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Universidad Abierta Para Adultos

(UAPA)
Recinto Cibao Oriental, Nagua

Asignatura:
Filosofía General
(FGC-104)

Unidad VIII:
Filosofía Cristiana y Medieval

Presentado al Facilitador:

Edward Félix Valentín Duarte, M.A.

Sustentado por el Participante:

GENESIS DARLENNE KELLY AQUINO


Matrícula 07-418

Nagua, Provincia Maria Trinidad Sánchez, Rep.Dom

NOVIEMBRE 2019
UNIDAD VIII:
FILOSOFÍA CRISTIANA Y MEDIEVAL

Saludos estimados(as) Participantes:


En esta oportunidad te invito estudiar esta unidad de aprendizaje. A través de la
Estrategia Indagación Basada en el Descubrimiento consulte el texto básico de
la asignatura, los medios y recursos de aprendizaje colgados en la plataforma u
otras fuentes bibliográficas y luego proceda a realizar las actividades indicadas
a continuación:
a) Enumera las características del pensamiento filosófico de San Agustín y Santo Tomás de
Aquino

b) Caracteriza el nacimiento del pensamiento cristiano y diferéncialo del filosófico.


(Preséntalo en un cuadro).

Recuerda que debes hacer uso de una gramática correcta. Coloque hoja de presentación,
una breve introducción y a modo de conclusión una reflexión personal.
El Pensamiento filosófico de San Agustín
Introducción
El cristianismo se plantea como una novedad absoluta en el curso de la historia, a tal
punto que marca el inicio de la verdadera historia y comienza a contar los años
nuevamente. Los pensadores cristianos de los primeros 5 siglos tematizaron la
continuidad y las diferencias entre las filosofías paganas (griegas y romanas) y el
mensaje del Evangelio. Pero, la primera gran síntesis filosófica del encuentro de las
filosofías antiguas y el mensaje cristiano se plasma en el pensamiento de San
Agustín. Su influencia sobre el pensamiento cristiano medieval es indudable por tal
motivo se lo puede considerar el primer filósofo de Occidente. El pensamiento de San
Agustín es bisagra entre un mundo que culminaba (la Antigüedad Clásica) y el mundo
nuevo que nacía (Occidente).

Dentro de lo que podemos llamar filosofía cristiana podemos distinguir a la Patrística y


la Escolástica. La primera es la filosofía de los “Padres de la Iglesia” cuyo
pensamiento se desarrolló durante los primeros siglos del cristianismo hasta el Siglo V
que es en el que vive San Agustín. La Patrística fijó la dogmática, es decir el
significado de la Revelación. La Escolástica es la filosofía de las “Escuelas Cristianas”
o de los Doctores de la Iglesia y se desarrolló desde el Siglo VI hasta el Siglo XIV. La
Escolástica sistematizó y construyó el organismo de la ciencia sobre Dios o la
teología.

De San Agustín podemos destacar el carácter militante y polémico de sus escritos,


dónde San Agustín vive lo que piensa y piensa lo que vive. Es un pensador
comprometido.

Vida y Obra
Nació en Tagaste al norte de África en el 354 d.C. Su madre fue Santa Mónica que
influyó notablemente en su formación espiritual y en su conversión al cristianismo.
Estudió letras y retórico hasta que leyó un diálogo de Cicerón, el Hortensias, que le
despertó una nueva vocación: el amor a la sabiduría y el tratar de desentrañar la
verdad de todo. Esto lo llevó al contacto con los maniqueos, quienes le prometen la
adquisición de esta sabiduría a través de una explicación racional del mundo y las
respuestas a un problema que siempre le preocupó que fuera el mal. En Roma recibió
la influencia del pensamiento de San Ambrosio. Su adhesión al neoplatonismo y al
escepticismo de la Academia, marcó el segundo período de su vida. De esta forma
abandona el maniqueísmo y concibe al mal como el no – ser. A los 33 años se
produce su conversión al cristianismo, se ordenó sacerdote y fue elegido obispo de
Hipona. Murió en el 395 en esa ciudad en África. Entre sus principales obras
encontramos: Contra los Académicos, Acerca de la vida buena, Acerca del orden y
Sobre la inmortalidad del alma que datan de su época en que era catecúmeno. Entre
su bautismo y el tiempo en que se recibió de sacerdote escribió Acerca de la génesis
contra los Manichaeos, Acerca del libre albedrío, Acerca de la religión verdadera.
Luego de su ordenación se destaca Acerca de la doctrina cristiana, Confesiones,
Acerca de la Trinidad y La Ciudad de Dios.

