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Alejandro Karin Pedraza Ramos

(Universidad Nacional Autónoma de México)

EL INDIGENISMO EN MÉXICO COMO RACISMO DE ESTADO:


MESTIZAJE ASIMILACIONISTA Y ESTERILIZACIÓN FORZADA1

Fecha de recepción: 05.01.2018 Fecha de aceptación: 26.02.2019

Resumen: En este trabajo se exploran diferentes dimensiones del racismo, para construir una
categoría de racismo de Estado que permita analizar el dispositivo indigenista con un objetivo
doble: primero, exponer los  esfuerzos por sistematizar las  teorías y  prácticas racistas que
fundamentan la  intervención organizada y  regulada sobre la  población indígena. Segundo,
mostrar cómo, a  pesar de  que las  políticas indigenistas se han modificado sustancialmente,
el  racismo de  Estado subsiste, no tanto por sus formas –que en  buena medida se ocultan–,
sino por sus fundamentos y objetivos, es decir: la discriminación, subordinación, segregación,
explotación, despojo y exterminio de las etnias culturalmente diferenciadas. Para ello se analizan
dos dispositivos paradigmáticos de  las  políticas indigenistas: el  mestizaje asimilacionista
y la esterilización forzada.

Palabras clave: indigenismo, racismo de Estado, esterilización forzada, mestizaje, discriminación

Title: Indigenism in Mexico as a  State Racism: Assimilationist Aiscegenation and Forced


Sterilization

Abstract: This paper explores the different dimensions of racism, to build a category of State
racism that allows to  analyze the  indigenist device, with a  double objective. First, to  expose
the efforts to systematize the racist theories and practices that base the organized intervention
and regulated on the indigenous population. Second, show how, despite the fact that indigenist
policies have been substantially modified, state racism subsists, not so much because of its forms
(which are largely hidden) but because of its foundations and objectives, namely: discrimination,
subordination, segregation, exploitation, dispossession and extermination of  culturally
differentiated ethnic groups. For this, two paradigmatic devices of  indigenist policies are
analyzed: assimilationist miscegenation and forced sterilization.

Keywords: indigenism, State racism, forced sterilization, miscegenation, discrimination

1 Este trabajo se ha desarrollado dentro del Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM. Becario


del Instituto de Investigaciones Sociales, asesorado por el doctor Fernando Vizcaíno Guerra.

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INTRODUCCIÓN

La manera en que se ve lo indígena en México ha cambiado sustancialmente en los últi-


mos 25 años, de tal modo que hasta se puede hablar de un resurgimiento de lo étnico
mediado por el discurso multicultural. Sin embargo, esto no significa que el racismo
hacia los grupos indígenas y culturalmente diferenciados haya desaparecido. El discurso
multicultural, inscrito en la lógica del neoliberalismo, también promueve jerarquías cul-
turales. Y aunque explícitamente no se haga uso de distinciones raciales, ni se promuevan
las mismas, las ideas y prácticas del racismo, así como la discriminación y explotación
asociadas a él siguen presentándose. En este trabajo se realiza un análisis genealógico
de la evolución conceptual del racismo en sus diferentes dimensiones teniendo como
horizonte las políticas indigenistas, lo que permitirá denunciar que detrás del mesti-
zaje asimilacionista y la esterilización forzada hay una lógica racista organizada desde
el Estado a fin de regular y reducir a la población indígena en México.
Para el  sociólogo francés Michel Wieviorka, “el  racismo consiste en  caracterizar
un conjunto humano mediante atributos naturales, asociados a su vez a característi-
cas intelectuales y morales aplicables a cada individuo relacionado con este conjunto y,
a partir de ahí, adoptar algunas prácticas de inferiorización y exclusión” (2009: 13). Dicho
fenómeno se vincula directamente con la conformación de las identidades que estable-
cen un adentro y un afuera, un límite de reconocimiento e inclusión. Identidad y otre-
dad son las dos caras de un mismo proceso, sin embargo, adquieren relevancia como
fenómeno racista cuando dicha diferenciación quiere justificar intolerancias, exclusiones
y discriminaciones de los otros considerados inferiores y, en muchos casos, incluso peli-
grosos. Aunque explícitamente no se promuevan ni se haga uso de distinciones raciales,
las ideas y prácticas del racismo, así como la discriminación y las violaciones de dere-
chos humanos derivadas de él, siguen produciéndose.
El racismo surge como una relación social de desigualdad, que tiene por objetivo dife-
renciar, marginar, subordinar y dominar a un grupo social por sus características bioló-
gicas, de clase y/o culturales. Si bien no es un fenómeno nuevo, es importante reflexio-
nar sobre él mediante las prácticas y teorías sociales que lo actualizan. Este trabajo se
enfoca en la relación del racismo con el proyecto nacional y la exclusión que con él se hace
hacia los pueblos indígenas. Se trata de evidenciar cómo confluyen diferentes dimensio-
nes del racismo –nacionales, de clase, étnicas y de género– que producen discrimina-
ción, exclusión y segregación.

RACISMO NACIONALISTA

Según Wieviorka, el llamado racismo científico, “el racismo propiamente dicho, es decir,


la idea de una diferencia esencial, inscrita en la naturaleza misma de los grupos huma-
nos, o sea, en sus características físicas, no comienza realmente a difundirse sino al final
del siglo XVIII y en el siguiente” (2009: 24). En dicha época comienza la vinculación cien-
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tífica y teórica de atributos biológicos y naturales –asociados a la raza– con ciertas carac-


terísticas culturales, lo cual coincide con la creciente importancia de la idea de nación
en el mundo y su imbricación con el Estado.
El  Estado nacional moderno se construyó sobre un  nuevo imaginario político,
en el cual las personas son iguales entre sí. Lo que requirió dispositivos mediante los cua-
les se pudiera generar la  identidad nacional, homogeneizando a  una población pro-
fundamente dividida por múltiples diferencias étnicas, lingüísticas, religiosas, políticas,
etc. Parafraseando a Olivia Gall, construir una ideología nacionalista sólida requirió
de la participación de intelectuales y políticos para poner en marcha diversos mecanis-
mos –que transitaron de los programas militares a las políticas culturales y a los pro-
gramas de educación–, a fin de crear símbolos de cohesión y grandeza nacionales. Dicha
identidad se sustentó en la identificación de elementos que casi no podían ser cambiados,
como el color de piel, la adscripción etnorracial o el lugar de nacimiento, características
que se tienen o no se tienen y que serían producidas por el mestizaje. El reforzamiento
de la identidad nacional generó distinciones y jerarquías socioculturales, “por una parte,
frente a otros Estados y, por la otra, desde dentro; es decir: mediante la consolidación
de la dominación y dirigencia de los grupos de poder” (Gall 2004: 234).
La negación de la cuestión étnica es una característica que ha definido el proceso de for-
mación nacional mexicano desde el siglo XIX. Como bien ha explicado Héctor Díaz
Polanco, la finalidad de tal negación fue superar la época colonial a partir de la omisión
de las características socioculturales consideradas indeseables y perjudiciales para la con-
formación nacional. Sin embargo, negar el pasado colonial no implicó anular las relacio-
nes que permitían oprimir y explotar al indio colonizado, incluso se conformaron nuevas
relaciones opresivas al negar la identidad misma de las etnias diferenciadas. Al negar dere-
chos a las tierras y demás recursos comunales, se originaron nuevas relaciones opresivas
y de explotación que conforman el colonialismo interno. Si bien el embate contra los pue-
blos indígenas no fue etnocida ni abiertamente violento, generó lo que Díaz Polanco llama
etnofagia, un proyecto a largo plazo de asimilación a la cultura nacional dominante: “No
se busca la destrucción mediante la negación absoluta o el ataque violento de las otras
identidades, sino su disolución gradual mediante la atracción, la seducción y la transfor-
mación” (1996: 97). Se trata de un proceso en el que, mediante imanes socioculturales,
el Estado nacional devora, desplaza y disuelve a los grupos diferentes2. Este argumento
es retomado recientemente por Carlos Juan Núñez Rodríguez, para quien

la invención del Estado moderno implica que a través de un conjunto de tecnologías


de poder se puedan consolidar las relaciones de fuerza que han dado origen al mismo,

2 Como precisa Miguel Alberto Bartolomé, aún en la actualidad, y a pesar del discurso y la retórica plu-
ralista, la práctica política e ideológica concreta reproduce el bloque histórico constituido y se orienta
hacia la homogeneización de la diversidad asumiendo que la diferencia es motivo para la desigualdad.
Una de las dramáticas consecuencias concretas de este modelo político ha sido la destrucción de un gran
número de sociedades nativas: esa inducción al suicidio cultural que llamamos etnocidio. Entre 1939
y 1970 para construir un Estado-nación moderno se buscó suprimir la heterogeneidad cultural (Barto-
lomé 1997: 29).

