Está en la página 1de 6

EL PRINCIPE Y LA LAVANDERA

La Encarnación

Serafín, el ángel madrugador, fue el primero en extrañarse.


- ¿Tan tarde, y ninguno de los Tres aparece?

Pero, pensándolo bien, creyó que no tenía nada que ver con eso; que, a fin de cuentas, Dios es Dios y puede desayunar a las horas que le apetezca. Los
otros fueron llegando a medida que los primeros rayos del sol entraban por el enorme ventanal y las melodías de los ángeles cantores los despertaban:
primero, Abrahán con su hijo Isaac; después, Jacob acompañado por su gran amigo, el ángel luchador; Moisés, descalzo, como siempre; el profeta Isaías
con aquellas barbas que se negaba a afeitar… Poco a poco fueron llegando todos y llenando de charlas y risas aquella enorme sala de la corte celestial.

Todos charlaban, menos Serafín.

Empiezo a sentirme culpable –le dijo al oído al arcángel Gabriel, que leía el periódico a su lado-, tal vez haya tocado las campanas con poca fuerza y Ellos
no las han oído. ¿Crees que debo ir a ver?

El hecho es que ellos no llegaban y poco a poco la extrañeza de su demora se fue extendiendo por la sala y haciendo crecer un bullir de suposiciones. Jonás
–dramático como siempre- se levantó de un salto.

- Ya no aguanto más. Sin Ellos no hay cielo. ¡Alguien tiene que ir a ver lo que está pasando! ¡No me sentía así de nervioso desde aquellos tres días
que estuve en el vientre de la ballena!

Alboroto en la corte celestial

Aún estaba hablando cuando se oyeron voces animadas que se aproximaban. Eran los Tres. Aparecieron alegres en la puerta, con aquellas sonrisas
misteriosas que siempre anteceden a las grandes noticias. Todos se callaron de inmediato y Dios Padre tomó la palabra, mejor dicho, tomó a la Palabra por
el brazo y habló:

- Hemos estado reunidos toda la noche y ya está decidido. ¡Va a ser ahora!

Se hizo un gran silencio de perplejidad en la sala.

- ¿Qué es lo que va a ser ahora? –preguntaban todos por lo bajo, sin entender nada. Pero Él continuó:
- ¿Habéis reparado en cómo está el mundo? Es un lugar fantástico, ¿verdad? ¡Tantos hombres y mujeres! ¡Y tan diferentes unos de otros! Unos
blancos y otros negros; unos vestidos con túnicas y otros con pantalones vaqueros; unos trabajando y otros descansando; unos llorando y otros
riendo; unos amando y otros mirando (1)… ¡Y cada uno con su nombre e intentando ser feliz! Nos hemos conmovido y hemos decidido que éste
es el momento oportuno.

Nadie entendía nada, pero ninguno se atrevía a hablar. Fue Adán quien lo hizo, tal vez por sentirse aludido por las referencias a la ropa.

