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–NO HAY LIBRO TAN MALO –DIJO EL BACHILLER– QUE NO TENGA ALGO BUENO.

EL APOSENTO DE LOS LIBROS


M E N Ú
–Ahora digo –dijo a esta sazón don Quijote–, que el que lee mucho y anda mucho, vee mucho y
sabe mucho.

“La Cruz y la Corona. Las dos hipotecas de la historia


de España” — GONZALO PUENTE OJEA
5 junio, 2018 por víctor fernández-chinchilla, posted in filosofía, historia

GONZALO PUENTE OJEA

“LA CRUZ Y LA CORONA.

LAS DOS HIPOTECAS DE LA HISTORIA DE ESPAÑA”


Ed. Txalaparta. Tafalla. 2011

Puente Ojea es uno de los grandes pensadores españoles de los últimos tiempos, no sé si todo lo reconocido que
se merece. Muy interesante siempre aunque, a veces, pueda resultar un tanto complicado, oscuro o farragoso. He
leído otros libros suyos que me parecen de más profundidad filosófica y con los que he aprendido más [“Ideología
e historia, la formación del cristianismo como fenómeno ideológico”, edit. Siglo XXI, Madrid 1995, “El evangelio de
Marcos”, edit. Siglo XXI, Madrid 1998, o “El mito de Cristo”, edit. Siglo XXI, Madrid 2000], pero la pasión y la
Marcos”, edit. Siglo XXI, Madrid 1998, o “El mito de Cristo”, edit. Siglo XXI, Madrid 2000], pero la pasión y la
vehemencia que pone en este lo hace especialmente entretenido y ameno.

El libro completo son 301 páginas y se compone de cinco trabajos independientes, algunos ya publicados con
anterioridad, que se pueden leer sueltos.

1.- A modo de prólogo didáctico para legos.

2.- La llamada «transición a la democracia» en España. Del confesionalismo al criptoconfesionalismo, una nueva
forma de hegemonía de la Iglesia. (Publicado en “La influencia de la religión en la sociedad española”. VVAA. 1994)

3.- El mito político: de la religión de estado a la religión protegida. España bajo los Borbones. (Publicado en “vivir
en la realidad. Sobre mitos, dogmas e ideologías”. Ojea. 2007)

4.- El laicismo, principio indisociable de la democracia.

5.- Epílogo y sumario de conclusiones.

Si como filósofo o como pensador he dicho que es de lectura complicada, como ciudadano que da su opinión sobre
temas de actualidad es ‒era, que ya está el hombre en la gloria del dios de los ateos‒, ciertamente, vehemente, y
en estos cincos trabajos abunda más esto que aquello, lo que hace la lectura más ligera y hasta divertida. Son
realmente apasionados muchos de los comentarios que hace sobre determinados hechos y personajes
protagonistas de la vida política de España en los años setenta y ochenta.

De los cinco trabajos el primero es el más teórico y, también, el más árido, lo que no quiere decir, insisto, falto de
interés. Un pequeño ensayo de historia de las ideas. Trata sobre lo que él llama ideología monárquica, cuyos
orígenes sitúa en el reinado del emperador Octavio Augusto y cuya esencia es la unión o connivencia entre el
poder político y el poder religioso. La historia posterior, en estas latitudes de lo que fue el Imperio Romano, ha sido
una pugna constante entre esos dos poderes. En Oriente, hasta la invasión musulmana, el poder político se
impuso siempre al religioso. En Occidente las fuerzas estuvieron más igualadas y se mantuvo una rivalidad
constante entre ellos, con momentos de grandes tensiones en los que papas excomulgaban a emperadores y
emperadores deponían a papas. Una lucha por la supremacía entre dos modelos de poder: la hierocracia y el
cesaropapismo.

También hace un interesante resumen de la teoría de M. Weber sobre los tipos de dominación legítima.
[“Sociología del poder” Alianza Editorial, Madrid 2012]. El origen de la ideología monárquica tendría su origen en la
forma de dominación carismática que, por su propia naturaleza se encuentra siempre, al final, por tratarse de un
liderazgo basado en la persona, con el problema de la sucesión. La solución para evitar los conflictos sucesorios
pasa por objetivizar el carisma y subordinarlo al linaje para, después, dar el salto a la forma de dominación que
Weber llama tradicional.

En el resto del libro los temas que se tratan son los dos que le dan título, el poder de la Iglesia Católica en España y
la monarquía como institución ‒según el autor‒ anacrónica e ilegítima. El marco temporal de la crítica se centra
en lo que se llamó la Transición Democrática después de la muerte de Franco, y sus antecedentes históricos, con
un interesante repaso al constitucionalismo español del siglo XIX y las políticas religiosas derivadas.

Intenta demostrar que la monarquía que salió de la Transición es una monarquía que carece de legitimidad
democrática y que la Iglesia Católica fue beneficiada, en un proceso carente de libertad y publicidad, con una serie
de privilegios inaceptables en una sociedad laica.

EL LAICISMO Y LA IGLESIA CATÓLICA.


Para Ojea el marco en el que se debe mantener la relación entre lo público y las creencias religiosas de los
ciudadanos es el laicismo, que para él no es otra cosa que

un movimiento radical a favor de la consciencia libre y, en consecuencia, no se posiciona ni a favor ni en contra de


la religión, sino que se presenta como resuelto e insobornable defensor de un diseño de sociedad política que
propicie, y asegure jurídicamente, las mejores condiciones para la formación y expresión de la conciencia libre de
cada ciudadano en términos de estricta igualdad. (Pg. 245)

Parece que hay cierta polémica en cuanto al significado laicidad y laicismo. “Laicidad” sería un término más
respetuoso con el hecho religioso que “laicismo”. Pero no es así como Ojea utiliza esta palabra que deja muy bien
definida, tanto en la cita anterior o en esta otra:

[La tolerancia del laicismo] es una exigencia derivada de la estructura ontológica de la conciencia moral, y una
virtud necesaria que consiste en un «habitus» que […] consiste en una actitud internalizada como pauta
permanente de la conducta moral en virtud de la cual la conciencia se gobernaría por la regla de que todas las
convicciones o creencias son respetables e igualmente protegidas en el espacio de la «res publica», al margen
del valor de verdad que en e l fuero íntimo pueda atribuirles, es decir, en el espacio de la «res privata». (Pg. 249)

En este sentido utilizaré el término.

***

Muchos son los disparates que se oyen por ahí acerca del laicismo, especialmente salidos del ámbito de la Iglesia
Católica, en especial de los sectores más conservadores que ven en el laicismo y en la separación Iglesia-Estado
un peligro para sus privilegios.

