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NUESTRO ACTUAL DILEMA: ¿CAMBIO O REFORMA DE

LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA PERUANA?

Patrocinio L. Correa Noriega

1. CAMBIO Y REFORMA CONSTITUCIONAL EN LA


HISTORIA PERUANA:

Ciento ochenta y seis años han transcurrido, desde que los


fundadores de la República intentaron poner en vigencia la
primera Constitución Política peruana de 1823. Ciento
ochenta y seis años de azarosa vida política, en la que
militares y civiles se han disputado el poder del Estado,
utilizando modos violentos, a menudo reñidos con la
normatividad constitucional.

Constituciones políticas no nos han faltado. En promedio,


hemos cambiado de texto constitucional cada 15 años. Lo
que no hemos tenido es constitucionalidad ni supremacía de
las cartas fundamentales; lo que no hubo es democracia; lo
que nos ha faltado y sigue faltándonos es institucionalidad en
el quehacer estatal.

Con mucha razón el maestro Jorge Basadre afirmaba que


los gestores de la independencia fueron nobles, generosos,
idealistas, desprendidos y sacrificados, pero, a su vez,
fueron también incapaces de ubicarse en el tiempo y en el
espacio. Vacilaron al momento de decidirse por el tipo de
Estado que habrían de construir. Unos propusieron la
monarquía, sistema gubernamental del pasado; otros, la
república, régimen del porvenir. Todos ignoraban dónde
comienza y dónde termina el suelo patrio.

Vieron que EE. UU. de Norte América y Francia, entre otros


países, se dieron sendas constituciones, y trataron de
imitarlos, quizá en una sana tentativa de no quedarse
rezagados en la historia. Así hicieron sus constituciones
políticas, sin tener conocimiento preciso para qué les iban a
servir. Quizá la propia independencia se hizo únicamente
para expulsar a los españoles de estos territorios, sin saber
lo que han de hacer después con el país, ni cómo habrían de
gobernarlo.

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Ello explica, sin duda, el porqué de tanta improvisación, de
tantos ajetreos golpistas en torno de la Casa de Pizarro, de
los numerosos cambios de gobiernos de hecho y de tantas
constituciones que no llegaron a regir los destinos de la
patria.

1.1. Superabundancia de Constituciones y


Estatutos Políticos:

En 1823 nos dimos la primera Constitución, que no


llegó a regir. Recién en 1827 se la puso en vigenica,
pero solo transitoriamente.

En 1826, Bolívar nos impuso su Constitución Vitalicia,


con la firme intención de asegurarse, de por vida, en el
gobierno, y con la posibilidad, de designar, vía
sucesión testamentaria, a su heredero en el sillón
presidencial. Duró siete semanas. Fue sustituida por la
Constitución de 1823 que, como ya lo dijimos, entró en
vigencia de modo transitorio, hasta que el país se diera
una nueva Constitución.

En 1828 entró en vigencia la tercera Constitución


Política del Perú. A ésta se le ha llamado la “madre de
las constituciones peruanas”, en razón de que las que
le han sucedido, han sido copias “reducidas o
aumentadas”, pero copias al fin y al cabo, de la
Constitución de 1828. Esto nos hace pensar que si los
peruanos hubiésemos tenido un espíritu ahorrativo,
empresarial y práctico, la hubiéramos conservado
hasta hoy, reformándola para evitar que caiga en
obsolescencia.

En 1834 entró en vigencia la cuarta Carta Política


peruana. En un afán perfeccionista los constituyentes
de 1827, previeron la posibilidad de insertar reformas a
la Constitución de 1828, lo cual fue aprovechado más
bien para derogarla definitivamente, elaborando un
nuevo texto constitucional muy parecido a su
antecesor.

En 1839, luego de frustrarse la Confederación

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Peruano-Boliviana, en un intento de centralizar en Lima
el manejo del poder estatal, se dio una nueva
Constitución, tan conservadora como la de 1826, pues
entre otros aspectos, eliminaba los gobiernos
municipales en todo el país, terminando definitivamente
con los remanentes federalistas de la primera década
independentista.

En 1856, en procura de apertura democrática, se puso


en vigencia la sexta Constitución Política Peruana, de
corte mucho más liberal que las de 1823, 1828 y 1834.
Al momento de promulgarla, Don Ramón Castilla,
anunció la necesidad de hacer profundas reformas en
su contenido, con miras a viabilizar la gobernabilidad
del Estado. En el fondo, lo que realmente estaba
diciendo, es que la aplicación de esta Carta era
inviable.

