos quedaban excluidos del derecho electoral, ya que no eran propietarios o lo eran insuficientemente. Segtin Sieyés, tenjan derecho «a la proteccién de su persona, de sus propiedades, de su libertad». De este modo, aproximadamente tres millones de franceses fueron privados de su derecho al voto. Los ciudadanos activos eran, siempre segiin Sieyés, «las accionistas de la gran em- pres social»: con edades de veinticinco afios cumplidos, pageban una contribucién directa igual al valor local de tres jornadas de tra- bajo como minimo. En niimero de més de cuatro millones, se reunfan LIRERTAD, LIBERTAD QUERIDA® 101 en atambleas primarias, por municipios © por secciones en las gran- des ciudades (48 para Paris), con el fin de designar los municipios y los electores. Los electores, a raz6n de uno por cien ciudadanos acti- vos, es decir 50,000 para toda Francia, debian pagar impuestos segiin el valor local de al menos diez jornadas de trabajo; se reunfan en asambleas electorales en las cabezas de partido de los departamentos para designar a los diputados, los jueces, los miembros de las admi- nistraciones departamentales. La jorneda de trabajo era por lo tanto Ia base de cilculo de los diversos censos; la Asamblea precisé que era necesario entender por jornada de trabajo la de un peén no cua lificado, es decir de diez a veinte sueldos. Finalmente los diputados, que formaban la Asamzblea legislativa, debfan poser una propiedad de bienes rafces de algin tipo cualquiera y pagar una contribucién directa de un marco de plata (aproximadamente 52 libras). Este sistema clectoral censitario en dos grados o niveles permitia que la burguesia adinerada sustituyera a Ia aristocracia de nacimiento. Las masas populares quedaban alejadas de la vida politica y si a dudas mds todavia en las ciudades que en las zonas rurales: en un barrio de Toulouse, sulaueute un 40 por 100 de los ciudadanos eran actives, mientras que en un pucblo cercano lo eran el 90 por 100. EI sistema liberal favorecia a lus élites de la fortuna. Al no conceder el derecho al suftagio mas que a los ciudadanos que disfrutaban de 4 una cierta holgura econémica, y la posibilidad de ejercer el mandato representativo de diputado sdlo a los més ricos de entre ellos, a re- serva de condiciones de edad, este régimen censitario instauraba un sistema de discriminacién que aseguraba la preeminencia de hecho a la fortuna y a la notoriedad que de ella se deriv: ‘Mientras que el ponente del Comité de constitucién ponfa de re- lieve ante la Asamblea que el establecimiento de un censo provocaria ‘una emulacién indudable entre los pasivos que no tendrian otro deseo que el de enriquecerse para convertirse en activos, por consiguiente en electores (equivalia ya al « jEnriqueccos! » de Guizot), la oposi- cién democritica protestaba en vano. Todos los ciudadanos, cuslesquiera que sean, tienen el derecho de aspirar a todos los ‘grados de representacidn —declaré Ro- bespierre el 22 de octubre de 1789—. Nada es més conforme a vuestra Declaracién de derechos, ante la cual todo privilegio, toda distincién, toda excepcidn deben desaparecer. La Constitucién esta- Tuger Jf V 102 LA REVOLUCION FRANCESA en todos los individuos blece que Ia soberanfa reside en el puchlo, 7 del pueblo, Cada individuo tiene por lo tanto el derecho de con currir en la ley por Ia que esti obligado y en la administracién de a cosa publica que es Ia suya, ya que de otro modo no es verdad ‘que todos los hombres sean iguales en derechos, que todo hombre 5 un eiudadano. Loustalot, en el mimero 17 de las Révolutions de Paris (7 de no- viembre de 1789), estigmatizé lo absurdo de un decreto que hubiese excluido a Rousseau de la representacién nacional. «Pero, equé pre- tendéis decir con esa expresin de ciudadano activa tan repetida? —pregunta a su vez Camille Desmoulins en el niimero 3 de las Ré- volutions de France et de Brabant—. Los ciudadanos activos son Jos que tomaron la Bastlla, son log que cultivan los campos...» En L’Ami du penple del 18 de noviembre de 1789, Marat fue todavia mis contundente: «Por lo demés, las leyes no tienen autoridad sino en tanto en cuanto los pueblos aceptan de buen grado someterse a tllas; y si destrozaron el yugo de la nobleza, del mismo modo rom- perén el de la opulencia». Ta jornada popular del 10 de agosto de 1792 anegs en efecto la distnci6n ene etivos y pasvos: el su- io universal fue establecido. : fe ad por las restricciones censitaries del derecho de sufsagio, Ia soberanfa fue reducida también, en cuanto que dividida, por la se- paracién de poderes. Afirmada por el articulo 16 de Ia Declaracién de derechos, Ia separacién de los poderes fue otganizada por el tftu- lo TIT de la Consitacién de 1791, «Des ponvcirs public. Las ideas feu continuaban presentes y vivas, aunque no provoca- Ce nerne SIET ahve’ Meury nc, queria rvonecer fis ue dos poderes: ejecutivo y legislative. Mounier distinguia en julio de 1789 el poder legislativo, el «poder de administraciénm, el poder judicial y el «poder militar». Hasta tal punto seguia siendo impre- cisa la nocién de poder a pesar de Montesquicu, en la mente de los constituyentes. En cuanto a André Chénier, observaba con toda razén en Le Point du Jour del 6 de septiembre de 1789, que «puesto que Tes fanclones jdcale bo son ms gue uno de los medios para ee Jas leyes, no deben en m« uno ser consideradas como us ad separndon, El decreto del 16 de agosto de 1790 declaré en con- secuencia en st articulo 12 (titulo II) «separar para siempre el le- gislativo, cl judicial y el ejecutivo». Separacién totalmente tedrica LIBERTAD, LIBERTAD QUERIDA® 103 que ni siquiera fue aplicada {ntegramente en Ia practica. En efecto, cl rey, poseedor del poder ejecutivo, participaba en el legislative a través de su derecho de veto suspensivo. Por lo que se refiere a la Asamblea legislativa, intervenia en el ejecutivo fijando cada afio la naturaleza y la cuota de las contribuciones publicas, el niimero de hombres y de unidades navales de los ejércitos de tierra y de mar. Que el gobierno constitucional tuviese que revestir Ia forma mo- nérquica, nadie entre los constituyentes lo puso en duda. Pero, gcémo conciliar Ja soberanfa nacional y la prerrogativa regia? El debate se instauré ya desde finales de agosto de 1789. El 22 de sep- tiembre, la Asamblea decreté que «el gobierno francés es mondrqui- co»; aunque el mismo artfculo afirmaba: «No hay en Francia una autoridad superiot a la ley; el rey no reina sino por ella, y sdlo en virtud de las leyes puede exigir obediencia». Al dia siguiente, 23 de septicmbre, la Asamblea volvié a Ia carga: todos los poderes em: nan esencialmente de Ia nacién y no pueden emanar sino de ella; el poder legislativo reside en la Asamblea nacional. Pero en una Asam- blea tinica que amenaza con introducir en Ia balanza de poderes un desequilihrio findamental y favorecer «la titania democratica» (sUn poder tnico terminard necesariamente por devorar todo», declaré Mounier en la discusién), el debate se centré en el veto, Veto sim- plemente suspensivo para una legislatura: de otro modo, insistié Lanjuinais, «vuestros decretos no serén més que peticiones». La vlti- ma palabra correspondfa de este modo a la Asamblea, emanacién directa de Ia naci6n, si bien debemos precisar: de la nacién censi- tatia. Permanente, inviolable, la Asamblea legislativa dominaba a la realeza. Posefa Ia iniciativa de las leyes. Tenia el derecho de inspeccién sobre la gestién de los ministros, que podfan ser persegui- dos ante un Tribunal Supremo nacional por delito «contra Ia segu. ridad nacional y la Constitucién». Controlaba la politica extranjera a través de su Comité diplamatico, los asuntos de la guerra mediante su Comité militar. Era soberana en materia financiera, ya que el rey no podia ni disponer de fondos (recibfa una lista civil de 25 millones), ai siquiera proponer el presupuesto, Reuniéndose de pleno derecho, sin convocatotia regia, el primer lunes del mes de mayo, fijando ella misma el lugar de sus sesiones y la duracién de las mismas, la Asam- blea legislativa era de hecho independiente del rey, que no podia di- solverla. Podia incluso eludir el veto real ditigiéndose directamente el 104 LA REVOLUCION FRANCESA pueblo mediante proclama: a ello recurrié el 11 de julio de 1792, cuando la Asamblea legislativa declar6 a la patria en peligro. Tal fue la Constitucién de 1791, tal fue Ia primera tentativa de liberalismo politico: «La nacién, la ley, el rey». Pero la oélebre férmula, fundada en el principio de la soberanfa nacional y que simbolizaba la obra constitucional de la Asamblea, no puede suscitar ilusién: la soberanfa nacional se restringia dentro de los limites de la burguesfa propietaria y acomodada. ¢Podia el pueblo que se habla alzado en julio de 1789 contentarse con una libertad ilusoria? Las ambigiiedades de la Constitucién, las intrusiones del ejecutivo y del legislative cada uno en el terreno del otro, la existencia, sobre todo, del veto regio, precipitaron el conflicto cuando la ctisis nacional se ‘agravé, en la primavera de 1792. La Constitucién liberal de 1791 no conocié mas que diez meses de existencia: la insurreccién popular del 10 de agosto la inutiliz6. «LAISSER FAIRE, LAISSER PASSERD Con el liberalismo politico se afirmé a partir de 1789 el libera- lismo econémico que triunfé en Ia Francia del siglo x1x: se entendia que era en beneficio de la empresa privada, pero se difuminaba cuando pareci6 perjudicar sus intereses. Los principios generales de laisser faire, laisser passer presidieron en efecto la obra de la Asamblea cons- tituyente. No obstante, aunque partidarios de la libertad econdmica, Jos constituyentes no por ello vacilaron menos en mantener en favor de Ia metrépoli un régimen aduanero proteccionista, la esclavitud en las colonias y el sistema mercantilista exclusivista: convenia a los intereses de los grandes plantadores, de los puertos de comercio y de Ia naciente produccién industrial Los principios que debfan presidir el nuevo orden econémico no encontraron su expresién clamorosa en Ja Declaracin de los derechos del hombre: no hay en ella mencién expresa de la libertad econémica, hasta tal punto Jes parecfa obvia a la burguesfa constituyente, aunque también probablemente porque las clases populares permanecfan pro- fundamente aferradas al sistema antiguo de reglamentacién y de tasa- cidn que, en cierta medida, garantizaba sus condiciones de existencia. La dualided contradictoria de Jas estructuras econémicas del Antiguo Régimen oponfa la tienda y el artesanado tradicionales a la empresa | | | 107 ro Horarén; pero sus aprendices se alegrarin y brotard Ja luz en Jas buhardillas>. Significaba alegrarse demasiado deprisa, En el decteto definitivo del 11 de agosto de 1789, no se hizo mencién en el at- ticulo 10 més que de los «privilegios particulares de las provincias, principados, paises, cantones, ciudades y comunidades de habitan. tes», los cuerpos habfan desaparecido, las corporacioncs subsistian, Fue preciso esperar més de un afio y medio para que el problema fuese replanteado. Con ocasién de la discusién sobre Ia abolicién de las ayudas (impuestos indirectos) y el establecimiento de la patente, el ponente del Comité de contribuciones piblicas, cl ex noble de Allarde, mezelé todos los problemas: Ia corporacién, como el mono- polio, como los impuestos indirectos, es un factor de carestia de la vida, es un privilegio exclusive que ¢s necesario suprimir« «El alma del comercio es Ja industria [entendamos por ello la actividad pro- ductora], el alma de la industria es Ia libertad.» Todo hombre debe ser «libre de ejercer cualquier profesién, cualquier comercio, todo tipo de oficio, toda clase de acumulacién de oficio y de comercio que le parezcan adecuadas a sus capacidades y talentos, y titiles para sus asuntos». La ley del 2 de marzo de 1791, llamada ley de Allarde, suptimié las corporaciones, gremios y coftadias, pero también las manufacturas con privilegios. «Contando a partir del 1° de abril préximo, todo ciudadano ser libre de ejercer cualquier profesién, arte u oficio que le parezca bien, después de haberse provisto de una patente» (articulo 8). De este modo era liberado el espfritu de empre- sa y proclamado el libre acceso al patronato: se abria Ia era del ca- italismo de Ja libre competencia. La libertad de produccién fue reforzada ademas pot la supresién de las cdmaras de comercio, drganos del gran negocio, por la de la reglamentacién industrial, de la marca y de los controles, de la ins- peccidn de las manufacturas finalmente. Sélo la ley competitiva de Inooferta y de la demanda debfa regir Ia produccién, los precios y los salatios. La libertad del trabajo, en un sistema de esta naturaleza, queda indisolublemente vinculada a la de Ia empresa: el mercado de tra- bajo debe ser libre al igual que el de la produccién, las coaliciones de obreros no son més toleradas que el monopolio. En la primavera de 1791, unas coaliciones obreras alarmaron a la burguesfa constitu- yente: las necesidades de mano de obra en Paris incitaban a los tra- bajadores de la construccién, carpinteros en particular, a reclamar 108 LA REVOLUCION FRANCESA aumentos de salarios; intentaron obtener del municipio una farifa, salario minimo que seria impuesto a los empresarios. El municipio parisino asimilé, en su Avis del 26 de abril de 1791, las coaliciones obreras a los gremios y cofradias: eran ilegales. «La ley ha destruido las corporaciones que mantenfan cl monopolio. ¢Por qué habria de autorizar Jas coaliciones que, al rcemplazarlas, establecerfan otto g6- nero de monopolio?» La ley Le Chapelier fue votada el 14 de’junio de 1791, en este lima de agitacién obrera. «Puesto que una de las bases de la Cons- tituci6n francesa consiste en el aniquilamiento de todas las clases de corporaciones, queda prohibido restablecezlas de hecho, bajo cual- quier pretexto y cualquier forma que sea» (artfculo primero). Fra patente la prohibicién a los ciudadanos de una misma condicién 0 profesién de nombrar presidentes, secretarios sindicos, asf como la de «adoptar decisiones 0 deliberaciones, redactar reglamentos acerca de sus pretendidos intereses comunes» (articulo 2), Todo tipo de deliberacién 0 acuerdo entre ciudadanos de una misma profesién «tendente a rechazar un convenio 0 a no conceder sino a un precio determinado el auxilio de su industria o de sus trabajos», es incons- titucional y atentaturiv la libertad y a la Declaracién de derechos, ¥en consecuencia de nulo efecto (articulo 4), «Toda clase de aglome. racién compuesta de artesanos, obreros ... 0 provocada por ellos contra el libre ejercicio de la industria y del trabajo serén consider das como aglomeraciones sediciosas y tratadas como tales» (articu lo 8). El 20 de julio de 1790, estas disposiciones fueron extendidas expresamente al campo: toda accién concertada con el propésito de actuar sobre los precios o los salarios quedaba prohibida tanto a Jos propietarios como a los arrendatarios, del mismo modo que a los sirvientes y a los obrezos agricolas. La libertad del trabajo se imponfa sobre Ja Tibertad de asociacién. Eran condenadas tanto las agrupaciones dle los gremios como las so. ciedaces obreras de ayuda mutua. Significaba reducir a los obreros y a los trabajadores agremiados a la discrecién de los contramacs, tres y pattones, tedricamente sus iguales. La prohibicién de la con. icién y de la buelga obreras persistié hasta 1864 por lo que se re. fre al derecho de huelga, hasta 1884 para el de asociacidn, La ley Le Chapelier constituyé uno de los pilares maestros del capitalise de libre competencia: cl liberalismo, fandado en la abstraccién de tun individualismo social igualitario, beneficiaba al més fuerte. SLIWERTAD, LIBERTAD QUERIDA» 109 Por iiltimo, la libertad de intercambios, tanto interiores como exteriores. El cometcio interior fue liberado por ctapas. Desde el 29 de agosto de 1789, el comercio de granos habia recuperado la libertad de la que le habia dotado Brienne, salvo empero la libertad de ex- portar; el 18 de septiembre, el precio de los granos fue liberado. La libre circulacién interior revestia una significacién a la vez econémica y fiscal. Fue realizada mediante la supresin de las gabelas (21 de marzo de 1790), de los impuestos sobre el tréfico y de las aduanas interiores (31 de octubre de 1790), de los arbitrios y de los impues- tos indirectos (2 de marzo de 1791). Asi desaparecia la casi totalidad de los impuestos al consumo condenados ya por los fisidcratas y los filésofos; seguramente el poder de compra popular fue aumentado en esa proporcién, en espera de que el alza de precios consccutiva a la inflacién acudiese para reducir a la nada esta ventaja popular. La li- bertad para las actividades financieras y bancarias complets la liber- tad comercial: el mercado de valores fue liberado, al igual que el de las mercaneias, La unificacién del mercado interior resulté de la libre cisculacién: las aduanas interiores desaparecieron, asf como los controles que exigian Ia percepcién de las gabelas y de los impuestos indirectos; los peajes quedaron suprimidos sin indemnizacién. Al decrctar la supresién de los impnestos indirectos sobre el tréfico de mercancias, Ja Asamblea constituyente habia considerado que el comercio se en- contraba perturbado por los obstéculos innumerables, que los derechos ¢s- tablecidos ea los Ifmites que separaban las antiguas provincias del reino, sin ninguna proporcién con sus facultades, sin relacién con sus necesidades, fatigan a causa de los modos de su percepcién tanto como por su mismo rigor, no solamente las especulaciones comerciales, sino también la libertad individual; que convierten a las diferentes partes del Estado en extranjeras unas respecto de otras; que restringen los consumos y perjudican a causa de ello a Ja reproduccién y al execimiento de las riquezas nacionales. No se podia subrayar mejor, a la vez, las necesidades y las exigencias de un mercado nacional. Fue nitidamente delimitado por esta misma ley del 31 de octubre de 1790 que, a través del retroceso de las ba- rreras, incorporé las provincias de extranjero efectivo, Alsacia y Lo- 110 LA REVOLUCION PRANCESA rena, Barrois y los Tres Obispados, paises de Gex y Bugey, haciendo coincidir la linea aduanera con la frontera politica. La libre circulacién interior desperté y consolidé Ia solidaridad entre las diversas regiones, en la medida, no obstante, en que lo permitia el desarrollo de los medios de comunicacién. La unificacién econémica exigia ademés un sistema uniforme de pesos y medidas. En mayo de 1790, la Asamblea constituyente cred la Comisién de pesos y medidas. El 26 de mayo de 1791, adopté las bases del nuevo sistema fundado 7 hasta la abolicién completa de todas las supervivencias del Antiguo Régimen y hasta Ia democracia politica? De 1791 a 1792, de la huida del rey a la declaracién de guerra y al derribo del trono merced a la insurreccién popular, los acontecimientos se encadenaron de una ma- nera ineluctable. Menos de un mes despnés del asunto de Nancy, la huida del rey a Varennes, el 21 de junio de 1791, demostrs, si atin era necesatio, Ja oposicién irreconciliable de la monarquia del Antiguo Régimen y la burguesfa liberal. La Hamada al extranjero y la guerra parecieron constituir para la realeza y para la aristocracia el vinico recurso. «En lugar de una guerra civil, seré una guerra politica —escribia Luis XVI a su agente Breteuil, el 14 de diciembre de 1791— y las cosas suce- deran por ello mucho mejor.» Y ese mismo 14 de dicigmbre, Marfa Antonieta a su amigo Fersen, a propésito de los girondinos que por su parte también impulsaban a la guerra: « {Qué imbéciles! No se dan cuenta que ello sirve a nuestros intereses». La guerra declarada el 20 de abril de 1792, deshizo todos los célculos tanto de la Corte como de los girondinos; fueron sus primeras victimas. El trono fue derribado por Ia insurrecciéa patisina del 10 de agosto de 1792, los girondinos expulsados de la Convencién por las jornadas populares de los dias 21 de mayo a 2 de junio de 1793. La guerra exacerbé Jes luchas sociales y polfticas, las multiplicé a escala europea. La via revolucionaria preconizada por los jacobinos, luego por los monta- fieses, se impuso a partir de entonces. De hecho, la busqueda de un compromiso politico entre aristo- cracia y burguesia sobre la base de un sistema liberal era quimética hasta tanto no se hubiesen destruido irremisiblemente los iltimos vestigios del Antiguo Régimen. Mientras subsistié una esperanza de ver sus intereses mantenidos por un retorno a Ja monarguia abso- luta y el establecimiento de un régimen aristocrético como lo habian sofiado Montesquieu y Fénelon antes que él, In nobleza oftecié la ands viva resistencia a Ia burguesfa, incluso liberal, es decir, a la ins- tauracién de rclaciones sociales que afectasen a sus privilepios y a su supremacia, Con el fin de vencer esta resistencia, la burguesia tuvo que resignarse a Ja alianza popular; finalmente, consistié en Ia instau- racién de Ia dictadura napole6nica. Cuando parecié claro que el feu- dalismo quedaba destruido para siempre y que toda tentativa de restauraci6n jamés serfa posible, la aristocracia acepté al cabo el com- promiso que, bajo la monarqufa de julio, Ia asocié al poder con la 118 LA REVOLUGION FRANCESA gran burguesfa. 1830 respondié en Francia a lo que habfa sido 1688 fen Inglaterra: el liberalismo burgués pudo entonces desarrollarse sin cortapisas. De este modo el reinado de la libertad, entrevisto por un mo- mento, se alej6 en un porvenir dramético, Suefio de libertad més bien, en esta enorme esperanza del Ochen- ta y. nueve, que los acontecimientos, Ia guerra y el terror no consi- guieron mermar entre los més optimistas. Los iis optimistas o los mds ingenuos. Lanzando Ia ofensiva indulgente, Camille Desmoulins escribia en Le Viewx Cordelier (n° 4 del 30 frimario del afio II; 20 de diciembre de 1793): «La libertad es la dicha, es la razén, es 4 Ia igualdad, es la justicia, es la declaracién de derechos». Admirable declatacién, pero que implicaba tener como nulos cnatro afios de luchas revolucionarias. «Corresponde a la naturaleza de la libertad el que para gozar de ella es suficiente desearla —prosigue Camille Desmoulins—. Un pueblo es libre desde el momento en que quiere entra en la plenitud de tedos aus derechos desde cl 14 de julio. La libertad no tiene ni vejez ni infancia. No tiene més que una edad, la de la fuerza y el vigor ... » Visién idealista desmentida por todo el curso de la historia. No basta con desear la libertad para disfrutar de ella, un pueblo no es libre desde el momento en que quiere serlo, los franceses no habfan accedido a Ia plenitud de sus derechos desde el 14 de julio. Por el contrario, todo demostraba a partir de ese 14 de julio, que la libertad munca se da de una vez por todas, que ¢s una conquista de cada dia. Y sin duda en ello reside el sentido profundo'del principio de libertad afirmado por la Declaracién de derechos: el ejercicio de Ia libertad supone en todos los ciudadanos el sentido de sus respon- sabilidades, cl patriotismo en el sentido propio del término, es decir, Ja dedicacién razonada a la comunidad, el respeto de los derechos de los demés, la virtud como habfan afirmado Montesquieu y Rous- seau, «El alma de la Republica —repetiria Robespierre en el afio 1I— es Ja virtud, es el amor de la patria, la dedicacién magnénima que confunde todos los intereses en el interés general.» La libertad no es Ja promesa de una felicidad tranquila como afirmaba Camille Des- moulins, ni un bienestar fécil sin esfuerzo ni obligacién. Supone, por x €LA SANTA IGUALDAD> 121 les en_medios. Como la propiedad haba sido ‘como un derecho natural ¢ imprescriptible en el articulo 2, jolable y sagrada en el articulo 17, la desigualdad que se detivaba Ja riqueza permanecta intangible. Nadie presintié mejor que Babeuf, desde los inicios de la Revo- , la inanidad del principio de igualdad tal como lo I Ja Declaracién de 1789. 