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CIUDADANÍA

Ciudadanía, Conflicto y política

en Colombia
 CIUDADANÍA, CONFLICTO Y POLÍTICA EN
COLOMBIA
Desde el inicio de este curso nos hemos propuesto no sólo elaborar un marco comprensivo para
entender qué es la ciudadanía, como surgió y que elementos la comportan, sino a la vez proporcionar un
marco comprensivo que ponga en relación el problema de la ciudadanía con la situación actual de
nuestro país Colombia. En la primera parte de este capítulo nos ocuparemos de plantear el problema de
cómo caracterizar el conflicto armado en Colombia, buscando así superar la idea que señala que acá
simplemente lo que hay es una guerra contra unos mal llamados terroristas o criminales. En ese sentido
sostendremos que en la base de nuestro conflicto se encuentran un problema de participación política
que involucra a la ciudadanía y la realidad de que nuestro sistema político ha excluido a unas voces
políticas privilegiando a otras, como las de los particos tradicionales. Finalmente, continuando con la
misma tesis, expondremos la teoría de Badie sobre expresión política, con el fin de sustentar la idea de
que para lograr verdaderamente la paz y la reconciliación del país se requiere una ampliación completa
de la ciudadanía a todos los sectores y que no se calle ninguna expresión política.

1. PROBLEMAS PARA LA CARACTERIZACIÓN DEL CONFLICTO COLOMBIANO: PÚBLICOS DOMINANTES Y


SUBALTERNOS

Es claro que para la formulación de una adecuada solución a un problema este debe ser caracterizado
por completo. En ese sentido, uno de los grandes inconvenientes para el planteamiento de una posible
solución al conflicto armado en Colombia ha sido, sin lugar a duda, su caracterización. Como sostiene
Eduardo Posada Carbó, más allá de una discusión semántica en torno a la determinación del conflicto se
está definiendo no sólo su naturaleza sino también las alternativas de solución1.

Para discutir el problema de la definición del conflicto colombiano retomaremos las cuatro alternativas
que ha esbozado y refutado Eduardo Pizarro2, para evidenciar a partir de ellas que el problema de
caracterizar el conflicto en mención reside en el flujo constante de identidades que intervienen en este y
que son resultado del proceso social3, lo cual imposibilita de plano una caracterización definitiva.
Finalmente, a partir de los conceptos elaborados por Nancy Fraser4, en el contexto de la crítica a la
esfera pública habermasiana, concluiremos que en el contexto de la democracia discursiva el conflicto
puede ser comprendido como la confrontación entre públicos dominantes y subalternos, que luchan por
ejercer funciones fuertes y no ser reducidos débilmente.

¿Cómo caracterizar el conflicto armado en Colombia? ¿Se trata de una guerra civil, una guerra contra la
sociedad, una guerra ambigua o guerra contra el terrorismo? El argumento desarrollado por Pizarro
rechaza de plano estas cuatro caracterizaciones, ya sea porque resultan insuficientes o porque al
asumirlas simplemente se asume una característica particular del conflicto como si ella lo fuera todo.

1
POSADA CARBÓ, Eduardo. ¿Guerra civil? El lenguaje del conflicto en Colombia. Bogotá: Alfaomega-Ideas para la paz, 2001.
p.3.
2
PIZARRO, Eduardo. Una democracia asediada. Bogotá: Norma, 2004. p.80
3
ROMERO, Mauricio. Paramilitares y autodefensas 1982-2003. Bogotá: Planeta, 2005. p. 125.
4
FRASER, Nancy. Justice Interruptus; Critical Reflections on the Postsocialist Condition. New York: Routledge, 1997. Chapter 3.

2 [ POLITÉCNICO GRANCOLOMBIANO]
Resulta según Pizarro incorrecto hablar de una guerra civil en la medida que no se evidencia en el
conflicto colombiano dos proyectos antagónicos de sociedad que polaricen la población, generando así
una fragmentación de la soberanía. Efectivamente, por más que podamos reconocer en los grupos
armados al margen de la ley, ya sea en los insurgentes o los paramilitares, un proyecto político que busca
una transformación en la distribución del poder político, no se encuentran dichos proyectos avalados por
amplios sectores de la sociedad de tal manera que esta última se encuentre enfrentada a sí misma.

Por más que las FARC, el ELN, o los diversos grupos paramilitares hayan desarrollado redes de apoyo en
las diversas regiones donde operan, los diversos actores armados carecen de una representación social
significativa, un apoyo sustancial de la población a lo largo del país. En cambio, a pesar que hay sectores
que se pueden llegar a identificar con los diversos propósitos políticos que defienden los grupos al
margen de la ley, cada vez más se evidencia en la población un rechazo patente a todas las formas de
violencia como vías de acción política.

