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De la Primera Guerra
Mundial a nuestros días. Barcelona, Ariel, 2002
SUMARIO
VOLUMEN II
De la Primera Guerra Mundial a nuestros días
11. Los fundamentos del mundo actual. La división tripartita del mundo,
1945.1989, por José RAMÓN DIEZ ESPINOSA
12. Las transformaciones culturales tras la Segunda Guerra Mundial: nuevos
prismas, nuevas perspectivas, por ALVARO FERRARY
13. Comunicación social y generalización de la cultura de masas, por JAVIER
CERVERA GIL
14. La evolución de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, por
MANUEL MORAN ORTI
15. El bloque soviético: la URSS y la Europa del Este durante la segunda mitad
del siglo XX, por RICARDO M. Martín DE LA GUARDIA y GUILLERMO A. PÉREZ
SANCHEZ
16. Las democracias del centro y norte de Europa durante la segunda mitad del
siglo XX, por ALFONSO BRAOJOS GARRIDO
17. La evolución política de Europa Meridional durante la segunda mitad del
siglo xx, por MARIA JOSÉ ALVAREZ PANTOJA
18. La construcción europea, por ANTONIO MORENO JUSTE
19. Las naciones iberoamericanas. De la Segunda Guerra Mundial a la
actualidad, por M.a LUISA MARTINEZ DE SALINAS ALONSO
20. El mundo asiático-africano, desde el proceso descolonizador hasta nuestros
días, por RICARDO M. MARTIN DE LA GUARDIA y GUILLERMO A. PÉREZ
SANCHEZ
21. Las relaciones internacionales. Conflicto y cooperación en una sociedad
globalizada, por JUAN CARLOS PEREIRA CASTAÑARES
2.6. LA CIENCIA
Puede decirse que igual que el hombre del siglo xx se entendió voluntariamente
autónomo de toda norma, el arte quiso también verse libre de cualquier valor,
como deseoso de desentenderse de toda responsabilidad humana. En paralelo
con el mundo artístico, la ciencia del período de entreguerras también enterró
las herencias recibidas del siglo XIX. El cambio más decisivo y espectacular se
verificó en la física, donde el equilibrado universo newtoniano dio paso a las
teorías de Einstein: el universo era tetradimensional, recurvado sobre sí mismo y
finito, aunque sin límites. El cambio era tan radical que estas teorías fueron
rechazadas por muchos; aunque investigaciones físicas posteriores fueron dando
cada vez más la razón a Einstein. El arrumbamiento de las viejas concepciones
físicas y la portentosa rapidez de nuevos descubrimientos (en astrofísica, en
estructura del átomo), lo único que aseguraban era que nada era seguro.
Conmovida por la indeterminación y la incertidumbre, la física se centró en la
descripción, renunciando a la explicación. Parecía imposible «comprender» la
naturaleza.
Los humanismos
Se suele hablar, con acierto, de la calidad literaria de estos años de
entreguerras. Ello es debido a la hondura con que percibieron y sintieron la
crisis muchos escritores e intelectuales de aquel momento. Puesto que el
problema era importante, no se ahorraron recursos estilísticos para manifestarlo.
El análisis de la crisis de la cultura se centró -comprensible y necesariamente-
sobre lo que le estaba pasando a su autor, el hombre, para intentar comprenderlo
y ofrecer soluciones. Fueron años en que se propusieron los más dispares
humanismos, las formas más radicales y distintas de entender al ser humano.
Análisis muchos de ellos honrados y de talento, pero en bastantes ocasiones
faltos de objetividad, poco serenos, cargados también de dramatismo; con
aciertos, pero parciales, pues intentaron dar soluciones sin renunciar al
inmanentismo, el más hondo fundamento de la cultura en crisis.
Esto último precisamente es lo que se observa en los planteamientos humanistas
de André Gide, basados en una conducta guiada exclusivamente por lo que
halaga el propio placer, huyendo de cualquier compromiso. Sin llegar a los
extremos del escritor francés, fue ésta una actitud muy extendida durante los
años veinte, los también llamados locos o felices veinte: los del Art Déco, el jazz,
el. fox-trot y el tango. Era una , forma de percibir, siquiera vagamente, la muerte
de todas las promesas anteriores. Sólo quedaba aquello, lo que se entendía como
la vida real, y ésta había que pasarla lo mejor posible. Sumidas también en el
inmanentismo, aunque más equilibradas y serenas, fueron las aportaciones de
Thomas Mann o André Malraux. En La montaña mágica (1924), Thomas Mann
realizaba un profundo análisis de su época, tomando como escenario un
sanatorio para tuberculosos en Suiza. Los enfermos, el edificio, las
conversaciones vanas y las ocupaciones intrascendentes de unos personajes
condenados a muerte antes o después, servían al autor alemán para presentar el
panorama vital de su época, el de una cultura enferma también de muerte. y en
Doctor Faustus (1948) señalaba la necesidad de un orden, de una norma,
cualquiera que ésta fuera, como posible freno a tanta disolución. André Malraux,
por su parte, se lanzaría a defender la calidad humana por la vía de la
revolución, convencido de que había que aceptarlo todo pues nada objetivo
existía. y así, entre 1926 y 1937, lo encontraremos en cualquier lugar donde
haya conflicto y lucha (Camboya, China, España), descubriendo con fascinación
culturas no europeas, desilusionado de la suya propia. Con Los conquistadores
(1928) y La condición humana (1932), creó las novelas de la revolución. Lucha
similar, pero interna, fue la de Unamuno, que intentaría apoyar su humanismo
inmanentista en un «querer creer», como salida de la crisis. Batalla parecida
mantuvo el escritor y ensayista inglés Aldous Huxley. Expuso de manera cruda
las limitaciones del hombre en obras como Contrapunto (1928), buscando a
partir de entonces, con ansiedad, una solución. En Brave New World (Un mundo
feliz, 1932) vaticinó humorísticamente el reinado del cerebro humano
desprovisto de alma; aunque bajo la capa literaria lo que en realidad estaba
manifestando era la urgencia de sanear la mente humana. En su producción
posterior pretendió una síntesis ambiciosa que armonizara la confusión política,
ética y religiosa de la época sobre una realidad espiritual invisible. Al rechazar la
trascendencia cristiana, Huxley sólo fundamentó esta realidad espiritual en un
eclecticismo místico derivado de las religiones orientales; para terminar
reduciendo esas pretendidas experiencias místicas a simples reacciones
somáticas producidas por el uso de las drogas.
Otros intelectuales de este período volvieron la vista a los ideales humanistas de
la Antigüedad. Entre ellos el poeta francés Paul Valéry y el gran filólogo alemán
Werner Jaeger.
Filosofías de los valores y teorías de los ciclos históricos
Dentro del complejo tema de las soluciones distintas a qué es el hombre, nos
encontramos con los autores que orientaron su pensamiento a las filosofías de
los valores. Para éstos, el descubrimiento y descripción de los valores, permitiría
al hombre hacerlos suyos y adecuar a ellos su conducta; con lo cual podría
superarse el desorden liberal que había conducido a la crisis.
La gran figura de este ámbito fue el filósofo bávaro Max Scheler, que tuvo el
innegable mérito de ver con toda claridad el problema de la cultura europea e
intentó contribuir con todas sus energías a resolverlo. Para Max Scheler los
valores son esencias inmutables, trascendentes al sujeto, pero limitadas al
ámbito de la inmanencia consciente. Pero estos valores que Scheler describe con
tanta agudeza son sólo reales en cuanto dados en la intuición, y no precisamente
como realidades en sí. Este autor queda aprisionado por unos planteamientos
inmanentistas que no acaba de romper, aunque rechace el inmanentismo
groseramente materialista. Otro pensador que abordó igualmente los problemas
de la ética y de los valores fue Nicolai Hartmann que, aunque se basó en Scheler,
construyó un sistema propio. Deudora en cierta medida de estas filosofías de los
valores, puede considerarse la aportación del pensador español José Ortega y
Gasset. La cuestión que le preocupó siempre ya la que dedicó sus mejores
energías es el núcleo de su obra principal La rebelión de las masas (1929): la
relación entre el ejemplar y sus dóciles. Ortega captó, como muchos de sus
mejores contemporáneos, que la existencia misma de la civilización, de la
cultura, estaba amenazada por la ausencia de normas. La dificultad consistía en
cómo transmitir las normas del hombre noble a unas masas en universal crecida.
Ortega recoge la tesis de Verweyen de que la moral nació de la renuncia a todos
los impulsos que envilecen al hombre, y las masas no parecen dispuestas a
renunciar a nada: eran incluso animadas a que a nada renunciasen. «El fondo de
La rebelión de las masas -dice Gonzalo Redondo, un buen conocedor del
pensador españoles la creencia de Ortega en que él es uno de esos nobles con
una filosofía salvadora, un hombre selecto destinado a innovar -que es salvarla
cultura. Lo plasma bellamente al afirmar que la unidad que innova la historia no
es el héroe (conforme decían Nietzsche o el mismo Verweyen), ni las masas
(según creía Marx). La unidad innovadora es la interacción del yo y su
circunstancia histórica, del noble y de las muchedumbres. No se ha de olvidar
que desde la perspectiva orteguiana ni las élites -los hombres ejemplares-ni los
hombres-masa son identificables con clases o grupos sociales, sino con modos de
comportamiento, esquemas mentales y concepción de la vida.» Un liberal puro,
elitista y selecto era Ortega (el ejemplar), cuyos planteamientos casaban
demasiado con una época que no era ya la del liberalismo, sino la de la
democracia (unas masas que no estaban dispuestas a ser sus dóciles, como dejó
bien patente la evolución política de la Segunda República española).
El segundo gran intento de un humanismo ordenador de la crisis fueron las
interpretaciones cíclicas de la historia. Para los que elaboraron estas teorías, la
crisis en que se debatía la civilización occidental no era otra cosa que el fin de un
determinado ciclo cultural. Si se estudiaba la dinámica de los ciclos culturales
que habían terminado podría dibujarse el boceto de los tiempos que quedaban
por venir.
El primero de estos grandes intérpretes fue el alemán Oswald Spengler. Para
éste, las cosas no tenían un porqué; sencillamente, sucedían. El hombre no tenía
que indagar las causas de lo que pasaba, sino limitarse a observar. Spengler
distinguió en la historia ocho grandes culturas, la última de ellas la de Europa
occidental. Estableció también una detallada morfología de las culturas: tras su
origen, un «verano», un «otoño» y un «invierno», que era el fin. Dentro de cada
cultura quedaba excluida la posibilidad de todo progreso que no fuera el
puramente evolutivo y ciego del desarrollo racial. Su relativismo extremo no le
impedía afirmar la posibilidad de establecer una ley que predeterminara la
historia: extraída del pasado, de alguna manera permitiría controlar el futuro.
Las teorías de Spengler encontraron entusiastas seguidores y también muchos
detractores (su libro La decadencia de Occidente, 1918, fue inmediatamente
traducido a varios idiomas). Entre los detractores se encontraba Arnold Toynbee.
Éste, aunque hacía suya la idea de Spengler de una sucesión de culturas en la
historia, ampliaba su número y las estudiaba con detalle. Para Toynbee, una
civilización nacía de la tensión entre el desafío de un ambiente y la respuesta que
un grupo de hombres lograba dar ante el desafío. Si la respuesta, siempre
colectiva, resultaba satisfactoria, nacía una civilización. Después de su
nacimiento podía desarrollarse o morir; lo primero era fruto de la
autodeterminación, lo segundo del rechazo de la autodeterminación. Toynbee no
negaba la existencia de ciertos elementos comunes a todas las culturas, ni que la
ciencia y la ética pudieran trascender los límites de una civilización concreta.
Los medios de comunicación, como cualquier otro factor social y cultural, han de
explicarse en su contexto, porque carecen de sentido fuera de él. No es sólo
-aunque constituya un importante referente-su dependencia respecto al mundo
de la cultura, ya de élites, ya popular. Es también su radical inserción en el
ámbito económico; porque no hay comunicación en la contemporaneidad sin
actividad empresarial paralela, salvo para los medios o las áreas geográficas
marginales. Por último -y esta relación tiene una especial relevancia en la época
que ahora se trata-, no hay comunicación sin dependencias políticas, en la
medida en que ésta se concibe como medio de difusión, de movilización y de
propaganda ideológica. Es necesario, por tanto, precisar los grandes trazos que
caracterizan este período, para abordar luego el estudio de la comunicación
social.
Tras delinear ese cuadro general, es preciso señalar las características más
importantes del mundo de la comunicación de los años que discurren entre las
dos guerras mundiales. En este dominio específico hay que abordar, al menos,
dos cuestiones fundamentales. La primera se refiere a los ciclos revolucionarios
en el mundo de la comunicación que se inician en el período. Ya se indicó cómo
la prensa de masas había conformado la oleada más importante de cambios
desde el siglo XIX. Entre 1918 y 1940 -en realidad hasta 1945 se mantiene su
crecimiento y difusión. Poco antes -con el cine en 1895hizo su aparición el
entretenimiento como actividad directamente vinculada a la comunicación. Por
último, tuvo lugar un cambio radical: los «aparatos» que facilitan el
entretenimiento en el hogar; el fonógrafo primero, la radio desde 1922 y luego la
televisión. La segunda cuestión clave en la comunicación de estos años es la
utilización persuasiva –propagandística-de los diversos medios. Es verdad que
estos dos trazos se refieren fundamentalmente al mundo occidental. Habrá que
insistir de nuevo en que la exportación de los sistemas informativos occidentales
va señalando la línea de avance y penetración del colonialismo, o de la
occidentalización si se prefiere, en las otras áreas geográficas. Pero hay que
subrayar también que los diversos movimientos emancipadores utilizan
ampliamente los medios de comunicación -entendidos al modo occidental-como
altavoces de sus reivindicaciones independentistas.
1. EL CONTEXTO HISTÓRICO
En términos generales se puede hablar de tres etapas entre 1918 y 1939. La
primera, va de 1918 a 1924. Fueron los años de crisis -económicas, sociales y
políticas-inmediatas al fin de la guerra, marcadas por las destrucciones y las
duras sanciones a Alemania. La segunda {1924 a 1929), fueron los llamados
«felices años veinte». Las inversiones norteamericanas permitieron una mejora
económica y, a la vez, , construir un clima de distensión en las relaciones
internacionales (el espíritu de Locarno). En 1929 estalló la Gran Depresión. Sus
efectos fueron desastrosos: devaluaciones, millones de parados, falta de crédito,
industrias cerradas, acumulación de productos sin vender. Las expectativas
positivas abiertas en 1924 se esfumaron. En los ámbitos coloniales -incluida
Iberoamérica, aunque su situación fuera especial la crisis, que se tradujo pronto
en una reducción del comercio internacional, tuvo efectos aún más negativos:
sus sistemas productivos estaban orientados ala venta de materias primas. La
contracción de los mercados dejó sin recursos a los gobiernos y sin trabajo ala
población de estos países. Al finalizar la Gran Guerra -como se llamó a la Primera
Guerra Mundial hasta que estalló la segunda-las imposiciones de los vencedores
condujeron a la práctica disolución de los Imperios centrales. Esto provocó un
clima de enorme tensión internacional. Alemania, por ejemplo, no reconoció las
fronteras impuestas por el Tratado de Versalles, ni sus pérdidas territoriales;
además de la imposibilidad de pagar las reparaciones fijadas. Así, los actos de
fuerza franceses y la resistencia pasiva germana se sucedieron hasta 1923.
Desde entonces, los cambios de gobierno en ambos países y la mediación
norteamericana comenzaron a posibilitar la concordia. Alemania reconoció sus
nuevas fronteras occidentales y aceptó el pago de las reparaciones. Los
norteamericanos -con el apoyo británico-lograron una reducción de las
cantidades fijadas e hicieron préstamos a Alemania, que pudo iniciar su
reconstrucción económica y disminuir sus tensiones sociales internas. Esta
relativa bonanza política, económica y social se quebró por los efectos de la Gran
Depresión. Desde entonces cada país intentó salvar su economía. Los
norteamericanos retiraron los préstamos a Alemania, que se hundió de nuevo. En
este clima se produjo el ascenso de Hitler.
La crisis económica que asoló Europa en la más inmediata posguerra permitió,
por ejemplo, la expansión del cine norteamericano por unos países
empobrecidos. Luego, desde la crisis de 1929, la industria cinematográfica, en
los países europeos en que aún existía, también se hundió. En Estados Unidos,
los bancos se hicieron con el control de las empresas productoras, que realizaron
prácticas similares alas de otros sectores económicos: las concentraciones
horizontales fueron las más frecuentes. Por ejemplo: las ocho grandes
productoras controlaban más del 95 % de las butacas de las salas de proyección
en Estados Unidos. En Europa, el intervencionismo estatal no perdió ocasión de
hacerse con un cine arruinado en la Italia fascista y la Alemania nazi; pero
tampoco los gobiernos de Francia y Gran Bretaña renunciaron a ese control
mediante la censura. También la concentración fue la solución que se impuso en
la prensa escrita europea. Igual ocurrió con las empresas de radio, aunque se
emplearon procedimientos formalmente distintos en cada caso: monopolios
estatales o cadenas nacionales de emisoras.
3. COMUNICACIÓN Y PROPAGANDA
La propaganda política comprende múltiples actividades que suelen simplificarse
en cinco tipos de acciones: simplificar, desfigurar, orquestar, contagiar y
desmontar la del enemigo. A la vez, se requiere un cierto control sobre los
medios de comunicación y -al menos-capacidad para evitarla difusión de las ideas
contrarias. La censura, por tanto, se nos presenta como la primera actividad, es
una cuestión previa, de la propaganda política que realizan los gobiernos. No es
propiamente propaganda, pero sin ella ésta no es posible en la práctica de
manera eficaz. Su carácter es más bien negativo: se trata de evitar que
determinadas ideas o valores, que los Estados consideran indeseables por
cualquier concepto, no tengan cabida, o no la tengan en aquellos medios en que
más pueden influir. En este sentido, su primera función es evitar que se
presenten argumentos que cuestionen los principios generales de la política del
gobierno y sus aplicaciones prácticas e inmediatas. En segundo lugar, la censura
política ha de eliminar la presentación de alternativas a las soluciones
gubernamentales. Por último, ha de impedir que se difundan soluciones, métodos
y aspiraciones diversas a las del ejecutivo.
Tras la Gran Guerra, los medios de comunicación ofrecieron diversidad, rapidez
y una relativa fiabilidad a coste razonable. Estas posibilidades las emplearon los
gobiernos para desarrollar la diplomacia al más alto nivel y, después, intentando
orientar la opinión pública en el sentido de sus intereses. En esa tarea las
agencias internacionales de noticias desempeñaron un importante papel. Wilson
aportó a las relaciones internacionales la llamada «diplomacia abierta». En ese
sentido, la opinión pública empezó a tener mucho peso en las relaciones
internacionales, al suscitar interés por la política internacional. Esto llevó a
intentos de control indirectos sobre la información internacional. En este campo
específico de la comunicación el papel clave correspondía a las grandes agencias
internacionales de noticias. Éstas, ya se señaló anteriormente, mantenían
relaciones muy fluidas con los gobiernos respectivos. De hecho, parte del control
que los gobiernos tenían sobre política internacional dependía de la penetración
y capilaridad de sus agencias internacionales de noticias. De ahí se deducía que
la extensión de las redes de corresponsales de éstas en las zonas más conflictivas
se consideraba, en parte, una tarea de Estado y se utilizaba la influencia
diplomática para confirmar posiciones informativas de privilegio a las agencias
propias. Por eso no es extraño que se produjeran aparentes contradicciones. Por
ejemplo, Estados Unidos y Gran Bretaña, mientras defendían teóricamente la
libertad en el intercambio informativo, pretendían desplazar a la agencia Havas
de Oriente para asegurar el monopolio del control informativo del Próximo
Oriente.
La idea que postulaba el libre intercambio informativo se concretaba en la
defensa de una política de libre concurrencia informativa. Pero pronto estos
planteamientos, independientemente de las fricciones con las agencias
nacionales de tanta importancia en este período, chocaron con el auge de los
nacionalismos autoritarios. Los regímenes totalitarios de la URSS, Italia,
Alemania y Japón mantenían unas férreas políticas defensoras de sus
nacionalismos y no contemplaban la posibilidad de una información libre.
Pretendían un control absoluto de las informaciones encaminado exclusivamente
a la defensa de sus intereses políticos. En unos casos -Italia, Japón, Alemania-de
carácter expansionista. En otros, por ejemplo el de la Rusia soviética, para
justificar la dictadura comunista. En el resto del ámbito occidental, en 1934 se
estableció que quedaban abolidas las fronteras informativas y por tanto se
dejaba la información internacional al mercado de la libre competencia. La
realidad es que los norteamericanos exportaron su modelo de libre circulación de
la información, excepto en los países totalitarios, y -en buena parte-controlaron
el flujo de informaciones internacionales. El control de las agencias tenía la
ventaja de la discreción y, a la vez, una enorme eficacia sobre el conjunto del
sistema informativo, porque en ellas se iniciaba el proceso informativo. Los
comunicados de las agencias definían el contenido de la prensa y de los boletines
radiofónicos. Su interpretación y valoración en los medios podía ser mediatizada
por los gobiernos y, por último, los noticiarios cinematográficos construían sus
programas sobre los acontecimientos que la prensa señalaba como
fundamentales. Así se cerraba el ciclo para el público: la radio daba noticia
escueta de lo ocurrido; la prensa lo valoraba y completaba con más datos y
comentarios y, por último, los noticiarios cinematográficos «mostraban» con
imágenes la «verdad» de lo sucedido.
En resumen, y por lo que se refiere a la prensa escrita y radiofónica, y en los
países democráticos, no hubo demasiados problemas para los periódicos en lo
que se refiere al ejercicio de la libertad de expresión. De todos modos, conviene
recordar que los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia conocían
-a través de las agencias de noticias que les privilegiaban en estas
informaciones-las noticias que les podrían afectar antes de que llegaran a los
medios informativos. Así tenían, habitualmente, tiempo para hacer
«recomendaciones» a la prensa. Es verdad que el clima de tensión y el auge de
los nacionalismos respectivos consiguieron que los informadores adoptaran
libremente en sus artículos un tono que los dirigentes políticos consideraban
«responsable»: es decir, que defendían y justificaban las acciones de sus
gobiernos.
Por lo que se refiere al cine la situación era muy otra. Aquí, la actuación de la
censura no era un secreto, ni se llevaba en oculto: su existencia era tan patente y
manifiesta que habitualmente aparecía antes de los títulos de crédito en cada
película. Otra cosa era cómo se presentaba y, sobre todo, cuáles eran sus
conexiones reales con los gobiernos. Dicho de otro modo: no había inconveniente
en aceptar que existía censura en el cine y que ésta actuaba; lo que se procuraba
ocultar -en algunos casos-era su relación directa con los intereses
propagandísticos de los Estados. La convicción por parte de los gobiernos de que
la censura cinematográfica era inevitable probablemente fuera anterior a la Gran
Guerra. También, para entonces, se hizo evidente que su función política debería
aparecer camuflada entre temas de moralidad y decencia pública. Del mismo
modo, su control no podía escapar a los gobiernos, aunque esta realidad
permaneciera oculta. Los países anglosajones recurrieron al expediente de la
censura «voluntaria» ejercida por un organismo emanado por la propia industria.
En realidad, hoy sabemos que esta solución, más que manifestar la
independencia gubernamental de la censura, fue un modo de sustraer sus
decisiones al control de los parlamentos, precisamente porque el organismo
censor no era estatal.
Así, desde mediados de los años veinte por lo menos, existieron fuertes vínculos
entre el cine y la propaganda y movilización política, que, además, eran
enormemente novedosos. Algunos elementos de este fenómeno corresponden a
la nueva realidad estatal resultante del triunfo de la revolución bolchevique en
Rusia: está empeñada en conseguir una buena imagen en el extranjero donde los
gobiernos la presentan con tintes sombríos y amenazadores. Además, la
situación de crisis política y social que provoca la crisis de 1929 lleva a las
autoridades soviéticas a impulsar el desarrollo de los partidos comunistas
nacionales para contar con instrumentos aptos para aprovechar o provocar
movimientos revolucionarios generados por el clima social y económico
deteriorado. Uno y otro elemento se apoyan institucionalmente en el Kuomitang,
en teoría la ayuda internacional al obrero, en realidad un instrumento de la
propaganda soviética en Occidente. Tienen origen independiente los intentos
aislados de algunas personalidades en Europa occidental. En seguida los
apoyarán los propios partidos y sindicatos socialdemócratas y anarquistas. Los
esfuerzos de unos y otros convergerán: no tanto por el acuerdo entre partidos
sino por la circulación de los hombres del cine que protagonizan estos
movimientos, menos adscritos a la disciplina de un partido u organización que
defensores de un ideal que sirven desde diversas alineaciones políticas. Unas se
centran en las producciones de ficción: desde el cine francés del Frente Popular
(lean Renoir), a las iniciativas empresariales de Willi Munzenberg (en la
Alemania prehitleriana). Otras se centran en la realización de documentales y
noticiarios alternativos en ámbitos geográficos bien diversos: en Europa, Joris
Ivens es uno de los protagonistas principales; en Estados Unidos, la Film and
Photo League primero y Frontier Films después, mantendrán esta línea de
acción; en Japón no hubo continuidad por la represión de las autoridades
imperiales.
En definitiva, al estallar la nueva conflagración, en 1939, nadie ignoraba la
importancia clave del cine en la conformación de las mentalidades. Si antes de
que la guerra estallara ya se usó el cine para transmitir valores y divulgar
ideologías, ningún gobierno dejaría de utilizar semejante arma en el momento
supremo de la crisis. No hay que olvidar, además, que la movilización afectó de
manera más intensa a los sectores más amplios y populares de la población.
Parecía efectivamente que un lenguaje dirigido a los sentimientos, más que a la
razón, tendría una incidencia más intensa en los sectores -sociales o geográficos-
en los que el analfabetismo era más extenso. Para estos grupos humanos el cine
y la radio fueron los medios de comunicación más importantes; entre otras cosas
porque con frecuencia eran los únicos a los que realmente tenían acceso directo.
Los gobiernos de Unión Nacional en Gran Bretaña atajaron, desde 1931, una de
las situaciones más deterioradas, mediante medidas que revisaron -y
enfrentaron-opciones marginadas en el decenio anterior. En 1932 emergió un
nacionalismo comercial y económico, desde la Conferencia de Ottawa de ese año
convertido en un proteccionismo imperial. El abandono del-librecambismo por la
Import Duties Act de Neville Chamberlain (1932) fue acompañado de medidas de
restauración monetaria y deflación que redujeron salarios y presupuestos para
facilitar el fortalecimiento de las reservas de oro.
Por otra parte, la cohesión nacional-imperial creciente en Gran Bretaña permitió
no sólo superar la crisis dinástica de 1935, sino resolver problemas externos.
Como los de las aspiraciones nacionalistas en la India y Egipto, o el triunfo
republicano y el desvío de demandas de unificación irlandesa del Ulster. En
vísperas de un nuevo enfrentamiento mundial, al final de los años treinta, el
Estado inglés se había fortalecido mediante prácticas intervencionistas y de
reconstrucción interna de su economía.
Ya entonces era impulsada ésta por las nuevas industrias del automóvil, la
energía eléctrica y la aeronáutica, principalmente localizadas en el sureste de
Inglaterra, donde dichos enclaves industriales, poco después, se convirtieron en
el blanco preferente de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial.
3.2. EL DECLIVE DE LA III REPÚBLICA FRANCESA
Durante el período de entreguerras, Francia presentó una trayectoria en
constante inestabilidad. Dicha evolución estuvo intensamente marcada por las
contradicciones de la III República, que afectaron tanto a su economía o a su
diplomacia, como a su planificación militar y al sistema de partidos políticos.
