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RESUMEN CAPITULO 8 Y 9

Si uno realiza los descubrimientos expuestos anteriormente y se empapa del ideal de la unidad
y orienta hacia él su vida, se ve encaminado por una vía sugestiva que le depara incesantemente
la sorpresa de algo nuevo valioso. Cada encuentro auténtico es una fuente de asombro. ¿Sabes
lo que significa encontrarse de veras con Beethoven, con Miguel Ángel o Cervantes? Vas de
asombro en asombro. Intenta, por ejemplo, oír las 32 sonatas de Beethoven para piano. No
sabrás qué admirar más: si los hallazgos armónicos o las melodías cargadas de expresividad o
los ritmos electrizantes... Cuando, al final, contemples en conjunto todo lo
oído, te verás inundado de riqueza espiritual. Si mi ideal en la vida es acumular sensaciones
placenteras, al encontrar una fuente de sensaciones agradables tiendo a ponerla
a mi servicio. Tomo ese agrado inmediato como el valor por excelencia. Olvido que los valores
más elementales remiten a otros superiores, hacia los cuales debo dirigir la atención.
Considero los goces sensibles como una meta, me entrego del todo a ellos, me empasto con el
halago que producen, me afano por intensificarlos al máximo.
Al verme saturado de tales goces, siento euforia; me parece tocar con el dedo la felicidad, pero
es un espejismo, porque yo, como persona, no puedo ser de veras feliz sino al conseguir
mi plenitud, y ésta tiene lugar a través de la creación de diversos modos de encuentro. Para
encontrarme con una persona, con una obra cultural o una institución, debo situarme cerca de
ellas pero a cierta distancia, sin perder nunca mi identidad personal, pues el encuentro es el
entreveramiento de dos realidades que ofrecen posibilidades de vida y reciben las que les son
ofrecidas.
Esta distancia de perspectiva no la guarda frente al entorno el que se deja fascinar por una
realidad o una acción placenteras.
Al darse cuenta de que, por intenso que sea el goce que siente, no está en camino de desarrollo
personal, este hombre fascinado se ve decepcionado y triste.
Esta tristeza y decepción son correlativas al vacío interior que se experimenta. La entrega a puras
sensaciones, aunque sean deleitosas, no llena nuestro espíritu porque no crea la trama de
relaciones que necesitamos para vivir como seres de encuentro. que somos. A medida que el
cultivo de las sensaciones se hace más intenso y exclusivo, ese vacío se agranda, y, al hacerse
abismal, nos produce ese tipo de vértigo espiritual que llamamos angustia.

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