Igual sucede con la caracterización del conflicto como una guerra contra la sociedad o una guerra
ambigua. Al parecer de Pizarro, bajo estas denominaciones se simplifica el conflicto y se desconocen
factores importantes de este. A pesar de que no es del todo falso afirmar que a partir de la baja
representación social de los grupos armados al margen de la ley y de su constante actuar contra la
población civil el conflicto se desarrolla contra la sociedad, esta caracterización simplifica del todo el
conflicto al ignorar por completo todo su potencial político, en la medida que ignora que muchos de
estos grupos armados también luchan contra el Gobierno.

Igual sucede con las concepciones de guerra ambigua o guerra contra el terrorismo. Estas últimas han
sido elaboradas a partir de la vinculación estratégica que durante los últimos años han realizado los
diversos actores armados con el narcotráfico, o a partir de la coyuntura internacional del 9-11 que inició
internacionalmente una guerra contra el terrorismo. Si bien ha sido comprobada efectivamente la
alianza del paramilitarismo o del las FARC con redes narcotraficantes, el énfasis en este actuar ilegal, en
pro del sostenimiento de la guerra, simplemente criminaliza a los diversos actores del conflicto y
desconoce así su motivación política.

Por otra parte, a pesar de que han sido comprobados los nexos de las FARC con otros grupos armados de
influencia internacional, como ETA, su actuar violento dista de acercarse a las redes internacionales
como Al Qaeda, así como es evidente que esta caracterización surge de una política hegemónica a nivel
mundial elaborada a partir de los informes del Departamento de Estado de EEUU después de los
atentados del 2001. ¿Cómo caracterizar entonces el conflicto?

Las diferentes caracterizaciones que hemos esbozado y determinado a partir de sus límites y alcances
resultan insuficientes pues simplifican el conflicto desconociendo las complejidades del proceso social en
la que este se enmarca.

El conflicto colombiano, uno de los más antiguos del mundo después del de Israel y Palestina, así como el
de Pakistán y la India por los territorios de Cachemira, ha atravesado múltiples fases y procesos
históricos, políticos y sociales que lo han resignificado continuamente. Ciertamente el conflicto armado
interno que se generó en los años sesenta en zonas abandonadas por el Estado, en el marco entusiasta
por la revolución que había generado el proceso nicaragüense en todo América latina, en un mundo
polarizado entre Estados Unidos y la Unión Soviética, no es el mismo que hoy padece la sociedad
colombiana después del fin de la guerra fría, en el contexto de un mundo globalizado en donde hasta el

[ CIUDADANÍA ] 3
narcotráfico como red criminal internacional ha permeado las organizaciones insurgentes y
contrarrevolucionarias.

De la guerra de guerrillas de los setenta que esperaba el apoyo de las potencias hegemónicas
revolucionarias para derrocar al estado hemos pasado a la estrategia de formación de ejércitos de
carácter regular financiados por los dineros de organizaciones criminales narcotraficantes. Sin embargo,
recuérdese que en tiempos de la zona de distensión del gobierno Pastrana las FARC en su actuar se
alejaron de la tradicional estrategia guerrillera para pasar a pretender constituir un ejército con
aspiraciones de ejército regular que aspiraba desafiar al Estado militarmente.

Por otra parte, mientras en los setentas era posible encontrar dentro de la sociedad grupos de apoyo
sustancial a las luchas insurgentes, así como en determinado momento diversos gremios vieron
identificados sus intereses en lucha contra guerrillera realizada por el paramilitarismo, después de los
hechos del 9-11 se ha expandido a nivel global un repudio por toda forma de violencia que tenga fines
políticos, llegando incluso a desaparecer del ámbito internacional el delito de crimen político para ser
reemplazado por completo por la categoria de terrorismo, término bajo el cual se criminaliza toda acción
militar con fines políticos que se encuentre fuera del marco institucional de los estados soberanos o las
organizaciones internacionales reconocidas.

Así las cosas, la naturaleza del conflicto no puede ser definida a partir de una caracterización definitiva
que ignore el constante cambio a nivel nacional e internacional en las distintas esferas sociales, políticas
y económicas.