Aunque no todos los miembros de la Iglesia lo ven así, por ejemplo el teólogo católico José Mª del Castillo opina
que

por tanto, la laicidad del Estado consiste en que la Constitución acepta el hecho religioso, pero respeta la
diversidad de confesiones y sus diversas manifestaciones. Lo que exige, por ejemplo, que las autoridades civiles
no deben presidir, como tales, actos religiosos (misas, procesiones, actos oficiales…). Ni los signos propios del
catolicismo (crucifijos, imágenes, determinadas fiestas…) tienen que verse y vivirse como festividades
obligatorias para toda la población. En la medida en que el Estado acepta una confesión religiosa como propia y
oficial, en esa misma medida rompe la igualdad de todos los ciudadanos. Y falta al respeto a quienes
legítimamente difieren en sus creencias y prácticas religiosas.

http://blogs.periodistadigital.com/teologia-sin-censura.php/2016/03/01/la-laicidad-del-estado

Creo que Puente Ojea estaría de acuerdo con esta opinión, aunque para él el artículo 16 de la Constitución, al que
califica de “infamia política y aberración jurídica”, es un descomunal escollo para que estas ideas se puedan llevar a
la práctica.

Una gran e influyente parte de la jerarquía o los sectores más reaccionarios ven ‒o dicen ver‒ enemigos por todas
partes. En los orígenes de su historia las persecuciones a las que fue sometido el cristianismo favorecieron,
paradójicamente, su desarrollo y expansión . Explotaron el martirio como nadie lo ha hecho jamás, y la
historiografía cristiana creó muchos más mártires de lo que lo habían hecho los emperadores perseguidores,
principalmente Decio, Valeriano, Galerio y Diocleciano [Raúl González Salinero “Las persecuciones contra los
principalmente Decio, Valeriano, Galerio y Diocleciano [Raúl González Salinero “Las persecuciones contra los
cristianos en el Imperio Romano” Madrid- Salamanca 2015.Signifer Libros]. Ir por la vida de víctimas y perseguidos
les va bien, aunque la Iglesia haya sido, a lo largo de la historia, mucho más perseguidora que perseguida. A
muchos todavía les encanta hacerse los mártires, son de la opinión de que quien no está conmigo está contra mí, y
ven al laicismo como una ideología enemiga, cuando

el laicismo no es enemigo de ninguna religión, sino que ampara a todas las convicciones por igual, dentro de su
propio ámbito jurídico común. (Pg. 199)

El cristianismo, o mejor, el cristianismo católico romano, o mejor aún, un sector nada despreciable de esta
confesión, ataca al laicismo a la vez que defiende su posición de dominio en la sociedad.

Es verdad que, actualmente, es un dominio puramente testimonial, pues la mayor parte de la gente es
absolutamente indiferente al hecho religioso, incluso muchas de aquellas personas que participan en sus ritos. La
Iglesia Católica monopoliza los símbolos. Y el poder de los símbolos no hay que despreciarlo. Hay un atentado
terrorista en el que mueren muchas personas de muy diversa condición ideológica, y la ceremonia pública más
importante de homenaje a las víctimas es una misa católica, con algún obispo al frente. Poco importa la fe o las
creencias de los homenajeados, ni tampoco la de los asistentes, siempre con las autoridades al frente, muchos de
los cuales, me atrevería a decir, que no tienen el más mínimo interés en lo que significan esos ritos.

Los días veinticinco de julio de todos los años el Jefe del Estado español, en la ciudad gallega de Santiago de
Compostela abraza por detrás a un ídolo y luego le habla en nombre de todos los españoles, ateos, budistas,
musulmanes, animistas, testigos de Jehová, evangélicos, agnósticos…, de todos, sin el más mínimo respeto a las
creencias de sus súbditos, que así nos tratan a pesar de la Constitución.

En los cuarteles del ejército, una institución dependiente del poder ejecutivo, o sea, ni más ni menos que una
administración pública, hay curas castrenses. ¡Hasta una prelatura castrense tenemos y todo! En las juras de
bandera de nuevos soldados, en ceremonias de inauguración de un barco, un avión o de despedida o recibimiento
de misiones internacionales, ahí está siempre, entre las autoridades públicas que presiden el acto, un cura,
católico.

En las escuelas está la famosa y discutida asignatura de religión que, para empezar habría que llamarla por su
nombre: catequesis, o “doctrina”, como se la llamaba antes, y no religión. Yo, personalmente, soy de los que
piensan que la religión ha sido y es algo muy importante en la historia de la humanidad y no me parecería mal que
hubiera en las escuelas una asignatura de religión. No la doctrina o principios morales de una determinada
religión, sino el fenómeno religioso en su conjunto y desde una perspectiva crítica.
Porque ¿qué saben ahora los chavales que van a clase de religión?, ¿que Jesús y la Virgen los quieren mucho? Yo,
que estudié siempre en colegios públicos, y en tiempos en que la asignatura de religión ni se cuestionaba, no supe
lo que era la Biblia hasta que no empecé mi singladura en el mundo del conocimiento por mi cuenta y riesgo. Me
sabía el catecismo de memoria, me gustaba además, y aprendí que los romanos habían sido muy malos con los
mártires que habían sufrido mucho por ser buenos, y conocí muchas vidas piadosas de santos y santas, que los
pérfidos judíos habían sido terriblemente malos, que robaban las hostias consagradas de las iglesias y las
pisoteaban. ¡Ah, y que tuviera cuidado dónde me tocaba!

Lo más crítico que recuerdo es que me decían que san Agustín de joven había sido un poco tarambanas, pero que
después se metió a santo y fue ya bueno del todo. Ni una línea de sus escritos se leyó. Vamos, que para mí fue una
sorpresa cuando ya de mayorcito, en clase de filosofía en el instituto me enteré de que el santo al que se le tiene
tanta devoción en mi pueblo y se le saca en procesión, había sido un gran pensador. ¡Por eso su estatua ‒que más
parece de godo que de norteafricano‒ lleva un libro!

Por supuesto ni una palabra de la existencia de otras religiones, bueno sí, la de los griegos y los romanos, aquellas
de Zeus y Júpiter, folclore de historia antigua. Pero del Islam ni una palabra, quizá solo para decir que en un
momento en que nos descuidamos habían invadido España, pero que los echamos y volvimos a ser católicos
como toda la vida. Tampoco nos decían que el cristianismo que trajeron los visigodos era arriano, no católico, pero
eso no importaba, parecía como que la historia de España había empezado con Recaredo.