El Planteamiento del Problema – El Problema de la Verdad


Luego de su lectura del Hortensias de Cicerón su búsqueda será la de la Verdad. La
verdad que busca San Agustín son las verdades de la Sabiduría, a las que resume en
dos problemáticas: Dios y el hombre. Estas verdades no son reductibles a las
verdades de la Ciencia, ya que para San Agustín las verdades de la Ciencia son
insatisfactorias e insuficientes porque hay una verdad que es más profunda que es la
verdad de la Sabiduría, el sentido de la salvación.

Respecto al método utilizado para su búsqueda ha variado. En su época maniqueísta


utilizó el método racionalista autónomo que se basaba en creer sólo lo que se
entiende. Pero fracasó en su uso ya que sólo lo llevó al escepticismo. Los escépticos
piensan que no hay verdad o que si la hay no es accesible al entendimiento humano.

San Agustín parte de tres certezas que están más allá de toda duda razonable:
existimos, conocemos que existimos y amamos la existencia y el conocimiento. Refuta
el escepticismo de los académicos anticipándose al proceso de superación de la duda
de Descartes y esto sirve de base para la constitución de la ciencia moderna.

Finalmente utiliza el método en el cual la fe y la razón no se excluyen sino que se


enlazan (si no puedes entender, cree, a fin de que entiendas. San Agustín no propone
abandonar la razón para abrazar la fe sino por el contrario, si Dios nos ha dado la
facultad de la razón que nos distingue de los animales, mal podríamos tratar de
sustituir la fe por la razón. San Agustín ni propugna una fe ciega ausente de razón
sino que por el contrario reconoce cierto ejercicio previo de la razón para luego tener
fe. Admite una etapa racional previa a la fe que la antecede y prepara el acto de fe.
Pero, afirma que la razón por sí sola no alcanza la verdad plena y cierta acerca de
Dios y el hombre. Para conocer la verdad de la sabiduría es necesario primero creer
esa verdad, creer en la autoridad de Dios que enseña. Es necesario creer antes de
comprender porque la fe opera una transformación en el hombre. San Agustín no
entiende la fe como una sumisión de fórmulas dogmáticas o como ciega obediencia a
la palabra y a la autoridad de Dios. El acto de fe es concebido como una entrega
confiada de toda persona a un Dios que es amor y que se revela al hombre para
invitarle a entrar en su amistad. Es decir para San Agustín, la fe es ante todo
conversión, que ilumina la razón y crea en el hombre una actitud de buena voluntad,
de amor sincero a la verdad. El que cree entenderá más porque tiene purificado su ojo
interior
De esta forma para San Agustín hacer filosofía es casi religión, metafísica, dónde el
problema del Ser absoluto no puede tratarse objetivamente, sino que es un misterio,
algo que me envuelve, me comprende y me concierne.

De esta forma la concepción cristiana difiere de Sócrates y de Platón el conocimiento


verdadero es la condición de la vida buena, del correcto obrar, mientras que quienes
obran mal lo hacen por ignorancia, por no saber. Platón fundamenta su tesis en que
sólo los filósofos deben gobernar la polis, sólo ellos conocen el bien de la polis. El
conocimiento es condición de posibilidad de la moral. Para San Agustín en cambio, el
conocimiento está condicionado por la moral, ya que sólo el que se ha convertido a la
fe puede alcanzar la sabiduría.

En San Agustín ni la razón ni la fe bastan para hallar la verdad. La fe no es un


sustituto de la razón, sino un auxilio providencial para conocer más y mejor. Fe y
comprensión se requieren mutuamente. La fe es condición para la comprensión y la
comprensión es requisito para el acrecentamiento de la fe. Ambas fe y razón llevan al
hombre al conocimiento de la verdad, pero el conocimiento que también la fe nos da
de la verdad es imperfecto, dado que el espíritu no sólo quiere creer en Dios sino
también llegar a El, a conocerlo, el espíritu busca trascender.

La Prueba de la existencia de Dios


La prueba de la existencia de Dios en San Agustín se desarrolla a través de un doble
movimiento hacia arriba (ascensión) y hacia adentro (interiorización). Va de lo inferior
a lo superior y de lo exterior a lo interior. Parte de los grados del ser que son tres:
conocer, vivir y existir. Estos grados poseen jerarquía. El grado superior o el conocer
integra a los grados inferiores (vivir, existir), de igual forma que el vivir integra al grado
inferior existir. Dentro del grado superior o el conocer también se puede distinguir tres
grados que son: la razón que es el grado superior que controla y regula a los demás,
son los principios lógicos, el sentido interno que recibe los datos de los sentidos y los
compara entre sí y los sentidos externos que son los datos que nos aportan nuestros
sentidos.

En la razón se encuentra la verdad que no es común y la misma para todos. La verdad


que se halla en la razón es inmutable, es decir, es siempre la misma, no cambia. La
verdad que se halla en la razón es común a todos los seres racionales e inteligentes
por lo cual no es propiedad de ninguno de ellos en particular.