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se está ante las prácticas discursivas e institucionales que legitiman el monopolio


de la violencia y el ejercicio de la misma para conservar el propio Estado. (2016: 30)3

Nación y raza son conceptos construidos por un grupo de poder que quiere esta-
blecer su dominio. Los proyectos nacionales son la imposición del proyecto cultural
de un grupo hegemónico mediante el monopolio de la violencia, reforzada por prácti-
cas discursivas e institucionales. La nación, sustentada sobre una idea de bien común,
se convierte en ideología4, una visión unitaria a la que todos deben ajustarse (cf. Bali-
bar 1991a: 44-50).
En este sentido, como aclara Étienne Balibar, nacionalismo y racismo muchas veces
confluyen entre sí y forman parte del mismo proceso, llegando al punto en que algunas
organizaciones racistas prefieren presentarse como nacionalistas. Aunque no se debe
reducir un fenómeno al otro, si bien el nacionalismo es una condición determinante para
la aparición del racismo, esto no significa que el racismo sea una consecuencia inevita-
ble del nacionalismo (63-64)5.
Balibar precisa la relación entre el nacionalismo y el racismo en torno a cuatro hipó-
tesis: 1) Ninguna nación –es decir, ningún Estado nacional– posee de hecho una base
étnica. Ni raza ni nación tienen existencia natural, sino que se sustentan sobre una etni-
cidad ficticia, que crea una unidad imaginaria contra otras culturas posibles; 2) El fenó-
meno de “minorización” y de “racificación” que se dirige simultáneamente a diferentes
grupos de naturaleza disímil, constituye, en realidad, un sistema histórico de exclusio-
nes y de dominaciones complementarias vinculadas entre sí. Por ejemplo, el racismo
presupone siempre un sexismo. El racismo tiene una función globalizante, que conecta
las diferentes prácticas de normalización y exclusión social; 3) El racismo tiene una
estructura amplia que se relaciona directamente con los nacionalismos, produciendo
la etnicidad ficticia alrededor de la cual se organiza; 4) Actualmente el racismo se desa-
rrolla dentro de sociedades igualitarias. No es el Estado moderno el que es igualitario,
sino el Estado nacional moderno, conformado por la comunidad nacional y por los actos
que le dan significado directo, especialmente el sufragio universal, la ciudadanía polí-
tica. Es ante todo una igualdad respecto a la nacionalidad (cf. 80-82).

3 La invención del Estado mexicano en siglo XIX, influenciada por el pensamiento liberal, legitima


el despojo de territorios indígenas y produce un discurso racista que desaparece la pertenencia comunal
de las que Núñez Rodríguez llama “comunidades históricas”, a las que asocia con una situación de inferio-
ridad e impide su reproducción. Así, “inventa una realidad en la que las comunidades históricas son redu-
cidas a la inferioridad; es decir, que la realidad es mistificada a partir del racismo y el progreso” (2016: 45).
4 Para Alicia Castellanos Guerrero, “[l]a interpretación de las relaciones étnico-nacionales y su intrín-
seco carácter conflictivo en la sociedad contemporánea, pasan por el reconocimiento de las ideologías
que intervienen en la construcción social y la construcción de la Otredad. El origen de estos antagonis-
mos, independientemente de sus múltiples determinaciones, remite inevitablemente a los procesos de for-
mación de las naciones modernas, inseparables de las ideologías y políticas de integración impuestas por
el Estado Nación” (1994: 101).
5 De igual modo, el nacionalismo puede dar pie a otro fenómeno que comparte características y manifes-
taciones con el racismo, aunque presenta diferentes formas y maneras de exclusión y violencia: la xenofo-
bia. En este trabajo nos enfocaremos solo en el racismo –como exclusión interna–, pues se sustenta, sobre
todo, en la negación de derechos que formal y oficialmente existen.
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Racismo y nacionalismo son dos fenómenos diferentes, pero complementarios entre


sí. “El racismo no es una expresión del nacionalismo, sino un complemento del nacio-
nalismo” (88), y puede presentarse, incluso, como supernacionalismo. Para el racismo
nacionalista es la minoría, la etnia, la que se encuentra atrasada en relación con la cul-
tura dominante; la exclusión es producto de sus rasgos culturalmente diferenciados.

RACISMO DE CLASE

Immanuel Wallerstein y Étienne Balibar coinciden en que la noción de raza, si bien


refiere a lo nacional o étnico, se sustentó desde el inicio sobre una significación de clase
–o de castas–, pues pretendió hacer pasar a las desigualdades sociales como naturales.
Esta significación originó un discurso que divide a la humanidad entre infrahumani-
dad y superhumanidad, y sobre el cual se articuló el esclavismo, en el que las poblacio-
nes sometidas, al ser tratadas como razas inferiores, fueron condenadas a la servidum-
bre, incapaces de civilización y autonomía.
Como precisa Wallerstein, desde que a los indígenas de América se les reconoció como
poseedores de un alma, no fue posible asesinarlos ni expulsarlos del dominio de la huma-
nidad, por lo que se tuvo que integrarlos a la fuerza de trabajo según las aptitudes asig-
nadas por los conquistadores. Así, “desde un punto de vista operativo, el racismo ha
adoptado la forma de lo que podemos denominar etnificación de la fuerza de trabajo”
(1991: 56).
La discriminación arraigada en la condición social no desapareció con la desapari-
ción jurídica de la esclavitud, sino que fue trasladada a la clase obrera, a la cual se le atri-
buyeron características relacionadas con la degeneración social. Como indica Balibar:

la miseria material y espiritual, la criminalidad, el vicio congénito (el alcoholismo,


la droga), las taras físicas y morales, la suciedad corporal y la incontinencia sexual,
las enfermedades específicas que amenazan a la humanidad con la degeneración,
con la oscilación típica: o los obreros constituyen en sí una raza degenerada, o su
presencia y  su contacto, es decir, su condición obrera, constituyen un  fermento
de degeneración para la “raza” de los ciudadanos, de los nacionales. A través de estos
temas se construye la ecuación imaginaria de las “clases laboriosas” y las “clases
peligrosas” la fusión de una categoría socioeconómica y de una categoría antropo-
lógica y moral, que servirá de base para todas las variables del determinismo socio-
biológico. (1991b: 320)

Sin embargo, hay que tener cuidado con la posible equiparación entre raza y clase,
pues se corre el  riesgo de  naturalizar las  coincidencias referidas a  dichas catego-
rías. La  clase, asociada con  la  relación salarial, en  principio no tiene nada que ver
con la ascendencia o la descendencia, sino con un valor del presente, del aquí y ahora,
aunque sí es posible identificar una suerte de herencia social, dado que algunos obreros
son a su vez hijos de obreros. En este sentido, el mismo Balibar afirma que “El racismo