En 1860 entró en vigencia la séptima Constitución


Política peruana. Esta no nació de un órgano
constituyente, sino de la coordinación de fuerzas
políticas existentes al interior del parlamento ordinario
de esa època. Fue una Constitución de consenso y
duró hasta 1920, con un ligero paréntesis de seis
meses en 1867.

En 1867 entró a regir la octava Constitución Política


peruana, ésta fue nuestra última Carta liberal del siglo
XIX. Como ya lo vimos en el acápite precedente, solo
tuvo una corta duración de seis meses. Derogada ésta,
volvió a regir la vieja Constitución de 1860.

En 1920, con el propósito de introducir en nuestro


sistema legislativo los derechos sociales, económicos y
culturales, entró en vigencia la novena Constitución
Política peruana. La dictadura de Augusto B. Leguía
impidió su plena aplicación.

En 1933 nos dimos nuestra décima Carta Política. La


intencionalidad del constituyente era ampliar los
derechos sociales, económicos y culturales.
Perseguidos los representantes más preclaros de ese
momento histórico, fue imposible materializar tan noble

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ideal. Se aprobó un texto sin mayores alcances que su
predecesor.

En 1979 entró a regir la décimo primera Carta


Fundamental de los peruanos. En ella se resumió el
consenso de todas las fuerzas políticas existentes en
ese entonces. Su texto contiene lo más avanzado del
constitucionalismo social. Fue una de las mejores
constituciones de América Latina. En tanto que sus
antecesoras fueron constituciones descriptivas, ésta
fue nuestra primera Constitución prescriptiva.

En 1993, con la clara intención de restringir los


derechos sociales, económicos y culturales, entró a
regir la décimo segunda Constitución Política peruana.
La forma de procesarla, los particulares intereses de
sus promotores, etc., le han dado un talante de
ilegitimidad, por lo que su vigencia es muy
controvertida. Se ha llegado a decir que es un
Constitución nula. La gran mayoría de peruanos pugna
por reformarla totalmente o por sustituirla por un nuevo
texto constitucional o, en todo caso, por la vuelta a la
Constitución de 1979.

A las doce constituciones políticas que hemos


reseñado, hay que agregar un apreciable número de
estatutos políticos que han regido como si hubieran
sido constituciones. Ellos son:

a. El Reglamento Provisional de San Martín de


1821.
b. El Estatuto Provisional de San Martín de 1821.
c. El Pacto de Tacna de 1837.
d. El Estatuto Provisorio de 1855.
e. El Estatuto Provisional de 1879.
f. El Estatuto Revolucionario de las Fuerzas
Armadas de 1968.
g. Ley del Gobierno de Emergencia y
Reconstrucción Nacional de 1992.

Los mencionados no son los únicos. Debemos tener en


cuenta que cada gobierno de facto ha tenido su propia
ley que le servido de “constitución”.

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1.2. Razones de Nuestra Exuberancia
Constitucional:

La razón central de nuestra superabundancia


constitucional es, sin lugar a dudas, nuestra crónica
falta de proyecto nacional. Existimos como comunidad
estatal, somos, más o menos, conscientes de nuestra
realidad presente, sabemos de dónde venimos,
conocemos la forma en que hemos evolucionado. Lo
triste es que no sabemos a dónde vamos ni lo que
vamos a ser en el futuro.

Éste, sin embargo, no es un mal de nuestro tiempo.


Estuvo con nosotros desde el mismo nacimiento de la
República. Despojamos del poder a los españoles y,
una vez que estuvimos en el gobierno del estado, no
supimos qué hacer con el país.

La estructuración del Estado peruano no fue la


respuesta dada por la clase dominante a las
necesidades del pueblo, sino una burda imitación de lo
que sucedía en Francia o en EE. UU. de Norte
América. Nuestras instituciones políticas tienen ese
sello. Tienen ese distintivo también las constituciones y
las leyes que se han dado a lo largo de la historia.

Sin objetivos, metas, estrategias y tácticas comunes,


hemos vivido buscando caudillos, en la vana creencia
de que éstos podrían darnos la orientación que
requeríamos para forjar nuestro desarrollo integral.

