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PUBLICADO: 16/06/2014
Pero el mundo revolucionó. Ahora la competencia es despiadada y ataca por todos los
costados. Los mercados son confusos. Ya no son estables o predecibles, sino cíclicos e
indecisos. Los pronósticos son cada vez más difíciles de acertar y estamos
inmisericordemente a merced de hechos sorpresivos. Para triunfar en estos contextos,
los directivos no tienen más opción que ejercer un liderazgo estratégico.
Sin duda, los actuales entornos que se caracterizan por el cambio, generan desequilibrio
empresarial y los perfiles gerenciales exigen una transformación de inmediato: lo que
fue bueno hace algunos años, será la causa del desastre en el mañana próximo. A eso
que en el pasado fue provechoso pero que ahora resulta problemático lo denominamos
“dirección prehistórica”; a la actual y que debería existir hoy en día la llamamos
“dirección postmoderna” o del liderazgo estratégico.
En la época de la dirección prehistórica, los administradores se destacaban por la
cantidad de horas que dedicaban al trabajo, por sus conocimientos y destrezas
habitualmente adquiridas con la práctica, tenían dominio de casi todos los temas de la
empresa y lo más seguro era que no exitiera mucha rotación y en consecuencia tenían
mucha antigüedad. Y su trabajo fundamental se concentraba en administrar tareas y
operaciones, tomar la mayoría de las decisiones. Presionar a su gente por el
cumplimiento de las metas, ejercer estricto control y al final fiscalizar los resultados.
Pero resulta que el siglo XX fue el imperio del capital y la máquina y el siglo XXI es de
las personas y del entusiasmo. Hoy el poder no reside en el dinero, sino en la gente y en
consecuencia, los perfiles y habilidades requeridas para ser un directivo exitoso deben
reformarse a velocidades colosales.
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plazo; el análisis toma en cuenta todos los ángulos y puntos de vista de las personas
que serán afectadas con la decisión. Recuerde: toda empresa tiene una misión que no
es más que una promesa al cliente, por lo tanto, el consumidor debe estar en el centro
de sus preocupaciones. No hacer lo que los colaboradores puedan ejecutar, pues ellos lo
harán mejor. Delegar no es abdicar, es conceder responsabilidades, ejerciendo
seguimiento. La capacidad de comunicar es fundamental y comunicar es saber escuchar
a los demás.
• Liderazgo inspirador: Los líderes no controlan, inspiran. Y hoy se trabaja con personas
que poseen más talento y formación que hace tres décadas. Los retos planteados a los
subordinados tienen que ser más amplios y profundos. Muchas personas están
“enjauladas” en puestos que no están diseñados para desplegar su potencial
profesional. Qué lástima... Una organización que no ponga todo el potencial humano a
disposición de su competitividad, no perdurará mucho tiempo.
• Generar pasión y confianza en sus colaboradores: En pocos años pasamos de la
economía muscular, a la economía cerebral y ahora a la economía de la pasión. El
empleado debe saber que sólo sintiendo pasión por lo que hace, estará aportando algo
positivo en la vida de los clientes. Pero la pasión del empleado depende de la que
sientan sus jefes. Los gerentes del nuevo milenio son repartidores de entusiasmo. En mi
sentir, la pasión no es delegable, no es enseñable, no es copiable… es contagiosa
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