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de clase, tanto por lo que se refiere a la clase dominante como a las clases populares,
marca con  signos genéricos poblaciones destinadas colectivamente a  la  explotación
capitalista” (326).
En América Latina la imbricada relación entre la lógica capitalista y la clasificación
racial fue denunciada y tipificada con el término “colonialismo interno” por Rodolfo
Stavenhagen (1981 [1965]) y Pablo González Casanova (1963, 2003) en los años sesenta.
Con dicha categoría se buscaba denostar las relaciones de poder, soportadas y repro-
ducidas por prácticas institucionales que tienen por objetivo subordinar a una clase
y/o cultura a la explotación de otra. En esa misma lógica, Anibal Quijano (2000), mediante
el término “colonialidad del poder”, explica cómo la consolidación del capitalismo fue
posible gracias a las relaciones coloniales implantadas en América Latina tras la con-
quista española: acumulación producida por la explotación y el despojo a las comunida-
des indígenas latinoamericanas, fenómenos vigentes actualmente.
El mismo González Casanova haría en 2003 una revisión del colonialismo interno
en México para denunciar su vigencia, gracias a la implementación de las políticas neo-
liberales. La misma lógica institucional con la cual se trata el problema indígena a inicios
del siglo XXI sigue teniendo un carácter colonial, en la medida en que a través de las ins-
tituciones estatales se legaliza el despojo de los bienes y recursos de las comunidades indí-
genas. Según muestra Francisco López Bárcenas, en México la implantación de las lla-
madas reformas estructurales de corte neoliberal ha generado un nuevo ciclo de despojo
hacia las comunidades indígenas, mediante proyectos mineros implantados en territo-
rios indígenas; esto sin respetar su derecho a la autonomía, a usar y controlar sus pro-
pios recursos y su derecho a ser consultados de manera previa, libre e informada sobre
proyectos que afectan su entorno de vida y los territorios que habitan, ocupan o repre-
sentan un valor para ellos. La acumulación por despojo sufrida por las comunidades
ha ampliado su espectro, pues, por poner un ejemplo, las farmacéuticas se han apro-
piado de saberes medicinales indígenas para patentarlos; fenómeno extendido a las prác-
ticas culturales, rituales, gastronomía, rituales y vestimentas de los pueblos. “En todos
los casos se trata de actividades que buscan transformar en propiedad privada el patri-
monio de los pueblos por mucho tiempo mantenido como bien común, para introdu-
cirlo al mercado y convertirlo en mercancía” (López Bárcenas 2017: 70). En esta lógica,
el despojo se “justifica” por la incapacidad de los pueblos para comercializar sus saberes
y mercantilizar sus bienes y recursos.
Aunado a lo anterior, el capitalismo también se beneficia del racismo en tanto que
la etnificación de la fuerza de trabajo tiene por objetivo hacer posibles salarios muy
bajos a  fin de  explotar a  sectores sociales enteros, fenómeno que funciona de  igual
manera en las relaciones entre los sexos: racismo y sexismo se encuentran estrecha-
mente unidos, pues buscan no expulsar del grupo social reconocido como propio o más
auténtico a un grupo étnico, social, fenotípico y de género, sino que, por el contrario,
mantenerlo en en escalafón inferior del sistema de trabajo y de la estructura de domi-
nación. De ahí que sea importante regular y administrar la reproducción de la pobla-
ción racializada.
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RACISMO ÉTNICO

Así como hay una correlación directa entre nacionalismo y racismo, lo hay también entre
el racismo de clase y el racismo étnico. Balibar comenta que:

[l]os criterios investidos de  una significación “racial” (y  más aún, cultural) son
con mucho, criterios de clase social o desembocan en la “selección” simbólica de una
élite que ya está seleccionada a través de las desigualdades de clase económicas y polí-
ticas, o incluso sucede que las clases dominadas son aquellas cuya “composición racial”
o “identidad cultural” son más dudosas. (1991a: 97)

De ahí que, en el caso de México, a pesar de que superó el periodo colonial –desva-
neciendo las categorías de castas asociadas a la raza–, el racismo se trasladó a elemen-
tos sociales y étnicos.
Según explica Peter Wade analizando el racismo en América Latina, “[u]na cronolo-
gía convencional del concepto de raza […] marca un movimiento en el cual la raza cam-
bia de ser una idea basada en la cultura y el medio ambiente, a ser algo biológico, inflexi-
ble y determinante, para luego volver a ser una noción que habla de la cultura” (2014: 35).
El racismo persiste, usualmente dirigido hacia las mismas personas que antes conforma-
ban las razas, pero se habla entonces de racismo cultural, pues el discurso de exclusión
se hace en términos de la cultura y no de la biología. Esto no quiere decir que con el des-
plazamiento de raza y biología por la cultura desaparezcan las referencias a una u otra
dimensión sobre la que se hace recaer la discriminación racial, pues el énfasis en cada
una de ellas depende mucho del grupo que se presenta como hegemónico y de los crite-
rios de identificación/exclusión que promueve.
Para Olivia Gall y Peter Wade el término etnicidad se comenzó a utilizar como sus-
tituto del concepto de raza en la medida en que con él se intentaba evitar la asociación
directa con el racismo biológico –que comenzó a caer en desuso y a ser considerado polí-
ticamente incorrecto a partir de la segunda mitad del siglo XX–, ya que, “el consenso
general es que la etnicidad se refiere a diferencias culturales” (Gall 2004: 229) y no a dis-
tinciones fenotípicas. Según precisa Antonio Machuca, lo que antes se consideraba racial
sin más, aparece ahora como etnocultura (1998: 54).
El racismo sustentado en lo cultural parece descartar el principio de jerarquía bioló-
gica para enfatizar la diversidad cultural, incluso en términos de riqueza multicultural.
Aunque hay que ser muy cuidadosos con el discurso que se pretende antirracista y pro-
mueve la pureza de las culturas. El mismo culturalismo antropológico –que en su ori-
gen ayudó a denunciar la eliminación de culturas minoritarias o dominadas, mediante
la categoría de etnocidio– mutó, voluntariamente o no, hacia una idea que afirma la irre-
ductibilidad de las culturas y la necesidad de proteger a cada una de ellas en su especi-
ficidad, sin mezcla.
Al no apelar a la desigualdad innata entre las razas, el racismo ahora se sustenta sobre
la “irreductibilidad y la incompatibilidad de ciertas especificaciones culturales, naciona-
les, religiosas, étnicas u otras. El Otro, según esta perspectiva, es percibido como el que

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no tiene ningún lugar en la sociedad de los racistas, es decir, se les niegan sus valores y su
ser cultural” (Wieviorka 2009: 45). El racismo étnico afirma que hay diferencias cultu-
rales insuperables y que, si bien son valiosas y respetables, en la política nacional debe
imponerse la hegemonía cultural del grupo dominante. Mediante la retórica multicul-
turalista se afirma el respeto a las etnias, aunque haciéndolas responsables de su atraso
e incluso promoviendo estrategias de segregación.

DISCRIMINACIÓN RACIAL

El racismo ha transitado y abrevado de las diferencias biológicas, de clase y culturales,


lo que podría significar un proceso de perfeccionamiento de los tipos y formas de vio-
lencias que se ejercen contra los grupos racializados –como lo son los pueblos indígenas
en México–, pues se pasó de formas más visibles a otras menos perceptibles.
Es necesario puntualizar, como explica Wieviorka, que hay diferentes grados, formas
y objetivos en la práctica racista. El racismo por motivos identitarios pretende la anula-
ción del Otro, mientras que el que se origina por razones sociales busca establecer rela-
ciones de explotación y subordinación:

si los orígenes identitarios pueden llevar la violencia racista más allá de cualquier


límite es porque se instaura, precisamente, en ausencia de cualquier relación social.
El Otro no tiene lugar en una pura lógica del racismo diferencialista; no se trata,
con ella, de inferiorizarlo, dominarlo o explotarlo, sino de ponerlo mínimamente
a distancia y, más allá, de expulsarlo o destruirlo, de encerrarlo o aniquilarlo. No
sucede lo mismo cuando se trata de orígenes sociales; la violencia racista, en este caso,
no puede ir más lejos, porque si destruye al grupo inferiorizado destruye, al mismo
tiempo, la posibilidad de explotarlo. (2009: 101)

