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El tiempo de la consolación / Michaël Foessel

“El concepto siempre se convierte en problema alrededor de una herida” escribió,


un día, Jacques Derrida. Y es que lo real es trágico. Es una llaga, pero el movimiento del
concepto sirve para (re)conciliar, volver a cerrar la herida. La consolación podría ser de
esos conceptos, o al menos así lo es, tal como lo establece el proyecto presentado en El

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tiempo de la consolación. Atravesamos, quizá más que nunca, una crisis humana, un
tiempo marcado profundamente por la angustia y la confusión, de ahí ese retorno filosófico
hacia la consolación. Michael Foessel, a través de su título, diríamos que propone una
solución: consolar. Consolar la tristeza de los hombres, he aquí una tesis que, no obstante,
es planteada a contra-corriente. En una época en que las poblaciones reclaman, cueste lo
que cueste, tratamientos de choque, principalmente en la cuestión de la política más
cotidiana, desplazándose hacia el interés y el respaldo delirante a los extremos de todo
género, pensar la consolación es, sin duda, una originalidad. Los contornos del nuevo
mundo se dibujan a veces con las pinceladas del antiguo, en la creencia de que las lágrimas
de los tiempos pasados se han secado definitivamente. Una bella ingenuidad en apariencia
emana, en el sentido positivo del término, de esa renovación filosófica de la consolación –
una especie de Renacimiento de la com-pasión por la desolación.

Pero parece que la angustia no es privilegio de los últimos decenios, si


consideramos lo que enuncia Philippe Muray: “lo real, en todas las épocas es irrespirable”
[1]
. A esta fría desolación se añade una hirviente desilusión. Ya todo ha sido intentado para
paliar el sufrimiento humano, todo ha sido probado por grados y recusado, pero la
consolación como tal fue dejada de lado, y aún olvidada. Nadie cree en la consolación: ha
sido frecuentemente defraudada -ciertamente menos en las religiones y las psicologías que
alegran los corazones. En Los tiempos de la consolación, la falta se encuentra, en parte,
imputada a la modernidad. Los Tiempos Modernos asumen el rol de chivo expiatorio
temporal, siendo acusados de ser la figura paternal que ha engendrado el vacío y el caos en
los valores establecidos. Así el texto de Foessel no cede frente a la tarea que se propone de
pensar esta ausencia de pensamiento de la consolación en nuestra “postmodernidad” –si
esta denominación tiene sentido. Más allá de estos primeros comentarios, conviene poner
en perspectiva e interrogar el proyecto filosófico-político que describe Foessel.

Filosófica pues el autor justamente le reprocha a la filosofía haber dejado el campo


de la consolación a las religiones y a la psicología. El primer talento de este libro es
establecer el estado del concepto de “consolación”. Su desplazamiento se hace al margen de
la filosofía, sobre umbrales de otros dominios del pensamiento y de la creencia. Foessel nos
hace ver los croquis y los bosquejos que se dan por objetivo a pensar, en una larga
duración, de la gran red de la consolación del hombre. Boecio, Séneca, Hegel, Kant o
Heidegger colorean con sus palabras esos trazos finos del pensamiento. Todo es releído y
vuelto a ver a la tenue luz de la consolación. Esta re-evaluación de la tradición nos hace
comprender de nuevo los pasajes frecuentemente claves de textos muy clásicos. Política,
pues responde a la idea de partir de la intención de re-crear el gesto de una cohesión, el
gesto de reunir en el sentido primero de la πολις i: “el potencial político de la consolación
reside en la afirmación de que existe otra vía” [2]. Aún si el libro no menciona que la
                                                                                                                       
i  .-­‐  Polis  

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consolación no es solamente una “técnica de sí” [3] que, en sí misma está siempre limitada
a lo singular. El proyecto parece humanitario, tendiendo a lo general y a su interés. La
proposición política pierde quizá su fuerza en este punto: consolar es re-afirmar la
predominancia del individuo, de suerte que la consolación no se considerará más que a esta
escala. ¿Se puede hacer realmente una consolación de la comunidad o de la humanidad en
su totalidad? En efecto, la consolación demanda una proximidad del ser-ahí, al ser-ahí, y es
en este punto que sobrevienen los problemas: ¿consolar una presencia singular vuelve
posible la consolación del mundo entero en ese mismo gesto? Una política de la
consolación parece compleja, limitada. Foessel da la impresión, después de haberlo tocado
abundantemente en la introducción, de abandonar poco a poco esta idea política, para
mostrar (¿involuntariamente?) que la única política soportable históricamente y
concretamente destinada a la edificación de un conjunto tendría las formas dibujadas y los
colores más vivos de la reconciliación: “porque la modernidad ha engendrado una
exigencia más alta que la de la consolación: la reconciliación. Llamamos ‘reconciliación’ al
proyecto filosófico, pero también político, de imponerse sobre lo que hemos perdido” [4].
A despecho de los reproches juiciosos que señala Foessel frente a esta forma de
reconciliación, él expone, quizá a pesar de él mismo, una reconciliación que sea
concretamente viable. Las paginas avanzan y la consolación, en su perspectiva política, es
dejada en las cotas de la utopía, en provecho ciertamente de un análisis interesante de su
narración, de su enunciación, de su gramática. Esta bifurcación en sub-suelo actúa sin
embargo como una pequeña frustración en el lector, a quien se le prometió una auténtica
política de la consolación.

