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D ice la Palabra en Génesis 18, 1 -5: "Se le apareció Yahveh en la encina de Mambré estando él sentado a la

puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y he aquí que había tres individuos parados
a su vera. Como los vio acudió desde la puerta de la tienda a recibirlos, y se postró en tierra, y dijo: «Señor
mío, si te he caído en gracia, no pases de largo cerca de tu servidor. Ea, que traigan un poco de agua y lavaos
los pies y recostaos bajo este árbol, que yo iré a traer un bocado de pan, y repondréis fuerzas. Luego pasaréis adelante,
que para eso habéis acertado a pasar a la vera de este servidor vuestro.» Dijeron ellos: «Hazlo como has dicho.»"

Ya pasaron muchísimos años desde que tuvo lugar este encuentro del Señor con Abraham, unos de sus primeros
amigos y “padre” de nuestra fe.

Sin embargo, continúa vigente que Nuestro Señor aparezca ante las puertas de nuestras vidas- Aunque Abraham ya
haya partido y su descendencia se hubiera multiplicado como las estrellas del cielo, el Señor no deja de presentarse ante
sus hijos.

Pero es bien sabido que nosotros, o no sabemos de ello, y aun sabiéndolo, no acudimos presurosos a su visita.

El texto del Génesis expone perfectamente qué es la oración del cristiano y cómo debe realizarse (o por lo menos,
debería).

Empecemos por el principio, dice la Escritura "Se le apareció Yahveh en la encina de Mambré estando él sentado a la
puerta de su tienda en lo más caluroso del día.”. Este versículo, puede resolver tantas dificultades que convienen al tema
de hoy. Una de ellas es, a saber: el sin fin de condiciones previas a la oración que intentamos poner. Tales como: Ahora
no puedo porque recién me estoy despertando…Ahora tampoco porque ya estoy en mi desayuno…¡¿En este
momento?! Estoy por estudiar/ Estoy por dormir; y así, excesivas veces.

San Alfonso María Ligorio sintetizó la vida del cristiano y la práctica de la oración en 10 palabras “El que ora se salva; el
que no se condena”; pero para tal frase no nos detendremos más que para señalar que la oración se trata de estar
familiarmente con Dios: escucharle y hablarle.

Será así que al experimentar en primero persona nuestra filial relación con el Señor, no encontraremos inconvenientes
en nuestra débil, distraída, y desagradecida vida. Reconocer la presencia de Dios ya sea al abrir o cerrar los ojos, o
realizar otras actividades como el estudio o el deporte, no nos resultarán tan complejas. Además, nos conciliaríamos con
la sencilla doctrina de Ligorio. Empero, regresemos a nuestro asunto.

Para el padre de la fe, creemos que dos cosas eran importantes:

1. Amaba al Señor sobre todas las cosas y sabía que Él lo amaba también (gratuita y libremente), luego estar con Él,
escucharle o hablarle no suponía cierto tipo de oblación, sino que se transformaba siempre en una necesaria
correspondencia a tan gran amor.

2. Hablar de condiciones previas para Abraham que a su vez suponían una negación o una prórroga para tratar
familiarmente con Dios era imposible, inimaginable, ridículo; personalmente, esta absurda idea, me evoca a suponer a
unos novios evitando o rechazando la mínima consideración de llevar el vínculo pobre y débil a una unión más
efectiva, fértil y sólida; y si no basta ese ejemplo pensemos en la forma en que uno pospone la alarma una y otra vez.
Desgraciadamente, sabemos cómo finaliza ambas historias.

No abandonemos el texto sagrado. A continuación de la aparición de Yahveh casi como si Él quisiera que tomáramos
apunte, se describe cómo reaccionó el anfitrión: “Levantó los ojos y he aquí que había tres individuos parados a su vera.
Como los vio acudió desde la puerta de la tienda a recibirlos, y se postró en tierra”. Quizás fueran esas las condiciones
cuando el encuentro con el Señor; condiciones reverentes y dignas de ser imitadas.

Para que no nos quedemos ajenos al libro de la Nueva Alianza, esta actitud del siervo con su Señor se halla en el
Evangelio según S. Lucas 10, 38-42, el texto en el que una hermana le reclama a Jesús que su otra estaba perdiendo el
tiempo al renunciar a las actividades de la casa, para sentarse a sus pies y escuchar sus palabras; y en el Evangelio de
Juan 11, en el que reaparecen estas hermanas, se dice de la misma que estaba sentada a los pies y escuchaba las palabras
de Jesús, tras ser llamada por el Señor se escribe : “Ella en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente y fue a su encuentro”,
y en dos versículos más adelante: “Cuando Marías llegó donde estaba Jesús y lo vio, cayó a sus pies (llorando)”.