Por otro lado, la segregación es un proceso más violento y radical:

La segregación racial es, por lo tanto, a la vez un proceso y su resultado, que sufre
un grupo mantenido a distancia, localizado en espacios propios que le son reserva-
dos, enclaves, guetos, territorios de uno u otro tipo. […] la segregación racial no se
confunde necesariamente con la explotación o la discriminación e incluso se puede
presentar como su contario “separados e iguales”, dice una formula racista utilizada,
especialmente, por los defensores del apartheid en Sudáfrica. (79)

La segregación corresponde a una lógica de diferenciación y la discriminación a una


lógica de jerarquización. Tanto la discriminación como la segregación racial son fenó-
menos de poder que repercuten en la limitación al acceso o disfrute de un derecho, pro-
vocando incluso violaciones a los derechos humanos.
De ahí la importancia de la definición de “discriminación racial” realizada por Nacio-
nes Unidas mediante la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas
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de Discriminación Racial, adoptada y abierta a la firma y ratificación por la Asamblea General


en su resolución 2106 A (XX), del 21 de diciembre de 1965, y que entró en vigor el 4 de enero
de 1969, al ser ratificada por 27 países, entre los cuales se encuentra México, que la firmó
el 1 de noviembre de 1966 y ratificó el 20 de febrero de 1975. En ella se enuncia lo siguiente:

Artículo 1: En la presente Convención la expresión “discriminación racial” denotará


toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color,
linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menos-
cabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos
humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultu-
ral o en cualquier otra esfera de la vida pública.

RACISMO DE ESTADO

Si bien el fenómeno del racismo puede manifestarse dentro de las estructuras del Estado,


esto no significa que sea abiertamente promovido y organizado por él. Para Wieviorka,
el racismo institucionalizado penetra en las instituciones políticas y contribuye, explí-
cita o implícitamente, a la discriminación y segregación racial; mientras que el racismo
total es aquel que penetra en toda la sociedad, incluyendo las instituciones y políticas
oficiales del Estado, animado por una doctrina racista en torno a la cual se subordinan
políticas económicas, diplomáticas, educativas, de salud, de desarrollo, etc. (2009: 107).
Bajo este último supuesto en el presente trabajo se sitúa al indigenismo institucionali-
zado como dispositivo del racismo de Estado.
El racismo de Estado forma parte de la racionalidad misma del Estado, es un dispo-
sitivo que plantea la administración de la vida humana y el control de la sociedad a par-
tir de patrones culturales y biológicos. Este dispositivo, de acuerdo con Jorge Gómez
Izquierdo, genera:

múltiples y diversos mecanismos de dominación que se sustentan, a su vez, en disposi-


tivos específicos de saber-poder como lo son: el discurso histórico político de la guerra
de razas; el discurso de la psiquiatría-jurídica hacia los anormales; el de la sexualidad
de la teoría médica de la degeneración; y el de las técnicas de vigilancia y los castigos
para aislar y corregir/normalizar a los seres peligrosos. (2014: 123)

Identificar al indigenismo como dispositivo es importante, ya que, como sintetiza


García Fanlo, hablar de dispositivos es hablar de:

un conjunto decididamente heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, ins-


talaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas,
enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, fi lantrópicas; en resumen,
los elementos del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no-dicho. El dis-
positivo es la red que puede establecerse entre estos elementos. (2011: 1)

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224 Alejandro Karin Pedraza Ramos

El dispositivo articula una compleja red en torno al discurso y a la acción, constru-


yendo nuevos campos de racionalidad mediante prácticas discursivas y no discursivas.
Por otro lado, si bien el dispositivo articula un espacio de saber-poder, no se trata de una
relación jerárquica o circular entre dichos elementos. Algunas veces hay congruencia
entre el discurso y la práctica que dicho saber articula y justifica, pero también sucede
que la práctica se aleja del discurso que le da sentido, fenómeno que pueden mostrar
u ocultar el objetivo del dispositivo.
El dispositivo genera saberes, estructuras de poder y subjetividades; aunque tam-
bién puede darse el caso de que sirva para luchar, destruir o negar dichas subjetivida-
des creadas por él mismo. El dispositivo racista genera subjetividades acordes tanto
al sujeto de la raza pura o idealizada, como a la impura o degenerada que busca combatir.
Las reglas, técnicas, discursos, procedimientos, esquemas de valor y saberes que lo sus-
tentan no producen siempre el mismo resultado, sino que generan un campo determi-
nado de posibilidades para la constitución del sujeto normalizado.
El objetivo es, además, crear mecanismos de dominación y administración de las pobla-
ciones6 y reproducir estructuras coloniales:

El biopoder descubre en el racismo una tecnología y una justificación para legitimar su


intromisión en la vida de la población para separarla y jerarquizarla, pues se requiere
tener los criterios que permitan al Estado discernir entre la población a la que se debe
“dejar morir” y aquélla a la que hay que proteger para “hacer vivir”. (Gómez Izquierdo
2014: 124)

Ya no se trata de  enfrentar una raza contra otra, sino de  proteger la  integridad
y la pureza de la raza. Lo más importante es la conservación del Estado y la reproduc-
ción de la raza ideal que éste promueve, mediante dispositivos organizados para dicho
fin7. La idea del enemigo externo genera, a su vez, un Otro, un enemigo interno que es
al mismo tiempo un enemigo racial que debe ser eliminado.
Dividir y separar a la sociedad mediante criterios biológicos, culturales o de clase,
los cuales otorgan un valor y una dignidad social, es importante para el racismo de Estado,
puesto que lo autoriza a jerarquizar y administrar las costumbres, la vida, derechos
y obligaciones de sus poblaciones como parte de un proceso permanente de purificación
social: solo se jerarquiza lo que se quiere homogeneizar o eliminar8.

6 Población: unidad biológica que “sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los naci-
mientos, la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad […] Todos esos problemas
son tomados [por el Estado] a su cargo por una serie de intervenciones y controles reguladores: una bio-
política de la población” (Foucault, apud Gómez Izquierdo 2014: 133).
7 Es mediante la regulación normativa que se genera la normalidad de la raza. Se trata de establecer
un poder disciplinar, acorde con el sistema de producción capitalista “que actúa sobre el cuerpo activo
para hacerlo útil y productivo y, al mismo tiempo, para sujetarlo a una relación de docilidad y obediencia”
(Foucault 2002: 131).
8 El camerunés Achille Mbembe en un muy sugerente texto titulado “Crítica de la razón negra. Ensa-
yos sobre racismo contemporáneo”, reflexiona en torno a la vigencia de la clasificación racial como dis-
positivo necesario para la reproducción del capitalismo global. Y si bien dicha clasificación tiene como
El indigenismo en México como racismo de Estado: mestizaje asimilacionista y esterilización… 225

Salvaguardar la pureza de la raza genera mecanismos encaminados a la protección


de la salud, entre los que se encuentran las prácticas de eugenesia negativa –encamina-
das a impedir la reproducción de sujetos no deseados–, y las de eugenesia positiva –que
promueven el mejoramiento de caracteres atribuidos a la raza superior–. Incluso se con-
sidera que las razas superiores son capaces de controlar razonablemente sus impulsos
sexuales, mientras que las razas inferiores son incapaces de ello, de ahí que se recurra
a la sanción y regulación del proceso productivo.
Por lo anteriormente expuesto, en este trabajo se define al racismo de Estado como
el dispositivo sustentado en un proyecto cultural hegemónico mediante el cual el Estado
pone en marcha tecnologías que le permiten diferenciar, excluir, dominar, explotar, segre-
gar y ejercer discriminación racial, basada en motivos de raza, color, linaje, origen nacio-
nal, étnico, clase o género, con la finalidad de combatir al grupo racializado, que es con-
siderado fuente de degeneración social, incivilidad, infrahumanidad o atraso cultural.
Esto tiene por objeto o resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejerci-
cio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales
en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida
pública. También genera mecanismos para matar, administrar y reducir a una raza o pre-
senta estrategias para que ésta se suicide ante la imposibilidad de seguir viviendo.
Algunas de  las  características del  dispositivo de  racismo de  Estado en  México,
mediante el indigenismo institucionalizado, serían las siguientes:
1. Promoción de un ideal racial y cultural de “mexicanos”, mediante el proyecto de mes-
tizaje.
2. Regulación de la población mediante mecanismos biopolíticos: a) eugenesia positiva:
aculturación, mestizaje; b) eugenesia negativa: esterilización forzada.
3. Implementación de políticas públicas que generan los siguientes fenómenos: a) pater-
nalismo y asistencialismo; b) proteccionismo y segregacionismo; c) asimilacionismo
y mestizaje; d) acción participante o multiculturalismo neoliberal.
4. Implantar, producir y reproducir características de dignidad e indignidad a los dife-
rentes sujetos racializados, mediante la etnificación, lo que a su vez genera procesos
de: a) discriminación, b) segregación, c) rechazo e infravaloración.

