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Comprensión católica de la fe, según el Concilio de Trento

En el santo concilio de Trento, la fe en tomada como justificación, pues dice “los

pecadores están dispuestos a ser justificados, cuando excitados y ayudados por la gracia, y

cuando creyendo en la palabra divina que oyen, se encaminan libremente hacia Dios,

creyendo que todo lo que le ha sido revelado y las promesas, son verdad” así pues, todo impío

que acoja estas palabras y promesas recibe la redención que da Dios por medio de Cristo. La

justificación también se da cuando se reconoce pecador y persevera a través del dolor, sin

renegar, al contrario, poniendo toda su confianza en Dios; llegando al punto de tomar esta

travesía del dolor a modo de purgación y penitencia antes del bautismo, que cuando lo recibe

comienza una vida nueva.

Es necesario tener en claro que la justificación no es solo el perdón de los pecados, sino en

la santificación y renovación del alma. De lo contrario que de novedoso seria que nuestros

pecados sean perdonados y seguir en lo mismo; “nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos

viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como

los pellejos” (Mc 2, 22). Por tanto “la fe es comienzo y raíz de la justificación y de la

salvación, pero no la causa de la justificación” (Izquierdo, 1998), como lo entendían

intérpretes protestantes.

Por tanto, por pura misericordia y caridad, hemos sido justificados. Jesucristo, ha dado su

vida para que nosotros podamos tener parte en el cielo, y esto lo ha hecho por la gran caridad

que tenía y tiene hacia nosotros, para muestra de ello, padeció en la cruz, y este acto de amor

fue lo que le proporciono un amor tan grande a Dios padre, que somos hijos en Cristo. Sí

tomáramos conciencia de que esto significa, acogeríamos con más veracidad la cruz y

daríamos un giro pasando de la realidad de pecado a colaborar en la gracia, y la edificación

del reino.

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Por tanto que hemos sido justificados por el amor, nuestro deber es perseverar en la fe, y si

llegáramos a caer nuevamente en pecado, por nuestra fragilidad, debemos regresar cuanto

antes a la gracia. Jamás debemos presumir, ni tampoco confiar en la predestinación, creyendo

que ya estamos en entre los justos; a menos que haya tenido una revelación particular, no debe

dar por supuesto todo. Si vamos por el camino de la perseverancia, y mantenernos

justificados, que es deber nuestro, no debemos ir por ese camino solo confiado de las fuerzas

y dotes humanos, pues en gran parte estamos dejando de lado la gracia, y confiando solo en

nosotros mismos, debemos estar en plena confianza de aquel que es el omnipotente.

Quienes ya hemos vuelto a pecar y con ellos a alejarnos de la justificación, podemos

volver a la misma con la ayuda de los sacramentos, en especial el de la penitencia, y recobrar

la gracia perdida, “a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes les

retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 23) de este modo no encontramos escusa alguna para

decir que Dios no pensó en nuestra debilidad, o que tal vez no tiene piedad del hombre frágil.

Por el pecado mortal también podemos perder la justificación, y hasta la fe; por otro lado si

se conserva la fe pero estamos manchamos de pecado, de igual manera perdemos la

justificación y sin ella quedamos excluidos per reino de Dios.

El capítulo ‘De Fide’, de la constitución ‘Dei Filius’ del Concilio Vaticano I

El hombre no es auto independiente en absoluto, y mucho menos cuando de entender las

cosas que salen del entendimiento humano se trata, pues el intelecto del hombre llega hasta

cierto punto donde ya no puede ir más allá, y si quiere traspasar esas barreras, debe, por tanto

aceptar en don de la fe, regalo que Dios hace al hombre para que pueda entrar en lo

sobrenatural de las cosas. Dios en su infinita bondad revela al hombre las verdades no

comprensibles a la luz de la razón sola, pero no lo hace con un tinte de capricho, sino para que

el hombre pueda conocer de Dios, así como da estas verdades, también da la llave de acceso a

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las mismas, que es la ‘fe’. Dios no puede engañar ni engañarse, y todo lo que conocemos por

la vía de la fe, tiene garantía de verdad.

Para que la fe no sea solo objeto de solo creencia ciega, dispuso Dios realizar milagros,

hechos divinos; con ellos pone en relación la fe y la razón como parte de entender lo que está

sucediendo en ese momento. “hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu

enfermedad” (Mc 5, 34) con estos signos, muestra su omnipotencia y su deseo para darse a

conocer en las cosas reales y concretas a la vista de todos, y que son de fácil comprensión de

la razón natural. Para que haya una certeza, (una experiencia), Jesús, el Hijo del Padre, obra

varios milagros, “hay muchas otras cosas que hizo Jesús…” (Jn 21, 25) que son señal de que

la razón y la fe son compatibles.

La fe no es pura decisión humana, sino que va acompañada: “cuando venga el Espíritu de

la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16, 13) sin este acompañamiento, por el

cual nos es más fácil aceptar y creer en la verdad, no llegaremos a la salvación. Debemos tene

en cuenta lo que dice San Pablo en la carta a los Hebreos “sin fe es imposible agradarle, pues

el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que lo buscan” (Hbr 11,

6) y esta recompensa es tener parte en el reino de Dios. Para perseverar en la fe, y nos

desfallecer, su Hijo unigénito, fundo la Iglesia y en ella ciertas guías, y paso a ser maestra y

custodia de la Palabra revelada.