- Señor, en nombre de todos te pido disculpas, pero creo que nadie está entendiendo con exactitud lo que estás diciendo. ¿Qué es lo que va a
ser ahora? ¿Exactamente, qué?
- Cierto –dijo Dios-, estamos tan entusiasmados que ni siquiera nos explicamos bien. Hemos decidido apostar fuerte por los hombres, algo
impensable, que a todos os va a sorprender y que conseguirá que la humanidad vuelva a Nosotros.
- ¡Ya era hora! –dijo Amós, el profeta, precipitadamente-. Ya era hora de poner orden en esa confusión. En lo que a mi respecta, hace ya mucho
tiempo que habría enviado un cataclismo. ¡Sin un buen castigo nadie aprende! No hay nada como unos buenos truenos o un diluvio o unos
desprendimientos de tierra para que las personas se arrepientan de sus pecados. Disculpad mi atrevimiento pero, por mí, si fuese Dio, ya hace
mucho tiempo que les habría mostrado mi ira. Por desgracia, hay que portarse así con ellos. La verdad es esta: los seres humanos lo han
corrompido todo.
- Amós, Amós –dijo el Hijo lleno de paciencia-, ¡No has entendido nada! ¡Lo que vamos a hacer ya estaba previsto antes de que naciera Adán! No
es un remiendo. Claro que no todo está bien en el mundo, pero cuando comenzamos la creación ya sabíamos que no iba a ser todo perfecto, y
aún sabiendo eso, decidimos crear. Hay guerras e injusticias, pero también hay muchas cosas buenas. Los niños no llegan a adultos sin hacer
muchos disparates y los padres no dejan de tenerlos aunque saben que los van a cometer, ¿no es verdad? Lo que vamos a emprender no es un
remiendo, sino un gran paso que reservamos desde el principio y para el que comenzamos la creación.
- ¿Y puede saberse qué paso es ese? –preguntó tímidamente Isaías.
- Isaías, tú deberías saberlo mejor que nadie. Decidimos… -dijo el Hijo solemnemente-, ¡decidimos que Yo iré a vivir con los hombres! ¿No es
fantástico?

La lección

Todo quedó como paralizado en aquel momento. Los ojos de los habitantes de la corte celestial estaban fijos en los Tres. Se hizo un enorme silencio lleno
de asombro. El ángel Gabriel, con el susto, no consiguió controlar un rápido movimiento reflejo del ala izquierda, que, al chocar con un jarro, hizo
derramar leche por todo el suelo.

- Disculpa, Señor –dijo muy turbado-, no me esperaba una cosa así. ¿Has dicho irte a vivir a la Tierra? ¿Ésa es tu idea?
- Sí –dijo el Espíritu Santo-, y estamos los Tres completamente comprometidos en esto. La idea es de los Tres y desde siempre, pero no podía
ejecutarse hasta ahora. muy lentamente los hombres han ido madurando y ahora ya están preparados para esta demostración de amor. Yo
mismo abriré sus corazones y entenderán lo que es el amor. Aprenderán a amar de nosotros, personalmente. ¡Se aprende más de los hechos
que de las palabras!
- ¿Amar? –repuso sorprendido Amós, que no había quedado nada satisfecho-. ¡Yo pensaba que vuestra misión era la salvación, nunca pensé que
fueran los sentimientos!
- ¿Llevas tanto tiempo aquí y aún no lo has entendido? –dijo el Espíritu Santo-. ¡Sólo el amor salva! Amar y salvar no son dos cosas diferentes,
son una misma cosa. La única lección que necesitan aprender los hombres es a amar. Su única misión es esa: amar. ¡Cuando sepan amar
estarán salvados!

“Poco a poco hemos ido enseñando a cada hombre a amar, les hemos hablado al corazón y por medio de la conciencia,
inspiramos a los profetas para hablar en nuestro nombre, nos hemos introducido en la historia humana. En fin, de manera
indirecta les hemos preparado para el amor. Ahora ha llegado el momento de que vivan con el Amor en persona. ¿Para qué
más rodeos si podemos ir directamente al grano?

“Piénsalo bien, ¡cuando ellos vean el Amor en persona y lo abracen estarán salvados! Claro que no podíamos hacer esto
justo al principio, pues no estaban preparados para aceptarlo. Ahora es el momento oportuno. Cuando puedan conocer al
Hijo, estar con Él, oírlo hablar, verlo amar, aprenderán a amar y estarán salvados. No se trata de enmendar algo equivocado,
se trata de un objetivo. Estuve pensando en este propósito desde que empezamos a crear.