El conocimiento es el grado superior del ser y la razón es el grado superior del


conocimiento, por lo cual si la verdad está en la razón pero no le pertenece a ésta es
porque esa verdad le trasciende a la razón, por lo que la verdad es superior a la razón.

La verdad entonces se impone a la razón y la trasciende. La presencia de Dios es


atestiguada por todos los juicios verdaderos de nuestros pensamientos y al mismo
tiempo es trascendente a todos ellos porque Dios está presente en todos los seres por
El creados, pero no puede ser reducido a ninguno de ellos. La naturaleza de Dios
escapa al pensamiento, pero el pensamiento tiene su fundamento último en Dios.

La verdad posee dos propiedades (inmutabilidad y eternidad) que son por definición
privativas del ser supremo o sea Dios. Las verdaderas eternas e inmutables no
pueden explicarse desde la razón, lo cual nos obliga a afirmar la existencia de una
Verdad inmutable y eterna que es Dios. Dios que es la Verdad sostiene a las verdades
de la razón. Dios es la razón suficiente de las verdades del conocimiento humano. La
vía agustiniana para probar la existencia de Dios pasa necesariamente por el interior
del hombre, encuentra a Dios en lo más interior, en lo superior. Las verdades no
pueden provenir de lo inferior, sino de lo superior, de esta forma San Agustín retoma y
reinterpreta el pensamiento de Platón.

La realidad puramente inteligible, que trasciende mi razón, que es necesaria,


inmutable y eterna, es lo que llamamos Dios. Dios sería según la metáfora platónica
de la alegoría de la caverna, el sol inteligible. En otras afirmaciones de San Agustín
vemos la presencia de la tradición hebrea, que concibe a Dios como Altísimo, como
innombrable. De esta forma San Agustín logra una síntesis de la tradición hebrea
presente en la Biblia y de la tradición platónica a tal punto que los significados
diversos se ven fundidos, trascendencia e inmutabilidad.

El Conocimiento: Teoría de la Iluminación


Para San Agustín Dios ilumina el entendimiento del hombre en el conocimiento de la
verdad, es decir que buscando el fundamento de la verdad, sólo puede hallarse en
Dios. Uno adquiere la sabiduría por la iluminación de la verdad divina. La razón
humana no es por sí misma luz por lo que necesita ser alumbrada por la Primera
Verdad, para poder llegar a la sabiduría La luz es la participación en la inteligibilidad
que Dios mismo tiene de la verdad, significa conocer a la manera en que Dios conoce
la verdad, pero proporcionada a nuestra manera de conocer.

En la Teoría de la Iluminación hay que distinguir dos aspectos a) el hecho y b) el modo


de iluminación. Nuestra inteligencia en el orden natural no puede ver a Dios
directamente, pero la iluminación es un beneficio común, recibido por todo espíritu, la
Iluminación, la palabra interior es la presencia de Dios y la imagen de Dios en el alma
y el consiguiente pre conocimiento del ser, unidad verdad y bien. Nuestra vida y
nuestro ser viene a cada instante de Dios, como dice San Pablo: “vivimos y existimos
en Dios”. Hay dependencia ontológica total del entendimiento humano con relación a
Dios.

La Creación: Tiempo y Eternidad


En este punto San Agustín rompe con la tradición de la antigüedad clásica. Para San
Agustín, Dios ha creado simultáneamente el tiempo y el mundo, por lo que puede
decirse que el mundo fue creado con el tiempo y no en el tiempo. Tiempo y mundo
son coextendidos. En este sentido es correcto decir que el mundo ha existido siempre
porque no hay un tiempo en que el mundo no haya existido, pero es falso decir que el
mundo es eterno, porque la eternidad no es la extensión total del tiempo, no es la
duración continua. Para San Agustín la eternidad consiste en la negación del tiempo,
es atemporalidad. Señala de esta forma la trascendencia de Dios único eterno
respecto del devenir. La eternidad es un eterno presente, constancia e inmutabilidad
del Ser puro.

Respecto a la Creación, Dios es el único Creador. Dios no engendra algo, porque de


ser engendrado sería de su misma substancia y la creación no tiene la misma
sustancialidad de Dios. Es decir, Creación ex nihilo.

San Agustín concibe la creación como un acto de instauración ontológica absoluta, un


producir el ser a partir de la nada, a diferencia de Platón dónde se concibe al ser a
partir de materia preexistente. Para los griegos, en especial Platón toda producción de
un ser requiere de un substrato previo sobre el cual proyectar la forma, precisamente
porque Platón acepta el principio carmíneo de la imposible emergencia del ser a partir
de la nada.