La universalidad de la Iglesia es una verdad dicho por Jesús: “Id por todo el mundo y

proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvara, y el que

no crea se condenara” (Mc 16, 15-16). Por tanto quienes permanecen en la fe católica

(universal) forman parte de una situación muy diferente a la que siguen una religión falsa,

pues la Iglesia a de brindar razones justas para permanecer en ella.

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El magisterio contra el fideísmo y el modernismo

Fideísmo

En la carta a los romanos “se trata de la justicia que Dios, mediante la fe en Jesucristo,

otorga a todos los que creen…” (Rm 3, 22) este pasaje puede ser uno por los cuales provocan

la separación de la fe y la razón, o a su vez, la expulsión de la filosofía, ya que se mantenía

que la razón humana no puede alcanzar las verdades de Dios, ni tampoco conocer a Dios. La

fe así proclamada en este modo de pensamiento, no corresponde o parece tener cierto apego a

la inteligencia, sino más bien a un encuentro existencial con un Dios benigno.

Las verdades de fe, con esta forma de ver la fe, pierden su sentido estricto, y pasan a ser

más un juicio subjetivo, uno individual, donde cada quien puede obtener una interpretación de

la Sagrada Escritura, y también de la revelación. “hay que renunciar a la razón si se quiere

conocer la verdad” (Bautain, 1796-1867)1 esta idea va en contra de lo que dice San Pedro

“…siempre dispuestos a dar respuesta a quien pida razón vuestra esperanza” (1 P 3, 15) si

abandonamos enteramente, o parcial, la razón, vamos a caer en un mero ‘idealismo religioso’

con lo cual no vamos a poder enfrentar las más crueles y duras situaciones que se nos

presenten, y mucho menos dar un sentido propio a nuestra existencia.

“En el fondo, la raíz de la autonomía de la que goza la filosofía radica en el hecho de


que la razón está por naturaleza orientada a la verdad y cuenta en sí misma con los
medios necesarios para alcanzarla. Una filosofía consciente de este ‘estatuto
constitutivo’ suyo respeta necesariamente también las exigencias y las evidencias
propias de la verdad revelada” (FR, 49)2

1
Izquierdo, C. 1998. Teología Fundamental. Pamplona: EUNSA
2
San Juan Pablo II. Fides et Ratio, 49

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Modernismo

Dentro de este pensamiento, se plantea que hay dos límites: externo e interno; en

cualquiera de los dos, llegara a un punto que ya no pueda profundizar más, no podrá acceder a

lo que se le presente en esa trayectoria, y solo por un juicio pobre en razonamiento, termina

determinando que aquello a lo que no puede acceder tienes relación con Dios, o es Dios

mismo quien se manifiesta. Si no hay un juicio previo, también se puede optar que la persona

está pasando por un momento psicológico nada agradable, y que su necesidad por un

encuentro místico, religioso, le lleva a concluir que es Dios el autor de ese sentimiento. Que

también se lo define como fe, según sus creencias modernistas.

Tomando estas consideraciones como válidas, muchas de las “religiones” vendrían a ser

validadas y portadoras de la Verdad, reduciendo también todo el misterio de la Revelación a

un acto emotivo. Esta experiencia religiosa se da más como subjetivo, propio y privado. Lo

importante es que el sentimiento y quien cree estén de acuerdo con lo sucedido, sin importar

la agudeza mental, pues dejan de lado las persuasión científica.

La fe ha pasado, de ser una respuesta libre y voluntaria a la revelación, a un

sentimentalismo sin fundamento.

La naturaleza de la fe en la constitución Dei Verbum

La obediencia de la fe, es la respuesta a la revelación que Dios por pura gracia quiere

hacer en nosotros. Este acto de fe, es confianza total en Él, donde le dedicamos nuestro

entendimiento, como signo de nuestra disposición. La profesar esta fe, es necesaria la gracia

de Dios, pues el hombre por decisión propia, no lo hará, y si lo hace estará incompleta, ya que

no tendrá los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual motiva en lo más profundo de su ser,

que es el corazón, provocando la conversión del individuo.

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Para profundizar esta revelación y aumentar nuestro conocimiento en la verdad, el Espíritu

Santo perfecciona nuestra fe por medio de los dones “a uno se le pueden conceder, por medio

del Espíritu, palabras de sabiduría; a otro palabras de ciencias…” (1 Co 12, 8-10) así no

daremos respuestas incompletas, o que tengas dudas, más aun, deberán ser respuestas y

acogimiento de la fe con plena seguridad y confianza en el Padre; abandonarnos en el Padre.

Nuestra fe es la respuesta a la iniciativa de Dios, a la iniciativa de darse a conocer, que mérito

alguno por nuestra parte, no alcanza para tanto regocijo.

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Bibliografía

Izquierdo, C. (1998). Teología Fundamental . Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, S.A.

Paulo III. Trento. Decreto sobre la justificación. 1545.

Pío IX. Vaticano I. Constitución Dogmática Dei Filius. 1869.

Pablo VI. Vaticano II. Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum. 1965

Linkografía

http://www.geocities.ws/magisterio_iglesia/pascendi-1.html#doctrina

http://www.clerus.org/clerus/dati/2005-02/04-13/02FERspa.htm

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