La proximidad
- Por lo que a mí toca –dijo Oseas con los ojos brillantes-, tenéis todo mi apoyo. Confieso que no me lo esperaba. Claro, ninguno de nosotros se
imaginaba algo semejante. Pero tenéis todo mi apoyo. Además me acuerdo de haber hablado muchas veces de amor a mi pueblo. Fui incluso
muy criticado a causa de eso, por comparar a Dios con un amante. El Hijo va a bajar allá abajo, disfrazado de hombre. Lo encuentro una idea
estupenda.
- ¡Oseas! –interrumpió el Hijo-. ¿”Disfrazado”? ¡De ninguna manera! Seré hombre (2).
- Claro, Señor, dos piernas, dos brazos y una cabeza y todos pensarán que eres un ser humano de verdad. No “disfrazado”, claro. Será como si
realmente fueses hombre.
- Oseas, no “como si fuese”, seré un ser humano por completo.
- ¿Un hombre? ¿Cómo? no vas a nacer, no vas a morir, claro está.
- Naceré, moriré y creceré.
- A veces hace mucho frío allí abajo, Señor. No es como aquí, en el cielo…
- Lo sé. Hiela y hasta se congela… el corazón. Y a veces la comida no llega.
- ¿También vais a comer?
- ¡Pues claro! Voy a comer, y a caminar, a sentir el frío en mis pies descalzos y el calor del sol de verano en la espalda. Voy a aprender y tendré
que ir descubriendo las cosas. Oiré y hablaré. Haré preguntas y a veces no tendré respuestas. Tendré que caminar para ir de aquí para allá.

Jonás no aguantó más.

- No sabes en dónde te vas a meter, Señor. ¡Lo de allá abajo es una selva! Todavía me echo a temblar sólo de pensar en Nínive… La gente muchas
veces sufre mucho. Y ya no sólo el frío o el calor, sino la incomprensión de los demás. E incluso la soledad. Disculpa, pero no es ambiente para
ti. ¿No sería más sensato… -disculpa mi atrevimiento-, no sería más sensato que fueras allí con apariencia humana, que te adaptares a todo,
que hicieras lo que tienes que hacer y después te volvieras para acá?
- ¡”Apariencia humana”? Esa es la mayor tentación que padecen los hombres, la tentación de “darse sin darse”, jugar al amor sin
comprometerse. Tocar sin dejarse afectar, sin perder sus seguridades. Los hombres quieren tener siempre abierta una vía de escape. Entonces
se dan, pero no del todo. Quieren experimentar la sensación de amar sin ningún riesgo personal. Y entonces se dicen unos a otros: “Te quiero
mucho, pero no estoy preparado para asumir ningún compromiso, ya tengo muchos problemas en mi vida”. O también: “Te ayudo a resolver
tus problemas con tal de que no me impliques personalmente en tu situación”. O incluso: “Déjame cautivarte. Pero mañana no vengas a tocar a
mi puerta”. No entienden nada.

“Amar es dejar que la carga del otro pase a nosotros. Una especie de transferencia, ¿entiendes? Por eso antes de cada acto de amor
deberíamos pensar si estamos preparados para ello. Cuando amamos nos volvemos frágiles. Por eso establecemos una cierta distancia cada vez
que amamos, de modo que nunca corremos el riesgo de vernos afectados. ¡Eso es lo que insinuabas cuando sugerías que fuese allá abajo
disfrazado de hombre! Pero ya vez que yo nunca podría hacer una cosa así…

- Señor, ciertamente vuestros pensamientos no son nuestros pensamientos y vuestras decisiones son insondables –insistió Jonás con cierta
solemnidad-, ¡pero francamente todo esto me parece una exageración! Ante todo seamos prácticos. Los seres humanos necesitan quien les
aconseje. Id allá abajo a darles una buenas orientaciones. Los hombres precisan ayudas concretas: proporcionádselas. Los hombres ciertamente
ganarían conociéndoos mejor. Id allá abajo y concededles una nueva oportunidad. Pero, francamente, eso de ser hombre me parece arriesgado
e innecesario.
- Jonás –respondió el Hijo lleno de paciencia-, ésa es precisamente la segunda tentación de los hombres que se esfuerzan por seguir el bien, la
tentación de “hacer cosas en vez de estar”. Piensan que el amor se puede trocar por hacer cosas, no entienden que consiste, sobre todo, en
hacerse presente. Se dicen los unos a los otros: “Te di una hora de mi tiempo, ¿ves cómo te amo”. Pero el amor no consiste en horas, en
cánticos, en vestidos, ni en sonrisas, ni en reuniones, ni en nada que se pueda hacer desde fuera. El amor consiste en darse a sí mismo y para
eso es preciso tener tiempo para estar con el otro, tener tiempo para estar, simplemente. Sólo dedicando tiempo somos capaces de absorber el
frío y el calor del otro en nuestra propia alma. Mira, Jonás, un Dios muy eficiente y muy profesional pero que no tuviese tiempo para estar no
salvaría a nadie.