La idea cristiana del Dios Creador, no un mero artesano – operario como los griegos,
es la del Pleno Ser que dispensa absolutamente el ser sin condicionamientos ni
dependencias. Esta identidad entre Dios y el Ser es lo que autoriza a prescindir de un
sustrato previo para el acto creador. Su omnipotencia es manifestación de la plenitud
ontológica por la que es capaz de crea el ser de la nada.

De la creación podemos agregar a) de lo creado no hay autonomía, es decir que la


creación por sí sola no puede desarrollarse, porque lo creado necesita de Dios para su
conservación. Si Dios dejase de pensar en el mundo un instante, éste se aniquilaría b)
No hay necesidad alguna de esta creación. Dios ha creado al mundo como
omnipotente que es, por un acto de infinita bondad. La creación es un don de Dios.

Las Razones seminales


Las cosas fueron creadas por Dios, de manera tal que sus efectos estaban ya
implicados en sus razones seminales. Todos los seres, aún los futuros han sido ya
producidos desde el origen, junto con su materia, pero en forma de gérmenes –
razones seminales – que debían o deben aun desarrollarse en el decurso de los
tiempos, según el orden y las leyes que Dios mismo ha previsto. Las razones
seminales ha sido invocada para explicar la fijeza de las especies. Las razones
seminales constituyen un principio de estabilidad.

El Mal, el Pecado, la Caída, la Libertad


Estas cuatro ideas se encuentran en San Agustín estrechamente implicadas. Para
San Agustín el mal es efecto de nuestra voluntad libre y no porque la voluntad humana
sea esencialmente mala, sino que el origen del mal estaría en el hecho de hacer un
mal uso de nuestra voluntad y de la libertad. El mal del que se está hablando es el mal
moral, dado que el mal en sentido estricto es el mal moral. Un mal físico, o natural
dado que no podemos acceder al plan divino no lo podemos comprender y no
entendemos que estos son sino medios de los cuales Dios se sirve para lograr fines
buenos.

Nuestro libre albedrío tiene en San Agustín una doble limitación. a) Una limitación
ontológica, dado que el hombre es un ser creado, finito por lo cual si bien participa del
Ser no es el Ser Supremo. b) Una limitación moral que proviene del pecado original, a
partir del cual nuestra naturaleza ha quedado debilitada y por consiguiente nuestra
voluntad, como parte de esa naturaleza, también quedó debilitada en su orientación al
Bien.

Para San Agustín la naturaleza del hombre no es esencialmente mala, el hombre


conserva su capacidad de tender al Bien, pero esta capacidad está limitada por lo que
para lograrlo requiere del auxilio de la Gracia.

El mal como pecado se atribuye a la libertad humana: el hombre es libre y por lo tanto
responsable. El hombre al pecar se rebela de esa tendencia a orientarse al Bien y se
orienta a las pasiones, al mal. Pero el hombre es responsable de esta elección. Al ser
libres aceptamos esa responsabilidad y la imputabilidad de nuestros actos.

El Hombre
San Agustín toma del neoplatonismo la definición de hombre. Para Platón en
Alcibíades se dice que el hombre es un alma que se sirve de un cuerpo. Como simple
cristiano San Agustín tiene buen cuidad de recordad que el hombre es la unidad de
cuerpo y alma, pero cuando filosofa, vuelve a caer en la definición de Platón. El alma
inmortal e inmaterial anima al cuerpo mortal y material. Para San Agustín el hombre es
la unidad del alma con el cuerpo, pero no el alma encadenada al cuerpo como
sostenía Platón. Aquí San Agustín hace una síntesis entre la tradición platónica y la
judeo – cristiana. Como los filósofos griegos San Agustín piensa que la conducta del
hombre persigue la felicidad, pero a diferencia de los griegos sostiene que la felicidad
sólo puede hallarse en Dios. El hombre para San Agustín tiene una vocación
sobrenatural, es un ser para Dios.