De budismo, chamanismo, o incluso otras confesiones cristianas, nada de nada. San Juan de la Cruz y Santa
Teresa de Jesús sí salían por algún sitio, pero que el uno estuvo en la cárcel y la otra en el punto de mira de la
Inquisición, lo mismo, nada. Así que, después de haber cursado muchos años de asignatura de religión y saberme
el catecismo de Ripalda del principio hasta el final, además de un montón de piadosas oraciones, salí de la
escuela siendo un absoluto analfabeto en cuanto a esta dimensión humana que es la religión se refiere. Y de
espiritualidad ni hablamos.

Es frecuente ver a cargos públicos que, con manifiesta exhibición de sus símbolos de poder, participan en
procesiones organizadas por la Iglesia Católica por todo el territorio nacional acompañando a estatuas de
vírgenes, santos, cristos, o pequeñas obleas de pan que dicen que es Dios. Y ahí, en esa procesión que no es sino la
manifestación ‒totalmente legítima‒ de una determinada creencia, y en virtud del mecanismo de la
representación ‒pues el alcalde, el presidente, el ministro, cuando actúan como tales nos representan a todos‒,
ateos y creyentes de cualquier otra confesión estamos ahí también, aunque no queramos y tengamos el derecho,
también legítimo, a no estar. Hasta el ateo Tierno Galván tomó posesión de su cargo como alcalde de Madrid
fiscalizado por un gran crucifijo. Por cierto que también a este personaje lo pone Puente Ojea de vuelta y media.

A ver qué dirán aquellos que justifican todo esto el día en el que yo sea alcalde y, con mi flamante banda
ceremonial, mi bastón de mando y otros símbolos oficiales, representado a todo mi pueblo, acompañe, cantando
por las calles del Rastro madrileño, a los Hare Krisna en esa divertida procesión que organizan por el castizo
por las calles del Rastro madrileño, a los Hare Krisna en esa divertida procesión que organizan por el castizo
mercadillo los domingos por la mañana, otorgándole con mi presencia un significado público.

Y el caso es que algo de esto que aquí en España, por ahora, no es más que pura fantasía, ya ha pasado.

Ya sabemos que en EEUU son muy religiosos, y también muy respetuosos con el principio de igualdad de todas las
religiones. Para armonizar los dos valores hay dos posibilidades, bien apartar la religión de lo público, bien
integrar en este ámbito a todas. Los EEUU, que no quieren sacar a Dios de ninguna manera de lo público, han
optado por la segunda solución. Si Dios tiene que estar y hay que respetar a todas las creencias, habrán de estar
todos los dioses.

En una ciudad de Florida, Pensacola, hasta hace un par de años tenían la costumbre de empezar todas las
sesiones plenarias del ayuntamiento con una oración. El alcalde, fiel a los principios de respeto e igualdad para
todas las religiones legalmente reconocidas, no se pudo negar a la petición de una es estas religiones, insisto, de
las legales, con su correspondiente inscripción en un registro que sería como el que aquí en España tenemos de
Entidades Religiosas dependiente del Ministerio de Justicia. El representante de una religión ‒vuelvo a insistir:
legal‒ le pidió al alcalde oficiar la oración de apertura del pleno. El alcalde no tuvo más remedio que dar su visto
bueno. Y se lio, pero bien liada. Porque esta religión ‒lo repito una vez más porque es importante, completamente
legal y reconocida oficialmente, por tanto digna de toda la protección, amparo y respeto públicos‒ era ‒no, no era
el Islam‒ era la Iglesia del Templo Satánico.

Que el oficiante fuera vestido con una túnica negra no creo que molestara a nadie, también algunos curas
católicos visten una túnica negra, pero lo de la capucha ya fue demasiado. Los cristianos asistentes al pleno, tan
celosos en la exigencia de respeto a su religión, no respetaron la religión del prójimo y pusieron el grito en el cielo.
Parece que el alcalde se planteó en aquella ocasión ‒no sé qué repercusiones arrastro el caso‒ optar por la otra
opción que comenté antes, o sea, prescindir de ceremonias y símbolos religiosos en los actos públicos.

https://es.wikipedia.org/wiki/El_Templo_Sat%C3%A1nico

http://weartv.com/news/local/satanic-prayer-at-council-meeting-disrupted-by-crowd

***

Y me vuelvo pa’Spaña. En no pocos colegios públicos y ayuntamientos todavía se exhiben crucifijos y otros
símbolos católicos. ‒¿Por qué lo quieres quitar?, ¿es que te molestan? Preguntan cuando se cuestiona su
símbolos católicos. ‒¿Por qué lo quieres quitar?, ¿es que te molestan? Preguntan cuando se cuestiona su
procedencia. Pues no, no me molestan en absoluto, pero la pregunta no es esa, sino por qué están ahí, quién los ha
puesto y con qué derecho. Porque si yo ahora me voy a la sala de plenos del ayuntamiento de Mota del Cuervo y
coloco en un rincón un precioso altarcillo a Tara Verde o al Buda Shakyamuni, lo más normal es que me lo quiten
en cuanto se den cuenta, y ¿voy a preguntar por qué lo quitan? ¿Les molesta acaso? ¡Bastante más bonito sería ‒
si yo lo supiera hacer bien‒ que la estatua de un hombre torturado en una cruz!

Lo que me van a decir, con toda seguridad, es por qué lo he puesto, que no tengo ningún derecho a hacerlo y,
además, con toda la razón del mundo. Bastante es que en mi casa o en los locales sociales de mi confesión
religiosa tenga el derecho a poner altares a todas las divinidades del universo, al menos así se puede hacer en un
país libre, que no lo son todos, ya lo sabemos.

También me asombra, y no poco, que personas que no tienen el más mínimo interés por la religión, por ninguna,
participen de manera irreflexiva en los ritos de paso que controla la Iglesia Católica. Me parece estupendo y me
merecen un gran respeto las personas creyentes que, en atención a su fe, lleva a sus hijos a bautizar, a sus
difuntos a la iglesia o van a pedir la bendición de su dios en el momento de su matrimonio. Pero no sé qué pensar
de aquellas otras a las que, de hecho, el cristianismo, sus dogmas y su moral, les importan un pimiento, que no
han leído una página de la biblia, que no saben lo que es la sagrada hipóstasis, o la anástasis o la epíclesis, que no
se creen que en el Nuevo Testamento pueda haber un escrito atribuido a Judas, porque no conocen a más Judas
que al que sacan a veces en alguna procesión de Semana Santa, y que pasan sin el más mínimo interés piadoso o
espiritual por esos ritos, por puritita inercia no más.