Institucionalmente, las prácticas racistas también se reflejan en el orden jurídico


mediante la negación o reconocimiento parcial de derechos del grupo diferenciado racial
y culturalmente.

sujeto central al sujeto que se denomina “negro” es extensible, bajo condiciones coloniales, al “indígena”
(Mbembe 2016: 68). Lo trascendente de la reflexión de Mbembe es que además de evidenciar la actualidad
de la clasificación racial y su relación con la estructura económica de la sociedad, puntualiza claramente
que la transformación de las relaciones de explotación no es suficiente para romper con el racismo. Pues,
además de la explotación, la clasificación racial tiene por objetivo despojar de su subjetividad al individuo
racializado. Con la asignación racial “se producen e institucionalizan ciertas formas de infra-vida, se jus-
tifican la indiferencia y el abandono, se ultraja, vela u oculta la parte humana del otro, y se vuelven ciertas
formas de reclusión, inclusive ciertas formas de dar muerte” (76). El racismo hace aceptable excluir, segre-
gar y discriminar al sujeto racializado, pero además tiene por objetivo administrar su vida, su cuerpo, su
cultura e incluso su muerte.

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226 Alejandro Karin Pedraza Ramos

EL INDIGENISMO COMO DISPOSITIVO RACISTA

La utilidad de identificar prácticas de racismo de Estado o institucionalizado, según


Wieviorka, “consiste en subrayar las formas no flagrantes o brutales del racismo, es
decir, sus expresiones veladas, al transitar por las instituciones; pero se vuelve insu-
ficiente cuando hace del racismo un fenómeno abstracto, que parece que se sustenta
en mecanismos abstractos, sin actores” (2009: 41). Si bien es cierto que, al institucio-
nalizarse, el racismo de Estado se desdibuja y oculta su brutalidad mediante políticas
eugenésicas, higienistas, asimilacionistas, etc., lo que Wieviorka no alcanza a vislum-
brar es que el ocultamiento de los actores y las teorías que sustentan las prácticas ins-
titucionalizadas del racismo revisten a éste de un “carácter de inevitable” que perfec-
ciona su implementación.
El nacionalismo posrevolucionario genera un discurso oficial que visibiliza a la pobla-
ción indígena del país y, a su vez, reconoce la necesidad de sacar al indígena del estado
de marginación, exclusión y opresión al cual ha sido sometido históricamente. Según
Emiko Saldívar Tanaka, el indigenismo pretendió deslegitimar a las élites porfirianas
integrando al indígena dentro del programa del nuevo Estado revolucionario. En tanto
problema, el indígena es una subjetividad creada desde el indigenismo. En este sen-
tido, “el indigenismo forma parte de la ideología racial del mestizaje, por medio del cual
el estado justificará su presencia hegemónica, al identificarse a sí mismo, como mestizo
y definir al indígena como objeto de intervención social” (2008: 17). El indigenismo no
es, por lo tanto, una serie de políticas públicas sustentadas abiertamente en posturas
racistas9. Sin embargo, puede ser identificado como tal al asumir al indígena como “pro-
blema”, puesto que con ello encubre las valoraciones negativas sobre las etnias y los dis-
positivos para combatirlas y cuando postula que el indígena solo podrá conservarse
en la medida en que sea capaz de transformarse en mestizo. El “problema del indio” es
algo que la Revolución debe resolver. Como recuerda Olivia Gall: “fue sobre la visión
del  «problema indio» tanto de  indigenistas como de  mestizófi los (política de  doble
cara) que –disfrazado de un ideal de mezclas de sangres y de culturas– se desarrolló
un racismo asimilacionista de Estado” (2004: 243).
Hacerlo conservar su originalidad y peculiaridad aparece entonces como una condena
que lo retrotrae a modos de vida primitivos, mientras que incluirlo en el proceso de jus-
ticia social postrevolucionaria lo obligaría a dejar su ser propio asimilándose a lo que se
considera los valores más avanzados de la cultura occidental. Para el indigenismo insti-

9 Según Leif Korsbaek y Miguel Ángel Sámano-Rentería, a pesar de que el indigenismo promovió la mez-
cla o fusión étnica, hay que hacer notar la fuerza con la cual los pensadores del indigenismo se distancian
de posiciones racistas y biológicas de todo tipo. Posición que dejan clara durante la Primera Conferencia
Comunista Latinoamericana para discutir el problema de raza, llevada a cabo en 1929 en la ciudad de Bue-
nos Aires. En lugar de un problema de razas, se intentó hacer pasar “el problema indígena” como un pro-
blema de clases sociales (2002: 202).
El indigenismo en México como racismo de Estado: mestizaje asimilacionista y esterilización… 227

tucionalizado, según el periodo del que se trate, el indígena debe transitar de indígena


a campesino10, de indígena a mexicano mestizo11, de indígena a ciudadano12.
En el discurso indigenista no se trata de imponer una cultura sobre otra, o de abolir
las diferencias culturales, sino de fusionarlas a fin de que las minorías étnicas indíge-
nas y sus culturas anacrónicas o atrasadas se integren progresivamente a la civilización
contemporánea, aunque en la práctica sí se establece una jerarquía civilizatoria. En este
sentido, precisa Alicia Castellanos Guerrero, “el mestizaje no será el resultado de un pro-
ceso de intercambio, sino de la hegemonía y la imposición de un modelo cultural nacio-
nal sobre las culturas, comunidades y pueblos indígenas” (2001: 167).
Como recuerda Miguel Ángel Sámano-Rentería, el  “indigenismo es una política
de Estado, es decir, la relación que mantiene este aparato de poder con los pueblos indí-
genas, a los cuales considera como subordinados” (2005: 141), y cuya característica fun-
damental es que se compone de políticas públicas paternalistas y asistencialistas13 hechas
para indígenas por no indígenas.
Atendiendo a la política de asimilación indígena posrevolucionaria, el trabajo del Instituto
Nacional Indigenista (INI) en México consistió en mediar y promover el proyecto de inte-
gración mediante el mestizaje, la asimilación, la aculturación14. El mecanismo más impor-
tante fue el educativo: por medio de la castellanización y la educación en valores y cultura
occidentales que formaban parte de la educación nacional se intentó civilizar al indígena.
Dado que en este trabajo no es posible hacer un recorrido exhaustivo de todas las políti-
cas indigenistas a lo largo de los últimos 70 años, se expondrán solo dos dispositivos ilus-
trativos del racismo de Estado hacia las poblaciones indígenas: el mestizaje asimilacionista