Las dos ciudades: el hombre en la historia, la política y la ética


En la Ciudad de Dios San Agustín afirma la unidad del género humano, por el cual
todo el género humano procede de un primer hombre. Esta unidad asegura la
concordia (concepto fundamental en San Agustín), dado que al provenir todos los
hombres de uno primero, establece cierto grado de parentesco. Pero esta unidad de
San Agustín no se limita a un marco histórico – cultural concreto (como en La
República de Platón) sino en tanto unidad del género humano en su totalidad. El
hombre ha sido hecho para vivir en sociedad por lo que esta unidad supone
necesariamente una armonía de las partes constitutivas de la misma. San Agustín
describe a un hombre en la historia cuando dice que la diversidad de pueblos y
regiones en todo el planeta pueden reducirse a dos géneros de sociedad humana, la
ciudad de Dios y la ciudad terrena. La multiplicidad de culturas, de pueblos, de
regiones geográficas e históricamente determinadas se universaliza por la pertenencia
de estos hombres a estas formas de sociedad. Así están los que han elegido en vivir
según las pasiones o la carne y según el espíritu. El pecado no procede de la carne
sino que procede de la libertad, es causado por la voluntad libre que elige mal. Vivir
según las pasiones o la carne significa entonces transgrediendo el orden querido por
Dios para nosotros y el mundo. Vivir según el espíritu no es solamente cultivar el
espíritu sino hacerlo conforme a la voluntad de Dios y con el auxilio de la Gracia. Para
San Agustín la naturaleza del hombre gira alrededor del amor a Dios o a sí mismos. El
hombre es un ser creado por Dios y orientado a su creador, aún después del pecado
original. Dios es el fin del hombre porque Dios es su principio. Su Creador. Hay en el
hombre una tendencia hacia Dios, que es el Bien y el Ser Supremo a la que se
contrapone una tendencia hacia sí mismo, que es el pecado y la nada. No es una
lucha entre el alma y el cuerpo, sino de una tensión entre dos voluntades. Como
consecuencia del pecado el hombre no puede llegar a ser hombre por sí, por sus
solas fuerzas, necesita del auxilio de Dios.

La historia como peregrinación


San Agustín se refiere a la historia como peregrinación, es decir como la marcha para
hacernos uno en Dios, lo cual es posible por la Redención y la Gracia y redimirnos del
pecado original. Las dos ciudades están mezcladas pero espiritualmente separadas,
porque lo que distingue a un ciudadano de una ciudad de un ciudadano de otra
ciudad, es justamente su libre albedrío. Si su voluntad se dirige hacia el bien vive en la
ciudad de Dios, si se dirige al pecado, vive en la ciudad terrena o ciudad del demonio.
Lo que define a las dos ciudades es la voluntad libre y esta voluntad está basada en el
amor. El amor es para San Agustín aquello que nos hace ir hacia lo que deseamos. El
amor egoísta reduce el bien común al propio beneficio, el amor altruista el que mira el
bien común de esa sociedad celestial de Dios.

El elegir vivir en la ciudad de Dios no implica renunciar a vivir en el mundo, sino que
se participa de la vida temporal en todas sus formas. Pero no ha de tomarse esos
fines temporales como bienes en sí, pues el que ama a Dios, no los considera como
un bien en sí sino que busca trascenderlo hacia un fin superior. Se pertenece o no a
estas ciudades en cuanto se aman las mismas cosas y se está orientado hacia un
mismo fin. Las dos ciudades son supra temporales, tienen un sentido ideal, no poseen
una ubicación precisa ni una determinación concreta en el tiempo. En la historia, el ser
concreto de cada una de estas ciudades está dada por sus ciudadanos, por la
voluntad del hombre, por su disposición interior en el curso de su vida, de pertenecer a
una o a otra.
El pensamiento de Santo Tomás de Aquino

Tomás de Aquino nació en Roccaseca, Italia, en el año 1227 d. C.; y murió en la

Abadía de Fossanova en 1274. Su genealogía lo vincula con una familia noble

conocida como los Condes de Aquino.

Su primera instrucción la realizó en Monte Cassino, Italia. En el año 1243, ingresó en

la Orden de los Padres Predicadores Dominicos, llamados así en honor a Santo

Domingo de Guzmán. Posteriormente, se convirtió en el representante típico de la

escolástica medieval que trataba de utilizar, en el fundamento de los dogmas

cristianos, las teorías de pensadores antiguos, especialmente las de Aristóteles. De

ahí que, a partir del siglo XIII se consideró una autoridad en la filosofía y en la ciencia,

llegó incluso a ostentar el título de Doctor, al igual que San Agustín de Hipona.

La escolástica medieval, como corriente de pensamiento, intentaba colocar un

sustento filosófico como base a cualquier propuesta religiosa. En este sentido, Santo

Tomás Aquino puso, como punto de partida en su pensamiento, la afirmación de la

subordinación de la fe al conocimiento empírico, dejando claro que la fe y la ciencia no

deben contraponerse, sino suplementarse. Por eso, su filosofía parte de los

planteamientos aristotélicos acerca de la forma y de la materia; les otorga una

interpretación religiosa.
Los planteamientos de Santo Tomás se contraponen a los de San Agustín. Así, ante el

conflicto entre ciencia y religión, para San Agustín la fe adquiría relevancia, mientras

que San Tomás buscaba una respuesta científica que no objetara los postulados

bíblicos.

La vida del Aquinate se destaca por la defensa de los intereses feudales eclesiásticos.

En ese sentido, comparte la opinión de que existen personas superiores, como los

cristianos, y aquellos que, aunque fueron creados libres, por su pecaminosidad deben

ser gobernados en el mundo cristiano por los más virtuosos y profesantes de dicha fe.