Pero ya he dicho que la Iglesia controla la mayoría de los símbolos públicos en España. El famoso aro por el que se
pasa con más o menos conciencia. Menos el uno de mayo ‒que también lo intentaron colocando allí a san José
obrero‒, el día de la Constitución y las respectivas fiestas de las comunidades autónomas, todas las fiestas
laborales son religiosas. De igual manera la Iglesia Católica está en todos los ámbitos de la administración
pública, cuarteles, ayuntamientos, hospitales, escuelas, cárceles, en ceremonias de juramento de altos cargos del
estado, por todas partes imponen sus ‒¡sus!‒ símbolos. En juzgados y tribunales también los he visto, aunque
hace ya tiempo que no, pero sí he visto cómo en una reciente promoción de secretarios judiciales ‒¡que ahora se
llaman Letrados de la Administración de Justicia!, que ya son ganas de marear la perdiz‒ en el ámbito del Tribunal
Superior de Justicia de Castilla-La Mancha, que preside Vicente Rouco Rodríguez, familiar, creo que primo, del
cardenal Rouco Varela, los nuevos funcionarios públicos juraron el cargo ante un crucifijo que algún encargado del
atrezo ceremonial colocó allí no por casualidad.

También es frecuente ver cómo cargos públicos juran su cargo ‒el propio juramento, como la promesa, su
sucedáneo, es ya por sí mismo un acto religioso‒ colocando una mano sobre la Biblia. Supongo que no estarán
abiertas por Mateo 5, 33-37…

Habéis oído también que se dijo a los antepasados: no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos.
Pues o os digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios; ni poro la Tierra, porque es
el estrado de sus pies […] Limitaos a decir: «Sí, sí», «no, no», pues lo que pasa de aquí proviene del
Maligno.

… ni por Santiago 5, 12:

Ante todo, hermanos, no juréis ni por el cielo ni por la tierra, ni por ninguna otra cosa. Que vuestro sí sea sí, y
vuestro no, no. Así no incurriréis en juicio.

Yo me hago cruces cuando leo por ahí, ya sea en la doctrina oficial de la Iglesia Católica (Catecismo Iglesia
Católica, 2150ss), o en autores de renombre, como San Ignacio de Loyola, que lo que se prohíbe aquí es jurar ¡en
falso! Y es que la hermenéutica bíblica es el arte de retorcer el texto hasta que diga lo que yo quiero que diga. Sin
compasión.
compasión.

No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad, necesidad y reverencia(San Ignacio de Loyola,
Ejercicios espirituales, 38)

Persona que se gana la vida


comprando y vendiendo armas para la
guerra jura ante la biblia y el crucifijo

Todas las instituciones tienen su santo patrón o patrona. Desde la justicia (san Raimundo de Peñafort) hasta el
ejército y las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que tienen una pléyade de ellos. Últimamente hemos
asistido perplejos al espectáculo, me atrevería a decir que bochornoso, de la concesión de medallas públicas a
algunas Vírgenes. Y sobre esto yo siempre me pregunto ¿para cuándo la medalla al mérito policial para Mortadelo
y Filemón? No se la merecen menos que otros. Yo siempre he creído en ellos desde mi más tierna infancia. Y ya
puestos, postularía también la medalla del trabajo para Pepe Gotera y Otilio.

http://www.publico.es/politica/interior-concede-medalla-oro-al.html

También pasa al revés, que la Iglesia Católica utiliza indiscriminadamente en sus celebraciones confesionales,
símbolos públicos, como la bandera de España o el himno. Siempre me he preguntado por qué al sacar en
procesión la estatua de santa Rita, en el barrio de mi pueblo donde me crié, una mujer italiana del siglo XV, la
banda de música interpreta el himno de España, como también se hace cuando sacan otras estatuas en sus
respectivas procesiones. ¿No sería más propio cantar en ese caso un madrigal de Palestrina, por ejemplo?

Y ¿qué decir de ese ámbito tan especial que, aunque es estrictamente privado, se quiere hacer pasar por público,
no sin intención, que es el fútbol profesional? Trofeo que ganan, trofeo que ofrecen al ídolo local, ya sea la Virgen de
la Almudena, la de los Desamparados, la Moreneta, y después a las autoridades locales o comarcales. ¡Y a ver
quién es el alcalde o representante político que dice que no le interesa el fútbol! Pero esto no es de aquí. Ojea no
mienta para nada el fútbol, pero yo me enciendo y se me va la olla.
***

Para Puente Ojea el origen inmediato de todos estos privilegios de los que se beneficia la Iglesia Católica en la
actualidad ‒y en el libro se hace una buena relación de ellos‒ está en el apoyo explícito y hasta orgulloso que esta
confesión había ofrecido al régimen de Franco. En el periodo de la Transición, la iglesia maniobró astutamente
para conservar su posición de privilegio de la que venía disfrutando desde tiempos de Recaredo, y que la
constitución de la Segunda República había eliminado.

Se le llama palio o baldaquino a un dosel


(especie de toldo) que sostenido por varales se
utiliza en las procesiones para resguardar al
sacerdote que lleva el Santísimo Sacramento,
reliquias o imágenes (Wikipedia)

Y no le falta razón al autor cuando expresa su indignación por la forma en que se llevó a cabo la legalización de
esos privilegios utilizando para ello el mecanismo legal del tratado internacional. Porque los famosos acuerdos
con la santa sede de 1979 son eso, tratados internacionales, que en el sistema legal de fuentes español tienen la
jerarquía más alta, solo por debajo de la propia constitución. Y es que, para darles apariencia de legitimidad
democrática, esos acuerdos se firmaron después de la entrada en vigor la constitución, pero solo ¡cinco días más
tarde!, el 3 de enero, lo que quiere decir que su negociación y su redacción se habían realizado bajo la legalidad
transitoria previa a la constitución del 78, y que su contenido no es sino una actualización del concordato que el
Vaticano había firmado con Franco en 1953, un puro maquillaje formal.
Pintada en la fachada de una iglesia
evangélica en Quintanar de la Orden (Toledo).
La foto es de hace unos años, no sé si aún
seguirá allí.