10 Es importante recordar que para Lázaro Cárdenas del Río, quien fuera actor importante en el surgi-
miento del Instituto Indigenista Interamericano en 1940, antecedente del INI, “[e]l programa de emancipa-
ción del indio es en esencia el de la emancipación del proletario de cualquier país” (Cárdenas del Rio 1940).
11 Para Aguirre Beltrán, que dirigiera el INI entre 1979-1976, se trata de mexicanizar al indio y el indio
deberá dejar de ser lo que es para integrarse a la nación mexicana, como un ciudadano más, producto
del indigenismo (Korsbaek y Sámano-Rentería 2002: 206).
12 En los gobiernos de López Portillo y Miguel de la Madrid comienzan a reducirse los recursos y pro-
gramas indigenistas, que de 1982 a 2000 marcaron el periodo de descenso del indigenismo instituciona-
lizado, dominado por la reducción progresiva de recursos, el advenimiento de las políticas neoliberales
y el retiro del Estado. A través de la estrategia conocida como “indigenismo de participación” se hace res-
ponsable al indígena de su situación y se generan programas de integración, capacitación y participación
en los sectores productivos para salir de ella (Sámano Rentería 2005: 141).
13 Teun A. Van Dijk, como parte del análisis que hace sobre racismo discursivo de las élites en México,
puntualiza que el discurso utilizado por la clase política en 1921 es muy similar al usado en los debates
parlamentarios del 2000 en torno a la llamada “reforma de derechos indígenas”, en los cuales “los diputa-
dos mexicanos formulan repetidamente unos hermosos discursos en los términos paternalistas de «ayuda»
a los «indios»”, con el fin de que se conviertan en gente como nosotros” (2016: 122). Dicho discurso encu-
bre el olvido y opresión que han sufrido y sufren los pueblos indígenas en México, al negarles los derechos
asociados, justamente, a su condición de pueblos indígenas.
14 El indigenismo necesitó construir una ideología que le permitiera atender el problema indígena, al mismo
tiempo que sentara las bases para poner en práctica políticas encaminadas a la reducción de las desigualdades
sociales. En ese sentido, explica Antonio Machuca, “una ideología tal del mestizaje, en primer lugar, opacó
la realidad de la diversidad etnocultural del país y, en segundo lugar, alimentó la ilusión de que todos somos
mestizos; de una homogeneización en lo racial como sinónimo de igualdad social” (1998: 46).

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228 Alejandro Karin Pedraza Ramos

y la esterilización forzada. Ambos representan políticas de intervención sobre la población


a fin de modificar sus características raciales, consideradas factores de degeneración social.

INDIGENISMO: EUGENESIA Y RACISMO

El indigenismo como política de Estado surge plenamente en la presidencia de Lázaro Cár-


denas del Río, cuando, el 30 de noviembre de 1935, se creó el Departamento Autónomo
de Asuntos Indígenas (DAAI). Es hasta el año 1948 que se crea el INI, que permanecería
en funciones durante más de 50 años, hasta el 2002, cuando se transforma en la Comisión
Nacional para el desarrollo de los Pueblos Indígenas (CONADEPI), que en 2003 cambia-
ría sus siglas a CDI. En el primer periodo del indigenismo institucional comprendido entre
1948-1970, el objetivo general se enunciaba de la siguiente manera: “Es necesario integrar
a los indígenas a la cultura nacional. El camino para lograrlo es su aculturación a partir
de la acción indigenista en las regiones interculturales, también conocidas como regiones
de refugio”. Antonio Caso, primer director del INI, planteaba que los indígenas debían
modernizarse y dejar de ser indígenas. La “aculturación” persigue la sustitución de los ele-
mentos culturales considerados negativos de las comunidades indígenas.
Como indica Beatriz Urías Horcasitas, desde sus orígenes, aun antes de ser un programa
gubernamental, el problema de asimilación indígena tenía marcadas connotaciones racis-
tas, pues se sustentaba en planteamientos que afirmaban que los indígenas estaban orienta-
dos hacia la desviación social. Por ejemplo, a finales del siglo XIX, la antropología criminal
de los médicos penitenciarios Francisco Martínez Baca y Manuel Vergara buscaba estable-
cer una relación entre la fisonomía indígena y el comportamiento criminal; esto a través
del uso de las técnicas antropométrica y craneométrica de Paul Broca para analizar crá-
neos de indígenas de la penitenciaría de Puebla (Urías Horcasitas 2007: 47).
Para positivistas spenciarianos, como Andrés Molina Enríquez, había una relación
directa entre la estructura social y la etnia: la clase trabajadora y pobre estaba consti-
tuida por indígenas; la clase privilegiada, por criollos, mestizos y extranjeros. De manera
muy similar, y haciendo uso de tesis evolucionistas, Justo Sierra afirma que: “Los blancos
o los blanqueados prominentes como el mestizo Porfirio Díaz eran más aptos […] ya que
los indios habían de sucumbir en la lucha por la vida, por lo que la mejor forma de hacer
progresar a México era, por consiguiente, por colonos europeos” (apud Suárez y López
Guazo 2005: 86-87). Esto supone que factores biológicos determinan el lugar que se ocupa
socialmente, por lo que las leyes deben asegurar las tendencias evolutivas de la sociedad.
Un indigenismo racial más moderado, promovido por Manuel Gamio o José Vas-
concelos, encontraba virtudes tanto en los pobladores blancos como en los indígenas
y promovía la “mezcla racial constructiva”, con todas las virtudes y ventajas de la mez-
cla racial15. Se hacía énfasis en la eugenesia positiva: mejorar la salud de las poblaciones

15 Como puntualiza Alicia Castellanos Guerrero, “[s]in embargo, hay que reconocer los  discursos
que incluso atribuyen cualidades positivas a determinados grupos como una forma de ocultar los inte-
reses. Esto es particularmente importante en el caso de los miembros de los pueblos indios, a quienes
El indigenismo en México como racismo de Estado: mestizaje asimilacionista y esterilización… 229

indígenas y de pobres repercutiría en el mejoramiento racial. En todo caso, el objetivo


era sustraer a los indígenas de su incivilizada, viciosa y anticuada manera de vivir. Según
explica Laura Suárez y López Guazo,

El anhelo por lograr una humanidad mejor, sin rasgos de debilidad mental, locura
y agresividad, así como la búsqueda de múltiples caracteres morfológicos que se ubica-
ron como defectos innatos mediante el uso del conocimiento biológico, determinaron
el que muchos individuos fueran clasificados en condiciones sociales definidas como
inferiores, razón por la cual la ciencia debía limitar sus derechos reproductivos y,
en general, su libertad. (2005: 9)

Tal anhelo llevó a  la  fundación en  1931 de  la  Sociedad Eugénica Mexicana para
el  Mejoramiento de  la  Raza, que se encargó de  impulsar campañas de  responsabi-
lidad hacia la  descendencia, la  transmisión de  enfermedades venéreas y  en  contra
del alcoholismo (al que veía como un grave problema de salud pública). También sos-
tenía la necesidad de limitar la reproducción de los sujetos considerados lastres socia-
les o portadores de caracteres hereditarios considerados peligrosos; así, propusieron
la esterilización de delincuentes, criminales, locos, epilépticos e incluso homosexua-
les y prostitutas.
A la par de los programas de salud y educación se promovieron dos tipos de proyectos
eugenésicos: por un lado, de manera positiva, apostaron por la selección de individuos
con características socialmente deseables para estimular su reproducción; mientras que,
de manera negativa, se limitó la reproducción de los portadores de las cualidades inde-
seables, a fin de eliminarlas. De tal modo, “La doctrina eugenésica representó un ele-
mento ideal para apoyar las tesis deterministas que sirvieron como marco «científico»
para legitimar el racismo, las diferencias de clase y el colonialismo” (Suárez y López
Guazo 2005: 47).
Es importante aclarar que la mayor parte de los eugenistas mexicanos apostaban
por el uso de la eugenesia positiva, “a partir de implementar medidas que garantizarán
la nutrición y la educación de los futuros progenitores y lograr así mejorar las cualidades
de sus futuros descendientes y de la población en general” (114). En el periodo postrevo-
lucionario se articula una compleja ingeniería ideológica y social para construir al hom-
bre nuevo. En los años 30 y 40 las logias masónicas promovieron proyectos de regene-
ración social con la finalidad de frenar la degeneración moral del país, impidiendo que
nacieran individuos con tendencias hacia la enfermedad mental y la criminalidad; dichos
proyectos vieron su concreción en las campañas nacionales contra el alcoholismo. Para
los masones, “una de las tareas del nuevo Estado era favorecer la planeación familiar,
la educación sexual y hasta la legalización del aborto, «si las necesidades económicas así
lo aconsejan», a fin de evitar «degenerados, tuberculosos, sifilíticos, etcétera, engendren
sin freno»” (Urías Horcasitas 2007: 182).

con frecuencia se les reconocen cualidades (como su disposición para el trabajo, la resistencia a las incle-


mencias del tiempo y a deplorables condiciones de trabajo), como si fueran de naturaleza distinta, justifi-
cando la explotación y ocultando su histórico desprecio” (2001: 170).

