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El año 2019 será recordado como el año de la asamblea especial del Sínodo de los
Obispos para la región Panamazónica, así como el de la realización en Chile de la
Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de
2019, conocida como COP25. El sínodo busca visibilizar un territorio, sus habi-
tantes y problemáticas específicas; la conferencia sigue la senda de comprometer a
los países para disminuir la emisión de gases de efecto invernadero, y hacer frente
colectivamente a los desafíos del cambio climático.
El Papa Francisco señaló en su reciente mensaje para la V Jornada Mundial de
Oración por el Cuidado de la Creación, que ambos eventos son una gran oportu-
nidad para responder al grito de los pobres y de la tierra2. Coincidentemente, al
igual que en 2015 con la publicación de la encíclica Laudato si’ y las negociaciones
en la ONU que sellaron el acuerdo de París, vuelven a reunirse en un mismo año
dos instancias clave –una eclesial y otra civil– que quieren sensibilizarnos y movi-
lizarnos ante la crisis ecológica.
Podemos preguntarnos, por lo tanto, ¿cuánto del mensaje sobre la ecología
integral ha permeado nuestras prácticas cotidianas, nuestras formas de pensar, y
nuestras dinámicas comunitarias? ¿Qué del acuerdo de París ha afectado nues-
tras interacciones sociales, los patrones de producción y consumo, y el manejo
que tenemos de los desechos? ¿En qué sentido lo conversado en el Sínodo de la
Amazonia toca nuestra realidad y la desafía? o ¿Por qué la COP25 podría tener
algo que ver con el seguimiento de Jesucristo?
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De este modo, al hablar de crisis ecológica queda claro que la crisis no está
aconteciendo meramente en los ecosistemas, en el agua o en el clima. La crisis
tiene que ver con la globalidad de nuestras relaciones, incluida nuestra interac-
ción con la naturaleza. Benedicto XVI mostró bien este lazo al afirmar que los
“desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los
desiertos interiores”5. Una comprensión integral de la ecología nos ayuda, por
lo tanto, a identificar un abanico más amplio de desafíos ecológicos, a auscultar
sus causas más profundas, y a proponer soluciones que no se restrinjan solo a
los aspectos científicos y tecnológicos de los mismos, sino que incorporen otras
variables, menos evidentes, pero igualmente cruciales si queremos llegar al fondo
de lo que nos está pasando. La noción de ecología integral nos muestra que no
debiéramos sentirnos ajenos o extraños frente a los desafíos ecológicos, ya que
estos están íntimamente asociados a formas de pensar, vivir y sentir de las cuales
somos parte.
3. UN COMPROMISO INHERENTE A LA FE
Ahora, no parece evidente que todo esto tenga que ver con el seguimiento de
Jesucristo y con las opciones religiosas. Pareciera, más bien, que estamos frente a
problemáticas extremadamente complejas que deben ser enfrentadas solo con un
conocimiento altamente especializado y aplicaciones tecnológicas de punta. Sin
embargo, si aceptamos que la crisis ecológica también tiene que ver con formas
de pensar, vivir y sentir, comprendemos por qué las religiones tienen un rol im-
portante que jugar en su resolución. De hecho, pueden ser muy relevantes en esta
toma de conciencia y transformación de las creencias y prácticas, ya que ellas po-
seen los arquetipos, los símbolos, los significados, los valores y los códigos morales
alrededor de los cuales las personas nos agrupamos y definimos6.
En el caso del catolicismo, los últimos papas, desde Pablo VI, han buscado
mostrar por qué la cuestión ecológica está inherentemente relacionada con nuestras
creencias. Hablando de la crisis ecológica, Juan Pablo II nos dice en 1990, por
ejemplo, que «los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de
la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador forman parte de
su fe»7. Laudato si’ señala también que «es un bien para la humanidad y para el
mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que
brotan de nuestras convicciones» (LS 64). La promoción de una ecología integral,
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por lo tanto, no es una opción más entre otras, facultativa y restringida solo para
aquellos que poseen una sensibilidad especial hacia la naturaleza. Es una impli-
cancia central de nuestra fe que debemos saber implementar.
No es que los católicos tengamos todas las respuestas y todos los elementos
necesarios, a partir solo de nosotros mismos, para hacer frente a la crisis ecológica
desde una perspectiva religiosa. Sería ingenuo pretender que el catolicismo se
ha transformado por un chasquido de dedos en la religión más ecológica entre
todas las existentes. Esa creencia nos eximiría erróneamente de revisar algunas de
nuestras formas de hablar, valorar y vivir, que se ven cuestionadas en el contexto
actual. Sin embargo, y ahora frente a la crítica que sindica a la matriz de pensa-
miento judeocristiana como parte del problema, es necesario visibilizar los recur-
sos bíblicos, dogmáticos, magisteriales, e históricos –incluida la práctica– que la
tradición cristiana nos proporciona como grandes motivaciones para el cultivo de
una ecología integral.
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terminan por asumir todo lo que ya sabemos. La ciencia nos habla, por ejemplo,
de los límites planetarios y de los umbrales de ciertos procesos fundamentales,
como la temperatura global o la concentración de gases de efecto invernadero,
que no debiéramos sobrepasar si no queremos poner en peligro la habitabilidad
del planeta. La información científica es el punto inicial y clave para dar sustento
sólido a los acuerdos políticos y jurídicos que necesitamos para la gobernanza de
los bienes comunes.