Desde 1870 a 1917, en una primera fase, el régimen de la III República había
sobrevivido a una serie de tensiones que erosionaron sus poderes y su sistema de
partidos. La segunda fase, entre 1918 y 1940, generó una mayor inestabilidad
que la precedente. No se trataba entonces de los tradicionales desequilibrios que
allí subsistieron, entre ejecutivo y Asamblea Nacional. Siendo tales des
equilibrios los que dieron como resultado una crónica inestabilidad ministerial o
un vacío de funciones presidenciales de la III República, ya antes de 1914. La
novedad del período de entreguerras se presentó en la división y la disipación
del poder legislativo, por el afán de conseguir mayorías gubernamentales y por
atender a las maniobras políticas mediatas. Entre 1918 y 1939 se sucedieron no
menos de 36 gobiernos, formados por 20 primeros ministros, lo que contrasta
con Gran Bretaña en el mismo período, que tuvo nueve gobiernos, dirigidos sólo
por cinco jefes de gabinete. Todo ello -además de la inestabilidad-impidió que se
elaborase una legislación de largo alcance, o evitó la creación de tradiciones
políticas duraderas.
Dentro de la que cabría considerar como la crisis de 22 años de la III República,
Leon Blum, el líder socialista francés de fines de los años treinta, apuntó en este
sentido que la más grande deficiencia política consistía en que en su país no
había más que partidos políticos. Por esta razón el mayor problema residía en la
ausencia de una organización efectiva de partidos; por lo que el sistema se
sostuvo en unos planteamientos electorales que resaltaban, por encima de todo,.
a los candidatos individuales en escrutinios de demarcación política. La debilidad
y pequeñez de los partidos políticos en Francia exigían excesivos esfuerzos para
lograr el apoyo parlamentario, que diera estabilidad a¡ los gobiernos. En gran
parte, la historia política de la Francia de entreguerras está relacionada con los
esfuerzos de pequeños grupos, para formar coaliciones y bloques que les
permitiesen actuar más eficazmente, tanto en la Asamblea Nacional como entre
el electorado. El derecho que tenían las cámaras de impugnar a los ministros fue
usado en numerosas ocasiones. Así los gobiernos franceses del período de
entreguerras caían, sobre todo, debido a mociones de censura. Tras la Primera
Guerra Mundial, toda una serie de comités operativos se interfirieron
constantemente en el proceso de gobierno. Mientras la propia Asamblea
Nacional se mantuvo siempre sensible a cualquier rebrote de la presidencia de la
III República, y su posible deslizamiento hacia un régimen autoritario. Para
evitar este peligro se recurrió a la peor de las soluciones: encomendar a menudo
la titularidad presidencial a personajes mediocres o de tercera fila, como ocurrió
en 1920. Ese año, la Asamblea negó la presidencia a Clemenceau y confirió el
cargo a un político de poca base como Deschanel, que sería destituido muy pocos
meses después de ser nombrado.
Una de las contradicciones esenciales radicaba en la existencia de partidos
políticos, de base exclusiva provincial, en uno de los Estados más centralizados
de Europa. No menos contradictorio, por otra parte, era el esfuerzo tendente a
encontrar zonas comunes de entendimiento entre grupos, mientras se producían
luchas internas y deslizamientos, por debajo de la aparente colaboración entre
ellos (en forma de coaliciones de circunstancias, que podían llegar a bloques
políticos inconsistentes). Las coaliciones de grupos centristas y de derechas
integraron el Bloque Nacional, formado por Clemenceau en 1919, para afrontar
las primeras elecciones de la victoria. También la misma coalición de centro-
derecha hizo posible la victoria del Bloque de Unión Nacional, preparado por
Poincaré en 1926. Igualmente una similar combinación de centro-izquierda,
dirigida por Herriot, triunfaría como Cartel des Gauches en 1924, o con igual
resultado, bajo la denominación de Frente Popular con Leon Blum, en 1936. Pero
a menudo las luchas internas por mantener el poder -o mejorar posiciones-
proseguían en cada coalición, con lo que los gobiernos caían con la misma
rapidez con que se formaban. El caso extremo estuvo representado por el Partido
Radical, que aspiró a colocar dirigentes al frente de ministerios en no importa
qué coalición, a lo largo de todo el período de entreguerras.
En el período considerado de última vigencia de la III República, entre las
diversas coaliciones y gobiernos tuvo especial relieve la coalición de centro-
derecha, que, como Bloque Nacional, obtuvo la victoria en las elecciones de
1919. Desde entonces hasta 1924, sucesivos gobiernos -liderados,
respectivamente, por Clemenceau, Millerand y Poincaré-tuvieron que hacer
frente a dos problemas básicos. El primero, la crisis financiera: que debido a la
inflación, obligó al gobierno a solicitar préstamos y presionó para conseguir el
máximo pago de reparaciones de guerra a Alemania. Estos fondos eran
considerados de importancia vital, para reconstruir el aparato industrial y la
infraestructura financiera de Francia. El segundo problema gubernamental
estuvo relacionado con la escisión del socialismo francés en dos partidos, el
socialista y el comunista, que mantuvieron durante el período de entreguerras
una abierta tensión, lo que provocó una manifiesta inestabilidad social (y casi
incontrolable oscilación, por la parte izquierda del electorado).
Desde 1924 a 1926, la coalición de socialistas y radicales dio el triunfo al Cartel
des Gauches. En dicho intervalo se acentuaron los desórdenes sociales, tanto
como en Francia se incrementaron las alzas de precios y se agudizaron los
problemas de la inración o la deuda. En cuanto al desarrollo del Estado, las
reformas administrativas introdujeron la sindicación del funcionariado, el relevo
de altos cargos, el laicismo en la escuela y ciertas mejoras económicas y sociales.
Pero la persistencia de la inestabilidad financiera siguió pesando en la economía
francesa, tanto como las exigencias de reparaciones y mayores endeudamientos
externos.
Durante la segunda mitad de los años veinte, una aceleración económica y
algunos avances sociales alimentaron la confianza, que fue depositándose en
gobiernos fuertes. Éste fue el caso del ejecutivo surgido de la coalición de
moderados y radicales, desde 1926, año del regreso de Poincaré al dominio de la
política francesa. Desde 1926 hasta 1931, su presencia al frente del gabinete de
Unión Nacional significó, sobre todo, la acentuación de políticas presupuestarias
y monetarias. La reducción de gastos y el saneamiento de tesorería (Caja de
Amortización, 1928), junto ala devaluación del franco, permitieron un equilibrio
presupuestario, una cierta estabilidad de la moneda y, como corolario, la
reanudación de la expansión. En poco tiempo, la aparente bonanza económica
produjo repatriación de capitales y una relativa expansión industrial, que
permitió la implantación de nuevos sectores, como el del aluminio o el de la
industria del automóvil. Estos impulsos -industrial, así como agrario-aunque
rezagados, produjeron una tendencia al pleno empleo momentáneo. y al igual
que en , Gran Bretaña por la época, los gobiernos conservadores franceses
tendieron a asentar ciertas mejoras sociales: como la extensión de los seguros
sociales, las indemnizaciones agrícolas por catástrofes naturales o la gratuidad
de la enseñanza secundaria.
En Francia, las crisis políticas solían coexistir con problemas económicos, pero
entre estos últimos, los heredados de la Primera Guerra Mundial actuaron de
freno irreparable, en un país con una base industrial más limitada respecto a
competidores. A diferencia de otros países, Francia tuvo que atender tanto a la
reconstrucción como ala renovación de su equipo e infraestructuras anticuados.
y la última línea fue definitivamente pospuesta, con la suspensión de las
reparaciones alemanas, en las que se había cifrado toda la modernización y
actualización industrial de Francia. Desde 1931, suprimidas las entregas en
concepto de reparaciones (obligadas desde Versalles y en las que Francia, como
vimos, había cifrado su recuperación internacional) surgieron de nuevo tanto las
deficiencias económicas de base, como los lastres políticos y una tensión social
en progresión. La crisis social llegó a Francia en 1931, Justo cuando las
limitaciones industriales generaron altos índices de paro. Los peores efectos, sin
embargo, se acumularon durante 1932 yen torno a 1933, fecha en que los
parados aumentaron hasta 1.300.000. Siendo todos éstos síntomas evidentes, al
primer golpe de vista, no se debe dejar de señalar que la descomposición social
-la desagregación de sectores y élites en la sociedad francesa-, así como las
tensiones políticas habituales entre radicales, moderados, socialistas y
comunistas, precedieron ala crisis económica y -en buena medida-concurrieron a
su agravamiento. Lo que supuso una nueva recomposición de las expectativas de
cambio izquierdista en el régimen republicano: desde la reconstrucción, en las
elecciones de 1932, del Cartel des Gauches de 1924; o bien, desde 1934, la
Unión de Izquierdas, que dio paso al Frente Popular y su triunfo electoral de
1936.
Desde esta última fecha y por dos años, el triunfo electoral permitió una cierta
entente en el gobierno del Frente Popular, entre socialistas, comunistas y
radicales, bajo la jefatura gubernamental del socialista Leon Blum (hasta marzo
de 1938, en que quedó constatada la ruptura de aquel Frente). El gabinete Blum
realizó reformas sociales esperadas, como derechos sindicales y vacaciones
pagadas, implantación de la semana laboral de 40 horas, así como incrementos
salariales. Pero en uno de los Estados europeos más ranciamente liberales -con
menores servicios sociales-las medidas frentepopulistas fueron tardías e
introdujeron una inversión repentina de la situación, que -con alzas de salarios y
mayores gastos del gobierno-provocaron mayor caos económico. Es de notar en
este sentido que en Francia no tuvo ningún impacto hasta entonces -como ya
empezaba en otros países occidentales a dar sus frutos: de reconducción de la
crisis, desde el poder público-la teoría progresiva económica de Keynes, sobre el
gasto público para generar demanda e impulsar la actividad. Los economistas
franceses permanecieron apegados a las viejas fórmulas liberales, y consideraron
la función primordial del Estado como la de crear el solo marco natural de
crecimiento económico, por ejemplo a través de políticas monetarias o de
estabilización económica. En 1938 la economía francesa comenzaba a
enderezarse, cuando ya otros países remontaban la crisis, como sucedía con las
economías de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. Pero tanto una nueva
devaluación del franco, como el retraso de la recuperación económica, minaron
la fortaleza de la coalición frentepopulista. La crisis que estalló afines de 1937,
con la ruptura entre comunistas y radicales, desde abril de 1938 sin
participación de socialistas, quedó consagrada por la orientación oficial. Por
iniciativas gubernamentales como las del nuevo gobierno Daladier, después de
medidas regresivas sociales como la ley de derogación de la semana de 40 horas.
Una medida de revisión social como aquélla conllevó la convocatoria de una
huelga general contra un gobierno de centro-izquierda; pese al fracaso de tal
movimiento por las luchas internas de sectores obreros (además de añadir una
fuerte represión gubernativa). Desde: entonces los conflictos laborales
disminuyeron, pero quedó herida de muerte la confianza de las izquierdas en el
régimen republicano, mientras perdía -por motivos opuestos, entre sectores
beligerantes-legitimidad y eficacia el propio régimen democrático. Yla marcha
política, tanto como las acciones gubernamentales, o las fuerzas antisistema,
provocaron -junto al caos financiero y la polarización social, en aumento desde la
formación de las «ligas» ultras y el giro derechista hacia la violencia
extraparlamentaria, desde 1934una intensa división de la sociedad francesa.
Situación muy amenazadora para el futuro de la III República y pretotalitaria,
para una parte de la opinión pública, que fue favorecida psicológicamente por
Hitler: con su retraso de la amenaza de invasión, intencionadamente retrasada
hasta el mes de mayo de 1940. Con un primer ministro como Eduard Daladier
-que la había sido ya en 1933-1934, en el momento de ascenso derechista y de
práctica impunidad de la violencia política, tanto como de corrupción
republicana-en su último mandato, aquel político radical-socialista firmó el
acuerdo -que proporcionó la situación de manos libres de Hitler- en Munich en
1938; permaneciendo aún Daladier casi dos años al frente de un agonizante
gobierno. Justo en el momento en que la III República estaba casi destruida, al
alinearse la opinión pública en dos frentes bien definidos: los que deseaban la
colaboración con los nazis (un amplio sector de la sociedad francesa, que explica
la facilidad del paseo militar de Hitler hasta París, así como el fenómeno del
gobierno colaboracionista de Vichy, y el carácter muy incierto de la resistencia) a
expensas de un conflicto general; y, por otra parte, la resistencia total ya
ultranza, hasta llegar a una posible reconquista territorial (del sector que se
articularía en la resistencia y el maquis, contra la ocupación alemana). Esta
última fue una solución a fortiori, mientras el antiguo primer ministro Daladier
fue hecho prisionero por los nazis y trasladado a Alemania (de 1943 a 1945;
aunque sobreviviente a la segunda guerra, todavía presidiría el radical-
socialismo entre 1957-58). Mientras los que repudiaban frontalmente a Hitler o
su régimen colaboracionista francés -como incompatible con la configuración
nacional francesa-, reacios también a una democracia inestable como la
republicana, no acatarían la humillación intolerable de una nueva anexión
alemana.
2. EL COMUNISMO
3. EL FASCISMO ITALIANO
4. LA ALEMANIA DE HITLER
4.1. EL NACIONALSOCIALISMO
Hitler fue el diseñador del tercer modelo totalitario del período de entreguerras.
En Versalles, Alemania fue declarada culpable de la guerra y tuvo que aceptar
las condiciones de unos tratados que pronto fueron denominados como el Diktat.
Se vio obligada a ceder Alsacia y Lorena a Francia; los distritos de Eupen,
Malmédy y Moresnet a Bélgica; el norte de Schleswig a Dinamarca; Posnania, la
Alta Silesia y un corredor con salida al Báltico a Polonia. Danzig y Memel fueron
declaradas ciudades libres. Asimismo se estableció que en su momento se
celebrarían plebiscitos, que aclarasen si el Sarre quería ser francés o alemán, y
si las zonas de Silesia y el sur de Prusia oriental se incorporaban a Polonia o a
Alemania. Además, Alemania fue despojada de su Imperio colonial. En estas
condiciones los alemanes entraron en el período de entreguerras, en vísperas de
que el nazismo se hiciera con el poder. Sin embargo, la historia del nazismo no
puede reducirse ala reacción alemana a las condiciones impuestas en Versalles,
por más que contribuya a la comprensión del establecimiento de esta peculiar
tiranía en Alemania. Así pues, es preciso recalar en la biografía del tirano.
Hitler nació en 1889 en Brunau-der-Inn, en la Alta Austria, y como fruto de sus
lecturas de Nietzsche creyó verse retratado en los libros del filósofo, Hitler se
reconoció como el superhombre y el conductor de los pueblos, destinado a
imponer su voluntad a su nación. Que semejantes delirios megalómanos se
puedan reducir ala enajenación mental del dictador no parece concorde con la
verdad. La perversidad de Hitler fue compatible con su cordura mental, y así lo
prueban los estudios psiquiátricos realizados sobre el personaje, en los que se
afirma que tanta maldad no puede ser obra de un demente. Sólo una mente
cuerda y perversa a la vez pudo planear tal estado de cosas, que se pusieron en
práctica gracias a la multitud de admiradores y colaboradores que el tirano
encontró en Alemania y fuera de Alemania.
El comienzo de su actividad política puede situarse en el año 1919, cuando Hitler
conecta con el Partido Alemán de los Trabajadores, al que se le cambió el
nombre por el de Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores
(NSDAP), vulgarmente conocido como partido nazi. Cuando en 1921 fue elegido
presidente del mismo, redactó su primer programa: una sola patria para todos
los alemanes, recuperación de las colonias perdidas, guerra al parlamentarismo,
transformación de la enseñanza, «germanización» de Alemania y control de la
religión, por cuanto podía acabar con la unidad de la patria por él concebida.
En la célula del partido de Munich conectó con los ex oficiales Rohm y Goring,
con el escritor racista Gottfried Feder y con los estudiantes Alfred Rosenberg y
Rudolf Hess. En 1923, a la vista de lo logrado por el líder fascista, quiso probar
suerte, y fue entonces cuando proyectó el putsch de la cervecería, para lo que
contó con la colaboración del general Ludendorff. Tras su fracaso, fue condenado
a la prisión de Landsberg, en la que sólo permanecería unos meses ya que muy
pronto fue amnistiado de la condena de cinco años. Durante este período redactó
Mein Kampf; libro que fue completado tres años después, y fue también entonces
cuando concibió la articulación del partido en tomo a su persona y fundamentado
en las organizaciones paramilitares: las fuerzas de combate (SA), su guardia
personal (SS), el servicio de seguridad (SD) y las juventudes hitlerianas (HJ).
El presidente Hindenburg encomendó la cancillería a Hitler el 30 de enero de
1933. Por entonces el líder nazi había conseguido que un grupo de banqueros e
industriales financiaran el partido y los gastos electorales, a cambio de renunciar
a las propuestas socialistas de su programa. En su sustitución, Hitler propuso un
relanzamiento industrial y una política de rearme. Así las cosas, la maquinaria
nazi se preparaba desde entonces para desplegar con energía toda la brutalidad
del Estado racista totalitario.
No había transcurrido ni un mes desde su nombramiento, cuando los nazis
incendiaron el Parlamento de Berlín, de lo que fueron inculpados los anarquistas
y los comunistas. Esto sirvió de excusa para suspender las garantías
constitucionales y fortalecer su dictadura. En este ambiente es en el que hay que
juzgar el «triunfo» electoral de los nazis del mes de marzo. En aquellos comicios
consiguieron ocupar 288 escaños frente a los 289 de la oposición (120
socialistas, 88 del Zentrum, y 81 comunistas). y el «triunfo» fue posible porque
los 52 diputados nacionalistas de Hugenberg se uncieron al yugo nazi. y fue ese
Parlamento el que aprobó la ley de plenos poderes, disposición con la que se
iniciaba formalmente la dictadura de Hitler. En paralelo y por esas mismas
fechas se inauguraron los campos de concentración de Dachau y Oranienbur, que
muy poco después se convertirían en campos de exterminio.
En J. Goebbels encontró Hitler un eficaz colaborador, y fue a este personaje al
que encomendó el Ministerio de Propaganda, que en muy pocos meses dispuso
de 14.000 funcionarios. La concepción del Estado nazi no podía ser otra que la
de la concentración de poder y la centralización, por lo que bien pronto se
suprimió la autonomía de los länder. En la primavera de 1933 los judíos sufrieron
un primer boicot, como preludio de mayores calamidades. Días después, se
disolvieron las organizaciones obreras y fueron encarcelados sus dirigentes; más
tarde los trabajadores fueron encuadrados en el Frente Alemán del Trabajo, el
sindicato único y obligatorio, y al igual que en la URSS la huelga fue prohibida.
En el verano se declaró la ilegalidad del partido socialista, como primer paso de
un proceso que culminaría en la proclamación del partido único. y como remate y
coronación de todas estas «reformas», Hitler proclamó el III Reich en
Nüremberg el 30 de agosto, el Imperio que se anunciaba con una vida de mil
años.
Doce meses después de los fastos de Nüremberg el totalitarismo nazi se
fortaleció aún más, al compás de los acontecimientos que describimos a
continuación. El 30 de junio se produjo la purga más importante en el partido,
que ha pasado a la historia como la «noche de los cuchillos largos». Tal
denominación no significa otra cosa que el asesinato de numerosos militares,
entre los que cabe mencionar a Von Bredov y Von Schleider. La misma suerte
corrieron los nazis de las SA ( «camisas pardas» ) sospechosos de desviacionismo
político, entre otros su propio jefe, Rohm, que había jugado un papel decisivo
hasta entonces en la conquista del poder de los nazis.
Seguro de su fortaleza, el 1 de julio Hitler anunció su negativa a satisfacer las
reparaciones impuestas a Alemania con motivo de la Gran Guerra. y un hecho
más vino a reforzar su posición, pues todo ello coincidió casi en el tiempo con la
muerte del presidente Paul von Hinderburg, lo que aprovechó Hitler para
apropiarse también de ese cargo. Su decisión fue ratificada en una farsa
plebiscitaria a la que fueron convocados los alemanes. Esto permitía que el
ejército (Reichswehr) prestara juramento al Führer ya la vez canciller del Reich,
Adolf Hitler.
En pura congruencia con todos estos planteamientos la economía fue sometida
,también a un proceso de planificación, ya imitación de lo que sucedía en la
Rusia de -Stalin se proyectaron unos planes, que en la versión nazi fueron
cuatrienales. El primero comenzó en 1933 y estuvo dirigido a absorber los cinco
millones y medio de parados. Las obras públicas y las industrias de armamentos
se convirtieron en las principales esponjas. El alistamiento en filas de cuantos no
encontraron ocupación acabó con el paro en la Alemania nazi. El segundo de los
planes tendía a conseguir la autarquía plena, para lo que se proyectaba sobre los
principios de la concentración industrial y el intervencionismo del Estado. Este
segundo proyecto vio cortado su desarrollo por el estallido de la guerra. El
comercio exterior estuvo férreamente controlado, de manera que se prohibió la
importación y se adquirieron las materias primas imprescindibles con marcos
bloqueados, esto es, con moneda que a su vez sólo se podía utilizar en la compra
de productos alemanes.
Con estos materiales se iba dando remate al Estado proyectado en Mein Kampf,
que como es sabido estaba llamado a mostrar al pueblo alemán su destino
histórico. Para conseguirlo tenía que liberarse de todas las trabas; dicho destino
no era otro que el de la dominación del mundo, una vez conseguida la pureza
racial. La raza aria, que según los nazis mantenía su integridad en Alemania, era
lógicamente la encargada de semejante misión. Una vez que Hitler se afianzó en
el poder y antes del holocausto, esto es, a partir del verano de 1933, las leyes
racistas aprobaron la esterilización y el asesinato de los deficientes mentales, se
prohibió el matrimonio entre arios y no arios y se creó el Rasse-Heirat Institut
(Instituto de Matrimonio Racial), donde no pocas alemanas «puras» incluso se
prestaron a ser fecundadas artificialmente. y el Estado, por fin, se apoderó de la
institución natural, la familia, que fue instrumentalizada por el régimen al tratar
de someterla a las pautas racistas trazadas por la barbarie nazi.
El crack de 1929
Herbert Hoover, la encarnación del hombre self-made, o hecho a sí mismo (era
millonario antes de cumplir los 40 años), ministro de Comercio tanto con
Harding como con Coolidge, llegó al poder en marzo de 1929. Siete meses más
tarde, después de haber declarado que «en ninguna nación están más seguros
los productos del propio esfuerzo», tuvo lugar el crack de 1929. Fue la peor
depresión jamás conocida por Estados Unidos. El continuado ascenso de los
valores bursátiles desde 1922 había provocado un boom especulativo. A finales
del verano de 1929, y con respecto a los cuatro años anteriores, el valor de las
acciones se había cuadruplicado. Los inversores empezaron entonces a vender,
de tal forma que las acciones bajaron con más rapidez que subieron. En el
denominado «Jueves Negro» (24 de octubre) se vendieron casi 13 millones de
acciones. Cinco días después, en el «Martes Negro», se liberaron dieciséis
millones de acciones por un valor total de diez millones de dólares: fue el peor
día en la historia de la Bolsa de Nueva York.
La Gran Depresión
El país que más sufrió la depresión fue precisamente Estados Unidos. Millones
de inversores perdieron todo lo que tenían: trabajos, casas y bienes. Los precios
de los productos agrícolas cayeron de tal forma que los granjeros dejaron que
tanto las cosechas como los animales se «pudrieran» en el campo. Como
consecuencia de ello, el país que más alimentos producía en el mundo no pudo,
paradójicamente, evitar la experiencia del hambre. Dado que la gente no podía
comprar bienes industriales, muchas fábricas tuvieron que cerrar, muchos
comercios entraron en bancarrota, y el desempleo creció de una manera
alarmante: de 1,5 millones en 1929 a 3,25 millones en marzo de 1930, llegando a
13 millones en 1932. La crisis económica mundial, conocida como la Gran
Depresión, había empezado.
El legado de Roosevelt
El New Deal no fue más que un éxito parcial. De hecho, en 1939, cuando la
industria volvió al nivel de producción de 1929, aún había nueve millones y
medio de desempleados, o, lo que es lo mismo, el 17 % de la población activa
seguía en paro. El pleno empleo y un crecimiento económico sostenido no
llegaron hasta que Estados Unidos se convirtió en el «arsenal de las
democracias» durante la Segunda Guerra Mundial. Algunas medidas, como la
NIRA, habían tenido el efecto contrario al deseado. Otras, como la AAA, no
hicieron nada por los sectores sociales más desfavorecidos. Además, la política
social del New Deal fue muy tímida.
Por otra parte, el 32.0 presidente de Estados Unidos supo preservar la
democracia en su país durante la depresión, puso los fundamentos del Estado del
bienestar, e hizo que el capitalismo fuera más humano, dando más poder a los
sindicatos dentro de un marco institucional sólido para las relaciones laborales.
Asimismo, reforzó el estatus de las minorías, tales como los negros, judíos,
católicos, y mujeres, a través de una política de masivos nombramientos a
puestos gubernamentales. Aumentó de una forma considerable y duradera la
actividad del Estado, ejerciendo un control absolutamente necesario del sistema
bancario y financiero. Desde entonces, el gobierno federal se convirtió en el
elemento decisivo en la regulación de la economía estadounidense. «La mejor
garantía para una libertad duradera -afirmó Roosevelt-es un gobierno
suficientemente fuerte que pueda proteger los intereses del pueblo.» Al mismo
tiempo, Roosevelt, que fue el primer presidente con éxito a la hora de
comunicarse, directamente con el pueblo a través de la radio, incrementó el
prestigio y la autoridad de la presidencia. Otra de su hazañas fue que el Partido
Demócrata, que ahora abarcaba desde el sur y las ciudades del norte, hasta los
intelectuales, el movimiento obrero, y los menos favorecidos, se convirtiera en el
partido mayoritario, venciendo en ocho de doce elecciones presidenciales entre
1932 y 1976, y dominando al mismo tiempo las dos cámaras del Congreso y
muchos gobiernos estatales.
4.4. EL POPULISMO
Además de la proliferación de fórmulas políticas autoritarias, los años treinta
fueron también testigos de la aparición de los llamados movimientos populistas,
que surgieron en varias naciones para dar respuesta a las aspiraciones políticas
de amplios sectores sociales cuyas reivindicaciones hasta entonces habían sido
escasamente atendidas. Para esta época, era más que evidente la complejidad
que había ido adquiriendo la estructura social, y la fuerza de los diversos grupos
afloró como consecuencia de la crisis mundial cuando comenzaron los
movimientos de masas, urbanas y rurales, en demanda de soluciones definitivas
para superarla. La burguesía, las capas medias, el proletariado de las ciudades e
incluso el campesinado, reclamaron la intervención del Estado para lograr un
mejor nivel de vida y luchar contra los enemigos comunes, que eran la
dominación exterior y la oligarquía, lo que propició una alianza ocasional entre
sectores antagónicos en el pasado y que ahora constituirán el soporte del
populismo. Para canalizar sus aspiraciones fue necesaria la aparición del líder
político, un personaje de fuerte personalidad y gran influencia entre las masas
que, a veces con una espectacular demagogia e incluso con estilos totalitarios,
era capaz de movilizar la sociedad. Aun contando con que el populismo no tuvo
una ideología muy clara ni programas concretos -lo que hace muy difícil su
definición y se aprecian notables diferencias de unos países a otros, en líneas
generales puede decirse que fue común a estos movimientos la constante
apelación al pueblo, la defensa del nacionalismo y el antiimperialismo. Los logros
del populismo fueron limitados y, a pesar de que las clases populares se
entregaron ala militancia y en parte lograron mejorar sus condiciones de vida y
aumentar su presencia política, la principal beneficiada fue la burguesía, que
condujo este proceso en su provecho.
Las naciones que vivieron bajo regímenes populistas con anterioridad a la
Segunda Guerra Mundial fueron varias. Así, además de México en la época de
Lázaro Cárdenas, Brasil representa uno de los ejemplos más característicos, con
la figura de Getulio Vargas, quien llegó al poder en 1930 mediante una
sublevación favorecida por la inestabilidad política que había creado la crisis en
el oligárquico sector cafetero. Terminaba de esta forma la llamada «República
Vieja» y la etapa de dominio de la oligarquía, y comenzaba un largo período en el
que el propio Vargas, que ocupó dos veces la presidencia (1930-1945 y 1951-
1954), controló los resortes políticos brasileños, combinando la represión con los
intentos reformistas. Su sistema político encontró la base social entre los
sectores populares y medios de las ciudades, que fueron los beneficiarios de la
legislación laboral promulgada .durante su primer mandato.
