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En lo que Julia Varela y Fernando Álvarez Uría han dado en llamar “la
maquinaria escolar” (Varela y Uría, 1991), en ese estudio que hacen los autores
sobre el sistema educativo que conocemos, es dable encontrarse con una lúcida
arqueología del disciplinamiento de la infancia. A simple vista, y desde la
perspectiva foucaultiana desde la que llevan a cabo tales desarrollos, daría la
impresión de que hay, en efecto, dos actores: uno encargado de llevar adelante
acciones de dominación, y otro que se ubica en el lugar del dominado; la escuela
sería el aparato disciplinador que despliega este poder que le otorga el Estado, y
los niños pasarían a ser un polo de aquella heterogeneidad, de lo diverso que el
sistema educativo tuvo como misión homogeneizar, tarea suprema que se lleva a
cabo, por supuesto, disciplinando.
No yerran Varela y Álvarez Uría, claro que no, pero es posible todavía agregar
que (aclarar más todavía) la microfísica del poder nunca implica una mera
polarización dominante/dominado, sino un poder circulante y replicado no solo en
la verticalidad de las líneas de autoridad, no solo un poder de arriba hacia abajo,
desde el Estado a la escuela y desde la escuela a la juventud (sea lo que sea que
esa palabra pueda significar): en Foucault leemos el poder como una interacción,
una reproducción de verdades instaladas, naturalizadas, pero no solamente para
modelar subjetividades adolescentes sino los CUERPOS (Foucault, 1993, p. 200).
Bibliografía:
Alliaud, Andrea (1993) Los maestros y su historia: los orígenes del magisterio argentino/1
http://www.propuestaeducativa.flacso.org.ar/dossier_articulo.php?num=31&id=27