Entendemos con Jürgen Habermas la esfera pública como el foro moderno al interior de las sociedades
en el cual se da la participación política a través del habla y la deliberación racional. Este concepto ya lo
habíamos desarrollado desde el primer capítulo. Se trata por supuesto de una concepción abierta de la
participación democrática en tanto la esfera pública se distingue, según Habermas, del Estado y de las
relaciones del mercado, pues la función de la deliberación racional elaborada por los ciudadanos en
condiciones de igualdad no es otra sino la de racionalizar el dominio del Estado sobre los ciudadanos a
través de la discusión de asuntos públicos, lejos del interés privado, en vista a alcanzar un consenso
sobre el bien común*.

Ahora bien, dada la tarea de pensar conceptos que permitan una caracterización del conflicto
colombiano resulta significativo para nosotros el concepto de esfera pública. En el contexto político
presumiblemente democrático optar por una opción armada como vía política, como se evidencia en las
FARC, el ELN u otros grupos insurgentes, puede ser resultado de un bloqueo o cierre definitivo a la
participación política de un grupo o sector social determinado a la deliberación política racional.
Recuérdese que en repetidas ocasiones las FARC han defendido su opción armada al señalar cómo el
Estado y sectores en defensa del status quo, como el Paramilitarismo, exterminaron a los diversos
actores políticos que abandonaron la vía de las armas y optaron por la política después de las
negociaciones con el gobierno Barco; la Unión Patriótica es un caso ejemplar de este fenómeno,
denominado por diversos analistas como guerra sucia.

*
Según FRASER, estas son las ideas básicas acerca de la esfera pública desarrolladas por HABERMAS en The Structural
Transformation of the Public Sphere.

4 [ POLITÉCNICO GRANCOLOMBIANO]
Por supuesto, sostener esta hipótesis requiere que introduzcamos los conceptos críticos elaborados por
Fraser en vista a la transformación completa de la idea de esfera pública elaborada por Habermas. Fraser
elabora una concepción ampliada y des idealizada de la esfera pública en tanto concibe que desde sus
orígenes ella no es única, no presupone el desinterés por parte de sus participantes y tampoco aspira a
priori a la búsqueda de un consenso sobre el bien común. A través de diversas fuentes historiográficas
demuestra Fraser cómo la esfera pública tradicional que concibe Habermas es excluyente, en tanto
ignora que a la par se desarrollan esferas menores que defienden intereses que la esfera pública
burguesa ignora: los intereses de género, de raza, de clase, etc. De esa manera nos apartamos de
Habermas una vez afirma que la esfera pública ha entrado en crisis cuando en esta última intervienen
intereses no burgueses, y así se pasa de la búsqueda del bien común a intereses de clase. Efectivamente
la democracia discursiva, según Fraser, entraña en sí misma el conflicto, pues supone una multiplicidad
de públicos que luchan por sus intereses privados en vista de establecerlos ante el público dominante.

En ese sentido podemos afirmar que el conflicto colombiano, más allá del conflicto armado, siempre ha
sido sustentado por la diversidad de intereses en conflicto entre los distintos públicos. De esa manera se
puede llegar a pensar que los diversos proyectos políticos defendidos por grupos armados al margen de
la ley son la expresión de públicos subalternos ante la hegemonía del público dominante, expresado en
el Estado. Ahora bien, el tránsito de la política discursiva a la acción armada puede ser comprendido
como una reacción a la actitud excluyente del público dominante, que actúa también de forma armada.

Recuérdese que en el juicio elaborado contra alias ‘Simón Trinidad’ en las cortes de EEUU, la
imposibilidad de efectuar un fallo acusatorio en contra del guerrillero en mención se fundaba en que su
testimonio sostenía que después de evidenciar que toda vía política que había emprendido en el pasado
se agotaba, sólo quedaba el camino de las armas como legitima defensa de la vida y la integridad
personal ante los ataques armados por parte del Estado y las fuerzas paramilitares. Por eso, lejos de una
caracterización del conflicto que pretenda criminalizar a las fuerzas insurgentes o paramilitares como
narcotraficantes o terroristas llanamente, planteamos que estos grupos armados poseen un proyecto
político que a lo largo del proceso social se ha visto permeado por variantes históricas, como el ascenso
del narcotráfico o el discurso internacional en contra del terrorismo.

