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Una presentadora de un conocido programa de espectáculos difundió un reportaje que consistía

en unas imágenes captadas desde la intimidad de una bailarina (o vedette, utilizando el término
común). En esas imágenes, un reportero se hizo pasar por un hombre buscando tener relaciones
sexuales rentadas con un personaje del mundo farandulero. Así, este hombre accedió a la
bailarina y, dotado de una cámara video grabadora oculta, grabó, en el hotel en el cual se citaron,
la transacción monetaria y el acto sexual derivado de la misma. Al apreciar estas imágenes, la
bailarina inició la acción penal correspondiente contra la presentadora por delito de violación de
la intimidad personal que se encuentra tipificado por el artículo 154 del Código Penal peruano.

En su defensa, la presentadora alegó – básicamente – dos cuestiones que componen el


problema planteado 1º Que, la difusión del vídeo cuestionado implica el ejercicio de la libertad
de expresión que le era inherente dada su condición de periodista y además por la calidad de
personaje público que tenía la agraviada y 2º Que, asimismo, el reportaje tenía la calidad de
denuncia, al poner en evidencia un modus operandi de prostitución de alto vuelo que, a su vez,
podría implicar la comisión de un delito contra la libertad sexual. Dejando de lado el segundo
argumento y las cuestiones procesales que no interesan al presente desarrollo, se puede advertir
que en el presente caso existe una clara beligerancia entre dos derechos considerados
fundamentales y que por lo tanto de igual categoría, a saber, intimidad personal y libertad de
expresión. Resulta claro entonces que la interrogante planteada resume la inevitable elección
entre dos derechos iguales, elección que por propia naturaleza del sistema, es dejada a un
tercero (órgano jurisdiccional). Así, cuando dos personas se someten este sistema (Sistema de
Administración de Justicia), acuden, como iguales, a plantear una incertidumbre que debe ser
despejada por el órgano jurisdiccional mediante la aplicación del derecho vigente. Previamente
a la búsqueda de una solución, debo encargarme de descartar dos alternativas de decisión que
dentro del plano de imaginable podría venir a nuestra mente o amparar a ninguno de los dos
derechos fundamentales en confrontación; lo que implicaría una renuncia a administrar Justicia
y por lo tanto la desnaturalización del propio sistema. Amparar los dos derechos; lo que
determinaría un imposible.

Ahora bien, si buscamos una solución legalista, podremos sostener que la sola concurrencia de
la hipótesis de la norma hace que la decisión llegue mucho más fácil. Así, situándonos en el caso
planteado, la verificación de la hipótesis contenida en el tipo penal del delito de violación de
intimidad personal acarreará la imposición de una pena al infractor. Pero la solución a nuestro
problema pasando por lo transitorio que implica el caso – no es tan sencilla, pues evidentemente
versa sobre una de las grandes tensiones existentes en la Filosofía del Derecho lo jurídico y lo
justo, tensión que busca finalmente la conformación de un Derecho Justo. Dicho esto, también
debemos descartar que la decisión se funde en la sola elección al libre arbitrio del órgano
jurisdiccional, pensar de esa forma nos llevaría a otorgar al Juez un poder extralimitado que
ciertamente degeneraría su esencia y función. Hablemos entonces de Derecho y de Justicia.

Un concepto operacional de Derecho nos dirá que este implica un conjunto de normas de
coerción garantizadas por el uso de la violencia. Siendo ello así, y solo basándonos en lo que el
Derecho nos podría dar, sería factible sostener que quien viole una de las normas de conducta,
deberá hacerse acreedor a una sanción, con lo cual nuestro problema parecería finiquitado. Y
como esta solución tampoco es aceptable de cara al objetivo de Derecho Justo que
propugnamos, surge entonces la idea de Justicia que debe acompañar al Derecho. Definir a la
Justicia, es una tarea que podría llevar todo un tratado y, obviamente, tampoco no es mi objetivo
hacerlo; pero si algo hay que advertir en esa difícil tarea es que comúnmente se confunde a este
concepto con lo que es Equidad y Moral, como lo veremos a continuación. Un viejo latinazgo nos
dice que Justicia es dar a cada uno lo suyo (cuique suum tribuere), pero esta acepción se acerca
más a la idea de Equidad. Indudablemente que Justicia tiene que ver mucho con Equidad, al
punto que la esa última desde mi punto de vista forma parte de la Justicia al fundamentarla
incluso, pero de ninguna manera son sinónimos; y es que este término es tan difícil de delimitar
en un grupo de palabras como también lo son la Libertad o la Igualdad; de lo que se concluye
que en suma, son categorías indefinibles.

Si nos acercamos un poco más a buscar una idea cercana de lo que es Justicia, podríamos llegar
a pensar que es “lo correcto”, pero inevitablemente caeríamos en otra confusión con la Moral.
Vayamos entonces a encontrar de que se ocupa la Justicia para poder arribar a algo más
tangible, vayamos entonces al objetivo de la Justicia. La Justicia busca la paz social, entendida
como la armonía absoluta en una sociedad, de ello que entiendo que la Justicia es una
herramienta para llegar a esa tan ansiada y utópica paz social. Luego, retomando el desarrollo
que he venido realizando, se puede colegir que un Derecho Justo será aquel cuya
fundamentación esté dirigida a obtener la paz social. Pero el problema que vengo tratando
también trata sobre la Igualdad, pues ante la incertidumbre planteada entre dos individuos
(iguales) se erige la decisión de un individuo neutro que también se inclinará por alguno de los
dos derechos iguales que entre si disputan el amparo de la Justicia. Entonces ¿ cómo se llega a
una decisión en este tipo de casos difíciles ; ¿ existe realmente una solución apegada a Justicia
que defina la controversia ; ¿o nos encontramos ante un problema sin solución. Para llegar a una
respuesta, vayamos al examen de los derechos en beligerancia.