Esa posición se puede apreciar claramente en el capítulo Derecho de Gentes (Ius

Gentium) de su obra Summa Teológica. En el apartado supra mencionado sostiene

que la esclavitud es un hecho natural, por eso, él se convierte en un defensor de la

desigualdad y de la jerarquía feudal, a tal punto, que las Autoridades Eclesiásticas le

otorgaron el Doctorado Angelicus, en el Concilio de Lyon.

En la vida de este filósofo figura su maestro Alberto Magno, quien se preocupó por

enseñarle las nuevas corrientes que habían llegado a Europa. Dichas corrientes

alcanzaron España por medio de los árabes, gracias al Califato de Nueva Granada

que inició su desarrollo en el año 711 d. C.; destacan cuatro períodos importantes

(711- 1031, 1031-1090,1090-1231,1231-1492) (Villa-real, 2003).

Ahora bien, las obras de Aristóteles se desconocían en el continente europeo. Es

gracias al rescate que hicieron los árabes y a las traducciones realizadas por el
médico y filósofo Averroes, que Tomás de Aquino las asimila e incorpora al

pensamiento cristiano (Marín, 2006).

Este filósofo no solo se destacó en el campo eclesiástico, sino también en el

académico. Así pues, fue instructor en la ciudad de París, donde fue colega de San

Buenaventura; también fungió como maestro en Roma y en Nápoles. Se dice que

Carlos D’anjou lo introdujo en los Estudios Generales.

Su labor intelectual fue basta. Entre sus obras más importantes destacan los

comentarios a la Metafísica, La Ética a Nicómaco y De Ánima de Aristóteles. Después

de realizar estos comentarios, inició sus dos obras más importantes, a saber: Summa

Theológica y la Summa Contra Gentes. Se conocen, además, muchos opúsculos, por

ejemplo, “El ser y la esencia” y “El mundo eterno”.

Para entender su pensamiento, es importante conocer lo que aconteció en Europa

durante los siglos XII y XIII. Esta se encontraba enmarcada en el feudalismo, según la

historia. En el aspecto económico, las relaciones sociales imperantes fueron producto

del desarrollo socio-histórico, en el cual toda la vida social e intelectual estaba bajo la

sombra del clero. Por lo anterior, la escolástica religiosa estaba presente en todas las

formas culturales, de manera que, aún en la vida económica, los tratados teológicos

encontraban asidero.

Por lo anterior, para Tomás de Aquino resultaba justo y necesario que la sociedad

feudal tomara como fundamento el derecho divino, de esa manera, justificar que la

propiedad era un régimen necesario y racional. En ese contexto, los esclavos eran
considerados como siervos de la gleba, pero en lo sustancial mantenían su condición

esclavista.

No obstante, con relación al esclavismo antiguo, Aquino afirmaba que el alma del

esclavo era libre y por eso el amo no tenía derecho a darle muerte. Consideraba

indigno el trabajo manual, por estar vinculado al cuerpo humano; por el contrario, el

trabajo intelectual era noble, pues se vinculaba con el alma racional. Esta dicotomía,

según Aquino, constituía la base de la jerarquía social. La separación entre el trabajo

físico e intelectual fue un instrumento que sirvió para establecer diferencias entre la

jerarquía feudal, pues la persona con mayor riqueza formaba parte de un eslabón

superior en los estamentos feudales.

No se debe olvidar que el régimen de producción feudal surgió en Europa Occidental

por el resultado de la confluencia y fusión de dos procesos antagónicos. Por un lado,

la decadencia del modo de producción esclavista; por otro lado, el desarrollo de la

plebe en la agricultura en forma de arrendatarios adscritos al señor feudal, no en el

sentido de esclavos, tal como se concebía en la antigüedad, sino como campesinos

que debían entregarle al señor feudal parte de sus cosechas. En esta misma forma de

producción se desarrolló la agricultura en gran manera, primero a partir de una

propiedad comunal y luego, con la propiedad privada de la tierra.

La tenencia de la tierra fue una medida que sirvió para ubicar a las personas en la

escala social. Si bien este período feudal, por su desarrollo, se puede considerar más

evolucionado económica y socialmente que el esclavista, las relaciones sociales eran


de dependencia personal del campesino con el señor feudal dueño de la tierra. Este

último tenía derecho a vender y comprar a sus siervos, ya que ellos, por la estructura

social, estaban ligados a las tierras que se vendían. Lo anterior no deja de ser una

forma oculta de esclavitud, dicha condición se retrata literariamente en algunas obras

de León Tolstoi, en el caso de Rusia.

En esta escala socioeconómica, además de la riqueza del señor feudal, existía

también una propiedad individual del campesinado y del artesano sobre los artefactos

de producción: animales, instrumentos de labranza y otras herramientas.