Podríamos continuar citando y admirándonos de las Sagradas Escrituras, pero hoy nos limitaremos a exponer la
relación entre el cristiano y la oración, con el atrevimiento de que este emparentamiento está ejemplificado y explicado a
su vez en Abraham.

El último recorrido que haremos, hemos de detenernos en la prosecución del capítulo 18 del Génesis.

Una vez que el Señor se hubo manifestado a las puertas de la tienda, para Abraham no quedó otra opción que
contemplarlo, acudir y postrarse ante sus pies; y si pudiera haber elegido otra manera de realizarlo, no lo hizo; sólo
después de tal recibimiento pudo proferir palabras, y escogió las que mejor guardaba para aquella ocasión: “Señor mío,
si te he caído en gracia, no pases de largo cerca de tu servidor”.

Así, nuestro padre en la fe, refiere tres cosas que aún pueden iluminar la vida de oración.

1. Dice “Señor mío”; con ello manifiesta que el objeto principal y único de contemplación es Dios. ¿Nos dirigimos y
tenemos trato con Él?, o más bien ¿nos referimos como a tantas otras de sus criaturas?; no ignoremos que el trato es
con el Creador mismo. De lo contrario, ante la aparición del Señor, Abraham podría haber permanecido sentado en su
silla, dejando la atención de las visitas a algunos de sus siervos. Así, nos deja completamente advertidos que: el como
anfitrión se relaciona personalmente con el Señor, no obstante, la relación que entreteje se asemeja a la de un siervo con
su Señor.

2. Prosigue el texto diciendo algo levemente confuso pero lógicamente entendible: “no pases de largo”. El traductor
latino escribe: “ne transeas”, es decir discurrir, transitar, tratar un asunto, recorrer un lugar pero con la particularidad de
que se omite lo que se transita. Ejemplifiquémoslo este verbo como si hubiera de recorrer un camino que tenga como
punto de partida A y de llegada D. Teniendo a D como punto de llegada, no me detendré en B o en C. Así Abraham,
suplica a Yahveh que le permita tratar con él o discurrir sobre algo deteniéndose. En el libro de la Nueva Alianza,
encontramos esta conducta en el Evangelio de Lucas cuando dice: "Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán
de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: et adpropinquaverunt castello quo ibant et ipse se finxit longius ire
29.et cœgerunt illum dicentes mane nobiscum quoniam advesperascit et inclinata est jam dies et intravit cum illis"
(«Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos.). ¡Cuánto nos ama el
Señor! Porque, en tantas ocasiones se suele contraponer las palabras de Abraham: “Servidor, no pases de largo cerca de
tu Señor”.

En los versículos que restan, es decir del 4-5, Abraham nos enseña algo más sobre la vida de un ser un servidor.

Ofrece algunos servicios y se ofrece a sí como siervo. Pretende convidar agua (para lavarles los pies), un árbol (para que
pueda reposar), y un bocado de pan (para reparar las fuerzas). Una vez que hayamos echo nuestras estas palabras,
podemos recordar que Jesucristo, verdadero Dios y Hombre, fue quien ofreció perfectamente esas tres cosas por
nosotros, al Padre. Por medio del Agua (nos hizo hijos de Dios), por medio del Árbol (redimió a la humanidad), y por
su Pan (nos dio la Vida Eterna).

El texto del Génesis finaliza cuando los tres individuos en unánime voz cantan: «Hazlo como has dicho». ¡De tal modo
estuvo conforme la oración de Abraham con la Voluntad de la Divinidad!

En alguna manera podemos llamarlo dichoso o bienaventurado al esposo de Sara, por ser un servidor sabedor de los
deseos de su Señor, y al mismo tiempo por ser un amigo amado de Nuestro Dios. Esta conformidad de lo que
Abraham es, piensa y hace , con lo que Dios mismo ES, PIENSA Y HACE, tuvo sus frutos, pues obtuvo gracia ante los
ojos de Dios que lo colmó de bienes y que a su vez lo colmó de tantos otros que lo hicieron feliz acá.

Recordemos que esta hermosa y descabellada paradójica relación llegó a su culmen relativo en aquella muchacha de
Nazareth que le dijo a su Señor “Fiat mihi secundum verbum tuum” (Hágase en mí según tu Palabra”) y en cuanto
perfección absoluta, se dio en Nuestro Amadísimo Redentor, que ante una tristeza que le hacía sudar sangre, estando de
rodillas, en lo más oscuro de la noche, profirió la más perfecta oración que se pueda realizar: "Pater si vis transfer
calicem istum a me verumtamen non mea voluntas sed tua fiat" ( Padre, aparta de mi este cáliz, pero que no se haga mi
voluntad sino la tuya)

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