En resumen, según el autor, vivimos en un país confesional ‒o criptoconfesional, como él lo llama‒ en el que una
determinada confesión religiosa, nominalmente la mayoritaria porque desde los reyes Católicos hasta 1978,
menos en el breve paréntesis de la Segunda República, aquí no se podía ser otra cosa, dispone de unos privilegios
inadmisibles en una democracia que debería ser, para ser justa e igualitaria, laica. Y que la primera medida que
habría que tomar sería hacer desaparecer la mención explícita que de la Iglesia Católica se hace en la Constitución
Española (art. 16).

***

LA MONARQUIA.
Y ahora la monarquía. Para Puente Ojea ambas instituciones, la Iglesia y la monarquía están en intima relación
ontológica y simbiótica. Tradicionalmente el rey ha sido investido de su autoridad en nombre de Dios hasta que,
después de que rodaran algunas cabezas coronadas y otras tuvieran que hacer las maletas, se inventó aquello de
la monarquía parlamentaria con lo que se salvó la institución y se la hizo ‒supuestamente‒ compatible con la
democracia. Y no ha sido mal invento.

Antes de nada querría deshacer el equívoco que se da en España, al menos en ámbitos populares, de identificar
monarquía con derecha política y república con izquierda. Cuando hablo de monarquía me refiero únicamente a
un cargo público, a su regulación legal, a su provisión, a sus competencias. Monarquía es Suecia y monarquía es
Arabia Saudí o Suazilandia o, como se llama ahora, eSwatini. República es Francia, Portugal o Canadá y república
es la República ‒además ¡democrática!‒ del Congo o la República Centroafricana. Quiero decir que en los diseños
políticos tanto de monarquías como de repúblicas se pueden dar cualesquiera circunstancias.
políticos tanto de monarquías como de repúblicas se pueden dar cualesquiera circunstancias.

El caso es que Puente Ojea opina que la monarquía en general es incompatible con un régimen democrático y que
la monarquía española actual en particular, además, carece de legitimidad por derivar de un régimen que también
carecía de ella, de una dictadura que se usurpó por medio de la fuerza un poder que no le correspondía.

Yo, desde que tengo uso de razón política, siempre he pensado que el sitio de las monarquías ‒y no solo la
española‒ y demás títulos nobiliarios ‒ya sea marqués, conde o sir‒ en la actualidad está en los museos y los
libros de historia. Nunca he entendido ni su procedencia, ni su necesidad, ni su justificación.

Creo que en una democracia la provisión de cargos públicos solo puede venir dada de dos maneras: o atendiendo
a los principios de mérito y capacidad (art. 103.3 CE) o por elección popular. Cualquier otra forma de acceso a un
cargo público no es democrática. No hay cargos vitalicios, ni honores, ni privilegios que valgan.

En cuanto al argumento de la tradición, ¿qué voy a decir? Principalmente que un pueblo no puede ser esclavo de
sus tradiciones. Que la sociedad es algo vivo que cambia con el tiempo en cuanto a valores o sensibilidades. La
tradición es un elemento petrificado que se origina en un momento dado ‒toda tradición ha sido siempre una
novedad en su momento‒ y que va pasando inmutable de generación en generación. Puede darse el caso de que
una determinada tradición en un momento entre en conflicto con una nueva sensibilidad social, porque la
sociedad sí cambia. Entonces hay que retirarla a los museos, que no al olvido. Pasó con las luchas de gladiadores,
está pasando con las corridas de toros y también, creo yo que pasará con las monarquías.

En una democracia moderna que reconoce que el origen del poder está en el pueblo, la jefatura del estado no sería
otra cosa que un cargo público más. Por tanto el jefe del estado, en este orden social, no es ni más ni menos que
un empleado público, siempre subordinado al verdadero y auténtico dominus domus, y a la verdadera y auténtica
maiestas, el pueblo (art. 1.2 CE).

LA NATURALEZA DEL REY. ¿HUMANA O DIVINA?

“Y por mano del Angel subió delante de Dios la


humareda de los perfumes con las oraciones de los
santos”. Apocalipsis 8, 4

En el siglo IV se armó, literalmente, la de Dios es Cristo a cuenta de la naturaleza de la segunda persona de la


Trinidad. ¿Era humana o divina? ¿O era humana y divina? ¿O solo humana?, ¿o solo divina? ¿O una especial, de
mezcla? Aquello fue una guerra, con agresiones físicas de unos grupos contra otros, destierros y hasta homicidios.

¿Y la naturaleza de nuestro rey? Parece una tontería de pregunta a estas alturas de la historia, pero si atendemos a
los gestos o a los símbolos no está la cosa tan clara.

Los historiadores antiguos insisten en la implantación por Diocleciano de ritos como laproskynesis [uno de los
Los historiadores antiguos insisten en la implantación por Diocleciano de ritos como laproskynesis [uno de los
elementos más significativos del ritual de la adoratio] que constituye la esencia del ceremonial en el Imperio
tardío en cuanto supone el reconocimiento del carácter «divino» de los emperadores. [Ramón Teja.
Emperadores, obispos, monjes y mujeres, protagonistas del cristianismo antiguo. Edit. Trotta. Madrid
1999]

Pues yo sigo viendo restos de aquellos antiguos rituales sagrados cuando en alguna recepción oficial alguna
mujer ‒sobre todo lo hacen las mujeres‒ realiza ante su majestad un amago de proskynesis, ciertamente
estilizada, que ya no es necesario arrojarse de bruces al suelo. Lo que ahora llaman con pompa “protocolo”, está
inspirado, no sé si consciente o inconscientemente, en aquellos ceremoniales importados en el Imperio Romano
de la corte persa. Al rey y a la reina se les trata con una reverencia que no se dispensa a los demás humanos. Para
los organizadores de las recepciones u otros actos protocolarios no existe el principio de igualdad.
El trato que se da a los reyes en los medios de comunicación de mayor relevancia también raya con la sumisión del
súbdito servicial, de absoluta pleitesía, por no decir baboseo, que es una palabra muy fea. Hemos visto portadas en
algunos periódicos ‒que todos sabemos‒ que han sido de un vasallaje digno de tiempos que creíamos superados.
¡Algo ganarán!, creo yo.

Como detalle significativo, por ejemplo, para los medios de comunicación Rajoy es Rajoy, Susana Díaz es Susana
Díaz, Donald Trump es Donald Trump, Correa es Correa, Tabaré Vázquez es Tabaré Vázquez ‒todos representantes
del pueblo que los ha elegido y que, por tanto, merecen el máximo respeto, independientemente de que nos gusten
más o menos; y cuando digo “el máximo” quiero decir, obviamente, aquel por encima del cual ya no hay ninguno‒
pero el rey es “don” Felipe o “don” Juan Carlos, y la reina “doña” Leticia, o “doña” Sofía, y los niños y las niñas
también son dones y donas.

