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Resumen: En este trabajo se exploran diferentes dimensiones del racismo, para construir una
categoría de racismo de Estado que permita analizar el dispositivo indigenista con un objetivo
doble: primero, exponer los esfuerzos por sistematizar las teorías y prácticas racistas que
fundamentan la intervención organizada y regulada sobre la población indígena. Segundo,
mostrar cómo, a pesar de que las políticas indigenistas se han modificado sustancialmente,
el racismo de Estado subsiste, no tanto por sus formas –que en buena medida se ocultan–,
sino por sus fundamentos y objetivos, es decir: la discriminación, subordinación, segregación,
explotación, despojo y exterminio de las etnias culturalmente diferenciadas. Para ello se analizan
dos dispositivos paradigmáticos de las políticas indigenistas: el mestizaje asimilacionista
y la esterilización forzada.
Abstract: This paper explores the different dimensions of racism, to build a category of State
racism that allows to analyze the indigenist device, with a double objective. First, to expose
the efforts to systematize the racist theories and practices that base the organized intervention
and regulated on the indigenous population. Second, show how, despite the fact that indigenist
policies have been substantially modified, state racism subsists, not so much because of its forms
(which are largely hidden) but because of its foundations and objectives, namely: discrimination,
subordination, segregation, exploitation, dispossession and extermination of culturally
differentiated ethnic groups. For this, two paradigmatic devices of indigenist policies are
analyzed: assimilationist miscegenation and forced sterilization.
INTRODUCCIÓN
RACISMO NACIONALISTA
2 Como precisa Miguel Alberto Bartolomé, aún en la actualidad, y a pesar del discurso y la retórica plu-
ralista, la práctica política e ideológica concreta reproduce el bloque histórico constituido y se orienta
hacia la homogeneización de la diversidad asumiendo que la diferencia es motivo para la desigualdad.
Una de las dramáticas consecuencias concretas de este modelo político ha sido la destrucción de un gran
número de sociedades nativas: esa inducción al suicidio cultural que llamamos etnocidio. Entre 1939
y 1970 para construir un Estado-nación moderno se buscó suprimir la heterogeneidad cultural (Barto-
lomé 1997: 29).
Nación y raza son conceptos construidos por un grupo de poder que quiere esta-
blecer su dominio. Los proyectos nacionales son la imposición del proyecto cultural
de un grupo hegemónico mediante el monopolio de la violencia, reforzada por prácti-
cas discursivas e institucionales. La nación, sustentada sobre una idea de bien común,
se convierte en ideología4, una visión unitaria a la que todos deben ajustarse (cf. Bali-
bar 1991a: 44-50).
En este sentido, como aclara Étienne Balibar, nacionalismo y racismo muchas veces
confluyen entre sí y forman parte del mismo proceso, llegando al punto en que algunas
organizaciones racistas prefieren presentarse como nacionalistas. Aunque no se debe
reducir un fenómeno al otro, si bien el nacionalismo es una condición determinante para
la aparición del racismo, esto no significa que el racismo sea una consecuencia inevita-
ble del nacionalismo (63-64)5.
Balibar precisa la relación entre el nacionalismo y el racismo en torno a cuatro hipó-
tesis: 1) Ninguna nación –es decir, ningún Estado nacional– posee de hecho una base
étnica. Ni raza ni nación tienen existencia natural, sino que se sustentan sobre una etni-
cidad ficticia, que crea una unidad imaginaria contra otras culturas posibles; 2) El fenó-
meno de “minorización” y de “racificación” que se dirige simultáneamente a diferentes
grupos de naturaleza disímil, constituye, en realidad, un sistema histórico de exclusio-
nes y de dominaciones complementarias vinculadas entre sí. Por ejemplo, el racismo
presupone siempre un sexismo. El racismo tiene una función globalizante, que conecta
las diferentes prácticas de normalización y exclusión social; 3) El racismo tiene una
estructura amplia que se relaciona directamente con los nacionalismos, produciendo
la etnicidad ficticia alrededor de la cual se organiza; 4) Actualmente el racismo se desa-
rrolla dentro de sociedades igualitarias. No es el Estado moderno el que es igualitario,
sino el Estado nacional moderno, conformado por la comunidad nacional y por los actos
que le dan significado directo, especialmente el sufragio universal, la ciudadanía polí-
tica. Es ante todo una igualdad respecto a la nacionalidad (cf. 80-82).