Sin embargo, el centralismo estatal y la falta de una base ideológica coherente
causaron rupturas en el conjunto de las fuerzas políticas que lo habían llevado al
poder, lo que, unido a la necesidad de hacer frente a las presiones de la extrema
derecha ya la expansión de la izquierda, movió a Vargas a dar un autogolpe en
1937 e iniciar lo que se ha llamado el «Estado Novo», definido como una
«democracia autoritaria o de suprema autoridad». Se instauró entonces un
sistema totalitario fundamentado legalmente en la nueva Constitución de 1937,
centralista y de inspiración fascista, que le aseguraba la permanencia indefinida
en el cargo. Dentro de la más pura tradición populista y nacionalista, Vargas
utilizó la movilización de masas para asegurarse las mayores adhesiones,
presentando al Estado como un gran patrón tutelar pendiente de las necesidades
de sus subordinados. El golpe de Estado conservador que se produjo en 1945
puso fin al primer mandato de Getulio Vargas y quedó interrumpido
momentáneamente el «Estado Novo» y el populismo patriarcal y protector de su
fundador, que volvería de nuevo a la escena política con fuerza renovada tras su
triunfo en las elecciones de 1951.
También Ecuador tuvo una representación del populismo en esta etapa y
posteriormente con José María Velasco Ibarra, que gobernó la nación en cinco
ocasiones (1934-1935,1944-1947,1952-1956, 1960-1961 y 1968-1972), en cuatro
de las cuales fue derrocado por los militares debido a la falta de apoyos
parlamentarios que le fue característica habitualmente. A diferencia de Brasil, el
populismo velasquista surgió como resultado de la lucha parlamentaria y
electoral para oponerse al dominio oligárquico e implantar el sufragio universal y
el Estado laico. Consecuentemente, su principal peculiaridad estriba en que no
surgió como producto de la alianza coyuntural entre la burguesía industrial y el
proletariado emergente, sino que es básicamente un movimiento antioligárquico
que genera un populismo paternalista por la falta de una estructura de bases
sindicales. A pesar de su escasa coherencia ideológica, el velasquismo propugnó
siempre la defensa de las libertades, el impulso del progreso (centrado
especialmente en la educación), la independencia en política exterior y el
estímulo de las movilizaciones populares. Su principal éxito estuvo en la ruptura
del tradicional bipartidismo ecuatoriano y la incorporación de otro tipo de
formaciones políticas.
También una ideología de corte populista puede verse en las propuestas del
partido venezolano Acción Democrática (AD), fundado por Rómulo Betancourt en
1941. Como «partido nacional revolucionario», contó desde el principio con el
apoyo de electores procedentes de distintos sectores sociales, tales como la
burguesía industrial, las clases medias y también los asalariados. Su programa
defendía las elecciones libres, el nacionalismo, la reforma agraria y la
eliminación de los privilegios de las compañías petrolíferas, lo cual provocó una
fuerte movilización de masas en su favor. El partido Acción Democrática
consiguió llegar al poder en 1945 de la mano de su líder y fundador, que en
seguida comenzó a poner en marcha en la nación las medidas progresistas que
su formación defendía.
Además de estos países en los que se aplicaron políticas que se han definido
como populistas, hubo también naciones en las que por los mismos años
surgieron serios movimientos en este mismo sentido, pero que por diferentes
razones no consiguieron llegar al gobierno e implantar el sistema que
preconizaban. Uno de los más sólidos y fundamentados seguramente es la
Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) que, como vimos, surgió en
Perú en 1924 de la mano de Víctor Haya de la Torre sobre la base del
pensamiento del intelectual José Carlos Mariátegui. Desde el momento de su
fundación, el APRA se presenta como una formación nacionalista,
antiimperialista e indigenista -lo que responde a las especiales características
sociales de Perú, donde el 90 % de la población rural es india y en las ciudades
dominan demográficamente los mestizos-, con decisión integradora y voluntad de
actuación en todo el continente. Sus propuestas, que en algunas ocasiones
fueron variando y adaptándose a las diferentes circunstancias por las que
atravesaba la nación, satisfacían a los diferentes grupos sociales y culturales,
pero, a pesar de la gran influencia que este movimiento ha tenido en la vida
política peruana, sus representantes no consiguieron llegar al poder hasta la
década de los años ochenta.
Del mismo modo, en Colombia surgió también en los años treinta un proyecto
con fuertes connotaciones populistas encabezado por Jorge Eliécer Gaitán, quien
fundó al comienzo de la década la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria,
que contó con el apoyo de los trabajadores urbanos y campesinos. El partido de
Gaitán, de gran influencia italiana, preconizaba también la lucha antioligárquica,
el antiimperialismo y el nacionalismo, y apostaba por la movilización pacífica de
las masas para lograr sus reivindicaciones. Se trataba de un populismo de
izquierda y su acción se dirigió a las masas campesinas y al sector sindical. Las
principales batallas de este movimiento se dieron en el campo, donde tenía su
más amplia base de sustento. Los militantes participaron activamente en la lucha
de los colonos por la tierra y en ocasiones fueron duramente perseguidos. A
pesar de que el partido como tal se disolvió en 1935 tras su fracaso en las
elecciones de aquel año, la ideología gaitanista continuó viva mientras pervivió
su líder, que siguió actuando en la vida política colombiana y aspiró siempre a
lograr profundas transformaciones sociales. Su período de mayor actividad se
desarrolló entre 1944 y 1948 en que fue asesinado.
Los partidos y las tendencias populistas continuarán su andadura con
posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, e incluso surgirán líderes y
movimientos nuevos que revitalizarán esta tendencia.
1. INTRODUCCIÓN
El imperialismo europeo contemporáneo alcanzó su máxima expansión entre el
último cuarto del siglo XIX y las dos primeras décadas del xx. A lo largo de este
medio siglo, la totalidad del continente africano, casi todo el asiático y varios
enclaves en el resto del mundo, quedaron bajo el dominio de las potencias
coloniales europeas.
Entre las dos cesuras que marcan los dos grandes conflictos bélicos mundiales,
la situación en los países colonizados va a vivir transformaciones importantes en
las relaciones dialécticas colonizador/colonizado, que constituirán el germen de
los factores internos y externos que conducirán a la descolonización ya las
independencias a escala mundial, aunque con diferentes ritmos, tras la Segunda
Guerra Mundial.
Entre los factores internos, derivados de los efectos de la colonización sobre las
diversas estructuras socioeconómicas de los pueblos colonizados, destacaremos:
el crecimiento demográfico y la urbanización, que cohesionaron y dieron fuerza a
las actitudes opuestas al colonialismo; las transformaciones económicas, que
provocaron importantes desequilibrios regionales pero que, al tiempo, fueron la
base para el desarrollo de organizaciones sindicales y políticas autóctonas; y los
cambios culturales y educativos, que, frecuentemente, desestructuraron el marco
de referencia de la sociedad precolonial tradicional pero que, simultáneamente,
formaron unas élites ilustradas capaces de utilizar el discurso político occidental
para denunciar la colonización y, más tarde, reivindicar la independencia.
Entre los factores externos: la crítica a la que, desde sus inicios, es sometido el
colonialismo en los círculos progresistas occidentales, y el impacto de las dos
guerras mundiales, a las que las colonias aportaron soldados, materias primas y
recursos energéticos. Y, sobre todo, la contradicción creada, de hecho, entre la
defensa de los principios políticos de los aliados (democracia, libertad, justicia e
igualdad) y su aplicación en las colonias.
Entre las dos guerras, Europa fue perdiendo parte de su capital de temor que
desde el inicio de la colonización había acumulado entre las poblaciones
colonizadas. Mientras tanto, el nacionalismo había conseguido, ante esta pérdida
de prestigio, un aumento de su fuerza.
El imperialismo occidental va a crear la rebelión contra él mismo. El
nacionalismo se vio involuntariamente favorecido por la propia acción
colonizadora.
Examinemos, pues, cuál fue el impacto del imperialismo en Asia y Africa, y en el
que las repercusiones de la Primera Guerra Mundial no son desdeñables.
3. IMPACTO DE LA COLONIZACIÓN
El balance del efecto colonial es ambivalente y ambiguo, sometido, por tanto, a
diversas interpretaciones y sentimientos opuestos. Para algunos historiadores, su
impacto fue una bendición o, al menos, no fue perjudicial; son quienes defienden
que el imperialismo fue un poderoso motor para la modernización y culturización
de los pueblos colonizados. Para otros investigadores, principalmente marxistas,
los efectos benéficos del colonialismo fueron virtualmente nulos. Quizás sea
necesario hacer un balance más equilibrado, alejándose tanto de la perspectiva
eurocéntrica como de la adhesión al etnocentrismo.
A la vez, se ha enquistado entre las mitologías del imperialismo europeo y el
nacionalismo colonial, la idea de que el cambio era una innovación introducida
por el dominio colonial en las llamadas sociedades tradicionales. Para unos, las
medidas aplicadas a los pueblos coloniales significaban progreso; para otros,
tales medidas supusieron una irrupción violenta y desorganizadora que destruyó
el idílico mundo de los pueblos coloniales, creando confusión, inestabilidad e
incertidumbre entre sus pobladores. Ambos olvidan que las sociedades sobre las
que se impuso el colonialismo estaban lejos de ser sociedades estáticas, y que las
reacciones de estas sociedades ante las innovaciones occidentales fueron muy
variadas, no únicamente de rechazo o aceptación, sino también de modificación,
incluso se produjeron reacciones diferentes en los distintos niveles sociales.
Sería necesario considerar -lo cual no es posible en esta síntesis-las variaciones
de un sistema colonial a otro, por lo que trazaremos una visión general que
adolecerá del análisis particular de las diversas prácticas coloniales.
6.2. EL PANAFRICANISMO
Los términos «panafricano» y «panafricanismo» aparecen en 1900 en el seno de
una conferencia reunida en Londres, y fueron lanzados, probablemente, por el
intelectual afroamericano William E. Burghardt Du Bois (1868-1963), que tres
años antes había propuesto la expresión de «pan-negrismo» para designar una
corriente de pensamiento y un movimiento en gestación en el que él era uno de
los principales animadores. El movimiento panafricano, que no ha dejado de
ampliarse desde entonces, ha conocido dos momentos importantes: desde 1900
hasta los años veinte, y de 1945 a 1963, alternando con períodos de declive y
desilusión.
Durante algún tiempo se presentó el panafricanismo como un sueño, surgido en
el espíritu de algunos afroamericanos, no exento de racismo e impotente para
convertirse en una práctica coherente y eficaz. Si hasta la Segunda Guerra
Mundial los principales protagonistas del movimiento, Silvester Williams, Du
Bois y Marcus Garvey, fueron negros de la diáspora, se ha podido demostrar que
existía un potente «triángulo panafricano», apoyado sobre los americanos
negros, África del Sur y la costa de África occidental, desde Sierra Leona a
Nigeria.
Antes de las desviaciones que le hizo sufrir Nkrumah, el panafricanismo se
referirá no tanto al continente africano, sino a la raza negra. La primera
«Asociación africana» se confiere desde 1897 la misión de defender la «raza
africana de todas las partes del mundo», y esta orientación se va a mantener
durante mucho tiempo. Si el movimiento panafricano ignora durante mucho
tiempo el África árabo-musulmán, no vacila en unir sus fuerzas a las
organizaciones asiáticas, americanas o europeas, cuyos objetivos le parecían
próximos a los suyos. En Gran Bretaña en particular, que abriga la mayor parte
de las conferencias de asociaciones panafricanas, se esforzarán por apoyarse en
las organizaciones humanitarias y en los partidos progresistas; después de haber
intentado que el partido liberal aceptase su programa, se aproximarán al partido
laborista. Este programa traducía las aspiraciones de la pequeña burguesía
intelectual y administrativa que abastecen los cuadros y la mayoría de los
militantes del movimiento panafricano. Antes de la Primera Guerra Mundial, se
toca raramente el problema de la independencia. Las reivindicaciones giraban
esencialmente sobre dos cuestiones de interés inmediato y práctico, tales como
la lucha contra la discriminación racial, la mejora de las condiciones materiales,
morales e intelectuales de las poblaciones negras sometidas al dominio colonial.
La Primera Guerra Mundial da al panafricanismo un contenido político más
militante, los adeptos del panafricanismo giran sobre el principio del derecho de
los pueblos a disponer de ellos mismos, de acuerdo con los principios de W.
Wilson; los primeros planes serios aparecerán también en esta época. Mientras
Du Bois mantenía las orientaciones precedentes, calificadas de «pequeño
burguesas» por sus adversarios, aparecían dos corrientes nuevas. Una, de
inspiración mesiánica, animada por el jamaicano Marcus Garvey, que
preconizaba el regreso a la «madre patria» africana. La otra, de tendencia
radical, que había recibido una fuerte influencia del marxismo y del comunismo y
estaba representada por George Padmore, abogado originario de Trinidad y
formado en Estados Unidos, llegó a ser al comienzo de los años treinta un
dignatario de las organizaciones antiimperialistas ligadas a la III Internacional e
iba a ejercer entre 1935 y 1958 una influencia considerable sobre los africanos
anglófonos. Sin embargo, la corriente dominante permaneció reformista y
moderada.
Dirigido por los intelectuales, el movimiento panatricano quiso actuar como un
grupo de presión, ante los gobernantes, y multiplica sus peticiones, pero los
efectos fueron muy limitados. En los años treinta, la agresión de Etiopía por
Italia provoca numerosos movimientos de protesta en los medios panafricanos.
El antecesor del panafricanismo, W. E. Burghart Du Bois, era un intelectual
negro americano. En 1908 creó la Asociación Nacional para el Avance del Pueblo
de Color, luchando contra el particularismo de los negros americanos con la
referencia ampliada al panafricanismo. Fue el iniciador de los primeros
congresos panafricanos. Con otro estilo, el jamaicano Marcus Garvey, fundador y
líder de la Asociación para la Mejora Universal de los Negros; con su
llamamiento general al orgullo negro concentró la atención hacia Africa de
millones de negros americanos y galvanizó a las masas negras creando en ellas,
por primera vez, un sentimiento de solidaridad ligado a la conciencia mesiánica
de su origen; y, finalmente, el haitiano Price-Mars dio al movimiento sus bases
literarias al publicar, en 1928, un ensayo etnográfico revolucionario, Fue por ello
el inspirador de Aimé Césaire y de Leopold Senghor, que lanzaron la noción de
«negritud» en 1933-1935, sostenida, a partir de 1947, por el grupo de Présence
Africaine, que difundió la ideología publicando varias obras de síntesis y de
combate destinadas a encarnar el «alma africana».
Mientras Garvey y Du Bois agitaban políticamente al mundo negro, durante las
tres primeras décadas del siglo xx, se estaba desarrollando un florecimiento
cultural de orientación africana de gran influencia. La reafirmación de la cultura
negra se asentó especialmente en Europa, el Caribe y Africa occidental, y estaba
dirigida por africanos de habla francesa y estudiantes caribeños que se
encontraban en París y que fueron captados para el movimiento al Congreso
Panafricano. Tras la Segunda Guerra Mundial tomó forma el panafricanismo
político y anticolonialista, impulsado por el antillano George Padmore, consejero
de N'Krumah, que lo define como la «aspiración a realizar el gobierno por
africanos para los africanos, respetando a las minorías raciales y religiosas que
deseen vivir en Africa con la mayoría negra». El panafricanismo tiene una
primera etapa entre 1919 y 1937, que corresponde a su fundación y orígenes, y
en el que celebra sus cuatro primeros congresos.
Los lazos entre africanos y negros americanos entre 1880-1935 consistieron en
diferentes actividades, entre las que se dio un paso bajo la forma de una
corriente de estudiantes africanos que se matriculaban en escuelas y
universidades negras americanas; y una gran variedad de actividades
panafricanas (conferencias, actividades . educativas, literarias y comerciales)
que ponían a los africanos en contacto con el mundo negro de las Américas y que
ayudaron a influir en los acontecimientos del Africa colonial; ya la persistencia y
transformación de los valores culturales africanos en Latinoamérica. A partir de
la Segunda Guerra Mundial, el panafricanismo vendrá encarnado por el
«n'krumahismo».
6.3 . LA NEGRITUD
La noción de negritud fue lanzada por Price Mars, Aimé Césaire y Senghor en
1933-1935. Esta élite intelectual, en busca de su identidad, trascendió sus
aspiraciones bajo una forma literaria: la revista L'Étudiant Noir, que apareció en
París en 1934, y sostenida a partir de 1947 por el grupo de Présence Africaine.
Pero el debate sobre la «personalidad africana» tiene su orígenes varios decenios
antes, y parece que fue aplicada por primera vez en 1902, bajo el lema «Africa
en lucha por una personalidad propia». En principio, sus principales animadores
fueron los pastores protestantes y los intelectuales que habían sido muy influidos
por el renacimiento afroamericano.
La reflexión cristaliza alrededor de temas como la revalorización del pasado
africano y la exaltación de los valores africanos de civilización. Fue en el período
de entreguerras cuando las colonias francesas aportarán su contribución al
debate sobre la personalidad africana. Su aporte fue sensiblemente diferente del
de los anglófonos. Los teóricos de esta nueva corriente vivían todos en el
extranjero, alejados de sus países. Nacida en estas condiciones, la doctrina de la
«negritud» fue más elitista que la de la personalidad africana. Pero fue más
dinámica, en la medida en que contestaba al régimen colonial francés, donde la
asimilación de los africanos implicaba un abandono de sus valores. Fue, por
tanto, una respuesta al sistema de asimilación.
Las diferentes definiciones que hacen de ella sus propios creadores están
fundadas sobre los criterios de raza y reproducían las imágenes de Africa
forjadas por ciertas escuelas etnológicas europeas, por lo que no han hecho más
que provocar la suspicacia, cuando no la hostilidad del resto de Africa. Sus
fervientes adeptos reunidos alrededor de la revista Présence Africaíne, han
animado debates y reflexiones de alto nivel, y manifestaciones de prestigio como
los congresos de escritores y artistas negros (París, 1956, y Roma, 1959), que
han permitido dar a conocer los numerosos esfuerzos de creación de los artistas
del continente africano. La negritud fue, en sus tiempos, la traducción literaria
del panafricanismo. Bajo su forma cultural, ambos movimientos son, por otra
parte, de origen extra africano.
A falta de base social, el nacionalismo africano ha tomado, a menudo, formas
culturales. Ya vimos cómo el concepto de «negritud» había nacido en Africa
occidental de la política asimilacionista francesa, que subordinaba la integración
de los africanos ala renuncia de los valores ancestrales y los reconocía como
ciudadanos de pleno derecho sólo en la medida en que hacían suya la mentalidad
occidental. De aquí viene esta corriente que apunta a la búsqueda ya la
reconquista de la dignidad y de la autenticidad del hombre negro yugulado por el
colonialismo.
Primero se manifiesta en el plano literario como una reacción a cualquier valor
impuesto y, por ello, alienante, siendo una de las reivindicaciones características
de los escritores negros el poder doblegar la lengua francesa a los deseos ya la
voluntad de su inspiración. En su tiempo, el movimiento jugó un papel nada
despreciable ya que expresó, según Franz Fanon, una forma transitoria de la
combatividad. El movimiento reveló también la contradicción vivida por esta élite
aculturada, admirablemente encarnada en el poeta-presidente Senghor, cuyo
reflejo de negritud se encuentra, de hecho, paradójicamente reivindicado por los
más asimilados de los «negros blancos». De aquí viene la desviación
contemporánea de la doctrina senegalesa: en nombre de una francofilia
exacerbada, la negritud afirmada como la expresión privilegiada de la
francofonía africana, ha sido erigida, por la burguesía occidentalizada en el
poder, en sistema de gobierno. Esto implica una subordinación económica
incondicional respecto a la antigua metrópoli, al precio de frenar una
senegalización de los cuadros que correría el riesgo de desembocar en una
auténtica contestación política, tanto más peligrosa cuanto que la capa superior
de la élite africana senegalesa o inmigrada, ha alcanzado un nivel excepcional
para el África francófona.
Los anglófonos, al contrario, han sido reacios, cuando no hostiles a este
movimiento. Los del Africa occidental porque, aunque menos expuestos a la
agresión cultural directa, han sido más insidiosamente occidentalizados por el
espíritu de empresa, del individualismo y del dinamismo económico británico.
En cuanto a los negros del Africa del sur, rechazan con más energía la negritud
porque ésta les parece una variante del racismo: es precisamente en nombre de
un «desarrollo separado» (apartheid) que los blancos los aceptan, con la única
condición de que permanezcan fuera de la esfera occidental y les niegan el
acceso al mundo moderno. La reivindicación principal de los africanos del sur es,
al contrario, la indivisibilidad universal de la cultura. Entre los más inflexibles
oponentes de la «negritud» -los marxistas convencidos, con una visión de la
historia irreconciliable con los principios de la negritud-hay algunos líderes
africanos que le dieron un nuevo impulso de vida en su propia lucha contra la
política asimilacionista a principios de los años cincuenta.
La «negritud» fue un fenómeno que empezó a existir por un conjunto particular
de circunstancias y ha perdido desde entonces su influencia efectiva, a medida
que esas circunstancias fueron desapareciendo, y que la sociedad pudo ser
considerada desde métodos de análisis más amplios y orientada en una dirección
más radical.
La interacción entre los negros caribeños de habla francesa forjaron el
movimiento de la «negritud». Basado en la creencia de que existe una herencia
cultural común a todos los africanos ya todos los pueblos descendientes de
africanos, los escritores de la negritud intentaron volver a establecer lazos entre
las esferas del mundo negro. El concepto de negritud estuvo fuertemente
influenciado por la experiencia negra de ultramar y por los escritos y el rigor
intelectual del renacimiento de Harlem. A la vez que este renacimiento se vio
alimentado por la emergencia de una intensificación cultural con Africa. Diversas
comunidades africanas concentran ocasionalmente sus sueños milenarios de
liberación en las poblaciones negras americanas. La idea de Garvey era la de
instalar en Africa a millones de negros americanos y derrotar allí al colonialismo,
y de esta forma encendió viejas esperanzas y temores.
La «negritud» produjo un florecimiento de la poesía, no siempre propagandística,
pero siempre debiendo su existencia a la conciencia renovada de una realidad
africana, realidad a recuperar según el programa concreto de persuasiva toma
de conciencia del grupo. Era una rebelión contra la exitosa estrategia
asimiladora del colonialismo francés y portugués, de la cual reconocían ser un
resultado los iniciadores del movimiento. Pero la génesis del movimiento se
puede atribuir, en justicia, al «Manifiesto» publicado en el periódico Légitime
Défense por tres estudiantes de Martinica. En el manifiesto rechazaban las
«convenciones burguesas» de la cultura europea y se . declaraban en contra de
una serie de modelos literarios europeos y de la falsa personalidad que imponían
al hombre negro. y en vez de éstos adoptaron a Marx, Freud, Rimbaud, Breton y
otros europeos como mentores.
Además, durante el período de entre guerras tuvo una preponderancia
indiscutida en la formulación de sensibilidades creativas durante las dos décadas
siguientes, y no sólo entre los escritores e intelectuales coloniales francófonos,
sino entre lusófonos e incluso anglófonos. A lo largo de los años, no ha tenido
éxito más que fuera de Africa, entre los intelectuales afroamericanos, europeos o
africanos.
La evolución de las doctrinas de la personalidad africana, que pasaron de una
teorización relativamente fecunda a unas aplicaciones generalmente
decepcionantes, anuncia los panafricanismos de los que ellas han sido durante
mucho tiempo uno de los aspectos.
7. EL NACIONALISMO ASIÁTICO
Frente al carácter exógeno del nacionalismo africano en esta época, el asiático
tiene raíces endógenas y nacionales, diferenciándose las respectivas respuestas
a los efectos coloniales en cada espacio geopolítico tanto por los efectos del
sistema colonial al que cada uno ha estado sometido, como a la búsqueda de
respuestas propias para solucionar sus específicos problemas. Debemos recordar
que la India estuvo sometida al dominio británico, en una de sus formas más
extremas, convirtiendo a la India en una colonia de explotación económica bajo
un dominio directo, en cuya gestión, incluso política, los hindúes estuvieron
excluidos.
Por su parte, el reparto de Asia del sureste en «zonas de influencia», y las
rivalidades internacionales suscitadas por ellas, pusieron en juego la existencia
de toda Asia oriental; y esta situación fue una de las principales causas de
agitación de los movimientos nacionalistas de los diferentes países del sudeste
asiático, que se oponían a que sus respectivas patrias fuesen objetos pasivos de
tratados diplomáticos y empresas militares.
A la vez que, en China, el régimen interno de los «señores de la guerra», con sus
excesos económicos y sociales, se había convertido en un verdadero problema
para la integridad total del país. Aliados con ellos, las potencias extranjeras, con
los privilegios jurídicos y territoriales derivados de los «tratados desiguales» ,
agudizaban la desintegración nacional. En esta situación estructural, la crisis de
posguerra y la crisis económica mundial dieron un nuevo impulso a los
movimientos nacionales de las colonias, ala par que a la expansión y al
militarismo japonés.
Dentro del complicado proceso de confrontación con Occidente, una de las
reacciones más extendidas entre los diferentes países asiáticos fue la de la
renovación cultural, basada en diferentes intentos de reconciliar la cultura
occidental moderna con las diferentes culturas asiáticas, que son sometidas a
una nueva interpretación más crítica de sus fuentes. Esto ocurre tanto en el
hinduismo como entre los pueblos islámicos, budistas o confucianos. El proceso
se remonta a finales del siglo XIX, pero sus manifestaciones políticas se harán
sentir con mayor fuerza cuando los movimientos nacionalistas adquieran un
mayor protagonismo político, que en Asia coincide con el período de
entreguerras.
Estos movimientos de renovación cultural tenderán no sólo ala reafirmación
cultural nacional sobre nuevas bases como elemento cohesionador de los
movimientos nacionalistas, sino que, en muchas ocasiones, serán el germen de
divisiones y enfrentamientos dentro de los propios partidos. Bien representativas
son las continuas divisiones internas en el interior del Congreso Nacional Indio
(partido nacionalista de la India, fundado en 1885), enfrentándose moderados y
radicales, occidentalistas y tradicionalistas. Incluso serán el germen de
movimientos radicales en su interior, como la tendencia defendida por B. G. Tilak
dentro del Congreso Nacional Indio, que se convirtió' en el portavoz del
radicalismo neohinduista, utilizando el hinduismo como instrumento de
movilización sociopolítica, y continuada a partir de 1919 por la creación de
grupos «comunalistas» radicales hinduistas, como la Gran Asamblea Hindú (V
HP) y, ligada a ella, la Liga Nacional de Voluntarios (RSS), fundada en 1925, que
no ocultaban su aspiración a conseguir una India libre bajo dirección hindú.
Estos radicalismos culturales intensificarán el problema «comunal» en la India.
El consecuente enfrentamiento entre los radicales hindúes con los musulmanes
hará que, en 1906, se cree la Liga Musulmana, como canal de representación de
los intereses de su minoría, abriéndose así una primera escisión dentro del
movimiento nacional indio. La Liga Musulmana se convertirá, ala par que
evolucionan algunos de sus dirigentes como M. A. Jinnah, que de inicial
«congresista» occidentalizado se convirtió posteriormente en el más importante
portavoz del comunalismo musulmán, en un verdadero instrumento del
separatismo musulmán. Los británicos aprovecharon las profundas
contradicciones en el enfrentamiento entre hindúes y musulmanes, y las
explotaron hábilmente, asumiendo, aparentemente, el papel de árbitro
moderador, llevando a cabo aparentes concesiones políticas que agudizarán las
rivalidades entre ambas comunidades.