Consolación no es curación: el texto lo repite, justamente, en muchos pasajes: “se


consuela lo que pretendemos no saber curar” [5], así pues no hay medicina de la
consolación. En la primeras páginas de La gaya Ciencia, Nietzsche explica:

Todavía espero que un médico filósofo, en el sentido excepcional de la palabra


–uno que haya de dedicarse al problema de la salud total del pueblo, del tiempo, de la
raza, de la humanidad- tendrá alguna vez el valor de llevar mi sospecha hasta su
extremo límite y atreverse a formular la proposición: en todo el filosofar nunca se ha
tratado hasta ahora de la ‘verdad’, sino de algo diferente, digamos, de la salud, del
futuro, del crecimiento, del poder, de la vida…[6]

Podremos comprenderlo y Michel Foessel se lo explica: no será entonces apóstol de


Nietzsche. La “gran salud” no es vista o considerada bajo el concepto de consolación. ¿Por
qué entonces preferir la consolación a la curación? Pues un hombre enfermo o sufriendo
tiene necesidad de ser cuidado, no de hacerse consolar. Este es el momento de que se
confronten dos concepciones , dos proyectos que podrían terminar por acoplarse. Es verdad
que Nietzsche mira, a veces, con agrado la consolación. No obstante, analiza, con la
virulencia que le es propia, lo que ella vale [7]: refiere dos etapas de la consolación, el

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primer nivel describe el sentimiento de venganza del último hombre. ¿Qué quiere decir?
Cualquier hombre afligido, triste, decide hacer sufrir a otro, entonces está tentado de
conseguir el resto de potencia y consolarse con el poco de poder que queda sobre el mundo
que lo rodea. El segundo nivel estima al nuevo hombre, el superhombre, es decir que
cualquier hombre afligido, triste, comprende su desgracia como un “castigo"[8] y un medio
de escapar en parte a su destino. Cesa entonces de querer hacer sufrir al prójimo, pues en el
descubrimiento que hace encuentra una nueva satisfacción que lo consuela. La fuerza de
Nietzsche consiste en comprender que la consolación es una etapa de la curación, pero que
el cuerpo [Leib] que hace existir al hombre es el lugar que es necesario curar, comenzando
por promover la rehabilitación del cuerpo. De nada sirve ser únicamente médico del alma
en la línea de Epicuro: el filósofo debe hacerse simultáneamente médico del cuerpo del
hombre sufriente. Foessel dirige su atención a los “moretones” del alma, e intenta
confrontarlos reactivando los grandes textos filosóficos y literarios. Pero después de ese
gran momento que constituye El tiempo de la consolación, un tiempo de la curación podría
completar el proyecto trabajando la aproximación corporal y carnal de la consolación.
Abriendo los campos de reflexión sobre la obra maestra de Jacques Derrida Le toucher (El
tocar), Jean-Luc Nancy ha encontrado la ocasión para inscribir el rol del cuerpo en la
técnica de la consolación.

Por demás, si “la indiscreción en la mirada de lo inefable es probablemente la tarea


misma de la filosofía” [9], meter, (dis)poner de las palabras sobre las cosas, los
acontecimientos, da lugar, no unilateralmente a una consolación sino también a una
curación al dar significación a un elemento en apariencia desprovisto de sentido. Hacer su
duelo no se hace únicamente por la consolación espiritual de quien llora, sino también por
una curación lenta y profunda gracias al aspecto performativo de las palabras sobre el
cuerpo y nuestra propia sensibilidad. Desde entonces, Foessel no presiente al consolador, lo
toma demasiado rápido como un personaje bien intencionado, sin desconfiar de las bellas
palabras psicologizantes. Y tiene, desde su punto de vista, buenas razones. No obstante,
¿consolar no es más que el acto puramente destinado hacia el otro-sufriente? Pongamos
aquí un argumento polémico para abrir una discusión, nacido del libro y de la propuesta de
Foessel, interesante, necesaria, digamos a manera de prolongamiento, de vecindad. ¿La
consolación no sería en realidad a la curación, lo que la indignación es a la revuelta, en la
medida en que daría buena consciencia sin cambiar activamente lo real, sin jamás curar?
Si el sufriente continúa sufriendo, qué importa la consolación. Esta crítica cínica propone
concebir que la consolación es una conservación: ayuda a hacer pasar la píldora –la píldora
pasa igualmente. Estaríamos, de facto, tentados a decir que el consolador consuela para sí
mismo y no para el prójimo; dicho de otra manera, ella no es “un aprendizaje de la
alteridad” [10], más bien se maquilla como tal. Quisiéramos entonces arriesgar una
pregunta inmediatamente después de una afirmación en extremo instruida: si curar es una
tarea de ambición sin igual, consolar se mostraría quizá demasiado, en esa perspectiva

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nietzscheana, como un fraude hacía el otro. Entonces la filosofía como consolación


deviene una anti-filosofía. Porque entonces, si la filosofía es una búsqueda de la verdad, y
la consolación un mensaje afortunado, entonces la filosofía como consolación sería una
“ciencia” del mentir-para-curar. Schopenhauer, de acuerdo con Nietzsche, escribía esto:
“mi filosofía es una filosofía sin consolación: simplemente porque digo la verdad” [11].
Detrás de esta provocación se disimula una posible contradicción formal de pensar una
erección de la filosofía como método de consolación del cual Foessel va a considerar, con
toda la precisión requerida, la influencia , la larga historia que produce el sentido.