2Quién puede aferrarse a una igualdad nominal? —se pregunta en su primera carta a Coupé de I'Oise, el 20 de agosto de 1791—. No existe realmente ningtin motivo para exponerse para conser- varla; no merece que el pueblo se conmmueva por clla. La igualdad no debe ser el bautismo de una insignificante transaccién; debe manifestarse por medio de unos resultados inmensos y positives, a través de unos efectos ficilmente apreciables, y no mediante quiméricas abstracciones. No puede ser una mera cuestién de es- colistica gramatical y legislativa. Tampoco se debe poder equivocar més en materia de igualdad que en materia de cifras. Todo puede ser reducido a pesos y medidas. 1cs, la igualdad formal de los derechos de | 1789, sino la igualdad real de los medios, la dad de hecho, la pura igualdad segin las expresiones de Babeuf e Tribun du Peuple del 9 frimario del aio TV (30 de noviembre 1795), la santa igualdad. La re cién_de igualdad fue el 30 esencial de las Juchas revolucionarias de 1792 a 1795. Tai particular a partir de la wera de 1752, la crisis econdmica y Ia crisis nacional proyecta- al primer plano el problema concreto de Jos derechos y de los lios: cigualded de derechos o igualdad de medios?, gigualdad de 10s © «igualdad de disfrutes»?, zigualdad formal o igualdad El problema de la igualdad pasaba al primer plano. Fue clara- ‘expuesto por un tal Athenas, notable de Nantes, en una carta Asamblea legislativa, el 24 de junio de 1792. Todos Ios hombres son iguales en derechos y desiguales en medios; pero si bien esta desigualdad civil [entendamos social, en el Ienguaje de 1a época] es inevitable, sus excesos son peligrosos y perjudiciales, Los derechos del hombre munca han sido ignorados | més que cuando la desproporcién de los medios ha sido extremada > entre ellos. Las preocupaciones de una sana administracién deben, clarasign ii 122 LA REVOLUCION FRANCESA pues, tender sin cesar a aproximar la igualdad civil a Ia igualdad natural y Ja igualdad de Ios medios a la igualdad de derechos, a atenuar Jas causas que favorecen 1a enorme acumulacién de rique zas en las manos de algunos particulares, en detrimento de Ia mul titud que sigue desprovista de todo; son los individuos de esta iiltima clase a los que especialmente me refero. La Revolucién ha hecho de ellos unos hombres libres; falta convertirlos en ciudada. nos vinculindolos @ la patria por las ventajas, No se puede plantear el problema en mejores términos. A partir de entonces una recesidad insoslayable incité a la bur guesfa revolucionaria a Wenar con un contenido nuevo la igualdad de derechos. Pero, mientras las exigencias de la defensa nacional ‘empujaban a los montafieses hacia los sans-culottes, su espiritu de clase alejaba de ellos a los girondinos. La Gironda declaré la guerra; pero teme ahora que el recurso al pueblo, indispensable para vencer, termine por comprometer la preponderancia de los poseedores. Micn- tras Robespierre, en su discurso del 2 de diciembre de 1792, acerca de las perturbaciones cerealistas de Eureet-Loir, subordinaba cl ‘derecho de propiedad al derecho a la existencia, plantemdo asi Tos ‘fundamentos teéricos de una nacién igualitaria y de una democracia |, Roland, ministro del Interior, hacfa restablecer, el 8 de < ‘bre, Ia libertad del comercio de-granos, después de que Barbaroux hubiese denunciado a los «que pretenden unas leyes atentatorias con- tra la propiedad». ‘A lo largo de la crisis de Ia primavera de 1793, el didlogo tragico prosiguié. El 13 de marzo, Vergniaud subray6 con mayor energia que nunca los fundamentos de clase de Ja politica girondina, conde- nando las concepciones populares en materia de libertad y de igual- dad. «La igualdad para el hombre social no es més que la de Jos derechos. No consiste més en la de las fortunas que en la de las estaturas, Ia de las fuerzas, la de Ia inteligencia, Ia de Ja acti- vidad, la de la industria y la del trabajo.» A lo que respondié Jean Bon Saint-André el 26 de marzo: «Es imperiosamente necesatio permitir vivir al pobre, si queréis que os ayude a concluir Ia revo- Jucidn». A finales de abril, Petion publicé su Lettre aux parisiers, exhortando a los poseedores al combate: «Vuestras propiedades esti amenazadas y cerrdis los ojos ante ese peligro. Estin excitando a la guerra entre los que poseen y los que carecen y no hacéis nada pars prevenirla». E] 24 de abril, sin embargo, Robespierte lefa en la Con- 4LA SANTA IGUALDAD» 123 ncién un proyecto de declaracién de derechos que subordinaba la Historia socialista de la Revolucién francesa, neg6 cl cardcter de e de | idas de los dias 31 de mayo a 2 de junio de 1793, la Gironda de la Convencién, Ello ¢s cierto, si nos to politico y parlamentario. Pero Ia expulsion de Ia tica_de Ia burguesia_moderada, Ta entrada de os sa7s- is toda su significacién social. E] 26 de junio de 1793, la Convencién montafiesa adoptaba una va Declaracién de derechos que atribuia a la sociedad como obje- «la felicidad comtin» (articulo primero), mientras que el articu- 0 122 del Acta constitucional («De la garantie des droits») situaba Ja igualdad en lugar preeminente, delante de la libertad, la segu- ridad y la propiedad. Del 13 al 21 de julio, Robespierre present6 en Convencién el plan de Lepeletier de Saint-Fargeap sobre la edu- in nacional. Las revoluciones que se han sucedido desde hace tres afios han hhecho casi todo en favor de las demas clases de ciudadanos, casi nada todavia en favor de la més necesaria quizé, Ia de los cuda- danos proletarios, cuya tinica propiedad consiste en el trabajo. El feudalismo ha sido destruido, aunque no para ellos; puesto que nada poseen en los campos liberados. Las contribuciones se repat- ten de manera més justa; pero, a causa de su misma pobreza, ellos [os proletarios] eran casi inaccesibles a las carges fiscales. La igualdad civil ha sido establecida; pero les faltan la instruccién y la educacién ... Aqui se centra Ia revolucién del pobre. EL afio IT no fue un «tiempo « ino un tiempo de ranza, una tentativa de det yn al ui I principio de igualdad, que a partir de entonces se sobrepaso “LA IGUALDAD DE DISFRUTES> ‘Més que revolucién de Ia libertad (la libertad, gpara quién y para cet qué?), la Revolucién francesa fue revolucién de Ia igualdad. un extremo al otro de los afios revolucionarios, de 1789 a 1795, 124 LA REVOLUCION FRANCESA Ja reivindicacién igualitaria estavo en el corazén del movimiento popular: reivindicaeién casi visceral, ya que enlazaba con la exigencia del pan cotidiano, lo que los historiadores han bautizado ptidicamente «cla cuestién de las subsistencias». De Ia exigencia del pan cotidiano, Jos militantes populares dedujeron confusamente la afirmacién del derecho a la existencia; es necesario que todos los hombres puedan seciar su hambre, No se ha de pretender buscar aqui un sistema doc- trinal coherente; las reivindicaciones se precisaron hajo cl peso de la necesidad. Su unidad proviene del igualitarisma bisico que caracte- At principio de la sigualded de 1 difaters’ poco les libertad sin Ia igualdad, poco les importaba la misma igualdad poli- ‘tica sin In igualdad social. En los primeros meses de 1793, la agravacién de Ia crisis de subsistencias indujo a los militantes populares a precisar sus reivin- dicaciones igualitarias. El 7 de febrero, la seccién parisina de los Guardias Franceses declaraba que el pobre no ha de estar a la merced del rico: «Sin esto, Jos hombres dejarfan de ser iguales en derechos; sin esto, Ia existencia del primero estarfa comprometida en cada ins- tante, mientras que el segundo le impondrfa las leyes més rigurosas». En una peticién a la Convencién del 9 de marzo de 1793, un ciuda- dano de la seccién de Arcis colocaba entre los enemigos de la Repti- ucllos que bajo el pretexto de libertad y de propiedad se creen libres para chupar la sangre del desgraciado y para satisfacer ia dejando apenas al indigente la facultad de respirar 0 de quejarse». Esta exigencia de igualdad, la formulé con una perfecta nitidez el sacerdote Jacques Roux, el enragé, de la seccién de Gravilliers, en su peticién a la Convencidn del 25 de junio de 1793: «La libertad no es sino un vano fantasma cuando una clase de hombres puede imponer el hambre a otra impunemente. La igualdad no es sino un vano fantasma cuando el rico mediante el monopolio ejerce el dere- cho de vida y de muerte sobre sus semejantes». En este mismo sen: tido Félix Lepeletier pronuncié, el 20 de agosto, en la tribuna de la Convencién, la consigna shaced desaparecer Ja desigualdad de dis- frutes»: «Es preciso que se asegure a todos los franceses una existen- cia feliz». Segtin la Lustruccién de la Comisién temporal de vigilancia LA SANTA IGUALDAD> 125 publicana de la Comuna Liberada (Lyon), el 26 brumario del afio IL (26 de noviembre de 1793), texto_redactado por unos_militantes como el ssanlfesto de _los_sans- 108 que no reconocia otras distinciones que “iat dese oles, le las vireudes». La reivindicacién de la igualdad de disfrutes_correspondia uno de los rasgos fundamentales de la mentalidad popular: el iguali: fismo. Sensible sobre todo a la irritante desigualdad que la riqueza gentuaba en periodo de carencia, el sans-culote reclamaba preferen- emente la igualdad cn materia de subsistencias. A continuacién se ranqueé pronto un paso més: la igualdad no es més que una palabra no se aplica a todas las condiciones de existencia. «Tomad todo lo que un ciudadano tiene de instil —declara la Comisién temporal de Comuna Liberada—; ya que lo superfluo es una violacidn evidente gratuita de los derechos del pucblo. Todo hombre que posce mis de sus necesidades no puede usar, no puede sino abusar.» El ns-culotte se ha convertido ya en un partidario del reparto y de la omunidad de bienes. Repitiendo las quejas de los poseedores contra militantes populares, los comisarios de la seccién parisina de la te-des-Moulins escribian en un informe en el aiio III (1795): «Es stonces finalmente, al no advertir ya més resistencia, cuando han neebido el proyecto de invadir todo, de aniquilar no las propieda- , sino a los propietarios, para repartir seguidamente las propie- En efecto, los sans-culottes no eran en modo alguno hostiles a la opiedad; pretendian \inicamente beneficiarse ellos mismos de este krecho y no padecer los abusos que implica. De la reivindicacién Ja igualdad de disfrutes, llegaron de manera completamente natu- 4. Timtacin del derecho de propiedad: el derecho a la exist. se impone sobre el derecho edad, 1a exigencia de igualdad Ja de libertad. pee ba El principio mismo de la propiedad no fue jamés puesto en duda: sans-culottes permanecfan fuertemente aferrados a la pequefia epiedad. Pero, en su calidad de pequeiios productores, la basaban 126 LA REVOLUCION FRANCESA en el trabajo personal. Esta propiedad privada del trabajador sobre Jos medios y los productos de su actividad correspondia a la estruc- tura artesanal de 1a Francia del siglo xvutt. El trabajo, estima la Comisién temporal de la Comuna Liberada, deberfa «estar acompaia do siempre de la holgura». Para la seccién Poissonnitre, el 27 nivoso del afio IT (16 de enero de 1794), «las pequefias fortunas adquiridas, titiles a la sociedad, deberfan estar fuertemente respetadas y preserva- das de todo perjuicio». Los sans-culottes atacaron a los ricos, a los gordos, advirtiendo confusamente que si la prepotencia de Ia riqueza permanecia intacta, dada la carencia de limitacién al ejercicio del derecho de propiedad, la igualdad de disfrutes no seria més que una palabra vacia, El reflejo igualitario se precisé en ocasiones en planes © proyectos mis o menos razonados de nivelacién de las fortunas: es preciso que no haya ni ricos ni pobres; una legislaciéa apropiada debe hacer imposible la concentracién de la propiedad en manos de una minorfa parasitaria. No se trataba en modo alguno de Iegar a una igualdad total, considerada siempre como una quimera: entendamos, para la época, Ja ley agraria, el reparto igual de las propiedades, que algunos orado- ‘res del Circulo social deducian del principio de la igualdad de derc- chos. Pero es preciso restablecer el equilibrio, alcanzat una igualdad relativa, En este sentido Prudhomme trazé, en las Révolutions de Paris (no 214 y 215, finales de brumario del aiio II), el retrato del sans-culotte: «Ni un solo sans-culotte llega a ser, ni se conserva rico; respeta el sano derecho de propiedad; pero se muestra impla- cable respecto de esas fortunas répidas ¢ insolentes, resultados de la intriga y de la ambicin. Entonces se coloca en la recta senda y restablece el equilibrio, sin el cual 1a igualdad no existe, por consi: guiente no hay repiblican. El 18 de agosto de 1792, Gonchon, orador de los Hombres del Catorce de Julio y del Diez de Agosto, habfa declarado en la tribuna de la Asamblea legislativa: «Estableced tun gobierno que coloque al pueblo por encima de sus escasos recur sos y al rico por debajo de sus medios. El equilibrio seré perfecto». Un afio mas tarde, como un eco, el enragé Leclerc repetia en L’Ami du Peuple del 10 de agosto de 1793: «Un Estado se encuentra muy cerca de su ruina, cada vez que en él se ve la extrema indigencia sentada al lado de la extrema opulencia». Por tltimo, el 26 brumario del afio II (16 de noviembre de 1793), segtin la Instruccién de la Comisién temporal de la Comuna Liberada, «si una igualdad per- LA SANTA IGUALDAD» 127 1a de felicidad fuese por desgracia imposible entre los hombres, a al menos posible aproximar mAs los intervalos». De esta manera igualdad se define por un estado de equilibrie medio entre riqueza pobreza. De la reivindicacién igualitaria a Ja limitacién de la propiedad, el se franque6 répidamente. Seguin la seccién de los Sans-Culottes, su peticidn a la Convencién, el 2 de septiembre de 1793, «la iedad no tiene otra base que la extensién de las necesidades fisi- ». Se trata por lo tanto no solamente de fijar «los beneficios de Ia lustria, los salarios del trabajo y los margenes del comercio» me- te una tasacidén general, sino también de limitar la extensién de explotaciones («Que nadie pueda tener en arriendo més tierras las que se requieren para una cantidad determinada de arados»), de las empresas («Que el mismo ciudadano no pueda tener més un taller, una tienda»); de imponer finalmente un limite a la yueza: «Que se fije el maximum de las fortunas; que el mismo lividuo no pueda poseer més que un maximo». En qué consistiria ‘tamente ese méximo, la peticién no lo dice; pero queda claro correspondfa a la media de la propiedad artesanal y de tenderos. stas medidas radicales, concluye la seccién de los Sans-Culottes, fan desaparecer la excesivamente grande desigualdad de fortunas ‘aumentar el niimero de propietarios»: En ningéin otro momento de la Revolucién encontramos una for- lacidn tan precisa del ideal igualitario de Jas masas populares. a la medida de Jos artesanos y de los tenderos, ya propietatios, de una propiedad basada en su trabajo personal y no en el jo ajeno. Ideal también a la medida de los pequefios productores de los consumidores urbanos, hostiles, a la vez, a todos los vende- s directos 0 indirectos de subsistencias y a todos los empresarios iniciativas capitalistas amenazaban con reducirlos a la categoria trabajadores dependientes. Ideal cuya contradiccién fundamental ingtil subrayar aquf: mantener la propiedad privada, al tiempo que pretende limitar sus efectos. E| programa enragé més concreto fue presentado pot Jacques en su Adresse a la Convention nationale, el 25 de junio de 3: tasacién general, represién del acaparamiento, prohibicién comercio del dinero-moneda. «Adoramos Ia libertad, pero no que- morir de hambre.» Para responder a la exigencia de igualdad, derecho de propiedad debfa subordinarse al derecho a la existencia, 128 LA REVOLUGION FRANCESA Sacerdote socialista en opinién de A. Mathiez, y cura rojo en la de M. Dommanget: anacronismo. Jacques Roux: un militante igua litario vinculado al pueblo y que traducfa sus aspiraciones y tenden clas con una penetracién intelectual, un rigor de andlisis, una since- ridad y un vigor de tono poco comunes. «No SE NECESITAN NI RICOS NI POBRES» El jacobinismo, debido a sus tendencias sociales, pertenece al mismo campo ideolégico que los sans-culottes, con una diferencia de grado, ya que no de naturaleza. Del rousseaunismo al sans-culottismo, hay resonancia més que filiacién; ésta se precisa del rousseaunismo al jacobinismo, més atin del rousseaunismo al robespierrismo. El jacobinismo encontré en el rousseaunismo su soporte idcolé- con la misma incapacidad para un anilisis preciso y eficaz de Tas realidades sociales de la época. Uno y otro manifestaron las mismas contradicciones y finalmente la misma impotencia. Ya cono- cemos Ia ambigiedad de la posicién social de los jacobinos: el carpin fero Duplay, en realidad un importante empresario de corpinteris, todavia muy préximo al pueblo como para no desconocer sus nece sidades, pero diferenciéndose de é1 ya lo suficiente como para no ignorar los intereses de la burguesia. Pot lo tanto, traténdose del problema de la igualdad, y en consecuencia de la propiedad, una contradiccién insoluble: al mismo tiempo que protestaban contra los ricos en nombte de la igualdad, los jacobinos hicieron esfuerzos deno- dados para proclamar sus lazos con Ia propiedad privada y expulsar el fantasma de Ia ley agraria. Si tomamos, entre los més ilustres de los montaiieses y de los jacobinos, a Danton y a Marat, no parecen haber concebido, aunque en grados diversos, un sistema social muy concreto, Danton clamé contra Ja riqueza y los abusos que se desprendfan de la desigualdad meras declamaciones, sinceras sin duda, sin més. A Marat se le han atribuido muchas cosas. Su pensamiento social fue més radical, pero jamas fue el fogoso predicador de la ley agratia que sus enemigos han exhibido ante la historia para asustar a los propictarios. «Yo me incorporaba a la Revolucién con unas ideas completamente definidas», declaré Marat en 1793. De hecho, aparece como un precur LA SANTA IGUALDAD> 129 de la corriente igualitaria que se afirmé en el afio II: su pensamien- pudo madurar 0 precisarse respecto de algunos puntos, pero no id en sus lineas generales. Desde 1780, el Plan de législation crimi- planteaba la exigencia de un derecho a la existencia anterior al srecho de propiedad. «El derecho de propiedad deriva del de vivir.» nla vanguardia del movimiento popular, Marat encontré, en 1789, acentos de Jacques Roux en su peticién del 25 de junio de 1793. n un folleto del 23 de agosto de 1789, La Constitution ou Projet déclaration des droits, escribe después de Rousseau: «sin una uada proporcién entre las fortunas, las ventajas que el que no ninguna propiedad retira del pacto social, se reducen a casi . Incluso la libertad que nos consuela de tantos males nada es 4». Afirmacién desprovista de originalidad: nacido en 1743, de aa_generacién anterior a la de Robespierre, nacido en 1758, ¥ Saint-Just, nacido en 1767, Marat habia accedido desde antes de 1789 «a unos resultados en los que no habiamos en absoluto pen- do», a los que Saint-Just no accedié més que «por la fuerza de las osasm, atravesando la misma Revolucién. Pero el Amigo del pueblo @ fue mas alld y se mantuvo en unas afirmaciones tedricas. Destino ncado demasiado pronto y que explica el lugar singular de Marat n la Revolucidn. Entrevemos, sin embargo, en él también Ja distan- entre la intrepidez de una exigencia igualitaria y las necesidades una revolucién que seguia siendo burguesa. Resulta significativa, este respecto, la campafia de Marat, en sus tiltimas semanas, contra enragés, y en particular contra Jacques Roux, presentado, el 4 de fio de 1793 (Marat fue asesinado el 13), en Le Publiciste de la spublique Francaise, como «el cizafero de la seccién de Gravilliers». montafieses intentaban imponer un frenazo a las reivindicaciones itarias recuperadas y precisadas por los enragés, esos «falsos ittiotas, en opinién de Marat, esos «patriotas de circunstancias». La misma ambigiiedad y 1a misma distancia entre la afirmacién fica y Ia accién préctica, para tomar todavia un ejemplo jacobino, n Billaud-Varenne, autor de los Eléments de républicanisme (1793), inteando en principio que la propiedad es el pivote de las asocia- civiles. En consecuencia, «no solamente el sistema politico asegurar a cada uno el apacible disfrute de sus posesiones, sino este sistema debe combinarse de manera que establezca en la lida de lo posible una reparticién de los bienes si no absoluta- nte igual, al menos proporcional entre los ciudadanos». Si bien 9. — sono 130 LA REVOLUCIGN FRANCESA el derecho de propiedad es imprescriptible, «debe tener su aplicacién ‘en provecho de todos los seres que componen la nacién». De este modo nadie se encontrar «bajo la dependencia directa y no reciproca de otro particular». Dicho de otra manera, una sociedad de pequefios ptoductores independientes. Billaud-Varenne aiadia: «Si bien la acu- mulacién de las grandes masas de fortuna en las manos de un redu- cido niimero de individuos trae progresivamente todas las calamidades sociales, la holgura del mayor nimero, fruto del trabajo de la indus- tria_y de las especulaciones comerciales, conduce a una nacién al més alto grado de prosperidad y comunica a su gobierno una gran- deza real». Que Ia Repiblica no pueda subsistir ni prosperar sin una cierta igualdad social, es un lugar comtin en el pensamiento de 1a Tlustracién, de Montesquieu a Rousseau. En este terreno, los jacobi tos no dieron pruebas de una originalidad mayor que los militantes populares y los enragés. El robespierrismo fue la expresién social més nftida del jacobinis- mo y, @ ioe de evidentes contradicciones, fue también la més con- secuente. . Del origen, de la formacién y del temperamento de Robespierre, numerosos rasgos explican la orientacién de su pensamiento social y de sus concepciones en relacién con la igualdad. Nacido en 1758, surgido de un medio de pequefia burguesfa hostil de un modo natu- ral al privilegio y a la aristocracia, Robespierre se inclin6 instintiva- mente hacia una concepcién igualitaria de las relaciones sociales, que reforz6 todavia més la influencia rousseauniana de los religiosos oratorianos, de quienes fue alumno en el colegio Luis el Grande de Paris. Habiendo regresado a Arras en 1781, Robespierre vivié de su profesién de abogado, gandndose honrosamente la vida, pero conti- palabra que se repite sin cesar en sus conversa- ignifica contentarse con satisfacer las necesidades tar, pero sin buscar el Iujo ni Ia pereza: ideal de las clases medias de la época. Aqui encontramos Ia nocién igualitaria de equilibrio social. Incluso por temperamento, Robespierre estaba de acuerdo con las ensefianzas de Rousseau. Su juventud triste, su existencia austera, Ia conciencia de su valor intelectual y moral, contribuyeron a confirmarlo en esa idea de que ni el privilegio de nacimiento ni el del dinero podrian ser la medida de los derechos de los ciudads- LA SANTA IGUALDAD> 131 In exigencia de igualdad y el principio fundamental de la autén- democracia eran para él algo en cierta medida innato. Defensor desde 1789 de la igualdad politica contra el sufragio jitario, Robespierre terminé por incluirse, con Saint-Just, entre protagonistas de la igualdad social, Pero no accedié is tamente y con timidez. Su formacién puramente literaria y juridi- @, su incapacidad para el anélisis econdmico y social ajustado le €n un primer momento hacia una concepcién puramente ica de la igualdad de las relaciones sociales. Discipulo de Rous- eau, opinaba sin duda que la desigualdad de riquezas puede reducir Jigoaldad politica a una vana apariencia, y que en el origen de la maldad entre los hombres no est solamente la naturaleza, sino n la propiedad individual. A este mal social juzgado inevitable, pierre no le buscé en principio remedio alguno. | Las exigencias politicas de la defensa revolucionatia y nacional tra la aristocracia y Ia coalicién le condujeron sin embargo, a pat- pde 1792 y sobre todo en 1793, @ unas opiniones més osadas. Mien- tuna parte de la burguesia, «los calzones dorados», se alineaban tris de los feuillants, luego tras los girondinos, para concluir una desigual y terminar la revolucién mediante un compromiso, abespierre acepté Ia necesidad de asociar estrechamente a las masas res a Ja salvacién de la Republica, a través de una politica nueva. En el momento dlgido de las jornadas de los dias 31 de © a2 de junio de 1793, anotaba en su cuaderno: «Los peligros ores provienen de los burgueses; para vencer a los burgueses 0 atraerse al