En China, el «Movimiento del 4 de mayo de 1919» es el más representativo en
este aspecto, aunque en su dimensión cultural modernizadora tenga sus
precedentes en el Movimiento de los «Cien Días» de 1898. La manifiesta
superioridad de la ciencia y la técnica occidentales que empezaban a
introducirse en China, contradecía la supremacía confucionista del bien moral
sobre la calificación profesional. Lo que se planteaba no era ya sólo la validez del
Imperio que sustentaba la dinastía manchú, sino el mismo principio monárquico.
Pero la China que trataba de sacar partido del ejemplo occidental era, al tiempo,
una China dominada por Occidente.
La primera opción política en este proceso modernizador, surgida de la
asimilación de principios occidentales por parte de un grupo de occidentalizados
dirigidos por Sun Yat-sen, se concretó en el establecimiento de un sistema
político netamente occidental: la república, y con la creación de un partido
político nacionalista, el Kuomintang.
La instauración de la república de 1911-1912, derribó el Imperio, pero no
transformó el país, y además hizo surgir problemas nuevos, y el más importante
era la sui pervivencia de un Estado chino, pues la República llevó al país al borde
de la descomposición. El movimiento revolucionario mantiene las mismas
contradicciones que hicieron fracasar al de 1898, pues tanto estos reformadores
como los republicanos de 1911, eran conscientes de la necesidad de modernizar
el país, pero eran conciliadores con los grandes intereses extranjeros que los
dominaban.
Pero las repercusiones intelectuales e ideológicas del «desafío occidental»,
alcanzaron una mayor amplitud, que se mostró en el «Movimiento de 14 de mayo
de 1919». Promovido por un grupo de intelectuales, se inicia con una
manifestación de estudiantes de Pekín como protesta contra la transferencia al
Japón de los derechos que Alemania poseía en la provincia de Shantung.
El movimiento del 4 de mayo es, en principio, una reacción del nacionalismo
chino, de ahí su rápida extensión. De Pekín se extendió a Shanghai, Cantón y
otras grandes ciudades. y las huelgas de comerciantes y trabajadores reforzaron
las manifestaciones de estudiantes. Pero es también un movimiento de
renovación cultural; los intelectuales y estudiantes critican el sistema ideológico
del régimen imperial: el confucianismo, lo que supone un asalto ala tradición
nacional con la crítica a los valores y prácticas tradicionales. Además, preconizan
una «revolución literaria» pidiendo a escritores y publicistas que abandonen la
lengua clásica, comprendida sólo por los literatos, y que escriban en lengua
vulgar, lo que supone un golpe decisivo a uno de los más seguros instrumentos
de dominación de la clase privilegiada, al hacer accesibles la literatura y la
cultura al pueblo. El «4 de mayo» es un movimiento que se opone a la
civilización, pero no ala nación china. Confrontados con Occidente, los grupos
cultivados chinos habían descubierto que el confucianismo no se identificaba con
la civilización, sino simplemente con una civilización menos capaz que otras de
asegurar la supervivencia de China en un mundo de progreso técnico e
implacable competencia. Al querer liberar a China ya los chinos de una cultura
percibida como obstáculo, lo hacen para salvar a ambos. En este sentido, el
movimiento se inserta en la evolución intelectual de la China moderna. El
movimiento introduce a China en una nueva etapa: la del nacionalismo moderno.
Además, desde una perspectiva más amplia, este movimiento fue también un
movimiento de renovación política y social, que llevó a los intelectuales chinos
hacia nuevas ideas. Un nuevo fermento de transformación actúa en China: un
fermento político, con la adhesión de muchos intelectuales al marxismo.
Sun Yat-sen extrae la lección del fracaso de la República que ha contribuido a
fundar, pero también de su propio partido, el Kuomintang, que durante el
decenio 1912-1922 experimentaba un largo eclipse; se separa de Occidente,. que
apenas le ha apoyado y cuyos ideales democráticos han fracasado, y busca en la
reciente revolución bolchevique apoyo y directrices para la lucha contra los
«señores de la guerra». Y esto le lleva a firmar con los emisarios de la URSS el
acuerdo que declara que las tareas más urgentes son la unificación del país y la
independencia nacional, es decir, lo mismo que el programa del Kuomintang. El
acuerdo queda sellado en el congreso de reorganización del Kuomintang, en
enero de 1924. Y con la fusión en un solo organismo del renovado Kuomintang
(partido nacionalista) y del recién creado Partido Comunista Chino, este campo
logra también una unidad en el plano institucional. De hecho, el bienio
1925-.1927, representado por el «movimiento del 30 de mayo de 1925», con
manifestaciones, boicots y huelgas en la concesión internacional de Shanghai, en
la franco-británica de Cantón, o contra los ingleses en Hong Kong, constituye
una primera revolución y una especie de ensayo general de 1949.
Sin duda, esta inicial revolución china fue un estímulo para el sudeste asiático,
donde ya en la década de los veinte existían partidos comunistas, pues señalaba
la conveniencia de una alianza entre la burguesía y las fuerzas populares guiadas
por los comunistas. La presencia de importantes colonias chinas en casi todas las
grandes ciudades les aseguraba una inmediata resonancia. Los partidos
nacionalistas harán de mecanismo regulador de la reacción nacionalista, aunque
en muchas ocasiones éstos se vean desbordados por la actividad popular. Los
movimientos del 4 de mayo de 1919 en China, y del 1 de marzo de 1919 en Corea
constituyen una prueba evidente de la capacidad de manifestación nacionalista
sin la mediación de un partido.
¿Qué caracterizó a los partidos nacionalistas asiáticos? Hay que distinguir dos
etapas en su actuación. Una primera etapa, en que estuvieron dirigidos por
intelectuales occidentalizados, y cuyos principales objetivos se centraban en
conseguir mayor participación política en el gobierno de sus países (es la
primera etapa del Congreso en la India y del Kuomintang en China). En sus
comienzos, sobre todo el Congreso, no tuvo un carácter antibritánico, y aspiraba
expresamente ala «consolidación de la unión entre Inglaterra y la India,
cambiando las condiciones que para la India son injustas y perjudiciales». Tras la
Primera Guerra Mundial, las campañas de 1919-1922 y 1930-1934, lanzadas por
M. K. Gandhi, supusieron un giro radical al imponerse las consignas de «no
colaboración» y «desobediencia civil» con el poder británico.
En el caso de China, como hemos visto, el Kuomintang, en sus aspiraciones
políticas, lo único que consiguió fue acabar con el Imperio manchú, pero no
resolvió ninguno de los viejos problemas de dependencia exterior, incluso creó
otros nuevos.
Una segunda etapa se inicia con la extensión de las ideas marxistas y la
aparición de los partidos comunistas, produciéndose una diferenciación tanto
dentro del Kuomintang como en el Congreso donde se da una división entre un
ala socialista influida por el marxismo, y cuyo representante será Jawaharlala
Nehru, y un ala conservadora que aumenta su inquietud ante el dinamismo de
las fuerzas populares.
En este último período aparecieron movimientos revolucionarios que
identificaron la liberación nacional con la liberación social. De tal forma que el
movimiento nacional se encarnó en «frentes» más amplios que agrupaban a
comunistas y nacionalistas: el Kuomintang en China entre 1924-1927; y
posteriormente los frentes antijaponeses del sudeste asiático. El comunismo,
pues, ocupa un lugar considerable en la vida asiática. La polarización de la
sociedad en clases antagónicas fue, indudablemente, más aguda en Asia que en
el Africa negra. El carácter revolucionario del comunismo le permitió
presentarse como un movimiento que ofrecía soluciones a estos problemas
sociales.
Los ideales de libertad e igualdad en que se fundaban las democracias europeas
no aparecían en ninguna parte en las colonias: contradicción interna que sólo
podía explicar el marxismo-leninismo. Además, las decepciones y la represión de
las actitudes nacionalistas explican la atracción cada vez mayor que ejercía una
fuerza nueva, el comunismo.
El comunismo asiático aparece en el momento en que el capitalismo atraviesa su
fase de más profunda depresión, dando lugar ala fundación de los primeros
grupos comunistas en Japón, China, Vietnam, India y Corea, y cuando los
movimientos nacionales de Asia están en plena efervescencia: «Movimiento del 4
de mayo de 1919» en China, «Movimiento de 1 de marzo de 1919» en Corea,
campaña de no cooperación de Gandhi, kemalismo en Turquía. El comunismo
asiático nació de la conjunción e interdependencia entre un proceso interno, la
evolución del ala radical de los movimientos nacionales, y otro externo, la
extensión a Asia del campo de actividad del Komintern. El influjo de los
comunistas se hizo sentir desde la India, donde había conseguido fortalecerse y
protagonizar oleadas de huelgas entre 1928-1929, para ser ilegalizados entre
1934-1942, pero donde su labor ha sido definitiva en algunos Estados, hasta
China donde su ruptura con el Kuomintang en 1927 les llevó a crear una base
revolucionaria en la región de Kiangsi, donde establecieron una Administración
rebelde e iniciaron el reparto de tierras entre los campesinos, fundando en 1931
la República Soviética china. El aumento de la amenaza fascista provocó, en
1935, el retorno a una política de alianzas: frentes populares en Occidente;
acercamiento entre los comunistas chinos y el Kuomintang, cooperación en
Indochina e Indonesia entre los partidos comunistas locales y los demócratas,
ante la inquietud del peligro japonés. Tras la disolución del Komintern, en 1943,
los comunistas se constituyeron en organismos políticos autónomos, y trataron
de adaptar los principios marxistas a las realidades originales asiáticas. En
contraposición, Japón podía presentar el modelo del nacionalismo conservador
en Asia. La benevolencia con la que Occidente trataba las intervenciones
japonesas en China y en el sureste asiático, tras la Primera Guerra Mundial,
pusieron las bases para el expansionismo japonés. Los grandes zaibatsu se
hallaban particularmente interesados en esta expansión, que les abría mercados,
les proporcionaba materias primas y aseguraba rápidos beneficios a sus
capitales. Pero el sueño de un «Gran Japón», dueño de Asia oriental, tenía raíces
sociales mucho más amplias: en el ejército, en las clases medias urbanas y en el
campesinado. Reflejaba ala vez el deseo de una vida mejor y un sentimiento
confuso de solidaridad panasiática, frente a las potencias coloniales blancas. El
problema de la expansión dominó también la política interior japonesa. El
gobierno Tanaka, tras liberarse mediante la represión tanto de comunistas como
de socialistas, quienes dominaban el juego político eran los partidos
tradicionales, pero el conflicto que les opuso a la extrema derecha militarista y
ultranacionalista se refería sólo al ritmo y los medios de expansión japonesa en
Asia oriental. Los partidos burgueses, a los que los zaibatsu estaban
estrechamente ligados, cedieron al empuje nacionalista del Estado mayor. La
crisis de 1929 afectó duramente a Japón, y esto facilitó la demagogia
anticapitalista y antiparlamentaria de la extrema derecha. Desde 1932 los
militares se mantuvieron en el poder. La guerra general contra China, deseada
por el Estado mayor, recibió el apoyo, en 1937, de la gran mayoría de la opinión
japonesa. El objetivo del ejército era hacer de China el principal proveedor de
materias primas y el mayor mercado para los productos japoneses. Así Japón se
había convertido en el sustituto de Occidente en el imperialismo asiático. La
Segunda Guerra Mundial no fue más que el catalizador de unos movimientos
políticos muy afianzados en el sur y sudeste asiático, de tal forma que la India
accederá ala independencia en 1947, y el triunfo de la revolución comunista en
1949, llevará a la República Popular China a su autonomía ya una nueva
configuración sociopolítica y económica.
CAPITULO 10: LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
por ANTONIO MANUEL MORAL RONCAL
Profesor Asociado de Historia Contemporánea, Universidad de Alcalá de
Henares
4. LA ORGANIZACIÓN DE LA PAZ
Desde 1941, los responsables de las principales potencias aliadas estudiaron la
táctica de las operaciones y planificaron el futuro con la esperanza de conseguir
la victoria. El primer ensayo, en forma de conferencia bipartita, reunió a
Roosevelt y Churchill.
Por otra parte, como consecuencia del antifascismo imperante en el bando de los
aliados, los partidos socialistas y socialdemócratas resurgieron con fuerza en
casi toda Europa. Incluso en Gran Bretaña, Churchill y el partido conservador
perdieron las elecciones, por lo que el partido laborista volvió a formar gobierno.
En la mayor parte de países europeos, los socialistas ocuparon varias carteras
ministeriales tras la guerra. Los votantes de derecha y centro se agruparon en
los partidos democratacristianos, auspiciados por la Jerarquía de la Iglesia
católica, logrando alzarse como la fuerza hegemónica en la República Federal de
Alemania, Italia y Bélgica, mientras el MRP francés, sin referencias
confesionales, trataba de representar los intereses de ese sector del electorado.
Los partidos comunistas, con fidelidad absoluta ala Unión Soviética, se
desarrollaron en Italia y Francia, participando en el gobierno hasta que el
comienzo de la «guerra fría» hizo que pasaran a la oposición parlamentaria. No
obstante, la distinta ocupación de Europa por los ejércitos aliados dividió el
continente en dos zonas. En la zona occidental, liberada por las fuerzas
angloamericanas, se impuso y se restauró la democracia parlamentaria y el
sistema económico capitalista, donde –paradójicamente-los partidos comunistas
fueron muy fuertes. Frente a ésta, se alzó la zona oriental, el este europeo,
ocupado por el ejército rojo, que implantó dictaduras Comunistas a la fuerza en
Polonia, Republica Democrática Alemana, Hungría, Checoslovaquia, Rumanía y
Bulgaria, países donde, en cambio, los bolcheviques apenas habían contado con
apoyo popular anteriormente. Albania y Yugoslavia también tuvieron regímenes
comunistas, aunque independientes de la esfera de influencia de la URSS. En
cuanto alas relaciones. internacionales, las potencias vencedoras consideraron ,
necesario crear una organización mundial que mantuviera la paz y la seguridad
en el mundo, en sustitución de la Sociedad de Naciones. La Conferencia de San
Francisco, celebrada entre el 25 de abril y el 26 de junio de 1945, aprobó la
Carta de la Organización de las Naciones Unidas, que entró en vigor el 24 de
octubre siguiente. Sin embargo, la división ideológica y la lucha por la
hegemonía entre las dos superpotencias (Estados Unidos y la URSS), junto con el
mayor protagonismo de los países del Tercer Mundo, dieron comienzo a una
etapa de coexistencia pacífica, no exenta de enfrentamientos y conflictos
internacionales.
Los estilos de vida coincidentes con lo que hoy conocemos como sociedades de
masas pueden encontrarse, al menos en germen, en varias de las grandes
ciudades norteamericanas y europeas a partir de 1880. Quizá uno de los rasgos
fundamentales del mundo, desde 1950 hasta la actualidad, sea la
universalización progresiva de este modelo. Indudablemente bajo esta afirmación
late un cierto prejuicio occidentalista; pero la tendencia hacia la
occidentalización -con todos los matices que se quiera-de la cultura y los modos
de vida es precisamente el marco histórico general que imponen la hegemonía
del hemisferio norte en general, y del mundo democrático (formas políticas) y
liberal (organización económica) en particular. Los rasgos característicos de
estas sociedades industrializadas son los avances técnicos y científicos
-especialmente en la electrónica y en la informática-junto con la enorme
influencia de los medios de comunicación social como elemento integrador. Estos
elementos caracterizan un mundo -el desarrollado-cada vez más homogéneo: los
medios de comunicación conforman y reflejan esta realidad que es, a la vez, un
fenómeno económico y social: la sociedad de masas. Este primer cuadro de
referencia desde la actualidad pretende ofrecer el punto de llegada de un
proceso histórico, para entender, desde nuestro ahora, la importancia relativa de
las fuerzas que han construido esta realidad.
Todos los factores mencionados arriba convergen en un resultado: las sociedades
industrializadas de Occidente presentan cada vez más rasgos comunes y su
implantación progresiva es más rápida. Se consumen productos similares, se
imponen modas similares, triunfan hábitos de vida similares, se leen los mismos
libros y se ven los mismos -al menos similares formatos-programas de televisión.
Nunca se pareció más la vida en Londres, Madrid, Tokio, Buenos Aires,
Melbourne, Los Angeles, Hong Kong, Nueva York, Berlín, Johannesburgo o
Manila. En todas estas ciudades se puede seguir la misma dieta, bailar la misma
música, ver las mismas películas, vestirse con la misma ropa y hablar de los
mismos autores literarios. Estos elementos externos constituyen la vanguardia
visible de la sociedad de masas. Por detrás, avanza una elevación general de la
cultura -extensión de la alfabetización primero, escolarización prácticamente
total después-, que hace posible el disfrute de servicios cada vez a más gente. La
experiencia muestra cómo los lugares de encuentro para el ocio en los espacios
urbanos están abarrotados. A la vez, se preparan espectáculos que tienen
sentido en el marco de esas dimensiones gigantescas. Los conciertos, reuniones
religiosas, manifestaciones políticas, exposiciones técnicas, culturales o
turísticas, competiciones deportivas, etc., se prevén para las masas, que están
presentes tanto de manera física como a través de los medios de comunicación
social, en la medida en que la radio y, especialísimamente la televisión, las
transmiten «en vivo».
Así, la conformación de imaginarios y mentalidades colectivas está pasando de la
labor formadora de los centros de enseñanza y de las Iglesias a los medios de
comunicación social. En este ámbito, el cine y la televisión muestran cada vez
más su importancia decisiva. Sus mensajes no se razonan, por cuanto se
presentan con una doble inmediatez: la de la simultaneidad -o cuasi
simultaneidad-y la de la fuerza de la verosimilitud que suponen las imágenes.
Así, la valoración positiva o negativa de acontecimientos, personas, instituciones,
países, etc., se construye más sobre la apreciación global que ofrecen los
sentimientos, que sobre las conclusiones de un análisis racional. En este proceso
influye también, y decisivamente, la prensa, que realiza en su función
informativa un doble papel. Uno de transparencia, al ofrecer datos exhaustivos
sobre determinados asuntos; otro de opacidad, al ignorar absolutamente otros.
Ciertamente en las sociedades industriales -normalmente democráticas y libres-
cada medio informa de lo que aprecia como relevante. El público, a su vez, busca
lo que le interesa en el que lo ofrece. Sin embargo, en la práctica acaba siendo el
juicio de los dirigentes de los medios el que conforma la opinión pública.
La época estalinista
La tarea no se presentaba ni mucho menos fácil. No consistía sólo en afianzar el
liderazgo del propio Stalin en las estructuras del partido y del Estado, sino que
había que emprender con urgencia la reconstrucción del país de los soviets. La
guerra había golpeado duramente a la población (cerca de veinte millones de
muertos) ya las estructuras productivas, tanto industriales como agropecuarias,
además de la destrucción de la mayor parte de las vías de transporte. Stalin fue
inflexible. La URSS necesitaba poner en marcha una economía industrial capaz
de competir y aventajar a la capitalista y, para ello, nada mejor que mostrar la
virtualidad de la alternativa que planteaba: la planificación.
Los dos planes quinquenales desarrollados entre 1946 y 1955 favorecían a la
industria pesada frente a la de bienes de consumo y, con fuertes inversiones en
aquel sector y con un control estricto del trabajo, se logró un crecimiento
espectacular en la producción de petróleo o carbón, así como de acero, hierro o
maquinaria. La política agraria, en cambio, no obtuvo unos resultados tan
positivos. La colectivización radical del agro puesta de manifiesto en la extensión
obligatoria a todos los territorios de las repúblicas de las granjas colectivas o
koljoses, de propiedad estatal, resultó un fracaso absoluto. Amplias capas del
campesinado, acostumbradas a disponer de sus propios predios, ofrecieron una
resistencia pasiva a la pérdida de su iniciativa privada, lo que trajo consigo
consecuencias inmediatas en la bajada de los índices productivos. Por si fuera
poco, y dentro de la estrategia estalinista de promover fundamentalmente la
ampliación del tejido industrial, la política social respecto al campesinado fue de
una dejadez casi absoluta. Tanto los salarios como las condiciones generales de
vida (vivienda, infraestructuras de apoyo a la población, sanidad, etc.) fueron
muy inferiores alas de los trabajadores industriales, lo que acentuó las
diferencias entre unos y otros y contribuyó todavía más a la apatía laboral del
campesinado. Por otra parte, la economía productiva soviética comenzó a
mostrar una de las deficiencias más persistentes a lo largo de su historia: la
burocratización. El diseño, puesta en marcha y control de los planes económicos,
llevó aparejado un aumento progresivo del personal dedicado a estas tareas que
terminaría por distorsionar el funcionamiento del sistema. También en el terreno
de las decisiones políticas se adoptó el centralismo como principio rector. La
acumulación de poderes en la persona de Stalin y la pérdida de la función de los
órganos colegiados corrieron paralelas, aun cuando constataban un proceso que
venía de antes. Entre 1939 y 1952, el pleno del Comité Central se reunió en
contadas ocasiones y fue Stalin quien, en su nombre, dictaba qué líneas maestras
seguir. El Politburó, si bien mantenía reuniones con mayor asiduidad, fue en la
práctica un órgano asesor más que ejecutor. En 1952, trece años después del
anterior, tuvo lugar un congreso del Partido Comunista (en el que precisamente
esta organización pasó a denominarse Partido Comunista de la Unión Soviética)
donde se reafirmó la autoridad estalinista en la teoría y en la práctica.
Stalin falleció el 5 de marzo de 1953. La Unión Soviética que dejaba como legado
aparecía ante los ojos del mundo como un ejemplo de país atrasado económica y
socialmente que había sido capaz en muy pocos años de dejar atrás esa herencia
gravosa hasta convertirse en una de las dos superpotencias perfiladas en el
horizonte del nuevo orden internacional surgido de la guerra. El prestigio del
país como alternativa factible ala concepción capitalista ampliaba los apoyos
soviéticos entre los partidos comunistas y, en general, entre la izquierda política
de la Europa occidental y entre las fuerzas revolucionarias de algunos países
asiáticos y africanos, que veían en el proceso soviético una forma de entrar en la
contemporaneidad, tras el fin del control colonial, al margen de las vías que
ofrecían sus antiguas potencias imperialistas.
En el camino de la desintegración
El fiasco económico y la incapacidad de enderezar el rumbo financiero del país
repercutieron con crudeza sobre extensas capas de la población, que sufrieron
un empobrecimiento rápido y un crecimiento paralelo de la delincuencia. Por si
ello fuera poco, los cambios en las estructuras políticas e institucionales, antes
que impulsar una reforma del Estado soviético, parecían abocar a su
desintegración. Las protestas continuadas en todo el país, las fricciones entre los
dirigentes republicanos, la falta, en definitiva, de una autoridad fuerte,
condujeron aun grupo de altos dirigentes del partido a conspirar para destituir a
Gorbachov mediante un golpe de Estado que tuvo lugar el 19 de agosto de 1991.
El objetivo primordial consistía en volver ala vieja ortodoxia comunista y
restablecer así todo el poder detentado por el PCUS durante décadas.
El fracaso de esta operación fue estrepitoso: ni la población soviética ni los
dirigentes mundiales apostaron por una vuelta al pasado; tres días después, todo
había acabado. Sin embargo, este intento de golpe de mano fue el detonante de
la descomposición última de la URSS. Presionado por el máximo dirigente ruso,
Boris Yeltsin, que disfrutaba de unas altas cotas de popularidad por su clara
actitud en contra de los sedicentes, Gorbachov abandonó la Secretaría General
del PCUS el 24 de agosto y las actividades del partido quedaron suspendidas el
día 29. El 2 de septiembre se disolvió el Congreso de los Diputados Populares y,
con él, el Soviet Supremo y el gobierno de la URSS.
En la nueva etapa que se abría, el vacío de poder generado fue aprovechado por
las fuerzas nacionalistas en las repúblicas federadas. Ante la declaración de
independencia de las repúblicas bálticas y de Ucrania, la estructura federal se
vino abajo. El 5 de septiembre entró en funcionamiento un «Sistema Federal de
Transición», con un comité económico interrepublicano, un Soviet bicameral y un
Consejo de Estado formado por el presidente de la Unión y los presidentes de
diez repúblicas: faltaban Lituania, Letonia, Estonia, Georgia y Moldavia.
La puesta en pie de estas instituciones federales no sirvió para preservar la
Unión. Así, no resultó operativa la «Comunidad de Estados Independientes»
(CEI), nacida el 8 de diciembre de 1991 en Minsk, por voluntad de Rusia,
Bielorrusia y Ucrania, ampliada pocos días después gracias a la integración de
las ocho restantes ex repúblicas soviéticas, quedando Georgia (vinculada
posteriormente) y las tres bálticas al margen. Sin pretensiones de carácter
federal, sus instituciones no han logrado sino potenciar en la medida de lo
posible determinados acuerdos bilaterales o multilaterales entre los Estados
miembros, pero no han sido capaces de articular una política conjunta
mínimamente eficaz para luchar contra la profunda crisis económica y sus
consecuencias añadidas.
El «retorno a Europa»
Además de la consolidación del sistema político democrático-parlamentario y de
la modernización de las estructuras económicas y sociales basadas en la
economía social de mercado y en el predominio de la sociedad civil, la transición
en los antiguos países del Este llevó aparejado un objetivo complementario: el
«retorno a Europa». Ante el apoyo mostrado por el Consejo Europeo, en
diciembre de 1989, al cambio que se estaba operando en la Europa del Este, la
Comunidad Europea, de común acuerdo con el G7, impulsaba la creación de
uniones regionales -la «Pentagonal», por ejemplo-, y coordinaba la puesta en
marcha de programas de ayuda a la reestructuración económica: el PHARE,
establecido en primer lugar con Polonia y Hungría y ampliado posteriormente a
los otros cuatro países de la zona; así como el Banco Europeo para la
Reconstrucción y el Desarrollo (BERD). Al mismo tiempo, y con el objetivo de
facilitar el proceso de integración europea, la Comunidad establecía los
«acuerdos especiales de asociación» (llamados también «acuerdos europeos» ):
en diciembre de 1991, Polonia, Hungría y Checoslovaquia -después Chequia y
Eslovaquia-firmaban dichos acuerdos europeos; en noviembre de 1992 lo
hicieron Bulgaria y Rumanía, y, a continuación, Eslovenia, Estonia, Letonia y
Lituania.
Poco tiempo después, en el Consejo Europeo de 1993, la Unión Europea
reiteraba su firme voluntad de ampliación al Este. Sin embargo, las condiciones
para la adhesión exigían el correcto funcionamiento de la economía social de
mercado, así como la estabilidad institucional en el marco de la democracia
parlamentaria, el respeto de los derechos humanos y la protección de las
minorías. Firmemente comprometidos con estos valores, el gobierno de Hungría
presentaba el 31 de marzo de 1994 su candidatura de adhesión a la Unión
Europea, y lo mismo hacía Polonia el 5 de abril de 1994. A finales de ese año, la
Unión Europea proclamaba su compromiso de contribuir ala creación de un gran
espacio europeo en el que todas las naciones del viejo continente pudieran
participar. A lo largo de 1995 presentaron su candidatura de adhesión Rumanía,
Eslovaquia, Letonia, Estonia, Lituania y Bulgaria, y en 1996 hicieron lo propio la
República Checa y Eslovenia. A finales de 1997, la Unión Europea anunciaba su
propósito de comenzar las negociaciones de una nueva ampliación que afectaba
a cinco países del antiguo bloque soviético: Hungría, Polonia, República Checa,
Eslovenia y Estonia.
4.2. FRANCIA
Francia fue profundamente castigada por el conflicto mundial y por el vacío de
poder producido tras el súbito desplome de la III República (1940). La figura
clave durante la guerra fue el general Charles De Gaulle, héroe de la Francia
libre, quien desde Inglaterra simbolizó el espíritu de resistencia contra el invasor
alemán en contraposición al colaboracionismo de Petain y su gobierno de Vichy.
Acabada la contienda, el prestigiado general volvió de su exilio y asumió las
riendas del país en un momento delicado. En la Francia de 1945 se solapaban los
estragos de la guerra con un notable desorden social, político y económico,
agravado por la acción extrema del sindicalismo radical agrupado en la CGT. De
Gaulle intentó reconducir la situación a través de un riguroso programa de
nacionalizaciones conforme al más estricto dirigismo como fórmula para conjurar
el clima semi revolucionario que amenazaba la estabilidad de la transitoria
Asamblea Consultiva.