El sistema feudal desarrolló varias innovaciones de carácter técnico, por ejemplo, la

prensa de lagar, el molino de viento, el aumento de la fuerza animal en labores de

labranza y agricultura, así como un mayor conocimiento de la arvicultura, la viticultura

y la oleicultura. Se introdujeron, además, nuevos cultivos como los cereales,

variedades de árboles frutales y se aplicó la rotación de las siembras mediante el

sistema de las tres hojas.

En el mundo económico feudal, el hecho de que el artesanado, y posteriormente el

comercio, experimentaran una separación y se transformaran en actividades

independientes, provocó un gran desarrollo de las fuerzas productivas. De modo que a

partir del siglo XI, las ciudades de Europa Occidental fueron reviviendo

paulatinamente, porque aunque existían desde los tiempos del Imperio Romano. Estas

experimentaron una decadencia poblacional y una reducción de su territorio por las

actividades agrícolas. Asimismo, a su lado surgieron otros pueblos que se poblaron


más que en la época de la esclavitud y se convirtieron en centros artesanales y

comerciales; por lo tanto, en una fuente de riqueza considerable.

Conjuntamente con la rehabilitación de ciudades, los artesanos perfeccionaron sus

técnicas e instrumentos, como los hilares que cambiaron el huso por la rueca y

después por la rueda; el telar vertical por el horizontal movido por un pedal. Estas

innovaciones ayudaron al florecimiento de la industria, porque también se inventaron

máquinas que realizaban uno a dos trabajos al mismo tiempo, lo que condujo a la

especialización artesanal que, posteriormente, se constituyó en la base del desarrollo

capitalista de producción.

Todo este desarrollo urbano y comercial abrió espacio al florecimiento cultural

reflejado en una civilización más avanzada, que por supuesto, requería de una

justificación intelectual. En ese sentido, toma relevancia la figura de Tomás de Aquino,

porque ante la introducción de las corrientes averroístas fundamentadas en la filosofía

de Aristóteles, se produjo un enfrentamiento con el pensamiento de San Agustín, que

había predominado desde el siglo V a. C. hasta el siglo XII. Esto por cuanto la

concepción filosófica agustina sobre el conocimiento, aducía que Dios era su

fuente y contradecía la filosofía de Aristóteles, sustentada en que el origen primordial

del conocimiento radicaba en los sentidos. Dicha posición aristotélica distanciaba a la

Teología de la epistemología y si esta contradicción no se resolvía intelectualmente

con cuidado, podía aumentar el descontento entre la Iglesia y los señores feudales.
Ante esta perspectiva, Santo Tomás realizó una obra majestuosa basada en los

fundamentos aristotélicos, logrando compatibilizar algunos de estos con la religión,

especialmente, al proponer la idea de la complementariedad que implica una

conjunción del saber racional con la Teología. Esto con el fin de encontrar una

fundamentación más racional al pensamiento cristiano, de esa manera, lograr que la

Teología respondiera a las exigencias racionales de la filosofía y de la ciencia.

Sin embargo, este tipo de separación no fue del todo radical, pues tanto en San

Agustín como en Santo Tomás, la teología estaba siempre en un lugar predominante.

Si bien en el pensamiento de este último se denota una mayor autonomía, estas

disciplinas no podían excluirse totalmente, porque la ciencia debía ser un

complemento de la Teología. Es decir, bajo esa premisa, Tomás de Aquino logró

explicar los ciclos y epiciclos, que eran una variación de la idea de esferas

concéntricas de Aristóteles.

Tomás de Aquino siguió pensando en una Tierra estática y que lo perfecto era lo

inmóvil, manteniendo a Dios, de alguna manera, como un ser completo que no debía ir

hacia ningún lado para obtener su perfección, pues ya en sí lo era. En ese aspecto, el

rescate de los sentidos realizado ya por Aristóteles, fue la base de Santo Tomás, de

allí que a su filosofía se le llame Aristotelismo cristiano. No obstante, es en el campo

de la metafísica donde este autor innova, pues no solo intenta demostrar que la caída

del Imperio Romano no fue por causa del cristianismo, ya que, según él, el

cristianismo y la cultura europea eran superiores a cualquier otra. Así, el carácter

racional y su componente sobrenatural, hacían de Occidente una cultura superior a la


árabe y a cualquier otra cultura. Su preocupación por la cultura árabe, se debe a la

gran influencia que esta tenía en su época, de ahí su deleite por el estudio de diversas

culturas.

A diferencia de San Agustín, que plantea que el conocimiento se consigue por

iluminación especial de Dios, Santo Tomás sostiene que este empieza con los

sentidos. Así, en el proceso de abstracción el hombre llega al conocimiento intelectual

gracias a la doble acción de atraer, por un lado, las cualidades concretas de los seres

o entes materiales a través de los sentidos; y por otro, el intelecto agente, que lo

vincula con Dios. No logra, entonces, disolver definitivamente la dicotomía entre la

Teología y la Ciencia, porque el intelecto agente, al ser superior por su

sobrenaturalidad, debe supeditar lo adquirido por los sentidos a la revelación divina.

