Está en la página 1de 3

EL CUENTO DE LOS AMIGOS

Esta es la historia de dos amigos, Pedro y Ramón, que se querían como hermanos a pesar de
no tener vínculo familiar alguno.

Tenían una amistad tan grande, que para todos los moradores del pueblo eran como
inseparables hermanos o gemelos sin mucho parecido físico, ya que uno era más alto y el
otro más grueso, uno rubio y otro trigueño.

Su vínculo surgió desde que eran niños. Vivían cerca uno del otro y desde pequeños se
adaptaron a jugar juntos y desempeñar todas las tareas en conjunto.

Podía vérseles lo mismo jugando a las escondidas que correteando de aquí para allá o dándose
un chapuzón en la laguna, o jugando con animales, en fin, todo lo que un niño hace para
hacer sus días divertidos.

De igual forma, los dos ayudaban mucho en sus casas y compartían las tareas del cole, por
lo que los padres de cada uno querían al otro como un hijo más.

Así, Pedro y Ramón fueron creciendo, y también lo hicieron su amistad y las labores que
hacían juntos.

Por supuesto, a medida que maduraban no hacían lo mismo que antes, pero igual se les podía
ver juntos haciendo cualquier tarea típica de hombres de pueblo de leñadores como talando
árboles, llevando madera al aserradero, vendiéndola o contribuyendo con su fuerza a la
ejecución de las obras del vecindario.

Asimismo, compartían partidas de ajedrez y naipe, asados, horas de bares y muchas cosas
más.

Tan inseparables eran que incluso cuando se casaron y tuvieron que construir su casa y su
familia, lo hicieron uno al lado del otro, para que sus familias fuesen partícipes también del
bello lazo de amistad que los unía.

Son muchos los ejemplos y las historias que reafirman que pocas veces se ha visto una
amistad como la que unía a estos leñadores. Sin embargo hay una que resulta excepcional.
Resulta que un día estaba Pedro profundamente dormido en su hogar, junto a su esposa e hijo
pequeño. Había tenido una jornada bastante tranquila en el trabajo y no había sucedido nada
que se saliese de su rutina habitual.

Sin embargo, de repente despertó sobresaltado, como quien tuviese una gran preocupación o
tormento en su cabeza.

Sin dar explicación a su cónyuge, extremadamente intrigada por la agitación de su marido,


tomó una farola y fue rápido a casa de su vecino y amigo Ramón, al que tocó la puerta con
una dureza típica de una persona apurada.

En unos segundos, también asustado, Ramón abrió su puerta y al ver a su amigo tan pálido
le preguntó:

-¿Pasa algo Pedro? ¿Por qué me tocas a la puerta tan tarde en la noche y con ese sobresalto?

El interpelado no pudo responder de pronto, pues su nerviosismo y agitación no le dejaban


aún recuperar el aliento e hilvanar las ideas para narrar lo sucedido.

Ante este silencio Ramón volvió a intervenir.

-En serio, dime –le pidió. –Me tienes preocupado. ¿Pasa algo en tu casa? ¿Intentaron robarte?
¿Están bien tu esposa e hijo? ¿Te sucede algo a ti, te sientes enfermo acaso?

Ante tanta insistencia, y un poco más recuperado, Pedro pudo responder a Ramón.

-Amigo, no pasa nada. Sucede que dormía profundamente y de repente me vi en un extraño


sueño, donde corrías un grave peligro. Disculpa mi agitación y mis formas, pero tenía que
asegurarme de que tanto tú como tu familia estaban en perfectas condiciones.

Agradecido y feliz, Ramón contestó:

-¡Qué disculpas ni ocho cuartos! ¿Cómo vas a pedir mi perdón por algo que debería agradecer
yo? Tener un amigo que preocupe así por uno es de lo más grande que se puede desear en la
vida. Ahora te digo, ten por seguro que yo haría lo mismo por ti, sin importar la hora que
fuese.

Y así ambos amigos se fundieron en un abrazo y fueron a jugar una partida de naipes y a
beber una cerveza hasta que a Pedro se le calmase su sobresalto.

Su amistad después de ese día siguió siendo igual de fuerte, tal vez un poco más, lo que
demostró a todos los que lo conocían, y a nosotros que nos enteramos ahora de sus peripecias,
que amistad como la de ellos hay realmente pocas y que los verdaderos amigos son aquellos
que siempre están ahí el uno para el otro, tanto en las buenas como en las malas.

En sus familias la historia se repitió con sus hijos, luego con sus nietos, bisnietos y así
indefinidamente, aunque por supuesto, ya esas serían otras historias y otros sueños para
narrar.

También podría gustarte