No obstante, no es fácil ignorar que la mayoría de las veces se ha caracterizado el conflicto como una
guerra contra la sociedad o una guerra antiterrorista, pues el actuar de dichos grupos armados muchas
veces se ha valido de acciones terroristas contra la población civil. Como señala Pizarro, después del fin
de la zona de distensión, así como del fortalecimiento de las fuerzas armadas del Estado, grupos
insurgentes como las FARC han abandonado la idea de constituir un ejército regular para volver de
nuevo a la guerra de guerrillas, alimentada por un actuar terrorista ante el poderío militar del estado que
impide una confrontación armada directa. Entonces, acá afirmamos con Fraser que la función de las
distintas esferas no es simplemente servir de control ante el poder del Estado, como plantea Habermas,
pues esto solamente significaría que los distintos ciudadanos se congregan como sociedad civil, en
oposición al Estado, para discutir sobre sus intereses sin pretender intervenir en la formulación de
políticas públicas que generen las transformaciones deseadas. En palabras de Fraser sería un público
débil, alejado por completo de toda incidencia en el Estado. Luego, si es sostenible la idea de que el
conflicto colombiano es resultado de un proceso de exclusión permanente de amplios sectores de la
sociedad, no sólo a través de medios políticos sino también armados, dichos públicos subalternos al
pretender ser fuertes no sólo se defienden por la vía armada de la acción de los públicos dominantes,
pues con su actuar también pretenden ser públicos fuertes que inciden en la transformación del Estado.

[ CIUDADANÍA ] 5
Podría objetarse a nuestra concepción que descriminaliza por completo el actuar de los grupos
insurgentes y paramilitares haciendo un énfasis particular en su actuar político. En ese sentido sus
acciones bélicas serían concebidas como crímenes políticos antes que como acciones terroristas.
Ciertamente esa es la lectura del conflicto que proponemos, y nos basamos en la idea de que más allá de
las repudiables acciones criminales de las cuales se valen los grupos armados al margen de la ley,
subyace un proyecto político que pide ser incluido dentro de la esfera pública dominante sin ser
exterminado necesariamente mediante vías militares.

En esa dirección, y como lo propusimos al principio de este trabajo, sólo a través de una adecuada
caracterización del conflicto es posible plantear soluciones sostenibles. Luego, ni el aumento del
componente militar antiterrorista ni antinarcóticos se presenta como una solución definitiva; insistimos,
soluciones de este tipo toman una parte del conflicto como el todo. Más bien se abre como posibilidad
de solución o alternativa al conflicto la idea de una ampliación de la esfera pública a través de un
proceso democratizador que garantice la participación de todos los sectores sociales. Dicha ampliación
de la democracia no supondrá de ninguna manera que la participación pública de los diversos
participantes esté orientada por la búsqueda del interés común, lejos de lo privado y en busca del
bienestar público. Acá afirmamos con Fraser que las distinciones entre privado y público obedecen a
distinciones ideológicas que reafirman el status quo marginalizando los intereses de los públicos
subalternos. La búsqueda del bien común es una idealización de la política que ignora que las
identidades entran en conflicto, pues ellas se constituyen básicamente por intereses distintos. Como
afirma Taylor: la identidad como definición de sí mismo involucra una determinación de lo que resulta
verdaderamente importante para mí, y que deseo sea reconocido5.

Ahora bien, esto no significa que el Estado deba abandonar la idea que ha sostenido durante los últimos
años de fortalecer el aparato militar en la defensa de los intereses dominantes. Mucho menos cuando las
intenciones de grupos armados como las FARC se han centrado en la lucha armada lejos de la discusión
política. Sin embargo, la acción del Estado no debe estar orientada exclusivamente al tratamiento militar
de los distintos actores ilegales que intervienen en el conflicto, sino que a la vez esta debe estar
acompañada por una política de apertura que garantice las vías de acceso a la esfera pública
gubernamental. Por supuesto las afirmaciones que sostenemos no suponen que ignoramos que una
salida negociada al conflicto supone también un debilitamiento militar de las fuerzas insurgentes que
pretenden una transformación de la repartición del poder político, sobre todo si dichas fuerzas han
cancelado toda vía de carácter político y han optado por un fortalecimiento del poder militar. En ese
sentido, una salida política del conflicto supone una derrota de la vía militar en la cual creen todavía
muchos grupos insurgentes.

5
TAYLOR, Charles. Identidad y reconocimiento. En Revista Internacional de Filosofía Política #7, pp. 10-19.

6 [ POLITÉCNICO GRANCOLOMBIANO]
2. EXPRESIÓN POLÍTICA EN COLOMBIA Y CIUDADANÍA

El poder político, en tanto se expresa en decisiones que implican necesariamente consecuencias para
una comunidad determinada, se encuentra en una relación directa con la expresión política, o como lo
llama Badie, la toma de la palabra. En ese sentido esta relación abarca una multiplicidad de
interrelaciones entre las cuales cabe distinguir tres analíticamente: la expresión política de la cual se vale
el poder para instituirse y mantenerse; la expresión que, sin dejar de estar controlada por el poder, no
tiene una función impugnativa sino sólo eminentemente comunicativa; y la expresión política que,
situada en las afueras del sistema político, requiere ser disciplinada.