pueblo». Més explicito, Saint-Jast, el 8 ventoso afio II (26 de febrero de 1794): «La fuerza de las cosas nos duce seguramente a unos resultados en los que no habfamos pen- La fuerza de las cosas: entendamos la légica de los aconteci- que imponia la alianza de Ia burguesfa montaiiesa y del sans-culotte. «La opulencia —prosigue Saint-Just— se encuen- tre las manos de un mimero suficientemente grande de enemi- 8s de la Revolucién; las necesidades colocan al pueblo que trabaja © Ia dependencia de sus enemigos. ¢Creéis que un imperio pueda Si las relaciones civiles alcanzan a los que son contrarios a de gobierno?» Es preciso por lo tanto situar las relaciones es (entendamos sociales) en armonia con las estructuras politicas, Ja igualdad politica sobre la igualdad social. «Un pueblo que } 3 feliz carece de patria», habia declarado Saint-Just en la Com. 132 LA REVOLUCION FRANCESA vencién, el 29 de noviembre de 1792, en su discurso sobre las sub- sistencias. . ‘No se ha de entender por ello que Robespierre o Saint-Just llega- ran a la idea de trastocar el orden social existente y de arrcbatar a la burguesfa Ia preponderancia que le habfa asegurado el Ochenta y nueve. «La ji ‘de los bienes es una quimera», declaré Robes: pierre el 24 de abril de 1793, en la Convencién, condenando Ta ley agraria. No por ello dejaba de afirmar en el mismo discurso que «la extremada desproporcién de las fortunas es la fuente de muchos males y de muchos crimenes». «Se trata mucho més de hacer la pobreza honrosa que de proscribir 1a opulencia»: ideal de equilibrio social, de igualdad relativa. . La toma de conciencia tanto de Robespierre como de Saint-Just se reafirmé en el otofio de 1792, cuando la crisis de subsistencias ‘movilizé una vez més a las masas, en el punto neurilgico del conflicto entre girondinos y montafieses a propésito del proceso del rey. ¢Cémo atraer las masas a la Montafia, si no es mediante una politica social atrevida? «Podéis en un momento dado dar [al pueblo} una patria declaré Saint-Just el 29 de noviembre de 1792—. Debéis ‘preocu- paros por sacar al pucblo de este estado de incertidumbre y de miseria que lo corrompe.» Robespierre fue todavia més enérgico y claro en su discurso del 2 de diciembre de 1792 sobre las agitaciones cerealistas de Eure-et-Loir. Subordinando el derecho de propiedad ‘al derecho a la existencia, planted los fundamentos tedricos de una Los autores de Ia teoria no han considerado los articulos més necesarios de la vida, més que como una mercancia ordinaria; no hhan establecido ninguna diferencia entre el comercio del trigo y el del indigo; han disertado mis sobre el comercio de granos que #0- ‘bre la subsistencia del pueblo ... Han valorado mucho los benef cios de los negociantes © de los propictarios y la vida de los hom bres apenas para nada. YY Robespierre concluye: «La primera ley social es, pues, la que garan- tiza a todos los miembros de Ia sociedad los medios para existiri todas las demés estén subordinadas a aquélla». Y, por consiguiente, en primer lugar, el derecho de propiedad: «Es ante todo para viv para lo que se tienen las propiedades». {LA SANTA IGUALDAD> 133 A través de la exigencia de igualdad real, Robespicrre desembocé muna nueva formulacién del derecho de propiedad, en su discurso en Convencién, el 24 de abril de 1793, sobre la Declaracién de dere- del hombre: Al definir a la libertad como el primero de los bienes del hom- bre, como el més sagrado de los derechos que recibe de la natura leza, habéis dicho con raz6n que tenfa por limite los derechos del prdjimo; gpor qué no habéis aplicado este principio a la propiedad, que es una institucién social? ... Habéis multiplicado los articulos para asegurar una mayor libertad al ejercicio de la propiedad, y no habéis dicho una sola palabra para determinar su cardcter legiti- mo; de manera que vuestra Declaracién parece hecha no para los hombres, sino para los ricos, para los acaparadores, para los agio- tistas y para los tiranos, pierre proponfa en consecuencia cuatro artfculo$ de los cuales amente el primero nos importa aquf: «La propiedad es el derecho que posce cada ciudadano de disfrutar y de disponer de la porcién bienes que le es garantizada por la ley». El derecho de propiedad es por lo tanto un derecho natural e impreccriptible, anterior a da organizacién social, como habia afirmado la Declaracién de 1789; inscribfa en adelante en los marcos sociales ¢ hist6ricos, se definfa Ia ley. | La formulacién més rigurosa del pensamiento social de los robes- istas Ia presenté Saint-Just en sus informes de los dias 8 y 13 wtoso del afio II (26 de febrero y 3 de marzo de 1794), a conse- encia de los cuales la Convencién decreté la confiscacién de los enes de los sospechosos y Ia indemnizacién de los patriotas in- entes. 135 el jacobinismo del afio II fue més prictica politica que teorfa al. Si tenemos en cuenta la definicién del jacobinismo hecha por amsci (alianza de la burguesfa revolucionaria y de las masas po- ), sin duda los jacobinos tuvieron que elaborar un programa ocial igualitario que diese satisfaccién a estas ultimas. No por ello objetivo de Ia alianza dejaba de ser esencialmente politico: vaguardar las conquistas del Ochenta y nueve, asegurar Ia inde- acia de la nacidn, asentar definitivamente la libertad. El «des- mo de la libertad» debia conseguirlo, Pero la presién del mo- nto popular fue, sin embargo, lo suficientemente fuerte para xe se esbozase por un momento una experiencia de democracia so- jams renovada desde entonces y para que se diese un contenido 0 al principio de igualdad. Pero, al mismo tiempo, la mantenida libertad econémica y la “goncentracién que ensanchaba las diferencias sociales y reforzaba los ntagonismos, producia que la igualdad, incluso relativa, se alejase da vez més, fuera del alcance. Anclados en su condicién, artesanos tenderos, descendientes de los sans-culottes y de los jacobinos del venta y tres, siempre aferrados a la pequefia propiedad basada en trabajo, oscilaron entre la revuelta y la utopia. La misma contra- ecién entre las exigencias de Ja igualdad de derechos proclamada principio y las consecuencias del derecho de propiedad y de la li- id econdinica, y la misma impotencia influyeron sobre las tenta- de democracia social: 1a tragedia de junio de 1848 lo demos- , por no hablar de las peripecias de la Tercera Repiblica. La igualdad: auténtica roca de Sisifo que el legislador hace rodar in- amsablemente por Ia pendiente. Segtin Rousseau, en el capitulo XI del libro V del Contrato so- respecto de la igualdad, no es preciso entender por esta palabra que los grados de poder y de riqueza sean absolutamente los mis- mos; sino que, en relacién con el poder, se site por debajo de toda violencia y no se ejerza nunca sino en virtud del rango y de las eyes; en cuanto a Ia riqueza, que ningén ciudadano sea lo suft- cientemente opulento para comprar a otto, y ninguno lo suficiente- mente pobre para verse obligado a venderse... Si queréis, pues, dar consistencia al Estado, aproximad los grados extremos tanto como sea posible; no toleréis [la existencia] ni de gentes opulentas ni de mendigos... Precisamente porque Ia fuerza de las cosas tiende 136 LA REVOLUCION FRANCESA siempre a destruir In igualdad, es por lo que la fuerza de Ia legis. Iacién debe tender siempre a mantenerla, La fuerza de las cosas: entendamos el libre juego de las leyes econémicas, en un sistema en el que la propiedad, aunque limitada uda, no por ello dejaba de mantenerse con todas sus consecuen- cias nefastas para Ia igualdad. Igualdad formal de derechos, imposi ble igualdad de medios: desde la época de la Revolucién, sin em- bargo, respondiendo a Ia espera de los hombres, una tercera vor se insinué, abriendo las puertas del porvenir. «LA IGUALDAD PERFECTA» El primero en Ja Revolucién francesa, Babenf superd Ja contra- dicei6n con la que habfan tropezado todos los hombres y los movi- mientos entregados a la causa popular, entre Ia exigencia del princi- pio de igualdad y del derecho a la existencia pot una parte, por otra la afirmacién de los principios de propiedad privada y de liber- ‘tad econémica. Por el pensamiento y por la accién se adelanté a su Epoca, se afirmé como ¢l iniciador de una nueva sociedad. Ello no sucedié sin un prolongado y doloroso recorrido a través de la Revo- lucién, més todavia bajo el golpe de la reaccién social y politica que siguid al 9 termidor. Termidor, la cafda de los robespiertistas y la ruina del Gobierno sevolucionario, luego el epflogo de pradial de! ato III, el aplasta- miento del movimiento seccionario parisino, aniquilando la esperanza popular de una imposible democracia igualitaria, habfan permitido, ahora que el feudalismo estaba irremediablemente abolido, enlazar con el Ochenta y nueve. En esas fechas, el Terror, merced a sus terribles golpes, habfa concluido Ia destruccién de Ia antigua socie- dad y despejado el terreno para la instauracién de nuevas relaci sociales: se abria la era de la estabilizacién burguesa. La Convencién termidoriana legé, sin embargo, al régimen que ella misma instauré, y que ha pasado a la historia con el nombre Directorio, la guerra, una situacién econémica catastréfica y un sis- tema politico tan prudentemente equilibrado que su funcionamiento normal se revelé imposible. Habiendo conservado del afio IT un re- LA SANTA IGUALDAD® 137 erdo espantoso, su libertad restringida, el beneficio limitado, las poco importantes que imponfan su ley, la burguesia, endure- y teforzada su conciencia de clase, organiz6 celosamente su po- se volvié a la igualdad de derechos, no de medios, en el marco 10 de un sistema censitario. Pero una nueva oposicién revolu- aria, relanzada por el hundimiento del papel moneda, y la nega- tenaz de Ja contrarrevolucién tanto en el interior como en el ‘exterior, hicieron imposible el juego normal de las instituciones. La bilizacién de la Revolucién sobre Ia base social de la propiedad, Ia burguesfa censitaria, de s6lo los notables republicanos, se revelé te imposible. Dependfa de Ia solucién que se aportase a los oblemas fundamentales heredados de la Convencién termidoria- : la guerra, la crisis econdmica y financiera. Aunque los termido- nos habian firmado la paz en 1795 en Basilea con Prusia y con pafia, en La Haya con Holanda, la guerra continyé con Austria ta Campoformio en 1797, y persistié todavia mucho més con laterra. Sobre todo, Ia economia estaba deteriorada, Ia moneda | La catéstrofe monetaria precipité Ja crisis. La inflacién alcang6 su ite extremo poco después de Ia instalacién del Directorio, el 4 bru- tio del afio IV (26 de octubre de 1795). El 30 pluvioso (19 de 0 de 1796), fue preciso suspender les emisiones y suprimir el signado. Fue reemplazado, el 28 ventoso (18 de marzo de 1796), por nuevo tipo de papel moneda, el pagaré territorial (mandat terri- ): el 1° floreal (20 de abril de 1796) su depreciacién aleanz5 por 100. En pradial, la libra de pan, tasada en 3 sueldos en fo II, valfa 150 francos. A finales del aio IV (mediados de sep- de 1796), se habia acabado con la ficcién del papel moneda. ley del 16 pluvioso del afio V (4 de febrero de 1797) desmoneti garé, fijéndolo en el 1 por 100 de su valor nominal: representaba ‘consagracién oficial de una bancarrota ya consumada. Ast concluia, tun clima de desastre sin precedente, la historia del papel moneda olucionario. __ Las consecuencias sociales fueron, como de costumbre, catastré- para el conjunto de las mases populares. El invierno del aio TV 1795-1796) fue terrible para los asalariados arrasados por el alza ver- ginosa de precios. Los mercados permanecian vacfos: la cosecha 1795 habia sido mediocre, los campesinos no aceptaban més que ‘dinero metélico, el numerario, ya no se aplicaban las requisiciones. 138 LA REVOLUCION FRANCESA En Parfs, Ia racién diaria de pan descendié de una libra a 75 gra- mos; fue completada mediante arroz que las amas de casa no podfan cover al earecer de lfia. A Jo largo de todo el invierno, los informes i jan con una monotonfa desesperante la miseria popu- Coon por el Iujo y la impudicia de una minoria acomodada. Parfs parece tranguilo, pero los espfritus esti vivamente agi- Ohya ay pr aa epic eng prereaea ‘afio IV (17 de febrero de 1796)—. La extrema carestia de todas las ‘cosas se considera constantemente como Ia consecuencia necesaria del comercio ilicito de esos seres despreciables conccidos bajo cl nombre de agiotistas. Esta cruel calamidad, que desde hace tiempo artuina las fortunas piblicas y privadas, pesa esencialmente sobre la clase indigente, cuyas quejas, murmullos y discursos inmoderados se dejan ofr en todas las partes. Entonces fue cuando, otorgando a la oposicién. revolucionaria una forma nueva, Babeuf se alzé y organizé la Conjuracién para la Igualdad La experiencia de Picardia, mis sin duda que sus Iecturas, fue decisiva en la formacién del pensamiento de Babeuf. Nacido en 1760 en Saint-Quentin, hijo de un agente recaudador de gabelas y de una siryienta analfabeta, Babeuf se establecié en Roye, en Santerre, re- gin de agricultura importante. Siempre despiertas, unidas para Ia de- fensa de sus derechos colectivos y de sus tradiciones comunitarias, Tas comunidades de los pueblos de Picardfa sostenian una Aspera lucha contra Ia explotacién sefiorial y contra 1a concentracién de las explotaciones en manos de los grandes agricultores capitalistas. Gra- cias a su profesién de feudista, Babeuf adquiri6, en los afios 80, una experiencia directa del campesinado picardo, de sus problemas y de sus luchas. «Fue enyuelto en el polvo de los archivos sefioriales como descubri los misterios de las usurpaciones de la casta noble.» Fue en contacto con las comunidades aldeanas como Babeuf quedé definido, ya desde antes de a Revolucién, en su adhesién a la igual: dad de becho. Hoa 1188 alent scm laine ile oh oliDibccar) rliestnere au Cadastre perpétuel, aguda critica de Ia organizacién y de Jn propiedad privada. Constataba que la desigualdad es el resultado de la concentracién de Ia propiedad; se inclinaba entonces hacia 1a LA SANTA IGUALDAD» 139 agraria, el reparto igual de las propiedades, el poseedor no alienar su lote, el cual a su muerte regresaba a la comunidad. madre comtin, hubiera podido ser repartida sélo en forma cada parte definida como inalienable, de manera que el io individual de cada ciudadano hubiera estado siempre ase- ¥ no pudiera perderse.» Dado que Francia disponfa de setenta fanegas, «ccémo no hubiese podido disponer cada cabe- 2 de un solar suficiente?». Suponiendo una poblacién de veinticuatro millones de habitantes y cuatro personas por hogar, 0 seis millones de familias, Babeuf atribufa once fanegas a cada ar familiar. (En 1775, en Le Paysan perverti, Restif de la Bretonne, distribuido Ia tierra en lotes de diez fanegas.) «Con semejante ktensién de terrenos bien cultivados, gen qué honrosa mediocridad hubiera sido posible mantenerse? ';Qué candor, qué simplicidad costumbres, qué orden invariable no bubiesen reiqado en el pue- que hubiese adoptado una forma tan verdaderamente prudente, n exactamente conforme a las leyes generales dictadas por la natu. ileza, que tinicamente nuestra especie se ha permitido transgredir! » ntivamente, Babeuf intentaba vincular a reivindicacién social u actividad profesional, de los limbos de Ix uropfa emergia una "La acci6n fue decisiva en la maduracién del sistema comunista de beuf: en su calidad de militante colocé a las ideas igualitarias ante prucba de los hechos. La Declaracién de 1789 proclamé Ia igual- de derechos: muy pronto quedé claro que no era més que una juimera», cuando, en el momento dlgido de la Revolucién, se plan- el problema de as subsistencias, exigencia de pan cotidiano. La fticipacién de Babeuf en el movimiento agrario picardo en 1790- , constituyé su primera experiencia importante de lucha revo- . Ampliando el horizonte de una accién necesariamente lo- formulé un programa agrario coherente que hubiese ofrecido na las reivindicaciones de las masas campesinas y sobre jo de los campesinos «poco afortunados». Denuncié con obstina- la pretendida supresién del régimen feudal» mediante los de- de los dfas 5-11 de agosto de 1789. Pero a través de estas s y de estas Iuchas no perdia de vista el «objetivo estable- » Ja igualdad real, Ia igualdad perfecta. «¢Quién quiere conten- Se con una igualdad nominal?», escribia a Coupé de I'Oise, el de agosto de 1791. Y el 10 de septiembre siguiente: «De donde 140 LA REVOLUCION FRANCESA se deduce Ia obligacién y la necesidad de facilitar Ia subsistencia a esta inmensa mayorfa del pueblo que, con toda su buena voluntad de trabajar, carece de ella. Ley agraria ... ;Igualdad real!». EI paso de Babeuf a la administracién parisina de subsistencias en Ia primavera y verano de 1793, y atin més, su reflexién sobre la politica econémica y social del Gobierno revolucionario, le demos. traron Ia posibilidad préctica de una distribucién igualitaria. Si bien fue durante un tiempo violentamente anti-robespierrista, después del 9 termidor cambié répidamente. Los estragos de 1a inflacién y Ia indecible miseria del invierno del afio TIT le demostraron después de todo el valor del maximum, el de Ia tasacién y el de la reglamentacién, ‘el de Ia economia dirigida y el de la nacionalizacién, incluso parcial, de Ia produccién y de la reparticidn; en suma, la importancia de la politica econémica disigista del Gobierno revolucionario, aplicada en particular en el ejército. «Que este gobierno [la administracién co- mtn] —eseribiré pronto Babeuf en el “Manifiesto de los Plebeyos”— que se ha demostrado practicable por la experiencia, ya que es cl aplicado al millén doscientos mil hombres de nuestros doce ejércitos (lo que ¢s posible en lo pequefio lo es en grande), que este gobierno es el tinico del que puede resultar una felicidad universal, inalterable, ‘sin mezela: la felicidad comin, objetivo de Ia sociedad.» Como los jacobinos, al igual que los sans-culottes, Babeuf afirma que el objetivo de la sociedad es la felicidad comin, la Revolucién est obligada a asegutar entre todos los ciudadanos la igualdad de disfrutes. Peto como la propiedad privada introduce necesariamente In desigualdad y dado que Ia ley agraria no puede «durar més que ‘un solo dia» (aya desde el dfa siguiente de su establecimiento, 12 desigualdad reaparecerfa»), el tinico medio para Iegar a la igualdad de hecho y para «asegurar a cada uno y a su posteridad por muy mumerosa que sea, la suficiencia, pero nada més que la suficiencia», consiste en at pa de la ideologia revolucionaria de la sociedad nueva surgida de isma Revolucién. Gracias al babeuvismo, el comunismo, hasta uuna ensofiacién ut6pica, fue transformado en un sistema olégico finalmente coherente; a través de la Conjuracién de los es, entré en la historia de las luchas sociales y politicas. El babeuvismo leva el sello de su tiempo. Sin lugar a dudas, ideal igualitario surgié en Babeuf, autodidacta, en el transcurso sus lecturas. Pero, superando la ensofiacién utdpica, Babeuf fue jlo largo de toda la Revolucién un hombre de accién. El sistema deolégico de Babeuf se concreté poco a poco en contacto con las dades sociales de su Picardia natal, en el transcurso de sus luchas olucionarias. No seria correcto, en efecto, presentar el babeuvismo @ un todo concebido dogméticamente y con una perfecta cohe- , sino mfs bien como un resurgimiento de la“esperanza mile- rista, transmitida indudablemente por los libros, pero enriquecida ivificada por la observacién social y por la accién revolucionaria, y palmente constituida en sistema. Lo esencial de Ia critica social y de reconstruccidn igualitaria de beuf se contiene en el «Manifiesto de los Plebeyos» que publicé Tribun du Peuple del 9 frimario del afio TV (30 de noviembre © 1795): en él se encuentra definido el comunismo de Babeuf en paginas apasionadas. Tiene como punto de partida la erftica de propiedad privada: Definiremos la propiedad. Demostraremos que la tierra no es de nadie, sino que pertenece a todos, Demostraremos que todo lo que un individuo acapare de tierra més alld de cuanto necesita para alimentarle equivale a un robo social ... Demostraremos que todo cuanto un miembro del cuerpo social posee por encima de la satisfaccién de sus necesidaces de toda clase y de todos Jos dias, es el resultado de un despojo de su propiedad natural individual realizada por los acaparadores de los bienes comunes. Que, en vit- tud de la misma Idgica consecuente, todo lo que un miembro del “cuerpo social detenta por encima de la satisfaccién de sus necesi- dades de toda especie y de todos los dfas es el resultado de un robo hecho a expensas de los dems coasociados ... ¢Es acaso la ley agraria lo que queréis, exclamarén mil voces de personas hon- radas? No, es mis que eso. Conocemos qué clase de argumento invencible podrfan oponernos a este respecto. Se nos dirfa con raz6n que la ley agraria no puede durar més que un dia; que des- 142 LA REVOLUCION FRANCESA de el dia siguiente de su establecimiento la desigualdad susgiria de nuevo. La felicidad social exige la igualdad de becho, no es en absoluto una quimera. El Ginico medio para conseguirlo es establecer Ia administracién comin; consiste en suprimir la propiedad particular; en vincular cada hombre al talento, a la industria que mejor conoce; en obli- garlo a depositar su frato en especie en el almacén comin; y en establecer una mera edministracién de las subsistencias que, mante- niendo un registro de todos los individuos y de todas las cosas, ‘onganizara cl reparto de estas ltimas con la més. escrupulosa igualdad, As{ la suerte quedaré encadenada, de este modo cada coasociado serd independiente de las circunstancias afortunadas o desgraciadas. El Manifiesto conclufa con una apelacién profética: « jPueblo! jDes- . jRegocfjate ante Ia visién de un futuro por- Generalmente se ha caracterizado el babeuvismo como un co- munismo del reparto y del consumo. Comunidad de bienes: la pro- piedad es colectiva. Pero, ¢comunidad de los trabajos? Con mayor precisin, equé sucede con la organizacién del trabajo? Si considera- mos el conjunto del itinerario ideolégico de Babeuf, advertimos que presintié en 1785-1786, contemplando los problemas agrarios de su Picardia natal, Ia necesidad de una organizacién colectiva del trabajo de la tierra. En una carta a Dubois de Fosseux fechada en Roye «des- pués del 1° de junio de 1786», «sustituyo la granja de explotador tinico por la granja colectiva —escribe Babeuf—; 50, 40, 30 indivi- duos acuden para vivir como asociados en esta granja en torno a la cual, aislados tal como estaban antafio, a duras penas vegetaban; de Ja miseria, pasarén répidamente al desahogo». Babeuf subrayaba las -ventajas del trabajo en comtin. «En la explotaciéa colectiva todo se hace a propésito, siempre se encuentran con capacidad y en ntimero suficiente para realizar todos los trabajos.» ¢Podemos, empero, de- ducir de esta especie de «granjas colectivas» un comunismo de la produccién? Por otra parte, es obligado advertir que Babeuf jamés volvié sobre este importante problema y que jamés concret cémo pretendfa organizar la «comunidad de los trabajos». LA SANTA IGUALDAD» 143, Comunismo agrario, se ha insistido a pesar de todo. Es cierto que beuf se interes6 por la suerte de los trabajadores asalariados, tuvo conocimiento concreto de los problemas sociales de la manufac- picarda, asf como de Ia situacién de las clases labotiosas pari- . Pero el hecho determinante del impulso de la produccién in- trial a través de la concentracién capitalista y del maquinismo se s escaps. La predileccién de Babeuf por las estructuras econémicas tiguas, en especial el artesanado, la ausencia en su obra de toda refe- a una sociedad comunista basada en la abundancia de los oductos de consumo, explican que se haya podido hablar, respecto e él, de pesimismo econdmico. Babeuf no es tin economista; lo que spa en el fondo de su corazén, es la vida social, y «con mayor erza ¢ intensidad que todas las demés consideraciones, el hambre, shambre sagrado», segtin una expresidn del niimero 5 de L’Eclaireur Peuple en germinal del afio IV. La regla de la sociedad comunista serf, pues, la de «a cada uno segtin sus necesidades», ni ; en abril de 1793, Petion convocaba fa la unidn de los poscedores. Por