Una de las cuestiones a resolver en la Asamblea fue el dilema planteado a la
nación sobre la conveniencia de restaurar la III República o, por el contrario,
instaurar otra de nuevo cuño. Esta última fue la opción elegida por los franceses
en referéndum celebrado en octubre de 1945, mientras socialistas, comunistas y
democristianos del MRP desvelaban las auténticas dimensiones de su poder. En
tales circunstancias, con una Francia apunto de quebrarse en su armazón
interno, De Gaulle presentó la dimisión aunque no le fue aceptada por la
Asamblea que, en cambio, sí le apoyó para conformar un nuevo gobierno de
coalición. Jugando a figurar en Europa como voz independiente entre los
proyectos de Estados Unidos y la URSS, el peligro de colapso económico obligó a
ese gobierno a aproximarse a Washington en un giro hacia la mesura y la
contención del comunismo galo. Tras dos elecciones y dos referendos, a duras
penas se aprobó la Constitución de la IV República (octubre de 1946), hecho que
precipitó la caída de De Gaulle y la formación del gabinete Bidault.
Con la retirada de De Gaulle se abrió una nueva etapa en la historia de la
posguerra francesa. Los comunistas, los socialistas y el MRP pasaron a ser las
formaciones políticas decisivas a partir de 1946. Pero los anclajes políticos del
régimen pronto fueron cuestionados ante la debilidad de los gobiernos socialistas
de Blum y Ramadier, además de la negativa del desairado De Gaulle a ostentar la
presidencia de una República que no consideraba suya, dejando el cargo al
socialista Auriol (enero de 1947). En política exterior se fue haciendo evidente la
inviabilidad de la fórmula de la Unión Francesa para mantener las colonias
sujetas ala metrópoli ante los costes políticos y financieros del deseo de sofocar
las rebeliones independentistas en Indochina, Madagascar, Túnez y Marruecos.
Los márgenes de maniobra del gobierno se iban cerrando y Ramadier, al filo de
la quiebra, se inclinó hacia el centro, aceptando el Plan Marshall y suscribiendo
el Plan Monnet de recuperación nacional (1947-1950), lo que abrió las puertas
de Francia al liberalismo económico planificado ya su propio modelo de Welfare
State.
Los comunistas acabaron saliendo del poder y pasaron a la oposición, los
sindicatos entablaron varias huelgas generales (1948 y 1953) y el problema
colonial se agravó, con todo lo cual la IV República fue todo un ejemplo de
fragilidad gubernamental (21 gobiernos meteoros en tan sólo 12 años),
perturbada por el descontento y la emergencia de un nuevo partido: el
Rassemblement du People Français (RPF). Fundado por De Gaulle, aquel partido
tuvo un profundo carácter nacionalista, próximo a algunas tesis fascistas,
defensor del robustecimiento del poder ejecutivo frente al Parlamento y fiel al
orgullo histórico de la grandeur francesa respecto de la subordinación de
Estados Unidos.
El RPF fue acogido con gran entusiasmo, tal como demuestran sus éxitos
electorales de 1947 y 1951, confirmando a la opción De Gaulle como tercera
alternativa entre los viejos partidos demócratas y los comunistas, detalle bien
entendido por los gabinetes Bidault, Pinay, Mayer, Laniel y Mendes-France
(1947-1956), que cambiaron su estrategia haciendo ingresar a Francia en la
OTAN, favoreciendo la integración europea (firma de la CECA) y saldando el
problema en Indochina tras aceptar la paz con la derrota de Dien Bien Phu
(Ginebra, 1954). Pero el prestigio de la IV República continuó hundiéndose con
las pérdidas de Túnez y Marruecos, el humillante repliegue de Suez (1956) y el
deterioro económico. Con su sistema político en barrena, la IV República hizo de
Argelia una cuestión de honor nacional. La coyuntura de enorme crispación y el
temor de un golpe militar, invistieron a De Gaulle como el único hombre fuerte
capaz de sacar a Francia del atolladero. y así fue: en mayo de 1958, De Gaulle se
convirtió en primer ministro, dando paso aun nuevo régimen (la V República).
Con De Gaulle en el gobierno (1958-1969), la V República representa una tercera
fase en la historia de Francia posterior 1945. Presidencialista, bicameral y
plebiscitaria, la V República -régimen al gusto del general-encaró la
estabilización del franco, consiguió el reflote de la economía y confirió a la
proyección exterior de Francia un incuestionable protagonismo, no condicionado
al de sus aliados. De Gaulle se distanció de la OTAN y, en posesión de la bomba
atómica, coqueteó con la URSS para mostrar su autonomía de Estados Unidos.
Del mismo modo, superó el doloroso trance argelino neutralizando la sublevación
del ejército de Argelia (putsch de los generales, 1961) y el acoso terrorista de la
OAS, negociando finalmente la independencia de la colonia (1962). Al año
siguiente firmó un tratado de cooperación con la RFA para consolidar aún más
sus rupturas con Gran Bretaña al impedirle el ingreso en la CEE. Sería el eje
Parfs-Bonn.
Desde luego no le faltaron aristas polémicas a la política exterior de De Gaulle.
Con Washington sostuvo diversos contenciosos al negarse a suscribir los tratados
de no proliferación nuclear o los de prohibición de ensayos (1963, 1968),
censurar la intervención yanqui en Vietnam, abandonar la OTAN ( 1966) y
reconocer a la China comunista de Mao (1967). Como puede suponerse, se ganó
las simpatías de los países árabes (en la guerra de los Seis Días al condenar a
Israel) y de la URSS durante la invasión de Checoslovaquia (1968). Fluctuando
hábilmente entre los bloques, todos los actos del general De Gaulle se
diligenciaron a través de una calculada y estentórea propaganda, que alcanzó
uno de sus puntos culminantes en el viaje del general a Canadá, donde pronunció
el sonoro aserto de «Viva Quebec libre!» (1967). -Agilizada por la personalidad
de su presidente, pero presa de los primeros efectos de una cierta recesión
económica, en mayo de 1968 esta aparentemente sólida Francia registró el
embate de unos violentos sucesos revolucionarios de matiz anticapitalista y
anarquizante promovidos por la contestación estudiantil y la protesta obrera, en
jornadas que sumieron al país en el desconcierto. Con su característica
habilidad, aunque erosionado por diez años de gobierno, De Gaulle supo
reconducir la situación, atrayéndose a las fuerzas conservadoras y consolidar su
autoridad mediante una nueva consulta a las urnas. Tras ello matizó su política,
enmendando el tipo de cambio del franco, suavizando las relaciones con
Washington y realizando algunas reformas institucionales. De alguna forma fue
preparando su propia retirada -que no la de su sistema de la V República-
culminada tras perder un referéndum (abril de 1969). Su abandono del poder fue
irrevocable y con él, desde luego, concluyó una página singular de la historia
gala.
Pero el futuro heredaría el legado de De Gaulle. Los gobiernos del gaullista
Georges Pompidou (1969-1974) y del centrista Valerie Giscard d'Estaing (Unión
por la Democracia Francesa, UDF) entre 1975 y 1981 demostraron la viabilidad
del sistema de la V República pese a los problemas de estabilidad institucional, al
espectro de partidos ya la crisis económica (1973 y 1979). La política exterior
francesa, sin duda, se moderó buscando mayores alianzas con Estados Unidos y
los países europeos vecinos (colaboración hispano-francesa en materia de
terrorismo, eurotúnel, acercamientos a Alemania). La presidencia del socialista
François Mitterrand desde 1981 acrecentó estas tendencias, incluso pese al éxito
relativo del gobierno socialista (con incorporación de comunistas) que gobernó
Francia entre 1981 y 1986. La victoria de las derechas dio paso a la cohabitación
política entre el presidente Mitterrand y los gobiernos conservadores (Chirac,
Balladour, Rocard). El fracaso de los comunistas en el gobierno y la propia
eclosión del comunismo en la URSS decantaron la moderación de Mitterrand al
aceptar la alineación de Francia con. la OTAN, la acción militar contra Irak y la
«opción supercero» (eliminación de los arsenales atómicos). Durante los años
noventa, además de nombrarse a Edith Cresson como la primera ministra en la
historia francesa (1991), se produjo el relevo en la presidencia: un Mitterrand ya
enfermo abandonó en favor del neogaullista Jacques Chirac, quien en 1997 -por
una sensible carencia de visión política-convocó nuevas elecciones que
favorecieron al PSF, y el socialista Lionel Jospin se convirtió en el nuevo primer
ministro. Con todo, el programa actual de los socialistas franceses refleja una
mayor mesura que el de la victoria de 1981. La relativa inestabilidad
gubernamental se soporta gracias a la solidez de la figura del presidente y hoy
Francia apuesta decididamente por los presupuestos de la Unión Europea y el
Mercado Único.
4.4. EL BENELUX
Bélgica, Holanda y Luxemburgo fueron miembros fundadores de la CEE en 1957
y su integración desde primera hora alentó su crecimiento económico al amparo
del desarrollo de los «grandes», especialmente la RFA. De algún modo, el
Benelux fue el referente en el que se inspiró la CEE. Pero, desde luego, cada una
de ellas vivió su desarrollo bajo coordenadas propias.
En la Bélgica de la posguerra se planteó vivamente el tema de la aceptación o
rechazo de la monarquía en la figura de Leopoldo III -tildado de colaborar con
los alemanes-, polarizando los debates políticos. El asunto se resolvió en unas
elecciones que permitieron la entronización de Balduino I (1950), gracias a la
derrota de los socialistas de Van Acker y Spaak y el aplauso popular de los
gobiernos socialcristianos (PSC) de Eyskens (1946-1954). Restablecido el orden
político y reconciliados los socialistas con la monarquía -ya sin prerrogativas-, el
país afrontó la recuperación económica sin nacionalizaciones ni dirigismos, pero
sí mediante la intensa racionalización de sus recursos industriales, una férrea
disciplina monetaria y lo rentable de la explotación colonial del Congo
centroafricano. De ese modo, fiel ala OTAN, superando la confrontación entre
flamencos y valones, y con el respaldo del Plan Marshall, en 1950 Bélgica
consiguió ser uno de los cuatro países más ricos de Europa, detrás de Suecia,
Suiza y Gran Bretaña, adscribiéndose a la CECA y la CEE. Van Acker y Eyskens
se alternaron en el gobierno (1954-1961) y Bélgica hubo de superar la
independencia del Congo (1960). Las crisis con su ex colonia (1961-1969) y las
tensiones entre francófonos y valones, interfirieron durante algún tiempo la
normalidad política, únicamente afirmada después de un giro hacia el
federalismo como medio de integración nacional (reforma constitucional de 1970
y pacto de Egmont de mayo de 1977). La regionalización fue consolidada por los
gobiernos socialcristianos de Leo Tindemans (1974-1978) y Wilfried Martens
(1981-1987). Ésa ha sido la fórmula por la cual Bélgica ha encauzado su
significación democrática actual, la que acreditó la talla de Balduino I y que ha
hecho posible la entronización pacífica de su hermano Alberto II (1993), acatado
igualmente por los socialcristianos y los socialdemócratas (valones y flamencos)
del gobierno de Jean-Luc Dehaene.
Holanda no sufrió ninguna crisis social tras la guerra, pero sí hubo de
enfrentarse a una situación económica muy apurada tras los desastres de la
guerra (destrucción de las presas). Los gobiernos de Schermerhorn y Beel (1945-
1948) lo comprobaron y hubieron de encarar el problema mediante medidas
idénticas a las adoptadas por los laboristas ingleses, pero con el agravante de los
costes de la independencia de Indonesia. Con otra táctica, el largo gobierno de
las derechas (W. Drees, 1948-1957) -testigo de la abdicación de la reina
Guillermina y de la proclamación de la reina Juliana-flexibilizó la rigidez del
dirigismo económico impuesto por sus predecesores, sacó provecho del Plan
Marshall, admitió la pérdida de Indonesia y emplazó a Holanda en la OTAN, tras
acelerar la constitución del Benelux (unión económica y aduanera con Bélgica y
Luxemburgo, 1948) y la CECA (1951). Desde entonces osciló entre
conservadores (1958-1964) y socialistas (1965), ala vez que progresaba su
desenvolvimiento económico y su poderosa industria. Hubo problemas, como
cuando se devaluó el florín (1961) o cuando se tomaron medidas restrictivas para
combatir la crisis energética (1973-1980), pero la fortaleza material de Holanda
la acreditan como socio distinguido en el cuadro de las potencias occidentales
bajo la autoridad simbólica de la reina Beatriz (desde 1980). De hecho, en 1991
Holanda asumió la presidencia de la CEE e impulsó desde esa posición su
proyecto de unión política de los europeos, aunque fue rechazado por la
oposición de los otros socios comunitarios.
Luxemburgo simboliza una especie de ciudad-Estado con sus 2.586 kilómetros
cuadrados y sus 370.000 habitantes. Sólo podemos compararla con Liechtenstein
(160 kilómetros cuadrados), además de las singularidades -territorialmente
mayores-de Mónaco o Andorra, ya en la Europa mediterránea. Luxemburgo
sufrió también los efectos de la guerra al ser invadido por los alemanes e
integrado en la región moselana del Reich. Conservó su personalidad resistiendo
ala germanización y, tras la guerra, se unió al Benelux (1947) ya la OTAN (1949).
Luxemburgo también fue socio fundador de la CEE y representó un modelo de
estabilidad política sorprendente: el socialcristiano Pierre Werner ocupó el
gobierno desde 1959 hasta 1974. E incluso llegó a ser reelegido cinco años más
tarde sucediendo al demócrata liberal Gaston Thom. El actual soberano es el
duque Juan, quien sucedió a su madre -la duquesa María Adelaida-en 1964. Los
socialistas vencieron en las elecciones de 1984, pero formaron coalición con los
socialcristianos encabezados por Jacques Santer. Los democristianos y los
socialistas forman habitualmente coalición, dotando al país de una gran
estabilidad con sólidas mayorías parlamentarias. La economía actual de
Luxemburgo se basa en una agricultura muy productiva y unas exportaciones
siderúrgicas dirigidas al 90 % hacia los mercados europeos.
Este capítulo analiza los países de Europa occidental situados en la cuenca del
Mediterráneo, es decir, Grecia, Italia, España y Portugal. Este espacio
mediterráneo que siempre había tenido un destacado valor estratégico y político,
adquiere gran protagonismo a partir de 1946. En esta fecha, se rompe la alianza
que había mantenido unidos ala URSS, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia
durante la Segunda Guerra Mundial. Al romperse esa alianza surgen los dos
bloques de poder que dirigirán la política mundial hasta 1990 (guerra del Golfo).
Estos dos bloques de poder se aglutinarán alrededor de la URSS y sus satélites y
Estados Unidos y sus aliados. El Mediterráneo será un escenario más, como lo
fue Europa o Asia en el enfrentamiento entre ambos bloques.
Las manifestaciones de ese enfrentamiento en el Mediterráneo serán múltiples.
La URSS intentará crear áreas de influencia, introducirse y controlar los países
ribereños ...y, de paso, conseguir la meta, tantas veces acariciada desde Pedro I
el Grande, de circular libremente por dicho mar. En realidad, estos objetivos
formaban parte de la misma estrategia expansionista, manifestada por la URSS
desde la Conferencia de Yalta (julio-agosto 1945). Los acuerdos en ella
alcanzados habían permitido ala URSS establecer gobiernos prosoviéticos en la
Europa centro-oriental, y levantar, según expresó Churchill en la conferencia que
dio en Foulton (Missouri) en 1946, «un telón de acero» desde el Báltico al
Adriático.
La primera manifestación del expansionismo soviético en el Mediterráneo se
produce en Grecia, cuando la URSS apoyó a la guerrilla comunista (otoño 1946 ).
El gobierno británico (que había apoyado al Estado griego desde su creación en
mayo de 1832) se sintió imposibilitado de frenar la confusa situación griega. En
parte, como consecuencia de la crisis económica y social posbélica que estaba
padeciendo el Reino Unido. Los británicos, impotentes para poner fin ala guerra
civil que asolaba Grecia, pidieron ayuda al gobierno norteamericano, en febrero
de 1947.
La respuesta no se hizo esperar. En marzo de 1947, el presidente
norteamericano Truman hace pública una declaración de apoyo económico y
militar al gobierno legal griego y formula un apoyo general «a todos los pueblos
libres decididos a resistir a .los intentos de avasallamiento llevados a cabo por
minorías interiores armadas o ayudadas por presiones exteriores». Había surgido
la doctrina Truman. Además, para re! forzar la presencia norteamericana en el
Mediterráneo se creaba la VI Flota (junio de 1948), con la misión de vigilar y
responder a los movimientos soviéticos en dicho mar y en las regiones vecinas.
Simultáneamente, en el Mediterráneo no europeo van a surgir otros problemas
en los que también se manifiesta el expansionismo soviético. La creación del
Estado de Israel, en 1947, y el enfrentamiento inmediato entre israelíes,
palestinos y árabes, dio ocasión para que la URSS directamente o por medio de
la ONU tomara partido a favor del Estado israelí, granjeándose el rechazo de los
Estados árabes y frenando el desarrollo de los partidos comunistas en dichos
Estados. Este revés, le hizo, momentáneamente, no participar en los conflictos
de la zona, como el de la disputa del primer ministro iraní Mossadegh con las
compañías petrolíferas que operaban en Irán (1951) y que terminó con la
nacionalización de las mismas.
Este momentáneo fracaso y la política de contención diseñada por Estados
Unidos frente a la URSS, a partir de 1946, para frenar el expansionismo
soviético, se manifiesta en el Mediterráneo oriental con la invitación formulada a
Grecia y Turquía para que entraran a formar parte de la OTAN (1951). El
objetivo era que la Alianza Atlántica controlara el área de los estrechos que
cerraba la salida de la URSS desde el mar Negro al Mediterráneo oriental. Un
segundo paso de esta contención será la firma del Pacto de Bagdad (1955) entre
Gran Bretaña, Irán e Irak, que cerraba la posibilidad de penetración rusa hacia
las zonas petrolíferas del Próximo y Medio Oriente. Por último, el compromiso de
ayuda mutua entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia para detener
cualquier agresión en el Próximo Oriente y mantener el equilibrio de
armamentos en la zona, entre los eventuales beligerantes de la misma.
1955 es también el momento del cambio de la estrategia soviética en el
Mediterráneo oriental. El punto de inflexión puede situarse en las declaraciones
del ministro de Asuntos Exteriores soviético de que su país «no puede
permanecer indiferente a la evolución en el Oriente Próximo y Medio, puesto que
la formación de bloques y la constitución de bases militares extranjeras en el
territorio de los Estados de esas dos zonas afectan directamente a la seguridad
de la URSS. La posición del gobierno soviético es tanto más comprensible cuanto
que la Unión Soviética está situada en la inmediata proximidad de esos Estados».
A partir de ahí, la URSS venderá armas, intentará romper el Pacto de Bagdad y
buscará aliados en la zona, como con Egipto (1955).
Esbozado este breve panorama del papel estratégico y político del Mediterráneo,
pasemos a analizar la trayectoria de la Europa mediterránea, por cierto muy
diferente entre sí, pues si bien Italia se incorporó pronto a organismos
internacionales como la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA),
en 1951, y fue miembro fundador de la Comunidad Económica Europea (CEE) en
1957, Grecia, España y Portugal se incorporarán a la misma tardíamente en 1981
y 1986. La democracia establecida formalmente en Italia en la primavera de
1945, llega tardíamente a Grecia, Portugal y España. En estos dos últimos, a
mediados de la década de los setenta.
1.1. GRECIA
La ocupación durante la Segunda Guerra Mundial fue muy dura para el país, que
se ve dividido entre alemanes, italianos y búlgaros. La resistencia fue poderosa,
pese a estar dividida. Destaca el Frente Nacional de Liberación (EAM), en el que
predominan socialistas y comunistas y que propugnan, para cuando acabe la
guerra, una profunda reforma social.
La proximidad de las tropas rusas en su avance en los Balcanes, acelera la
liberación de Grecia por las tropas británicas, aunque no supone el fin de la
lucha. Churchill viaja al país para poner un poco de orden. El Acuerdo de Varkiza
(febrero de 1945), garantizado por el gobierno británico, prevé la
democratización del ejército y la creación de las condiciones indispensables para
proceder a las elecciones ya un plebiscito sobre el mantenimiento o eliminación
de la monarquía. El arzobispo de Atenas, Damakinos, asume la regencia.
Las elecciones dan el triunfo a la derecha monárquica y el plebiscito permite el
regreso del rey Jorge II del exilio (septiembre de 1946). La derecha, aliada con la
extrema derecha, emprende la represión de la izquierda y de los no
monárquicos. La guerra civil se desata en el país cuando la izquierda se organiza
en guerrillas en las montañas, crea un ejército (octubre de 1946) e incluso
organiza un gobierno paralelo, el llamado Gobierno Provisional de la Grecia
Libre (diciembre de 1947).
La guerra civil durará hasta el verano de 1949, en que la guerrilla se disuelve.
Supondrá un sufrimiento añadido a las penalidades de la ocupación, y hará más
difícil la posguerra. Ya hemos visto cómo lo complejo de la situación y el deseo de
retirarse del escenario griego movió al gobierno británico a pedir ayuda al
norteamericano (febrero de 1947) para contener la expansión del partido
comunista en el país, y dio lugar a la inmediata respuesta norteamericana (marzo
de 1947) de ayuda política -doctrina Truman-y de apoyo económico.
En abril de 1947 muere el rey Jorge II y le sucederá su hermano Pablo I. Los
partidos de derecha se mantendrán en el poder hasta las elecciones de 1963. Dos
aparecen como más destacados: el de Reunificación Helénica del mariscal
Papagos, que obtiene la mayoría absoluta en las elecciones de 1952, y el de
Unión Radical Nacional que tiene por líder a Constantino Karamanlis y que gana
las elecciones en 1956. Aparentemente, el régimen griego parece una monarquía
parlamentaria pero, en la práctica, funcionaban fuerzas extraparlamentarias de
gran peso político, como el rey y su entorno, el ejército y la Iglesia. Además, era
práctica común la manipulación del sistema electoral y las presiones morales y
económicas, especialmente sobre la oposición.
Pese a estas prácticas políticas antidemocráticas, el país se recuperaba
lentamente. A partir de 1951, la economía griega tiende a superar los niveles de
antes de la guerra. La población activa agrícola, por ejemplo, que antes de la
guerra representaba el 60% del total, disminuía en 1952 a156,8 % en favor del
transvase a la industria (orientada ala producción de bienes de consumo, en su
mayor parte de carácter artesanal) ya los servicios. La renta nacional. estaba
desigualmente repartida y además predominaban los impuestos indirectos que
gravaban a los más débiles.
Pese a la lenta transformación de las estructuras económicas y sociales, el
pueblo griego tiene la impresión de que la derecha frenaba el despegue
económico y la democratización política y social, y en general, la modernización
del país. Surge una oposición que se aglutina en la Izquierda Democrática
Unificada (EDA), formada por comunistas y socialistas, y en la Unión del Centro
(1961), que agrupaba a liberales, derecha moderada y algunos disidentes de
derechas. Tendrá por líder a Georges Papandreu. Éstos ganarán las elecciones en
1963 con un programa progresista: redistribución de la renta nacional,
democratización de la instrucción pública y del movimiento sindical, protección
de las libertades individuales, disminución de las medidas de excepción, y
depuración del ejército y la policía, entre otras.
En la práctica, los elementos más conservadores de la coalición, así como las
fuerzas extraparlamentarias ya mencionadas, frenaron esta política, asustados
con el progresismo del programa. La muerte del rey Pablo I (marzo de 1964) y la
sucesión de su hijo Constantino II, será aprovechada por la oposición derechista
para actuar.
Georges Papandreu descubre un complot en marzo de 1964 en el que estaba
implicado su hijo Andreas, líder del ala izquierda de la coalición gubernamental,
así como otros ministros del gabinete. El rey obliga al primer ministro a
presentar la dimisión. Es el golpe de fuerza real (julio de 1965). Parece que la
oposición había planeado un plan en dos fases: una primera parlamentaria, y si
ésta fracasaba, una segunda militar.
Fracasado el plan parlamentario, puesto que no se logró el apoyo de un número
suficiente de diputados que permitiesen mantener un gobierno estable y, puesto
que si se convocaban elecciones anticipadas era previsible una nueva victoria del
centro y de su ala izquierda, se optó por el plan militar. Así, un grupo de
coroneles considerados fieles a la corona, tomó el poder por las armas (abril de
1967) en nombre del rey, que se vio obligado a refrendarlo. La junta militar
disuelve el Parlamento, suprime las libertades y pone en marcha una rígida
censura y una fuerte represión. El rey Constantino II, aunque quiere reconducir
la situación, tiene que exiliarse (será destituido y abolida la monarquía en junio
de 1973, proclamándose la República en diciembre de 1974).
En julio de 1968, la junta militar presenta una Constitución autoritaria aprobada
por referéndum. Esta dictadura, al servicio de una oligarquía, provoca repulsas
en el exterior y en el interior del país. Para consolidarse en el poder, apoyaron un
golpe de Estado contra el arzobispo Makarios, en Chipre (julio de 1974). Esta
intervención griega provoca el desembarco turco en la isla. Las graves
repercusiones internacionales, unido al fortalecimiento de la oposición
democrática y el malestar nacional provocado por esta acción, obligaron a los
militares a ceder el poder a los civiles. Los coroneles llaman del exilio a
Constantino Karamanlis, político liberal-conservador, alejado de la esfera de
influencia del rey y de la dictadura de los coroneles.
El nuevo gobierno de Karamanlis restablece las libertades públicas, amnistía a
los presos políticos y, en las elecciones, obtiene la mayoría absoluta. Restablece
la Constitución liberal de 1952 y promulga una nueva Constitución (junio de
1975).
En las elecciones de 1977 se inicia el ascenso del partido socialista griego
(PASOK) de Andreas Papandreu, que logra formar gobierno tras las elecciones de
1981. El PASOK se mantendrá en el poder hasta 1991, aunque con dificultades
desde 1989. Numerosos escándalos (algunos financieros como el desfalco del
Banco de Creta), acusaciones de corrupción y clientelismo, y una situación
económica preocupante que se manifiesta en una elevada inflación (25 %) y un
alto déficit (22 %), les hace perder credibilidad. Además, el plan de estabilización
de 1985 fue abandonado sin haberse conseguido los objetivos: reducción del
déficit, lucha contra la inflación (superior al 16 % en 1987) y fin de la
conflictividad social. Esta situación impedirá a Grecia entrar en el bloque de
países de la moneda única (1999). En las elecciones de 1990, gana el partido
conservador Nueva Democracia, formando gobierno Constantino Mitsotakis.
A partir de 1990, la desintegración de Yugoslavia ha provocado la afluencia de
inmigrantes, frecuentemente clandestinos (polacos, romanos, albaneses) y la
aparición de reivindicaciones territoriales de albaneses, búlgaros y griegos
(sobre Tracia y Macedonia).
La cuestión de Chipre
La evolución política griega que acabamos de exponer se enrarece y complica,
hasta el punto de dar lugar a algún que otro cambio de gobierno, con la
emergencia a principios de 1950 de la llamada «cuestión chipriota».
La isla es la tercera en superficie del Mediterráneo. Está situada muy próxima a
Turquía y cerca de Siria y El Líbano. Desde la apertura del canal de Suez (1869),
la isla adquiere un gran valor estratégico en el Mediterráneo oriental. Por el
Tratado entre Gran Bretaña y Turquía (1878), Chipre es cedida por el Imperio
otomano a Gran Bretaña, a cambio de la garantía militar británica contra un
eventual ataque ruso a Turquía. Por lo tanto, los habitantes de Chipre siguen
siendo súbditos turcos, pues el Imperio otomano conserva la soberanía sobre la
isla. Esta situación cambia cuando los turcos declaran la guerra a los aliados
(diciembre de 1914), lo que aprovechan los británicos para anular el tratado de
1878 y anexionarse Chipre.