Una vez generados los procesos de modernización, es decir, la crisis de los lazos sociales propios de las
comunidades tradicionales, la fragmentación social se hizo evidente: las instituciones políticas de
carácter natural vencieron y esto dio paso a la necesidad de canalizar la coordinación de los papeles
sociales que se hicieron mucho más complejos gracias a la aparición de nuevas fuerzas sociales. En ese
contexto la expresión política cooptada por el poder instituido en tanto sustenta dicho poder posee una
estrecha relación con los procesos de selección de la autoridad política. Por eso, son los partidos el
medio privilegiado para canalizar y cooptar la expresión política. No obstante, no son los partidos los que
de manera inmediata median la expresión política, pues la expresión institucionalizada se da
primeramente en función de vías como las redes de asociación que se crean a partir de la división del
trabajo, en reemplazo de las solidaridades comunitarias que hacen entrar en crisis los procesos de
modernización. Así las asociaciones integran al ciudadano al Estado, iniciando también una competencia
por el poder a partir de la diferencia de intereses que se persiguen en las mencionadas asociaciones. Es
en ese contexto donde la discusión política favorece el surgimiento de las identidades partidarias como
instituciones que expresan las diferencias sociales y que a través de canales de expresión como el
derecho al sufragio canalizan dichas diferencias llevándolas al ámbito de lo público. Es entonces en ese
tipo de sistemas donde, al estar la expresión política tomada por completo por parte de los partidos,
estos últimos dejan de ser una parte del sistema para constituirse en el sistema político en sí mismo.
Todo esto lleva por supuesto a la especialización de las élites en materia de política, pues en aras a la
competencia electoral canalizan las necesidades de las masas, sus costumbres, etc. No obstante, no por
eso ha de suponerse que los partidos de manera inmediata favorecen la expresión política de las nuevas
fuerzas sociales, pues en aras a la competencia política los partidos tienden a burocratizarse, lo cual
muchas veces redunda en una monocracia en donde el partido resulta ser la expresión de una persona o
un grupo pequeño de personas.

Ahora bien, de ninguna manera se puede entender la expresión política desde polos opuestos, como
quien enfrenta expresión vigilada (que se puede dar en un sistema dictatorial) y la expresión
institucionalizada. Existen ámbitos de la expresión de carácter intermedio que, al ser fruto de los
distintos procesos de socialización, se encuentran bajo los condicionamientos de quienes poseen el
poder o aspiran a tenerlo. Nos referimos a que en el juego político real la expresión política no se da
nunca institucionalizada por completo, y por eso en ese sentido los sistemas poseen cierto grado de
apertura que diferencia la expresión legítima de la ilegítima. Por eso Badie se ocupará del estudio de los
ejercicios del poder autoritario en el cual diversas expresiones políticas se encuentran bajo el constante
ejercicio de adiestramiento por parte del poder instituido. No obstante, la vigilancia que desarrolla el
sistema sobre las diversas expresiones puede graduarse en distintos niveles, dependiendo el grado de
adiestramiento:

[ CIUDADANÍA ] 7
Un primer nivel, caracterizado porque la expresión se confunde con el poder mismo. Nos referimos a lo
que Badie llama regímenes de pluralismo limitado, pues a pesar de que no se castigan públicamente las
expresiones políticas alternativas al régimen de poder instituido, tolerando así su existencia, se cooptan
a través de procedimientos de neutralización que las lleven a no convertirse en riesgo alguno. Se trata de
un tipo de régimen en el cual no existe una ideología totalizadora ni un partido único, pero no por eso se
abre el abanico de la expresión política de tal manera que halla un camino seguro para una transición al
poder por parte de otras expresiones. Nos referimos a que por más de que se den ejercicios electorales,
las decisiones políticas se encuentran en medio de lo que Badie llama camarillas, o quienes detentan
como camaradas el poder, con la consecuencia de que el juego político aparentemente permite la
diversidad de voces.

Un segundo nivel, en el cual se hacen necesarios ciertos recursos para apaciguar la expresión y así
conservar el poder, donde encontramos estrategias menos sutiles para esterilizar las diversas
expresiones políticas. Nos encontramos con estrategias como la reducción de posibilidades electorales a
un único partido, o la reducción explícita a través de vías legales de las vías de expresión políticas, o se
acude al fraude electoral que instituye poderes de manera ilícita. En ese sentido las posibilidades para
los votantes o los modos de movilización se hacen estrechos.