los montafieses, incluidos los jaco- inos. Con ocasién de su primera sesién, el 20 de septiembre de 1792, Ja Convencién {ue undnime para situar a las propiedades «bajo la salvaguarda de la nacida». También lo fuc, cl 18 de marzo de 1793, para dectetar Ja pena de muerte Los principics de la preponderancia prepietaria fueron nitida- te planteados con ocasién ce las discusioncs pzeliminaces a Ja de Ia Constitucién del afio IIT, que siguieron al aplasta- pto de la insurreccién popular de pradial (20-21 mayo de 1795). Pero, gera necesario hacer preceder la Constitucién de una decla- n de derechos? Se puso en duda incluso el principio mismo, Con n del debate del 26 tetmidor del aio IMI (13 de agosto de cibir 1a contradiccidn encre Jos principios proclamados y las res- ones de la legislacién de aplicacisn. ‘Hemos padecido uaa prueba bastante cruel del sbuso de las palabras como para que empleemos prlabres inttiles, o cuyo sentido no hayamos perfectamente delimitsdo ... No obstante, si queréis absolutamente una declaracin de deteches cuya utilidad, le tepito, tno veo, no incluydis en esta declaracién, gfuc no cs una ley, unos principios contrarios a los que encierra 1a Constitucién, que sf es ‘una ley, © bien proporcionaréis a todos los ignorantes, facciocos, a todos los turbulen:os, los motives pata de: El debate respecte de los derechos y de los medios se reproducia Ba vez mis. «Todos los hombres al nacer —prosigue Mailhe— po- aun derecho igual al ejercicio posible de los derechos de ciude- es»; pero no todos tienen las tacultades. «Habéis exigido, para Jes al ejercicio de estos derechos, que pagasen una contzibu- A, como garantia de sus intereses en el mantenimiento del orden Blecido», eatendamos por ello el orden propietario. <éQué es un derecho? —preguntS Lanjuinis en el transcurso discusién—. Es el empleo de una de las facultades que hemos bido de la naturaleza. Si decis que todos los hombres permanecen es en derechos, incitiis a Ia revuelta contra Ia Constitucién a gs a los que habéis negado © suspendido el ejercicio de les de- 148 LA. REVOLUCION FRANCESA rechos de ciudadanos por la seguridad de todos.» Y, de manera a: mis explicita: «Lo repito, establecer que todos los hombres son les en derechos, significa decir a todos: tendis Jas mismes facultaces, Como consecuencia, el que nada tiene diré: debo disfrutar de los mismas faculcades que el que posce algo». La propiedad es claramen- te Ia medida de los derechos de los ciudadanos Para evitar todo equiveco, los derechos proclamedos pot Ia De claracién del aio III no son, pues, ya los del «hombre», derechos naturales e imprescriptibles, sino los del . Los Estados no prosperan més que ligando lo més posible los ciudadanos a la propiedad ... En un gran Estado es ventajoso que haya hombres en condiciones de dedicarse a empress que cxigea fuertes tiesgos por adelantado: muestro cultive, nuestras manulc- turas, muestras expediciones marftimas necesitan ciudadanos que disfrutan, con seguridad, de una fortuna elevada ... Sobre todo en las actuales cireunstancias es cuando debemos advertir hondamente hhasta qué punto los grandes capitalistas pueden ser titiles a la Repiblica, Después de este elogio sin disimulo de la empresa capitalista, Dauchy wuelve al impuesto progresivo, injusto, impolitico, «auténtico germen de una ley agraria que es preciso ahoger desde su nacimiento». Y mis adelante: «J's tan fécil, en un tiempo de agitaciones, provocar cont el reducido ntimero de los que disfruten de una fortuna un poco ele vada, que es necesario que encuentren en las leyes la garantfa de sus ptopiedades, y no el principio de su ruinas, Pera concluir: «Corres 1A PROPIEDAD, FUNDAMENTO DE LA REPUBLICA> 153 1 cuerpo Iegislativo pronunciarse enérgicamente contra todo io destructivo de la armon{a social, contra un principio que ide evidentemente a la invasién de las propiedades. Y solamence niendo por ella un respeto teligioso seré posible vincular fuerte- ente a todos los franceses a la libertad y a Ia Reptblica». Propiedad, libertad: tales fueron inequivocamente los principios la repGblica burguesa. EDO SOCIAL ¥ REVISIONISNO En estas condiciones, Ia base social sobze la que los directoria- a continuscién de los termidorianos pretendieron estabilizar Ja olucién, aparece singularmente es:recha. Frente a las mesas populares, el recuerdo del efio, II y el temor permanecieron como un poderoso motivo de reaccién para itimar finalmente el golpe de Estado del 18 brumario. El derecho propiedad esté siempre en el centro del conilicto. Los més cons- es entre el pueblo no aceptaron sin resistencia ser azrojados fuera cuerpo politico dada su condicién de impropierarios, tal como nosirs la Conjuracién de los Iguales. Pero, mientras que el movi- (9 revolucionario se orientaba, no sin vacilaciones, hacia la id de bienes», el miedo social constiufa en las manos de j directoriales una podetosa palanca contra los exclusioos, los rquistas, los bandidos: entendamos por ello los partidarios de Ia titucidn de 1793, acusados de querer la svbversidn de las propie- . Los notables, las gentes bonradas, entendiendo por ello a los s opuestos a Ia igualdad, temfan por encima de todo el ptno al sistema del afio II: el rico considerado como sespechoso, propiedades amenazadas, el vuelco de los valores socisles tradi- iamente de la democracia politica: ésta_quedé proscrita, Los fetarios fueron proyectados fuera de 1a nacin censitazia el lado de las clases poscedoras, la aristocracia permanecté . La burgues{a directorial, de condicién media, desconfizba ente de la burguesia de Antiguo Régimen, de un aivel social elevado y més préximo a la nobleza, temiendo que Je arrastrase Hla via de a restauracién. Los termidorianos, transformados.en_di- I ronto en brumarianos, se proponian que Ja Reptblica___ 134 LA REVOLUCION FRANCESA fuese_bu: y lora, sGlidamente asentada sobte la pro- En_sealidad, el ensanchamiento de su base social constitufa |; condicién necesaria para la consolidacién de Ia repiblica de los no- tables. Al ser excluida Ia apertura hacia la democracia, no podia hhacerse mis que a través del acetcamiento de la burguesfa rea y de la aristocracia 2 los principios del orden nuevo, y mediante su integracién en los marcos censitarios de una nacién propietaria. La defensa y Ia garantia de la propiedad, tal como habia sido defi de 1789 a 1795, se convir de eatonces en el pivote, y Frecuen. temente en el pretexto, de los enfrentamientes polit Resulta significativa a este respecto Ia actitud de Benjamin Cons tant, que debfa afirmarse como el principal defensor del liberatismo en la Restauracién. Joven suizo ambicioso, Hegado a Paris en bu: de fortuna después de Termidor, descarriado primero en los salones realistes, se coloca ahora al Jado de un gobierno que defendin con energia la propiedad contra los anarguistes. A este efecto publics en mayo de 1796 un folleto, De la force du gouvernement actuel de la Frence et de la nécessité de s'y ralfier. aE momento actual es cl més importante de la Revolucién. EJ orden y la libertad estén en un lado, la anarquia y el despotismo en otro ... Deseo ardientemen:e contemplar cémo termina la Revolucién porque en adelante no podria sino resultar funesta para la libertad.» Equivalia a vaa hébil lama da alos hombres de orden tentedos, por temor a una subversiGn social, de aproximarse a los realistas, incluso de situar los resultados de Ja’ Revelucién bajo le proteccién de una monarquia restaurads Solamente una reptiblica conservadora, gatante de la propiedad, puede unit a los hombres de orden con las gentes honradas: que todos los propietarios se reagrupen alrededor del Directorio, el regteso cel pretendiente significaria el restablecimiento del Antiguo Régimen sobre su apoyo tradicional. Sélo la Repiiblica puede «terminar» Revolucién, garantizar Jos intereses revolucionarios: ¢s decir, I pr0- piedad tal como fue definida por 1a sbolicién del feudalismo y 1a venta de los bienes nacionales. Defendiendo la opinién contraria a la tesis de Benjamin Coa tant, el ex margués Adrien de Lezay-Marnesia, comprometido en 13 tentativa realista del 13 vendimiario del afio IV, Wegaba a las ms mas conclusiones. Publicé en junio de 1796 un folleto titulado De la faiblesse du gouvernement qui commence et de la nécessité on i 4LA PROPIEDAD, FUXDAMENTO DE LA REPUBLICA> 155 de se rallier 4 la majorité nationale, Del mismo modo que Ben- n Constant, afirmaba la necesidad de defender ante todo la pro- d contra los anarquistas. El Directorio no podfa perdurar més si gobernaba con los propietarios, «En la propiedad se encuen- A sus recursos, en los propietarios sus apoyos.» Eatendamos todos propietarios, incluides los de antes de 1789, cualesquiera que mesen sus ligaduras con el Antiguo Régimea. No ers, como habla crito Benjamin Constant, porque el gobierno era fuerte que los arios debian acereérsele; correspond{a al gobierno débil forti- se atrayendo hacia si a los propictarics. Un afio més tarde, Benjamin Constant publicé un nuevo escrito: Des réscticus politiques (marzo de 1797), La Revolvcién francesa es, una parte, un sistema de ideas claboradas por les filésofos del iglo xvimz, resumido en la Declaracién de derechos; por otra parte, sucesién de crisis provocadas tanto por la resistencia de los pri- egiacos como por la pasién igualiteria y niveladora de algunos re- plucionarios. «Dado que la Revolucién francesa, que ha sido hecha los privilegios, ha rebasado su término al atacar a Ia propic~ |, una terrible reaccién se deja sentir ... Por todas partes se mul- an los paniletos incendiatios o pétlidos. Aqui se propone violar fe piblica, despojar de su propiedad a acuelles que, por su con- nza en Ia Iealtad necional, han sostenido al Fstaco en medio de guerra devoradora.» Alusién a un folleto publicado recientemente, ippez, mais écoutez: esta obra «propone despojar de sus propie- des a todos los adauitentes de bienes nacionales, cualquiera que a naturaleza de e3t03 bienes ... Convoca sobre los adquirentes o el furor nacional. Les hace responsables de Ia guerra, de las co- fas, de todas las calamidades de la revolucién». Benjamin Cons- denunciaba a estos panfletarios «como unos causantes de anar- |, como a unos enemigos del orden priblico». Se trata de tranqui- at a los adquirentes de bienes nacionales, de teagrapar en torno al rectorio a tocos los poscedores antiguos y nuevos. Benjamin Cons- it no concebfa el liberalismo més que subordinado a la defensa de ppiedad, «que todas las medidas de los legisladores deben tender mantener, a consolidar, a rodear con una batreta sagrada», cal © declaré el 9 ventoso del afio VI (27 de febrero de 1798) en Circulo constivucional del Palacio Tgualdad. Tal fue sin duda alguna el sentido de la campain revisionista ue se desarrollé a partir de 1798, Resulta signilicativa a este res- 156, LA REVOLUCIGN FRANCESA pecto Ia obra que Mme. de Staél redacté en estas fechas y cuyo ma. nuscrito leyé y cortigié Benjamin Constant, su fatimo amigo: Des circonstances actuelles qué penvent terminer la Révolution et des principes qui doivent fonder ia République en France. Se trataba menos de una cuestién de régimen y de la forma del gobierno que del antagonismo de dos grupos sociales, los nuevos ticos y Jos an. tiguos. Mme, de Staél preconizaba un sistema representativo que ga- rantizase a Ia vez los intereses de los antiguos ricos, les de antes de 1789, y los intereses de Ios nuevos: se trataba de consolidar una aristocracia de Ia riqueza mediante la fusién de categorias socislcs ‘hasta entonces antagonistas. Fl orden piiblica reposa sobre 1a propic- dad, y s6lo los ricos son suficientemente cultos para intervenir en | asuntos publicos y dirigir el Estado. Mme. de Stal pretend{a es blecer esta repiiblics conservadora de los notables de la propic dor y beneficiatio, el 18 brumario, Sieyés alardeaba s: EI Directorio habia salvado la nave del naufragio, el 18 fructidor; pero era incapaz de conducirla a puerto seguro (una frase de Siey? que Mme. de Staél reperfa: se requeria un gobierno fuerte, estable y conservador. ad, EI miedo social se conjugaba con el revisionismo politico. Broté de nuevo en la primavera de 1799 con el empuje del jacobinismo mani- festado en Jas elecciones del aio VIT, y alcanzé su cenit en el verano, alimentado por la votacién de la ley de rchenes, el 24 mesidor ( de julio de 1799), todavia més por la adopcién de la «ley expolia- dora» del empréstito forzes0, 100 millones de frances scbre los ciu- dadanos aconodados, cuyas modalidades fueron reguladas el 19 or midor (6 de agosto). Los aspectos sociales de Ja empresa bromaciana explican la facilidad de su éxito: no habria conseguido su propisito si no hubiera respondido a las exigencias de los elementos dominar de la nueva sociedad. Los termidorianos habfan consageado Ja pre ponderancia social y politica de 1a burguesia conservadora; el Dir tozio la habfa salvaguardado, més © menos bien. Pero, en el afto VIJ, el empoje jacobino parecié amenszar una ver més los privilegios de los poscederes. Dos categorfas de Ia sociedad surgidas de la Revol cién aspiraban, preferentemente, a la calma y a la cstabilidad, d pués de diez aiios, los campesinos propietarios y la burguesia de me gocios que constitufan Io esencial de los nuevos notables Les campesinos propietarios deseaban trabajar en paz, sin «que LA PROPIEDAD, FUNDAMENTO DE LA REPURLICA> 157 orden se viera perturbado por actos de bandidaje renovados sin . Se afizmaban bostiles a los intentos de restauracién que arries ban amenazarlos en el disfrute apacible de su propiedad a través | restablecimiento de los diczmos y de los derechos feudales, a tta- de Ja reconsideracién de la venta de los bienes nacicnales. Pero fan tanto © més un incremento del impulso popular, que no haria Provocar la anerquia y significar un preludio a la fey agraria. Es- an dispuestos a adherirse al régimen que les tranquilizase contra 8 éos peligros. La burguesia de negocios veia comprometido el desarrollo de sus resas a causa de Ia inestabilidad del régimen, provocada por Ia ngacién de la guesra; 1a igualdad fiscal que el impuesto progre- © el empz. El sentido de Ia jornada del 18 brumario del aio VIII fue puesto de relieve pot el oficioso Monitewr del dia siguiente (10 de noviem- bre de 1799): «Se habla de la retirada de las leyes relativas al em- préstito forzoso y a los rehenes, del cierze de Ia lista de los emigra- dos». Y en un comentario: «Nos acercébamos el momento cn que no habria sido posible recuperar nada, ni Ia libertad, ni Is propiedad, ni Ja constitucidn republicana garantfa de una y de o:ra». El espe= tzo igualitario del afo IIT atormentabs a la burguesia republica pretendia alejarlo para siempre. El reforzamienco del ejecutivo y cl restablecimiento de la unidad de accién gubernamental debian con- tribuir a conseguirlo. El 19 brumario por la noche, después de haber nombzado tres cénsules provisionales, , Roger Ducos y Bonaparte, los Consc- jos depurados de sus’ miembros jacobinos precisazon los principios de la revisién constitucionsl: «consagrar de manera inviolable la soberania del pueblo francés, la Reptiblica una ¢ indivisible, el sis:e- ma representativo, la divisidn de poderes, Ia libertad, Ia igualdad, la propiedad» (articulo 12): principios todos ellos del Ochenta y nueve. ‘Una proclama de los Cénsules presenté, el 24 frimatio del 80 VII (15 de diciembre de 1799), Ia nueva Constituciéa a los franceses: «La Constitucién se basa en los auténticos principios del gobierno -e- presentativo, en los derechos sagrados de la propiedad, de Ia igual: dad, de Ia libertad ... Ciudadanes, Ia Revolucién queda fijada en los principios que le dieron comienzom. ‘Ya sabemos qué es lo que acontecié: Ia libertad escaznecida, 1a igualdad reducida a la igualdad ante Ia ley, Ia seguridad @ la de los bienes, quedabs la propiedad, principio intangible. La estabilizaci6n social sobre la base de la propiedad fue fac tada por la transformacién de la sensibilidad entre las filas de 1a emi gracién aristoctatica. Habiendo abandonado Francia por fidelidad « los valores tradicionales, por una cuestién de honor © por egoismo social, habiendo pronunciado durente largo tiempo con desprecio lis palabras nacién 0 patriotas, los emigrados terminaron, a través de los rigores del exilio, por conocer de nuevo a Francia, por vincularse # LA PROPIEDAD, FUNDAMENTO DE LA REPUBLICAD 159 patria nueva que ya no era «mi religién y mi rey», convertida ora en «la tierra y los muertos», Asf se reunificaron en torno al mbio de siglo, sobre el sélido fundamento de Ia propiedad de nes raices, la burguesia poseedora y la aristocracia adherida, _ Yaen 1795, en Adolphe om Principes éémentaires de poli ats de la plus cruelle des expériences, el antiguo constituyente niet plancesba en principio que la propiedad debe sez cl soporte fe Jas instituciones. «La sol en su origen emana del consenti- nto del pueblo»: verdad de la més clara evidencia, pero suscepti- de una falsa interpzetacién. «En lugar de hablar de consenti- piento del pucblo, sezia mis exacto hablar del de los primeros fac- jores del cucrpo social, No pueden ser sino un stimeto reducido.» mitada de este modo Ia soberanfa er su origen, seta legitimo, con- me con Ia naturaleza esencial de toda sociedad, mantenerla res- 169 De 1789 a 1799, la poblacién continué creciendo. La emigra- apenas Ja habfa afectado: aproximadamente unos 150,000 emi- segtin las investigaciones del historiador americano D. Greer, ir, menos del 1 por 100 de la poblacién; todavia menos el : entre 35.000 y 40.000 victimas segin el mismo historiador, ido las ejecuciones sin juicio previo. De 28.100.000 habitan- 1790, la poblacién ascendié a 29.100.000 en 1800, 30.300.000 I815. Por consiguiente, el crecimiento del efectivo total habia de un 7,8 por 100 entre 1790 y 1815, lo que corresponde a unas anuales de crecimiento del 3 por 100. Respecto de Ia estructura de edades de Ia poblacién en Ia época jonaria y napoleénica, aparte de algunos estudios monogréfi- no sabeinos demasiado: solamente con motivo del censo de 1836 iS a registrar la edad de los franceses, solamente con oca- del de 1851 se publicd una estadistica nacional. En 1796, apro- mente 11 millones y medio de franceses tienen menos de 19 de edad, contra 14 millones y medio de 20 a 64 afios. Recu- al método regresivo partiendo del censo de 1851 y de las isticas de fallecimientos por edades después de 1806, J. Bour- Pichat ha intentado una reconstruccién de Ia estructura de oda- de la poblacién en la época napolesnica (en las fronteras de 1851), lo en cuenta las pérdidas militares. De 1801 a 1816 se ad- un cierto envejecimiento, pasando los jévenes de menos de 19 de 11.864.000 a 12.395.000 solamente, mientras que los adul- de 20 a 64 aiios pasan de 14.851.000 a 15.903.000, las personas de 64 afios de 1.593.000 a 1.755.000. Estadisticas que pre- algunas anomalias, segtin J. Dupiquier, y que podrian me- Conviene observar que Ia distribucién geogréfica de la poblacién ncia no se modifics profundamente a causa de la Revolucién y Amperio. Si consideramos la densidad, los departamentos del , del Sena, del Sena Inferior, segufan representando poderosos de poblacién. La Picard{a, Alsacia-Lorena, Bretafia, el valle Garona se caracterizaban por unas fuertes densidades. Regiones ‘escaso poblamiento por el contrario: la Champaiia, Berry, el Ma- Central, Gascufia y Guyena. Sefialemos no obstante algunas evo- de la Revolucién al Imperio. La densidad de casi todos los entos del oeste disminuyé en un 10 por 100, salvo la del y Ia de la Mancha: retroceso explicado por Ia guerra civil, 170 LA REVOLUCION FRANCESA \ 1.000.000 — NACIMIENTOS: 200.000} 1200000] DEFUNCIONE: 700,000] ae £00 000] +500 000] 400 000] 300 000] MATRIMONIOS. 200 000] 100.000 2 ‘ASIK Aho KI Ano XII YOO 805 Tee Tes Ficura 2 Movimiento de la poblacién (1801-1813) (Segin M. Reinkard, A. Armengaud y J. Dupdquier, Histoire générale de la population mondiale, 1968) bien sea porque las poblaciones hayan sido diezmadas, bien porque hayan huido, bien, por tltimo, porque hayan preferido no hacerse registrar en 1801. A la inversa, con intenso aumento, el Aisne y el Sena Inferior, los departamentos del noroeste (Mosela, Bajo Rin), Alto Garona, Hérault y las Bocas del Rédano. ‘Un ejemplo regional permite aclarar y matizar estas impresiones generales: el del departamento del Calvados, cuya poblacién bajo la Revolucién y el Imperio ha sido estudiada por J.Cl. Perrot. Hubo una tendencia al descenso entre 1793 y 1800; luego Ja poblacién aumenté hasta 1806, para retroceder seguidamente hasta 1820. De todos modos es preciso tener en cuenta, incluso a escala departamen- tal, Jas variaciones locales: Ja Manura de Caen, ya muy poblada, contempls el progreso de su poblacién; la del Bessin permanecié es table; Ia regién del Auge, poco poblada, se despobl6 todavia mas. En cuanto al valor de los datos, es necesario claramente recordar alters- {LA GRAN NACION® 171 es y encubrimientos por parte de las autoridades municipales, ya pe los empadronamientos 0 los censos servian de base a Ia vez para blecer la masa del impuesto y el reclutamiento militar. Refirién- a Calvados, el empadronamiento del afio VIII puede ponerse duda; en 1806, las municipalidades tuvieron tendencia a minimi- Ia cifra de la poblacién con el fin de aligerar el peso del recluta- ito. Finalmente, de 484.000 habitantes en 1793, la poblacién Calvados pasé a 492.000 en 1820, progresando la densidad de Fa 89. Crecimiento a imagen de Ia media francesa: insinuada des- ‘comienzos del siglo xvim1, prosigue pot lo tanto a pesar del freno ela natalidad y de las pérdidas de Ia guerra en ca_por Malthus y El objetivo de Ja es el de eliminar el excedente demogrifico. Para Joseph de istre en la séptima conversacién de las Soirées de Saint-Pétersbourg Entretien avec le gouvernement temporel de la Providence, la rerra es «la gran ley de la destruccién violenta de los sees vivos». allé de estos cxcesos verbales, es forzusy subrayar a relacién ntre la guerra de masas inaugurada por la Revolucién, desarrollada ot Napoleén, y los resultados del impulso demogréfico que caracte- 6 la segunda mitad del siglo xvi: una gran proporcién de hom- jévenes puestos a disposicién de la defensa nacional gracias a la masiva de 1793, y més tarde, mediante el reclutamiento de 1798, Ja de la conquista. De este modo Napolesn pudo siempre reconsti- sit sus reservas y derrochar sus efectivos sin miramientos. «Una de Paris reparard esto», comenté ante los montones de cadé- eres del campo de batalla de Eylau. Es preciso, sin embargo, si- tiendo el ejemplo de ciertos socidlogos imbuidos de polemologfa, no kagerar las consecuencias demogréficas de las guerras de la Revo- y del Imperio: eliminacién de los més valientes y los més ro- ‘envejecimiento de la poblacién, y consiguiente modificacién o a la guerra misma de los equilibrios demogréficos y econémi- que la habian favorecido. EI problema de las pérdidas de Ja guerra se plantea aqui de ma- ra concreta: es preciso reducitlo, dadas las condiciones de la épo- }, a sus justas proporciones, y acabar de una vez con la leyenda gra antinapolednica. El problema de las pérdidas militares ha re- 172 LA REVOLUCION FRANCESA tenido sobre todo Ia atencién de los historiadores: Taine indicé para el Consulado y el Imperio, y referido sélo a la antigua Francia, 1 cifra de 1.700.000 hombres. En un célebre articulo, A. Meynier habia teducido esta cifra a unas proporciones més justas. Finalmente, la evaluacin de Jas pérdidas en hombres indicada por J. Dupigui como consecuencia de los més recientes trabajos, va, respecto de las guerras de la Revolucién, de 440.000 a 490.000, incluyendo en ella Ja emigracién masculina'definitiva; respecto de Jas del Consulado y del Imperio, de 880.000 a 970.000. Es decir, en total, entre 1.320.000 y 1.460.000, cifras adelantadas ya por J. Godechot, y que representan un promedio anual comprendido entre 52.000 y 63.000. En este conjunto, se ha de distinguir entre los muertos y los desaj recidos, que, sin duda, no todos murieron. Los muertos en los cam- pos de batalla constituyen una débil proporcién: l 2 por 100 de los efectivos utilizados en Austerlitz, el 8,5 por 100 en Waterloo. Lo esencial de las pérdidas militares venia de los hospitales: la