RACISMO DE CLASE
Sin embargo, hay que tener cuidado con la posible equiparación entre raza y clase,
pues se corre el riesgo de naturalizar las coincidencias referidas a dichas catego-
rías. La clase, asociada con la relación salarial, en principio no tiene nada que ver
con la ascendencia o la descendencia, sino con un valor del presente, del aquí y ahora,
aunque sí es posible identificar una suerte de herencia social, dado que algunos obreros
son a su vez hijos de obreros. En este sentido, el mismo Balibar afirma que “El racismo
de clase, tanto por lo que se refiere a la clase dominante como a las clases populares,
marca con signos genéricos poblaciones destinadas colectivamente a la explotación
capitalista” (326).
En América Latina la imbricada relación entre la lógica capitalista y la clasificación
racial fue denunciada y tipificada con el término “colonialismo interno” por Rodolfo
Stavenhagen (1981 [1965]) y Pablo González Casanova (1963, 2003) en los años sesenta.
Con dicha categoría se buscaba denostar las relaciones de poder, soportadas y repro-
ducidas por prácticas institucionales que tienen por objetivo subordinar a una clase
y/o cultura a la explotación de otra. En esa misma lógica, Anibal Quijano (2000), mediante
el término “colonialidad del poder”, explica cómo la consolidación del capitalismo fue
posible gracias a las relaciones coloniales implantadas en América Latina tras la con-
quista española: acumulación producida por la explotación y el despojo a las comunida-
des indígenas latinoamericanas, fenómenos vigentes actualmente.
El mismo González Casanova haría en 2003 una revisión del colonialismo interno
en México para denunciar su vigencia, gracias a la implementación de las políticas neo-
liberales. La misma lógica institucional con la cual se trata el problema indígena a inicios
del siglo XXI sigue teniendo un carácter colonial, en la medida en que a través de las ins-
tituciones estatales se legaliza el despojo de los bienes y recursos de las comunidades indí-
genas. Según muestra Francisco López Bárcenas, en México la implantación de las lla-
madas reformas estructurales de corte neoliberal ha generado un nuevo ciclo de despojo
hacia las comunidades indígenas, mediante proyectos mineros implantados en territo-
rios indígenas; esto sin respetar su derecho a la autonomía, a usar y controlar sus pro-
pios recursos y su derecho a ser consultados de manera previa, libre e informada sobre
proyectos que afectan su entorno de vida y los territorios que habitan, ocupan o repre-
sentan un valor para ellos. La acumulación por despojo sufrida por las comunidades
ha ampliado su espectro, pues, por poner un ejemplo, las farmacéuticas se han apro-
piado de saberes medicinales indígenas para patentarlos; fenómeno extendido a las prác-
ticas culturales, rituales, gastronomía, rituales y vestimentas de los pueblos. “En todos
los casos se trata de actividades que buscan transformar en propiedad privada el patri-
monio de los pueblos por mucho tiempo mantenido como bien común, para introdu-
cirlo al mercado y convertirlo en mercancía” (López Bárcenas 2017: 70). En esta lógica,
el despojo se “justifica” por la incapacidad de los pueblos para comercializar sus saberes
y mercantilizar sus bienes y recursos.
Aunado a lo anterior, el capitalismo también se beneficia del racismo en tanto que
la etnificación de la fuerza de trabajo tiene por objetivo hacer posibles salarios muy
bajos a fin de explotar a sectores sociales enteros, fenómeno que funciona de igual
manera en las relaciones entre los sexos: racismo y sexismo se encuentran estrecha-
mente unidos, pues buscan no expulsar del grupo social reconocido como propio o más
auténtico a un grupo étnico, social, fenotípico y de género, sino que, por el contrario,
mantenerlo en en escalafón inferior del sistema de trabajo y de la estructura de domi-
nación. De ahí que sea importante regular y administrar la reproducción de la pobla-
ción racializada.