Un tercer nivel es propiamente la vigilancia política de manera explícita; allí la oposición política no tiene
lugar. En ellas la impugnación política se contraviene del todo, de tal manera que sólo es posible que
surjan expresiones inofensivas hacia el régimen desde los subterfugios, dada la represión. Esto pues se
ha instalado en la sociedad cierto dispositivo social y cultural que excluye hacia el ámbito de lo privado
cualquier tipo de impugnación efectiva, pues la población se encuentra en un estado de incredulidad y
escepticismo político. Esto no significa de ninguna manera que se entre en un estado represivo tal que
toda expresión contraria al régimen se ataque, pues hay cierta permisividad mientras dicha expresión no
se torne organizada o tome un carácter nacional. Se trata de un nivel de vigilancia en el cual comienza a
aparecer la expresión clandestina e ilegal.

Ahora bien, en tanto no todas las expresiones son institucionalizadas o se dan en el marco del control de
las instituciones, Badie considera las expresiones fuera del sistema mismo. Se trata de expresiones que
surgen en comunidades que al perder los lazos de identidad propios de la sociedad tradicional tampoco
encuentran en la institucionalidad una alternativa a las necesidades de sus modos de vida. O si se quiere,
de fuerzas que sin ser impactadas por la modernidad se deciden a ser impugnatarias: nos referimos a
que muchas de las bases de los movimientos sociales se encuentran constituidas por campesinos o
asociaciones tradicionales. Se genera así una libertad expresada en las demandas que se hacen al
sistema desde afuera a través de movimientos sociales que pueden llegar a impugnar el orden social a
partir de un movimiento revolucionario que surge lejos del centro político. No obstante la
caracterización de los movimientos sociales es mucho más compleja y se articulan a partir de las
relaciones que mantiene el movimiento social con el conjunto de la sociedad, pues no todos los
movimientos piden más atención por parte del centro de la sociedad, como quien quiere ser tenido en
cuenta, ni todos en vez de reclamar su integración a la sociedad reivindican su autonomía social, etc.
Ahora bien, dependiendo del tipo de finalidad que persiga dicho movimiento o fuerza social, si es que la
persigue porque puede generarse como un simple motín, puede hacer uso de la fuerza, o si se quiere del
terrorismo como vía extrema, que ya no es sólo contra el poder político sino contra la totalidad de la
sociedad a la cual se quiere impugnar, a través de una demostración por medio de la violencia del
fracaso del Estado.

8 [ POLITÉCNICO GRANCOLOMBIANO]
La organización internacional Freedom House destacó en el 2002 que en Colombia se vivía una libertad
parcial. Su conclusión se sustentaba en las evaluaciones realizadas a nuestro sistema democrático,
particularmente en lo que se refiere a libertades políticas y civiles. Así el país fue evaluado en una escala
de uno a cinco, siendo cinco el nivel más bajo, con un cuatro en derechos políticos y también en lo que
respecta a derechos civiles6. Para el 2008, año en el cual terminaba el mandato del Presidente Álvaro
Uribe Vélez, célebre por su Política de Seguridad Democrática, la misma organización señalaba en su
informe una leve pero significativa recuperación del país en lo que se refiere a derechos políticos, pues
había aparentemente mejorado sus condiciones políticas al ascender en la escala evaluativa al nivel tres,
situación que apresuradamente puede ser interpretada como un éxito de las políticas presidenciales ya
mencionadas. Pero ¿es entonces el sistema político colombiano mucho más plural, tolerante y libre a
partir de la seguridad democrática? ¿Hay ya mejores condiciones para la expresión política alternativa a
los partidos tradicionales? Sin pretender una evaluación exhaustiva de las políticas implementadas por la
administración Uribe, examinaremos las condiciones en las cuales surge y aparentemente se consolida el
Polo Democrático Alternativo, partido político significativo para nuestro análisis en tanto se reconoce a sí
mismo en oposición política al gobierno. Por lo tanto, las condiciones en las que se encuentra dicho
partido al interior de nuestro sistema pueden revelar el grado de libertad política que posee este último.