gangre- na se Ilevaba a los heridos, el tifus diezmaba a los enfermos. Ln rela- cién con las pérdidas civiles, fueron sin duda importantes en las zonas de operaciones, a lo largo de las Ifneas de comunicacién de los ejércitos, en los hospitales: una evaluacién dificil de realizar. ‘A modo de ejemplo, en el departamento de Calvados, Ia guerra influyé més hondamente que las crisis demogréficas. Pero, el hecho de que haya habido un excedente de fallecimientos militares con un méximo en el grupo de 20 a 25 afios, no es suficiente para resolver el problema; ¢s necesario ademés precisar Ja sangria en hombres que representaton las sucesivas Iamadas a filas. ‘Como el reclutamiento de la marina estaba organizado en el mar- co de la Inscripcién maritima, el fraude era dificil. En el aio X (1803-1804), de 5.116 inscritos, se movilizaron 2.418: destaquemos la gravedad de esta obligacién, 1a més dura que la guerra haya im- puesto a una categoria socio-profesional del departamento; en Hon- fleur, los 1.700 inscritos marftimos representaban el 20 por 100 de la poblacién. En relacién con el ejército de tierra, la leva fue com- parativamente mds ligera. En el afio VIII (1799-1800), el departa- mento contaba con 8.500 hombres bajo las armas; en 1804, con 11,000; solamente 6.000 en 1806. Sorprende esta tiltima cifra por su parquedad; gse trata de una subestimacién amafiada para tranqui- lizar a la poblacién, 0 bien la paz de Amiens produjo una cierta des- movilizacién? Respecto de las levas (entendiendo por ello los solda- €LA GRAN NACION» 173 realmente movilizados, aunque fuesen desertores al dia siguiente), “curva fue ascendente: 368 hombres en 1806, 791 en 1808, 601 en 1810, 1.996 en 1812, 3.355 en 1814. En realidad, no todos hombres requeridos partieron, ni mucho menos: en 1814, 2.947 €s no se presentaron a filas. Hubo, finalmente, de 1806 a 14, 13.700 soldados reclutados, més los 6.000 que se encontraban ‘bajo las armas en 1806. La sangria en hombres bajo el Consulado Imperio fue, pues, ligeramente superior a Jo que habia sido bajo Revolucién (15.598 en el afio IV, sin incluir Caen). El Ginico censo preciso que se dispone para Calvados es el del o IV (1795-1796): sobre una poblacién militar de aproximada- ente 20.000 hombres, las pérdidas desde el comienzo de la guerra elevarian a 3.750. Con posterioridad las estimaciones se hacen dificiles. Si nos atenemos a la diferencia entre los déficits mas- nos comprobados entre dos censos sucesivos, la diferencia de 1 blacién masculina aumenté en 1.932 unidades desde el aiio TV al © VIII: ello permite deducir la cifra aproximada de los muertos guerra. De 1801 a 1806, el déficit se redujo; de 1806 a 1815, si basamos en el censo de 1820, Ia diferencia seria de 15.000. Estas fidus de guerra, cuyu cardcver de hipdtesis es nevesario, sin em- 30, subrayar, afectaron esencialmente a los hombres de 15 a ‘tfios; de 1792 a 1796, representaron el 5 por 100 de Ia pobla- considerada, aunque el 20 por 100 de 1806 a 1815. J. Godechot estimarla que estas pérdidas carecfan de entidad fficiente para alterar la evolucién demogréfica general. J. Dupiquier comparte esta opinién. De hecho, a corto término, las consc- encias de las pérdidas de guerra fueron relativamente poco impor- tes. A largo plazo, la desaparicién de més de un millén de hom- jévenes, gravité pesadamente sobre el régimen demogrifico de la Francia del siglo x1x, al condenar a numerosas jévenes al celibato frecuencia del celibato definitivo asciende al 14 por 100 en las ciones femeninas nacidas entre 1785-1789), provocando una sminucién de varios centenares de miles de nacimientos y un inicio envejecimiento de Ja poblacién. Las consecuencias de la guerra se ifiestan claramente en Ia pirdmide de edades de 1813: en los jos de edad 20 a 59 ajios, solamente 6.817.000 por 7.957.000 jeres (proporcién de masculinidad: 0,857, por 0,992 en 1790). te desequilibrio de los sexos contribuyé a debilitar el dinamismo ifico de la poblacién, e influyé en el retroceso de la fecundidad. 174 LA REVOLUCION FRANCESA La poblacién urbana (2.000 habitantes aglomerados en la cabeza de partido) representaba en 1806 el 18,8 por 100 del total de la poblacién francesa, menos sin duda que a finales del Antiguo Régi- men: la parte correspondiente a los matrimonios urbanos, que cra del 15,6 por 100 en 1780-1789, no Ilegaba ya més que al 13 por 100 en 1800-1809. La urbanizacién, que habia progresado a lo largo de todo el siglo tltimo del Antiguo Régimen, se habia estabilizado con Ia Revolucién, para conocer una regresién espectacular a partir del Consulado. De acuerdo con el censo de 1805, Paris, que contala sin duda con 650.000 habitantes antes de la Revolucién, no tenia més que 580.600; Lyon, que s¢ habia aproximado a los 150.000 ha bitantes entre 1780 y 1785, habia descendido a 102.000, como en el reinado de Luis XIV; Burdeos, de 110.000 en 1790 a 92.000. Ruén contaba con 86.000 habitantes, Nantes con 77.000, Lille con 61.000, Toulouse y Estrasburgo, 51.000. Estas nueve ciudades con- eentraban el 21,5 por 100 de la poblacién urbana. Francia tenia entonces 645 pequefias ciudades (de 2.000 a 10,000 habitantes), 0 sea el 50 por 100 de Ia poblacién urbana; 58 ciudades medianas (de 10.000 a 20.000 habitantes), el 14,1 por 100 del total; 29 gran- des ciudades (de 20.000 a 50.000 hubitautes), el 14,4 por 100 del conjunto urbano. En Nancy, la Revoluciéa frené el crecimiento iniciado en el si- glo xvi: de 29.500 habitantes en 177, la poblacién descendié a 27.500 con el Directorio. El periodo napolednico quedé marcado por el estancamiento. Si consideramos la pirdmide de edades en 1796 y 1815, advertimos una ventaja numérica poco més o menos constante del elemento femenino, muy acusada por lo que se refiere a los scg- mentos de edad de 16 a 30 afios; vacios extraidos de las filas de hombres j6venes a causa de las levas militares (la pirdmide de edades de 1815, comparada con Ja del afio IIT, destaca los destrozos ocasio- nados entre los hombres de 35 a 50 afios); un envejecimiento de Ia poblacién en 1815, acentuado por un retroceso sensible del nti mero de jévenes de menos de 20 afios, un crecimiento del de los adultos de 20 a 59 afios, un ligero aumento del de ancianos. Nancy recuperarfa después del’ Imperio su nivel de 1789, pero con un desarrollo numérico de Iss categorfas populares en detrimento de los elementos aristocréticos y burgueses. Estrasburgo conocié de 1789 a 1815 las vicisitudes de todas las ciudades de Francia, aunque amplificadas por su posicién en la mis- LA GRAN NACION» 175 fronteriza: ello determiné la importancia de los factores y militares. El movimiento de la nupeialidad puso de ma- 0 mds que en otros lugares Jas peripecias de la guerra, con picos en 1793 (nupcialidad-refugio), en 1801-1802; lo mismo con el de la mortalidad, puesto que Ia epidemia de tifus de representaba esencialmente un hecho de guerra. Desde finales itiguo Régimen, el balance era negativo: —2,4 por 1.000 talidad: 36,7 por 1.000, natalidad: 34,3 por 1.000); de 1790 al , se establecié en —5,6 por 1.000, de 1806 a 1815 en —0,5 11,000. El conjunto del perfodo permanecié deficitario: veint afios de estancamiento desembocaron en una préctica malthusi strasburgo conocia mientras tanto una mezcla social intensa, aportaciones de judfos, de rurales y de extranjeros, mezclandose as francesas con las germénicas. Finalmente, el afrance- ento se impuso: en 1789 Estrasburgo dirigfa sus miradas hacia en 1815 hacia el oeste. supresién de lus instituciones judiciales y religiosus, funda 0 de Ja vida tolosana en el Antiguo Régimen, habia repercutido jovimiento de la poblacién. La mortalidad evolucioné de un irregular, fuerte de 1790 al afio IIT, més débil seguidamente, mediados del affio VIII hasta 1812; conocié un empuje en todavia més en 1814 con Ia epidemia de tifus. La natalidad 76 una inflexién elevada hacia finales del Directorio, en el trans- 0 de la euforia econémica y psicolégica que siguié a la paz de de nuevo en 1815. La llamada al orden bajo el Consulado sido suficiente para relanzar el movimiento: el déficit natu- persistid, superando los fallecimientos a los nacimientos (en de 1790 a 1814), Ia emigracién sobre la inmigracién. Toulouse siendo una ciudad de vitalidad natural mediocre. pues, de la Revolucién al Imperio, un crecimiento urbano isis. El balance natural, positivo antes de imientos registrados en 1793, 1794 y 1795 aument6 en un 100 en las pequefias ciudades en relacién con la media de 1780-1789, pero fue de un 52,6 por 100 en las ciudades , de un 93,6 por 100 en las grandes ciudades (en Parfs, 176 LA REVOLUCION FRANCESA del 36,1 por 100 solamente). Aunque el balance natural se con. virtié en positivo para las pequefias ciudades, en 1797 para las de. més, los nacimientos cesaron definitivamente de equilibrar a las de. funciones a partir de 1803. De hecho, este balance natural negative no representaba una novedad: bajo el Antiguo Régimen, la pobla. cin urbana no se mantenia més que gracias a una afluencia cons. tante de habitantes de las zonas rurales. Burdeos habia ganado apro- ximadamente 50.000 habitantes de 1747 a 1790, perfodo en el que el balance natural era negativo en la ciudad; en Paris, en cuatro de las cuarenta y ocho secciones, el 60 por 100 de los habitantes procedian de fuera de la capital. El saldo positive del movimiento migratorio superaba el saldo negative del movimiento natural. Tan- to la venta de los bienes nacionales, como Ia reparticién de los co- munales, permitieron fijar a la tierra a un cierto ntimero de cam- pesinos que, de no haber sido asf, habrian acudido 2 aumentar el servicio doméstico urbano o Ia poblacién flotante de determinados barrios. Las levas de hombres y el rechutamiento habfan alejado de as ciudades a una masa de jévenes, asf como igualmente sin lugar a dudas las consecuencias econémicas ligadas a la inflacién revolu- cionaria. La vuelta al orden en los campos y el reforzamiento de la fa utbana que caracterizaron el Consulado, contribuyeron por iiltimo a-teducir Ia inmigtacién urbana, He aqui la serie de explica- ciones que pueden sugerirse respecto del retroceso de Ja poblacién utbana, tal como se manifiesta en el censo de 1806. EL RETROCESO DE LA MORTALIDAD El retroceso de‘la mortalidad en el t del_perfodo_revo- lucionario y napoleénico se inscribe en un movimiento de larga du- Wve punto de peblda se sieba hacia 1750 y- que Fue seguido _ det jento en el tiempo de la monarquia censitaria. Ello resenta uno de los aspectos mds espectaculates de Ia historia de- mmogriea de Francia, pero-que no” fue ercsivar To enconttcs La mortalidad normal, segtin las més recientes investigacion¢s» ‘apenas habia retrocedido antes de 1789, petmaneciendo la morta- lidad infantil muy elevada como consecuencia, en particular, de 18 LA GRAN NACIGN» v7 tica de recurrir a las nodrizas. A finales del Antiguo Régimen, tasa nacional de mortalidad habrfa sido de un 35,5 por 1.000, la peranza de vida de 39 afios. Esta tasa descendié hasta el 31,5 por 4.000 en 1792, el 30,6 por 1.000 en 1800-1804, el 28,7 por 1.000 1805-1809, para volver a subir al 30,7 por 1.000 en 1810-1814, splicéndose este nuevo ascenso gracias al empuje de Ia mortalidad 1814 (méximo oficial del periodo: 873.000 fallecimientos, situén- el minimo en 1810 con 730.000), provocado por la invasién Ja epidemia. Mas interesante atin, la reducci6n de la tasa de mor- idad infantil hasta un afio para los nifios, de 281 por 1.000 en 80-1789 a 209 en 1800-1809; para las nifias, de 251 a 180 1,000. Es cierto que las crisis de mortalidad no han desaparecido toda- » algunas de Jas cuales denotan un sincronismo con el conjunto e Europa;, pero fucron gencralmente més localizadas. En 1791-1792, suroeste fue afectado; en 1794, las ref io parece haber ado una sobremottalidud en lus zonas rurales; pero el > at cota fae temente, hasta tal punto que puede varse en 1796 un hueco en la curva de nacimientos. La ctisis '804 golpeé las regiones del noreste, del centro y del suroes- sobremortalidad general de 1812, ptoducida por una crisis fue la més grave de la época napolesnica, En 1814, i de Ja invasion. Jos precios mas intensa que la de 1789, y como consecuencia jos cambios en Ia alimentacién popular, en particular el recu- a Jos cereales secundarios, como Ia avena, los guisantes, sin h de diversas hierbas. Un tercio de la poblacién quedé hundido Ja miseria, las protestas se multiplicaron. Ello produjo un fuerte fenso de la mortalidad en 1812-1813, mds importante en Caen en los campos, que afecté sobre todo a los pobres y a los an- thos; un descenso de la fecundidad en 1812 en relacién con [0-1811 y 1813: reflejo malthusiano; un alza brutal de la nupcia- en 1813, en la que influy6 también el deseo de huir del reclu- to. Sin embargo, la estadistica de abandonos de nifios no mos- ‘ningtin recrudecimiento, con excepcién de Ia habitual alza esta- 178 LA REVOLUCIGN FRANCESA 11200 1.000 500° 0-0 500 1,000"7.500 Sexo mascuino _,, Sexo femenino Pirtmides de edades on 1740 9 en 1815 (Seguin J. Dupaguier, La population francaise au xvit* ‘et au xvint* sitcles, 1979) En la pirkmide de 1740, puede observarse Ia importancia de los grupos de edades 25-29, 3034 y 3539, que corresponden al gran impulso de los nasi imientos de 1695-1708. En la pirdmide de 1815, observamos Ja cnorme bred fbjerta en el lado masculine por las guerras de la Revolucién y de! Imperioy la debilidad de los grupos de edades 5.9 y 10-14, que testimonia el declive de la natalidad después de 1800. cional de invierno que caracteriz6 todo el perfodo imperial. Se s¢- vierte auf, en este perfodo de crisis, un cambio de comportamiento en relacién con el Antiguo Régimen: Ja opinién popular considers ahora el nifio como un bien que se ha de salvaguardar, esencial- mente aportacién adicional de mano de obra. te ‘A pesar de las crisis, y aunque las cifras que proporciona la LA GRAN NACTON® 179 entacién requieren algunas reservas como consecnencia de un iudable descenso en los registros de los nacimientos y las defun- jones, hubo un progreso evidente. El retroceso de las epidemias y de Ia escasez explican este descenso de la mortalidad. En relacién con el problema de las subsistencias, fue modificado sus datos tradicionales gracias a la distribucién de alimentos mue- que modificaron los usos populares; sin Iugar a dudas el mafz, nocido desde hacia mucho tiempo en el sutoeste o en el Franco lado; Ia patata sobre todo, cuyo cultivo se inclufa en la rota- a de cultivos tradicional, pero cuya importancia no se debe exa- rar cn relacién con los cereales que segufan siendo esenciales. En te sentido, recordemos la llegada al mercado francés de los granos portados de Berberfa, de la Rusia del sur y de Norteamérica. No arece que el bloqueo haya causado victimas por mortalidad; por contrario, aceleré la ampliacién del granero europeo a través de Megada de cereales procedentes de las nuevas regiones produc- . De todos modos, la cuestién de las subsistencias no entra Yinica causa en las crisis de mortalidad; en algunas regiones de uropa, la escasez dejé de ser la plaga demogrifica secular: Ingla- surgen. isla a -cudl_a la epidemia?. Intervienen_ todavia fac- biolégicos y sociales. Lo que implica la nece- ida juvenil, Respecto del problema de las epidemias,’si bien Ia peste desapa- Gi6, parece que el tifus hizo estragos de manera endémica a lo go de los grandes ejes militares de Paris hacia el este y el Rin, n empujes intensos con ocasién de los importantes movimientos ‘tropas de 1811-1812 y de 1814-1815. La viruela retrocedié como jencia de la prictica de la vacunacién que los poderes publi- s, en tiempos del Imperio, contribuycron a propagar répidamente, ¢ de una manera muy desigual segtin los departamentos. La ancia de la vacuna, descubierta por Jenner en 1786, fue des- por Duvillard en su obra de 1806, Analyse des tableaux de sfluence de la petite vérole sur la mortalité @ chaque age, et de qu'un préservatif tel que la vaccine peut avoir sur la population longévité. En el retroceso de la mortalidad, intervino sobre todo més adecuada prictica de los partos. Aunque la higiene y la. 180 LA REVOLUGION FRANCESA terapéutica apenas habfan hecho progresos en el siglo xvitt, la obs- tetricia habia conocido un notable desarrollo: en 1781, Baudelocque habfa publicado L’art de Vaccouchement, que siguié siendo una obra basica en el siglo x1x. Seria necesario, de todos modos, matizar estas consideraciones, puesto que la tasa de mortalidad, como otra cualquicra, se diferencia segtin las regiones, las categorias de edades y las clases sociales. En Nancy, la tasa media de mortalidad se mantuvo en un nivel elevado: el 36,9 por 1.000 referido al perfodo 1788-1815 (a modo de comparacién, 15,4 por 1.000 en 1938). Los picos de mortalidad se situaron en 1807 (48,9 por 1.000) y en 1814 (54,4 por 1.000); Jos huecos minimos en 1801 (28,6 por 1.000) y 1810 (28,7 por 1.000). El maximo mensual se situaba en verano, a consecuencia de Ja fuerte mortalidad infantil en esta estacin; esta riltima retrocedié sin embargo bajo el Imperio. El promedio de vida aumenté lige- ramente: 21,7 por 1,000 de los fallecimientos después de los 60 aiios en 1788-1789, el 27,8 por 1.000 en 1801-1805. En esta ciudad- etapa, Ia influencia de la guerra fue innegable: aunque el empuje de mortalidad de 1807 se relacioné con la crisis econémica y con las enfermedades consecutivas a la excasez, la de 1814 se debid al tifus que arrasé el hospital militar y los hospitales 183 ‘A pesar de todo, este populacionismo optimista tropezaba con el vidualismo liberado por la Revolucién: lo que no dejé de pro- algunas contradicciones. El divorcio fue instituido el 20 de ptiembre de 1792; el Cédigo civil consagré esta innovacién, aun- me no sin limitar su aplicacién. Se truncé 1a permanencia del ma- io y en consecuencia Ja estabilidad de la familia, si bien no p debe exagerar Ja influencia de esta legislacién y Ia rapidez de la plucién. Ademés, Ia afirmacién de los derechos del individuo se jugaba con el deseo de ascenso social. El estado de opinién censi- ode los notables les inclinaba a limitar sus cargas familiares y Jo tanto a una préctica malthusiana, La férmula de Guizot, richissez-vous», todavia no habia resonado, pero muy pronto ef 0 fue preferido a los hijos. | La nupcialidad habia conocido un cierto descenso hacia finales el Antiguo Régimen, con una tasa del-8,25 por 1.000 en 1770-1784, frecuencia del celibato definitivo se clevaba del 7,50 por 1.000 las generaciones femeninas de 1700-1704 al 11,7 por 1.000 para as de 1760-1764. Paralelamente aumenté la edad media para el ma- monio, cstableciéndose, en visperus de Ia Revolucién, en mds de afios para los jévenes, en mds de 26 para las muchachas, prueba idente de las dificultades crecientes que encontraban los jévenes establecerse. La Revolucién modificé bruscamente las reglas del juego matri- nial. La nupcialidad fue estimulada mediante la nueva legislacién fil: cn cl Antiguo Régimen, se requeria el consentimiento paterno ta los 25 afios para las muchachas, 30 para los jévenes; la Asam- constituyente, al reducir esa edad a 21 afios, introdujo una masa jévenes en el circuito matrimonial. El divorcio, un divorcio fécil, stituido por la Asamblea Iegislativa, favorecié Tas nuevas nupcias. partir de 1793, las levas militares incitaron a numetosos j6venes ‘casarse para escapar de ellas. Afiadamos, con el retroceso dei magis- tio de la Iglesia, la no observancia de las probibiciones del Ad- nto (tiempo durante el cual los fieles se preparaban para la con- racién de las fiestas de Navidad y que comprende los cuatro = precedentes) y de la Cuaresma (perfodo de 46 dias com- entre el martes de carnaval y Pascua). En 1792, después censo de 1793, la tasa de nupcialidad superé el 9 por 1.000. Se edujo en 1793, coincidiendo con la leva en masa, una auténtica 184 LA REVOLUCION FRANCESA Mage de 28 SS [EJ vez a0 [ED cewoass, SS mse CO) o ro00s ees 100 EB vetoes WE eons Ficura 4 Densidad de la poblacién en 1801 (Segiin Cb, Pouthas, La population francaise pendant la premitre moitié ‘du xmx* sidcle, 1956) El mapa de densidades por departamento en 1801 ¢s muy similar al de Jas densidades por generalidad (capitania general) hacia finales del Antiguo Régimen (fg. 1). Las zonas més densamente poblades contindan apareciendo al norte de una linea Nantes-Mézitres (Flandes, Picardfa, Normandia y Bretaiia), luego en Alsacia y en la parte oriental de Lorena, finalmente en la region lionesa. Las densidades mfnimas ocupan una zona mediana (este y sur de la ‘cuenca parisina, parte de Borgofa, regiones del oeste y del Macizo Central, norte de la cuenca de Aquitania); afiadamos algunas zonas aisladas de déil densidad: Landas, Pirineos Orientales y Aude, Alpes y Cércega. {LA GRAN NACION> 185 : més de 327.000 matrimonios, y todavia en 1794, 325.000, lo el promedio de los diez afios anteriores se establecia en 9.280. En Paris, la media anual fue de 6.513 matrimonios de 1790 a 99, para 5.158 de 1780 a 1789, En Nancy, donde las bodas eran jatrimonios cn 1794: se ha hablado de «un furor por el matri- >; en conjunto, la frecuencia de matrimonios aument6 aproxi- damente en una quinta parte durante la Revolucién. En Estras- argo, Ia nupcialidad conocié las més espectaculares modificaciones: 1791 a 1797, dio un salto hasta el 13 por 1.000; conocié una mera explosién en 1791 como consecuencia de la nueva legisla- én matrimonial, una segunda en 1793 como consecuencia de las jas militares; al mismo tiempo el divorcio alcanzaba una propor- jén clevada, el 10 por 100 de los matrimonios en el afio VIL 11798-1799). En las zonas campesinas, en Berry por ejemplo, la mis- progresiGn de la nupcialidad del decenio prerrevolucionario al de- io revolucionario; en las zonas campesinas parisinas, este aumen- @ habria sido de mfs del 25 por 100; también aqui, y debido a las jomas razoucs, el mximo se situé en 1793-1794. Al mismo tiempo sminufa la edad en cl matrimonio: en los tres pueblos de Tle-de- france estudiados por M. Ganiage, el 35 por 100 de los matrimonios ontraidos lo fueron por jévenes de 17 a 19 afios, En Ia época napolednica, Ia evolucién de la nupcialidad hacia el to se mantuvo a pesar de algunas oscilaciones: de 8,5 por en 1800-1804, Ia tasa media bajé a 7,9 en 1805-1809 para Iver a subir al 8,6 por 1.000 en 1810-1814. La media anual de 05.000 matrimonios, de 1801 a 1805, ascendié a 250.000 para el fodo 1811-1815, nivel superior al del Antiguo Régimen. Las exi- as del reclutamiento explican la punta en 1809, més atin Ia de 13 con 413.600 matrimonios (promedio de los diez afios prece- entes: 232.300). En 1814-1815, la evolucién del régimen produjo un cierto estancamiento. En Nancy, la tasa, a pesar de un empuje en 1813, se estabilizé nivel de los afios ochenta. Después del Concordato, las imposi- nes religiosas del Adviento y de la Cuaresma reaparecieron, aun- atenuadas. La edad para las nupcias retrocedié: pasados los afios para ellos, 25 para ellas, fijindose a diferencia de edad por 10 medio entre tres y cinco afios. El divorcio no calé en las 186 LA REVOLUCIGN FRANCESA costumbres: frecuente durante la Revolucién, sobre todo en tiempos de la Convencién, més raro bajo el Consulado, fue excepcional con ef Imperio. Lo mismo sucedié en Estrasburgo: se casaban menos y més tar. de; de 1806 a 1815 no hubo més que 53 divorcios (el 1,2 por 100 de los matrimonios). De 1793 a 1805, con una tasa Promedio de 7,8 por 1.000, la nupcialidad estrasburguesa habla reflejado las pe tipecias nacionales, la guerra y la paz: 1798-1800 y 1803-1805, aftos de guerra, conocieron vacios matrimoniales; pot el conirario, picos en los afios de paz, 1800-1802, que asistieron al regreso de los mi- itares partidos en 1793-1794 (nupcialidad difetida). De 1806 a 1815, la nupcialidad de Estrasburgo se estancé y se estabilizé en el nivel del Antiguo Régimen, oscilando su tasa entre el 8 y el 9 por 1.000. Si bien 1810 se destacé por un punto elevado (647 matri- monios), su causa se debié a la obligacién impuesta a los judios de clegir un nombre de familia: mera regularizacién civil de antiguos matrimonios religiosos, sin incidencia sobre Ia natalidad. El recluta- miento mantenja bajo las banderas un contingente creciente: el 5 por 100 de Ja poblacién masculina en 1800, més del 9 por 