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230 Alejandro Karin Pedraza Ramos

EUGENESIA POSITIVA: MESTIZAJE ASIMILACIONISTA

Si bien el racismo científico tiene una fuerte obsesión frente al mestizaje –en tanto que
la mezcla es vista como decadencia para la “raza superior”–, en países tan diversos como
lo es México el mestizaje ha sido resignificado y promovido como un objetivo deseable.
Lo anterior ha originado procesos que van desde la clasificación racial en castas hasta
la manipulación eugenésica de las poblaciones.
El mestizaje asimilacionista nace en las primeras décadas del siglo XIX, “cuando
empezó a esbozarse aquel proyecto de construcción de la identidad nacional que pare-
cía partir de un ideal biosocial distinto del de Gumplovicz y Gobineau, pues proclamaba
que era la superioridad de las razas mixtas y no la pureza de la sangre lo que garantiza-
ría una nacionalidad firme y sólida” (Gall 2004: 214). Este es el mito en torno al cual se
ha construido la identidad nacional.
El proyecto de mestizaje, que orientó buena parte de los esfuerzos indigenistas, en rea-
lidad no pretendía articular, vincular o fusionar dos razas-culturas, sino desaparecer
a los indios, blanqueándolos y civilizándolos: “El mestizaje es un mito de la identidad
nacional creado por las élites para justificar la regulación de las vidas de los individuos
(indígenas y no-indígenas) por parte del Estado” (Gall 2004: 240). Así, el mestizaje asimi-
lacionista se ha presentado como discurso y política no racista, e incluso como el mejor
dispositivo antirracista en México, aunque, en la práctica, es el rostro amable del racismo
anti-indígena.
Como reitera Balibar, “Las  teorías racistas incluyen necesariamente un  aspecto
de sublimación, una idealización de la especie cuya imagen predilecta es estética: por ello
deben desembocar en la descripción y la valorización de un determinado tipo de hom-
bre que representa el ideal humano, tanto en cuerpo como en espíritu” (1991a: 93-94),
y con el mestizaje sucede lo mismo, pues al promover la mezcla racial también promo-
vía el blanqueamiento, que se presentó como un mecanismo de combate contra lo que
se consideró “degeneración racial”. Como apunta Gonzalo Portocarrero:

La “utopía del blanqueamiento” significa la colonización del imaginario de indios


y mestizos. Es una promesa de reconocimiento que alienta una estrategia basada
en el esfuerzo y la perseverancia. En concreto, en el caso de la América colonial esta
promesa anuncia que los indígenas, en el transcurso de tres generaciones, podrían
tener descendientes perfectamente blancos. En este sentido, se trata de una invitación
que abre un horizonte democrático de igualación social. La clave es casarse y tener
hijos con alguien más blanca o más blanco que uno mismo. Así un linaje podría ir
ganando posiciones en la sociedad colonial o postcolonial y la mímesis con el coloni-
zador puede llegar a ser (casi) total, pues el colonizado podría devenir (casi) en colo-
nizador. (2013: 168)16

16 Si bien Gonzalo Portocarrero se refiere particularmente a la utopía del blanqueamiento en Perú, tiene


como marco de referencia el proyecto de mestizaje que operó en toda Latinoamérica, por lo que es exten-
sible a México.
El indigenismo en México como racismo de Estado: mestizaje asimilacionista y esterilización… 231

Valga aclarar que dicho avance de posiciones era una utopía, en la medida en que
el mestizaje es heredero del sistema de castas, el cual se perfeccionó tanto que era sus-
ceptible de identificar cualquier mezcla y asignarle un valor correspondiente a su estra-
tificación social. El mestizaje solo generó una nueva jerarquía mediante la revaloración
de los elementos que constituyen la relación pureza-raza-nación, transformando elemen-
tos tradicionalmente valorados como negativos en elementos positivos; así, la mezcla, que
podría significar impureza de la raza, fue promovida como deseable. El lugar dominante
del blanco fue ocupado entonces por el mestizo, lo cual no significó que se cuestionara
de fondo la jerarquía encabezada por el blanco europeo. Sin embargo, lo relevante es que
se sugirió, animó e implantó socialmente una idea que aún opera actualmente dentro
del imaginario social del mexicano, a saber: todos deben esforzarse por alcanzar el blan-
queamiento de la piel para subir en la escala social.

EUGENESIA NEGATIVA: ESTERILIZACIÓN FORZADA

La esterilización forzada articula las diferentes dimensiones del racismo: la raza, la clase,


la etnia y el sexismo. El debate sobre la gravedad de la esterilización forzada surgió a raíz
de las esterilizaciones masivas de los años sesenta y setenta en la India y de las restric-
ciones reproductivas en China. La esterilización forzada está catalogada como violación
grave a los derechos humanos con la tipología de crimen de lesa humanidad, aunque
las imposiciones de obstáculos reproductivos, según precisa Joana Abrisketa, “no consti-
tuyen actos genocidas. En dichos ejemplos, la intensión es reducir el número de los gru-
pos, no destruir a los grupos en todo o en parte” (2004: 647).
La vigencia de la esterilización forzada como mecanismo de racismo de Estado es
denunciada recientemente en América Latina. En el año 1999 los familiares de Mame-
rita Mestanza, una mujer indígena peruana que murió tras una cirugía de esteriliza-
ción realizada sin su voluntad, llevaron el caso a la Corte Interamericana de Derechos
Humanos. La investigación evidenció que el gobierno de Alberto Fujimori, mediante
el programa llamado “anticoncepción quirúrgica voluntaria”, entre 1995 y 2000, rea-
lizó al menos 272,028 esterilizaciones, de las cuales se ha denunciado que 44 resultaron
en la muerte de la paciente, mientras que 2,074 fueron forzadas y sin consentimiento17.
El  30 de  noviembre de  2016, se emite otra sentencia en  la  que la  Corte Interameri-
cana de Derechos Humanos juzga como responsable al Estado Plurinacional de Boli-
via de la esterilización forzada de una mujer (de quien se omite el nombre), realizada
el 1 de julio de 2000.

17 La  esterilización forzada en  Perú, a  pesar de  ser negada sistemáticamente por las  altas esferas
del gobierno, fue organizada e implementada como política pública nacional contra mujeres indígenas
pobres. “Las esterilizaciones forzadas no fueron solo un mecanismo de lucha contra la pobreza en la pobla-
ción rural, sino una guerra quirúrgica contra las mujeres pobres que podrían procrear niños que al crecer
supuestamente iban a sumarse al grupo terrorista Sendero Luminoso” (Fowks 2015).