A partir de estos pensamientos tomistas es entendible que la inquisición persiguiera a

los científicos; además, que Osiander, en el prefacio de la obra de Copérnico Sobre

las revoluciones de las esferas celestes, afirmara que lo dicho por Copérnico en su

libro era solamente una hipótesis. Con dicha afirmación, se evitó el rechazo de la obra

copernicana y se congració con las entidades eclesiásticas. De igual forma, se explica

el juicio a Galileo Galilei, quien trató de convencer a las Autoridades Eclesiásticas de

Roma de que el verdadero sistema para explicar el cosmos era el copernicano y no el

aristotélico.

No era un momento apropiado para introducir cambios en la Iglesia que se alejaran de

la interpretación literal de la Biblia. Tampoco para que los teólogos expusieran sus
planteamientos, entre ellos Tomás de Aquino que llegó a ser proclamado por el Papa

León XIII en su Encíclica, como el maestro de toda la Filosofía y Teología.

A la luz de los pensamientos de San Agustín y de Santo Tomás, era entendible el

accionar de la Iglesia y del Tribunal de la Inquisición cuando descalificó la teoría

copernicana sobre la estabilidad del Sol y el movimiento de la Tierra. Estos

planteamientos eran considerados absurdos y falsos, a pesar del aval que les diera

Galileo, porque eran contrarias a las Sagradas Escrituras. La propuesta de que la

Tierra no era el centro del mundo y que se movía constantemente, fue considera

absurda, filosóficamente falsa y teológicamente errónea para la fe.

En ese sentido, hubo que esperarse hasta el siglo XVI para que la Iglesia ampliara su

visión y aceptara, parcialmente y por conveniencia, las propuestas copernicanas. De

esa manera, corregir el calendario Juliano, en el cual no concordaba la celebración de

la semana santa con el equinoccio de primavera. Este desfase provocaba problemas

en la calendarización litúrgica, así como en una sociedad que estaba experimentando

cambios en su visión de mundo; por lo tanto, lo teológico ahora pasaba por el filtro de

lo racional, los dogmas eclesiásticos y sus rituales podían perder sentido si no se

hacían dichas correcciones.

1.-CRISTIANISMO Y FILOSOFÍA

El encuentro cristianismo y pensamiento filosófico (fe y razón) se produce en el


siglo II d.c, en el período del Imperio Romano. En un principio se hubo un claro
enfrentamiento entre ambos debido a la disparidad de ideas y elementos que aporta
cada uno, pero luego ese enfrentamiento se irá disipando dando lugar a una estrecha
y fructífera colaboración.

Los cristianos cultos empiezan a utilizar la filosofía griega por diversos motivos:
a) presentar la doctrina cristiana en términos claros y rigurosos para impedir que
surjan interpretaciones desviadas, b) defender dicha doctrina ante los poderes civiles
(apología) y c) combatir a los filósofos que la atacan. Esta asimilación de esquemas y
conceptos de la filosofía griega tendrá como resultado la aparición de un pensamiento
cristiano.

El cristianismo trajo consigo doctrinas radicalmente nuevas, ajenas a cuanto


habían afirmado los filósofos anteriores.

En primer lugar, una nueva concepción de la historia que es vista por los
cristianos de una forma lineal y abierta, frente a la concepción circular o cíclica
defendida por los griegos. La historia humana es también el escenario de Dios; Dios
interviene en ella (providencia divina) dándole sentido. Este Dios cristiano presenta
rasgos totalmente distintos a los de las divinidades griegas: es uno (monoteísmo), y
también es el creador de todo a partir de la nada (creacionismo), además de
omnipotente y padre. Pero, lo que es más absurdo de la imagen cristiana de Dios es
que éste, en un momento y en un lugar determinado, se hace hombre y muere de la
manera más indigna en la cruz.

Por otro lado, la concepción cristiana del hombre y de la moral contiene


elementos novedosos. El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, el alma
es inmortal y los cuerpos resucitarán (esta última idea es especialmente chocante
para los griegos). Por su parte, la moral cristiana no es intelectualista, el mal (el
pecado) no es fruto de la ignorancia como pensaban la mayoría de los filósofos
griegos sino de la maldad humana y de la libertad individual. El cristianismo, en fin, se
presenta como una Verdad absoluta, única y revelada que excluye el diálogo y la
discusión filosófica, y por ello, resulta inaceptable para un filósofo griego.

CONCLUSION
El cristianismo, desde las Sagradas Escrituras, Santos Padres, filósofos y
teólogos, ha contribuido a ser la religión del diálogo permanente de la fe con la razón:
el logos sustituye al mito.

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