100 en 1811. Por consiguiente, el Imperio tanto en Estrasburgo coma en Nancy, y sin duda como en el resto del pais, signified un reareso a In situaci6n de antes de 1789. El Cédigo civil habia reforzado el ma- trimonio, habia hecho més dificil el divorcio, habia clevado a 25 afios para los hombres la edad de matrimonio sin consentimiento previo Paterno. Quedaron la laicidad del estado civil y un cierto retroceso en las normas prohibitivas religiosas: en Ruan, al igual que en otros muchos lugares, en cl siglo x1x, el respeto por los «tiempos clausu- rados» nunca fue restaurado completamente. La demografia ofrecta testimonio a su vez del esfuerzo napolednico de estabilizacién. La natalidad se mantuvo, en la época revolucionaria y napolesni- ca, en una tasa claramente mds baja que en los iiltimos afios del Antiguo Régimen: del 38 por 1.000 aproximadamente en el trans- curso del perfodo 1779-1789, la tasa habria descendido al 34,9 por 1.000 en 1792. Al incremento de los matrimonios correspondié un retroceso de Ia natalidad, que fue acentudndose: del 32,9 por 1.000 para el perfodo 1800-1804, se bajé hasta el 32,4 por 1.000 para 1805-1809. Esta répida caida, un 15 por 100 en veinte afios, es tanto més significativa cuanto que la nupcialidad habfa aumentado fuerte mente a partir de 1790, como consecuencia de la conmocién de las LA GRAN NACION> 187 as, de las mentalidades y de los comportamientos tradicio- 3, tanto como a consecuencia de las circunstancias. Al provocar descenso en la edad nupcial y al aflojar uno de los frenos del iguo Régimen demogréfico, Ia Revolucién hubiera debido conocer vigoroso impulso de los nacimientos. Nada de ello sucedié: lo demuestra que la fecundidad (relacién entre el mimeo de naci- jentos y el de matrimonios) descendié mas todavia de lo que indica sretroceso de Ia tasa de natalida Parece que la fecundidad legitima disminuyé ligeramente en el nscutso del siglo xvi: el promedio de las descendencias finales establecié en un 6,15 referido a los matrimonios del perfodo 1720- 139, en. 5,63 para los de 1770-1789. Las encuestas locales y regio- , urbanas (Paris, Nancy, Estrasburgo...) y rurales (la parroquia Crulai, en Normandia, tres pueblos de Tle-de-France estudiados sun largo periodo...) confirman estos datos. Paralelamente al retro- o de Ia fecundidad legftima se observaba un aumento de las con- pciones fuera del matrimonio, pesando Ia frecuencia de los naciz itos ilegitimos del 1,5 por 100 en 1770-1779 al 1,9 en 1780- 39. Esta evolucién traducfa, ya desde antes de Ia Revolucién, un inte cambio de las costumbres, una tendencia indudable a tranegre- las reglas morales rigidas, en particular el cuarto mandamiento, Ia Iglesia catélica habfa conseguido imponer desde Ia Contrarre- La evolucién se accleré después de 1789. Después de haber supe- do sin lugar a dudas 1.200.000 en 1794 y de haberse mantenido 8 1.100.000 en 1799, el niimero anual de nacimientos lid a 65.000 en 1801, a 933.700 en 1804, mientras que Ja poblacién en esta fecha los 29.500.000. Por lo tanto, la tasa de nata- lidad se habfa reducido, pasando del 38,8 por 1.000 a finales del tiguo Régimen al 32,9 por 1.000 bajo el Consulado. A pesar| ‘un considerable crecimiento de los nacimientos ilegitimos, esta in tendencial a Ia baja se mantuvo bajo el Imperio, acompa- da por Ia coyuntura econémica y las peripecias militares: asf, por emplo, el promedio de los afios 1814-1815 se increments ligera- mente, al devolver el desastre militar a los soldados a sus hogares. i se compara, con J. Dupaquier, el mimero de nacimientos con el ‘matrimonios con una diferencia de seis afios (nacimientos de 1779 186 y de 1796 a 1803 referidos a los matrimonios de 1773 a 1780 1790 a 1797), Ia variaci6n es de — 16 por 100 para el total de 188 LA REVOLUGIGN FRANCESA Francia, de — 15 por 100 para la Francia rural, pero de — 23 para Ja Francia urbana (Parfs — 21 por 100), e insignificante en la regidn de Bretafia-Anjou (— 3 por 100). Esta baja indidad se matiza evidentemente en funcién de los grupos de edad y de las estru regionales. Podemos seguir el decrecimiento de las tasas de natalidad en el marco depattamental de 1801 a 1811, Iuego de 1811 a 1821. Al comienzo del Consulado solamente cuatro tegiones parecen resueltamente malthusianas: Tlede- France, Normandia, Gascufia, el borde sur del Macizo Central. En 1811, quedan afectados los mérgenes armoricanos y los confines bor. gofieses, asi como Ia Guyena y el Macizo Central. En 1821, cl des: censo de natalidad ha invadido la mitad occidental de Francia, con excepcién de la Baja Bretafia, manteniendo el resto del pais las tasas mis elevadas, salvo el Jura y Cércega. Ast se plantea el problema del control y de la restriccién volun- taria de nacimientos. Los hombres del siglo xvitt no los ignoraban. Estas pricticas habian sido, desde comienzos del siglo, tipicas de un grupo restringido, el de los duques y pares. Probablemente, Ia burguesfa Jas imit6, al menos en algunas ciu- dades, como en Rudin, por ejemplo. A partir de 1740, estas précticas se generalizaron, como lo atestigua el descenso de la natalided en Notmandia, en Beauce, en el Valle del Loira. Pero todavia se trata, referido a la gran masa de la poblacién, de un malthusianismo difuso. El final de siglo, sin embargo, quedé marcado por un cambio de los comportamientos populares, particularmente nftido en las regiones de Tlanura, en especial en la cuenca parisina. Es conocido cl famoso testimonio de Moheau denunciando «los sccretos funestos» cn sus Recherches et considérations sur la population de la France (1778): «Se engafia a Ja naturaleza hasta en las aldeas». La ruptura revolucionaria aceleré Ia evolucién. La difusin de los lanzada contra Luis XV, Aunque los econo ‘istas reclamaban como ‘nico remedio la libertad del comercio de los granos, beneficioso scbre todo para los propietarios y los nezo- Giantes, el pueblo se atenfa a la tradicional. reglamentacién, reforza- dda en caso de necesidad mediante In requisicién y la tasacién. De este modo se delincaben ya unas liness de ruptura en el interior del Ter cer Estado y su solidaridad se resquebrajaba. ‘A medida que avanzaba el afio 1789, las revueltas se multip’ ‘caron, y en primer lugar en el campo, que soportaba todo el peso Gal Antiguo Régimen, sangria feudal y fiscalidad rural: pertusbacio- LA REVOLUCION POPULAR 195 ‘en los mercados a través de todo el reino, atentados contra la circulacién de los granos y de las harinas, pronto revucltas y es. La revuelta agraria estallé en Provenza desde marzo de “En esta atmésfera de temor y de esperanza fue gonde se fue 2 | poco Ja mentalidad revolucionaria. Ante todo, © es obvio, en Jas conciencias individuales y en las filas de la campesinos, artesanos y burgueses sufrian de un modo ente las dificultades del Antiguo Régimen, la escasez tendia a los pobres a los ricos, los consumidores a los productores. 0 las condiciones generales de la economia y de la,sociedad, tanto o las condiciones politicas, alineaban al conjunto del Tercer Es- contra Ja aristoctacia y el poder regio garante del privilegio. 3 del juego de la propaganda, bajo la influencia de los aconte- ntos, tanto como bajo el peso de representaciones ancladas desde ) tiempo atris en le conciencia colectiva y que se imponian al luo, se cristalizé en la primavera de 1789 una mentalidad revo- gue constituyd un poderoso factor de accién. y el feudalismo, es la misma evidencia. Lo demuestran de julio y el Gran Miedo, asi como también explican Valmy ‘entusiasmo patristico de los voluntarios, Campesinos y sans-cu- proporcionaron a la burguesia revolucionaria la masa de ma- inecesaria para abatit el Antiguo Régimen y vencer a Ia coa- Bio por elo es menos cierto que respeto de'niukhoe puntos n en oposicién respecto de Ia burguesfa. No podian desviar general de la Revolucién; tampoco dejaron por ello de peas ‘objetivos propios, con frecuencia aliados con la burguesfa, en opvestos a ella, Tanto los sans-cutottes como los campesi $ tendfan, més allé de Ia ruina ce la atistocracia, hacia unos obje- ue no eran exactamente los de la burguesfa revolucionaria. revolucién pop) Que las masas populares hayan luchado antes que nada contra la > 196 LA REVOLUGION PRANCESA ‘artesanal_y de los tenderos, asf como en Ia crisis general de la e, recurririn a las tropas reales, no vacilardn en buscar ayuda n los extranjeros: gno es acaso Luis XVI eufiado del emperador, rimo de Carlos IV de Espafia? ¢¥ sus dos hermanos, el conde de wenza y el cende de Artois, yernos del rey de Cerdefia? A partir Ja primavera de 1789, la colusién de la aristocracia con el extran- o no permixié Ia més mfnima duda, Y ain més, para sostener ‘mayor del que inspiraban los aristécratas. La crisis econémica fomentaba en efecto el miedo y Jo dirigia los nobles, sefiores perceptores del impuesto sobre las gavi- (0 diezmeros; poseedores ya de Ins reservas de,granos que les oporcionaba su sangria sobre las cosechas, verfan con agtado el 9 de las mismas por las pandillas que ssolaban el pafs, invadian i granjas y amenazaban con robes ¢ incendios. Las gentes del pue- @, incapaces de analizar la coyuntura econdmics, atribulan Io res- psabilidad ce la escasez, frecuentemente calificada de «ficticiam, aristocracia y a su propésito de perjudicarles. La. sospecha ad- relieve, llega a ser legitima: Ia Corte y los aristécratas, en los os dias de julio de 1789, preparan un golpe de fuerza para di- er Ia Asamblea, ‘complot aristocrdtico: asi nacié la idea Y en primer lugar en Versalles, donde los tres estamentos se en- yan reunidos desde el 5 de mayo de 1789, y en Parls, que ‘con ansiedad los acontecimientos versalleses. El observador, informes a Montmorin se han conservado, sefiela ef crecimien- Ja inguietud. El 15 de mayo: «La inguietad es general respecto resultado de la Asamblea»; cl 21: «Muchas personas temen la alucién de los Estados genevaless; el 3 de junio: . Se plantea ya la posi- bilidad de la emigraciSn: cl conde de Artois tendria Ja intencién de arefugiatse en Espafia, si no consegufa someter a los Estados genera. les». E19 de julio, segvin un diputado de Ja nobleza de Marsa: ‘Los malintencionados sugieren que la llegada de las tropas cs una maniobra de la aristoctacia moribunds, de la nobleza ...; que el proyecto de esta nobleza es el exterminio de los plebeyoss. Ta creencia en Ia conjuta aristocrética, rasgo fundamental de Ia mentalided colectiva revolucionaria en 1789, se extendié al conjunte del pais. Las noticias de Versalles y de Parfs fueron acogidas en todas partes con une complaciente avidez, tanto en las ciudades como en 1 campo: Ios campesinos al igual que los habitantes de las urbes estaban dispuestos « creer en el «complot ariscocritico». En las ciudades, la poblacién conocia Jas mismas dificultades que la capital y presentaba las mismas disposiciones de gnimo que los parisinos. En Orleans, un escrito desaprobado por el gobietno de ‘esta ciudad, el 20 de mayo de 1789, acusaba «a los regidores vince- Jados por interés con Ia nobleza, el elero y todos los parlamentos [de haber] evado a cabo el acaparamiento de todo el trigo del reino ... Sus abominables intenciones consisten. en impedir 1a cele- Bracién de los Estados generales, provocando el hambre en. Fran- cia para que una parte del pueblo perezca a causa de ella y pera que la otza parte se subleve contra su rey». El 9 de julio eo Chilons, Arthur Young se tzopezaba en el ayuntamienco con un oli cial de un regimiento que se dizigia a Parfs, entablindose la conver sacidn: «“El matiscal Broglio [de Broglie] ha sido nombrado co- mandante en jefe de un ejército de cincuenta mil hombres, cerca de Paris”. “Era necesario; el Tercer Estado se volvié loco, y necesitaba una severa correccién”>. En los zonas campesinas, la misma atmésferay los mismos semo- es: Ja noticia de la conjure atistocnitica se exteadi6 en ellas con 1a misma facilided. Aunque apenas conocemos lo que pensaban los cam- pesinas (no escribfan), conservamos al menos el testimonio de algu- nos pdrrocos que anctaban sus reflexiones en los registros de sus LA REVOLUCION POPULAR 203 oquias. Por ejemplo en el Maine: «Los aristécratas, alto clero alta nobleza —escribe el pérroco de Aillitres— han empleado toda de ardides, mas indignos unos que otros, sin conseguir que fra- los proyectos de reforma de una infinidad de abusos escandalo- y opresivos». Mas concreto atin en sus acusaciones, el parroco de ligné-sous-Ballon ataca «a muchos grandes sefiores y otros que upan los mejores empleos del Es:ado que pusieron en marcha el tirar secretamente todos los granos de cste reino para trasladarlos extranjero, provocer el hambre por este medio en todo el reino, lo contra la asamblea de los Estades gererales, desuniz Ja Asam: ¢ impedir su éxito. El 2 de enero de 1790, recapitalando los intecimientos del afio precedente, el parroco de Brilon dejaba tancia de suna conspiracién infernal contra los diputados més Favorables a la nueva Constitucién y para encazcelar a los demis con fin de contener a las provincias en easo de insurrecqjén. La reina, el onde de Artois y otros varios principes con Ia casa de Polignae ‘otros grandes ... todas esas personas, digo, y mil més se juramentan fograr la pérdide de Ia Asamblea nacional». pbleza a la_rcunién tamentos, por la sesién_r¢ Ds de fesle, por ke apcleciia el sodden. por a dessiecidn ee ker cl 11 de julio, y Ja amenaza de un golpe de Estado militar 1s Estados _generales convertidos en Asamblea nacional_y, jente, por Ia primera oleada de emigracién inmediatamente des- ués del 14 de julio, Rasgo de mentalidad colectiva, la conjura ari critica, de la que todo el Tercer Estado estaba convencido, fue tunas_conspiraciones reales, intrigas de la Corte, actividades igrados, recurso al extranjero, por tiltimo la contrarrevolu- ierra. Admitido desde cl comienzo de julio de 1789, el ico_gravité hondamente sobre toda la historia de jolucién. Explica el miedo que, a su ver, persistié tanto como la icin, apaciguandose en alguncs momentos, amplidndose ante anuncio © la proximidad de un peligro, en junio de 1791 tras la. da a Varennes o en el verano de 1792 con el avance de !a invasién, ‘miedo es social, pero su contenido se matiza segtin las circuns- Miedo a los aristécratas, pero tembién miedo los «bandi; entendames por ello a las clases peligrosas. 204 LA. REVOLUCION YRANCESA Miedo a los aristécretas: Taine, escasamente sospechoso de tener simpatias por el pueblo revoluciona‘io, traz6 un cuadro sobrecogedor del micdo y de «la cOlera formidable» que, ante la proximidad de Jos invasores, estalla entre los campesinos en el verano de 1792: No se trata ya de elegir entre cl orcien y el desorden, sino ent=e el nuevo régimen y cl antiguo, ya que detnis de los extranjeros sper- ‘ben a los emigrados en Is frontera. La conmocién es terrible, sobre todo en Ia capa profunda que soporteba sola casi todo el peso del Viejo edificio, entre Jos millones de hombres que viven penosa- mente de sus brazos, que, cargados de impuestos, despojados, mal- tratacos durante siglos, soportan, transmitides de pedtes « hijes, la miseria, la opresién y el desprecio. Conocen por propia experiencia In diferencia entre su reciente condicién y su situacién presente. Poco han de esforanrse para recordar y revivir en su imaginecién la enormidad de las cergat © impuestos reales, cclesifsticos y se- fooriales. Miedo a los bandidos: el hecho de que el miedo a los bandidos y cl micdo a los aristécracas hayan estado asociades, en julio de 1789, destaca otra oriencacion que se fue ampliando hasta el golpe de Estaco de Brumario y ue todavia persiste entre la clase propietaria, factor esencial de conservadurismo social y de reaccién polftica. El temor ‘acongoja a los poseedores ante la amenaza de Jas clases consideradas peligrosas. Sin lugar a dudas, Ja crisis econémica, al mulziplicar el nimezo de miscrables, contribuy6 a generalizar una inseguridad atri- buida finalmente a la conspitacién aristocratica, No por ello dejé de ser menos neto el sentido social de este miedo a los forajidos. Al incrementat el paro el mimero de personas errantes, la inseguridacl se gencralizé en las zonas campesinas, ganando lucgo Jas ciudades. En consecuencia, el campesino propietario teme que se atente contra sus bienes, del mismo modo que también lo teme el burgués de Paris cusndo, el 12 de julio de 1789, habiéndose retirade las tropas reales detrés del Sena, hacia el Campo de Marte y la Escuela Mi- litar, la capital quedé como abandonada a su suerse. La fprmacién de Ia milicia burguesa obedecié entonees al objetivo de defensa de 1a ciudad no solamente contra los excesos del poder regio y de sus tro- pas regulares, sino también contra los atacues de las categortas socia~ Tes consideradas peligrosas: la guardia nacional aparece ya en sus LA REVOLUCION POPULAR 205 enes como una fuerza organizada pata la defensa de los intereses Jos propietarios. El establecimiento de ta milicia bu —declaraba en la Asamblea nacional la diputaciéa de Parfs— el 14 de julio por la mafiena, y las medidas adoptadas ayer han permitido a la ciuda tuna noche tranguils, que no se eszeraba debido al considerable mimero de porticulares que sc habfan armado el domingo y el lunes antes del establecimienso de la mencionada milicia ... A tra: vés de los informes y partes de los diferentes distritos Mega la referencia constante de que muchos de sto: particulates ban side desarmados y vueltos al orden por Ia milicia burguess. Miedo burgués, miedo por les propiedades: mondrquicos, feml- ¥ girondinos, tétmidoricnos, directoriales y Brumarianos com- ticton estos sentimientos en diversos grados de“intensidad. De en buena parte cl 9 termidor y la del Gobierno revolucionario. Alcanzé = paroxismo en la pri- Mayera de 1795, con ocasién de las joraadss de pradial y de Ja re- subsiguiente. Explice las dificultades del Directorio obligado g luchar en dos frentes; aliments la campaia revisionista de 179 ‘el golpe de Estado de Brumario tranquilizé a los notables y permitié establilizacién de la Revolucién sobre la base de la propicdad. EI micdo degenera en panico: en esta atmésfera de angustia fe- es suficiente el mds minimo incidence. E14 de julio de 1789, hacia las echo de la mafiana, entre Burcy Vire, al dirigirse hacia su parcela, una anciana se asusté al ver a dos embres, uno recostado sobre el vientze, con aspecto inguieto, yendo iniendo el otro con pasos lentos, el rostro descompuesto, Acertd ‘pasar por allf a caballo el hijo de un regidor de la comarca: ella coments sus temores, que € compartié: aquellos dos tenfan un aspecto de bandides. emiso. El miedo burgués expli Desconfiando de los dos —prosigue Georges Lefebvre de quien copiamos este relato en La Grande Peur de 1789 (1932) se di- Figié apresuradamense hacia Vite, sefilando a su paso Ia llegada © prézima de los bandidos: todos los que vieron pesar a los dos hombres no diidaron un instante de que fuesen peligrosos. El ru- ‘mor circulé y aumenté con una extrema rapide: en Burcy, s¢ | dada la alerta, més de treinta mil hombres se movilizaron en Ia regi 206 LA REVOLUCION PRANCESA hablaba de dos forajidos; en Presles, se hablé de diez; en Vassy de trescientos, en Vire de seiscientos; en Saint-Ld, Bayeux, Cacn ‘se dijo que tres mil partidarios del reparto de bienes, reunidos en os bosques alrededor de Vire, saquesban, quemaban y mataban, En menos de siete horas, soné Ja alarma en veinticineo leguas ala redanda; los guardias nacionales se movilizaron; el general co- mandante de Caen se puso en movimiento a la cabeza de su guar- nicién. «En cuanto se comprobé que se ttataba de una falsa alarma, se apresuraron a tranquilizar al resto de Normandfa, que se disponia a movilizarse ¢ su vez. Se abrié una investigacién y asi es como cono- ‘cemes cl origen del pénico: los dos hombres eran de 1a comarca, . Las reacciones més ficativas se produjeron en Dijon y en Rennes. En Dijon, al ente- de la noticia de 1a destituciéa de Necker, 6 15-de julio, la id se apoderd del castillo y de las municiones, instituyé una pero ademés encarcelé al comandante militar y confiné en sus ‘a los nobles y a los sacerdotes, En Rennes, la noticia de la tucién de Necker se conocié el dia 15 de julio; el 16, los babi- Pr 208 LA REVOLUCION PRAKCESA tantes se reunieron, erearon una milicia, se apodereron de los fondos piblicos y suspendieron ¢1 pago de los impuestos; saquearon un Gepésito de armas y finalmente lograron apoderarse de los cafiones; €l 19, el arsenal fue invadido y las tropas desertaron, el comandante | militar abandoné 1a ciudad. ‘Cuando se conocieron los scontecimientos parisinos del 14 cc julio, aumerosas ciudades imitaron a las que ya hablan reaccionado valerosamente desde el inicio de la crisis. En Angets, el dia 20 ocu- paron el castillo y confiscaron los fondos piblicos; en Saumur y en Caen, el dia 21, se apoderazon del castillo; de Lyon acudieron establecer una guamicién en el fuerte de Pierre-Encize; en Brest, en Lorient, vigilaron a las autoridades matitimas, se estableci6 una ‘goardia adecunde en el arsenal; en Saint-Bricuc, registraron los do- micilios de los sospechosos, En el conjunto de las ciudades del reino, Jas autoridades supetiores fueron reducidas a la imporencia o supsi- midas, los municipios del Antiguo Régimen fueron desbordades 0 reemplazados; una vasta red de comités y de miliciss cifé el pais entre sus mallas. Ast se zealizé Ja revolucidn newnicipal.. En las 2onas firales se imit6 répidamente el ejemplo de Jas ciu- dades: al tomar las armas, ciudades y burges confismaban ofictalmen:e fa existencia de la conspiracién urdida contra el Tercer Estado. Ea Bourg, el 18 de julio de 1789 el comité imprimié una llamada a las parroquias de la comarca para invitarlas a enviarle un contingente a Ja primera sefial; cs Jo que hicieron varias de ellas en los diss siguientes. En el Delfinado, segiin el procurador general del parla- mento de Grenoble en relacién con le revuelta agraria, el 19 de julio ‘ése envié la orden a Jos municipios de las ciudades, de los burgos ¥ comunidades de la provincia de tomar Jas armas. He aqui el ge de todas nuestras desgracias: en todas partes se han armado y esta blecido una guardia burguesa en cada lugar». En la bailia de Bar- surSeine, los electores se reunieron el 24 de julio, se consticuyercn en comité y decidieron crear una milicia en cada pueblo: fueron: obedecidos inmediatamente. En Aix, el 25 de julio, alegando el estaco revuelto de Provenza, los comiserics de los municipios invitaron a Jas ‘yveguerfas a formar unas milicias. En la mayoria de los casos, si2 ‘embargo, los campesinos no tuvieron necesidad de estas incitaciones Para tomar las armas, como lo atestiguan, a través de todo el pais, rumerosos incidentes. Arthur Young fue detenido dos veces, . os campesinos estaban persuadidos de que oa a ieieintee baie: raco la pérdida del Tercer Estado y In suya: en Royat, estaban ncidos de que Arthur Young era «un agente de la reina que yectaba hacer saltar el pucblo con una mina». En Thueyts, que B mabe parte ssn ningdin género de dudas de la conspiracién de Ja n, del conde de Artes y del conde de Antrigus, que tiene aqut La reacciéa defensiva reforzaba la solidatidad de cla Deasnckees dl Toner Ease La compel ai cad otia; en Nantes, llegaron hasta prohibirla «a los plebeyos deserto- es ce In causa del pueblo>. gEres ti del Tercer Estado?