De esta manera buscaremos sostener que la inclusión de dicha fuerza política no significó de ninguna
manera una apertura del sistema político, y en cambio interpretaremos la aparente consolidación de
dicho partido a través del concepto de pluralismo limitado.7 Este concepto sugiere cierta asimilación o
neutralización de las expresiones políticas diferentes al régimen que detenta el poder, sin necesidad de
que se imponga una ideología totalizante o se viole la autonomía de la sociedad. Es decir, sin necesidad
de que nos impidan seguir votando libremente. Si se observa la historia política colombiana es evidente
que esta ha sido determinada por un bipartidismo imperante, de tal manera que la expresión política
puede ser caracterizada como hegemónica. En ese sentido, el cierre del sistema político puede ser
invocado como una de las causas de la violencia política que ha padecido el país. Esta razón hizo que la
izquierda colombiana a lo largo del siglo XX se expresara de manera clandestina, o bien dentro de
corrientes liberales o movimientos independientes. De cierta manera el sistema político colombiano
dispuso de un dispositivo de control que bloqueó la expresión de las diversas fuerzas que surgían al
interior de la sociedad; estrategia destinada a la reducción de posibilidades electorales a un conjunto de
partidos, y reducción explícita de la expresión política a través de vías legales como el pacto político del
Frente Nacional, respaldado por un plebiscito de amplia participación nacional. Estas razones y muchas
otras hicieron que el sistema político colombiano fuera muy restringido en lo que se refiere a libertades
políticas.

6
Recuperado de http://www.freedomhouse.org/template.cfm?page=22&year=2002&country=1002 Consultado el 9 de agosto de
2013
7
BADIE, Bertrand. La expresión política comparada. En Política Comparada. CÓRDOBA, Mercedes (traductora). México:
Fondo de Cultura Económica, 1993; p. 243.

[ CIUDADANÍA ] 9
Ahora bien, en tanto la historia social de un país es relevante para la comprensión de su expresión
política8, a inicios del siglo XXI emerge de manera institucional una fuerza política de ‘izquierda’* como
consecuencia del declive de la hegemonía del bipartidismo, la crisis económica del país, el
recrudecimiento del conflicto armado y la visibilización de diversos movimientos sociales 9; razones que
configurarán también la agenda política de esta nueva fuerza. Así en 1999 se dio la concentración de los
diversos movimientos políticos que tenían dentro de su agenda intereses de ‘izquierda’ en el
denominado Frente Social y Político (FSP) y posteriormente la consolidación de estos en el 2002 bajo el
Polo Democrático; coalición que como partido político llegará a fortalecerse como la tercera fuerza
política del país a partir de los resultados electorales alcanzados por Luis Eduardo Garzón a la presidencia.
Este éxito ha sido interpretado por Rodríguez, en su análisis de la izquierda en Colombia, como el
resultado de la aparición de una nueva derecha que insistía en el discurso de la mano dura como política
ante los actores armados. Es decir, se generó un fenómeno de polarización política que no sólo amplió
los márgenes de participación electoral, sino también permitió que se generará una competencia política
que le permitió al PDA integrar a un conjunto de fuerzas sociales que, sin ser asimilables unas a otras,
como se ve en las discusiones que se mantienen hasta el día de hoy al interior del partido, tenían como
punto en común la no identificación con el discurso de la nueva derecha. En síntesis, la competencia
política que se generó a partir del discurso político polarizador del gobierno Uribe favoreció la
consolidación de diversas expresiones políticas que pasaron de la marginalidad a la institucionalización
partidaria.

Observemos el fenómeno de polarización que hemos señalado comparando los resultados electorales de
las elecciones presidenciales de 1998 y 2002. La ausencia de un discurso radical o alternativo en la
disputa electoral de 1998 se evidencia en los resultados alcanzados en la primera vuelta de las
elecciones: Serpa y Pastrana punteando los resultados obtienen un 34% y 35% respectivamente. Para
2002 el panorama cambia, Álvaro Uribe sale elegido en la primera vuelta electoral con el 53% de los
votos y el PDA alcanza un 6% que lo sitúa como tercera fuerza del país. Esta tendencia polarizante, visible
en el discurso del candidato Uribe ante los actores armados, se acentuó en el 2006 cuando Uribe alcanza
el 62% de los votos y el PDA logra el 22% bajo la candidatura de Carlos Gaviria. Por lo tanto, es gracias a
la política implementada por Álvaro Uribe que las diversas facciones de la izquierda o de la oposición
política se integran e institucionalizan en Colombia bajo el PDA.