En tanto que el mayordomo decía esto a Sancho, estaba él mirando unas grandes y muchas letras que en la pared
frontera de su silla estaban escritas; y, como él no sabía leer, preguntó que qué eran aquellas pinturas que en
aquella pared estaban. Fuele respondido:

–Señor, allí está escrito y notado el día en que Vuestra Señoría tomó posesión desta ínsula, y dice el epitafio: Hoy
día, a tantos de tal mes y de tal año, tomó la posesión desta ínsula el señor don Sancho Panza, que muchos años
la goce.

–Y ¿a quién llaman don Sancho Panza? –preguntó Sancho.

–A vuestra señoría –respondió el mayordomo–, que en esta ínsula no ha entrado otro Panza sino el que está
sentado en esa silla.

–Pues advertid, hermano –dijo Sancho–, que yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: Sancho Panza me
llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi agüelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones
ni donas; y yo imagino que en esta ínsula debe de haber más dones que piedras; pero basta: Dios me entiende, y
podrá ser que, si el gobierno me dura cuatro días, yo escardaré estos dones, que, por la muchedumbre, deben de
enfadar como los mosquitos.

La majestad desde Octavio Augusto ha sido un atributo del soberano. En España, desde 1978 el soberano es el
pueblo español, del que emanan los poderes del Estado (art 1.2 CE), por lo que no le corresponde al rey este título que
se le otorga por todas partes, desde los medios de comunicación hasta documentos oficiales.

También es muy frecuente que desde muchas instancias se refieran al rey como “soberano” ‒Puente Ojea lo hace
en algunas ocasiones en este libro‒ cuando, según el artículo 1.2 CE es claro que tampoco este título le
corresponde. Pero la psicolingüística, una ciencia que desentraña muchas imposturas, diría que, a pesar de la
Constitución, es así como gran parte de la opinión pública, lo ve, como soberano. Operibus credite et non verbis.
Conforme al artículo 117.1 CE, la justicia, en España, emana del pueblo, y debería ser en nombre de esa fuente, del
pueblo, en la que se administrara, pero no, pues el mismo artículo dispone que la justicia se administre en
nombre del Rey. Así la fórmula de las sentencias será: “en nombre del Rey dispongo…” (art. 245 LOPJ), cuando quizá
debería ser “en nombre del pueblo…” Un vestigio más de cuando la justicia emanaba de arriba abajo, desde la
divinidad a través de su representante en la tierra, el rey.

En una ocasión que una ciudadana logró hablar con el rey Felipe, este, después de un momento en el que trató de
dar una imagen de campechana cercanía ‒siempre bajo la atenta mirada de los responsables de su seguridad, no
fuera a ser‒, terminó por perder la paciencia y, todo arrogante, le dijo a la espontanea que si lo que pretendía era
conseguir un instante de gloria. Ella le debía haber contestado que la gloria procede de la divinidad y que si él se
creía que era la divinidad.

Al rey nunca lo vemos en un ambiente espontaneo, salvo algunas escenas de humillante y vergonzosa
propaganda. Siempre en ceremonias oficiales. No sabemos dónde está, ni qué hace, ni qué piensa, porque cuando
habla lo hace siempre leyendo un texto que él no ha escrito. El rey no se somete a entrevistas ‒dignas de ese
nombre‒, ni al control popular; no toma decisiones, no es responsable de sus actos (art. 56.3 CE), lo que está en
flagrante contradicción con otro artículo de la misma constitución, el 14, que dice que los españoles son iguales ante
la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra
condición o circunstancia personal o social. Resulta que “los españoles” somos todos menos uno.

Me llama mucho la atención cuando se publica alguna encuesta en la que se dice que una de las instituciones
más valoradas del estado, cuando no la que más, es la monarquía, porque me pregunto ¿qué criterios habrán
tenido los encuestados para valorarla? El rey no hace nada, porque legalmente ‒o constitucionalmente‒ no tiene
nada que hacer, todos sus actos son tasados, no toma decisiones, salvo algunas puramente ceremoniales, y no
nada que hacer, todos sus actos son tasados, no toma decisiones, salvo algunas puramente ceremoniales, y no
conocemos sus opiniones, ni sus ideas, ni sus gustos, ni sus hábitos… Entonces ¿qué es lo que se valora? ¿Que
lleva una chaqueta y una corbata muy bonitas? ¿Que muestra un porte elegante y solemne? ¿Que tiene una bonita
voz cuando lee los discursos que otros le escriben? ¿Son estos criterios válidos para valorar una institución
pública en un estado democrático de derecho?

La firma que el jefe del estado estampa en las leyes no es más que un elemento decorativo. Normalmente la firma
de un escrito significa que el firmante se responsabiliza de lo que allí pone. En este caso no. El responsable es otro,
que firma debajo, que “refrenda”, ministro u otro alto cargo de la administración u otros poderes del estado. Y lo
que yo no termino de entender es que un cargo público esté exento de responsabilidad ante el soberano, ante el
pueblo (Art. 1.2 CE). Es como si en una empresa el dueño no le pudiera exigir responsabilidad a su administrador.

[Art. 64.2 CE] De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden.

Se entiende que de los actos tasados legalmente. Cuando el Tribunal Supremo, inadmitió la demanda de
paternidad que dos personas interpusieron contra Juan Carlos de Borbón, no lo hizo basándose en estos artículos
constitucionales que hacen al rey irresponsable, sino en cuestiones de forma que no excedían los límites de las
leyes procesales civiles. ¡Estaría bueno que esa clase de actos también los tuviera que refrendar el ministro!

En un primer momento el alto tribunal admitió a trámite la demanda, pero después, en la resolución de un recurso
que se interpuso por la defensa del demandado, el mismo tribunal, que quizá en un primer momento no había sido
consciente del tremendo riesgo que podía suponer que los demandantes pudieran llevar razón, rectificó y dictó el
durísimo auto del Pleno de la Sala de lo Civil de 27-3-2015 en el que calificó la demanda de “falsa, frívola y torticera”,
circunstancias que, curiosamente, no se habían visto en primera instancia. Y que me digan a mí los doñísimos y
doñísimas magistradísimos del Tribunal Supremo si esto no es prejuzgar una demanda sin las debidas garantías
y con un gran desprecio por el principio de tutela judicial efectiva recogido en el artículo 24 de la Constitución. Por
más que los magistrados razonaran su decisión, leyendo el auto no puedo evitar una sensación de desconfianza
pensando en la posible existencia de otras motivaciones ocultas, porque aquello no era ninguna broma. Los
resultados de la prueba de paternidad son casi infalibles y de seguir adelante el proceso y en el supuesto
hipotético de que los demandantes hubieran llevado razón ‒que, visto lo visto tampoco nos hubiera extrañado
demasiado‒ habría supuesto, sin lugar a dudas, el advenimiento de la tercera república. Los demandantes
quedaron por mentirosos y el demandado sigue por ahí dándose la gran vida sin necesidad de tener que hacer
cuentas por ver si llega o no a final de mes ni de manifestarse por la defensa de las pensiones públicas. Tampoco
me extrañaría nada que los demandantes se hubieran llevado una buena tajada bajo cuerda. Pero esta idea solo es
fruto de mi tendencia a ser mal pensado. Y no voy a poner aquí ningún refrán.