La isla está habitada mayoritariamente por griegos (casi el 80 %), que exaltan
vivamente la cultura griega y que se consideran griegos. Ello hace surgir un
sentimiento nacionalista; no de independencia, sino de enosis, es decir, de unión
a Grecia, lo que le confiere gran peculiaridad. Este nacionalismo fue alentado
por la Iglesia ortodoxa en la que recae, además, la representación política del
pueblo chipriota, por voluntad del Imperio otomano. Así, el arzobispo ostentaba
el título de enarca o jefe de la Nación (era elegido para tal cargo por sufragio
indirecto del conjunto de la población cristiana). El partido comunista chipriota,
AKEL (Partido Progresista del Pueblo Trabajador), será, junto a la cultura y la
Iglesia, el tercer pilar de la lucha por la enosis.
Por su parte, en la minoría turca (18% de la población) palpita un nacionalismo
que rechaza la unión con Grecia y desea la autonomia jurídica y educativa para
chipre. Ni unos ni otros conseguirán, al principio, el apoyo de los gobiernos
griego y turco.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, en el Ministerio de Asuntos Exteriores
británico (el Foreign Office), se baraja la idea de entregar Chipre a Grecia, pero
rápidamente la idea es abandonada; la eventualidad de un triunfo de la izquierda
en la guerra civil que se está librando en Grecia, instalaría a los soviéticos
también en chipre, es decir, les dejaría sólidamente instalados en el
Mediterráneo oriental. Así pues, el problema de Chipre es considerado por los
británicos como una faceta estratégica de su presencia en el Próximo Oriente;
sobre todo, si se tiene en cuenta los problemas que soportan en el «mandato» de
Palestina.
Con todo, el gobierno laborista elabora el plan Creed-Jones (octubre de 1946)
para Chipre que contemplaba: la convocatoria de una asamblea encargada de
elaborar una «reforma constituciona1» y que daría más participación política a
los chipriotas, un plan de desarrollo de diez años para impulsar la vida
económica social, y una amnistía general.
Lo más difícil fue acercar los intereses británicos y chipriotas. Los británicos
propusieron una asamblea formada por gran número de miembros elegidos, pero
también por miembros designados. El poder ejecutivo quedaba en manos
británicas, asistido por cuatro ministros y cuatro diputados elegidos por el.
secretario británico para las Colonias. Los chipriotas, por el contrario (en
realidad sólo colabora el partido comunista AKEL), deseaban una asamblea
totalmente elegida, un gobierno responsable y un gobernador que tuviera sólo
las competencias de defensa, asuntos exteriores y protección de minorías. En
mayo de 1948, las fuerzas políticas chipriotas rechazaron el proyecto
constitucional británico. Gran Bretaña lo abandonará definitivamente.
Mientras tanto, el nacionalismo chipriota se reafirma. Un plebiscito organizado
por el en arca (enero de 1950) arroja un 96 % de chipriotas que se inclinan por la
enosis o unión con Grecia. En mayo del mismo año, una delegación chipriota
llega a Atenas para obtener el apoyo efectivo de Grecia, con lo que el conflicto
deja de ser un contencioso anglo-chipriota. Los nacionalistas incluso hablan de
llevar el problema ante la ONU. Además, el nacionalismo encuentra un líder
carismático, el arzobispo Makarios III, que organiza y dinamiza el nacionalismo
chipriota.
El problema se convierte en internacional cuando Grecia lo presenta ante la
ONU (agosto de 1954). Acogiéndose al principio de la libre autodeterminación de
los pueblos no pide la enosis, sino únicamente el derecho ala autodeterminación
de la isla. Turquía se siente obligada a intervenir. Su postura será de oposición a
cualquier modificación del estatuto internacional de Chipre y si la modificación
se produce, ésta debe ser para reintegrar Chipre a Turquía. Esta actitud turca no
es consecuencia de la presión de la minoría turca de la isla, sino de la situación
estratégica de la misma: dada la inestabilidad de la política griega, Turquía no
quiere una Chipre griega a tan escasa distancia de sus costas. La ONU, aunque
inscribió la petición griega en el orden del día, decidió que «no era oportuno, por
el momento, adoptar una resolución sobre la cuestión de Chipre».
Un giro en la cuestión chipriota se produce con el estallido de la sublevación
armada en la isla (1 de abril de 1955) y la aparición de la EOKA (Organización
Nacional de Combatientes Chipriotas). Su objetivo no era la victoria militar sobre
los británicos, sino el hostigarlos para forzar una negociación. El arzobispo
Makarios, considerado por los británicos el impulsor del movimiento terrorista,
será deportado (marzo de 1956), aunque el organizador, estratega y alma del
movimiento será el coronel Grivas. Finalmente, en marzo de 1957, el arzobispo
es liberado y la tregua terrorista entra en vigor. La etapa de las negociaciones se
imponía.
En realidad, la crisis de Suez que terminó con la nacionalización del canal por
Egipto (1956) y el fracaso de la expedición franco-británica a dicho país,
modificaron la visión británica sobre su papel en el Próximo Oriente y el valor
estratégico de chipre. Aunque los cuarteles generales británicos (terrestres y
aéreos) en el Próximo Oriente habían sido trasladados de Egipto a Chipre
(diciembre de 1952), la guerra había demostrado que los puertos y aeropuertos
chipriotas eran mediocres (incluso parte de las tropas de la expedición británica
a Egipto habían tenido que partir de Malta). Además, la noción de guerra clásica
había evolucionado técnicamente y por ello el mantenimiento de la soberanía
sobre la isla había dejado de tener interés.
El problema estaba en encontrar una solución aceptable, a la vez, para Grecia,
Turquía y las dos comunidades chipriotas, evitando que la Alianza Atlántica
pudiese verse afectada (Grecia y Turquía eran miembros) en, el Mediterráneo
oriental.
El camino final para la solución de la cuestión chipriota fue difícil y durará de
1955 a 1959, barajándose numerosas posibilidades, desde recurrir de nuevo ala
ONU, la vuelta al «diálogo regional», es decir, entre las comunidades chipriotas
de la isla, o contemplarse la posibilidad de la partición de la isla entre las dos
comunidades. Desde septiembre de 1958 el arzobispo Makarios parece
abandonar la idea de la enosis, ante la oposición turca, e inclinarse hacia la
independencia. En febrero de 1959, en Zurich y Londres se firman los acuerdos
que solucionan el conflicto. Se opta por la independencia, garantizada por Gran
Bretaña, Grecia y Turquía, que será proclamada en agosto de 1960.
El conflicto se reabre cuando Makarios propone un proyecto de revisión de los
acuerdos de Zurich y Londres al jefe de la comunidad turca (noviembre de 1963).
El objetivo era crear un verdadero Estado independiente en Chipre. Las
tensiones entre Grecia y Turquía se recrudecen. Makarios busca el apoyo de la
URSS y de los países neutrales. Ante la crisis de convivencia de las dos
comunidades en la isla y el temor a la intervención armada turca, Gran Bretaña
eleva ala ONU el problema chipriota (febrero de 1964). Dicha organización
enviará una fuerza de observación.
La dictadura de los coroneles griega, buscando un éxito externo que los
consolide en el interior, organiza un golpe de Estado en Chipre y destituye a
Makarios (julio de 1974). Esta intervención acarrea el desembarco turco en la
isla. El resultado fue la división de la isla y el transvase recíproco de la población
entre las zonas de ocupación griega y turca y la represión indiscriminada. La
consagración jurídica de la división se produce cuando se proclama la
independencia de la República Turca del Norte de Chipre (noviembre de 1983).
Excepto Turquía, la comunidad internacional rechazó unánimemente este
atentado a la integridad territorial de la República de Chipre. Este problema está
pendiente de resolverse.
1.2. ITALIA
La rendición del país (septiembre de 1943) no significó automáticamente su
liberación ni el fin de la guerra. Por el contrario, supuso su división (por una
línea que pasaba entre Nápoles y Roma, en el invierno de 1943-1944). Esta
división no terminará hasta la primavera de 1945. En el sur de esta línea, en
Brindisi, se instaló el rey Víctor Manuel III y el gobierno del mariscal Badoglio.
En el norte, los alemanes instalaron un gobierno títere fascista, liderado por
Mussolini, la República de Saló. La liberación fue muy lenta, y esto dio lugar a
que surgiera un fuerte movimiento de resistencia.
Durante esta fase, y en la inmediata posguerra, se plantearon tres cuestiones
fundamentales:
a) La reconstrucción económica (problema común en todos los Estados de
Europa que experimentaron la destrucción de la guerra y que tuvieron que
reconvertir las economías de guerra en economías de paz) supuso no sólo poner
en marcha la reconstrucción para borrar los destrozos de la contienda y alcanzar
los niveles de producción de antes de la guerra, sino superar los problemas
estructurales inherentes a la economía italiana. Principalmente, falta de
capitales y desequilibrios regionales debidos a la disparidad de desarrollos entre
el norte más industrializado y el sur más atrasado.
b) La depuración de responsabilidades. Suponía apartar a los elementos fascistas
y filofascistas de la Administración y de los cargos de responsabilidad. Tarea
difícil porque en veinte años de fascismo una gran masa de población, o bien
había colaborado con el fascismo o no se había opuesto suficientemente a él. De
hecho, la intención moralizadora, en este sentido de los partidos de izquierda,
tropezó con la dificultad de aplicación de las leyes depuradoras. Precisamente, la
nueva política italiana se cimentará en los «valores de la resistencia»:
democracia, libertad, honradez, responsabilidad, humildad, deseo de
colaboración internacional, modernidad y descentralización. Fue conocido como
el «viento del norte». Sin embargo, de 1945 a 1948 este nuevo orden moral fue
difícil de implantar porque lo que primó fue la continuidad de los hombres y de la
mayoría de las instituciones.
c) La solución del problema institucional. Éste era consecuencia de la
colaboración de la monarquía con el fascismo. Había quedado desprestigiada.
Para salvar la dinastía, el rey abdicó en su hijo Umberto pero, pese a ello, el
referéndum (junio de 1946) dio el triunfo a la República por una diferencia de
dos millones de votos.
Para dotar al país de un nuevo marco legal se elaboró una nueva Constitución
que entró en vigor en enero de 1948. Restablecido el sistema de partidos
políticos, el comunista resultó ser el más importante. Estaba prestigiado por su
activa participación en la resistencia y era indiscutiblemente el mejor
organizado. Dirigido por Togliatti, se mostró partidario de colaborar con la
monarquía y de democratizar la sociedad y las instituciones italianas,
colaborando en las tareas de gobierno con otros partidos, incluso con los que no
eran de izquierdas.
Precisamente, para hacer frente al auge comunista, surgiría la Democracia
Cristiana, más que un verdadero partido político, una coalición de partidos de
derechas (entre otros el antiguo Partido Católico y el más moderado Partido
Liberal) que contará con el aliento y la colaboración de la Iglesia. Desde la
liberación (primavera de 1945) hasta la primavera de 1947, comunistas y
demócrata-cristianos colaboran y forman gobiernos de coalición, aunque ambos
consideran que esta colaboración es transitoria mientras se restablece la
normalidad democrática y funciona el sistema de mayoría parlamentaria y
oposición. La Democracia Cristiana crece sin cesar; primero bajo el liderazgo de
Alcide De Gasperi y -desde su muerte en 1953de Amintore Fanfani. El tercer
partido es el socialista. Está desorganizado por la represión del fascismo, la
ocupación alemana y el exilio. En realidad, tienen que organizarse de nuevo.
Además, están divididos entre los que propugnan la fusión con los comunistas y
los que se oponen a ella.
En las elecciones de 1948, la Democracia Cristiana alcanzó la mayoría absoluta
(la única vez que lo hace un partido en la segunda mitad del siglo). Durante las
siguientes legislaturas y las de la década de los cincuenta, la vida política
italiana estará cimentada en la fórmula de un cuatripartidismo: DC, PSDI, PRI y
PLI, pero basado en la preeminencia de la DC. El agotamiento de esta fórmula
propiciará las tentativas de Aldo Moro (secretario general de la Democracia
Cristiana) de buscar una coalición con el partido comunista. Este acercamiento
parece prematuro, sólo será posible en octubre de 1998. La paradoja italiana fue
que durante veinte años el partido más importante de la oposición estuvo
excluido del gobierno.
La normalización democrática estuvo acompañada de un gran desarrollo
económico. Se debió a la ayuda que representó el Plan Marshall, a la
participación de Italia en organismos internacionales (CECA y CEE) ya la política
económica gubernamental. Italia, al acabar la guerra, era un país
económicamente atrasado y mayoritariamente agrario, aunque con algunos
sectores industriales avanzados (automóvil, acerías, químicas y textil). A
mediados de los años 60, era un país industrializado con un desarrollo económico
similar al de Francia y Gran Bretaña, aunque inferior a Japón, Estados Unidos y
Alemania Federal. Un factor decisivo en esta transformación, además del impulso
dado por el gobierno a la iniciativa privada, fue el descubrimiento de nuevas
fuentes de energía en las proximidades del país. Ello permitió contar con la
energía más barata de Europa.
El desarrollo económico aumentó los desequilibrios regionales, entre un
noroeste, noreste y centro, cada vez más ricos, y un sur cada vez más pobre
(sobre todo después del fracaso de la reforma agraria). Además, el desarrollo
puso en evidencia la ineficacia e insuficiencia de los servicios públicos
(enseñanza, sanidad, transportes, viviendas sociales). También provocó una
fuerte emigración del campo ala ciudad y, sobre todo, desde el sur hacia las
zonas más industrializadas.
Los desequilibrios del desarrollo provocaron malestar y tensiones sociales, con
alteraciones del orden público. También contribuyó al malestar el desencanto
producido por las ilusiones incumplidas de la izquierda (críticas de Kruschev
sobre las depuraciones de Stalin, 1954, y la represión de la revolución húngara,
1956, por los soviéticos), que distanció a los comunistas y socialistas italianos de
Moscú. Este distanciamiento alejó aún más entre sí a comunistas y socialistas, y
permitió el acercamiento de estos últimos a la Democracia Cristiana. Ésta, ante
la tensión social, necesitaba abrirse a la izquierda y participar en coaliciones de
centro-izquierda para formar gobierno. La década de 1953 a 1963 (momento en
que los socialistas entran a formar parte del gobierno) es una etapa crucial en la
que la Democracia Cristiana hace frente al peligro de coaligarse con la extrema
derecha. También contribuyó ala alianza de centro-izquierda, la evolución
aperturista de la Iglesia.
Efectivamente, la elección de Juan XXIII (pontificado breve, pues muere en 1963)
y la apertura del Concilio Vaticano II (en 1962) hace surgir una corriente de
profunda revalorización del papel de la Iglesia en la sociedad. Para ello la Iglesia
se distancia de la política y, por consiguiente de la Democracia Cristiana, y se
centrará más en la labor pastoral y espiritual.
El fruto de la colaboración de la Democracia Cristiana con los socialistas fue una
política de reformas: nacionalización de la industria eléctrica, autonomía
regional (1970) (una descentralización que estaba contemplada en la
Constitución de 1947 pero que no se había puesto en práctica), cambios en el
sistema tributario para beneficiar a los más pobres, subida de los salarios
industriales que se duplicaron entre 1969 y 1973, aumento de viviendas públicas
y ley del divorcio. Pese a estas reformas (la autonomía regional y la ley del
divorcio se consideran las más importantes), la entrada de los socialistas en el
gobierno causó decepción.
Las reformas no habían solucionado los problemas del país, que además se
habían complicado con los producidos por la crisis petrolífera de 1973 y con la
publicación de escándalos que pusieron en evidencia hasta qué punto la
corrupción había penetrado en la política. Además, cada vez era más intensa la
oleada de terrorismo (mafioso en el sur, de extrema izquierda -Brigadas Rojas-en
el norte). Resultado de la suma de todos estos factores era el aumento del
desencanto político que se refleja en la proporción del voto que obtienen los
principales partidos en las consultas electorales.
En 1973 se rompe la coalición de la Democracia Cristiana y los socialistas. La
Democracia Cristiana se mantiene como el primer partido más votado,
siguiéndole el PCI. Los socialistas aparecen como el tercer partido y pasan a la
oposición. En el otoño de 1973, el líder del PCI Enrico Berlinguer propone el
«compromiso histórico» entre DC, PSI y PCI. Estos últimos se comprometen a
colaborar en el gobierno. Están dispuestos a ayudar a restablecer la economía
italiana, mantener la ley y el orden y respetar a la Iglesia. A cambio quieren una
política de reformas. Para la DC la idea es buena porque les permite reemplazar
la rota coalición socialista. Los líderes de la DC, Andreotti y Aldo Moro, apoyan la
propuesta de coalición. En 1978 el PCI entra a formar parte del gobierno. La
experiencia dura escasos meses. Pese a ello, resultado de la coalición fueron
varias reformas: fortalecimiento de la autonomía regional, reestructuración de la
sanidad, legalización del aborto y desregulación de la radiodifusión.
Lo efímero del «compromiso histórico» obligó a volver de nuevo ala colaboración
del PSI, renovado, y la DC. Una DC con dificultades para mantenerse como el
primer partido. En efecto, en 1981, Giovani Spadolini, líder del Partido
Republicano Italiano (PRI), se convierte en el primer presidente no
democristiano del gobierno desde la liberación (primavera de 1945) y entre 1983
y 1987 le sucede el socialista Betino Craxi, que presidirá el gobierno más largo
desde 1945 y uno de los más fecundos. Craxi se esforzó para reducir la inflación
y reducir el coste salarial, aunque a costa de enfrentarse con los sindicatos. El
incidente del desvío de su ruta del trasatlántico Achile Lauro provocó un
enfrentamiento entre los gobiernos italiano y norteamericano. Se hicieron
también esfuerzos para luchar contra el terrorismo y para llevar acabo una
renovación moral de la clase política. Por el contrario, los esfuerzos por reducir
el déficit presupuestario, recortar el gasto público y disminuir el fraude fiscal no
tuvieron mucho éxito.
Las crisis energéticas parecen superadas desde 1983. Italia se convierte en la
quinta potencia industrial del mundo, detrás de Estados Unidos, Japón, la RFA y
Francia. La inflación que era del 21 % en 1980, desciende a14,6 % en 1987. Esta
bonanza económica era consecuencia de una mejora de la economía a nivel
mundial, pero también de factores específicamente italianos. Había aumentado
la competitividad de las empresas italianas a consecuencia de la reducción de los
costes de producción. Entre las grandes empresas, por recortes de los gastos
laborales: el ejemplo más significativo es FIAT, que en 1980 prescinde de 24.000
trabajadores (en parte por la introducción de la robótica). Entre las pequeñas
empresas, porque se practica la economía sumergida. Son empresas familiares
que no pagan impuestos y producen con costes muy bajos. De toda esta
reestructuración surgen industrias que por diseño, calidad y precios se colocan
en los primeros lugares mundiales. Son la automovilística, la de maquinaria y la
moda.
Paralelamente, aumenta la productividad de los trabajadores. Toda esta
reestructuración produce pérdida de empleo. El gobierno, para hacer frente al
paro, pone en marcha ayudas que atenúan las consecuencias sociales, pero que
elevan el déficit presupuestario. Déficit engrosado también por la ayuda oficial
alas industrias estatales.
El derrumbe de la URSS y de la Europa socialista en 1989 tuvo repercusiones en
los partidos tradicionales italianos, que comprendieron la necesidad de
renovarse para adaptarse a los nuevos tiempos. Eliminado el fantasma del
comunismo, la DC perdía la base de su razón de ser. Por ello, los intentos de
renovación interna llevados a cabo por el secretario del partido, De Mita, aunque
permitieron un aumento de voto momentáneo (en las elecciones de 1987), no
contuvo la tendencia decreciente que parecía imparable. En las elecciones de
1992 el voto disminuyó, situándose la proporción de votos en el 29, 7 %, la cota
más baja desde la creación del partido. Por decisión del 1 propio partido, la DC
se disolvía y se refundaba otro partido (enero de 1994), el llamado Partido
Popular Italiano. Proceso parecido impulsó el secretario general del Partido
Comunista, Achille Ochetto. Propuso la disolución del mismo, que fue aprobada
en el Congreso de Bolonia (marzo de 1990). El proceso se cerrará con la creación
del Partido de Refundación Comunista (enero de 1991), con perfiles de
socialdemocracia. Esta transformación no evitó la escisión (Partido Demócrata
de Izquierda). El antiguo Movimiento Social Italiano (MSI), de extrema derecha,
se convierte en Alianza Nacional, presidida por Fini. Además, de la re fundación
de estos partidos tradicionales, van a surgir partidos nuevos en el panorama
político italiano. Serán las ligas, movimientos de repulsa regional al Estado
central, al que acusan de ser pródigo, mediante la concesión de subvenciones al
sur, con el dinero de los impuestos del norte. También le reprochan al gobierno
central la pasividad frente a la emigración. Por último, su rechazo al Estado
descentralizado les hace presentar sucesivas alternativas: desde un Estado
federal al separatismo. La más importante de las ligas es la Liga Norte,
compuesta de dos partidos regionalistas, la Liga Veneciana y la Liga Lombarda.
Su secretario general es Umberto Bossi. Exalta las tradiciones regionales y las
pequeñas empresas modernizadas.
Por su parte, Silvio Berlusconi creó Forza Italia (1993) para impedir a las
izquierdas hacerse con el control político del país. Se ha demostrado también
que entró en política para salvaguardar su imperio televisivo y editorial,
demasiado dependiente de las concesiones del Estado.
Las elecciones legislativas de marzo de 1994 serán decisivas para establecer el
nuevo panorama político italiano. No existiendo partidos que puedan aspirar a
atraer mayoritariamente a los votantes, como la antigua DC, PSI o PCI, se van a
formar coaliciones de pequeños partidos. Así, los cristianos católicos de centro-
derecha (CCD), la Liga Norte, Forza Italia y la nueva Alianza Nacional, formarán
el Polo de la Libertad y del Buen Gobierno. El polo de la derecha. Por su parte,
los antiguos partidos progresistas como Refundación Comunista, Partido
Democrático Italiano, PLI, PRI, PSI y PSDI, forman el Polo Progresista o polo de
la izquierda. En el centro el Partido Popular y el Pacto Segni (escisión de la DC).
El vencedor es el Polo de la Libertad (casi rozando la mayoría absoluta en el
Senado y obteniendo la mayoría absoluta en el Congreso). Silvio Berlusconi
forma un efímero gobierno (sólo por seis meses, al separarse la Liga Norte de
Bossi). .
Posteriormente se van a formar gobiernos de centro-izquierda. El de Romano
Prodi (mayo de 1996 -9 de octubre de 1998), marcado por desacuerdos con el
Partido de Refundación Comunista al negarse éste a apoyar una misión militar
italiana en Albania, o a que se apruebe por ley la semana laboral máxima de 35
horas. y el de Maximo D'Alema (22 de octubre de 1998), en el que están
representados once partidos, que se reparten equitativamente 25 Ministerios.
Era la materialización del «sueño» de Aldo Moro y Enrico Berlinguer, de
colaboración entre los dos grandes bloques de la derecha (DC) y la izquierda
(PCI).
En la década de los noventa, el Estado tiene todavía que hacer frente a los
problemas estructurales no resueltos, como las desigualdades entre el norte y el
sur, el problema de la mafia que continúa asesinando, la corrupción que
escandalosamente pone ante la opinión pública el movimiento de la judicatura
Manos Limpias (creado en febrero de 1992). Corrupción que señala directamente
apolíticos de prestigio, como Cossiga y Andreotti (DC) y Craxi (PSI). También
hubo que hacer frente al déficit presupuestario.
Además, el gobierno tiene que hacer frente a otros problemas, como la elevada
deuda pública ya especulaciones sobre la lira que obligan a retirarla del Sistema
Monetario Europeo (1992) ya sufrir devaluaciones. Por todo ello, tuvo que
emprender una política de austeridad económica basada en la privatización de
empresas públicas (Nacional de Hidrocarburos, ENI, e Instituto de
Reconstrucción Industrial, IRI, entre otras), subida de los impuestos, congelación
de los sueldos de los funcionarios y reducción de las pensiones. Esta política de
austeridad permitió reducir el déficit y que Italia entrase en el grupo de los
países del euro (enero de 1999).
1.3. PORTUGAL
La dictadura está implantada en el país desde el 28 de mayo de 1926. Estará
marcada por la personalidad de Antonio Oliveira Salazar, que accede al poder
como ministro de Hacienda (1928) y se mantiene en él como presidente del
Consejo de Ministros desde 1932 hasta septiembre de 1968. La etapa final está
protagonizada por Marcelo Caetano (septiembre de 1968 hasta abril de 1974).
Aunque quiere dar al régimen una apariencia liberal, en realidad sólo cambia el
nombre de algunas instituciones, pero manteniendo las mismas funciones.
El régimen se cimentará en un nacionalismo respetuoso con la tradición, hasta el
punto que se confunde con el inmovilismo. Está también impregnado de
patriotismo y paternalismo. El patriotismo se manifiesta en el deseo de recuperar
la grandeza pasada mediante el papel desempeñado por Portugal como gran
potencia colonial. Las colonias de Macao en China, Goa en la India y Angola..
Guinea-Bissau y Mozambique en Africa, no sólo convertía en realidad el sueño
colonial, sino que compensaba su pequeñez territorial peninsular y
complementaba su economía. Paradójicamente, serán los problemas coloniales
los que precipitarán el final del régimen. El paternalismo se manifestaba en la
sumisión a la autoridad ya sus representantes.
Los rasgos característicos del fascismo estaban presentes en el régimen
salazarista: partido único (Unión Nacional), fuerte policía acompañada de
estricta censura, convocatoria de elecciones que garantizan el triunfo de los
candidatos del régimen, Estado fuerte que garantiza la seguridad y el orden. No
coincide con los otros fascismos en el culto al líder. Oliveira Salazar será retraído
y se prodigará poco en público. En política internacional, Portugal mantiene su
tradicional alianza con Gran Bretaña. Las Azores se convertirán en una
importante base aliada en el Atlántico durante la Segunda Guerra Mundial. Entra
en la OTAN (1949), lo que le permite modernizar y equipar al ejército. Ello será
fundamental para las guerras coloniales de Africa.
La política económica se basará en un estricto presupuesto, insensible a las
mejoras sociales. Predominio de la agricultura, pero sin llevar a cabo los grandes
proyectos agrarios: planes de irrigación y de partición de las grandes
propiedades. Los planes quinquenales de 1953-1958 y 1959-1964 hacen subir el
producto nacional un 35 %. Este crecimiento se detecta en el comercio, los
servicios y en algunas industrias, pero no pone en marcha una modernización del
país. Además, los planes quinquenales agudizan las diferencias regionales (entre
el sur pobre, agrario y atrasado, y el norte más próspero e industrializado) y las
diferencias sociales (entre una reducida élite que acapara la riqueza y la mayoría
de la población, con escasos recursos). Estos desequilibrios impulsan una
creciente emigración a Brasil o Europa (Francia, Bélgica, Alemania y Suiza). La
clase media era muy limitada y sin poder ni representación en el salazarismo.
Los pequeños industriales y comerciantes, las profesiones liberales y las nuevas
profesiones, los intelectuales y, sobre todo, la oficialidad del ejército, han sido
decisivos en el fin del régimen. Se registran altas tasas de analfabetismo: 14 %
en hombres y 25 % en mujeres en 1985. Sólo en los años finales del salazarismo
se realizaron importantes inversiones en industrias manufactureras, sobre todo
textiles, cerveceras, electrónica, plásticos, materiales de construcción y
transformaciones agrarias. Pero aún diez grandes familias controlaban el 50 %
de la riqueza nacional y la inmensa mayoría de las empresas contrataban amenos
de 50 trabajadores. En 1973 había una alta inflación (23 %, la más alta de
Europa) y los salarios estaban congelados. A finales de 1950 se detecta una
inflexión importante en la dictadura, hasta el punto que algunos autores
consideran que empieza su agonía. Coinciden factores políticos, económicos y
sociales. En las elecciones de la presidencia de la República de 1958, por
primera vez un candidato del régimen, el almirante Americo Thomas, está
apunto de perder las elecciones. Un escaso número de votos le da la victoria
sobre el candidato opositor, el general Umberto Delgado. La escasa diferencia de
votos se interpretó que se debía al fraude electoral. Consecuencia de esta
contrariedad fue el decreto gubernamental que retira la elección del colegio
electoral y lo confía aun comité formado por delegados de las dos asambleas. Al
mismo tiempo, los vientos de la descolonización provocan la aparición de una
aguda crisis en el Imperio colonial portugués. Así, en 1961 tienen lugar revueltas
indígenas en Angola. A finales del mismo año, el gobierno indio ocupa Goa casi
sin resistencia (diciembre de 1961) y estallan también revueltas en Guinea-
Bissau y Mozambique. Y, aunque, a imitación de la Commonwealth y de la Unión
Francesa, se propone crear una comunidad luso-brasileña, no tendrá éxito.