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RACISMO ÉTNICO
Así como hay una correlación directa entre nacionalismo y racismo, lo hay también entre
el racismo de clase y el racismo étnico. Balibar comenta que:
[l]os criterios investidos de una significación “racial” (y más aún, cultural) son
con mucho, criterios de clase social o desembocan en la “selección” simbólica de una
élite que ya está seleccionada a través de las desigualdades de clase económicas y polí-
ticas, o incluso sucede que las clases dominadas son aquellas cuya “composición racial”
o “identidad cultural” son más dudosas. (1991a: 97)
De ahí que, en el caso de México, a pesar de que superó el periodo colonial –desva-
neciendo las categorías de castas asociadas a la raza–, el racismo se trasladó a elemen-
tos sociales y étnicos.
Según explica Peter Wade analizando el racismo en América Latina, “[u]na cronolo-
gía convencional del concepto de raza […] marca un movimiento en el cual la raza cam-
bia de ser una idea basada en la cultura y el medio ambiente, a ser algo biológico, inflexi-
ble y determinante, para luego volver a ser una noción que habla de la cultura” (2014: 35).
El racismo persiste, usualmente dirigido hacia las mismas personas que antes conforma-
ban las razas, pero se habla entonces de racismo cultural, pues el discurso de exclusión
se hace en términos de la cultura y no de la biología. Esto no quiere decir que con el des-
plazamiento de raza y biología por la cultura desaparezcan las referencias a una u otra
dimensión sobre la que se hace recaer la discriminación racial, pues el énfasis en cada
una de ellas depende mucho del grupo que se presenta como hegemónico y de los crite-
rios de identificación/exclusión que promueve.
Para Olivia Gall y Peter Wade el término etnicidad se comenzó a utilizar como sus-
tituto del concepto de raza en la medida en que con él se intentaba evitar la asociación
directa con el racismo biológico –que comenzó a caer en desuso y a ser considerado polí-
ticamente incorrecto a partir de la segunda mitad del siglo XX–, ya que, “el consenso
general es que la etnicidad se refiere a diferencias culturales” (Gall 2004: 229) y no a dis-
tinciones fenotípicas. Según precisa Antonio Machuca, lo que antes se consideraba racial
sin más, aparece ahora como etnocultura (1998: 54).
El racismo sustentado en lo cultural parece descartar el principio de jerarquía bioló-
gica para enfatizar la diversidad cultural, incluso en términos de riqueza multicultural.
Aunque hay que ser muy cuidadosos con el discurso que se pretende antirracista y pro-
mueve la pureza de las culturas. El mismo culturalismo antropológico –que en su ori-
gen ayudó a denunciar la eliminación de culturas minoritarias o dominadas, mediante
la categoría de etnocidio– mutó, voluntariamente o no, hacia una idea que afirma la irre-
ductibilidad de las culturas y la necesidad de proteger a cada una de ellas en su especi-
ficidad, sin mezcla.
Al no apelar a la desigualdad innata entre las razas, el racismo ahora se sustenta sobre
la “irreductibilidad y la incompatibilidad de ciertas especificaciones culturales, naciona-
les, religiosas, étnicas u otras. El Otro, según esta perspectiva, es percibido como el que
no tiene ningún lugar en la sociedad de los racistas, es decir, se les niegan sus valores y su
ser cultural” (Wieviorka 2009: 45). El racismo étnico afirma que hay diferencias cultu-
rales insuperables y que, si bien son valiosas y respetables, en la política nacional debe
imponerse la hegemonía cultural del grupo dominante. Mediante la retórica multicul-
turalista se afirma el respeto a las etnias, aunque haciéndolas responsables de su atraso
e incluso promoviendo estrategias de segregación.
DISCRIMINACIÓN RACIAL
La segregación racial es, por lo tanto, a la vez un proceso y su resultado, que sufre
un grupo mantenido a distancia, localizado en espacios propios que le son reserva-
dos, enclaves, guetos, territorios de uno u otro tipo. […] la segregación racial no se
confunde necesariamente con la explotación o la discriminación e incluso se puede
presentar como su contario “separados e iguales”, dice una formula racista utilizada,
especialmente, por los defensores del apartheid en Sudáfrica. (79)
RACISMO DE ESTADO
Ya no se trata de enfrentar una raza contra otra, sino de proteger la integridad
y la pureza de la raza. Lo más importante es la conservación del Estado y la reproduc-
ción de la raza ideal que éste promueve, mediante dispositivos organizados para dicho
fin7. La idea del enemigo externo genera, a su vez, un Otro, un enemigo interno que es
al mismo tiempo un enemigo racial que debe ser eliminado.
