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Juan de la Cabada LACP ESCA SUE EEE LA PESCA Juan de la Cabada CADA VEZ que voy al patio y me agacho y aflojo los pantalones para lo que se llama obrar o “hacer del cuerpo” entre las distintas pestes y consiguiente rui- do, segiin el trance, revivo episodios de mi vida. ¢Us- ted no? ¢Acaso no lo considera el mejor momento de pensar en si mismo? (Esto—més 0 menos— me diria Gabino si supiese que por conveniencia hurto ahora su sombra, como en adelante habré de suplantar la de Zenaida su mujer) Naci el 17 de mayo (Tauro) del 36. A la semana me bautizaron y pusieron Gabino. (Sobre advertencia no hay engafio. Todo por su orden, aunque resulte pesado). Desde los once meses permaneci con mis abuelos patemos, al decir de mi abuelita, quien afiadia que a causa de agravarsenos la miseria huyeron de Progreso y me dejaron internado, a los cuatro afios de edad, en el Hospital Infantil. A mi abuelo (de oficio carpintero de ribera) le lamaba yo “pap”. En el ‘hospital duré un afio. Mis abuelos empefiaron sus prendas para costear mi cura- ion, Por fin, sané y sali. Siete afios acababa de cumplir, bien lo recuerdo (“vaya memorial, murmuro), cuando decidieron mis abuelos venir a Campeche. ;Qué arriesgado!, porque sin trabajo y sin amistades lleg6 vez que no tuvimos ni mi- gajas que llevamos a la boca. Viviamos en la calle Zarco, niimero 1, dentro del barrio de pescadores, cerca del matadero. Fl més chico de mis tios y yo sbamos juntos a la escuela. Mi abuelita se deslomaba en buscar cémo hacernos una olla de atole para todos. Dos de sus hijos, ya pollancones, empezaron mal que bien a trabajar. Mi padre, que nos siguié a Campeche, hacia su vida aparte. Mis pollancones tios daban en junto cinco pesos diarios, con los que cada ‘mafiana iba yo al mercado a comprar veinte centavos de tomate, diez de pepita de calabaza, tres de cilantro, siete de cebolla, y en chile lo que a lo anterior faltase a completar 50 centavos, por la mira de invertir el resto de los cinco ‘pesos en suficiente masa de maiz para las tortillas y comer con abundancia el famoso tziquipat. Cierta mafiana de aquellas, al pasar frente a la fabrrica de aguardiente “Ortin’, uno de los duefios sacé de su cartera un billete de veinte pesos y me pidi6 que de regreso del mercado le trajese diez tacos de cochinita. ‘Temblorosas mis manos al roce del billete de aquel valor (jtanto como jamés habia visto antes ninguno iguall), me apresuré a comprar un tenate grande y OS 1és muevo cuyo estreno amerité meterle dos kilos de frijol negro, un kilo de costi- Ilitas de cerdo, dos atados de epazote, tres de cilantro, naranjas agrias, cuatro mazos de rabanos, etc., para que mi abuela hiciera frijol con puerco, guiso de mi predileccién. De regreso no pasé —claro est— por los portales de San Francisco, don- de se hallaba la fabrica, sino a tres cuadras de distancia. Al llegar a mi casa y preguntirseme: “:Dénde agarraste esto?”, respondi: “Una sefiora me lo dio”. Mi abuelita empez6 a mencionar nombres con descripciones de la posible alma caritativa y como de mis respuestas no lograra identificar a la persona correspondiente, se atribuy6 el caso a la Virgen de la Soledad. Casualmente no tard6 entonces ni un cuarto de hora en llegar mi verda- dero papa con las noticias de que habia encontrado trabajo en Mérida y debia llevarme a vivir a su lado y el de mi madrastra, la cual, justo es anticiparlo, empezé déndome buen trato. Eramos felices los tres. fl trabajaba y yo me iba a la Plaza Grande, frente a la catedral, donde un sefior a quien llamébamos don Pincho me alquil6 para que le ayudase a vender juguetes. Seria yo entonces muy tonto o muy bueno?, pregunto porque cada vez que se detenia cualquier maugroso nifio a mirarme boquiabierio durante largo rato, descuidaba yo a don Pincho y a escondidas le daba uno de los juguetes al