Otro indicio de que al rey se le tiene más por divino que por humano y, en todo caso, por soberano, es la costumbre
de poner su retrato en todas las oficinas públicas.

Considera cuántos gobernadores hay en el mundo. Puesto que el emperador no está siempre con ellos, su retrato
debe estar en los lugares de administración de la justicia, en los mercados, en los lugares de reunión, en los
teatros. El retrato del emperador debe estar en cualquier lugar donde se ejerce el poder para dar autoridad a los
actos del gobernador. Severiano, obispo de Gabala, siglo V. [Citado por R. Teja, op. Cit. Pg. 58]

Tribunales, salas de plenos de ayuntamientos y toda clase de oficinas administrativas. Allí está, en pose hierática
y solemne, dando, con su presencia, legitimidad a lo que allí se decide. Y en las monedas, no nos olvidemos de las
monedas. Podría ser peor, no hay más que darse un paseo por alguna ciudad de Marruecos. ¡Allí hasta en los cafés
o en los tabucos de los zapateros u otros artesanos o comerciantes!

Y para terminar con esto tengo que citar el principio del artículo 56.3 CE que dice que la persona del Rey es
inviolable. ¿Querrá decir esto que los demás españoles somos violables? No, lo que quiere decir es simplemente
que el artículo 14 (el de la igualdad) no va con él. O, dicho de otra manera, que el Título II de la Constitución se pasa
por el forro al Título I.

JUAN CARLOS DE BORBÓN


El rey campechano por antonomasia, cuya imagen se vendió tan bien que consiguió un alto grado de aceptación
popular. Y es que la labor de propaganda desde instituciones públicas y privadas ha sido de tal calibre y eficacia
que se venció la resistencia inicial después de la muerte de Franco. Pues en aquellos momentos la monarquía no
que se venció la resistencia inicial después de la muerte de Franco. Pues en aquellos momentos la monarquía no
tenía mucha aceptación, como reconoció Adolfo Suárez en una entrevista a la periodista Victoria Prego.

Suárez comentó que un referéndum celebrado en aquellos momentos habría sido fatal para la monarquía. Cuando
la prestigiosa periodista publicó aquella entrevista no consideró oportuno ‒por nuestro bien, supongo‒ que el
pueblo soberano se enterara de este detalle y nos lo ocultó. Como también se ocultaron los resultados de una
encuesta realizada en mayo de 1977, que seguro conocía Suárez y de la que Ojea nos cuenta (pg. 115) que los
resultados de tres de las preguntas que se formulaban no se hicieron públicos, las referidas a la monarquía. El
porcentaje de encuestados favorable a la república ascendía al 75% en aquel momento.

***

Cuando Puente Ojea trabajaba en la embajada de España en Atenas conoció personalmente a Juan Carlos con el
que tuvo alguna relación allá por los años 1962-63, y la opinión que de él se hizo no fue muy buena.

En rigor, pude apreciar con consternación que se trataba de un joven apolítico, egoísta y de su generación,
orientado solo por sus apetencias dinásticas y sus aficiones lúdicas, y con bajísimo nivel cultural. Pero la
preocupación que dejó en mi ánimo ‒y que confirmaron mis ulteriores conversaciones con él‒ fueron dos: su
avidez de dinero, quizá generada en las relativas estrecheces de su niñez; y su absoluta ignorancia de las razones
que condujeron a su abuelo paterno al exilio, más su insensibilidad ante la herencia de miseria y persecución que
habían sufrido los perdedores de la feroz guerra civil y seguían padeciendo en el plano de la libertad de
pensamiento y de expresión cuantos exigían legítimamente la supresión de la Dictadura, de la que él era el Delfín
para instaurar de nuevo una verdadera Constitución democrática elaborada por Cortes constituyentes elegidas
directamente por el pueblo. (Pg. 270) [Juan Carlos] carecía de convicción y sensibilidad democráticas. (Pg. 205)

¿Nos está hablando aquí Puente Ojea de un tarambana vivalavirgen o de un gran estadista cuyo sagrado destino
era salvar a España? Por si acaso, desde mediados de los años setenta toda la maquinaria del estado, con no poca
ayuda e interés de cierto sector privado, que incluye a los grandes medios de comunicación, se puso a funcionar
para presentar ante el pueblo a un monarca a la vez cercano ‒campechano‒ y a la vez valioso para nuestro
progreso como nación moderna. Durante décadas no se oyó la más leve crítica a su persona o a la institución a la
que representaba. Visto desde fuera la unanimidad parecía total. Toda España estaba con él ‒¿o debería escribir
Él‒.
Ahora parece que, después de algunos escandalillos que han salido a la luz, quizá Puente Ojea no se equivocara
mucho en la impresión que se llevó en aquel momento. Todos los indicios apuntan en esa dirección.

Otro detalle: Lo hemos visto muchas veces tratando de tú a todo el mundo, especialmente a los periodistas que se
le han acercado alguna vez. ¿Se salta el protocolo porque es un rey próximo y campechano? No, se lo salta por que
él está por encima de todos los protocolos del mundo, él es superior. Puede hacer lo que le dé la gana sin tener que
responder por ello (art. 56.3 CE).

***

Y todo esto sin hablar de lo que nos cuestan ambas instituciones y de la especial protección penal de la corona y
de los sentimientos religiosos.