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232 Alejandro Karin Pedraza Ramos

La esterilización forzada hacia mujeres indígenas es un dispositivo paradigmático que


demuestra la complejidad y vigencia del racismo de Estado. Los proyectos de eugenesia
que promovían activamente la esterilización de núcleos poblacionales salieron del debate
mexicano muy pronto, debido a la condena internacional sobre su práctica entre los nazis.
Sin embargo, es posible suponer que mecanismos de eugenesia negativa, como la este-
rilización forzada, en realidad sí constituyeron una práctica recurrente en nuestro país,
aunque encubierta y negada discursivamente, como en otros países Latinoamericanos.
A esto hay que agregar un dato por demás interesante: la única ley de esterilización
en México, la Ley 121 del Estado de Veracruz, promulgada en julio de 1932 por el gober-
nador Adalberto Tejada, admite y legaliza la esterilización de los indeseables sociales.
Si bien no hay indicios claros de su aplicación, es importante destacar que en octubre
de 2017 seguía vigente.
Por otro lado, aunque no hay leyes que promuevan la esterilización, según el Informe
Niñas y mujeres sin justicia. Los derechos reproductivos en México –emitido por el Grupo
de Información en Reproducción Elegida A.C. (GIRE) en 2015–, en 17 estados del país se
puede esterilizar a una mujer por la fuerza sin que sea un delito18. El informe denuncia
la práctica de esterilización forzada en contextos rurales, de pobreza y hacia comunida-
des indígenas, como condición para acceder a programas sociales. También se denun-
cian casos donde, además de la esterilización, se aplican métodos de anticoncepción for-
zada a mujeres en reclusión con VIH y en hombres (GIRE 2015: 22-30).
También como caso paradigmático se encuentra la Recomendación General Número 4
de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) –“Derivada de las prácticas
administrativas que Constituyen Violaciones de derechos humanos de los miembros
de las Comunidades Indígenas respecto de la Obtención libre e informada para la Adop-
ción de Métodos de Planificación Familiar”–, emitida en el entonces Distrito Federal,
México, el 16 de diciembre de 2002. En ella se advierte que el personal médico de las clíni-
cas rurales de las instituciones de salud pública obliga a las mujeres que acuden a consulta
a utilizar el dispositivo intrauterino (DIU) como método de control natal, bajo la ame-
naza de que, si no aceptan usarlo, pueden perder apoyos de programas gubernamenta-
les enfocados en atacar necesidades sociales y combatir la desigualdad. Cabe destacar
que, como recomendación general, manifiesta la aceptación estatal de la práctica gene-
ralizada de la esterilización y anticoncepción forzada en nuestro país. El tema ha sido
enfatizado nuevamente por la CNDH como práctica subsistente a erradicar, en la Reco-
mendación General 31/2017, emitida el 31 de julio de 2017, referente a la “Violencia Obs-
tétrica en el Sistema de Salud”.
Las  denuncias sobre esterilización y  anticoncepción forzada se han presen-
tado y visibilizado poco a poco. En el año 2006 la Organización de la Naciones Uni-
das (ONU) solicitó a  México investigarlas y  tomar las  medidas necesarias para evi-
tar tal práctica. El tema se ha presentado en medios noticiosos esporádicamente a raíz

18 Los estados del país en los que no existe legislación para perseguir esta práctica en contra de las mujeres:
Aguascalientes, Baja California, Campeche, Chihuahua, Colima, Guanajuato, Jalisco, Estado de México,
Morelos, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, Querétaro, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas y Zacatecas.
El indigenismo en México como racismo de Estado: mestizaje asimilacionista y esterilización… 233

de algunas recomendaciones de la misma Comisión, tales como la 066/2007 emitida


el 17 de diciembre de 2007. En ella se denuncia la esterilización forzada mediante vasec-
tomía en hombres indígenas, lo que sugiere pensar que las políticas de control natal
impuestas a  las  poblaciones indígenas sin consentimiento han ampliado su espec-
tro de aplicación. La intervención quirúrgica que se requiere para llevar a cabo una
vasectomía es visible y perceptible, a diferencia de la que sufren las mujeres cuando se
les coloca el DIU de manera encubierta mientras se les realizan procedimientos médi-
cos, como el Papanicolau.
De igual manera, en una nota publicada el 30 de agosto de 2014, en el portal La Jor-
nada en la sección Opinión, Gloria Ramírez Muñoz refiere la esterilización forzada
de mujeres de la comunidad na savi (mixteca) de San Marcos, en la Montaña de Gue-
rrero. La denuncia indica que desde el año 2007 (y al menos hasta 2014) el Sector Salud
exigía a las mujeres la esterilización a cambio de ser incluidas como beneficiarias del pro-
grama OPORTUNIDADES y recibir 200 pesos mensuales.
Más recientemente, en un artículo publicado el 2 de septiembre de 2017 por la revista
de  opinión Proceso, en  su sección de  Análisis, Ernesto Villanueva denuncia que
el gobernador del estado sureño de Chiapas, Manuel Velazco, ha puesto en marcha
un plan de “exterminio contra los «indios tzotziles, tzeltales y choles» que –de acuerdo
con un documento filtrado a los abogados activistas, salido de la oficina del gobernante
chiapaneco– “se trata de grupos inferiores que no desarrollaron plenamente sus funcio-
nes cerebrales y, por esa razón, se han convertido en una amenaza al desarrollo del Estado”
(Villanueva 2017). Según el autor, la principal estrategia para “abatir” esa “amenaza his-
tórica que los gobiernos anteriores dejaron crecer” se encuentra en “menguar y eliminar
su reproducción al introducir factores inversos de transferencia para hacerlos más sen-
sibles a enfermedades comunes para evitar su visibilización pública”, así como “encare-
cerles los servicios médicos básicos” (Villanueva 2017). Y si bien no habla directamente
de esterilización forzada, es importante la denuncia en torno al uso de las políticas públi-
cas de salud para “combatir”, reducir y exterminar a un grupo con características racia-
les consideradas factor de degeneración y atraso.
Llevar a cabo la esterilización forzada contra poblaciones –hombres y mujeres– indí-
genas, como condición para acceder a recursos de programas sociales, es un signo que
implica la comunicación y actuación organizada entre diversas instituciones guberna-
mentales, lo que permite afirmar que se trata de dispositivos de racismo de Estado. Su
implementación se oculta, dado que quienes la sufren no la denuncian por miedo a que
se les impida el acceso a derechos como el de salud, además del temor a dejar de recibir
apoyos asistencialistas que les permiten sobrevivir.
La esterilización forzada constituye una violación grave de los derechos humanos
de las personas, ya que les impide ejercer su capacidad de decisión y omite su consenti-
miento, libre e informado, ante los procedimientos que impliquen modificar su posibi-
lidad de reproducción. Tal violencia se agrava en el caso de las mujeres indígenas, sobre
quienes confluyen diferentes dimensiones del racismo –raza, clase, etnia y género–, para
perpetuar la exclusión y la discriminación.

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234 Alejandro Karin Pedraza Ramos

CONCLUSIÓN

Si bien biólogos, genetistas y antropólogos han demostrado que, en sentido biológico,


la raza humana no existe, y que, por lo tanto, no hay relación justificada entre las carac-
terísticas raciales y el valor social asociado a ellas, lo relevante del concepto de raza es su
performatividad: la sola enunciación del concepto por quienes lo consideran una reali-
dad da lugar a acciones que generan relaciones de poder, discriminaciones, exclusiones
y violaciones a derechos humanos.
El  racismo es un  fenómeno endémico de  nuestras sociedades, que a  veces se
hace más visible y  otras se oculta detrás de  símbolos y  políticas que incluso pue-
den presentarse como antirraciales. Tal parece que el fenómeno, asociado a la exclu-
sión y la intolerancia, mediante dispositivos estatales y prácticas rutinarias, asegura
la  discriminación y  subordinación de  los/as indígenas. Debemos identificar la  exis-
tencia de  una serie de  políticas racistas institucionalizadas con  el  fin de  exigir que,
en todos los órdenes institucionales, de manera sistemática, cambien las estructuras
que permiten la exclusión, segregación, desigualdad e injusticia en función de los ele-
mentos asociados a la categoría de raza.
Las políticas indigenistas, como el mestizaje asimilacionista y la esterilización for-
zada, no desembocan directamente en genocidios, pues no destruyen de manera directa
a los grupos culturales mediante el exterminio de los individuos que los constituyen. Sin
embargo, sí generan etnocidios, al destruir las posibilidades de reproducción cultural
y biológica de las personas de las comunidades indígenas.

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