La consolación permitirá ciertamente llenar el vacío que nuestra era construye


incansablemente. La desolación de la “modernidad” está marcada por la perdida de algo: la
cuestión del progreso interviene; recordemos lo que dice Compagnon a este respecto: ”por
mi parte, pienso que es justo avanzar sin olvidar mirar el retrovisor. Es prudente y sensato.
Como esos escritores [Baudelaire, Barthes…]. Estimo que todo progreso implica un a
pesar de” [12]. Ese vacío, digámoslo esta vez sin cinismo, ha sido llenado por el
entretenimiento: divertirse para olvidar y no lamentar, es decir consolarse. El hombre se
consuela, de buen o mal grado, divirtiéndose, aún si aquello es rechazado por Michael
Foessel, quizá contra Pascal. En sus Pensamientos, Pascal (pre)ve con precisión el vacío y
la angustia –Heidegger lo existencializa- como lo que es llenado respectivamente y
distorsionado por el entretenimiento: “los hombres no habiendo podido curar la muerte, la
miseria, la ignorancia, están decididos, para hacerse felices, a no tener nada que ver con
pensar” [13]. Que él fustigue también el entretenimiento en otro frente, no impide el que
Pascal sea, aquí, nietzscheano, describiendo la necesidad de olvido de la humanidad para
poder sobrevivir a los dolores espirituales y físicos de la Memoria, y consolarlos
verdaderamente. La memoria del olvido aparece como la condición sine quo none de la
gran consolación. Puesto que Foessel habla de los tiempos presentes, es necesario
entonces considerar que su tiempo de la consolación lucha contra nuestro tiempo del
consumo que, peor, no es un entretenimiento. Consumir para consolar, en eso se sostiene la
trágica realidad de nuestra época: consumir permite compensar nuestro rechazo a pensar. El
“hombre moderno” se consuela con los objetos y las palabras que sirven para curar, como
es el caso del psicoanálisis, la psiquiatría, la psicología, a las cuales Foessel busca, con
vigor, denegar la virtud consoladora para proceder con talento a una refundación de la
consolación abierta a la filosofía. El libro puede abocarse así sobre sospechas justas, a una
crítica de ciertos sociólogos político-históricos, que interrogarían las funciones del retorno
de lo religioso, después de la muerte de las grandes ideologías que habían servido de
consuelo en el siglo XX. En una palabra, El tiempo de la consolación se presenta como un
brillante y erudito repertorio filosofante de las ocurrencias fundamentales del pensamiento
de la consolación en la historia de la filosofía, desde Platón hasta nuestros días. Con bellos
“entreactos” literarios puntuando el texto, poniendo en escena la practica de la
consolación. Esas páginas construyen, con prudencia, un proyecto político, pensado en el

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sentido de excluir la consolación, ponerla por fuera de lo religioso y de lo todo-


psicológico, y pensado en una vieja modalidad de su rol social. Lo cual hace del libro un
libro tanto equivoco como interesante.

Jonathan Daudey

[1] MURAY, Philippe. Festivus Festivus


[2] FOESSEL, Michael. Le temps de la consolation. Seuil, L’ordre philosophique, p. 27
[3] Ibid, p. 13
[4] Ibid, p. 225
[5] Ibid, p. 10
[6] NIETZSCHE, Friedrich. Le Gai Savoir, Prefacio, §2 (La ciencia jovial, Monte Avila
Editores)
[7] NIETZSCHE, Friedrich. Aurore, §15
[8] Ibid.
[9] LEVINAS, Emmanuel. Autrement qu'être ou au-delà de l'essence, cap. 1 (De otro que ser
o más allá de la esencia, Ed. Siguieme, 1995)
[10] FOESSEL, Michael. Le temps de la consolation, p. 25
[11] SCHOPENHAUER, Arthur. Pensées et fragments, retomado en FOESSEL, Michael. Le
temps de la consolation. Op. cit., p. 223
[12] Entrevista con Antoine Compagnon, en
PHILITT : http://philitt.fr/2015/02/05/entretien-avec-antoine-compagnon-tout-progres-
implique-un-regret/
[13] PASCAL, Blaise. Pensées, éd. Le Guern, p. 126

Publicado por J-C Martin

http://strassdelaphilosophie.blogspot.com.co/2015/12/le-temps-de-la-consolation-
michael.html

Traducción de Ernesto Hernández Barragán, Cali, Diciembre de 2015

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