Lo que sucedía era que cada caudillo tenía su proyecto


personal o grupal, y, sin percatarse de ello, el país
entero enarbolaba dicho proyecto, muchas veces sin
conocerlo bien, y lo abandonaba tan pronto se daba
cuenta de sus estrecheces y limitaciones, para levantar
en alto otro proyecto de otro caudillo, con similares
caracteres y resultados.

La historia de los últimos treinta años es clara muestro


de lo que decimos. Buscamos a Belaúnde Terry para
que nos liberara de los militares; llamamos a Alan

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García con la esperanza que iba a renovar el Estado y
la política peruana; votamos por Fujimori, persuadidos
de que con su lema “honradez, tecnología y trabajo”,
modernizaría el país; elegimos a Toledo para que nos
salve de la corrupción fujimorista; volvimos a llamar a
Alan García para que dirija un “cambio responsable”.
Como ninguno ha hecho lo que el país esperaba, ahora
seguimos buscando caudillos. Y esa es una forma
prehistórica de hacer política.

Con un proyecto nacional a largo plazo y metas de


mediano y corto plazo, sabríamos lo que debemos
hacer en economía, educación, inversión, etc.,
identificaríamos las leyes que nos faltan, pensaríamos
mejor a la hora de elegir a nuestros gobernantes, en
fin, el proyecto nos orientaría, informándonos si es o no
necesario hacer más constituciones o reformar la que
tenemos.

EE. UU. de Norte América es un país con proyecto.


Sabe lo que busca para el futuro. No pierde el tiempo
en redactar nuevas constituciones. La vieja
Constitución de 1787 la sigue conservando hasta
ahora.

Con un proyecto nacional, elaborado por todas las


fuerzas políticas de nuestro país, nosotros también
podríamos avanzar, hacia la solución definitiva de
nuestros seculares problemas, lo que nos permitiría
encauzar los esfuerzos del pueblo en procura de
nuevos y superiores destinos para todos los peruanos.

1.3. Conviene Seguir Haciendo y Deshaciendo


Constituciones?

No. Esa es una manera de distraer al país y desviarlo


de sus verdaderos fines. Nunca tendremos seguridad
jurídica si seguimos haciendo y deshaciendo
constituciones. Nunca tendremos un sistema legislativo
estable, confiable, predecible y creíble si no tenemos
un texto constitucional firme, rígido y perenne.

Si, como hemos dicho más arriba, hubiéramos

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conservado la vigencia de la madre de las
constituciones peruanas, hubiésemos tenido claridad,
estabilidad y seguridad jurídica a todas luces, desde
1828.

No es que no trabajen los poderes del Estado. Si


trabajan. Pero si no hay proyecto nacional, su trabajo
es sin objetivos ni metas definidas. De avanzar
avanzan, pero sin rumbo ni concierto.

Penélope tejía en el día y destejía en la noche, para


evitar terminar una túnica. A nuestro modo nosotros
hacemos lo mismo con las constituciones políticas.
Penélope, sin embargo, sabía que tejiendo y
destejiendo evitaría un nuevo matrimonio, abrigando la
esperanza del retorno de Ulises, su marido. Nosotros
en cambio ¿qué perseguimos haciendo y deshaciendo
constituciones? ¡Honestamente, nada!.

2. PROPUESTAS DE CAMBIO Y REFORMA


CONSTITUCIONAL EN DEBATE:

Las propuestas que, sobre la reforma constitucional peruana,


se hallan actualmente en debate, son las siguientes:
Reformar la Constitución de 1993, retorno de la Constitución
de 1979 y elaboración de una nueva Constitución Política,
para cuyo efecto habría que convocar a una Asamblea o
Congreso Constituyente.

Veamos cada una de estas propuestas:

2.1. Reforma de la Carta Política de 1993:

Quienes manejan esta propuesta, afirman que es


necesario terminar con la vieja tradición de cambiar la
Constitución cada quinde años y, en vez de estar
dilapidando los dineros del erario público con
elecciones y referéndums constitucionales, tenemos
que dedicarnos a forjar el desarrollo nacional, tomando
a la Constitución del 93 como el núcleo duro de nuestro
bloque de constitucionalidad. Si hiciese falta
reformarla, habría que hacerlo en la medida y

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proporción que fuese conveniente.

Por lo demás, esta Constitución se ha legitimado, dicen


sus mentores, en virtud del referéndum del 31 de
octubre de 1993, evento destinado a subsanar
cualquier defecto que su procesamiento pudo haber
contenido.