Aunque al principio estos problemas aglutinan al país alrededor del gobierno,
pronto afloran las críticas. Los jóvenes no quieren cumplir el servicio militar en
las colonias. Son demasiado peligrosas, pese a que la censura impide que se
conozcan los fallecimientos que, dé manera creciente, tienen lugar en ellas. Todo
esto hará aumentar la emigración. Se critica también los altos presupuestos
militares, que representan la mitad de los presupuestos generales del país, y
entre el 8 y el 9 % del producto nacional bruto. Además, a. principios de la
década de los sesenta empieza a llegar el turismo de masas al país. Con él y con
la emigración, los portugueses se ponen en contacto con otros niveles de vida,
con otras libertades. Ello acelera el cambio social y hace que aumente el
desencanto y la oposición.
Ésta se manifiesta en los medios obreros, estudiantiles y militares. Sumen al país
en una gran agitación. Numerosas conjuras se suceden en 1947, 1948, 1958 y
1959. De gran repercusión en la opinión pública fue la de enero de 1961, que
llevó a cabo el secuestro del paquebote Santa Maria, o la de enero de 1962 que
realizó el asalto al cuartel de Beja. La de Caldas de Rainha (marzo de 1974),
aunque fracasó, preludió la de abril de 1974, que impulsada por el Movimiento
de Oficiales, acabó con el gobierno de Marcelo Caetano.
El triunfo de la revolución, conocida como la «revolución de los claveles», fue
rápido y sin violencia. Estuvo secundada con gran entusiasmo por la mayoría del
país, deseosa de cambio. Dio el poder a una Junta de Salud nacional, presidida
por el general Antonio Spinola (más tarde ocupará la presidencia de la República
por pocos meses). Promete instaurar las libertades civiles, convocar elecciones
libres y pacificar los territorios africanos. Los exiliados regresan al país, entre
ellos el secretario del partido socialista, Mario Soares, y el del comunista, Alvaro
Cunhal.
En abril de 1975 tienen lugar las elecciones para la Asamblea Constituyente, las
primeras elecciones democráticas, con una masiva participación: 91,7% del
censo. Estas elecciones van a ser clarificadoras. El Partido Socialista aparece
como la primera fuerza política con el 37,9% de los votos. El Partido Popular
Demócrata, liderado por Sa Carneiro con el 26,4 % de los votos, es la segunda
fuerza política, y el tercer lugar lo ocupa el Partido Comunista, con e112,5 % de
los votos, aunque tiene gran implantación en la capital y en el sur.
Desde los primeros momentos de la revolución de abril de 1974, se pone en
marcha la reforma agraria y la nacionalización de empresas. Al mismo tiempo se
llevan a cabo campañas de alfabetización y de concienciación cívica de los
ciudadanos. La Iglesia se muestra inquieta por las confiscaciones de que es
objeto (emisoras de radio, de periódicos, y porque se ha implantado la libertad
de enseñanza). El problema colonial trata de resolverse rápidamente. Así, se
reconoce la independencia de Guinea-Bissau (septiembre de 1974), Mozambique
(junio de 1975) y Angola (noviembre de 1975).
La nueva situación política del país exigía un nuevo marco legal. La nueva
Constitución fue promulgada en abril de 1976. La Constitución era
presidencialista. Se apoyaba y al mismo tiempo era controlada por el Consejo de
la Revolución (presidido por el presidente de la República y formado sólo por
militares, los jefes del Estado Mayor y 14 oficiales). El poder legislativo se
estructuraba en una sola Cámara. El Consejo de la Revolución será suprimido en
la revisión de la Constitución de 1982. En 1976 se celebrarán también las
elecciones para la presidencia de la República. El candidato más votado será el
general Ramalho Eanes, que encarga al secretario del Partido Socialista, Mario
Soares, la formación de gobierno.
Aunque la normalidad democrática está asegurada, inquieta al gobierno la
situación económica, pues la crisis financiera y social se agrava paulatinamente.
Las reservas de divisas no dejan de descender, mientras se acelera la inflación y
se degrada el poder adquisitivo de la población. La crisis social provoca
manifestaciones públicas. Por todo ello, el gobierno socialista tiene que paralizar
la reforma agraria y las nacionalizaciones. Las críticas obligan a dimitir al
presidente del gobierno, Mario Soares (diciembre de 1977). Aunque confirmado
en el cargo por el presidente de la República, las discrepancias con éste le hacen
dimitir de nuevo (julio de 1978). Se sucederán diversos gobiernos hasta que la
Asamblea sea disuelta, convocándose elecciones anticipadas (noviembre de
1979).
Estas nuevas elecciones dan el triunfo a la derecha. El Partido de Alianza
Democrática con el 48 % de los votos, obtiene la mayoría de la Cámara (era el
nuevo nombre del Partido Popular Democrático de Sa Carneiro, aliado con otros
dos pequeños partidos). El Partido Socialista obtiene sólo el 28 % de los votos
(pierde el 8,1 %). El tercer lugar la ocupa la Alianza del Pueblo Unido (que
agrupa a los comunistas y otros pequeños partidos de izquierda) con e116,9 % de
votos. Es encargado de formar gobierno Sa Carneiro (enero de 1980). En las
municipales también se confirma el triunfo de la derecha, como si el electorado
hubiese querido dar un voto de castigo a los que han sido responsables de la vida
política portuguesa.
Dos problemas tiene Portugal a principios de la década de los ochenta. En primer
lugar, el económico. Al borde de la crisis económica (con una deuda exterior del
70 % del PIE y una inflación de119,5 %), el Fondo Monetario Internacional incita
a una política de austeridad que da buenos resultados. Así, la inflación se redujo
al 9,4 %, con un crecimiento anual del 4 % (en 1986 y 1987) y un retroceso del
paro al 8 %. Esto le permitió entrar en la CEE en 1986 junto con España). En
segundo lugar, el político: triunfo del partido socialdemócrata, que obtuvo la
mayoría absoluta en las elecciones de julio de 1987 y que permite formar
gobierno a su secretario general, Aníbal Cavaco da Silva. Emprendió una política
liberalizadora que se concretó en privatizaciones (bancos, cementos,
comunicaciones, tabacos y seguros), liberalización de los despidos y atracción de
inversiones extranjeras. Esta política provocó las críticas de los sindicatos. Las
privatizaciones permitieron reducir el déficit público.
Las directrices emanadas desde la CEE, las ayudas económicas y los buenos
resultados de la política gubernamental, han permitido que Portugal tenga un
rápido y sostenido crecimiento del 4 % anual y ha reducido los índices de paro al
5 % (en 1989). Estos buenos resultados se mantendrán hasta 1990. Pero el
relanzamiento de la demanda interna ha aumentado la inflación en un 3 % en
1989 (situándola en el 12, 7 %). Para corregirlo se han puesto en marcha
medidas clásicas, es decir, la restricción del crédito, lo que ha sido criticado por
socialistas y comunistas. A partir de 1991 se detiene el crecimiento, debido ala
caída de la inversión extranjera, al retroceso de la producción agraria e
industrial, y al descenso de las exportaciones. Por ello, a mediados de la década
de los noventa el gobierno de Cavaco da Silva decide introducir correcciones en
su política: relanzar la agricultura y la construcción y modernizar los sectores
industriales más abandonados (textil), al mismo tiempo que se controla el gasto
público.
Agotado el segundo mandato presidencial del general Eanes, y no siendo posible
por imperativo constitucional un nuevo mandato, es elegido Mario Soares
(febrero de 1987, y reelegido en enero de 1991). La primera vez desde 1926 que
un civil es elegido para tal cargo.
1.4. ESPAÑA
El gobierno del general Franco, que ostentaba el poder desde el fin de la guerra ,
civil (1939) se mantenía aislado internacionalmente y con perfil de dictadura, es
decir, partido único, fuerte intervencionismo económico del Estado, opresión
policial, estricta censura y campeón del anticomunismo.
A partir de 1945, el régimen hacía algunas concesiones formales sin variar las
estructuras. Así, se promulga el Fuero de los Españoles, que pretendía
restablecer las libertades civiles, aunque no se legalizaron los partidos políticos y
se mantenía la represión policial y la censura. La Ley de Sucesión (1947), que
define al país como una monarquía, aunque la designación del futuro monarca no
se hizo hasta 1969, en la persona del príncipe Juan Carlos de Borbón.
Los intereses de la guerra fría pusieron en evidencia el valor estratégico de
España para los planes de defensa occidental y terminaron con el aislacionismo
internacional. Exponente de ello fue la visita a Madrid del presidente
norteamericano Eisenhower (1953) y los acuerdos de ayuda militar y de
establecimiento de bases norteamericanas en el país.
A finales de la década de los cincuenta se puede dar por terminada la etapa
autárquica y se inicia un proceso liberalizador de la economía. Se concreta en el
Plan de Estabilización (1959), que multiplica los intercambios, permite la libre
inversión de capital extranjero y la libertad de la producción industrial. En la
agricultura, los planes de colonización y concentración parcelaria y las ayudas
para la mecanización, permitieron disparar la producción al mismo tiempo que
se reestructuraban los cultivos.
Paralelamente, se inicia una masiva emigración desde las zonas más
desfavorecidas (Extremadura y Andalucía) hacia las de economía más dinámica
(valle del Ebro, Cataluña, Madrid, litoral levantino y los dos archipiélagos) o
hacia el exterior. La llegada del turismo de masas, en las mismas fechas,
transforma algunas zonas del litoral a la vez que proporciona divisas para
equilibrar la maltrecha balanza de pagos.
Además, se producen importantes cambios sociales. Se detecta la disminución de
la mano de obra activa en la agricultura y el traslado a la industria. La mayor
preparación de la mano de obra, como consecuencia de la disminución del
analfabetismo y la llegada masiva de jóvenes ala formación superior. También se
agudizan las diferencias entre las zonas rurales, más pobres y atrasadas, y las
urbanas industriales, más desarrolladas. El desarrollo económico refuerza las
clases medias urbanas, proclives al cambio político y al restablecimiento de la
democracia.
Los deseos de cambio frente al inmovilismo político provoca agitación social
(obrera y estudiantil) especialmente intensa a partir de 1965 y la organización de
la oposición política en la llamada Coordinadora Democrática. Los cambios
políticos que el gobierno introduce, como el nombramiento de ministros técnicos
(1957) o de vicepresidente al capitán general Muñoz Grandes (1962) o al
almirante Carrero Blanco (1967), no se plasman en perceptibles avances, aunque
parece que uno y otro intentaban asegurar la transición democrática con
consensos, sobre todo el del ejército.
Ocurrida la muerte de Franco (noviembre de 1975), se inicia una transición
pacífica desde la dictadura a la democracia, dirigida por el rey Juan Carlos I. Al
primer gobierno de la monarquía, ejercido por Carlos Arias Navarro (que había
dirigido también el último gobierno de Franco) le sucede el gobierno presidido
por Adolfo Suárez (julio de 1976). Legalizados los partidos (junio 1976), la Ley de
Reforma Política (enero de 1977) permitió la legalización también del Partido
Comunista (abril de 1977). Se convocaron elecciones para una Asamblea
Constituyente (junio de 1977) que elabora una Constitución, ratificada por
referéndum popular (diciembre de 1978), que obtuvo el 87,8 % de los votos,
frente al 7,8 % de votos en contra y una abstención del 32,9 % de los electores.
De las elecciones surge la Unión de Centro Democrático como el partido más
importante, con el 35 % de los votos. Era una agrupación de numerosos grupos
católicos y socialdemócratas reunidos en torno al presidente del gobierno Adolfo
Suárez. El segundo lugar lo ocupa el Partido Socialista, con el 28 % de los votos,
con su secretario general Felipe González. El Partido Comunista con Santiago
Carrillo obtiene el 9,6 % de los votos, y el conservador Alianza Popular el 8 % de
los votos; quedó barrida la Democracia Cristiana.
A tres problemas fundamentales tuvo que hacer frente el gobierno. Al
reforzamiento de la naciente democracia, amenazada por los nostálgicos del
régimen franquista (golpe de Estado del coronel Tejero, febrero de 1981). A las
presiones de los movimientos separatistas; más moderado el catalán y más
radical y violento el vasco, se les dio amplia autonomía. y la recesión económica,
manifestada por la alta tasa de inflación, por la balanza de pagos deficitaria y el
aumento del paro.
En las elecciones legislativas de 1982 el Partido Socialista alcanzaba la mayoría
absoluta (que conservará durante tres legislaturas, hasta las elecciones de junio
de 1993).
Lo más importante de la política socialista será la entrada de España en la OTAN
(1982) y, sobre todo, en la CEE (1986), que marca la decidida apuesta por la
integración europea. En lo político impulsarán el gasto público para relanzar la
economía, lo que provocará inflación y aumento del déficit presupuestario y no
logrará reducir el paro. La recesión económica se deja sentir. Las turbulencias
financieras internacionales obligarán a la devaluación de la peseta (1992 -dos
veces-y 1993). Se conocerán llamativos casos de corrupción. Los éxitos en las
sucesivas legislaturas se deben ala división de la derecha y al carisma de Felipe
González, como continuador y consolidador de la transición política. Tras las
elecciones de 1993, los socialistas tuvieron que gobernar apoyados por los
nacionalistas catalanes de Jordi Pujol (Convergencia i Unió).
A partir de 1993 se ha producido el ascenso del Partido Popular, que ha hecho
esfuerzos por dar una imagen de derecha moderada, incluso de centro, y le ha
llevado a ganar las elecciones de 1996, bajo la dirección de su secretario
general, José María Aznar. El gran esfuerzo realizado para reducir el déficit y
controlar la inflación ha permitido la entrada de España en el grupo de países del
euro (enero de 1999).
1. INTRODUCCIÓN
1.2. EL INTERVENCIONISMO
Por otro lado, las dificultades que determinaron el desenvolvimiento de las
relaciones interamericanas después de la Segunda Guerra Mundial, se vieron
agudizadas por la forma en que Estados Unidos aplicó en lberoamérica su
política anticomunista, que le llevó a intervenir directa o indirectamente -con
medios militares, económicos o ambos ala vez-en los asuntos internos de varias
naciones.
El nuevo período de intervenciones comenzó en 1954 con la invasión de
Guatemala, una nación de mayoría indígena y cuyas bases económicas estaban
en manos de; la élite de grandes cafetaleros y terratenientes, así como del
capital norteamericano que controlaba los principales sectores productivos. En
1944 fue derrocada la dictadura de Jorge Ubico, y los guatemaltecos eligieron
como presidente a Juan José Arévalo (1945-1951), quien inició un programa de
reformas continuado por su sucesor, Jacobo Arbenz (1951-1954). El proceso de
cambio abordado por Arbenz se centraba básicamente en la reforma agraria, con
la que se pretendía modernizar las estructuras agrícolas del país y que preveía la
expropiación de las propiedades mayores de cien hectáreas y de las tierras no
cultivadas. Los problemas con Estados Unidos se plantearon porque del millón y
medio de hectáreas expropiadas entre 1952 y 1954, unas 160.000 eran
propiedad de la United Fruit Company, ante lo que se inició una feroz oposición a
la reforma agraria, acusando al gobierno de Arbenz de comunista y agresor de
los intereses económicos estadounidenses. Con tales argumentos se emprendió
la invasión militar de Guatemala, que provocó la renuncia de Arbenz a su cargo.
El poder quedó en manos de una Junta que suprimió los sindicatos, los partidos
políticos y devolvió la mayor parte de las tierras ala United Fruit Company. Con
ello se detuvo la revolución social iniciada por Arévalo y el intento de Guatemala
de llevar al cabo un desarrollo interno libre de las trabas exteriores.
Otro país que se vio sometido a las presiones norteamericanas ya la intervención
directa de Estados Unidos fue Cuba, que desde 1959 constituyó uno de los
objetivos prioritarios de la política anticomunista y cuyo régimen se ha intentado
derrocar por diferentes medios. La tendencia nacionalista y antiimperialista que
caracterizó los movimientos de Fidel Castro desde que tomó el poder el 1 de
enero de 1959 y la consiguiente confiscación de las propiedades
norteamericanas, motivó un fuerte clima de tensión entre las dos naciones, que
se agudizó cuando Castro se inclinó hacia la órbita soviética, e incluso llegó a la
ruptura de relaciones diplomáticas en 1961.
La ineficacia de las sanciones económicas para terminar con el sistema cubano,
hizo plantearse a Estados Unidos la posibilidad de intervenir militarmente en la
isla, lo cual fue llevado a cabo por la Administración Kennedy mediante la famosa
invasión de bahía de Cochinos el 16 de abril de 1961. El fracaso de esta
operación y la evidencia del fuerte apoyo con que Castro contaba en su país,
forzó el siguiente paso para lograr el aislamiento de Cuba y, utilizando en este
caso la vía diplomática, en enero de 1962 fue expulsada de la OEA por
considerar que no podía existir dentro de la organización un país identificado
con la ideología marxista-leninista, incompatible con sus principios y objetivos.
Lo que no se logró de momento fue que todas las naciones se unieran al bloqueo
económico practicado por Estados Unidos.
La tensión de ese momento fue responsable también de la «crisis de los misiles»,
que estalló en 1962 cuando Estados Unidos tuvo la certeza de que en Cuba se
estaban instalando misiles soviéticos,. lo que evidenciaba la total protección de
Moscú al régimen de Castro y el deseo de la URSS de afianzar su posición en el
hemisferio occidental. El conflicto, en el que pareció inevitable la confrontación
entre Rusia y Estados Unidos, se superó finalmente con el compromiso soviético
de desmantelar todas las armas ofensivas cubanas y el de Washington de
levantar el bloqueo naval impuesto a la isla y respetar su régimen.
A lo largo de los años sesenta, las denuncias sobre el apoyo del régimen castrista
a los grupos terroristas iberoamericanos fue el argumento utilizado por Estados
Unidos para conseguir que prácticamente todos los países rompieran relaciones
diplomáticas con Cuba y se sumaran al bloqueo económico. Esta situación se
mantuvo hasta que en 1975 la OEA decretó el levantamiento del bloqueo y la
mayoría de los países, con excepción, lógicamente, de Norteamérica, iniciaron un
nuevo acercamiento a la isla. En definitiva, puede decirse que a pesar de los
diversos sistemas adoptados para terminar con el castrismo y los problemas que
el bloqueo ha generado en Cuba (sobre todo tras la caída del sistema comunista
en Europa), la intervención norteamericana no ha tenido los resultados
esperados, y, lejos de terminar con el foco de comunismo, provocó que la
amenaza externa aglutinara ala población en torno a los ideales de la revolución.
El exagerado anticomunismo que caracterizó los años sesenta y el temor al
ejemplo cubano fue también la causa de la intervención en la República
Dominicana en 1965. Allí, el intento reformista emprendido en 1961 por el
presidente Juan Bosch tras el asesinato de Rafael Leónidas Trujillo, quedó
truncado por la convulsión política interna y la amenaza de infiltración del
comunismo que vio Estados Unidos en el gobierno del nuevo mandatario. Debido
a ello, las tropas norteamericanas desembarcaron en la República Dominicana en
1965 alegando la necesidad de proteger las vidas de los dominicanos y de los
norteamericanos que residían en la isla -dado el alto grado de violencia que se
vivía en el país-, y para evitar la aparición de un régimen comunista en un
territorio tan cercano a las costas estadounidenses. Bajo la supervisión de los
marines, se estableció un gobierno provisional y en 1966 se celebraron
elecciones, en las que resultó vencedor Joaquín Balaguer, antiguo colaborador de
Trujillo y candidato preferido por Estados Unidos.
La llegada a la presidencia de Carter pareció abrir una nueva etapa en las
relaciones interamericanas, en tanto que el nuevo mandatario proclamó como
puntos centrales de su política exterior el respeto a los derechos del hombre y al
principio de soberanía de las naciones. Así, fiel a tales directrices, Carter varió la
tendencia intervencionista, redujo el apoyo a las dictaduras del Cono Sur, llegó a
acuerdos sobre temas controvertidos (la mejor muestra fue la firma de los
tratados Torrijos-Carter de 1977 que otorgaban a Panamá la soberanía
progresiva sobre el canal) e inició el acercamiento a Cuba. Sin embargo, las
contradicciones y vacilaciones características de su política permitieron un cierto
avance de las fuerzas de izquierda, tal como lo evidencia el golpe de Estado en la
isla de Granada en 1979 o el triunfo de la revolución sandinista ese mismo año.
Por ello, el conservadurismo de Ronald Reagan dio marcha atrás a los
planteamientos de su antecesor en cuanto a las relaciones interamericanas y
adoptó una actitud orientada a recuperar la hegemonía que se consideraba
perdida, a lo que respondió la intervención en Granada en 1983.
Junto a las intervenciones militares, también las de tipo económico han sido
decisivas en la evolución de varios países iberoamericanos, ya que
frecuentemente Estados Unidos ha utilizado la desestabilización financiera para
controlar en beneficio propio el desarrollo de aquellas naciones.
En Bolivia, el Movimiento Nacional Revolucionario liderado por Víctor Paz
Estenssoro había propiciado en 1952 una revolución que tenía por objetivo llevar
acabo una transformación total de las estructuras del país, que era entonces uno
de los más pobres de lberoamérica. Dado el carácter no comunista del
movimiento, el gobierno de Eisenhower no tuvo inconveniente en remitir a
Bolivia desde 1953 la ayuda económica que la revolución necesitaba y que,
lógicamente, tuvo el efecto de condicionar sus logros. Así, fueron los técnicos
norteamericanos los que planificaron las principales reformas económicas que se
llevaron acabo en aquella nación y que muchas veces entraban en contradicción
con las transformaciones sociales anunciadas inicialmente por el gobierno del
MNR, lo que a la larga desembocó en tensiones internas dentro del propio
movimiento revolucionario, la pérdida del apoyo social que lo había sustentado,
y, finalmente, un golpe de Estado en 1964 que terminó con los intentos de
transformación.
Otro tanto sucedió en Chile, un país tradicionalmente muy valorado por Estados
Unidos debido a su estratégica situación geográfica ya la importancia de sus
riquezas naturales. Pero el triunfo en las elecciones de 1970 de la Unidad
Popular (coalición de marxistas, socialdemócratas y democristianos), la llegada
al poder de Salvador Allende y el anuncio de ambiciosas medidas
nacionalizadoras que atacaban directamente los intereses norteamericanos,
provocaron la restricción de los créditos estadounidenses con el fin de crear
dificultades económicas al gobierno chileno y propiciar con ello la necesaria
inestabilidad social que alentara a la oposición o al ejército a derrocar al
presidente. En poco tiempo Chile se convirtió en un país ingobernable. La
economía de la nación se hundió y la situación política se fue haciendo cada vez
más compleja. La violencia y las protestas populares fueron episodios corrientes,
de manera que se crearon las condiciones precisas para que se produjera el
golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, en el que murió Allende, y la
nación pasó a ser gobernada por una junta militar que liquidó cualquier rastro
que pudiera quedar del experimento socialista.
Un bloqueo económico de las mismas características es el que padeció
Nicaragua, motivado por el deseo norteamericano de terminar con el régimen
sandinista. Cuando en 1979 se produjo la caída de la dinastía Somoza, el
gobierno pasó a una Junta de Reconstrucción Nacional dominada por los
sandinistas, que inmediatamente fue considerada por Estados Unidos como un
satélite cubano en Centroamérica y un modelo que fácilmente podía ejercer su
influencia en el resto de los países del área y alentar a las guerrillas
guatemalteca y salvadoreña, lo que desestabilizaría la zona. Para contrarrestar
esa posibilidad, contra Nicaragua se adoptó una estrategia que excluía la
intervención directa pero que combinaba la asfixia económica (boicot del
régimen sandinista en los organismos internacionales de financiación, cierre del
mercado norteamericano a gran parte de los productos nicaragüenses) con el
apoyo ala «contra», los grupos contrarrevolucionarios que operaban desde
dentro y fuera del país contra el sandinismo y que fueron financiados por
Estados Unidos. Los problemas económicos causados por el bloqueo y las
actividades de la «contra» limitaron la capacidad de acción de la revolución
sandinista, tanto en los años iniciales del proceso como durante la etapa de
gobierno de Daniel Ortega (1984-1990). Pero no impidieron que Nicaragua
entrara finalmente en una vía de normalización política ni lograron terminar con
las guerrillas de los países vecinos.
2. POBLACIÓN Y SOCIEDAD
Siguiendo la tendencia iniciada en las primeras décadas del siglo, desde los años
de la Segunda Guerra Mundial la población iberoamericana presenta como rasgo
más sobresaliente el imparable crecimiento demográfico al que se ha asistido,
que convierte a la zona en una de las partes del mundo donde el aumento
poblacional tiene un mayor y más rápido incremento. Las cifras en este sentido
resultan muy significativas e incluso sorprendentes, dado que permiten constatar
que desde los años cincuenta a la actualidad la población prácticamente se ha
multiplicado por tres: mientras en 1950 los habitantes del área eran casi 160
millones, en 1960 superaban los 212, en 1970 llegaban ya a 279, que se
convirtieron en 355 en los años ochenta, 440 en los noventa, y se calcula que en
el 2000 la población iberoamericana estará por encima de los 540 millones de
habitantes. Hace tiempo se ha superado incluso el ritmo de crecimiento de la
América anglosajona, y, mientras a mediados de siglo las dos partes del
continente presentaban gran similitud en cuanto a número de habitantes, en la
actualidad la población del sur viene a ser casi el doble que la del norte.
Con todo, a pesar de la explosión demográfica, la distribución sigue siendo muy
desigual, y existen zonas con una gran concentración de habitantes mientras que
otras están prácticamente vacías. Además, debido al atractivo que presentan las
ciudades para la población rural en continuo crecimiento, que ve en ellas
mejores posibilidades para superar el depauperado nivel de vida en el que se
encuentran, la población es eminentemente urbana, dándose la circunstancia de
que en algunos países hasta el 80 % de sus habitantes se concentra en las
principales ciudades, que se han convertido en auténticas megalópolis con
graves problemas de infraestructura y vivienda.
En contraste con lo sucedido en épocas pasadas, cuando fue sobre todo la
emigración la responsable del aumento poblacional, en los últimos tiempos la
causa esencial del fuerte ascenso demográfico está en el propio crecimiento
vegetativo: descenso de la mortalidad e incremento de la natalidad debido a la
mejora del nivel de la sanidad y de las condiciones generales de vida,
fundamentalmente en lo que se refiere a la introducción de infraestructuras más
modernas. Así, nos encontramos con que en Iberoamérica se conjugan hoy unas
tasas de mortalidad similares alas de una gran parte de los países europeos con
unos índices de natalidad que no han experimentado una reducción sustancial.
Como efecto inmediato de esta tendencia se ha acentuando la juventud de la
población, con cerca del 40% de menores de 15 años, mientras que descienden
continuamente los porcentajes de las clases adultas. En cuanto al ritmo de
crecimiento anual, en las primeras décadas del siglo se situaba en un 1,8 %,
pasando al 2,3 % a mediados de la centuria y al 3,2 en los años sesenta, que fue
cuando se produjo el mayor aumento demográfico. Sin embargo, en los últimos
tiempos la tasa de crecimiento ha disminuido y se fija en un 2 % anual de manera
global, ya que en este sentido las desigualdades entre países son muy acusadas.