Ahora, si bien polarizar la expresión política favoreció la institucionalización de diversas fuerzas sociales
en el país, no por eso debe ser entendida esta acción como construcción o ampliación de derechos
políticos. Efectivamente desde 1999 el Polo democrático ha ocupado un lugar dentro de la discusión
política del país, particularmente desde la oposición política, y su consolidación precisamente se da bajo
el periodo de gobierno Uribe. Y esa es una de las razones por las cuales Freedom House postula que en
Colombia en el 2008 se dio una mejoría en derechos y libertades políticas: aparentemente la izquierda
había ganado un lugar en la escena política. Sin embargo, de ninguna manera se abrió el sistema político,
sobre todo porque el Polo Democrático Alternativo (PDA) no ha tenido ni va a tener una opción real para
alcanzar el poder político. No está en condiciones de ser un competidor real por el poder: el sistema se
hizo más plural pero de manera limitada. Nos referimos a que la tradición política del país se ha

8
Cfr., Ibidem., BADIE, Op. Cit. p. 221
* Sin pretender involucrarnos en la discusión que caracteriza lo que entendemos por izquierda o derecha en el contexto
colombiano, usamos esta denominación genérica en tanto esa es la manera como se identifica al Polo Democrático en Colombia.
9
RODRÍGUEZ, César. La Nueva Izquierda Colombiana. En La Nueva Izquierda en América Latina. Bogotá: Norma, 2005.
pp.193-233.

10 [ POLITÉCNICO GRANCOLOMBIANO]
configurado a partir de prácticas clientelistas que han disciplinado el voto de los ciudadanos, de tal
manera que la decisión electoral libre y consciente es inexistente. La posibilidad de que se hagan
cambios ostensibles en el electorado es casi nula. En se sentido la existencia del PDA al interior del
sistema político “sólo contribuye de manera cómica a la legitimación nacional e internacional del
régimen”10, ya sea porque aparece como muy democrático, que defiende las diferencias políticas, acepta
la oposición y la institucionaliza de manera partidaria, etc.

Se trata de cierto autoritarismo en tanto sin pretender anular o impugnar las diversas expresiones
políticas se suprime el ejercicio de la libre competencia política. Efectivamente, a pesar de que no se
castigan de manera dramática las expresiones políticas alternativas al régimen de poder instituido, como
lo hacen los regímenes que acuden a dispositivos de control como el asesinato selectivo y la coerción
directa, o la imposición de una ideología totalitaria, se desarrolla entonces cierto ejercicio de tolerancia
mientras se cooptan las expresiones políticas alternativas a través de procedimientos de neutralización
que las lleva a no convertirse en riesgo alguno. A pesar de que en Colombia en el pasado se acudió a que
diversos sectores de la sociedad implementaron una guerra sucia contra sectores políticos alternativos
como la Unión Patriótica (UP), en el presente nada puede ser más dañino para el régimen que el
asesinato de un líder de la izquierda democrática: hemos refinado nuestros dispositivos políticos de
dominación, resulta ser más efectiva la muerte política que la muerte biológica.

Tener una izquierda dentro del sistema político completamente neutralizada en su opción real por el
poder, legitima como democrático al régimen de turno pues internacionalmente le permite exhibirse
desde las apariencias. Solo en momentos muy puntuales, en los cuales algunos miembros del PDA
atacaron directamente al presidente, este último apeló a mecanismos de deslegitimación de la izquierda
a través de la criminalización de la oposición política: “guerrilleros vestidos de civil”, denunciaba el
entonces presidente. Sin embargo parece que esos casos puntuales de criminalización obedecían a
desencuentros personales, más que a una característica del sistema político como tal. Pues si nos
referimos al sistema político en Colombia este ha favorecido la creación de una cultura política
ciudadana fundada en el autoritarismo, carácter que LAPOP en 2008 conceptualizó como “estabilidad
autoritaria”. Se trata de una mezcla entre un apoyo y respaldo radical al gobierno y la institucionalidad,
en conjunción con una altísima intolerancia ciudadana hacia otras expresiones políticas distintas a las
hegemónicas y tradicionales. Por eso, a pesar de que se institucionalizó la expresión política de
‘izquierda’ en Colombia a partir del Polo Democrático y esto podría ser interpretado como una
ampliación de los derechos políticos, dispositivos de vigilancia de la expresión como el clientelismo, el
voto disciplinado de la población, la indistinción entre los perfiles de los partidos o la criminalización de
la oposición han marginado a esta nueva fuerza política en su opción real por el poder.

Por supuesto, cabe también pensar que el PDA ha sido útil para el régimen que detenta el poder: bajo el
PDA se han institucionalizado un conjunto de fuerzas sociales que de otra manera estarían fuera de todo
control y podrían ser más peligrosas para la estabilidad del sistema.

10
Cfr. BADIE, Op.cit. p. 251.

[ CIUDADANÍA ] 11

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