Dividir y separar a la sociedad mediante criterios biológicos, culturales o de clase,
los cuales otorgan un valor y una dignidad social, es importante para el racismo de Estado,
puesto que lo autoriza a jerarquizar y administrar las costumbres, la vida, derechos
y obligaciones de sus poblaciones como parte de un proceso permanente de purificación
social: solo se jerarquiza lo que se quiere homogeneizar o eliminar8.
6 Población: unidad biológica que “sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los naci-
mientos, la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad […] Todos esos problemas
son tomados [por el Estado] a su cargo por una serie de intervenciones y controles reguladores: una bio-
política de la población” (Foucault, apud Gómez Izquierdo 2014: 133).
7 Es mediante la regulación normativa que se genera la normalidad de la raza. Se trata de establecer
un poder disciplinar, acorde con el sistema de producción capitalista “que actúa sobre el cuerpo activo
para hacerlo útil y productivo y, al mismo tiempo, para sujetarlo a una relación de docilidad y obediencia”
(Foucault 2002: 131).
8 El camerunés Achille Mbembe en un muy sugerente texto titulado “Crítica de la razón negra. Ensa-
yos sobre racismo contemporáneo”, reflexiona en torno a la vigencia de la clasificación racial como dis-
positivo necesario para la reproducción del capitalismo global. Y si bien dicha clasificación tiene como
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sujeto central al sujeto que se denomina “negro” es extensible, bajo condiciones coloniales, al “indígena”
(Mbembe 2016: 68). Lo trascendente de la reflexión de Mbembe es que además de evidenciar la actualidad
de la clasificación racial y su relación con la estructura económica de la sociedad, puntualiza claramente
que la transformación de las relaciones de explotación no es suficiente para romper con el racismo. Pues,
además de la explotación, la clasificación racial tiene por objetivo despojar de su subjetividad al individuo
racializado. Con la asignación racial “se producen e institucionalizan ciertas formas de infra-vida, se jus-
tifican la indiferencia y el abandono, se ultraja, vela u oculta la parte humana del otro, y se vuelven ciertas
formas de reclusión, inclusive ciertas formas de dar muerte” (76). El racismo hace aceptable excluir, segre-
gar y discriminar al sujeto racializado, pero además tiene por objetivo administrar su vida, su cuerpo, su
cultura e incluso su muerte.
9 Según Leif Korsbaek y Miguel Ángel Sámano-Rentería, a pesar de que el indigenismo promovió la mez-
cla o fusión étnica, hay que hacer notar la fuerza con la cual los pensadores del indigenismo se distancian
de posiciones racistas y biológicas de todo tipo. Posición que dejan clara durante la Primera Conferencia
Comunista Latinoamericana para discutir el problema de raza, llevada a cabo en 1929 en la ciudad de Bue-
nos Aires. En lugar de un problema de razas, se intentó hacer pasar “el problema indígena” como un pro-
blema de clases sociales (2002: 202).
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10 Es importante recordar que para Lázaro Cárdenas del Río, quien fuera actor importante en el surgi-
miento del Instituto Indigenista Interamericano en 1940, antecedente del INI, “[e]l programa de emancipa-
ción del indio es en esencia el de la emancipación del proletario de cualquier país” (Cárdenas del Rio 1940).
11 Para Aguirre Beltrán, que dirigiera el INI entre 1979-1976, se trata de mexicanizar al indio y el indio
deberá dejar de ser lo que es para integrarse a la nación mexicana, como un ciudadano más, producto
del indigenismo (Korsbaek y Sámano-Rentería 2002: 206).
12 En los gobiernos de López Portillo y Miguel de la Madrid comienzan a reducirse los recursos y pro-
gramas indigenistas, que de 1982 a 2000 marcaron el periodo de descenso del indigenismo instituciona-
lizado, dominado por la reducción progresiva de recursos, el advenimiento de las políticas neoliberales
y el retiro del Estado. A través de la estrategia conocida como “indigenismo de participación” se hace res-
ponsable al indígena de su situación y se generan programas de integración, capacitación y participación
en los sectores productivos para salir de ella (Sámano Rentería 2005: 141).