>: esta gna se generali26 en julio de 1789, pregunca planteada ingenua- te a todos los desconocidos. Esta movilizacién general prefiguré ‘enrolamiento de voluntarios de 1791 después de In fuga del rey Varennes, los del verano de 1792 tras las derrotas de las fronteras invasién. La reaccién defensiva suscitada por el miedo explica In exigencia popular de la leva en masa de agosto de 1793. La voluntad punitiva forma un todo con Ia reaccién defensivaj es colocar « lo enemigos del puchlo joc de ln poabiibuad erjudicar, pero también castigarlos y vengarse de ellos. Al atar- del 19 de julio, entsando en Nogent-sur-Seine y al escuchar un wmulzo, Comparot de Longols se informa con el conductor del «La milicia en armas nos gritaré {Quién vive! Sino res- de {Ei Tercer Estado! le atrojarin al rio». El 26 de julio, cerca Isle-sur-Doubs, los campesinos formades en tropa preguntaron a ‘Young por qué no Hevaba Ia escarapela. «Me dijeron que ba- ido ordenado por el Tercer Estado, y que si yo era un sefior obedecer.» «Pero supongo que yo soy un sefor, entonces equé alos?» «Entonces ¢qué? —me respondieron con dureza—, la Eu» Compare: Young, personas de sentido comin, accaderon, «| ‘ercer Estado! » y se pusieron la escarai Santis asl. Por olla an cuigitagio ls peuceane oie a devastaciéa y el incendio de Jos castillos, los asesina- 210 LA REVOLUCION FRANCESA | atanzas, el terror por wltimo: voluntad punitiva en la ei en el odio secular y la sed de venganza. En Paris, donde subsistian las dificultades de avituallamiento, Ia jornada del 14 de julio y la toma de la Bastilla, aunque habian roto Ja resistencia de la Cort, no hablan conseguido scaber con el miedo: s péinicos continuaron. Se esperaba a cada momento qu 10° dace cnechas. Las patrullas registraban las proximidades de la capital, en bésqueda de forajidos, y acosaban a los vagabundos; todo el extrarradio puso en pie sus milicias. Pero la voluntad punitiva se exaltaba al mismo tiempo que el miedo. EL 17 de julio, en Saint-Ger tmain-en-Laye un molinero fue asesinado; el 18, un granjero se salvé por poco. El azar quiso que detuviesen cerca de Paris a Bertier de Sauvigny, intendente de Paris y de Hede-France, convertido cn res- de las dificultades de sprovisionamiento, y a su cufado, Foullon de Doug: ya se sabe lo que sucedi6 seguidamente, Aunque ‘estos asesinatos suscitaron en la Asamblea nacional vehementes pro- testas, especialmente de Lally-Tollendal, la burguesia revolucionaria ‘en su conjunto los aprobsé. ¢¢Era acaso esta sangre tan pura —excla- m6 Barnaye—, que debamos lamentar tanto el baberla desramado?» La volunted punitiva correspondia a una concepcién confusa ce Ja justicia popular: + por la desproporcisn en las condiciones de existencia, por otra parte la exhortacién al saquco 0 su apologia aunca apunté ms que a los comercios de comestibles y de articulos de primera necesidad. LA REVOLUCIGN POPULAR 215 El saqueo denota un grado mds en Ja venganza poy Sae ueo de las manufactures de Hanriot y de Réveillon, el 2 de abril 1789, ‘en Ja calle de Saint-Antoine: el episodio es sobradamente “gonocido. Saqueo, el 11 de julio, de Ia casa de Jos Lazatistas donde habia almacenado una enorme cantidad de granos y de herinas: 'aLa célera de los asaltantes —refiere el librero Hardy, al contemplar te gran almecén, al que considerelan un acaparamiento— alcanré grado mds elevado; pata castigar a los culpables, destrozaron el nobiliario, entraron en las bodegas y desfondaron los toneles de 10». A finales de julio de 1793, cuando el aprovisionamiento de infs conocfa sus mds terribles dificultades, cuando las mujeres asal- n les panaderias, el 20, en la plaza Maubert, el pueblo, forioso or la carestia de los huevos, se precipita sobre los estantes y des- ye todos los hueves que s¢ exponian para sui venta, La inex] podia afirmarse con prioridad a la satisfaccién de las nece- | Con frecuencia, el incendio es 1 compatiero del saquce, Bate una significecién diferentemente simbélice: su rodes 6 dead fruccién a la vez espectacular y total le confiete un valot casi mégico, Indudablemente purificador. E! pueblo en revuelta destruye todos los abolos cc la opresisn y de Ia miseria mediante el fuego: Jas garitas fe vigilancia en agosto de 1788; las barreras del fielato parisino, an- de Ia toma de Ia Bastilla; tas guaridas en los momentos del Gran edo, y algunos castillos en la misma ocasién. E] 29 de agosto de 8, segdin el librero Hardy, la juventud del barrio del Palacio ast mo los habitantes de Jas calles de Ssint-Antoine y Saint-Marcel dieron a Ja plaza de Grdve para quemar la imagen de Lamoignon, b ro de Justicia. «Luego el populacho se dirige hn eso de garda establecigo cere del Por-Neuf, que fe derrido pletamente, lo incendia después de haber expulsado a los solda- de Ja gatita, de haberles despojado de sus uniformes y de sus y de haber arrojado todo ello a la hogueta de la plaza Dauphi- niamente con un reloj de oro y otro de plata encontrados en el o de guerdia.» Otras ocho garitas de guardia fueron saquea- incendiadas aquel dia. La agitacién cesé cuando el pueblo hubo diado cuanto no habia podido transportar a Ie plaza Dauphine, Na inmensa hoguera en un ambiente de alegria » la que simbéli- se arrojaron a las Hamas puertas de los mercados, garitas de Acia, armas y uniformes de los guardias. El 11 de julio de 1789, a iN } \ 216 LA REVOLUCION FRANCESA al atardecer, comenzé In guerra de las barreras de los fielatos con el incendio del de In Chaussée d’Antin; hasta el 13 de julio, fueron incendiadas més de cuarenta garitas de arbitrios, siendo entregados sistemdticamente a las llamas las puertas y ventanas, los registros y los recibos de los derechos. El 5 de octubre, antes de marchar hacia Versalles, las mujeres de la Halle se dirigieron a la Comuna, «pi- diendo con horrorosas imprecaciones pan y armas, Al mismo tiempo, se precipitan sobre los papeles que quieren arrojar a las llamas, dicen, porque son la obra de los representantes de la Comune, malvados ciudadanos todos ellos y que merecen ser colgados de un farol, los primeros Bailly y La Fayette». ‘Venganza conira las propicdades y contra Jos hombres: este com- portamiento popular en perfodo de escasez reveli ba una mentalidad surgida del fondo de los ticmpos, como la miseria y la inseguti- dad que la engendraban y que multiplicaba la desaparicién progre- siva de este conjunto de garant{as que proporcionaban las solidarida- des tranquilizadoras de la sociedad campesina. De este recurso a la violencia, de su exaltacién, seria preciso de todos modus i igar las causas. ‘gRalces biolégicas? Los informes de pradial del afio TIT sobre los antigues terroristas indican con frecuencia el candcter colérico, iras- ible. Se acuse a un determinado sujeto de dejarse llevar por los arre- betos, «lo que puede haberle colocado en el caso de sentir intencio- nes malvadas sin prever ni advertit sus consecuenciase, De una mo- nera mds general, los informadores calificaron indiferentemente a to- dos los tertoristas de . En ef afio ITT, el recurso a Ia violencia adquirié una significacién més conereta todavia, El Texror habia sido también un medio de gobierno econémico, ya que habia permitido la aplicacién del méximo general que haba gatantizado al pueblo su pan cotidiano. Al coin- tidir la reaccién con el abandono de la tasacién y Ia mds espantosa ‘excasez, muchos se sintleron ‘inclinados a identificar terror y pan coti- iano, del mismo modo que asociaban gobierno popular y terror. ‘“«Bajo ¢l mandato de Robespicrre —declaré el 1.° pradial del aio III (20 de mayo de 1795) el catpintero Richer, miembro de Ia seccién de Ja Reptblica—, la sangre flufa y el pan no faltaba; hey que la sangre no se derrama, cuando carecemos de pan, sera preciso que se derra- mase mds para tenerlo.» Los sa:ts-culottes no podian olvidar que du- ante el Terror no les habfa faltado el pan. La violencia popular y el comportamiento tercorista estuvieren sin lugar a dudas estrechamen- te relacionados con Ia exigeacia del pan de cada dia. 4Cémo habria podido triunfar Ia revolucién buzguesa sin la vio- Jencia revolucionaria del pucblo? Independientemente de cudles ha- yan sido los objetivos particulares que les asignaban las masas, Ia Violenela y el terror despejaron ampliamente ante la burguesia las ruinas del feudalismo y del absolutismo, Recordemos, de todos me- dos, que la misma burguesfa jams retrocedié, en Jas eriticas circuns- tancias de su lucha contra Ia aristocracia, ante el recurso a la viclen- cia, «¢Era acaso esta sangee tan pura?> Masas ¥ MILTTANTES Es importante, sin embargo, que conozcamos a estas masas que hicieron Ia Revolucién. No es que los historiadores las hayan desde- fiado, puesto que todos han subrayado la importancia de su inter cién y el que, sin ellas, le Revolocién nunca habria conseguido im- LA REVOLUCIGN POPULAR 219 tse. Ahora bien, hayan sido favorables o hayan sido contrarios, nto unos como otros no han mirado a estas masas mAs que desde iba, desde muy arriba: la muchedumbre, la multitud revoluciona- Fia se convierte en una abstraccién desencarnada, la personificacién I Mal o la del Bien. Ya en al misma época, pata el historiador inglés Burke en sus sflexiones sabre la Revoluctén francesa (1790), les multitudes que umpicron en el castillo de Versalles en ias jornadas de octubre de {789 no eran mds que «una banda de brutos feroces, de crueles "asesinos», y las mujeres que formaron el corsejo en tozno a la familia real, en su regzeso a Par‘s, «unas filries del infierno encarnadas en Ha forma degenerada de Ias mujeres més envilecidas». Casi un siglo ‘mis tasde, el vocabulario de invectivas y de injurias de Taine en sus Origenes de ta Francia contempordnea es todavia mucho més rico, ps campesinos sublevades del Gran Miedo de 1789 son unos «con- sbandistas, cazadores furtivos, vagabundos, mendigos, reclamados or Ia justician. Los parisinos del 14 de julio: le hez de la sociedad, plebe mis infima, «vagabundos andrajosos, muchos casi desnudos, mayoria armados como unos salvajes, con un aspecto espantoror. as mnjeres que en octubre de 1789 marcharon e Versalles: «Las jas del Palacio real ... Afiadid Jas Javanderas, mendigas, mujeres in caleado, verduleras reclutadas desde hacia varios dias mediante 0 de dinero». Los sublevados del 10 de agosto de 1792 que deri- el trono: «espadachines y agentes de lugares de mala repu- acostumbracos a Ia sangre». En resumen, el pueblo revolu- io, esa «bestia révolcada sobre una alfombra de piirpurae. dicién historioprdfica que no se ha perdido en absoluto: basta n hojear a Madelin, con releer « Gaxotte. Por el contrario, para Michelet y los mantenedores de la tradi- 6n republicana, las masas revolucionarias aparecen adornadas con Jas virtudes populares. La Bastilla, personificacién del Mal, debfa mbir bajo los golpes del pueblo, encarnacién del Bien. «La Bas- = se tindié —escribe Michelet—. Su mala coneiencia la per- Ja valvié loca y Je hizo perder la mente»; quien triunfé fue pteblo entero». Fue el pueblo el que resolvi6 la crisis de sep- embre de 1789: El pueblo sélo encuentra un remedio, va a buscar >. Considerado elemento esencial de las multitudes revolucio- ities, a mujer es rehabilicada y exaltada, «Lo que en cl pueblo hay jmds pueblo, quiero decir de mis instintivo, de mds inspirado, es \i UF 220 LA REVOLUCION FRANCESA sin lugar 2 dudas la mujer.» «Toda Ia historia de la Revolucién francesa —escribe Michelet al tétmino de su trabajo—, ha sido hasta aqui esencialmente monérquica; una en favor de Luis XVI, otra a favor de Robespierre. Esta es la primera republicana, la que ha derruido los {dolos y los dioscs. De Ia primera hasta la altima pégina no tiene mds que un héroe: el pueblo.» La Histoire de la Révolution francaise (1847-1862) de Louis Blanc dista mucho de estar animada por Ia misma lama, pero se inscribe en la misma linea. Y lo mismo sucede con la Histoire politique de la Révolution francaise (1901), de Anlard, universitario radical, preecupado por sus fuentes y sobrio * de estilo: «Paris se alzé todo 41 al completo, se armé, se apoderé de Ja Bastilla>. Pero, zquién era ese pueblo exaltado 0 aborrecido? Se imponen dos Iineas de investigacién. ¢Cudl era exactamente In composiciéa social de las multitudes que hicieron las jornadas revolucionarias? @Cufles eran los méviles que Jas reunieron y movilizaron? Iavestiga- cin incémoda, dificil. Las gentes del pueblo no cscriben, © poco. ‘Ademés, una considerable mesa de documentos que nos habrian in- formado, parte de ellos, como decumentes fiscales, acerca de la com- | posicién social de las masas parisinas, los demas, como archivos mu- Ricipales y archives de las secciones, registros de las actas de las asambleas generales y de las sociedades populares, respecto de las ten- dencias sociales y el comportamiento politico de los sans-culottes pa- risinos, han desaparecido en los incendios de Ia Semana sangrienta de 1871. Quedan los informes de la policia y de los tribunales en los ‘Archivos nacionsles y en los de Ia Prefectura de policia: se tata de una documentacién que es preciso manejar con precaucién, aun: que enormemente rica, y que se presta tanto a un tratamiento ests- distico como a una elaboracién descriptiva De la agregacién « la agrupacién Maltitudes revolucionarias: conviene de todos modes precisaz el sentido de esta expresién introducida en la historia de la Revo- lucién francesa por el doctor Lebon (La Révolution francaise et la psycbologie des révolutions, 1912). La revolucién en general y 18 francesa en particular serfan obra de aglomeraciones inconscient=s, sugestionadas por unos agitadores mds 0 menos sinceros, Repitiendo LA REVOLUCION POPULAR 221 problema en un articulo hoy clisico, «Multitudes revolucionarias> 1934), Georges Lefebvre distinguié entre la agregacién y la agrun pecién. Todas las multitudes de 1789 no revisten el mismo canicter. Los n del 5 de octubre no presentaban 4: 10 de: organi Be mio aon Din aie lee 0s conglomerados de 1789 se formaron si no por casualidad, si al menos debido a unas razones que nada tenian de sevolucio anetias, El 12 de julio, que ere un domingo, el tiempo era agradable, habla una muchedumbre de gentes que paseaba por el Palacio real sus proximidedes: un meto conglomerado de paseantes al que el nuncio de la destitucién de Necker, al medificar su estado de dnimo, wnsformé bruscamente en una agrupacién revolucignatia. En Igé, ‘el Maconnais, el domingo 26 de julio, después de haber asistido la misa, los campesinos se encontraban, como de costumbre, zeuni- a la salida de Ja iglesia: esta reunién se transformé bruscamente fn una agrupacién revolucionaria dirigida contra el castillo. Ast emenzé la revuclta agraria cn el Maconnais. La agrupacin o rcunién caracteriza mediante-1a afiemacién de una conciencia colcctiva, en nivel superior por una cierta organizacién, Manifestacién del 20 de junio de 1792, insurreccién del 10 de agosto de 1792, fiestas Ja Unidad y de la Indivjsibilidad de Ia Republica del 10 de agos- de 1793 0 del Set Supremo del 20 pradial del afio II (8 de junio 1794): be aquf algunas agrupaciones constituidas con vistas a una mis o menos concertada, animadas por una comin emocién, Jas que las secciones y Ia guardia nacional proporcionaron los La agregacién: muchedumbre en el estado puro, agrupamiento Rant aor eflaser de tnavicase, Por ejemplo, Ie ouckedumbre ‘paseantes del Palacio real o del jardin de las Tullerias. Conglome- dos semivoluntarios: los que se forman a la salida de la misa domi- eal, en la plaza péblica, en el mercado, tan importantes en Ia eco- y en la vida social tradicionales, las colas en las puertas las panaderias 0 de las tiendas de comestibles. Estas reuniones son buscadas: los campesinos acuden al mercado, las amas de la panadetia para resolver sus asuntos, no para reunirse. Pero ta reunién representa para ellos una necesidad social. Cometia un 222 LA REVOLUCION TRANCESA grave error Arthur Young cuando se burlaba en 1788 del campesino que iba al mercado a vender sus verduras 0 algunas aves de corral, cuyo precio no valia el tiempo que perd{a en toda la operacién Estas agregaciones semivoluntarias son de una enorme importancia para la formacién de Ja mentalidad colectiva y para la formacién de Jos agrupamientos: las colas de las amas de casa constituyeron las agregaciones més propicias para transformarse al punto en agrupacio- nes de manifestantes en revueltas. Por ejemplo, con ocasién del saqueo ¢e los tenderos de ultramarinos, en Paris, el 25 de febrero \de 1793. Conjuntos semivoluntarios también, las agregaciones que se formaban en las cindades, en la primavera y en el verano de 1789. para esperar al correo y para escuchar Ja Jectura en vou alta de las cartas enviadas por los diputados 0 los cozresponsales benévolos. Es coneebible la importancia de estas concentraciones para la evolucién de Ja mentalidad colectiva; en més de una ocasidn se transformaren, ‘en Rennes por ejemplo, en egrupaciones revolucionarias. Los elemen: tos de mentalidad colectiva Intentes en la concentracién gregaria y que estaban como reprimidos en el subconscieate colectivo, es suli- Gente un acontecimiento exterior para trasladarlos al primer plano de la conciencia clara, para que los individuos recncuentren cl * sentimiento de su solidaridad. El stibito despertar de la conciersia colectiva provocado por una emocién viclenta, una sobreexcitacién psicolégica, transforma la concentracién gregaria en un agrupamiento revolucionario dispuesto a la accién. El agrupamicnto supone, por consiguiente, Ia existencia de una mentalidad colectiva anteriormente constituida, cuya formacién de- pende evidentemente de las condiciones econémicas, sociales y pol ticas. Si bien, en 1789, ellas levantaron el conjunto del Tercer Estado contra los privilegiados y los agentes de la monarquia, la germinacién de esta mentalidad colectiva revolucionaria se remontaba sin em ‘argo a un Iejano pasado en Ia historia. Se apoyaba en la tradicién popular, en el recuerdo de las luchas pasadas transmitidas por la conversacién, por les relatos de las veladas, ampliada por Ja cancién y el discurso, pronto también por Ia letra impresa. Es cierto que ta no alcanzé los ambientes populares (aunque sea necesario tomar en consiceracién el almanague, el cancionezo y la imagen), pero 53 influencia fue grande en los ambientes de la burguesia urbana y rural. “Ast se realizé una generalizacién, una cierta nivelacién: todos los reproches y quejas de un campesino contra su sefior feudal se funden LA REVOLUCIGN POPULAR 223 tuna totalidad, todos los sefiores se convierten solidariamente en snsables en opinidn de los campesinos. De este modo se elabord i@ representacién colectiva del sefior, adversario tipo, culpable de das las calamidades que agobiaban al campesino, tanto los abusos ermanentes como los males temporales resultantes de Ia escasez del paro cuyas causas era incapaz de analizar un hombre del pueblo, sucedié en 1788 y en 1789, afios en que la crisis econémica sgontribuyS poderosamente a desencadcnar el movimiento revolucio- ario. A esta representacidn colectiva se incorporaban unos aspectos ivos que representaron un potente resorte revolucionario: el al adversatio, impulsado, por definicién, por una voluntad a, y la esperanza de que, una vez doblegada esta voluntad, se finalmente la felicidad universal. De esta manera se estructura la mentalidad revolucionaria, Basta imiento exterior, la legada del ezmero, el anuncio de la presencia de bandidos, un altercado en el ado entre vendedor y comprador, una pelea de mujeres en una Ja agregacién se transforma en una agrupaciéa revolucionaria pidamente animada por una voluntad de accién, sea defensiva, sea ensiva. Hace falta de todos modos precisar los diversos niveles conciencia colectiva que impulsaban entonces a los hombres y a mujeres reunidos. La reunién espontiinea, nacida de una agregacién por mutacién se presenta, desde sus inicios, desprovista de toda clase de én. Inclinada a la accién puramente negativa —atacar Ja dad, despreciar Ja autoridad de los jefes tradicionales, destruir ‘orden existente—, la agrupacién tiende, enseguida a crear espon- jente unas instituciones. Subitamente unos jefes surgen y se ponen en el curso de la sccién, unos marcos institucionales nuevos ¢rean para coordinar ¢l movimiento. En el transcurso de las thaciones de julio de 1789, el pucblo revolucionario efectué todas partes Ia sustituciGn de las aucoridades tradicionales por os comités de su cleccidn, En Paris, utiliz6 el mazco de los distritos para las elecciones a los Estados generales, con el fin de a la vez la vida politica y le guardia nacional. La agrupacién voluntaria se organiza de antemano, en la clandes- uutilizando Jos marcos institucionales surgides precedente- de la esponcaneidad revolucionaria, batallones de la guardia secciones que reemplazaron a los disttitos en mayo de 1790. 224 LA REVOLUCIGN FRANCESA Asi se prepasaron los movimientos insurreccionales de 1792 y 179. por Ja Comuna inswzreccional por lo que se tefiere a Ia jornada del 10 de agosto que derribé el trono, por el Comité del Obispado res- pecto de las de los dfas 31 de mayo a 2 de junio que eliminaton a los girondinos de Ia Convencidn. La eficacia crezdora de las multitudes revolocionatias varia asf en funciéa del nivel de la conciencia eolectiva y del grado de orza- nnizacién, Mera aglomeracién en un mercado, la muchedumbre revo- lucionaria se limita a algunas medidas represivas contra un comer- Giante o contra algunos reglamentos de mercado, Reunién esponté- nnea, pero inclinada a Ja accién concertada y organizada, impone 21 municipio, acusado de complicidad con los acaparadores, una regla- mentacién de conjunto, cuando no lo reemplaza por nuevas aucori- dades de su cleccién. Reunién voluntatia, organizada con vistas a tun objetivo concreto, rechaza el poder central y todo el si reclamar la tasacién y la requisa, tinicas medidas en su opinién para terminat con Ia escasez y con la carestia, y finalmente para imponer una reorganizacién completa de la economia nacional. De las revue ‘tas provocadas por la escascz de trigo en 1789, se lega de este modo a los movimientos que imponen Ia tasacién de los precios en los mercados de Beauce en el otofio de 1792, a las jornadas parisinas de Jos dias 4 y 5 de septiembre de 1793 que culminaron en la votacién de Ia ley del méximo general del 29 de septiembre. Es necesario todavia precisar la composicién de estas multitudes revolucionarias. Multitudes revolucionarias Multitudes revolucionarias: las del 14 de julio de 1789 y la toma de la Bastilla, las del 10 de agosto de 1792, de la toma de las * Tullerias y del derrocamiento del trono, las de las jornadas de pradial del afio III que clausuran la revolucién popular. Mulritudes qve el historiador inglés Georges Rudé describié y analizé en una obra con- | siderada hoy como clisica, The Crowd in the French Revolution (1959). ‘Al referirse al 14 de julio de 1789, los historiadores, para desiz- nar a los vencedotes de la jornada, utilizan tradicionalmente unas expresiones tales como , LA REVOLUCION POPULAR 225 1adamente de 800 a 900, unas informaciones concretas, preci- proporcionadas por tres listas escrupulosamente establecidas y robadas en varias ocasiones por la Asambea constituyente en 1790. ims exacta es la que redacté el ujier Maillard, apodado Tapedur, no de los Vencedores y su secretario: 662 supervivientes, de los uiles aproximadamente unos 600 civiles. De este conjunto, escasas personas acomodadas, o que ya habia bravado Jaurés: «No encontramos en Ia lista de combatientes 2 rentistas, a los capitalistas, para quienes la Revolucién ya estaba echa en buena parter. Sefialemos no obstance, como pettenecientes algunas capas de la burguesfa al menos media, al cervecero Santerre, manufactureros, cuatro mercaderes, cuatro burgweses, algunos omerciantes acomodados. Las personas de oficios, artesanos y obre- eran mayoria: casi dos tercios del conjunto, pertenecientes a una tena de oficios (en primera fila los de la madera, 49 carpinteros, 48 chanistas, luego 41 cerrajeros, 28 zapateros...), Aproximada- ente una cuarta parte se relacionaba esencialmente con el pequefio , con las tiendas (21 tenderos, 11 mercaderes de vino, 3 caba- cs «..). Los asalariados, dificilmente identificables a través del bulatio de 1a época que se reficre a {a cualificacién profesional y a categoria en la produccién o en ef nivel social, aparecen en ta minoria: 150 aproximadamente (de ellos 25 mozos de cuerda, readores, identificables con toda seguridad). Una sola mujer: Marie pentier, mujet de Hanserne, lavandera de la parroquia de Saint- polite en el barrio de Saint-Marcel. Se trata de una relaciéa de upervivientes: pocas informaciones sobre las 98 personas que se 0 habian perecido en el asalto. Segtin Jaurés citando « Loustalot: de treinta dejaban a sus mujeres y a sus hijes en un estado tal ‘necesided que fueron necesarias unas ayudas inmediatas». | Respecto de los 635 sobrevivientes de los que podemos precisat origen geogréfico, 400 habfan nacido en provincias; pero Ja mayo- de ellos vivian en el barrio de Saint-Antoine desde hacia mucho npo (425 de los 602 cuyas direcciones domiciliarias aparecen indi- ); los demés, los