Las tasas más bajas las poseen los países del Caribe (Cuba, Puerto Rico,
República Dominicana y Haití), donde el aumento demográfico ha pasado del 1,9
% anual en 1950 al 2,5 % en 1990 (de 13 millones a 28 en la actualidad), y los
del Cono Sur (Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay), que han incrementado su
población en torno al 1,8 % anual en las últimas décadas. Frente a ellos, el mayor
aumento demográfico se ha producido en tres áreas distintas: México, que desde
1950 a 1990 ha mantenido un ritmo de crecimiento superior al 3 % anual y su
población ha pasado en esa etapa de 26 millones de habitantes a 88,6;
Centroamérica, donde el índice de crecimiento supera también el 3 % anual; y,
por último, el área meridional tropical (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú,
Bolivia y Brasil), cuya tasa de crecimiento se cifra en un 2,9 %, más o menos
constante desde mediados de siglo. En esta zona, los países que registran un
mayor aumento demográfico son: Venezuela, con un 3,5 % de crecimiento anual,
y, sobre todo, Brasil, cuya población total ha pasado de 17 millones en 1900 a
50,5 millones en 1945 y más de 150 millones de habitantes en 1990.
Actualmente, México y Brasil suman el 54 % de la población total de
Iberoamérica, y junto con Argentina y Colombia constituyen los países más
poblados; agrupan al 69 % de los habitantes del área y superan entre los cuatro
los 300 millones de habitantes.
El comportamiento demográfico de los diversos grupos raciales también ha
experimentado variaciones y se aprecia una disminución del crecimiento de la
raza blanca, aunque sigue siendo mayoritaria en Argentina, Uruguay, Brasil,
Costa Rica y Cuba. Los indios son el grupo dominante en Bolivia, Paraguay y
América Central; en México, Venezuela, Chile y Colombia sobresalen
numéricamente los mestizos, mientras que en Perú o Ecuador el volumen de la
población india es muy semejante a la de mestizos y blancos. Los negros, y sobre
todo los mulatos, tienen una importancia fundamental en las Antillas, las
naciones centroamericanas y Brasil.
En lo referente a la estructura social, los diversos grupos que la integran han ido
adaptándose y modificando su composición y orientación en las últimas décadas
de acuerdo con las nuevas circunstancias. Así, la oligarquía, cuyos miembros
procedían habitualmente del mundo rural, en muchos casos se ha visto obligada
a cambiar la dirección de sus actividades en virtud de los procesos
revolucionarios y las reformas agrarias. Consecuentemente, se fueron
introduciendo en actividades productivas urbanas y en la actualidad ejercen una
nueva hegemonía basada en las finanzas, la industria o el comercio.
Las clases medias constituyen un sector numeroso y básicamente urbano, cuya
expansión ha ido paralela al crecimiento de las ciudades. Su composición sigue
siendo muy heterogénea e incluso en los últimos tiempos se ha agudizado la
tendencia a la aparición de nuevos grupos medios que se distinguen por sus
posibilidades económicas. Con todo, la mayor parte de la población
iberoamericana integra las llamadas clases populares, bien sean urbanas o
rurales. En el interior de las primeras se pueden distinguir dos sectores
perfectamente diferenciados: el subproletariado marginal de los barrios, que vive
en condiciones miserables, y los obreros de las ciudades que, aunque son
considerados como auténticos privilegiados en un mundo en el que abundan las
bolsas de pobreza integradas por ciudadanos sin empleo de ningún tipo, padecen
las consecuencias del estancamiento económico y las políticas de ajuste
aplicadas en la mayoría de los países para superar la crisis. Pero, sin embargo,
todavía es peor la situación de las clases populares rurales. Los campesinos
trabajan habitualmente como jornaleros en las haciendas y la mayoría de ellos
son indígenas que viven en deplorables condiciones y con un régimen de trabajo
en ocasiones cercano a la esclavitud, agudizado en muchos países por la
presencia de la guerrilla y las inconclusas reformas agrarias. Ello explica que
periódicamente surjan movimientos revolucionarios con la aspiración de
promover cambios en las estructuras agrarias que procuren a sus habitantes
mejores condiciones de vida.
4. EVOLUCIÓN POLÍTICA
En los años transcurridos desde la Segunda Guerra Mundial, las situaciones
políticas por las que han atravesado las naciones iberoamericanas han sido muy
diversas y en la mayoría de ellas se ha asistido a cambios, en ocasiones bruscos,
que les han impedido modificar el carácter inestable que les era propio desde
principios de siglo. Sin embargo, pueden destacarse algunos países que, en
medio de tan confuso panorama, han conseguido mantener una relativa
estabilidad política y la continuidad de los regímenes democráticos.
Dentro de este conjunto, uno de los mejores ejemplos es México, donde el
predominio lo continúa ejerciendo el Partido Revolucionario Institucional. La
etapa de crisis económica e inquietud social que se inició al término de la guerra,
como consecuencia del descenso de las exportaciones de materias primas y
alimentos, marcó la década de los años cincuenta, y únicamente se superó al
comienzo de la siguiente y sobre todo durante la presidencia de Gustavo Díaz
Ordaz (1964-1970), cuando se produjo un importante despegue de la economía
(el «milagro mexicano»), basado fundamentalmente en las inversiones
extranjeras. Sin embargo, los beneficios del desarrollo no se repartieron de
forma igualitaria, sino que se concentraron en unas pocas manos y se agudizó la
marginación y la pobreza, al tiempo que surgían continuos movimientos de
protesta que fueron duramente reprimidos, tal como lo muestra la matanza de la
plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968.
El autoritarismo de los años de Díaz Ordaz fue seguido por la posición más
populista de Luis Echeverría (1970-1976), quien, sin gran éxito, trató de acelerar
el crecimiento económico y corregir las desigualdades sociales, lo mismo que su
sucesor José López Portillo (1976-1982), que centró su programa de desarrollo
en las nacionalizaciones y las exportaciones de petróleo, aunque éstas
descendieron con la caída de los precios del crudo en 1981. Así, los problemas
económicos determinaron la elección del tecnócrata Miguel de La Madrid (1982-
1988), cuyo programa económico marcada mente neoliberal originó serios
desajustes, ya que las privatizaciones implicaron la reducción de puestos de
trabajo y del volumen de producción de la industria, con lo que descendió la
capacidad adquisitiva de los salarios, se agudizó el tenso clima social y el
empobrecimiento forzó a muchos trabajadores mexicanos a emigrar a Estados
Unidos.
Una cierta apertura política y un aparente intento de luchar contra la corrupción
se produjo cuando llegó ala presidencia Carlos Salinas de Gortari ( 1988-1994 ),
que, además de introducir cambios en el sistema electoral y en el interior del
PRI, facilitó la entrada de capitales extranjeros y aceleró las privatizaciones. Las
medidas en este sentido han tenido últimamente importantes repercusiones en la
adopción de cambios políticos, ya que la reducción del poder del Estado está
desmantelando las redes de poder patrimoniales y el sistema de clientelismo y
los ciudadanos reclaman cada vez una mayor participación política. Este aspecto
supone una de las principales cuestiones que debe abordar el actual presidente
Ernesto Zedillo, sin olvidar los preocupantes temas económicos que se le
plantearon nada más iniciar su mandato en 1994, cuando tuvo que aplicar un
programa económico de emergencia para reducir el gasto público y el déficit de
la balanza comercial provocado por la especulación financiera y la fuga de
capitales.
Por su parte, también Colombia presenta en los últimos tiempos un modelo
político de estabilidad institucional auspiciado por la alianza entre los dos
partidos tradicionales, liberal y conservador, que se unieron mediante el Pacto
Nacional en 1957 para terminar con la dictadura populista del general Gustavo
Rojas Pinilla (1953-1957) y repartirse el aparato del Estado. Se inició entonces
una etapa de claro dominio oligárquico y crisis económica debida sobre todo al
hundimiento de la agricultura cafetalera, que se prolongó durante toda la década
de los setenta, y alentó el desplazamiento de población campesina hacia las
ciudades, la intensificación de la guerrilla y el tráfico de drogas.
Los primeros indicios de recuperación aparecieron durante el mandato del
conservador Belisario Betancur (1982-1986), cuyas medidas económicas
-orientadas a limitar la inflación que estaba generando el flujo de narcodólares y
reducir las importaciones-produjeron una mejoría continuada. Sin embargo, no
han tenido el mismo resultado los esfuerzos para terminar con la violencia que
desde hace años asola la nación, bien sea provocada por los grupos guerrilleros
(Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército de Liberación Nacional,
Ejército Popular de Liberación y M-19), con los que se firmaron en 1990
acuerdos de paz que, aunque limitaron en parte sus actividades, no lograron su
total desaparición, y todavía hoy el proceso de pacificación es una de las
prioridades del presidente Andrés Pastrana, o la generada por las actividades de
los «carteles» de la droga, que han penetrado en todo el entramado social y
siguen siendo uno de los grandes obstáculos para el desarrollo colombiano.
En Venezuela, el sistema democrático se asentó finalmente tras la caída de la ,
dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), que dio paso al establecimiento
de una fórmula estable basada en la alternancia de los dos grandes partidos
nacionales: Acción Democrática (AD), de carácter nacionalista y progresista, y el
Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), de tendencia
democratacristiana. La primacía de estos dos partidos se ha extendido ala gran
mayoría de los aparatos institucionales y los movimientos sociales, dando lugar
ala aparición de un importante clientelismo político favorecido por el crecimiento
del Estado. Sin embargo, en los últimos tiempos el modelo bipartidista parece
haber entrado en una etapa de declive que se aceleró a partir de 1989 con la
revuelta popular conocida como «el Caracazo» y la posterior destitución del
presidente Carlos Andrés Pérez (1989-1994). Es más, el triunfo en las elecciones
de 1993 del nuevo partido convergencia, creado por el ex presidente y fundador
del COPEI, Rafael Caldera, parece confirmar esta tendencia, que se ha
agudizado incluso tras la celebración de los Comicios de 1998 y la elección del
antiguo golpista Hugo Chávez. Pero la estabilidad política no ha tenido su
paralelo en el terreno económico, sino que, al contrario, en este aspecto
Venezuela se ha movido siempre en medio de serias dificultades, debido sobre
todo a la dependencia del petróleo ya la escasa planificación que se ha ejercido.
Consecuentemente, la crisis mundial del petróleo de 1982 significó para esta
nación una auténtica bancarrota que empobreció a amplios sectores de la
nación, hizo aumentar la violencia y alentó la corrupción política que parece
incapaz de superar.
También en la República Dominicana los procesos electorales se suceden con
regularidad a partir del momento en el que concluyó la dictadura de Rafael
Leónidas Trujillo. Sin embargo, la escena política ha estado dominada desde
1966 por el Partido Reformista y su principal líder, Jaoquín Balaguer, que ha
imprimido una línea conservadora muy clara y sus directrices han estado
abiertamente influidas por Estados Unidos. En la actualidad, el país adolece de
graves problemas sociales y económicos cuya solución debe abordar el actual
mandatario Leonel Femández, cuya elección en 1996 fue vista con cierta
esperanza de cambio aunque para muchos represente la continuidad del
balaguerismo.
Finalmente, también la pequeña república de Costa Rica mantiene durante la
segunda mitad del siglo un régimen político democrático sostenido por la
Constitución de 1949. El partido socialdemócrata y el democratacristiano se
alternan en el poder, configurando un sistema que convierte a esta nación en la
más estable de la zona.
4.3. EL MILITARISMO
Al iniciarse los años setenta, comenzó a extenderse por Iberoamérica una
corriente de autoritarismo que convirtió en episodios habituales los golpes de
Estado y dio una nueva hegemonía al estamento militar. En este proceso tuvo
mucho que ver el triunfo de la revolución cubana y su influjo en la aparición de
nuevos brotes revolucionarios y guerrilleros, que alertó a diversas esferas
sociales sobre la necesidad de luchar contra la expansión del comunismo con el
ejército como única arma eficaz. De esta manera, ya diferencia de épocas
anteriores en que lo característico fueron los levantamientos individuales, la
institución militar -el ejército como corporación-asumió el control de la vida
política y se convirtió en un elemento esencial de estabilización, utilizando para
ello la represión y la aplicación de una política económica ultraliberal defensora
de los intereses del capitalismo internacional.
Sin embargo, aunque el influjo de la revolución cubana mera el detonante de la
aparición de los regímenes militares en los años setenta, había países que
soportaban gobiernos de tipo dictatorial desde antes de que aquélla se
produjera. Tal es el caso de Nicaragua, que de 1937 a 1979 estuvo dirigido por la
dinastía Somoza, o Haití, donde la brutal tiranía establecida en 1957 por
Francois Duvalier fue continuada tras su muerte por su hijo lean Claude,
derrocado en 1986, y lo mismo puede decirse de Perú, que desde que en 1948
tomó el poder el general Manuel Odría y hasta 1980 vio sucederse a una serie de
gobiernos militares incapaces de frenar las tensiones sociales y lograr la
recuperación económica de la nación. Otro tanto sucedió en Ecuador, donde la
larga etapa comprendida entre 1944 a 1979 estuvo regida por diferentes
personajes de las fuerzas armadas que tampoco consiguieron resolver los
problemas sociales y económicos. Por contra, en Paraguay será una sola persona
quien detente el poder de 1954 a 1988: el general Alfredo Stroessner. Su férreo
régimen dictatorial se prolongó durante 35 años en los que no existió oposición
política de ningún tipo y en los que se abordó de manera amplia la
industrialización. Sin embargo, el hecho de que el proceso industrial se apoyara
sobre todo en las inversiones extranjeras a la larga incidió en la crisis económica
que afectó a la nación desde 1982, y que, junto a las tensiones sociales, las
disensiones dentro del Partido Colorado que sostenía al dictador y la oposición
de la Iglesia católica, provocó su caída.
Por su parte, los Estados centroamericanos de Honduras, Guatemala y El
Salvador, han vivido bajo regímenes militares desde la primera mitad del siglo
xx, y el proceso dictatorial se radicalizó en los años sesenta y setenta ante el
peligro de la aparición de brotes izquierdistas que comenzaron a surgir incluso
en el ejército. Así, como se ha dicho, la lucha contra la guerrilla ha provocado
una sangrienta guerra civil causante de la devastación de estas naciones que
todavía hoy viven una inestable paz y una alarmante situación social y
económica.
Por lo que respecta a Brasil, el populismo terminó bruscamente en 1964 cuando
el ejército derrocó al presidente Joao Goulart y se inició el régimen de los
generales brasileños que, alineados con Estados Unidos, ejercieron una dura
represión, especialmente hacia los sindicatos, los campesinos y los estudiantes,
que se manifestó sobre todo en la crueldad de los «escuadrones de la muerte»,
cuyos métodos pronto se repetirían en Chile y Argentina. Igual que en otros
países, se consiguió durante esta etapa un cierto desarrollo económico basado
fundamentalmente en las exportaciones estimuladas por los préstamos de países
extranjeros, a los que atraían los recursos naturales y el disciplinado gobierno de
Brasil. Sin embargo, a partir de 1974 y como consecuencia de la crisis mundial,
el progreso interno financiado desde el exterior se hizo más lento, la situación
general de la nación empeoró, se agravaron las tensiones sociales, y en 1979 el
régimen tuvo que aplicar medidas de apertura e iniciar la vuelta ala vía
democrática.
También en 1964, el derrocamiento de Víctor Paz Estenssoro en Bolivia dio paso
al establecimiento de un prolongado régimen militar en el que se sucedieron
diversos personajes, algunos sumamente represivos, como el general Hugo
Banzer (1971-1978), aunque su presencia en el gobierno no sólo no solucionó los
problemas del país sino que, al contrario, se agudizaron por las altas tasas de
inflación que ocasionó su política económica y la conflictividad social que
provocó.
Con el inicio de la década de los setenta surgieron las dictaduras del Cono Sur:
Chile, Uruguay y Argentina.
El régimen militar chileno del general Augusto Pinochet supuso un proceso de
características inéditas en la historia de Chile, tanto por su ruptura con todo el
proceso político desarrollado en la nación hasta entonces, como por su
prolongación en el tiempo, ya que, contra lo esperado, se extendió desde 1973 a
1989. El poder personal de Pinochet sobre las fuerzas armadas (basado en el
principio de la unidad de mando en los cuatro ejércitos) y sobre el aparato de
gobierno, fueron las bases esenciales del pinochetismo y la que permitió la
perpetuación del mandatario a pesar de las críticas recibidas desde la propia
Iglesia católica y la opinión pública europea y norteamericana, muy
sensibilizadas ante los atropellos a los derechos humanos que se cometían.
Gracias al endeudamiento con bancos extranjeros, se acometió el desarrollo de la
economía, sustentado en la privatización de gran parte de los sectores que se
habían nacionalizado con anterioridad y en los resultados de la agricultura de
corte capitalista en que se transformó al agro chileno. El coste social de la
política económica fue muy alto, ya que en poco tiempo se empobreció a vastos
sectores de las clases medias, obreras y trabajadores rurales que tuvieron que
emigrar a las ciudades, la que, a la larga, debilitó al régimen y fue la causa de
que Pinochet perdiera el apoyo popular en el plebiscito de 1989.
Rompiendo la tradición política del Uruguay, en 1973 los militares se instalaron
en el poder alegando la incapacidad del presidente para terminar con el clima de
violencia que había generado el terrorismo de los Tupamaros. Hasta 1985 las
fuerzas armadas dominaron la vida política uruguaya, amparándose en una
nueva Constitución que fue ampliamente rechazada por la mayoría del pueblo y
cuyo objetivo era consagrar el control militar sobre los futuros gobernantes.
Como resultado de la política aplicada en esta etapa, a mediados de los años
ochenta Uruguay padecía una enorme crisis económica, soportaba una deuda
externa de casi 5.000 millones de dólares y su sociedad se encontraba
conmocionada por el gran número de presos políticos y desaparecidos durante la
dictadura.
En Argentina, el nuevo período militar comenzó en 1976 cuando el poder fue
asumido por una Junta Militar que pretendía sacar al Estado de la
descomposición ala que le había llevado el peronismo, reorientar la política
económica y combatir la subversión de los grupos guerrilleros. Hasta 1983, se
asistió ala sucesión de tres presidentes militares (Jorge Videla, Eduardo Viola y
Leopoldo Galtieri), cuya errónea gestión financiera desarticuló todas las
estructuras productivas de la nación. Además, fueron torturados y asesinados
miles de argentinos, en un proceso de represión y crueldad que aún hoy tiene
una viva manifestación en las protestas de las «madres de la plaza de Mayo» y en
los continuos testimonios que paulatinamente surgen sobre lo sucedido con los
«desaparecidos». Ante la pérdida de fiabilidad y confianza en las fuerzas
armadas, así como la quiebra moral de las instituciones, los militares decidieron
aglutinar ala nación mediante un conflicto armado e iniciaron en 1982 la guerra
de las Malvinas contra Inglaterra, tras cuyo fracaso fue preciso favorecer el
retorno aun régimen civil y democrático.
Finalmente, tras la muerte de Ornar Torrijos, la pequeña república
centroamericana de Panamá estuvo gobernada desde 1983 a 1989 por el general
Manuel Antonio Noriega, que, para perpetuarse en el poder, movilizó el
sentimiento nacionalista y anti norteamericano de los panameños en relación con
la posesión de Estados Unidos de la zona del canal.
4.4. LA DEMOCRATIZACIÓN
Seguramente, la característica más destacada de la evolución política de
Iberoamérica en los últimos tiempos es la progresiva desaparición de las
dictaduras y el establecimiento de regímenes constitucionales, de manera que,
salvo Cuba, actualmente todos los países se desenvuelven dentro de unos
esquemas democraticos mas o menos consolidados. Los logros en este sentido
obedecen a causas muy diversas, tanto externas como internas, que se han
conjugado para desembocar en la actual situación política. , Entre las primeras,
es preciso destacar las modificaciones del contexto internacional. Así, hay que
tener en cuenta el ejemplo que han significado las transiciones de la dictadura a
la democracia que se produjeron en el sur de Europa (Portugal, España y
Grecia), tanto por su carácter pacífico como por provenir de un área de gran
influencia cultural en Iberoamérica, que convirtió aquellos procesos en modelo
aplicable al otro lado del Atlántico. Asimismo, la política internacional de defensa
de los derechos humanos inaugurada por el presidente Carter en Estados Unidos
y continuada por las Administraciones posteriores, que incluía el apoyo a la
instalación de regímenes democráticos en el sur del continente, significó
también, a pesar de sus ambigüedades, contradicciones y diferentes ritmos, un
cambio positivo importante respecto a la tradicional actitud norteamericana
proclive a los gobiernos dictatoriales. Finalmente, incidió también en ello el
hundimiento del sistema comunista en el Este de Europa y las reformas
introducidas en los países del área socialista, que ha dejado sin argumentos a los
ideólogos de la «seguridad nacional» y del anticomunismo.
En cuanto a las causas internas, son también muy variadas y, para muchos, las
que realmente explican el fin de las dictaduras. Como una de las principales, se
ha aducido la creciente demanda democrática manifestada últimamente en
Iberoamérica como consecuencia de las grandes transformaciones producidas en
la historia reciente (rápidos procesos de urbanización, industrialización, parcial
modernización del campo, expansión de la educación y de la información, etc.),
que han aumentado las aspiraciones de participación política, social, económica
y cultural, que sólo pueden canalizarse a través de un sistema democrático. Al
mismo tiempo, otro factor decisivo puede ser el proceso de moderación y
renovación de los partidos y tendencias de izquierda, alas que inspira ahora un
nuevo sentido del realismo más adecuado alas nuevas circunstancias, sin duda
influido por las derrotas de los gobiernos de izquierdas experimentadas en el
pasado, la dificultad de sobrevivir bajo los regímenes militares, el exilio y los
cambios en los regímenes de la Europa del Este.
Por otro lado, puede decirse también que las dictaduras cayeron porque las
razones que explicaron su ascenso habían desaparecido; es decir, dado que su
función primordial consistió en eliminar los movimientos populistas o los brotes
de violencia, una vez que, al menos aparentemente, éstos desaparecieron, fueron
incapaces de perpetuarse y dar respuesta a los nuevos problemas sociales y
económicos que se planteaban. Así se entiende que, por encima del resto de las
consideraciones, la causa primordial del fin de estos regímenes sea el fracaso de
su política económica y la caótica situación social que se generó, ya que casi
todos habían ofrecido una mejora de la situación económica a cambio de la
supresión de las libertades públicas, pero, en poco tiempo y merced a la confusa
administración, los recursos quedaron limitados y los gobiernos militares se
centraron en acciones puramente represivas, que aumentaron a su vez la
violencia. Sin olvidar la creciente división de las fuerzas armadas y la pugna en
las juntas militares por acaparar el poder político, que también propició su
debilitamiento.
El primer país que consiguió restaurar las libertades e iniciar una continuada
vida democrática fue Ecuador, donde la Junta Militar decidió en 1978 liberalizar
el régimen y redactar una nueva Constitución. Así, desde entonces se han
respetado las normas constitucionales, sucediéndose en el poder una serie de
gobernantes que se han enfrentado a las serias dificultades sociales y
económicas por las que aún hoy atraviesa la República y que han sido capaces de
crear tan enrarecida situación como para que en las elecciones de 1996 triunfara
un personaje como Abdalá Bucaram, que tuvo que ser destituido al año siguiente.
En Perú, el tránsito a la democracia se realizó en 1980 de la mano de Fernando
Belaúnde Terry; En estos años, han sido muchos los problemas de tipo político
que se han vivido en la nación, agudizados por las particulares decisiones de sus
gobernantes para solucionarlos. Así, los errores políticos de Alan Garcia (1985-
1990), único candidato del APRA que ha conseguido la presidencia, le hicieron
perder las elecciones en 1990, ser acusado de corrupción e incluso exiliarse en
Colombia, mientras que su sucesor, Alberto Fujimori, alteró el orden
constitucional con el «autogolpe» de 1992, que produjo una involución
institucional y una llamativa ruptura social. Sin embargo, a lo largo de las
últimas décadas la mayor dificultad de Perú ha sido intentar atajar las
actividades del grupo guerrillero maoista Sendero Luminoso que ha causado en
la nación una auténtica guerra civil, aunque tras el encarcelamiento de su líder,
Abimael Guzmán, en 1992, parece que se está controlando esta amenaza.
En Bolivia, la hostilidad de la población contra el régimen militar y la
degradación de la situación económica, obligó a la Junta Militar a restituir el
poder a los civiles en 1982. Sin embargo, el país cuenta con una serie de graves
problemas que limitan su desarrollo y de los que los principales son la crisis
económica, que genera profundas tensiones sociales, y los problemas originados
por el narcotráfico, que ha provocado serios enfrentamientos con Estados Unidos
ya que de Bolivia procede el 25 % de la cocaína que se consume en
Norteamérica. La crítica situación que atraviesa el país ha permitido que en las
elecciones de 1997 triunfara el antiguo dictador Hugo Banzer. También en 1982
se celebraron en Honduras las primeras elecciones tras un período de cierta
apertura política promovida por el régimen militar, que dio paso a un sistema
que se caracteriza por la alternancia entre liberales y conservadores. Ese mismo
año, y en medio de un clima de guerra civil que aún hoy se aprecia, se reinstauró
la democracia en El Salvador de la mano del partido Acción Republicana
Nacional (ARENA).
En Argentina, la vuelta al sistema democrático se inició en 1983 tras el fracaso
de la Junta Militar en la guerra de las Malvinas. El primer presidente
constitucional fue el candidato del Partido Radical, Raúl Alfonsin, quien practicó
una gran moderación en su intento de controlar a las fuerzas armadas y
perseguir a los responsables de la dictadura. La impopularidad que ello le
acarreó y su incapacidad para enfrentarse a la formidable crisis económica que
soportaba el país, propiciaron el retorno de los peronistas en 1989 con Carlos
Saúl Menem, que, contando con una gran ayuda exterior y aplicando una
impopular política de privatizaciones, ha conseguido una relativa estabilidad
económica a costa de postergar las demandas sociales que cada día se reclaman
con mayor insistencia.
El deterioro de la situación económica y el descontento social forzaron el fin de
la dictadura militar y la convocatoria de elecciones en Uruguay en 1985, siendo
elegido Julio María Sanguinetti, que en la actualidad detenta otra vez la
presidencia. El mismo año, y tras un proceso de democratización gradual
auspiciado por las fuerzas armadas, se celebraron las primeras elecciones en
Brasil y la llegada al gobierno de Tancredo Neves, considerado el padre de la
democracia brasileña. A su muerte, le sucedió el vicepresidente José Sarney,
quien en medio de fuertes dificultades económicas y políticas consiguió aprobar
en 1988 la Constitución de la Nueva República Federativa de Brasil, sobre la que
se ha apoyado la continuidad democrática y el desarrollo económico que
caracteriza a esta nación. Por su parte, la llegada a la presidencia del
democratacristiano Marco Vinicio Cerezo en 1986 significó la restauración de la
democracia en Guatemala. Tres años después, en 1989, finalizaba en Paraguay la
dictadura del general Stroessner, dando paso al gobierno del general Andrés
Rodríguez, que sentó las bases de la apertura democrática. También en 1989, el
general Pinochet comprendió que había perdido la confianza de la nación cuando
le fue negado el apoyo popular en el plebiscito convocado para solicitar su
permanencia en el poder hasta 1997. El cambio hacia la vía constitucional era ya
inevitable, y el encargado de hacerlo realidad fue el democratacristiano Patricio
Aylwin. Sin embargo, Pinochet ha continuado ejerciendo una gran influencia en
la vida política chilena como senador vitalicio y su figura es actualmente objeto
de una fuerte polémica nacional e internacional, como lo muestra el proceso ge
extradición al que se encuentra sometido en Londres, acusado de crímenes
contra la humanidad. Por último, también en Panamá se restableció la
democracia en 1990 tras la intervención de los marines norteamericanos para
derrocar al general Noriega, y el mismo año regresó a Haití el presidente Jean
Bertrand Aristide, que había sido depuesto por un golpe de Estado en 1991.