13 Teun A. Van Dijk, como parte del análisis que hace sobre racismo discursivo de las élites en México,
puntualiza que el discurso utilizado por la clase política en 1921 es muy similar al usado en los debates
parlamentarios del 2000 en torno a la llamada “reforma de derechos indígenas”, en los cuales “los diputa-
dos mexicanos formulan repetidamente unos hermosos discursos en los términos paternalistas de «ayuda»
a los «indios»”, con el fin de que se conviertan en gente como nosotros” (2016: 122). Dicho discurso encu-
bre el olvido y opresión que han sufrido y sufren los pueblos indígenas en México, al negarles los derechos
asociados, justamente, a su condición de pueblos indígenas.
14 El indigenismo necesitó construir una ideología que le permitiera atender el problema indígena, al mismo
tiempo que sentara las bases para poner en práctica políticas encaminadas a la reducción de las desigualdades
sociales. En ese sentido, explica Antonio Machuca, “una ideología tal del mestizaje, en primer lugar, opacó
la realidad de la diversidad etnocultural del país y, en segundo lugar, alimentó la ilusión de que todos somos
mestizos; de una homogeneización en lo racial como sinónimo de igualdad social” (1998: 46).
15 Como puntualiza Alicia Castellanos Guerrero, “[s]in embargo, hay que reconocer los discursos
que incluso atribuyen cualidades positivas a determinados grupos como una forma de ocultar los inte-
reses. Esto es particularmente importante en el caso de los miembros de los pueblos indios, a quienes
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El anhelo por lograr una humanidad mejor, sin rasgos de debilidad mental, locura
y agresividad, así como la búsqueda de múltiples caracteres morfológicos que se ubica-
ron como defectos innatos mediante el uso del conocimiento biológico, determinaron
el que muchos individuos fueran clasificados en condiciones sociales definidas como
inferiores, razón por la cual la ciencia debía limitar sus derechos reproductivos y,
en general, su libertad. (2005: 9)
Tal anhelo llevó a la fundación en 1931 de la Sociedad Eugénica Mexicana para
el Mejoramiento de la Raza, que se encargó de impulsar campañas de responsabi-
lidad hacia la descendencia, la transmisión de enfermedades venéreas y en contra
del alcoholismo (al que veía como un grave problema de salud pública). También sos-
tenía la necesidad de limitar la reproducción de los sujetos considerados lastres socia-
les o portadores de caracteres hereditarios considerados peligrosos; así, propusieron
la esterilización de delincuentes, criminales, locos, epilépticos e incluso homosexua-
les y prostitutas.
A la par de los programas de salud y educación se promovieron dos tipos de proyectos
eugenésicos: por un lado, de manera positiva, apostaron por la selección de individuos
con características socialmente deseables para estimular su reproducción; mientras que,
de manera negativa, se limitó la reproducción de los portadores de las cualidades inde-
seables, a fin de eliminarlas. De tal modo, “La doctrina eugenésica representó un ele-
mento ideal para apoyar las tesis deterministas que sirvieron como marco «científico»
para legitimar el racismo, las diferencias de clase y el colonialismo” (Suárez y López
Guazo 2005: 47).
Es importante aclarar que la mayor parte de los eugenistas mexicanos apostaban
por el uso de la eugenesia positiva, “a partir de implementar medidas que garantizarán
la nutrición y la educación de los futuros progenitores y lograr así mejorar las cualidades
de sus futuros descendientes y de la población en general” (114). En el periodo postrevo-
lucionario se articula una compleja ingeniería ideológica y social para construir al hom-
bre nuevo. En los años 30 y 40 las logias masónicas promovieron proyectos de regene-
ración social con la finalidad de frenar la degeneración moral del país, impidiendo que
nacieran individuos con tendencias hacia la enfermedad mental y la criminalidad; dichos
proyectos vieron su concreción en las campañas nacionales contra el alcoholismo. Para
los masones, “una de las tareas del nuevo Estado era favorecer la planeación familiar,
la educación sexual y hasta la legalización del aborto, «si las necesidades económicas así
lo aconsejan», a fin de evitar «degenerados, tuberculosos, sifilíticos, etcétera, engendren
sin freno»” (Urías Horcasitas 2007: 182).