En primer lugar tenemos – no por orden de preferencia sino únicamente con fines esquemáticos
al derecho a la intimidad personal, que comprende la protección del ámbito más privado del
individuo que atañe a cuestiones como los propios pensamientos, opiniones, estados anímicos,
etc.; de ello que se pueda inferir que la vulneración a este derecho a la intimidad personal implica
una afectación de distinta índole (psicológica, moral, etc.) que a su vez determina el develamiento
de informaciones que el mismo individuo protege por el simple hecho de no hacerlas públicas y
mantenerlas en reserva. De lo antes expuesto se aprecia que el derecho a la intimidad personal
es eminentemente individual, pues corresponde y afecta a un solo individuo. En beligerancia al
derecho antes expuesto – en el caso propuesto – tenemos al derecho a la libertad de expresión
que denota la amplitud que tiene una persona de formular informaciones, pensamientos,
opiniones, sentimientos, etc. sin restricciones arbitrarias de ningún tipo más que su sola voluntad.
Este derecho a la libertad de expresión tiene su correlato o mejor dicho, su manifestación más
clara, en la libertad de información, concebida como aquella de la goza la colectividad para
enterarse las informaciones, opiniones que el individuo ejercitante de la expresión pueda o desee
dirigir. Aunque se aprecia que este derecho aunque es potestad de un solo individuo, no cabe
duda que su relevancia se extiende hacia una colectividad que es la receptora de la información.

La decisión tasada y cuantitativa de optar por un derecho de manera genérica, concordante con
lo ya dicho, nos llevaría a cometer graves errores que el Derecho no puede darse el permiso de
cometer, ya que ello acarrearía precisamente un Derecho no justo. Así, no podemos evaluar la
decisión del caso judicial sobre la base de las afectaciones perpetradas, toda vez que de ser así,
tendríamos que optar por permitir la trasgresión de la intimidad ante la limitación del derecho a
la expresión información pues esto último determinaría un número mayor de afectados o que la
alternativa inversa. Pero como quiera que el Derecho no es una herramienta de sacrificio y
victimación, pensar en esa línea no es admisible. Una posible alternativa reside en acudir a la
Jurisprudencia, como elemento referente ante estos casos difíciles, pero ¿ qué es la
Jurisprudencia sino un precedente y como tal ¿ acaso no tiene un origen que a su exige
fundamento ; por ello es que habrán casos en los cuales no exista Jurisprudencia. Sin perjuicio
de ello, entiendo que la Jurisprudencia es una posición respecto a determinada coyuntura que
se suscita en el Derecho y siendo ello así, no puede ser inmutable sino que más bien resulta
variable y susceptible de evolución según también evolucionan las ideas en este campo del saber
humano. Sobre esa base, en mi opinión, el ceñirse a la Jurisprudencia como elemento de
absoluta validez, determinaría al igual que los otros casos el caer en arbitrariedades y atropellos
que no se pueden aceptar en aras de la solución de un conflicto. Obviamente, siempre habrá,
ante la confrontación de dos derechos, un derecho que no prime y que sea – si cabe el término
desechado; pero precisamente eso forma parte de la existencia del Derecho, el utilizar la
coerción, la violencia e incluso la afectación de un derecho en pos de lograr la paz social (la
Justicia). Vemos de todo lo expuesto que – prima facie – no puede tomarse una decisión absoluta
y genérica que además no afecte a alguien. Luego, ¿ cúal es la fórmula para este tipo de casos
difíciles la respuesta es simple, no hay una fórmula única. Habrá que apelar entonces a un
análisis en cada caso concreto y poder discernir la incertidumbre que se plantea ante la
Administración de Justicia. De más está decir, sin perjuicio de lo antes expuesto, que tampoco
se puede dejar el problema en manos del criterio del juzgador, pues ello implicaría a inmiscuir en
el fallo judicial aspectos que no deben estorbar el importante rol que desempeñan; suponer ello
determinaría contaminar la tarea en cuestión con ideologías políticas, valores morales,
posiciones éticas, etc. Ante la tensión creada en el presente caso que se materializa por la
confrontación entre dos individuos, se evidencia también una segunda tensión que le es de sumo
interés a la Filosofía del Derecho. Me refiero a la disputa entre individuo sociedad que he
abordado líneas arriba.

Esta disputa está patentizada por establecer los límites de la Libertad de la cual goza una
persona frente a la afectación del derecho de otra, y es aquí donde el Derecho acude al Lenguaje
como tercera vía para solucionar los problemas que le aquejan. La solución que hemos buscado
entonces, pasa por encontrar criterios unificadores que impidan las tiranías y los abusos del
juzgador o de la propia norma. La solución pasa por el empleo del Lenguaje como medio idóneo
para despejar la incertidumbre. Visto ese cuadro, el término que ingresa a cobrar relevancia en
el caso planteado es el de interés público, comprendido como la expectativa de la colectividad o
sociedad ante un determinado hecho o, en este caso, frente a una determinada información.

La pregunta que debe hacerse el operador de Justicia ante el caso planteado


es si existe interés público que haga necesario el develamiento de la intimidad
de una persona, vale decir si la información es relevante como para superar la
afectación causada, y no sea más bien la evidenciación de un caso de abuso
del Derecho.

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