El genuino cristianismo no es una ideología. Convertirlo en algo así es falsearlo.
Tampoco se puede decir, con rigor, que la esencia del cristianismo sea el amor al prójimo. La única definición válida del cristianismo es Cristo. Su espíritu presenta unas nuevas y definitivas relaciones con Dios, con los hombres y con el universo, que permiten al hombre satisfacer sus más profundos deseos de realización y felicidad. Esta es la buena noticia. Jesús es el Cristo. En él se manifiesta, se retrata Dios mismo.
INFLUENCIA DEL CRISTIANISMO EN NUESTRA CULTURA
Desde Antioquía de Siria, donde se empezó a dar el nombre de cristianos a los seguidores de Jesús de Nazaret, el cristianismo, animado fundamentalmente por Pablo de Tarso, se fue extendiendo por las ciudades del imperio romano. Los cristianos, sin embargo, no fueron recibidos como una religión nueva. La religión romana tenía como función consagrar y dar sentido trascendente a los asuntos de estado y a los de la vida cotidiana, por eso no tenía ningún parecido con el pensamiento de Jesús. Los cristianos fueron calificados de supersticiosos y perseguidos por ateos e impíos al carecer de templos, sacerdotes y dioses, y no guardar la obligada veneración a las divinidades de la familia, la ciudad y el estado. La religión romana ejercía el papel de cemento conservador de lo establecido, y el cristianismo, por el contrario, se presentó como fermento de algo nuevo.
La influencia de los cristianos creció hasta que en el año 313 se concedió la
libertad de cultos que supuso de hecho una protección al cristianismo. En el 380, el emperador Teodosio decretó que todos los pueblos del imperio abracen la fe que la iglesia romana ha recibido de san Pedro. El cristianismo pasaba, así, a ser la religión oficial del imperio. Ser ciudadano implicaba ahora ser cristiano. El cristianismo sociológico hizo su aparición en un altísimo porcentaje. Antes se bautizaba a los creyentes, ahora había que convertir a los bautizados. La nueva situación traería no pocos inconvenientes para un mejor seguimiento colectivo del espíritu de Jesús. Desde entonces sería la religión cristiana la que daría cohesión y trascendencia al imperio. De hecho, Jesús de Nazaret ha alcanzado más renombre que ningún otro personaje de nuestra cultura occidental.