barsios cetcanos a la Bastilla, Saint-Paul o nt-Gervais; una docena apenas, del barrio de Saint-Marcel. Son los Vencedores que vivian a més de un kilémetro o dos de la (un cerrajero del barrio de Saint-Honoré, un chatarrero del illou...). Rasgo més notorio todavia: a gran mayoria de los tes se habfan dirigido armados contra la Bastilla en su calidad 226 LA REVOLUCION FRANCESA de miembros regularmente inscritos de 12 milicia burguesa que aca- baba de formarse. Lo que es suficience para refutar, si fuera nece- sario, la leyenda de una jornada revolucionaria de Ia chusma y de hez de la sociedad». Los hombres del 10 de agosto que tomaron las Tullerias y derro- carom el trono eran, segin Taine, ecasi todos de la plebe més delez- Gable o mantenidos por oficios infamantes. Taine no utilizé en sus trabajos mds que documentacién impresa; hubiera podido consultar, Gh los Archivos nacionales, las listas de muertos y de heridos confec- Gonadas por las secciones parisinas, también las de los beneficiarios de pensiones atribuidas por Ia Convencién. En el caso de mis de 300 parisinos muertos, fallecidos a causa de sus heridas o heridos €1 10 de agosto, se sefiala la profesién en aproximadamente 120 pet- Sonas, Se incluyen 95 individues pertenecientes al artesanado y al pequefio comercio (13 carpinteros, 12 zapateros, 8 ebanistas, 6 teje- Fores de gasa, 4 peluqueros...), entre los cuales 37 obreros, a los {que se afaden otros 18 asalariados (entre los cuales hay 7 trabaja- ores de los muelles, carreteros y peones). Las profesiones que pod:ia~ ‘mos calificar como liberales no estén representadas més que por un arquitecto, un cirujano, un profesor de dibujo; afiadamos dos éur- gueses. Retengamos también aqui que, aunque ¢l elemento asalariado ‘c= més importante, queda sin embargo ampliamente superado por el sector ertesanal y tendero: en efecto, ni siquiera representa la mitad de Ja muestra. En cambio, todas las secciones de la capital escin ahora tepre- seatadas, 44 de las 48. Los barrios histéricos mantienen su primacia revolucionaria: 8 muertos y 50 heridos en la seccién de los Quinze- Vingts, 18 muertos y heridos en la de Montreuil en el barrio de ‘Antoine; en Saine-Marcel, 19 muertos y heridos en la seccién del Finisterre, 18 en Ia del Observatorio. Los dos barrios reunidos con- taban entre un tercio y la mitad de los muertos y heridos del 10 de agosto. Afiadamos, a estas victimas parisinas, entre otros, 24 fede- rados marselleses muertos y 18 heridos: esta jornada fue indudal mente una jotnada nacional. Los combatientes del 10 de agosto: ni vtese ejército de bandidos», en opinién de Mme. de Tourzel, abuela de Jos Infantes de Francia, ni esa pandilla de perdularios, mores, mal- teses, italianos, genoveses, piamonteses», segtin el periodista monir- quico Peltier. Sino que, por lo esencial, los tipicos sans-culottes: 08 mismos que llevarfan a cabo las matanzas de Septiembre. LA REVOLUCION POPULAR 227 Pursto que la mayorfa de los documentos que pretenden sonar unas relaciones detalladas de los partiipantes en los hechos de Septiembre son apécrifos, las inicas piezas s6lidas estén repre. sentadas en la materia por las actas de los procesos judiciales em. prendidos en el aflo IV (1796) contra 39 individues por presunta Participacicn en Jas matanzas de 1792, todos ellos, salvo tres, absucl- tos por falta de prucbas: se trata de ariesanos, de tenderos con edades todos ellos superiores a los treinta afios. Pierre Caron, el historiador de las Massacres de Septembre (1935), deduce que Fabre d’Eglantine, "que era entonces sectetario de Danzon en el Ministerio de Justicia, se ‘scercaba mds que los otros a Ja verdad, cuando declaraba en los Jacobinos, el 5 de noviembre de 1792: «Son los hombres del 10 de jgoxto los que han derribado la Abadia. insurrecciones populares del 12 germinal (1 de abril 1-4 pradial del afio III (20-25 ae mayo: ie fon ee on Ja ultima tentativa de los sans-culottes de Patis para imponer In Convencién termidoriana su voluntad en tanto que fuerea politica wtdnoma. Su derrota y el desarme del barrio de Saint-Antoine pusie- pn fin a su papel politico hasta las jornadas de julio de 1830, Revuel del Lambre y oe In saieie: sl pan es Ja causa material de su eccién», anotaba un informador de la policia. Lo que sul wwia més el papel capital de las mujeres, tanto en penne oe a pradial, el cual, en el conjunto de estas jornadas revolucionariss, p cedié ante el que habfan desempefiado en octubre de 1789. La poria de los insuztectos eran, por aupucsto, hombres y mujeres batrios populares y de las secciones vecinas de los mercados centro de la capital. De los varios centenares de personas dete. por su participacién directa en los acontecimientos de los 1 y 2 pradial, los documentos indican la ptofesién de 168 de Iismas: esencialmence artesanos y tendetos, 58 asalasiados, per- cientes a unas cuarenta secciones, principalmente las de Popin- a3 arrestos), el Arsenal (12), Quinze-' sts (10), Arcis (10). . documentacién no ofrece sin embargo més que una débil apre- eién de la participecién seccionaria en las revueltas de Germinal Pradial. A a cabeza del movimiento, como siempre, las tres del barrio de Saint Anmoine y lis cunt del burio de J. Fueron fuertemente spoyadas por las secciones. del p -Arcis, Derechos del Hombre, Fidelided (Ayuntamiento), Lom Mereados, Gravilliers, Halle-au-Blé; en una menor medida por 228 LA REVOLUCION PRANCESA Jas secciones del Norte: Poissonniére y Faubourg-du-Nord, En el cen- tro, las secciones del Museo y de las Tullerfas enviaron unos refuer- 20s de mujeres; pero el conjunto de las secciones del este formaron, como en el 9 termidor, un bloque compacto de defensores de Ia Cenvencién y de sus comités. En realidad, los 168 individuos arrestados por haber participade en la insurreceién de los dias 1 y 2 pradial no representan més cue una parte reducida del conjunto de Jas detenciones. Este canjunto a su vez, que escapa a todo examen, no constituye mds que una fraccin escasa de los insurrectos, cuya gran mayoria evité toda clase de persecucién seccionaria, policiaca o judicial. Al mimero de hom- bres y mujeres detenidos por su participacién directa en Ja insursec- ién, serfa preciso incorporar una parte considerable, aunque impo- sible de determinar con exactizud, de los individuos arrestados por Jas asambleas de las secciones después del 5 pradial, cuando se desen cadené Ja represin antiterrorista. Si afladimos la dificultad de preci- sar la situacién social a partir de designaciones profesionales que no tstablecen frecuentemente ninguna diferencia entre el maestro arte- sano y el trabajador asalariado, se comprenderé Ja imposibilidad de calcular Ia importancia relativa de los diversos grupos sociales o profesionales que participaron en Ia insurreccién popular. Per el con- ttario, la ausencia de un anilisis estadistico vilido no impide una constatacién: Ja importancia relativa de los obzeros asalariados entre Jos maestros de taller, los artesanos, los pequefios comerciantes, los empleados, personal habitual de las insurrecciones parisinas desde 1789. A través de los documentos descriptivos, esta presencia se afirma més regular, mas densa, en las difczentes secciones, con oc sién de las asambleas ilegales del 2 pradial, en los batallones de la fuerza armada, en la sala de Ia Convencién invadida: obreros de los talleres de armas y de las fabricas de guerra, trabajadores de los of cios artesanales, obreros temporeros de Ia construccién. ‘Asf se concreta la composicién de las multitudes revolucionarias, conjunto heterogéneo y unido a la vez: el pueblo modesto, el pueblo bumilde parisino. Debido a su estructura social compleja, las jornedas de Germinal y de Pradial permanccian en la linea de las insurreccio~ nes populares de la Revolucién desde 1789, aquella misma que pr0- longaron las insurrecciones parisinas de 1830 a 1871. Ni marginales 9 eauténomos», individuos en ruptuza con los vinculos sociales, ni proletarios sin formacién técnica a los que la carencia de empleo LA REVOLUCION: POPULAR 29 ular y la miseria inclinan al desorden unos agitadores reclutar por eu cuemta, sino attesande 9 trabajeders de ofies, empleados, tenderos y pequefios comerciantes, conglomerado de jefes Peuefias empresas y de ssalariados, igualmente exasperados por a tas. subsistencias y la crisis polftica, tecleminio por Io tanto de los sars-oulottes. Pero también part paron en las jornadas pequefios grupos de . No nos queda sino subrayar esta toma encia, sin insistir mds acerca de las motivaciones politicas 10 de agosto de 1792 y del dereaminto del ono, de Tos le mayo a 2 de junio de 1793 y de la expulsién de los giron- de la Convencién. Un sencillo ejemplo, no obstante. Sin lugar 234 LA REVOLLGION FRANCESA ‘a dudas, entre los 6.000 ciudadanos aproximadamente que habian firmado el 17 de julio de 1791, en cl Campo de Marte, con su nom- bre o con una cruz, la peticién republicana de los cordeliers, muchos no comprendfan muy bien el sentido de su gesto. Constance Evrard, cocinera, ella al menos, declaré de manera inequivoca en su interro- gutorio que la peticién tendia «a permitir organizat de un modo diferente el poder ejecutivo». Es cierto que clla afiade la precisién de que «ella lefa a Prudhomme, a Marat, a Audouin, a Camille Des- moulins y con mucha frecuencia L'Orateur du Peuplen. Por lo que se refiere a las grandes insurreceiones organizadas clan- destinamente, las del 10 de agosto de 1792 y de los dias 31 de mayo 2.2 de junio de 1793, hicieron intervenit no a unas multitudes revo- Jacionatias desarmedas en su mayorfa, sino a una fuerza armada o1 fnizada bajo un mando jerarquizado, 1a guardia nacional paris ‘apoyada el 10 de agosto por los batallones de federados de Brest y de Marsella. De todos modos, estas insurreceiones no eran sino la ‘culminacién de intensas campafias politicas que habian movilizado Jos sans-culottes parisinos con unas consignas concretas. El 20 de junio de 1792, unas columnas de manifestantes procedentes de los Barrios de Saint-Antoine y de SaintMatcel habian invadido las Tallerfas sin que consiguicsen doblegar la terca voluntad del rey; €1 6 de agosto, se concentré en el Campo de Marte una vasta meni- festacién popular para reclamar la deposicién del rey. Respecto de Ja ‘expulsién de los girondinos de la Convencién, la consigna aparece de las secciones sobre todos los actos de la vida piiblica Jas ventajas de «la permanencia activa» para la formacién civica : Jos ciudadanos. Los progresos del movimiento democritico en la mavera de 1792 y Ia crisis general que determiné 1a declaracién guetra superaron las frdgiles bazrezas artificialmente levantadas la Asamblea constituyente para restringir la soberan{a de las ones, La permanencia, «estado ce vigilancia tan,necesario en las cunstancias», fue reclamada ya desde el 28 de mayo por las seccio- es del Teatro Francés, de 1a Cruz Roja, de la Fontaine-deGrenelle. partir de entonces el movimiento ya no cesé, El 11 de julio, la tria fue declarada ea peligro, y decretada la permanencia de las woridades constituidas. Pero las secciones no eran consideradas tales, ya cue no tenfan ni autotidad definida, ni atcibuciones P No obstante, a Jo largo del mes de julio, 12 pecmanencia edé establecida de hecho. El 25 de julio de 1792, Ia Asamblea legis- cedia finalmente y deczetaba Ia permanencia de las secciones. ‘A partir de entonces la permanencia fue una de las bases del tema politico popular, de ese gobierno directo que los militantes entaron confusamente instaurar. Se revelé como un instrumento caz de accién en pericdo de crisis. Por ello fue celosamente salva- dada, Segiin un elector de la seccién de las Termas de Juliano, os de septiembre de 1792, constituye una de las «cuatro anas de la libertad», Sin embargo, los girondinos no cesaron instante de reclamar su supresin: en opinién de Salles, repte- «un instrumento revolucionario que no se podia prolongar peligro pars la libertad publica. Por el contrario, Marat sostuvo e suprimirla significarfa comprometer Ia seguridad publica. La permenencia era, empero, un arma de doble filo. Si bien los jottes aftufan a las asamblens generales en periodo de crisis, tendencia a desertar una vez que el peligro habfa pasado: sus adversarios se apoderaban de la mayorie, Tanto en Lyon 252 EA REVOLUGION FRANCESA como en Marsella, Ja permanencia de las secciones fue el instrumento de le contrasrevolucién. El peligro fue sefialado por Marat, en una carta a la Convencién, el 21 de junio de 1793: «Los ricas, los intrigantes y los malévolos se precipitan multitudinariamente a las seceiones, se hacen dueBos de cllas y consiguen que se adopten en ellas Jas mociones més liberticidas, mientras los jornaleres, los obre- ros, los artesanos, los detallistas, ex una palabra In muchedumbre de los infortunados forzados a trabajar para vivir, no pueden asistir a las mismas para reprimir las criminales manipulaciones de los enemigos de Ia libertad». El argumento fue utilizado también por Danton y contribuyé a Ia voteciéa del decreto del 9 de septiembre de 1793 por el cue se redujeron las asambleas generales a dos por semana. Guslesquiera que haya sido la intenciéa, la supresién de Ja per- manencia infligié un golpe muy duro al sistema politico popular. Se integré en Ia evolucién del Gobierno revolucionario que tendia a controlar el movimiento poplar y a estrecharlo en los marcos de 1a dictadura jecobina en formacién, Los militantes cludicron Ia ley creando las sociedades seccionarias. ‘Autonomis: los sans-calottes se mostraron tanto mas empecina- dos en reclamar In permanencia cuanto que concebian la seccién no solamente como un érgeno regulador de la polftica general, de Ja que emanaba la tepresentacién nacional y que la controlaba, sino también como un organismo auténomo, que se administraba a s{ mis- mo. La seccién es soberana, sus asumtos internos no conciernen m; que a su asamblea general, En el momento més flgido de la cri de marzo de 1793, el dfa 27, Marat exclamaba ante los jacobino: . En las asambleas primarias, los ciudadanos se reiinen para ‘clecciones; deliberan en las asambleas generales. La guetra y la eign de peligro de la patria produjeron en julio de 1792 la per- cia de las asambleas generales y les otorgaron una competencia tiente ilimitada. Aunque la permanencia fue suprimida el 9 de 260 LA REVOLUCION FRANCESA septiembre de 1793, las asambleas continuaron hasta la primavera del ao IT ocupéadose de la politica general asi como de los asuntos toestet smumpbloas de seccién eran docfias de sa organtzaciéa. En 1793 yenel afio IT, ésta parecia muy sencilla, La asamblea esté dirigida por un presidente asistido por una oficina y por un secretario-escri- Eiente para la redaccién de los atestados y actas; unos inverventores se encargan del escrutinio y de proceder al recuento de votos; unos censores 0 celadores ascguran 1a policfa de la sala. Generalmente 1a oficina se renueva cada mes, en la mayoria de los casos mediante sentados y levantados o por aclamacién. Este personal cambia poco, ya que un reducido simero de militantes se reparten los cargos Las sesiones comenzaban con la lectura del acta, siguiendo con Jas eyes y decretos 0 con las disposiciones de la Comuna, lo que con- sumfa tiempo y retrasuba la apertura de Ja discusién acerca de las cuestiones del orden del dia. A causa de ello, las sesiones, que comenzaban a las 5 de la tarde para terminar a las 10 de la noche de conformidad con la ley, se prolongaban hasta muy tarde. Parecen hhaber sido genezalmente desordenadas, cuando no agitadas; con fre- euencia carccfan de Euenos modales. Segin el informe de’ un confi- dente, el 30 de plavioso del afio IT (18 de febrero de 1794), cuando tel orden del dia inclufa cuestiones importantes, en la seccién de Ia Republica, muchos ciudadanos pedian la palabra de un modo confuso y desordenado o hablaban a yor en grito, imposibiltando cualquier deliberacién coherente. La disposicidn de los locales, iglesias o capi- Tas convertidas en bienes nacionales, donde se desarrollaban Ias asam- bleas generales, no facilitaban apenas el correcto desenvolvimiento Para apreciar exactamente el papel de Jas asambleas seccionarias en Ia organizacidn y en la actividad politicas de las masas parisinas, seria importante calcular la asistencia: no podemos pretender sino tuna aproximacién, Hay algo cierto sin embargo: a lo largo de todo ‘1 transcurso de la Revolucién, salvo en perfodo de paroxismo, Ia participaciéa en la vida politica correspondi6 a una minorfa. La entrada de los ciudadanos pasives en las asambleas de seccidn en julio y agosto de 1792 ampli momentSneamente su asistencia; ipi- damente, empero, la frecuentacién descendié. Le Moniteur del 25 de octubre de 1792 destacaba esta escasa participacién en la vida postica seccionaria: «Cada una de las 48 secciones puede albergar al menos LA REVOLUCIGN POPULAR 261 3 «+ puede suceder que una asamblea delibe- fante no rebase, ni sleance los 150, los 100 ¢ incluso menos ciuda- -danos». Después del 2 de junio de 1793, la politica seccionatia se fedujo, estrechindose en manos de una fraccién cada vez més carac- terizada; los moderados fueron eliminados pavlatinamente; entre “fos sazs-culottes, s6lo una minorfa determinada frecuentaba las asam- leas, una minoria todavia mas reducida las sociedades populares 0 seccionariss. La indigencia de la documentsciéa no permite ponderar, “por el niimero de presentes en las asambleas generales, la desafeccién de los saxs-culattes parisinos respecto del Gobiemo revolucionatio tras los procesos de germinal del afio II y las ejecuciones de Hébert _y de Chaumecte. Los escasos datos dispersos conseguides parecen que se mantuvo peco mas o menos en el mismo nivel, débil, antes, més clevado por Jo que se refiere a las elecciones militares sans-culottes otorgaban un gran interés a la elecci6n de los oficia- de la guatdia nacional), mis bajo respecto de !as raras nominacio- es civiles que eran todavia competencia de las asambleas, Persist{a atraccién de la eleceién. Pero, zqué sucedia con las asambleas ordinarias? Unos érganos de ejecucién xe encontraban a dieposicién de laa umbleas generales con el fin de asegurar la continuidad de su i6n. En efecto, las secciones no eran solamente unas circanscrip- electorales; constitufan también las subdivisiones adminis- rativas de los municipios: en su calidad de tales, fueroa cotadas de ganos de cjecucién, funcionarios y comités clegidos. | Funcionarios seccionarios electos: el juez de paz y el comisario policia. zPodemos imaginarnos en nuestros dias un comisario de clegido por sufragio universal? _Comités seccionarios electos: los comités civiles, intermediarios el municipio y las asambleas generales. A los que se afiadieron, ave surpieron las necesidides, unos comités especial m dos! res después del 10 de agosto de 1792, comités revolu- licaciéa de Ie ley del 21 de marzo de 1793, comités ieficencia, comisiones de los nitratos en el ato II; se llegaron incluso, en la primavera de 1794, unos comités de agri- eas generales de las que emanaban y el municipio cuyos ban- '¥ disposiciones debfan ejecutar. Posicién ambigua: siendo ele- 262 LA REVOLUCION FRANCESA jos por las asambleas de seccién, eran sus representantes y sus oar pero, en cuanto administradores, dependian de la Co- ‘muna, incluso contra la voluntad de las asambleas. La Comuna insu- rreccional del 10 de agosto los suspendi6, porque habfan sido nom- brados en el transcurso del perfodo censitario. Sobrecargados de tareas, se mezclaron muy poco en la politica general, tanto en 1793 como en el afio IT; en especial el 31 de mayo, en que se mantuvieron ‘al margen. Lo cierto es que, en esas fechas, los comités revoluciona- ios los habfan relegado a un segundo plano. En ef aio I, los comixés civiles se ocuparan sobre todo de las subsistencias, vigilando y con- trolando Ia distribucién del pan y la de Ia carne. Evolucionaron al igual que las demfs instituciones a través de las cuales se habia manifestado Ia autonomia seccionasia. Primeramente mandatazios de sus conciudadanos, los comisstics se transformaron a medida que el Gobierno revolucionario se reforzaba, en meros funcionarios, pronto nombrados y no elegidos, finalmente asalariados por cuenta del muni- cipio. La reaccién termidoriana les devolvié su antigua importancia. Todavia sobrevivieron un afio, hasta el otofio de 1795 y Ja entrada ‘en aplicacién de la Constitucién del afio IIT. Con ellos desaparecié Ja tltima supervivencia de la autonomfa seccionaria. ‘De todas Jas instituciones nacidas con la Revolucién y que evo- Jucionaron siguiendo su ricmo, los comités revolucionarios fueron Jos que mejor simbolizaron si no la autonom{a seccionazia, s{ al me- pees del 10 de agosto de 1792 y del derrocamiento del trono, a iniciativa de la Comuna insurreccional y de su comité de vigilancie, algunas secciones parisinas habjan creado por propia docisién unos ‘auténticos comités de vigilancia y control revolucionarios. As{, por ejemplo, desde ef 11 de agosto, la seccién del Teatro Francés, luego el 14 In de los Amigos de la Patria, el 21 la de Correos. Estos comités se encargaron especialmente de registrar y de controlar a Jos sospechosos. Al atenuarse la crisis, estos comités perdieron importan- cia, més tarde desaparecieron. En marzo de 1793, el peligro nacional y la crisis politica suscitaron de nuevo la creacién de comités simila- res. El dia 13, la asamblea general de la Cruz Roja organizé un comité revolucionario de siete miembros, encargados de recibir Ins denuncias y de efectuar las visitas domiciliarias. La vispera, la seccién del Teatro Francés habla encargado a su comité de vigilancia dispo- ner unas érdenes de arresto contra los ciudadanos «que le parecieren LA REVOLUCION POPULAR 263 " sospechosos a causa de su opinién contraria a la revolucién», La Con- ‘wencién Iegaliz6 una institucién que tendia a generalizarse: la ley del 21 de marzo de 1793 instituyd en todos Jos municipios 0 seccio- “nes de comunas un comité de vigitancia de doce miembros. Encargados en su origen vinicamente de Ia vigilancia de los ex- “tranjeros, Jos comités de vigilancia, que constituyeron en la prima- vera de 1793 un organo de combate contra Jos moderados, ampliaron ‘Pipidamente sus competencias a la policia general. Lo que fnelmente | fue consagrado por Is ley del 17 de septiembre de 1793: los cominés fevolucionarios quedaron encargados de redactar las listas de los sos- Pechosos, de emitir contra ellos Srdenes de detencién, de sellar sus ipeles y documentos. La amplia definicién que la Comuna dio al ‘tétmino sospecha incrementé por ello sus poderes. Liberados ya de Ja tutela de Jas esambleas de seccién que originariamente Jes habfan egido, escapando paulatinamente a la de la Comuna, los comités volucionarios tendian « controlar toda la vida seccionaria. Contra tendencias populares a Ja autonomia, se convirtieron en los agen- eficaces de la centtalizacién gubernamental. Los emolumentos de libras al dia concedidos a los comisarios por la Convencidn el 5 de ptiembre de 1793 representaron uno de los medios a través de los es los comités de gobierno modificaron Ia naturaleza de la insti- in, pasando de seccionaria a gubernamental, Colocades pri j@ el control del Comité de seguridad general en virtud de la ley le sospechosos, acabaron por caer, en la primavera del sfio II, bajo 'del Comiré de Salvacin Pablica: en pradial (mayo de 1794), este imo se atribuyé la nominacién de los comisarios, auténtica man- de la discordia entre los dos Comités de gobierno, mientras que asambleas de seccién no cesaban de protestar contra esta violacién sus derechos soberanos. Los comités revolucionarios que habfan constituido una de las maestras del poder popular, después de a dictadura jacobi- B, no sobrevivieron al 9 termidor. La ley del 7 fructidor del aio IT sto de 1794) los reemplazé por doce comités de vigilancia listrito, incluyendo cada uno de ellos dentro de la esferas de sus sncias a cuatro secciones, La obligaci6n de saber leer y escribir 6 de cllos definitivamente a los sans-culottes de extraccién més todavia que a través de las instituciones civiles, la autono- de las secciones se manifests mediante la creacién de una fuerza

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