chavo para que se fuse 2 divertir lejos de all. El senior acabé por cerciorarse de que casi no habfa ju- guetes ni dinero, y me despidi6, Pero el santo don Pincho en vez de darme el tostén de costumbre me dio esa tarde un peso, explicandome afligido, adem&: que el negocio no alcanzaba para dos personas. Asi que llegué a casa con el peso, le dije a mi papé que no querfa estar mis en Mérida, pues necesitaba del cuidado de mis abuelos para estudiar. Y 41 accedi6 stibito, devolviéndome por la primera corrida de ferrocarril a Cam- peche. (A estas alturas, Gabino ya sabia mucho, Aqui calla sus afios. Tal vez nuove, co?) Mi abuelita se alarmé al verme. Le expliqué el motivo real de mi regreso: “que su ausencia me lenaba de tristeza”, y me quedé. Para entonces la situacién en casa de mis abuelos no era tan dura, pues ya mis tios ganaban algo més. Volvia la escuela, donde luego de aprobar el cuarto afto de Primaria deserté: mi mayor ambicién consistfa en aprender un oficio y ganar dinero pronto. En ese tiempo la zapateria tuvo fama de ser oficio muy bueno que daba dinero, y ello determiné que por cincuenta centavos a la semana entrara de aprendiz al taller de don Evodio Medina. ‘Cumplidos los 16 afios me consideraron zapatero acreditado, y al igual que todo principiante comencé por hacer zapatos chicos. Hacfa dos pares dia- ios; me pagaban St.50 por pat, o sea 18 pesos semanales, de los que la mitad Je daba a mi abuelita mientras ala saz6n el avance de mi juventud pusilnime alcanz6 17 afios, Un lunes falté al taller, y como viva yo cerca de la playa me pasé las doradas horas rondando descalzo las arenas frente al oleaje manso. De pronto agité un brazo para saludar de lejos a Néstor Balam (a) el Cushao, quien se acerc6 y no bien nos estrechamos las manos me propuso: —Gabi, trabaja en el mar conmigo. $2 ‘Me negué, riendo. No tenfa clara idea de semejante ocupacién aunque, sin embargo, pululasen dentro de ella los vecinos. Néstor insistio e insisti6, ponderindomela tanto, que a poco, sin avisar a mi casa, probé hacerme a la mar con él para la pesca de cangrejo. De puerto El Cuyo a la Ensenada es donde més abunda el cangrejo en la sonda de Campeche. Alli tenia Néstor sus trampas: 75 nasas. Cogimos cinco huacales, que al peso de 30 kilos por Inuacal, resultan 150 kilos. De regreso a eso de las cinco de la tarde fondeamos él cangrejo en la Canal, y a las cuatro de la mafiana del siguiente dia desperté y me levanté para recoger lo que tenfamos fondeado, enhuacalarlo de nuevo y entregarselo al comprador Luis Balam, tio de Néstor, a 50 centavos kilo, es decir, 75 pesos en total, del que separados los gastos, mas la cuarta parte para la embarcacion, la cuarta del duefio del cayuco, yla cuarta de Néstor, me tocaron 17 pesos. Y al compararlos con los tres pesos de un dia de trabajo como zapa- tero, decidi cambiar ese oficio por el de la pesca. A Néstor, que tenfa 19 afios, le dio su tio —Abel Balam— otro cayuco para trabajar. Néstor era el patron y yo el mozo; pero como al declinar la temporada escaseé mucho el cangrejo, se compraron 30 nasas grandes para el pescado y don Abel pas6 a ser el patrén. Salfamos a las cuatro de la mafiana y regres4bamos a las nueve. Se ven- dian unos 200 a 300 pesos de pescado, de los cuales me tocaban entre vein- te (nunca menos de veinticinco) a cuarenta pesos diarios. (¢Lo destacas para recalcar en mi memoria los tres honorables pesos que de zapatero ganabas?) Como al afio de andar con don Abel encontramos un barco camaronero, de bandera norteamericana, encima de una de nuestras nasas. El patr6n, sulfura- disimo porque nos la habian roto, deliberé que fuese yo a reclamar. Objeté: —2Cémo exigirles si no sé nada de inglés y ellos son gringos? En eso estébamos cuando a la borda de aquel barco asomé un tejano que hablaba espaiiol y tercié: —

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