Fue entonces cuando un ángel adolescente salió volando del coro celestial con su arpa en la mano y danzó en el aire alrededor del Hijo, cantando:

¡Ésta es la voz de mi amado!


¡He ahí que viene,
saltando por los montes,
brincando sobre los oteros!
Mi amado es como una gacela
y como un cervatillo.
Está detrás de nuestros muros,
espiando por las celosías (Cantar 2, 8-10).

Después se detuvo ante el Hijo y le hizo una gran venia. Todos aplaudieron, sobre todo Dios Padre, visiblemente entusiasmado. ¡Al fin parecía que alguien
entendía plenamente el significado de aquello que los Tres les transmitían! Pero no todos estaban contentos. Alguien, de entre la multitud, puso el dedo
en la llaga:

- Señor –dijo, volviéndose al Hijo-, veo que obviamente queréis el bien de los hombres. Tamaña entrega no puede significar otra cosa. Lo que me
parece cuestionable, con el debido respeto, es que esto sea bueno para los seres humanos. Hay una línea, Señor, una línea que nos permite que
no todo sea relativo. Por debajo de ella están los pájaros, los árboles, las montañas y los hombres. En fin… la creación. Por encima de esa línea
está Dios. Debajo existe el tiempo. Arriba, la eternidad. Abajo, lo que es finito. En lo alto, lo que es infinito. En lo inferior todo es relativo. En lo
superior, todo absoluto. Esta línea marca una distancia infranqueable y permite que las cosas no se mezclen. Es bueno para nosotros saber que
encima de nosotros las cosas son claras e incondicionadas. Nos permite vivir con orden el caos de la vida.
Ahora bien, si os he entendido bien, vuestro proyecto lo confunde todo. Lo de arriba se mezcla con lo de abajo. Lo superior con lo inferior y
cualquier día esto último pensará que está arriba. ¿No es mejor para los hombres dejarles las cosas como están, exactamente como las vivieron
nuestros abuelos? ¿No introducirá esto una tremenda confusión en la cabeza de los hombres? Me recuerda a los padres que comienzan a
comportarse como si fuesen hijos o los profesores que se sientan en medio de los alumnos. Resulta muy confuso. Me parece que, si queréis el
bien de los hombres, lo primero que debéis mantener es el orden.
- Será como dices –explicó el Hijo-, una línea quebrada y abierta. Sólo que no has entendido el por qué. Es por amor. El amor no soporta
distancias, jerarquías.
- Señor, pero si quiebras esa línea estarás sujeto a todo lo que es relativo. No pienses que las multitudes correrán a servirte. Aquí, sí, aquí, en el
cielo, nos llenamos de respeto cuando os vemos pasar. Allá abajo, no, impera la ley del más fuerte. Allá abajo puede suceder cualquier cosa.
Hasta la muerte. ¿En qué posición quedarás después? Perderás tu condición de superior y ya no podrás salvar. ¡Y los que acabarán perdiendo
serán los seres humanos!
- en eso sí que te equivocas. Nadie salva desde arriba, desde la superioridad. Los hombres tendrán que aprender a verme de arriba abajo. Tal vez
no estén aún preparados para que les lave los pies, pero llegará un día en que lo entenderán. Ésta es la tercera tentación de los hombres: “Te
amo, pero no se lo digas a nadie. Mi imagen quedaría dañada”. O “Déjame hacerte el bien, pero no me obligues a ir a tu casa, no me siento bien
en ese tipo de barrios”. O también “Cuéntame tus pecados, pero no entres en pormenores para no ensuciarme”. Pero amar es aceptar perder
para que el otro pueda ganar. Amar es quebrar la línea que nos mantiene siempre por encima, en nuestra autosuficiencia.
- ¿Y no puede darse la hipótesis de que los dos ganen? –replicó.
- Sobre el papel, sí. Es posible imaginar un amor que sólo traiga ventajas. En la práctica, no. Amor y dolor son inseparables.
- De eso mismo estoy hablando, de dolor. No ya de sufrimiento físico, sino sobre todo de dolor del corazón. ¿Qué harás si los hombres no te
aceptan? ¿Ya has pensado esa posibilidad?
- He pensado en amar hasta el fin, me lleve donde me lleve. Ésa es la línea que quiero trazar, ¿comprendes?, la línea del amor. Claro que esto
rompe con las jerarquías. Cuando se ama, se deja de estar por encima. Parece que nunca has amado a nadie.
- Señor, ¿y si eso te lleva hasta la muerte? ¿Te imaginas simplemente la posibilidad de que te puedan matar? ¿Y Tú, que eres Dios, qué harás?
- Sólo sé que quiero una cosa: ser fiel hasta el final.
- ¿Hasta la muerte?
- Hasta la muerte –dijo el Hijo, mirando al Padre, mientras el Espíritu posaba suavemente la cabeza en su pecho.
“Hasta la muerte”… Al oír esto el ángel cantor no aguantó más y voló de nuevo en torno al Hijo entonando:

Ponme como un sello sobre tu corazón,


como un tatuaje en tus brazos.
Porque el amor es fuerte como la muerte,
¡violenta la pasión como la tumba!
Las muchas aguas no podrán extinguir el amor,
ni los ríos sumergirlo (Cantar 8, 6).

La libertad

Poco a poco fue generándose en todos un entusiasmo general por esta “apuesta” que los Tres iban a hacer. Los más extravertidos bailaban de alegría, los
más solemnes hacían discursos y proponían brindis, los más impulsivos se ofrecían para ir también “allá abajo” o “allá arriba” a la Tierra para pasar con el
Hijo cualquier cosa que Él tuviese que pasar. Había también un grupo más militante que comenzó animado a gritar consignas, como si fuese una
manifestación: “Hosanna, hosanna al Hijo de David”, “Bendito el que viene en nombre del Señor” y otros slogans de este género. De repente apareció una
franja dorada que decía: “Encarnación ya. Con los Tres en su proyecto de felicidad”. El Padre pidió entonces un poco de calma y explicó:

- Veo que ya habéis entendido el alcance de nuestro plan y nos emociona que compartáis nuestro entusiasmo. Agradecemos a todos vuestro
apoyo. Sin embargo, me gustaría que supieseis una cosa: no es nuestra propia felicidad lo que buscamos. No os admiréis si os decimos que no
necesitamos dar ese paso. Lo hacemos para que los hombres sean felices. Es tal vez difícil que entiendan lo siguiente: a nosotros no nos falta
nada. Un día aparecerán hombres que dirán que nosotros, para ser Dios, teníamos que ir a la Tierra, que era una necesidad. Eso no es verdad. A
nosotros no nos falta nada.
“Ellos piensan que el amor es una necesidad, no entienden que ir en busca del amor por necesidad no sería amor, sino, por el contrario,
dependencia. Y ésta es la cuarta tentación de los hombres en lo que respecta al amor, la tentación de “dar para llenarse”. Es verdad que todo
amor enriquece a quien lo da. Pero también es verdad que amar es querer el bien del otro y no el nuestro. Sin esto, no hay amor.
“Como bien sabéis, los hombres tienen toda clase de carencias, sobre todo afectivas. A veces, tratan de remediarlas y se buscan una persona
con la que tapar esas insuficiencias. Y lo llaman amor. Dicen cosas extrañas como, por ejemplo, “te necesito para ser feliz”, “sin ti no sería
nadie” y “no puedo vivir sin ti”. Aún no han entendido nada. El amor es como un puente y cada pilar tiene que estar bien asentado en sí mismo,
en su propia orilla. Buscar el apoyo del pilar en el mismo puente es como condenarlo al desplome. También hay quien dice: “Darte la mano
llena el vacío que hay en mí” y “me doy a ti porque me siento útil sabiendo que me necesitas”. Y lo llaman amor. Pero no lo es.
“El amor es gratuito. Sólo ama quien acepta vivir su propia soledad y sabe que no necesita del otro para sobrevivir. La soledad no es lo contrario
del amor, como los hombres piensan muchas veces. Es su cimiento oculto. Pensaréis entonces que, amando así, no nos comprometemos. Pero
os equivocáis, así es precisamente como nos comprometemos sin temor a perdernos. El verdadero amor alimenta la independencia. El Hijo
nunca dejará de ser quien es (3).