El sínodo de octubre, por su parte, nos ha propuesto escuchar la voz de
la Amazonia, para conocer más profundamente la riqueza y problemáticas de
este territorio y sus habitantes. Al igual que los desafíos ambientales, que son
globales pero se expresan de un modo particular en cada contexto geográfico,
en la Amazonia tomamos contacto con retos universales –ecológicos y eclesia-
les– pero que adquieren características específicas en este territorio. Ya lo decía el
instrumentum laboris al señalar que “la Amazonia representa un pars pro toto, un
paradigma, una esperanza para el mundo” (n.37). Ante la extrañeza de algunos
de por qué realizar un sínodo sobre un territorio determinado es importante
tomar conciencia, por lo tanto, que miramos a la Amazonia para darnos cuenta
de cómo ahí se concentran agudamente desafíos que están presentes en muchas
otras partes.
¿Y cuáles son estas problemáticas? Son variadas y de distinto orden como,
por ejemplo, a) el daño a la naturaleza por un modelo de desarrollo extracti-
vista que supedita todo al interés económico; b) la apropiación y privatización
de bienes de la naturaleza, como la misma agua; c) contaminación ocasionada
por toda la industria extractiva que produce problemas y enfermedades, sobre
todo a los niños y jóvenes; d) deforestación, incendios y cambios en el uso del
suelo; e) mega-proyectos: hidroeléctricas, concesiones forestales, tala para pro-
ducir monocultivos, carreteras y ferrovías, proyectos mineros y petroleros; f ) el
narcotráfico; y g) los consecuentes problemas sociales asociados a estas amenazas
como alcoholismo, violencia contra la mujer, trabajo sexual, tráfico de personas,
pérdida de la cultura originaria y de la identidad (idioma, prácticas espirituales
y costumbres).
También están los desafíos de la inculturación y la interculturalidad en el
encuentro del Evangelio de Jesucristo con tradiciones y cosmovisiones originarias
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En segundo lugar, debemos poner atención a los discursos que reducen los
desafíos ecológicos a problemas meramente científico-técnicos. Esta confianza
excesiva en la ciencia y sus desarrollos tecnológicos, no solo dificulta que asu-
mamos la gravedad de algunos problemas, sino que puede llevarnos a generar
nuevas consecuencias dañinas. Es preciso tomar conciencia de que esta crisis no
se resuelve solo con más ciencia y más técnica, sino que debemos preguntarnos
por las ideas, valores, y expectativas que inspiran nuestra vida personal, organi-
zan nuestra interacción social, y enmarcan nuestra relación con la naturaleza. Tal
como han repetido insistentemente los últimos tres papas, la crisis ecológica es
también un problema moral.
En tercer lugar, en la escucha, diálogo y discernimiento, debemos apuntar
a la generación de hábitos concretos y cotidianos. Laudato si’, por ejemplo, nos
anima a la generación de una ciudadanía ecológica (LS 211). Generar nuevos
hábitos y prácticas no es fácil, y ciertamente involucra un proceso de desaprender,
aprender y reaprender. Sin embargo, en nuestro horizonte debe estar la pregunta
por nuevos modos de habitar el mundo. Un punto de encuentro interesante entre
las distintas culturas y cosmovisiones es la noción de sabiduría, que es también
un tema bíblico importante. El instrumentum laboris del Sínodo, por ejemplo,
hace mención en distintos pasajes a la sabiduría propia de los pueblos originarios.
Laudato si’ también afirma que «si de verdad queremos construir una ecología
que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de
las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la
religiosa con su propio lenguaje» (LS 63). Hay que intervenir no solo nuestras
formas de pensar y sentir, sino que también nuestras prácticas y hábitos. La sa-
biduría apunta a una forma concreta de vida. Nuestro diálogo y discernimiento
debieran apuntar hacia ella.
Por último, es necesario tener en cuenta que la búsqueda de nuevas formas
de vida y de acuerdos globales se da un contexto de conflictividad. Así como no
todos los países, culturas o individuos hemos colaborado de la misma manera
a la generación de los desafíos ecológicos, no todos estamos comprometidos de
la misma manera con las potenciales soluciones. Esto queda claro no solo por
lo difícil y largas que han sido históricamente las negociaciones en el marco de
la Conferencia de las Partes, sino que también en un sinnúmero de conflictos
socioambientales locales, que han supuesto incluso la muerte violenta de Dian
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Notas
1 Doctor en Teología, School of Theology and Ministry (STM), Boston College, EEUU.
Magíster en Teología y Filosofía, Centre Sèvres, Paris.
2 Mensaje emitido el 1 de septiembre de 2019. http://w2.vatican.va/content/francesco/es/
messages/pont-messages/2019/documents/papa-francesco_20190901_messaggio-giorna-
ta-cura-creato.html
3 Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, Nuestro Futuro Común
(Alianza, 1987.
4 Ver https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/objetivos-de-desarrollo-sostenible/
5 Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97
(2005), 710.
6 Ernst Conradie, «Towards an Agenda for Ecological Theology: An Intercontinental
Dialogue», Journal for the Study of Religion, Nature and Culture 10, n.o 3 (24 de febrero
de 2007): 286.”ISSN”:”17494915”,”note”:”This contribution to outline an agenda for
(Christian
7 Juan Pablo II, «Mensaje para la celebración de la XXIII jornada mundial de la paz. Paz con
Dios creador, paz con toda la creación», 1990, n.o 15, https://w2.vatican.va/content/john-
paul-ii/es/messages/peace/documents/hf_jp-ii_mes_19891208_xxiii-world-day-for-peace.
html.
8 Juan Pablo II, n.11.
9 Esto mismo es acentuado en Laudato si’: […] esto debería provocar a las religiones a entrar
en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a
la construcción de redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre
las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje,
y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del propio saber.
[…] La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar
en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad.
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