ILEGITIMIDAD DE LA MONARQUÍA Y DEL PROCESO


CONSTITUCIONAL.
Para Puente Ojea ni la monarquía ni todo el proceso legislativo que concluyó en la Constitución del 78 tienen
legitimidad. Para el autor la única salida posible después de la muerte de Franco habría sido la formación de un
gobierno provisional que se encargara, única y exclusivamente de la convocatoria de unas elecciones libres para la
formación de unas cortes constituyentes. Al no hacerse así, la Constitución del 78 no fue sino consecuencia del
desarrollo legal de un régimen ilegítimo con el que, por tanto, no hubo la ruptura necesaria, sin que la Ley para la
Reforma Política de enero de 1977 (Ley 1/77) fuera el mecanismo adecuado. En vez de esa necesaria legitimidad
formal se nos vendió, muy bien vendido, por cierto, que el principio legitimador de la nueva democracia era el
Consenso, palabra mágica que escondía que el pueblo quedaba en gran medida al margen de todo el proceso
constitucional.

Un proceso que, según Puente Ojea, estuvo controlado en todo momento por las fuerzas fácticas que estaban
detrás del franquismo, grandes fortunas, la Iglesia Católica, otros sectores monárquicos y las oligarquías de los
partidos políticos, de izquierdas y de derechas.

En cuanto a la monarquía porque el rey había sido nombrado por un dictador ilegítimo a cuyos principios había
jurado fidelidad, en nombre de Dios y sobre los Santos Evangelios.
Y porque se debía haber consultado al pueblo para que se pronunciara expresamente sobre este particular, y no de
la forma en la que se hizo, presentando la monarquía en el mismo lote que otros principios fundamentales como
la libertad, la igualdad y la justicia. Porque el pueblo tuvo que votar en bloque la constitución y en ella estaban
estos principios, otros derechos fundamentales y la monarquía. Si se decía que sí a todo aquello también se decía
que sí a esto. No hubo alternativa.

Ojea hace responsable de que todo el proceso constituyente, lo que se llamó La Transición, no concluyera en una
Constitución legítima, laica y republicana, principalmente a uno de sus protagonistas: Felipe González, al que pone
cual no digan dueñas.

El gran responsable de la frustración fue el PSOE, arrastrado por un hombre de quien solo muy tarde conocimos la
verdadera conducta durante esos meses cruciales, impulsado por su propia ambición política y por las fuertes
presiones internacionales de poderes diversos pero coincidentes en su interés de que España cambiase algo
formalmente, para que casi nada cambiase realmente.. Lo que le llevó a pactar, tácita o expresamente, con el
establishment monárquico-católico franquista. (pg. 115)

González es el gran responsable ―o culpable, si se prefiere― de la deserción política que frustró las fundadas
esperanzas de las masas de la izquierda en un cambio profundo y real, en los momentos cruciales entre 1974 y
1977. (Pg. 118)

Y la verdad, viendo toda su evolución posterior y cómo se ha encaramado a las máximas alturas de la sociedad
mundial, no me parece que Ojea anduviera muy desatinado.

Y no solo González y el PSOE, los pone a todos de vendidos para arriba, Carrillo y el PCE ocupando también un lugar
de honor en el drama. Para Ojea todo aquello fue una estafa al pueblo español llevada a cabo por arribistas
ambiciosos y sin escrúpulos que pusieron los cimientos de los males económicos que nos acosan en la
actualidad, y hace una lista de de los principales elementos que condujeron a la corrupción desbocada que
sufrimos: la regulación de las cajas de ahorros, financiación privada de los partidos políticos, cargos de confianza,
concursos de méritos, listas electorales cerradas, dictadura de las cúpulas, legislación sobre calificación del suelo
y de contrato públicos… Todo ha conducido a que el régimen que se vive en España no sea tanto una democracia
como una oligarquía de partidos.

***

No quiero dejar pasar una pequeña crítica. El libro contiene un breve capítulo que se titula “el conflicto vasco”.
Está bastante fuera de lugar en el contexto general de la obra. Para mí que no es más que un guiño o gesto de
agradecimiento a la editorial que la publicó. No es fácil que libros de estas características, en los que se critican
instituciones tan consagradas, por más que los presente un escritor y pensador de la talla de Gonzalo Puente Ojea,
los publiquen grandes editoriales.

Pues bien. Tratando el tema del terrorismo de ETA el autor muestra claramente su rechazo ‒si hubiera sido de otra
manera habría dejado el libro en ese mismo lugar, por mucho que lo hubiera sentido‒, pero me parece que no con
la necesaria contundencia. Teorizando sobre la ilegitimidad de la violencia como vehículo para conseguir un fin,
plantea tres excepciones. A parte de la legítima defensa y del estado de necesidad (tal como se recogen en los
artículos 20.4 y 20.5 del CP de 1995), Puente Ojea admite

una situación política y social gravemente injusta que entrañe una denegación de justicia invencible por medios
pacíficos puede legitimar el recurso a formas de violencia en la medida adecuada para hacer valer la
reivindicación o restauración de derechos fundamentales. (Pg. 262)

Ni siquiera admitiendo esto cabe situar en su ámbito, de ninguna manera, al terrorismo, siempre indiscriminado,
ni de ETA ni de nadie. Como estrategia bélica es más fuente de tremendas injusticias que de otra cosa, además de
haberse demostrado completamente ineficaz. Causa de muchos perjuicios y sufrimiento y de ningún beneficio. Y,
desde luego, en la España posterior a 1978, con todos sus defectos, no se da ni de lejos esa condición legitimante.

― No mates a cualquiera, no dispares al tuntún. Caen más inocentes que canallas[…]. Si quieres vengar una
ofensa, no ofendas a nadie. No cedas a la locura. Me ahorcaría de inmediato si llegara a verte en una filmación
confundiendo ejecución arbitraria con hazaña bélica. [De “Las sirenas de Bagdad”, YASMINA KHADRA]

***

Vaya. Parece que me he despachado a gusto. Le agradezco a Puente Ojea, allá donde se encuentre, si es que se
encuentra en algún sitio, la oportunidad que me ha dado con la lectura de este interesante y ameno libro. Un libro
fuerte, intenso, lleno de pasión y vehemencia además de la sabiduría de un gran pensador. Historia y actualidad
mezcladas. Política, filosofía y hasta una buena dosis de teología. Unas perspectivas muy interesantes que se
salen fuera de lo que ha sido la propaganda que hemos sufrido durante décadas. A resultas de todo este proceso
histórico unos cuantos han salido ganando, pero creo que la mayoría no.

***

Ítem, cada vez que leo la Constitución, llena de “mismos” y “mismas” con sentido anafórico me acuerdo de que
en aquellas cortes que se encargaron de su redacción, en concreto en el Senado, estaba ‒no sé si dormido o
durmiendo, aunque seguro es que sí cobrando‒ el señor Camilo José Cela.

***
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