Ahora sí que estaban todos más confundidos.


- Pero, entonces –preguntó el ángel adolescente del arpa-, ¿qué es en definitiva el amor? ¿No es diluirse en el otro? ¿No es eso lo que va a
suceder ahora con el Hijo, dejar de ser quien es para ser hombre?
- No, Benjamín –le interrumpió el Hijo al instante-, si dejase de ser quien soy ya no podría amar. Observa lo que pasa aquí en el cielo. Aquí sólo
hay amor y cada uno tiene su personalidad diferente. Tú, por ejemplo, no dejas de ser ángel por amarme a Mí, que no soy ángel. El amor no te
hace ser otro, diferente de ti; te hace ser lo mejor de ti mismo. Si dejases de ser quien eres para agradarme, se estropearía todo.
“Esta es la quinta tentación de los hombres cuando aman, la tentación de “venderse para agradar”. Los hombres, por contentar a aquellos que
dicen amar, son capaces de empeñar lo más sagrado que tienen. Venden sus ideales, se comportan como si no fuesen ellos, se vuelven
incapaces de decir lo que realmente piensan, relativizan lo que creen realmente para no perder al otro.
“Yo no haré eso. Si lo hiciese me volvería un juego de sombras, me vaciaría y no tendría nada que dar. Tal vez haya momentos en que los
hombres vengan en busca mía y no me encuentren porque necesitaré estar conmigo. Habrá quizá momentos en que los seres humanos
desearán que les dé la razón en sus empresas y tendré que desilusionarlos porque no voy a contradecirme a Mí mismo. Habrá momentos en
que me ofrecerán el oro y el moro si acepto ser titular de primera plana y quedarán decepcionados cuando Yo abra la boca, porque la verdad
no puede venderse. ¿Comprendes? Sería como asentar el peso del pilar en la tabla del puente. Se desmoronaría a no mucho tardar.

- ¡Sigo sin entenderlo, Señor! Al principio creía que no ibas a ser realmente hombre sino tan sólo disfrazarte de tal. Explicaste después que no, y
comprendí tus razones. Entonces pensé que ibas a dejar de ser Dios para poder ser humano. Ahora veo que tampoco será así y estoy confuso.
¡Sinceramente, no entiendo cómo vas a conseguir ser hombre y continuar siendo Dios! (4). Es que la idea que tengo de ambas cosas es
completamente diferente. Dios lo sabe todo, y los hombres, no. Dios está en todas partes y los seres humanos para ir de aquí para allá tienen
que cambiar de lugar. Dios tiene poder sobre todas las cosas, los hombres no…

El tema interesaba claramente al Hijo, a quien se le iluminaron los ojos con un brillo especial, y respondió así:

- Había una vez un rey en un país lejano. Vivía en su palacio, encima de la colina, rodeado de una gran corte y en compañía de su hijo- Había
también en aquel reino un bosque, un gran bosque atravesado por un río azul. Vivía mucha

También podría gustarte