2.2. Retorno de la Carta Política de 1979:

Quienes piensan que la Constitución Política de 1993


es nula, ilegítima, irregular y espúmea, plantean su
inmediata sustitución por el texto constitucional de
1979, en la firme convicción de ésta fue la mejor Carta
Fundamental de América Latina. Señalan que, si hace
falta reformas, debe ponérsela en vigencia primero y
luego pasar a reformarla en todo aquello que resulte
necesario.

Resulta extraño que Valentín Paniagua, Alejandro


Toledo y el mismo Alan García, no hayan restituido
esta Constitución, cuando el Art. 307 de la misma
establece con claridad meridiana la obligación de
hacerlo una vez que se haya removido los factores que
tansitoriamente hubiesen impedido su vigencia.

Creemos que esta es la posición más razonable y


digna de ser tomada en cuenta con seriedad y
responsabilidad histórica nacional.

2.3. Elaborar una Nueva Constitución Política.

Una tercera posición se pronuncia por la inmediata


convocatoria a un Congreso o Asamblea
Constituyente, órgano supremo que tendría la misión
de dar al país un nuevo texto constitucional.

Está demás decir que discrepamos con este respetable


planteamiento. Si el Perú estuviese a punto de cambiar
de forma de Estado y adoptar un nuevo régimen, por
ejemplo convertirse en monarquía, en un Estado
federal, en una República popular socialista, o algo así,
tal vez si fuese necesario cambiar de Constitución

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Política; pero, si vamos a seguir con el sistema
representativo de gobierno republicano, con los
lineamientos de una democracia formal y un sistema
económico social de mercado, no hace falta una nueva
Carta Política.

Líneas arriba hemos dicho que nuestras


constituciones, a partir de 1834, son copias de la
Constitución de 1828. Esta afirmación no la
sostenemos por mero prurito intelectual. Basta
comparar el contenido de las dos últimas
constituciones que hemos tenido, la de 1979 y 1993,
para darnos cuenta que cerca de un 80% del contenido
de la Carta vigente hoy en día, es copia fiel y exacta de
su predecesora. Ese 20% diferencial pudo haberse
introducido vía reforma constitucional; pero Fujimori,
Presidente de facto a la sazón, necesitaba una
Constitución con nombre propio para salvar sus
responsabilidades, y sin miramientos de ninguna
naturaleza, impuso a los peruanos la Constitución que
hasta hoy nos rige.

2.4. Crear el Modelo Peruano de Democracia


Directa.

De todo lo dicho hasta aquí, a modo de conclusiones,


podemos sostener las siguientes:

a. El Perú necesita articular un proyecto nacional, con


especificación clara de sus objetivos, metas,
estrategias y tácticas políticas, sociales, económicas y
culturales para los próximos cien años.

b. Solo de esa manera podremos darnos exacta


cuenta de lo que somos y prefigurar lo que debemos
ser en el futuro. Con ello elaboraremos un programa
que nos precise lo que debemos hacer en cada
momento del quehacer nacional. Solo así sabremos
qué tipo de Constitución necesitamos, qué leyes nos
hacen falta y qué gobernantes deberemos elegir.

c. Sabiendo el derrotero del país, conmoceremos el


itinerario de los gobernantes, sabremos el tipo de

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control que deberemos ejercer los ellos. De este
modo la democracia no será una dádiva del poderoso
sino un requerimiemnto real y profundo del país.

d. Necesitamos crear una nueva cultura constitucional


que garantice una efectiva supremacía de nuestro
texto jurídico fundamental. Las autoridades, las leyes
y los hombres comunes y corrientes, estarán sujetos
a un solo mando, una sola estrategia, una sola
dirección. La Constitución Política será la biblia de la
democracia, del sistema de gobierno republicano y
del Estado de Derecho.

e. El Perú necesita un quiebre constitucional. Basta


ya de hacer y deshacer constituciones. En tanto se
articula el proyecto nacional que necesitamos con
urgencia, retomemos la Constitución de 1979 y
reformémosla del modo más idóneo para resolver los
problemas nacionales, irresolutos desde hace casi
dos siglos. Conquistemos, de una vez por todas, la
democracia formal y demos el definitivo paso a la
democracia real. Será el mejor aporte de la presente
generación a las que nos sucederán mañana en este
hermoso y rico suelo que se llama Perú.

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