Si bien el racismo científico tiene una fuerte obsesión frente al mestizaje –en tanto que
la mezcla es vista como decadencia para la “raza superior”–, en países tan diversos como
lo es México el mestizaje ha sido resignificado y promovido como un objetivo deseable.
Lo anterior ha originado procesos que van desde la clasificación racial en castas hasta
la manipulación eugenésica de las poblaciones.
El mestizaje asimilacionista nace en las primeras décadas del siglo XIX, “cuando
empezó a esbozarse aquel proyecto de construcción de la identidad nacional que pare-
cía partir de un ideal biosocial distinto del de Gumplovicz y Gobineau, pues proclamaba
que era la superioridad de las razas mixtas y no la pureza de la sangre lo que garantiza-
ría una nacionalidad firme y sólida” (Gall 2004: 214). Este es el mito en torno al cual se
ha construido la identidad nacional.
El proyecto de mestizaje, que orientó buena parte de los esfuerzos indigenistas, en rea-
lidad no pretendía articular, vincular o fusionar dos razas-culturas, sino desaparecer
a los indios, blanqueándolos y civilizándolos: “El mestizaje es un mito de la identidad
nacional creado por las élites para justificar la regulación de las vidas de los individuos
(indígenas y no-indígenas) por parte del Estado” (Gall 2004: 240). Así, el mestizaje asimi-
lacionista se ha presentado como discurso y política no racista, e incluso como el mejor
dispositivo antirracista en México, aunque, en la práctica, es el rostro amable del racismo
anti-indígena.
Como reitera Balibar, “Las teorías racistas incluyen necesariamente un aspecto
de sublimación, una idealización de la especie cuya imagen predilecta es estética: por ello
deben desembocar en la descripción y la valorización de un determinado tipo de hom-
bre que representa el ideal humano, tanto en cuerpo como en espíritu” (1991a: 93-94),
y con el mestizaje sucede lo mismo, pues al promover la mezcla racial también promo-
vía el blanqueamiento, que se presentó como un mecanismo de combate contra lo que
se consideró “degeneración racial”. Como apunta Gonzalo Portocarrero:
Valga aclarar que dicho avance de posiciones era una utopía, en la medida en que
el mestizaje es heredero del sistema de castas, el cual se perfeccionó tanto que era sus-
ceptible de identificar cualquier mezcla y asignarle un valor correspondiente a su estra-
tificación social. El mestizaje solo generó una nueva jerarquía mediante la revaloración
de los elementos que constituyen la relación pureza-raza-nación, transformando elemen-
tos tradicionalmente valorados como negativos en elementos positivos; así, la mezcla, que
podría significar impureza de la raza, fue promovida como deseable. El lugar dominante
del blanco fue ocupado entonces por el mestizo, lo cual no significó que se cuestionara
de fondo la jerarquía encabezada por el blanco europeo. Sin embargo, lo relevante es que
se sugirió, animó e implantó socialmente una idea que aún opera actualmente dentro
del imaginario social del mexicano, a saber: todos deben esforzarse por alcanzar el blan-
queamiento de la piel para subir en la escala social.
17 La esterilización forzada en Perú, a pesar de ser negada sistemáticamente por las altas esferas
del gobierno, fue organizada e implementada como política pública nacional contra mujeres indígenas
pobres. “Las esterilizaciones forzadas no fueron solo un mecanismo de lucha contra la pobreza en la pobla-
ción rural, sino una guerra quirúrgica contra las mujeres pobres que podrían procrear niños que al crecer
supuestamente iban a sumarse al grupo terrorista Sendero Luminoso” (Fowks 2015).
18 Los estados del país en los que no existe legislación para perseguir esta práctica en contra de las mujeres:
Aguascalientes, Baja California, Campeche, Chihuahua, Colima, Guanajuato, Jalisco, Estado de México,
Morelos, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, Querétaro, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas y Zacatecas.
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CONCLUSIÓN
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